Resumen para Primera Prueba
Resumen para Primera Prueba
Resumen para Primera Prueba
INTRODUCCIÓN.
La vida del hombre está destinada a conocer, amar y seguir a Dios; Él, infinitamente
Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado
libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada. Por eso, en
todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre. Le llama y le ayuda a buscarlo, a
conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el
pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Lo hace mediante su Hijo que
envió como Redentor y Salvador al llegar la plenitud de los tiempos.
Quienes con la ayuda de Dios han acogido el llamamiento de Cristo y han
respondido libremente a ella, se sienten por su parte urgidos por el amor de Cristo a
anunciar por todas partes en el mundo la Buena Nueva. Este tesoro recibido de los
apóstoles ha sido guardado fielmente por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo
son llamados a transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe,
viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en la oración (Cf.
Hch 2,42).
2.- Dios sale al encuentro del hombre. CIC 50-141. El hombre responde a Dios.
Reflexión con el salmo 139 (138): Los salmos en cuanto expresión de fe del
creyente nos ayudan a confesar a Dios. Este salmo nos presenta a Dios como el
que verdaderamente nos conoce antes que nos conozcamos nosotros.
Dios sale al encuentro, y nosotros huimos, Dios está presente en todos los
momentos
de nuestra vida. Dios se encuentra siempre disponible para nosotros. No tenemos
más que hablarle, ahora, hoy, este día, esta noche. El comprende nuestro lenguaje,
nuestros temores, nuestros secretos, nuestra amargura.
Él no te considerará como un sentimental si le hablas afectuosamente del pasado, si
eres ya viejo. No se apartará de ti aunque seas un mentiroso, un ladrón, un asesino,
un hipócrita, un traidor.
Dios siempre sale al encuentro del ser humano, de la oveja perdida, del hijo que se
marchó de casa. En esta historia de búsqueda y encuentro, la iniciativa y la parte
más importante la lleva Él. Dios es el principal agente y el principal amante. Porque
ama, se da y se entrega totalmente.
Los dos modos distintos de transmisión de la revelación divina son:
a) La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del
Espíritu Santo".
b) La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu
Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos,
iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan
fielmente en su predicación.
Quien dice "Yo creo", dice "Yo me adhiero a lo que nosotros creemos". La comunión
en la fe necesita un lenguaje común de la fe, normativo para todos y que nos una en
la misma confesión de fe.- Desde su origen, la Iglesia apostólica expresó y transmitió
su propia fe en fórmulas breves y normativas para todos.
Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le
declara que esta revelación no le ha venido "de la carne y de la sangre, sino de mi
Padre que está en los cielos" (Mt 16,17; Cf. Ga 1,15; Mt 11,25). La fe es un don de
Dios, una virtud sobrenatural infundida por él.
La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos
perderlo; S. Pablo advierte de ello a Timoteo: "Combate el buen combate,
conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado,
naufragaron en la fe" (1 Tm 1,18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la
fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la
aumente (Cf. Mc 9,24; Lc 17,5; 22,32); debe "actuar por la caridad" (Ga 5,6; Cf. SST
2,14-26), ser sostenida por la esperanza (Cf. Rom 15,13) y estar enraizada en la fe
de la Iglesia.
La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de
nuestro
caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara a cara" (1 Cor 13,12), "tal cual
es" (1 Jn 3,2). La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna.
Estas tres partes contienen doce artículos que abarcan las principales verdades en
las que creemos los católicos. Estos doce artículos confiesan lo que creemos y son:
1. Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la Tierra.
2. Jesucristo, Hijo único de Dios.
3. Jesús fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nacido de María la
Virgen.
4. Jesús fue crucificado, muerto y sepultado.
5. Jesús descendió a los infiernos y al tercer día resucitó.
6. Jesús subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre.
7. Jesús vendrá a juzgar a vivos muertos.
8. El Espíritu Santo.
9. La Iglesia una, santa, católica y apostólica y la comunión de los santos.
10. El perdón de los pecados.
11. La resurrección de los muertos.
12. La vida eterna.
Si nos fijamos bien en todo lo que creemos nos vamos a dar cuenta de lo importante
que es Dios y de cómo nos amó tanto que nos entregó a su Hijo Jesús para
salvarnos. Se quedó con nosotros en la Iglesia, nos perdona los pecados y nos
promete volver a venir.
Todo lo que creemos lo debemos de vivir. Debemos demostrar con nuestras obras
que creemos en Dios. Se debe notar la diferencia entre una persona que no tiene fe
y una persona que sí tiene fe. La vida se vive diferente; Por ejemplo, si yo creo que
tengo un Padre Todopoderoso que vela por mí, mis acciones deberán demostrar esa
seguridad y confianza. Si yo creo en la Iglesia, debo de ayudarla.
4.- Creo en Dios-Creador del cielo y de la tierra, y del hombre. CIC 279-421.-
Reflexión con el Salmo 8: Expresión de la fe en Dios Creador La Sagrada Escritura
dice: “en el principio creó Dios el cielo y la tierra” (Gn 1, 1).
La Iglesia, en su profesión de fe, proclama que Dios es el creador de todas las cosas
visibles e invisibles: de todos los seres espirituales y materiales, esto es, de los
ángeles y del mundo visible y, en particular, del hombre.
La creación es el fundamento de "todos los designios salvíficos de Dios", "el
comienzo de la historia de la salvación" (DCG 51), que culmina en Cristo.
La catequesis sobre la Creación reviste una importancia capital. Se refiere a los
fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explicita la respuesta de la fe
cristiana a la pregunta básica que los hombres de todos los tiempos se han
formulado: "¿De dónde venimos?" "¿A dónde vamos?" "¿Cuál es nuestro origen?"
"¿Cuál es nuestro fin?" "¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe?" Las dos
cuestiones, la del origen y la del fin, son inseparables. Son decisivas para el sentido
y la orientación de nuestra vida y nuestro obrar.
Desde sus comienzos, la fe cristiana se ha visto confrontada a respuestas distintas
de las suyas sobre la cuestión de los orígenes. Así, en las religiones y culturas
antiguas encontramos numerosos mitos referentes a los orígenes (panteísmo,
dualismo, maniqueísmo, gnosis, deísmo); y otros, finalmente, no aceptan ningún
origen trascendente del mundo, sino que ven en él el puro juego de una materia que
ha existido siempre (materialismo).
En el principio existía el Verbo... y el Verbo era Dios...Todo fue hecho por él y sin él
nada ha sido hecho" (Jn 1,1-3). El Nuevo Testamento revela que Dios creó todo por
el Verbo Eterno, su Hijo amado. "En el fueron creadas todas las cosas, en los cielos
y en la tierra...todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo y
todo tiene en él su consistencia" (Col 1, 16-17). La fe de la Iglesia afirma también la
acción creadora del Espíritu Santo: él es el "dador de vida" (Símbolo de Nicea-
Constantinopla).
Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría (Cf. Sb 9,9). Este no es
producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar.
Nada existe que no deba su existencia a Dios creador. El mundo comenzó cuando
fue sacado de la nada por la palabra de Dios; todos los seres existentes, toda la
naturaleza, toda la historia humana están enraizados en este acontecimiento
primordial: es el origen gracias al cual el mundo es constituido, y el tiempo ha
comenzado (Cf. S. Agustín, Gen. Man. 1, 2, 4).
Toda criatura posee su bondad y su perfección propias. Para cada una de las obras
de los "seis días" se dice: "Y vio Dios que era bueno". "Por la condición misma de la
creación, todas las cosas están dotadas de firmeza, verdad y bondad propias y de
un orden" (GS 36,2). Las distintas criaturas, queridas en su ser propio, reflejan, cada
una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad Infinitas de Dios. Por esto,
el hombre debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso
desordenado de las cosas, que desprecie al Creador y acarree consecuencias
nefastas para los hombres y para su ambiente.
Entre todas las criaturas existe una interdependencia y jerarquía, creada por Dios. Al
mismo tiempo, entre las criaturas existe una unidad y solidaridad, porque todas ellas
tienen el mismo Creador, son por Él amadas y están ordenadas a su gloria.
Respetar las leyes inscritas en la creación y las relaciones que dominan la
naturaleza de las cosas es, por lo tanto, un principio de sabiduría y un fundamento
de la moral.
El hombre es la cumbre de la obra de la creación. El relato inspirado lo expresa
distinguiendo netamente la creación del hombre y la de las otras criaturas (Cf. Gn 1,
26). El hombre ha sido creado a imagen de Dios, en el sentido de que es capaz de
conocer y amar libremente a su propio Creador. Es la única criatura sobre la tierra a
la que Dios ama por sí misma, y a la que llama a compartir su vida divina, en el
conocimiento y en el amor. El hombre, en cuanto creado a imagen de Dios, tiene la
dignidad de persona: no es solamente algo, sino alguien capaz de conocerse, de
darse libremente y de entrar en comunión con Dios y las otras personas.
Dios ha creado todo para el hombre, pero el hombre ha sido creado para conocer,
amar y servir a Dios, para ofrecer en este mundo toda la Creación a Dios en acción
de gracias, y para ser elevado a la vida con Dios en el cielo. Solamente en el
misterio del Verbo encarnado encuentra verdadera luz el misterio del hombre,
predestinado a reproducir la imagen del Hijo de Dios hecho hombre, que es la
perfecta “imagen de Dios invisible” (Col 1, 15).
La persona humana es, al mismo tiempo, un ser corporal y espiritual. En el hombre
el espíritu y la materia forman una única naturaleza. Esta unidad es tan profunda
que, gracias al principio espiritual, que es el alma, el cuerpo, que es material, se
hace humano y viviente, y participa de la dignidad de la imagen de Dios.
El alma espiritual no viene de los progenitores, sino que es creada directamente por
Dios, y es inmortal. Al separarse del cuerpo en el momento de la muerte, no perece;
se unirá de nuevo al cuerpo en el momento de la resurrección final.
El hombre y la mujer han sido creados por Dios con igual dignidad en cuanto
personas humanas y, al mismo tiempo, con una recíproca complementariedad en
cuanto varón y mujer. Dios los ha querido el uno para el otro, para una comunión de
personas. Juntos están también llamados a transmitir la vida humana, formando en
el matrimonio “una sola carne” (Gn 2, 24), y a dominar la tierra como
“administradores” de Dios.
En el plan de Dios, el hombre y la mujer están llamados a "someter" la tierra (Gn
1,28) como "administradores" de Dios. Esta soberanía no debe ser un dominio
arbitrario y destructor. A imagen del Creador, "que ama todo lo que existe" (Sb
11,24), el hombre y la mujer son llamados a participar en la Providencia divina
respecto a las otras cosas creadas. De ahí su responsabilidad frente al mundo que
Dios les ha confiado.
El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su
creador (Cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de
Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (Cf. Rm 5,19). En adelante,
todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad.
En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello
despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su
estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien.
Aunque propio de cada uno (Cf. Cc. de Trento: DS 1513), el pecado original no
tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación
de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está
totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la
ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta
inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la
gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las
consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el
hombre y lo llaman al combate espiritual.
Mantenemos, pues, siguiendo el concilio de Trento, que el pecado original se
transmite, juntamente con la naturaleza humana, `por propagación, no por imitación”
y que `se halla como propio en cada uno” " (Pablo VI, SPF 16).
La victoria sobre el pecado obtenida por Cristo nos ha dado bienes mejores que los
que nos quitó el pecado: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia"
El mundo que los fieles cristianos creen creado y conservado por el amor del
creador, colocado ciertamente bajo la esclavitud del pecado, pero liberado por Cristo
crucificado y resucitado, una vez que fue quebrantado el poder del Maligno.