Alonso Damaso - Dos Españoles Del Siglo de Oro

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NUNC COCNOSCO EX PARTE

TRENT UNIVERSITY
LIBRARY
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• -
DOS ESPAÑOLES DEL SIGLO DE ORO
BIBLIOTECA ROMANICA HISPANICA
Dirigida por DAMASO ALONSO

II. ESTUDIOS Y ENSAYOS


DAMASO ALONSO

DOS ESPAÑOLES DEL SIGLO


DE ORO
UN POETA MADRILEÑISTA, LATINISTA Y FRANCESISTA EN LA MI¬
TAD DEL SIGLO XVI.
EL FABIO DE LA “EPISTOLA MORAL”: SU CARA Y CRUZ EN
MEJICO Y EN ESPAÑA.

BIBLIOTECA ROMANICA HISPANICA


EDITORIAL GREDOS
MADRID
© Editorial Gredos. Madrid, 1960

N.° Regtr.°: 1688 - 60

Depósito legal: M. 2015-1960

Gráficas Cóndor, S. A.— Aviador Lindbergh, 5 — Madrid-2


909 60

QNDEB
A CARLOS PRIETO,
grande y generoso fomentador
de las relaciones culturales
entre Méjico y España.
,

.
NOTA PRELIMINAR

Madrid y Méjico, las dos grandes capitales de lengua castellana,,


han venido a juntarse —a través de dos vidas humanas— en el pre¬
sente libro.
El nombre de don Juan Hurtado de Mendoza —-hombre sensible,
humanísimo, de un humorismo ingenuo— deberá quedar siempre unido
al de la villa hoy capital de España, porque su interés por Madrid fue
un amor apasionado, casi una manía, algo así como ese sentimiento tan
especial —tan vivo y tan celoso— que llamamos ahora “madrileñismo”.
Era don Juan Hurtado de Mendoza como el gran consejero cultural
del Ayuntamiento de Madrid a mediados del siglo xvi.
Fue don Alonso Tello de Guzmán un corregidor de la ciudad de
Méjico a principios del siglo xvii : ambicioso, externamente social, y,
como casi todos los que fueron a América, muy deseoso de lucro. Péro
es indudable que junto con estas cualidades, después de todo tan huma¬
nas, tenía otras muy relevantes. Corregidor de Méjico, puso su inteli¬
gencia en la empresa, y es probable que se le llegara a interesar el
corazón. Y tuvo un claro sentido de urbanismo, que se diría a la mo¬
derna: la limpieza, la policía, el empedrado de las calles, la traída del
agua y el estado de las fuentes, el fausto y variedad de las fiestas públi¬
cas, la calidad de las comedias y e) arte de los representantes: éstas,
y otras parecidas, fueron atenciones que constantemente le ocuparon
durante su corregimiento. Tuvo un deseo de mejora y aun de “estilo’*
en el decoro material y espiritual de la ciudad que regía. Espero que
no se le olvide cuando de la historia de la ciudad de Méjico se trate.
El uno, de mediados del siglo xvi; el otro, de principios del xvii.
Don Juan, como un resol disminuido, del Renacimiento, con algo de
10 Dos españoles del siglo de oro

su serena nobleza; pero, como siempre en todo auténtico español, con


una honda raigambre metida en la Edad Media. Don Alonso, acuciado
por una sed material, pero, en esos años en que ya se podía presagiar
la declinación del poderío político, colaborador en el magnífico impulso
de organización y cultura de los países nuevos, impulso que llena
todo el siglo xvn y el xvm.
El Siglo de Oro español está representado en este libro por dos
hombres, pertenecientes sí a la clase rectora de la sociedad de esa época,
pero no por dos personalidades deslumbrantes, intensísimas, sino por
dos hombres medios, normales dentro de esa clase que representan. En
la labor conjunta de cientos y cientos de hombres de este nivel medio,
y no en las sucesiones reales o en las grandes batallas, está la entraña,
el contenido de la historia, de la que aquellos grandes hechos son for¬
mas o moldes generales. En fin, si en don Alonso se establece un
vínculo histórico permanente con Méjico, la nación hermana, don Juan
Hurtado de Mendoza —este abrasado en el más ardiente madrileñis-
mo —1abre una vía de contacto con quien menos se pensaría allá a media¬
dos del siglo xvi, con Francia, a través de la poesía lírica.
Estas son las relaciones, ya por semejanza, ya por contraste, que
veo entre las dos partes de este libro. Añadamos un par de contrastes
últimos: Don Juan Hurtado de Mendoza fue un puro “intelectual”,
un especulativo, un literato. Don Alonso, hombre vertido totalmente
hacia la praxis. Su momento de máxima relación con la literatura no fue,
ciertamente, un éxito para la literatura. Por los datos que poseemos, adi¬
vinamos en don Juan una vida tranquila, por todos respetada, próxima
a la posible felicidad en la tierra, sólo aquejada por enfermedades y
achaques de vejez. Fue la de don Alonso, azuzada por su deseo, con¬
trastada por el odio de muchos y, a la postre, destinada al fracaso.
Sólo ahora me doy cuenta de que he hablado, todo el tiempo,
de “vidas”, y debía haber hablado sólo de “fragmentos”. Porque
lo que sé de mis biografiados es mucho menos que lo que ignoro.
La investigación podrá traer nuevas iluminaciones rectificadoras a estas
dos imágenes en las que quise hacer vivir el pasado.
I

UN POETA MADRILEÑISTA, LATINISTA Y


FRANCESISTA EN LA MITAD DEL SIGLO XVI:
D. JUAN HURTADO DE MENDOZA

Dedico estas páginas a Antonio


Pérez, Gómez,, bibliófilo ejemplar
Me he visto obligado a formar el adjetivo francesista 'persona que
estudia la cultura francesa o aficionada a ella’. Gcdicista no me servía. En¬
cuentro en el Diccionario hispanista, latinista, germanista y helenista, pero
echo de menos anglicista, italianista, lusitanista (y portuguesista). Hay en
el mundo muchas gentes que se dedican al estudio de la cultura de Ingla¬
terra, Italia, Portugal, Francia, etc. Esos adjetivos (fácilmente sustantivados)
faltan, pues, en el Diccionario nuestro, donde también se buscarán en vano
anglofilo, francófilo, germanófilo, aunque sean voces dichas y escritas innu¬
merables veces. En cuanto a Francia, hay su problema: afrancesado no
nos sirve, porque es otra cosa; también gálicista tiene el inconveniente de
que en la tradición española se suele echar a mala pane. La afición de don
Juan Hurtado de Mendoza a la poesía francesa, sus intentos de adaptación
de las formas de esa poesía, de ningún modo merecen para él el sentido des¬
pectivo que hay en la voz galicista.
I

POETA TERRUÑERO Y MADRILEÑISTA

RASGOS DE LA POESÍA MODERNISTA

Todos recordamos esas características estrofas de Rubén Darío


(de tipo abab) cuya gracia (o, mejor, una de cuyas gracias) consiste
en como un principio de aceleración o desmoronamiento final. El
secreto reside en un cuarto endecasílabo de débil acentuación (sólo
en cuarta y décima sílabas):
Yo supe de dolor desde mi infancia:
mi juventud, ¿fué juventud la mía?
Sus rosas aún me dejan su fragancia,
una fragancia de melancolía...

Allí se ganan dones, gracias y artes;


allí, limpiezas de los querubines;
allí, del fin de amor los estandartes,
y las finezas de los serafines...

Y tímida ante el mundo, de manera


que encerrada en silencio no salía
sino cuando en la dulce primavera
era la hora de la melodía...

En el encanto colaboran muchas delicadezas: alguna reiteración,


como fragancia-fragancia, en la primera de estas estrofas; o fin-finezas-
serafines, en la segunda; o la aliteración de laterales (l) y labiales
(m, p, v) en los versos 1, 3 y 4 de la tercera.
14 Don Juan Hurtado de Mendoza

... Pero yo sé que mi lector no se dejará engañar por mí: la


segunda de estas estrofas, no, no es de Rubén Darío; es de un oscuro
poeta de 1550 que se llamó don Juan Hurtado de Mendoza.

PRIMERA APROXIMACIÓN A NUESTRO POETA

En la primavera de 1550, don Juan Hurtado de Mendoza publicó


en Alcalá, bellamente impreso por Juan de Brocar, un libro de ver¬
sos cuyo título empieza así: “Buen plazer trobado en trece discantes
de quarta rima Castellana”. En 1956 lo ha reproducido en pulqué-
rrimo facsímile el ilustre bibliófilo de Cieza Antonio Pérez Gómez.
Juan Hurtado de Mendoza no es un gran poeta, ni aun se puede
decir, con estricta justicia, que sea un buen poeta. Es, sí, en esa
mitad exacta del siglo xvi, extraño, extraordinario, interesantísimo.
Su libro, desde que llegó a mis manos hace pocos meses, me ha
estado volviendo a la •mente una y otra vez, tentándome, reclamán¬
dome con sus muchas facetas, que reflejan cada una un color diferente.
Y no es la menor de estas atracciones la del problema mismo de
la modesta personalidad literaria del autor: cuál era su sensibilidad y
qué se propuso hacer; pero no hay problema en cuanto al éxito:
el Buen plazer trobado cayó en el vacío (vacío que no llenan unos
cuantos elogios aislados, debidos en gran parte a la amistad y a la
alta posición social de don Juan)2. Más adelante discutiremos3 la
noticia de una traducción del Buen plazer al latín. Aunque sea ver¬
dad —4o cual no es seguro—, no altera en nada nuestra afirmación:
la figura de don Juan Hurtado de Mendoza —centro de atracción
social y literaria para algunos grupos selectos, a mediados del si¬
glo xvi— se extingue sin dejar rastro alguno apreciable en la lite¬
ratura española.

2 Gallardo (que se equivocó en atribuirle El Caballero Cristiano, obra,


evidentemente, de un homónimo. Antequera, 1570) hizo un discreto elogio
de nuestro autor en El Criticón, núm. 3, pág. 11: le alaba en lo que se le
puede alabar, y no emite ahí juicio sobre la poesía (v. más abajo, pág. 16).
Gayangos, en cambio, como si se cayera de un guindo, llamó al Buen plazer
“lindísima colección de poesías” ¡Estaba fresco! (Cartas de Eugenio de Sola¬
zar, Bibliófilos Españoles, Madrid, 1866, pág. x).
3 Más abajo, págs. 54-56.
Poeta terruñero y madrileñista 15

POESÍA LOCALISTA Y REALISTA

No piense el lector que quiero descubrir un Rubén Darío del


siglo xvi. Los momentos en que Hurtado de Mendoza puede recordar
algo de los gustos modernistas de hacia 1900 son rarísimos, y proba¬
blemente el citado por mí es el más evidente de todos. Hay aquí
y allá en el Buen plazer trabado y también en la Alvomda trobada,
obrita del mismo Hurtado (impresa entre 1546 y 1555 4), gracia y
aun ternura, pero estas cualidades se gozan a lo largo de uno o de
dos versos; de pronto, siempre, un tropezón y una caída.
Desarrolla a veces comparaciones que andan entre delicadas o
graciosas, como esta de la primeriza gata parida:
Como alterada gata primeriza,
que sube a los desvanes sus gatillos,
y si la vays a ver, se escandaliza,
tal es mi vil amor con sus gustillos.
(Fol. 8.)

O esta de la negra, en boda de blancos:


Y como negra en boda, con zarcillos,
que se parece muy hidalga y blanca,
porque entra ya en solazes y corrillos
de blancas que la llaman “Doña Blanca”...
(Fol. 8.)

4 La Alvomda trobada (sólo cuatro hojas) contiene doce sonetos al


Nacimiento de Cristo y temas próximos, precedidos de otro soneto, dedicato¬
ria a Juan Martínez Silíceo, Arzobispo de Toledo. La A inicial lleva el lema
y el sombrero arzobispales: Silíceo fue hecho Cardenal en 1555 y murió
en 1557. Cada soneto lleva al final una coplilla de tres versos, el primero
y el tercero de cuatro sílabas, y ambos aconsonantados entre sí; y el segundo,
de ocho sílabas (es decir, a B a). Esta coplilla, independiente del soneto en
cuanto a rima, le sirve, pues, como de curioso estrambote. El sentido aún
se prolonga en otras dos, de la misma estructura, que van impresas a un
lado y otro del soneto, en dirección perpendicular a las líneas de la plana.
En el Buen plazer trabado, una sola coplilla de ese mismo tipo —pero en
la disposición tipográfica corriente— va como “Respuesta” del autor a cada
uno de los sonetos que le dedican sus amigos en los preliminares y finales
del libro. La Alvorada trobada, que no puede ser anterior a los principios
de 1546, en que Sihceo recibe el arzobispado de Toledo, ha sido también
reproducida en facsímile por el benemérito Antonio Pérez Gómez.
16 Don Juan Hurtado de Mendoza

Hurtado de Mendoza es un poeta casero y amigo de la realidad,


de las cosas de todos los días; de ellas toma sus imágenes, en ver¬
dad poco aladas:
Bien como la parlera ansiosa rana,
por dulce pasatiempo, en su laguna,
con bozinglera música villana
en barruntando lluvia os importuna:
assí la sed y próspera fortuna
del vano amor humano nos molesta...
(Fol. 4 v.)* * * 5
Suelen dezir “que llueva, que no llueva,
pan ay en Origüela”, porque el río
siempre le da de frutos buena nueva
con su continuo y largo regadío:
bien tal quien de Dios cuelga sin desvío,
por limpio amor su ilustre ley siguiendo,
aquel, aquel no queda manvazío... ,
(Fol. 10.)

Gallardo dice con razón que el Buen plazer está escrito “con
tanta llaneza que ya toca a las veces en trivialidad” 6. ¡ Y aun más
que “a las veces”! Es ésta poesía muy de materia concreta, tangi¬
ble, y de voces ásperas y rurales:
Goza el gañán de la podrida olla,
mientras sus bueyes gozan del pesebre,
y por sus migas, ajos y cebolla
dexa la sobrehúsa, salsa y pebre.
No teme por invierno que en él quiebre
de las cargadas nubes el desgarro
y quando caen las nieves con la liebre,
por muy hidalgo tiene a su mantarro.
(Fol. 18.)

Su musa casera gusta de entremeter historietas como la de Mingo


Ranz y Gil Ricorte (fol. 11) o la de Vicent Gil (fol. 27). Quizá

La foliación en el driginal, en números romanos; citaré siempre por


arábigos. A los preliminares (ocho hojas, incluyendo la portada), que en el
libro están sin foliar, les doy una foliación del 1 al 8, entre paréntesis
cuadrados.
6 Ensayo, III, col. 245.
Poeta terruñero y madrileñista
____17
Curtius hubiera pensado que este final de capítulo (“discante”! ~r
íenecía a los famosos “topoi”: per~

Por no ser más pesado y más prolixo


de aqueste mi discante me despido,
y porque Dios la brevedad bendixo,
y porque siento no sé qué ruido7.
(Fol. 6 v.)

Ante casos como éste, Curtius 8 imaginaba siempre que el escritor


seguía un uso literario. Pero ¿por qué tradición literaria y experiencia
real han de excluirse mutuamente? Véase cómo empieza otro “dis¬
cante ; y no hay duda que habla de su experiencia inmediata, de
una persona de carne y hueso:

Diego Fernández9, tapiador nombrado


tapiando en nuestra casa me dezía
que se sintie cansado y quebrantado
el día 10 que hazienda no hazía.
Y quando de holgar passaba el día
tornando a su trabajo descansaba
y que quando la pascua no ludía
mayor cansancio del holgar hallaba.
Aquesto no era porque le pesaba
porque en el día del domingo o fiesta
dineros de jornales no ganaba,
sino porque era su costumbre aquesta.
(Fol. 24 v.)

Habla de lo vivido, lo mismo para dar una variación al exordio


(nada, pues, de “Exordialtopik”), que para cerrar con una ligera gra¬
cia uno de sus “discantes”.

7 Tal vez, aquí, este aficionado a la literatura de Francia recuerda el


giro francés “et ... et”.
8 Véase § 5. Schlusstopik, en el cap. 5 de Europáische Literatur und
Lateinisches Mittelalter.
9 Probablemente el “Diego tapiador” que figura como compadre en una
partida de bautismo de 1533 (Parroquia de San Ginés, Bautismos, 2.a Parte
del Libro l.°, fol. 53 v.).
10 Corrijo la errata (“deha”) del original.

2
Don Juan Hurtado de Mendoza
18

LENGUAJE TERRUÑERO Y ARCAIZANTE

Gusta don Juan Hurtado de injerir refranes y frases hechas: “cob-


dicia mala dizque saco vierte” (fol. 4), “Según dize un^ refrán de
poco precio / gusto y desgusto sarna deve ser” (fol. 14), “como Axa
sin dueño”, “donde rueda el majadero” (fol. 25 v.); y ya salió algún,
otro en ejemplos anteriores, etc. Usa muchas voces que eran ya
arcaísmos o iban a serlo- pronto, y que a mediados del siglo xvi ya no
aparecen con tanta frecuencia en los escritores cultos, aunque segu¬
ramente la mayor parte de ellas eran todavía usadas a diario en los
medios rurales:
previllejo (fol. [2]), duendecasas 'duendes’ (fol. [6] v.), fiuza (fol. 2 v.), froga,
frogar 'fraguar’ (fols. 5 v. y 6) fuslera (fol. 7 v.), péñola, a escala hita
(fol. 8), conchavarse (fol. 9), manvazío (fol. 10), qualque (fol. 10 v.), al
’otra cosa’ (fol. 12 v.), buey hobacho12 (fol. 14 v.), sobrehúsa (fol. 18;
existe aún en Andalucía), relligion (fol. 18), no nos cale (fol. 20), hiebre
'fiebre’ (fol. 22 v.), duechos 'duchos’ (fol. 24 v.), mil vegadas (fol. 26),
regañar 'enseñar el perro los dientes’ (fol. 26 v.), alambre 'bronce’ (fol. 29 v.),
matiego, ahetrar, desahetrar (fol. 30)13, endurar 'diferir’ (fol. 30 v.), xira
'festín’ (fol. 21 v.), desorden, femenino (fol. 32 v.); catad 'mirad’ (fol. 35 v.),
cutir (fol. 39 v.), Cañillejas (fol. 40), el desprez 'el desprecio’ (fol. 46 v.),
poridades (Alvorada .., Son. 1).

También en su morfología y sintaxis son frecuentes formas que


parece proyectan sobre mediados del xvi un recuerdo de los últimos
siglos de la Edad Media: constantemente encontramos en este autor

11 Froga, en Eugenio de Salazar, Cartas, edición Bibliófilos Españoles,


Madrid, 1866, pág. 2 (y pág. 101, donde se citan otras autoridades).
12 Hobacho: 'flojo para el trabajo por excesivas carnes’ (véase el pro¬
blema etimológico en Corominas, DCEC). El pasaje del Buen plazer es éstet
Las velas al soez plazer desplega
el hombre descosido y sin empacho,
que sin querer mirar razón se ciega
como lechón de biuda y buey hobacho.

13 Deshetrar, en Eugenio de Salazar, Cartas, ed. Bibliófilos Españoles,


págs. 62 y 99; véase desahetrado, en Alvar Gómez, más abajo, pág. 57
Poeta terruñero y madrileñista
19

imperfectos y condicionales en -ié: gozarié, debrié, sintié, amé, avien


o subjuntivos como luza, deslaza 'luzca’, 'desluzca’ (fol. 29 v.)15. Note¬
mos aun la muy frecuente anteposición del pronombre al infinitivo
y al gerundio : “con se mezclar en qualque limpio oficio” (fol 11)-
“en se sufrir”, “por me hazer” (fol. 13 v.); “a nos cercar” (fo¬
lio 14 v.); “se recreando” (fol. 22 v.); y mucho ante adjetivo:
mucho caras (fol. 20 v.), mucho cuydosa (fol. 24 v.)‘.
Hurtado de Mendoza tenía cincuenta y dos años al escribir su
libro:
Suelen también los viejos recrearse
y aver plazer quando les dan audiencia,
y recontar sus cuentos y alargarse,
con títulos de darnos esperiencia.
En esta relligión y bella sciencia,
con mis cinquenta y dos me voy entrando,
trayendo cuentos viejos a evidencia
y con dezirlos mi alma recreando.
(Fol. 18.)

No podemos menos de ver, por tanto, en las mencionadas formas


del ñama de nuestro poeta, usos del castellano hablado en Madrid 18
a principios del siglo xvi.

¿UN RASGO MOZÁRABE MADRILEÑO?

Según los versos últimamente citados, debía de haber nacido en


1497, o poco antes17. Podemos decir que en Juan Hurtado de Men-

Con pronunciación de -ié en una sola sílaba; así siempre en interior


de verso (“Bastar debrie si un vil se desvergüenza”, fol. 7; “luego podrie mi
troba gustos daros”, fol. 13). Las formas en -ía aparecen siempre en fin de
verso (y alguna rara vez en el interior: “que buen plazer podría ser nom¬
brado”, fol. 9).
15 Acreditados por la rima.
El tinte rural del lenguaje de este libro se intensifica cuando el autor
refiere historietas como la del casamentero Mingo Ranz, Gil Ricorte, el clé¬
rigo y su sobrina (fol. 11).
17 Si se tiene en cuenta la fecha de la licencia (setiembre de 1549), y
suponiendo que el libro se publicó muy poco después de redactado (hay varios
pormenores que lo hacen probable), don Juan debería haber nacido antes
20 Don Juan Hurtado de Mendoza

doza (a mediados del siglo xvi) aún se manifiestan sabrosos rasgos del
habla madrileña de fines de la Edad Media, y en ellos también, quizá,
quizá, algún recuerdo del lejano mozarabismo de Castilla la Nueva.
Para esto último hay un pasaje precioso en el Buen plazer, pero,
por desgracia, no completado como se promete. Dice, dirigiéndose a
los hipocritillas:
Y si de afeyte y máscara gozáys,
mostrándoos que a virtud andáys conjunto
yegua y potrico más de lo que andáys
y que de la virtud soys un trasunto,
suplicóos yo, pues es un breve punto
el gozo del hypócrita flautado,
que deys a trueco el falso contrapunto
por un buen canto llano descansado.
(Fol. 33 v.)

No se comprenderá sin la siguiente nota marginal que lleva la pri¬


mera de estas dos estrofas:
Esto que dice “yegua y potrico” presupone un cuento gracioso, de quando
se determinó en Hortaleza, aldea de Madrid, que de la villa al aldea avia
“legua y poquito”, por dezir que era muy larga legua, presentando el padrino
al novio en redoma una yegua y un potrico; contarse ha en los comentos
desta obra cómo fué.

Por desgracia, no aparecen por ningún lado en el libro esos pro*


metidos comentos 1S.

de setiembre de 1497, verosímilmente en ese año o en los últimos meses


de 1496. El Buen plazer no pudo estar concluido antes de octubre de 1548,
pues en él se menciona el viaje del príncipe don Felipe, comenzado en esa
fecha. Si buscamos más rigor, podemos decir que el nacimiento de don Juan
tuvo que ocurrir después de octubre de 1495 y antes de setiembre de 1497;
me parece más probable la cercanía al término ad quem. Claro que ni aun
así se puede afirmar nada seguro (el pasaje en que dice tener cincuenta y dos
años pudo estar escrito antes). Sin embargo, son muchos los indicios que
llevan hacia 1497 (o 1496, o todo lo más los últimos meses de 1495).
18 En nada nos indemnizan los pesadísimos “argumentos” que van al
final del libro, “escritos por el padre Fray Francisco Tofiño, a instancia del
autor”. Esos comentos que no aparecen, se nos prometen varias veces, siem¬
pre en notas marginales. Véase el segundo soneto a la Villa de Madrid, en
los preliminares, fol. [3].
Poeta terruñero y madrileñista 21

Ya se entiende, sin embargo, el sentido de los versos: el autor


se dirige a los que fingen que andan, al par de la virtud, un poquito
más de lo que en realidad progresan por ese camino. Con su habitual
inocentón y familiar humorismo, el poeta echa mano de la expresión
“legua y poquito”, usada por los de Hortaleza para expresar su dis¬
tancia de la capital; pero la emplea en la forma “yegua y potrico”,
en que algunos hortaleceños, sin duda, la usaban.
Ahora bien: Menéndez Pidal ha mostrado en los Orígenes del
Español (§ 44) la existencia en el territorio mozárabe del fenómeno
de la palatalización de la Por ejemplo, la voz lengua aparece como
yengua en un botánico de Córdoba del siglo x. Menéndez Pidal se
pregunta si las grafías árabes, que se corresponden con nuestra y-,
representan una verdadera pronunciación yeísta o se deben a la no
existencia en el alfabeto árabe de un signo para nuestro sonido //-.
í resulta que ahí en Hortaleza, al lado de Madrid, legua podía
confundirse con yegua; todo parece indicar que en esa aldea madri¬
leña, en lugar de legua, todavía en el siglo xvi pronunciaban llegua
o yegua; es lo que puede explicar que ya el hablante alterara incons¬
cientemente el final del sintagma (para adaptarlo al ambiente semán¬
tico de yegua ’hembra del caballo’): “yegua y potrico”. ¡Lástima
que no poseamos el comentario en el que Hurtado de Mendoza rela¬
taría el cuento! Sin él no podemos sino sugerir —-y no afirmar—*
la explicación que hemos dado.

MADRILEÑISMO AFECTIVO

En la Alvorada trabada le resulta grato a Hurtado de Mendoza


recordar la traducción Silíceo = 'Guijeño’19 del apellido del Arzobis¬
po: junto con el lema Eximunt tangentia ignem, que usaba Silíceo,
le recuerda al poeta el pedernal de su querido Madrid. Y dice en
una de las coplillas impresas de arriba abajo a los lados de los sonetos,
en el soneto I:

19 Sabido es que había vertido su apellido español traduciéndolo por


“Siliceus”: “a silicis nomine Latino, quo exprimere voluit patrium ac fami-
liare cognomen Guixeño seu Pedernales, sodalis cuiusdam Parisiensis se-
quutus”, nos dice N. Antonio.
22 Don Juan Hurtado de Mendoza

Esculpid
vuestra insignia en pedernales
de Madrid.

Madrid asoma por todas partes en la obra de Hurtado. A Madrid


está dedicado el Buen plazer, desde la portada misma: “dirigido a
la muy insigne y llena de nobleza y de buen lustre, la cortesana villa
de Madrid su muy amada patria”.
Cuatro sonetos a la villa de Madrid (dos en los preliminares y
dos en la parte final), y los comentarios (en notas marginales) a algu¬
nos de estos sonetos2"; más dos grabados, uno excelente (y varias
veces reproducido —o imitado— desde el mismo siglo xvi) de las
armas de Madrid, en la portada, y otro de la divisa del pedernal
(“rompe y luze”) en los finales; más una larga carta del autor “al
muy Illustre ayuntamiento de los señores regidores de la muy insigne
villa de Madrid”; éstos son los títulos en que me baso para llamar a
Juan Hurtado de Mendoza el más madrileño de los escritores del
siglo xvi21 y uno de los mayores enamorados de la villa hoy capital
de España. Encontraremos muchas más pruebas de ese amor.
Véase el epígrafe del primero de esos cuatro sonetos: “Soneto del
autor a la misma Madrid 22 por donde le dirige esta troba llamada
Buen plazer: y ofrece su musa al amor y vela en sus loores”.
El segundo soneto tiene como tema los nombres, que considera
sucesivos, de Mantua (por ser sitio dispuesto “al natural pronosticar”),
Mayoritum (nombre dado por “los que tu cerca acrecentaron”), Ma¬
drid y Ossaria. Explica los dos primeros. Y aún en nota dice del de
Mayoritum: “No cabía en la Mantua nuestra más de la parrochia
de Santa María, y en el Maioritum caben nueve parrochias dentro de
la segunda cerca sin las del arrabal. El fundamento desto se espera
dezir en comentos desta obra”. Todavía otra nota remacha los versos
del soneto en que se afirma que el amplio suelo y cielo de Madrid

20 No se pierde ocasión de mencionar a Madrid: de don Felipe de Gue¬


vara, que escribe un soneto en los preliminares (fol. [3] v.) se nos advierte
que es vecino de Madrid; otro sonetista, al final del libro, es el clérigo Luis
de Santa Cruz, “vezino de Cañillejas, natural de Madrid” (fol. 40).
Podría compartir el título, en todo caso, con López de Hoyos; el
amor de Hurtado de Mendoza a Madrid es aún más tierno y más ahincado.
22 Fol. [2] v.
Poeta terruñero y madrileñista 23

favorece la pronosticación, e insiste la nota en el nombre de Mantua


y vuelve a prometer comentos23. (Pero ya he dicho que los comen¬
tarios, tantas veces prometidos, no figuran en la obra.) Con el soneto
tercero va el emblema del “rompe y luze” (un pedernal, parcialmente
sumergido en agua, emite muchas chispas, y el agua alimenta una
fuente que hay en la parte inferior): todo como simbolización del
1 refrán antiguo 'Madrid la Ossaria, cercada de fuego y armada sobre
agua’ ”24. El cuarto y último soneto nos llevaría ahora a un tema
—el de las armas de Madrid— del que hemos de tratar después.

23 Fol. [3].
24 Fol. 38 v.
II

DATOS BIOGRÁFICOS: LA FAMILIA

FERNÁNDEZ DE OVIEDO DA NO¬


TICIAS SOBRE NUESTRO POETA

Pertenecía don Juan Hurtado a una de las más ilustres casas de


la nobleza española. En las Noticias de Madrid y de las familias
madrileñas de su tiempo>, por Gonzalo Fernández de Oviedo, que
Julián Paz tuvo el excelente acuerdo de sacar de Las Quincuagenas
de los Reyes, Duques, Caballeros y personas notables de España \
un nombre amigo que aparece una y otra vez es el de nuestro poeta.
Fernández de Oviedo escribía esas páginas en Santo Domingo, por
los años de 1555 y 1556, cuando tenía setenta y siete o setenta y
ocho años \
Pasemos al linaje ilustre de Mendoza en Madrid, donde hay dos mayo¬
razgos. El uno es: Don Juan Hurtado de Mendoza, Señor de Fresno de
Torote, el cual es biznieto, o hijo de biznieto del muy Ilustre Marqués
de Santillana, Don Iñigo López de Mendoza, que llaman de los Proverbios.
Al cual no le pongo aquí por vecino de Madrid, mas por uno de los muy
esforzados, y excelente varón para este catálogo de los ilustres Señores y
caballeros famosos que España tuvo en su tiempo, así por su particular
esfuerzo y doctrina militar, y valiente lanza que fué, por su persona y gran
resplandor de su alto linaje, como por las letras y ciencia de famoso y
católico poeta y orador según por lo que escribió paresce.

1 En Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo (Ayuntamiento de Ma¬


drid), XVI, 1947, págs. 273-332.
2 Ibid., págs. 276 y 312-313.
Datos biográficos: ta familia 25

Don Johan Hurtado de Mendoza, Señor de Fresno, no tiene tanta renta


como él meresce y es bastante en virtudes y doctrina y alto ingenio y docto
poeta y orador, honroso varón, en estos nuestros tiempos, a su patria, de
quien tractamos, y aun a toda la nasción Castellana 3 4.

Téngase presente (porque la redacción no es demasiado clara) que


cuando dice “Al cual no le pongo aquí”, etc., habla del Marqués de
Santillana, como lo prueba la expresión “en su tiempo”, que ocurre
poco más abajo (compárese con “en nuestros tiempos”, en el segundo
párrafo, al hablar de don Juan).
Algo más adelante dice que Pedro Núñez “casó con doña Leonor
de Mendoza, hija de don Juan Hurtado de Mendoza, Señor de Fresno
de Torote y de doña María Condulmario” \ Pero este don Juan no
es sino el padre de nuestro escritor. Anotemos el nombre de la madre
(María Condulmario) y el de una hermana (Leonor). Todo lo vamos
a ver confirmado en seguida.
Todavía, al hablar de San Isidro, nos da Fernández de Oviedo
noticia de otras actividades literarias de Hurtado de Mendoza y expresa
cuánta fe tenía en el criterio de su amigo:
Paréceme que el Señor Don Juan Hurtado de Mendoza, Señor de Fresno
de Torote y vecino de Madrid, excelente poeta, que hoy vive, me dijo
en aquella villa, el año de 1547, que escribía en loor de Madrid y de este
bienaventurado Esidro. A él me remito, que yo estoy cierto que lo sabrá
muy bien hacer; yo le quisiera comunicar estas mis Quincuagenas con él
antes que otros las juzguen, pero en cualquier tiempo que las vea le suplico'
las corrija y enmiende5.

Habla de esta obra acerca de San Isidro León Pinelo: “escribió


[don Juan Hurtado de Mendoza] un libro de la Vida de San Isidro
que se guarda en el archivo de la iglesia de San Andrés” 6. Nicolás
Antonio la cita, basado probablemente en León Pinelo (“quae quidem
adservari dicitur in archivio Sant-Andreanae ecclesiae...”). Por las
palabras de Alvarez y Baena (“que se guardaba ms. en el Archivo
de la parroquia de San Andrés”)7 se diría que en su época no se

3 Ibid., págs. 285-286.


4 Ibid., pág. 306.
5 Ibid., pág. 313.
6 Citado por Gallardo, Ensayo, III, col. 243.
7 Véase, más abajo, págs. 26-27.
26 Don Juan Hurtado de Mendoza

encontraba. Hoy día existe en un manuscrito de la Nacional copia


de un epitafio latino de San Isidro, que allí mismo se dice obra de
don Juan 8. Acompañan al texto latino una traducción castellana (pro¬
bablemente obra suya) y un escudo con divisa, que tiene todas las
apariencias de ser también de él (todo de mano de quien copió el
epitafio).

NOTICIAS QUE DAN ÁLVAREZ Y


BAENA Y GUTIÉRREZ CORONEL

En el tercer tomo de los Hijos de Madrid9, don José Antonio


Alvarez y Baena nos dejó una breve biografía de don Juan Hurtado
de Mendoza. Hela aquí:

Juan Hurtado de Mendoza (D.) III Señor del Fresno de Torote, e


Fijo de D. Juan Hurtado de Mendoza, y de Doña María de Condelmario,
poseyó la antigua casa de Mendoza en Madrid, Parroquia de San Ginés;
cuyo material edificio ha permanecido hasta este tiempo en que los Padres
de San Felipe Neri la han incluido en la suya, que han labrado en la

8 En el ms. 6.149 de la Bibl. Nac., fol. 133 v., se conserva el siguiente


“Epitaphium”: “Isidoro agricolae et vitae sanctimonia et innumeris miraculis
clarissimo cuius felix corpus hoc diui Andreae Saccello continetur, animum
autem eius tum fides et candor tum amor et pietas celesti curiae et aulae mérito
ascrisserunt. Hic plañe non delirat in terris qui fidem et sinceritatem serit
cumque vita et morte tranquilo animo sit coronam denique inmortalem velut
messem apud celites percipit”. A continuación un escudo a pluma coronado
por una cruz (a la izquierda, una aguijada o limpiadera de arado; a la dere¬
cha, una hoz; en el centro, ¿plantas?; alrededor, en orla, “Quien águila
asi a Dios llega, goza y siega”). A continuación: “Esta diuisa con su letra
hizo a S. Ysidro don Juan Hurtado de Mendoza que llamaron “el filósofo”.
Señor de Fresno de Torote; hízola año de 1543”. En el mismo ms. se con¬
tiene una vida,, en castellano, de San Isidro (“Historia que se dize escrita
por Juan el Diácono”), la cual empieza al fol. 119. En el fol. 132 v. está
la siguiente traducción del epitafio antes transcrito: “Al muy esclarecido
labrador Ysidre, así en santidad de vida como en milagros que no tienen
cuento, cuyo dichoso cuerpo está en esta capilla de San Andrés, por la una
parte fe y clara limpieqa y por la otra amor y devoción ganaron asiento
para su anima en los libros de la casa y corte celestial. Aquel verdaderamente
no pierde surco en este mundo que siembra fe y synceridad y allende de
[tachado] que en la vida y en la muerte el tal de vn buen reposo de su
anima haze finalmente en el cielo su agosto de corona que nunca morirá”
Madrid, 1790, págs. 108-109.
Datos biográficos: la familia 27

calle de los Bordadores, comprehendiendo también una pequeña plazuela


que tenía delante, llamada de Anaya. Fué Regidor de esta Villa, que le
nombró por su Procurador de Cortes, para las que el Emperador Carlos V
celebró en Valladolid año de 1544; y concluidas, mandándole el César
pidiese merced, solo pidió concediese S. M. al escudo de armas de su
patria la Corona Imperial, que usaba en las Reales, como lo hizo. En esto
mostró la generosidad de su ánimo, pues pudiendo por sus servicios pedir
cosa que cediese en aumento de su Casa, quiso posponer el acrecentamiento
-de su persona al honor de esta Villa. Casó este Caballero con Doña Nuil?
■de Bozmediano, hija de Juan de Bozmediano, Secretario del Emperador, y
de Doña Juana de Barros; y tuvo en ella a D. Juan, que sucedió en la
Casa, a D. Fernando, Escritor, y a Doña María, muger de D. Gaspar Ramí¬
rez de Vargas. Su aplicación a todo género de letras y estudios fué tanta,
que era llamado el Filósofo. Esta preciosa calidad hizo que le tratasen los
hombres sabios y le remitiesen sus obras, como Eugenio de Salazar hizo
con la graciosa carta que escribió pintando la vida de los Catarriberas, y que
Marineo Sículo hiciese de él honrosa mención con estas palabras: Cuyas
obras elegantemente escritas leimos, aunque hasta ahora no son publicadas 10.

Termina con una breve mención de El buen plazer trabado y,


como ya se ha dicho antes, de la Vida de San Isidro.
En el plano de Madrid, de Teixeira, se ve muy bien * 11 esa placita
de Anaya (apenas un pequeño entrante) en la acera izquierda de la
calle de Bordadores, cerca de la calle Mayor, según se baja de ésta
a la del Arenal.
Casi todos los datos que nos comunica Alvarez y Baena son exac¬
tos. Gutiérrez Coronel12 nos dice que el tronco de la familia está

10 Marineo Sículo, lib. 25, fol. 249, b. D. Nic. Ant. tom. I, pág. 712,
2.a edic. y los A.A. de Madrid. [Nota de Alvarez y Baena.]
11 Véanse en Teixeira los que en el siglo xvii eran iglesia y convento
de la Compañía de Jesús y que en la segunda mitad del siglo xvm fueron
ocupados por los PP. de San Felipe de Neri, en la hoy llamada calle de San
Felipe de Neri, la cual hace esquina con la de Bordadores (Guía de Madrid
para el año 1656, publícala ... Luis Martínez Kleiser, Madrid, 1926, par¬
cela núm. 10, pág. 87; Mesonero Romanos, El antiguo Madrid, I, Madrid,
1881, pág. 263). Tenidas en cuenta las explicaciones de Alvarez y Baena.
la casa de Hurtado de Mendoza tiene que ser una de las tres fachadas que
•en el plano de Teixeira dan a la plazuela (se pensaría' que no las de los
lados, sino la que tiene “delante” la plazuela; sin embargo, parece más sun¬
tuosa la casa del lado más alejado de la calle Mayor).
12 Véase Gutiérrez Coronel, Historia genealógica de la casa de Men¬
doza, Arch. Hist. Nac., Osuna, legajo 3.408, tomo III, fols. 76 y sigs.
28 Don Juan Hurtado de Mendoza

en don Juan Hurtado de Mendoza, hijo de don Iñigo López de Men¬


doza, Marqués de Santillana, y de su esposa doña Catalina Suárez
de Figueroa. Don Juan heredó de ellos el mayorazgo, vinculado en
“las villas y lugares de Fresno de Torote, Colmenar de la Sierra, el
Cardoso y el Vado de las Estacas”. En realidad, en el testamento del
Marqués, estos pueblos se dejaban para otro hijo —Gutiérrez Coronel
no habla de esto—, pero un arreglo posterior habría hecho que corres¬
pondieran a don Juan 13.
Este don Juan Hurtado de Mendoza, al que los genealogistas llaman
primer señor de Fresno de Torote, casó dos veces, y el mayorazgo se
desdobló entre el hijo único del primer matrimonio y el hijo mayor
del segundo.
De la segunda esposa, doña Leonor de Luján, fue el primer hijo
don Juan Hurtado de Mendoza; a éste correspondió el señorío de
Fresno de Torote.
Este don Juan Hurtado de Mendoza, segundo señor de Fresno de
Torote, casó con doña María Cordulmario, “hija de don Gabriel Con-
delmario, cavallero noble de Benecia” 14, y de Ana de Barrientos, su
mujer. De ellos nació don Juan Hurtado de Mendoza, tercer señor
de Fresno de Torote, nuestro poeta. Era, pues, biznieto de Santi¬
llana 1S.
Si fue Regidor de Madrid, como dice Alvarez y Baena, lo hemos
de discutir después 16; se equivoca, desde luego, el autor de los Hijos
de Madrid al creer que el poeta del Buen plazer fue el padre de

13 En el testamento del Marqués (8 de mayo 1455), Fresno de Torote


se dejaba a su hijo don Diego (Rev. Hisp. XXV, 1911, pág. 116, y Layna
Serrano, Hist. de Guadalajara y de sus Mendozas..., I, Madrid, 1942, pá¬
gina 316). Según Layna Serrano (obra cit., II, pág. 75), en la avenencia
que tuvieron los hijos, pasó Fresno de Torote a don Juan (sin embargo, no
veo tal cambio en el texto de la Iguala y cruenencia que publica Layna Se¬
rrano, I, pág. 334).
14 Condulmario aparece muchas veces deformado, lo mismo en el muy
tardío Gutiérrez Coronel que en los documentos del siglo xvi. Probablemente1
es el mismo famoso linaje veneciano Condulmer (Condulmero, Condulmerio).
15 Queda así resuelta la duda de Fernández de Oviedo, quien no sabía
—a pesar de ser amigos— si nuestro don Juan era biznieto o tataranieto de
Santillana. Véase más arriba, pág. 24.
16 Más abajo, págs. 40 y sigs.
Datos biográficos: la familia 29

don Femando de Mendoza, escritor, cuando no fue sino abuelo 17. En


fin, la corona concedida a Madrid no fue “Imperial”, como afirma
Alvarez y Baena, sino reall8.
Una investigación que personalmente he hecho en los Libros de
Baptismo de la parroquia madrileña de San Ginés me ha dado abun¬
dante comprobación documental de esos datos y me ha permitido aña¬
dir muchos otros 19.

DON JUAN HURTADO DE MENDOZA Y DOÑA MA¬


RÍA CONDULMARIO, PADRES DE NUESTRO ESCRITOR

E$te nieto de Santillana fue el segundo señor de Fresno de Torote.


El Libro l.° de Bautismos de San Ginés va de enero de 1498
a febrero de 1520. Allí, en una larga retahila de bautismos de recién
convertidos (febrero de 1502), figuran don Juan y doña María hasta
once veces20 como padrinos. Es siempre de notar (aunque no sea
observación nueva) que los conversos tomaban frecuentemente los
nombres de sus padrinos.
El 14 de febrero reciben el bautismo “Juan de Mendoza e Gabriel de
Mendoza e Luys Condumario”. Fue padrino “don Juan Furtado de Mendoza”,
comadre “Doña María Condulmaria” (fol. C). A veces se menciona sólo
el nuevo nombre de los neófitos; otras veces aparece el antiguo de ellos
o de sus familiares. He aquí dos ejemplos:
Leonor, muger de Juan de Mendoca ... 19 de Hebrero 1502 ... padrinos
el señor don Juan Furtado de Mendoza ... madrinas la señora doña María
de Condulmaria ... (Fol. CI.)
Este dicho dia [20 de febrero 1502] fue bautizada Juana Fernandez muger
que fue de Ali Algas, fueron padrinos el señor don Juan Furtado de Men-

17 Más abajo, pág. 36.


18 Corona real, del antiguo tipo “abierto”. Así se ve con toda claridad
en el grabado del escudo de Madrid que figura en el Buen plazer.
19 Debo dar las gracias al muy ilustrado señor Párroco de San Ginés,
don José Ignacio Marín, por la exquisita amabilidad con que me ha aten¬
dido; a pesar de las obras que ahora se realizan en el archivo, he podido ver
en la propia casa del señor Párroco. todos los tomos que me hacían falta
20 He hecho un rápido recuento: los bautismos que nos interesan van
del 14 al 22 de febrero de 1502, San Ginés, Libro 1° de Bautismos, fo¬
lios C-CI v. Esta lista de bautismos de recién convertidos, de 1502, está fuera
del lugar que en el mencionado libro correspondería por orden cronológico.
30 Don Juan Hurtado de Mendoza

do^a e Ygnigo de Mondón, madrinas doña María muger del dicho señor
don Juan ... (Fol. CI v.)

Por lo que toca ai “señor don Juan Furtado de Mendoza” y a la


“señora doña María Condulmario”, padrinos, no hay la menor duda:
el nombre de don Juan aparece siempre así (precedido o no por “el
señor”); el de doña María va seguido- o no del apellido (frecuente¬
mente en femenino “Condu(l)maria”, según era usual en el siglo xvi);
a veces se la llama sólo “doña María, muger del dicho señor don
Juan”, o “doña María, muger de don Juan”. ¡Cuántos Mendozas y
Condulmarios de sangre mora! Era curiosa la costumbre de dar los
propios apellidos.
Aparte esta lista de reciénconvertidos, encontramos a don Juan
Hurtado de Mendoza y a su mujer doña María Condulmario, como
padrinos, en los años 1502, 1504; alguna vez nombrados sin apelli¬
dos : “el señor don Juan” y “la señora doña María” (14 de oct. 1506).
En 4 de octubre de 1506 figuran como madrinas “la señora doña
María y la señora doña Ana su hija”. En 11 de diciembre de 1507
son compadres de un bautizo “el señor don Juan el mozo e Mon-
toya su escudero, y doña Ana y doña Leonor”: es la primera mención
documental que he encontrado de nuestro escritor (debía tener enton¬
ces unos diez años). Recuérdese21 que nació antes de septiembre
de 1497.
El Libro l.° de Baptismos de San Ginés comienza en 13 de enero
de 1498. En él —como esperábamos— no aparece la partida de bau¬
tismo de don Juan (nacido en Madrid, y con la casa de sus padres
en la calle de Bordadores). En cambio, le acabamos de ver como
padrino ya en 1507: “don Juan el mozo”.
Otras veces figura nuestro futuro escritor aún más claramente r
fucion padrinos don Juan, hijo de don Juan Hurtado de Mendoca.. ;
fueron comadres doña Ana, hija de don Juan Hurtado...” (13 de
sept. 1509). Otras veces, padres e hijos: “fueron padrinos el señor
don Juan Hurtado y su hijo don Juan y la señora doña María su
muger e su hija doña Ana comadres” (29 de oct. 1511, fol. LIX).
El 4 de noviembre de 1514 se bautizó “María, hija de don Juan
Hurtado e de su muger doña María” (fol. LXXXVI). Nuevos padri-
21
Véase más arriba, pág. 19, n. 17.
Datos biográficos: la familia 31

nazgos de don Juan y doña María en 1515, 1516, 1517 (una vez
con “su hijo don Juan... y su hija doña Ana”; otra vez, “compadres
el señor don Juan Vrtado y el señor don Diego de Mendoza y coma¬
dres la señora doña María y la señora doña Leonor, hija(s) del señor
don Juan Vrtado”). También, en 1518, el padre, el hijo “e doña
María, e doña Ana e doña (Luysa) [Leonor]22 fijas de la dicha doña
María”. Otros padrinazgos parecidos en 1519.
En la 2.a Parte del Libro l.° de Baptismos todavía encontramos
a la familia dedicada incansablemente a la piadosa tarea. Hay un bau¬
tizo de 1528 en que son testigos “el señor don Juan e la señora
doña María, su muger” (fol. 25 v.); siguen apadrinando el padre, el
hijo, la mujer y las hijas en 1529 (fol. 21 v.). Lo mismo en 1532:
Oy martes XXVI dias del mes de margo año susodicho [1532], Francisco
Hernández, tiniente de cura bautigo vn hijo de Hernando de Calderón y
llamóse Hernando. Fueron sus padrinos don Juan Hurtado de Mendoga
que le tubo en la pyla y más don Juan su hijo, y Sazedo su escudero.
Comadres, la señora doña María muger del señor don Juan y la señora
doña Ana y doña Leonor. (Fol. 47 v.)

Todavía poco después (2 de marzo 1533) le llaman a nuestro


escritor “don Juan Hurtado el mofo”; apadrinan ese día él y doña
Ana de Mendoza y doña Leonor, sus hermanas (fol. 54). Desde en¬
tonces no vuelvo a encontrar mencionados en una misma partida el
padre y el hijo. Dada la igualdad de nombres de los dos, pueden
originarse confusiones; se diría, sin embargo, que desde entonces en
adelante quien figura es sólo el hijo, es decir, nuestro escritor. Otro
indicio: en un bautizo de un “Juan fijo de Xpoval esclavo y criado
de doña María Contumario” (sz'c), en 12 de abril de 1536 (fol. 88 v.),
choca la mención de doña María sin la de su marido. Del conjunto
dé estos indicios se sentiría uno inclinado a pensar que el padre de
nuestro poeta hubiera muerto entre 1532 y 1536. Un hallazgo reciente
lo ha confirmado 2\

22 Creo que debe tratarse de un error.


23 Poco tiempo después de publicado por primera vez este trabajo me
llamó el Sr. Cura Párroco de Fresno de Torote, para contarme que al hincar
un clavo en la pared de la sacristía de la iglesia parroquial se había manifestado
un hueco; agrandado, apareció una caja o arqueta de unos ochenta centímetros
de largo que contenía los restos de don Juan Hurtado de Mendoza, padre de
32 Don Juan Hurtado de Mendoza.

Detengámonos un momento en esta pareja: don Juan y doña


María: gente piadosa, noble, rica, seguramente los parroquianos más
importantes de San Ginés. Los libros de bautismo están llenos, como
hemos reseñado, de sus nombres, escritos frecuentemente por entero;
pero eran tan principales, tan ligados a la parroquia, que muchas
veces los hemos visto figurar como “el señor don Juan” y la “señora
doña María”, como si fueran los únicos posibles; lo eran por una
especie de respetuosa antonomasia24.
De su padre, ya muerto, nos habla don Juan con cariño en el
Buen plazer: nos le muestra olvidado de “caga, juego y rúa”, embe¬
bido en estudios de aritmética; sólo de vez en cuando, un poco de
música o el cuidado de sus frutales:
... y con sabroso estudio y muy turable
a practica arithmética se dando,
la caga, juego y rúa fué olvidando,

nuestro poeta. Fui a Fresno: vi la caja forrada de un paño hoy verdosa,


sobre el que va clavada formando modestos adornos una cinta blanca. Saca¬
mos la caja y la abrimos en el atrio. Dentro estaba forrada de un raso verde
y bajo una cruz de madera envueltos en una tela o sudario vimos los huesos
de don Juan, entre ellos la calavera. Sobre la arqueta tal como apareció en el
hueco se encontró una hoja de papel en la que se decía (letra del siglo xvi)
que aquel era el cuerpo de don Juan Hurtado de Mendoza, y se daba la fecha
de su fallecimiento. Copié la hoja, pero he perdido la copia. Recuerdo perfec¬
tamente que la fecha caía entre los extremos (1532 y 1536) que doy como
hipótesis en el texto. Don Juan había fallecido en Madrid y había sido allí
enterrado, para ser trasladado más tarde a Fresno. Debió de ser depositado en
un hueco de la sacristía, donde, por lo visto, quedó olvidado. Su esposa doña
María había muerto ya en 1548 (ese año fué enterrada en Fresno, quizá
trasladada de un enterramiento provisional en Madrid; véase más abajo, pá¬
gina 102, nota 46). Del Obispado daban prisa al Sr. Párroco para que los
huesos se enterraran definitivamente.
24 Lo que no hacen nunca los libros de San Ginés es apear el trata¬
miento de “el señor don” o el “don” a don Juan el viejo o a sus descen¬
dientes. Figura en esos libros por estos años un Juan Hurtado, casado con
Ginesa de Vera, que es persona distinta de las del linaje directo de que tra¬
tamos. (Por ejemplo, el bautizo de un hijo de ese matrimonio, 21 de julio
de 1534, está en la Parte 2.a del libro l.° de los Baptismos, fol. 65.) Es posi¬
ble que hubiera algún parentesco: hay una partida de otro hijo de este Juan
Hurtado (2 de octubre de 1536) en la que figuran Juan de Vozmediano y
doña Ana y doña Leonor, “hijas de don Juan Hurtado”, es decir, las herma*
ñas de nuestro poeta. (Ibid., fol. 94 v.)
Datos biográficos: la familia 33

y tanto en ella avía ya dulcura


que no tomaba sino quando y quando
en enxerir y en música holgura.
(Fol. 25.)

DON JUAN HURTADO DE MENDOZA, NUESTRO ESCRI¬


TOR, Y DOÑA ÑUFLA DE VOZMEDIANO, SU MUJER

El autor del Buen plazer fué biznieto de Santillana y tercer


señor de Fresno de Torote.
Ya hemos visto que Alvarez y Baena nos dice que la esposa del
poeta era hija del secretario Juan de Vozmediano y de su mujer
doña Juana de Barros. Esto mismo confirma Gutiérrez Coronel2S.
La primera vez que encuentro ligados los linajes de Hurtado de
Mendoza y de Vozmediano en los libros de San Ginés es en 1535:

Oy lunes a XIIII de julio año de mil e quinientos e treinta y cinco años,


Francisco Fernandez tiniente cura de Sant Ginés baptizó a Rodrigo, hijo
de Calderón e de su muger. Fue compadre de pila mayor, su hijo de Juan
de Bozmediano e don Juan Hurtado y comadre mayor doña Ñufla ... (Fol. 74.)

Don Juan y doña Ñufla debían ser ya marido y mujer. Aquí


vemos a doña Ñufla como comadre y a nuestro escritor como segundo
padrino, siéndolo “mayor” el que parece era ya su cuñado.
El 25 de agosto 1536 figuran como padrinos “don Juan Hurtado
de Mendoza” y “la señora doña María y doña Leonor de Mendoqa”.
Se parece mucho esta coincidencia familiar a las que hemos visto
en partidas de principios de siglo. Sin embargo, ya sabemos que ahora
“don Juan”, muerto el padre no puede ser sino nuestro poeta 26.
Por lo que toca a su matrimonio con doña Ñufla, no cabe duda
de que al casar con la hija del secretario Juan de Vozmediano se
unían dos poderosas casas madrileñas. La de Juan de Vozmediano debía
de ser opulenta. Hablando de las ventajas que para aposentar la corte
ofrecía Madrid, nos dice Fernández de Oviedo:

35 Historia ... de la casa de Mendoza, III, fol. 78. Gutiérrez Coronel,


por evidente error, a doña Ñufla la llama “doña Nuña”.
26 V. más arriba, pág. 31, n. 23.

3
34 Don Juan Hurtado de Mendoza

en la casa del secretario Juan de Vozmediano vi posar al Emperador y


Emperatriz, nuestros Señores, y desde aquella casa, el año de 1535, se partió
su Magestad para Africa cuando tomó la Goleta...27

DON JUAN HURTADO DE MENDOZA, HIJO DE NUES¬


TRO POETA, CASÓ CON DOÑA INÉS DE RIBERA 28. DON
JUAN HURTADO DE MENDOZA, NIETO DE NUES¬
TRO ESCRITOR, CASÓ CON DOÑA MARÍA DE PORRES

Llegamos a los señores de Fresno de Torote, cuarto y quinto de


esta dinastía.
De don Juan, el autor del Buen plazer, y doña Ñufla —casados
hacia 1535—* nació un nuevo don Juan Hurtado de Mendoza, el cual
en 1550 era ya, siguiendo la tradición de la casa, testigo en un bautizo
en que los padrinos eran sus padres:
Sábado veynte y dos días del mes de mar?o, año de mili e quinientos
e cinquenta años, el Reverendo señor Alonso Ruyz, cura de la yglesia de
San Ginés baptizó a Catalina, hija de Diego de Argüelles e de su muger
Geronima Peñalosa. Túvola al cathecismo y exorcismo et sacro fonte Don
Juan Elurtado de Mendoza, e comadre mayor doña Ñufla de Bosmediano
su muger. Estuvieron presentes por testigos don Juan Hurtado, su hijo, e
Diego López de Per era 2 9, criado del dicho señor don Juan Hurtado. (Li¬
bro 2° de Baptismos, fol. 119 v.)

Don Juan, el hijo del poeta, casó con doña Inés de Ribera, her¬
mana del Marqués de Auñón, probablemente hacia 1560. El primer
hijo de esta nueva pareja, y heredero del mayorazgo, se llamó tam¬
bién don Juan:

27 Art. cit., pág. 319.


28 Gutiérrez Coronel (Historia ... de la casa de Mendoza, III, fols. 78-
78 v.) la llama “Inés de Herrera”; pero los documentos del siglo xvi que he
visto dicen Inés de Ribera”. Nicolás Antonio (en la biografía de don Fernando
de Mendoza) la denomina también “a Ribera”. Esta discrepancia se explica
bien con los datos que da Gutiérrez Coronel: Inés (hermana del primer
Marqués de Auñón) era hija de don Fernán Gómez de Herrera, del Consejo
de„ Carlos V y Regidor de Valladolid, y de su segunda mujer, “Ana de Rive¬
ra . Llevaba, pues, el apellido de la madre, pero algunos la designan por
el del padre.
29 En otras partidas figura como “Pereda”.
Batos biográficos: la familia 35

Este dicho día mes y año [29 de agosto de 1561] el señor Juan de Ludeña,
cura, bautizó a don 30 Juan Hurtado de Mendoza hijo de los señores don
Juan Hurtado de Mendoza y de doña Ines de Ribera. Fue su compadre que
le tubo a la pila el muy Reverendo señor Alonso Ruiz, cura de la dicha
yglesia de San Ginés, y Sor Juana de la Cruz, ama de las [roto] ... sentes
nofre de Ribera y Francisco de Ribera. (Libro 2.° de Baptismos, fol. 232 v.)

Este nuevo don Juan Hurtado de Mendoza, nieto del poeta que
estudiarnos, casó con doña María de Porres y Zúñiga poco antes
de 1588:

FLORANDO / DE CASTILLA LAV / RO DE CAVALLEROS,


COMPVE- / sto en octaua rima, por el Licenciado Hierony / mo de Guerta
natural de Escalona / Dirigido a doña María de / Porres y Zúñiga, muger
de don Juan Hurtado de / Mendoza, señor de Fresno.
de Henares en casa de luán Gracian que sea en gloria, año de
MDLXXXVIII31.

Por la dedicatoria de este libro se echa de ver que doña María


de Porres era joven y bella: “hermosíssima señora” la llama el autor,
el cual se expresa como protegido de la casa (“las mercedes que cada
día recibo de mano de V. m.”). Es probable que estuviera casada
hacía poco. El autor le desea al final el “alumbramiento de un hijo
que eternice su antiquíssima casa”.
En efecto, que Jerónimo de Huerta fue durante algún tiempo
protegido de don Juan y don Fernando Hurtado de Mendoza (nietos
de nuestro poeta) nos lo confirma Nicolás Antonio; después de decir
que Huerta estudió primero en Alcalá con mucha brillantez, añade:
Contulit se deinde in curiam, Joannis & Ferdinandi Mendoziorum
fratrum, ... officiis invitatus” 32.

30 El “don” ha sido intercalado de la misma mano.


31 B. N., R/11.850. Comp. Rivadeneyra, XXXVI, pág. 225.
32 Huerta publicó su Florando cuando era aún adolescente. Estudió
más tarde Medicina en Valladolid y fue médico de Felipe IV. De sus obras,
la más famosa es la traducción, con escolios y anotaciones, de la Historia
natural de Plinio (Madrid, 1624), publicada parcialmente antes. Además de
Nicolás Antonio, véase Rivadeneyra, XXXVI, págs. xvm-xix, donde don
Adolfo de Castro le llama Gómez de Huerta y da algunas noticias que
no están en N. Antonio (en el mismo tomo se reimprime el Florando); Col-
36 Don Juan Hurtado de Mendoza

DON FERNANDO DE MENDOZA, ESCRITOR

Volvamos, pues, un instante a este don Fernando de Mendoza,


protector, con su hermano don Juan, de Jerónimo de Huerta.
Hemos visto que Alvarez y Baena cuenta entre los hijos de nues¬
tro poeta a un “don Fernando, escritor”. Se trata de una confusión:
don Fernando de Mendoza (del cual hay una biografía bastante ex¬
tensa y muy entusiasta en Nicolás Antonio) fue hijo de don Juan
Hurtado de Mendoza y de doña Inés de Ribera; así lo afirma su
citado biógrafo33; era nieto, por tanto, del autor del Buen plazer
y hermano del don Juan Hurtado de Mendoza que casó con doña
María de Forres, como acabamos de ver unas líneas más arriba. Mu¬
rió loco 34.

SOBRE EL DESTINO ULTERIOR DEL


SEÑORÍO DE FRESNO DE TOROTE

El autor del Florando de Castilla deseaba, como hemos visto hace


poco, que un hijo de doña María de Forres 33 y de don Juan Hurtado
de Mendoza, quinto señor de Fresno, prolongara esta antiquísima casa.
Sus deseos no fueron del todo logrados. Nació una hembra, doña
Isabel de Mendoza, que fue sexta titular del Señorío. Se interrumpía
así la espléndida (aunque, para el biógrafo, molesta) sucesión de cinco
Juanes en el mayorazgo a lo largo de mucho más de un siglo.

meiro, La Botánica y los botánicos de la Península Hispano-Lusitana, Ma¬


drid, 1858, págs. 3, 67, 157 y 211; Picatoste, Apuntes para una biblioteca
científica española, Madrid, 1891, págs. 132-134.
33 D. Ferdinandus de Mendoza parentibus editus est longe illustrium
familiarum Hispanae nobilitatis, Joanne Hurtado a Mendoza Agneteque a
Ribera (Nic. Antonio).
34 “Obiit Ferdinandus ante obitum dementiae incurso morbo” ([Ibid.).
35 Gutiérrez Coronel la llama doña María de Porres y Silva; era hija
de don “Manuel de Porres y Bozmediano, señor de Tremeroso y del mayo¬
razgo de Bozmediano, de Madrid, y de doña Isabel de Silva, su mujer”
(ms. cit., fol. 78 v.). Ya hemos visto que Jerónimo de Huerta la llama doña
María de Porres y Zúñiga. Imagino que los dos apellidos (Silva y Zúñiga)
estarían en la casa y que ello originaría alguna vacilación.
Datos biográficos: la familia 37

Casó doña Isabel con don Diego Hurtado de Mendoza, sobrino


del quinto Duque del Infantado. De este matrimonio nació ¡otra niña!
La unión con las casas de Chiriboga, primero, y luego de Arteaga,
lleva el Señorío de Fresno de Torote por caminos muy alejados en
nombres y en tiempos, y que ya no nos interesan. Llegan estos datos
en Gutiérrez Coronel hasta fines del siglo xviii; la última fecha men¬
cionada por él es 17613\
36
Gutiérrez Coronel, ms. cit., fols. 79-81 v.
RELACIONES CON EL AYUNTAMIENTO DE MADRID

CARTA DE DON JUAN HURTADO DE MEN¬


DOZA AL AYUNTAMIENTO DE MADRID

Va al fin del Buen plazer trobado una larga carta dirigida “al muy
Illustre ayuntamiento de los señores regidores de la muy insigne villa
de Madrid”. Parecen salir de esa carta algunos rasgos de la persona
y carácter de don Juan Hurtado de Mendoza; se expresa éste como
hombre modesto y sin cargo público:
Como sea yo nacido y criado y morador en Madrid, y según me dizen
los que dineros no me prestan, hombre sin perjuizio, pero, como cifra, nihil
importante, entre los que valeys ... (Fol. 45 v.)
Mas yo como hombre sin cargo de república y como baldío ... (Fol. 46.)

Habla de su libro y dice:


Parecerá por caso que ésta Testa muestra de mis ocupaciones] es la serena
cuyas canciones me detienen de emplearme en vuestra república. Puesto que
en lo poco que vfuestra] s[eñoría] me ha mandado y encargado, yo he
desseado hazer mi deuer, y en lo que he pensado o se me ha ofrecido en
que pueda seruir, alguna vez he osado entremeterme, como quiera que no
tenga ni es para mí oficio ni cargo de república, por donde deua entreme¬
terme si no es ende mandado. Conocido tengo que los importantes cuidados
de república y los floreos de los trobadores no se conuienen todas vezes
bien, porque, como dize vn vulgar refrán, no puede ser junto sorber y soplar.
(Fols. 45 v.-46.)

Se le ve en toda la carta como hombre de peso, respetado, dedi¬


cado a la poesía y las letras, cuando su mala salud le deja; hombre
Relaciones con el Ayuntamiento de Madrid 39

de quien se echa mano en alguna ocasión importante (verbi gratia,


como veremos, una procuraduría en Cortes), a quien se consulta, y
que a veces, aun no consultado, se adelanta a dar su parecer; hombre
ajeno a las opiniones vulgares, pero moderado en las propias. Moralista
amable, nada cejijunto. ¿“Cazar” y “ruar”? Sea; pero con templanza,
nos dirá en el Buen plazer.
Recordamos la afirmación de Fernández de Oviedo: “Don Juan
Hurtado de Mendoza ... no tiene tanta renta como él meresce” l, y
pensamos que era hombre de buena posición, sin trampas (“como sea
yo ... según me dizen los que dineros no me prestan, hombre sin
perjuizio”), pero no de gran riqueza. Y algunas veces, al leer esta
carta se nos pasa por la imaginación la malicia de si sería una peti¬
ción enmascarada. La leyenda sobre Homero que refiere, lo haría
más verosímil aún (Homero ofrece a Cumas inmortalizarla con tal
de que le dé de comer; el senado de la ciudad se niega). Pero lo
que se dice a continuación en la carta desvanece nuestra sospecha:

Pero yo no soy osado a prometer grande nombre con mis metros..,


ni tampoco la muy insigne y cortesana villa de Madrid tiene necesidad de
ajenos pregones de alabanza, que sonada y loada es en todas partes, y la
Real presencia de su Magestad y de sus antecessores la tiene de gran tiempo
acá honrrada y celebrada: ni tampoco yo deuo al presente pretender ser
mantenido, porque, a Dios gracias por ello, mi padre y mi madre, que Dios
tenga consigo, por la diuina largueza me dexaron mantenimiento competente
para mí y para mi casa. (Fol. 47.)

No debía de ser tan escasa su fortuna, cuando, como veremos, le


permitía dedicarse a algunas obras de verdadero mecenazgo.
Se habrá notado que trata al Ayuntamiento con la fórmula “vues¬
tra señoría”. Era él, precisamente quien (parece) había ganado ese trata¬
miento para la representación de su querido Madrid; lo hemos de ver
más tarde2.

1 La frase podría interpretarse como un mero cumplido, como si dijera


“tiene mucha renta, pero él merece más”.
2 Véase, más abajo, págs. 48-49.
40 Don Juan Hurtado de Mendoza

¿FUE REGIDOR DE MADRID? SU INTERVEN¬


CIÓN EN ASUNTOS DE CULTURA MADRILEÑA

Acabamos de ver que, en su carta, don Juan asegura no tener


oficio de república. Pero Nicolás Antonio dice: “Matritensis, Regii
hujus municipii decurio”. “Decurio” ha de traducirse “regidor”. “Re¬
gidor” le había llamado ya antes León Pinelo; y así, pasando por
Alvarez y Baena, hasta Menéndez Pelayo (Ed. Nac., XIV, 82), se
afirma siempre que don Juan Hurtado de Mendoza fue regidor de
Madrid.
La investigación que hemos hecho en el Archivo Municipal de
Madrid, en las actas del Cabildo, no nos permite asegurar nada de un
modo definitivo (por las razones que explico en nota)3 * * * * * * 10. Por los d
positivos que resultan, puede afirmarse que desde agosto de 1521
hasta diciembre de 1552 y desde enero de 1557 a setiembre de 1567
no fue regidor, y que lo más probable es que no lo fuera nunca;
parece, pues, que se confirma su afirmación: no tenía “oficio de
república”. Pero eran regidores miembros de su familia. Don Juan
era el “intelectual” de una oligarquía que participaba en gran pro¬
porción en el gobierno de Madrid al ir a mediar el siglo xvi.
Las veces que hemos dado con el nombre de don Juan Hurtado
de Mendoza en las mencionadas actas no figura en ellas como regidor,

3 Faltan las actas desde el 29 de mayo de 1546 hasta el 14 de noviem¬


bre del mismo año, y desde el 10 de diciembre de 1552 al 31 de diciembre
de 1556. Agradezco toda clase de facilidades y atenciones a los funcionarios
del Archivo Municipal, y especialmente a su ilustre director, don Agustín
Gómez Iglesias, y a la señorita Acacia Fernández-Victorio. Han sido exami¬
nados los tomos 9-16, que abarcan (pero ténganse presentes las mencionadas
lagunas) desde el 11 de agosto de 1521 hasta el 19 de setiembre de 1567.
He buscado personalmente, con algún detenimiento, en el tomo 11 (que va
del 10 de setiembre de 1540 al 28 de mayo de 1546); éste era el que,
a priori, interesaba más por la cuestión de la procuraduría en Cortes, de
que se habla en el texto. En los otros tomos se han hecho solamente numerosas
calas. Un trabajo más minucioso hubiera sido desproporcionado para los fines del
presente estudio. He visto personalmente los tomos 11-14; la señorita Acacia
Fernández-Victorio ha tenido la bondad de hacer la rebusca en los tomos 9,
10 y 16, y la señorita Pilar Vázquez Cuesta, de la Biblioteca Municipal, la
del tomo 15.
Relaciones con el Ayuntamiento de Madrid 41

sino meramente formando parte del “estado de caballeros y escude¬


ros” convocados “a campana tañida”, para algunos “ayuntamientos
públicos”, de carácter extraordinario. Así figura nuestro poeta (“Juan
Furtado de Medoca”) en la sesión del martes, cinco de setiembre
de 1542 * * * 4. Hay que pensar que es él un “don Juan Hurtado” en el
cabildo del 27 de junio de 1558 5: también aquí está entre los caba¬
lleros y escuderos, bien separado de los regidores. Son éstas las fechas
extremas en que encuentro su nombre en las Actas 6.
Si, como parece, no era regidor, era, en cambio, amigo de los
regidores y muy respetado por su cultura. Es interesante ver a don
Juan en un, digamos, tribunal que preside las oposiciones a la cáte¬
dra de Gramática del Estudio de Madrid. He aquí algunos datos para
la historia de ese Estudio: el 22 de octubre de 1540 nombraron los
regidores bachiller del Estudio al bachiller Toribio de Páramo 7; el
10 de octubre de 1541 nombraron por dos años para el mismo cargo
al bachiller Meneses8. El día 28 de setiembre de 1543 se mandó
“librar al bachiller Luys de Madrid el tercio postrero de su salario
deste año que a tenido la Cátreda de la gramática desta villa”; ese
mismo día nombraron para lo mismo al bachiller Sebastián de Salinas9.
He aquí el acta del tribunal que presidió la oposición, y en él encon¬
tramos a don Juan Hurtado de Mendoza. (Y nótese cómo tampoco
aquí se le llama regidor.)
* Acias, tomo 11, fol. 130. Está aquí, evidentemente, entre los caba¬
lleros, después de los regidores. Aunque el escriba ha olvidado especificar
con claridad ambas categorías, se pueden distiíiguir perfectamente ambos gru¬
pos, y la comparación con otros ayuntamientos “a campana tañida” lo hace
indudable. En éste, el último regidor nombrado es Pero Núñez. Es la única
vez que en estas actas el nombre de nuestro escritor figura sin el trata¬
miento de “don”.
5 Actas, tomo 14, fol. 164.
6 Curiosamente en una hoja (fol. 1) que sirve de guarda al principio
del tomo 12 (de noviembre de 1546 a marzo de 1547), y que está llena de
rasgueos o probaturas de pluma, se ve en dos renglones y con rúbrica el
nombre de “Juan Furtd0 / de Mendoca”. No me parece firma auténtica,
sino diversión del habitual escriba de las actas, que tendría en ese momento
ante los ojos una firma auténtica de don Juan. Es un dato más que indica
cuán presente estaba su personalidad en el ambiente del municipio.
7 Actas, tomo 11, fol. 15.
8 Ibidem, fol. 80.
9 Ibidem., fol. 200.
42 Don Juan Hurtado de Mendoza

[Al margen: ] Bachiller del estudio / Salinas.


Cátreda de gramática que fué en el ayuntamiento pasado
En la dicha villa de Madrid, a veynte e seys días del mes de setienbre
de mil e quinientos e quarenta e tres años, estando en la sala del ayunta¬
miento de la dicha villa los señores licenciado Ortiz, teniente de corregidor
en la dicha villa, e Pero Suárez, regidor, e don Juan Furtado de Mendoga
e don Fadrique de Vargas e don Iñigo López de Mendoza e Rodrigo de
Vargas. E asimismo Antonio Vela, clérigo, e letrados el licenciado de la
Cadena e el licenciado Alberto Gómez e el licenciado Pero Fernández e el
licenciado Preciano e Gaspar de Vedoya, cura de Santa María, leyó ante
los susodichos de oposición de la cátreda de gramática de la dicha villa el
bachiller Sevastián de Salinas e aviendo leydo dixeron todos conformes que
les paresge que el dicho bachiller Salinas a leydo las legiones que le fueron
asignadas por suerte, conviene a saber, de Lanergio Vala [i. e. Laurencio
Valla] e Oracio e Arte, e junto con esto hizo vna oragión por donde se mos¬
tró ser buen gramático e latino e orador e poeta, e desta causa, atenta la
habilidad del dicho Salinas, los dichos señores e letrados dixeron que les
parescía que, pues el término del edito que se puso para la oposición desta
cátreda es pasado e en él non a venido opositor alguno con quien se pu¬
diese conferir mejor su doctrina e habilidad, e atento con esto que es per¬
sona virtuosa e que a leydo en la universidad de maiores que es en la uni¬
versidad de Alcalá, y así él por su legión lo a mostrado, que le deve(n)
nombrar esta villa por preceptor este año, con el partido acostumbrado, lo
qual se reservó para el ayuntamiento primero para que los señores justi¬
cia e regidores lo confirmen e aprueven el paresger susodicho e lo provean,
de lo qual fueron testigos Pero Gargía e Juan Bautista, escriuanos públicos,
e Francisco de Mongón, vezinos de Madrid.
escriuano, Fernando de Medina10.

Todavía a fines de la primavera siguiente echaba el Cabildo mano


de don Juan para asunto relacionado con el estudio. En la sesión del
miércoles 4 de junio de 1544 los regidores
Acordaron que los señores don Juan Furtado de Mendoga e Alonso de
Herrera se informen si el bachiller del Estudio tiene repetidor e lee como
conviene n.

Los comisionados debieron comprobar que no terna repetidor, por¬


que en la sesión del 30 de junio se acuerda que al bachiller “se le
requiera por auto que dentro de tercero día tenga repetidor cual con¬
viene” 12.

10 Ibidem, fols. 201 V.-202.


11 Ibid., fol. 273 v.
12 Ibid., fol. 285 v.
Relaciones con el Ayuntamiento de Madrid 43

Pero por octubre de 1544 estaba nombrado el maestro Alejo Ve-


negas13. Pasaba así a regir los estudios de la juventud madrileña uno
de los hombres más ilustres del pleno Renacimiento español. No tengo
pruebas, pero me parece poco arriesgado imaginar que don Juan
Hurtado de Mendoza no sería extraño a este nombramiento. Tal con¬
jetura casa bien con hechos que vamos a considerar después.
Digamos en honor del Ayuntamiento de Madrid que el Cabildo
parece haberse dado perfecta cuenta de la alta categoría intelectual
del autor de la Agonía del tránsito de la muerte14: el nombre de
Venegas figura muchas veces en los meses sucesivos en las actas; el
municipio suele atender prontamente las peticiones que el maestro
presenta 1o. Ya al conceder la primera petición de Venegas dicen los
regidores que lo hacen “porque el dicho maestro es vna persona tan
señalada e que de su venida se espera mucha dotrina e provecho para
los hijos de los buenos de este pueblo” 16.
Esto por lo que toca a la cátedra que más tarde había de regentar
el famoso López de Hoyos17.

13 Ibid., actas del 19 de setiembre y de 27 de octubre, fols. 309 y 328.


14 V. la biografía de Venegas, por el P. Mir, en NBAAEE, XVI, pági¬
nas XV y sigs. (el P. Mir sabe que enseñó en Madrid, y da algunas fechas
de la estancia de Venegas en esa villa, pero ignora que tuviera la cáte¬
dra del Estudio); v. también Pérez Pastor, Bibliografía madrileña, III, pá¬
ginas 515-516 (documentos firmados por Venegas en Madrid, entre 1548 y
1553); J. M. Cabezalí en su artículo Tránsito de la muerte del maestro
Alonso Venegas (Rev. Bibliográfica y Documental, III, 1949, págs. 291-301;
Venegas muere en Toledo en 1562; Cabezalí cita más bibliografía); para
una valoración de la figura de Venegas, consúltese Bataillon, Erasmo y Espa¬
ña, t. II, Méjico, 1950, págs. 159-167.
15 Por ejemplo: Actas, 11, fol. 331 (31 octubre 1544), sobre el salario
de Venegas; fol. 360 v.; fol. 429 (14 febrero 1546), se manda pagar un
tercio del salario; fol. 446; fol. 456 v. (28 mayo 1546), el maestro Venegas
protesta de que otra persona lea gramática en Madrid, en perjuicio del Estu¬
dio de la villa. La noticia de que Venegas había enseñado gramática en el
Estudio de Madrid había sido publicada por E. Varela Hervías en la revista
Correo Erudito, I, pág. 83, año 1940 (lo cual, por inadvertencia, no se con¬
signó en la primera impresión del presente trabajo); se basa exclusivamente
en una de las sesiones mencionadas por nosotros (pero corríjase “fol. 328 v.”
donde él dice “fol. 323”).
16 Ibid., fol. 328 v.
17 Véase El Estudio de la Villa, por J. J. Morato, en Revista de la
44 Don Juan Hurtado de Mendoza

JUAN HURTADO DE MENDOZA Y EL ESCU¬


DO DE MADRID EN LAS CORTES DE 1544

Volvamos a los preliminares y finales del Buen plazer. En los


tercetos del último soneto se alaba al Emperador Carlos V. Ha hablado
de tres emperadores que estarían relacionados con Madrid 18, y sigue:
El quarto es nuestro Rey que Dios ensalce,
Don Carlos quinto emperador triumphante,
cuyo real amparo te sostiene,
y haze más lustrosa y más pujante ...
(Fol. 39 v.)

En efecto, Juan Hurtado de Mendoza había sido peticionario y


testigo de la protección dispensada a Madrid: se trata de la reforma
de las armas de la villa. En el primero de esos cuatro sonetos el
autor dice, hablando directamente con Madrid:
Yo a vuestro bel Madroño coronado
y fiera en siete estrellas figurada,
miro con atención aficionada
en orla azul y campo plateado.
En tanto que agradaros más merezco
y discantar del fin y fundamento
de vuestro escudo antiguo y su mejora,
con vn crecido amor y acatamiento
mi buen plazer trobado allá os ofrezco
en prendas de la fe que en mi alma mora.
(Fol. [3].)

Obsérvese que habla del “madroño coronado” y de la “mejora”


del antiguo escudo de Madrid. Y una nota marginal todavía subraya:
“Muestra tener propósito de tratar más largo de las armas antiguas
y del mejoramiento que su Magestad concedió, y el príncipe don

Bibliot. Arch. y Mus., Ayuntamiento de Madrid, III, 1926, págs. 108-110.


Faltan en este trabajo casi todos los nombres de Bachilleres del Estudio, que
doy en el texto. Morato supone (pág. 110) que “Juan Hurtado de Mendoza”
cursaría latinidad y humanidades en el Estudio Madrileño.
18 De ellos, el único que lo habría estado realmente sería el tercero,
a saber, Alfonso VII el Emperador. Véase Mesonero Romanos, El antiguo
Madrid, t. I, Madrid, 1881, págs. 16-17.
Relaciones con el Ayuntamiento de Madrid 45

Philipe nuestro señor, en su nombre”. En efecto, la corona encima


del “madroño” era una cosa nueva, muy reciente en el escudo de
Madrid, y don Juan Hurtado de Mendoza había tenido participación
directa en esa mejora de las armas de su patria. Todo lo explica
perfectamente López de Hoyos en su Historia y relación verdadera de
la enfermedad, felicísimo tránsito y suntuosas exequias ... de ... doña
Isabel de Valois, Madrid, 1569:
Tienen las armas de Madrid sobre el Madroño y la Osa, la corona Real,
cuya razón es que los años passados de 1544 haziendo cortes en la villa de
Valladolid el emperador Cario quinto, Rey de España, padre del Sereníssimo
y Cathólico Rey don Phelippe nuestro señor, yendo por procuradores de
cortes desta villa de Madrid don Juan Hurtado de Mendoza señor de Fresno
de Torote, y Pedro Xuárez, acavadas las cortes les mandaron que diessen
sus memoriales advertiendo en lo que pedían se les hiziesse merced, y el
dicho Juan Hurtado, como tan illustre, docto y magnánimo, supplicó que
la merced que a él se le avía de hazer en particular la hiziessen a su patria,
y que le diessen una corona real que en sus armas truxesse. El emperador
por la voluntad que siempre a Madrid tuvo antes y después que en él se
le quitassen las quartanas, lo tuvo por bien, y le hizo esta merced, y deste
tiempo se puso en las armas de Madrid la corona real, y a esta causa se
llama la coronada villa de Madrid. (Fol. Ff. 2 v.)

De esto hablan también los versos de López de Hoyos al prin¬


cipio de su libro, en los cuales se alaba a don Juan Hurtado de
Mendoza:
Illa corona tamen, qua dumus cingitur, vrbi
A Carolo quinto muñere fixa fuit.
Personet vt tanto dono decorata, Ioannes
Mendocius meruit clarus honore quidem.

Estas noticias que nos da López de Hoyos contienen una ligera


inexactitud, que, si bien no afecta directamente a nuestro poeta, ha
sido repetida varias veces, y conviene la rectifiquemos. Aunque lo
mismo López de Hoyos (divulgado por Mesonero 1S) que León Ti¬
nelo 20, dicen que el compañero de don Juan Hurtado de Mendoza
fue Pedro Xuárez (o Juárez), no fue así.
De la “quadriíla” de regidores de Madrid, de la que había de
ser nombrado el procurador de Cortes, salió, en efecto, por suerte,
19
El antiguo Madrid, t. II, Madrid, 1881, pág. 206.
20
Apud Gallardo, Ensayo, III, col. 243.
46 Don Juan Hurtado de Mendoza

don Pero Suárez (otras veces llamado don Pero Suárez de Toledo).
A 8 de febrero de 1544, cuando faltaban diez días para la reunión
de las Cortes en Valíadolid, se presentó en el Ayuntamiento don Pero
Suárez y dijo que renunciaba su oficio de regidor en su nieto don
Juan Suárez de Estrada, y asimismo renunciaba en él la procuración
de Cortes. Se basaba en la mucha edad y enfermedades.
A todos los regidores presentes les pareció bien, salvo a don Ber-
nardino de Mendoza. Y sus palabras son también interesantes, por¬
que en ella se ve a don Juan Hurtado de Mendoza netamente sepa¬
rado de los regidores:
... don Bernardino de Mendoza dixo que ... se hizo la eleqión entre
los regidores de la quadrilla a quien cabía la suerte destas cortes, que eran
Pero Suárez, Pero Núñez de Toledo21 [y] don Bernardino de Mendoza,
y entre ellos se echaron suertes y cupo al dicho señor Pero Suárez de parte
de los regidores e al señor don Juan Furtado de Mendopa del estado de
Cavalleros, y a ellos se les a dado poder en Conpejo público, syendo llamado
para ello el pueblo; y que aora será grand novedad renunciar el dicho señor
Pero Suárez la procuración en particular ninguno e en perjuyzio de los que
quedan de la quadrilla, los quales tienen adquirido derecho ... 22

Pedía al señor Corregidor que no consintiera tales renuncias ni


que sobre ello votaran los regidores que no estaban en la “quadrilla”.
El Corregidor admitió esas razones; y tenía además, dijo, mandato
de Su Alteza para evitar todo lo que embarazara la reunión en Valla-
dolid. Conminó, pues, bajo multa a Pero Suárez para que acudiera
a las Cortes. Este ofreció presentar una información de sus dolencias.
Negóse a ello el Corregidor por la premura. Don Pero Suárez dijo
que daría la información aquel mismo día 23.
Aunque en las Actas no he encontrado la resolución del caso,
no ofrece la menor dificultad: don Pero Suárez se salió con la suya"
y el que fue a Valíadolid con don Juan Hurtado de Mendoza fue el
nieto de don Pedro, don Juan Suárez de Estrada. En efecto, en el
acta de 18 de marzo de 1544 leemos (y, otra vez, no cabe duda de

Pero Núñez de Toledo era cuñado de don Juan; v. más arriba, pá¬
gina 25, y más abajo, pág. 72.
22 Ibidem, fol. 242 v.
23
Ibideni, fols. 242-243 v.
Relaciones con el Ayuntamiento de Madrid ’ 47

que don Juan Hurtado de Mendoza no era regidor, al menos por


entonces):
[M margen :J Cortes: servicio.
Paresqió en el dicho ayuntamiento el señor don Juan Suárez de Estrada,
regidor e procurador de cortes de la dicha villa, e presentó una cédula’
firmada del príncipe nuestro señor, e una relación de las cosas que se piden
en las dichas cortes e lo que los procuradores an respondido, e una carta
del señor don Juan Furtado de Mendoqa, procurador de cortes, e visto,
dixeron que se llame ayuntamiento para el jueves primero y los tres sesmeros
de la tierra 24.

Es una lástima que no se conserve esa carta que don Juan Hurtado
de Mendoza envió desde Valladolid al Ayuntamiento madrileño.
Después de marzo no vuelve a aparecer don Juan Suárez hasta
el Ayuntamiento del lunes 19 de mayo de 1544. En ese día

presentó ... una cédula de su alteza ... en que manda se le pague a él


e al señor don Juan Furtado de Mendoqa el salario de los días que se ocu¬
paron en las cortes 25.

Todavía el 23 de mayo vuelve a requerir que se le pague su sala¬


rio de procuradores de Cortes l<a que fueron él y el señor don Juan
Furtado de Mendoza” 26. Comienza entonces una discusión —reanu¬
dada el 26 de mayo—- entre los regidores sobre si se les debe pagar
a cinco reales o a ducado por día. El teniente de Corregidor, atento
a la opinión de la mayoría, acuerda se pague a ducado27. La procu¬
ración no debía de ser buen negocio, pues ese mismo día los regidores

... otorgaron petición para el Consejo de su Magestad para que de aquí


adelante se dé a los procuradores de cortes que fueren, a cada uno, un

Ibid., fol. 251. El jueves 20 de marzo se convocó, en efecto, ayun¬


tamiento “a campana tañida” (en él estuvo también don Juan Suárez de
Estrada), ... pero no se acordó nada importante.
25 Ibid., fol. 267 v.
26 Ibid., fol. 268 v.
27 Ibid., fol. 270 v. Todavía ese mismo día el señor Teniente, en su
posada, hizo una declaración llena de tiquismiquis, para salvar su responsa¬
bilidad, porque el procurador general Alonso de Vega le había requerido para
que hiciese guardar la provisión de Su Majestad, que mandaba se pagase
sólo cinco reales por día. En ese auto vuelve a nombrar a “don Juan Fur¬
tado de Mendoqa” (fol. 271).
48 Don Juan Hurtado de Mendoza

ducado cada día ..., porque es mucha más la costa que haze cada uno que
el salario que se les da, e no es justo que vayan a su costa 28.

Estos datos procedentes de las Actas manuscritas del Ayuntamiento


madrileño casan perfectamente con las noticias contenidas en el
tomo V de las Cortes de ... León y Castilla, publicadas por la Real
Academia de la Historia. Allí29, en la relación de procuradores que
asistieron a las Cortes de Vaíladolid de 1544, figuran don Juan Hur¬
tado de Medoíza y don Juan Xuárez30 de Estrada. El día 28 de
febrero fue la presentación y examen de poderes; entre ellos, los de
“don Juan Xuárez de Estrada, regidor, y don Juan Hurtado de Men-
dofa, procuradores de la villa de Madrid” 31.
De nuevo1 vemos con toda claridad que nuestro poeta no era regi¬
dor. En la sesión del 12 de marzo les fue a los procuradores instada
la concesión de los servicios ordinario y extraordinario 32. (Consecuen¬
cia de esta sesión es, sin duda, la presencia de don Juan Suárez de
Estrada en el Ayuntamiento de Madrid el día 18, que hemos rese¬
ñado ya 33). Madrid fue elegido para que por medio de uno de sus
procuradores estuviera presente “al hacer y ordenar los capítulos gene¬
rales que han de darse en nombre del reino” 34. En la escritura de
otorgamiento del servicio se nombra como asistentes a don Juan
Hurtado de Mendoza y a don Juan Xuárez de Estrada 3S. Y, en fin,
los dos representantes de Madrid reciben cada uno 100.000 marave¬
dises, como los demás procuradores 36.
Parece ser que, al mismo tiempo que la corona, consiguió otro
honor para Madrid. Ya hemos observado antes que Hurtado de Men-

23 Ibid., fol. 270 v.


29 Página 276. Agradezco a mi querido amigo el catedrático don Ciríaco
Pérez Bustamante la nota que, a ruego mío, me facilitó de las menciones
de don Juan Hurtado de Mendoza en el tomo V de ¡as Cortes de León y
Castilla con motivo de las de 1544.
30 Nótese la variación del apellido que aquí y en López de Hoyos es
Xuárez; mientras que en las actas del Cabildo madrileño es “Suárez”.
31 Cortes..., V, pág. 277.
32 Ibid., pág. 283.
33 Véase más arriba, págs. 46-47.
34 Cortes..., V, pág. 283.
35 Ibid., pág. 286.
36 Ibid., pág. 338.
Relaciones con el Ayuntamiento de Madrid 49

doza, en su carta al Ayuntamiento madrileño, trata a éste de “vuestra


señoría”. León Pinelo —es una de las noticias útiles que da37_
nos lo aclara. Refiere cómo don Juan pidió en Valladolid, en 1544,
la corona para el escudo de Madrid y cómo el Monarca la concedió;
Pmelo añade: “y que a su ayuntamiento se le hablase de Señoría”.
Si ello fue así, como parece, no quiso Hurtado de Mendoza desper¬
diciar la ocasión que una carta le ofrecía para lucir el tratamiento
por él conseguido para su Madrid del alma.
Imaginamos el regreso de don Juan Hurtado de Mendoza de las
Cortes de Valladolid. Al trasponer la sierra su mente volaría hacia
Madrid, alegre de llevarle tal regalo: una corona para el escudo (y el
tratamiento de “señoría”), lo más importante de las Cortes, sin duda,
para don Juan. Así es el gozo —algo infantil— que exhalan los pre¬
liminares y los finales del Buen plazer trobado. Los madrileños le
debemos que nuestra patria haya podido ser llamada con toda pro¬
piedad (¡cuántas veces, ya en prosa, ya en verso!) “la coronada
villa”.

3' La mayor parte le vienen de López de Hoyos.

4
IV

AMISTADES

En el Indice de manuscritos de la Biblioteca del Duque de Osunay


en la pág. 127, se lee: “Cartas familiares dirigidas a don Juan Hur¬
tado de Mendoza. 99 cartas. Siglo xvi. Autógrafas”. Por desgracia, ese
item no hace sino recordar uno de los numerosos manuscritos de
Osuna que no pasaron a la Biblioteca Nacional o, por lo menos, que
no se encuentran hoy en ella. Si esas cartas se conservaran y si
efectivamente fueran —como se inclina uno a pensar— dirigidas al
autor del Buen plazer —-y no a su padre, o a su hijo, o a su nieto,
o a alguno de sus otros homónimos1—, muchas de las oscuridades

1 Me comunicó la noticia del registro de esas cartas en el índice de


Osuna mi amigo Agustín del Campo. Me inclino a creer que estaban diri¬
gidas a nuestro escritor. Pero no podemos tampoco descartar que se escribie¬
ran a un homónimo. El nombre de “Juan” tenía mucha solera en la casa
de Mendoza. Forman legión los “Don Juan Hurtado de Mendoza” que se
podrían citar. Menciono a continuación tan sólo algunos que corresponden
a mediados del siglo xvi (o que se aproximan a esa época): a) Don Juan
Hurtado de Mendoza (llamado también muchas veces “don Juan de Men¬
doza”, sobrino de don Diego Hurtado de Mendoza, y su sucesor en la emba¬
jada de Venecia (V. González Palencia, Vida y obras de don Diego Hurtado
de Mendoza, I, págs. 179-180; del mismo autor, Gonzalo Pérez, I, pág. 22;
Bataillon, Erasmo y España, II, pág. 104, n. 4; de este don Juan Hurtado
de Mendoza, que también fue luego embajador en Portugal, he visto unas
cuantas cartas, fechadas en Venecia y Lisboa, en 1551 y 1554, en la Biblio¬
teca Nac., ms. 20.212/32). b) Don Juan Hurtado de Mendoza, tercer conde
de Monteagudo, muerto en 1551, antes de ir a Trento, para donde Carlos V
le había nombrado embajador; tenía al morir cuarenta y un años (Gutiérrez
Coronel, ms. cit., III, fol. 190; González Palencia, Gonzalo Pérez, I, pág. 269,
Amistades 51

que aún existen en tomo a la figura de nuestro autor quedarían


aclaradas, y la lista de amigos que sigue se vería, imagino, muy
enriquecida.
Ya hemos visto * 2 cuán amigo de don Juan Hurtado de Mendoza
era Fernández de Oviedo y los elogios que hace de él. Aparte eso,
la información más a las manos sobre los amigos de don Juan Hur¬
tado de Mendoza nos la da la misma edición del Buen plazer tra¬
bado. Contribuyen con poemas:
Luis de la Cadena, con ocho dísticos latinos (fol. [2] v.). Era
Cancelario de la Universidad de Alcalá, Abad de Santos Justo y
Pastor, de dicha ciudad, y hombre de extraordinarias cualidades y
enorme saber. García Matamoros rompe el paso de su prosa, para
prorrumpir, dirigiéndose lleno de entusiasmo a Luis de la Cadena,
en el momento en que le toca hablar de él. Entre otras muchas ala¬
banzas, le llama “unus instar populi, ut Antimachus dixit de Pla-
tone” 3. Alvar Gómez, lleno de una simpatía que invade al lector,
después de alabarle mucho por sus conocimientos y facultades, nos
cuenta los disgustos que amargaron los últimos días del Cancelario de
Alcalá: a consecuencia de unas diferencias de la Universidad y el
Arzobispo Silíceo, pasó estrecha prisión, incomunicado, en Almonacid
(Alvar Gómez logró permiso para hacerle una visita)4. Era Luis de
la Cadena sobrino de Pedro de Lerma, el Cancelario anterior que,

n. 78; Bataillon, obra cit., pág. 104, n. 4). c) Don Juan Hurtado de Mendoza,
Abad de San Isidro (González Palencia, Gonzalo Pérez, I, págs. 335 y 592).
d) Juan Hurtado de Mendoza (sin “don”), autor de El caballero cristiano,
en cuya portada aparece como “alcayde del castillo de Bibataubín de la ciudad
de Granada”. La fecha tardía y el lugar de impresión de El caballero cris¬
tiano (Antequera, 1577) y las relaciones granadinas del autor (que dirige su
obra al conde de Tendilla) hacen seguro que se trata de otra persona. Gallardo
se equivocó en este punto (Ensayo, III, col. 247). e) Don Juan Hurtado de
Mendoza, tercer conde de Orgaz, señor de Santa Olalla, etc., Comendador de
Belvís, en la Orden de Alcántara, Asistente y Capitán General de Sevilla
y su reino y Mayordomo de Felipe II (Gutiérrez Coronel, ms. cit, III, fo¬
lios 248-248 v.).
2 Más arriba, pág. 24-25.
3 De Academiis et doctis viris Hispanice, en Hispania Illustrata, II, pá¬
gina 816. Véase la nota última del presente artículo, pág. 298.
4 De rebus gestis Francisci Ximenii, en Hispania Illustrata, I, pági¬
nas 1155-1156.
52 Don Juan Hurtado de Mendoza

después de muchos disgustos, terminó sus días en Francia. El Arzobis¬


po Silíceo tuvo ojeriza a Luis de la Cadena: nombrado éste Obispo
auxiliar de Almería, malas voluntades (y parece que por obra de
Silíceo) le impidieron la sucesión en el Obispado, que le correspon¬
día. Esta repulsa le entristeció de tal modo, que pocos meses des¬
pués murió \ No poco debió de envenenar estos sucesos la lucha que
—-testigos, Matamoros y Alvar Gómez— Luis de la Cadena, como
Cancelario, había sostenido en Alcalá contra la sofística y la barbarie5 6.
Don Felipe de Guevara, con un soneto (fol. [3] v.). Fernández de
Oviedo habla del linaje de los Guevaras, cuya cabeza, dice, es el
Conde de Oñate, y añade: “... el año de 1546 yo fui por procurador
desta nuestra cibdad de Santo Domingo ... y hallé en Madrid al
Serenísimo Príncipe don Felipe ..., que gobernaba por ausencia del
Emperador ..., y hallé otro caballero nuevamente allí avecindado deste
noble linaje, llamado don Felipe de Guevara, bien heredado y hijo

5 Ibid., págs. 1142-1143. De lo que no hay ni rastro en Alvar Gómez es


de la huida de Luis de la Cadena a París, en donde habría ocurrido su
muerte. Véase sobre esto M. Pelayo, Heterodoxos, IV, en obras ed. Nac.,
XXXVIII, pág. 417, y Bataillon, Erasmo y España, Méjico, 1950, t. II,
página 65, nota 29. Menéndez Pelayo duda de la huida de Cadena a París.
Las palabras de Alvar Gómez en su De rebus gestis Francisci Ximenii sobre
Luis de la Cadena presentan interesantes diferencias, según el ms. de la
Biblioteca Universitaria de Madrid (Bonilla reprodujo el pasaje en Rev.
Hisp., VIII, 1901, pág. 191) y la versión impresa de antiguo (Hisp. III., I,
páginas 1142-1143); el ms. apunta la razón posible de la enemistad de Si¬
líceo ( qui [i. e: Siliceus] unum ex authoribus apologiae Parisiensis adversus
legem a se latam de sacerdotibus in Toletano choro recipiendis, eum [í. e:
Catenam] esse sibi persuaserat”) y el desesperado epitafio que, días antes de
su muerte, Cadena mandó esculpir en su tumba. Pero Alvar Gómez, quien
sin inconveniente alguno acaba de narrar la fuga de Pedro de Lerma a Pa¬
rís, no dice ni una palabra de la supuesta huida de Cadena; dice, sí, que
se entristeció al ver que se le negaba la sucesión al obispado de Almería, a
la que tenía derecho, y que murió pocos meses después.
Alvar Gómez: barbariem ... a Complutensi Academia pro virili pro-
pulsandam curavit” (Hisp. lll., I, 1144). García Matamoros: “Sed illa est
omnium tuarum virtutum praecipua, et maxima laus, in qua exultat, et
seno triumphat oratio mea, quod diu, ac multum repugnantibus barbaris,
Sophisticam a Complutensi Academia fortiter eieceris; ubi annos multos
cum gravi detrimento bonarum literarum, et dédecore nostrae nationis
ad risum usque, et contemptum exterarum gentium, regnavit impune”
(Hisp. Ill, II, 816).
Amistades 53

natural de don Diego de Guevara, Clavero que fué del orden militar
Y caballería de Calatrava y Mayordomo del Serenísimo Rey don Fe¬
lipe, de gloriosa memoria, y antiguo criado suyo y del Emperador
Maximiliano, y la dicha Clavería se la dió el Emperador Don Carlos,
Nuestro Señor. Casó este don Felipe de Guevara en Madrid con
doña Beatriz Galmdo, nieta del Secretario Francisco Ramírez y de
Beatriz Galindo, y hija del Comendador Hernán Ramírez y de doña
Teresa de Haro, y yo le comuniqué algunas veces y me pareció gen¬
til caballero y de gentiles habilidades y dispuesto de persona, y de
linda conversación de caballero y muy bien leído” 7. Los elogios de
Fernández de Oviedo no eran nada exagerados: lo sabe en seguida
el lector de los Comentarios de la Pintura, obra de don Felipe. Per¬
tenecía éste, más o menos, a la generación de Garcilaso, tan limpia,
tan abierta a la cultura del mundo, y tan ligada a la persona del
Emperador. Don Felipe de Guevara, a juzgar por sus Comentarios,
era uno de los miembros más distinguidos de ella8. Hijo de don
Felipe fue Diego de Guevara. Este biznieto de La Latina salió gran
poeta latino; era escolar complutense y discípulo predilecto de Am¬
brosio de Morales 9.

7 Art. cit., págs. 303-304.


8 Entre los críticos españoles modernos, la primera apreciación algo dete¬
nida de los Comentarios de la Pintura se debe a Menéndez Pelayo (Obras,
ed. Nac., II, 391-395 y XII, 153, 156 y 187-191). Don Marcelino vio con
justeza algunos de los valores de la obra de D. Felipe de Guevara, pero
desconoció (de un modo que difícilmente puede uno explicar) otros eviden¬
tísimos. Sánchez Cantón (Fuentes liter. p. la Hist. del Arte esp., I, pági¬
nas XIV, XVIII y 147-149) fue quien por primera vez resaltó los grandes
aciertos de Guevara: éste no era, ni mucho menos, insensible al arte mo¬
derno. La biografía de don Felipe ha sido investigada por J. Allende-Salazar
(Archivo español de Arte y Arqueología, I, 1925, págs. 189-192). Véase el
“pórtico” que precede a la edición de los Comentarios de la Pintura, por
Rafael Benet (Barcelona, 1948). El despiste de don Marcelino procedió, creo,
por una parte, de su genial apresuramiento; por otra, de haber llegado a
Guevara imbuido por la única nota con que William Sterling-Maxwell carac¬
terizó a Guevara (“laudator temporis acti y defensor del derecho divino del
genio antiguo”, según la nota del propio M. Pelayo, al mencionar a Stirling-
Maxwell). M. Pelayo, Obras, ed. Nac., II, 394, n. 2.
9 Breve biografía de Diego de Guevara y unos versos a su muerte por
Alvar Gómez, en Hispaniae Bibliotheca, de Schott, Francfort, 1608, p. 340.
Comp. Tipografía Complutense, 287, y especialmente 316; Nic. Antonio;
54 Don Juan Hurtado de Mendoza.

Alonso de Estella, natural de Vitoria, con un soneto (fo¬


lios [3] v.-[4]).
Catalina de la Paz, con unos dísticos en que el libro habla a los
malévolos, y un “carmen intercalare” (fol. [8] v.). (El estribillo es
“Laeta salus aderit, mox gaudia vera sequentur”). De esta Catalina
nos da una estupenda noticia la Hispaniae Bibliotheca, de Schott10.
Catalina de la Paz habría traducido al latín el Buen plazer trobado:
“Catharina Pacensis, cuius Latini versus, primam Hispali & Compluti
laureara, iudicum sententia meruerunt, nondum expleto aetatis anno sép¬
timo & vicésimo: in ipso vitae flore Caracae quae nunc Guadalajara nomi-
natur, acerba et immatura morte vivís erepta, ingens reliquit desiderium.
Vertit Latino carmine librum de honesta voluptate loannis Hurtadi Mendozii
rythmo populari conscriptum.”

y González Falencia, Gonzalo Pérez, I, Madrid, 1946, pág. 234, nota 19. Véase
también Comentarios de la Pintura, ed. cit., págs. 14 y 16-17; allí, págs. 64-65
y 72-73, mención de elogios dedicados a don Diego por Ambrosio de Mora¬
les y por Honorato Juan. No veo mencionadas, en cambio, las alabanzas a
don Diego que le dedica el mismo Morales al hablar de los libros e instru¬
mentos matemáticos del maestro Esquivel (Opúscidos Castellanos, II, Ma¬
drid, 1793, págs. 88-91). Al morir Esquivel, sus papeles e instrumentos
habían sido confiados a don Diego por Felipe II. Morales escribe muerto
don Diego: un gran invento de Esquivel, de gran utilidad en Cosmografía,
era sólo conocido por don Diego de Guevara, que también se lo llevó al
sepulcro. Vemos la rica personalidad de don Diego, poeta latino, matemático,
cosmógrafo, investigador, con su padre, de las antiguas monedas... Una deli¬
ciosa anécdota que ilustra las relaciones de Ambrosio de Morales con don
Felipe de Guevara, y, al mismo tiempo, los gustos y sensibilidad de éste,
está contada en una carta de Morales a Alvar Gómez. Había Morales pedido
a su Córdoba unas murtas para Guevara, y éste, cuando lo supo, le respon¬
dió “que ya imaginaba en su huerto, y parece que veía, mesas de murta,
y otras mil cosas de éstas”. Pero Morales, menos optimista, le escribe unos
versos latinos, en que expone sus temores por las plantas, y hace votos
p-or ellas (Opúsculos Castellanos, II, pág. 254).
10 Página 340. He corregido los evidentes errores del texto. Nicolás
Antonio no hace sino copiar a Schott. Lo único que añade es una duda
sobre el nombre: “vulgo forte de la Paz, nisi cognomentum ei datum a pa¬
tria urbe sit Pacensi”, I, pág. 236, y II, pág. 348. En el Buen plazer se
la llama “Catherina a Pace”, lo cual parece corresponder mejor al apellido
Paz; pero Matamoros (Hisp. III., II, pág. 822) la llama “Pacensis”, que
habría que traducir de Badajoz. La duda llega hasta Serrano y Sanz (Bibl. de
Escritoras Españolas, II, 124), y no es posible, hoy por hoy, resolverla.
Amistades 55

Pero ese pasaje de la Hispaniae Bibliotheca es, en su mayor parte,


una reducción del apasionado elogio de García Matamoros a la misma
escritora ll. Matamoros hablaba con la vehemencia de la impresión
reciente: la muerte había ocurrido “próxima aestate”, el verano ante¬
rior (por tanto, fue entre 1550, fecha en que Catalina publica dos
poemas en el Buen plazer, y 1553; correspondientemente, nuestra
escritora debía haber nacido entre 1523 y 1526). Lo que no está
en García Matamoros es la especie de que la joven poetisa hubiera
traducido al latín el Buen plazer trabado.
¿Quién le daría esa noticia a Schott? Claro está que la afirmación
de éste no puede dejar de hacernos fuerza: Schott vivió largo tiempo
en España (en distintos lugares) en la segunda mitad del siglo xvi.
Fue, entre otras cosas, sucesor de Alvar Gómez en la cátedra de
griego de Toledol2. No hay, pues, motivo para desechar sin más
esa noticia de la traducción latina del Buen plazer (noticia que luego
pasa de Schott a Nicolás Antonio). Pudo, sin embargo, sufrir una
confusión, al interpretar mal uno de los poemas de que voy a tra¬
tar ahora.
Porque lo que sí es indudable es que Catalina de la Paz dedicó a
don Juan Hurtado de Mendoza cuatro poemas latinos: los dos men¬
cionados del Buen plazer y otros dos que publicó Serrano y Sanz:
uno de felicitación a don Juan por el triunfo obtenido en un certa¬
men literario (In laudem doctissimi viri Joannis Hurtadi Mendogae
de parto triumpho in Musarum certamine...), y otro recién muerta
la madre de la poetisa. Don Juan le había enviado con ese motivo
unos versos, sin duda consolatorios; Catalina le responde con ponde¬
raciones de dolor. Hacia el final contesta a un especial requerimiento
de Hurtado de Mendoza:

Ne pereant, vir magne, mones epigrammata Musae


Docta tuae: servata meo sub pectore vivunt;
Ni periisse putas magis hoc fortasse, quod illa
Non digno sint clausa loco quo abscondita, postquam
Amissere suum prorsus decus atque nitorem.

11 García Matamoros, De Academiis et doctis inris Hispaniae, en


Hisp., III., II, pág. 822.
12 Véase su biografía en Nicolás Antonio, II, pág. 366.
56 Don Juan Hurtado de Mendoza

Barbara namque referí docte dum condita lingua,


Progenies indigna suo sibi visa párente est13.

Es evidente que Hurtado le había enviado algunas poesías suyas


y que Catalina las había traducido en latín; pero no muy contenta
de su trabajo, no le había comunicado las traducciones al autor. En
unos versos finales se declara dispuesta a enseñárselas.
Hay algo, pues, de verídico en la noticia de Schott. Catalina de la
Paz tradujo algunos versos de don Juan. Pero ¿será cierto que tra¬
dujo el Buen plazer? Serrano y Sanz lo niega categóricamente; calla,
sin embargo, sus razones; es posible que no tuviera ninguna 14. En
el texto que hemos reproducido se habla de “epigrammata”, lo cual
no va bien al Buen plazer. También es posible que los versos citados
sean la única base de la afirmación de Schott (quien, sin conocer el
libro de don Juan, podría pensar que por “epigrammata” se desig¬
naba el contenido de ese volumen).
Esta joven Catalina, ¿qué especial sacudida habría sentido al leer
los insulsos epigramas de don Juan (o el Buen plazer, si resultara
cierta la noticia de la Hispaniae Bibliotheca) para ponerse a la tarea
de una traducción?
Ambrosio de Morales, natural de Córdoba, con un soneto (fol. 1 v.);
no, por cierto, bueno, para ser de varón tan famoso.
Luis de Santa Cruz, clérigo y presbítero, vecino de “Cañillejas”
natural de Madrid, con un soneto (fol. 40). Debía de estar también
en mucha relación con los humanistas del grupo de Alcalá. Alvar
omez le dedica un soneto, en que alude al apartamiento (sin duda,
en Canalejas) en que vivía Santa Cruz:

Al señor Luis de Santa Cruz.

Dichoso tú que estás allá apartado,


en dulce soledad, sin compañía,
las musas retobando cada día,
en sabrosos cuidados empleado;

ñoZ u°mT7isy¿T’ Apun,es p"a una bib,ioteca de escrit°™


,1 '')° es cierto que tradujese al latín el libro de éste [don Tuan Hur
tado de Mendoza]”, Serrano y Sanz, obra cit., II, pág. 124. Afirmación dema
siado tajante para darla sin prueba
Amistades
57
y cuando de cantar estás cansado,
desciendes, y a Pascuala con Lucía
hallas que están bailando, con porfía
del rústico zagal desahetrado ... 15

¡Menuda vida, la de este desconocido poeta, entre musas y mozas!


El Padre fray Francisco Tofiño, fraile de San Jerónimo, teólogo
y predicador, que escribe unos pesadísimos “argumentos” en prosa,
de los trece “discantes” (fols. 41-44).
Agréguense a éstos dos amigos que don Juan menciona en su
libro: Diego Fernández Tapiador, artesano, de quien habla afectuosa¬
mente 16 (fol. 24 v.), y el doctor Plasencia, “vicario general en la
arzobispal audiencia de Alcalá”, que intervino en el examen y aproba¬
ción del libro, y al que da gracias jocosamente en un epigrama
(fol. 45).
En fin, Gonzalo Pérez, a quien alaba en el prólogo. Dice don
Juan que había ya escrito versos en “rima doble” antes de compo¬
ner el Buen pktzer, y añade:
De tales cosas muchas escreví
en otra rima doble que antes di
pidiendo la censura y sabio aviso
de un singular poeta dulce y liso:
es el que en rima suelta nos traduze
a Homero con primor que presta y luze.
Pero por su partida apressurada
no puede por entero aver posada,
quando el muy alto Príncipe de España,
por Génova y Milán partió a Alemaña ...
(Fol. [5] v.)
Se trata del largo viaje emprendido por el Príncipe Don Felipe
en octubre de 1548 y narrado por Calvete de Estrella: viaje en el
que tomó parte Gonzalo Pérez, secretario de Don Felipe 17. Durante
ese viaje --el mismo año en que se imprime el Buen plazer— apa¬
reció la Ulyxea, en dos ediciones, una de Salamanca y otra de Am-
beres18.

15 Bibl. Nac., autógrafo de Alvar Gómez, ms. 7.896, fol. 406 v.


16 Véase más arriba, pág. 17, texto y n. 9.
17 Véase González Palencia, Gonzalo Pérez, I, págs. 110-113.
13 Palau, 115.891. Ambas ediciones contienen sólo la versión de trece
libros. La primera completa fue la de Amberes, 1556, Palau, 115.893.
58 Don Juan Hurtado de Mendoza

De varios amigos sabemos por menciones o dedicatorias en otros


libros.
Gran amigo de don Juan debía de ser Alonso Núñez de Reinóse,
autor de la novela que tiene por título Los amores de Clareo y
Florisea, Venecia, 1552. Núñez de Reinoso, que era de Guadalajara,
publica en su obra una carta, escrita desde Venecia y dirigida a don
Juan Hurtado de Mendoza. La carta19 es toda muy interesante:
Núñez de Reinoso había compuesto una comedia (dirigida al Duque
del Infantado) que, corregida por don Juan, nunca consiguieron éste
y otros amigos que su autor la quisiese publicar. Con la novela salían,
en 1552, algunas obras suyas en verso, “parte al estilo español y
parte al italiano”. De sus versos “italianos” dice que “tienen la
misma falta que vuestra merced les solía hallar, y era que sonaban
algo en la sesta a las coplas de arte mayor, y la causa hallábamos
que era el gran uso que de aquellas coplas españolas había tenido”.
Termina enviando sus “besamanos” a algunos amigos comunes: “los
señores don Pero Vélez de Guevara y Alvaro de Loaisa y don Fran¬
cisco de Caravajal y a Antonio de Cáceres”.
A nuestro don Juan creemos dirigida la Carta de los Catarriberas,
de Eugenio de Salazar, uno de los prosistas más directos y autén¬
ticos de nuestro Siglo de Oro (del que tanta insulsez aún recibe los
elogios de la crítica). Su fecha es “de Toledo y abril 15 de 1560”,
y está dedicada “al muy ilustre señor don Juan Hurtado de Mendoza,
señor de la villa de Fresno de Torete”. Empieza: “Por una suya me
envía vmd. a mandar le escriba el estado de mis negocios, y por
muy extenso en qué entiendo y cómo me va en esta corte; y por¬
que (como vmd. sabe) soy siempre obediente a sus mandatos, haré
en ésta lo que me manda ...” La amistad de Salazar con el señor
de Fresno de Torote es evidente. Pero ¿con cuál de los señores de
Fresno de Torote? Los editores han pensado siempre que se trata del
autor del Buen plazer trobado. No se olvide que no sabemos en qué
año murió. En 1560, si vivía, tendría sesenta y tres años o algo más.
Sería demasiado aventurado darle por muerto, sencillamente porque
en su libro (1550) se lamenta de poca salud y de estar impedido para
viajes. No sé. La carta de Salazar lo mismo puede estar dirigida a

19
Que puede verse en Rivad., III, pág. 432.
Amistades 59

él que a su hijo 20. Hay, sin embargo, algunos datos que le inclina¬
rían a uno a pensar que sí, que se trata de nuestro escritor; Salazar
era madrileño, y desde Gallardo 21 se repite que nacería hacia 1530;
estudió en Alcalá (y en Salamanca; pero se graduó en Sigüenza)22.
Como vamos a ver en seguida, don Juan era protector de la Univer¬
sidad de Alcalá, y hay que pensar que debía de ser muy popular
entre los estudiantes: de aquí pudo venir la amistad de Salazar y el
autor del Buen plazer trobado. Recuérdese que en un cabildo madri¬
leño de 1558 hemos encontrado23 un “don Juan Hurtado”. Pero
éste, ¿será nuestro escritor? ¿O su hijo? La repetición del mismo
nombre en la familia hace arriesgada cualquier decisión.
De los que hablan de nuestro autor, ya hemos citado24 el elogio
que de él hace Lucio Marineo Sículo, quien afirma haber leído las
obras de don Juan, inéditas aún. Murió Marineo hacia 1530. Hace
doblemente interesante ese elogio lo temprano del mismo.

20 Hay algunas coincidencias de léxico entre el Buen plazer y las cartas


de Salazar. (Véase más arriba, pág. 18, notas 11 y 13.)
21 Ensayo, IV, col. 325.
23 Nací y casé en Madrid; crióme estudiando
la escuela complutense y salmantina;
la licencia me dió la seguntina ...
(De un soneto de Salazar, reproducido por Gayangos, Cartas de Eugenio
de Salazar, Madrid, 1866, pág. vm.)
Para las relaciones de Salazar con Alcalá téngase en cuenta lo que dice de
la coplilla a la caída del príncipe (Ensayo, IV, col. 342).
Al reproducir Ochoa la Carta de los Catarriberas (Rivad., LXII, pág. 297,
n. 1), atribuye a don Juan Hurtado de Mendoza “otro libro de poesía.
El Tragitriumpho, que también se imprimió en Alcalá”. Reproduzco a con¬
tinuación una nota bibliográfica, que me ha facilitado mi amigo Antonio
Rodríguez-Moñino:
“Tragitriumpho del Illustrisimo señor el señor don Rodrigo de Mendoza
y de Biuar, Marqués primero del Zenete, Conde del Cid, Señor de las Villas
de Coca y Alaejos con las varonías de Ayora Alberique y Alcocer, etc. Com¬
puesto por Juan Angel Bachiller en artes.
4o 28 fols., s. i. t., pero 1524
Letra gótica. Precioso folleto.
Biblioteca Nacional, R-637.”
Como se ve, Ochoa sufrió notable despiste. Nicolás Antonio dice que
Juan Angel, autor del Tragitriumpho, era valenciano.
23 Véase más arriba, pág. 41.
24
Véase más arriba, pág. 27.
60 Don Juan Hurtado de Mendoza

Hay que citar en seguida el de García Matamoros. Hablando


de poesía dice:
... damnare non possum, nec si possem, máxime deberem, principes huius
artis nobilissimos, Boscanum, Lassum, Johannem Hurtado Mendozium, Gun-
disalvum Perez, viros plañe doctissimos, & quos in numero Petrarchae &
Dantis, & si quos Italia praestantiores habuit, locare non timeo 25.

Se podría creer que en ese elogio el autor tal vez pensara en el


más famoso don Diego Hurtado de Mendoza. Nada obliga a ello:
si el elogio es desmesurado para don Juan, también lo es para Gon¬
zalo Pérez; si, citado tras Boscán y Garc'ilaso, se esperaría don Die¬
go, la inmediación a Gonzalo Pérez va pintiparada a don Juan. En
fin, para García Matamoros, catedrático de Alcalá, que imprimía allí
sus libros por los mismos años que don Juan, éste era mucho más
próximo que don Diego.
Indudablemente hay que añadir a esta lista de amigos el nom¬
bre del secretario Diego Gracián, traductor de los Morales, de Plu¬
tarco (Alcalá, 1548). Al fin del libro va un “soneto de don Juan
Hurtado de Mendoza, vezino de Madrid”26. Las obras de Plutarco
no habían sido traducidas, o mal; en la traducción de Gracián hay
un tesoro “de lengua, escuela, corte y gentileza”: esto viene a decir
el soneto.
Uno de los jóvenes estudiantes de Alcalá a quien trataría don Juan
Hurtado fue, sin duda, Diego Ramírez Pagán, nacido hacia 15242r
y premiado en la Universidad, probablemente en uno de los certáme¬
nes poéticos en que —-como veremos28—* solía intervenir don Juan.
En la Floresta de vana poesía, de Ramírez Pagán, publicada en 1562^
figura un “Endecasílabo de don Juan Hurtado de Mendoza al Autor'
Mi laura pongo en que otri me la venpa”.

A continuación viene, en un soneto, la “Respuesta de Ramírez”. Ha-

Hisp. III., II, pág. 820.


Comp. Tipografía Complutense, núm. 224. El soneto empieza “En la
romana lengua y en la griega”; es de baja calidad. Sobre la traducción de
los Morales, por Gracián, véase Bataillon, Erasmo y España, II, págs. 226-227
2‘ Según Antonio Pérez Gómez, benemérito editor de la Floresta dé
Jaría poesía de R-mírez Pagán, Barcelona, 1950, I, pág. 23.
28 Más abajo, págs. 64-66 y 74.
Amistades
61

bla en los.cuartetos del peligro de “subir... a grande altura” y “en


altamar meterme”. Reproduzco los tercetos:

y assí de mi escribir tengo vergüenza


después que fui de Apollo laureado,
sabido el resplandor de tu corona:
que no sólo por ti, don Juan Hurtado,
mas fuera del valor de tu persona,
mi laura pongo en que otri me la venga 29.

No sabemos qué vínculo de amistad existiría entre Hurtado de


Mendoza y Juan de Quirós “cura de la Sancta Yglesia de Sevilla”
que publicó en 1552, en Toledo, una Cristopathía en octavas reales.
En los preliminares de ese libro aparece, junto a otro de Arias Mon¬
tano, un soneto de nuestro Hurtado, que empieza “Mientras en mal
amor y vil floreo” 30.
Mencionemos a Agustín de Almazán, “hijo del doctor Almafán,
médico de Su Magestad”, y a Alejo Venegas: los dos intervienen
uno como traductor y el otro como prologuista y aprobador— en
la traducción de El Momo, de León Bautista Alberti, que salió en
1553. En esta obra figura un soneto31 de don Juan Hurtado de
Mendoza (que lleva la coplilla o coletilla final que él usaba en estos
casos). Este soneto, prosaico, como casi todo lo de don Juan, alaba
la labor de Almazán y termina con un elogio de doña María de Men¬
doza, a quien va dirigida la obra. Ya he dicho antes cuán vehemente¬
mente sospecho que don Juan tuviera parte principal en el nombra¬
miento de Venegas para la cátedra de Gramática del Estudio de
Madrid.

20 Floresta de varia poesía, ed. cit., II, pág. 108.


30 Juan de Quirós, Cristopathia, ed. de Antonio Pérez Gómez, Valencia,
1955 (Col. “Duque y Marqués”, VI), pág. 23. Mi amigo Rodríguez Moñino
me señaló la existencia de estas huellas de Hurtado de Mendoza en los libros
de Ramírez Pagán y de Quirós.
31 Tipografía Complutense, núm. 256. El soneto de don Juan comienza:
“Debaxo de fictiones fabulosas”; termina “la baxa aquí de Momos ha bay-
lado”, y a continuación (según costumbre del Buen plazer y de la Alvorctda
trobada), “No, sino alta, / pues se dirige a persona / tan sin falta”. Esta
coplilla liga siempre con el sentido del último verso; es a modo de un
estrambote sui generis.
62 Don Juan Hurtado de Mendoza:

¿Conocería personalmente a nuestro escritor el años más tarde


catedrático del Estudio de Madrid Juan López de Hoyos? Es muy
posible. Nada se puede deducir con seguridad del afectuoso elogio
que de don Juan Hurtado de Mendoza hace en el libro sobre la
muerte de Doña Isabel de Valois, en 1569 32.
Si repasamos ahora esta lista nos encontramos con un hecho evi¬
dente: Luis de la Cadena, Ambrosio de Morales, los Guevara, Sala-
zar, García Matamoros, Catalina de la Paz, el doctor Plasencia (en
seguida añadiremos los nombres de Alvar Gómez y de Petreyo), todos
ellos son gentes en contacto con la Universidad de Alcalá; varios,
conocidos profesores de la misma.
32
Véase más arriba, pág. 45.
V

LA UNIVERSIDAD DE ALCALÁ. EL LATINISTA

Las relaciones de don Juan Hurtado de Mendoza con Alcalá no


son sino muy naturales. La Universidad, obra de Cisneros, había
resultado de repente el más creativo centro cultural de España \
Desde los primeros años del siglo xvi las imprentas complutenses
—-los Brocar, los Eguía— estaban lanzando al mundo una continuidad,
a cada momento más nutrida, de libros importantes, y se puede decir
de ellas lo que de Brocar decía Ambrosio de Morales: “officina, de
donde nunca ha consentido hasta aora salir libro alguno ni en otra
lengua ni en castellano de los vanos e inútiles que se ussan” 1 2. Para
un madrileño culto, Alcalá era entonces la máxima atracción. Pero
en el caso de don Juan Hurtado de Mendoza había un vínculo más:
Fresno de Torote está situado a muy pocos kilómetros de Alcalá;
Alcalá era punto obligado de paso para la visita de su señorío.
Ya hemos visto cómo la mayor parte de las amistades de don Juan
están relacionadas con la Escuela Complutense.

1 Véanse los párrafos apologéticos, pero en su conjunto justos, que Me-


néndez Pelayo dedica al impulso renaciente y literario que en sus años ini¬
ciales representó la Universidad de Alcalá, no frenada, como la de Salamanca,
por trabas medievales. Antol. de poetas díñeos, III, págs. 31-34. Pero
Bataillon señala cómo toda la preparación humanística llevaba como fin
último a la Teología: Erasmo y España, I, págs. 12-26. Para las impor¬
tantes relaciones de Alcalá y el erasmismo, la misma obra de Bataillon, passim_
2 En el prólogo de las Obras de Cervantes de Salazar, Alcalá, 1546.
■64 Don Juan Hurtado de Mendoza

LA “PUBLICA LAETITIA...”

El día 13 de abril de 1546 la Universidad de Alcalá recibió la


visita del señor Juan Martínez Silíceo, recién nombrado Arzobispo de
Toledo. Hubo muchos regocijos y se escribieron con tal motivo mul¬
titud de poesías latinas y castellanas. Todo se narra en un libro bella¬
mente impreso por Juan de Brocar: Publica Laetitia qua Dominas
loannes Martinus Silicaeus Archiepiscopus Toletanus ab Sckola Com-
plutensi susceptus est3 4. El texto era obra del famoso Alvar Gómez \
Se explica en la Publica Laetitia cómo habiéndose establecido
los temas del certamen poético (y de imágenes y divisas para arcos,
etcétera) con sólo cuatro días de plazo, en tan corto tiempo los poetas
complutenses produjeron poemas, epigramas, inscripciones e imáge¬
nes en tal cantidad, que apenas podía ser creído, “hasta tal punto las
inteligencias se habían aplicado ardorosamente a la labor, ya por la
buena estrella del Prelado1, por cuyo estreno en la dignidad archi-
episcopal todo esto se hacía, o ya como cosa de la Escuela Complu¬
tense, donde florecen las humanidades, y donde los ingenios, libe¬
ralmente enseñados, habían sido ya ejercitados en estas lides por el

3 Tipografía Complutense, núm. 213. He manejado el ejemplar de la


Real Academia de la Historia.
4 Nacido en Santa Olalla (Toledo), en 1515; estudió en Alcalá, en cuya
Universidad residió hasta que fue llamado a Toledo por don Bernardino
Sandoval para enseñar allí. Publicó, entre otras obras, una vida de Cisneros
y poemas en latín. Véanse pormenores en Nicolás Antonio y en Palau.
Biografías de alguna extensión en Nicolás Antonio, en Schott, Hispanice
Bibliotheca, págs. 564-565, ésta con pormenores interesantes. Véase F. de B.
San Román, BRAE, XV, 543-566. Un epigrama de Alvar Gómez a la muerte
de Luisa Sigea puede verse en Schott, obra cit., pág. 342, y otro a Juan
de Vergara, ibid., pág. 555; a la muerte del mismo Vergara dedicó una
égloga en los Edyllia, el libro de versos, que fue publicado en Lyon en
1558 (comp. Schott, obra cit., pág. 554). Con el tesoro de papeles varios, de
Alvar Gómez de Castro, en doce tomos, de las Bibliotecas Nacional y Escu-
rialense ha obtenido noticias curiosas Sánchez Cantón (véase RFE V 1918
págs 43 45; vi, 1919, págs. 158 y sigs.; comp. Bibliot. esp. de divulgación
cientif., III, pags. 30 y sigs.). Distíngase de otro Alvar Gómez de Ciudad
Rea ’ sen°rr de ,Pl0Z’ autor de la Thalichristia; comp. M. Pelayo, Obras
ed. Nac., VII, págs. 14 y 20; también Schott, obra cit., pág. 566, y Bataillom
obra cit., II, pág. 207, n. 1. 5
La Universidad de Alcalá. El latinista 65

favor del señor don Juan Hurtado de Mendoza, varón a un mismo


tiempo ilustre y doctísimo. El cual, como es insigne por la doctrina
Y el ingenio y muy sabidor en poesía, y favorecedor de los buenos
ingenios, hace ya algunos años propuso temas y estableció para
ellos elegantes y muy codiciables premios, logrando así que se adies¬
traran los muchos poetas de esta Universidad”.5 6
He aquí, pues, confirmado lo que habíamos sospechado ya: la
vinculación espiritual de nuestro autor con la Universidad alcalaína.
Más aún: don Juan Hurtado de Mendoza fue un favorecedor, un
Mecenas de la Universidad. Y no sólo eso: entre los poetas de la
Publica Laetitia figura don Juan. El tema del certamen quinto, en
lengua vulgar, era glosar estos versillos:
Sepa cierta la virtud
que será remunerada,
aunque más esté encerrada s.

El señor don Juan Hurtado de Mendoza, fuera de las reglas del


certamen ( praeter leges a Rectore indictas”), tuvo el gusto de com¬
poner un “carmen intercalare”, o poema latino con estribillo, el
cual se inserta también en la Publica Laetitia. La chispa del asunto
es que el estribillo latino (que ocurre cada seis versos) contiene pre¬
cisamente el pensamiento de esos tres octosílabos propuestos para glo¬
sar a los poetas en castellano (“Carmen autem intercalare, versicu-
lorum sententiam continet qui Hispanis poetis propositi sunt”). El •
estribillo es:
Praemia certa feret, quantumvis abdita virtus.

El vaticinio del estribillo será verdad, reinando Carlos, gobernando


en su nombre Felipe, rigiendo la sede arzobispal de Toledo Martínez
Silíceo. El apellido del Arzobispo sirve al poeta (como ocurre en la
Alvorada trobada y, por otra parte, en el lema mismo del Prelado)
para hacer mil juegos ingeniosos con el pedernal, el hierro y el fuego.
Madrid —buen momento para acumular otra vez, cómo no, los con¬
sabidos tópicos: Mantua, la Ursaria, el fuego, las aguas, el peder¬
nal—', Madrid (viene a decir el poeta) es especial testigo de cómo se

5 Pág. 8.
6 Pág. 7; las glosas a estos versos están en las págs. 76-84.

5
66 Don Juan Hurtado de Mendoza

premia la virtud escondida; Madrid, que ella misma de selva se ha


convertido en residencia real7; Madrid, donde a Martínez Silíceo
le fue dada la mitra de Cartagena, donde ahora le ha sido adjudicada
la mitra arzobispal; donde (si no me engaña el afecto) siempre se
premiará la virtud, por muy escondida que esté:

Madridium testis nostra est, quae Vrsaria quondam,


(sicut Mena refert) igni circumdata surgit
Carpetana eadem quoque Mantua dicta putatur.
Quondam sylva fuit, de sylva en regia facta,
(Tam potis est cultus) quo si Deus adiuvet, ultro
Praemia certa feret, quantumvis abdita virtus.
Hic et cessit ei Carthaginis ante tyara,
Hic et mitra nitens nunc Toletana tributa est,
Hic ubi & ignis aquis incumbit amore perenni,
Hic ubi viva silex murales incolit undas,
Atque ubi, ni studium patriae me spesque fefellit,
Praemia certa feret, quantumvis abdita virtus8.

Las alegrías de este libro no duraron mucho tiempo. Ya hemos


aludido antes 9 a las diferencias que tuvo Silíceo con la Universidad
y a la persecución que lanzó sobre su Cancelario Luis de la Cadena,
que había sido precisamente uno de los jueces del certamen el día
gozoso de la recepción del Arzobispo en la Universidad complutense.

LA TRADUCCIÓN DE LAS CO¬


PLAS DE JORGE MANRIQUE

Foulché-Delbosc publicó en la Revue Hispanique 10, hace ya más


de medio siglo, una traducción latina de las Coplas de Jorge Man¬
rique, que se conserva en la Biblioteca del Escorial; cada estrofa
está convertida en seis hexámetros. Esta obra, hecha con gran escru¬
pulosidad y, en general, con bastante exactitud “, está dedicada al

7 Residía frecuentemente la Corte en Madrid; corte, en realidad, no lo


fue, como es sabido, hasta 1561.
8 Publica Laetitia, págs. 32-33.
9 Más arriba, págs. 51-52.
10 XIV, 1906, págs. 9-21.
11 A veces, con maravillosa precisión; otras, con variaciones que parece
podrían haberse evitado.
La Universidad de Alcalá. El latinista
67

. flJturo FeliPe H, y se conserva con la encuademación con que fue


ofrecida. Omito pormenores, que pueden verse en el artículo de
Foulché. Una copla de pie quebrado (también con su correspon¬
diente traducción) forma la dedicatoria. El manuscrito tiene la sis-
natura D-IV-5. B

En la obra del erudito alemán Rudolf Beer Die Handschriftenschen-


kung Philip ¡I. an den Escorial vom Jahre 1576 12, se registra (pá¬
gina lxvii) la versión latina: Carmina Georgi Manrrici translata de
hispano latine. En el Indice más antiguo de la Biblioteca del Esco¬
rial (signatura H-I-5) está documentada (en el fol. XL v.) la exis¬
tencia de una traducción de dichas coplas por don Juan Hurtado de
Mendoza: ‘Joann. Hurtado de Mendoca libellus carmine latino com-
positus ea continens Carmina quae vulgari sermone Las coplas de
Don Gecrge Manrique dicuntur. membr. VI. k. 3” 13. Beer pensó
que éstas que se dan como traducción de nuestro poeta son las que se
conservan, y que el antiguo ms. VI. k. 3 sería el D-IV-5. El Padre
Guillermo Antolín (que recordó estos datos de Beer en una nota
publicada en el mismo número de la Revue Hispanique14 en que
Foulché-Delbosc publicó la traducción de las coplas) hace notar que
el pormenor señalado con “membr.” en el VI. k. 3 no casa con la
realidad del D-IV-5, pues éste está en papel. Pero añade que las
dos primeras hojas del manuscrito fueron de vitela, lo que hace expli¬
cable la equivocación, y que el autor del Catálogo ponía a veces nom¬
bres de autores o traductores que no figuraban en los mss.; eran,
pues, conocimiento o averiguación suya. La copia del s. xvm de esa
traducción, que se conserva en la misma Biblioteca (signatura H-I-9)15
está hecha sobre el D-IV-5.
Es posible que el códice D-IV-5 y el antiguo VI. k. 3 sean el
mismo; aunque no sea así, es casi seguro que la atribución a don

1 Jahrbuch der kunstkistorischen Sammlungen des allerhochsten Kai-


serhauses, XXIII (1903), Heft 6, II Theil, págs. i-cxl.
Se repite la inscripción de las mismas coplas “en romance y la¬
tín, VI. K. 3” en el fol. 57 v. de dicho Indice más antiguo. Es el mis¬
mo ms., pero aquí no se da el nombre del traductor.
14 Revue Hispanique, XIV, 1906, págs. 22-34.
Y en este ms., dice el P. Antolín, hay otras traducciones que pudieran
ser también obra de don Juan.
68 Don Juan Hurtado de Mendoza

Juan Hurtado de Mendoza se refiera a esa única traducción latina


que nos ha conservado la biblioteca escurialense. La atribución no deja
de ser interesante. Añádase que los lemas o divisas'que figuran en
la bella encuadernación del siglo xvi del ms. D-IV-5 son muy del
gusto de don Juan; la fecha, 1540, le va perfectamente. Y aún otro
pormenor: en la traducción le resultan, como correspondencia de las
coplas, unas especies de estrofas de seis hexámetros cada una; es exac¬
tamente la misma distribución que hemos visto en el “carmen inter¬
calare” de la Publica Laetitia, si bien en éste el sexto verso era el
estribillo.

UN POEMA A PETREYO

El P. Antolín, a continuación de la referida nota, publicó tres


composiciones inéditas de nuestro autor. La impresa allí en último
lugar es un soneto a Ausías March, que más adelante transcribo; la
segunda es un largo poema en castellano —-del que hablaré a su
tiempo— dedicado a Alvar Gómez.
La que va la primera en la Revue Hispanique16 es un poema
latino en noventa hexámetros dedicado al joven catedrático de la Uni¬
versidad de Salamanca Juan Pérez (o Petreyus, como le plugo latini¬
zar su muy común apellido). Los elogios de Alvar Gómez, de García
Matamoros y de Schott a Petreyo son muy encendidos; Andrea Nava-
gero al oírle pensó que con él España se adelantaba a Italia 17. Extra¬
ordinarias debían de ser las facultades de este joven —'titular de la
segunda cátedra de Retórica 18—-, que murió a los treinta y cinco años,
dejando un entusiasta recuerdo en sus amigos de Alcalá.

16 Revue Hispanique, XIV, 1906, págs. 27-29.


17 Alvar Gómez en De rebus gestis Francisci Ximenii, en Hispania
Illustrata, I, pág. 1141; y García Matamoros, De Academiis et doctis viris
Hispaniae, en Hispania Illustrata, II, págs. 815-816. Véase también Schott,
Hispaniae Bibliotheca, págs. 577-578 (que es donde se cuenta la anécdota
de Navagero); allí también figura un poema de Luis de la Cadena a la
muerte de Petreyo. Véase la bibliografía en Nicolás Antonio; y en Palau,
sub Pérez y sub “Petrei”.
18 Alvar Gómez, en Hispania Illustrata, I, pág. 1141.
La Universidad de Alcalá. El latinista 69

El poema tiene por título “Magistro Petreio Complutensis Licü


[(sic; i. e. Lycaei)] Rhetorices professori, Poetae singulari, suus dis-
cipulus Ioannes Mendocius salutem plurimam dicit”.
No cabe duda de que se trata de nuestro Hurtado de Mendoza
por las varias veces que se habla en el poema del Torote, y aun se
alude al señorío que ejercía don Juan, pues la rana que le habla ase¬
gura que es “ripae dominum fas noscere Ranae” El elogio de Petreyo
se hace ampliamente; y también alaba a Alvar Gómez, famoso huma¬
nista y catedrático de griego en la Universidad, de quien la antorcha
pasaría a las manos de Petreyo:
Ule Petreius erit, cursu cui lampada tradat
Inter Apollineos celeberrimus Alvar Gómez ...

Del propietario de la primera cátedra de Retórica, Juan Ramírez,


también trata elogiosamente, quizá con un poquitín de broma. Des¬
pués de mencionar famosísimos escritores que han tratado de las ranas,
dice la que habla:
Et non dignetur noster Parrochius ille
Doctor Ioannes Ramírez, arduus alter
Rhetoricae artis apex, nos tándem visere quando
Gutture de trémulo bene declamare peritas?

Aun los que más alaban a Ramírez ponen siempre alguna reti¬
cencia. García Matamoros nos dice de él: “Actio tamen propter foedi-
tatem oris non satis commendabat huius viri orationem” 19.
Añadamos aquí que no era menor que el entusiasmo por Petreyo
el que don Juan sentía por Alvar Gómez: también a éste le dedica
un poema (publicado asimismo por el P. Antolín)zo, que, aunque en
castellano, tiene la huella humanística. El título es:

19 Matamoros, De Academiis el doctis viris Hispaniae, en Schott, His-


pania Illustrata, II, Francfort, 1603, pág. 816. Aunque Matamoros dice a
continuación que, leído, placía mucho, ha empezado por decir de Ramí¬
rez : “plus habuit, meo iudicio, industriae quam naturae”. El mismo
Alvar Gómez le alaba mucho, pero no con el entusiasmo que a Petreyo
(De rebus gestis Francisci Ximenii, en Hispania Illustrata, I, pág. 1141).
Comp. Bataillon, Erasmo y España, I, pág. 186, núm. 4.
20 Revue Hispanique, XIV, 1906, págs. 29-34.
70 Don Juan Hurtado de Mendoza

Al muy reverendo Señor Alvar Gómez, Catedrático de Griego en la


Universidad de Alcalá, respuesta en metro yámbico de D. Juan Hurtado.

Son unos endecasílabos sueltos, que parece quieren (pero no lo con¬


siguen) llevar acentuadas todas las sílabas pares. Largo poema: unos
doscientos (poco más o menos) endecasílabos sin rima, sumamente
aburridos.

ALVAR GÓMEZ Y DON JUAN


HURTADO DE MENDOZA

Había nacido Alvar Gómez en 1516 ó 1515 2l. Era, por tanto, casi
veinte años más joven que don Juan. La amistad entre los dos debió
de ser muy grande.
Acabamos de ver que Hurtado de Mendoza, en el poema latino
a Petreyo, alaba grandemente a Alvar Gómez y que le dirige una
larga composición en verso suelto castellano.
Alvar Gómez le correspondía ampliamente. En un ms. autógrafo
de la Biblioteca Nacional se pueden ver hasta siete sonetos del huma¬
nista alcalaíno 22 al autor del Buen plazer. En uno que comienza “Qual
suele estar la tierra en el estío” 23 se lamenta de no haberle visto desde
hacía tiempo. Así —viene a decir— se ha manifestado, con la priva¬
ción, el gran amor que le profesa. Termina:
Temía si de mí te has olvidado,
si he sido negligente yo primero;

En un par de sonetos, Alvar Gómez, que debía de ser débil o haber


envejecido pronto, se lamenta, escribiendo a don Juan acerca de acha¬
ques. El primero comienza “Algún tiempo, señor, es ya pasado” 24;

21 Este dato sale de la rúbrica de una poesía en uno de los mss. autó¬
grafos de Alvar Gómez, en la Biblioteca Nacional: “Ad se ipsum ad sacrarum
literarum studia incitans. Suae aetatis 28. 1544”. 7.896, fol. 401. Habría
nacido, pues, en 1516 o en 1515. San Román, art. cit., vio estos datos,
pero los cita equivocando el folio y la dedicación del soneto.
22 Están espaciados, entre otros sonetos del mismo Alvar Gómez, en
el ms., que parece autógrafo, 7.896 de la Bibl. Nac., fols. 393-403. Existe
una copia del siglo xvni en el ms. 13.007, fols. 306-312 v.
23 Ms. 7.896, fol. 393.
24
Ms. cit., fol. 394.
La Universidad de Alcalá. El latinista 71

y el segundo tiene por título “A el señor don Juan Hurtado de


Mendoza habiendo estado entrambos a dos en estío malos” 25. Termina:
No es luenga hedad llegar a los extremos
de Príamo o de Néstor con passiones:
es el biuir, quando, con Dios, valemos.

En otro de estos sonetos le da las gracias por haberle tenido hos¬


pedado en su casa:

A don Juan Hurtado.

La grande voluntad que me has mostrado,


señor don Juan, mi lengua ha enmudecido;
el ánimo me tiene enternecido
y como cera en fuego está ablandado.
El fuego de tu musa me ha abrasado,
pero más el amor que en ti he sentido,
el contino regalo que he tenido,
la mano liberal que me ha amparado.
Con piedra blanca he señalado el día
cuando amorosamente fui acogido
en tu erudita y santa hospedería.
Allí yo recibí nueva alegría,
allí cobré Mecenas, y engreído
se ha, con tu favor, la Musa mía 26.

Un mecenazgo, quizá sólo modesto, debía de ejercer don Juan sobre


estos humanistas. Si no, no se comprenden los admirativos aspavien¬
tos de este otro soneto:

A don Juan Hurtado.

De tu divino canto envelesado


desde lejos mi flaco entendimiento,
puede alcanzar, que de cerca no intento,
a sufrir luz tan grande desusado.
Mas con el agua un poco rociado
del brío Divinal y santo aliento,
de quien en cada verso claro siento
que de mil modos eres ayudado,

25
Ms. cit., fol. 394 v.
26
Ms. cit., fol. 396.
72 Don Juan Hurtado de Mendoza

tornando en mí, recibo gran consuelo,


de ver que por tu causa se levanta
al cielo nuestra castellana vena.
Y lo que en esto más y más me espanta
es cuando miro un tan crecido vuelo
cuan alto sube, sin ninguna pena 27.

Otro soneto que empieza “Cuanto suele dar pena detenerse” 28 es


para agradecer un favor: Dios había ayudado a Alvar Gómez en
una dificultad; pero el amigo (don Juan) había actuado como “segunda
causa”. El último lleva por título “Al señor don Juan Hurtado de
Mendoza siendo muerto Pero Núñez de Toledo, su cuñado” 29. Es
una pieza consolatoria (el mundo es vanidad, sombra, mentira; feliz el
que de esto sale). Empieza:
Señor don Juan, tu Pedro valeroso
hoy vive sin recelo de perderse...

Nosotros ya sabíamos30 que Pedro Núñez se casó con doña Leo¬


nor, hermana de nuestro poeta.
También en un soneto “Al señor Soto, tañedor de tecla y músico
de las señoras infantas” creo que el don Juan mencionado es el nues¬
tro. Interpreto que “en caballo tan trotero” tiene ahí valor metafórico,
quizá el de 'en verso’:
Ha sido mi señor don Juan tercero
a que salga de madre mi osadía;
visitar tu posada yo deuía
a pie, mas no en caballo tan trotero 31.

Aparece asimismo mencionado don Juan en la respuesta de Fran¬


cisco de Soto (a quien, sin duda, había excitado a componer versos):
Y aunque el señor don Juan me meta en danga,
ya no me sacará de mis casillas 32.

Los sonetos de Alvar Gómez están llenos de variantes (de las que
he prescindido); muchas son correcciones de la propia mano del autor.

27 Ms. cit., fol. 397 v.


28 Ms. cit., fol. 400.
29 Ms. cit., fol. 403.
30 Más arriba, págs. 25 y 46, n. 21.
31 Ms. cit., fol. 367.
32
Ms. cit., fol. 367 v.
La Universidad de Alcalá. El latinista 73
Pero hay otras correcciones de otra mano, que todas se reducen a lo
mismo: impedir que la tercera sílaba del endecasílabo lleve acento.
Por ejemplo, cuando Alvar Gómez escribe (en uno de sus sonetos
menos flojos):
El dulce ruiseñor en la espesura
los milagros de Dios está cantando;
el arroyo que pasa murmurando
aquesto ua diziendo y se apresura33,

el corrector cambia el segundo verso en “milagros de su Dios”, etc.,


y el tercero en “el manantial que pasa”, etc. Notas marginales del
mismo corrector repiten idéntica doctrina: “tercera syllaba: está aquí
aplomada”; “no puede volar la tercer syllaba porque es acento y
syllaba luenga en castellano”.
¿Quién sería el autor de esas correciones? Por el tono, un amigo,
sin duda, a quien Alvar Gómez había consultado. Recuerdo ahora
la larga composición “en metro yámbico” que don Juan dedicó al
mismo Alvar Gómez 34, y las preocupaciones métricas sobre el ende¬
casílabo que revela la carta, ya mencionada, de Núñez de Reinoso35.
¿Serán esas correcciones de mano de don Juan? Parece que al llamar
“metro yámbico” a los endecasílabos de su poema expresa su creencia
de que no debían llevar acentos en las sílabas impares. Y es evidente
que en el Buen plazer son rarísimos los versos con acento en la tercera
sílaba. En fin, recordemos que por los testimonios de Fernández de
Oviedo y de Núñez de Reinoso sabemos que la opinión de don Juan
valía como la de un oráculo y que los amigos le enviaban sus obras
para que las corrigiera.
También Alvar Gómez le dedicó un poemita en latín a don Juan:
con él enviaba sus epigramas latinos. Helo aquí:

Domino Ioanni Hurtado.

En promissa tibi toties epigrammata mitto:


desidiis ingenii signa legenda damus.
Sed quid melius facerem dum damna salutis
vix reparare queo, fessaque membra labore?

33 Ms. cit., fol. 402.


34 Más arriba, págs. 69-70.
35 Más arriba, pág. 58.
74 Don Juan Hurtado de Mendoza

His ego solabar curas, his otia mentí


grata dabam, nostris haec medicina malis.
Digna tuis adytis fuerint si visa, loannes,
ingens musarum tune mihi fructus adest36.

Ya hemos visto en la Publica Laetitia (1546) cómo al redactarla


Alvar Gómez alababa a don Juan y cómo nos le presentaba como
protector y fomentador de los certámenes poéticos complutenses. Los
mss. de Alvar Gómez de la Biblioteca Nacional, con motivo del cer¬
tamen poético de 1552, nos vuelven a dar muestra de la amistad del
humanista hacia don Juan y de la participación de éste en la vida
literaria de la Universidad alcalaína. Ese año de 1552 fue también
Alvar Gómez el encargado de redactar el “Edictum sacri poetici Com-
plutensis certaminis”. Y allí se hace mención especialísima de nues¬
tro poeta:
Domino Joanni Hurtado Mendocio viro multis nominibus iilustri, multum
se debere fatetur complutensis academia, eo in primis nomine, quod ad poe-
ticae cultum et poeticorum certaminum frequentiam suo ipsam exemplo ac
liberalitate incitavit. Quapropter praemium eidem extra ordinem decernit
speculum christallinum praegrande haebeno atque ebore magnifice ornatum.
Et quamquam haud dubitet quin ille suis et latinis et hispanis carminibus
certamen nostrum mirifice sit celebraturus, vult tamen cum caeteris ilium
poetis de praemiis et honore contendere, quod omnia pariter praemia in eum
cumulando non possit academia officio ac benevolentiae satisfacere37.

He aquí otra vez don Juan tratado con el mimo y las atenciones
debidas a quien al par es un noble aficionado y un generoso mecenas.
Lo que en la Publica Laetitia vimos, que él protegía estos concursos
y establecía premios, está aquí, seis años después, confirmado. La Uni¬
versidad que espera que don Juan ha de celebrar también este cer¬
tamen con versos suyos— piensa que no le llegaría a corresponder
m aun dándole todos los premios, y le concede ya de antemano como
recompensa un gran espejo decorado con ébano y marfil...
^ Entre los >ueces nombrados estaban Luis de la Cadena y Gonzalo
Pérez. Don Juan estaba, pues, entre amigos.

36 Ais. 7.896, fol. 510. El primer borrador parece ser el que se halla
en el ms. 8.624, fol. 261.
37 Ms. 7.896, fol. 312 v.
La Universidad de Alcalá. El latinista 75

DON JUAN, latinista: resumen

No todo está claro en la actividad de don Juan Hurtado de Men¬


doza como poeta latino. Hay un abismo entre la rudeza y, sobre todo,
el descosimiento del poema latino a Petreyo que publicó el P. Antolín,
y la diafanidad de la traducción de las coplas de Jorge Manrique. ¿Es
que ésta no sería suya? ¿O quizá sería —como tantas veces ocurre
en literatura de aristócratas y mecenas— que don Juan tuviera ayu¬
dadores? Rodeado de tantos famosos humanistas, ¿qué de particular
que le echaran una mano? La traducción de las Coplas, caso de ser
suya, sería su obra maestra, lo mejor que, ya en latín, ya en caste¬
llano, habría salido de su pluma.
Sea de esto lo que fuere, henos a estas alturas llevados a un am¬
biente bien distinto de lo terruñero y tan local, que es lo que antes
resalta en una primera lectura del Buen plazer.
En el mismo Buen plazer trobado, don Juan Hurtado de Men¬
doza nos daba ya algunas muestras de su latinismo: un dístico, con¬
testación a Luis de la Cadena (fol. [2] v.); otro, contestación a Cata¬
lina de la Paz (fol. [1] v.). Pero quien maneje sólo ese libro no puede
ni adivinar cuán profundamente metido estaba este ilustre señor en
los anhelos humanísticos que tan poderosamente señalan la primera
mitad del siglo en que él vivió. Mecenas de los poetas que escriben
en latín en la Universidad de Alcalá, poeta latino él mismo —y por
cierto, quizá un poquito más animado que en español—-; traductor
excelente de Jorge Manrique, si se confirma la hipótesis que tantos
indicios favorecen, estuvo en contacto con un grupo de humanistas
insignes, la mayor parte complutenses, que caracterizan el movimiento
cultural de su época: Luis de la Cadena, Alejo Venegas, Alvar Gómez,
Petreyo, Diego Gracián, Gonzalo Pérez... Notemos que varios de ellos
eran erasmistas o tenían simpatías por los erasmistas.
VI

POETA FRANCESISTA

TEMA Y CARÁCTER

El tema del Buen plazer trobado lo resumió bien y en muy pocas


palabras Nicolás Antonio: “que el verdadero y auténtico placer se
consigue por la inocencia y la práctica de la virtud”. Esta doctrina
está expuesta difusa y reiterativamente a lo largo de los trece “discan¬
tes” o cantos del poema.
Y esa doctrina está explicada, diríamos, vulgarmente, como una
cansina predicación, por medio de símiles diarios, apegados a las
cosas concretas y conocidas. Resulta así una poesía de vuelo corto
y rastrero, que algunas veces está casi a punto de acertar a fuerza
de ingenuidad, o que suscita nuestra atención con el fugaz encanto
de uno o dos versos, para disolverse de nuevo en un gris sin matices
e inacabable.
Hemos notado también cómo la lengua y el espíritu del poeta
parecen cobrar un poco más de precisión y animación en las poesías
latinas. Afirmación ésta que se podría sostener rotundamente si la
traducción de Jorge Manrique resultara, en efecto, como parece, suya.
He aquí, pues, dos aspectos: el terruñero castellano y el huma¬
nista; la máxima limitación, junto a un vuelo profundo, no en el
espacio, sino por los aires del tiempo. En seguida nos damos cuenta
de que esta asociación se puede decir que caracteriza a bastantes escri¬
tores del siglo xvi. Para dar un ejemplo insigne: existe en Fray
Luis de León.
Poeta francesista 77

Contemplemos, por última vez, a nuestro escritor tal como se nos


muestra en el Buen plazer trobado, antes del gran salto que tenemos
que dar: don Juan Hurtado de Mendoza, escritor de la veta más
insobornablemente hispánica, vinculado a este corazón de España, entre
Madrid y Alcalá, madrileño y madrileñista, con su lenguaje sobre el
que parece aún proyectarse la Edad Media, con sus refranes y giros,
como un eco de nuestros moralistas populares, de los dos Arciprestes,
pero sin agudeza y sin intensidad.

LA GRAN SORPRESA

Aquí viene la gran sorpresa.


Basta reparar en el título del Buen plazer, que ya debemos repro¬
ducir por entero:
Buen plazer trobado en
treze discantes de quarta rima Castellana según imi¬
tación de trobas Francesas, compuesto por don
Juan Hurtado de Mendoza: cuyo es Frexno de
Torote: y dirigido a la muy insigne y llena de no¬
bleza, y de buen lustre la cortesana villa de Madrid
su muy amada patria: con algunos metros antes: y
después de la obra principal. Al fin de la qual sobre
los discantes ay treze argumentos hechos por
el padre fray Francisco Tofiño a instan¬
cia del autor: z sobre examen
ecclesiástico y seglar.
Con licencia y priuilegio Real.

Nuestro asombro, después de lo que sabemos, empieza cuando nos


damos cuenta de que el Buen plazer está escrito “según imitación de
trobas francesas”.
En el siglo xvi, entre nosotros, lo poco que en poesía no era
imitación italiana, era supervivencia tradicional. Para la poesía fran¬
cesa contemporánea o del siglo xv no teníamos ojos. Sí; hay alguna
excepción, que ya veremos. Nada semejante a la deliberada y cons¬
tante imitación, patente en Hurtado de Mendoza, que vamos a estudiar.

NOTICIAS DEL “PRÓLOGO” AL “BUEN PLAZER”

Esa afirmación de imitar voluntariamente la poesía francesa no sólo


está contenida en el título, sino que se repite incansablemente a lo
78 Don Juan Hurtado de Mendoza

largo de toda la obra. Es a este respecto especialmente interesante el


“prólogo en rima doble castellana, según imitación de troba francesa”.
Allí nos dice que primero escribió versos latinos, que nunca se habían
publicado:
Mucho ha que versos en Latín canté,
si los oyrán los biuos no lo sé.
(Fol. [5]).

Que luego había escrito “divisas” y poesías amorosas (pero de amor


de Dios), a la española, que esperaba publicar algún día:
Después trobé deuisas y otras cosas,
quigá medidas, breues, amorosas.
Esto según el Español estylo,
que en fin saldrán (si plaze a Dios) del Silo.
Dixe amorosas en aquella pausa
porque de amor de Dios ouieron causa.
(Fol. [5].)

También había versificado a la manera italiana:


También seguí la imitación prudente
de la Toscana musa largamente.
(Fol. [5] v.)

Pero decidió también imitar la poesía de Francia, por su belleza y


por dar al curioso alguna muestra de esas trobas:
Después juzgué por cosa no vazía
contrahazer la Gállica poesía,
assí por su buen arte y su beldad,
como porque es plazer la variedad,
y porque quien curioso es en la nuestra,
de la Francesa troba tenga muestra

(Fol. [5] v.)

El sabe que su propósito es original. Es cierto —dice— que en


España existen algunos casos de empleo de “dobles y quartas rimas”,
pero por otras vías diferentes
es el metrificar de los presentes.
(Fol. [51 v.)
Poeta francesista 79 '

En fin, nos comunica su opinión de que este propósito de imita¬


ción francesa no va mal con el tema del libro:

El título de nuestra alegre empresa


no riñe con la imitación Francesa,
cuya senzilla musa es plazentera,
graciosa y resoluta en gran manera.
(Fol. [5] v.)

LA “DOBLE RIMA”

¿Qué entendía nuestro autor por doble rima? Sencillamente, los


pareados en que está escrito ese “prólogo” 1.
Sabido es cuanto la poesía francesa desde la Edad Media ha usado
(y abusado) de la versificación pareada. Se empleó antes con versos
de seis, siete y ocho sílabas, ya con los de doce desde finales del
siglo xii, y en el xm con versos de diez sílabas. En el siglo xvi, en
las obras de Marot (al cual el señor de Fresno de Tórote casi segu¬
ramente habría leído) hay tiradas inacabables en estos pareados, que
para los españoles suelen ser aburridísimos.
Lo curioso es el nombre “doble rima” que les da nuestro autor.
Porque a ese tipo de versificación se le llamaba desde fines del si¬
glo xv “rime píate”, y antes “couplette”, “doublette”, etc.2. Parece,
pues, que Hurtado conocía este último nombre. Para las formas espa¬
ñolas que emplea (“doble rima”, “quarta rima”) debió de tener pre¬
sente la expresión italiana “terza rima”, “ottava rima”.

1 Ya había escrito antes otra obra en pareados. Lo dice poco después


de lo último citado:
De tales cosas muchas escreví
en otra rima doble que antes di.
(Fol. [5] v.).

2 Th. Sebillet, Art poétique franpoys, ed. Félix Gaiffe, París, 1910,
pág. 68. Comp.: H. Chatelain, Recherches sur le vers franjáis au XV.e
siécle, París, 1908, pág. 83.
80 Don Juan Hurtado de Mendoza

LA “QUARTA RIMA”

El tipo de estrofa que don Juan Hurtado de Mendoza emplea a lo


largo de los trece discantes puede ejemplificarse con unas cuantas
estrofas. Las tomo del principio del poema:
Emprendo publicar vn gran thesoro
de buen plazer si puedo ya y supiere;
en fin sabré, si cuya gracia imploro,
que es Dios, que puede darla, me la diere.
Salud y buen plazer, a quien le quiere,
a quien le busca donde cumple y cabe,
y donde no se halla no le inquiere,
y en sus fatigas acogerle sabe.
No porque como bien final yo alabe
al buen plazer, mas como auiuamiento
del bien viuir, que en bien morir acabe,
y goze de immortal contentamiento.
Errado va quien busca ser contento
en mal plazer mortal, que como heno
se seca y passa como humo en viento,
de vanos tragos de ayre muy relleno.
Quando las negras velas van en lleno
del mal plazer villano, peligroso,
de buen principio y de buen fin ageno,
no halla en esta vida su reposo.
Debaxo de color de amor gustoso,
desamoradas víuoras encierra
el apetito vano cauteloso,
que del amor diuino se destierra.
Contra sus mismas intenciones yerra
y muere a manos de sus adalides,
haziéndose de dentro y fuera guerra
con sus ingenios y con sus ardides.
(Fol. 2.)

Como se ve, se trata de estrofas de cuatro versos (“quarta rima”)


del tipo abab. Pero lo característico es que siempre la última conso¬
nancia de cada estrofa es la primera de la estrofa siguiente. Se pro¬
duce, pues, el encadenamiento abab -bebe- eded - dede, etc. ¿Quién
malaconsejó a nuestro poeta? Nótese la dificultad: las consonancias
b, c, d, etc., se tienen que repetir cuatro veces; el verso resulta vio-
Poeta francesista 81

lento, la rima forzada. Peor aún para el lector: ese encadenamiento


a lo largo de trece discantes produce graves alteraciones en los nervios
mejor templados. Los tercetos italianos (aba - bcb - cdc - ded, etc.), con
tres presencias de cada consonancia, están en el justo medio de lo que
es tolerable y agradable en este tipo de encadenamientos.

INCONVENIENTES DE LA
CUÁDRUPLE CONSONANCIA

Esa repetición de cuatro veces la misma consonancia hubiera em¬


barazado a cualquier poeta, aunque fuera de recursos mucho mayores.
Al bueno de don Juan Hurtado de Mendoza le obliga a avanzar por
pasos escabrosísimos, de los que sale como puede, aconsonantando
compuestos, o verbo y sustantivo de la misma raíz:
Assí quien en virtud se siente chico,
por gozo grande y malo que le ahoga,
si la comparación no mal aplico,
por buen plazer se libra y desahoga.
No todo gozo tiene buena froga,
ni toda froga es buena trauazón,
si sobre limpio amor de Dios no froga,
¿qué sirve el gozo, natural passión?
(Fols. 5 v.-6.)

En la técnica petrarquista, una palabra puede aconsonantar con


otra idéntica si ambas tienen distinto sentido; nada más pobre y
desagradable que esos dos froga: el uno, tercera persona de {rogar3
(es decir, 'fraguar’), y el otro, sustantivo ('acción y efecto de fraguar’).
Nuestro poeta se da cuenta a veces de los malos saltos que le
obliga a brincar esa cuádruple consonancia, hasta decir lo que quizá
no quiso4.

3 Viene del lat. fabricare; y froga, de fabrica. Véase Corami¬


nas, DCEC, sub fragua.
4 Por ejemplo, después de haber usado mona en el cuarteto anterior,
como consonante, dice:
Mas como acaso pudo bien cuadrarme
el consonante, y por volar la musa,
quiqa querrá la mona perdonarme ...
(Fol. 15.)
82 Don Juan Hurtado de Mendoza

MODELOS FRANCESES DEL EN¬


CADENAMIENTO DE CUARTETOS

¿De qué autor francés tomó don Juan Hurtado de Mendoza este
tipo de versificación que emplea en sus “discantes”? Lo ignoro. Lo
que sí puedo decir es que en L’art et Science de la Rhétorique vulgaire,
tratado anónimo escrito entre 1524 y 1525, está descrito con toda
exactitud:

Autre reigle
II se treuve autre faqon de ryme croysée, quy est toute liée et lacée de
quatre lignes en quatre lignes croysées tant qu’elle se peult estendre, Tune
termination masculine, l’autre feminine; et est bonne a faire jeuz.
'Asr •’ür % }
Exemple.
Se justice divine regne
Pour corriger tant de pecheurs
Vous verrez maintz pays et regne
Estre pugniz par faulz tricheurs.
Pour neant preschent les prescheurs,
Ilz ne font que rompre leur teste,
Car les prelatz sont vraiz pescheurs
De symonie manifesté.
Ung jour en viendra malle feste
Que plusieurs pourront trop sentir,
Qui fouldroyera par grand tempeste
Ceulx qu’on voyt en ce consentir.

El ejemplo que da el anónimo sigue aún tres estrofas más, y des¬


pués dice el tratado: “Ainsi prosecutivement, masculin et feminin”.
Claro que la alternancia de rima masculina y femenina no tenía
exacta aplicación entre nosotros, y así Hurtado no se preocupó de
ella. Por otra parte, el señor de Fresno de Torete difícilmente podía
haber visto este tratado anónimo, que se conserva manuscrito en la
Bibliothéque Nationale” de París, y sólo a comienzos de este siglo
ha sido editado*. Lo cierto es, y lo único que nos interesa, que el

5 Por M. E. Langlois, en su libro Recudí d’Arts de Seconde Rhétori¬


que (París, 1902, págs. 265-426); en la pág. 313, § 58, se encuentra el
Poeta francesista g3
tipo estrófico existía y precisamente por los años en que Hurtado de
Mendoza lo podría ver en cualquiera de los poetas que sirvieron de
modelo al tratadista anónimo de hacia 1525.
Este encadenamiento de rimas de los “discantes” del señor de
Fresno de Torote pudo éste verlo también en Clément Marot, casi
rigurosamente coetáneo suyo, pues nace en 1496, si bien muere en
1546, cuatro años antes de la impresión del Buen plazer trobado. Este
sistema de rimas se encuentra en la Complainte IV, que es precisa¬
mente de 1531:
En ce beau val sont plaisirs excellens,
Un cler ruisseau bruyant prés de l’umbrage.'
L’herbe á souhait, les ventz non violens,
Pins toy. Colín, qui de chanter fais rage.

A Pan ne veuls rabaisser son hommage;


Mais quand aux champs tu l’accompagnerois.
Plus tost prouffit en aurojt que dommage:
11 t’apprendroit, et tu l’enseignerois.

Quant á chansons, tu y besongnerois


De si grand art, s’on venoit á contendré,
Que quand sur Pan ríen tu ne gaignerois,
Pan dessus toy ríen ne pourroit pretendre ... 6

EPIGRAMAS A LA FRANCESA

Además del prólogo y del cuerpo de los trece “discantes”, de que


hemos tratado ya, se encuentran en los preliminares y finales del
Buen plazer otras varias poesías de imitación francesa. Pero ha de
entenderse que dicha imitación está frecuentemente proclamada en el
título de la composición, como si fuera algo que el autor tuviera
a gala.

pasaje que he reproducido en el texto. (Es el tratado VII, de los que ahí
imprime.) El anónimo autor copió, o más bien robó, la obra de Jean Moli-
net, L’Art de Rhétorique, cuya edición más antigua es de 1493. Pero es
interesante señalar que la descripción de ese tipo estrófico abab - bebe - eded,
etcétera, es una de las pocas cosas que no toma de Molinet.
CEumres completes de Clément Marot, ed. Pierre Jannet, París, 1885,
t. II, pág. 260.
84 Don Juan Hurtado de Mendoza

En el Buen plazer trobado figuran once epigramas, cinco en los


preliminares y seis en los finales, de ocho versos cada uno, divididos
en dos estrofas de cuatro, siempre con esta distribución de rimas:
abab - bebe. De los cinco, en los preliminares, sólo a tres denomina
Hurtado expresamente epigramas (“Fin del Prólogo y de los tres
Epigramas prohemiales”, folio [8]), y de estos últimos, sólo el pri¬
mero —“A los señores examinadores”— es llamado “al estylo Fran¬
cés”. De los seis que van en los finales, cuatro llevan el nombre de
“epigrama”. De estos últimos, uno declara ser “epigrama Español,
según el vso y nombre de troba Francesa”, y otro se llama “al estylo
Francés”. Pero las once composiciones tienen el sistema de rimas que
he explicado. Reproduzco uno, como muestra: el autor lo envió, sin
duda, a los examinadores del libro para que aceleraran su labor:
Dizen que la atención con sotileza
de los que agenas musas examinan,
si no van con las cosas con presteza,
y dificultan mucho y mucho minan,
cobran cansancios que les encaminan
agudas axaquecas que remontan,
y que los que de presto determinan
pasan sin quiebra a cosas que más montan.
(Fols. [7] v.-[8].)

Por lo que toca a la estructura de las rimas, tenemos ahí un “hui-


tain”, forma tan usada en los epigramas, y normal en los de Marot.
Véase cómo lo define Sebillet, y cómo al elegir un ejemplo va a dar
a Marot:
Chapitre I. De l’Epigramme, et de sés usages et differences ... De huit
vers. Le huitain estoit frequent aus anciens, et est aujourd’huy fort usité
entre lés jeunes aussy, pource qu’il ha je ne say quel accomplissement de
sentence et de mesure qui touche vivement l’aureille. Pourtant avise toy
de sa structure, qui est bien aisée: Car lés 4. premiers vers croisez, les 4.
derniers croisent aussy: mais en sorte que le quart et quint soient sym-
bolisans en rime platte: dequoy resulte que quattre vers sont au huittain
fraternisans de ryme, comme tu peus voire en ce huittain de Marot:

L’autre jour aus champs tout fasché


Vey un voleur se lamentant
Dessus une roüe attaché:
Si luy ay dit en m’arrestant,
Amy, ton mal est bien distant
Poeta francesista 85

De celuy qui mon coeur empestre:


Car tu meurs sur la roüe estant,
Et je meurs que je n’y puy estre 7.

En cuanto a los versos propios del epigrama, para Sebillet eran


los de ocho y los de diez sílabas: “de huit aus matiéres plus légéres
et plaisantes: de dis auz plus graves et sententieuses” 8.
Claro está que entre la gran cantidad de epigramas franceses del
siglo xvi los hay vivos e ingeniosos y los hay grises y torpes. Sebillet
sabía muy bien que el epigrama debía ser agudo:
Sus tout, sois en l’épigramme le plus fluide que tu pourras, et estudie
á ce que lés deuz vers derniers soient agus en conclusión, car en cés deuz
consiste la louenge de 1’épigramme 9.

Por desgracia, nuestro don Juan, si pudo reproducir la estructura


del “huitain” francés, desconoció, en cambio, el consejo de la agudeza
debida al epigrama. Los suyos son, con ligeros altibajos, en general,
candorosos, sosos, sin chispa y sin nervio.

“canto real en español”

Va una pieza de este nombre en los finales del libro, fol. 34:
“Canto real en Español, según imitación y nombre de troba Francesa,
sobre un verso de Dauid que dize: Redde mihi laetitiam salutaris tui”.
El “chant royal” era aún en la primera mitad del siglo xvi la
más noble y alta de las piezas líricas francesas, la que servía para las
justas poéticas en los famosos “puys”. He aquí cómo explica Fierre
Fabri10 esta jerarquía del “chant royal” en Le grand et vrcd art de

7 Th. Sebillet, Art poétique frangoys, ed. cit., págs. 108-109. El epi¬
grama de Marot es a una Mademoiselle de la Roue, y más, por tanto,
grosería que cumplimiento.
8 Ibid., pág. 113.
9 Ibid., pág. 114.
10 Nacido en Ruán, latinizó su apellido (que era Le Févre); murió
antes del 17 de enero de 1521, día en que se acabó de imprimir su Grana
et vrai art (en cuya portada se le da por muerto).
86 Don Juan Hurtado de Mendoza

Pleine Rhétorique (1521) n. Pero nótese que Fabri lo llama “champ” 12,
aunque sabe que otros dicen “chant”:
... il est dict champ royal, pourceque de toutes les especes de rithme
c’est la plus royalle, noble et magistralíe, et ou l’en couche les plus graues
substances. Parquoy c’est voluntiers l’espece practiquee en puy, la ou en
pleine audience, comme en champ de bataille, l’en juge le meilleur et
qui est le plus digne d’auoir le prix, aprés que l’en a bien debatu de l’vne
part et de l’aultre en abatant tous les aultres. Aulcuns l’appellent (champ)
[chant13] royal, pource qu’il est de noble et armonieuse consonance pour
la grauité de la substance et de la doulceur de son eloquence combien qu’il
puisse estre mis en chant, comme il est dict des chansons 14.

Sebillet explica así la estructura del “chant royal”:


Sa structure est de cinq coupletz unisones en ryme, et égaus en nom¬
bre de vers, ne plus ne moins qu’en la Balade: et d’un Envoy de moins
de vers, suivant la proportion mentionnée au chapitre précédent. Mais il
y a plus de certitude, car peu de chans Royauz trouveras-tu autres que de
unze vers au couplet, et consécutivement de sept a l’Envoy, ou de cinq,
selon que l’interpretation de l’allégorie requiert.

Como ejemplo, aduce Sebillet un “chant royal” de Marot. Repro¬


duzco la primera estrofa:
Prenant repos dessoubz un verd Laurier
Aprés travail de noble Poésie:
Un nouveau songe asséz plaisant l’autrier
Se présenta devant ma phantasie
De quattre amans fort melancholieus.
Que devers moy vinrent par divers lieus:
Car le premier sortir d’un boys s’avise,
L’autre d’un Roe, celuy d’aprés ne vise
Par ou il va: l’autre saute une claye:
Et si portoient tous quattre en leur devise
“Desbender l’arc ne guarist point la playe.”

11 Publicado por A. Héron, Ruán, 1889-1890 (Societé des Bibliophiles


Normands).
12 En el Jardín de Plaisance et Fleur de Rhétorique, de “l’Infortuné”,
que Fabri utilizó abundantemente, el capítulo sobre el “chant royal” se
llama “De campis regalibus”, y de ahí le debe venir a Fabri el nombre.
13 El editor imprime “champ”, que es, parece, lo que dice la edición
antigua. Pero no cabe duda de que se trataba de una errata. Fabri lo
llamaba “champ”, pero sabía que otros lo llamaban “chant”: “Aulcuns
l’appellent (champ) [chant] royal”, etc. Es lo único que hace sentido.
14 Le grand et vrai art de Pleine Rhétorique, ed. cit., II, pág. 99.
Poeta francesista

Estas mismas rimas i-ier, -ie, -ieus, -ise, -oye), con la misma com¬
binación, se repiten en todas las estrofas, y el verso final (que viene
de Petrarca, Canz., 90) es siempre el mismo. Después de la estrofa 5.a
sigue el envío:
Prince, l’Amour un querant tyrannise:
Le joui'ssant cuide estambre, et attise:
Le vieil tient bon, et du mat je m’esmaye:
Jugéz lequel dit le mieus sans faintise
“Desbender l’arc ne guarist point la playe.”

El envío comenzaba casi siempre por Prince: se denominaba “prin¬


ce” al presidente de las justas, del “puy”.
En cuanto al metro, para Sebillet el “chant royal” exigía versos
de diez sílabas 15. Observemos que la estrofa del anterior “chant royal”
de Marot tiene once versos y que la combinación de las rimas (repe¬
tidas, como hemos dicho, en cada una de las cinco estrofas) es
ababccddede. El envío tiene cinco versos con las rimas ddede; es
decir, tiene las mismas rimas y combinadas del mismo modo que los
últímos cinco versos de la estrofa. Reproduzco ahora el título y la
primera estrofa del “Canto Real”, que se encuentra en el folio 34
del Buen plazer trabado:
Canto Real en Español
según imitación y nombre de troba Fran¬
cesa sobre un verso de Dauid que
dize. Redde mihi laetitiam sa-
lutaris tui.

Por dar sabor al buen plazer presente


guisado en Español a la Francesa
con vn canto Real correspondente
remate doy a mi trobada empresa:
A ti sospira, o Rey, sin fin mi canto.
Dios trino y vno, sancto, sancto, sancto,
aunque son Seraphines tus cantores,
oyes a los dolidos pecadores.
Así el Propheta y Rey Dauid dezía
entre ansias y fiuzas y dolores,
“de tu salud me torna el alegría”.
(Fols. 34 y 34 v.)

15 "... retien que tu ne liras point de chant Royal fait d’autres vers que
de dis syllabes” (Art poétique frangoys, pág. 140).
88 Don Juan Hurtado de Mendoza

Siguen otras cuatro estrofas, y a continuación el envío, que copio:


Por tu bondad amargan los sabores
de los plazeres negros burladores
de que Dauid en su alma se dolía,
clamando a ti con sanos amargores,
“de tu salud me torna la alegría”.
(Fol. 35.)

Si comparamos ahora el “canto real” de don Juan Hurtado de


Mendoza con el de Marot, veremos que coinciden absolutamente en
número de estrofas, número de versos, organización de las rimas en
cada estrofa y en el envío; y claro está que la composición española
cumple también con las condiciones generales del “chant royal”:
distribución del poema en cinco estrofas y un envío, conservación
de unas y las mismas rimas en todas las estrofas, y de un mismo
“refrain” como verso final de todas ellas. El metro mismo, de diez
sílabas en Marot y endecasñabo italiano en Hurtado de Mendoza,
presenta toda la cercanía posible entre versificación española y fran¬
cesa. Hurtado de Mendoza se daba cuenta de esta diferencia inesqui-
vable cuando en el ya citado prólogo dice:
Mi quarta rima es de arte Gallicana,
pero el capitular de la Toscana.
(Fol. [6] v.)

No hay por qué pensar, sin embargo, que el modelo de la estruc¬


tura de su canto real fuera, por fuerza, Marot. El “chant royal”
podía tener muchas variaciones por lo que toca al número de versos
de cada estrofa y del envío y a la ordenación de las rimas en la estrofa.
Sin embargo, ese tipo de once versos por estrofa, con rimas ababccddede
y envío de cinco versos, fue muy frecuente 16 entre el siglo xv y la
primera mitad del xvi, y Hurtado lo pudo tomar de cualquier sitio.
La única diferencia, por lo que toca a la forma, del canto real
de nuestro poeta con relación a sus modelos franceses es que no hay

16 Véase H. Chatelain, obra cit., págs. 186-190. Encuentro exactamente


este tipo hasta seis veces en Guillaume Crétin (muerto en 1525): CEumes
poétiques de Guillaume Crétin, publiées avec une introduction et des notes
par Kathleen Chesney, París, 1932, pág. lvii.
Poeta francesista 89

en él nada semejante a la palabra “Prince” con que en ellos comienza


el envío 17.
Mayores son las diferencias por lo que toca a la plasmación interna
del contenido. Oigamos a Sebillet:
... le plus souvent la matiére du chant Royal est une allégorie obscure
envelopant soubz son voile louenge de Dieu ou Déesse, Roy ou royne,
Seigneur ou Dame: laquelle autant ingénieusement déduitte que trouvée,
se doit continuer jusques a la fin le plus pertinemment que faire se peut:
et conclure en fin ce que tu prétens toucher en ton allégorie avec propos
et raison.
... coutumiérement l’Envoy du Chant Royal porte la déclaration de
l’allégorie qui y a esté deduite ... 1S.

Esas condiciones se cumplen perfectamente en el citado “chant


royal” de Marot: “une allégorie obscure”, casi un acertijo. ¿Quiénes
son esos “quattre amans fort melancholieus”? Pero en el envío todo
se aclara. En cambio, falta en absoluto esa estructura del contenido
en nuestro Hurtado de Mendoza: en éste no hay alegoría, no hay
oscuridad alguna; su “canto real”, quizá lo más levantado e inspi¬
rado de los poemas suyos (aunque aun aquí sólo moderadamente)
es una fervorosa oración, una petición de alegría basada en un verso
del Miserere 19.

CANCIONES AL ESTILO FRANCÉS

Quedan aún en Hurtado de Mendoza dos canciones de reconocida


imitación francesa. Para las dos ha de tenerse presente que los trata¬
distas franceses de la primera mitad del siglo xvi, cuando de can¬
ciones se trata (es decir, dejados aparte el “chant royal” y la “ballade”),
conceden al poeta la mayor libertad de metros y rimas20.

17 Claro está que no deja de haber casos en francés en que el envío


no comienza por “Prince”.
18 Sebillet, obra cit., págs. 137-138.
19 Redde mihi laetitiam salutaris tui (Salmos, L, 14).
20 Sebillet: voulant faire chant autre que Royal, fay-le de la forme
que tu penseras la plus commode et propre a la matiére dont tu Fentrepren-
dras bastir” (págs. 141-142). Y más adelante, en el “chapitre IV” (“Du
Cantique, Chant Lyrique ou Ode et Chanson”), vuelve a repetir varias veces
ese criterio de libertad (págs. 143-152).
90 Don Juan Hurtado de Mendoza

Una de estas canciones lleva por título “Canción Española al


estylo de algunas en Francés” (fol. 36): cada estrofa consta de ocho
heptasílabos, y la distribución de las rimas es abbaabab, igual en todas
las estrofas (pero las consonancias mismas cambian de estrofa a estrofa).
En los poetas y tratadistas franceses se encuentran formas parecidas.
Marot, por ejemplo, tiene la Chanson XXXIX, con estrofa de tipo
abbaacac (II, pág. 194), y Chatelain registra el tipo, aún más próximo,
abbabaab.
La otra se titula “Canción también al estylo Francés” (fo¬
lios 36 v.-37). Tiene tres estrofas de siete versos endecasílabos cada
una, con un complicado sistema de rimas interiores. Reproduzco la
primera estrofa (y resalto en cursiva las rimas internas):
Es la canción aliuio del cuydado
al que cansado haze su tarea,
en especial quando ya ha descansado
y al mejor ado en justa y gran pelea,
y a quien se emplea donde más dessea
sin ansia sea con vn buen concierto
y al marinero quando llega al puerto.
(Fol. 36 v.)

Como se ve, las rimas interiores afectan a las sílabas 3a y 4a


de todos los versos, salvo el 3.° y 7.° El esquema es el siguiente
(represento por tipos volados las rimas internas):

cC haa hh hh ce

No encuentro en poesía francesa el modelo exacto de esta com¬


binación, pero sí muchos próximos. Este uso de rimas internas es
aún frecuente en poesía de la primera mitad del xvi. Sebillet a este
tipo de rima la llama “batelée”:
Batelée s’apelle la ryme, en laquelle aus vers de dis syllabes réglément
en la couppe ou hérmstiche est rymée la mesme ryme du vers précedent
De ceste Marot ha usé en une Balade

La ballade” de Marot, que reproduce, empieza así:


Quant Neptunus, puissant dieu de la mer,
Cessa d’armer Carraques et Gallées,
Lés Gallicans bien le deurent aimer
Et reclamer ses grandes undes salées.
Poeta francesista 91

Para Sebillet la rima “batelée” no se usaba ya en su tiempo, sino


sólo en “lés Balades et lés Chans royaus”; según él, había sido más
usada por los poetas antiguos2l.

ALGUNOS ENSAYOS ESTRÓFICOS


A MEDIADOS DEL SIGLO XVI

Hurtado de Mendoza pensaba —-y en esto evidentemente llevaba


razón— que era de una gran originalidad su empeño de imitar las
formas de la versificación francesa. El sabía que las aguas venían en su
época de otra parte:
... por otras vías diferentes
es el metrificar de los presentes.
(Fol. [5] v.)

En efecto: Italia, prodigiosamente adelantada hacia lo que había de


ser la poesía de los tiempos nuevos, y con una lengua que a los espa¬
ñoles cultos no costaba trabajo entender, era tal centro de atención,
que a nadie se le ocurría mirar hacia Francia. Se pueden citar casos
aislados: en la Diana enamorada el autor introduce unos “versos fran¬
ceses” y unos “provenzales”22; Eugenio de Salazar, probablemente
influido por nuestro don Juan Hurtado, escribe unas “estanzas a manera
de trobas francesas”...23.
Es curioso notar que a mediados del siglo hay otros indicios de
un deseo innovador, una voluntad de experimentar con otras formas
distintas de las estrofas italianas según la estela petrarquista. Se ve
esto en las pavanas poéticas. No podemos entrar aquí en el problema

21 Págs. 202-203. Sobre la palabra “batelée” hay diversas explicaciones.


Véase la nota de Gaiffe en la pág. 203, y también Hendrik de Noo, Thomas
Sebillet et son Art Poétique Frangoys rapproché de la “Deffense et ¡Ilus¬
trarían de la Langue Franqoyse” de Joachim Du Bellay. Utrecht [Tesis de
1927], pág. 33.
22 Comp. Orígenes de la novela, Nueva B. AA. EE., t. 7, págs. 465-466
(en la segunda estrofa se ha omitido un verso, comp. Diana enamorada,
Madrid, 1802, pág. 206) y págs. 479-480.
Comp. Ensayo, IV, col. 350; también Salazar usa para algunas com¬
posiciones suyas el raro nombre de “discantes” (Ibidem, col. 347), lo mismo
que don Juan Hurtado de Mendoza en el Buen plazer trobado.
92 Don Juan Hurtado de Mendoza:

de origen de la danza así llamada 2\ Aparece en España en la primera


mitad del siglo xvi, y España la exporta entonces al mundo; pero
eso no quiere decir que se originara en España. (En nuestro siglo, Ma¬
drid exporta como música castiza suya el chotis, que, a juzgar por
el nombre, debe proceder de Escocia..., pero a través del alemán
Schottisch). Tampoco entra en nuestro terreno tratar de ver si la estrofa
propia de la pavana lírica se corresponde con la musical: así parecen
afirmarlo, como veremos, los títulos que llevan estas piezas, en los
que varias veces se dice que son composiciones “a modo de pavana”,
“en el son de la pavana”, “al son de la pavana” 25.
Menéndez Pélayo reprodujo una pavana de la Florinea (1554), pero
lo hizo, se diría, sólo por el chiste de poder ofrecer, en ella, un “curioso
specimen de ritmo modernista”. Parece no haberse dado cuenta de que
a mediados del siglo xvi estas pavanas poéticas eran una verdadera
moda. En fecha indeterminada, que Castañeda y Huarte hacen subir
hasta hacia 1535, pero Salvá creía hacia 1550, se publica una de devo¬
ción, anónima, en un pliego suelto. Por los años hacia 1543-1547 otro
devoto escritor anónimo compone nada menos que tres, conservadas
manuscritas hasta que las publicó Domínguez Bordona. No después

24 Para la historia de la pavana véanse los datos reunidos por Cotarelo


y Mori (N. B. AA. EE„ XVII, págs. CLVIII-CLXIX). Para el aspecto eti¬
mológico, Coraminas, DCEC. La cuestión de origen sigue siendo siempre
oscura: se piensa por algunos que se dijo pavana, de pavo; por otros, que
de padovana, por la ciudad de Padua. Véase lo que dice A. Prati, Vocabo-
lario etimológico italiano, 1951: “II bailo sopradetto é di origine spagnuola,
ma scrittori dell’Alta Italia citano un bailo popolare ivi in uso dal sec. XV e
chiamato anch’esso pavana, almeno dal 1508: J. A. Dalza, pavana alia vene-
tiana, cioé danza padovana scritta secondo il sistema dei musicisti di Venezia.
Anche lo Zarlino e il Calmo la chiamano padoana; a questa risponde la
forma antica pavana. La pavana italiana é quindi di origine padovana. Anche
la pavana spagnuola prese il nome da Padova?”
25 Domínguez Bordona, en la pág. 253, nota 1, del trabajo que men¬
cionamos en seguida, nota 26, dice lo siguiente para explicar la dependencia
de la pavana poética respecto de la musical: “La distribución rítmica de la
pavana origina una estrofa de cinco versos de arte mayor y dos octosílabos con
rima independiente antes del verso final”. Menciona después las variaciones que
ofrecen las tres pavanas que él publica (véase nuestro cuadro, en el texto).
Pero parece no haber hecho un estudio verdadero de la relación rítmica lite-
rario-musical, sino haberse limitado a interpretar, atendiendo a la estrofa
literaria, la expresión “en el son de la pavana”, que es la que él comenta.
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94 Don Juan Hurtado de Mendozai

de 1547 fueron compuestas las dos que ha publicado Rodríguez Mo-


ñino. Antes de 1549 compuso Juan Fernández de Heredia una pavana,
que, aunque de tema profano (quejas o reproches de amor), es de tono
muy grave. En 1554 se publicó la Florinea del Bachiller Juan Rodrí¬
guez Florián, donde está la pavana (también de amores) mencionada
por Menéndez Pelayo 26.
Lo verdaderamente característico de todas las pavanas que conozco
es que la estrofa tiene siete versos (largos los cuatro primeros y el
séptimo) y en que sus cinco versos largos sean de arte mayor; los
dos cortos, en cambio, varían mucho: los hay de cuatro, de cinco,
de seis y de ocho sílabas. Puntualicemos: el verso final unas veces es,
como he dicho, de doce sílabas; pero, otras, cosa extraña, eneasílabo
(con otras irregularidades). Estas combinaciones y la presencia del
eneasílabo (así ocurre en la pavana de la Florinea) es lo que llevó a don
Marcelino a pensar en el “ritmo modernista”.
La pavana literaria, aunque de origen musical, abría unas posibili¬
dades estróficas, que, como vamos a ver inmediatamente, no estaban
lejos de las que procedían de caminos puramente literarios: los versos
“franceses” y “provenzales” de Gil Polo, algunas combinaciones estró¬
ficas del Buen plazer trabado, etc.

26 Todos estos casos de pavana entran en el cuadro que damos en el


texto, en la pág. 93. He aquí sus procedencias: l.°) Pavana de un anónimo
en un pliego suelto reproducido en facsímil en la Colección de pliegos suel~
tos..., publicada por V. Castañeda y A. Huarte, Madrid, 1929, pág. 41. Los
editores (ibidem, págs. XIV-XV) piensan que el pliego pueda ser de Sevi¬
lla, 1535; Salvá lo creyó valenciano, de hacia 1550. 2.°) Tres pavanas de un
anónimo (según Domínguez Bordona “una monja concepcionista”; que mu¬
chas de las composiciones entre figuras fueron escritas hacia 1543-1547 por
unas monjas de la Concepción es todo lo que se puede afirmar), comp. Do¬
mínguez Bordona, Poesías de una monja concepcionista del siglo XVI, en
Ayuntamiento de Madrid: Revista de la Bibliot., Arch. Mus., IV, 1927, pági¬
nas 251-282; las tres pavanas tienen en esa colección los núms. I, V y XI
(en el último verso de la primera estrofa de la pavana, pág. 257, léase “nin¬
guna paresce”). 3.°) Dos pavanas anónimas en el Cancionero de Pedro de]
Pozo, estudiado y editado por Rodríguez Moñino, Bol. R. A. E., XXX, 1950,
págs. 272 y 286. 4.°) Pavana (antes de 1549) de Juan Fernández de Heredia'
en sus Obras, editadas por Rafael Ferreres, “Clásicos Castellanos”, Madrid,
1955, págs. 218-221. 5.°) Pavana de Juan Rodríguez Florián, en su Florinea
(1554), comp. M. Pelayo, Orígenes de la novela, en Ed. Nac., t. XVI, pági¬
nas 145-146.
Poeta francesista

Los versos franceses de Gil Polo son, los largos, alejandrinos, y


los cortos, que alternan con los largos, heptasílabos. En cuanto a los
que llama “provenzales” son una combinación de endecasílabos v nen-
tasñabos.

También encontramos una necesidad de variación e invención en


las estrofas del Coloquio pastoril de A. de Torquemada. Se imprimió
con los Coloquios satíricos, del mismo; notemos la fecha: 15 5 3 27,
Dos composiciones parecidas escribió Torquemada. En una y otra, la
estrofa resulta muy comparable con la de la pavana, por un lado, y
con la de los versos franceses y provenzales de Gil Polo, por otro
(la cabeza o arranque de la estrofa en uno de los casos es, por lo
que toca a las rimas, idéntica a la de la pavana y a la de los versos de
Gil Polo). Pero lo más interesante en el ensayo de Torquemada es
que los versos largos, de doce sílabas, son una combinación de octo¬
sílabo más pie quebrado (8 + 4); los versos cortos son octosílabos
en una de las composiciones, y tetrasílabos en la otra. Una muestra
más, por tanto, de ese deseo de novedades métricas y estróficas hacia
mediados del siglo xvi.
Estos intentos, lo mismo los de Torquemada que los de Gil Polo,
que se aprovechan de la moda de la pavana, son, en parte, muy dis¬
tintos de los de nuestro Hurtado. Los hemos traído a colación, sin
embargo, por dos causas: primero, porque (como los de nuestro poeta)
ocurren todos en los años de hacia la mitad del siglo xvi; y, luego,
porque, entre las estrofas de Gil Polo y las de la pavana hay —-a pesar
de sus evidentes diferencias— algo familiar y aun común. En el cuadro
de la p. 93 podrá apreciarse la cercanía cronológica de todas estas com¬
posiciones. Las letras designan la comunidad o diferencia de rima; los
exponentes indican el número de sílabas del verso.

Entre estos intentos de mediados del siglo xvi va a insertarse, 1550,


el Buen plazer trobado de nuestro don Juan Hurtado de Mendoza:

27 Véanse en N. B. de AA. EE., VII, págs. 678 y 703. No hemos incluido


las estrofas de Torquemada en el cuadro comparativo que acabamos de dar
en el texto.
96 Don Juan Hurtado de Mendoza

la más decidida tentativa de escapar a la poderosa coacción de la forma


petrarquesca. No olvidemos tampoco su preocupación por las formas
métricas, comunicada con sus amigos Eugenio de Salazar y Alvar
Gómez.

¿DÓNDE HABÍA APRENDIDO FRANCÉS?

¿Dónde había aprendido francés don Juan Hurtado de Mendoza?


¿Dónde había leído a los poetas de Francia? No lo sé. ¿Había gue¬
rreado en las empresas europeas del Emperador?
Hemos mencionado ya el pasaje en que habla de Gonzalo Pé¬
rez. Allí, tras de decir que éste se ha ido al largo viaje por el extran¬
jero, con la corte, añade:
Pero si con su alteza allá no voy,
serán dolencias viejas con que estoy,
que aunque debidas alas me quebraban,
el pico de la lengua me dexaban28.

Ha tenido que quedarse, reducido a cantor, a escritor, porque la


enfermedad le ha dejado lengua, pero le ha quebrado las alas. Note¬
mos que dice “debidas alas”; interpreto que son las alas con las que
debía acompañar al Príncipe. Parece, pues, que “debería” haber ido.
¿Habría vivido antes en el extranjero, en otras andanzas de la Corte?
Su nobleza y mayorazgo le abrían todas las puertas; y que tuvo rela¬
ciones con la corte es indudable29. Pero no me perderé en conje¬
turas. Queda sólo una cosa cierta: que en el descendiente del autor
del famoso “Proemio” era en quien menos podía extrañar una curio¬
sidad por la poesía de Francia.

28Fol. [5] v.
29En el prólogo, cuando suplica la licencia para imprimir, dice:
... humildemente suplicamos
a su Real amparo, que imploramos,
que mande examinar y dar camino
si cumple que esta troba haga pino;
si puede ya empinarse sin embargo
la troba de un Menín poeta amargo.
(Fol. [7].)
¿Qué quiere decir ahí Menín? ¿Habría sido Menino en la Corte?
Poeta francesista 97
De sus lecturas francesas le queda algún —aislado— galicismo:
El grano apenas vemos de petite,
y en mata con los árboles compite.

(Fol. [7].)

ALTIBAJOS DE MODESTIA

La musa de don Juan Hurtado de Mendoza tenía, parece, una


modesta idea de sí misma: basta leer los preliminares y finales del
libro y muchos pasajes del poema. Sin embargo, alguna vez se exacerba
contra los poetas de “musa loca, musa calabaza”, que no pueden
llegar a las puras regiones de la fe y el amor. Y es de las ocasiones
en que su verso se hace más expresivo y animado:
Amor y fe son alas con que el alma
buela la presa de su alegre palma.
Allá no sube la villana capa
de musa loca, musa calabapa.
Ciernan como cernícalos rateros
las dobles musas de los lisongeros..,
Y como mariposas se encandilen
y como araña delgadezas hilen.
Porque en la gran despensa del muy alto
con sus jactancias hazen robo y salto.
Mostrándose elegantes y sotiles
a costa de razón en cosas viles.
De pies y manos su ruyndad los ate
y deles su ceguera xaque y mate.
De vanos tragos de ayre papo hagan
y como ampolla en agua se deshagan.
La presunción les crezca como espuma
y como humo al viento se consuma.
Mil flores como almendros locos echen
y a los que contradizen aprouechen.
Vayan de perjüyzio en perjüyzio
al hilo de la gente sin jüyzio.
Bienes de duendecasas athesoren
y de oropel trepado se enamoren.
Sus vanas pauonadas los impidan
gozar del buen plazer que embalde pidan.
Porque siguieron los desaguaderos
de sus passiones hechos cozineros.

7
98 Don Juan Hurtado de Mendoza
Desgraduados de la láurea sean,
pues para fines vanos la grangean.
La láurea que pretenden les despoje
quien buen dolor sembrando, gozo coje.
Perdone Dios a quien se descomide
en sus poesías y a la mía no oluide.
(Fols. [6]-[6] v.)

LECTURAS DE NUESTRO POETA

Don Juan Hurtado de Mendoza era hombre de bastante lectura.


Es notable su cariñosa mención de Berceo en un siglo que muy poco
se interesaba por la Edad Media:
Según dixo un poeta mío Español
antiguo (sin doblezes ni arrebol,
Dios loando con amor syncero).
“suyo sea el precio; yo seré su obrero”.
(Fol. [7].)

Una nota marginal explica aún: “Fué un poeta castellano que trobó
en metro muy antiguo la vida y milagros de Santo Domingo de Sylos”.
La cita de Berceo es literal: “suyo sea el precio, yo seré su obrero” 30;
pero lo que para Berceo con su práctica del hiato es un alejandrino,
es, sinalefado, un endecasílabo para Hurtado de Mendoza.
Tres menciones de lugares de Ausías March, uno de ellos con
reproducción literal del verso valenciano (eso en el Buen plazer; hay
otra en el poema castellano a Alvar Gómez31), y una de Petrarca,

30 v'da de Santo Domingo, 4 b. Son curiosos estos foquitos de atención


a la literatura medieval en círculos humanísticos de mediados del siglo xvi.
Alvar Gómez copia entre sus papeles unos versos del Libro de Buen Amor.
Comp. Sánchez Cantón, Siete versos inéditos del “Libro de Buen Amor”
en RFE, V, 1918, págs. 43-45.
31 Buen plazer, fols. 19 v., 21 y 32 v.; y Revue Hispanique, XIV, 1906,
pag. 31. El nombre “Ausías” varias veces lo escribe con O- y alguna con Au-’
Cuando lo usa en verso es casi seguro que lo acentúa en la í. Con está
misma acentuación lo empleo en este artículo; la crítica moderna catalana
cree que la verdadera acentuación es fustas. Dejo esa cuestión, por ahora.
Claro esta que para nosotros lo interesante sería la tradición castellana del
nombre del gran poeta.
Poeta francesista gg

con cita exacta del verso italiano32, muestran en nuestro madrileño


una curiosidad y un conocimiento de lenguas nada común. Por Ausías
March debía sentir una gran afección: una vez le llama “mi Osías”,
otra “aquel gracioso valenciano”, otra “nuestro poeta Osías March”.
La doctrina del “buen plazer” en el libro de Hurtado de Mendoza
no deja de tener muchos puntos de contacto con las ideas sobre el
verdadero placer en Ausías, especialmente en cantos como el C (del
que cita versos), el CVI y otros varios “Cants moráis”.
A la admiración por Ausías March se debe uno de los sonetos
que (a pesar de la fatigosa acentuación) se leen con algo de gusto,
entre los de nuestro poeta; fue publicado por el P. Antolín:
En alabanza de las cuatro Cánticas del sublime y gracioso Osias March,
antiguo Poeta Valenciano. Soneto de su observantísimo rimador Dn Juan
Hurtado de Mendoza.

De sano amor secretos encantados,


de hondo aviso moral disciplina,
ricas ganancias de la libitina,
divinos gustos al alma inspirados,
verás aquí, lector, atesorados
con musa dulce, casta, fuerte, fina,
en lengua oscura, vieja, valentina,
tarde entendidos y tarde escuchados.
El locq precia el retinente alambre
por el retinte y resplandor agudo,
más que oro fino, si no es reducido,
El oro en su retinte es algo mudo;
quien va por oro a las minas con hambre,
del precio y señas va bien advertido 33.

El superficial prefiere el brillo más fuerte del cobre o bronce


( olambre ); pero quien va a buscar oro ya sabe cuál es su valor
y sus señas. Así en la lengua oscura y vieja del valenciano Ausías
March. ¿Y pensaría quizá también en el poco brillo de su propia
poesía?
La cultura clásica de don Juan Hurtado de Mendoza, que ya nos
es sabida por otros lados, se acredita también por la mención y uti-

32 Fol. 6 v.
Revue Hispanique, XIV, 1906, pág. 34. He corregido algunos eviden¬
te;: errores, que no sé si serán del ms.
100 Don Juan Hurtado de Mendoza

lización que en el Buen plazer hace de datos y doctrinas de muchos


escritores y oradores. He aquí los que cita: filósofos, Platón (cinco
veces34), Aristóteles (dos35), Cicerón (dos veces30); poetas: Homero
(“aquel despierto / poeta ciego en musas muy jocundo” 37), Virgilio 3%
Horacio (dos veces39); historiadores: Tito Livio (“el Paduano histo¬
riador facundo”40), Vegecio41, y el italiano Roberto Valturio42; escri¬
tores cristianos: San Agustín43, Santo Tomás (“el gran Aquinas”44);
son muchísimas las citas de la Biblia.
No era Hurtado de Mendoza uno de esos farolones de erudición
allegadiza —-abundantes en todos los siglos—-; cuando cita a un autor
es, casi siempre, porque verdaderamente le ha leído, porque se ha
empapado de su doctrina o ha sido atraído por una noticia curiosa.
Notaré, en fin, su reacción frente a los libros de caballería:
Diré si no se ouiesse por locura
—mas es assí— que a mí no me parece
ageno de razón y de cordura
si alguno en Amadises se embebece,
saluo quando el fingido libro empece
con qualque dicho o qualque exemplo feo,
y quando su processo no carece
del fin moral con vn galán rodeo.
Y si entre largo y dulce deuaneo,
buena crianqa y buen dezir enxere
no dañará a los hechos ni al desseo
de quien del mal assi se entretuuiere.
Si libros más preciados reuoluiere,
mejor es lo mejor, pero no daña
si el que mejores libros no leyere,
assí del mal plazer se desengaña.
(Fol. 25.)

34 Fols. 15 v., 16 v., 19, 22 v. (Sócrates) y 29.


35 Fols. 19 y 33.
3G Fol. 6, líneas 5 y 28.
37 Fols. 19 v. y 20.
38 Fol. 33.
39 Las dos en el prólogo (fols. [4] v. y [7] v.).
40 Fol. 20.
41 Fols. 21 r. y v.
42 Fol. 21.
43 Fol. 21.
44
Fol. 6.
Poeta francesista

En esos versos se ve la composición y moderación del alma del


poeta: el moralista tolera (“saino quando el ... libro empece con ...
qualque exemplo feo”); el caballero aprecia el tesoro de cortesanías
(“si buena criaba y buen dezir enxere, / no dañará”); el literato
sabe que esos libros no son los mejores que se pueden leer; pero han
de permitirse —agrega el pedagogo—, por ser los únicos que muchas
gentes toman en las manos.
Es notable esa benignidad frente a los libros de Caballerías —y
aun aprecio de lo bueno que pueda haber en los mismos—-, porque
contrasta con la opinión general de los erasmistas, y entre ellos varios
amigos del autor del Buen plazer 45.

LOCALISMO Y EUROPEÍSMO

Don Juan Hurtado de Mendoza muestra por todas partes esa mo¬
deración y su buena crianza, su preocupación por las formas mejores
de vida y los ideales más limpios y altos. Resulta así compleja su
personalidad y su cultura: madrileño, aferrado a los modos sabrosos
del decir de raigambre medieval y local, noble filósofo, poeta latino,
mezclado en los mejores círculos del humanismo renaciente español,
con una curiosidad por las literaturas nuevas (valenciana, italiana y,
sobre todo, francesa). Son los modos, que unas veces reunidos en un
solo hombre, otras veces dispersos, tienen dos generaciones entre las
que vivió. No era —y es lástima— un escritor muy dotado. Pero
por su genuina vocación, por cultura y por la variedad y amplitud
de sus aficiones, por su humanidad y —-no lo olvidemos-— por su
gran posición social y su influencia en Alcalá y en Madrid, fue un
pequeño centro de atracción intelectual en la España de mediados
del siglo xvi.
Hombre atrayente desde muchos puntos de vista. Para mí lo más
raro, lo más interesante, es que en una época en que los poetas

45 Américo Castro, El pensamiento de Cervantes, Madrid, 1925, pág. 26,


n. 2, y Bataillon, obra cit., II, pág. 225.
102 Don Juan Hurtado de Mendoza

españoles todos imitaban la poesía de Italia, el Buen plazer trabado


sea un intento deliberado de adaptación de las formas poéticas de
Francia 46.
Abril 1957.

<6 He citado la Apología de Matamoros por la edición que tenía a mano,


la de la Hispania Illustrata, tomo II, donde lleva por título De Academiis
et doctis viris Hispaniae. Pero como don José López de Toro, uno de los
pocos españoles que se dedican al estudio de nuestros Immanistas, ha publi¬
cado una excelente edición que está hoy al alcance del público (Alfonso
García Matamoros, Apología “Pro adserenda hispanorum eruditione”. Edi¬
ción, estudio, traducción y notas de José López de Toro. Madrid, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, 1943. Anejo XXVIII de la Revista
de Filología Española), doy aquí las páginas que en esta edición corresponden
a mis citas: II, 815-816 = 208-210; II, 820 = 222; II, 822 = 228.
Recientemente, don José Jara, ilustrado maestro de Fresno de Torote,
me ha remitido una nota sobre el enterramiento de doña María Condulmario,
madre de nuestro poeta, que figura en el Libro l.° de Difuntos, folio 2,
de la parroquia de Fresno de Torote. Copio al pie de la letra: “Año 1548:
Enterróse a la Sra. D.a Maria Condel... [ilegible] junto a la grada del altar
y el Sr. D. Juan Hurtado su hijo, albacea de dicha Sra., dixo que no per¬
diendo el derecho [una palabra ilegible] de la Iglesia es contento de dar a la
Iglesia mil veinticinco maravedíes que en el tal lugar de la Iglesia se suele
dar por limosna”. Es probable que como hemos visto más arriba, nota 23
a la pág. 31, que ocurrió con el padre, doña María falleciera en Madrid, y
fuera en esta población enterrada, hasta su traslado a Fresno de Torote.
Aparte los nombres de amigos a quienes debo algún dato, que van citados
en las notas, tengo que agradecer también la muy bondadosa intervención
del Excmo. Sr. D. Leopoldo Eijo Garay, Patriarca de las Indias occidentales
y Obispo de Madrid-Alcalá. Algunos amables servicios me han prestado doña
Luisa Soria de Clavería y don Gonzalo Sobejano. He consultado algunas dudas
con don Valentín García Yebra. Especialmente agradezco a don Fernando
Huarte la comprobación de diversas citas bibliográficas.
II

EL FABIO DE LA «EPISTOLA MORAL»


SU CARA Y CRUZ EN MEJICO Y EN ESPAÑA
I

INTRODUCCIÓN:
QUIÉN FUE EL AUTOR Y QUIÉN EL “FABIO”
DE LA “EPÍSTOLA MORAL”

LAS ATRIBUCIONES DE LA “EPÍS¬


TOLA” DESDE EL SIGLO XVIII

Resumamos brevemente las varias autorías que durante el si¬


glo xvm y el xix se atribuyeron a la Epístola Moral a Fabio.
La publicó por primera vez Sedaño en su Parnaso Español, Ma¬
drid, 1768, a nombre de Bartolomé Leonardo de Argensola, a quien,
parece, estaba adjudicada en el manuscrito utilizado por el editor.
Menéndez Pelayo declaró definitivamente arrumbable la atribución
a Bartolomé. Su juicio, en este punto, como vamos a ver, no puede
ser tocado.
Con Estala, en el tomo III (Madrid, 1786) de la colección que
publicaba bajo el nombre de “D. Ramón Fernández”, comienza la
atribución a Rioja, que había de hacer fortuna. No existía la menor
base documental para ello: todo fue mera hipótesis de Estala, el
cual sólo estuvo acertado en afirmar que la Epístola no podía ser
de Bartolomé. Para Estala tenía que ser del mismo que escribió la
Canción a las ruinas de Itálica. Y como se pensaba que esta última
era de Rioja, también la Epístola terna que ser de Rioja. El siglo xix
demostró que la Canción era de Rodrigo Caro: Rioja perdió de
un golpe Canción y Epístola. De la argumentación de Estala sólo
queda una cosa segura: el sevillanismo del autor de la Epístola. Las.
106 El Fabio de la «Epístola Moral»

ligeras semejanzas de tema y estilo entre Las ruinas de Itálica y la


Epístola Moral se explican por la comunidad de época y de lugar,
y de una posición filosófica ante la vida y la historia, que era general
a toda una veta de la poesía española en el gozne del siglo xvi y d
xvii. Mucho mayor es el parecido entre las poesías de Medrano
y la Epístola; sin embargo, podemos asegurar que Medrano tampoco
es el autor de los inmortales tercetos.
La atribución a Rioja rueda por el siglo xix y entra aún en la
misma edición de este poeta (1867) por don Cayetano A. de la Ba¬
rrera. Mientras tanto había ido fraguando, poco a poco, el título, hasta
establecerse el de Epístola Moral a Fabio, que nosotros, a pesar de
su modernidad, aceptamos porque es cómodo y claro.
El progreso mayor en los estudios sobre la Epístola, se debe a don
Adolfo de Castro. Éste, que la había publicado ya, en 1854, dentro
de uno de los volúmenes de la Biblioteca de Autores Españoles,
cambia definitivamente el aspecto de la cuestión en 1875, al editar,
en Cádiz, su opúsculo La Epístola Moral a Fabio no es de Rioja.
Descubrimiento de su autor verdadero. Por primera vez en la his¬
toria de la Epístola, se reproduce el texto de un manuscrito, y se
nos dice dónde está. Este manuscrito (de la Colombina) nos trae
un nuevo nombre de autor: el capitán Andrés Fernández de An-
drada. Es un manuscrito en que un erudito sevillano apuntaba a prin¬
cipios del siglo xvm noticias y documentos históricos curiososl.

1 Don Adolfo de Castro dice que el manuscrito es del siglo xvii, y así lo
hemos repetido todos. Recientemente he hecho un viaje a Sevilla para verlo.
En el lomo dice “Papeles y cartas varias M. S.”. Es el “Tomo 135 de Varios.
Estante 64. Sala S. Fernando”. No está foliado; cada pieza copiada tiene
un número. El de la “Epístola moral” es el 61. El total de piezas es 76
(la última no ha sido numerada). Las dos últimas son listas de Virreyes de
Nueva España y Perú. Preocupaban especialmente al colector las cuestiones
de privanza. Muchos de los documentos tratan de validos de los siglos xvi
y xvii. Esta es, sin duda, la razón por la que incluyó nuestra “Epístola”
única pieza poética de su colección. Copiaba escrupulosamente documentos
antiguos; cada vez que lo hacía comenzaba por las palabras “Copia de”-
así también en el caso de la “Epístola”. Se llamaba don Patricio Bravo dé
Lagunas, y fechó su manuscrito “en Sevilla y Marzo de 1735”.
El autor y el «Fabio» de la «Epístola Moral» 107

Ni que decir tiene que todavía, en nuestra época, en esta ya


segunda mitad del siglo xx, se siguen publicando ediciones en que
figura como autor Rioja. No son más que prueba de lo que puede
la rutina literaria y el no quererse enterar.
El descubrimiento de Castro fue saludado con entusiasmo por
la pluma juvenil de don Marcelino. En cuanto a la atribución a Fernán¬
dez de Andrada, Menéndez Pelayo se inclinó a ella, a lo largo de
su vida, con ligera vacilación. Alguna vez dijo de modo rotundo
que el autor era Fernández de Andrada. Pero poco tiempo antes de
su muerte, escribía: “Lo más seguro... es llamar al gran poeta incóg¬
nito El Anónimo Sevillano”... Con el nombre de Fernández de
Andrada, figura por lo menos en tres códices y es la atribución más
probable, pero no segura”. Escribía esas palabras don Marcelino, en
carta a don Angel Salcedo y Ruiz, para agradecerle el envío del
Resumen histórico-crítico de la literatura española, publicado en 19112 3.
Creemos que don Marcelino tendría ahora que modificar su cri¬
terio y abandonar toda vacilación. Son nada menos que cinco ma¬
nuscritos, antiguos, que representan todas las ramas de la tradición
textual de la Epístola, lo que nos permite afirmar: Andrés Fer¬
nández de Andrada fue el autor de la Epístola Moral. Creemos esta
afirmación más profunda que la de un gran número de atribucio¬
nes de otras obras, que están en todos los manuales de literatura,
sin que a nadie se le haya pasado por la cabeza discutirlas.
Mencionemos, después del opúsculo de Castro, el progreso que
representa la edición de P. Blanco Suárez (Madrid, 1933) 3. Para ella
se colacionaron por primera vez cinco manuscritos antiguos. ¡Lástima
que desconociera el texto de otro manuscrito que había publicado
ya Pilar Diez Carbonell!

2 Un facsímil de la carta de Menéndez Pelayo va al frente de la obra


de Salcedo La Literatura española, Madrid, 1915-1917 (cuatro volúmenes),
que es como segunda edición del anterior Resumen. Esta carta de Menéndez
Pelayo suele ser ignorada por todo el mundo, hasta por los colectores de ellas.
3 En el libro Poetas de los siglos XVI y XVII, “Biblioteca literaria del
estudiante”, dirigida por Ramón Menéndez Pidal, tomo XIX, Madrid, 1933,
Insdtuto-Escuela, Junta para ampliación de estudios, págs. 307-329.
108 El Fabio de la «Epístola Moral»

El autor de las presentes líneas tiene en prensa una edición de


la Epístola Moral a base de once manuscritos del siglo xvn.

ANDRÉS FERNÁNDEZ DE AÑORA¬


DA, AUTOR DE LA “EPÍSTOLA”

Tratemos ahora de considerar, a la luz de nuestros conocimien¬


tos, en este año de 1959, el tema de la autoría. Tengo que proceder
del modo más compendioso posible (en mi libro en prensa trato
con más pormenor estas materias).
No olvidemos que en la Epístola se nos presentan dos cuestio¬
nes: la idenddad de quien la escribió; la del personaje a quien en
ella se da el nombre de Fabio, es decir, aquel para quien se escribió.
Para evitar muchas hipótesis descabelladas sobre el autor y sobre
el Fabio de la Epístola, que todavía brotan y rebrotan de vez en
cuando, convendrá condensar aquí, a manera de hitos, algunos datos
que debemos tener presentes (y que doy con más desarrollo y la de¬
bida fundamentación en mi mencionada edición de la Epístola, aho¬
ra en prensa):
1) La Epístola respira sevillanismo, y es, indudablemente, la
carta que un sevillano, que está en Sevilla, escribe a otro sevillano
que está pretendiendo en la Corte.
2) Cinco manuscritos del siglo xvii (de un total de once cono¬
cidos por mí, que contienen esta obrita) aseguran que Andrada es
el autor de la Epístola Moral.
3) Frente a esta unanimidad de cinco manuscritos, los otros
seis se presentan muy divergentes: dos no dan nombre de autor;
dos dan el de Bartolomé Leonardo de Argensola, y uno contiene
la Epístola entre un grupo de poesías de Bartolomé; uno, la atri¬
buye a Lupercio; en fin, uno de los que la traen como de Bartolomé,
desautoriza en nota de la misma mano tal afirmación y la atribuye
esta segunda vez a don Francisco de Medrano.
4) Las atribuciones en tres manuscritos (una de ellas no del
todo segura) a Bartolomé quedan anuladas por la nota que _de la
misma mano que escribió el texto— asegura que consultado, por el
propio copista, Bartolomé, el gran poeta aragonés dijo que la Epístola
El autor y el «Fabio» de la «Epístola Moral» 109

Mora/ no era suya y que bien le gustaría que lo fuera. Este testi¬
monio, indudablemente honesto y verídico, obliga a arrinconar para
siempre la atribución a Bartolomé. Aun sin ese testimonio, obligaba
a arrinconarla la evidente naturaleza sevillana del autor de la Epís¬
tola, como ya lo vieron muchos, entre ellos Menéndez Pelayo.
5) Lo anterior arruina también definitivamente la atribución a
Lupercio, porque, si hubiera sido de Lupercio, consultado, como
hemos visto, Bartolomé, éste no se habría limitado a decir que no
era suya y que sentía mucho que no lo fuera, sino que habría aña¬
dido: “De quien es, es de mi hermano Lupercio”.
6) Queda la atribución a Medrano. Está contenida en la misma
nota en que se rectifica, en un manuscrito, la atribución a Barto¬
lomé. Pero esa nota tiene dos partes, perfectamente diferenciables:
a) Primero, el que redacta la nota, refiere su conversación con Bar¬
tolomé: éste le había dicho que la Epístola no era suya, y que lo
sentía; nada más que eso. Evidentemente Bartolomé ignoraba el
nombre del autor, b) Luego, el redactor de la nota continúa diciendo
que “según el estilo y materia” la Epístola era de don Francisco
de Medrano, “que así me lo aseguró una persona que lo sabía muy
bien”. Observemos que se trata de una atribución de carácter esti¬
lístico, basada al mismo tiempo en el testimonio de una persona de
quien no se dice ni el nombre, ni la patria, ni la edad, sino que “lo
sabía muy bien”. Esta única atribución a Medrano resulta un testi¬
monio muy dudoso, de un mero carácter estilístico. Ahora bien, apli¬
cando, precisamente, un método minucioso, creo haber demostrado4
que en la Epístola no hay ninguno de los rasgos estilísticos verda¬
deramente peculiares, personales, de don Francisco de Medrano. Y
bien que lo siento, digo ahora, parodiando a Bartolomé, porque yo
tengo por Medrano más que devoción, más que cariño: una ver¬
dadera “debilidad”.
7) Volvámonos ahora a las cinco atribuciones a Andrada, cuatro
en manuscritos del siglo xvn y una en manuscrito sevillanísimo de
principios del xvm. Frente a la dispersión, contradicción, inseguri-

4 V. La Epístola Moral (de Andrés Fernández de Andrada) y Medrano,


apéndice IV, págs. 372-384, de Vida y obra de Medrano, II, Edición cri¬
tica, por D. Alonso y St. Reckert, Madrid, 1958, Instituto Miguel de
Cervantes, Consejo S. de Investigaciones Científicas.
110 El Fabio de la «.Epístola Moral»

dad y minoría numérica de las otras, las cinco atribuciones a An-


drada forman un bloque sólido. Es necesario tener en cuenta que
dos, tres o cuatro atribuciones en manuscritos del siglo xvn a Gón-
gora, a Quevedo, a Lope, etc., en una palabra, a una gran figura,
no tienen mucha fuerza de convicción, porque esos estilos estaban
en la actualidad literaria y en la mente de todos, y cuando una
obra sin padre conocido se parecía, p. ej., al estilo de Góngora, el
coleccionador del manuscrito muchas veces estampaba sin más ni
más al frente de esa poesía el nombre de don Luis; y en ello colabo¬
raba también el deseo de los que formaban las colecciones manus¬
critas, de enriquecerlas con autores brillantes. Pero Andrada era
un poeta oscuro, de producción, parece, muy escasa (sólo se conserva,
fragmentariamente, otro poema suyo, una canción a sucesos de en¬
tre 1609 y 1611), un poeta conocido sólo en alguna minoría sevi¬
llana (Rioja le estimaba mucho, tenemos de ello pruebas), natural¬
mente que casi nadie conocía tampoco su estilo, y que a ninguno de
los habituales coleccionistas de poesía manuscrita, se le podía ocu¬
rrir, sin más ni más, la idea de achacar al oscurísimo Andrada un
poema por razones de estilo o por enriquecer la colección con un
nombre glorioso. Todo esto es absurdo. Y esto es precisamente lo que
da a ese sólido bloque de cinco atribuciones en cinco manuscritos
antiguos una enorme fuerza probatoria. Es evidente que los dueños
de esos cinco manuscritos tenían también razones concretas, especí¬
ficas y suficientes para estampar el nombre de Andrada al fren¬
te de la Epístola Moral: o bien que tal atribución existía ya en el
texto que copiaban, o un conocimiento especial del asunto. El hecho
de que estos, cinco manuscritos representen todas las distintas ramas
o descendencias de la tradición escrita de la Epístola, parece obligarnos
a pensar que en el tronco común estaría ya la atribución.
Naturalmente la seguridad humana en estos casos es sólo rela¬
tiva —sujeta al azar de algún descubrimiento que cambie todas nues¬
tras ideas , pero, entiéndase bien, es relativa para casi todas las
obras —o mejor, para todas las obras— que reseñan las historias
de la literatura. Con esta caución, podemos afirmar que Andrada
—Andrés Fernández de Andrada— es el autor de la Epístola Moral.
8) Las otras atribuciones de la Epístola en manuscritos del si¬
glo xvii, son, aunque equivocadas en cuanto a la persona, valiosas
El autor y el «Fabio» de la «Epístola Moral» 111

en cuanto indicios para la fecha de la obra: a) La Epístola no puede


ser posterior a febrero de 1631 (en que muere Bartolomé L. de
Argensola) porque el propio Bartolomé dice conocerla y no ser suya,
aunque “estimara mucho que lo fuera”, b) Un aficionado a las le¬
tras, que escribía en el siglo xvii, se la atribuye a Lupercio; es,
pues, evidente, que este conocedor literario la creía muy temprana,
porque Lupercio murió en 1613. c) El mismo curioso, que la copió
como de Bartolomé, y que luego supo, por el propio Bartolomé, que
no era de éste, se la atribuye, basado en el juicio de otro amigo
aficionado, a don Francisco de Medrano (muerto en diciembre
de 1606) \ La muerte de Medrano, súbita y (para muchos) súbito
castigo del cielo, fue muy sonada. He aquí, pues, que un gran aficio¬
nado a la literatura, que vivía antes de 1631, y un amigo suyo, de
cuyo criterio se fiaba mucho, consideraban a la Epístola tan tem¬
prana como para ser obra de Medrano (f 1606). Los testimonios del
siglo xvii (los únicos conocidos, del siglo xvii) nos llevan, pues, hacia
antes de 1613 o, más aún, antes de 1606. Tomemos estas fechas
como hay que interpretarlas: como indicación, no de un año deter¬
minado, sino de la época a que —para unos aficionados a la poesía—
pertenecía la Epístola MoralG. Los datos que vamos a aducir prueban
que no se equivocaban mucho: en efecto, veremos más tarde, que
se escribió antes de 1613, aunque probablemente no mucho antes.
Hemos discutido hasta ahora, sólo la cuestión del autor. ¿Y el
Fabio, el personaje a quien la carta va dirigida?

EL “fabio” DE LA “EPÍSTOLA”

Entre esos cinco manuscritos en los que se nos da el nombre de


Andrada como el del autor de la Epístola, hay uno que se distingue,

5 Comp. D. Alonso, Vida y obra de Medrano, I, Madrid, 1948, págs. 123


y 322.
6 Prescindo ahora de la fecha “antes de 1631”. Como el anotador viene
a creer la Epístola de una época no posterior a 1606, es inútil decir que él
también la sabía no posterior a 1631. Entiéndanse todas estas fechas “cum
grano salís”: no creo que estos aficionados supieran exactamente que Medra-
no murió en 1606, Lupercio en 1613, etc., sino que, o bien por vivir por
esas fechas o bien por conversación con los que vivían en esas fechas, sabrían,
más o menos, hacia qué años murieron los mencionados poetas.
112 El Fabio de la «.Epístola Moral»

evidentemente, de los demás, por la precisión y por la abundancia


de datos complementarios: es el de la Biblioteca Colombina de Se¬
villa, el descubierto por don Adolfo de Castro. Entre esos datos figura
allí también el nombre del Fabio para quien el autor la escribió.
Reproduzcamos aquí el epígrafe, íntegro, que la Epístola Moral lleva
en ese manuscrito de la Biblioteca Colombina:

“Copia de la carta que el cap[itá]n 7 Andrés Fernández de Andrada escriuió


desde Seuilla a Don Alfonslo Tello de Guzmán, pretendiente en Madrid,
que fue Corregidor de la ciudad de México”.

7 Se ha leído siempre “cap[itá]n”. Pero debo decir que desde un punto


de vista estrictamente paleográfico no sería imposible leer cap[ellá]n. La
abreviatura de capellán oscilaba entre una forma con dos pp etimológicas
(capp[ellá]n) y otra idéntica a la abreviatura usual de capitán-, y había aún
otras posibilidades. (Un paso más en la confusión, es la abreviatura con dos
pp de capitán, que aparece con relativa frecuencia, y es verdaderamente bár¬
bara; véase, p. ej., más abajo, págs. 222 y 229, n. 3; comp. A. Millares y
J. I. Mantecón, Album de Paleograjía Hispanoamericana de los siglos XVI
y XVII, I, Méjico, 1955, pág. 129). El título de capitán suele anteponerse al
nombre de la persona; en cambio, después de capellán suele darse la iglesia, etc.,
donde se ejerce dicho cargo. Por ej., “El licenciado Francisco Pacheco, capellán
de la Capilla Real de la Santa Iglesia de Sevilla...” (R. Marín, Nuevos datos
para las biografías de cien escritores, Madrid, 1923, pág. 397); “... yo el
licenciado Francisco de Rioxa, presuítero, capellán perpetuo de la capellanía
que en la yglesia de San Miguel de Seuilla mandó fundar... el dotor Geró¬
nimo López Guarnicio...” (Ibid., pág. 415). Ocurre que precisamente un her¬
mano de Andrés Fernández de Andrada, llamado Rodrigo, era capellán:
“Rodrigo de Andrada, hijo legítimo de Pedro Fernández de Andrada, collación
de Omnium Sanctorum, como capellán perpetuo de la capellanía que instituyó
Rodrigo Baqo, que se sirve y canta en la yglesia de San Isidro desta ciudad...”,
5 de julio 1595 (Ibid., pág. 502). Lo normal sería un hijo a las armas y
otro a la Iglesia.
n

VIAJE Y PRIMEROS PASOS DE UN NUEVO CORREGIDOR


DE LA CIUDAD DE MÉJICO

LA ESPERA DEL CABILDO Y LA INS¬


TAURACIÓN DEL NUEVO CORREGIDOR

En la ciudad de Méjico, el viernes 9 de agosto de 1613, a las


nueve y media de la mañana, poco más o menos, se juntaron a
Cabildo don Garcilópez del Espinar, corregidor, y cinco regidores.
En esa sesión, el corregidor presentó una proposición en la que dijo:
“... ya saue esta ciudad y su cabildo, por carta del señor don Fran¬
cisco de Solíz, cómo Su Magestad tiene probeydo por corregidor
desta ciudad al señor don Alonso Tello de Gusmán, veinte y cuatro
de Seuilla y asi mismo abisa se le puede esperar esta flota que
promxa [léase “próxima”] se aguarda” y que como habría que en¬
viarle algunas cabalgaduras y coches para su persona, criados y casa,
suplica se acuerde lo que sea razón “considerando de más del oficio
que trae el dicho señor don Alonso, la calidad y partes de su per¬
sona, de que tanta noticia se tiene...”. Se acuerda dejar la resolu¬
ción para el lunes próximo y ver la costumbre que haya en esto,
“lo que se hizo con el Licenciado Obregón, primero corregidor de
esta ciudad, y con los demás” \ El lunes 19, reunido el cabildo,

1 Libro décimo noveno de Actas de Cabildo, que comienza en primero


de enero de 1613 y termina en 3 de agosto de 1614, Méjico, 1903, pág. 118,
sesión del 9 de agosto de 1613; en este pasaje y en otros el texto va corre¬
gido por mi, según fotografía del ms. Pero, en general, uso sólo la edición

8
114 El Fabio de la «Epístola Moral»

el señor Alonso de Valdés dijo que hasta entonces no habían reci¬


bido carta de don Alonso ni sabían si venía en la flota; convenía
esperar, pues “de ordinario se escribe desde la sonda”, o hasta “que
aya carta que diga que está en el puerto”. Se acordó que en cuanto

moderna. Los libros de las Actas de Cabildo de Méjico que hemos utili¬
zado para el presente estudio son, además de este decimonoveno, el
... Veinte... que comienza en 16 de agosto de 1614 y termina en 15 de
junio de 1616, Méjico, 1904; el Veinte y uno... que comienza el primero
de julio de 1616 y termina en veintidós de diciembre de 1617, Méjico,
1905; el Veintidós... que comienza en primero de enero de 1618 y termina
en 29 de abril de 1619, Méjico, 1905; y el Veinte y tres... que comienza en
6 de mayo de 1619 y termina en 19 de diciembre de 1620, Méjico, 1906.
De ahora en adelante, citaré sólo por el número de orden del libro y el de
la página correspondiente de la edición impresa, separados por dos puntos;
la indicación “Foto.”, pospuesta, señala los pocos casos en que he podido
corregir el texto impreso —increíblemente defectuoso— con una reproduc¬
ción fotográfica de los libros manuscritos que se conservan en el archivo
del extinguido Ayuntamiento de la ciudad de Méjico. La cita que acabo de
hacer vendría, pues, expresada así: “19: 118 Foto.”
Pero ese cotejo con fotografía del manuscrito no me ha sido posible,
como digo, sino contadas veces. Desde el primer momento vj que las intere¬
santísimas Actas de Cabildo mejicano habían sido editadas de un modo
lamentable. Y me propuse obtener reproducción en micropelícula, de todos
los pasajes que me interesaban. Era en abril de 1958. Fracasé primero por
desatención de los fotógrafos a quienes encomendé el asunto. Desesperado,
me dirigí a bondadosos amigos (mi querido maestro Agustín Millares, el com¬
petentísimo director de la Biblioteca Nacional de Méjico, Manuel Alcalá,
don Carlos Prieto, a quien tantas bondades tenemos que agradecer los confe¬
renciantes españoles que hemos visitado Méjico, y mi joven amigo el notable
investigador Juan M. Lope Blanch) que han tenido que trabajar lo indecible
para satisfacer mis deseos: a todos ellos, gracias de todo corazón. Como el
tiempo apremiaba ya, en estas segundas gestiones no me atreví sino a pedir
reproducción solo de los pasajes que, por un motivo u otro, interesaban más.
Es increíble la cantidad de obstáculos que ha habido que vencer: seis meses
han durado estas nuevas gestiones para obtener unas fotografías en un archivo
público. Primero las trabas burocráticas: necesidad de permisos especiales
para fotografiar unos inocentísimos libros de actas... publicados ya hace medio
siglo; luego, dificultades técnicas. En resumen, en el momento de redactar
esta nota sólo me ha llegado reproducción en micropelícula de una parte de
lo solicitado. Por eso señalo con la abreviatura “Foto.” los textos que he podido
cotejar con la fotografía del original.
?^os defectos de la edición impresa de las antiguas Actas de Cabildo, de
Méjico, son verdaderamente increíbles, y como a pesar de ellos, son esas
Un nuevo corregidor de Méjico 115

hubiera nuevas, el escribano mayor hiciera billete para que se jun¬


tara en seguida la Ciudad y se dispusiera lo conveniente3.

actas un gran instrumento de trabajo, enumero aquí algunos de los errores


habituales en esa impresión, por si puedo evitar otros de futuros investiga¬
dores. Muchos de los defectos provienen, evidentemente de que el original de
la edición se preparó leyendo en voz alta una persona el manuscrito, y un
amanuense copiando lo que oía. Son frecuentes en la impresión pasajes como
éste: “... se (remataron, digo, se serraron y fenecieron) digo, se herraron
y fue necessario...”; en el manuscrito dice, sencillamente: “se herraron y fue
necessario (23: 92a Foto.). El paleógrafo, es evidente, vaciló dos veces antes de
dar con la buena lectura; para corregir sus equivocaciones empleó dos veces
la expresión digo : el amanuense copio todo lo oído, y así fué a la imprenta
(los pasajes con corrección introducida por “digo” son numerosísimos en el
impreso; todos los digo cotejados por mí han resultado inexistentes en el
manuscrito). Más importancia tiene, porque podría despistar a investigadores
de la lengua, lo relativo a la ortografía: en el manuscrito existen una serie
de confusiones ortográficas interesantes (p. ej., entre q, z, s y ss; entre
b y v, etc.); el impreso muestra este mismo tipo de confusiones, pero sin
correspondencia con el original; quiere decir que la concordancia o diferencia
con nuestra ortografía moderna unas veces está en el manuscrito y no en la
edición; otras veces, al revés; otras, en ambos sitios; otras en ninguno de
los dos, y de modo diferente en cada uno. Consecuencia: no hay otra posibili¬
dad sino acudir al manuscrito. En la edición se encuentra caye ’calle’ y lelló
leyó ; quien crea ver ahí una prueba de yeísmo mejicano del siglo xvn se
equivoca: en el ms., calle y leyó (19: 118-119a Foto.). La confusión entre
v y b es muy grande en el manuscrito; además hay una mano que hace una
grafía intermedia entre las dos letras. La confusión entre v y b es grande tam¬
bién en la edición, pero muchas veces es distinta de la del manuscrito. Y algo
semejante ocurre con el seseo y el ceceo. Los casos de lectura errónea o de
omisión son frecuentes en el impreso. En los casos en que no me ha sido posi¬
ble el cotejo con la fotografía del original he hecho algunas correcciones que
parecían indispensables. Ninguna afecta a puntos esenciales de este trabajo,
y en todos los casos de alguna importancia (pero no por mera variante de la
ortografía) la lectura de la edición impresa va en nota.
2 19: 121 Foto. De la sonda escriben el señor Arzobispo y Fray Baltasar
Maldonado (19: 126b, sesión del 29 de agosto); pero don Alonso Tello parece
que no dió señales de vida. Para todo lo referente al anuncio de llegada, llegada
y toma de posesión de un nuevo corregidor, véase Jerónimo Castillo de Bova-
dilla, Política para corregidores y señores de vassallos, en tiempo de paz y de
guerra, t. II, libro V, cap. I, núms. 1-13 (libro que de aquí en adelante cito
simplemente como Castillo de Bovadllla). He usado la segunda edición,
Medina del Campo, 1608 (Pérez Pastor, La impr. en Med. del Campo, nú¬
mero 280; Palau, 2* ed., 48271).
116 El Fabio de la «Epístola Moral»

Continúan esperando noticias en la sesión del 30 de agosto 3 4, y,


por fin, en la del 7 de setiembre se lee una carta de don Alonso:
está escrita en la Puebla de los Ángeles, el día 3, y en ella se ofrece
mucho y se disculpa de no haber escrito desde el puerto: por no
malograr el buen viaje con el calor del puerto, salieron de él muy
de prisa, y en la Puebla se le había ofrecido algún estorbo con lo
que no podía llegar tan pronto como quisiera. La ciudad acuerda
contestar a esa carta y estar sobre aviso de la llegada para tener pre¬
parado “aquella no[che] regalo de sena y lo nesesario en la cassa y
asimismo el día siguiente se le regale con comida y cena” (don Alon¬
so se había “de benir apear a estas cassas de cauildo, donde tiene su
aposento, cossa ques la primera bes que de muchos años ace se
a echo”)\
El día 16 de setiembre se lee en la junta del Cabildo otra carta
de don Alonso, escrita desde Texmeluca (al Este de Puebla), en
la que avisa que ese mismo día 16 entraría en la ciudad de Méjico5.
El jueves 19 de setiembre, por la tarde, fue recibido don Alonso
por el cabildo: “y habiéndose sentado en una silla, de dos que
estauan debaxo del docel al lado isquierdo, porque en la del derecho
estaba el dicho don Garcilópez del Espinar, y presentó una probe-
sión y título del rey nuestro señor de corregidor de esta ciudad...”6.
Sigue la provisión real: el nombramiento se había firmado en la
Ventosilla, el 27 de octubre de 1612 (¡hacía casi un año!); .el nom¬
bramiento era por cinco años “más o menos” desde la toma de pose¬
sión, más seis meses para el camino '; y el sueldo, de quinientos mil

3 19: 127a.
4 19: 132 Foto.; V. también págs. 137b-138a.
5 19: 141b.
6 19: 133-134 Foto. Comp. Castillo de Bovadilla, t. II, 1. V, c. I,
núm. 11.

19: 143-144. Estos seis meses se contaban desde el embarque en San-


lúcar o en Cádiz; probablemente por error de copia o de imprenta se han
saltado unas palabras en la col. a de la pág. 144, del Libro décimo noveno-,
pero el sentido completo del pasaje puede verse en el nombramiento del suce¬
sor de don Alonso (22: 162-163), y así mismo en 19: 144, donde se vuelve
a hablar de este plazo de seis meses. Los quinientos maravedís de salario
corrían desde el momento de hacerse a la vela.
Un nuevo corregidor de Méjico 117
maravedises al año. En España, don Alonso había prestado juramento
ante el Consejo de Indiass.
Ese mismo día 19 de setiembre, acatado el nombramiento por
el virrey, presidente y oidores de la Audiencia y por los regidores
de la ciudad, y después de jurar de nuevo don Alonso, fue éste ins¬
taurado en su cargo y don Garcilópez del Espinar le entregó la vara
de la justicia 8 9.

EL MANUSCRITO DE LA COLOMBI¬
NA Y LA REALIDAD DOCUMENTADA

Los datos que anteceden —y muchos que hemos de usar aún—


relativos al corregidor don Alonso Tello de Guzmán figuran en las
Actas de Cabildo de la ciudad de Méjico. Impresas hace muchos
años, a ningún lector se le ocurrió poner en contacto las páginas y
páginas en que casi día a día se narran allí los actos oficiales del
corregidor don Alonso Tello de Guzmán, con esas otras pocas líneas que
al frente del texto de la Epístola Moral duermen en un manuscrito
de la Biblioteca Colombina de Sevilla, esas pocas líneas en las que
se dice que la Epístola fue escrita por el capitán Andrés Fernández
de Andrada, y dirigida desde Sevilla “a Don Alonso Tello de Guz-
mán, pretendiente en Madrid, que fue Corregidor de la ciudad de
México”.
Ya hemos visto que esas afirmaciones del códice de la Colombina
quedaban comprobadas respecto a Andrés Fernández de Ardrada,
porque luego han ido apareciendo otros cuatro manuscritos del si¬
glo xvii que le dan como autor de la Epístola-, y todo casa muy
bien con lo que de él sabíamos: que era poeta resulta de otra obra

8 La obligación del juramento va expresa en la provisión real; y que


el juramento se prestó en debida forma consta por la certificación que a dicha
provisión sigue (19: 144). La obligación de que los Corregidores jurasen
ante el Consejo de Indias, constaba ya en provisión real de 1530, v. Cedu-
lario indiano recopilado por Diego de Encinas (de 1596), IV, Madrid, 1946,
ed. facs., fol. 1. Comp. Castillo de Bovadilla, t. II, 1. III, c. VI, núme-,
ros 18-20.
8 19: 145-146. Para los usos y etiqueta del acto, comp. especialmente
Castillo de Bovadilla, t. II, 1. V, c. I, núms. 6-12.
118 El Fabio de la «Epístola Moral»

suya, en verso, que nos ha llegado bien que fragmentariamente; que


era poeta conocido en algunos círculos selectos, lo prueba la estima¬
ción que le tenía el exquisito Francisco de Rioja.
Y ahora las noticias del manuscrito de la Colombina quedan
también perfectamente acopladas con lo que nos revelan los datos,
aunque impresos nunca utilizados, de las Actas municipales de Méji¬
co, y muchos otros datos inéditos que hemos exhumado en el Archi¬
vo General de Indias y en el Archivo Histórico Nacional.
En efecto, don Alonso Tello de Guzmán, a quien, cuando era
pretendiente en Madrid, dirigió su amigo Andrés Fernández de An-
drada la Epístola Moral, don Alonso Tello de Guzmán, el Fabio de
la Epístola, fue corregidor de Méjico, como se afirma en el manus¬
crito del siglo xvn de la Colombina, que contiene los tercetos de
la famosa carta. Fue corregidor de Méjico, y podemos seguir gran
parte de sus actos con una minucia y un relieve como difícilmente
podríamos hacerlo, salvo con muy pocos de nuestros contemporáneos.
Don Alonso Tello de Guzmán había nacido en Sevilla: no podía
ser de otro modo. Todos los que hemos leído con algo de atención
los inmortales tercetos —los pocos que los hemos leído así— hemos
comprendido que el Fabio de la Epístola tenía que ser sevillano. Sevi-
líanísimo también el autor Andrés Fernández de Andrada, porque
aunque de él no sepamos con exactitud documental el sitio de naci¬
miento 10, vivía en Sevilla, sü padre era sevillano, y Andrés habla como
sevillano en toda la Epístola.
Queda además perfectamente comprobado todo lo relativo a la
fecha. Ya hemos visto que del testimonio de dos aficionados a la
poesía, en general, y en particular a la poesía de la Epístola, se
venía a diseñar una época muy de principios de siglo. Ahora sabe¬
mos ya con absoluta precisión la fecha tope “ad quem”, de la Epís¬
tola Moral: fue escrita antes del 27 de octubre de 1612, porque ese
día dejó de ser don Alonso “pretendiente” para convertirse en “co¬
rregidor aún no posesionado, de la ciudad de Méjico. Si queremos

10 No se puede excluir que un morador de Sevilla y de familia sevillaní-


sima haya podido nacer muy lejos de esta ciudad; era muy frecuente que
miembros de familias sevillanas nacieran en alguna posesión, en pueblos inme¬
diatos a Sevilla, etc.
Un nuevo corregidor de Méjico 119

aun más exactitud podemos decir que ese tope puede prolongarse
unos días más: los que tales nuevas tardaran en llegar a Sevilla.
He aquí, pues, que datos exteriores al manuscrito de la Epístola
Moral de la Colombina han venido a acoplarse perfectamente con
los contenidos en dicho manuscrito, lo mismo por lo que toca al
autor de la Epístola, Andrés Fernández de Andrada, que por lo que
se refiere al Fabio de la misma, don Alonso Tello de Guzmán, “que
fue Corregidor” de Méjico.
Don Adolfo de Castro prestó un gran servicio a la historia de
la literatura al publicar en 1875 el texto de la Epístola según dicho
manuscrito de la Colombina. Se dejó despistar, sin embargo, res¬
pecto a don Alonso Tello de Guzmán, confundiéndole con un homó¬
nimo —curiosa homonimia total— que nunca fue corregidor de Mé¬
jico, ni estuvo, que sepamos, en América. Pero de esto hemos de
tratar más adelante.
Intentemos ahora seguir la vida de nuestro corregidor de Méjico,
el auténtico Fabio de la Epístola. Las andanzas de don Alonso nos
van a abrir variadas vislumbres del siglo xvn —a veces curiosas_>
sobre modos y costumbres de la Nueva y de la vieja España.

DON ALONSO SE DISPONE PARA EL VIAJE

Don Alonso Tello de Guzmán era veinticuatro de la ciudad de


Sevilla. Al ser nombrado corregidor de Méjico presentó la renuncia
de su veinticuatría, en la que le sucedió el que había de ser famoso
dramaturgo don Diego Jiménez de Enciso. De 27 de abril de 1613
era una cédula real, dada en Aranjuez, en la que se manda “al señor
asystente” de Sevilla, que haga una información de si en don Diego
Jiménez de Enciso concurren las debidas calidades para ser veinti¬
cuatro “en lugar y por renunciación de don Alonso Tello de Guz¬
mán . Hecha, sin duda, la información, en el cabildo sevillano de
26 de junio de 1613 se leyó una cédula y provisión real, dada en
San Lorenzo a 15 del mismo mes, en que se mandaba recibir a Enciso
por veinticuatro en la mencionada vacante de don Alonso 11.

11 E. Cotarelo: Don Diego Jiménez de Enciso y su teatro, en Bol. de


la Real Acad. Esp., I, 1914, pág. 232; Rodríguez Marín: Nuevos datos para
las biografías de cien escritores..., Madrid, 1923, págs. 423-424. Tanto Cota-
120 El Fabio de la «Epístola Moral»

Desde febrero de 1613 estaba don Alonso preocupado con el


número de criados que podría llevar consigo a la Nueva España.
Pensaba salir con la flota que partiría por San Juan. En su primera
solicitud dice que “tiene necesidad de lleuar personas que cuiden
de su seruicio y del de doña Marina de Mendoqa, su muger, y de
su hacienda” y pide poder llevar cuatro criadas (dos de ellas casa¬
das, una con tres hijos de dos, seis y nueve años, y la otra con dos
de nueve y once años, niños que por su edad y ser pobres “no
podrán quedar sin sus padres”) y doce criados. Dice necesitar tanto
servicio “atento a no poder lleuar sclauos como los an lleuado sus
antecesores”. Pide también poder llevar dos mil ducados de joyas “y
las armas, para él y sus criados que se an dado a sus antecesores”.
Al pie está lo que se acuerda: “Désele licencia y que lleue qinco
criados y quatro criadas, y que la vna pueda ser cassada con vno
de los criados y lleuen éstos sus hijos. + Quinientos ducados de
joyas + Las armas que a su antecesor. Lo demás se oye. En 27 de
febrero de 1613” 12.
Don Alonso no quedó contento. Nueva petición suya. Dice que
son pocas personas las que se le concede llevar para el servicio “y
a los demás corregidores que an sido de la ciudad de México se
les an dado más licencias, y últimamente se le dieron once a don
Jerónimo del Espinar 13, siendo el de entonces tiempo en que podía
lleuar, como lleuó, esclauos para su seruicio, libres de almoxarifazgo,
cosa que oy no se le concede a él”. Suplica que se le permitan cua¬
tro criados más y que una de las criadas, por ser viuda, pueda llevar
sus hijos, que son muy pequeños. Se le hace declarar el número y
la edad de esos hijos; eran dos, el mayor de doce años; por fin, en
ocho de mayo, se le contesta “lléuelos” 14.

relo como Rodríguez Marín, vieron en estos documentos de la veinticuatría


de Enciso, el nombre de don Alonso Tello de Guzmán sin darse cuenta de
que se trataba del Fabio de la Epístola.
12 AGI, Méjico 132, ramo 1, núm. 5a.
13 AGI, Méjico 132, ramo 1, 5. “Jerónimo” aparece tachado con un
borrón. Alguien vio ej error. En efecto, el antecesor de don Alonso en el
corregimiento de Méjico no se llamaba “Jerónimo”, sino don Garcilópez del
Espinar.
14 AGI, Audiencia de Méjico, 132, ramo 1, núm. 5.
Un nuevo corregidor de Méjico 121

Don Alonso debía de tener el arte político de saber graduar. En


otra petición trata de obtener algo respecto a esclavos. Pide ahora,
de nuevo, que le dejen llevar a un mulato esclavo suyo, casado con
una mulata y que tienen un hijo muchacho, y también a otra mu¬
lata, “que todos se an criado y nacido en casa del dicho don Alonso,
y son el mayor seruicio que en ella tiene, por lo qual y por ser tan
buenos xpianos, sin defecto sospechoso, y porque tanbién se a hecho
con otra persona, supplica a V[uestr]a M[agesta]d le haga merced de
darle Ucencia para que pueda llevar consigo los dichos esclavos, li-
bres de derechos, dando fiabas en la cantidad que V. Md. mandare,
de bolverlos a traer a España, en que R[ecebir]á M[erce]d”. La
resolución es: “Lleve los mulatos que pide, dando las fiabas que
ofrece a la cassa, y en quanto a los derechos satisfaga a la persona
que los huuiesse de hauer. En 8 de Mayo 1613” lS.
Para el final había reservado la petición más notable. He aquí el.
documento íntegro:

Señor:
Don Alonso Tello de Guzmán a q[uie]n Vfuestra] M[agesta]d a hecho'
m[e]r[ce]d del off[ici]o de Corregidor de México, dice que como consta
al S[eño]r S[ecretari]o Juan Ruiz de Contreras, Doña Marina de Mendoqa
su mug[er] está con una peligrosa enfermedad que le a dado de un mes a
esta parte, de que se alia desauciada de los médicos, y que quando Dios
se sirva de que no muera de la dicha enfermedad, quedará tan flaca que a
de havér menester mucho tiempo para convalecer, sin ser posible envar-
carse en esta flota con el dicho su marido respecto de aver de salir tan pres¬
to; atento lo qual = Supp[li]ca a Vjuestra] M[a]g[esta]d se sirva de darle
licencia para hacer el dicho viaje sin llevar consigo a la dicha Doña Marina
su muger, en que R[ecibir]á m[e]r[ce]d.

La resolución es ésta:

Escrívase al Sr. D. Fran.00 de Varte que constándole que es assí y pre¬


sentando el consentimiento de su muger para que pueda hir sin ella, le dexe
passar, y abise de lo que se hiciere y ynvíe un tanto del consentim[ien]to„
En 29 de Mayo 1613 16.

15 AGI, Audiencia de Méjico, 272.


16 AGI, Audiencia de Méjico, 272.
122 El Fabio de la «Epístola Moral»

¿Cómo hemos de interpretar esto? ¿Un mero pretexto para que


por la causa que fuera— la mujer se quedara en España? Pro¬
bablemente lo de la enfermedad no fue sino muy verdadero. Ya
veremos que tres años después —y quizá mucho antes— doña Ma¬
rina había muerto. De aquel matrimonio no quedó sucesión.
Por de pronto, don Alonso se fue a Méjico sin doña Marina,
aunque imaginamos que con toda la casa de criados y esclavos que
había solicitado para su servicio y el de su mujer.
Pero don Alonso, cuyo carácter extravertido, mundano y super¬
ficialmente caballeresco, se nos empieza a perfilar pronto, tenía la
costumbre galante —muy de moda por entonces— de unir la inicial
del nombre de la amada al propio nombre. Durante varios años, una
grande y garbosa M (de Marina) campeará delante de la firma de
don Alonso. No basta: otra grande M se rasguea detrás de la firma:
doble tributo: nombre y apellido de la mujer amada (Marina de
Mendoza). Hasta que años más tarde vemos que esas letras _sím¬
bolo de amor ya han cambiado. Pero la nueva letra es ahora sen¬
cilla, como corresponde a los fuegos disminuidos de un amor otoñal.

RESIDENCIA CONTRA EL CORREGIDOR SALIENTE

Ya en posesión de su cargo, la vida de don Alonso iba a estar


a ora pautada por una monótona repetición, durante cinco años, de
juntas del Cabildo, presididas —con pocas excepciones— por él.
Pero al principio mismo de su corregimiento se ofrecía un ne¬
gocio al que don Alonso debió de conceder muy especial atención.
Se trataba del juicio de residencia contra su antecesor don Garci-
lopez del Espinar. En los últimos tiempos se había llegado a una
casi perfecta mecanización de las, residencias: el funcionario entran¬
te era el. juez del saliente. Don Alonso Tello de Guzmán venía ya
de España nombrado juez —nueve meses antes— 17 para la residen-

Por cédula real de 30 de agosto de 1599 se había mandado que fue-


rn 1,°* sucesores los que tomaran la residencia, AGI, Audiencia de Méji-
eo, 140, 4, num. 43 d. El nombramiento real de don Alonso para la residen-

íai
234 (A).
22 í d¡crbre-1612 <agi- * aZi
Residencia que don Alonso Tello de Guzmán, corregidor de la
Un nuevo corregidor de Méjico 123

cia de su antecesor don Garcilópez del Espinar. El cumplimiento


de las fórmulas parece perfecto: el mismísimo día en que recibe la
vara de justicia, el 19 de septiembre de 1613, don Alonso nombra
escribano para dicho juicio de residencia, a Juan Pérez de Ribera,
familiar del Santo Oficio, y escribano real y público más antiguo.
El juicio de residencia es pregonado por la ciudad para que todo el
que tenga un agravio contra el corregidor que acaba de cesar pudiera
formularlo. El día 23, el corregidor firma el auto con el interrogato¬
rio a que han de ser sometidos los testigos. Son las preguntas habi¬
tuales: si el corregidor ha recibido dádivas o cohechos; si ha com¬
prado bienes, usado trato de mercaduría, o tenido juego en su casa,
si ha visitado cada año el término y ejidos y hecho amojonar, si ha
inspeccionado los comercios, etc., si ha cuidado las calles, etc., de
la ciudad; si ha hecho fuerza a mujeres casadas, viudas o doncellas,
o si él o sus ministros han entrado en sus casas so color de ir a
sacar delincuentes, si ha defendido los derechos del fisco, etc., etc. Un
juicio de residencia significaba, como es sabido, el remover un mun¬
do: no sólo se juzgaban los actos de la cabeza (autoridad que había
cesado, aquí el corregidor), sino los de sus ministros y sotaministros,
en una arborización que por ramas cada vez más delgadas llegaba
hasta verdaderas ramillas. En el auto de don Alonso se especificaba
cómo habían de ser examinados los testigos y el sigilo que habían
de guardar: “abiendo dicho y declarado lo que supieren se les encar¬
gue todo secreto, hasta que a los culpados se les dé copia y traslado
que contra ellos resultaren”. Pero, en el caso de don Garcilópez, ¿ha¬
bría alguien que pensara que iba a haber culpados? 1S.
Nada menos que ciento setenta folios llevó la información sobre
los actos de don Garcilópez del Espinar y sus oficiales19. Es evi¬
dente que a don Alonso Tello de Guzmán no le guiaba más que un

ciudad de México, tomó a don García López del Espinar y a sus ministros
y oficiales. Va dirigida al Real Consejo de las Indias y a su secretario Juan Ruiz
de Contreras” —son 170 folios, cosidos, sin tapas—, fol. 2).
18 AGI, Escribanía de Cámara, 234. El “auto e interrogatorio” (es decir,
preguntas por que han de ser examinados los testigos) está aquí, aparte de
la “Residencia” (véase la nota siguiente).
19 “Residencia que don Alonso Tello de Guzmán, Correg.r de la ciudad
de Méx.c0, por comisión de su mag.d tomó a don García López del Espinar”.
AGI, Escribanía de Cámara, 234 (A).
124 El Fabio de la «Epístola Moral»

deseo: el de no crearse enemigos. Dentro de cinco años tendría


que encontrarse él, forzosamente, en la situación (aunque todo se
hiciera entre amigos, un poco molesta) en que se encontraba ahora
don García. La mecanización (yo juzgo a mi antecesor; mi sucesor
me juzgará a mí) convenía que fuera perfecta. No nos extraña, pues,
que entre tanto folio no salga ni una acusación contra don García,
ni menos aún, cargo alguno. Y don Alonso falla que todo prueba
aber sido [don Garcilópez del Espinar] muy recto y buen juez y
como tal administrado justizia a las partes que ante él la an pedido,
con toda rectitud, igualdad y xpistiandad, sin agrauio ni queja algu¬
na, como muy onrrado cauallero y legal ministro del Rey nuestro
señor, y así merece que su magestad le premie y onrre ocupándole
en mayores cosas de su real servicio, de que dará siempre muy igual
quenta a la que oy a dado”.
Así da gusto. Don Alonso (podemos imaginar) ya se veía con
cinco años más, bien enriquecido tras el cargo y objeto de parecidas,
alabanzas.
A unos pocos oficiales menores se les imponen pequeñas penas
pecuniarias. Alguien tenía que pagar, por lo menos, los gastos; y
por ahí es por donde se rompe la cuerda. Quien hoy repasa los ochen¬
ta folios que ocupan las declaraciones de tanto testigo, no puede
dejar de sonreírse porque, sea cual fuere la conducta de don García
López del Espinar en el cargo, lo cierto es que muchos de los que
testimonian, habían sido, evidentemente, dependientes o asociados su¬
yos durante la época de su mando.

RESIDENCIA CONTRA EL LICEN¬


CIADO JUAN RUIZ DE ALARCÓN

La casualidad va poniendo la vida de don Alonso en relación.,


ya directa, ya indirecta, con escritores de nombre: Andrés Fernán¬
dez de Andrada, el poeta, y Diego Jiménez de Enciso, el drama¬
turgo,^ en Sevilla; ahora, en Méjico, con otro dramaturgo, Ruiz de
Alarcon. Porque, de todos los folios de la residencia que don Alonso
tomó a los ministros y oficiales de su antecesor, los más interesan¬
tes para nosotros son los dedicados a la “Residencia secreta contra
Un nuevo corregidor de Méjico 125

el Ld0 Ju° rruis de Alarcón, jues del tepachi y sus ministros” 2\ Que
Alarcón había tenido en 1611 una comisión, por encargo del corregi¬
dor don Garcilópez del Espinar “para que pudiese conocer de todas
las causas que se ofreciesen contra cualesquier personas que tuviesen
trato de hazer y hender pulque y contra los dueños de las casas
donde se hendiese” lo sabíamos desde que Dorothy Schons publicó
un memorial que el dramaturgo mejicano hizo en España de sus
servicios, para solicitar una plaza 21. Ahora, como un ramo de la resi¬
dencia contra Garcilópez, he encontrado un curioso documento que
confirma y aclara la intervención de Alarcón en los asuntos del pul¬
que, y nos da, además, una fecha precisa de 1613 —la del 15 de
noviembre— en que se dice de Alarcón “que de presente está en
los Reynos de Castilla”; en el memorial se afirmaba que “en la
residencia fue dado por buen juez”; esto queda corroborado con
el nuevo documento.
Desde poco después de la conquista de Méjico empieza a apa¬
recer en los legisladores españoles la preocupación por “un cierto
vino, que se llama pulque”. Los indios solían añadir a esta bebida
tradicional suya (de la fermentación del jugo del maguey) cierta raíz
que le daba más fuerza; “y assí emborrachados hazen sus cerimo-
nias y sacrificios que solían hazer antiguamente y como están furio¬
sos ponen las manos los vnos en los otros y se matan, y demás desto
se siguen de la dicha embriaguez muchos vicios camales y nefan¬
dos”, se lee ya en una Real cédula de 1529 22, ocho años después de
la ruina del imperio azteca. La prohibición de echar esa raíz o de
hacer otras manipulaciones con el pulque, que aumentaban su poder

20 AGI, Escribanía de Cámara, 234.


21 Véase Apuntes y documentos nuevos para la biografía de Juan Ruiz
de Alarcón y Mendoza, por Dorothy Schons, en Bol. de la R. Acad. de
la Hist., XCV, 1929, págs. 59-151, especialmente págs. 76-79 y 140-41.
22 Provisiones, cédulas, instrucciones para la buena expedición de los ne¬
gocios... desta Nueva España, por el doctor Vasco de Fuga, Méjico, 1563,
fol. 70: ‘‘Para que cierta rayz que hechan los yndios en el pulque no lo
hechen” (ed. facs., “Colección de incunables americanos”, vol. III, Eds. Cul¬
tura Hispánica, Madrid, 1945); otra disposición relativa a “vino de rayces”,
de 24 de enero 1545, ibid., fol. 169. Las dos están también reproducidas en el
Cedidario Indiano recopilado por Diego de Encinas, reproducción facsímil de
la edición... de 1596, IV, Madrid, 1946, pág. 349.
126 El Fabio de la «Epístola Moral»

embriagante, se repite en una serie de disposiciones a lo largo de


los siglos xvi, xvii 23 y xviii. Se permitía elaborar pulque blanco puro 24y
y un determinado número de pulquerías; por cada carga de pulque

23 Por la época en que Alarcón tuvo este cargo interesa saber que tam¬
bién Felipe III había mostrado interés por el problema del pulque. He aquí
estas instrucciones dirigidas al Virrey don Luis de Velasco: “Al Virrey de
Nueva Espanna sobre que remedie los dannos que se siguen de cierta bevida
de que usan los yndios naturales. = El Rey = Don Luis de Velasco, mi Virrey
y Governador y Cappitán General de la provinzia de la Nueva Spanna. El
cappitán Alonso Flores Salgado me a echo relazión que los yndios naturales
della reciven notable danno en su salud de cierta bebida que usan, hecha
de las espumas y primera miel que sale del azúcar quando la cuecen, que la
compran de los spannoles y hazen con ella un brevaje que llaman pulque,
hechando a cantidad de esta miel alguna de agua yrbiendo y una poca de cal
y raíz de pulque, y tapándolo después el baso en que la hazen, donde yerbe
como bino nuevo con la fuerza de la lejía que está en la miel, de la que echan
al azúcar para cocerle, y que después que aya erbido lo beben en sus combites
y juntas sin reparar en que es lejía fuerte, disfracada con dulze, que les
abrasa todos los miembros principales del cuerpo, y que los mata con gran¬
dísima facilidad, y que el danno que desto reciven es de manera que, si
no se les quita el uso desta vevida, se acavarán con mucha brevedad
todos los dichos naturales yndios, y que así para esto como para que los
espannoles, que les benden la dicha miel no rrecivan danno considerable,
daría traza y remedio con que se tratase de la materia con gran secreto,
por el riesgo que su persona podría correr bolviendo a la dicha Nueva
Spanna, y señalándole personas con quien lo comunicase y tratase todo.
Y haviéndose visto en mi Consejo de las Yndias me a parecido remi¬
tiros lo susodicho, como por la presente os lo rremito para que lo beais todo
y rremediéis los dannos que se siguen de la dicha bevida en quanto pudié-
redes, con el recato y secreto posible para que no se entienda que a dado
este aviso el dicho cappitán Alonso Flores Salgado, por el danno que se le
podría siguir, como el lo a significado. Y de lo que hiziere me daréis aviso
para que lo tengan entendido. Fecha en Madrid a tres de otubre de mili
y seiscientos y siete annos. Yo el Rey. Refrendada de Juan de £inca y senna-
lada de los del Consejo” (AGI, Méjico, 1064, 87, 51. Fols. 203r.-203v.).
Tuve noticia de la existencia de este documento después de mi última estada
en Sevilla. Debo la copia de él a la amabilidad de don Francisco Márquez
y de la señorita María Teresa Lorenzo.
24 Véase sobre la venta del pulque las muchas variaciones de criterio,
de las autoridades, a través de los siglos, en Marroquí, I, págs. 190-211. Desde
el primer momento (la mencionada cédula de 1529) se señala como peligro¬
samente embriagante el pulque al que se le han adicionado ciertas raíces,
pero autoridades o religiosos intolerantes intentan varias veces que se prohíba;
también el pulque puro.
Un nuevo corregidor de Méjico 127

se pagaba un impuesto. Las normas sufrieron una serie de modifi¬


caciones (también andando los tiempos se constituyó una “junta de
teólogos y personas doctas para el punto de la conciencia y modo
en que podía ser lícita la contribución y el uso de esta bebida”).
Pero el sentido general de la legislación sobre la materia fue el de
permitir el que algunas veces se llama pulque blanco, y prohibir
la elaboración de variedades o combinaciones a base de pulque, de
mayor poder embriagante (entre ellas se menciona a veces el tepa¬
che) ¿°. Pronto se vió la necesidad de nombrar una persona que velase
por el cumplimiento de las disposiciones sobre el pulque. Estos
“jueces del pulque” debieron de cometer bastantes excesos. En los
últimos tiempos de Felipe IV se mandó a un oidor de la Audiencia
de Méjico “que averiguasen qué personas habían sido jueces del
pulque y qué cantidades habían percibido y se las hiciesen res¬
tituir” 26.
No sabemos qué cúmulo de circunstancias o casualidades llevaron
al pulcro don Juan Ruiz de Alarcón a la función de juez del “pulque
o tepache” (los documentos de que vamos a hablar no se paran a
hacer una distinción entre ambos conceptos). Y como tal juez, que¬
daba comprendido entre los ministros y oficiales del corregidor sa¬
liente, don García López del Espinar, contra los cuales tuvo que
incoar juicio de residencia don Alonso Tello de Guzmán.
La información para la pesquisa secreta contra el licenciado Juan
Ruiz de Alarcón empezó el 15 de noviembre de 1613. Los testigos
fueron tres, los tres vecinos de Méjico, Juan de los Ríos Curiel,

25 Así en la ordenanza de 6 de julio de 1672, que procedente del Cedu-


lario de Ayala, puede verse en Disposiciones complementarias de las Leyes
de Indias, Ministerio de Trabajo y Previsión, Publicaciones de la Inspección
General de Emigración, II, Madrid, 1930, págs. 306-310: es muy explicativa,
menciona otras regulaciones anteriores y resume la materia en ocho ordenan¬
zas acordadas por la Audiencia de Méjico. En la Recopilación de Leyes de
los Reynos de las Indias, tomo II, Madrid, 1791, págs. 197-198, la ley 37 del
libro 6.°, título l.°, recoge el espíritu de la legislación anterior y acepta esas
ocho ordenanzas. Por otra disposición del 17 de junio de 1682 (en las citadas
Disposiciones complementarias..., II, págs. 311-312)) nos enteramos de los
excesos a que se entregaban los asentistas del impuesto del pulque.
26 Disposiciones complementarias de las leyes de Indias (Ministerio de
Trabajo y Previsión), II, 1930, pág. 307 a.
128 El Fabio de la «Epístola Moral»

Juan de Palacios y Juan del Olivar. El primero contesta que “conosió


al L[icencia]do Juan Ruis de Alarcón, jues que fue del tepachi, que
de presente está en los Reynos de Castilla, a el qual este t[estig]o
bido que todo el tiempo que fue jues en esta ciudad usó el dicho
oficio de jues con muy grande fedelidad y solisitud porque este
t[estig]o le bido bisitar las casas y tabernas donde abía y se bendía
el dicho tepache, prendiendo a los culpados sin que este testigo
aya oydo, bisto ni entendido que el dicho jues lo dejase de hacer
por ningún respeto, ruego, dádiba o presente de las personas que
hendían el dicho pulque...; ...nunca este testigo supo ni oyó decir
que el dicho Juan Ruis de Alarcón tubiese trato ni parsialidad con
las personas que hendían el dicho pulque, a las quales bido este
testigo muchas beses condenaba sin que el dicho L[icencia]do en
racón de las dichas condenaciones hiciese con ellos ningunos con¬
tratos...”.
También hizo el testigo manifestaciones elogiosas sobre la actua¬
ción de “Diego Beedor, escriuano que fue del dicho Licenciado
para lo tocante a la dicha comisión...”.
Lo mismo dijeron los otros testigos.
Al día siguiente ya dictaba resolución don Alonso Tello de Guz-
mán: habiendo visto “la Ynformación y Pesquisa secreta ffecha qon-
tra el Lic[encia]do Juan Ruiz de Alarcón, juez de comisión para lo
tocante al pulque que llaman tepache, y qontra Diego beedor su es¬
criuano de la dicha comisión, dijo que declaraua y declaró no aber
abido nj resultado culpa alguna qontra los susodichos y aber ussado
los susodichos sus officios muy bien y legalmente y ser merecedores
de dichos officios y cargos del seruicio de su magestad” 27.

27 AGI, Escribanía de Cámara, 234. “Ressidencia que se tomó al licen¬


ciado Juan Ruiz de Alarcón, juez del tepachi o pulque, y a Diego Beedor
su escriuano”.
m

VISLUMBRES DE VIDA MEJICANA


EN LAS ACTAS DEL CABILDO

Las Actas de Cabildo de la ciudad de Méjico son un precioso


testimonio en el que se nos refleja buena parte de la vida oficial
de don Alonso Tello de Guzmán, pautada, sesión a sesión, a lo
largo de los cinco años de su corregimiento.
Los corregidores en España, y a imitación suya en Indias eran

1 Sobre los corregidores en Indias hemos visto un artículo de C. E. Cas¬


tañeda, The Corregidor in Spanish Colonial Administration, en The Hispanic
American Colonial Review, IX, 1929, págs. 446-470. El autor trabajó con
reducidos canales de información; y lo mismo le ocurre al trabajo de Robert
S. Chamberlain, The “Corregidor” in Castile in the Sixteenth Century and
the “Residencia” as Applied to the “Corregidor”, Ibid., XXIII, 1943, pági¬
nas 222-257 (citado: Chamberlain). La figura del corregidor compleja (y
además variada por usos locales) en España, lo era aún más en Indias. Los
problemas que tenía en frente un corregidor rural eran muy distintos de los
de un corregidor de Méjico, mucho más parecidos a los de una Sevilla o
Granada (y Sevilla propone como dechado varias veces a don Alonso Tello).
Libros que hemos usado:
— Recopilación de las leyes destos reynos, hecha por mandado.., del Rey
don Philippe segundo..., Alcalá, 1569. En el libro 3, títulos 5 y 6, está incor¬
porada la ley sobre corregidores y otros jueces que promulgaron los Reyes
Católicos en Sevilla, 1500, y que era básica para las funciones del Corregidor
(véase lo que decimos de la Instrucción Política, de Villadiego).
— Tractatus de Curia Pisana... per egregium... Licentiatum de Pisa Impe-
ratoris ac Hispaniarum Regis Caroli á Consilijs editus... Nunc denvo et novis-
sime expurgatus ab ómnibus... vitijs et corruptionibus, cum Summarijs et
Reportorio et Additionibus per Doctorem Alphonsum de Azevedo, Salaman-

9
130 El Fabio de la «Epístola Moral»

unos oficiales de complejas funciones. He aquí algunas: tenían atri¬


buciones gubernativas (orden, persecución y detención de delincuen¬
tes, cuidado de la cárcel, etc.); judiciales: instruían procesos, lo
mismo en lo civil que en lo criminal y dictaban sentencia; funciones
administrativas y de ornato, limpieza, seguridad y aprovisionamiento
de víveres; eran, en fin, presidentes del concejo o cabildo (conjunto

ca, 1587 (Curia Pisana, en nuestras citas). Obra importante y compendiosa


sobre los regidores y las atribuciones del concejo o cabildo; trata frecuente¬
mente de atribuciones y limitaciones del corregidor. N. Antonio cita una edi¬
ción de Medina, 1548, en “Joannes Rodríguez de Pisa” y también bajo “Anony-
mus de Pisa” (II, pág. 407). Comp. Pérez Pastor, núm. 64.
— Castillo de Bovadilla, Política para corregidores y señores de vassallos
en tiempo de paz y de guerra..., Medina del Campo, 1608, dos tomos (Cas¬
tillo de Bovadilla, v. más arriba, pág. 115, n. 2). Obra fundamental, aunque
farragosa y con mucha inútil erudición antigua. La citamos por esa edición de
1608; hemos visto también la primera, Madrid, 1597. Comp. Palau2,
48270-48279.
—Hevia Bolaños, Juan, Primera y segunda parte de la Curia Filípica,
donde breve y compendiosamente se trata de los ivizios, mayormente forenses,
eclesiásticos y seculares..., Madrid, 1652 (en lo que sigue, Curia Filípica).
Uso esta edición tardía; la primera (sólo la primera parte) se publicó en el
Perú, en la Ciudad de los Reyes, 1603 (comp. Palau 2, 114525-114550). Véase
especialmente el “párrafo primero” de la “primera parte”, págs. 1-6.
—1 Villadiego, Alonso de, Instrucción política y práctica ivdicial, conforme
al estilo de los Consejos, Audiencias y Tribunales de Corte, y otros ordinarios
del Reyno. Vtilíssima para los Governadores y Corregidores y otros juezes
ordinarios y de comissión..., Madrid, 1617 (citado en lo que se sigue Villa¬
diego). Es la edición por donde cito; la primera es de Madrid, 1612. Inte¬
resa en particular el “Capítulo quinto”, en que comenta los títulos 5 y 6
del libro 3 de la Recopilación (véase al comienzo de esta nota).
- Góngora, Bartolomé, El Corregidor sagaz. Abisos y documentos Mora¬
les para los que lo fueren (Bibl. Nac., ms. 17493, com. Ensayo, IV, col. 1191-
1210). El autor era corregidor de Atitalaquia en la Nueva España y dedica
su obra al Virrey, Duque de Alburquerque. Escribía desde su corregimiento,
en 1656. Su doctrina jurídica o forense es escasa (suele apoyarse en la Curia
Filípica). Resulta simpático por su aparente independencia de juicio respecto
a españoles, criollos e indios. Tiene un curioso humor que suele expresar en
lenguaje sabroso y giros castizos; a veces el estilo tiende a conceptista, a veces
es meramente desordenado. Es un inmenso divagador, tanto que en ocasiones
uno se pregunta si no estaba un poco chocho (escribía a los 78 años). Pasa
de un tema a otro, enhebra cien moralidades que ejemplifica con historias
sagradas o profanas, mezcla recuerdos de su juventud en Sevilla con anéc-
Vislumbres de vida mejicana 131

de los regidores, del cual, estrictamente, ellos no formaban parte}2,


Hemos perdido (salvo retazos o vislumbres) —o por lo menos yo
no he tenido a mano— el registro de muchos de esos aspectos de
la vida oficial de don Alonso. Nos queda, en cambio, en las Actas
del Cabildo de Méjico, con enorme pormenor, una constancia fiel
de su gestión como presidente de la Ciudad de Méjico.
Los negocios que en las Actas se narran estuvieron en su mente;
los unos pasaron por ella de un modo volandero, otros tal vez gra¬
baron una huella de deseo y de preocupación. Entre esa prosa de giros
iguales, se va tejiendo para nuestra absorta imaginación un maravilloso
cuadro. Es un retablo inmenso, todo de figurillas diminutas: seres,
que tras un sueño de más de tres siglos nuestra lectura evoca como
para un juicio final: y los vemos surgir de la sombra, con aquella
actitud instantánea, con la inmovilización del gesto fugaz en que
nuestra cámara les sorprendió.

dotas de la Nueva España, y alabanzas de españoles de tiempos de Felipe II


con las de criollos mejicanos de las épocas de su madurez y vejez, y de
Virreyes (alaba al Conde de Gelves, fol. 126). Pronto vemos que su indepen¬
dencia de criterio desaparece cuando se trata del Virrey gobernante del que
hace desmesurados elogios (fol. 90v.-92), y un encomio en versos (malos), escri¬
tos a manera de prosa (fol. 129). También cita elogiosamente a los representan¬
tes (en especial, vivos) de las oligarquías, familias de conquistadores y ricos
colonistas, etc. Se le ve preocupado por los juicios de residencia, y con pre¬
vención contra los jueces de ella y compasión por los residenciados. Era corre¬
gidor de distrito rural y pueblos indios, preocupado de que los ganados no
pisen las milpas, etc., con los problemas consiguientes de convivencia de razas
(muestra gran antipatía por negros y mulatos). Son condiciones completamente
distintas de las del corregimiento ciudadano de don Alonso Tello. Al hablar de
corregidores, salvo excepciones, no menciona sino a los vivos de aquellos años,
y de familias con las que quería congraciarse. Lo que escribe es un desorde¬
nadísimo tratado de conducta moral para corregidores: consejos de modera¬
ción, afabilidad, templanza, pero también de sagacidad y energía.
El admirable y fundamental libro de Guillermo Lohmann Villena, El corre¬
gidor de indios en el Perú bajo los Austrias, Madrid, 1957, versa esencialmente,
como se ve por su mismo título, sobre un tema distinto por la región y por
el tipo de corregimiento. Hay en él, sin embargo, varios capítulos que tienen
también aquí inmediata aplicación (citado: Lohmann).
2 Comp. Curia Pisana, cap. XVIII, 1-4, fols. 66-67.
132 El Fabio de la «Epístola Moral

UN BULLIR DE VIDA

Leemos, por ejemplo, las tribulaciones del P. Maestro Fray Luis


de Cisneros, el cual, tras muchos sudores, ha logrado que la ciudad
acuerde prestarle mil pesos para la impresión de su libro sobre la
Virgen de los Remedios (imagen de muchos milagros, extramuros
de Méjico), pero el mayordomo que le tenía que dar el dinero, se
niega con descortesía; el buen Padre Maestro no sabe ya qué hacer:
le envía recados y el otro contesta que ese asunto “va despacio”
(el libro —hoy una joya bibliográfica— sólo se imprimiría en 1621,
muerto ya el autor) \ A través de las páginas de las Actas nos llegan
las laboriosas gestiones que hace doña María de Porres para que
se pague el salario que como agente en/España de la ciudad de
Méjico se le debía en el momento de morir a su hijo Diego Jeró¬
nimo de Salas Barbadillo; y cómo había propuesto para nuevo agente
a su otro hijo Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo: y he aquí, pues,
a otro escritor español que cruza —un instante— por la vida de

3 22: 154 £>-155 a (24 setiembre 1618). Para la historia anterior de este
asunto, véase: 21: 164 £>-165 a (16 enero 1617, Cisneros pide que la Ciudad
le imprima el libro); y además, 21: 167 a (19 enero 1617); 22: 115 5-116
(6 julio 1618, pide mil pesos para la impresión); 117 £>-118 a; 120 5-121 a
(13 julio, la ciudad acuerda dárselos en depósito); 125 a (20 julio), 135 5-
136 a (23 julio). La Ciudad tenía el patronato de la capilla de los Remedios,
según sale de muchos pasajes de las Actas. (Habla de los Remedios, Marro¬
quí, I, págs. 146-148). El asunto del libro de Cisneros había de arrastrarse
aún. El 12 de marzo de 1620 los frailes de la Merced piden un nuevo plazo
(el autor, entre tanto, había muerto) “para la impresión del libro... el cual
dejó [Cisneros] compuesto y acabado; por no haber habido papel el año pasado
de seiscientos y diez y ocho, y la mayor parte del diez y nueve, y sus conti¬
nuas enfermedades, no pudo imprimir el dicho libro”; la Ciudad acuerda
concederlo, 23: 134 5-135. El 21 de agosto de 1620 todavía coleaba el prés¬
tamo, 23: 199 5-200 a. El libro, al fin publicado, es la Historia de el prin¬
cipio y origen, progresos, venidas a México y milagros de la Santa Imagen
de Nuestra Señora de los Remedios, extramuros de México, Méjico, 1621.
La rareza del libro es grande. Palau (54984) nos dice que en la venta Fischer,
en 1869, “un ejemplar mediocre” valió siete libras. ¡Quién se lo había de
decir al pobre Fray Luis de Cisneros, que santa gloria haya!
Vislumbres de vida mejicana 133

nuestro don Alonso4. Ved ahora al regidor Juan de Torres Loranca,


el cual comunica que en las fiestas pasadas, con ocasión de servir
colación a su excelencia (el Virrey), “aunque se tuvo el cuidado
posible con la plata”, faltó una fuente que pesa noventa pesos (un
poco de aprensión nos da leer, en el cabildo siguiente, que el tal
Torres Loranca está preso por deudas civiles: pero el cabildo se
indigna: ¡ en la cárcel un regidor!)5. En cambio, es escrupulosísimo
el portero, Manuel González: le aterra el pensamiento de que se
puedan perder dos alfombras viejas del Cabildo, que están a su cargo,
porque hay alguna otra persona que las saca (quizá no eran miedos

4 El cabildo había ordenado al contador Francisco Núñez de Basurto


que feneciese la cuenta del tiempo que había servido como agente el difunto.
En la petición que presenta al cabildo en 15 de diciembre de 1614, dice
doña María de (Portes) [Porres]: “repara [Núñez Basurto] en que no pre¬
sentó testimonio del día en que murió el dicho mi hijo, siendo así que fue
de seis de enero del año pasado de seiscientos y doce, y que yo lo escribí
a Vuesa Señoría [= el cabildo] desde la Corte, por mi carta de veinte y uno
de abril del dicho año, suplicando a vuesa señoría que me hiciese merced de
servirse, en lugar del dicho difunto, de otro mi hijo llamado Alonso Geró¬
nimo de Salas Barvadillo” (20: 68 a). Quien quiera ver cómo se arrastra
burocráticamente el asunto, comp. 20: 120 b, 199 b y 278 b. En este último
lugar (5 de febrero de 1616) los herederos no habían cobrado aún los dos¬
cientos cincuenta y un pesos y seis tomines que les correspondían: ahora,
para poder cobrar, le exigían una fianza. La fecha exacta de la muerte de
Diego Jerónimo de Salas Barbadillo no fué el seis, sino el siete de enero
(20: 199 b, donde aparece correcta; y también en Pérez Pastor, Bibliogr.
Madril., III, pág. 267 b). Es curioso que Alonso, el escritor, declarara en
cierta ocasión “que acude a negocios de la Nueva España, y en esto se entre¬
tiene”, en Cotarelo y Morí, prólogo a Obras de Alonso Jerónimo de Salas
Barbadillo, I, Madrid, 1907, pág. XLIV, y que esa noticia haya pasado a la
historia de la literatura (Hurtado y Gonz. Palencia: “sucedió a su padre en
la agencia”, ed. 1949, pág. 471). El que sucedió al padre fué Diego. Es
posible que Alonso ayudara al hermano, y pudo decir sin mentira “acudo
a negocios de la Nueva España”. Esto es lo que parece deducirse del citado
pasaje de las Actas mejicanas, pues la madre propone que, muerto Diego,
nombren a Alonso. Pero esta petición de doña María de Porres parece que
debió de quedar desatendida: en los años de las Actas que he manejado, por
ninguna parte aparece nada relativo a ella. Si llegó a ser agente (que no lo
sé) le nombrarían más tarde.
5 20: 27 b y 29 a (6 y 8 de octubre de 1614). Loranca, en la cárcel
20:29 (8 octubre 1614); el 13 de ese mes asiste ya a la sesión (20: 32).
134 El Fabio de la «Epístola Moral»

excesivos: en otra ocasión le dejó las llaves a un “mancebo espa¬


ñol” y desaparecieron dos bancas)6. La rivalidad o recelo entre
españoles y criollos (ya de larga historia, desde poco después de la
conquista) asoma a veces (aun dentro de las órdenes religiosas): la
Ciudad ha pedido que puedan entrar en la religión de San Francisco
los nacidos “en esta tierra, como en su patria”, y vino una patente
para que se igualasen “tantos de esta tierra como de Castilla”;
pero el Comisario de San Francisco, terne que terne, ha ignorado
siempre esa orden, dejándola “omitida” y sin cumplimiento 7. Tam¬
bién vemos competencias y rivalidades entre las órdenes religiosas
y el clero secular: un padre franciscano pide ayuda al Cabildo en
el pleito que se sigue contra los curas de esta ciudad sobre los dere¬
chos que han de llevar de los entierros y que la cuarta de las misas
la lleve el convento 8 donde el difunto se enterrase, en conformidad
con los buletcs de Su Santidad. Éste es ahora un hombre meticu¬
loso : el escribano mayor Fernando Alonso Carrillo se encontró
el Archivo todo revuelto —como algunos españoles y americanos
que hemos visitado en el siglo xx—: los papeles estaban todos mez¬
clados, no se podía encontrar nada; y él ha dedicado largas horas
a arreglarlo, con lo que han aparecido escrituras muy importantes:
pide recompensa 9. Pero ved a este vecino del barrio de la Compañía
de Jesús, furioso porque cuadrillas de carretas cargadas de cal pasan
a deshora de la noche por su calle y “es tan grande el temblor de
las paredes y vigas” que si no se pone remedio se caerán las casas10;
o a este mercader de carne humana, que se dirige al Cabildo para

6 Véanse peticiones de este portero, más o menos pintorescas: 20: 11 b


(19 setiembre 1614), 28 a, 31a, 259 a, 283 b-284 a.
7 22: 60 (24 abril 1618).
8 21 : 176 (13 febrero 1617).
9 21: 181 y 187 (20 febrero y 13 marzo 1617). Lamento decir que la
escrupulosidad de Carrillo debía de ser toda fingida. El no haber tenido en
orden el archivo del Cabildo fué una de las acusaciones contra el corregi¬
miento de Tello (v. más abajo, pág. 181, n. 15). No nos extraña que Carrillo
fuera uno de los condenados: “Don Fernando Alfonso Carrillo, escribano del
Cabildo de la Ciudad de México fué condenado en la resulta que se tomó a don
(Antonio) [Alonso] Tello de Guzmán (Corregidor que fué...) por el Licen¬
ciado Diego Gómez Mena”, a pagar mil cuatrocientos pesos; el rey lo redujo
a diez mil maravedís (AGI, Audiencia de Méjico, 273).
10 21: 35 a.
Vislumbres de vida mejicana 135

pedir que el mercado de esclavos negros que está en la Plazuela de


Santa Inés se traslade a otro sitio, donde hay un muladar, el traficante
ofrece limpiarlo y —muy caritativo— tenerlo “toldado con velas para
que el sol ni el agua ofendan a los esclavos ni a las personas que
los vinieren a comprar”

PROFESIONES Y OFICIOS

O nos imaginamos las tareas del “algebrista” Martín Sánchez


Falcón, que se llamaba “único” (pero había otros); quizá sería el
‘único” que tuviera salario del cabildo; por tenerlo, estaba obli¬
gado a curar gratis a los pobres: un regidor se informa de si
cumple, y resulta que el algebrista ha curado “a un fraile descal¬
zo que va al Japón”, y, de una pierna quebrada, “a un indio
que se llama Pedro Jacobo, que vive junto a Santa María la Re¬
donda”; y había curado a otros muchos, sin cobrarles nada, “con
mucha caridad y cuidado”12. Por escritos que presentan vecinos
de Méjico nos enteramos de otras maravillosas curaciones: las que
hacía Francisco Drago o Drajo, cirujano que batía cataratas y sa¬
naba los males de orina; y las de Juan Rangel, “hernista y alge¬
brista”. Los dos estaban incursos en las leyes prohibitivas contra
extranjeros: se les iba a hacer salir del país; pero los vecinos de
Méjico firmantes protestan de que se quiera expulsar a tales ma¬
ravillas.
Notemos también la presencia de los maestros de escuela: tenían
éstos sus exámenes y veedores. En una ocasión se presentan al cabildo
y con mucha vehemencia piden que se agreguen dos capítulos a
las ordenanzas: uno, que el que se presente a examen sea casado,
y pase una especie de depuración de moribus et vita, y otro más
curioso aún:
que ningún maestro generalmente pueda tener papeles de ningunas for¬
mas de letras, puestos públicamente en sus escuelas, sino hechos y trabajados
por ellos mismos, porque hay muchos que no saben escribir y compran
muestras y papeles de curiosidad a otros, y, dando a entender son suyos.

11 21: 184 a. Sobre esclavos, v. Marroquí, II, págs. 338-353.


12 20: 107 (30 marzo 1615); 21: 270 (13 octubre 1617).
136 El Fabio de la «Epístola Moral»

engañan a Jos padres, y fuera desto enseñan a sus dicípulos con materias
y guiones agenos, de que se consigue mayor daño a ellos y a los que se los
encomiendan, supuesto a que quien no lo sabe hacer menos lo puede ense¬
ñar, y es mucho daño de los hijos de la república... l3.

Otras veces vemos a los oficios organizados, como el de los “agu¬


jeros”, que presentan sus ordenanzas para aprobación: en ellas se
prevé todo minuciosamente: se describen allí todas las delicadas
y complejas operaciones de la fabricación sobre que ha de versar
el examen, y se prohíbe que se puedan vender agujas fabricadas en
Castilla 14. Es ya la competencia entre metrópoli y colonia. Son, sobre
todo, innumerables seres oscuros de los más variados oficios los que
pululan por estas páginas: ensambladores, jubeteros, agujeros, odre¬
ros, batihojas de panes de oro, curtidores, coleteros, zurradores, vio¬
leros, tejedores de tafetanes, orilleros, pasamaneros de oro y de pla¬
ta, etc., etc. Muchos traen sus cartas de examen, ganadas en los
Reinos de Castilla, y las presentan para poder ejercer en Méjico;
pero muchos alegan que se les han perdido durante la travesía.
Como a este Domingo Rodríguez, maestro examinado de tornero en
Sevilla, que asegura que viniendo “por la mar, con la gran creciente
que tuvimos en el camino se me echó una caxa al mar donde yo
tenía mi carta de examen y otras cosas” 15. Cierto que tales contra¬
tiempos debían de ser frecuentes, pero el gran número de cartas
de examen perdidas en el viaje, que asoman por las Actas, nos hace
sospechar que tal alegación era también cómodo expediente para algu¬
nos que nunca pasaron examen.
Algunos de estos asuntos —y cientos y cientos de otros semejantes
que podríamos haber mencionado— pasarían ante don Alonso Tello
como poco más que de mero •trámite. No cabe duda, y tenemos en
algunos casos clara prueba de ello, que habían de atraer mucho más
su atención aquellos que directamente atañían a la ciudad cuyo corregi¬
miento le había sido encomendado.

13 21: 282 (10 noviembre 1617).


14 20: 310 (15 abril 1616).
13 21: 99 (4 noviembre 1616). “caxa”: en el texto “cosa”.
Vislumbres de vida mejicana 137

PROBLEMAS DEL AGUA

La ciudad tenía grandes preocupaciones con el agua: una, alejarla


(desagüe de la laguna y prevención de inundaciones, por atarjeas y
arroyos, antiguos o en uso; pero era necesario al mismo tiempo no
dejar en seco “las labores, moliendas y huertas”)16; y otro, la traída
de aguas de Santa Fe, de que hablaremos más tarde 17. Problemas de
este tipo, con la reconstrucción de la calzada antigua, la construcción
de albarradas para defensa contra avenidas (en que se empleaban
muchos indios), y los quebraderos de cabeza para pagarles su trabajo,
o los mil disgustos a que daba lugar la alhóndiga, o el arreglo del
cabezón de la alcabala 18, se llevarían la mayor parte del tiempo de
don Alonso. Pero son asuntos que se siguen a lo largo de muchas
páginas de las Actas, por las que algunos de ellos asoman de trecho
en trecho como Guadianas incansables. El desintrincarlos y analizarlos
exigiría de por sí, en cada caso, un libro, y son esas tareas de tal
índole que no pueden hacerse a medias.

PEQUEÑOS PROBLEMAS

Mejor se le quedan al lector los asuntos sencillos: la mucha gente


que va a pasear a la Alameda, y la necesidad de abrir allí otra
puerta I9. O el hurto de la bola de bronce que había en la pila de
la misma Alameda: aparece media bola en poder de un alarife, y

16 22: 68 (4 mayo 1618).


17 La conducción de agua de Santa Fe estaba siempre necesitada de
repaso: la ciudad lo había contratado con Antonio de Rioja, pero siempre
había pérdidas de agua. 19: 407-410 (26 y 30 junio 1614). Para el problema,
en general, de la traída del agua, y las medidas encaminadas a resolverlo,
desde casi la misma conquista, véase Marroquí, II, págs. 217-235, y Gon¬
zález Obregón, cap. VII, “Los acueductos”. Falta, como de costumbre, en
uno y otro, lo relativo a la importante intervención de Guadalcázar y Tello.
De ello vamos a tratar más adelante.
18 21: 67-76 (17 setiembre 1616) y varias sesiones posteriores, 21 r
72, 74-76, etc.
19 22: 107 (19 junio 1618). De este asunto de la puerta y del robo de la
bola, de que tratamos en seguida, habló ya Marroquí (I, págs. 244-245) en
la extensa monografía que a la Alameda dedica en su obra (I, págs. 224-277).
138 El Fabio de la «Epístola Moral»

se acuerda que se venda y que con su importe “se haga una taza
de piedra dura con sus cañas, en buena y galana forma, para que se
ponga en la pila de la Alameda donde estaba la [bola] de bronce
y que el pilar sobre que se pusiere esté a la altura que trugese el
agua”20. Adorno modesto. En general asombran los reducidos me¬
dios, y casi la penuria —a pesar de sus bienes e ingresos— de la
ciudad: sus casas se caían: los arrendatarios venían constantemente
a protestar de quiebras y hundimientos y a lo largo de las Actas asis¬
timos a la progresiva ruina de la cárcel de la ciudad 21, y algo pare¬
cido pasaba con el matadero 22, y, quién lo diría, con la alhóndiga23,
la contaduría de propios y las mismas casas del cabildo 2\ Pero no
todo, ni mucho menos, eran ruinas: la ciudad crecía incesantemente.
Un día, un Alonso Ortiz de Arévalo se presenta al cabildo a pedir
‘‘una paja de agua” (era la medida de la concesión habitual de agua
a particulares) y la petición —de este negociante de la construcción—
nos revela algo de ese crecimiento de la ciudad:

a más de treinta años”, dice, “que estoy edificando [en] ella, en


que he gastado mucha suma de pesos de oro, ennobleciéndola con muy
pulidos edificios..., aderezando y desaguando Jas calles a mi costa, y actual¬
mente estoy edificando cuatro pares de casas en la calle que llaman de
Monserrate, que es detrás del convento de San Gerónimo, y para servicio
dellas pido y suplico a Vuesa Señoría me haga merced de una paja de
agua de la que viene de Chapultepeque a dar a San Pablo, que el dicho
caño principal pasa al alumbre de las dichas casas...”25.

20 22: 155-156 (24 setiembre 1618).


21 Después de dejar el cargo don Alonso, progresaba la ruina de la cár¬
cel (23: 25).
22 19: 415 (30 junio 1614).
23 22: 222. Sobre la alhóndiga, véase Marroquí, I, 282-297. Como le
ocurre casi siempre Marroquí no dice nada de los años del corregimiento de
don Alonso, pero registra un dato, tomado de las actas, de poco tiempo des¬
pués de abandonar Tello su cargo. Por el acta de 16 de octubre de 1620,
sabemos —dice Marroquí— que la albóndiga con las salas del pósito del maíz
y de la harina, estaba “todo tan deteriorado que amenazaba ruina, efecto
más que de su antigüedad de su mala construcción” (pág. 287).
24 2 2: 147 b y 152 a (31 agosto y 1 setiembre 1618). “Este día [7 de
setiembre] dijo la ciudad que respeto que las casas del cabildo y corredores
están con gran ruina y a riesgo de caerse como se cayó la contaduría de pro¬
pios y corre riesgo en las fiestas que se han de hacer en la plaza...”.
25 20: 294 (10 marzo 1616).
Vislumbres de vida mejicana 139

Esa sensación de ciudad nueva, en irreprimible crecimiento, es


la que sale también de la representación que en estas páginas tienen
oficios y oficiales, con sus apetencias, sus intereses, sus luchas intes¬
tinas (como el pleito de hiladores y torcedores de seda floja).

VIDA NOVÍSIMA

La impresión que queda de la lectura de las Actas de Méjico,


es la de un retablo inmenso : es corno un palpitar enorme de odios
y regocijos, de ocios y negocios, de apetencias y dejaciones: es el
ímpetu de una ciudad novísima (pues no había pasado aún un siglo
de su conquista y reconstrucción), ciudad reciente y creciente, con
su mezcla de razas y procedencias, blancos de España o acriollados
(ya con sus rivalidades mutuas), indios, negros, mulatos y (como he¬
mos tenido ocasión de ver) algún que otro extranjero filtrado, a
pesar de las rigurosas prohibiciones: Méjico —esa ciudad que infunde
su vitalismo al visitante de hoy, esa ciudad, ¡tan atrayente!, que
nuestros ojos humanos han visto palpitar, hermosa y llena de ím¬
petus vitales, y crecer con ritmo veloz, a lo largo de nuestras varias
visitas—, está en las páginas de las Actas, con su bullicio, su en¬
canto; antiquísima, y casi recién creada por España; con su bella
luz joven de hoy, pero llena de otra juventud —juventud histórica—
que aún lustra y perfila más los seres y los objetos.
Cuadro maravilloso. He tenido que cercenarme el deseo de tras¬
ladarlo a estas páginas, que podrían haber sido iluminadas con rama¬
lazos y contrastes de pintoresca realidad.
Pero don Alonso Tello, aunque dentro del cuadro, y en cierto
sentido, su centro de polarización (el señor corregidor de la ciudad:
todo a su cargo), en nuestra pintura tendría que quedar sólo en un
rincón. Todos los negocios de que hemos hablado, pasaron más o
menos volanderamente por su cerebro —en algunos le hemos visto
intervenir del modo más directo— y todos esos hombres y esos
objetos que nosotros desordenadamente hemos evocado, dejaron algu¬
na huella en su imaginación.
Pero de ese cuadro no sale, hasta ahora, nada que nos permita
precisar un poco la silueta de nuestro personaje. Tratemos de hacerlo
utilizando las mismas Actas: otros retazos de luces mejicanas de
aquel día, saltarán también a lo largo de nuestra investigación.
rv

ACTIVIDAD Y CARACTER DE DON ALONSO TELLO

PUNTUALIDAD BUROCRÁTICA

Don Alonso Tello, a juzgar por las Actas, era puntual. Salvo
raras ocasiones (de su mayor ausencia, muy justificada, hemos de
ablar después), presidió durante los cinco años de su corregimiento
las sesiones del Cabildo. Bastantes veces don Alonso fue al Cabildo
para presidir la sesión, y se encontró allí solo, o con un número de
regidores insuficiente para el acto: el viernes 19 de diciembre de
1614 —esa “mano del relox” que señala las seis nos actualiza casi
dramáticamente la escena— “don Alonso Tello de Guzmán, corre¬
gidor de esta ciudad, entró en la sala del cabildo, y por ser ya las
seis, según apuntaba la mano del relox de la plaza, y no haber regi-
dores, se bajó del dicho cabildo” \ Las ausencias menudeaban. Don
Alonso llegó a enfadarse: el 3 de julio de 1615 mandó que el mayor¬
domo asistiera a la puerta de la sala para pagar su salario a cada
regidor que estuviera presente; los que no fueran se quedarían sin
cobrar. Añadía que la ciudad les había convocado “desde mediados
de mayo para nombrar contador de su hacienda y propios, y en todo
este tiempo no se ha podido juntar número bastante de caballeros
regidores para esta elección, siendo tan importante y necesario, y por-

0: 70. Aun ese día estaban dos regidores, cuyos nombres constan.
Pero otras veces se diría que don Alonso se encontró completamente solo.
Por ejemplo, el lunes, 20 de octubre de 1614, y el 16 de enero de 1615
Comp. 20: 37 y 88.
Actividad y carácter de don Alonso Tello 141

que de ordinario se pasan muchos días, sin que en el cabildo pueda


haber despacho de los negocios que le tocan, por la misma razón”*.
La historia se repetía. El siguiente pasaje de las Actas (11 de
julio de 1616) nos muestra a don Alonso Tello muy en su papel de
corregidor: se trata nada menos de que la ciudad, por medio de sus
diputados, concierte con los comisarios reales nombrados por el vi¬
rrey, el cabezón de las alcabalas y de nombrar algunos diputados
para ello , ha convocado por medio de billete a los diputados de las
alcabalas y a los regidores, y los primeros no han venido, y los se¬
gundos en exiguo número, ni se han traído a cabildo los papeles
correspondientes. Don Alonso monta en justísima cólera, insiste en
la importancia del negocio y en que con tal concierto el rey favo¬
rece a sus súbditos, y termina amenazando con denunciarlo al virrey
para que este, puesto que la ciudad no cumple, aplique lo que man¬
dan las cédulas reales y determine el modo de administración más
conveniente para el Fisco (no cabe duda que don Alonso quería que¬
dar a salvo de cualquier responsabilidad):
El señor corregidor don Alonso Tello de Guzmán dijo que habiendo
la ciudad dado principio a tratar del encabesonamiento de las alcabalas y en
execución desto inviado con caballeros comisarios de su cabildo a decir al
señor Marquéz de Guadalcázar, Virrey desta Nueva España, que la ciudad
desea entrar en esta plática y tomar el cabezón de las alcabalas... acordando
que se llamase a cabildo para hoy once de este mes de julio... y que en
él los cabaüeros diputados de las alcabalas han faltado, aunque los ha
estado aguardando su merced solo y, después, con la ciudad, mucho tiem¬
po; y que con esto no están en el cabildo los papeles que la ciudad mandó
prevenir para este día..., demás de que el número de los cabaUeros regido¬
res que están en el cabildo es tan corto que cuando la falta destos papeles
no fuere bastante estorbo, como lo es, para prover la ciudad en estas cosas,
jusgó por conveniente... dilatar esta plática para cuando uviese mayor número
de regidores.
Por lo cual el dicho señor corregidor, como criado de su magestad y
que debe estar atento a que lo que para él toca no se falte un punto a la
administración de la real hacienda de su magestad, mandaba y mandó que
yo el presente escribano mayor de cabildo notifique a los caballeros regi¬
dores deste cabildo y a los jueces oficiales reales que para el viernes pri¬
mero que viene, que se contarán 15 deste mes de julio, se hallen presentes
sin que ninguno falte al cabildo ordinario que esta ciudad hace todos los
viernes de cada semana para resolver en esta parte lo que jusgare por útil

20: 70 y 20: 152.


142 El Fabio de la «Epístola Moral»

para la ciudad y sus vecinos, pues es sin duda que, cuando su magestad
se sirvió de dar a la ciudad el encabesamiento desta contribución de las
alcabalas, se movió más por la conveniencia de sus basallos que por el
aumento de su real acienda con apercibimiento que no lo haciendo así
estos caballeros, cumpliendo con la obligación de su oficio, dará cuenta a su
excelencia dello para que, en conformidad de lo que su magestad ordena
a los señores visorreyes por sus reales cédulas, biendo que la ciudad no
acude con el cuidado que debe, ponga en esto el modo de administración
que más convenga a su real hacienda, y de cómo lo a probeído así lo pide
se le dé por testimonio para en guarda de su derecho.
Don Alonso Tello.—Ante mí Don Fernando Alfonso Carrillo 3.

LA OBRA DE LA ARQUERÍA

Traigamos como ejemplo uno de los asuntos más importantes en


que —siempre dentro de las atribuciones de su cargo— intervino
Tello durante los años del corregimiento. Es, además, un asunto que
puede seguirse muy bien en las Actas de cabildo. Se trata de la
traída por arquería de las aguas de Santa Fe.
En enero de 1616 se había dirigido el virrey al cabildo para que
éste le informara acerca del estado de las pilas de la ciudad de
Méjico y de qué medidas se podían tomar para mejorar el apro¬
visionamiento de agua. Muchas de las pilas de la ciudad no corrían,
bastantes estaban llenas de inmundicia o desbaratadas. Fue personal¬
mente don Alonso, en compañía del regidor Escudero, quien hizo
la visita, recorriendo toda la ciudad, y poseemos el informe que
firmaron: en la descripción, que es muy detallada, se enumeran
treinta y seis, de las que sólo corrían dieciocho. “Estas pilas —nos
dicen no parecen bastantes para dar el agua necesaria a tanta
vecindad como tiene Méjico”, y en consecuencia proponen la cons¬
trucción o restauración de muchas más. Lo mismo al hablar de las
existentes, que de las que proponen, se va siguiendo la topografía
de Méjico, con mención de cada calle, cada esquina, cada plaza.
Al final, los informantes exponen las principales causas de la situa¬
ción: hay, por un lado, las roturas que existen en la conducción,
desde Santa Fe a Méjico; pero es que, por la misma escasez del

3 21: 18.
Actividad y carácter de don Alonso Tello 143

agua, los vecinos abren agujeros en las conducciones, y aquellos


que tienen una concesión agrandan maliciosamente el marco de en¬
trada para conseguir más agua 4.
Aparte estos males, de que nos informan Tello y Escudero, por
muchos lugares de las Actas aparecen pruebas de que el agua no
sólo era escasa, sino que podía llegar muy contaminada. En el mismo
Santa Fe, había motivos de contaminación: tenían allí los indios un
batán, y querían construir otro al lado. La Ciudad se dirige al virrey,
para que, tasado el batán existente, se pague y “se demuela, quite
y derribe, para que baje el agua a esta ciudad libre y limpia”, y
en cuanto al batán proyectado, se impida su construcción5. Y por
lo que toca a la conducción, ya en época antigua se sabía que las
indias y negras y otras personas lavaban la ropa en la atarjea, y
que se hallaban perros y otros animales muertos y ahogados en
ella...6 7.
Fue, precisamente, para evitar ese tipo de inconvenientes, por lo
que al virrey don Martín Enríquez (1568-1580) se le ocurrió traer
el agua por una arquería. El marqués de Salinas la quiso conti¬
nuar, y lo mismo el conde de Monterrey (1595-1603). La ciudad,
por medio de su procurador, Alonso de Valdés, suplicó a Su Majestad
que, o se continuase la arquería o se quitase esta pensión a los veci¬
nos. Se dió una cédula real para que se rematasen los arcos, pero
según contó el mismo Valdés en la sesión del cabildo de 28 de
noviembre de 1616, la cédula estaba en el archivo y no se había
usado todavía \
Mientras tanto, habían surgido otras ideas: el marqués de Mon-
tesclaros (virrey entre 1603 y 1607), asustado, quizá, por el coste de
la arquería, tuvo la idea de no proseguirla, sino continuarla desde
el punto hasta donde llegaba, por medio de pilares y “canoas”, cons¬
trucción menos costosa8.

4 21: 121-125.
5 21: 293 (11 diciembre 1617). Este asunto de los batanes continuaba
después de cesar don Alonso en su cargo (23: 53-57).
6 21: 128 (28 noviembre 1616).
7 21: 127-128.
8 21: 128.
144 El Fabio de la «Epístola Moral»

Ese día, 28 de noviembre, Alonso Vázquez, después de relatar


la historia de las arquerías en los términos que hemos referido, pro¬
pone a la ciudad que se vea el asunto seriamente antes de ponerse
a la obra de reparación de las muchas pilas secas o desbaratadas que
había, según ese informe arriba mencionado, en el que intervino el
propio Alonso Tello. Alonso de Valdés se inclinaba a continuar
lo que había comenzado Montesclaros, llevando el agua por “canoas”
sobre pilares, desde el extremo de las arquerías construidas9. La
ciudad acordó suspender la resolución en el asunto de las pilas y
ver las cédulas reales existentes sobre la obra de las arquerías 10.
El día 5 de diciembre, la ciudad aprueba lo propuesto por Val¬
dés u. Pero en este momento interviene el virrey: el 12 de diciem¬
bre se comunica al cabildo el parecer de Su Excelencia, quien opina
que se deben nombrar maestros peritos que digan si la traída por
pilares será suficientemente sólida para ser permanente. Al mismo
tiempo ordena que se nombre una comisión presidida por don Alonso
Tello, que sea la encargada de tratar directamente todo el asunto 12.
La comisión actuó activamente: nos queda —aunque de modo
indirecto— constancia de que don Alonso, junto con otros miembros
de esa comisión, acompañados por peritos, hizo una excursión a
Santa Fe para que sobre el lugar dieran su parecer acerca de la obra l\
El 21 de abril de 1617, toma el cabildo acuerdos de importancia.
La comisión, en vista de los informes de los peritos, había acor¬
dado que se continuase la traída por arcos de manipostería, y no
por pilares, y la ciudad refrenda el acuerdo de la comisión, “eli¬
giendo, como elige..., que la traída de la dicha agua sea por la dicha
arquería, desde Chapultepeque a Méjico, por ser obra más perma¬
nente”. Se solicitará del virrey que dé permiso a la ciudad para
tomar 40.000 pesos, sobre la renta de la sisa, obligando por hipoteca
los propios y rentas de la ciudad al saneamiento del dicho censo.

9 21: 128.
10 21: 128-129.
11 21: 133-134.
ia 21: 137-138.
11 21: 157-158.
Actividad y carácter de don Alonso Tello 145

La ciudad, además, autoriza a la comisión presidida por don Alonso,


para todas las gestiones necesarias 14.
El 2 de junio se acuerda proceder al remate, y nos enteramos
de que el precio pedido por personas de satisfacción no baja de
168.000 pesos. El cabildo “deseando a cualquier costa, acabar obra
de tanto lucimiento y utilidad para esta ciudad, y con que la nece¬
sidad que generalmente hay hoy de agua se acabará”, acuerda pro¬
ceder al remate el lunes 5 “a la campana de las doce, en la per¬
sona que más baja hiciere y que de más satisfacción fuere para fiarle
el cumplimiento de obra tan costosa e importante como ésta” l5.
El día 16 de junio, el corregidor don Alonso Tello informa al
cabildo que el remate se ha hecho en Alonso Pérez de Castañeda,
arquitecto, por 170.000 pesos. Faltaba encontrar el dinero, porque
el que había en la caja de la sisa, apenas servía para empezar: ese
mismo día se acuerda que se pongan cédulas en público para que
quien quiera dar dinero a censo a la dudad, dé cuenta al cabildo 16.
El día 23 de junio, se presenta Antonio de Rioja con un nom¬
bramiento del virrey, a su favor, para ser veedor de la obra de
la arquería 17.
El 11 de julio, nos enteramos que se han pagado ya 20.000 pe¬
sos de la caja de la sisa a Pérez de Castañeda, y que la caja se
ha quedado sin dinero para los sucesivos pagos acordados, pero
—Deus ex machina—- ha surgido un Baltasar Rodríguez de los Ríos,
que, enterado del asunto, está dispuesto a dar a censo 40.000 pesos,
sobre la sisa del vino, y con las garantías hipotecarias ofrecidas. Este
Rodríguez de los Ríos debía de tener muchas ganas de prestar, por¬
que pedía a la ciudad que si hacía falta más dinero para esta fábrica,
que no se tomase de ninguna otra persona sin avisárselo a él18.
El día 25 de agosto se lee la licencia del virrey para tomar los
40.000 pesos, y se concede poder a don Alonso Tello de Guzmán
y a los comisarios para ello. Fue necesario que el virrey diera una
nueva licencia en la que constara la utilidad para la ciudad de dicha

14 21: 200-201.
15 21: 219-220.
16 21: 224-225.
17 21: 225-227.
18 21: 239-241.

10
146 El Fabio de la «Epístola Moral

obra: así lo había exigido Rodríguez de los Ríos, antes de dar el


dinero. Se abrió una información, y los testigos declararon todos
la utilidad. Así se lo comunicó don Alonso al virrey, y éste hizo
incluir esos resultados en la nueva licencia. Prescindo de otros requi¬
sitos de seguridad que también exigió el prestamista. Los réditos
del dicho censo serían, se nos dice, “a razón de a veinte mil el
millar”, o sea, lo que decimos hoy, el 5 por 100 19. La escritura deí
préstamo se otorgó el 9 de setiembre de 1617, y la cantidad se
metió inmediatamente en la caja de la sisa del vino20. También
colaborarían en soportar los gastos todas las personas a quienes la
ciudad tenía hechas concesiones de agua 21.
No pasó mucho tiempo sin que se viera que hacía falta más di¬
nero: el 5 de mayo de 1618 se leyó en el cabildo una licencia que
el virrey daba para que la ciudad tomase otros 60.000 pesos a censo
para la obra de la arquería. Estaba ya hecha, se nos informa, la
tercera parte del trabajo; los maestros habían recibido 69.400 pesos;
de la sisa se podían obtener, en ese año, 39.800; con 60.000 que
se tomaran a censo, bastaba para concluir la obra. Con las mismas
formalidades de la vez anterior se da poder a don Alonso Tello
y a los demás que formaban la comisión, para recibir a préstamo
esos 60.000 pesos22. En el cabildo del 11 de mayo de 1618 se aprobó
la escritura: el prestamista había sido el mismo Baltasar Rodríguez
de los Ríos3. El 28 de junio de 1618 se leyó en el cabildo un man¬
damiento del virrey en el cual se disponía que cuando estuviera ter¬
minada la obra de la arquería, se fuera sacando de la caja de la
sisa dinero, siempre que fuera posible apartar de ella 10.000 pesos
sin desatender las necesidades habituales de dicha caja; con estas
cantidades se iría redimiendo el capital de 100.000 pesos del prés¬
tamo 24.
El Padre Cavo, sin citar sus fuentes de información, dice que
fueron 125.000 los pesos tomados a préstamo para la obra de la

19 21: 255-259.
20 21: 261-262.
21 21: 276-277.
22 22: 72-76.
23 22 : 86.
24
22: 113.
Actividad y carácter de don Alonso Tello 147

arquería25. Durante la época de don Alonso Tello, no encuentro


más que esos 100.000 tomados en dos préstamos, uno de cuarenta
y otro de sesenta mil. Pero más adelante, durante el corregimiento
de don Jerónimo de Montealegre, hubo necesidad de pedir más dinero
a censo, para acabar las arquerías y para pagar demasías de la obra.
El día 27 de agosto de 1620 acordó la Ciudad (con oposición de
sólo un regidor) pedir al virrey autorización para tomar a censo,
con garantía de la caja de la sisa, treinta mil pesos que se consi¬
deraban necesarios. No sé lo que pasó con esta petición —que se
salía ya de la época de mi estudio—, pero supongo que se llegaría
a tomar ese préstamo, con el que, más o menos, se completa la
cifra dada por el Padre Cavo. Por otra parte, ni el Padre Cavo,
ni los que le copian, como Marroquí y González Obregón, dan
ninguna precisión acerca de la fecha y condiciones en que se efec¬
tuó el préstamo, ni aún la parte que nosotros hemos indagado. Y todos
ellos ignoran la participación del cabildo, presidido por don Alonso,
y de éste en persona.
Don Alonso y su cabildo habían trabajado bien, y merecen gra¬
titud de Méjico. No la tuvieron. Cuando en 1620 se terminó —ofi¬
cialmente— la obra, se puso una inscripción en la que figuran los
nombres de Guadalcázar, del regidor Angulo y Reinoso y del nuevo
corregidor, don Jerónimo de Montealegre 26. Guadalcázar merece muy
bien la mención. Angulo y Reinoso era ya regidor con Tello, y
trabajó al lado de él. En cuanto al bueno de Montealegre se llevó
la gloria con sus manos lavadas. Ni un recuerdo para don Alonso
Tello, corregidor y presidente de la comisión que llevó en peso todo
el asunto.

fiestas: las de san Hipólito, de 1614

¿Tenía, pues, don Alonso Tello un alma de ponderado y exacto


burócrata? Había en él algo del exacto funcionario, y, más aún, de
funcionario inteligente. Pero otros rasgos de su carácter, sin duda,
heredados, le llevaban por ámbitos muy distintos.

25 Historia de México, ed. Burrus, Méjico, 1949, pág. 284.


26 Véase, p. ej., en L. González Obregón, México Viejo, ed. París,
1900, pág. 63.
148 El Fabio de la «Epístola Moral»

Parece como si lo más importante que tuviera que hacer el corre¬


gidor fuera organizar fiestas. Cierto que a esto le incitaba siempre
el marqués de Guadalcázar, que, sin duda, quería rodear de esplen¬
dores su corte de virrey; y del poder central llegaban excitaciones
para conservar entre los españoles de Indias el espíritu caballeresco
y la preparación para la guerra. Poco tiempo después de instalado
en su corregiduría, don Alonso interviene en las fiestas de San Hipó¬
lito de 1614. La prisión de Guatemocín fue el día 13 de agosto de
1521día de San Hipólito, y en recuerdo de este hecho, todos
los años28 se celebraba la fiesta del Santo:
Don Alonso Telia dijo que el señor marqués de Guadalcázar le mandó
que dijese a la ciudad de su parte, cómo no debía dejar descaeser la memo¬
ria de los caballeros predecesores de los que viven en este reino, que tan
a costa suya ganaron esta ciudad en el servicio de su magestad, por cuya
ocasión se introdujo la fiesta que con tanto ornato celebra esta ciudad
todos los años a San Ipólito, y que habiendo el año pasado, por las fiestas
que a la entrada de su excelencia hizo esta ciudad, dejado de hacer las que
suele en este día en que se selebra la victoria de su conquista, juzga por
inconveniente que se deje y continúe en este olvido...29.

Pero los regidores no muestran tanto entusiasmo por celebrar la


conquista de Méjico: alegan que la imposibilidad que tiene la ciu-

27 “Prendióse Guatemuz y sus capitanes en 13 de agosto a hora de


vísperas, día de Señor San Hipólito, año de 1521” (Bernal Díaz del Cas¬
tillo, BAAEE, XXVI, pág. 196). Sobre fiestas de Méjico, Marroquí, I,
págs. 144-146, y sobre la de San Hipólito, véase 1^ larga exposición, siglo tras
siglo, del ^ mismo autor, II, págs. 498-548; también González Obregón,
cap. VI, “El paseo del Pendón”. Como casi siempre ni González Obregón
ni Marroquí dicen nada de los años de corregimiento de Teílo.
28 Salvo algunos, como el de 1613.
19: 338 (9 mayo 1614). “No hubo, que sepamos, costumbre establecida
de que los virreyes recordaran al Cabildo la proximidad del día de San Hipó¬
lito, para que le celebraran; lo hacían unos y otros no, conforme a su celo
por todos los ramos de la administración pública o a la atención especial que
dieran a esta fiesta” (Marroquí). Muy celoso del cumplimiento de la festi¬
vidad de San Hipólito parece haber sido el Marqués de Cerralbo. El año
1629, como la ciudad contestara a sus apremios con temores por la apa¬
rición de velas enemigas en las costas de Campeche, el virrey 'replica que
convenía que todos tuvieran caballo, y que los caballeros “en las ocasiones
que se ofreciesen no irían bien en muías de alquiler” (Marroquí, II, pág. 538).
Es la razón que mueve también a Guadalcázar y a Tello (v. págs. 153-54)
Actividad y carácter de don Alonso Tello 149

dad, de caudal, “le obliga a acortarse en el gasto”; asimismo los


caballeros “están todos muy pobres y sin caballos, por no poderlos
sustentar”; como en las fiestas “tienen uso de salir muy lucidos a
la plaza, empeñándose para ello”, ruegan al virrey disponga lo que
fuere servido 30. El virrey insiste en que se celebren, y la ciudad así
lo acuerda: toros por tres días, desde el 18 de agosto, y el primer
día, cañas. Para las cañas, don Alonso irá con dos cuadrillas; se
designan otros seis cuadrilleros, cada uno a una cuadrilla, y con cua¬
trocientos pesos de ayuda de costa “atento a que vale hoy todo gé¬
nero de sedas a muy subido precio y no haber benido naos de China”.
Además, se dará colación dos días “a su excelencia el señor marquéz
y marqueza y Real Audiencia y Señoras del Audiencia y Ciudad”, con
prevención de doce hachas blancas para alumbrarles; se designa a
los que han de regir ’ la plaza, sin duda caballeros ya entrados en
años (entre, ellos el ya viejo Mariscal don Carlos de Luna), y se
dan otras disposiciones para cercar la plaza, apuntalamiento de corre¬
dores altos y bajos (peligro de ruina), etc. Es minuciosa la ordena¬
ción de las cañas: “Que entren por la puerta que cai enfrente de la
catedral, delante, veinticuatro indios con atabales, trompetas y chiri¬
mías, a caballo, bestidos de tafetán de colores de la librea del corre¬
gidor, con gualdrapas los caballos, bien aderezados, y después...
entrará el señor corregidor con sus dos cuadrillas”; a continuación,
los otros cuadrilleros. Después de “corridas las entradas”, se dividen
las cuadrillas en dos grupos. Y luego sigue el simulacro de com¬
bate: “El Señor Corregidor acometa primero; responda el señor
don Fernando Altamirano; a ésta salga la segunda del Señor Corre¬
gidor; a la cual responda la cuadrilla del otro alcalde del puesto de
don Fernando , etc. Se avisaba a los caballeros, que tenían que ir
a escoger colores (para evitar que varias cuadrillas lo llevaran igual);
a cada uno de los caballeros que habían de “regir” la plaza se les
había de dar un bastón dorado y se les enviaría una memoria de
las entradas y jugadas en las cañas. Y al fin, lo peor: hacían falta
5.000 pesos; 2.000 los buscaría la ciudad, de sus propios; pero 3.000
se rogaba a Su Excelencia los prestara a la ciudad “de la caja de
la sisa”. Por último, habría tres premios hechos de plata “para el

30
19: 341 (12 mayo 1614).
150 El Fabio de la «Epístola Moral

que mejor lanzada diera el postrer día de las fiestas”. El juez de


este premio había de ser el propio don Alonso S1.
El virrey concedió el préstamo de los 3.000 pesos. Lo peor fue
que tampoco hubo manera de lograr los 2.000 pesos que la ciudad
pensaba reunir de sus propios; y hubo que recurrir al virrey, que
volvió a conceder un nuevo sangrado a la caja de la sisa32. Para
el 15 de agosto se acordó ensayo general33.
Don Alonso, joven aún, lucido con sus cuadrillas, y con los indios
atabaleros vestidos también con sus colores, juez del premio... Esto
era lo suyo, no cabe duda. Su esposa, allá en Sevilla, ¿viviría aún
por estas fechas? Lo ignoramos. Es de notar que el mariscal don
Carlos de Luna pidió a la ciudad “se sirviese de darle lugar en
sus casas para que la suya y sus hijas y nietas viesen las dichas fies¬
tas”. La Ciudad suplicó al corregidor que le diese al mariscal uno
de los propios arcos de que él disponía34. El mariscal no pudo asis¬
tir 35. Pero es lo más probable que sus hijas no se perdieran el
espectáculo. De una de ellas hemos de volver a tratar. ¿Sería en esta
fiesta donde don Alonso se enamoraría de ella?

LAS DE SAN HIPÓLITO DE 1617: LAS LLUVIAS

Muy solemnes —según los preparativos— habían de ser las fies¬


tas de San Hipólito del año 1617. El virrey mandó a don Alonso
Tello un billete que éste leyó en el Cabildo el 24 de julio: “La
fiesta de San Hipólito se va llegando y no veo que se trata de solem¬
nizarla como es justo, de que resulta no cumplir la Ciudad con su
obligación en esta parte, juntamente con ser ocación de que vaya
descaeciendo mucho el ejercicio de la caballería...”. Por eso se había
movido a escribir al corregidor para que el Cabildo celebrara, “con

31 19: 388-390 (6 junio 1614). En el impreso dice “alabales” y “con sus


dose cuadrillas” (corrijo “atabales”, “con sus dos cuadrillas”); comp. Ma¬
rroquí, II, pág. 527.
32 19: 417-418 (18 julio 1614).
53 1 9 : 423 (3 agosto 1614).
3Í 19: 404 (20 junio 1614).
3Í 20: 1 (16 agosto 1614).
Actividad y carácter de don Alonso Tello 151

el menor gasto posible”, toros y cañas. Se describen con todo por¬


menor las libreas de las cuadrillas; y el dinero se sacaría del cabe¬
zón de la alcabala del año 1616. Don Alonso Tello1 cabalgaría al
frente de la primera cuadrilla36. Más tarde se redujeron las cua¬
drillas a ocho, para las que se dieron, a cada una de ellas, cuarenta
y ocho varas de tafetán; pero para ‘‘bandas de adargas y aforros
de sombreros y sombreros” hacían falta seis varas y media más por
cuadrilla. También doce atabaleros y trompetas entrarían, con los
colores del corregidor, vestidos “de tafetán de china” 37.
Por desgracia, surgieron contratiempos: los días señalados para
los toros y las cañas llovió a cántaros; todo se aplazó para el doce
de setiembre; pero siguió lloviendo, y hubo que dejarlo para des¬
pués de la venida de la flota y despacho del navio de aviso.
Lo peor era la colación, preparada para dar a “sus excelencias,
Real Audiencia y Cabildo eclesiástico”. El regidor Alvaro de Castrillo
la había preparado cuidadosamente; con los setecientos pesos que
se le facilitaron había comprado “la dicha colación, así de los con¬
ventos de monjas que con más curiosidad suelen hacerla, como del
confitero Gerónimo Enríquez”. Estaba en setenta y dos grandes fuen¬
tes, excepto una cantidad de “pastillas de olor y pomos de aguas”
que se pusieron en salvillas. Las fuentes estaban “aderesadas y com¬
puestas de la mejor y más rica colación”. Alvaro de Castrillo insiste
en que así la vieron “el señor Corregidor don Alonso Tello de Guz-
mán y otros muchos caballeros”. Cuando, por las lluvias, vinieron los
aplazamientos, Castrillo comenzó a preocuparse “por el riesgo que
corría de perderse toda” y el Cabildo ordenó que él la guardase
como se hizo, descomponiendo las fuentes, que volvieron a quien
las había prestado, volviendo la dicha colación a mi casa en cajones
y cestillos... como hoy se está...” Imaginemos que esto lo declaraba
Castrillo el 12 de octubre y todo se había preparado para el 29
de agosto. Y Castrillo añade, para su descargo, que tras tantos días,
la colación está como piedra y “mucha della revenida y desdorada
del tiempo de aguas que ha precedido”. Y presenta las cuentas de

36 21: 247-249 (27 julio 1617). El mariscal don Carlos de Luna sería
también uno de los que habrían de regir la plaza, 21: 252 (9 agosto 1617).
Las fiestas se celebrarían los días 29, 30 y 31 de agosto (21: 247).
*7 21: 255 (25 agosto 1617).
152 El Fábio de la «Epístola Moral»

lo que había costado dicha colación, en las cuales figuran partidas


tan sabrosas como éstas:
... diez y siete arrobas de confitería que llaman de mano, con masa-
panes de almendra, deasitrón, y pera y naranja y calabaza cubierta, y otras
cosas curiosas y doradas, concertado todo a catorce pesos arroba...
Item se compraron en el monesterio de Santa Catalina... tres arrobas de
colación muy curiosa y costosa con doce docenas de pastillas de voca muy
doradas y olorosas, todo en sesenta y cinco pesos.

Otras partidas incluyen frutas de horno y orejones de durazno, po-


millos de plata dorados, y brinquiños de vidrios, dorados, estas últi¬
mas cosas, sin duda, para regalar a las damas...
El Cabildo acuerda que se den doscientos pesos más para recom¬
poner la colación dañada 38.
Por fin se celebraron las fiestas. Y debió concurrir tanta gente,
que Francisco Gómez, “teniente de Alguacil mayor del Campo de
esta ciudad”, tuvo que estar, por mandado del corregidor, los tres
días “guardando la puerta de la escalera por donde se sube a la
azotea que está sobre el Cabildo de esta ciudad para que no estubiese
gente en ellas, por el riesgo que corrían las dichas casas y corredor,
evitando la gente que no estubiese en ellas y mediante mi buena
diligencia estubo la dicha azotea sin gente y se consiguió lo que el
dicho señor Corregidor manda...” Y Francisco Gómez pide que le
paguen por ello. Le conceden seis pesos 39.

PIQUES. SE FOMENTABA UN AMBIENTE CABALLERESCO

En este ambiente de fiestas nos imaginamos que don Alonso Tello


se encontraba bien, luciendo su maestría al frente de su cuadrilla,
aunque algún año hubiera, como ese de 1617, preocupación por los
aplazamientos, y alguna vez pequeños disgustos. Así, el año de 1616
recibió don Alonso la queja del arzobispo y cabildo de la Catedral

38 21: 269-270 (13 octubre 1617). Doy aquí entre paréntesis varios
intentos míos de corrección al texto impreso: “orgones de duras y no”
(“orejones de durazno”), “brisiquirios” (“brinquiños”). Luego hubo que pagarle
bastante más, 21: 291 y 295 (11 diciembre 1617).
39 21 : 276 (3 noviembre 1617).
Actividad y carácter de don Alonso Tello 153

de que no les hubieran invitado a las fiestas de San Hipólito, y


aprovechaban la ocasión para pedir que les fuera designado un lugar
decente para que los señores arzobispo, deán y cabildo de la Santa
Iglesia viesen las fiestas de toros que se hiciesen en la plaza; así
era costumbre, añadían, en otras ciudades de España, como, por
ejemplo, la de Sevilla. El cabildo de la ciudad lamenta el olvido
—la culpa había sido “del caballero que sacó el estandarte”— y
concede dos arcos del corredor del Cabildo40.
Era un ambiente de caballerosidad y nobleza. Ya hemos visto
que el virrey, en sus amonestaciones al Cabildo para que celebraran
los toros y cañas de San Hipólito, alegaba como razón principal,
unas veces el que se debía honrar la memoria de los caballeros que
conquistaron a Méjico, otras veces que esas fiestas servían para que
no se olvidara el ejercicio de la caballería...
Don Alonso coincidía, a lo que parece muy gustosamente, con
el virrey. Precisamente en ese año de 1617, de que ya hemos ha¬
blado, las Actas de la ciudad de Méjico nos han conservado, por
lo menos en sus líneas esenciales, un largo discurso de don Alonso
que nos revela bien a qué móviles era más sensible su espíritu.
Defiende las fiestas porque favorecen el arte de la caballería 41:

... el ejercicio de la jineta es en las repúblicas todas tan importante que


todas las ciudades de España procuran conservarle con particular cuidado,
teniendo a costa suya personas que enseñen y industrien a los caballeros
mozos y para que en la ocación desta enseñanza los caballeros ya enseñados
en este arte le usen sin dejarle olvidar...

A continuación dice que el ejercicio de la jineta vale también


para alegrar al pueblo con fiestas como en los días en “que se cele-

40 21: 40-41 (22 agosto 1616). Sobre el alférez mayor que sacaba el
estandarte, véase Marroquí, II, págs. 504 y sigs.; era el alférez el que hacía
las invitaciones. En este año de 1616 el alférez vivía lejos de la ciudad y
sólo vino a ella para sacar el estandarte.
41 Juan de Torres Loranca, diputado de propios de la ciudad, presentó
el 6 de julio de 1620 —ya hacía tiempo que no era corregidor don Alonso—
una proposición para moderar gastos superfluos. Por ella nos enteramos bien
de la importancia relativa de algunas fiestas: en la de San Hipólito se iban
2.350 pesos; en la del Corpus, 3.500; en la de San Nicolás, 324; en la de
San Gregorio, 147.
154 El Fabio de la «.Epístola Moral»

bra su restauración o los días de Santiago, patrón de España” y


añade que Méjico se había aventajado* en esto aun a ciudades mu¬
cho más antiguas, y que hay que evitar que tal uso se olvide, lo que
ocurriría muy presto si, como el año anterior, no se celebraran las
fiestas de San Hipólito, por lo que propone al Cabildo que se hagan
este año 42.
Este entusiasmo por la jineta nos va dibujando bien, con lo que
ya sabemos, los perfiles de galantería y de caballerosidad del señor
corregidor. Se sentía aún encandilado por el brillo de la grandeza
heroica que hizo la España del siglo xvi, pero la sentía ya formal,
exterior, quizá brillo sólo. Bastaba, sin embargo, una ocasión para
evocar la antigua llamada al heroísmo.

A LA DEFENSA DE ACAPULCO

El día 8 de octubre de 1615 se juntó el Cabildo para un asunto


urgente e importante: don Alonso Tello de Guzmán partía, man¬
dado por el virrey, para la defensa del puerto de Acapulco, pues
parecía que el enemigo holandés andaba por aquella costa. Don Alonso
tenía la facultad, consignada en su nombramiento, de designar un
lugarteniente en caso de ausencia justificada; usando de esa facultad
nombró al doctor Cebrián Diez Crúzate, quien en este mismo Ca¬
bildo tomó posesión del cargo y como tal teniente corregidor presi¬
dió ya la sesión del 12 de octubre 4S.
Era más que tiempo. El día 11 de octubre habían entrado en
la bahía de Acapulco los cinco navios del marino holandés Spilber-
gen, el cual se había dirigido a las autoridades españolas en demanda
de provisiones frescas (la tripulación estaba atacada de escorbuto).
Amenazaba, en caso de negativa, con destruir el poblado. El alcalde
mayor, Gregorio Porras, sólo disponía de cincuenta hombres para
combatir, y carecía de artillería pesada. No tuvo más remedio que
aceptar y entregó treinta cabezas de ganado vacuno, cincuenta de

42
21: 245 (24 julio 1617).
43
20: 196-198.
Actividad y carácter de don Alonso Tello 155

lanar, frutas y verdura; recibió en cambio unos veinte prisioneros


■españoles, que Spilbergen había hecho en previos encuentros44.
Todo era consecuencia de la enorme distensión de las fuerzas
españolas, diseminadas por el mundo. Creemos, sin embargo, que
Guadalcázar lo podía haber previsto algo mejor, porque desde fines
de agosto tema noticias de que hacía meses que Spilbergen mero¬
deaba por las costas del Pacífico meridional.
El objetivo principal de Spilbergen era, sin duda, apoderarse
del galeón de Filipinas que hacía la travesía hasta Acapulco45. Es¬
panta pensar lo precario de las comunicaciones de Filipinas con Espa¬
ña: cruzar todo el inmenso Pacífico, luego atravesar las tierras del
continente americano (de Acapulco a San Juan de Ulúa, en Vera-
cruz), en fin, navegar todo el tempestuoso Atlántico. Pues a la inte¬
rrupción de esa línea en su primer tramo apuntaban claramente las
andanzas de Spilbergen.
Las medidas que Guadalcázar tomó, después de discutidas con
la Audiencia, fueron: colocar una guarnición de veinticinco hombres
en Acapulco, y montar un cañón en el Morro, que pudiera enfilar la
bahía. El veintiuno de setiembre recibe noticia de que el enemigo
ha sido visto en la costa de la Nueva España, y entonces empieza a
despachar grupos de hombres, para reforzar Acapulco.
La mayor parte llegaron tarde. De los que llegaron tarde, fue
uno, evidentemente, don Alonso Tello —él mismo lo viene a decir
en el escrito que más abajo se transcribe—. Con llegar tarde se libró
de ver la humillación.

44 Según carta de Guadalcázar al rey, 28 de octubre de 1615, AGI,


Audiencia de Méjico, 28, citado —pág. 72— por Engel Sluiter, The For-
tijication of Acapulco, 1615-1616, en The Híspanle American Histórical
Review, XXIX, febrero 1949, núm. 1, págs. 69-80. Me baso en Sluiter.
El diario de viaje de Spilbergen ha sido publicado por J. C. M. Warnsinck,
De Reís om de Wereld van Joris van Spilbergen, La Haya, 1943, obra que
no he visto.
45 Según Sluiter (pág. 71), la expedición de Spilbergen (costeada con¬
juntamente por el gobierno holandés y la “Compañía holandesa de las Indias
Orientales”) era una táctica de diversión: atacando las costas americanas
del Pacífico y las comunicaciones de la Nueva España con Filipinas, se
trataba de hacer que aflojara la presión ibérica, ejercida sobre los holandeses
en el Archipiélago índico.
156 El Fabio de la «Epístola Moral»

La ausencia de don Alonso no fue larga: el día 24 de noviem¬


bre estaba ya de vuelta46. No hubo heroicidad, pero no fue por culpa
de don Alonso. El enemigo se fue (con sus provisiones)... y no hubo
nada. Pero el gesto de don Alonso quedaba hecho: él se había ofre¬
cido voluntariamente, y llevó gente a su costa. En el Archivo de
Indias existe un memorial dirigido al rey, que envió al Consejo de
Indias, acompañado de una certificación del marqués de Guadalcá-
zar. Ambos documentos vienen a decir lo mismo, pero da unos cuan¬
tos pormenores más —-y es, claro, más elogioso— el suscrito por el
mismo Tello:

Señor:

Don Alonso Tello de Guzmán, corregidor de la ciudad de México,


dige que quando el mes de octubre passado, del año de seiscientos i quinge
corrieron las costas del mar del sur cinco naos olandesas a cargo de Jorge
Spelvergen y se temió que venían en busca de las naos que aquel año se
esperaban de las islas Philipinas, se ofreció al Marqués de Guadalcázar,
vuestro Virrey, para ir a seruir a Vuestra Magestad cómo y adonde Je
pareciese; y que auiéndoje el Virrey ordenado que fuesse al puerto de Aca-
pulco, adonde principalmente amenazaba este enemigo, salió de México
con la mayor brevedad que pudo, lleuando a su costa muchos caualleros y
soldados, y llegó al dicho puerto estando las naos del olandés surtas en la
vahía, las quales se hicieron a la vela el día siguiente que vieron entrar
el socorro que metió en el puerto, y después estuuo en él hasta que asegu¬
rados de la buelta destas naos, se escojió el sitio para la fortificación que
ahí se hace por orden del Virrey desta Nueba España, y en este tiempo
sirvió en quanto se le ordenó muy puntualmente, como todo consta de la
gertificación del Virrey, Marqués de Guadalcágar, que presenta.

M Don Alonso Tello M 47.

20: 198. El día 29 de octubre se recibió en el Cabildo una carta de


su ausente corregidor, 20: 213.
47 Audiencia de Méjico, 134, 28 b. Al lado del doc. 28 está la certifi¬
cación firmada por Guadalcázar, en Méjico, el 19 de enero de 1616 Las
dos M, delante y detrás de la firma de Tello, no indican necesariamente que
dona Marina, su mujer, no hubiera muerto aún, pues podía haber muerto
ya, y no haber llegado aún la noticia a Méjico; y también sería lo más ima¬
ginable pensar que aun conociendo don Alonso la muerte de su esposa no
por eso quisiera dejar de tributarle el homenaje que en vida le había rendido.
Lo único que indican esas dos M, es que don Alonso, en esa fecha no
estaba comprometido, aunque ya fuera libre, con ninguna mujer.
Actividad y carácter de don Alonso Tello 157

LAS REPRESENTACIONES DEL CORPUS

Tras este intervalo heroico vuelve don Alonso a la rutina de


las sesiones del cabildo. Y entre otros negocios le volvemos a ver
intervenir con especial interés en ocasiones de festividad. Así con
motivo de las comedias o autos del Corpus 4S. Con este motivo se repre¬
sentaban dos obras por la Ciudad, una en el Corpus mismo y otra en
su octava. Varias veces el lector de las Actas encuentra curiosas noti¬
cias que pueden servir para ilustrar la historia del teatro en la Nueva
España y aun en la metrópoli.
Vemos, por ejemplo, la intervención de don Alonso* con motivo
de las representaciones del Corpus de 1618 (cerca ya del final de su
corregimiento). Es el día 13 de junio, la víspera misma del Corpus.
El marqués de Guadalcázar le ha comunicado a don Alonso, y éste lo
trasmite al cabildo, que la comedia “Al fin se canta la gloria, que
estaba ensayada para representarse en la fiesta que mañana se hace
al Santísimo Sacramento, no se representase porque al tribunal del
Santo Oficio de la Inquisición, a quien ayer se representó, le había
parecido que tenía inconveniente el representarla en tal día”. Don
Alonso “da cuenta de ello a la Ciudad para que Su Señoría provea
lo que más convenga”. ¿Qué hacer? Sólo quedaban veinticuatro
horas. El Cabildo acepta la propuesta de Tello de que en lugar de esa
obra rechazada por la Inquisición se represente “mañana, día de
Corpus Cristi, la Segunda Parte de la Comedia de Sixto V, atento
a la calificación que trae del Señor Inquisidor Juan Gutiérrez Flores,
y se notifique a los autores que la represente[n] con el mayor ornato
que se pudiere...”. Sólo un regidor discrepa: cree que “por más
autoridad desta ciudad” se debe no representar comedia el día del
Corpus, y dejarlo para la octava “con otra comedia nueva y corregida
por el Santo Oficio” 49.

48 Sobre las comedias del Corpus, véase Marroquí, III, págs. 502-505
y 514-515. El primer documento que cita es de 1588, y en él se dice que se
hagan sólo comedias y se supriman los carros; la costumbre, por tanto, era
más antigua. Marroquí va dando algunas noticias de años posteriores hasta
el de 1660; pero lo mismo que casi siempre le ocurre, no dice nada de la
época de don Alonso Tello.
49 22: 99-100 (13 junio 1618).
158 El Fabio de la «Epístola Moral*

No sabemos si sería por fin esa Segunda Parte de Sixto V la


comedia que se representó, pero sí que, fuera ésa u otra —sin tiempo
para preparar otra cosa—, fue una comedia que se había dado ya
en los “corrales y teatros públicos”. Lo sabemos por la intervención
de don Alonso Tello en el Cabildo, pocos días después.
Fue el 15 de junio, al día siguiente del Corpus. Las Actas nos
han reproducido aquí también, por lo menos en líneas generales, un
discurso de don Alonso Tello:

Don Alonso Tello de Guzmán, corregidor de esta ciudad, dijo que, cuando
por merced de su magestad comenzó a servir este oficio, halló que la ciudad,
para la selebridad de Ja fiesta del Santísimo Sacramento que cada año hace
a su costa, estaba en la costumbre que se hiciesen dos comedias o represen¬
taciones, una en el mismo día principal de la fiesta, otra el de su octava,
y que de ambas se daba muestra a esta Ciudad dos o tres días antes de sus
representaciones públicas, y dada esta muestra se hacía otra al tribunal del'
Santo Oficio de la Inquisición, para que, como era justo, allí se calificase;
y que aunque ha deseado que la ciudad ande más prevenida en esto, de
manera que las muestras se diesen tanto tiempo antes, que cualquiera
enmienda o corrección que en las comedias hubiese de haber fuese hecha
a tiempo que pudiese con comodidad y con sasón hacerse, no lo ha supli¬
cado a la Ciudad con todas las veras respecto de aprieto y necesidad de
dinero con que muchas veces la ha visto, que de ordinario es la causa
de tomar tarde la resolución en esto.
Pero agora que en la fiesta deste año se ha visto el inconveniente que
esto tiene, por haber los caballeros diputados desta ciudad escogido come¬
dia que, representada después a el tribunal del Santo Oficio de la Inquisi¬
ción, pareció que tenía inconveniente que se representase el día mismo
para que está escogida, de donde la Ciudad se vino hallar muy cerca de
no poder haber fiesta en tan solene día y a obligarle la necesidad a que
se contentase con comedia representada ya en los corrales y teatros públicos,
cosa que, si sucediese otra vez, sería culpa notable, por la solenidad de la
fiesta y por la autoridad de las personas que a ella asistieren, suplica
a la ciudad se sirva para remedio desto de conformarse con el uso que
tiene en otras ciudades de España, que servían los diputados de la fiesta o
su procurador mayor los autos o comedias a el tribunal del Santo Oficio
de la Inquicisión para que en él se aprueben, y, aprobados, hacen elección
de lo que más apropósito les parece para aquel día y ésa la dan a los auto¬
res de las comedias para que las estudien y ensayen y les den muestras
a las Ciudades dentro de su Cabildo, asistiendo sólo las personas dél, para
que allí se corrijan y enmienden en el ornato de las personas y demás cosas
que parecieren convenientes, de donde la Ciudad, segura ya con la califi¬
cación que el tribunal del Santo Oficio de la Inquisición hubiere hecho
Actividad y carácter de don Alonso Tello 159

de las comedias y autos en papel, sabrá que no puede elegir cosa para este
día que no sea muy decente y ajustada a el intento y a la misma fiesta,
y al decoro que se debe a Jas personas que a ello asisten, le guardará el
respeto justo habiéndola visto ensayar la Ciudad sola, sin el número grande
de gente que en los ensayos que aquí se han hecho han concurrido de
ordinario, que por la obligación de su oficio suplica a la ciudad lo provea
y mande así y dello dé cuenta a su Excelencia para que, con su aprobación,
quede esto seguro y firme en lo de adelante.
Y por cuanto para el día próximo de la octava desta festividad la Ciudad
tiene ordenado que Gonzalo de Riancho, autor de comedias, haga una de
que hoy no ha dado muestra, y está en la Puebla donde dicen que representa
el domingo infraoctava de esta fiesta, y saliendo después de este día de la
Puebla .respecto de la cantidad de leguas [que] hay y del embarazo con
que estas compañías suelen caminar puede ser que siga el tiempo, que ni
dé muestra a la Ciudad ni al tribunal del Santo Oficio de la Inquisición
como hasta aquí se ha dado, y que venga Ja Ciudad a hallarse sin fiesta
que hacer aquel día, que sobre el inconveniente pasado vendrá a ser cual¬
quier tropiezo que haya en esto de gran momento y consideración, ha
suplicado a la Ciudad se junte hoy en su Cabildo para que provea lo que
en esto más convenga, y así Jo suplica, conque él quedará libre de la obli¬
gación que tiene a mirar por esto, y la Ciudad terná a su cuenta el asierto
u el desacierto que en esto hubiere y al presente escribano mayor del
cabildo mandó que de esta su proposición le dé testimonio autorizado y en
forma que haga fe.

La Ciudad aceptó la sugerencia de don Alonso para —acomo¬


dándose a lo que se hacía en ciudades de España— precaver que se
repitiera el llegar el Corpus sin tener representación apropiada que
dar; y por lo que toca a Gonzalo de Riancho, acordó que se solici¬
tara de su excelencia el virrey una carta para el alcalde mayor de
la Puebla para que le obligara a ir a la capital a toda prisa50.

FORMALISMO Y POLICÍA CIUDADANA

Sería muy inexacto dejar aquí la impresión de un don Alonso


Tello únicamente ocupado en mundanalidades y festejos. Intervenía,

50 22: 100-101 (15 junio 1618). Doy entre paréntesis mis correcciones:
“del tribunal” (“a el tribunal”), “se viene hallar” (“se vino hallar”), “que desto
siguió y firmo” (“quede esto siguro y firme”), “fuesen caminar” (“suelen ca¬
minar”). Pero hay pasajes que no me he atrevido a enmendar, aunque no
hacen buen sentido.
160 El Fabio de la «Epístola Moral»

claro está, aunque la mayor parte de las veces por orden del virrey,
en muchos asuntos serios y ya hemos ido mencionando, casi al azar,
unos pocos; lo que ocurre es que, no sé por qué, parece que su
intervención se hace más personal sólo en asuntos que tocan a lo
formal y externo: a lo suntuoso, a la caballería, a la diversión, siem¬
pre con los ojos puestos, como modelo y norma, en los usos de
España.
Muchas veces ese gusto por la forma, vertido sobre la ciudad,
contribuyó a su embellecimiento o su limpieza. Ya veremos las ala¬
banzas que por mejoras ciudadanas le hace la Ciudad misma, al cesar
en su cargo. Reseñemos ahora —para cerrar estas estampas— una
iniciativa suya51 para la limpieza y conservación de las calles:

Para la limpieza que anden ocho carretones de dos muías por el lugar
desde las cinco de la mañana hasta las seis de la tarde limpiando las calles
todos, y pidiendo a la puerta de cada vecino la basura que en su casa
estuviese recogida y ellos la darán prevenidos ya con pregón general, fuera
de lo cual, este primero año tienen obligación de quitar todos los mulada¬
res que hay en el lugar, que son muchos, y esto está puesto hasta agora
en cantidad de un mil y setecientos y sesenta pesos, con diez indios de
repartimiento.
Y para los empedrados..., que Jas calles más comunes se den en arrenda¬
miento luego que se acaben de empedrar, a quien sin faltarles una piedra,
las tenga siempre en un ser, y para esto piden hoy un mil cuatrocientos
pesos y seis indios...
... e vista... por la Ciudad la dicha propusición y l_as razones que en
ella da el señor corregidor como quien tan prudentemente las tiene previstas
y consideradas..., acuerda conformarse con Ja dicha propusición.

HACIA LOS FINALES DEL CORREGI¬


MIENTO. LA SIMPATÍA DEL CABILDO.

Se acababan los días del corregimiento de don Alonso Tello de


Guzmán... El 18 de junio de 1618 llegó, traída por el navio de
aviso, una carta del licenciado don Jerónimo de Montealegre en
que anunciaba a la Ciudad cómo Su Majestad le había hecho merced
de la plaza de corregidor de ella. La reacción del Cabildo es sólo

51
En colaboración con Gonzalo de Córdoba, 21: 200.
.Actividad, y carácter de don Alonso Tello 161

la primera de toda una serie de movimientos parecidos, sintomáticos


de una gran simpatía hacia don Alonso: al enterarse del nombra¬
miento de un nuevo corregidor, la Ciudad, inmediatamente, declara
hallarse muy obligada a la mucha merced con que la ha honrado y
favorecido don Alonso Tello, por lo que “acuerda que se escriba
a Su Magestad y Su Real Consejo de las Indias, se sirva de hacer
merced al dicho señor don Alonso Tello de un oficio de regidor de
esta ciudad”, pues su interés por las cosas de ella, así como su expe¬
riencia en la administración de las alcabalas, sisa, propios y obras
públicas, le hacen necesario; así se ha de suplicar también que lo
pida el virrey y que lo soliciten en Madrid el Padre Fray Antonio
de Hinojosa y Gonzalo Romero, agentes de la Ciudad de Méjico52.
Toda la serie que ahora se inicia, de movimientos del Cabildo en
favor del corregidor que iba a cesar, ¿qué interpretación tiene? No
era raro que la Ciudad interviniera en favor de un corregidor cesan¬
te : así lo había hecho con don García López del Espinar, el ante¬
cesor de don Alonso Tello53. Pero, ¡qué diferencia entre la parquedad
de los elogios, en el caso de don García, y el entusiasmo y la reite¬
ración en el de don Alonso !
Creo, de una parte, que las mismas características que vamos adi¬
vinando en el carácter de don Alonso, su gala de ser muy caballero,
su gusto de lucir, su mundanalidad, que seguramente iban mezcla¬
das con afabilidad y don de gentes, y con dotes administrativas y
de cortés mando, le hacían agradable y no difícil, y que así pudo
lograr —cosa rara— antes ganar que perder amigos durante su car¬
go. Y es evidente también que era hombre de experiencia en asun¬
tos municipales, de juicio ponderado, y con un sentido de las ne¬
cesidades, la limpieza y el decoro que correspondía a una ciudad como
Méjico. Probablemente había otra razón: Tello, se nos figura, debía

52 22: 102.
53 19: 216 a (29 noviembre 1613), 220 (2 diciembre), 224 6-225 (16 di¬
ciembre), 233 a (20 diciembre), 234 (23 diciembre). La ciudad acordó dar
a don Garcilópez del Espinar mil doscientos pesos; hubo alguna dificultad
porque el virrey, conforme con que se premiara al antiguo corregidor, se opuso
a que una parte de ese dinero se tomara de la caja de la sisa; la ciudad, en
vista de ello, acordó tomarla de los salarios y costas de la administración de
las alcabalas si el virrey no tenía inconveniente.

11
162 El Fabio de la «Epístola Moral»

de ser hombre muy del gusto del virrey (hechos posteriores lo aba¬
nan); el corregidor iba a cesar en octubre de 1618; pero el mar¬
qués de Guadalcázar había visto en 1617 prolongado su virreinato
por otios seis años: quería, sin duda, conservar un hombre útil y
de su confiaba, como imaginamos era don Alonso. Y el cabildo,
que conocería estos sentimientos del marqués de Guadalcázar, se
adelantaría a facilitarlos. En una palabra, virrey, corregidor y Cabildo,
eran piezas de un sistema que no había, apenas, rechinado; se sen¬
tían bien, juntos. De aquí esa primera iniciativa de la Ciudad en
favor de don Alonso Tello.

PELIGRO COMÚN: EL JUICIO DE RESIDENCIA

Debía de haber otra razón: la amenaza de un juicio de residen¬


cia, inminente, contra don Alonso, y, a la par, contra el Cabildo.
Don Alonso ya barruntaba peligros: tiene ahora exquisito cuidado
en evitar lo que pueda ser base de acusación: así, por ejemplo, el
13 de julio de 1618 —pocas semanas después de llegar la noticia
del nombramiento de nuevo corregidor—• se presentó al Cabildo el
parecer, pedido por éste al Dr. Crúzate, letrado de la Ciudad, sobre
unos dineros que reclamaba Antonio de Veteta, receptor de rezagos
de la alcabala; el informe de Crúzate era favorable a Veteta. Pero
“el señor Corregidor dijo que atento a que este negocio es de criado
suyo, se suspenda el tratar y determinar esta causa hasta que haya
otro Corregidor”. La Ciudad dijo que, puesto que había el parecer
de Crúzate, debía verse. Don Alonso, terne, mandó que se guardara
lo proveído. El procurador mayor dijo que, de no dejar libertad a la ciu¬
dad para terminar este negocio ya empezado, apelaba para la Real
Audiencia 5\
En efecto, la Audiencia ordenó que el negocio se viera, pero sin
estar don Alonso en la sala. Y esí el 3 de setiembre, sin que don
Alonso estuviera presente, se aprobó el parecer del Dr. Crúzate
favorable a Veteta. Inmediatamente después entró don Alonso Tello,
para proseguir la sesión ordinaria 5\

54
22: 118-119.
55
22: 144-145.
Actividad y carácter de don Alonso Teño 163

Todo esto está muy bien, y es de gran delicadeza. Pero no deja


de hacemos gracia pensar que en enero de 1615, cuando toda idea
de residencia se veía aún lejanísima, el mismo Veteta, receptor de
rezagos, había reclamado unos dineros, y todo se había discutido
y aprobado delante de don Alonso, sin que éste hiciera asco alguno 5\

EL PATRONATO DE SANTA TERESA

Una de las últimas iniciativas de don Alonso Tello de Guzmán,


como corregidor de Méjico, fue la de proponer el patronato de San¬
ta Teresa de Jesús.
Dos veces interviene Tello a favor de la Santa, la primera muy
al principio de su corregimiento, en setiembre de 1614, cuando el
prior del Carmen le comunica la noticia de la beatificación57. Él
acta del 19 de setiembre de ese año copia un billete de Tello al virrey
y la contestación de éste, que transcribo, porque transparenta tam¬
bién cómo se llevaban los asuntos entre los dos (se habían perdido
unas naves; por esta razón Tello no se atrevió a ordenar las fiestas
sin consultar primero):
Excelentísimo señor. El Prior del Carmen me ha dicho esta mañana
cómo ha tenido nuevas de la beatificación de la Madre Teresa de Jesús
y me ha pedido que se pregone y pongan esta noche luminarias en el
lugar puesto de que no halla58 disposición a mayor demostración e yo no

56 20 : 88-90 (23 enero 1615).


57 Todas estas actas sobre el patronato de Santa Teresa pueden verse
en el libro 23: Jos acuerdos del año 1614, págs. 171-172, y los del año 1618,
págs. 172-176. Figuran allí, copiados por extenso, dentro del acta del 6 de
julio de 1620, perteneciente al corregimiento de Montealegre. Fueron copiados
entonces porque fué en ese tiempo cuando los inquisidores intervinieron para
pedir que se cancelasen y borrasen de los libros los acuerdos referentes al
voto de la ciudad por el patronato de la “Beata Madre Teresa”. Los encarga¬
dos de hacerlo, pasándose de su cometido, testaron no sólo lo del juramento,
del año 1618, sino lo relativo a las fiestas del 1614 cuando llegó la noticia de
la beatificación. Comp. 20: 10-21 y 22: 153, 160, 170-176, 213-214. Los
inquisidores habían intervenido ya, pero con más moderación, en setiembre
de 1619 (23: 60). Véase sobre esta cuestión de la lucha entre el patronato de
Santiago y el de Sta. Teresa, P. Silverio de Sta. Teresa, Obras de Sta. Te¬
resa, II, apéndices 79-88.
58 Así en la edición (23: 171a). Recuérdese lo dicho (pág. 115, n. 1).
164 El Fabio de la «Epístola Moral

me atreví por la pérdida destas naos a ordenar en esto sin saber primero
lo que vuesa excelencia juzga por acertado en ello y así le suplico me diga
lo que fuere servido que yo haga y guarde Dios a vuesa excelencia muchos
años como deseo. México a diez y ocho de setiembre de mil y seiscientos
y catorce. Don Alonso Tello.

La contestación del virrey dice así:


Las fiestas de los santos están libres de estos respetos menos superiores,
y así por esto como por la deboción y obligación que toda esta ciudad tiene
a la religión del Carmen, me parece justo que se haga en esta ocasión lo
que cuando llegó la nueva del veato padre Ignacio, de que se informará para
el efecto el señor Corregidor, avisando a dicha religión cómo se ha ordenado
esto. Nuestro señor &
Marqués.
A don Alonso Tello de Guzmán, Corregidor de México. Virrey.

La ciudad acordó luminarias y una mascarada. Hay que pasar


ahora cuatro años. Le faltaban a don Alonso muy poquitos días para
terminar su cargo cuando el 22 de setiembre de 1618 presentó al
cabildo esta proposición:
Este día el señor don Alonso Tello de Guzmán, Corregidor desta ciudad,
dijo que su magestad fue servido de que en estos sus reinos y señoríos se
jurase por patrona de la fe a la gloriosa santa Madre Teresa de Jesús,
de la orden de Nuestra Señora del Carmen, por sus grandes milagros, y
que en señal desta demostración se han hecho muchas fiestas y regocijos, y que
es justo que, [en] una cosa tal como ésta, se siga por esta ciudad esta
demostración y voto, para que en estas partes resplandesca su deboción,
que pide y suplica a esta ciudad se sirva de ver esto y determinar de tomarla
por su Patrona y defensora de Ja fe y haciendo ]a demostración de rego-
sijo que es justo.

Dos días después, la ciudad, por ser “la proposición del señor
don Alonso Tello y ser causa tan pía”, acuerda tomar a Santa Teresa
por su patrona y abogada; que se pregone y que se hagan luminarias
y fuegos de artificio y, si lo aprueba el virrey, máscara general. To¬
davía el 28 de setiembre se acordó hacer público juramento y co¬
municar esta decisión al virrey. El juramento se iba a hacer por el

acerca de ll y y en la impresión de las actas; en este caso son posibles tanto


el sentido ’haya’ como el 'halla’.
Actividad y carácter de don Alonso Tello 165

modelo de un libro venido de España: “por el símil que habían visto


en un libro impreso, de la ciudad de Salamanca...”.
El día l.° de octubre convocaron para el juramento en la igle¬
sia del Carmen (con aprobación del virrey, que no podía asistir a
causa de su ocupaciqn “por estar escribiendo el despacho de aviso”).
Cómo todos estos acuerdos llegaron a anularse más tarde (como
última onda de expansión de la tremenda pugna entre el patronato
de Santiago y el de Santa Teresa) no entra ahora en nuestro campo
por ser hechos posteriores al corregimiento de don Alonso.

FIN DE UNA ETAPA

Acabamos de ver que Tello presidió una sesión dedicada al voto


de la Ciudad por Santa Teresa el l.° de octubre de 1618. Ese mismo
día, 1. de octubre de 1618, presidió don Alonso otra sesión capi¬
tular: la última de su corregimiento. Porque ese día entró en el
Cabildo el señor Licenciado don Jerónimo Gutiérrez de Monteale-
gre; sentados allí, bajo un dosel, don Jerónimo aún a la izquierda
y don Alonso aún a la derecha59, Montealegre presentó la provisión
y título de corregidor de Méjico. Estaba firmado en Madrid a 13
de marzo de 1618.
El ceremonial y las fórmulas fueron iguales a las de la instaura¬
ción de don Alonso. Y éste entregó a su sucesor, don Jerónimo Gu¬
tiérrez de Montealegre, la vara de la justicia60.

59
Comp. más arriba, pág. 116.
60
22: 162 b-164 b.
V

INCOACIÓN DEL JUICIO DE RESIDENCIA


CONTRA TELLO

Comenzaba para don Alonso Tello de Guzmán una época llena


de incertidumbres. No solamente había dejado de ser corregidor,
sino que sus actos como tal corregidor iban a ser expuestos a una
revisión minuciosa; todo agraviado, o todo aquel que se creyera
agraviado, o cualquier malintencionado —el vil difamador que siem¬
pre existe en cualquier sociedad humana—, podrían presentarse a tes¬
timoniar contra éll. Cuando don Alonso, recién instalado en su car¬
go —año de 1613— fue juez de residencia contra don García López
del Espinar, su predecesor, pudo creer que con proceder muy super¬
ficialmente, con gran benevolencia, como entre amigos, seguía una
costumbre establecida y prolongaba una continuidad que al final había
de revertir en beneficio propio: porque las tales “residencias” eran
ya una fórmula que se podría decir convenida entre la autoridad sa¬
liente y la entrante.
Pero, por desgracia para don Alonso, las cosas habían cambiado
completamente en estos años.

1 AI hojear el largo “Libro V: Cómo deue el Corregidor o Iuez de Co-


missión tomar y dar las Residencias, y de todo lo tocante a ellas”, de la
Política para corregidores, de Castillo de Bovadilla (págs. 610-980), el lector
se da cuenta pronto de la simpatía con que mira a los residenciados y su
indignación por los excesos de algunos jueces de residencia; y lo mismo se
podría afirmar de Villadiego, fols. 162-163 v. Véase lo dicho más arriba
(pág. 130, nota) sobre El Corregidor sagaz.
Incoación del juicio de residencia 167

NUEVO RIGOR EN LOS JUICIOS DE RESIDENCIA

No cabe duda de que en la legislación española hubo ciertas


dudas, arrepentimientos y contradicciones acerca de quién debía to¬
mar la residencia de una autoridad cesante. Se vacilaba entre dos
sistemas contradictorios: 1) que la autoridad entrante fuera juez de
residencia de la saliente; 2) que la autoridad entrante no juzgara
a la saliente, y hubiera que nombrar juez a otra persona 2 3.
En 1593, por ejemplo, por cédula real se ordenó que en el Perú,
según había propuesto el virrey, “los que fueren proueídos por Co¬
rregidores... no tomen residencia a los antecessores como se solía
hazer, sino que para tomar las dichas residencias vayan personas aparte,
que no queden en los oficios” s. Pero, al año de fallecer Felipe II, por
cédula real de 30 de agosto de 1599, se estableció que fueran los
sucesores los que tomaran la residencia a las autoridades salientes4.
Este régimen subsistía cuando don Alonso Tello de Guzmán en¬
tró en el corregimiento. ¡Quién le había de decir que cuando él
cesara...!

NOMBRAMIENTO DEL JUEZ DE DON ALONSO

Lo más curioso es que —mala suerte— la crisis se produjo casi


exactamente cuando la corregiduría de don Alonso Tello estaba to¬
cando a su fin: hemos visto que el nombramiento de su sucesor,
el licenciado Montealegre, es del 13 de marzo de 1618. Es nota¬
ble que antes de esa fecha el Consejo de Indias le tuviera por ya
nombrado. Porque el 12 de marzo de 1618 (es decir, un día antes

2 Castillo de Bovadilla discute el pro y el contra, t. II, 1. V, c. I,


núm. 34 (“Corregidor, si conviene que tome residencia a su antecessor”), y
se decide por el nombramiento de jueces particulares, pero con una rígida
limitación del plazo del juicio ([Ibid., núms. 35 y sigs.). Véase Lohmann,
págs. 470-477. También Chamberlain, págs. 248-252.
3 Cedulario Indiano Recopilado por D. de Encinas, facsímil de la ed...
de 1596, III, págs. 109-110.
4 AGI, Audiencia de México, 140, ramo 4, núm. 43 d.
168 El Fabio de la «Epístola Moral

de la fecha del nombramiento) se resolvió esta petición trasmitida


por el fiscal:
M P° S°r
El Licendo Berno Ortiz de Figueroa, fiscal de V. Ala = dize que el
Licendo Don Grm° de Montealegre está proveído Por corregdor de la ciud
de México; y para que se tome Residencia a Don Alonso Tello su antecessor
y a sus finientes, Ministros y oficiales = Pide a V. Ala Mande se le des¬
pache comisson en forma, cometida a la persona que V. Ala fuere seruido»
y para ello &a
[Al vuelto] El fiscal De su magd
Srio Juan Ruiz de Contreras
Que su sria nombre un Alcde de la auda de México
En el Consejo a 12 de Margo 618
El Pte nombra a Di° Gómez de Mena 5.

Se nombraba, pues, a Diego Gómez de Mena que, como veremos»


era oidor de la Audiencia de Méjico, como juez de residencia contra
don Alonso. Bien vemos que en ese 12 de marzo de 1618 ya se
había tomado la determinación de que no pudieran ser jueces de
residencia los sucesores de los enjuiciados. Sin embargo, sólo el 16
de abril de ese año se dictó la disposición real que así lo establecía
para lo sucesivo6. Todo parece indicar que fue don Alonso Tello
de Guzmán una de las primerísimas autoridades cesantes sobre quien
cayó la nueva oleada de rigor. Cuál era el fuerte espíritu de rectitud
que la inspiraba, y cuántos debían haber sido los abusos, resulta
bien claro del tono enérgico que tiene el nombramiento del juez que
había de actuar contra Tello; se conserva también en el Archivo
General de Indias:
El Rey

Licenciado Diego Gómez de Mena, oydor de mi Real Audiencia de


México. Hauiéndose entendido con larga esperiencia el poco efecto de que
son las residencias que se toman a los gouemadores y corregidores de esas
partes, cometiéndose a los subcesores en sus cargos, que ordinariamente
bienen a incurrir en los mismos exgesos y delitos que los antecesores y se
escusan de castigarlos porque no benga a subceder en ellos lo mismo quando

s AGI, Audiencia de Méjico, 272.


6 Recopilación de leyes de los reynos de las Indias, ed. facsímil de la
cuarta impresión hecha en Madrid en 1791, II, 182 (libro V, tít. XV,
ley XXV). Comp. Lohmann, pág. 477.
Incoación del juicio de residencia 169

sean residenciados, y deseando poner remedio en daño tan perjudicial a las


repúblicas que gouiernan y a los yndios que caen debajo de sus jurisdi-
giones, de cuyos agrauios llegan siempre notables quexas, que se ben clara¬
mente en su diminuyción, he acordado que estas residencias no se cometan
como hasta aquí a los subcesores, y ansí, en lo que de presente se ofreze
en el corregimiento de esa ciudad en que, por hauer cumplido el tiempo de
su provisión don Alonso Tello de Guzmán, ha proueydo en su lugar al licen¬
ciado don Gerónimo de Montealegre, os mando tomar residencia al dicho
don Alonso Tello de Guzmán y a sus tinientes, ministros y oficiales, que ha
de ser conforme a los capítulos de corregidores, y en hauiéndola tomado la en-
uieys a mi Consejo de las Yndias para que vista en él se prouea lo que fuese
justicia y porque esta diligencia que agora se comienza a de dar modo
para lo de adelante, en que tanto conuiene acertar, os encargo la concien¬
cia, teniendo delante sólo a Dios y la Justicia, porque, demás de que en
hazerse lo contrario me terné por deseruido, mandaré proceder con par¬
ticular y señalada demostración contra vos si no correspondiéredes a la
grande obligación que sobre vos pongo en cometeros y encargaros cosa
tan ynportante. Fecha en Aranjuez a catorze de mayo de mil y seiscientos
y diez y ocho años. Yo el Rey 7.

EL JUEZ DE RESIDENCIA EMPIEZA A ACTUAR

No nos extraña, pues, que el licenciado Gómez de Mena em¬


pezara a actuar con tanta publicidad como escrúpulo del pormenor.
El día l.° de octubre entregó don Alonso la vara. El día 2 el
escribano Núñez Silíceo presentó al Cabildo un auto de Gómez de
Mena para que se pregonara el anuncio de la residencia contra Tello
y contra sus ministros y oficiales; y junto con el auto, la cédula real
de su nombramiento. En el modo mismo como se había de pregonar
se ve el deseo de cumplir meticulosamente la legislación y la cos¬
tumbre. Los pregones habían de hacerse “...en la plaza pública
de esta ciudad, junto a las casas y Audiencia del Cabildo della, y
en la plaza que llaman del Velador, y en frente de la puerta del altar
del perdón, y en las demás partes y lugares que es uso y costum¬
bre...”. Y cumpliendo disposiciones muy antiguas8 cuya intención
se repetía ahora en el mismo texto del nombramiento de Gómez
de Mena, había que pregonar la residencia de modo que llegara al

7 AGI, Audiencia de Méjico, 1065. Nueva España. De Oficio, 1611-1619.


8 Cedulario Indiano, III, pág. 111, cédula de 1556.
170 El Fabio de la «Epístola Moral»

conocimiento de los indios para que cualquiera de ellos pudiera pre¬


sentar sus agravios:

... en los mercados que llaman tianguis, adonde acuden los indios desta
ciudad, y fuera della, se pregonen asimismo en lengua mexicana, para que
vengan a noticia, y el pregón sea del tenor siguiente, del cual se saque
un traslado y se entregue a Martín de Albear, intérprete de la Audiencia
ordinaria, para que... [sea vertido] de lengua castellana en mexicana, y
el escribano del juzgado de los indios, ponga por fe la publicación dél a el
pie de dicho pregón 9.

Sigue el texto del pregón mismo, adaptación a las condiciones


de la ciudad, del usual en los Reinos de Castilla 10. Es muy larga la
lista de ministros y oficiales del corregimiento de don Alonso Tello
que estaban sujetos al juicio de residencia, al mismo tiempo que
el que había sido la cabeza de todos. La lista incluye al provincial
de la Santa Hermandad y sus oficiales, alcaide de la alhóndiga, al¬
caide de la cárcel, intérpretes; a los regidores, a los escribanos del
Cabildo, etc. Sesenta días era el plazo para presentar reclamaciones
civiles o querellas criminales; y todos los demandantes quedarían
“debajo del seguro y amparo del Rey don Felipe, nuestro Señor”,
con graves penas para los que osaran quebrantarlo. A continuación
vem'a la cédula real —arriba transcrita— en que se basaba el poder
de Diego Gómez de Mena.
Todo esto se copia en el acta de la sesión del 2 de octubre del
Cabildo de Méjico.

22. 165 (2 octubre 1618). No se entiende bien un pasaje cuyo sen¬


tido aproximado trato de restablecer con dos palabras entre paréntesis cua¬
drados.
10 Compárese el texto de este pregón (22: 165 6-166) con el que trae
Castillo de Bovadilla, t. II, 1. V, c. I, núm. 258 (pág. 730). Castillo dice:
“pónese aquí para que no sea menester buscarlo en otra parte”. En el Cabildo
probablemente había un ejemplar de la Política para corregidores (si el propio
Tello no se compró uno antes de embarcar), y muy bien podía ser de la
misma segunda edición que manejo: el texto del pregón es el mismo, con
adaptación a las condiciones de Méjico, en lo que toca a los ministros y ofi¬
ciales en el pregón mencionados.
Incoación del juicio de residencia 171

PROTESTA DE LA CIUDAD CONTRA SU RESIDENCIA

A continuación nos enteramos de la consternación y disgusto que


la idea de someterse al juicio de residencia ha producido a los regi¬
dores. La Ciudad llama a sus letrados para consultarles y, con su
parecer, acuerda obedecer la real cédula, pero en cuanto al auto de
Gómez de Mena, en que pretende tomar residencia a la Ciudad (entién¬
dase a sus regidores y oficiales), alegar “ante el dicho señor oidor,
el derecho que esta Ciudad tiene para no ser comprendida en la
dicha real cédula, así por no venir especificado en la dicha real cé¬
dula, como por haber costumbre en contrario, que los jueces de
residencia de los corregidores y sus oficiales no la tomen a la Ciu¬
dad”. Piden a Gómez de Mena que se inhiba, respecto a la Ciudad,
y dicen que de lo contrario, “hablando con el acatamiento debido
protestan la nulidad y apelan para la Real Audiencia” 11.
A lo largo de sesiones sucesivas se pueden seguir las relaciones
entre el juez de residencia y la Ciudad. Ésta, claro está, no se opone
abiertamente a la actuación de Gómez de Mena, facilita los datos que
pide, etc., pero protesta de sus extralimitaciones 12.
Bastante después, en 30 de enero de 1619, en el Cabildo se acuer¬
dan varias peticiones que se han de suplicar a Su Majestad: que la
ciudad no sea residenciada cuando lo es el corregidor, sino visitada
cuando lo sea la Audiencia; si Su Majestad no lo concede, se ha de
pedir que el juez de la residencia lo sea el corregidor; también se
ha de pedir que la residencia del oficio de corregidor “no se cometa
a oidor, alcalde ni fiscal de esta Real Audiencia”, sino que la tome
“el [corregidor] que viniere proveído de nuevo, como se ha hecho

11 22: 167 a.
13 22: 171 6. Ese día, 11 de octubre 1618, habiendo pedido el licenciado
Gómez de Mena los libros capitulares de la Ciudad, acuerda ésta suplicarle
se suspenda el llevarlos “por lo que importa al secreto que en ellos hay”, y
prometer que se le darán todos los testimonios que requiera. Véase también
22: 1716 y 172 a. El 27 de noviembre la Ciudad protesta de algunas dispo¬
siciones del juez de residencia (que haya orden en los papeles del archivo y
no se permitan daños en la alhóndiga); la Ciudad apela (22: 198 6).
172 El Fabio de la «Epístola Moral»

con lo pasado, u otra persona cual Su Magestad fuere servido de


nombrar o de cometer al Virrey que la nombrare” 13. Suponemos que
para que se incluyera esto que se refiere a la residencia del corre¬
gidor, habría colaborado fervorosamente el propio don Jerónimo de
Montealegre.
Los regidores habían visto con profundo disgusto las actuaciones
de Gómez de Mena y deseaban que las aguas volvieran a correr por
donde solían ir: que el corregidor entrante residenciara al saliente
y a los regidores, y que todo se lavara en casa. Y si no podía ser*
cualquier cosa menos un oidor de la Real Audiencia de Méjico.

EL CABILDO FAVORECE A SU ANTIGUO CORREGIDOR

Este estado de ánimo, aparte las condiciones personales de don


Alonso, es lo que nos hace comprender la cantidad de atenciones y
aun mimos que el Cabildo dedica a su antiguo corregidor:
Así el día 14 de noviembre de 1618 (cuando las actuaciones de
Mena estaban en su apogeo —aunque el lector de esa acta creería
que habían acabado—) decide la Ciudad que uno de sus letrados
presente una petición en el Real Acuerdo “ofreciendo información
de lo contenido en este [en este acuerdo de la Ciudad]” 14 con objeto
de que la Audiencia haga información con veinticuatro testigos de
distintas religiones y estados sobre los servicios y méritos de don
Alonso, y de lo que resultare dé noticia a la Ciudad para que ésta
lo manifieste a Su Majestad 15.
Lo que precede al acuerdo de la Ciudad es el más completo elo¬
gio de don Alonso Tello, y resumen de sus labores como corregidor:
Esta Ciudad dice que en los cinco años que el señor don Alonso Tello
de Guzman, Corregidor que fue della, usó su oficio, tubo bastante ins-
piriencia del celo, de la Empieza y puntualidad con que administró todas
las cosas de su cargo y el cuidado y atención que puso en todos los que
tocaron a el servicio de Su Magestad y desta ciudad y de su Cabildo, miran¬
do por sus preminencias y prefiriendo siempre la utilidad común a la par-
" 4

13 22: 242.
14 Pequeña elegancia estilística, propia de escribano.
13 22: 186 b-187 a (por errata, las líneas dos y tres de 187 a, están desco¬
locadas: pertenecen a 186 b).
Incoación del juicio de residencia
173
txcu ar suya y asistiendo con tanta continuación y cuidado a los hacimientos
de las rentas, alcabalas y de los propios desta Ciudad como a ellos se les
ha .lucido muy bien en su crecimiento... y que, de haberse portado tal
en el uso y ejercicio deste oficio, ha quedado con menos comodidad de
hacienda de la que pudiera; y así es muy justo que esta Ciudad con debido
agradecimiento, ques con lo que más bien puede pagar, lo manifieste a Su
Magestad, pidiendo y suplicando a su real acuerdo se sirva admitir y recibir
información que esta Ciudad le ofrece, de Jo bien que el dicho señor don
onso Tello de Guzmán sirvió a Su Magestad en el crecimiento de sus
rentas y alcabalas y en la utilidad con que en el beneficio de la república
las administró y en el cuidado con que asistió a el acresentamiento y bene¬
ficio de Jas rentas de propios y el lucimiento y adorno desta ciudad, en la
ejecución de los mandatos del excelentísimo señor Márquez de Guadalcázar
cuyo animo, celo y buen gobierno dió principio a la grandiosa fábrica del
arquería y rastro público, sirviendo y obedeciendo a su excelencia en la
ejecución y cuidado desto, no faltando al ordinario despacho de los negocios
de su audiencia, en que asistió con tanta limpieza y rectitud, haciendo igual
justicia a las partes, cuanto consta a todos Jos estados desta república, que,
agradecidos desto, se han ido a presentar a porfía por testigos de su abono,
a que fuera lo más de toda esta república y noblesa della, si fuera nece¬
sario 16.

Poco después, el 27 de noviembre, la Ciudad acuerda que se le


den a don Alonso cuatro varas de tablado para que pueda ver con
comodidad las fiestas... 17.
nstá en el Archivo General de Indias esa información pedida
por la ciudad y “recibida” por la Audiencia, “de lo bien que don
Alonso Tello auía usado y exercido el [oficio] de Corregidor..., por
lo qual auía quedado pobre, para con ella supplicar a V. Magestad
le haga merced”. La Audiencia se suma a los elogios: “Y lo que
esta Audiencia puede decir... es que vió esta ciudad muy gustosa
y contenta todo el tiempo que duró en el oficio el dicho don Alonso
Tello, y que ha conocido en él capacidad, talento, entereza y pru¬
dencia para merecer qualquier merced que V. Magestad le haga, y
que salió pobre y alcanzado del officio...” 1S. Firman en Méjico a
16 de mayo de 1619, Guadalcazar con los oidores de la Audiencia
(y entre ellos el propio Diego Gómez de Mena). Siguen a ese escrito
las informaciones que se cometieron al licenciado Pedro de Vergara

16 22: 186. Corrijo “cuanto consta”, en vez de “cuando consta”


17 22: 198-199.
18 AGI, Audiencia de Méjico, 234.
174 El Fabio de la «Epístola Moral»

Gaviria, oidor. Pero no son veinticuatro los testigos, como pedía la


ciudad, sino cinco: don Pedro de Altamirano y Castilla, el contador
Gaspar Vello de Acuña, don Felipe de Samano, Cristóbal de Bonilla
Bastida y don Alonso de Villanueva Cerbantes. Estas informaciones
solían ser una pura rutina: todos dicen casi exactamente lo mismo
que el primero, y éste repite casi al pie de la letra los elogios que
ya hemos leído en el acuerdo de la Ciudad. Extracto algunas de las
afirmaciones del primero, que añaden algo a lo conocido: que don
Alonso “administró justicia con igualdad, a las partes que ante él
litigaban”; sus desvelos con la alcabala fueron beneficiosos para los
vecinos “porque fueron alibiados en la contribución de las dichas
alcaualas, esto sin embargo de que por la vuena solicitud... que...
pusso en guardar y cunplir la ynstrucción y orden del excmo. sr. Mar¬
qués de Guadalcáfar..., creció en muy gran cantidad de millares de
pesos oro la renta que esta dicha Ciudad paga a Su Magestad; y en
las fiestas y regucijos públicos desta ciudad a uisto este testigo que...
don Alonso... a su costa lució e hiqo suntuosas demostraciones...”.
El testigo sigue diciendo que en la misma residencia que Gómez de
Mena le tomó “auiendo hecho diligencias muy apretadas, como por
su comisión se le mandaua, halló aver sido como fué muy recto y
vuen juez, linpio y cuidadoso del seruicio de Su Magestad y desta
república”. Por eso los principales ciudadanos se movieron “a hacer
la caussa del dicho don Alonsso... de tal manera que si ubiera ávido
término para ello todos ubieran testificado en su fauor y abono como
lo hicieron muchos de los sussodichos”. Don Alonso, termina, “que¬
dó con mucha nezessidad conforme a la calidad de su persona y es
digno que Su Magestad le haga merced”.

CARA Y CRUZ DE DON ALONSO

He aquí, pues, la imagen que nos queda: un don Alonso Telia


inteligente, capaz, justo, incorruptible, beneficiador de la Real Ha¬
cienda, de Méjico y de sus vecinos, lucido a su costa, tanto que salió
pobre del oficio, amado por toda la ciudad.
Los documentos que vamos a exhumar ahora, no diré que des¬
truyan esa imagen, sí que proyectan sobre ella muy evidentes y repe¬
tidas sombras.
VI

FALLO DEL JUICIO DE RESIDENCIA


CONTRA DON ALONSO

En el Archivo Histórico Nacional, en el inventario de papeles


de la Nueva España, había encontrado el rastro de la sentencia con¬
tra don Alonso Tello; allí, en el “Registro de sentencias originales”,
en el legajo 3.°, que va de 1619 a 1621, se consigna: “1620. Alon¬
so Tello de Guzmán, cincuenta y siete sentencias” \ Había ahora
que buscar los documentos en Sevilla.
Cuando tras veinte días de incesante rebusca en el Archivo de
Indias, ya desesperaba de encontrarlos, y tenía que regresar forzosa¬
mente a Madrid, en el último instante —-como sucede tantas veces—
apareció el final del juicio de residencia contra nuestro don Alonso 1 2.
Son, en efecto, cincuenta y siete sentencias definitivas dadas por
el Consejo Real de las Indias contra don Alonso Tello de Guzmán
y los demás ministros y oficiales de su corregimiento. En ellas, el
Consejo revisa las sentencias propuestas por el juez de residencia
Diego Gómez de Mena: a veces, confirma, sin más; otras, modera;
otras, en fin, revoca.
He aquí ahora los cargos contra don Alonso Tello. Son veinte,
en total.

1 AHN, Consejos, núm. 72: de la Segunda Serie, legajo 3.®, fol. 149.
z En las páginas que siguen extracto las 57 sentencias definitivas dadas
por el Consejo de Indias, como final de juicio de residencia contra don
Alonso (AGI, Escribanía de Cámara, 1186, año 1620).
176 El Fabio de la «Epístola Moral»

DERECHOS CONTRA ARANCEL

1) Que durante su corregimiento ha llevado “a tres reales por


las firmas de sententjias definitivas, y todas las de autos yntrelocu-
torios y otros, a rrafón de un real y otras vezes a dos; y a fir¬
mado... los despachos sin que en ninguno fuesse asentado lo que le
tocaba de sus firmas”. Por este cargo “el juez le pusso culpa” y le
condenó en 1.500 pesos (para la Cámara y gastos de estrados, del
Consejo). El Consejo lo revoca en cuanto a las sentencias; pero lo
confirma en cuanto a los autos, conque en vez de 1.500 pesos la
sanción “sean cien ducados y no más”.

TRATOS MERCANTILES. JUAN


FERNÁNDEZ DE SALAZAR

2) “... que trató en conprar y uender pipas de uino, por mano


de Juan Fernández de Salas^ar, su familiar y doméstico, el qual com¬
pró quinientas pipas, poco más o menos. Y se colige ser partícipe
el dicho don Alonso por las presunciones y yndifios pitados en este
dicho cargo”. El juez de residencia le absolvió del ser partícipe en
lo de las pipas “por no provado”, pero le declaró por culpado “en
quanto al auerle tenido [a Fernández de Salazar] en su cassa y
messa, y teniendo cono tenía trato de comprar y uender pipas de
uino, y que a su cassa del dicho don Alonso fuesen llamados los
taverneros y en quanto a las demás calidades y circunstancias que
del cargo resultan”. La pena se remite al 3.°, 4.° y 5.° cargo. El Con¬
sejo lo confirma.
La prohibición de que los corregidores traten o contraten en las
Indias, figura en una serie de disposiciones (desde 1530) que fueron
a reflejarse en la ley 37, título 2 del libro 5.°, de la Recopilación;
allí se les aplica lo mismo dispuesto para presidentes y ministros de
las Audiencias (ley 54, título 16, del libro 2.°). La pena era: pérdida
del oficio, confiscación de las granjerias y multa de mil ducados.
Claro está que en el caso de don Alonso nos encontramos con la
interposición de Juan Fernández de Salazar. La duda que se nos
Fallo del juicio de residencia 177

plantea es la misma que tuvieron los jueces. ¿Salazar traficaba en


nombre de don Alonso? ¿O éste tuvo sólo una culpable condescen¬
dencia, ante los negocios de su doméstico? Juan Fernández de Sala-
zar es un personaje que nos vamos a encontrar repetidas veces.

EL ALCAIDE DE LA ALHÓNDIGA.
SIGUE FERNÁNDEZ DE SALAZAR

3) “que luego que llegó [a] aquella fiudad, el Cabildo della


nombró por alcaide de la alhóndiga a Juan Fernández de Sala9ar,
su doméstico y familiar, el qual llebó y vsurpó mucha cantidad de
pesos de oro a los que llebaban trigo y otras semillas a la alhóndiga,
licuándoles a dos reales por cada medida de media fanega, siendo
de la dicha fiudad. Y tubo quatro muías que sacassen el harina y
le pagaban quatro reales por cada muía, de cada camino, no dejando
que otros tubiesen esta grangería. Y uendía seuada y mayz por mano
de sus negros y criados. Por el dicho cargo el juez le puso culpa y
remitió la pena al final”.
En efecto, Juan Fernández de Salazar fue elegido alcaide de la
alhóndiga con voto secreto, por papelillos, el día 2 de enero de 1614:
obtuvo diez votos; y ocho, Jerónimo de Villegas3. Cuando a Tello
sustituye Crúzate, por el .viaje a Acapulco, Salazar figura como tes¬
tigo. Pero es muy curioso que precisamente en uno de los cabil¬
dos en que Tello está ausente (2 de noviembre de 1615) se presente
por Francisco de Trejo una proposición para que el regidor dipu¬
tado de la alhóndiga acuda a ella todos los días, mañana y tarde “y
vea las ordenanzas y las haga guardar... y... no permita que nadie
las altere”; que las medidas “no las dé el alcayde sino cuando el
regidor diputado lo ordenare”; que no se permita que en la alhón¬
diga haya depósitos de maíz, trigo o harina de particulares; que se
ordene al alcaide, escribano y alguacil de la alhóndiga que cumplan
todo lo que el diputado les ordene. Parece que se respira cierto des¬
contento por cosas que pasan en la alhóndiga, y es curioso que esto
aflore en el Cabildo en una sesión en la que no está Tello4. Poco

3 19: 242.
4 20: 216.

12
178 El Fabio de la «Epístola Moral»

después (16 de noviembre de 1615) nos enteramos de que hay esca¬


sez de maíz y el virrey está preocupado, quiere “que esta ciudad
esté abastecida y los pobres indios no padezcan”; ordena el virrey
que el regidor diputado asista en la alhóndiga 5. En 4 de enero de
1616 el Cabildo vuelve a elegir a Fernández de Salazar alcaide de
la alhóndiga, pero es de notar que se aprueba notificarle “que no
lleve derechos” y que “se ponga en el juzgado de la alhóndiga...
cómo no han de llevar derechos en la alhóndiga el alcaide ni escri¬
bano ni otra persona, ni se le paguen” 6. El 24 de octubre de 1616
hace Salazar “por justas causas” (¿cuáles?) dejación de la alhóndiga.
Le sustituye un Domingo 7 de Salazar, de quien Fernández de Sala-
zar es fiador8. Este nuevo alcaide hace dejación en 12 de mayo
de 1617, pero quien se presenta por él, a dar cuenta de los derechos
que han sido a su cargo, es el propio Juan Fernández de Salazar 9.
Todo parece indicar que este Domingo de Salazar es sólo una pan¬
talla puesta por Juan Fernández de Salazar para cubrir sus propias
manipulaciones; así lo declararon algunos testigos del juicio de re¬
sidencia.

CARNE CLANDESTINA. MÁS


FERNÁNDEZ DE SALAZAR

4) “...de la presunción y yndi^io que contra él resultó de hauer


sido partícipe con el dicho Juan Fernández [de Salazar] de vn con¬
cierto que hi<po con Francisco de Toro vezino de la dicha ciudad
en rracón de que haría con el dicho corregidor que no le hiciese causas
por matar carneros fuera del rastro, y por ello le auía de dar al dicho
Juan Fernández un mili pessos cada año, y así no le hico causas el dicho
corregidor, avnque anduvo visitando y alió en su cassa cruenta
carneros muertos, que eran del dicho Francisco de Toro. Y los daños
que se le rrecrecieron para pagar los dichos mili pessos que se rrefieren

5 20: 225 b-227 a.


6 20: 250.
7 Véase más abajo, pág. 184, n. 21.
8 21: 90 y 98 b.
9 21: 213 a.
Fallo del juicio de residencia
179

en este dicho cargo.” El juez le absolvió en cuanto a ser partícipe, por no


probado; pero le puso culpa “por aber tenido al dicho Juan Fer¬
nández por doméstico y familiar, y dado lugar con el fabor que le
ha<?ía’ i?UC cometiesse las culpas y delietos que en el cargo se
refieren”10; la pena la remitía al cargo 5.° El Consejo confirma las
sentencias de los cargos 3.° y 4.°
Sabemos por las actas del cabildo, que en la ciudad de Méjico
había muchas casas donde se mataban carneros clandestinamente.
Así, el 30 de enero de 1615, Juan Ruiz de Guillén, obligado de
la carne, denuncia una larga lista. El obligado sufría, claro está, gran
daño; también la Ciudad, que dejaba de percibir los impuestos co¬
rrespondientes. Entre los denunciados hay varios de los que no se
dice el nombre (“Una pastelera que vive en la calle de Tacuba”,
“El corccbado que vive en la calle dicha”, “El ciego que vive junto
al mesón de Mendes”, “Un criado del Dr. Cisneros, allí junto, en
el Colegio de los niños de San Juan de Letrán”). Al fin de la lista
figura un Pedro de Toro, quizá pariente del Francisco de Toro que,
según la residencia, se dedicaba al mismo comercio clandestino. La
Ciudad acuerda suplicar al corregidor —que estaba presente— para
que castigue con todo rigor a las personas que cometiesen el dicho
delito “.
5) "... que el dicho Juan Fernández con la mano de su do¬
méstico y familiar, higo que Diego Gómez de Espinosa diese vna
querella del dicho Francisco de Toro diciendo que le hauía hurtado
mili carneros, la qual higo dar el dicho Juan Fernández ante el pro¬
vincial de la Hermandad. Por apretados yndigios que refiere el cargo
parege que la dicha querella higo dar con falsedad sólo para efecto
de molestar al dicho Francisco de Toro y conpelerle a la paga del
pregio y uenta de la real justicia.” El juez le puso culpa. Y por
los cargos 2., 3.°, 4.° y 5.° le condenó “en mili pesos de a ocho reales
aplicados para la cámara y gastos de estrados del Consejo por mitad.

10 20: 94-96 (30 enero 1615).


La acusación era muy grave: se habría tratado de una especie de
cohecho. Véanse las condiciones que pide Castillo de Bovadilla para la
probanza de estos delitos, t. II, 1. V, c. I, núms. 219-231. Nótese que de
este cargo, así como del quinto, el Juan Fernández de Salazar quedaba
considerado como delincuente.
180 El Fabio de la «Epístola Moral

Confirmamos la dicha sentencia con que los mili pesos sean treqientos
ducados, que aplicamos la mitad para la Cámara de su Magestad, y
gastos de estrados del Consejo y obras pías la otra mitad . Se tra¬
taba de delitos de feo carácter: contratación prohibida, nombramiento
a persona dependiente que comete muchas irregularidades y exacciones,
cohecho y, en fin, falsa denuncia. El juez no le hacía culpable direc¬
tamente a Tello, pero sí por su asociación con el Juan Fernández
de Salazar, hombre sin escrúpulos y aun delincuente verdadero. El
Consejo confirma la sentencia, pero reduce la pena de mil pesos a
trescientos ducados.

TIMBA Y COBRO DEL BARATO

6) “que tubo en su cassa, tiempo de tres o quatro meses, juego


de naipes, donde jugaban la primera y al parar. Y se sacaba de barato
treinta y dos reales de cada baraja”. El juez le puso por ello culpa.
El Consejo lo confirma; la pena, remitida para el final.
No cabe duda que el juez lo consideró probado, puesto que le
puso culpa. Desde los primeros tiempos de la colonización se habían
tomado medidas restrictivas del juego; y no tardó en verse que mu¬
chas veces eran las autoridades las que delinquían12. Precisamente
Felipe III había dado disposiciones contra las justicias que, quién
lo diría, tenían juego en su propia casa. Estas disposiciones son los
antecedentes de la ley 2.a del título 2.° del libro 7 de la Recopilación
de Leyes de... Indias, en la que se lee esta declaración tan curiosa como
lamentable: “júntase a jugar en tablages públicos mucha gente ociosa...
de que han resultado muy graves inconvenientes y delitos atroces...
demás de los desasosiegos e inquietudes... por el interés de baratos
y naypes...” Ahora viene lo bochornoso: “y porque estas juntas,
juegos y desórdenes suelen ser en las casas de los Gobernadores,
Corregidores, Alcaldes mayores y otras justicias a cuyo cargo y obli¬
gación está el castigo y exemplo público... mandamos a los Virreyes,
Presidentes, Audiencias, Gobernadores, Justicias que... hagan casti-

12 Comp. la cédula contra don Francisco Tello, oidor de Méjico, y el


licenciado Guerrero, alcalde del crimen, año 1594, Cedulario Indiano, II,
pág. 26.
Fallo del juicio de residencia 181

gar y castiguen los delitos cometidos en casas de juego y tablages...


y constando que los Gobernadores, Corregidores, Alcaldes mayores y
Justicias los tienen, amparan o permiten, procedan los superiores con¬
tra ellos, haciendo justicia con particular exemplo y demostración...”
Don Alonso Tello había cometido ese delito y precisamente por
el interés del barato.

OTROS CARGOS

He aquí otros cargos: 7) que sólo visitó ejidos y términos una


vez, debiendo cada año 13; 8) que no puso arancel de los derechos de
las justicias, y si puso alguno fue tan “maltratado que no se podía
leer. Y le mandó quitar y nunca más se boluió a poner”14; 9) que
había consentido ciertos tenientes de alguacil mayor; 10) “que los
papeles del Archiuo de la dicha qiudad están sueltos y mal acomodados
y no ay libro ni ynbentario dellos”15; 11) que el fiscal y el algua¬
cil eclesiásticos han andado sin casquillo de plata en la vara, contra
lo mandado 16; 12) que hizo ausencia, sin la licencia debida, por tres
o cuatro meses: acusación que sólo muy difícilmente podría ser ver-

13 Sobre la obligación de los corregidores de Indias de visitar los tér¬


minos de su corregimiento, véase Ley 15, título 2, del libro 5 (Recopilación
de Leyes de los Reinos de las Indias). Pero esta ley no hacía sino reproducir
la que obligaba a los corregidores peninsulares a visitar anualmente los tér¬
minos y mojones de su distrito; véase Castillo de Bovadilla, t. II, 1. V,
c. IX, págs. 943 y sigs. La obligatoria visita anual a mojones y términos era
una de las cosas que se preguntaban a los testigos en la residencia; Ibid.,
t. II, 1. V, c. I, núm. 9, pág. 734.
14 Ibid., t. II, 1. V, c. I, núms. 12-13, pág. 735.
15 Por lo visto el arreglo de esos papeles por el escribano mayor —que
hemos mencionado más arriba, pág. 134, n. 9— fue insuficiente o se descom¬
puso en seguida. Una de las preguntas a los testigos, en la residencia, era si el
corregidor había guardado y tenido en orden los documentos del Ayunta¬
miento, Castillo de Bovadilla, t. II, 1. V, c. I, núm. 21, pág. 736.
16 Esto del casquillo de plata era preceptual. A los testigos de las resi¬
dencias se les preguntaba “si saben que el dicho Corregidor y sus oficiales
hayan consentido traer vara de justicia en esta ciudad o su Iurisdición a
personas que no tuuiessen poder de su Magestad, o del dicho Corregidor,
o que los ministros de las Iusticias Eclesiásticas no traygan casquillos de pla¬
ta en las varas”. Ibid., núm. 29, pág. 737.
182 El Fabio de la «Epístola Moral»

dadera17; 13) que el escribano d.el Cabildo no había llevado libro


donde se tomasse ragón de los depósitos; 14) que no había elegido
un escribano de número para asentar las penas de cámara, y las que
se aplican para la guerra u obras públicas o pías, ni tomado cuenta
al fin de cada año 1S. De estos cargos, en unos le puso culpa el juez
de residencia (7, 8, 10, 11, 13, 14), remitiendo la pena al final.
El Consejo confirma las sentencias absolutorias (9 y 12), y de las
otras las confirma siempre en cuanto a la culpa (salvo en el 11, el
cargo de los “casquillos de plata”, en que absuelve a don Alonso),
pero las revoca en cuanto a la pena.

FALTA DE FIANZAS

15) “que no dio fiangas en todo el tiempo...; el juez le pusso


culpa y remitió la pena al final = Reuocamos la dicha sentengia y
le absoluemos al dicho don Alonso”.
En efecto, por ninguna parte encontramos que don Alonso cum¬
pliera la disposición legal que ordenaba tal fianza: “... los corre¬
gidores... antes de que sean recibidos y usen sus oficios, den fianzas
legas, llanas y abonadas, en las ciudades donde hubieren de exercer, de
que darán residencia...”. Así se lee en la ley 8.a, del título 2.°, del
libro 5.° (Recopilación), la cual recoge el sentido de muchas disposi¬
ciones anteriores, desde 1551. En cambio, don Jerónimo de Monteale-
gre (aleccionado con lo que estaba pasando con la residencia de Tello)
se apresuró a cumplir con este precepto, si no exactamente antes de
tomar posesión (la tomó el 1 de octubre de 1618), pocos días después,
el 26 del mismo mes 19.

17 Si la acusación era de ausencia seguida, a no ser que se falsificaran


las actas del Cabildo, lo que no creo. Sobre ausencia de los corregidores se
preguntaba también a los testigos, Ibid., núm. 42, pág. 739.
18 Comp. Ibid., núm. 40, pág. 739.
19 22: 184. “El señor Corregidor ofreció por fiadores de Residencia al
señor Correo Mayor y a Francisco de Villafuente”. Y la Ciudad los admite.
Sobre las fianzas de residencia, véase Castillo de Bovadilla, t. II, 1. V,
c. I, núms. 84-98 y Villadiego, fol. 161 v. Comp. Lohmann, pág. 172.
Fallo del juicio de residencia 183

¿UN MATBTMONIO CLANDESTINO?

16) "... se le hace cargo de las presunciones y yndifios que rre-


sultan del dicho de los testigos, en ra?ón de auerse cassado y tratado
de cassarse durante el tiempo de su corregimiento con vna mujer prin¬
cipal natural de la dicha ciudad. = Del dicho cargo el juez le absol-
uió por no provado = Confirmamos [dice el Consejo] la dicha sen¬
tencia.”
Como vamos a ver en seguida, la acusación era cierta. En Méjico
tenía que ser hecho conocido de todos. Más aún, como veremos, el
Consejo de Indias tenía pruebas evidentes de que Tello había querido
casarse en Méjico.

MÁS CARGOS. PENA FINAL. DECLA¬


RACIÓN DE “BUEN JUEZ Y MINISTRO”

17) ... Que no miró por el bien de los yndios en las cossas que
refiere el cargo.” El juez le puso culpa. El Consejo le absolvió.
No conocemos, y es lástima, en qué se basaba la acusación. La
legislación española que ordenaba dar buen trato a los indios es muy
abundante 20.
18) “que contra las leyes reales hico remate en Alonso de Uega,
oficial mayor de la diputación de la Renta y alcavala de trigo, arina,
mayz y otras cossas. El qual nombró por cobrador a Pedro Mexía,
alguacil de la diputación. Y en la cobranca se hicieron agrabios y
molestias”. El juez le puso culpa; el Consejo le absolvió.
19) “... que a moderado las penas de las ordenabas, sin enbargo
de auer lleuado su tercia parte, no lo pudiendo hacer”. El juez le puso
culpa y remitió la pena al final; el Consejo lo confirmó.
20) Por último, “... que en vna denunciación que hico Pedro
Farfán, alguacil, contra Gregorio de León, por hauerse hallado en su
tienda dos varajas de naypes falsos, no guardó la pena de la orde¬
naba, antes la moderó en ciento y cruenta pessos, de los quales
llevó la tercia parte. Y conforme a la dicha ordenaba auía de ser

Leyes 18-27, título II, libro V, Recopilación.


184 El Fabio de la «Epístola Moral»

condenado en mili ducados”. El juez le puso pena y le condenó a


restituir los cincuenta pesos. “Y la demás pena remitió al final.
Y por ella le condenó en mili pesos que aplicó para la Cámara la
mitad y la otra mitad para gastos de estrados del Consejo y salarios
y gastos desta rre£iden§ia por mitad, y en lo que se repartiere para
la saca y traslado desta rezidenpa. Y le declaró por vuen juez y
ministro.” El Consejo confirmó la sentencia en cuanto a la culpa,
absolviéndole de la restitución de los 50 pesos. Y por lo remitido al
final moderó la pena en 200 ducados (en vez de mil pesos), la mitad
para la Cámara, la mitad para gastos de estrados. Esta sentencia fue
pronunciada por los señores del Consejo, en Madrid, a 21 de marzo
de 1620.

SENTENCIAS CONTRA MINISTROS Y OFICIALES


DE D. ALONSO. MÁS FERNÁNDEZ DE SALAZAR

Siguen 56 sentencias de los ministros y oficiales de Tello. Los car¬


gos a los regidores son casi siempre los mismos: haber nombrado por
alcaide de la alhóndiga a Juan Fernández de Salazar, “que usurpó
muchos pesos de oro”; haber admitido a Tello como corregidor sin
fianza; haber llevado mal los libros del archivo; haber nombrado un
veedor de ejidos...
La última sentencia es contra Domingo21 de Salazar, “alcaide que
fue de la Alhóndiga”: este Salazar era persona supuesta por Juan
Fernández de Salazar para sus manejos y negocios en la alhóndiga.
Quizá retirándose con tiempo del cargo de alcaide, Juan Fernández
de Salazar logró esquivar la residencia. Recuérdese que este Salazar
había sustituido, en 4 de noviembre de 1616, a Fernández de Sala-
zar como alcaide de la alhóndiga22. Pero al nuevo alcaide (Salazar)
le afianza el antiguo (Fernández de Salazar); y no sólo esto, sino que

21 Yo leí “Diego de Salazar” en la sentencia. Sin poderlo comprobar


ahora, encuentro que en la impresión de las Actas del cabildo se le llama
“Domingo de Salazar”. Véase más arriba, pág. 178, n. 7.
22 21: 98. El nombramiento de Salazar “por el resto de este año [de
1616]”. Se le confirma a 1 de enero de 1617 (21: 149); pero dimitió de su
cargo en mayo del 17. El día 10 de julio de 1617 se nombró alcaide de la
alhóndiga a Lorenzo de Guzmán (21: 238). Se le vuelve a nombrar a 1 de
enero del 1618 (22: 8).
Fallo del juicio de residencia 185

cuando en 12 de mayo de 1617 hace dejación Salazar del oficio, de¬


clara, no sin asombro nuestro: “los pesos que han procedido de
los derechos de los granos que en dicha alhóndiga han entrado en
el tiempo que en ella ha sido alcaide, los ha ido recibiendo Juan Fer¬
nández de Salazar, mi antecesor, como fiador que es mío. Suplico a
Vuesa señoría se le tome la cuenta...”. Juan Fernández de Salazar
dice también que desea darla, pero pide que se le pague su salario
de 1616, que se le debe. La Ciudad acuerda que se le libre 23.

23 21: 2 1 2-2 1 3. Sin embargo, en 3 de noviembre de 1617, aún no le


habían pagado a Fernández de Salazar su salario de 1616; en ese día lo
reclama por medio de Juan de Altuna (21: 275).
Comp. con el juicio de residencia publicado por el Dr. Tulio von Bülow
(Un juicio de residencia a principios del siglo XVII. Residencia tomada a
don Gonzalo Vázquez de Coronado, en Rev. de los Archivos Nacionales,
San José, Costa Rica, VIII, 1944, págs. 239-259). Vázquez de Coronado
había sido Gobernador y Adelantado de Costa Rica; la tierra era muy
distinta de la de nuestro caso, y también, por tanto, las obligaciones del
residenciado, y los cargos contra él. Le reprochan, como a nuestro don Alonso,
el juego, pero, en este aspecto, la acusación mayor va no contra el Adelantado,
sino contra el alguacil mayor. Un testigo dice: “... a bisto jugar en las
[casas] de Gaspar Pereira de Cardosso alguacil mayor desta Ciudad el dicho
juego de pasar y primera... y quell dicho alguacil mayor metía los naypes
y ssacaba el barato para su persona..,” (pág. 247). También Vázquez de
Coronado tenía, según algún testigo (pág. 252), una especie de familiar en
su casa, un Toribio Sánchez, que le servía de tapadera para comerciar
(como el Fernández de Salazar a nuestro don Alonso). Acusaciones seme¬
jantes abundaban en los juicios de residencia: el caso de don Alonso no
era nada anormal.
vn

BODA CLANDESTINA DE DON ALONSO TELLO

LAS INICIALES DEL AMOR

Entre las acusaciones presentadas contra don Alonso hay una que
nos ofrece particular interés. Recordemos que poco antes de embar¬
carse para Méjico, pidió licencia para dejar en España a su esposa
doña Marina, la cual se encontraba gravemente enferma, tanto, que
no se esperaba que saliese de su enfermedad. Don Alonso, que tenía
la costumbre —entonces de moda—» de asociar a su firma la inicial
de su amor, escribía su nombre entre dos letras M, y así lo continuó
haciendo por lo menos hasta, aproximadamente, mediados de enero de
1616 \ lo cual debemos interpretar como prueba de que hacia esa
época —^viviera aún o no su mujer— su corazón no había cambiado.
En el cargo 16 del juicio de residencia, vemos que se le acusa de
“auerse cassado y tratado de cassarse” durante el tiempo de su corre¬
gimiento, con una mujer principal, natural de la ciudad de Méjico;
hemos visto también que el juez le absolvió por no probado... Y sin
embargo...
En una firma algo más de año y medio después de haber dejado
de ser corregidor, observamos que las dos letras M que flanqueaban el
nombre de “Don Alonso Tello”, han desaparecido. En su lugar, ante¬
puesta, aparece una elegante Y que va a enlazarse con la D de Don.
Empezamos a sospechar.

1 El documento no tiene fecha (es el memorial de sus servicios de


Acapulco), pero sí la certificación de Guadalcázar sobre ese servicio de don
Alonso, que es del 19 de enero de 1616.
Boda clandestina de don Alonso 187

PETICIÓN AL CONSEJO DE INDIAS

Y nuestra sospecha aumenta muchísimo cuando entre las minutas


de solicitudes del Consejo de Indias, nos encontramos ésta, bien elo¬
cuente :

t
Señor

Don Alónsso Tello de Guzmán, a quien Vuestra Magestad hi?o merced


del corrigimiento de Méjico, dize que siendo el dicho don Alonso de alguna
hedad se alia sin hijo que pueda sucederle en el mayorazgo que tiene
y a muchos años que le poseen sus abuelos = Supplica a Vuestra Magestad
le haga merced de darle Ucencia para casarse en qualquier lugar de las
Yndias 2, que en ello resciuirá merced.

Debajo1 está la resolución:

No ha lugar lo que pide


En el Conssejo a 8 de Junio 6163.

No cabe, pues, duda: don Alonso había enviudado; había soli¬


citado licencia para casarse en Méjico; se la habían denegado. Con
lo que la noticia de la muerte de doña Marina pudo tardar en llegar
a Méjico, el tiempo que don Alonso tardara en decidirse a enviar su
petición al Consejo, el tiempo que tardara ésta en llegar a España,
y el que el Consejo tardara en resolver, hay que pensar que el falle¬
cimiento de doña Marina tuvo que ocurrir muchos meses antes, pro¬
bablemente quizá no mucho después de la partida de don Alonso de
España para Méjico. La enfermedad de doña Marina no había sido
un pretexto, como en algún momento sospechamos, sino una cosa
muy real.

2 Primero se escribió lugar o provincia destos Reynos o de las


Yndias...”, y luego se testaron las palabras “destos Reynos o”.
3 Audiencia de Méjico, 134, 28 a.
188 El Fabio de la «Epístola Moral»

PROHIBICIÓN DE MATRIMONIO A LOS


CORREGIDORES EN LAS INDIAS

Una cédula de Felipe II, del año 1592, recordaba la rigurosa pro¬
hibición de los casamientos, dentro de los términos de su mandato,
de varias autoridades importantes de las Indias, entre ellas, los corre¬
gidores :
... que no se pudiessen casar sin mi licencia los Virreyes, Presidentes,
Oydores, Alcaldes del Crimen, ni sus oficiales, ni sus hijos ni hijas, ni
oficiales de mi hazienda. Gouemadores, Corregidores, Alcaldes mayores por
mí proveídos en los districtos donde sirviessen sus oficios so pena que por
el mismo hecho que se casassen sin la dicha mi licencia, quedassen vacos
los dichos sus oficios, para que se pudiessen proueer en otros.

Aquí recuerda el texto de la cédula otras prohibiciones anteriores,


del mismo Felipe II, entre ellas una de 1582 4; y porque algunos habían
entendido poder obtener la licencia, continúa el texto así:

Y porque por dezirse en las dichas cédulas que los en ellas contenidos
no se puedan casar sin mi licencia, se ha entendido que con la esperanza
que tienen de que yo se la mandaré dar, algunos han tratado de casarse
y entretenido en secreto los conciertos de sus casamientos, y no auiendo
yo de dar las dichas Ucencias, como en manera alguna no se las daré, se
podría incurrir en peligro de las honras y haziendas con quien los dichos
ministros tratassen sus casamientos...

Para evitar esos posibles males, continúa la cédula:

... declaro, quiero y es mi voluntad que qualquiera de los ministros y


oficiales... [que] tratare o concertare de casarse... con esperanza de que
les tengo de dar licencia para que se puedan casar en los distritos donde
tuvieren sus oficios, o embiaren por ella, incurra ansimismo en la dicha
privación de sus oficios como si verdaderamente efetuaran sus casamientos
y que no puedan obtener otros ningunos... en las dichas Indias5.

4 Cedidario Indiano, I, pág. 353.


5 Cedulario indiano, I, págs. 353-354. La prohibición está recogida en
la Recopilación, ley 44, título II, libro V, pero lo es de “casarse” (no de
“tratar de casarse”). La fórmula “casarse ni tratar casamiento”, vuelve sin
embargo, a aparecer en una disposición de 1676, v. Recopilación, tomo I,
pág. 395.
Boda clandestina de don Alonso 189

Por lo demás, estas disposiciones referentes a los territorios de


Indias, no hacían sino aplicar a ellos el principio general que aun en
la Península prohibía el matrimonio del juez o corregidor con su súb¬
dita 6, pues se pensó siempre, con razón, que la autoridad podía for¬
zar, de modo material o moral, la voluntad de la mujer. Y mucho
más, claro, en los inmensos territorios de América, en puntos tan
alejados, a veces, de toda inspección.

LA CULPABILIDAD INTEN¬
CIONAL DE DON ALONSO

Ahora se podrá entender a qué apuntaban las denuncias que sobre


esta cuestión se habían hecho contra don Alonso Tello durante el
juicio de residencia: “las presum9i0n.es y yndÍ9¿os que rresultan del
dicho de los testigos, en ra9Ón de auerse cassado y tratado de cassar-
se con una mujer prm^ipal natural de la dicha 9Íudad”. Probable¬
mente, los testigos denunciantes sabían bien que don Alonso Tello
había intentado casarse y no estaban tan seguros de si lo había hecho:
así interpreto —>quizá un poco aventuradamente—- “en ra9Ón de auerse
cassado y tratado de cassarse”. A nosotros sí que nos consta que había
tenido, por lo menos, el pensamiento de casarse. Más aún: sabemos
que por el mero hecho de solicitar licencia para casarse, había ido
contra la disposición de 1592, y había quedado incurso en sus conde¬
naciones. El Consejo de Indias, al recibir esa petición, debió destituir
a don Alonso y declarar vacante su puesto. Eso, si se hubieran cum¬
plido las leyes. Pero, ¡cuántas veces, en España, y en cuántas épocas
han dejado de cumplirse, aun por las mismas autoridades! Por otra
parte, las leyes omniprevisoras, como muchas de las de Felipe II,
tenían ya mucho en ellas mismas para que nadie las cumpliera: se
prohibía que las justicias de Indias “trataran de casarse”. Pero, en esas
materias, ¿dónde está el límite entre tratar y no tratar?
Que don Alonso Tello trató de casarse, no cabe duda. Pero vamos
a encontrar otras novedades.

6 Véase Castillo de Bovadilla, t. II, 1. V, c. III, núms. 119-120, “Jue-


zes, donde lo son, si pueden casarse ellos y sus hijos”, etc.
190 El Fabio de la «Epístola Moral

EL MARISCAL DON CAR¬


LOS DE LUNA Y ARELLANO

En el Archivo de Indias existe un curioso escrito, de 4 de junio


de 1621, del mariscal don Carlos de Luna y Arellano \ Era señor
de Ciria y Borovia. Hombre que andava por los setenta años 7 8, había
estado, aún muy joven, en la Nueva España, y había vuelto a ella
en 1575. Había servido en muchos puestos, ya de paz, ya de guerra:
había sido gobernador y capitán general del Yucatán y Campeche;
teniente de capitán general de los Chichimecas en tiempo de guerra
y castellano de San Juan de Ulúa, alcalde mayor de la ciudad de los
Ángeles 9 y de la de Guajaca y de Cuantitlán, de la ciudad de Suchi-
milco y otros oficios. Esta enumeración procede de una carta del
conde de Priego al rey (26 de febrero de 1622), dándole cuenta de las
personas de mérito que había en la Nueva España “para los officios
que se prouean por Vuestra Magestad”. Es una de esas cartas, llenas
de ponderación y celo, que muestran con qué magnífico deseo de
hacerlo bien comenzó su oficio aquel virrey, cuyo gobierno terminaría
tan desastradamente, el 15 de enero de 1624.
El conde de Priego dice en esa carta que don Carlos de Luna, en
los oficios que había tenido, había procedido “con rrectitud y lim¬
pieza” 10. En una carta de Guadalcázar al rey (26 de mayo de 1621)
también se dice que don Carlos “a dado muy buena quenta de sus
empleos” “.
Sin embargo, no todo fueron flores en los oficios de don Carlos
de Luna. Durante su gobierno en Yucatán hubo grandes protestas

7 AGI, Audiencia de Méjico, 139, ramo 4, núm. 52.


8 Carta de Guadalcázar al rey: “El Mariscal D. Carlos de Luna y Are-
llano, de setenta años, a sido Gouernador de Yucatán y tenido otros ofñcios
en este Reyno, de que a dado muy buena quenta”, Méjico, 26 de mayo 1621
(AGI, Audiencia de Méjico, 29, ramo 4).
9 En la lista de los Alcaldes Mayores de la Puebla que trae Zerón Zapata
(La Puebla de los Angeles en el siglo XVII, Méjico, s. a.) figura el mariscal
don Carlos de Luna y Arellano dos veces en 1590 (pág. 67) y en 1627
(pág. 69). Otros miembros de la familia tuvieron el mismo cargo: en 1614
don Tristán de Luna y Arellano y en 1635 don Carlos de Arellano.
10 AGI, Audiencia de Méjico, 29, ramo 5.
11
AGI, Audiencia de Méjico, 29, ramo 4.
Boda clandestina de don Alonso 191
contra él. A 26 de setiembre de 1605, el Cabildo de Mérida pre¬
sentaba una petición contra él para que se leyese en el Real Acuerdo,
por los terribles excesos que como gobernador del Yucatán había come¬
tido. El Cabildo de Mérida nombró como procurador suyo al Oidor
de la Audiencia de Méjico, Pedro de Otálora; pero parece que éste
no satisfizo tampoco a los de Mérida, que en 1607 pidieron un juez
visitador. El mariscal era poderoso, y emparentado con el virrey, mar¬
qués de Montesclaros12.
Hombre de tantos oficios, quizá más acostumbrado a los tiempos
bravos, del siglo xvi, que a las pequeñas intrigas civiles, sin duda
muy inteligente, debía estar, con los años, muy agriado y receloso.

EL MARISCAL, SUEGRO (A
LA FUERZA) DE DON ALONSO

El largo escrito que vamos, en parte, a comentar, lleva como título


un resumen o minuta, sin duda puesto por un oficial del Consejo
de Lidias, que desde el primer momento llamó nuestra atención:
Quéxasse del agrauio que el Corregidor don Alonso Tello le a hecho
en auerse cassado clandestinamente con una hija suya, que se la a sacado
por fuerqa de su cassa, y que esto lo a hecho sin lizencia de Su Magestad
y contrabiniendo a las leyes, fauorecido de algunos Oydores de aquella
audiencia; = que no Je pagan sus alimentos...

Como aquí parecía descubrirse a un nuevo don Alonso Tello,


raptor de inocentes doncellas, leimos con cierta emoción el escrito.
Don Carlos menciona algunos de sus oficios (muy prudentemente
calla el de Yucatán... y otros varios: él sabría por qué); habla de
sus tres matrimonios, y de los hijos que de ellos había tenido. Su
segunda esposa, doña María Colon de la Cueva, nos va a interesar
especialmente. Era hija de don Luis de la Cueva, capitán de la guar¬
dia que fue del emperador, y de doña Juana Colón de Toledo. Tuvo
don Carlos, de su matrimonio con doña María Colón, dos hijas. La
segunda se llamó doña Isabel y casó con don Mateo de Mauleón,
hermano del marqués de Cortes. Este don Mateo estuvo casado pri-

12
AGI, Audiencia de Méjico, 28, ramo 1.
192 El Fabio de la «Epístola Moral

mero con una hermana de don Carlos; y ahora, en segundas nup¬


cias, casó con esta doña Isabel, que de sobrina política de don Mateo
pasó, por tanto, a ser su esposa. Para este matrimonio se hicieron
unas capitulaciones, en que se estipuló, entre otras cosas, que se le
darían a don Carlos dos mil pesos de alimentos al año. Doña Isabel
enviudó y casó en segundas nupcias con don Gonzalo de Monroy,
el cual también pagó los mencionados alimentos.
y auiendo enviudado dél, y siendo corregidor desta ciudad don Alon¬
so Tello, pretendió y procuró casarse con doña Ysabel por todas las vías
que pudo; y siéndole bedado por mi gusto y ley tan justa como la que lo
prohibe, intentó que en ese Real Concejo se le diese licencia presidiendo
el Marqués de Salinas, y auiéndosele negado las vezes que lo pidió, lo
atropelló todo y se casó con ella por medios injustos y clandestinos, para
lo qual tuuo licencia en secreto del Arcobispo, de suerte que después juró
en su recidencia que no se la aula dado, y vnos dizen que fue porque él
los casó, y otros que la dio a un frayle que casase a Alonso y a Ysabel,
medios y trasas que no sé si pasan en Ginebra; y presidiendo V. S. Illma.
en ese Real Concejo, justamente me animo a pedir justicia de tantos
agrauios hechos a vasallo de mi Rey, que tan fielmente le e seruido y siruo.

Respiramos; la que imaginábamos inocente doncellita raptada por


don Alonso, era doña Isabel, la hija de don Carlos de Luna, la cual
había pasado por dos tálamos antes de llegar al de don Alonso.
Inmediatamente vamos a ver que el odio de don Carlos a su yerno
Tello tenía una causa muy concreta. Lo que resulta claro es que don
Alonso se casó contra las Reales Cédulas, contra la voluntad expresa
del Consejo de Indias, con doña Isabel; que el matrimonio fue secreto,
y que el arzobispo lo favoreció, bien casándolos él mismo, bien dando
orden a un fraile para que casara a un “Alonso” y una “Isabel”; por
lo que pudo jurar, cuando en la residencia fue preciso, que no había
habido tal permiso; “trazas”, exclama indignado don Carlos, que no
sabe si ocurren en la calvinista Ginebra.

NO TAN A LA FUERZA. CAUSA DE LA IN¬


QUINA DEL MARISCAL CONTRA DON ALONSO

Por lo demás, tenemos muchos motivos para dudar que don Car¬
los se opusiera al matrimonio; las relaciones entre él y Tello parecen
Boda clandestina de don Alonso 193

haber sido durante mucho tiempo, francamente buenas: ya le hemo9


visto que en 1614 acepta “regir” la plaza, en las fiestas de San Hipó¬
lito, y pide lugar para que sus hijas y nietas las puedan ver; y el
Cabildo se lo da. Más interesante es que en junio de 1617 (es decir,
más de un año después de las gestiones de Tello para obtener licen¬
cia para casarse) se presente el mariscal al Cabildo con una petición
para hacer un portal enfrente de las casas de su morada en la parro¬
quia de la Veracruz, “frente al convento de los descalzos, en la plaza
que allí se hace a la huerta del dicho monasterio”. Pide también
agua: “padecemos mucha necesidad de agua por estar el barrio muy
poblado de indios y españoles y ser grande el concurso que por
aquella calzada entra y sale” 13. El asunto se remite... ¿a quién? Pues,
precisamente, a don Alonso Tello, en compañía de un regidor, en
cada uno de los dos casos. Y ambas peticiones se conceden el 14 de
agosto de 1617 14.
Cuál era la verdadera causa de la inquina de don Carlos contra su
yerno nos lo revela, sin más, la lectura de algunos párrafos de su
escrito. Recordemos que los esposos de doña Isabel primero y segundo
habían pagado a don Carlos, sin rechistar, sus dos mil pesos “de
alimentos”:
Y añadiendo el dicho don Alonso [un nuevo] delito a los demás, y
ocasiones para perderme, a dejado de pagarme mis alimentos a que esta[ba]n
obligados ej dicho don Mateo, doña Ysabel y don Goncalo; y él daba su
palabra de cauallero de que me los pagaría adelantados Jos tergios y todo
elalcange dentro de vn año primero siguiente. Todo lo qual me resiste con
el amistad y fauor que a tenido de los amigos que grangeó en el tiempo
de su corregimiento...

Quien lee con algo de atención ese párrafo comprende en seguida


que el matrimonio de doña Isabel y don Alonso se hizo con bene¬
plácito de don Carlos, puesto que don Alonso, tercer marido de doña
Isabel, se comprometió, lo mismo que los dos anteriores, a pagarle
sus dos mil pesos de alimentos. Ahora bien, don Alonso se había

13 21: 230.
14 21: 251. Don Alonso Tello declara, por lo que toca al portal, que no
sólo no hay inconveniente “pero antes tiene mucha conveniencia para el ornato
de aquel sitio”.

13
194 El Fdbio de la «Epístola Moral»

negado después a seguírselos abonando (“a dejado de pagarme”).


Y eso es lo que le tenía frenético a don Carlos.
La explicación de las amistades en que se apoya don Alonso para
lograr escaparse de los requerimientos de don Carlos, según el escri¬
to de éste, es interesante porque arroja alguna luz sobre la persona
moral de Tello y sus amistades, y esboza un cuadro del estado de
la justicia y el gobierno en la Nueva España, hacia 1621:
... Todo lo qual [el pago de los alimentos] me resiste con el amistad
y fauor que a tenido de los amigos que grangeó en el tiempo de su corre¬
gimiento, y con el amistad estrecha que tiene con el doctor Galdós de
Valencia, oydor que a la sazón es desta Real Audiencia, y con el Licen¬
ciado Bergara Gauiria [otro oidor], grande su amigo asimismo, con quien
a comido a vna mesa diuersas uezes, y el vno y el otro tan grandes amigos
entre sí que notoriamente es un boto el de los dos...

Sigue diciendo que, por enfermedad de los otros oidores, no hay


más que estos dos votos, precisamente en el momento en que faltó
el virrey, Guadalcázar; que él, don Carlos, ha recusado a Galdós y
que ir a esperar justicia del licenciado Vergara sería inútil,
.., por manera que muero en calma combatido de olas y tormentas que
desharán un arrecife, quanto más un ombre de mis años tan contrastado
de sinrazones.
Supplico a V. S. Illma. me mande hazer justicia dándome juezes desapa¬
sionados y libres, porque es terrible cosa ber triunfar a otros y morir en
proueza a quien a seruido como yo y que sea de martirio el lecho, pues el
mayor es que a un padre de mi calidad y canas quiten la hija con el oficio
de corregidor y que Jos oydores que ay fauorescan esta sin razón como
se be en mi desbentura.

FINAL DEL ALEGATO DE DON CARLOS

Deberíamos aquí dejar la dramática lamentación de don Carlos


por su inexpertísima hijita, que se la habían quitado “con el oficio
de corregidor”. Pero aunque no tenga ya relación directa con la vida
de don Alonso, no puedo menos de transcribir el final del pintoresco
escrito de don Carlos. Después de alabar a Guadalcázar, de presentar
como enemigos “conocidos y declarados” de éste a Galdós y Gaviria
y de ponderar la necesidad de un virrey, las luchas y enemistades
que ve en la tierra, recuerda una anécdota ciertamente interesante:
Boda clandestina de don Alonso 195

... pienso que es bien acordar a V. S. Illma. lo que le pasó al Virey


don Antonio de Mendosa que auiendo hecho junta de los mejores enten¬
dimientos que halló entonses, les propuso que biesen los daños que podían
suqeder a este Reyno.., que dijesen lo que se les ofreciese. = Vnos dijeron
que los munchos negros que se trayan a este Reyno eran muy de temer. =
Otros, que Jos mulatos, que tanto crecían. = Otros, los yndios, y finalmente
los enemigos de fuera, y él respondió que lo que le daua más cuydado era
los hijos y nietos de nosotros mismos, que auían de ser munchos, y morir
de hambre, porque las encomiendas se acababan y el encomendero primero
conquistador, auía de tener munchos susesores y no auía de bastar para
todos. =. Este tiempo es ya llegado, y hago recuerdo a V. S. Illma. que
los discípulos de Xpo le conocieron por Dios en el repartir del pan, y
certifico que la tierra está apartadíssima y que es muncho menester el prudente
y cristiano gouiemo de V. Sa Illma., a quien guarde Dios con los acrecen-
tamentos que puede. México, Junio 4 de 1621.

El Mariscal don
Carlos de Luna y Arellano

Añadamos ahora, sólo, que don Alonso Tello y doña Isabel Co¬
lón tuvieron, por lo menos, un hijo llamado don Diego Antonio Tello
Colón, del que aún hemos de decir algo.
VIH

UN FRACASO DE DON ALONSO: EL HÁBITO


DE SANTIAGO

SE DESCARTA OTRO DON ALONSO TELLO


DE GUZMÁN, QUE NO ES EL NUESTRO

El gran empujón en las investigaciones sobre la Epístola Moral


lo dio, como sabemos, don Adolfo de Castro. Tenemos ahora, sin
embargo, que rectificar un grueso error que —entre muchas cosas
verdaderas y bien dichas— quedó estampado en su librito —más exac¬
tamente folleto— de 1875. Es tal la desidia y la flojedad que predo¬
minan en la erudición sobre temas de literatura española, que la equi¬
vocación de don Adolfo ha podido quedar casi ochenta y cinco años
sin que nadie la toque.
El capítulo IX de La “Epístola Moral” no es de Rioja. Descubri¬
miento de su autor verdadero, por don Adolfo de Castro, está dedi¬
cado a rastrear la personalidad de don Alonso Tello de Guzmán.
Dice Castro:
Este Sr. [D. Alonso Tello de Guzmán] ejerció el corregimiento [de
Méjico] desde el año de 1612 hasta el de 1618 en que le sustituyó D. Ge¬
rónimo de Montealegre U

Esto es lo único casi exacto que hay en el capitulillo IX de la


obra de Castro, y digo casi, porque, como hemos visto más arriba.

1 Obra cit., pág. 26. El cap. IX comprende las págs. 26-28.


TJn fracaso de don Alonso 197

don Alonso no “ejerció” el cargo hasta el 19 de septiembre de 1613,


si bien había sido nombrado en octubre de 1612. Estas noticias sobre
don Alonso se las comunicó a Castro don Francisco de Paula Juárez,
“dignísimo e ilustrado Archivero de Indias” 2 3.
Todo lo demás que Castro dice sobre don Alonso Tello es —como
veremos— el resultado1 de una lamentable confusión: que don Alonso
Tello fue a Lisboa en 1619 enviado por la ciudad de Sevilla, que
Vera le cita como poeta en el Panegírico por la poesía, que en 1637
don Alonso (que era caballero de Calatrava) tuvo un incidente con
ciertos oidores, en Sevilla, en el cual intervinieron los inquisidores
por ser don Alonso familiar del Santo Oficio; que eran sus padres
don Cristóbal Tello de Guzmán y doña Francisca de Valladolid, con
otros pormenores del linaje; y algunas noticias más, entre ellas que
don Alonso era veinticuatro y que estuvo casado con doña Constanza
Maldonado de Saavedra.
Nosotros sabemos ya que algunos de estos datos no pueden corres¬
ponder a nuestro don Alonso, cuyas esposas fueron la primera doña
Marina, la segunda doña Isabel (y ninguna doña Constanza).
Aclaremos la confusión de Castro. Esos datos de Castro no son
sino muy verdaderos, si los atribuimos a un don Alonso Tello de
Guzmán, que ciertamente vivió en Sevilla; pero del cual no hay
ningún dato de que estuviera nunca en Méjico. Son, en cambio, total¬
mente falsos si los atribuimos —como hizo Castro— a nuestro don
Alonso Tello de Guzmán, corregidor de Méjico.
En efecto, en el índice de pruebas... de Calatrava..., figuran con
el núm. 2569 las de un Alonso Tello de Guzmán, Sevilla, 1625. Las
pruebas tuvieron un tropiezo, por una bastardía, pero por fin se des¬
pachó el hábito el 5 de setiembre de 1631. Éste es el don Alonso
Tello de quien habla Castro: el abolorio que le da, y el árbol genea¬
lógico de las pruebas son exactamente el mismo \ Pero no existe el

2 Obra cit., pág. 26, n. 1.


3 Castro (págs. 27-28) consigna estos datos de un ms. de la Colombina,
que a él le facilitó don Juan José Bueno: “D. Juan Gutiérrez Tello y D.a Leo¬
nor de Guzmán hubieron de su legítimo matrimonio a D. Fernando Tello de
Guzmán, que murió mozo. Hijo natural de éste y de una señora nobilísima
del linaje de los Manriques fué don Cristóbal Tello de Guzmán, el cual
habiendo casado con D.a Francisca de Valladolid tuvo sucesores, entre ellos
el D. Alonso Tello de Guzmán”. Comp. con el árbol genealógico que figura
198 El Fabio de la «Epístola Moral

menor dato de que este personaje estuviera nunca en Méjico* * * 4, aun¬


que sabemos algunos pormenores que jalonaron buena parte de su
vida: 1619, en Lisboa; 1625-1631, en España (nadie le da como
ausente, en las pruebas, y positivamente estaba en España al prin¬
cipio y al final de ellas); 1637, en Sevilla...

en el AHN al frente de las pruebas para la obtención de hábito (Calatrava


2569): “D. Alonso Tello de Guzmán, natural de Sebilla. = Padres: D. Cris¬
tóbal Tello de Guzmán, natural de Sebilla; D.a Francisca de Valladolid,
natural de Sebilla. = Abuelos paternos: D. Fernando Tello de Guzmán,
natural de Sebilla, y D.a Inés Manrrique, natural de Sevilla. = Matemos:
Gerónimo de Valladolid, natural de Burgos, y D.a Mencía de Medina, natural
de Burgos. = En Madrid, 13 de Abril de 1627”. Comp. con el árbol genealó¬
gico de nuestro D. Alonso Tello de Guzmán, el corregidor de Méjico, que
reproducimos en el texto, véase más abajo, pág. 202. La total homonimia
unida a que don Alonso el corregidor lo fué hasta 1618, y el otro don Alonso
estuvo en Sevilla en 1619 (no había contradicción en las fechas) llevó a don
Adolfo de Castro a mezclar desatinadamente los escasísimos datos que tenía
de nuestro corregidor (el nombre y las fechas del corregimiento) con los
pocos que poseía del otro don Alonso (su abolorio, la ida a Lisboa, la men¬
ción en el Panegírico por la poesía, y una anécdota).
4 Este don Alonso Tello de Guzmán pasó a Portugal en 1619, enviado
por la ciudad de Sevilla, cuando la visita de Felipe III a la capital portu¬
guesa (según Ortiz de Zúñiga, citado por Castro, pág. 26). Pero nuestro
don Alonso, el personaje que a nosotros nos interesa, según repetidas prue¬
bas que poseemos, estaba en Méjico. El rey estuvo en Lisboa el verano
de 1619: en agosto Fernández de Salazar, por ausencia del pretendiente, fir¬
maba el árbol genealógico de nuestro don Alonso y varios testigos de las prue¬
bas —comenzadas el 27 de noviembre de 1619—- dicen que el pretendiente está
“en las Indias”, y una carta denunciatoria le hace en Méjico (véase en el
texto, págs. 202-203, 208 y 211-212); por otro lado, en Méjico comunicaba
nuestro don Alonso al Cabildo de la capital, a principios de febrero de ese año,
que el virrey le había nombrado alcalde mayor de la Puebla (véase más abajo,
págs. 218-219). Este don Alonso, que fue caballero del hábito de Calatrava (en
contraste con el nuestro —-que pretendió y no consiguió vestir uno de Santia-
S° j v. más abajo, págs. 222-223), fue algo poeta y como tal lo menciona el
Panegírico por la poesía de don Fernando de Vera (ed. Cardenal, en Rev. de
Bibliografía Nacional, II, 1941, pág. 334). Era también, sin duda, más joven
que el nuestro. Las pruebas de limpieza de este don Alonso Tello de Guz¬
mán que Castro confundió con el nuestro, se aprobaron en 5 de setiembre
de 1631, fecha en que el Consejo ordena que se le despache el hábito. De
este personaje se cuenta una anécdota de 1637 (Castro, pág. 27). Estas fechas
1631 y 1637 son también incongruentes con la vida del don Alonso que a
nosotros nos interesa (v. más abajo, págs. 222-223).
Un fracaso de don Alonso 199

VOLVEMOS A NUESTRO DON ALON¬


SO : EL REY LE CONCEDE UN HÁBITO

El don Alonso Tello del libro de Castro, no es nuestro personaje.


Pero, en cambio, en el índice de pruebas... de Santiago5 6 se lee
“‘Tello de Guzmán (Alonso) —Sevilla 1619—■” \
Hojeemos este expediente de la sección de Órdenes militares de
nuestro Archivo Histórico Nacional.
El rey —en Lisboa, a 20 de julio de 1619— había concedido a
este don Alonso Tello de Guzmán un hábito de Santiago. Sabido
es el trámite: el rey concedía el hábito; pero a continuación se
hacían las pruebas de limpieza, de modo que por el resultado de
éstas quedaba condicionada la concesión. Sólo cuando las pruebas
eran favorables, el Consejo de las Órdenes libraba el título, que el
rey firmaba. El interesado recibía entonces el codiciado hábito 7.

REAPARECE UN ANTIGUO CONOCIDO NUESTRO

En un expediente del tipo de este de que hablamos, después de


la concesión real sigue el árbol genealógico presentado por el pre¬
tendiente, cuya firma —como garantía de la verdad de su abolorio—
debía figurar al pie. Pero en el expediente de este don Alonso Tello
el árbol genealógico no está firmado por el propio candidato, sino
por otra persona en su nombre.
¿Y quién es quien firma, por poder, en nombre de don Alonso
Tello de Guzmán? La persona que el día 28 de agosto de 1619 ras¬
gueó en Madrid su firma debajo del árbol genealógico de don Alonso
es un antiguo conocido nuestro: se llama Juan Fernández de Salazar.
Y ya no nos cabe duda de que este don Alonso Tello de Guz¬
mán es el nuestro, nuestro corregidor de Méjico, que terminado su
corregimiento era, como vemos, otra vez pretendiente, ahora a un
hábito.

5 Ed. Vignau, Madrid, 1901.


6 AHN, Santiago 8019.
7 En la cédula firmada “Yo el Rey5’, en que se hace “merced” del hábito
de Santiago a nuestro don Alonso se dispone que “se reciba la información
200 El Fabio de la «Epístola Moral»

Una total y perfecta homonimia despistó a don Adolfo de Castro:


hubo dos caballeros de Sevilla, por la misma época, que se llamaron
don Alonso Tello de Guzmán: el nuestro, es decir, el que fue corre¬
gidor de Méjico, que ahora, en 1619, tras la concesión de un hábito
de Santiago por el rey, se preparaba a pasar las pruebas de limpieza.
El otro, un poco más joven, que llegó a ser caballero de Calatrava,
fue el que erróneamente fue considerado por Castro como el Fabio
de la Epístola, y a quien corresponden todos los datos que don Adol¬
fo acumuló en el capítulo IX de su obra.
Resulta, pues, que de repente aparece aquí, de nuevo, como
agente de don Alonso Tello, Juan Fernández de Salazar, el antiguo
alcaide de la alhóndiga de Méjico, el traficante en pipas de vino, el
hombre turbio, contra cuya conducta tantos testimonios adversos se
hacían en el juicio de residencia de don Alonso con sus oficiales y
ministros, residencia que, no lo olvidemos, estaba sub judice aún,
y no se fallaría definitivamente hasta marzo de 1620, unos siete
meses después de este día en que —en representación y por poder
de don Alonso— Fernández de Salazar presentaba al Consejo de las
Órdenes el árbol genealógico del antiguo corregidor de Méjico.

DOS HIPÓTESIS SOBRE LA CON¬


CESIÓN: ¿MÉRITOS? ¿SOBORNO?

Hay ahora que recordar la oleada de simpatía que, en Méjico,


se levanta en torno a don Alonso, al cesar éste en su puesto y verse
sometido a un juicio de residencia más riguroso de lo acostumbrado.
Ya hemos visto que ese movimiento de cordial apoyo a don Alonso
culmina en la información —altamente elogiosa—- terminada por la
Audiencia de Méjico el día 16 de mayo de 1619.
Creo que no sería muy aventurado suponer que poco después,
en el navio de aviso o con la flota, esa información llegó a España.
En esa misma flota o quizá en una anterior, se trasladaría Juan Fer-

que se acostumbra para saber si concurren en el dicho don Alonso Tello de


Guzmán las calidades que se requieren para tenerle [para tener el hábito],
conforme a los establecimientos de dicha orden, y pareciendo por ella que
las tiene, le libraréis el título del dicho Abito para que yo lo firme. = Lisboa,
20 de julio de 1619”.
Un fracaso de don Alonso 201

nández de Salazar, de Méjico a España. Es muy curioso que siendo


tantas y tan variadas las acusaciones contra este individuo en el jui¬
cio de residencia contra don Alonso y sus ministros, Fernández de
Salazar no se cuente, exactamente, entre los residenciados; quien
figura allí residenciado como alcaide de la alhóndiga es el Diego
(¿o Domingo?)8 de Salazar, mera pantalla de Juan. Es posible que
éste pusiera pronto el mar por medio.
Sea de esto lo que fuere, lo que sí me parece indudable es que
la información de la Audiencia de Méjico en la que se le pedían
a Su Majestad mercedes y aumentos para don Alonso (y quizá alguna
carta del virrey en el mismo sentido) tuvo efecto en España: su
consecuencia es, sin duda, esa concesión de un hábito de Santiago
que Felipe III firma en Lisboa en el 20 de julio de ese mismo año
de 1619. Ésta es la interpretación que parece debe dar quien piense que
los asuntos se desenvolverían de un modo natural y honesto. Sin em¬
bargo, vamos a ver en seguida que hubo quienes lo imaginaron de
otro modo: es la interpretación picaresca. Según estos malévolos^
Juan Fernández de Salazar había traído de Méjico 5.000 ducados
(que, no cabe duda, le habría dado don Alonso, para que suavizara
asperezas españolas en la gestión del hábito). De esos cinco mil du¬
cados, Fernández de Salazar se habría dejado un buen pedazo en
Madrid. ¿Entre quiénes? Naturalmente, entre los privados y sus ra¬
mificaciones. Confesemos que hay dos cosas que hacen muy posible
esta interpretación de los maliciosos: de una parte, el carácter de
Juan Fernández de Salazar, a quien un indicio tras otro, nos van
diseñando como hombre de pocos escrúpulos y muy a propósito para
tales trapícheos; de otra parte, las costumbres de los validos de Fe¬
lipe III, quizá exageradas por la murmuración contemporánea que
corría sin freno. Ay, la moderna investigación histórica ha corrobo¬
rado aquella murmuración.

EN VÍSPERAS DE LAS PRUEBAS DE LIMPIEZA

Por la información de méritos venida de Méjico, o por los duca¬


dos de la misma procedencia, el hábito estaba concedido; faltaban

Véase más arriba, pág. 184, n. 21.


202 El Fabio de la «Epístola Moral»

las pruebas de limpieza. El árbol genealógico de Tello, que Fernán¬


dez de Salazar firmó por poder, dice así:

Padres
Don Alonso Tello de Guzmán natural de Sebilla es hijo de: Don
Gutierre Tello de Bracamonte9, natural de Sebilla y de Doña María de
Guzmán y Ávila, natural de Ávila.

Agüelos Paternos
Franco Tello natural de Sebilla y Salteras su aldea y Collazión = Doña
Catalina de Bracamonte natural de Sebilla.

Agüelos Maternos
Alonso Dávila de Guzmán, natural de Ávila = Doña Ana dávila, natu¬
ral de Ávila =
Lo qual firmo en virtud de poder que tengo del dho don Alonso Tello
de Guzmán en Md a vete y ocho de agt0 de 1619

Ju° Ferndz de Salaqar 10

De otra letra:

En Md A vte y ocho de Agt0 1619


Deposite trecientos ducs. y dé la fianza

EN SEVILLA. COMIENZAN LAS DE¬


CLARACIONES DE LOS TESTIGOS

Nombrados los comisarios —don Cristóbal de Rojas y Sandoval,


profeso de la Orden de Santiago y el licenciado Pedro Guerrero
Durác, fraile de la misma Orden—, y trasladados a Sevilla, empeza¬
ron allí (a 27 de noviembre) las declaraciones de los testigos, y pre¬
cisamente el primero de todos, dice: “que conoce a don Alonso
Tello de Guzmán que de presente está en las Indias siruiendo a su
magestad y que es vezino y natural de esta ciudad...”11. Lo mismo

9 De la declaración de varios testigos resulta que don Alonso era sobrino


carnal, por parte de padre, de Fray Alonso de Añasco, de la Orden de Santo
Domingo y consultor del Santo Oficio de Sevilla (testigos 2.° y 3.°).
1U AHN, Santiago 8019. La concesión real, una carta de 1645 y esta
genealogía están sueltos y sin foliar. Lo demás forma un cuaderno bastante
grueso, cosido y en su mayor parte foliado.
11 AHN, Santiago 8019, fol. lv., del grueso cuaderno cosido que con¬
tiene las pruebas.
Un fracaso de don Alonso 203

sale de una de las cartas denunciatorias que figuran con el expediente


(de las que hablo más abajo): “don Alonso Tello Gusmán, un
cavallero que dizen está en la ciudad de México”.
Este testigo que declara que don Alonso está en América “sir¬
viendo a su magestad”, y ese maldiciente según el cual “dizen está...
en México”, nos certifican, si podíamos tener duda —después de
haber visto surgir la figura conocida de Fernández de Salazar—,
que este don Alonso Tello de Guzmán pretendiente a un hábito, y
nuestro antiguo corregidor de Méjico, son una y la misma persona,
es decir, el “Fabio” de la Epístola Moral.
No vamos a entrar en muchos pormenores de estas “pruebas”.
Junto a ellas hay otro documento que debemos también mencionar.

INFORMACIÓN DE 1606, PARA LA VEINTICUATRÍA

Está detrás de las declaraciones de los testigos, que ocupan 40 fo¬


lios, cosido con ellos, pero sin foliar: es una información empezada
en junio de 1606 (es decir, casi trece años antes), que fue trámite
previo para dar a don Alonso la veinticuatría sevillana 13. Ya sabíamos,
por varios conductos, que don Alonso había sido veinticuatro de
Sevilla: lo sabíamos por los papeles relativos a Jiménez de Enciso 13,
que le sucedió en el cargo al ir don Alonso a Méjico; lo sabíamos
por las Actas del cabildo mejicano 14, y ahora lo encontramos com¬
probado por esta antigua información de 1606 (precisamente para
obtener la veinticuatría) agregada a las pruebas de limpieza, de 1619,

12 Véanse los trámites en el nombramiento de Jiménez de Enciso (suce¬


sor, precisamente, de don Alonso Tello, en la veinticuatría). El nombramiento
era por provisión real. En el caso de don Diego Jiménez de Enciso, por una
cédula real del 7 de abril de 1613 se manda al asistente de Sevilla que abra
información sobre las calidades de don Diego; hecha la información con resul¬
tado favorable, por cédula y provisión real de 15 de junio de 1613 se manda
recibir por veinticuatro de Sevilla a don Diego Jiménez de Enciso (R. Ma¬
rín, Nuevos datos para las biografías de cien escritores..., Madrid, 1923, pá¬
ginas 422-424).
13 Véase más arriba, pág. 119.
14
Véase más arriba, pág. 113.
204 El Fabio de la «Epístola Moral

y por las mismas pruebas de 1619, pues algunos testigos de éstas


mencionan que Tello había sido veinticuatro 1S.

TESTIMONIOS DE LA CABALLEROSI¬
DAD Y SEÑORÍO DE DON ALONSO

La información para la veinticuatría era para probar que a un


antepasado de don Alonso le había sido devuelta “la blanca de la
carne” por ser caballero hijodalgo; lo mismo afirman algunos testi¬
gos de la información para el hábito: “le volvían en esta ciudad
[Sevilla] la blanca de la carne y en el Cabildo lo recibieron por veinte
y quatro, por cauallero notorio” 16.
La caballerosidad, lo “señor”, norma de su vida, como hemos
podido comprobar en su garbosa conducta oficial en la Nueva España,,
aparece también como una aureola del don Alonso Tello mozo, em
los años juveniles de Sevilla, según las afirmaciones de los testigos.
Uno de ellos, dice: “el tiempo que estuuo en Seuilla luzió mucho
con cauaüos que tuuo y criados”17; otro asegura que don Alonso*
sus padres y abuelos “se trataron como muy grandes caualleros, con
muy grande ostentación de cauallos y criados” 18. Y todo vuelve a
coincidir con las costumbres y estilo de vida que ya conocemos por
la preparación de su viaje a Méjico y por su conducta allí, en el
cargo de corregidor. Y que no se trata sólo de esa afirmación, fre¬
cuente y casi ritual en pruebas para habito 19, nos lo prueba el pintoresco
dato aportado por uno de los informantes: según este testigo, al pre¬
tendiente le llamaban, cuando mozo, en Sevilla, “don Alonso Tello*
el presumido, por ser en su trato tan cauallero”20. Todo confirma
la imagen que hemos visto irse perfilando en páginas anteriores.

16 Lo dicen el primer testigo (fol. ¿v.) y otros varios de la informa¬


ción para el hábito.
10 AHN, Santiago 8019. Así lo afirma el testigo noveno, Fernando
Carrillo de Gallegos.
17 Ibid., fol. 66 v.
18 Ibid., fol. 35.
Solía hacerse a los testigos una pregunta sobre la aptitud del candidato
para montar a caballo.
20 Ibid.y fol. 3.
Un fracaso de don Alonso 205

Los testigos de la información de 1619, para el hábito, dan a


Tello edades bastante variadas, entre 33 y 42 años. Pero en la infor¬
mación de la veinticuatría se afirma que don Alonso tenía entonces
(1606) más de 25 años2l. Según esto último, en 1619 debía aproxi¬
marse a la cuarentena y haber nacido hacia 1580, unos años más
o unos menos. Más adelante dirá él mismo, en 1620, que tenía
34 años22. Si en 1606 tenía más de 25 no podía tener 34 en 1620:
una de ambas cosas era falsa. Creemos que la segunda, porque la
costumbre general, aún ahora, pero mucho más entonces, siempre
fue mentir juventud. Creo, pues, lo más probable que naciera hacia
1580: un contemporáneo, aproximadamente, de Quevedo.

otra información: en Ávila

Los abuelos paternos, de Sevilla, y los maternos, de Ávila, hacían


necesarias dos informaciones, en estas dos ciudades.
Las declaraciones de Ávila son, en general, sumamente favora¬
bles. Solamente aparece una duda acerca del color de las hijas de
doña Ana, abuela materna de don Alonso: parece que tenían un
color sospechosamente moreno. ¿Había, quizá, un mestizaje? 23. Pero
parece que esta duda no preocupó a los comisarios.

21 Ibid., tercer folio, vuelto, de la información para la veinticuatría.


22 Véase más abajo, pág. 220.
23 AHN, Santiago 8019, fols. 22 y 23, de la información para el hábito.
Antes de la ida de don Alonso había Tellos de otra rama, parece que del
mismo tronco, en Méjico. En marzo de 1611 se comenzó una información en
Méjico sobre don Juan Tello de Guzmán, que aspiraba a un cargo. Su padre
era el licenciado don Francisco Tello, “oidor que fue desta Real Audiencia”,
y su madre doña Josefa de Isla Maldonado, ambos difuntos. Don Juan Tello
había sido corregidor del pueblo de Otumba, y casó con doña Francisca de
Valdés, de familia de conquistadores; hermanos de don Juan eran don Pedro
y don Rodrigo Tello, el primero de) hábito de Santiago y el segundo del de
San Juan; procedían de Sevilla (AGI, Audiencia de Méjico, 230, ramo 1,
núm. 8). Todavía en marzo de 1617, este don Juan solicitaba del rey “haga
merced de consultarle para un ábito de las tres órdenes militares y en el
oficio de fator de la caxa de México” (AGI, Audiencia de Méjico, 272).
Don Juan murió antes del 22 de marzo de 1618, porque así resulta de una
petición de Sebastián Manuel, negro que había sido esclavo suyo, y a quien
206 El Fabio de la «Epístola Moral»

TELLOS, TAZAS Y CANSINOS: UN GRAVE TROPIEZO

También son favorables, en general, las informaciones de Sevilla,


Algunos de los testigos parecen de gran posición o prestigio en la
sociedad sevillana. El primer testigo es Pedro de Escobar Melgarejo,
veinticuatro y alcalde mayor de Sevilla. El segundo, Juan Ponce,
“cauallero hijo de algo”, cita a Fray Alonso de Añasco, de la Orden
de Santo Domingo, “consultor del Santo Officio de esta ciudad”, y
dice que es hermano de don Gutierre Tello de Bracamonte, “padre
del que pretende”. El decimosexto es el famoso don Juan de la Sal,
obispo de Bona, etc. Todo, bien.
No eran todo, sin embargo, en Sevilla, elogios a don Alonso Tello
y su linaje. Pronto comienzan las reticencias o insinuaciones de algu¬
nos testigos. El séptimo, Simón de Pineda, familiar del Santo Oficio,
menciona por primera vez el parentesco con los “de la Tafa”, de

había dado libertad en su testamento; la mujer de este negro estaba en


Méjico, y él pide licencia para volver allá (Ibid.). Es evidente que don Juan
murió en España. Más datos sobre este don Juan y toda la familia se en¬
cuentran en el expediente de pruebas para un hábito (AHN, Alcántara 1479)
de un hijo suyo, don Francisco Tello de Guzmán y Valdés (año 1632). Don
Juan había nacido “en la ciudad de Paso”, y ya su padre don Francisco
Tello de Guzmán, el oidor de México, era vecino de Sevilla, y tíos paternos
de don Juan —-todos Tello de Guzmán— fueron: don Fernando, caballero de
Alcántara; don Rodrigo, gran prior de Castilla, caballero de San Juan;
don García, caballero de San Juan; y don Pedro, caballero de Santiago.
Nieto de don Fernando fué —según dicen los testigos— “don Alonso Tello
de Guzmán, caballero de Calatraua y familiar del Santo Oficio”. Este don
Alonso es el personaje, ya conocido nuestro, que Castro confundió con
nuestro corregidor de Méjico; ya sabemos que el expediente de pruebas de
este don Alonso es Calatrava 2569. Por ninguna parte en los documentos
que he podido ver sale una troncalidad común entre estos dos “Don Alon¬
so”, el caballero de Calatrava y el nuestro. Pero que tal troncalidad existe, se
afirma en el ms. de la Colombina Discurso genealógico de la nobilíssima
y antigua casa de los Tellos de Sevilla, por el hc.d0 Luis Fernández Melga¬
rejo, año 1660 (sign. ant. B4.a-446-34; mod. 84-3-42). En él se habla am¬
pliamente (fols. 34v.-37) de esta familia de Tellos donde se produce el
homónimo del nuestro, y también (fols. 43-44v.) de la del nuestro: véase
más abajo pág. 214, n. 31. En 1543 pasaba a Nueva España el licenciado Fran¬
cisco Tello de Sandoval, canónigo de la Santa Iglesia de Sevilla e inqui¬
sidor apostólico de la ciudad y Arzobispado de Toledo (Puga, fol. 97v.): es
el conocido personaje de El rufián dichoso, de Cervantes.
Un fracaso de don Alonso 207

Salteras. Hubo allí, dice, dos hermanos: uno casó mal; pero otro
bien. El testigo no sabe con cuál de estas dos ramas tiene parentesco
el pretendiente, y “se remite a quien más bien lo sepa, porque es
negocio muy antiguo”. Le aprietan para que dé más datos, y dice
que lo sabrán don Pedro de Guzmán y Ribera y don Luis Melga¬
rejo, canónigo de la catedral, y su hermano don Gaspar de Virués
Melgarejo, porque nacieron y se criaron en Salteras. “Y que don
Juan de Hinestrosa le trajo a este testigo unos testamentos antiguos,
y que por ellos se veía que el pretendiente descendía del hermano
que casó bien”.
Ya vemos la chismorrería y mala fe de este testigo. Porque, si
había visto esos documentos antiguos que todo lo aclaraban, ¿a qué
santo sacar a relucir esta infame historia?
La piedra quedaba lanzada. Y ya lo que los comisarios quieren
aclarar es, sobre todo, el asunto de Salteras.
Don Gaspar de Melgarejo es el testigo décimo (citado, como he¬
mos visto, por el séptimo): afirma que el que les echaba la fama
por lo “de la Tapa” era don Francisco Cianeas, pero que era falso,
porque Gutierre Tello casó con hermana del jurado “de la Tapa”;
y fue el jurado el que casó con mujer no limpia24. Este Gutierre
Tello era el bisabuelo de don Alonso.
Con el testigo duodécimo, Miguel Jerónimo Albar'racín, vuelve
a salir la historia de los de la Taza, de Salteras. El testigo cita lo
dicho por un Fernando Carrillo y por don Juan de Hinestrosa, y
refiere su conversación con el último:

... este testigo encontró a don Juan de Hinostrosa, vezino desta ciudad,
junto a Sant Vicente, y tratando de cómo se venían a hazer las pruebas
de don Alonso Tello, dixo el dicho don Juan que se espantaua mucho de la
mala gente que auía en este lugar, pues a este cauallero no le querían dexar,
siendo un cauallero tan notorio; y este testigo le preguntó que qué le
oponían, y respondió que era descendiente del jurado Diego de la Tapa,
que auía casado mal, y que no era así, porque éstos eran dos ermanos que
se llamaron Diego de la Tapa y Alonso Gonqáles de la Ta?a, vezinos y
naturales de Salteras, y que el dicho de la Tapa auía casado con descen¬
diente de Pedro Fernández Cansino 25, veinte y quatro y jurado de Seuilla,

24 Fol. 14v.
25 Véase, sobre el apellido Cansino, tan frecuente entre los judíos espa¬
ñoles, Y. Malkiel, La etimología de “Cansino”, en Nueva Rev. de Filo-
208 El Fabio de la «Epístola Moral»

que fue quemado en esta ciudad en el Santo Officio de ella, y el otro


ermano, Alonso Gon^áles de la Ta?a, auía casado con mujer limpia, no
sabe con quién, y con una hija de ésta auía casado Gutierre Tello, visagüelo
paterno del que pretende 26.

He citado por. extenso esta declaración porque trasluce bien el


.ambiente de murmuraciones sevillanas con motivo de las pruebas de
limpieza de don Alonso Tello de Guzmán. Pero el testigo trabuca
algún pormenor, como vamos a ver en seguida.
En efecto, el duodécimo bis, don Juan de Hinestrosa, repetidas
veces citado (y especialmente por el testigo anterior) como uno de
ios que conocían bien el asunto, varía un poco la historia; según él,
Alonso González de la Taza y su mujer, Isabel de Marmolejo, tu¬
vieron tres hijos, que fueron el jurado Diego de la Taza, doña Isabel
de la Taza (bisabuela del pretendiente y mujer de Gutierre Tello) y
Pedro de la Taza: los manchados serían los hijos del jurado, el cual
casó con Catalina Cansino, judía; pero no los hijos de Isabel ni los
de Pedro 27.
Cuando le toca hablar al testigo decimooctavo, don Francisco de
Cianeas (que era quien, según el séptimo, ponía tachas a los ascen¬
dientes de don Alonso), se limita a declarar que le ha oído a don
Pedro de Guzmán y Ribera que no tiene buena opinión de la limpieza
del pretendiente 2S. Pero don Pedro de Guzmán y Ribera (quien nos
dice que don Alonso está “de presente en Indias”) nombra a su vez
como acusador a don Fernando de Sayavedra; y Sayavedra o Saavedra
lo niega rotundo, como veremos.
Notemos bien cuán imprecisas son las insinuaciones: llegan a
esta información como las orillas de una laguneja de chismes. La
charca parece que tiene olas. Pero, en la orilla, en el momento de dar
la cara, el agua apenas se mueve. Unos testigos nombran a otros,
que serían los que sabían o los que difamaban. Pero esos sabidores,
llamados a testimoniar, se limitan, a su vez, a mencionar a otros,

logia Hisp., II, págs. 191-193. Creo que las noticias sobre el linaje Cansino,
que salen de las declaraciones de los testigos 12, 12 bis y 23 completan aún
algo los datos aducidos por Malkiel. Véase también DCEC, sub cansar.
26 Fols. 16 v.-17.
27 Ibicl., fol. 18 v.
28 Ibid., fol. 26 v.
Un fracaso de don Alonso 209

que, dicen, son los bien enterados; o si no, afirman la limpieza de


la familia de don Alonso. Además, han pasado muchos años, y nadie
recuerda con exactitud el lío de los de la Taza.
El asunto me importa poco. Todavía en el siglo xx se agitan vio¬
lentamente los prejuicios de la histérica Humanidad. Para mí, todas
las sangres son igualmente limpias y nobles, si pasan por un corazón
honrado.
Tomemos como resumen lo que dijo en su segunda declaración
el licenciado Fernando Carrillo de Gallegos, clérigo, abogado del fis¬
co de la Santa Inquisición (testigo noveno; y vigesimotercero en su
segunda vez): “Dice que el pretendiente desciende de Isabel de la
Taga, y no de Diego de la Taca; y que éste fue el que casó con una
fulana Cansino, hija de un doctor Cansino, quemado por judaizante”.
Esto parece lo más seguro.
No nos cabe duda: a la información oficial de los comisarios lle¬
gaba sólo la ondilla última y sin fuerza, de una charca de viles mur¬
muraciones que andaban por la ciudad. Pero en el expediente de don
Alonso han quedado otras pruebas, y muy fehacientes, de la atmós¬
fera de odios y chismes que bullían por Sevilla.

DELACIONES ANÓNIMAS

No sólo en el expediente de don Alonso. La vil figura del difa¬


mador —esa basura moral—- habrá de acompañar, parece, eterna¬
mente, a las entidades humanas. La organización misma de la socie¬
dad, la falta total que ésta tiene de toda criba crítica para distinguir
lo verdadero y lo falso, la ligereza de cascos de los repetidores y
adobadores de noticias —esos chistosos de tertulias y corrillos— hacen
muy fácil la labor del que tira la piedra y esconde la mano: hay
quien sopla noticiones en las orejas del primer majadero que encuen¬
tra, el cual ya se encargará de repetirlos; otros, con fallida vocación
de asesinos cientificoides, preparan meticulosamente infames anónimos.
Tales cosas pasaban en el siglo xvn y siguen pasando en el que
vivimos.
14
210 El Fabio de la «Epístola Moral»

Es en verdad deprimente comprobar en cuántas pruebas de lim¬


pieza, para las órdenes militares, aparece, en el siglo xvi y el xvii*
la figura horrible del difamador.
En otra ocasión he mostrado cómo una carta llena de soeces in¬
sultos contra un caballero cordobés que pretendía un hábito, y que
había sido publicada hace ahora algunos años, como de don Luis de
Góngora, era sólo una entre varias dirigidas a miembros del Consejo
de las Órdenes (y parece que también al mismo monarca)39, perge¬
ñadas todas por un mismo individuo (al que identifican su mala
letra y peores ortografía y sintaxis, y hasta sus mismas, infames dela¬
ciones). A este individuo le resultó cómodo usurpar, como firmantes
de sus cartas, nombres de personas conocidas y que vivían en Cór¬
doba, uno de ellos el del gran poeta.
Los comisarios solían guardar esas cartas anónimas o seudónimas
que llegaban durante el período de pruebas. Creemos que hacían mal,
pues tan villana materia sólo merecía destrucción y olvido. Si hojea¬
mos el expediente del otro don Alonso Tello de Guzmán, del caba¬
llero sevillano homónimo de nuestro corregidor de Méjico, nos encon¬
tramos con otra manifestación de que las cartas denunciatorias anóni¬
mas o seudónimas eran una plaga en las pruebas para hábitos. Tuvo
también este otro don Alonso unos tropezoncillos en las informacio¬
nes, porque el padre del pretendiente había sido hijo natural; todo
se arregló, pero sólo en unas nuevas diligencias que hubo que hacer.
Pues bien: también en este expediente hay una carta denunciatoria
firmada por un “Fraj Rodrigo”; debe de ser nombre supuesto, por¬
que la ortografía es de semianalfabeto.
En ocasión parecida —en los juicios de residencia— también se
soltaba la bilis de todos los miserables que habían tenido represada
su venganza. He aquí lo que de las residencias dice Castillo de Bova-
dilla, pues puede tener perfecta aplicación a las diligencias para los
hábitos, con sustituir la palabra “juez” por la de “diligencieros” o
“comisarios” de las pruebas:
... no deue ni puede nadie entremeterse pública ni secretamente en
aquello. Y suele auer muchos aduertidos desto, y que dan villetes y memo-

29 Una carta mal atribuida a Góngora, en RFE, XXXIX, 1955, pági¬


nas 1-23.
Un fracaso de don Alonso
211

nales públicos y secretos, sin firmas ni descubrir sus nombres, o a horas


escusadas o de noche rehogados, o hablan al oído al Iuez, o echan por
las ventanas o por entre las puertas los tales memoriales, dando auiso de
algunos delitos, mas para encaramar sus venganzas que con zelo de justicia
Y a estos tales dize una glossa que podría y deuría el Iuez castigar, porque
como dize un decreto son peores que los robadores de las haziendas age-
nas; y, conforme a derecho, a su informe y requisición, priuada o pública,
no aeue el Iuez hazer información ni proueer cosa alguna... 30.

1 DENUNCIAS ANÓNIMAS CONTRA TELLO

Con el expediente de nuestro don Alonso Tello de Guzmán, en


otro tiempo corregidor de Méjico, nos han quedado nada menos que
cmco cartas denunciatorias, tres anónimas, y dos que, evidentemente
escritas por la misma mano, llevan como firma dos nombres distintos
(es la misma técnica que veíamos en la carta mal atribuida a Góngora).
El hecho de la denuncia anónima es siempre vil y la autoridad
nunca las debería atender. Los del Consejo y los diligencieros no
debían haber hecho caso de las que se lanzaron contra nuestro don
Alonso.
Sin embargo, dicho esto, tenemos que confesar que una serie de
datos e indicios hacen muy verosímil la historia que en estas cartas
se cuenta.
El centro contra quien van las acusaciones es un personaje que
nos es muy conocido: Juan Fernández de Salazar. El amigo y domés¬
tico o familiar de don Alonso, por quien la caballerosidad de éste,
en Méjico, parece ir a diluirse en zonas de lucro y picardía;- Fernán¬
dez de Salazar, quien ya hemos visto había, efectivamente, venido de
Méjico a España para ser el agente de don Alonso en la pretensión
del hábito.
En efecto, según una de las cartas denunciatorias, Juan Fernán¬
dez de Salazar había venido de las Indias “y con cinco mil ducados,
y fue a Madrid y luego vino a esta ciudad con los informantes de
don Alonso Tello de Guzmán [es decir, con los comisarios de las
pruebas], y él señalaba primero los testigos que habían de jurar, y

30
Castillo de Bovadilla, t. II, 1. V, c. I, núm. 74.
212 El Fabio de la «Epístola Moral»

para esto les hablaba primero; y es público que daba a duzientos


reales, y a quatrocientos y a seiscientos, antes de dezir cada testi¬
go...; ... a todos an dado dineros porque juren en falso”. Otra carta
de la misma mano, pero firmada con distinto nombre, asegura que
el Juan Fernández de Salazar, venido de Indias con los cinco mil
ducados “ay fama que se dexó en Madrid un pedazo”, con lo que
evidentemente insinúa que aun la concesión del hábito se debió al
soborno de consejeros y validos. Otro denunciante dice: “las pruebas
se an hecho como por personas que reciuieron de Juan Fernández de
Salazar, agente de don Alonso Tello, en dinero de contado, más de
mil doscientos escudos”. Y, en este último declarante, la acusación
de haberse vendido parece concretarse sobre los dos comisarios o
diligencieros de las pruebas.

UN JUICIO DELICADO

¡Si no conociéramos otros antecedentes de Fernández de Salazar!


Si no los conociéramos, no haríamos caso de estas acusaciones anó¬
nimas. Porque entre los declarantes hay bastantes caballeros de la
mejor sociedad sevillana. Pero ¿habrían podido recibir doscientos,
cuatrocientos o seiscientos reales, por mentir, caballeros veinticuatros,
alcaldes mayores, familiares del Santo Oficio, religiosos del hábito de
Santiago, caballeros del mismo hábito, el obispo de Bona? Si gente
así se vendía ¿qué* idea podríamos sacar de nuestro siglo xvn? Y
luego las insinuaciones de sangre hebrea en la ascendencia de don
Alonso parecen deshacerse en el interrogatorio. Ya vimos cómo los
testigos se van descargando los unos en los otros, sin decir nada posi¬
tivo en contra de don Alonso. Cianeas, el que otros señalaban como
el difamador, no dice sino que don Pedro de Guzmán y Ribera “no
tiene buena opinión de la limpieza del pretendiente”. Pero cuando
llaman a don Pedro éste afirma que estaba equivocado en lo de la
judía de Salteras, y que don Alonso era limpio; sólo mantiene que
don Fernando de Saavedra y Monsalve, siendo veinticuatro de Sevilla,
“le había hecho contradición” a don Alonso cuando éste pretendió
la veinticuatría. Pero llamado don Fernando, dice que antes por el
contrario, “en virtud del informe que yo le hize en nombre de la
Un fracaso de don Alonso 213

ciudad, entró a ser veinte y quatro por cauallero notorio y no sabe


ni a oído que otra persona alguna le hiziese contradición”. Las chá-
charas de desocupados y maliciosos, parecen, pues, desvanecerse como
la espuma.
Si no conociéramos los antecedentes de Juan Fernández de Sala-
zar, ¡cuán fácil y seguro sería nuestro juicio!
Lo malo es que los conocemos. Y no podemos menos de com¬
prender que este cúmulo de denuncias que presentan como falsas y
amañadas de antemano las declaraciones y como comprados a perso-
najes influyentes de Madrid y a los comisarios nombrados para las
diligencias, y que van unánimemente a polarizarse hacia Juan Fer¬
nández de Salazar, se parece mucho al coro de denuncias en el juicio
de residencia contra don Alonso y sus ministros, denuncias que tam¬
bién iban con rara unanimidad a centrarse en el mismo individuo,
en Juan Fernández de Salazar. Allí, del mundo inmenso de personas
y relaciones que implicaba el juicio contra don Alonso, sólo salen
—se puede decir—■ dos acusados: Juan Fernández de Salazar y —por
complacencia o connivencia o, quizá, complicidad con él— el propio
don Alonso; aquí en Sevilla las acusaciones van también contra los
manejos de Fernández de Salazar, agente ahora también de don Alon¬
so Tello.
Nos es triste tener que decirlo. Los hechos de Méjico no tienen
la menor relación con los de Sevilla, las personas de acá ignoraban,
seguramente, lo de allá, y viceversa. Esa coincidencia de dos clamores
denunciatorios, a ambos lados del Atlántico, esa coincidencia entre
dos clamores —entre los cuales no parece existir ninguna conexión
o comunicación— y los dos contra el mismo Juan Fernández de
Salazar, subalterno o agente de don Alonso, nos prueba que algo
debía de haber de sucio e ilegal en los modos y gestiones del Fernán¬
dez de Salazar. Y que estos manejos clandestinos y poco recomenda¬
bles del Fernández de Salazar nos enturbian y manchan lamentable¬
mente los modos caballerescos y la gentil galantería de nuestro per¬
sonaje.
¿Había en efecto una mancha —según el estúpido y cruel cri¬
terio de la época— en la sangre de don Alonso? ¿Descendía de la
fulana Cansino? Algo debía de haber: y con sus pocos escrúpulos,
regando reales y ducados, Juan Fernández de Salazar se había pro-
214 El Fabio de la «Epístola Moral

puesto limar asperezas y convencer a reacios. (Luego no había salido


don Alonso tan pobre de su corregimiento como nos habían hecho
creer el cabildo y la Audiencia de Méjico).
La tacha puesta al linaje de don Alonso, o quizá el escándalo
mismo de los zafios manejos de Fernández de Salazar, o ambas cosas,
fueron motivos suficientes para que ocurriera lo que sucedió: el Con¬
sejo de las Ordenes, no satisfecho con el resultado de los interroga¬
torios, acordó —el 20 de mayo de 1620— que se hicieran nuevas
diligencias. Estas nuevas diligencias no aparecen en el expediente.
Pero sí una nota final de la que hablaremos más tarde31.

31 He aquí cómo explica el origen de los Tellos de Salteras el citado


ms. de la Colombina: Gómez Tello y su hermano Gutierre Tello procedían
de Arévalo, y fueron enviados por los Reyes Católicos a Sevilla a fundar
la Inquisición. El rey dio a Gutierre mucha hacienda confiscada a los judíos
en Salteras, de donde los llamaron Tellos de Salteras, pero la antigua ascen¬
dencia de éstos y de los de Sevilla, es una y la misma. Gutierre fue jurado
y fiel ejecutor de Sevilla, y procurador en Cortes en 1510. De él nacieron
don Gutierre Tello de Bracamonte y Fray Alonso de Añasco “relijioso
en Montessión de Seuilla . Hijo de este don Gutierre fue nuestro don
Alonso corregidor de Méjico. “Estos caualleros tienen su enterramiento en el
cómbente de Nuestra Señora de Loreto, dos leguas de Sevilla” (Fols. 43-44v.).
IX

FINAL DE DON ALONSO

1 •

¿Cuándo se enteraría don Alonso, allá en Méjico, de su fracaso


inicial como pretendiente al hábito de Santiago? Hay que tener en
cuenta que probablemente le llegaron al mismo tiempo dos noticias
muy importantes: la una la de la sentencia definitiva del juicio de
residencia —^fallado por el Consejo de Indias el 21 de marzo de
1620—; y la otra, su fracaso, acordado por el Consejo de las Órde¬
nes, el 20 de mayo de esa misma primavera.
En la sentencia del juicio de residencia, el Consejo de Indias le
había declarado “por buen juez y ministro”. Pero ¡cuánta pequeña
miseria se había removido en tomo a su persona! Y en el fracaso
de las pruebas de limpieza quedaba la esperanza abierta, puesto que
los consejeros de las Órdenes habían mandado que se hicieran nuevas
diligencias. Pero es imposible que don Alonso no tuviera noticia de
la polvareda de pequeñas insidias e insinuaciones en los testimonios,
y del ambiente de envidia y antipatía contra él en mil comadreos cu¬
chicheados —^patios y compases de Sevilla—, y quizá también de
las infames delaciones movidas por sabe Dios qué retestinados odios.
¡Y luego aquel skeleton in the cupboard, aquella historia de la judía,
la fulana Cansino, de Salteras! Algo que habría oído o entreadivi¬
nado de niño: cieno en el fondo de la familia, olvidado por todos,
allá en lo más hondo, y ahora flotando en la superficie, traído y lle¬
vado por la murmuración sevillana. Don Alonso Tello de Guzmán,
el un día veinticuatro de Sevilla, el antiguo corregidor de Méjico,
debió de pasar unos días muy amargos. ¿Y qué pensaría de Juan
216 El Fabio de la «.Epístola Moral»

Fernández de Salazar? ¿No le pasaría por la cabeza que su asocia¬


ción en Méjico y ahora en la gestión de España, con aquel hombre
indelicado y de anchas tragaderas había sido un error, que así él,
don Alonso, había ido a meterse en el fangal que le salpicaba y podía
ahogarle?
Observemos, antes de alejarnos hacia otros temas, que entre estos
dos procesos, casi isócronos, el de la residencia y el del hábito, no
aparece relación alguna exterior. Sólo dos testigos de las pruebas de
limpieza aluden a la estancia de don Alonso en las Indias; pero las
cartas denunciatorias, con su historia de los ducados traídos por Fer¬
nández de Salazar, tuvieron que poner en la mente de los consejeros
de las Órdenes algún deseo de saber cuál había sido la conducta de
don Alonso en Méjico. Los consejeros de Indias podían inforrr. arles
bien acerca de la asociación entre don Alonso —el señor corregidor—•
y el Fernández de Salazar —su agente poco limpio— allá en tierras
de la Nueva España.
De la residencia quedaba, en fin, su calificación de “buen juez
y ministro”. Le quedaban, además, “la amistad y el favor... de los
amigos que granjeó en el tiempo de su corregimiento” (como diría,
para acusarle, en 1621, su suegro, don Carlos de Luna). Tenía, además,
y esto nadie se lo niega, su talento natural. Porque de toda su his¬
toria sale lo mismo: su capacidad en simpatía, en trabajo eficaz y en
ponderada inteligencia.

ALGUACILADO ALGUACILANTE

Documentos existentes en el Archivo de Indias nos dan repetidas


pruebas de que cuando en la Península aún no se había fallado defi¬
nitivamente el juicio de residencia, ya don Alonso había obtenido nue¬
vos e importantes cargos en la Nueva España.
El 9 de enero de 1620, don Alonso Tello había sido nombrado...
¿Qué?: juez de residencia. El residenciado —-sin sentencia definitiva
aún y con acusaciones que (por lo menos para nuestro criterio de hoy)
eran bastante graves— pasaba así a ser juez residenciador de otra per¬
sona. En efecto: don Alonso, con esa fecha, fue nombrado juez de
Final de don Alonso 217

residencia de un Pedro de Zúñiga, que había tenido el oficio de juez


de Obrajes de la ciudad de los Ángeles \
Es interesante detenernos un momento aquí. Porque esa noticia
aparece con los papeles en que el marqués de Guadalcázar, habiendo
cesado en el virreinato de la Nueva España, se querella contra el
licenciado Miguel Ruiz de la Torre, alcalde del Crimen de la Audiencia
de Méjico, a quien se le cometió tomase residencia al dicho virrey.
Una de las cosas que el juez achacaba al residenciado era que sus
criados y allegados se tomaban unos residencia a los otros al cesar en
los cargos. Y el marqués de Guadalcázar presenta un escrito en el
que prueba que los nombramientos de jueces de residencia no los
hacía él cuando se trataba de dependientes suyos; así, en el caso de
Zúñiga, no había sido el marqués quien había nombrado a Tello, sino
que el virrey lo remitió al licenciado Pedro Juárez de Longoria, que
fue quien hizo el nombramiento de nuestro don Alonso1 2.
No podemos menos de sonreímos cuando pensamos que por una
carta del virrey Guadalcázar al rey, sabemos que este Juárez de Lon¬
goria, oidor de la Audiencia, era un fresco que tenía propiedades
en Méjico (puestas a nombre de otro), contra la terminante prohi¬
bición expresada en muchas cédulas reales. Lo más curioso es la afir¬
mación que seguidamente hace el virrey: “si bien en lo que toca
a su oficio le tengo por buen juez” 3. Pues, ¿cómo?, si el oidor delin¬
quía al desobedecer las cédulas reales y era un tramposo que falseaba
la verdad, ¿cómo podía ser buen juez? Lo mismo me ha pasado al
leer varios juicios de residencia, entre ellos el mismo de don Alonso
Tello. A éste, por ejemplo, se le prueba tolerar que Salazar ejerciera
verdaderos cohechos (pues ¿quién no vería tras él la autoridad del
corregidor?); además, el juez considera probado que don Alonso per¬
cibía siempre unos derechos indebidos por los autos, que tenía timba
en su casa y cobraba el barato..., y a continuación le declara “buen
juez y ministro”.
Quizá yo soy demasiado ingenuo; pero no lo entiendo. ¿Cómo el
delincuente puede ser buen juez? Algunos de estos delitos estaban

1 AGI, Audiencia de Méjico, 140, ramo 4, núm. 43.


2 Audiencia de Méjico, 140, ramo 4, núm. 43.
3 Carta del 30 de octubre de 1616, AGI, Audiencia de Méjico, 28,
ramo 4.
218 El Fabio de la «.Epístola Moral»

castigados en las cédulas reales con la cesación automática en el cargo.


Pues, ¿cómo tal delincuente podía ser buen juez, cuando, legalmente,
ya no podía ni ser juez a secas? La juridicidad en que todo estado tiene
que basarse se derrumba cuando ocurre que las autoridades delin¬
quen, y, sin embargo, pueden continuar ejerciendo la autoridad.
Y en el caso' de este Juárez de Longoria —quien, por cierto, por
lo menos buen cristiano, restituyó en su testamento algunos pesos a
la ciudad de Méjico, él sabría por qué...—-4, en este caso, no nos
cabe duda de que este señor oidor formaba parte del sistema de Gua-
dalcázar, como también ocurría con el propio don Alonso Tello. Y no
nos extrañe que el virrey denuncie a Juárez de Longoria en su carta
al rey —pero añadiendo lo de “buen juez”—. Al marqués de Guadal-
cázar le gustaba, para aparentar veracidad e independencia, tirar algu¬
nas puntadas contra amigos o dependientes suyos: en otra carta al
rey hay alguna ironía contra don Alonso Tello 5, que era, evidentemente,
hombre de su confianza.

DON ALONSO, ALCALDE MAYOR DE LA PUEBLA

De que lo era nos convencerá —si no lo estamos aún— la carta


del propio aon Alonso leída en el Cabildo de Méjico (reunido bajo
la presidencia del corregidor don Jerónimo de Montealegre), el 8 de
febrero de 1619. Vemos en ella que casi un año antes de ese nombra¬
miento como juez de residencia, Tello había obtenido un cargo muy
importante. La carta de don Alonso se reseña así en las Actas:

4 23: 183 (10 julio 1620).


5 Es en una carta de Guadalcázar, de Méjico a 25 de febrero de 1617,
con motivo de unos tiquis-miquis entre Tello y la Audiencia, por cuestión de
precedencia. Tello quería que los virreyes tratasen de “merced” a sus corre¬
gidores y les diesen silla y que los prefirieran al alguacil mayor de corte,
cuando éste no fuera con la Audiencia. Se ve que el virrey —que sabe ha
sido cosa procurada por el corregidor “que hoy es”— está de parte de la
Audiencia; pero en fin propone que se haga lo que se estile en Valladolid
y Granada. En Madrid resuelven que cuando el alguacil mayor vaya incor¬
porado con la Audiencia, tenga la precedencia él; y en los actos que sean
propiamente de la ciudad, tenga la precedencia el corregidor; y en los demás
casos, se guarde la costumbre (AGI, Audiencia de Méjico, 28, ramo 5).
Final de don Alonso
219
Este día se vido una carta de don Alonso Tello, en que avisa a la Ciu¬
dad cómo su excelencia le ha hecho merced del oficio de alcalde mayor de
la Puebla, pidiendo que la Ciudad le mande lo que se ofreciere 6 7.

¡Habían pasado tan sólo cuatro meses desde que don Alonso dejó
la vara de corregidor de Méjico; el juicio de su residencia seguía aún
sus trámites! Pues ya el virrey le había nombrado para uno de los
mejores cargos posibles, para alcalde mayor de la Puebla de los Án¬
geles, ciudad que en la Nueva España seguía en importancia a la
de Méjico.
El Cabildo de Méjico continuaba lleno de simpatía hacia don Alonso.
Con motivo de esa notificación, el alguacil mayor, Francisco Rodríguez
de Guevara, recuerda que la Ciudad ha tenido por costumbre dar “ayu¬
das de costas a otros corregidores al cesar en sus cargos, entona de
nuevo las alabanzas de don Alonso y los beneficios que hizo a Méjico
en el crecimiento de los propios de la ciudad y de las alcabalas que
ella administra, y los trabajos de asistir con los diputados de propios,
a tomar las cuentas de propios, pósitos y sisa, y asistir a las almonedas
de la dicha sisa y pósitos, sin haber tenido remuneración por ello, y
salir muy pobre del oficio, por lo cual propone se le dé una ayuda
de costa \
El día 16 de febrero, con repetición de eulogías y ponderación de
la pobreza del antiguo corregidor se aprueba la proposición del algua¬
cil mayor y se acuerda dar a don Alonso “mil ducados de Castilla de
ayuda de costa , los quinientos en sisa, y los quinientos restantes en
las sobras de las alcabalas de los años 1617 y 1618, todo sometido
a la aprobación del virrey8. Éste, cuatro días después, aprobaba la
concesión, con sólo algunas condiciones de buena economía9. La Ciu¬
dad acata, el 21 de febrero el auto de Su Excelencia, y el 25 se
preocupa en llenar esos requisitos que el virrey deseaba se cum¬
plieran 10.

6 22: 247.
7 22: 247.
8 22: 251.
9 22: 258.
10
22: 261-262.
220 El Fabio de la «Epístola Moral»

Es, pues, inconcebible —-y prueba sólo de cómo se podía mentir


y embarullar con el Atlántico por medio— que Guadalcázar esgrima
el hecho de que hubiera sido Juárez de Longoria quien nombrara
a Tello juez de residencia de ese fulano Zúñiga, y que lo luzca en
Madrid, como prueba de que esos juicios de residencia no eran una
simple farsa. Porque, notémoslo bien, el cargo de alcalde mayor de
la Puebla de los Ángeles era otorgado por el virrey: y el virrey,
por su voluntad, había nombrado a don Alonso. Y no importa nada
que quien le hacía en enero de 1620 juez de residencia de Zúñiga
fuera Longoria (pues ya sabemos que Longoria, con sus ilegales pro¬
piedades, toleradas por el virrey, estaba bien a merced de éste). Lo
mismo daba que nombrara el virrey que un instrumento del virrey,
y el resultado era que igual el residenciador que el residenciado resul¬
taban piezas de un mismo sistema, cuyo centro era el virrey; pie¬
zas de un mismo sistema, podían conjugarse entre sí, pero nunca
chocar.
De don Alonso, alcalde mayor de la Puebla de los Ángeles, hay
abundantes testimonios en los documentos del Archivo de Indias. Entre
los mismos papeles, procedentes de Guadalcázar, en los que nos ente¬
ramos del nombramiento de Tello como juez de residencia, en 9 de
enero de 1620, se dice que es alcalde mayor de la ciudad de los Ánge¬
les. Otros dos documentos, fechados en la capital de la Nueva España,
uno del 6 y otro del 7 de mayo de 1620, nos muestran a don Alonso
en ese cargo de la Puebla de los Ángeles, pero residente en la ciudad
de Méjico: en esos días declara como testigo en sendas informaciones
y se le llama “alcalde mayor de la ciudad de los Ángeles, estante en
ésta [de Méjico]”. En ambas dice ser de treinta y cuatro añosll. Es

11 AGI. La del día 6 (de la que he perdido la signatura) es sobre un


Jerónimo de Valenzuela; la del 7 (Audiencia de Méjico, 138, ramo 3, nú¬
mero 78 c) es para que a don Antonio de las Infantas (natural de Córdoba)
se le dé un hábito. Don Luis de Góngora tuvo amistad con dos caballeros
cordobeses de ese apellido; uno se llamaba, precisamente, don Antonio, y
contribuyó con un soneto al túmulo cordobés de doña Margarita, en 1612;
el 1613, Góngora le consuela por la muerte de su novia. A la familia debía
de pertenecer el don Alonso de las Infantas que tan mal parado sale de mis
Final de don Alonso 221

posible que atraído por la capital, donde tantos amigos tenía, practicase
eso que ahora en España, en medios docentes, se ha dado en llamar
“guadalajarismo”. El 20 de mayo estaba ya, a lo que parece, en la
Puebla de los Ángeles, donde, al frente del Cabildo, firma (con la Y
de su Ysabel, enlazada por delante a su propio nombre) una petición
al rey en favor de un don García de León 1J. Todavía sigue figu¬
rando como alcalde mayor en la Puebla de los Ángeles a 1 de diciem¬
bre de ese mismo año de 162013. El cargo duraba sólo un año 14.

DON ALONSO, ALCALDE MAYOR


DE LAS MINAS DE SAN LUIS

No pocas desavenencias y disgustos señalan el final del virreinato


de Guadalcázar. Pero nuestro don Alonso Tello de Guzmán debía de
ser hábil político y saber navegar sobre las aguas más peligrosamente
movedizas. La última noticia que de él tenemos es unos quince meses
más tardía, y está en una carta del nuevo virrey, conde de Priego,
fechada en Méjico, a 26 de febrero de 1622, dirigida al rey para
darle cuenta —cumpliendo órdenes que se habían dado a los virreyes—
“de las personas de satisfapión, méritos y seruicios, que ay en este
B.eyno para los officios que se proueen por Vuestra Magestad”. Entre
las personas que tiene “por más beneméritas, de mejor opinión y
propeder, y que mas satisfapion me an dado en los casos generales
y particulares que les he cometido, después que ¡legue a este Reyno ,
menciona con largo elogio a don Carlos de Luna y Atellano, el gru-

investigaciones sobre Una carta mal atribuida a Góngora, en RFE, XXXIX,


1955, passim, y pág. 17, núm. 21.
12 AGI, Audiencia de Méjico, 273.
15 AGI, Audiencia de Méjico, 140, ramo 2, núm. 10.
14 En la lista de alcaldes mayores y alcaldes ordinarios de la Puebla, de
Zerón Zapata (que escribía en el siglo xvn), aparece don Alonso Tello de
Guzmán como alcalde mayor correspondiente al año 1620 (M. Zerón Zapa¬
ta, La Puebla de los Angeles en el siglo XVII, Méjico, ed. Patria, s. a., pá¬
gina 68). A ese mismo año 1620 corresponden todos los testimonios docu¬
mentales de su paso por el cargo, que hemos encontrado en el AGI y que
mencionamos en el texto. En el año 1621 el alcalde mayor era ya, según la
mencionada lista, Bernardino de Soria y León.
222 El Fabio de la «Epístola Moral»

ñón suegro (según él, a la fuerza) de don Alonso; y también a éste:


con las siguientes palabras:

Don Alonso Tello de Guzmán vino de España por corregidor desta


Ciudad. Acauado el tiempo vino sucesor y fue proueydo por Alcalde Mayor
de la Puebla, y agora lo es de las minas de San Luys y Theniente de
Cappitán General en ellas. Es un cauallero bien entendido y de buena inte-
ligenqia para qualquier ocupación 15.

Nuestro mundo ha cambiado: un nuevo virrey y un nuevo cargo'


importante para don Alonso: ahora, la alcaldía mayor de unas minas
muy alejadas, al norte de Méjico, en San Luis. Un largo camino desde
la capital, un camino lleno de peligros de todas clases.
Pero Tello gozaba de la confianza del nuevo virrey, quien estimaba:
grandemente su inteligencia. Imaginamos a don Alonso camino de su
lejana alcaldía (si es que lo hizo alguna vez)... El puesto era impor¬
tante, pero ciertamente molesto y aun peligroso. Y aquellas pruebas
de Santiago, en España. ¿Que estaría pasando en las segundas prue¬
bas? En el pecho de don Alonso brillaba aún una estrella de grandes
esperanzas... Su norte era la ambición, y la tensión de su vida la del
pretendiente. La carta del virrey es recomendación y alabanza de un
hombre de mérito que está —aún— en posición de pretendiente.
Por ese camino —pura imaginación nuestra—, que lleva a las minas
lejanas, se nos pierde don Alonso Tello de Guzmán.

ÚLTIMA MENCIÓN

Para saber algo más de él, tenemos que volver a hojear el expe¬
diente de las pruebas para el hábito de Santiago. Recordemos que
el Consejo, no encontrando suficientes las practicadas (de que hemos
hablado) mandó el 20 de mayo de 1620 que se hicieran nuevas dili¬
gencias, y que estas nuevas diligencias no aparecen en el expediente.
Una nota, al final, nos dice: “Murió [don Alonso Tello de Guzmán]
antes de despacharse [el hábito]”. Lo mismo al principio del expe-

15
Audiencia de Méjico, 29, ramo 5.
Final de don Alonso 223

diente, otra nota 16 nos precisa que don Alonso “murió estando hacién¬
dose segundas diligencias”.
Hemos imaginado a don Alonso Tello de Guzmán, entre dolido
y esperanzado, camino de sus lejanas minas... Ahora vemos bien que
esa imaginaria senda nos le desvanecía de modo definitivo. Al otro
extremo de la ruta, para terminar sus afanes y sus esperanzas, le
estaba esperando la muerte.

EL HIJO, COMO EL PADRE

Podemos dar aún una sola vislumbre de una historia mucho más
tardía.
La familia Tello se había asentado en Méjico, y en 1645 don Diego
Antonio Tello Colón (hijo de nuestro don Alonso y de doña Isabel,
su segunda mujer) estaba de nuevo pretendiendo un hábito. Así se
deduce de una carta fechada en Méjico en 1645, firmada por don
Diego Antonio y dirigida a don Gregorio de Tapia. Lo que pasó¡ nos
lo relata esa nota que en una hoja suelta está al principio del expe¬
diente de don Alonso, nota cuyas primeras palabras acabo de transcribir
unas líneas más arriba. La nota completa dice así:

Murió [don Alonso Tello de Guzmán] estando haciéndose segundas dili¬


gencias.
Su Magestad el año 1647 dio, en lugar de este ávito, otro de Alcántara
a don Diego Antonio Tello Colón, hijo del dicho don Alonso; y también
murió sin que se le despachasse.

¡Mala suerte la de nuestros Tellos!

16 Es, en realidad, una hoja suelta, que parece destinada a encabezar el


expediente.
X

UN ANDRÉS FERNÁNDEZ DE AÑORADA EN MÉJICO

No puedo terminar sin dar aquí cuenta de lo que me ocurrió cuando


estaba reuniendo los materiales en que se ha basado la anterior ex¬
posición.
El pensamiento de Andrés Fernández de Andrada había venido
varias veces a mi mente durante mi trabajo: este poeta que interrumpe
su producción literaria y desaparece, ¿no podría, acaso, haber ido a
dar a Méjico, a la sombra de su amigo don Alonso Tello de Guz-
mán? Cuando he aquí que, pasando las hojas de las Actas de Cabildo
de Méjico —¿sería posible?—, me encontré... Sí, me encontré, de
pronto, con el cargo de contador de bienes de difuntos de la Nueva
España, a un Andrés Fernández de Andrada, es decir, a un individuo
cuyo nombre coincide con el del autor de la Epístola Moral. Me
serené; reprimí mi corazonada, e inmediatamente vi dos perspectivas
posibles: podía ser esto un descubrimiento importante en torno a la
Epístola Moral; o podía tratarse de una mera homonimia.

LA DESAPARICIÓN DE ANDRA¬
DA. ¿FUE QUE SE MURIÓ?

Hay que tener en cuenta que Andrés Fernández de Andrada, en


el siglo pasado (antes del descubrimiento hecho por don Adolfo de
Castro) era ya conocido por dos causas, ligadas las dos al poeta Rioja:
1.a Porque Rioja dedicó a Andrada la silva Al verano, con la particu¬
laridad de que el autor, más tarde, borró el nombre de “Andrés Fer-
Un Andrés Fdez. de Andrada en Méjico 225

nández de Andrada” y lo sustituyó por el de don Juan de Fonseca


y Figueroa, y cambió, asimismo, el primer verso, que antes decía

Andrada, ya las horas


en
Fonseca, ya las horas.

Pero se le olvidó que el nombre de Andrada figuraba también hacia


el término de la poesía, en un verso (el undécimo, empezando por el
final) que dice:

Arde, Andrada, en aquel divino fuego.

2.a También se sabía que entre los versos de Rioja (en el ms. 3888
de la Biblioteca Nacional), se nos ha conservado el fragmento de una
“silva” que lleva por título La entrega de Larache al Re[y] Nuestro
Señor don Phelippe III. La muerte del Rey de Francia Enrique [IV].
La expulsión de los moriscos de estos Reinos de España.
La entrega de Larache (21 de noviembre de 1610), mejor dicho,
el día en que la noticia de la entrega llegara a Sevilla, es el término
a auo de este poema de Andrada. Se trataba de un comentario poé¬
tico de hechos —la muerte de Enrique IV, la llamada toma de Lara¬
che— que apasionan sólo durante un corto espacio de tiempo. Hay
que pensar que Andrada escribiera su poema entre diciembre de 1610
y los principios de 1611; pero no más tarde.
Esto era lo que se podía saber 1 a base de lo conocido antes de
publicarse el opúsculo de don Adolfo de Castro. Resultaba, pues, se¬
guro: a) que Andrés Fernández de Andrada era un poeta; b) que
era buen poeta y que el exigentísimo y elegante Rioja le estimaba
mucho; c) que hacia 1610-1611 tenía, por lo menos, alguna activi¬
dad poética; d) que llegó un día en que Rioja se desinteresó de
Andrada. Añadamos aún que ya La Barrera sospechó que Andrés

1 Digo “lo que se podía saber” y no “lo que se sabía”, porque los datos
del ms. 3888 fueron mal interpretados. El mismo La Barrera (Poesías de
don Francisco de Rioja, Madrid, 1867, pág. 320) fechó tan disparatadamente
el fragmento de Andrada, que uno tiene que preguntarse si no hay allí
errata u otro tipo de error material. El disparate fue repetido (La Epístola...
no es de Rioja, pág. 25).

15
226 El Fabio de la «Epístola Moral»

debía de ser hijo de un Pedro Fernández de Andrada, que publicó


en Sevilla (de 1580 a 1616) varios libros sobre caballos y el arte de
la gineta. Esta sospecha había de quedar brillantemente confirmada,
ya en nuestro siglo, por los documentos que publicó nu inolvidable
amigo don Francisco Rodríguez Marín. Lo más importante, sin em¬
bargo, había ocurrido ya sólo ocho años después de aparecer las poe¬
sías de Rio ja editadas por La Barrera, y fue la publicación, en 1875,
de la obrita de don Adolfo de Castro: y he aquí que el manus¬
crito de la Colombina atribuía a Andrés Fernández de Andrada nada
menos que una pieza famosísima: la Epístola Moral a Fabio. Muchos
años más tarde otros manuscritos han ido revelando que para ellos
también Andrada es el autor de la Epístola. Hasta llegar a la situación
actual, que es, repetimos, ésta: de los once manuscritos que conoce¬
mos, en los que está la Epístola, en cinco figura Andrada como autor.
Y, ya lo vimos, las otras atribuciones, todas menores en número, son
erróneas.
¿A qué se pudo deber el desinterés por Andrada que un día sin¬
tió Rioja y que le lleyó a quitarle la dedicatoria de la silva Al verano?
Castro se hizo también esta pregunta, y para él la contestación más
natural era que, probablemente, Andrada había muerto pronto y Rioja
creería más interesante dedicar a vivos 2. Pero hay muchas maneras
de morirse.

¿DESAPARICIÓN POR AUSENCIA?

Al encontrar yo el nombre de un Andrés Fernández de Andrada,


con un cargo de contador en la Nueva España, en las Actas del ca¬
bildo de Méjico, vi en seguida que una manera de desaparecer de
la vida española (tanto que un Rioja ya no mostrara interés por el
desaparecido) podía ser el pasar a Indias. El Andrés Fernández de

2 Castro, pág. 22. “Esto [la dedicatoria a Andrada de la Silva al verano,


de Rioja] demuestra la amistad que mediaba entre Rioja y Fernández de An¬
drada; pero éste debió fallecer antes que aquél, por lo que desobligado de la
dedicatoria de la Silva, la transfirió el poeta a Fonseca como tributo de afec¬
to”. Esto fué lo primero que se le ocurrió a dón Adolfo, si bien luego aña¬
dió (pág. 23): "... o quizá sin haberla decididamente dirigido a Andrada,
mudó de parecer, y le dió nuevo Mecenas ames de sacarla de su estudio”.
Un Andrés Fdez. de Andrada en Méjico 227

Andrada que entre 1610 y 1611 daba alguna muestra de actividad


poética en España, podía muy bien ser este Andrés Fernández de
Andrada, contador de bienes de difuntos en 1619, a quien el virrey
marqués de Guadalcázar encarga una comisión especial: la de tomar
al cabildo de Méjico una complicada cuenta. Su labor dura varios
meses, y el cabildo queda muy contento del tino y delicadeza con que
el contador ha procedido. Amigo en España de don Alonso Tello
de Guzrnán, la imaginación del investigador ya adivinaba cuán natural
resultaría la desaparición de Fernández de Andrada de la escena lite¬
raria española, en la que, a lo que parece, nunca participó con inten¬
sidad, y su reaparición con un cargo en Méjico, donde también había
ido a parar, con otro cargo más importante, su amigo don Alonso
Tello. Y todo resulta aún mejor, si se considera que este Fernández
de Andrada, contador, debía ser hombre de confianza del virrey Gua¬
dalcázar, pues le encargaba una misión difícil, lo mismo que don Alonso
Tello lo era. La misma cronología parecía favorecer esta perspectiva:
la actividad literaria de Andrada en España resulta centrarse hacia
los mismos años: hemos dicho que la silva, hoy fragmentaria, tuvo
que ser escrita entre fines de 1610 y principios de 1611; ya hemos
visto que la Epístola Moral tuvo que ser compuesta cuando Tello
era aún pretendiente en Madrid3, antes de ese día, entre los pri¬
meros de noviembre de 1612, en que tuvo que llegar a Sevilla la
noticia de que don Alonso había obtenido el corregimiento de la ciu¬
dad de Méjico.

Tello fue pretendiente varias veces, también después de haber sido


corregidor de Méjico. Pero no se tome esto como argumento en contra de la
época que hemos atribuido a la Epístola, porque es evidente que ésta le
aconseja cuando está pretendiendo en la Corte: es decir, inmediatamente
antes de su nombramiento para el corregimiento de Méjico. Recuérdese
la rúbrica de la Epístola en el ms. sevillano: "... a D. Alonso Tello de
Guzrnán, pretendiente en Madrid...”. No se puede tampoco descartar que
fuera mucho antes, en 1606, en ocasión de haber quizá ido don Alonso
a gestionar la veinticuatría que se le concedió. Me parece más probable
que la Epístola se escribiera con ocasión de las gestiones que culminaron
en la obtención del corregimiento mejicano. Una cosa es segura: que nues¬
tro don Alonso sólo fue “pretendiente en Madrid” antes del 27 de octubre
de 1612, fecha de su nombramiento. Véase más arriba, pág. 118.
228 El Fabio de la «Epístola Moral»

¿SE TRATA DEL POETA? ¿O ES UN HOMÓNIMO?

Todo eso casa bien, forma un sistema coherente, pudiera muy bien
haber sido así, y Fernández de Andrada, el poeta, haber terminado
como contador de bienes de difuntos4 en Méjico. Pero hay que an¬
darse con pies de plomo: puede lo mismo tratarse sólo de una mera
homonimia: por estas mismas páginas hemos visto pasar la sombra
de un tan inesperable como perfecto homónimo de don Alonso Tello

4 Aunque he hecho algunos esfuerzos para encontrar más datos acerca


de este “Andrés Fernández de Andrada, contador de bienes de difuntos,
de la Nueva España”, mis rebuscas en el Archivo General de Indias han
sido infructuosas. El oficio de contador de bienes de difuntos se proveía
libremente por los virreyes, hasta que —precisamente— por una real cédula
de 9 de marzo de 1620 se mandó a Guadalcázar vender dicho oficio. El 7 dt
octubre de 1620, Guadalcázar manda vender el oficio, sacándolo a pregón, y
se remató en Francisco Carrasco en veinticuatro mil pesos de oro común, en
reales, el 9 de febrero de 1621 (AGI, Audiencia de Méjico, 139, ramo 4, 79).
Para la historia del oficio de contador de bienes de difuntos y la comprensión
de las difíciles obligaciones del cargo es importante una carta de Guadalcázar
al rey, de 5 de mayo de 1618 (AGI, Audiencia de Méjico, 29, ramo 1), y
sobre todo una certificación que la acompaña: el oficio lo fundó el virrey
don Luis de Velasco, por cédula real de 28 de enero de 1609; tenía mil
ducados de salario anual y derechos de tres reales de cada certificación dada
a alcaldes mayores, corregidores, etc., de no deber nada a la caja de bienes
de difuntos: estos derechos hacían unos cien pesos. El contador tenía un
ayudante (pagado con cien pesos anuales). El contador tomaba cuentas “a
todos los comisarios que los Jueces despachan a las partes y lugares donde
hay que cobrar y a los alcaldes mayores y corregidores de lo que en su tiempo
han cobrado, y tomar razón de todos los bienes que entran en la dicha caja,
y de los que se pagan, y sacar resultas de pleitos de dineros que se deben
a los dichos difuntos por diferentes personas, para poder certificar la cantidad
que hay en la caja y tocan a cada uno”. El oficio era complejo y delicado:
piénsese la gran cantidad de seres (colonistas, etc.) que morían en regiones
apartadas, muchas veces sin un pariente en aquellas tierras; había que pro¬
teger el caudal que dejaban hasta enviarlo a los herederos, muchas veces en
España; había que recibir pagos de gentes que debían al difunto, etc., y
todo esto se hacía a través de una extensa red, cuyo centro era el contado;
de bienes de difuntos. El 25 de mayo de 1618 era contador Andrés de Almo-
guera (según la citada carta de Guadalcázar); entre el 22 y el 29 de octubre
de 1619 lo era, como hemos visto en el texto, Andrés Fernández de Andrada;
el 9 de febrero de 1621 lo adquirió, por compra, Francisco Carrasco.
Un Andrés Fdez. de Andrada en Méjico 229

de Guzmán. Más aún: si esa homonimia de dos sevillanos, que se


llamaron, los dos, “don Alonso Tello de Guzmán” no hubiera llevado
a don Adolfo de Castro por una vía equivocada, las páginas que ante¬
ceden no habrían sido escritas. Guardémonos, pues, de que el pre¬
sente estudio, que comienza por una homonimia que originó un error,
pueda terminar con otro érror causado por otra homonimia.
Hace toda decisión aún más peligrosa el hecho de la existencia
del apellido Andrada en Méjico desde tiempos antiguos y su relativa
frecuencia por esta misma época* 1 2 3 4 5 de principios del siglo xvn.

5 He aquí algunos Andradas, habitantes en la Nueva España, o rela¬


cionados con ella, que han salido en nuestras investigaciones en el Archivo
General de Indias:
1) Cédula de recomendación del rey al virrey, de 21 de diciembre
de 1590, por la que se le ordena que favorezca y ocupe en oficio a don
Alonso Muñoz, “que fue casado con doña Isabel de Andrada Monteguma,
vignieta de Monteguma y nieta de Pedro Gallego de Andrada y Juan Ruiz
de Alanís, que fueron de los primeros que me sirbieron en el descubrimiento
y pacificación della [de la Nueva España]”. AGI, Audiencia de Méjico, 272.
2) Juan Vázquez de Andrada (un abuelo suyo que se llamaba Jorge
Fernández, fue uno de los primeros descubridores, conquistadores y pobla¬
dores de Yucatán). AGI, Audiencia de Méjico, 28, ramo 1.
3) El “Capp[it]án” Andrés Lorenzo de Andrada —según un memorial
que presenta— sirvió diez y ocho años “en la Contaduría de la Real hacien¬
da de México, de oficial mayor”; y en la Carrera de las Indias, en las Reales
armadas y flotas, fue “dos vezes cabo de los nabíos de la provincia de
Yucatán y depositario general en ella”. Solicitaba un puesto en Yucatán.
Estos Andradas debían de proceder de Canarias. Hace una información
con testigos en Madrid, 21 de mayo de 1618 (AGI, Audiencia de Méjico,
136, ramo 3, núm. 38). En efecto, hay un nombramiento real de este
Andrés Lorenzo de Andrada para depositario general de la provincia de
Yucatán —-que confirma otro del gobernador de Yucatán (D. Carlos de Luna
y Arellano)—, hecho a 11 de mayo de 1611 (AGI, Audiencia de Méjico, 1094,
ramo 1, fol. 169).
4) Andrés Martínez de Andrada, vecino de Sevilla, había obtenido li¬
cencia para ir a Méjico con su mujer y un hijo; solicita licencia para llevar
también una cuñada. Se la dan. 14 de enero de 1614 (AGI, Audiencia de
Méjico, 272).
5) Hay un Bartolomé Lorenzo de Andrada, alguacil mayor de la villa
de Santa María de la Vitoria, provincia de Tabasco, en 1615 (AGI, Audien¬
cia de Méjico, 180, ramo 3). Este mismo Bartolomé es nombrado para lo
mismo (AGI, Audiencia de Méjico, 1094, 2, año 1619, fol. 82 v.°).
230 El Fdbio de la «Epístola Moral

Quede, pues, para futuros investigadores determinar si este An¬


drés Fernández de Andrada 6 7, contador de bienes de difuntos, que es¬
taba en Méjico en 1619, era el mismo poeta de la Epístola Moral
o un mero homónimo suyo.

6) Un capitán Bernardo Martínez de Andrada, en 1628, decía haber


servido en Yucatán desde hacía doce años; estaba casado con una descen¬
diente de conquistadores. Su padre era Martín Martínez, alguacil del Real
Palacio más de cuarenta años (Audiencia de Méjico, 559).
7) En época más tardía, en su Corregidor Sagaz (1656), menciona Bar¬
tolomé de Góngora otro Andrada: “Don Gerónimo de Andrada Salzedo,
caballero de la Orden de Santiago, y de grandes méritos. Oy ocupa el oficio
de General y Alcalde mayor de S. Miguel el Grande” (fol. 98 v.°).
Nótese que varias veces se produce la combinación “Andrés... de An¬
drada”; en una lo interpuesto es “Lorenzo”; en otra, es “Martínez”; algu¬
no de estos Andradas era contador. Bien se ve que el caso de “Andrés
Fernández de Andrada, contador de bienes de difuntos” ha de ser consi¬
derado con toda cautela.
6 Doy a continuación las menciones de Andrés Fernández de Andrada
que hemos hallado en el Libro veintitrés de Actas de Cabildo; todas son
del año 1619 (recordemos que don Alonso Tello terminó el corregimiento
el l.° de octubre de 1618). Cito página y columna; siguen día y mes (a
no ser que no varíen); rectifico, si es necesario, el texto impreso, en los
casos en que he podido confrontar con micropelícula (también, sin disponer
de fotografía, en un lugar evidentemente equivocado); uso mayúsculas a la
moderna. —11b: 13 Mayo: “el contador Andrés de Andrada”. —13a:
17 Mayo: “Andrés de (Valmaceda) [Andrada]”, evidentísimo error (lo corrijo
sin confrontación fotográfica) que puede, lo mismo, venir del amanuense
antiguo que de la impresión; “don Andrés de Valmaceda” (sic, en lo im¬
preso) era uno de los regidores de la ciudad. —87b Foto.: 22 Noviembre:
“el contador Andrés Frez de Andrada”... “Andrés Fernández de Andrad(e)[a]
contador de vienes de difuntos desta Nueva España”. — 88a Foto.: “Andrés
Fernánde(s)[z] de Andrad(e)[a]... al dicho contador Andrés Fernández de
Andrada... el contador Andrés de Andrada”. —92a Foto.: “el contador
Andrés de Andrada”. —92b Foto.: “el contador Andrés de Andrada”.
— 93a Foto.: “Andrés Fr'z de Andrada contador de bienes de difuntos
desta Nueva España”. —93b Foto.: se repite tres veces “Andrés Fernández
de Andrada”, dos de ellas con mención del mismo cargo. —94a, 95b y 96b
Foto.: cuatro veces, el nombre completo (pero “Fernández” en abreviatura).
XI

CONSIDERACIONES FINALES

CAUCIÓN

En el tema que acabamos de dejar, hemos visto cómo se abría a


nuestros pies —hasta obligar a detenernos—- el peligro inmediato de
una homonimia.
La contemplación de un peligro cercano, nos hace ser cautos en
general, ponernos sobre aviso aun respecto a cosas que hemos con¬
siderado seguras. He aquí un excelente momento para mirar y com¬
probar por última vez los engarces de nuestra exposición.
La atribución de la Epístola Moral a un tan oscuro poeta como
Andrada en cinco manuscritos, nos obliga a afirmar —mientras no
se presente una prueba en contrario— que Andrada debe ser tenido
por el autor de esa famosa obra. Pero es, en cambio, un solo manus¬
crito de esos cinco (aunque es uno sevillano y el que parece informado
mejor y más directamente) el que nos dice que la carta fue escrita
para don Alonso Tello de Guzmán, pretendiente en Madrid, que había
de ser corregidor de Méjico. Esta noticia, consignada en un único
manuscrito, no está en contradicción con nada: más aún, nos sitúa
hechos y personas dentro de un sistema con naturalidad de organismo
normal, en el que los movimientos de cada parte parecen relacionarse
bien con los de las demás. Para nosotros, pues, don Alonso será —si
no surge otro testimonio más fuerte— el Fabio de la Epístola.
232 El Fabio de la «Epístola Moral»

FRACASO INICIAL DE LA
“epístola moral a fabio”

Recordemos ahora los inmortales tercetos:

Fabio, las esperanzas cortesanas


prisiones son do el ambicioso muere
y donde al más activo nacen canas.
El que no las limare o las rompiere
ni el nombre de varón ha merecido
ni subir al honor que pretendiere.

¡Qué mal, qué mal aprendió don Alonso esta lección sabia! Nunca
supo —ni aun lo intentó—- romper las prisiones de su propia ambi¬
ción. Fue durante toda su vida un “pretendiente”: a una veinti-
cuatría, a un corregimiento, a un hábito de Santiago, a dos alcaldías
mayores, a la tenencia de una capitanía general... Obtuvo la mayor
parte de estos cargos, pero, por la misma época de su vida, cuando
parece debía tocar los mejores frutos, fracasa en la pretensión del
hábito y acepta un puesto (alcalde mayor de la Puebla), evidentemente
inferior al de corregidor de Méjico, que acababa de dejar. Tuvo
la sed de los oficios, el deseo de poder y, cortesano de la corte de
Madrid, cortesano de la corte virreinal, no nos cabe duda, dobló un
día y otro la rodilla ante los privados y ante el virrey, y les escrutó
un día y otro la faz para adivinarles el humor (“augur de los sem¬
blantes del privado”).

¡Cuán callada que pasa las montañas


el aura, respirando mansamente!
¡Qué gárrula y sonante por las cañas!
¡Qué muda la virtud por el prudente!
¡Qué redundante y llena de ruido
por el vano, ambicioso y aparente!...
No resplandezca el oro y los colores
en nuestro traje...

Así predicaba la Epístola... Y don Alonso fue galante, externamente


caballeresco, agradable, si era posible, con todos, vertido a la vida
exterior y aparencial, este pobre don Alonso, al que ya en sus años
Consideraciones finales 233

mozos, en Sevilla, llamaban “don Alonso el presumido”, al que siem¬


pre nos presentan tan caballero, tan señor...

Quiero, Fabio, seguir a quien me llama


y callado pasar entre la gente,
que no afecto los nombres ni la fama.

La Epístola le aconsejaba el cultivo del hombre interior, el des¬


precio de las vanas esternalidades, y de su estruendo. ¡Cuán equi¬
vocado don Alonso Tello de Guzmán!
Más equivocado aún, cuando por debajo de su caballería descu¬
brimos la sed de oro.

Pobre de aquel que corre y se dilata


por cuantos son los climas y los mares,
perseguidor del oro y de la plata.

Don Alonso cruza los mares y cambia los climas; a estos afanes
no es ajena la ambición del oro y de lo que se compra con el oro.
En la prueba del juicio de residencia, se cuartea el sólido esmalte de
lo caballeroso exterior, y por las quiebras sale el tufillo de las pipas
de vino de Juan Fernández de Salazar, y los cohechos y falsas denun¬
cias de éste, o sus trapícheos en la albóndiga, o los derechos en con¬
tra del arancel cobrados por las firmas de don Alonso... Y, de modo
parecido, al otro lado del mar, en el ambiente de las murmuraciones
sevillanas, levantadas con motivo de las pruebas de limpieza para el
hábito, sale el rumor de los cinco mil ducados sembrados convenien¬
temente por el Juan Fernández de Salazar en Madrid para acelerar
la concesión, quizá en las mismas jornadas hasta Sevilla para blan¬
dear a los diligencieros; en Sevilla, para que de la mente de los tes¬
tigos se borraran los Tazas de Salteras y la fulana Cansino, la hija
del quemado por la Inquisición.
¡Qué tristeza, qué pena! Ser aquel para quien se escribió la
Epístola Moral, y ser nada menos que todo un señor corregidor de
la ciudad de Méjico, y tener timba abierta en la propia casa, y cobrar
de barato a treinta y dos reales la baraja. El fracaso inicial de la
Epístola Moral a Fabio, el fracaso en el mismo Fabio, le deja a uno
en el alma un regusto de pesimismo y amargura.
234 El Fabio de la «Epístola Moral»

LO INTERESANTE EN LO VULGAR

Alejémonos, pues, de la Epístola y de su atmósfera de severo


ascetismo estoico. Imaginemos que un día se descubre que el manus¬
crito de la Colombina está equivocado y que el Fabio de la Epístola
fue otro personaje y no nuestro don Alonso. Eso puede pasar muy
bien: toda afirmación en materia histórica es siempre una hipótesis,
condicionada por la veracidad de uno o de muchos testimonios. Si así
ocurriera, si nuestro don Alonso quedara definitivamente descargado
de la grave responsabilidad de ser el Fabio de la Epístola, a mí no
me importaría nada, y todo lo más, cambiaría el título de estas páginas.
Quiero decir que llevado hacia don Alonso Telío por un motivo
literario, pronto me ganó el interés del personaje, entiéndase bien, lo
que me ganó fue el interés de la vulgaridad del personaje, o, quizá,
de modo más justo, el interés de la normalidad del personaje. A base
de una documentación apresuradamente recogida —yo sé cuánto po¬
drán completar y aún alterar la silueta de mi biografiado muchos
documentos que (estoy seguro) aún duermen en archivos de España
y de Méjico— me ha tocado rastrear algunas actividades de un espa¬
ñol de principios del siglo xvii, que no sobresale por nada especial¬
mente interesante: no fue un escritor famoso, ni un guerrero, ni si¬
quiera un gobernante de importancia. Pero seguir los rumbos de un
hombre vulgar es meterse —precisamente—< por la entraña de la his¬
toria. En la ruta de don Alonso le hemos visto en relación directa
o indirecta con una serie de galerías que, con más o menos nitidez,
recibían luz un momento, en el instante mismo del avance de nuestro
héroe (llamémosle así, pues es la costumbre): esos corredores late¬
rales tienen una serie de letreros, “veinticuatría”, “literatos famosos”,
Cabildo mejicano”, “Consejo de Indias”, “virrey y real acuerdo”, “fes¬
tejos”, “comedias del Corpus”, “equitación”, “problemas del agua
en Méjico y obra de la arquería”, “policía y ornato de la ciudad”,
“juicios de residencia”, “la venta del pulque”, “defensa de Acapulco”,
patronato de Santa Teresa”, “tráficos ilegales”, “aranceles de justicia
y su vulneración”, “matrimonio clandestino”, “pretensiones a hábitos”,
costumbres de validos”, “sobornos”, “pruebas de sangre”, “murmu¬
raciones y odios”, “judíos y limpieza de sangre”, “el apellido Can-
Consideraciones finales 235

sino”. Para mí, que soy un aprendiz en estas materias, tengo que
decir que la excursión me ha sido muy fructífera: algunas de esas
galerías eran para mí poco más que un rótulo, hoy tienen ya un con¬
tenido, a veces muy claro, otras en sólo un principio de aclaración.
Si algo puede tener algún interés en estas líneas que anteceden,
será en todo caso la imagen tan múltiple y tan rápidamente cambianta
de posibilidades y contactos que ofrecía la vida española a un hombre
del estado a que pertenecía don Alonso Tello: el paso de un ser, el
ponerse en contacto un ser humano con una serie de formas circuns¬
tanciales de la permanente vida española. Y por encima de todo, el
problema, o mejor, drama íntimo de nuestro personaje. Que don
Alonso Tello no era un Quijote, es indudable; pero se puede no
ser un Quijote y pertenecer total, aunque modestamente, a la esfera,
toda luz pulcra, del mundo de la caballería. ¿Pertenecía a ella don
Alonso? Que no era un Sancho, es evidente también. Pero ¿había
en él vetas a lo Sancho? (¡Aquel Juan Fernández de Salazar!) ¿Es
imaginable un Quijote que tenga vetas de Sancho? No: ocurriría que
el elemento Sancho impregnaría todo el elemento Quijote, y a la
postre todo sería Sancho. Dicho de otro modo: el caballero corre¬
gidor que tiene timba en su casa y cobra el barato, pierde todas
sus caballerías y se hace, no ya Sancho, sino más bien Ginés de
Pasamonte.
Llegamos, pues, a una conclusión pesimista y bastante deprimente.
¿Cómo habría sido don Alonso si hubiera permanecido en España?
¿Era, quizá, el ambiente fácil de las Indias, las enormes apetencias
suscitadas, aquel mundo nuevo de necesidades materiales, mundo con¬
quistado, con la historia de la conquista aún demasiado reciente, lo
que hacía cuartearse el decoro caballeresco de un don Alonso Tello
de Guzmán?

LAS NORMAS LEGALES Y LA REALIDAD AMERICANA

El aprendiz de americanista que ha escrito las líneas que antece¬


den se ha metido —por primera vez en su vida con algo de profundi¬
dad y duración— en la copiosa legislación de Indias. Me he sentido
orgulloso: no me habían engañado los que me habían dicho que
236 El Fabio de la «Epístola Moral»

era una legislación maravillosa. ¡Qué inmensa obra de cultura había


hecho España en menos de cien años! ¡Qué sentido de justicia, qué
moderno sentido de justicia, en la mayor parte de las disposiciones!
¡Qué delicadeza, qué previsión de lo particular, muchas veces exce¬
siva! Sí, yo salía de la lectura de las cédulas reales lleno de entu¬
siasmo y de legítimo orgullo.
El caso práctico al que debía ajustar esa legislación era el de don
Alonso Tello de Guzmán. Mi asombro fue grande: había un des¬
ajuste evidente entre las cédulas reales que regulan el oficio de corre¬
gidor y la conducta de don Alonso. El corregidor no podía traficar,
no podía cobrar abusivamente contra el arancel, no podía tener juego
en su casa, no podía casarse con mujer del término de su mando...
Y todo esto lo vulneró don Alonso Tello.
Lo peor no era eso: siempre puede haber un incumplidor de las
leyes, y muchas veces y en todos los tiempos ha ocurrido que algunas
autoridades no las cumplan; tal don Alonso. Pero lo que me empezó
a desasosegar fue la reacción del Estado español ante ese incumpli¬
miento. Cuando cesó don Alonso en el corregimiento, daba la casua¬
lidad de que poco antes parecía haber surgido una nueva oleada de
rigor para las residencias. ¡Pobre don Alonso!, pensamos. Ocurría
que, según las cédulas reales, algunas de las faltas cometidas por Tello
eran tan graves que por sí mismas incapacitaban para el cargo: éste
debía vacar automáticamente. Es evidente que eso no se había pro¬
ducido; y llega el juicio de residencia y el riguroso juez ¿qué hace?
Pues imponer a don Alonso unas penas pecuniarias, pagar unos tres
mil quinientos pesos, y declararle, literalmente, “buen juez y ministro”.
Más asombrosa aún la sentencia definitiva del Consejo de Indias:
absuelve a don Alonso en bastantes cargos en los que el juez de
Méjico le condenaba, reduce la pena pecuniaria a 600 ducados (¡ había
que sacar algo para los gastos del juicio!), y claro está, le declara
también “buen juez y ministro”.
No cabe duda: la intención legislativa era estupenda y las leyes
magníficas. Pero con varios miles de millas de navegación, es natural,
se aguaban, perdían eficacia. Se ordenaba rigor en los juicios de resi-
Consideraciones finales 237

dencia: los jueces en aquellas oligarquías —con un terrible sistema de


intereses establecidos— al otro lado del mar, obraban cohibidos, y el
Consejo de Indias, con las mil coacciones de la Corte, rebajaba aún
la pena hasta dejarla casi inexistente. ¿Y cuántos de los cinco mil
ducados esparcidos por Salazar habrían ayudado a esta lenidad última
del Consejo?

Vamos a alejarnos de don Alonso Tello de Guzmán y temo haber


recargado las tintas de sus imperfecciones, y haber hecho así mal
avío a su persona y, a la postre, podérselo hacer a la obra de España
en América.
Es posible que yo haya buscado, en este oficial de la Nueva Es¬
paña, una pureza absoluta, poética, diríamos. Y me he encontrado,
sencillamente, con un hombre: con sus apetencias, cuyo logro favo¬
recía el medio ambiente de la colonia. Y, por mala fortuna, con un
Fernández de Salazar, sin escrúpulos, para satisfacer esas apetencias.
Pero he sido muy injusto —y al final me arrepiento— en mirar
poco a la otra cara, en hacer menos hincapié en la caballerosidad de
don Alonso, en su patriotismo que le lleva a la defensa de Acapulco,
en su inteligencia y capacidad que todos reconocen, en su interés por la
ciudad que corregía, en su cuidado de las calles, de los paseos, de
las fuentes, del ornato y limpieza de todo, de la traída de aguas, de
la defensa contra inundaciones, de la desecación de la laguna, de las
obligas de la carne y del aprovisionamiento de cereales, del orden,
de la persecución de delitos y delincuentes, de la buena técnica de
oficios y artesanías, de las fiestas y regocijos, del decoro de las come¬
dias... Esto, y tantas cosas más, fue lo que llenó su actividad, día
a día, durante cinco años. Y así, durante cinco años, colaboró eficaz¬
mente en el crecimiento de la que hoy es la segunda gran agrupación
humana de habla española.
Yo he pedido una pureza casi poética, y lo que me ha contestado
es la vida, con sus imperfecciones e impurezas, pero con su terrible
empuje. Cinco años, día a día, fomentó y corrigió don Alonso, con
amor e inteligencia y con un sentido de urbanismo que diríamos mo-
238 El Fabio de la «Epístola Moral»

derao, ese gran pujar de fuerzas que había de dar por resultado el
Méjico de hoy.
No le pidamos purezas absolutas a la vida, ese río tan turbio
como poderoso. Alejémonos, para terminar, de nuestro objeto inme¬
diato, busquemos una amplia perspectiva. Miles y miles de seres como
don Alonso, hechos de la misma arcilla, con apetencias y, en muchos
casos, impurezas como las suyas, y aún peores —esparcidos por in¬
mensos territorios—, estaban llevando a cabo la más hermosa coloni¬
zación que conoce la historia humana: la colonización española de
América.
NOTA FINAL

Los dos estudios que forman este volumen


fueron publicados, respectivamente, en 1957
y 1959. Ambos han sido aumentados y escru¬
pulosamente corregidos. El segundo, en es¬
pecial, tiene ahora completa la anotación,
de la que, por razones de espacio, fué nece¬
sario suprimir gran parte en la primera
impresión.
INDICE DE NOMBRES PROPIOS

Acevedo, Alfonso de: 129, 130, Andrada Salcedo, Jerónimo


131. de: 230.
Agustín, San: 100. Angulo y Reinoso: 147.
Albarracín, Miguel Jerónimo: Antolín, P. Guillermo: 67, 68,
207. 69, 75, 99.
Albear, Martín de: 170. Antonio, Nicolás: 21, 25, 27, 34,
Alberti, León Bautista: 61. 35, 36, 40, 53, 54, 55, 59, 64r
Alburquerque, Duque de: 130, 68, 76, 130.
131. Añasco, Fray Alonso de: 202,
Alcalá, Manuel: 114. 206, 214.
Alfonso VII: 44. Arcipreste de Hita: 77, 98.
Algas, Alí: 29. Arcipreste de Talavera: 77.
Almazán, Agustín de: 61. Arellano, Carlos de: 190.
Almoguera, Andrés de: 228. Argensola, Bartolomé Leonar¬
Alonso, Dámaso: 109, 111. do de: 105, 108, 109, 111.
Alonso Carrillo, Fernando: 134, Argensola, Lupercio Leonardo
142. de: 108, 109, 111.
Altamirano, Fernando: 149. Argüelles, Diego de: 34.
Altamirano y Castilla, Pedro Arias Montano, Benito: 61.
de: 174. Aristóteles: 100.
Auñón, Marqués de: 34.
Altuna, Juan de: 185.
Ausías March: 68, 98, 99.
Alvarez y Baena, José Anto¬
Ayala: 127.
nio: 25, 26, 27, 28, 29, 33,
36, 40.
Allende-Salazar, J.: 53. Barrera, Cayetano Alberto de
Andrada, Rodrigo de: 112. la: 106, 225, 226.
Andrada Moctezuma, Isabel Barrientos, Ana de: 28.
de: 229. Barros, Juan de: 27, 33.
16
242 Dos españoles del siglo de oro

Bataillon, Marcel: 43, 50, 51, Castillo de Bovadilla, Jeróni¬


52, 60, 63, 64, 69, 101. mo: 115, 116, 117, 130, 166,
Bazo, Rodrigo: 112. 167, 170, 179, 181, 182, 189,
Beedor, Diego: 128. ,
210 211 .
Beer, Rudolf: 67. Castrillo, Alvaro de: 151, 152.
Bellay, Joachim du: 91. Castro, Adolfo de: 35, 106, 107,
Benet, Rafael: 53. 112, 119, 196, 197, 198, 200,
Berceo, Gonzalo de: 98. 224, 225, 226, 229.
Blanco Suárez, P: 107. Castro, Américo: 101.
Bonilla San Martín, Adolfo: 52. Catalina, hija de Diego de Ar-
Bonilla Bastida, Cristóbal de: güelles: 34.
174. Cavo, Padre: 146, 147.
Boscán, Juan: 60. Cerralbo, Marqués de: 148.
Bracamonte, Catalina de: 202. Cervantes, Miguel de: 206.
Bravo de Lagunas, Patricio: Cervantes de Salazar, Francis¬
106. co: 63.
Brocar, Juan de: 14, 63, 64. Cianeas, Francisco: 207, 208
Bueno, Juan José: 197. 212.
Bíüow, Tulio von: 185. Cicerón: 100.
Cinca, Juan de: 126.
Cabezal!, J. M.: 43. Cisneros, Doctor: 179.
Cadena, Licenciado de la: 42. Cisneros, Fray Francisco Jimé¬
Cadena, Luis de la: 51, 52, 62, nez de: 51, 52, 63, 64, 68, 69.
66, 68, 74, 75. Cisneros, Fray Luis de: 132.
Calderón, Hernando de: 31. Colón, Isabel de: 191, 195, 197
Calvete de Estrella: 57. 221, 223.
Campo, Agustín del: 50. Colón de la Cueva, María: 191.
Cansino, Catalina: 208, 209, Colón de Toledo, Juana: 191.
213, 215, 233, 234. Colmeiro: 35/36.
Cardenal, Manuel: 198. Condulmario, Gabriel: 28.
Carlos V: 27, 34, 44, 45, 46, 47, Condulmario, María: 25, 26
50, 53, 65, 96. 28, 29-32, 33, 102.
Caro, Rodrigo: 105. Condulmario, Luis: 29.
Carrasco, Francisco: 228. Córdoba, Gonzalo de: 160.
Carrillo, Fernando: 207. Corominas, Juan: 18, 81 92
Carrillo de Gallegos, Fernan¬ 208.
do: 204, 209. Cortes, Marqués de: 191.
Carvajal, Francisco de: 58. Cotarelo y Morí, Emilio: 92
Castañeda, C. E.: 129. 119, 133.
Castañeda, V.: 92, 94. Crétin, Guillaume: 88.
Indice de nombres propios 243
Cruz, Sor Juana de la: 35. Fabri, Pierre: 85, 86.
Crúzate, Doctor: 162, 177. Farfán, Pedro: 183.
Cueva, Luis de la: 191. Felipe II: 20, 45, 52, 53, 54, 57,
Curtius: 17.
65, 67, 96, 131, 167, 188, 189.
Felipe III: 126, 168, 169, 170,
171, 172, 173, 174, 180, 187,
Chamberlain, Robert S.: 129,
190, 198, 201, 225.
167.
Felipe IV: 35, 127.
Chatelain, H.: 79, 88, 90.
Chesney, Kathleen: 88. Fernández, D. Ramón: v. Es¬
tala.
Fernández, Francisco: v. Her¬
Dante: 60. nández, Francisco.
David: 85, 87. Fernández, Jorge: 229.
Dalza, J. A.: 92. Fernández, Juana: 29.
Dávila, Ana: 202. Fernández, Pero: 42.
Dávila de Guzmán, Alonso: Fernández Cansino, Pedro:
202. 207.
Díaz del Castillo, Bernal: 148. Fernández de Añorada, An¬
Diego Tapiador: v. Fernández drés: 106, 107, 108-111, 112,
Tapiador, Diego. 117, 118, 119, 124, 224-230,
Diez Carbonell, Pilar: 107. 231-233, 234.
Diez Crúzate, Cebrián: 154. Fernández de Andrada, An¬
Domínguez Bordona: 92, 94. drés (contador de bienes de
Drago (o Drajo), Francisco: difuntos): 226-230.
135.
Fernández de Andrada, An¬
drés (varios honónimos):
Eguía: 63. 230.
Eijo Garay, Leopoldo: 102. Fernández de Andrada, Pedro:
Encinas, Diego de: 117, 125, 112, 226.
167. Fernández de Heredia, Juan:
Enrique IV de Francia: 225. 93, 94.
Enríquez, Jerónimo: 151. Fernández de Oviedo, Gonza¬
Enríquez, Martín: 143. lo: 24, 25, 28, 33, 39, 51, 52,
Escobar Melgarejo, Pedro de: 53, 73.
206. Fernández de Salazar, Juan:
Escudero, el Regidor: 142, 143. 176-180, 184-185, 198, 199-
Esquivel, Maestro: 54. 200, 201, 202, 203, 211, 212,
Estala, Pedro de: 105. 213, 214, 216, 217, 233, 235,
Estella, Alonso de: 54. 237.
16*
244 Dos españoles del siglo de oro
YJ
Fernández Melgarejo, Luis: Gómez de Espinosa, Diego:
206. 179.
Fernández Tapiador, Diego: Gómez de Herrera, Fernán:
17, 57. 34.
Fernández-Victorio, Acacia: 40. Gómez de Huerta: v. Huerta,
Ferreres, Rafael: 94. Jerónimo de.
Flores Salgado, Alonso: 126. Gómez de Mena, Diego: 134,
Fonseca y Figueroa, Juan de: 168, 169-174, 175-185.
225, 226. Gómez Iglesias, Agustín: 40.
Foulché-Delbosc: 66, 67. Góngora, Bartolomé: 130-131,
230.
Góngora, Luis de: 110, 210,
Gaiffe, Félix: 79, 91.
211, 220, 221.
Galdós de Valencia, Doctor:
194. González, Manuel: 133.
Galindo, Beatriz («La Lati¬ González de la Taza, Alonso:
na») : 53. 207, 208, 233.
Galindo, Beatriz: 53. González Obregón, L.: 137, 147,
Gallardo, Bartolomé: 14, 16, 25, 148.
45, 51, 59. González Palencia, Angel: 50,
Gallego de Andrada, Pedro: 51, 54, 57, 133.
229. Gracián, Diego: 60, 75.
García, Pero: 42. Gracián, Juan: 35.
García Matamoros, Alfonso: Gregorio, San: 153.
51, 52, 54, 55, 60, 62, 68, 69, Guadalcázar, Marqués de: 137,
102. 141, 144, 147, 148, 149, 150,
García Yebra, Valentín: 102. 154, 155, 156, 157, 159, 160,
Garcilaso: 53, 60. 162, 163, 164, 173, 174, 186,
Garcilópez del Espinar: v. Ló¬ 190, 194, 217, 218, 219, 220,
pez del Espinar. . 221, 227, 228.
Gayangos, Pascual de: 14, 59. Guerrero, Licenciado: 180.
Gelves, Conde de: 131. Guerrero Durán, Pedro: 202.
Gil Polo, Gaspar: 93, 94, 95. Guevara, Diego de (biznieto de
Gómez, Alberto: 42. «La Latina»): 53, 54, 62.
Gómez, Francisco: 152. Guevara, Diego de (padre de
Gómez de Castro, Alvar: 18, Felipe): 53, 62.
51, 52, 53, 54, 55, 56, 57, 62, Guevara, Felipe de (nieto de
64, 68, 69, 70-74, 75, 96, 98. «La Latina»): 22, 52, 53, 54,
Gómez de Ciudad Real, Alvar: 62.
64. Gutiérrez Flores, Juan: 157.
Indice de nombres propios 245

Gutiérrez Coronel: 26, 27, 28, Hurtado de Mendoza, Juan (se¬


33, 34, 36, 37, 50, 51. gundo señor): 25, 26, 28,
Gutiérrez de Montealegre: v. 29-32.
Montealegre. Hurtado de Mendoza, Juan
Gutiérrez Tello, Juan: 197. (tercer señor): 9, 10, 11-102.
Guzmán, Leonor de: 197. Hurtado de Mendoza, Juan
Guzmán, Lorenzo de: 184. (cuarto señor): 27, 34-36.
Guzmán y Avila, María de: 202. Hurtado de Mendoza, Juan
Guzmán y Ribera, Pedro de: (quinto señor): 34-36.
207, 208, 212. Flurtado de Mendoza, Juan
(sobrino de Diego H. de M.):
50.
Haro, Teresa de: 53. Hurtado de Mendoza, Juan
Hernández, Francisco: 31, 33. (tercer conde de Monteagu-
Hernando, hijo de Hernando do): 50.
de Calderón: 31. Hurtado de Mendoza, Juan
Héron, A: 86.
(abad de San Isidro): 51.
Herrera, Alonso de: 42. Hurtado de Mendoza, Juan
Herrera, Inés de: v. Ribera, (autor de El caballero cris¬
Inés de.
tiano): 51.
Hevia Bolaños, Juan: 130. Hurtado de Mendoza, Juan
Hinestrosa, Juan de: 207, 208. (tercer conde de Orgaz): 51.
Hinojosa, Fray Antonio de:
161. 1
Hipólito, San: 147-152, 153, Ignacio de Loyola, San: 164.
154, 193. Infantado, V.° duque del: 37,58.
Homero: 39, 57, 100. Infantas, Alonso de las: 220.
Honorato Juan: 54. Infantas, Antonio de las: 220.
Horacio: 42, 100. Isidro, San: 25, 26, 27.
Huarte, A.: 92, 94. Isla Maldonado, Josefa de: 205.
Huarte, Fernando: 102.
Huerta, Jerónimo de: 35, 36. Jannet, Pierre: 83.
Hurtado, Juan (padre de un Jara, José: 102.
neófito): 32. Jiménez de Enciso, Diego: 119,
Hurtado, Juan: 133. 120, 124, 203.
Hurtado de Mendoza, Diego: Juan, hijo de Cristóbal: 31.
37, 60. Juan Angel (autor del Tragi-
Hurtado de Mendoza, Juan triumpho): 59.
(primer señor de Fresno de Juan Bautista, Escribano: 42.
Torote): 28. Juan el Diácono: 26.
246 Dos españoles del siglo de oro

Juárez, Francisco de Paula: Lorenzo de Andrada, Bartolo¬


197. mé: 229.
Juárez, Pedro: v. Suárez, Pero. Ludeña, Juan de: 35.
Juárez de Longoria, Pedro: Luján, Leonor de: 28.
217, 218, 220. Luna y Arellano, Carlos de:
149, 150, 151, 190-195, 216,
221, 229.
Langlois, M. E.: 82. Luna y Arellano, Tristán de:
Layna Serrano, Francisco: 28. 190.
León, Fray Luis de: 76.
León, García de: 221. t

León, Gregorio de: 183. Madrid, Luis de: 41.


Leonor, mujer de Juan de Maldonado, Fray Baltasar: 115.
Mendoza: 29. Maldonado de Saavedra, Cons¬
Lerma, Pedro de: 51, 52. tanza: 197.
Le Févre, Pierre: v. Fabri, Malkiel, Y.: 207, 208.
Pierre. Manrique, Inés de: 197, 198.
Loaisa, Alvaro de: 58. Manrique, Jorge: 66, 67, 75, 76.
Lohmann Villena, Guillermo: Mantecón, J. I.: 112.
131, 167, 168, 182. Margarita de Austria, Doña:
220.
Lope Blandí, Juan M.: 114.
Marín, José Ignacio: 29.
Lope de Vega: 110.
Marineo Sículo, Lucio: 27, 59.
López del Espinar, García:
Marmolejo, Isabel de: 208.
113, 116, 117, 120, 122-124,
Marot, Clément: 79, 83, 84, 85,
125, 127, 161, 166.
86, 87, 88, 89, 90.
López Guarnido, Jerónimo:
Márquez, Francisco: 126.
112.
Martínez, Martín: 230.
López de Hoyos, Juan: 22, 43,
Martínez de Andrada, Andrés:
45, 49, 62.
229.
López de Mendoza, Iñigo (miem¬ Martínez de Andrada, Bernar¬
bro de un tribunal de opo¬ do: 230.
siciones): 42.
Martínez Kleiser, Luis: 27.
López de Mendoza, Iñigo: v. Martínez Silíceo, Juan: 15, 21,
Santillana. 51, 52, 64, 65, 66.
López de Perera (o Pereda): 34. Marroquí: 126, 132, 135, 137,
López de Toro, José: 102. 138, 147, 148, 150, 153, 157.
López Sedaño, Juan José: 105. Mauleón, Mateo de: 191, 192,
Lorenzo, M.‘ Teresa: 126. 193.
Lorenzo de Andrada, Andrés: Maximiliano, Emperador: 53.
229. Medina, Fernando de: 42.
Índice de nombres propios 247
Medina, Mencía de: 198. Montesclaros, Marqués d e :
Medrano, Francisco de: 106 143, 144, 191.
108, 109, 111. Montoya, el Escudero: 30.
Mejía, Pedro: 183. Monzón, Francisco de: 42.
Melgarejo, Luis: 207. Monzón, Iñigo de: 30.
Mendoza, Ana de: 30, 31, 32. Morales, Ambrosio de: 53, 54,
Mendoza, Antonio de: 195. 56, 62, 63.
Mendoza, Bernardino de: 46. Morato, J. J.: 43, 44.
Mendoza, Diego de: 31. Muñoz, Alonso: 229.
Mendoza, Fernando de: 27, 29
34, 35, 36. Navagero, Andrea: 68.
Mendoza, Gabriel de: 29. Nicolás, San: 153.
Mendoza, Isabel de: 36, 37. Noo, Hendrik de: 91.
Mendoza, Juan de: 29. Núñez de Basurto, Francisco:
Mendoza, Leonor de: 25, 30, 31, 133.
32, 33. Núñez de Reinoso, Alonso: 58,
Mendoza, María de: 27, 61. 73.
Mendoza, Marina de: 120-122, Núñez de Toledo, Pero: 25 41
156, 186, 187, 197. 46, 72.
Mendoza y Vivar, Rodrigo de: Núñez Silíceo: 169.
59.
Menéndez Pelayo, Marcelino: Obregón, el Licenciado: 113.
40, 52, 53, 63, 64, 92, 94, 105, Ochoa, Eugenio de: 59.
107, 109. Olivar, Juan del: 128.
Oñate, Conde de: 52.
Menéndez Pidal, Ramón: 21,
107. Ortiz, el Licenciado: 42.
Ortiz de Arévalo, Alonso: 138.
Meneses, el Bachiller: 41.
Ortiz de Figueroa, Bernardo;
Mesonero Romanos, R.amón
168.
de: 27, 44, 45.
Ortiz de Zúñiga: 198.
Millares Cario, Agustín: 112
Otálora, Pedro de: 191.
114.
Osuna, Duque de: 50.
Mir, Padre: 43.
Moctezuma: 229.
Palau y Dulcet, Antonio: 57,
Molinet, Jean: 83. 64, 68, 130, 132.
Monroy, Gonzalo de: 192, 193. Pacheco, Francisco: 112.
Montealegre, Jerónimo de: 147, Palacios, Juan de: 128.
160, 163, 165, 167, 168, 169, Páramo, Toribio de: 41.
172, 182, 218. Paz, Catalina de la: 54, 55, 56,
Monterrey, Conde de: 143. 62, 75.
248 Dos españoles del siglo de oro

Paz, Julián: 24. Quevedo, Francisco de: 110,


Pedro Jacobo: 135. 205.
Peñalosa, Gerónima: 34. Quirós, Juan de: 61.
Pérez, Gonzalo: 50, 51, 54, 57,
60, 74, 75, 96. Ramírez, Francisco: 53.
Pérez, Juan: v. Petreyo. Ramírez, Hernán: 53.
Pérez Bustamante, Ciríaco: 48. Ramírez, Juan: 69.
Ramírez Pagán, Diego: 60, 61.
Pérez de Castañeda, Alonso:
Ramírez de Vargas, Gaspar: 27.
145.
Rangel, Juan: 135.
Pérez de Ribera, Juan: 123.
Reckert, Stephen: 109.
Pérez Gómez, Antonio: 14, 15,
Riancho, Gonzalo de: 159.
60, 61.
Ribera, Ana de: 34.
Pérez Pastor, Cristóbal: 43, 115,
Ribera, Francisco de: 35.
130, 133. Ribera, Inés de: 34, 35, 36.
Petrarca: 60, 87, 98. Rioja, Antonio de: 137, 145.
Petreyo: 62, 68, 69, 70, 75. Rioja, Francisco de: 105, 106,
Picatoste: 36. 107, 110, 112, 118, 196, 224,
Pineda, Simón de: 206. 225, 226.
Pinelo, León: 25, 40, 45, 49. Ríos Curiel, Juan de los: 127.
Plasencia, Doctor: 57, 62. Rodrigo, hijo de Calderón: 33.
Platón: 100. Rodríguez, Domingo: 136.
Plinio: 35. Rodríguez de Guevara, Fran¬
Plutarco: 60. cisco: 219.
Ponce, Juan: 206. Rodríguez de los Ríos, Balta¬
Porras, Gregorio: 154. sar: 145, 146.
Porres y Silva: v. Porres y Zú- Rodríguez de Pisa, Juan: 129,
ñiga, María de. 130. Cfr. Acevedo, Alfonso
de.
Porres, María de: 132, 133.
Rodríguez Florián, Juan: 93,
Porres y Vozmediano, Manuel
94.
de: 36.
Rodríguez Marín, Francisco:
Porres y Zúñiga, María de: 34,
112, 119, 120, 203, 226.
35, 36. Rodríguez-Moñino, Antonio: 59,
Pozo, Pedro del: 94. 61, 94.
Prati, A.: 92. Rodrigo, Fray: 210.
Preciano, el Licenciado: 42. Rodrigo, hijo de Calderón: 33.
Priego, Conde de: 190, 221. Rojas y Sandoval, Cristóbal
Prieto, Carlos: 114. de: 202.
Puga, Vasco de: 125. Romero, Gonzalo: 161.
Indice de nombres propios 249

Roue, Mlle. de la: 85. Schott: 53, 54, 55, 56, 64, 68,
Rubén Darío: 13, 14, 15. 69.
Ruiz, Alonso: 34, 35. Sebastián Manuel: 205.
Ruiz de Alarcón, Juan: 124-128. Sebillet, Th.: 79, 84, 85, 86, 87,
Ruiz de Alanís, Juan: 229. 89, 91.
Ruiz de Guillén, Juan: 179. Sedaño: v. López Sedaño.
Ruiz de Contreras, Juan: 121, Serrano y Sanz, Manuel: 54,
123, 168. 55, 56.
Ruiz de la Torre, Miguel: 217. Sigea, Luisa: 64.
Silva, Isabel de: 36.
Saavedra (o Sayavedra) yMon- Sixto V: 157, 158.
salve, Fernando de: 208, 212. Sluiter, Engel: 155.
Sal, Juan de la: 206, 212. Sobejano, Gonzalo: 102.
Salas Barbadillo, Alonso Jeró¬ Sócrates: 100.
nimo de: 132-133. Solís, Francisco de: 113.
Salas Barbadillo, Diego Jeró¬ Soria de Clavería, Luisa: 102.
nimo de: 132-133. Soria y León, Bernardino de:
Salazar, Domingo (o Diego) 221.
de: 178, 184-185, 201. Soto, Francisco de: 72.
Salazar, Eugenio de: 14, 18, 27, Spilbergen, Jorge: 154, 155, 156.
58, 59, 62, 91, 96. Sterling-Maxwell, William: 53.
Salcedo y Ruiz, Angel: 107. Suárez, Pero: 42, 45, 46.
Salinas, Marqués de: 143, 192. Suárez de Estrada, Juan: 46,
Salinas, Sebastián de: 41, 42. 47, 48.
Salvá, Vicente: 92, 94. Suárez de Figueroa, Catalina:
Samano, Felipe de: 174. 28.
Sánchez, Toribio: 185. Suárez de Toledo: v. Suárez,
Sánchez Cantón, Francisco Ja¬ Pero.
vier: 53, 64, 98.
Sánchez Falcón, Martín: 135.
Sandoval, Bernardino: 64. Tapia, Gregorio de: 223.
San Román, F. de B.: 64, 70. Taza, Diego de la: 207, 208,
Santa Cruz, Luis de: 22, 56. 209, 233.
Santa Teresa, P. Silverio de: Taza, Isabel de la: 208, 209.
163. Taza, Pedro de la: 208, 233.
Santiago Apóstol: 154, 163, 165. Teixeira: 27.
Santillana, Marqués de: 24, 28, Tello, Francisco: 202.
33. Tello Colón, Diego Antonio:
Sazedo, el Escudero: 31. 195, 223.
Schons, Dorothy: 125. Tello de Salteras, Gómez: 214.
250 Dos españoles del siglo de oro

Tello de Salteras, Gutierre: Torquemada, A. de: 95.


207, 208, 214. Torres Loranca, Juan de: 133,
Tello de Bracamonte, Gutie¬ 153.
rre: 202, 206, 214. Trejo, Francisco de: 177.
Tello de Guzmán, Alonso: 9,
10, 103-238.
Tello de Guzmán, Alonso (ca¬ Valdés, Alonso de: 114, 143,
ballero de Calatrava): 119, 144.
196-198, 199, 200, 210, 229. Valdés, Francisca de: 205.
Tello de Guzmán, Cristóbal: Valenzuela, Jerónimo de: 220.
197, 198. Valois, Isabel de: 45, 62.
Tello de Guzmán, Fernando Valturio, Roberto: 100.
(abuelo de Alonso, el caba¬ Valla, Lorenzo: 42.
llero de Calatrava): 197, 198. Valladolid, Francisca de: 197,
Tello de Guzmán, Fernando 198.
(tío de Juan): 206. Valladolid, Jerónimo de: 198.
Tello de Guzmán, Francisco: Varela Hervías, E.: 43.
180, 205, 206. Vargas, Fadrique de: 42.
Tello de Guzmán, García: 206. Vargas, Rodrigo de: 42.
Tello de Guzmán, Juan: 205, Varte, Francisco de: 121.
206. Vázquez, Alonso: 144.
Tello de Guzmán, Pedro (her¬ Vázquez Cuesta, Pilar. 40.
mano de Juan): 205. Vázquez de Andrada, Juan:
Tello de Guzmán, Pedro (tío de 229.
Juan): 206. Vázquez de Coronado, Gonza¬
Tello de Guzmán, Rodrigo (tío lo: 185.
de Juan): 206. Vedoya, Gaspar de: 42.
Tello de Guzmán, Rodrigo (her¬ Vega, Alonso de (oficial de la
mano de Juan): 205. Diputación): 183.
Tello de Guzmán y Valdés, Vega, Alonso de (procurador
Francisco: 206. general): 47.
Tendilla, Conde de: 51. Vegecio: 100.
Teresa de Jesús, Santa: 163- Vela, Antonio: 42.
165, 234. Velasco, Luis de: 126, 228.
Tito Livio: 100. Vélez de Guevara, Pero: 58.
Tofiño, Fray Francisco: 20, 57, Vello de Acuña, Gaspar: 174.
77. Venegas, Alejo: 43, 61, 75.
Tomás de Aquino, Santo: 100. Vera, Fernando de: 197, 198.
Toro, Francisco de: 178, 179. Vera, Ginesa de: 32.
Toro, Pedro de: 179. Vergara, Juan de: 64.
Indice de nombres propios 251

Vergara Gaviria, Pedro de: Vozmediano, Juan de: 27 32,


173, 194. 33, 34.
Veteta, Antonio de: 162, 163. Vozmediano, Ñufla de: 27, 33,
Vignau: 199. 34.
Villadiego, Alonso de: 129, 130,
166, 182. Warnsinck, J. C. M.: 155.
Villafuente, Francisco de: 182.
Villanueva Cerbantes, Alonso Xuárez, Pedro: v. Suárez, Pero.
de: 174. Xuárez de Estrada, Juan: véa¬
Villegas, Jerónimo de: 177. se Suárez de Estrada.
Virgilio: 100.
Virués Melgarejo, Gaspar de: Zerón Zapata, M.: 190, 221.
207. Zúñiga, Pedro de: 217, 220.
INDICE GENERAL

Págs.

Nota preliminar 10

I
UN POETA MADRILEÑISTA, LATINISTA Y FRANCESISTA
EN LA MITAD DEL SIGLO XVI: DON JUAN HURTADO
DE MENDOZA

I.—Poeta terruñero y madrileñista . 13-23


Rasgos de la poesía modernista, 13.—Primera apro¬
ximación a nuestro poeta, 14.—Poesía localista, 15.—
Lenguaje terruñero y arcaizante, 18.—¿Un rasgo mo¬
zárabe madrileño?, 19.—Madrileñismo afectivo, 21.

IX.—Datos biográficos: la familia. 24-37


Fernández de Oviedo da noticias sobre nuestro poe¬
ta, 24.—Noticias que dan Alvarez y Baena y Gutié¬
rrez Coronel, 26.—Don Juan Hurtado de Mendoza y
Doña María Condulmario, padres de nuestro escri¬
tor, 29.—Don Juan Hurtado de Mendoza, nuestro es¬
critor, y Doña Ñufla de Vozmediano, su mujer, 33.—
Don Juan Hurtado de Mendoza, hijo de nuestro poe¬
ta, casó con Doña Inés de Ribera. Don Juan Hurtado
de Mendoza, nieto de nuestro escritor, casó con Do¬
ña María de Porres, 34.—Don Fernando de Mendoza,
escritor, 36.—Sobre el destino ulterior del Señorío
de Fresno de Torote, 36.
254 Dos españoles del siglo de oro

Págs.

III. —Relaciones con el Ayuntamiento de Madrid . 3849


Carta de Don Juan Hurtado de Mendoza al Ayunta¬
miento de Madrid, 38.—¿Fué regidor de Madrid? Su
intervención en asuntos de cultura madrileña, 40.—
Juan Hurtado de Mendoza y el escudo de Madrid en
las Cortes de 1544, 44.

IV. —Amistades . 50-62

V. —La Universidad de Alcalá. El latinista. 63-75


La Publica Laetitia..., 64.—La traducción de las co¬
plas de Jorge Manrique, 66.—Un poema a Petreyo,
68—Alvar Gómez y Don Juan Hurtado de Mendoza,
70.—Don Juan, latinista: resumen, 75.

VI. —Poeta francesista . 76-102


Tema y carácter, 76.—La gran sorpresa, 77.—Noti¬
cias del «Prólogo» al Buen plazer, 77.—La «doble ri¬
ma», 79.—La «quarta rima», 80.—Inconvenientes de
la cuádruple consonancia, 81.—Modelos franceses
del encadenamiento de cuartetos, 82.—Epigramas a
la francesa, 83.—«Canto real en español», 85.—Can¬
ciones al estilo francés, 89.—¿Dónde había aprendido
francés?, 96.—Altibajos de modestia, 97.—Lecturas
de nuestro poeta, 98.—Localismo y europeísmo, 101.

II

EL FABIO DE LA «EPISTOLA MORAL». SU CARA Y CRUZ


EN MEJICO Y EN ESPAÑA

I.—Introducción: Quién fue el autor y quién el «Fa-


bio» de la «Epístola Moral».
105-112
Las atribuciones de la Epístola desde el siglo xvm,
105.—Andrés Fernández de Andrada, autor de la
Epístola 108.—El «Fabio» de la Epístola, 111.
Indice general 255

Págs.

II. —Viaje y primeros pasos de un nuevo Corregidor de


LA CIUDAD DE MÉJICO. 113-128

La espera del Cabildo y la instauración del nuevo Co¬


rregidor, 113.—El manuscrito de la Colombina y la
realidad documentada, 117.—Don Alonso se dispone
para el viaje, 119.—Residencia contra el Corregidor
saliente, 122.—Residencia contra el Licenciado Juan
Ruiz de Alarcón, 124.

III. —Vislumbres de vida mejicana en las Actas del


Cabildo . 129-139

Un bullir de vida, 132.—Profesiones y oficios, 135.—


Problemas del agua, 137.—Pequeños problemas, 137.
Vida novísima, 139.

IV. —Actividad y carácter de Don Alonso Tello ... ... 140-165

Puntualidad burocrática, 140.—La obra de la arquería,


142.—Fiestas: las de San Hipólito, de 1614, 147.—Las
de San Hipólito, de 1617: las lluvias, 150.—Piques. Se
fomentaba un ambiente caballeresco, 152.—A la de¬
fensa de Acapulco, 154.—Las representaciones del
Corpus, 157.—Formalismo y policía ciudadana, 159.
Hacia los finales del corregimiento. La simpatía del
Cabildo, 160.—Peligro común: el juicio de residen¬
cia, 162.—El patronato de Santa Teresa, 163.—Fin de
una etapa, 165.

V. —Incoación del juicio de residencia contra Tello... 166-174

Nuevo rigor en los juicios de residencia, 167.—Nom¬


bramiento del juez de Don Alonso, 167.—El juez de
residencia empieza a actuar, 169.—Protesta de la
ciudad contra su residencia, 171.—El Cabildo favo¬
rece a su antiguo Corregidor, 172.—Cara y cruz de
Don Alonso, 174.
256 Dos españoles del siglo de oro

Págs.

VI. —Fallo del juicio de residencia contra Don Alonso. 175-185

Derechos contra arancel, 176.—Tratos mercantiles.


Juan Fernández de Salazar, 176.—El alcalde de la
Alhóndiga. Sigue Fernández de Salazar, 177.—Carne
clandestina. Más Fernández de Salazar, 178.—Tim¬
ba y cobro del barato, 180.—Otros cargos, 181.—
Falta de fianzas, 182.—¿Un matrimonio clandestino?,
183.—Más cargos. Pena final. Declaración de «buen
juez y ministro», 183.—Sentencias contra ministros
y oficiales de Don Alonso. Más Fernández de Sala-
zar, 184.

VII. —Boda clandestina de Don Alonso Tello . 186-195


Las iniciales del amor, 186.—Petición al Consejo de
Indias, 187.—Prohibición de matrimonio a los Co¬
rregidores en las Indias, 188.—La culpabilidad inten¬
cional de Don Alonso, 189.—El Mariscal Don Carlos
de Luna y Arellano, 190.—El Mariscal, suegro (a la
fuerza) de Don Alonso, 191.—No tan a la fuerza.
Causa de la inquina del Mariscal contra Don Alon¬
so, 192.—Final del alegato de Don Carlos, 194.

VIII. —Unfracaso de Don Alonso: el hábito de Santia¬


go . . 196-214
Se descarta otro Don Alonso Tello de Guzmán, que
no es el nuestro, 196.—Volvemos a nuestro Don
Alonso: el Rey le concede un hábito, 199.—Reapa¬
rece un antiguo conocido nuestro, 199.—Dos hipó¬
tesis sobre la concesión: ¿méritos?, ¿soborno?, 200.
En vísperas de las pruebas de limpieza, 201.—En Se¬
villa. Comienzan las declaraciones de los testigos,
202.—Información de 1606, para la veinticuatría, 203.
Testimonios de la caballerosidad y señorío de Don
Alonso, 204.—Otra información: en Avila, 205.—Te-
Hos, Tazas y Cansinos: un grave tropiezo, 206.—De¬
laciones anónimas, 209.—Denuncias anónimas contra
Tello, 211.—Un juicio delicado, 212.
Indice general 257

Págs.

IX. —Final de Don Alonso . 215-223


Alguacilado alguacilante, 216.—Don Alonso, alcalde
mayor de la Puebla, 218.—Don Alonso, alcalde ma¬
yor de las Minas de San Luis, 221.—Ultima mención,
222.—El hijo, como el padre, 223.

X. —Un Andrés Fernández de Andrada en Méjico . 224-230


La desaparición de Andrada. ¿Fué que se murió?,
224.—¿Desaparición por ausencia?, 226.—¿Se trata
del poeta?, ¿o es un homónimo?, 228.

XI. —Consideraciones finales . 231-238


Caución, 231.—Fracaso inicial de la Epístola Moral
a Fabio, 232.—Lo interesante en lo vulgar, 234.—Las
normas legales y la realidad americana, 235.

Nota final.

Indice de nombres propios 241


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Alonso Zamora Vicente: Dialectología española.
y o o o\ lo
Date Due

PRINTED IN U.S.A.
CAT. NO. 23 233
PQ 6400 H8Z55
Alonso, Damaso, 1898- 010101 000
Dps espanpjes de| Siglo_de pro

163 0242593 3
TRENT UNIVERSITY

PQ6400 .H8Z55

Alonso, Dámaso

Dos españoles del Siglo


de Oro.
ISSUED
DATE

61085
pQ Alonso, Dámaso
6400 Dos españoles del
H8Z55 Siglo de Oro

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Univers't’

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