Algunas Notas Sobre La Criminología Cultural: Cultural Criminology: Some Notes On The Script Keith Hayward

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Delito y Sociedad 47 | año 28 | 1º semestre 2019 9

Algunas notas sobre la criminología cultural*

Cultural criminology: some notes on the script Recibido: 26/10/2018


Aceptado: 30/11/2018

Keith Hayward
Universidad de Copenague, Dinamarca
[email protected]

Jock Young**
Universidad de la Ciudad de Nueva York, Estados Unidos

Resumen Abstract
En el presente artículo, los autores abordan In this paper the autors address some of
algunas de las características principales de the main characteristics of cultural criminol-
la criminología cultural, una perspectiva que ogy, a perspective that has had a remarkable
ha tenido un notable desarrollo en los últimos development in recent years. Especially, they
años. En particular, definen la necesidad un define the need for a new «cultural» approach
nuevo enfoque «cultural» en la criminología in contemporary criminology for the Late
contemporánea, en el marco de la Modernidad Modernity, which forces us to rethink both
Tardía, que nos obliga a replantearnos tanto its object and its research method. This pro-
su objeto como su método de investigación. posal, that defines itself as novel, seek to trace
Esta propuesta, que se define como novedosa, its genealogy in approaches such as Matza’s
busca trazar su genealogía en enfoques como «naturalism», Becker’s radical phenomenol-
el «naturalismo» de Matza, la fenomenolo- ogy or the critical perspective of the National
gía radical de Becker o la perspectiva crítica Deviancy Conference, among others. In this
de la National Deviancy Conference, entre way, the autors raise the need to dispute the
otros. De esta forma, los autores plantean la criminological field with those «criminologies»
necesidad de disputar el campo criminológico that they call «positivists», «neoliberals» or
con aquellas «criminologías» quedenominan «academics». Finally, they outline some exam-
«positivistas», «neoliberales» o «académicas». ples of this «new/old» approach to criminology.
Por último, esbozan algunos ejemplos de este
«nuevo/viejo» enfoque para la criminología..

Palabras clave Keywords


Criminología cultural, modernidad tardía, Cultural Criminology, Late Modernity,
criminología crítica. Critical Criminology.

* Publicado originalmente en Theoretical Criminology, 8 (3), 2004, 259-285. Traducción de Ariel Os-
pitaleche y revisión de Augusto Montero (Universidad Nacional del Litoral).
** Jock Young falleció el 16 de noviembre de 2013 cuando se desempeñaba como profesor de la Univer-
sidad de la Ciudad de Nueva York.
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Permítasenos empezar con una pregunta: ¿qué es este fenómeno llamado «crimi-
nología cultural»? Por sobre todo, es poner el crimen y su control en el contexto de la
cultura; es decir, la visualización del delito y las agencias de control como productos
culturales —como construcciones creativas—. Como tales, deben ser leídos en tér-
minos de los significados que llevan consigo. Además, la criminología cultural bus-
ca destacar la interacción entre estos dos elementos: la relación y la interacción entre
construcciones desde abajo hacia arriba y construcción es desde arriba hacia abajo. Su
foco siempre recae sobre la continua generación de sentido en torno a la interacción;
reglas creadas, reglas rotas, la constante interrelación entre empresa moral, innovación
moral y transgresión.
Yendo aún más lejos, busca ubicar esta interrelación en lo más profundo de la enor-
me proliferación de imágenes mediáticas del delito y la desviación, donde cada faceta
de estos se refleja en un vasto salón de espejos (ver Ferrell, 1999). Intenta dar sentido
a un mundo en el cual la calle escribe el guion de la pantalla y la pantalla escribe el
guion de la calle. No hay aquí una secuencia lineal, más bien la línea entre lo real y lo
virtual se encuentra profunda e irrevocablemente desdibujada.
Todos estos atributos: la naturaleza cultural del delito y el control, su interacción
en una interrelación de construcciones; la mediación entre realidad y ficción, noticias
y literatura. Todo ello ha tenido lugar a lo largo de la historia y es, por lo tanto, una
base necesaria para cualquier criminología que pretenda ser «naturalista». Sin embar-
go, dos elementos hacen a la criminología cultural esencialmente tardomoderna: en
primer lugar, está el extraordinario énfasis en la creatividad, el individualismo y la ge-
neración de un estilo de vida en el presente, junto con medios masivos de comunica-
ción que se han expandido y proliferado como para transformar la subjetividad huma-
na. Desde esta perspectiva, la comunidad virtual se vuelve tan real como la comunidad
que se encuentra fuera de nuestras casas —grupos de referencia, vocabularios de mo-
tivos e identidades se vuelven globales en aquel dominio—. En segundo lugar, existe
un entendimiento común respecto del hecho de que fue a comienzos del período tar-
do moderno cuando emergieron los antecedentes de la criminología cultural. Porque a
mediados de la década de 1970 tuvo lugar el giro cultural dentro de las ciencias socia-
les. En este sentido, es fundamental el trabajo de Clifford Geertz, cuya antropología
simbólica ha tenido influencia en disciplinas que van desde la historia a la literatura,
de la ciencia política a la historia del trabajo (véase, por ejemplo Berlanstein, 1993).
Aquí, el énfasis está puesto en comprender la acción social en términos de una lectura
profunda de la cultura. Tal como escribió Geertz:

El concepto de cultura que sostengo (…) es esencialmente un concepto semiótico. Cre-


yendo con Max Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que
él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la misma
ha de ser, por tanto, no una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia inter-
pretativa en busca de significados.(Geertz, 1973: 5; véase también el comentario en Har-
court, 2001: 109-121).
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En este esfuerzo, es explícito un acento en lo interpretativo más que en lo mecani-


cista; en lo naturalista más que en lo positivista. Por consiguiente, tanto la reducción
de la acción humana a un reflejo de la situación material comoa la representación po-
sitivista de una cultura pre existente son descartadas. Dentro de este campo, se vuelve
primordial un análisis interpretativo que hace foco en la forma en que los actores hu-
manos generan significado.
En paralelo a este desarrollo, ocurrió un movimiento similar —culturalen su en-
foque y posmoderno en su sensibilidad— en la sociología de la desviación. Tal como
señaló Stan Cohen en su famosa frase: «después de mediados de la década de1960
—mucho antes de que Foucault hiciera estos temas intelectualmente respetables y le-
jos de la «Orilla Izquierda»— nuestro pequeño rincón de las ciencias humanas fue
atrapado por un impulso deconstruccionista» (1997: 101). En Gran Bretaña hubo dos
grandes influencias en este proceso de deconstrucción: la fenomenología y la teoría
subcultural. La tradición fenomenológica radical de Becker, Kitsuse y Lemert, com-
plementada con el construccionismo social de autores como Peter Berger y Thomas
Luckmann, fue extraordinariamente influyente. Particularmente, en la medida en que
implicaba un acento en las libertades existenciales de aquellos «restringidos» y «opri-
midos» por las etiquetas y los esencialismos de los poderosos. Estas ideas nunca fue-
ron tan claras como en el libro de David Matza Becoming Deviant (1969), con sus con-
ceptos de «naturalismo», «deriva», pluralismo, ambigüedad e ironía, por un lado, y de
delito y transgresión por el otro. La síntesis de este enfoque con la teoría subcultural
tuvo su génesis a finales de los a década de 1960, en la London School of Economics,
con la obra de David Downes The Delinquent Solution (1966). Aquí, un énfasis tanto
en la subcultura como forma de “resolver problemas” como en la naturaleza expresiva
más que instrumental de gran parte de la delincuencia juvenil comenzó a neutralizar
la teoría subcultural estadounidense, más rígida, de tradición mertoniana. La cultura
no era una cosa allá afuera para ser aprendida y representada, más bien los estilos de
vida eran algo que evolucionaba constantemente. Esta línea de investigación fue lue-
go desarrollada en el trabajo de estudiantes de doctorado de la London School of Eco-
nomics, incluyendo a Mike Brake (1980), Stan Cohen (1972) y Jock Young (1971),
quienes se enfocaron en la forma en que las culturas desviadas eran tanto creadas por
los actores involucrados, como mediadas y construidas por el impacto de los medios
masivos de comunicación y las intervenciones de los poderosos. Estas ideas reunieron
un mayor impulso teórico en la National Deviancy Conference; los trabajos de Phil
Cohen (1972), Ian Taylor (1971), and Geoff Pearson (1975), enfatizando la necesidad
de una sociología humanista de la desviación que tuviera en su núcleo un sensible mé-
todo etnográfico. Finalmente, esta visión llegó a su madurez en el Birmingham Centre
for Contemporary Cultural Studies, especialmente en los diversos análisis de la cultu-
ra juvenil llevados a cabo por Stuart Hall, John Clarke, Dick Hebdidge, Tony Jeffer-
son y Paul Willis (véase, por ejemplo, Hall y Jefferson, 1975; Hebdidge, 1978; Willis,
1977). En estos trabajos la cultura juvenil es vista como una colmena de creatividad,
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una arena de soluciones mágicas donde los símbolos se combinan en estilos de vida,
un espacio de identidad y descubrimiento y, por sobre todo, un lugar de resistencia.
Esta reelaboración de la sociología estadounidense reemplazó una teorización sub-
cultural estrecha por nociones como expresividad y estilo, relocalizando la transgre-
sión como una fuente de significado y «ocio». Evocó una rica narrativa de simbolismo
y una toma de conciencia respecto de la realidad como algo mediado. Para mitad de
la década de 1980 esta sociología humanista, apuntalada por medio de duras críticas a
los métodos positivistas, era una fuerza importante dentro de la criminología. Sin em-
bargo, desde ese momento ha habido un evidente rebote hacia el positivismo. Es en
este contexto que la criminología cultural busca volver a trazar sus raíces y avanzar
hacia el siglo veintiuno.
¿Cuál es la razón de este hiato? Uno no tiene que mirar muy lejos para identificar
las fuerzas materiales y externas que han transformado la criminología. Para empezar,
está la continua expansión del sistema de justicia penal, particularmente dentro de los
Estados Unidos, pero también en la mayoría de los países occidentales. Este desarro-
llo, aparentemente inadvertido, involucra gastos masivos en cárceles, policía, regíme-
nes de tratamiento y dispositivos de prevención del delito, desde los CCTV hasta el
monitoreo electrónico de personas. Es un proceso acompañado y amplificado por la
«guerra» contra las drogas y, más recientemente, la «guerra contra el terrorismo». Es-
tos desarrollos han asegurado, por supuesto, que se disparara la demanda de consulto-
ría e investigaciones evaluativas. Estas transformaciones se reflejan claramente en la
forma en que la criminología es enseñada y difundida actualmente en las universida-
des occidentales, en la medida en que los departamentos responden a las nuevas de-
mandas de entrenamiento del personal del sistema de justicia penal, tanto de operado-
res como investigadores. En efecto, el crecimiento exponencial de los estudios sobre
la justicia penal ha conseguido que esta subdisciplina constituya ahora el sector más
amplio de la enseñanza de las ciencias sociales. Los alumnos que alguna vez hubie-
ran estudiado política social y administración pública ahora se vuelcan comúnmente
a estudiar la justicia penal —una clara consecuencia del desplazamiento de la políti-
ca social basada en intervenciones de tipo welfare hacia otra basada en el «sistema de
justicia»—. Además, la restringida financiación disponible para la educación superior
ha conllevado a una considerable presión sobre las facultades para recaudar fondos
externos para la investigación (véase Robinson, 2001). De esta manera, la industria
del control del delito comenzó a ejercer una influencia hegemónica en la criminología
académica. Las «guerras» contra el crimen, la droga, el terrorismo, y ahora el «com-
portamiento anti-social», demandan datos, cifras, insumos y resultados cuantitativos
—«no» demandan debates sobre la naturaleza misma de estas batallas—. Tampoco
quiere, de hecho, cuestionar su definición, más bien requiere datos «sólidos» y evi-
dencia «concreta». La base social del positivismo está asegurada. Agréguese a este
proceso el ascenso del pensamiento neoliberal en las esferas económica y política, y
el movimiento hacia una sociedad de mercado no mediada, donde los valores del mer-
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cado se vuelven el ethos dominante (véase Taylor, 1999; Hayward, 2004a), y se tiene
la base para el desarrollo de la teoría de la elección racional —una forma, como sos-
tendremos más adelante, de positivismo de mercado—.
La respuesta en la academia ha sido sustancial y de gran alcance. La investigación
ha comenzado a estar dominada por la evaluación estadística, se le ha restado impor-
tancia a la teoría y se evitan los datos «blandos» (véase por ejemplo, Ferrell, 2004).
No hace falta reflexionar mucho para darse cuenta de que el formato dominante en la
actualidad de las revistas académicas —teoría mal desarrollada, análisis regresional
generalmente seguido por resultados más bien inconcluyentes— es, de hecho, un gé-
nero relativamente reciente. Datos que son en realidad técnicamente débiles (debido
a las bien conocidas dificultades inherentes a la recolección de estadísticas, ya sean
de parte de la policía, las encuestas de victimización o estudios de autodenuncia) y
que son, por su propia naturaleza, controvertidos, difusos, ambiguos e inadecuados
para ser cuantificados, se revuelven irreflexivamente a través de computadoras. Las
revistas académicas y los artículos se vuelven innumerables, pero sus conclusiones y
pontificaciones se tornan cada vez más oscuras —perdidas en una mezcla de gráficos,
jerga técnica y confusión metodológica—. Mientras tanto, las ramificaciones hacia el
interior de la academia involucran una forma de cuasi-profesionalización o burocra-
tización. Esto es más abiertamente evidente en los actuales programas de doctorado.
En ellos, la inducción a las técnicas de metodología cuantitativa es una parte central
de la formación académica. Al mismo tiempo, los métodos cualitativos toman una po-
sición más relegada —e incluso aquí se hacen intentos bizarros de producir software
que permita al investigador cuantificar lo cualitativo—. La distancia entre el mundo
de allá fuera —el lugar al que, como recordarán, Robert Park alentaba famosamente a
sus estudiantes a ir: «salgan afuera a ensuciarse las manos con la investigación real»
(véase Adler y Adler, 1998)— y la academia se vuelve cada vez más grande, cercada
por números y esterilizada por impresiones de computadora. En la cima de todo esto,
la burocratización del proceso de investigación por parte de los comités académicos
supervisores ha atrofiado el alcance y los tipos de investigaciones posibles. Tal como
señalaron Patricia y Peter Adler:

Desde fines de la década de1970, aunque sin hacerlo plenamente hasta la década de 1990,
las Juntas de Revisión Institucional en la mayoría de los institutos y universidades han
vuelto al trabajo etnográfico relativo a grupos delictivos y desviados algo casi imposible
de llevar a cabo. Incluso el nuevo Código de Ética de la American Sociological Associa-
tion cede ante las decisiones de estas juntas, alegando que si los proyectos son rechazados
por estas agencias locales la investigación, en la mirada de la asociación, no es ética. De
esta manera, desaparece potencialmente cualquier investigaciónetnográfica que involucre
un rol encubierto para el investigador (desplazando así a las poblaciones ocultas más le-
jos de la vista), cualquier investigación etnográfica sobre menores de edad que no obtenga
consentimiento parental (obviamente problemático para la juventud involucrada en la des-
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viación o el delito o que sea víctima del maltrato de los padres), y cualquier investigación
etnográfica sobre poblaciones vulnerables o problemas sensibles (incluyendo los delicti-
vos) sin la firma de formularios de consentimiento informado que explícitamente indiquen
la incapacidad delos investigadores para proteger la confidencialidad de los sujetos. Este
enfoque pone a los mandatos burocráticos gubernamentales e institucionales por encima
de las negociaciones y acuerdos forjados previamente por quienes llevan a cabo el trabajo
de campo, denigrando el impacto de las dimensiones criticas de las técnicas de dicho tra-
bajo tales como la reciprocidad, la confianza, la evolución de las relaciones, la profundi-
dad, los roles cambiantes y el peso relativo de la lealtad en la investigación (sujetos versus
sociedad) (ibid., pp.xiv-xv).

Entre la jaula de hierro de las Juntas de Revisión Institucional y el ligero tira y aflo-
ja del financiamiento gubernamental, la disciplina cambia inevitablemente su forma,
su agudeza crítica y su dirección.
Este es, entonces, el escenario para la nueva criminología cultural. Un lugar irónico
dado que, tal como remarcamos, ocurre en la modernidad tardía, que es caracterizada
por el surgimiento de una sociedad más individualista y expresiva, en la cual los voca-
bularios de motivos, las identidades y la acción humana empiezan a perder sus rígidas
amarras en la estructura social. Es en este contexto en el que la criminología cultural se
torna tanto más apropiada, aunque al mismo tiempo el sujeto empieza a ser dominado
precisamente por lo opuesto, un fundamentalismo positivista decidido a empujar a la
acción humana hacia lo predecible, lo cuantificable y lo mundano.
Veamos ahora brevemente algunos de los principios más importantes de la crimi-
nología cultural. Es importante enfatizar que los diversos tópicos discutidos a conti-
nuación no deben ser leídos como una definición prescriptiva o exhaustiva del «en-
foque» cultural. De manera similar, estos cinco «temas» tampoco deben considerarse
mutuamente excluyentes, más bien pretendemos enfatizar su interconexión —cada
uno, a su manera, ayuda a explicar y desarrollara los otros—.

La lente de adrenalina

Dos enfoques del delito dominan la teoría sociológica contemporánea: la teoría de


la elección racional y el positivismo —la primera enfatiza lo mundano, la segunda lo
mensurable—. Ambas tienen narrativas racionales/instrumentales muy simples. En la
primera, el delito sucede a causa de elección(es) racional(es) —es presentado en tér-
minos de disponibilidad de oportunidades y niveles bajos de control social, en particu-
lar donde los individuos son impulsivos y orientados al corto plazo (ver, por ejemplo,
Felson, 2002)—. Curiosamente (o quizás no tanto), cada uno de estos intentos inte-
lectuales están hechos para distanciar el delito de las desigualdades estructurales y la
injusticia social. En lugar de ello tenemos individuos pálidos, calculadores, que co-
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meten delitos cuando es posible, junto a presuntas víctimas que, como probables ob-
jetivos, son solamente entendidas a través de sus intentos de calcular sus estrategias
óptimas de seguridad. En el segundo enfoque, el del positivismo sociológico, aunque
la desigualdad, la falta de trabajo, el quiebre de la comunidad, la falta de capital so-
cial, etc., son, hasta cierto punto, reconocidas, el salto desde la privación al delito, en
particular al delito violento, apenas se intenta aprehender, sino que mas bien se da por
supuesto(ver Katz, 2002). De la misma manera que la teoría de la elección racional,
esta constituye una narrativa desesperadamente delgada, en la que la intensidad de la
motivación, los sentimientos de humillación, ira y rabia —de la misma manera que el
amor y la solidaridad— son rechazados. Si la primera es la criminología del neolibe-
ralismo, la segunda es la de la social democracia —pero en verdad hay muy poco que
elegir entre ambas—. Incluso son similares en términos de determinismo: la teoría de
la elección racional podría ser mejor llamada «positivismo de mercado», dado que en-
tre los determinantes del carácter pobre y la oportunidad para el delito existe solo un
pequeño espacio para la más pálida de las elecciones de mercado.
Contra estas dos abstracciones (la del calculador racional y la del actor mecanicis-
ta) la criminología cultural contrapone el naturalismo. La experiencia real de come-
ter un delito, el resultado real del acto delictivo, guardan poca relación con estos es-
trechos esencialismos. Además, la ráfaga de adrenalina del delito que tiene lugar, tal
como señala Jeff Ferrell, entre el «placer y el pánico», los diversos sentimientos de
ira, humillación, exuberancia, excitación y miedo, no encajan en estas abstracciones.
El delito raramente es algo mundano, y con frecuencia no es algo miserable. Tampoco
involucra las recompensas instrumentales que sugeriría la teoría de la elección racio-
nal; ni las adaptaciones para los déficits de la desigualdad que el positivismo socio-
lógico señalaría como su mecanismo principal. El ladrón armado, como alguna vez
comentó el ex convicto John McVicar (1979), podría llegar a hacer más dinero traba-
jando como jornalero; el delincuente juvenil, como señaló Albert Cohen hace mucho
tiempo, pasa gran parte de su tiempo haciendo travesuras y caos mientras está en la
escuela: «el profesor y sus reglas no son simplemente algo pesado, que debe ser evadi-
do. Son algo que debe ser “burlado”» (1955: 28). Y, siguiendo la obra seminal de Jack
Katz, Seductions of Crime (1988), la naturaleza sensual, visceral, corporal del delito es
ignorada en las descripciones académicas ortodoxas de la criminalidad —en un claro
contraste, por supuesto, con los relatos de los perpetradores o incluso con gran parte
de la ficción referida al delito—.
Además, tales sentimientos de intensidad se extienden a lo largo de todo el proce-
so del delito y su representación: desde el delincuente, a los intensos sentimientos de-
cepción y enojo de la víctima, ala emoción de la persecución automovilística, al dra-
ma del banquillo de los acusados, al trauma del encarcelamiento. Y detrás de esto, la
indignación del ciudadano, el pánico moral de los medios masivos de comunicación,
los miedos de la población urbana tanto en las calles como en sus casas. Tal como ex-
presa Ferrell:
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La adrenalina y la excitación, el terror y el placer parecen fluir no solamente a través de la


experiencia de la criminalidad… sino a través de las muchas capilaridades que conectan el
delito, la victimización y la justicia penal. Y en la medida en que estos terrores y placeres
circulan, forman una corriente experiencial y emocional que ilumina los sentidos cotidia-
nos del delito y el control del delito (1998: 38).

Tenemos aquí una posición naturalista y existencial (véase Morrison, 1995) que
contrasta con el esencialismo desnaturalizado de la teoría de la elección racional y el
positivismo sociológico.

La ciudad difusa

Jonathan Raban, en su libro The Soft City (1974), contrasta dos ciudades. Por un
lado, señala la descripción convencional de la ciudad como un lugar de planificación,
racionalización, consumo y producción masivos —la cuadrícula urbana de barrios
y zonas, una jaula de hierro donde la humanidad es encauzada y castigada—. Por el
otro, existe la «ciudad difusa», un «espacio» alternativo donde toda clase de posibi-
lidades están en oferta, un teatro de sueños, una enciclopedia de subcultura y estilo.
Una representación similar de la ciudad es ofrecida por Michael de Certeau (1984),
quien contrasta la ciudad de los planificadores y del discurso racional, de la informa-
ción cuantitativa y la demografía, con la ciudad «experiencial»; un lugar de interac-
ción a nivel de la calle e intersubjetividad, que suceden por debajo de los intersticios
de los planos y los mapas (véase Hayward, 2004a,para más datos sobre esta noción de
«dualidad» urbana y su relación con la criminología cultural). Estas explicaciones se
asemejan estrechamente a la noción de Mijaíl Bajtín de la «segunda vida del pueblo»
(1984) que, como señaló Mike Presdee, es «el único lugar genuino para la expresión
de los verdaderos sentimientos de la vida. Es en donde lo irracional se ríe y se burla
de lo racional —donde la verdad puede ser pronunciada contra las frías mentiras de la
modernidad racional y científica— » (2000:8).
Este análisis «dual» del espacio urbano, no desegregación y división espacial al in-
terior de la ciudad —aunque esto, por supuesto, ocurre inevitablemente—, sino en el
sentido de la «vida subterránea» de la ciudad, atraviesa la criminología cultural y debe
ser considerado como un concepto organizacional clave. Consideremos, por ejemplo,
cómo este enfoque diádico de la vida de la ciudad evoca las teorías que formaron la
base de la sociología de la desviación. Dentro de esta perspectiva, la acción desviada
era/es entendida, no como un concepto marginal y abstracto, sino más bien como un
mundo sumergido apenas velado, que burbujea bajo la superficie de las apariencias
(un lugar, por cierto, al que la etnografía puede llegar, pero del cual las encuestas refle-
jan meramente la superficie) —o, para elegir un ejemplo alternativo, la «vida subterrá-
nea» de las instituciones de la que habló Goffman—. No es que la «ciudad difusa» sea
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la única realidad —lejos de eso—. Sobre todo cuando el mundo racional y burocrático
ejerce crecientemente su influencia e impacta sobre cada aspecto de la existencia hu-
mana. Irónicamente, es este mundo el que es imaginario, el constructo idealizado de
los urbanistas, políticos y voceros oficiales. No captura ni se involucra con los miedos
existenciales, las esperanzas, alegrías, resentimientos y terrores de la existencia coti-
diana —este idealismo no está, por supuesto, limitado a las cuestiones del delito o la
delincuencia—. Este es el mundo en donde ocurre la transgresión, donde la rigidez se
derrite, donde las reglas se tuercen y las vidas se viven. Este es el mundo en el que el
imaginario de los poderosos impacta sobre los ciudadanos. Tal como señaló Presdee:
«la segunda vida es vivida en las grietas y los agujeros de las estructuras de la socie-
dad oficial. Busca y encuentra lo incastigable al tiempo en que la sociedad oficial bus-
ca colmar los agujeros y llenar las grietas, criminalizando y haciendo punible lo que
antes no lo era» (2000:9).
Esta lucha entre las fuerzas de la racionalización y las de las posibilidades existen-
ciales y las vidas vividas es central para la criminología cultural. Es la tensión adver-
tida en el trabajo de Ferrell sobre el aburrimiento y la resistencia (urbana), y en el de
Keith Hayward y Mike Presdee sobre la mercantilización de la cultura. No se trata,
en consecuencia, de que la teoría de la elección racional o el positivismo sociológico
(con sus imágenes de planificación e inclusión) no puedan entender la realidad del de-
lito, sino más bien que estas teorías son precisamente las que crean la jaula de hierro
de la racionalización. Y cualquier noción de una utopía futura que pueda ser realiza-
da a través del incremento de los niveles de seguridad y la prevención situacional del
delito, o simplemente incluyendo a los excluidos en un mundo de trabajo insatisfacto-
rio y consumo mercantilizado está profundamente equivocada. Presenta el problema
como la solución.
Además, es precisamente esta lucha la que se libra dentro de la academia. Dado
que son las fuerzas de la «profesionalización», la burocratización de la investigación a
través de las Juntas de Revisión Institucional, la estructuración de la financiación y la
glorificación de los métodos cuantitativos, lo que busca distanciar a los criminólogos
de su objeto de estudio.

El sujeto transgresor

El delito es un acto de romper reglas. Involucra una actitud hacia las reglas, una
evaluación de su justicia y adecuación y una motivación para romperlas, ya sea a tra-
vés de la transgresión abierta o por neutralización. No es, como en el positivismo, una
situación en la que el actor es impulsado mecánicamente hacia la desiderata y en el ca-
mino casualmente cruza las reglas; no es, como en la teoría de la elección racional, un
escenario en el que el actor simplemente busca los agujeros en la red del control social
y se zambulle y abre paso a través de estos. Más bien, en la criminología cultural, el
18 Hayward, Young | Algunas notas sobre la criminología cultural

acto de transgresión en sí mismo tiene sus atractivos —es a través de la ruptura de las
reglas que los problemas subculturales buscan solucionarse—.
Es importante aquí el énfasis puesto por la criminología cultural en el primer plano
de la experiencia y la psicodinámica existencial del actor, más que en los factores de
fondo del positivismo tradicional (por ejemplo, el desempleo, la pobreza, los barrios
degradados, la falta de educación, etc.). En este sentido, puede considerarse que la cri-
minología cultural continúa el marco establecido por Jack Katz (1988) pero, al mis-
mo tiempo, también es crítica de su posición, en tanto descarta cualquier focalización
sobre el entorno social como algo irremediablemente positivista o como un materia-
lismo errado. Jeff Ferrell, en su reseña de Seductions of Crime, remarca que, a pesar
de la crítica de Katz:

Las divergencias entre la criminología de Katz y ciertos aspectos de la criminología de iz-


quierda no son inconciliables; de hecho, se puede aprender mucho de la intersección entre
las dos. Si, por ejemplo, entendemos que la desigualdad social y económica es una causa,
o por lo menos un contexto principal, para el delito, también podemos entender que esta
desigualdad está mediada y expresada a través de la dinámica situacional, el simbolismo
y el estilo de los eventos delictivos. Hablar de un “evento” delictivo, entonces, es hablar
del acto y las acciones del delincuente, del despliegue de la dinámica interaccional del de-
lito y de los patrones de desigualdad e injusticia enraizados en los pensamientos, palabras
y acciones de los involucrados. En un evento delictivo, tal como en otros momentos de
la vida cotidiana, las estructuras de la clase social o la etnia se entretejen con decisiones
situacionales, el estilo personal y las referencias simbólicas. De esta manera, aunque no
podemos dar cuenta del delito sin analizar las estructuras de la desigualdad, no podemos
dar cuenta del delito solamente analizando estas estructuras. La estética de los eventos de-
lictivos se entrelaza con la economía política de la criminalidad (Ferrell 2000:118-9; ver
también Young, 2003).

Esta relación entre el primer plano y el trasfondo puede ser reformulada en térmi-
nos de lo instrumental y lo expresivo. Tal como hemos visto, el positivismo sociológi-
co traduciría los factores de fondo vinculados a la privación en una narrativa superfi-
cial, simplista, relativa a un déficit experimentado, que ve al delito como una forma de
aliviar esa privación. Mientras tanto, la teoría de la elección racional prescindiría del
trasfondo social en su conjunto, y tendría un primer plano dominado por una narrativa
igualmente simple y abstracta que implica tomar las oportunidades disponibles para
adquirir los bienes deseables, etc. La criminología cultural señalaría la forma en que
la pobreza, por ejemplo, es percibida en una sociedad rica como un acto de exclusión
—la máxima humillación en una sociedad de consumo—. Se trata de una experiencia
«intensa», no meramente de privación material, sino en un sentido de injusticia e in-
seguridad ontológica. Pero para ir incluso más allá, la modernidad tardía, tal como se
describió antes, representa un «cambio en la conciencia», de manera que el individua-
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lismo, la expresividad y la identidad se tornan primordiales, y la privación material,


no obstante ser importante, es suplementada poderosamente por un sentimiento ex-
tendido de privación ontológica. En otras palabras, de lo que estamos siendo testigos
hoy en día es de una «crisis del ser» en una sociedad en la que la autorrealización, la
expresión y la inmediatez son valores fundamentales, perolas posibilidades de realizar
tales sueños son estrictamente restringidas por la creciente burocratización del trabajo
(llamada McDonalizacion) y la mercantilización del ocio. El delito y la transgresión,
en este nuevo contexto, pueden ser vistos como una vía para abrirse paso a través de
las restricciones, una realización de la inmediatez y la reafirmación de la identidad y la
ontología. En este sentido, la identidad se entreteje con el hecho de romper las reglas.
Un ejemplo extraordinario de esta línea de pensamiento dentro de la criminolo-
gía culturales el trabajo de Stephen Lyng y sus colaboradores respecto del edgework
(Lyng 1990, 1998; véase también Lyng, 2004, para su perspectiva más reciente sobre
el edgework). Aquíel autor estudia la forma en que los individuos que se involucran en
actos de toma de riesgos extremos (base jumping, joy-riding, sky-diving, motor bike
racing, etc.), se ponen a sí mismos al límite del peligro en busca tanto de la emoción
como de la certeza. Como una metáfora de la realidad, pierden el control solo para to-
mar el control.

La mirada atenta

Jeff Ferrell y Mark Hamm nos hablan de la metodología de la atención, de una


verstehen criminológica en la que el investigador se sumerge al interior de una cultura.
Esta palabra, «atención», nos recuerda al «naturalismo» de David Matza (1969), una
invocación a ser fiel al sujeto —sin caer en el romanticismo o en la patologización—.
También es una reminiscencia del trabajo de sus héroes, James Agee y Walker Evans
quienes, en Let us now praise famous men (1960/1941), nos brindan un relato sensi-
ble y respetuoso de las vidas de los aparceros durante la época de la gran depresión.
Esta es una etnografía inmersa en la cultura e interesada en los estilos de vida, lo
simbólico, lo estético y lo visual. Su actitud hacia el análisis cuantitativo invoca el
mandato metodológico de Feyrabend (1978) de que «todo vale». Sin embargo, la in-
formación cuantitativa debe ser separada de los reclamos de objetividad, precisión y
certeza científicas. Esta información debe ser reconceptualizada como una construc-
ción humana imperfecta y situada cuidadosamente en tiempo y lugar. Y, en una signifi-
cativa inversión de la ortodoxia, se advierte que «tal vez pueda bosquejar un contorno
borroso de la desviación y el delito, pero nunca puede llenar ese contorno con las di-
mensiones esenciales de una comprensión significativa» (Ferrell y Hamm, 1998: 11).
Por lo tanto, debemos reemplazar «una sociología de la correlación por una socio-
logía de la piel», la cual debe estar asociada con un alto nivel de reflexividad. Y aquí,
una vez más, encontramos ecos de Clifford Geertz dado que el criminólogo, al igual
que el antropólogo, llega a su investigación con un pesado bagaje de cultura y precon-
20 Hayward, Young | Algunas notas sobre la criminología cultural

ceptos. Necesitamos entonces una etnografía de la etnografía, una doble conciencia


del proceso de investigación, en contraste con la investigación cuantitativa convencio-
nal, que deliberadamente impone las categorías de las encuestas y la Escala de Lic-
kertsobre los sujetos que estudia.
Por último, la criminología cultural enfatiza la naturaleza mediada de la realidad
en la modernidad tardía; las subculturas no pueden ser estudiadas por fuera de su re-
presentación, y la etnografía y el análisis textual tampoco pueden ser separados. A raíz
de esto, la secuencia ortodoxa de primero los medios masivos y luego sus efectos no
puede ser mantenida:

Los hechos delictivos, las identidades, cobran vida dentro de un ambiente saturado por los
medios masivos de comunicación y, por consiguiente, existen desde el principio como un
instante dentro de un espiral mediado de presentación y representación… Las subcultu-
ras delictivas reinventan las imágenes mediadas como estilos situados, pero son al mismo
tiempo reinventadas ellas mismas una y otra vez, en la medida en que son exhibidas al in-
terior del enjambre diario de presentaciones mediadas. En cada caso, como criminólogos
culturales estudiamos no solo imágenes, sino imágenes de imágenes, un infinito salón de
espejos mediados (Ferrell y Sanders, 1995: 14).

Conocimiento peligroso

Muchos criminólogos creen que el delito no tiene una definición universal. Ven al delito
como algo subjetivo y consideran que la sociedad y su sistema de justicia “fabrican” al
delito cambiando su definición. Su anarquía intelectual hace un desastre con nuestro cam-
po dado que:
• No le brinda límites y mantiene su vaguedad
• Requiere una criminología diferente para cada sistema legal
• Permite a los alumnos de criminología aprobar fácilmente, sin importar lo que escriban
(Felson, 2002: 17)

David Sibley, en su destacada obra Geographies of Exclusion, habla no solo de ex-


clusión social y espacial —la exclusión de las clases peligrosas— sino de la exclusión
del «conocimiento peligroso». Escribe:

La defensa del espacio social tiene su contrapartida en la defensa de regiones del conoci-
miento. Esto significa que, lo que constituye conocimiento, es decir, aquellas ideas que son
admitidas en libros y publicaciones periódicas, están condicionadas por las relaciones de
poder que determinan los límites del «conocimiento» y excluyen ideas y autores peligro-
sos o amenazantes. De ello se desprende que cualquier propuesta para una sociedad mejor
integrada y más igualitaria debe incluir también un cambio respecto a la forma en que se
produce el conocimiento académico (Sibley 1995: xvi).
Delito y Sociedad 47 | año 28 | 1º semestre 2019 21

De hecho, el positivismo tradicional de sociólogos y psicólogos, o la nueva «cien-


cia del delito» de Marcus Felson y los teóricos de la elección racional/actividades ru-
tinarias, tiene un interés excepcional en «mantener» definiciones y demarcaciones
rígidas entre ciencia y no-ciencia, entre delito y «normalidad», entre el experto y el
delincuente, entre la criminología y las disciplinas académicas más humanistas —e
incluso entre los individuos, estudiados como si fueran átomos aislados incapaces de
acción colectiva—. Es la naturaleza de la criminología cultural lo que cuestiona to-
das esas distinciones y constituye así un anatema para el proyecto de la criminología
como «ciencia» del delito. En tal sentido, su «anarquía intelectual» (y algunas veces
su anarquía real) sirve como un desafío directo para tal ortodoxia.
Si, cuestionando las definiciones establecidas, poniendo el foco en las emociones
subjetivas, oponiéndonos a las abstracciones numéricas insensibles de la criminología
positivista y, en general, agregando una dimensión humana al problema del delito en
la modernidad tardía «ensuciamos el campo» del «conocimiento» criminológico (tal
como lo perciben actualmente los teóricos de la elección racional, los «cartógrafos»
del delito y otros operadores de la criminología del control social), entonces dejémos-
lo claro aquí sin ninguna reserva: no pedimos disculpa alguna por nuestras acciones.
22 Hayward, Young | Algunas notas sobre la criminología cultural

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Como citar este artículo:


Hayward, K. y Young J. (2019).
Algunas notas sobre la criminología cultural
(Ospitaleche, A. trad. Y Montero, A rev.).
Delito y Sociedad. Revista de Ciencias
Sociales. 28(47), 9-23.

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