Poesia Quechua

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Poesía quechua: O el canto y la esencia

Por: Javier A. Bosch F.


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Por entre las voces del tiempo, la expresión quechua nos entrega un sentir y un
palpitar de un magnífico pueblo, en su ser, expuesto a los desarraigos que por
momentos en toda saga humana deja el ser del amor. Más exactamente la
pérdida del ser amado se permite en la tradición quechua un profundo canto
sostenido y desgarrador (el deseado por momentos se escabulle bello y fatal por
el prado extenso de la historia) que bien nos habla de la riqueza sospechada de
un mundo interno que a su vez ha reflejado a nuestro entender, más allá de los
esfuerzos distorsionantes de los estudios, la organización social y el fresco y
deparador conjunto de los elementos. Pero entonces, de repente junto al canto
de amor en el tiempo de las últimas noches del esplendor, la inclemencia de la
devastación, la codicia y el ser del odio.

Entendido es que el sentido por excelencia de lo poético, su expresión y su


sentir, es hacer palpitar lo fundamental y siempre presente entre las tramas
espaciales e históricas. Es esa la naturaleza de la expresión quechua como forma
poética, canto, apropiación, nostalgia de la esencia; una entonación que modula
el dolor de un pueblo, como otros tantos, obligado, conquistado, arrancado del
anhelo que sigue siendo anhelo.

Sea cualquiera su entorno, acompaña al hombre y su transcurrir, la angustia, la


desazón, la impotencia, la plenitud, la dicha, el ocaso. En movimiento repetido
el hombre como devorado –y lo sabe- en su expresión por la idea de la historia,
es en la plenitud de su canto cercenado de la memoria colectiva. Encontrar lo
fundamental a partir de lo expresado, sea afín, sea extraño, es hallar el tiempo,
la situación en sí, la contingencia de los caminos humanos, la manifestación
siempre de presencias celestes que acompañan; también el apremio latente en el
tiempo que aún transcurre y en la luz que nos toca y avanza en nosotros.

Lo quechua en su voz canta desde la profunda espiritualidad y riqueza que


fuera inadvertida para ojos extraños e invasores. Admirable es la dimensión de
todo pueblo que, por ser tal, capta con voz propia lo esencial aunque esto ante
nosotros, sea en la forma de fragmentos o pequeños vestigios de un pasado
subestimado o ignorado bajo la mirada presente de la acción moderna y su al
parecer hacia ninguna parte; ello un saldo desolador de una cultura
jerarquizada y divinizada como la quechua en la figura de su emperador, eje en
la tierra, de cosmogonías y concepciones soberanas y sensibles ante la vitalidad
captada de la vida.

Dígase, gracias a lo bello que es el ideal en que se ofrece la creación, el tiempo


juzga cualquier civilización desconocedora y en esto su soberbia, su ceguera. La
capacidad de síntesis lograda en el texto poético es ya la voluntad redimida de

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las extensas y agobiantes circunstancias de finitud humana. Es, pese a las
contingencias, el regocijo y la sublevación que sortea el olvido y la injusticia
como lo hace al igual el poeta moderno.

Pese al inevitable atenuante cultural que nos llega a manera de mediación de las
traducciones castellanas, lo quechua en su lengua es una interioridad
formidable. En el lenguaje he ahí la raíz explicable de la incomprensión entre
dos culturas tan opuestas como la del Imperio Inca y la del Viejo Mundo;
aunque las dos hayan mirado un mismo ser o elemento, abierto estaba el
abismo en el nombrar porque lo quechua ha pretendido el sentido de la tierra,
las voces mágicas y destellos de lo manifestado. Lo español, dígase, el certero
nombrar despojado de vínculos cósmicos, de causa y efecto luminoso, esto es,
el objeto mismo con la desconocida gravedad de su brillo y de su peso.

Los Cantos

En uno de los más contundentes y más dicientes hechos poéticos de la tradición


quechua como lo es el canto fúnebre “Al gran inca Atawallpa”, frente a su crimen
se desprende en las figuras y requiebros, la concepción de universo, maravilla
y dignidad mancillada por el español. En distintos instantes del sentir se
escucha:

“Granizada siniestra por doquiera/ se desparrama.” (…) “El sol se vuelve


macilento y se ennegrece.” (…) “Niega la tierra su regazo/ a su señor,/ cual si se
avergonzara del cadáver/ de su amante,/ cual si temiera devorar a su adalid.”
(…) “Tan sólo tu paloma sufre y gime/ y deambula./ Perdida en el dolor solloza
la que tuvo/ nido en tu corazón.” (…) “A martirio perpetuo condenados/ y
destruidos,/ cavilantes y con el pensamiento fugitivo,/ lejos de nuestro mundo,/
viéndonos sin refugio y sin auxilio/ estamos llorando/ y sin saber a quién volver
los ojos/ nos estamos perdiendo.”

Qué decir del canto quechua “Manchay Puitu” de períodos de colonia donde el
destino esta vez separa por siempre al amante:

“Voy siguiendo su rostro, voy buscando su sombra. ¿es ella quien me da su


sombra en el camino?” // “Yo soy noche sin fondo, soy soledad sin término. Yo
soy la carne misma de la angustia y estoy en fuga de mi propio pensamiento.”

El poema se sostiene en la leyenda según la cual el amante desesperado y


despojado recurre a desenterrar la amada para quedarse como consuelo, con
uno de sus huesos. En este logrado poema la imagen escabrosa, es una prueba
más superada por la sensibilidad perturbadora del poeta anónimo:

“Quiero algo de ella…/ ¡He de arrancarle un hueso/ y lo tendré en mi seno tal si


fuera ella misma!/ Él se ha de convertir en quena entre mis manos/ y ha de llorar
mis propias lágrimas./ Desde la eternidad,/ desde el origen de la luz,/ ¿es tal vez
ella quien me está llamando?/ ¡No, es tan sólo el lamento de mi quena!”

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En los cantos quechuas, se anticipa una unidad con las esferas y el umbral de
un regocijo pleno que se equipara sin remilgos, al más intenso vibrar de los
clásicos y modernos logros del género de esta nuestra aún sociedad de
conquistas y violencias sobre lo que todavía queda. Del llamado período
precolombino atendamos la invitación del poema “Qhashawa”: “Reunámonos en
el florido prado/ para jugar bajo la estrella de oro”. Aquí la riqueza es otra y es la de
siempre: el juego holgado con el fulgor de la palabra que apropia el color y
expone una plenitud y libertad en el reino siempre magnífico en que se
nombran las cosas.

Poemas*

AL GRAN INCA ATAWALLPA

¿Qué iris nefando es este negro


Iris que se alza?
Horrenda flecha el enemigo
Del Cuzco blande.
¡Granizada siniestra por doquiera
Se desparrama!

A menudo mi corazón
Entreveía
En mi vigilia y en mi sueño
Y en mi letargo
Al abejorro maléfico
Y maldito.

El sol se vuelve macilento y se ennegrece


Misteriosamente
Amortajando a Atawallpa
Con su esencia divina
Y llorando esta muerte sucedida
En un instante.

Los enemigos repugnantes arrojaron


Ya su cabeza
Y ya un río de sangre va inundando
La encrucijada.

Sus dientes crujidores ya han mordido


El páramo de la tristeza
Y sus ojos de Sol se han vuelto
De plomo.

El corazón enorme de Atawallpa


Ya se ha enfriado.
Todo el Tawantinsuyo está ahora

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Sollozando.

Hasta la tierra se ha cubierto


De densa niebla.
La madre Luna, en su angustia, parece enferma
De ictericia.
Van encogiéndose seres y cosas
De pesadumbre.

Niega la tierra su regazo


A su señor,
Cual si se avergonzara del cadáver
De su amante.
Cual si temiera devorar
A su adalid.

Por su señor hasta las peñas se estremecen


Y se derrumban.
Hasta el río grita vencido
Por el dolor.

Lloremos todos juntos


Y recogidos.
¿Habría hombre capaz de no llorar
Por aquel que le quiso?
¿Habría hijo capaz de no ser fiel
A su padre?

Gimiente corazón, acribillado


Y sin fortuna,
¿Qué paloma no ha de pertenecer
A su compañero,
Y qué taruca melliza extraviada
A su corazón?

Lágrimas de sangre arrancadas


De la ventura ida.
En vuestro espejo retratad
Su cadáver
Y bañad con vuestra ternura
El regazo
De aquel que nos regala con el poder
De sus múltiples manos.
Y bajo el ramaje de su corazón
Nos daba albergue,
Y con la sombra de su pecho
Nos abrigaba.

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Con lamentos de viudas
Desoladas
Le han rodeado las infantas
Enlutadas.

El Sumo Sacerdote viste ya el manto sagrado


Para el sacrificio.
Han desfilado ya todos los hombres
Hasta su tumba.

La reina se extravía bajo el peso


De mortal dolor.
Ríos y ríos de lágrimas corren
Sobre el cadáver amarillo.
Está yerto su rostro,
Yerta su boca.
¿Dónde te alejas hasta que mis ojos
Te pierden,
Dejando este reino sumido
En duelo,
Separándote para siempre
De mi corazón?

¡No obstante el aposento lleno de oro y plata,


El enemigo blanco,
Envanecido por el triunfo su mezquino
Corazón:
Airado páramo siempre sediento
De codicia,
No obstante todo cuanto le obsequiaste
¡El enemigo blanco te ahorcó!

Sólo tú su malsana voluntad


Colmaste;
Pero tu vida en Cajamarca se extinguió.

Está cuajada ya en tus venas


Tu sangre
Y bajo los párpados ya se ha marchitado tu vista,
En el brillo de alguna estrella está escondida
Tu mirada.
Tan sólo tu paloma sufre y gime
Y deambula.
Perdida en el dolor solloza la que tuvo
Nido en tu corazón.

Con el tormento del desastre


Se quiebra el pecho.

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Te han robado tus andas de oro.
Y tu palacio
Y todos los tesoros que han hallado
Se han repartido.

A martirio perpetuo condenados


Y desnutridos,
Cavilantes y con el pensamiento fugitivo,
Lejos de nuestro mundo,
Viéndonos sin refugio y sin auxilio
Estamos llorando,
Y sin saber a quién volver los ojos
Nos estamos perdiendo.

¿Permitirá tu corazón
Rey soberano,
Que vivamos dispersos
Y errantes,
A extraño poderío sometidos
Y pisoteados?

Descúbrenos tus ojos que herir saben


Como flecha magnánima,
Extiéndenos tu mano que concede
Más de lo que uno pide
Y, confortados con esa ventura,
Dinos que nos vayamos.

MANCHAY PUITU

¿Qué tierra cruel ha sepultado


A aquella que era mi ventura?
Lozana la dejé como una flor.
¿Algún viento maligno tal vez se la ha llevado?

Voy siguiendo su rastro,


Voy buscando su sombra.
¿Es ella quien me da su sombra en el camino
O es sólo la cortina de mis lágrimas?

La voy soñando, y la beso en mi sueño.


En mi congoja, ella acude y me habla.
En mis horas de confusión, la veo.
En un vuelo de luz baja hasta mí.

¿Fuera mejor que me matara?


¿Quizás mi muerte la ofendiera?

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Con la muerte podría aproximarme a ella;
Pero tal vez me viera más lejos.

Voy arañando la tumba en que duerme,


Mientras cae mi llanto como lluvia sin fin.
Para buscar después en el fondo a mi amada.
Dondequiera que sea,
Así en el seno de la tierra,
Mujer, yo sólo he de adorarte
Y nadie, sino yo, te ha de mimar.

Con el calor más tierno de mi aliento


Conseguiré devolverle la vida.
La abrazaré, la besaré, y mis besos
Despertando la irán suavemente.
Mas, si así no ha de ser,
Ven no tardes, ciclón,
Que tus hondas tinieblas me devoren
Y en ellas para siempre
Desaparezca mi vida.

Tú, tierra humedecida con mis lágrimas,


Tú, tierra generosa, albérganos.
Una sola unidad formamos en el mundo;
Quiero que así quedemos para la eternidad.
Yo soy noche sin fondo,
Yo soy soledad sin término.
Yo soy la carne misma de la angustia
Y estoy en fuga de mi propio pensamiento.

Mas, no. Quiero algo de ella…


¡He de arrancarle un hueso
Y lo tendré en mi seno tal si fuera ella misma!
Él se ha de convertir en quena entre mis manos
Y ha de llorar mis propias lágrimas.
Desde la eternidad,
Desde el origen de la luz.
¿Es tal vez ella quien me está llamando?
¡No, es tan sólo el lamento de mi quena!

QHASHWA

Llegará la hora de alegrar a nuestro inca.


Danzaremos con él bajo la luna llena.
La más dulce canción entonaremos.
Llegará la hora de danzar con nuestro Inca.

Entre tanto, mi tuya, mi paloma de oro,

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No tengas miedo de la luna llena.
Reunámonos en el florido prado
Para jugar bajo la estrella de oro.

*Poemas de: “La Poesía Quechua”: Jesús Lara. Fondo de Cultura Económica. México.

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