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La reconquista
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ambiente era, para mi sorpresa, muy cálido, y sentí que por fin podía relajarme,
por primera vez en días.
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Pasaba mucho tiempo con él, hablando de todo y de nada, y me hacía reír. Me
sentía bien a su lado. No era Gabriel, pero era una persona especial para mí.
La mirada de Gabriel se cruzó con la mía. Los celos eran palpables en su
rostro, en el que se marcaba una arruga en el entrecejo. No perdí la ocasión y
elegí ese momento para brindar por el reencuentro de “Gaby y Becca”.
Después del café, cuando estaba a punto de salir del salón, Gabriel pasó
junto a mí. Me acarició la nalga izquierda y, como si fuera a desearme buenas
noches, se inclinó hacia mí y me susurró discretamente:
—Eres mía.
Y se fue sin más. Rebecca le siguió y Charles también se marchó, no sin
antes pellizcarme la mejilla. Yo me quedé para ayudar a Magda a recoger la
mesa. Tuve la sensación de que quería hacerme algún tipo de confidencia, pero
que no se atrevía, porque no dejaba de mirar a su alrededor como si las paredes
tuvieran oídos. Por fin me dijo:
—Ha salido victoriosa esta noche, cielo, pero tenga mucho cuidado con
ELLA. Es una mujer que aplasta a la gente, tiene un gran talento para ello,
empezando por Gabriel. No la subestime jamás. Y si lo que tiene con Gabriel
es “serio”, cuide esa relación como si fuera un diamante muy preciado: algo
sólido e irrompible, pero que despierta envidias y que le querrán arrebatar.
—Gracias, Magda.
—Puede contar con mi ayuda para custodiar ese diamante. En cambio, si
ELLA se inmiscuye… Estará sola, cariño.
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pareció que Solveig no le había dado una buena impresión. Charles no despegó
los ojos del escote de Solveig salvo para dedicarle un Encantado.
Me aventuré preguntar:
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Mi querida Héloïse:
Vine a despedirme antes de marcharme. Rebecca me sugirió que
os dejáramos solos, a ti y a Charles, ya que parecéis entenderos muy
bien. Me voy molesto, Héloïse, porque sé que la situación es compleja,
pero no llegué a imaginar que tan solo estando tres días alejados te
pudieras distanciar de mí hasta ese punto. No hemos tenido tiempo
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firma de Gabriel.
—Gabriel, ¿eres tú?
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como una muñeca de trapo en sus manos. Le arañé la espalda para mostrarle
mi poder. Nuestro encuentro era salvaje, los sentimientos que habíamos
experimentado en los últimos días por fin habían encontrado una vía de escape:
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extrañaba mi cuerpo.
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La mirona
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—¿Por qué está al servicio de los demás desde hace tanto tiempo? Yo
pensaba que todos los vampiros habían tenido tiempo de hacer fortuna…
—¡No, pero si yo soy rica, Héloïse!
—Entonces, ¿por qué fregar el horno? Yo, si un día tengo montones y
montones de dinero, no pienso hacer ninguna tarea doméstica.
—En mi casa no limpio nada. Tengo personal para eso, ja, ja.
—Pues me debo estar perdiendo algo, Magda, porque no lo entiendo.
—Es muy sencillo: yo DEBO este servicio —el de velar por Gabriel— a
sus padres. Me sacaron de una situación… extremadamente delicada para su
época, me quedé con ellos y como había tenido, siglos antes, experiencia como
ama de llaves, acabé siéndolo de nuevo para ellos de forma natural. No lo haría
por ninguna otra persona, eso seguro.
—¿Qué situación delicada?
—Ja, ja, Héloïse, ¡pequeña cotilla! Tome, coja este plato, es para Charles
y para usted. ¡Que aproveche! Recuérdele también por favor que han llegado
sus bolsillos.
—¿Sus bolsillos?
—Sí, sus libros de bolsillo —exclamó, hundiendo sus ojos verdes en los
míos.
—Ah…
—Sí.
Me dirigí a la biblioteca y escuché de lejos las risitas ya familiares de
Solveig. Sabía que pasaba mucho tiempo rondando por esa parte de la casa,
pero desde que había llegado, salía al vuelo como un gorrión cuando nos
encontrábamos. Me la encontré sentada en el escritorio central, enseñándole a
un Charles muerto de risa sus últimas compras. La impresión que a priori me
había dado (“Solveig = Barbie”) se confirmaba. Pero aun así, tenía que
reconocerle su gran alegría comunicativa; tal vez fuera hora de socializar con
ella.
—¡Hola a los dos! ¡Dios mío, Solveig, has saqueado las tiendas, qué
suerte!
Para ser totalmente sincera, nunca había sido de la opinión de que “las
compras son mi vida”. Me encantaba la moda y arreglarme, pero nunca había
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tenido los medios, por lo que jamás lo había considerado como una prioridad.
Cuando me compraba una prenda, me aseguraba de que me fuera a durar mucho
tiempo. Pero era necesario crear un vínculo con la guapa rubia.
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Solveig me miró con asombro. ¿Me tomaría por una intelectual incapaz de
tener temas de conversación ligeros? Al parecer, no era la única que había
puesto una etiqueta basada en las apariencias.
—¡Sí! Has encontrado mi punto débil, Hello. Las compras y los hombres
—contestó coqueta, lanzándole un guiño a Charles.
—¡Enséñame qué has comprado! Me viene tan bien que haya una chica
en casa… Charles, yo te adoro, pero, en serio, ¿a quién le puedo hablar de mis
caprichos de mujer, como cambiar de look?
—¡No me digas que quieres un cambio de look sin contar con mis
servicios! —exclamó Solveig.
—¿Entiendes de eso?
—¿Estás de broma? Eso es lo MÍO. Hm… ¿Qué podríamos hacer contigo?
El gorrión se transformó en urraca de repente. Me miró con sus enormes
ojos azules (un día tenía que preguntarle cómo se había convertido en vampira).
La vi reflexionar y sacar un bloc de notas forrado de cuero rosa. Garabateó un
rato mientras hacía pucheros, mordiendo el lápiz, y luego se concentró y empezó
a hacer un dibujo.
—No veo qué se podría cambiar en Héloïse… Ella está muy bien tal y
como es —dijo Charles, mirándome con sus ojos bondadosos.
—Sh, sh, sh, Charles —le calló Solveig—. Nadie dice que Hello no sea
guapa, pero yo creo que siempre se pueden mejorar las cosas. Las situaciones,
las personalidades… los físicos.
Me tendió su bloc y me quedé asombrada. Me había dibujado, mi cara en
una página y mi cuerpo en la siguiente. Me sobrecogió, la había juzgado como
una chica frívola sin más, pero su talento era innegable. En un solo boceto,
había capturado toda mi esencia. Me vi bella en sus rasgos. Buscando qué había
podido cambiar o mejorar, me di cuenta de que me había reducido
significativamente el largo del cabello, ahora en un corte capeado que no
pasaba de las orejas.
Charles cogió el bloc de mis manos y también se quedó estupefacto.
—Tienes un cuello precioso y créeme, viniendo de un vampiro, es un gran
cumplido.
—Héloïse, creo que el pelo corto ayudará a resaltar todo el potencial sexy
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que escondes torpemente bajo esa corte lacio y aburrido —intervino Solveig.
—Estoy impresionada, Solveig. ¡Gracias por esta nueva perspectiva!
¡Tijeras, rápido!
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Nos pusimos a acabar de abrir sus paquetes: zapatillas de andar por casa
de Chanel, pañuelo de Hermès… Todo era de marca, de la mejor calidad. Sin
embargo, los colores elegidos por la chispeante muñequita eran demasiado
chillones para mí. Podía hacerme un cambio de imagen, de acuerdo, pero no
me sentía cómoda con las cosas llamativas. Me fijé en una cazadora de cuero
de Dior que enseguida me llamó la atención.
—¿La quieres?
—¿Qué? ¡No, es tuya!
—La rescaté de una venta privada, es vintage, pero en realidad no es mi
estilo. Te podría dar un look muy roquero si la combinas con un vestido de
cachemir.
—Ja, ja, pero yo no me lo puedo permitir. Además, hasta que no salga…
—Oh. Es cierto, no me acordaba del acuerdo de la luna llena. Pero,
¿sabes?, en quince días te llevaré conmigo a pasar toda la noche por ahí, ¡ya te
habrás ganado el derecho a salir! Además, ahora que lo pienso, los humanos
tienen formas de infiltrarse en la zona roja: si son periodistas, políticos o
diplomáticos, no hay restricciones de salida, creo.
—¡Voy a meterme en política, entonces!
—Lo que haces aquí es más o menos periodismo —dijo Charles.
—¡No me ilusionéis! SUEÑO con poder salir.
—¡Estoy segura de que encontraremos la manera, Hello! Bueno, voy a
colocarlo todo en mi armario. ¡Esta noche vuelve Becca, hay que celebrarlo!
Solveig se alejó alegremente. Charles le miró discretamente el trasero
respingón, luego me miró a mí y le guiñé el ojo.
—¡Qué quieres, Héloïse, soy un hombre!
Me besó en la mejilla sin más. Me dio tiempo a oler su cuello. Charles era
coqueto, siempre olía de maravilla y su piel era muy suave porque iba muy bien
afeitado. Se levantó y abandonó la habitación. Al verme sola en medio de todos
esos libros, me sentí un poco triste y decidí estirar un poco las piernas.
***
guiar por la voz de Solveig, que cantaba a pleno pulmón. Llamé a su puerta. Me
abrió, encantada con mi visita sorpresa. Llevaba una toalla en la cabeza y una
mini bata de satén rosa. Se había calzado con las zapatillas con pompón de
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Chanel en las que antes me había fijado. Era una Barbie perfecta, parecía una
conejita de Playboy de los sesenta.
—¡Oh, Hello, entra, qué sorpresa! Admítelo, ¿te has pensado mejor lo de
la cazadora de Dior?
—Ja, ja, no. Es solo que nunca había venido a esta parte de la casa, he
oído tu voz y pensé que podía acercarme a saludarte.
—¡Entra, entra! ¡Ah, ya sé! Te voy a cortar el pelo, como en el dibujo, ya
verás. ¡Esta noche vas a estar deslumbrante!
—No estoy muy convencida… ¿Seguro que sabrás hacerlo?
—Confía en mí. Como en el dibujo. Prometido.
Entré en la enorme habitación de Solveig. La decoración era totalmente
diferente a la del resto de la casa, también muy lujosa, pero minimalista. Las
otras habitaciones estaban llenas de maderas preciosas y oscuras, consolas Luis
XV y polvorientos retratos de familia, pero esa era gris perla y blanca, con
muebles de pino que me recordaban a las revistas de diseño escandinavo. El
sofá, muy a lo art déco, estaba colocado sobre una alfombra de piel blanca.
Había una mesa ovalada de tres patas, típica de los años cincuenta, moteada.
Era un espacio luminoso, claro y con muchísima clase.
—¡Guau, qué maravilla de habitación! La decoración es sencilla y
femenina. Es como si se hubieran materializado mis sueños de habitación ideal.
Dios mío, ¿es auténtico?
Señalé con el dedo un sillón reclinable naranja que había visto en un
programa de decoración.
—¿El sillón Mourgue? ¿Dudas de que aquí haya algo que no sea
auténtico? Estamos en la antigua habitación de Rebecca. Lo decoró todo ella
misma, es su tocador, de primera clase, ¿eh?
—¿Cómo? ¿No compartía habitación con Gabriel antes de su
desaparición?
—¡Qué va! No, ella iba a dejarle y…
Solveig se calló de repente. Yo la miraba ansiosamente. Seguro que
Rebecca le había dado instrucciones sobre qué no podía contar y acababa de
darse cuenta de que se había ido de la lengua. No quería que mi curiosidad
resultara sospechosa, tenía que reanudar la conversación.
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—Ah, sí, es cierto, Magda me lo había comentado. ¡Pero ahora tienen una
segunda oportunidad! La vida está llena de sorpresas.
—Sí, es verdad… Bueno, entonces, tu pelo, ¿nos ponemos a ello?
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Salí de la habitación de Solveig una hora más tarde con el pelo mucho más
corto. Sentía cómo se movía con cada uno de mis pasos y notaba el aire
acariciándome la nuca. Me vi reflejada en la galería que conducía a la
biblioteca y me di cuenta de que, aunque solía pensar que el pelo largo era más
femenino, en mi caso era todo lo contrario.
Mientras estudiaba el corte capeado profesional de Solveig en un espejo
con acabado dorado, descubrí una puerta a mi espalda. A priori, parecía un
espejo normal, como todos los demás de la galería, pero el ribete de luz que se
proyectaba desde abajo me hizo darme cuenta de que en realidad se trataba de
una puerta secreta. No sabía si era por mi nuevo corte de pelo, pero sentía como
si una nueva audacia se hubiera instalado en mí; después de más de un mes en
aquella casa (cuyos rincones me permitían descubrir con cuentagotas), tenía
ganas de saber qué se escondía detrás de aquel falso espejo, aunque nadie me
hubiera dado permiso para investigar.
Busqué si había un pomo, pero no encontré ninguno, así que posé mi
mano, empujé, oí un clic y la puerta se abrió. Entré tímidamente, preguntando
si había alguien. En cuanto puse un pie en la alfombra persa, comprendí que
estaba en la “guarida” de Gabriel. La habitación tenía al menos 50 m2. En el
centro, había una mesa de despacho de nogal que marcaba el tono de la
estancia: un espacio tranquilo para trabajar, meditar y aislarse. Todo estaba
perfectamente limpio y ordenado. Los artículos de escritorio (cartapacio, bote
para los bolígrafos, agenda…) en cuero negro eran muy elegantes, no se había
dejado ni el más mínimo detalle al azar. También había un tintero y una pluma
que se veían muy usados, dos Mont Blanc y un cenicero con un puro cubano.
Al otro lado de la habitación, completamente cubierta por estanterías con
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libros, había cuatro amplios sillones de cuero y una mesa de servicio con
numerosas jarras de cristal con bebidas. Parecía la sede de algún club selecto,
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como el Club Rotary, donde se reunían los lores ingleses mientras sus esposas
tomaban el té en otra habitación.
Oí un clic y me sobresalté: Gabriel me miraba boquiabierto desde el marco
de la puerta.
—¿Qué haces aquí?
—Oh, Gabriel, yo… Lo siento, no sabía…
—Héloïse, ¿por qué estás registrando esta habitación?
—¡No, no es eso, no la estoy registrando! La luz de debajo de la puerta me
atrajo… Y me quedé asombrada al descubrir este despacho.
Gabriel fue casi corriendo a la mesa para asegurarse que el cajón izquierdo
estuviera cerrado con llave. Su rostro se relajó, pero aún veía atisbos de ira en
sus ojos.
—Esta es mi casa. Debes aprender a respetar las reglas, Héloïse. ¿Nunca
te han enseñado eso?
Estallé en cólera por dentro. No estaba precisamente orgullosa de haber
entrado sin permiso y mucho menos de que me hubiera pillado, pero no
soportaba su tono paternalista.
—¿Me equivoco en una cosa y ya cuestionas mi educación? Estoy sola,
encerrada. Encerrada con un hombre al que deseo y con su mujer, que
reaparece después de años de ausencia. Debo asistir a su reconciliación,
callarme, aguantar, evitar las sospechas sin acercarme demasiado a Charles, ya
que eso te molesta, aceptar las visitas nocturnas y las salidas al amanecer. Y
un día, cometo UN error, un error insignificante y… ¿Esto es lo que recibo,
después de cuatro días sin verte, después de haberme cortado el pelo para ti?
Estaba colorada, furiosa y sin aliento tras mi perorata. Me sentía
indignada. Al salir de la habitación, tropecé con una lámpara de terciopelo
verde botella y la salvé de caer al suelo por los pelos. Gabriel me agarró del
brazo y me miró profundamente a los ojos. Sentí la tristeza en los suyos.
—Lo siento.
—No es la primera vez.
—Los últimos días con Rebecca han sido muy complicados.
—Lo siento mucho por ti. Espero que vuestro matrimonio consiga superar
la tempestad.
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Liberó mi brazo.
—Eres tan hermosa. Tu cuello, yo…
—Debo volver al trabajo.
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primera en subir el tono, la oí gemir con una voz aguda. Luego le tocó a Charles
dejarse llevar por la excitación. Su voz era más grave, más ronca, y los gemidos
que marcaban cada respiración se hicieron cada vez más breves.
Mi corazón también se aceleró y aunque me había impedido seguir
mirándoles, la sinfonía de su encuentro había aumentado la temperatura de la
biblioteca. Juraría que los cristales se empañaron. Pensé en Charles, me moría
de ganas de ver su cuerpo, estaba segura de que haría una magnifica pareja con
Solveig. Cerré los ojos con fuerza para expulsar esa fantasía de mi cabeza, pero
estaba demasiado excitada, tenía que verles.
La imagen me dejó boquiabierta. Se habían puesto sobre la mesa y Charles
se había tumbado de espaldas. Sus músculos se marcaban desde el cuello hasta
los tobillos, tenía un cuerpo escultural, de modelo, de atleta… ¡Lo tenía bien
oculto! Empapado en sudor, su pecho brillaba deliciosamente. Solveig no tenía
nada que envidiarle. Estaba sentada a horcajadas sobre él, dándole la espalda.
Se apoyaba en las rodillas y levantaba las caderas con gracia. Sus pechos,
redondos y suaves, se balanceaban rítmicamente con cada subida y bajada. El
pelo le caía en cascada. Seguí ansiosamente el recorrido de una gota que partió
desde su ombligo hasta llegar a su sexo, perfectamente afeitado. Estaba absorta
en su frenética penetración para no perderme nada, cuando de repente ocurrió
algo increíble: cuando estaban a punto de llegar al orgasmo, les envolvió un
denso vapor y un humo blanco que llenó el ambiente. Ya no podía distinguir
nada. Los gritos de su éxtasis llegaron hasta mí, me invadió la fuerza de su
orgasmo y sentí que a mí también me penetraba.
Pasaron unos minutos. La niebla se disipó y la temperatura cayó en
picado.
—Bueno, Charles, encantada.
—Me has hecho inaugurar la mesa, Sol.
—No te creo, pero gracias.
Charlaban sin inhibiciones mientras se vestían. Ninguna caricia ni
palabra tierna, nada. Solveig miró la hora y le dijo a Charles que tenía que ir a
ducharse porque iba a salir con Rebecca, como en los viejos tiempos, cuando
estaban las dos solas.
—¿Me contarás por qué desapareció?
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¿Qué quería decir con En realidad no tengo derecho a ser tu amiga? Metí
su nota en mi diario y me probé un conjunto nuevo: leggings de cuero, suéter
asimétrico rojo de cachemir y zapatos Louboutin rojos. De repente, era otra. Sol
había sido muy generosa conmigo. El diario se cayó de la mesita. Releí la
primera página y la necesidad de escribir se apoderó de mí.
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rojo, paso la mano por mi pelo corto, me calzo unos Louboutin… ¿Es esta mi
nueva vida? ¿Dónde está Héloïse? Cada día nacen en mí torrentes de
necesidades inéditas, mi sexualidad se ha apoderado de mi carácter y quiero
devorar la vida al máximo. Es como si no hubiera vivido realmente durante
todos estos años.
Todo lo que me está pasando sería maravilloso si Gabriel fuera un hombre
soltero y mortal, como yo. Si esto fuera un cuento de hadas, no tendría miedo.
El final sería “y tuvieron muchos hijos, vivieron felices y comieron perdices
hasta el fin de los tiempos”. Pero la realidad es más oscura: yo, Héloïse,
humana, soy la amante de Gabriel, un vampiro, extremadamente rico, pero
sobre todo extremadamente casado. Él me ha enseñado qué es el lujo, el placer
y el amor. Y la dependencia. No veo que nada de todo esto pueda acabar bien.
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El barrio rojo
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él. Supuse que estaría enredado entre las sábanas de Solveig, pero no tenía
ganas de vagar por esa parte de la casa —no quería cruzarme con Gabriel con
esas pintas.
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—Magda me espera.
—También mi lengua.
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Cuando sacó la lengua para mojarse los labios, sentí que era la gota que
colmaba el vaso: avancé la minúscula distancia que nos separaba y le besé
apasionadamente. Mi boca ardía de deseo, quería hacerle entender lo mucho
que le había deseado esos últimos días. Él avanzó a su vez con su lengua,
explorando mi boca. Nuestras lenguas estaban imantadas, eran una sola. Fue
un beso maravilloso, sentí que el corazón me bajaba al estómago y tuve que dar
un paso atrás para recuperar el sentido. Gabriel se acercó.
—Hoy vas a experimentar algo nuevo.
Me dio una tarjeta negra.
—¿Qué es esto?
—Has perdido tu trabajo en el bar. Estás sin blanca y yo soy tu mecenas.
¿Quieres entender a los vampiros? ¿Escribir un libro que se acerque lo más
posible a la realidad? Entonces vive como uno de nosotros, como si el dinero
no tuviera ninguna importancia.
—¿Es una tarjeta de crédito?
—Es una tarjeta negra. Funciona igual, pero no tiene límite.
—No puedo aceptarla. No puedo soportar la idea de ser una mantenida.
—Hélöise, dejar de pensar en el dinero de esa manera. Si te ofreciera un
croissant, te lo comerías sin remordimientos. A nuestro nivel, ofrecer una tarjeta
negra es lo mismo. Ponte en nuestra piel.
Gabriel se fue y yo me quedé mirando la tarjeta. No podía evitar pensar
en esas mujeres superficiales que salían con hombres solo por su dinero. Las
“queridas” que, a cambio de no llevar una alianza en el dedo, tenían un
Porsche. Pero los argumentos de Gabriel eran válidos: el dinero no tenía límites
para ellos y por lo tanto carecía de valor.
Magda me esperaba en la entrada. Abrió la puerta y salimos a un rellano,
donde apretó un botón que abrió dos enormes puertas. ¡Por fin iba a salir!
Entramos a un ascensor para bajar al sótano, donde había un garaje gigantesco
con una veintena de coches, la mayoría de ellos cubiertos. Había tantas marcas
y estilos que parecía un museo: Mustang, Mercedes, Bentley, Porsche…
Divisé a Charles de lejos y reduje la velocidad de mis pasos. Me daba
vergüenza, no solo por lo que había pasado en la biblioteca, sino también por
mi sueño. Pero Magda estaba allí y tenía que hacer como si nada.
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vino de una buena añada para Charles, después me apresuré hasta la sección
de ropa y descubrí un abrigo rosa chicle perfecto para Sol de la marca Chloé.
En la joyería, compré una gargantilla esmeralda que tenía el mismo color que
los ojos de Magda.
Ya solo me faltaba Rebecca. Pensé en su habitación y, aunque creía que
no la conocía, en la sección de decoración vi inmediatamente algo que sabía
que le gustaría, porque teníamos el mismo gusto: una lámpara estilo retro de
color marrón.
58 minutos, tenía que reencontrarme con Magda, pero pasé ante la firma
francesa Chantal Thomass y escaneé sobre la marcha un maravilloso corsé rojo.
Para cuando hube registrado mi talla, ya llevaba 59 minutos de compras. Llegué
hasta Magda exhausta, que me esperaba con una limonada en la mano.
—¿Ha sido agotador?
—Peor. Pero también magnífico.
—Venga, es hora de pagar y volver a casa, ya han sido demasiadas
emociones para una primera salida.
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Esa misma noche, todo el mundo se reunió en el salón rojo para cenar.
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—¿Sabes? Como todo el mundo tiene todo aquello que necesita, nadie
regala nada ya. De verdad que ha sido un detallazo de mucha clase por tu parte
—me confesó Charles.
—Bueno, pero no tiene ningún mérito gastar para los demás, es más fácil
que para mí. Sol, Rebeca y Gabriel aún no han encontrado su regalo…
—¿Qué? ¿También hay un regalo para mí? —exclamó Sol, emocionada.
Magda decidió entonces que no se serviría el plato principal hasta que
todo el mundo no hubiera encontrado su regalo. Tras darle algunas pistas, Sol
enseguida descubrió el paquete de Chloé bajo el sofá.
—¡AY, MADRE MÍA! Lo había visto en una tienda hoy, pero solo tenían
tallas grandes, me enfadé muchísimo. Gracias, Hello, ¡es tan rosa!
—No hay de qué, Sol, tú me has regalado un nuevo look. Ahora te toca a
ti, Rebecca.
—¡Um, qué intriga!
—Tu regalo se encuentra en el vestíbulo de la entrada. El tuyo, Gabriel,
en algún lugar del baño del primer piso.
Los dos se levantaron y salieron corriendo como niños, Charles y Magda
reían a carcajadas, y Sol ya se había puesto su abrigo, aunque gracias a la
chimenea hacía muchísimo calor en el salón.
Rebecca regresó unos minutos más tarde con el móvil en la mano para
enseñar una foto de la lámpara. Estaba encantada.
—¡Justo lo que me gusta!
Gabriel trajo su abrecartas de cuero. La hoja era delgada y elegante. La
combinación de cuero y metal le sentaba perfecta. Sonrió. Había encontrado la
nota que le había dejado: Aquí te dejo un pequeño regalo, pero el de verdad lo
llevo conmigo, bajo el vestido. Estoy impaciente porque lo descubras.
El resto de la noche fue a pedir de boca. Rebecca le preguntó a Gabriel si
no le importaba que pasara la noche con Sol para organizar el baile.
El vino se me había subido a la cabeza y me atreví a imaginar una visita
nocturna. Un escalofrío me recorrió la columna y Magda me preguntó cómo
podía tener frío. Todo el mundo volvió a sus aposentos. Gabriel y yo dimos un
paseo hasta la reja de entrada del parque, quería enseñarme los jardines. Sacó
un mando a distancia de su bolsillo, apuntó al cielo y todas las luces del parque
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se apagaron.
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Acaricié los bucles de su pelo mientras me lamía. Su lengua era vigorosa, dura
y húmeda por mi lubricación y su saliva. Me devoraba, a veces ralentizaba el
Saga Muérdeme
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