Concepcion Cabrera - A Mis Sacerdotes Parte 4

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CAPITULO IX SE RENUEVA EL CALVARIO EN LAS MISAS

“En las misas tengo mis más dolorosos calvarios cuando la celebran
sacerdotes indignos que se ceban en hacerme Víctima de sí mismos. No
les basta el que Yo, espontáneamente, en el curso de los siglos, me
sacrifique para aplacar a la Divina Justicia, para soterrar el nivel que
salve a las almas, entre tantos pecados e ingratitudes.
No les basta mi vida de sacrificio en los altares, de holocausto constante
que se quema en su favor, mi papel de Víctima, repito, consumada por
el eterno amor al hombre; sino que añaden cínicamente,
maliciosamente, descaradamente, ¡cuántos de mis sacerdotes!, leña
para el sacrificio, puñales para despedazarme, más veneno, si pudieran,
con el que al retarme a Mí se emponzoñan ellos.

Hay sacerdotes con esta negrura; ¡porque apenas he dejado ver el velo
que cubre tanta corrupción en lo que debiera ser nieve, ser blancura,
pureza, luz! ¡Oh si comprendieran ellos el don de Dios, las riquezas
inmortales que en sus manos pongo, los tesoros de mi Iglesia, que ni
debieran tocar los que no son limpios! ¡Lloro estas falacias, este
desorden, estas ingratitudes sin nombre!
¡Lloro la condenación de tantas almas que me deben más que la vida,
porque en cada Misa les doy la vida y mi Vida; reproduzco en ellos la
encarnación mística, mi Pasión y mi Muerte. Y ¿éste es el pago que
recibo?
Sufro mística, pero realmente, primero por el amor a mi Padre, por la
ofensa al ultrajar al Amor que es el Espíritu Santo, a la Divinidad (una
Conmigo el Verbo) pisoteada y despreciada. Sufro en todos los visos o
matices que he enumerado.
Sufro en María y por María; sufro por las almas que arrastran esta
corriente de sacrilegios, porque denigran mi Iglesia, Esposa inmaculada
del Cordero y esposa purísima de todo sacerdote, por el lodo con que la
manchan y la quieren manchar, deshonrándola, y por los ultrajes que
ella, la Iglesia amada, recibe en sus ministros.
Sufro también, y ¡cuánto!, por el mismo indigno sacerdote que a tanto
se atreve, y que me costó una Redención con toda mi Sangre en el
Calvario, y que desperdicia, y otra redención con toda mi Sangre,
también en el altar, que clama, que grita al cielo, en vez de
misericordia, ¡infierno!
Y tal es la inmensa ternura de mi Corazón que quisiera repetir mil
Pasiones en su favor y que repito mil Calvarios en las Misas que
quisieran también fueran en su favor, pero que les sirven, a mi pesar,
de mayor castigo, para más reprobación, para mayor infierno.
Porque un solo sacrilegio, enfría, quita la fe, ciega y mata el alma.
Pues tantos sacrilegios en un alma de sacerdote ¿Qué será? Porque si
está en pecado, cada acto sacramental que ejerza, son nuevos pecados
mortales que comete, eslabones de pesada cadena que lo aherrojan con
Satanás.
Por este hecho del sacrilegio, pierden la fe, y ¡cuántos! Se entibian en
mi servicio, les es insoportable la suavidad de mi yugo, y se arrojan al
lodo, creyendo apagar sus remordimientos con una vida que no es la
suya, la que juraron seguir en sus ordenación.
Son estos descarríos, los vicios de muchas clases, en muchas formas,
que Satanás les brinda, haciéndolos suyos; y otro dolor, ¡entre tantos!,
pareciendo a la faz del mundo, míos. Esta hipocresía satánica me lacera
el alma ¿por qué? Porque Satanás con diabólico sarcasmo se mofa
entonces de mi Poder, de mis Atributos, de mi Pasión, de mi Iglesia y de
mi Sangre y triunfa, ¡cuántas veces arrebata, para siempre de mis
brazos y de mi Corazón, lo que es mío!
Y esa hipocresía Yo la cubro por la dignidad de mi Iglesia, y en silencio
sufro los infames procederes de mis sacerdotes: Yo las disimulo ante las
miradas humanas y me sonrojo ante mi Padre.

¿Y son muchos los sacerdotes que se condenan?


Chorreando sangre mi Corazón, digo que sí, que muchos se condenan, y
a sabiendas; por no prescindir de una pasión infame, y lo que es más
horrible para mi Corazón es esto: que se condenan, queriendo
condenarse.
Al perder la fe, pierden y se les amortiguan los remordimientos, y
entonces, ruedan y se despeñan por una pendiente que desemboca en
el Infierno.
El orgullo, la impureza, la embriaguez, la codicia y la cobardía, la
desconfianza y mil otros vicios los envuelven, e impregnan a su alma,
que debiera ser espejo, candor y luz, viniéndoles el desprecio y el odio a
lo divino; ese odio a lo santo y al Santo de los Santos, y con esto, la
impenitencia final, y el eterno castigo.
¡Oh y cuánto deben velar los sacerdotes sobre sí mismos, alejándose del
mundo y viviendo del Sagrario!
Los sacerdotes santos son el contrapeso, que en mi unión, detienen la
divina justicia; pero sobre todo, la detengo Yo, Víctima del hombre y por
el hombre; Yo Dios y hombre, siempre doy vida con la Vida, y reclamo
al cielo, con mi Sangre, perdón y misericordia”.
CAPITULO X Jesús quiere una reacción en el clero por el Espíritu
Santo y la Oración.
“Quiero una reacción viva, palpitante, potente y poderosa del clero, por
el Espíritu Santo; quiero renovar el fervor en corazones dormidos;
quiero extinguir la impureza, el lucro, la avaricia, la codicia, el mundo en
fín, que se ha infiltrado en muchos corazones de los míos. Este cúmulo
de vicios en los corazones de los que me pertenecen hace que se entibie
su fe, y que vivan arrastrando su vocación sacerdotal.
Y ¿Cuál es el remedio? El Espíritu Santo en general, pero en particular,
su remedio está en la oración, en esas horas de trato intimo Conmigo en
las que Yo derramo mis luces con más abundancia, en las que me
acerco a los corazones y les comunico mi Espíritu, y los conforto, y los
ilustro, y los enciendo, y les facilito con mi amor el camino del deber, el
espinoso sendero que deben recorrer sacrificándose.
Un sacerdote ya no se pertenece; es otro Yo y tiene que ser todo para
todos; pero ha de santificarse primero, que nadie da lo que no tiene, y
solo el Santificador santifica.
Por consiguiente, si quiere ser santo como es su deber ineludible, debe
estar poseído, impregnado, del Espíritu Santo; porque si este divino
espíritu es indispensable para dar la vida de la gracia a cualquier alma,
para las almas de los sacerdotes debe ser Él su aliento y vida.
Si son Jesús los sacerdotes ¿cómo no han de tener el espíritu de Jesús?
Y ¿cuál es éste, sino el Espíritu Santo? Sus desalientos, sus tentaciones,
su tibieza y hasta sus caídas vienen del descuido punible que muchos
tienen para la oración; porque viven aturdidos en las cosas del mundo, o
por el cúmulo de ocupaciones buscadas que les estorban; porque
rebajan su dignidad por su familiaridad por personas de quienes
debieran hacerse respetar; por no huir de las ocasiones; por dar lugar a
las vanidades humanas; por su falta de mortificación interior y exterior;
por ver como secundarios sus sagrados deberes, como el Oficio Divino,
etc., sintiéndolos como pesada carga. Pero todo les viene por su
disipación, falta de oración y unión Conmigo; y esta falta tiene su raíz
¡ay! En la falta de amor, que es lo que más contrista mi corazón.
Necesita ahora más que nunca el Clero del calor de sus Pastores, del
cuidado de sus almas, de procurarles retiros y ejercicios, y atracción
paternal en todos los sentidos.
Satanás hace su cosecha con pecados ocultos, con ocasiones peligrosas,
con finos lazos de hipocresía traidora: las almas de los sacerdotes son
su manjar más codiciado.
Que las almas oren y se sacrifiquen en mi unión por esa parte escogida
que mucho necesita, en estos momentos críticos, de oraciones y
penitencias, de gracias especiales que se comprar con dolor.
He querido dar a mi Clero una lección de amor; he querido herir en lo
más íntimo el fondo del corazón de los míos. Y si no, ve quienes están
sufriendo en esta prueba por la que cruza mi Iglesia; mis sacerdotes y
religiosos. Y es que quiero purificarlos, acrisolar su virtud; porque si
mucho me hieren las ofensas ocultas, pero patentes a mis ojos, de los
que debieran ser solo míos.
Claro está que los buenos pagan por los malos, que hay almas inocentes
que sufren las consecuencias de las que no lo son, pero estas
precisamente puras y limpias, son las que están comprando gracias y
apresurando el tiempo de la libertad y de la paz.
Los Obispos tienen que cargar las culpas de sus hijos, cómo Yo tengo
que cargar las culpas de los míos. Purgarán sus deficiencias culpables
los que las tengan –Obispos y sacerdotes- y se purificarán con sus
penas el triunfo de la Iglesia y la santificación de los suyos.
No crean que todo es castigo en ésta época desoladora de la Iglesia, que
mucho es prueba para acrisolar la fe y la unión de los corazones.
Había mucha tierra en muchos de los que yo amo, y este sacudimiento
general, será saludable. Tampoco este sacudimiento general, será
saludable. Tampoco crean que Yo no veo los sufrimientos, ni escucho las
plegarias, pero tengo mis tiempos, y estoy haciendo reaccionar a
muchos corazones dormidos.
El triunfo vendrá por el Verbo, por el Espíritu Santo en el Padre, por
medio de María. Que todos esperen confiados y serenos, la hora de
Dios”.

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