Niños Final
Niños Final
Unidad Temática A
La relación establecida entre teoría y clínica.
Relación teoría - clínica.
Posición ante el saber.
Ruptura con el campo de las certezas.
Posición de interrogación.
Teorización flotante.
El caso clínico.
Lugar de la creación.
La investigación clínica.
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Y esto por las siguientes razones: 1) La crítica de las instituciones de sociedades de tipo clásico
data de largo tiempo atrás, sobre todo gracias a la contribución de Jacques Lacan; 2) El punto de
partida de lo que legítimamente podemos llamar “movimiento lacaniano” fue rico en promesas y
permitió creer en una saludable renovación del funcionamiento de las sociedades psicoanalíticas
aunque estos culmino en un indisimulable fracaso que planteó el problema de la alienación; 3)
Hemos formado parte de la Escuela Freudiana de Paris desde su fundación y esa experiencia nos
permite elucidar ciertos fenómenos propio de los grupos psicoanalíticos.
Pero resulta evidente que a su vez este análisis se inserta en una problemática más general: la que
plantea, desde el origen, la existencia de “sociedades psicoanalíticas”. Definiremos ahora el sentido
que otorgamos a dos términos que hallaran frecuente empleo en este texto. Por didacta
designamos al analista que analiza a un sujeto, al que llamamos candidato, que en el transcurso de
su propio análisis, descubre o confirma su deseo de ser analista.
Lo extraterritorial: sociedad de psicoanálisis y sociedad de demanda.
Con la poca ortodoxa formula “sociedad de demanda”, queremos marcar la relación hoy existente
entre la sociedad, y la función del psicoanalista a la que esa sociedad apela. No somos sociólogos,
y nuestro interés fue siempre incitado por la psique del sujeto, pero nuestra experiencia así como
nuestro trabajo en el medio hospitalario, nos permiten formular dos observaciones: 1) La demanda
de psicoterapeutas crece de manera progresiva; 2) El malestar que segrega la sociedad
contemporánea muestra la exacerbación de determinados conflictos psíquicos y revela el callejón
sin salida al que conducen la mayoría de las soluciones propuestas.
Estos dos factores explican porque el analista-terapeuta se ve solicitado cada vez más, porque las
listas de espera se alargan. Des esto deriva otro tipo de demanda: el analista pasa a ser el
enseñante, el invitado de elite. Tal estado de cosas plantea el problema de las repercusiones que
el analista provoca en nuestra disciplina y particularmente en dos registros: a) la vocación; b) la
contrapartida exigida por la sociedad como precio de su demanda.
A propósito de la vocación.
A mitad de camino entre el llamado, la misión, el destino, el interés, este término sigue marcado por
el uso que se le dio en el campo religioso. ¿A que “llamado” responderá, pues, el futuro analista?
La respuesta hoy en día más frecuente se apoya en dos conceptos: el “deseo de saber”, en su
sentido más general, y el “deseo de trasgredir” en su sentido más específico.
La contrapartida adeudada
A partir del momento en que la sociedad reconoce la legitimidad de una función, la designa como
necesaria y recurre a ella, es normal que exija ciertas garantías en recompensa. Podemos hablar
de recuperación, de resistencia, de renegación, pero si reducimos el problema a estas
dimensiones practicamos algo que es necesario en un psicoanálisis pero imposible en otra
parte: ponemos entre paréntesis la realidad e los hechos. Hay psicoanalistas que ejercen en
hospitales, que enseñan en facultades, que funcionan en instituciones. Desde ese momento la
sociedad, basándose en modelos conocidos, planteara la cuestión de la legitimidad del “titulo”: en
una primera instancia, incomoda frente a la oscuridad de ciertas definiciones que le son
propuestas, se limitara a atribuir la responsabilidad a las sociedades formadoras y las considerara
garantes de la habilitación de un nuevo y extraño funcionario, el analista. En un segundo momento,
intentara planificar el problema y considerara la posibilidad de diplomas o estatutos sobre los
cuales podrá legislar. Las sociedades psicoanalíticas hallaran tres razones para responder: ellas
temen en igual grado las falsificaciones y la desvalorización de sus funcionarios; temen aún más la
intromisión en los procesos de formación de modelos heterogéneos y por razones mucho más
ambiguas y contradictorias, no quieren llevar el debate extramuros.
Las sociedades psicoanalíticas no pueden seguir haciendo oídos sordos frente a una sociedad en
la que están cada vez más integradas. Lo que la sociedad exige de ellas anula esa
extraterritorialidad que querrían reivindicar. Al mismo tiempo, nadie puede sostener que este tipo
de institución sea inútil. La desaparición de estas sociedades solo dejaría lugar a dos soluciones
finalmente idénticas: o bien el paso del poder a las cátedras universitarias o la reducción de la obra
de Freud a la nada.
Por lo tanto, las sociedades psicoanalíticas, como organismo de formación, se ven confrontadas
con una doble contradicción: por una parte, los procesos de habilitación que tales sociedades
establecen se vuelven condición para la posibilidad de ejercer. Por otra parte, al tiempo que
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denuncian el error que consistiría en moldear la formación analítica sobre cualquier otro “modelo”
existente; no pueden prescindir de modelos so pena de caer en la anarquía y la irresponsabilidad
absoluta.
Al sujeto supuesto saber, se agrega una sociedad supuesta saber, que según los movimientos
transferenciales en juego, reforzara el vínculo trasferencial frente al analista o lo desplazara a otro
registro, en ambos casos se tornara mucho más difícil desenmascararlo.
Hemos dicho en la primera parte que es utópico imaginar conjuntamente la permanencia del
psicoanálisis en nuestra cultura y la ausencia de toda sociedad formadora. Asimismo, quisimos
demuestras que la situación didáctica lleva en si misma su propia posibilidad de destrucción. Por
desgracia, la experiencia nos prueba que no basta con saber: la ironía del destino de las
sociedades psicoanalíticas consiste en que precisamente el saber específico que sus
representantes ostentan sobre el fenómeno trasferencial, se disuelve en el momento en que actúa
sobre la propia textura social. Tal disolución no nos parece un accidente inevitable, y ello siempre
que se den dos condiciones: 1) Que el peligro representado por este “resto” que amenaza escapar
a la experiencia didáctica sea la preocupación primera de todo analista interesado en el problema
de la formación y 2) Que el analista encuentre y sepa mantener una cierta “modestia”. Y aquí no
estamos ironizando.
En función misma de su objeto, nuestra teoría induce más que cualquier otra la posibilidad de una
fuga hacia la brillantez teórica; estamos más desprovistos que otros investigadores de una
posibilidad de experimentación; nuestro oficio pone a prueba nuestro narcisismo. Frente al éxito o
al fracaso de una cura, el analista sabe que está asolo para responder, que nadie puede reproducir
exactamente la misma experiencia y confirmar o invalidar sus resultados. Habiendo renunciado al
socorro de la ciencia del cuerpo, hoy se sueña con el recurso a las ciencias más celebradas de las
que esperamos la prueba de nuestras operaciones. Sueño bien comprensible y al que todos nos
inclinamos: hay que saber renuncia a él. Renunciamiento difícil, sin duda. O bien los analistas
tienen la “modestia” de probarse de manera continua como analistas en función y como
representantes de una sociedades y en este caso existirán sociedades de psicoanálisis, o sea
organismos que podrán pretender que han sabido aplicar a sí mismos la experiencia freudiana; o
bien los analistas huirán hacia el sueño, asegurados en una teoría sin fallas, y nosotros asistiremos
a la producción de psicoanalistas de sociedad.
Aulagnier, P. (1994). Prefacio. En Los destinos del placer. (pp. 9 - 19). Buenos Aires. Editorial
Paidós. Psicología Profunda.
Ha habido razón en denunciar lo que puede tener de terrorista el saber; pero en nuestra disciplina
también habría que recordar lo que la ignorancia tiene de aterrorizadora por sus consecuencias.
El título que he elegido se inspira en otro conocido por todos nosotros: Las pulsiones y sus
destinos. Si, como escribe Freud, la pulsión no conoce más que una meta, esta meta solo esta
catectizada, tan intensa como ciegamente, porque alcanzarla permite volver a encontrar ese estado
de placer hacia el cual apunta la psique, sea cual fuere la instancia, o el proceso, que se considere.
Este estado de placer y/o estado de quietud, de no necesidad, de silencio del cuerpo, son los
únicos dos fines que conoce la actividad psíquica, los dos objetivos antinómicos que persigue.
Durante el encuentro inaugural boca-pecho, experiencia igualmente inaugural de un poder y de una
posibilidad de placer de las zonas erógenas, un mismo objeto se ofrece a la vez como causa de la
desaparición de la necesidad y como causa del placer órgano-sensorial. Primera fusión causal y
primera fusión en el registro de la representación, a partir de las cuales el objeto que satisface la
necesidad de placer, puede convertirse en el objeto que, al tornarse durante su ausencia
responsable del retorno de la necesidad, se ofrece a Tanatos como soporte de su deseo de
destrucción.
La pregunta que abordare en estos seminarios puede formularse así: ¿Qué sucede con esas
fuerzas pulsionales “ciegas” una vez que el yo tenga que “hablarlas” y pueda hacerlo,
transformándolas así en esas demandas que un yo dirige a otro yo tornándolas compatibles con
esas “exigencias de la realidad” que debe considerar si quieren conservarse vivo?
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Alienación – amor – pasión: tres destinos que la búsqueda del placer puede imponer a nuestro
pensamiento y a nuestras catectizacion, pero también tres “destinos” que la experiencia analítica
puede imponer tomando como instrumento esa condición cuya presencia es necesaria para que
haya análisis: el amor de trasferencia.
En el análisis de la relación amorosa, relación de la cual hice el prototipo de lo que llamo las
relaciones de simetría, he intentado demostrar el compromiso que el amante esta obligado a
preservar entre placer y sufrimiento, entre catectizaciones privilegiadas y su posibilidad de cambiar
de objeto, entre el yo pensado y el cuerpo que él habita: compromisos sin los cuales no podría
preservar su investimento de la realidad, ya que se supone que eso implica la catectizacion por el
pensamiento y por el yo de ese índice de realidad que le concierne, y que es lo único que puede
darle un estatuto de existente ante su mirada y ante la mirada de los otros.
En el análisis del estado de alienación y del estado pasional, que he tomado como prototipo de las
relaciones de asimetría, he querido aislar una “patología” particular de las catectizaciones que no
pertenecen ni al registro de las neurosis ni de la psiquis. Tanto la fuerza alienante como el objeto
catectizado pasionalmente tienen la extraña propiedad de satisfacer tanto los objetivos de Eros
como los de Tanatos, y tornan posible así una fusión pulsional temporaria, y siempre precaria, que
impone silencio al conflicto del mismo nombre y al conflicto identificatoria.
La droga, el juego, el otro amado apasionadamente permiten huir del conflicto y creer realizable y
realizada la loca esperanza de haber excluido toda razón, toda posibilidad de sufrimiento psíquico.
La paseo no implica un cambio cuantitativo en relación con el amor, sino un cambio cualitativo; ella
trasforma lo que hubiera debido permanecer como objeto de placer y objeto de demanda, en un
objeto que se ubica en la categoría de la necesidad. Alienar su pensamiento de la ideología
identificatoria que el otro defiende e impone no es simplemente optar por nuevas referencias
identificatorias cuya catectizacion sería más segura; ante todo consiste en descatectizar el propio
proyecto y los propios ideales identificatorios, lo que implica la descatectizacion nada menos que
del tiempo futuro.
Parecería que los psicoanalistas nos hemos instalado en el interior de una revolución gestada a
fines del siglo pasado, atravesada por todas las utopías de su tiempo, cuya herencia recibimos.
Esta revolución de pensamiento que produjo el psicoanálisis no se redujo solo a la posibilidad de
capturar significativamente las determinaciones deseantes acerca de las cuales filósofos y poetas
se habían interrogado desde los comienzos de la humanidad misma. Tampoco al hecho de
generar, por primera vez, de modo sistemático, una comprensión de las “motivaciones de la
conducta” y poder erigir ante ella un sistema de trasformaciones que no se quedara en lo
fenoménico y su recomposición. El psicoanálisis constituyo, y constituye aun hoy, una teoría de la
subjetividad y un método para su conocimiento que abrió las condiciones para la comprensión y
trasformación de aspectos del accionar humano no abarcables hasta ese momento, por las
múltiples disciplinas que pretendían su cercamiento. Y, sin embargo, esto no es suficiente para
evitar la profundidad de una crisis que hace a sus fundamentos mismos. De la esperanza
mesiánica parecería que algunos pasan hoy a la desesperanza y aun al tedio más empobrecedor.
Se trata de saber mínimamente, donde estamos parados.
La práctica analítica está en crisis, y ello no es efecto solo de las condiciones tanto económicas
como sociales en las cuales se despliega hoy nuestra tarea. Los alcances de la crisis, son
fenómenos a ser ubicados cuidadosamente en los bordes de nuestra práctica.
La práctica analítica está en crisis a nivel de sus fundamentos, donde se expresan las más
variadas fórmulas eximitorias sea del fracaso o de la inmovilidad, mediante la repetición hasta el
cansancio de justificaciones de una acción cuyos principios no siempre -más aún, ni siquiera en la
mayoría de los casos- se derivan de las formulaciones teóricas que parecen regirla. Y está en crisis
también en razón del no asentamiento de sus paradigmas de base, de la imposibilidad de seguir
remodelando un edificio que ya tiene un siglo sin revisar sus cimientos. De esta circunstancia
derivan las consecuencias más insospechadas: desde la pretensión de construir un pequeño
rancho sobre un basamento que podría dar soporte a un pueblo entero, hasta la de seguir
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levantando nuevos edificios sobre los soportes anteriores sin preguntarse de qué modo arrevesado
se sostiene la construcción - siempre chueca, enclenque, desperdiciando la bella base de
proveniencia.
Comencemos por fracturar el título de nuestro propio texto. A la oposición entre teoría y clínica,
opondremos siguiendo a Laplanche, aquella establecida entre teorética y práctica. La primera
incluyendo tanto el descriptivo (el conocimiento del objeto, su modelización, las leyes que rigen su
funcionamiento) como el prescriptivo (las indicaciones que del objeto mismo se desprenden para
operar en su trasformación). Se trata, en realidad, de poner en concordancia las relaciones entre
objeto y método. La praxis define entonces por un modo particular de articulación entre ambos que
permite el trabajo sobre el objeto. Si el objeto es el inconsciente es coherente que el método
consista en la libre asociación: vale decir, en la posibilidad de desplegar representaciones que
permitan el acceso a aquello que se Sutra al sujeto. El modelo es aparentemente simple, siempre y
cuando nos enfrentemos al modo de funcionamiento de un aparato psíquico constituido, regido por
un funcionamiento normalmente neurótico. En este caso descriptivo y prescriptivo concuerdan, al
punto tal e brindar la ilusión de sostener cierta autonomía el uno por relación al otro. Es aquí donde
el prescriptivo deviene un imperativo categórico: “haz eso”. Esta supuesta autonomía de la regla
genera la ilusión, en el analista, de que puede ser modificada sin someter a revisión el objeto a
transformar.
Dificultades para sostener un esquema unificado de la clínica a partir de la obra freudiana.
Volvamos a la relación que establecemos, en el interior del prescriptivo, entre objeto y método.
Dijimos que el método de la libre asociación es coherente con un modelo del aparato psíquico
regido por ciertas reglas. Este modelo nos confronta a un aparato psíquico capaz de dar lugar a
formaciones inconscientes: la operancia de los sistemas constituidos y del funcionamiento de la
represión como forma privilegiada de la defensa dando cuenta de un funcionamiento pleno de la
tópica.
Levantamiento de la represión (secundaria) y libre asociación son entonces correlativos. La función
del analista se limita al levantamiento de las resistencias y a “hacer consciente lo inconsciente”
mediante el engarzamiento de las representaciones reprimidas en el interior del discurso del
preconsciente. Sin embargo, basta adentrase mínimamente en estos postulados para darse cuenta
de que se abre a partir de ellos una complejidad mayor que la supuesta.
Para ello habrá que salir de los intentos simplificadores -¡incluso empobrecedores!- mediante los
cuales cierto freudismo intento esquematizar hasta la caricatura el esquema originario,
para plantear que el movimiento teórico que Freud opera no es lineal y mucho menos homogéneo.
Señalemos algunas líneas al respecto. En primer lugar, las propias contradicciones internas a la
obra: se trata de ver, en el interior del procesamiento teórico, el encaminamiento que lleva a Freud
a sostener un movimiento en el cual algunos articuladores se conservan pero en un contexto
teórico que los hace devenir "lo mismo y otro". Tomemos por ejemplo, para pensar los ejes que han
atravesado al post-freudismo, las dos grandes cuestiones que hacen al inconsciente: a su modo de
funcionamiento, por un lado, y a su legalidad, por otro (Las grandes escuelas: Klein, Lacan, no han
optado sino por una vertiente dominante de la misma intentando dar coherencia a un todo
imposible de sistematizar).Veámoslo en principio en contradicción en la obra madre, para luego ir a
los post-freudianos. Hasta 1905, dominantemente, Freud se sostiene en una propuesta que
concibe al inconsciente como exógenamente fundado. El concepto de huella mnémica alude a
contenidos inscriptos, provenientes del exterior. Luego, con la teoría de la fantasía, la línea deviene
cada vez más endogenista.
La legalidad del inconsciente -concepto de proceso primario- es prácticamente subsumida en la
legalidad fantasmática -articulación de guiones y temporalización, entonces, de un inconsciente
que deviene "intencional". Sin embargo, como contrapartida, a partir de la "Metapsicología", la obra
toma un rumbo definidamente exogenista respecto a la fundación del yo: este se define, cada vez
más, como residuo identificatorio. ¿Qué consecuencias trae este movimiento en la clínica? La
fórmula conocida: "analizar es hacer consciente lo inconsciente", puede entrar en disyunción o en
conjunción con esta otra, también circulante, de que "analizar es llenar las lagunas mnémicas".
Entra en conjunción cuando se supone un inconsciente históricamente determinado, efecto de
inscripciones -huellas mnémicas-, residuo de procesos efectivamente vividos-"histórico-
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vivenciales". Por el contrario, entra en disyunción cuando suponemos un inconsciente constituido
por fantasmas originarios filogenéticamente determinados o efecto de la delegación pulsional de lo
somático en lo psíquico; en este último caso, todo está allí de entrada, y no es entonces necesario
apelar a el "rellenamiento de las lagunas mnémicas" para que lo inconsciente se haga consciente.
De acá deriva "Construcciones en el análisis". No simplemente "para acoplar una herramienta
técnica más al señalamiento y la interpretación" -como aprendimos de chiquitos-, sino para
poner de relieve la universalidad de una fantasmática aprehensible en el proceso analítico sin que
medie la libre asociación para que su conocimiento se haga posible. Pero al mismo tiempo, porque
a partir de "Más allá del principio de placer" y de la reformulación de la pulsión de muerte como
principio insistente y desligante del funcionamiento psíquico, la cuestión de la repetición deviene un
eje determinante de la dialéctica impasse-avance del encaminamiento de la cura.
Dialéctica compleja de la obra freudiana, que reaparece con agudización de la contradicción en los
psicoanalistas que prosiguen el trabajo emprendido. A modo de ejemplo, simplemente: la
dominancia que toma, del lado del kleinismo, uno de los modos de concebir la interpretación: hacer
consciente lo inconsciente como trascripción al discurso manifiesto del "lenguaje de la pulsión".
Esta postura, tan discutida a partir de los años 60 en Francia y de los 70 en nuestro propio país,
bajo la denominación de "técnica de la traducción simultánea", no será sino el efecto de la
culminación, hasta las últimas consecuencias, de una de las líneas abiertas en el pensamiento de
Freud mismo y a la cual nos acabamos de referir. Es acá donde se nos plantea la insuficiencia de
la formula, que tanto entusiasmo despertara en nosotros hace algunos años, de "retorno a Freud"
para dar solución a las discrepancias existentes entre la teoría y la clínica -o entre la teorética y la
práctica. Porque el retorno a Freud en términos de apoyatura en la autoridad de su pensamiento no
puede desembocar sino en un nuevo dogmatismo . Ello nos lleva a proponer un abandono de
todo prejuicio que conciba a la obra de Freud en términos de un pensamiento lineal encaminado
hacia su "máxima perfección", o reduciendo el concepto a "la cosa misma" y suponiendo que todo
lo que en ella encontramos da cuenta de la realidad factual. Un entramado conceptual no opera
sino como un modelo que posibilita el cercamiento de un aspecto de lo real; da cuenta entonces de
lo real, pero no lo captura en su totalidad.
De este modo, del lado de los orígenes del inconsciente, por su parte, dos grandes líneas
quedan abiertas a partir de la propuesta freudiana. A ellas nos hemos referido anteriormente, sus
consecuencias en la clínica son enormes: por una parte, aquella que considera al inconsciente
como existente desde los orígenes, vale decir endógenamente constituido. El mundo exterior
puede ser concebido así como una pantalla de proyección sobre el cual el mundo interno se
explicita. Por otra, la que concibe al inconsciente como fundado, efecto esta fundación de la
presencia sexualizante del otro humano, operando en los orígenes para instaurar ciertas
experiencias inscriptas destinadas a la fijación tópica y la re transcripción por après-coup. Esta
segunda línea interna en la obra de Freud, por la cual hemos tomado partido, no agota, sin
embargo, todas las posibilidades que de ella pueden ser extraídas. Exigen una recomposición tanto
intra-teórica -en el marco de los descubrimientos posteriores- así como inter-teórica -en el contexto
científico del siglo. Señalemos de modo sucinto que, desde esta segunda perspectiva, no se trata
de que el otro se inscriba como tal en el inconsciente en constitución. El inconsciente será
definido como efecto residual del contacto sexualizante con el semejante, y los restos metabólicos
de este proceso constituirán inscripciones que, siendo de origen heterónimo, han perdido la
referencia al orden de partida.
Concebido el semejante como agente privilegiado en la constitución del inconsciente, este
inconsciente no será necesariamente reflejo del deseo del otro. La precomposición, trascripción,
metabolización de estos elementos primarios, su fijación y represión, permitirá las complejidades a
partir de las cuales los destinos de pulsión devendrán destinos del sujeto psíquico. Una vez
constituido el inconsciente por represión originaria, el sentido del síntoma no podrá ser buscado en
otro lugar que en las construcciones significantes, auto teorizantes, que el sujeto mismo produzca.
No habrá "sentido perdido", en razón de que este sentido nunca se produjo. Ello a partir de que el
semejante sexualizante, constituyente, ignoro el mismo el hecho de que sus propios actos
propician tales inscripciones. "Un sentido a si mismo ignorado", ha llamado Jean Laplanche a esta
función seductora, sexualizante, mediante la cual los seres humanos pulsan a la crían
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desconociendo el hecho mismo de emitir mensajes sexuales, enigmáticos, destinados a la auto
teorización del cachorro una vez que en él se han implantado. Si la "fijación" al inconsciente no
será directa ni inmediata, sino efecto de la represión originaria, no podrá hablarse en sentido
estricto de "síntoma". El "síntoma", en sentido psicoanalítico, como rehusamiento de una inlograda
satisfacción pulsional, solo podrá ser concebido como formación del inconsciente a partir de una
separación plena entre ambos sistemas.
Definido el aparato psíquico como aparato en constitución a partir de las intervenciones
sexualizantes y normativizantes del semejante, los tiempos de esta constitución podrán
ser históricamente cercados y, en razón de ello, las intervenciones analíticas podrán ser plausibles
de definirse por relación a los nudos inter-subjetivos que determinan estos movimientos. A modo de
ejemplo: un trastorno -no sintomal, vale decir no transaccional entre los sistemas psíquicos- puede
dar cuenta de una falla en el proceso de diferenciación subjetiva como efecto de la relación
engolfante que una madre narcisista establece con su hijo. Desde esta perspectiva, una
intervención analítica tendiente a establecer los cortes necesarios en el interior de la díada puede
ser la premisa necesaria para abrir las vías de una subjetivación abierta a nuevas recomposiciones.
El tipo de intervención debe desprenderse cuidadosamente del momento de estructuración y de las
condiciones que generan el nudo patógeno -lo cual determinará si estamos o no ante la presencia
de un síntoma, de una formación neurótica, o de un trastorno en el marco de las relaciones
intersubjetivas que constituyen al sujeto psíquico. Si confrontamos nuestros programas de
investigación -teoréticos, vale decir teóricos de consecuencias clínicas, o de sometimiento de
nuestra clínica a su racionalidad metapsicológica-y damos cuenta de nuestros enunciados, el
dialogo entre analistas puede ser posible. Nos referimos al verdadero dialogo: no a la confrontación
agonística que lleva a la liquidación del adversario ni el pseudo-democratismo en el cual los
intercambios devienen imposibles detrás de una aparente impasibilidad amable.
Bleichmar, S. (2005). Capítulo 15 “Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre. Una
propuesta respecto al futuro del psicoanálisis”. En La subjetividad en riesgo. (pp. 107 - 124).
Buenos Aires. Topía Editorial. (VER – TEXTO)
En los escritos y en a practica de Freud, todo está en revisión. Los escritos no son las Tablas de la
Ley, sino un work in progress. No lo lastima retractarse, más bien lo enriquece.
El psicoanálisis está en crisis. Arrastra el peso muerto de los análisis ortodoxos, con su técnica
esclerosada y su falta de swing. Lo instituyente, lo novedoso, lo creativo tienen que hacerse un
espacio en una tradición que privilegia lo instituido, lo frizado.
Ya en 1895 Freud arriba a la conclusión de que la neurosis es un edificio con muchas dimensiones.
El psicoanálisis hoy es también un edificio con muchas dimensiones. Solo es posible orientarse en
este laberinto teniendo presentes los planos originales que constituyen sus cimientos.
Freud en 1893 decía que el inconsciente es un quiste que hay que extirpar. En 1895, lo piensa
como un infiltrado, por lo que la meta del psicoanálisis es disolver la resistencia para facilitar la
circulación por ámbitos bloqueados. Enquistarse o aislarse es el riesgo que corren las instituciones
y cada psicoanalista evitando el intercambio con otras corrientes y otras disciplinas.
El análisis de la influencia de los condicionamientos sociales sobre la historia individual permite
deslindar los elementos de una historia propia y los que comparte con aquellos que están inmersos
en similares contradicciones sociales, psicológicas, culturales y familiares. Hay subjetivación
cuando el ser puede acontecer. La alteración es poder convertirse en otro sin dejar de ser uno
mismo, pese a perder cierto número de cualidades o adquirir algunas nuevas. La alteración es la
forma viva de la subjetividad. Mientras que la alteridad, a diferencia de la alteración, supone una
relación entre dos seres. Es lo opuesto a la identidad, es aceptar lo diferente.
Freud, como los buenos músicos, improvisaba. Después, el psicoanálisis se militarizo y marco
militarmente el paso, el paso de ganso. Se hipoteco atándose a criterios formales. Por ejemplo, el
analista que propone Freud se asemeja más bien a un trabajador empeñoso, dispuesto a ayudar a
otro a desatascarse: nada que ver con el observador no participante que proponen algunas
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corrientes actuales. La ortodoxia es una máquina de impedir: borra el espacio para la imaginación,
pontifica que el pasado determina absolutamente el presente, sobredimensiona la trasferencia,
privilegia el programa en desmedro de la estrategia, ritualiza la diversidad. Una práctica innovadora
se redujo a una técnica estereotipada.
La marca registrada “psicoanálisis clásico” intenta preservar un monolitismo que ya no existe.
Propone un psicoanalista “objetivo” espectador de un proceso que se desarrolla según etapas
previsibles. Un psicoanalista es singular cuando su clínica y sus otras producciones lo muestran, no
cuando detenta un rasgo diferencial hecho de emblemas y fueros.
Para no caer en la tentación de la teoría verdadera, lo mejor es no abandonar la aspiración a
actualizar la teoría, y entonces hay búsqueda y no puertos de llegada. O el Psicoanálisis acepta el
cambio o se muere: no es una declaración apocalíptica. Es lo que le pasa a cualquier ser vivo o
cualquier ser teórico.
Hoy en día es conveniente implementar una nueva práctica de la cura, un nuevo psicoanálisis más
abierto y más a la escucha de los malestares contemporáneos, de la miseria, de los nuevos
derechos de las minorías y de los progresos de la ciencia. Retorno a Freud, si, relectura infiel de
Lacan, ciertamente, pero lejos de toda ortodoxia o de toda nostalgia hacia un pasado caduco. No
estamos solos. Las practicas, los escritos freudianos y posfreudianos y el horizonte epistemológico
proveen recursos para re interrogar los fundamentos que rigen nuestra comprensión, nuestra
nosografía y nuestra acción. Es decir, metapsicología, clínica y técnica nos implican y están
implicadas.
Implicar. El diccionario separa en tres acepciones lo que no siempre esta tan separado: 1)
envolver, enredar; 2) contener; 3) impedir, envolver contradicción. De ninguna de las tres se deriva
que la implicación sea una esclavitud. ¿Es posible disfrutar del pensamiento? ¿Es posible escribir o
leer sin eslóganes? Yo apuesto a que sea posible.
Mannoni, M. (1965). Capítulo 2 “La experiencia analítica”. Capítulo 5 “La enseñanza del
psicoanálisis”. En Un saber que no se sabe. (pp. 32 - 52 y pp. 95 - 105). España. Editorial
Gedisa.
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El enfoque dinámico da paso después a un enfoque estructural. En 1918, Freud habla del
psiquismo fragmentado del neurótico, fisurado por las resistencias. Se insinúa ya su idea de que
eliminando las resistencias, se crean las condiciones para la síntesis de un yo virtual.
Hasta aquí el aspecto clínico de las diferentes posiciones teóricas de Freud, desde el comienzo.
Sin embargo, las diversas modalidades en que las desarrolla serán recibidas de diferentes
maneras por sus discípulos, tropezando así con incomprensiones y resistencias.
La manera en que Freud emprende su investigación esta signada por un estilo. Su trabajo con el
paciente esta inserto en una búsqueda de la verdad del sujeto, siguiendo el mismo camino que
antes adopto para sí mismo. Su efecto se hace notar no solo en el tipo de vínculos establecidos
con los pacientes, sino también en sus formulaciones teóricas sobre la singularidad de la
experiencia analítica, que de hecho aparece como una experiencia humana. La experiencia
humana que la aventura analítica restituye se forma, según Freud, a partir de la idea de
reencuentro y recuperación del pasado.
(El último apartado del CAP. 2 - “Los pacientes”, no aportaba nada importante)
Capítulo 5: La enseñanza del Psicoanálisis.
¿Es posible enseñar psicoanálisis? Freud estaba persuadido de que el psicoanálisis tenía algo que
ofrecer a las disciplinas universitarias. Según el, sin embargo, el psicoanalista en formación podía
prescindir de la universidad, porque las sociedades psicoanalíticas habían sido concebidas para
brindarle la enseñanza necesaria. Además, estas sociedades existían debido precisamente a que
el psicoanálisis estaba excluido de las universidades. No obstante, la historia del movimiento
analítico muestra, en opinión de los propios analistas, que las sociedades y los institutos de
psicoanálisis no cumplieron con lo que cabía esperar de ellos.
Desde un principio Freud concibió dos direcciones dentro de la enseñanza del psicoanálisis, según
esta se orientara a los no analistas o a los analistas. En otras palabras, se impartiría información
sobre el psicoanálisis, a la manera de la docencia académica; o bien, una forma
predominantemente de iniciación.
¿Es posible salvaguardar al mismo tiempo la doctrina analítica y la estabilidad de la institución
analítica? Esta es la pregunta que se formulan abiertamente los analistas didácticos de la
Asociación Psicoanalítica Internacional. Muestra que si bien en los primos tiempos del movimiento
analítico, las exigencias de los analistas fueron sobre todo teóricas, en una segunda etapa, ya
alcanzada la institucionalización, las exigencias se refieren por el contrario a la enseñanza.
Freud concibió su obra como susceptible de todos los desarrollos y todas las modificaciones. Sin
embargo, no previo que cuando se erige una institución para defender una causa, la obra queda
momificada. Paradójicamente, esa momificación permite que la institución se consolide y de ahí en
más este dedicada a la “entronización” de la obra. Cuando se le exige a un candidato que ajuste
sus tratamientos a un determinado modelo, en el mismo acto se le está vedando la posibilidad de
recrear junto con su paciente. Este camino no puede sino conducir a la paralización del análisis.
La enseñanza de lo que enseña el inconsciente.
Lacan acepto el reto que algunos consideraron imposible: enseñar lo que enseña el inconsciente.
Sin embargo, al final de su vida tuvo la impresión de haber fracasado. La inquietud por la
formalización que demostró a partir de 1970 parecía ir a la par de los ideales de la ciencia oficial.
En efecto, Lacan trato, con fines didácticos de trasmitir una teoría sin contradicciones. Mientras el
uso el matema como un “ardid poético”, sus discípulos, por el contrario, transformaron la
matematización en un proyecto que debía ser tomado al pie de la letra. La transmisión del análisis
quedo comprometida, ya que la principal preocupación paso a ser que el discurso de los miembros
guardara fidelidad a la escuela. Así, el lenguaje lacaniano se convirtió en ritual.
En sus comienzos, sin embargo, la enseñanza lacaniana insistía en la necesidad de poner el
acento en la división del sujeto. Evitar que el paciente reconozca la verdad de una división era
anular la esencia del descubrimiento freudiano.
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movimiento que se opone desde un primer momento y ante todo a cierta forma de monopolio del
saber médico.
Por el contrario, la actitud psicoanalítica no hace del saber un monopolio del analista. El analista,
por el contrario, presta atención a la verdad que se desprende del discurso psicótico. La aplicación,
en nombre de un saber instituido, de medidas intempestivas de “cura” no logra otra cosa que
aplastar aquello que demanda hablar en el lenguaje de la locura y al mismo tiempo lo fija en un
delirio, con lo que aliena aún más al sujeto.
En Francia, durante estos últimos años, el grupo de Lacan ha efectuado un esfuerzo muy marcado
en el plano de la reorganización de las instituciones de cura, organismos a los que se ha querido
sustraer no solamente de la esclerosis administrativa, sino incluso de los fundamentos no
científicos del sistema que se halla en vigor en el dispensario. Estudios aun no publicados tienen
por objeto el análisis de lo que se pone en juego cuando se pide una consulta y el modo en que la
respuesta inoportuna que se da dentro del sistema tradicional puede sofocar una verdad, alterar el
sentido de esa demanda.
En este libro, trato no solamente a la madre y al hijo, sino a la actitud inconsciente colectiva de los
“bien pensantes” ante el “anormal”. Muestro los efectos de esa actitud, sin tener “solución” que
proponer. No basta con cuestionar la actitud defensiva de una sociedad que excluye con excesiva
facilidad al niño o al adulto “anormales”. Es preciso analizar también la actitud inversa, surgida del
desconocimiento de aquella enseñanza. En este segundo caso, el retardado o el loco se convierte
en objeto de un verdadero culto religioso: se halla en peligro de verse recuperado por instituciones
caritativas, compartido como objeto de ciencia y de cura por una multitud de especialistas. El mito
de la norma y el peso de los prejuicios científicos desempeñan el papel de factores de alienación
social, no solo para el enferme mental sino también para quienes lo curan y para sus padres.
Habría que volver a plantear, sobre bases teóricas diferentes de las que por lo general se usan, la
noción misma de institución. Y no es posible repensar la institución sin comenzar por cuestionar el
origen mismo de su existencia.
El paciente sirve con frecuencia de pantalla para lo que el que cura no quiere ni saber ni oír, porque
ello señala de inmediato las motivaciones profundas de las relaciones jerárquicas instituidas, así
como la función de un determinado orden vigente.
Rand, N. Y Torok M. (1997). Capítulo 2 Punto 1 “El Psicoanálisis aplicado frente a la vida de la
obra: ¿imponer la teoría o escuchar el texto?”. En Tisseron, S. El psiquismo ante la prueba de las
generaciones. (pp. 35 - 40). Buenos Aires. Amorrortu Editores.
Unidad Temática B
La especificidad del objeto. Diversos modelos conceptuales.
La organización del psiquismo. Estructura, prehistoria, historicidad, resignificación.
El psiquismo como psiquismo en constitución.
Lo intrapsíquico - lo intersubjetivo.
Lo normal y lo patológico en la Infancia y en la Adolescencia. Conceptos de salud y
enfermedad.
Nociones generales sobre las problemáticas psíquicas. Definir lo específico en el
Niño y en el Adolescente.
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tiempo de conclusión cuando el yo firmara un compromiso con la realidad cuyas clausulas decidirá
sobre los posibles de su funcionamiento psíquico.
T0 designa el momento del nacimiento del infans; T1 el advenimiento del yo; T2 un giro y una
encrucijada en el movimiento identificatorio, que no se prestan a una definición univoca.
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recurriendo a los dos conceptos que el discurso llama amor-odio. El primero definirá al movimiento
que lleva la psique a unirse al objeto; el segundo, al movimiento que la lleva a rechazarlo, a
destruirlo.
El propósito de este circunloquio sobre el placer era permitirnos explicitar la relación que
postulamos entre la puesta en actividad de un sistema y lo que hemos designado como elemento
que informa este último de una propiedad de objeto. Vivir es experimentar en forma continua lo que
se origina en una situación de encuentro. El análisis de lo que entendemos como estado de
encuentro nos permitirá explicitar la acepción que le otorgamos a os dos conceptos presentes en
nuestro título: la violencia y la interpretación.
La psique y el mundo se encuentran y nacen uno con otro, uno a través del otro. Decir que el
encuentro inaugural ubica frente a frente a la psique y al mundo no explica la realidad e la situación
vivida por la actividad psíquica en su origen. Si mediante el término “mundo” designáramos el
conjunto del espacio exterior a la psique, diremos que ella encuentra este espacio, en un primer
momento, bajo la forma de los dos fragmentos particularísimos representados por su propio
espacio corporal y por el espacio psíquico de los que lo rodean, y en forma más privilegiada, por el
espacio psíquico materno.
El encuentro se opera entre la actividad psíquica y los elementos por ella metabolizables que la
informan acerca de las “cualidades” del objeto que es causa de afecto. Cualquiera que sea el
sistema considerado, el término “representatibilidad” designa la posibilidad de determinados
objetos de situarse en el esquema relacional característico del postulado del sistema: la
especificidad del esquema va a decidir cuáles son los objetos que la psique puede conocer.
Las palabras y los actos maternos se anticipan siempre a lo que el niño puede conocer de ellos. La
palabra materna derrama un flujo portador y creador de sentido que anticipa en mucho a la
capacidad del infans de reconocer su significación y de retomarla por cuenta propia. La madre se
presenta como un “Yo hablante” o un “Yo hablo” que ubica al infans en situación de destinatario de
un discurso, mientras que el carece de la posibilidad de apropiarse de la significación del
enunciado y que “lo oído” será metabolizado inevitablemente en un material homogéneo con
respecto a la estructura pictografía. Pero, si es cierto que todo encuentro confronta al sujeto con
una experiencia que se anticipa a sus posibilidades de respuesta en el instante en que la vive, la
forma más absoluta de tal anticipación se manifestara en el momento inaugural en que la actividad
psíquica del infans se e confrontada con las producciones psíquicas de la psique materna y deberá
formar una representación de sí misma a partir de los efectos de este encuentro, cuya frecuencia
constituye una exigencia vital. La madre posee el privilegio de ser para el infans el enunciante y el
mediador privilegiado de un “discurso ambiental”, del que le trasmite, bajo una forma predigerida y
pre-modelada por su propia psique, las conminaciones, las prohibiciones y mediante el cual le
indica los límites de lo posible y de lo licito. Por ello, en este texto la denominaremos la portavoz,
término que designa adecuadamente lo que constituye el fundamento de su relación con el niño. El
orden que gobierna los enunciados de la voz materna no tiene nada de aleatorio y se limita a dar
testimonio de la sujeción del Yo a tres condiciones previas: el sistema de parentesco, l estructura
lingüística y las consecuencias que tienen sobre el discurso los afectos que intervienen en la otra
escena. Trinomio que es causa de la primera violencia, radical y necesaria, que la psique vivirá en
el momento de su encuentro con la voz materna. El fenómeno de la violencia, tal como lo
entendemos aquí, remite, en primer lugar, a la diferencia que separa un espacio psíquico, el de la
madre, en que la acción de la represión ya se ha producido, de la organización psíquica propia del
infans.
Nos proponemos separar, por un lado, una violencia primaria, que designa lo que en el campo
psíquico se impone desde el exterior a expensas de una primera violación de un espacio y de una
actividad que obedece a leyes heterogéneas al Yo; y por el otro, una violencia secundaria, que se
abre camino apoyándose en su predecesora, de la que representa un exceso por lo general
perjudicial y nunca necesario para el funcionamiento del Yo.
Diremos que designamos como violencia primaria a la acción mediante la cual se impone a la
psique de otro una elección, un pensamiento o una acción motivados en el deseo del que lo
impone, pero que se apoyan en un objeto que corresponde para el otro a la categoría de lo
necesario. La violencia primaria que ejerce el efecto de anticipación del discurso matero se
manifiesta esencialmente a través de una oferta de significación, cuyo resultado es hacerle emitir
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una respuesta que ella formula en lugar del infans. La entrada en acción de la psique requiere
como condición que al trabajo de la psique del infans se le añada la función de prótesis de la
psique de la madre, prótesis que consideramos comparable a la del pecho, en cuanto extensión del
cuerpo propio, debido a que se trata de un objeto cuya unión con la boca es una necesidad vital,
pero también porque ese objeto dispensa un placer erógeno, necesidad vital para el
funcionamiento psíquico.
Capítulo 2: El proceso originario y el pictograma.
1) El postulado de auto engendramiento.
Hemos dicho que, en principio, el encuentro original se produce en el mismo momento del
nacimiento, pero que nos permitimos desplazar ese momento para situarlo en el de una primera e
inaugural experiencia de placer: el encuentro entre boca y pecho. Si nos mantenemos en el campo
del infans, podemos aislar una serie de factores responsables de la organización de la actividad
psíquica en la fase considerada:
a) La presencia de un cuerpo cuya propiedad es preservar por autorregulación su estado de
equilibrio energético.
b) Un poder de excitabilidad al que se debe la representación en la psique de los estímulos
originados en el cuerpo y que alcanzan al espíritu, exigencia de trabajo requerido al aparato
psíquico como consecuencia de su ligazón con lo corporal.
c) Un afecto ligado a esta representación, siendo la representación y el afecto indisociables
para y en el registro de lo originario.
d) Desde un primer momento, la doble presencia de un vínculo y de una heterogeneidad entre
la x de la experiencia corporal y el afecto psíquico, que se manifiesta en y por su
representación pictográfica.
e) La exigencia constante de la psique: en su campo no puede aparecer nada que no haya
sido metabolizado previamente en una representación pictografía.
2) Las condiciones necesarias para la representabilidad del encuentro.
La representación es una puesta en presentación de la psique para la psique, auto-encuentro entre
una actividad originaria y un producto, también originario, que se da como presentación del acto de
representar para el agente de la representación.
La primera condición de representabilidad del encuentro nos remite, pues, al cuerpo, y más
precisamente, a la actividad sensorial que lo caracteriza. El cuerpo, al mismo tiempo que es el
sustrato necesario para la vida psíquica, el abastecedor de los modelos somáticos a los que
recurre la representación, obedece a leyes heterogéneas de la psique. Lo que hemos dicho hasta
el momento permite establecer un primer esquema de los elementos que organizan la situación
original del encuentro boca-pecho, cuando se privilegia exclusivamente lo que ocurre en el infans.
Hemos encontrado de forma sucesiva: a) una experiencia del cuerpo, a la que hemos designado
como el x que acompaña a una actividad de representación que da lugar al pictograma; b) un
afecto que está indisolublemente ligado a esa experiencia; c) la presencia de una ambivalencia
radical del deseo frente a su propia producción, que podrá ser soporte de la tendencia o fijarse en
ella como soporte de su deseo de destruirle; d) la ambivalencia de toda catexia que concierne al
cuerpo.
3) El préstamo tomado del modelo sensorial por la actividad de lo originario.
Partimos de la hipótesis de que el fundamento de la vida del organismo consiste en una oscilación
continua entre dos formas elementales de actividad, a las que designaremos como el “tomar en si”
y el “rechazar fuera de sí”. Respiración y alimentación constituyen un ejemplo simple y claro de ello.
Mutatis mutandis, este doble mecanismo puede extrapolarse al conjunto de los sistemas
sensoriales cuya función implica analógicamente la “toma en si” de la información, fuente de
excitación y fuente de placer; y el intento de “rechazar fuera de sí” esta misma información cuando
se convierte en fuente de displacer.
Al hablar de este doble modelo del tomar en sí y del rechazar fuera de sí abordamos la descripción
de la representación que la psique se da de su experiencia de placer o de displacer. Los términos
del modelo sensorial o corporal y de préstamo se refieren a los materiales presentes en la
representación pictografía, mediante la cual la psique se auto informa de un estado afectivo que le
concierne exclusivamente a ella. En este registro sería inútil plantear un orden de primacía entre el
afecto y la representación: se debe postular la coalescencia de una representación del afecto que
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es inseparable del afecto de la representación que la acompaña. Es tan difícil separarlos como
separar la mirada de lo visto.
Se plantea aquí el problema e la relación que existe entre el término préstamo que proponemos y
el de apuntalamiento, utilizado por Freud: su semejanza es evidente, pero se distinguen en un
aspecto. En la acepción que le otorga Freud, el apuntalamiento se relaciona en mayor medida con
una “astucia de la psique” que aprovecharía el camino que abre la percepción de la necesidad. La
heterogeneidad planteada desde un primer momento Freud entre necesidad y pulsión constituye un
concepto capital de la teoría psicoanalítica, pero dicha heterogeneidad no impide que entre estas
dos entidades exista una relación que ya no pertenece al orden del apuntalamiento, sino al de una
dependencia afectiva y persistente en el registro de lo representado.
4) Pictograma y especularización.
Mucho antes del estadio del espejo tal como lo define Jacques Lacan, se comprueba la presencia y
la pregnancia de un fenómeno de especularización: toda creación de la actividad psíquica se
presenta ante la psique como reflejo, representación de sí misma, fuerza que engendra es imagen
de cosa en la que se refleja, reflejo que contempla como creación propia. Si se acepta que en
estafase el mundo no existe fuera de la representación pictográfica que lo originario forja acerca de
él, se deduce que la psique encuentra al mundo como un fragmento de superficie especular, en la
que ella mira su propio reflejo.
Podemos definir del siguiente modo lo que caracteriza a la representación pictográfica: la puesta en
forma de una percepción mediante la que se presenta, en lo originario y para lo originario, los
afectos que allí se localizan en forma sucesiva, actividad inaugural de la psique para la que toda
representación es siempre autorreferente y nunca puede ser dicha, ya que no puede responder a
ninguna de las leyes a las que debe obedecer lo “decible” por elemental que sea.
5) Pictograma y placer erógeno.
La importancia de la totalidad sincrónica de la excitación de las zonas es fundamental. La sincronía
de los placeres erógenos es coextensa con una primera experiencia de amamantamiento que
reúne una boca y un pecho y se acompaña con un primer acto de ingestión de alimento que, en el
registro del cuerpo, hace desaparecer su estado de necesidad. Esta experiencia inaugural de
placer hace coincidir: la satisfacción de la necesidad, la ingestión de un objeto incorporado y el
encuentro de objetos que son fuente de excitación y causa de placer. El pecho debe ser
considerado un fragmento del mundo que presenta la particularidad de ser dispensador de la
totalidad de los placeres. Por su presencia, este fragmento desencadena la actividad del sistema
sensorial y de la parte del sistema muscular necesaria para el acto de succión: de ese modo, la
psique establecerá una identidad entre lo que realmente es efecto de una actividad muscular que
ingiere un elemento exterior, y al hacerlo, satisface una necesidad e ingiere el placer que
experimenta en el momento de su excitación.
7) A propósito de la actividad del pensar.
A partir de un momento dado, que caracteriza el pasaje del estado de infans al de niño, la psique
adquirirá conjuntamente los primeros rudimentos del lenguaje y una nueva función: ello dará lugar
a la constitución de un tercer lugar psíquico en el que todo existente deberá adquirir el estatus de
“pensable” necesario para que adquiera el de decible. Se instaura así una “función intelectual” cuyo
producto será el flujo ideico que acompañara al conjunto de la actividad, desde la más elemental
hasta la más elaborada, de la que el Yo puede ser agente. Toda fuente de excitación, toda
información, solo logra tener acceso al registro del Yo si puede dar lugar a la representación de una
“idea”.
Lo “decible”, entonces, constituye la cualidad característica de las producciones del Yo. Si
consideramos ahora, no ya al Yo sino a esta fase secundaria constituida por lo primario, diremos
que en ella tiene lugar lo “pensable”.
En un primer momento, el surgimiento de la “fusión de intelección” como nueva forma de actividad
se añadirá a las funciones parciales preexistentes. Ella se presenta como una nueva zona-función
erógena cuyo objeto apropiado y cuya fuente de placer seria la “idea”. Es esta una condición
necesaria para que el proceso primerio catectice esta zona pensante y su forma de actividad.
8) El concepto de originario: conclusiones.
La especificidad de la actividad de lo originario reside en su metabolización de todas las
experiencias, fuente de afecto, en un pictograma cuya estructura hemos definido. La única
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condicione necesaria para esta metabolización es que el fenómeno responsable de la experiencia
responda a los caracteres de la representabilidad. Podemos plantear entonces una primera
separación entre dos tipos de “existentes, tanto si su fuente es el cuerpo como si es el mundo: 1) El
primero abarca lo que el sujeto no conocerá nunca; 2) El segundo comprende dos subconjuntos: el
subconjunto de lo representable y el subconjunto de lo inteligible.
En lo referente al primer tipo, su única forma de existencia para el hombre es la que se origina en el
saber mítico o científico; este afirma que lo visible está lejos de incluir a lo existente, que lo que
podemos conocer del mundo es parcial y sobre todo en el campo de la ciencia. A la inversa, el
segundo registro comprende lo existente que se abre un camino en el espacio psíquico: los
fenómenos representables y los fenómenos figurables o pensables.
Resumiremos este capítulo enumerando las implicancias teóricas:
a) El espacio y la actividad de lo originario son, para nosotros, diferentes del inconsciente y los
procesos primarios. La propiedad de esta actividad es metabolizar toda vivencia afectiva
presente en la psique en un pictograma que es representación del afecto y afecto de la
representación. Lo único que esta actividad puede tener como representado es el objeto-
zona complementario.
b) Como vivencia de lo originario, el afecto es representado por una acción del cuerpo de
atracción o rechazo. Ambas constituyen la ilustración pictografía de los dos sentimientos
fundamentales que el discurso llama amor y odio.
c) La puesta en forma del pictograma se apoya en el modelo de funcionamiento sensorial. De
este préstamo tomado de las funciones del cuerpo se deduce que en lo originario lo único
que puede representarse del mundo es lo que puede darse como reflejo especular del
espacio corporal.
d) Esta metabolización que opera la actividad de representación persiste durante toda la
existencia. El Yo se presenta para y es representado por lo originario como una “función
pensante” que se ubica junto a otras funciones parciales. El espacio y las producciones de
la psique que no son lo originario se representan para esto último como el equivalente de un
objeto-zona complementario, cuya actividad puede causar placer o displacer.
e) Es esto lo que designamos como “fondo representativo” precluido al poder de conocimiento
del Yo. En el campo de la psicosis, este fondo representativo puede durante algunos
momentos ocupar el principal lugar de la escena. Ya no se trata de una puesta en sentido
del mundo de los sentimientos que se pretende conformes a los encuentros en los que
estos surgen, sino de la tentativa desesperada por convertir en decibles y provistos de
sentido a vivencias cuyo origen reside en una representación en la que el mundo es solo el
reflejo de un cuerpo que se auto devora, se auto mutila, se auto rechaza.
f) En definitiva, lo originario es el deposito pictográfico en el que siguen actuando, en
un estado de fijación permanente, las representaciones a través de las cuales, en
última instancia, se representa y se actualiza indefinidamente el conflicto irreductible
que enfrenta a Eros y Tanatos, el combate que disputa el deseo de fusión y el deseo
de aniquilación, el amor y el odio. El pictograma es una representación en la cual, al
unir a las dos entidades complementarias, la acción da testimonio de quien ha
ganado o perdido momentáneamente la partida. Mientras la vivencia subjetiva esta
protegida del sufrimiento y de la falta podrá mantenerse una relación de fusión, de
atracción mutua.
Bleichmar, S. (1993). Capítulo “IV Del irrefrenable avance de las representaciones en un caso
de psicosis infantil”. Capítulo V “El concepto de infancia en psicoanálisis”. En La fundación
de lo inconsciente. (pp. 131 - 176 y pp. 177 - 216). Buenos Aires. Amorrortu Editores. (VER
APUNTE)
Freud, A. (1946). Psicoanálisis del niño. (pp.11 - 126). Buenos Aires. Editorial Imán.
Anna Freud plantea que la decisión de analizarse nunca parte del pequeño paciente, sino de sus
padres o de las personas que lo rodean. Incluso en muchos casos ni siquiera es el niño quien
padece, él no percibe ningún trastorno sino que son los que lo rodean quienes sufren por sus
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síntomas. De este modo, en la situación del niño falta todo lo que consideramos indispensable en
la del adulto: la conciencia de enfermedad, la resolución espontánea de analizarse, la confianza (en
el analista) y la voluntad de curarse: cuestiones consideradas por Anna Freud como las
precondiciones necesarias para iniciar un verdadero análisis.
Anna Freud intenta establecer con sus pacientes una alianza, aliarse con su yo conciente contra
una parte divorciada de su personalidad o contra el mundo exterior o los padres (considera que en
el análisis todo debe ser conducido a partir del yo. Todo parte para ella de la persuasión o de la
educación del yo). Trata de establecer en el niño una sólida fijación al analista y de llevarlo a una
relación de dependencia, establecer complicidad, transferencia positiva. Apunta a que el paciente
(niño) llegue a tener confianza en el analista, a adquirir conciencia de su enfermedad, anhelando
así por propia resolución un cambio en su estado. Con esto llega al segundo tema: el examen de
los medios para realizar el análisis infantil propiamente dicho.
Los recursos del análisis infantil
La técnica del análisis del adulto nos ofrece 4 de estos medios auxiliares: 1-los recuerdos
conscientes del enfermo, 2-la interpretación de los sueños, 3-la asociación libre, y 4-la
interpretación de las reacciones transferenciales (estos dos últimos medios fracasan en el análisis
del niño).
Pero nos topamos con una diferencia: 1- en el caso del análisis del adulto evitamos recurrir a la
familia en busca de información y confiamos exclusivamente en los datos que él mismo puede
ofrecer. En cambio, es poco lo que el niño puede decirnos sobre la historia de su enfermedad, su
memoria no llega muy lejos, él mismo no sabe cuándo aparecieron sus anomalías. Así, en este
caso, el analista debe recurrir a los padres para completar la historia.
2- En lo que respecta a la interpretación de los sueños, es un terreno en el cual nada nuevo
tenemos que aprender al pasar del análisis del adulto al del niño. Pero, los sueños infantiles son
más fáciles de interpretar y el niño es un buen intérprete de sueños. Cuando un niño le narra a
Anna Freud un sueño ella le dice: “No hay nada que el sueño pueda hacer por sí solo, es preciso
buscar cada uno de sus elementos en alguna parte”, y así se dedica a seguir su rastro junto con su
paciente. Ejemplo de un sueño de la pequeña neurótica obsesiva (“la niña del demonio”): “allí
estaban todas mis muñecas y también mi conejito, yo me fui y el conejito rompió a llorar”. La niña
representa en este sueño a la madre y trata al conejo como ésta la trató a ella. Realiza mediante
este sueño un reproche hacia la madre: el haberla abandonado siempre cuando más la necesitaba
(odio a la madre).
Junto a la interpretación de los sueños, también la de las fantasías diurnas tiene gran importancia
en el análisis del niño. Las narran con mayor facilidad y se avergüenzan menos de ellos que los
adultos. El dibujo es otro recurso técnico auxiliar, que permite deducir los impulsos inconscientes
de los niños.
3- El niño no se presta a la asociación libre lo cual obliga a buscar un método sustituto (Ejemplo:
técnica del juego de M. Klein)
Basándose en la hipótesis de que al niño pequeño le es más afín la acción que el lenguaje, Melanie
Klein sustituye la técnica asociativa del adulto por una técnica lúdica en el niño. Así, pone a su
disposición una gran cantidad de juguetes. Todos los actos que el niño realiza en estas condiciones
son equiparados a las asociaciones verbales del adulto y complementados con interpretaciones.
Tenemos oportunidad de reconocer así sus distintas reacciones, la intensidad de sus inclinaciones
agresivas, sus actitudes antes los diferentes objetos y personas representadas por esos objetos.
Crítica a M. Klein (la técnica de M. Klein tiene muchas cosas positivas, pero también recibe
críticas): equipara las asociaciones lúdicas del niño a las asociaciones libres del adulto y en
consecuencia procura averiguar la significación simbólica oculta tras cada acto del juego. Por
ejemplo: el choque de dos coches provocado por el niño significa para ella la observación de las
relaciones sexuales entre los padres. Hay en esto un exceso de significación simbólica. Además el
adulto sabe que se encuentra en un análisis, en cambio el niño carece de esta representación. Si
bien es cierto que Anna Freud trata de familiarizar a sus pacientes con la idea del objetivo analítico,
los niños para los cuales M. Klein elaboró su técnica de juego son demasiado pequeños como para
prestarse a esa influencia.
4- M. Klein interpreta todos los actos del niño frente a los objetos que se encuentran en la
habitación y frente a la persona del analista, lo cual se ajusta a la pauta del análisis del adulto de
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analizar todas las actitudes que el paciente manifiesta frente a nosotros en sesión. Pero este modo
de proceder en el análisis del adulto se basa en el estado de transferencia que lo domina y que
puede conferir determinada significación simbólica a acciones de otro modo carentes de
importancia. Lo que cabe preguntarse es si el niño se encuentra en la misma situación de
transferencia que el adulto.
Anna Freud considera que la vinculación cariñosa, la transferencia positiva es la condición previa
de todo el trabajo ulterior. El análisis del niño exige de esta vinculación muchísimo más que el del
adulto, pues además de la finalidad analítica persigue también cierto objetivo pedagógico.
Anna Freud establece que el niño establece una buena transferencia pero no llega a formar una
neurosis de transferencia por dos motivos:
- el pequeño paciente no está dispuesto, como lo está el adulto, a reeditar sus vinculaciones
amorosas (a abandonar sus viejos objetos y sustituirlos por el analista) porque sus primitivos
objetos amorosos, los padres, todavía existen en la realidad y no sólo en la fantasía, como en el
neurótico adulto.
- por otra parte, el analista de niños no es muy apropiado como objeto ideal de una transferencia,
no aparece, como en el caso del adulto, como una hoja en blanco en la que el paciente puede
proyectar todas sus fantasías. Por el contrario, el analista de niños puede serlo todo menos una
sombra. Es para el niño una persona interesante y las finalidades pedagógicas que se combinan
con las analíticas hacen que el niño sepa muy bien qué considera conveniente o inconveniente el
analista.
Por tales motivos el niño no desarrolla una neurosis de transferencia, sino que sigue desplegando
sus reacciones anormales donde ya lo venían haciendo: en el ambiente familiar. De ahí la
condición técnica fundamental de que el análisis infantil en lugar de limitarse al esclarecimiento de
lo producido bajo los ojos del analista, dirija su atención hacia el punto en que se desarrollan las
reacciones neuróticas: hacia el hogar del niño.
Superyó del adulto vs superyó del niño: el superyó del adulto es el representante de las exigencias
morales de la comunidad que circunda al individuo. Debe su origen a la identificación con los
primeros objetos amorosos del niño, con los padres. Así, lo que al principio fue una exigencia
personal emanada de los padres sólo al pasar del apego a la identificación con éstos, se convierte
en un ideal del yo, independiente del mundo exterior.
En cambio en el niño aun no puede hablarse de semejante independencia. Todavía está lejos del
desprendimiento de los primeros objetos amados, y subsistiendo el amor objetal, las
identificaciones sólo se establecen lenta y parcialmente.
Los objetos del mundo exterior seguirán desempeñando un importante papel en el análisis mientras
el superyó infantil no se haya convertido en el representante impersonal de las exigencias
asimiladas del mundo exterior.
Relación entre el análisis del niño y la educación: el analista debe asumir el derecho de guiar al
niño, dominarlo. Bajo su influencia el niño aprenderá a dominar su vida instintiva. Es preciso que el
analista logre ocupar durante todo el análisis el lugar del ideal del yo infantil. Sólo si el niño siente
que la autoridad del analista sobrepasa la de sus padres, estará dispuesto a conceder a este nuevo
objeto amoroso (equiparado a sus progenitores) el lugar más elevado que le corresponde en su
vida afectiva.
Caso clínico La niña del demonio
Pequeña paciente de 6 años, neurótica obsesiva.
La niña había pasado por una precoz etapa de amor apasionado por el padre y éste la había
defraudado cuando nació el hermanito menor. Ante tal suceso abandonó la fase genital apenas
alcanzada para refugiarse en la regresión hacia el sadismo anal.
Se despertó en ella una intensa hostilidad contra la madre: la odiaba por haberle quitado al padre,
por no haberla hecho varón y también porque había dado a luz a los hermanos que la pequeña
hubiese querido tener a su vez. Pero hacia el cuarto año de su vida sucedió un hecho decisivo:
reconoció que estaba a punto de perder, por estas reacciones hostiles, la buena relación con su
madre, a la que después de todo amaba intensamente. A fin de salvar este amor realizó un
tremendo esfuerzo para ser “buena” rechazando todo ese odio y, con él, toda la vida sexual
formada por actos y fantasías anales y sádicas. Luego apartó todo eso de su propia persona como
si fuese algo extraño y ajeno a ella, algo en cierto modo “diabólico”. Lo que subsistió de ella no fue
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mucho: un pobre ser inhibido e infeliz cuya energía estaba dedicada a mantener reprimidos al
“demonio”.
Pero esta niña fracasó en su intento de conservar el amor de la madre, de tornarse socialmente
adaptada y “buena”, pues sus esfuerzos sólo la habían precipitado en una neurosis obsesiva.
Una vez que Anna Freud logró inducirla a que hiciera hablar a su “demonio” en el análisis,
comenzó a comunicar un sinnúmero de fantasías anales, al principio vacilando y luego cada vez
más profusamente y decidida, al advertir la falta de censura por parte de la analista. Poco a poco
las sesiones se convirtieron para esta niña en depósitos de todos los ensueños diurnos que la
oprimían. Esta liberación se manifestaba en su nueva manera de ser, despierta y vivaz.
Pasado un tiempo, comenzó a expresar también en su casa parte de las fantasías y ocurrencias
anales, hasta entonces ocultadas. Ante tal conducta, la persona que desempañaba las funciones
de madre consultó a Anna Freud sobre la actitud a adoptar y ella aconsejó no aprobar ni reprender
esos deslices sino dejarlos pasar como si no hubiesen ocurrido. Sus consejos tuvieron un efecto
imprevisto, la niña perdió completamente los estribos.
Anna Freud reconoce haber cometido un verdadero error atribuyendo al superyó de la niña una
capacidad autónoma de inhibición que no tenía la fuerza necesaria. De una niña inhibida y
neurótica obsesiva, había hecho transitoriamente un ser malo y en cierto modo perverso. También
había perdido la niña la conciencia de enfermedad, tan necesaria para el análisis.
Anna Freud declaró a la pequeña paciente que si quería seguir el análisis sólo debía contarle esas
cosas a ella y a nadie más, cuanto más las callara en su casa, tanto más se le ocurrirían en la
sesión, tanto más averiguaría sobre ella y tanto mejor podría liberarla (hace alianza). La niña
aceptó. Así, había enmendado su mala conducta, pero al mismo tiempo se había convertido, de
mala y perversa, en una niña inhibida e indiferente.
Cada vez que, después de haberla liberado analíticamente de su neurosis obsesiva, caía en el
extremo opuesto de la maldad o la perversión, no le quedaba a la analista otro remedio que
provocar de nuevo la neurosis obsesiva y volver a instaurar su “demonio”.
Anna Freud postula la debilidad del ideal del yo infantil, la subordinación de sus exigencias y, con
ello, de su neurosis bajo el mundo exterior, su incapacidad de dominar por sí mismo los instintos
liberados y la consiguiente necesidad de que el analista domine pedagógicamente al niño. Así, el
analista reúne en su persona dos misiones difíciles y opuestas: la de analizar y educar a la vez,
permitir y prohibir al mismo tiempo.
Anna Freud considera que es necesario establecer en los niños una sólida fijación al analista y
llevarlos a una relación de dependencia. El niño no forma neurosis de transferencia ya que aún
existen sus primitivos objetos amados. El analista debe ocupar el lugar del ideal del yo infantil,
debe ser la autoridad más elevada en su vida afectiva (sobrepasando su autoridad a la de los
padres).
Tres ventajas del análisis del niño (por sobre el análisis del adulto):
-permite alcanzar modificaciones del carácter mucho más profundas que el análisis del adulto. El
niño sólo deberá retroceder un poco para volver a la vía normal, pues aún no ha levantado toda su
vida futura sobre aquella base;
-influencia sobre el superyó. Tenemos la posibilidad de modificar por influencia analítica no sólo las
identificaciones ya establecidas (interno), sino también la relación con los objetos reales que
rodean al paciente (externo);
-como las necesidades del niño son simples y fáciles de satisfacer y de captar, podemos facilitarle
su labor de adaptación tratando también que el medio se adapte a él. He aquí también una labor
doble desde dentro y desde fuera.
Así, la principal diferencia entre el análisis del adulto y el del niño, es que en el adulto el superyó ya
ha alcanzado su independencia y no es accesible a los influjos del mundo exterior. En el análisis
del adulto se trabaja en forma puramente analítica, se trata de liberar de lo inconsciente los
sectores ya reprimidos del ello y del yo. En cambio la labor a realizar en el superyó infantil es doble:
analítica, en la desintegración histórica llevada desde el interior, en la medida en que el superyó ya
ha alcanzado su independencia; pero también pedagógica, influyendo desde el exterior,
modificando la relación con los educadores, creando nuevas impresiones y revisando las
exigencias que el mundo exterior impone al niño.
18
Si la niña de la que hablamos no hubiese llegado al tratamiento a los 6 años, su neurosis infantil
habría terminado en la curación espontánea, pero como herencia de aquella neurosis habría
quedado un superyó muy severo. Este superyó severo es para Anna Freud la consecuencia y no el
motivo de la neurosis infantil.
Klein, M. (2008). Capítulo I “Fundamentos psicológicos del análisis del niño”. (Caso Rita -
Caso Trude - Caso Ruth). En El psicoanálisis de niños. (pp. 23 - 34). Buenos Aires. Editorial
Paidós. (VER – TEXTO)
Prefacio.
El psicoanálisis de niños es psicoanálisis: tal es la convicción de Freud al ocuparse en 1909 de la
cura de un niño de cinco años afectado por una neurosis fóbica. La adaptación de la técnica a la
situación particular que representa para el adulto el aproximarse a un niño, no altera el campo
sobre el cual opera el analista: ese campo es el del lenguaje. El discurso que rige abarca a los
padres, al niño y al analista: se trata de un discurso colectivo constituido alrededor del síntoma que
el niño presenta. Las quejas de los padres con respecto a su descendencia nos remiten ante todo a
la problemática propia del adulto.
En el psicoanálisis tal como se constituyó al comienzo la infancia solo figuraba como recuerdos
reprimidos. No se trataba de un pasado real como de la manera en que el sujeto lo sitúa dentro de
cierta perspectiva.
Esta verdad fue perdida e vista, desde 1918, por la primera analista que se ocupó de niños, y de
este modo desde sus comienzos el análisis se desarrolló en dos direcciones opuestas: en una de
ellas los descubrimientos de Freud se mantienen por complejo, y en la otra se produce un
alejamiento de tales descubrimientos con el fin de modificar una realidad.
Como clínico, Freud ante todo está a la escucha de lo que habla en el síntoma: solo este camino
conduce hacia la posibilidad de una actitud analítica frente a una neurosis. Las investigaciones de
Freud seguirán ante todo dos direcciones diferentes: por una parte, profundiza el sentido del
síntoma; pero por otra parte, una creencia en el origen fisiológico de las perturbaciones psíquicas le
hace dirigir la atención hacia al traumatismo en la génesis de las neurosis. Sin embargo, el análisis
de las histéricas le permite descubrir pronto que la infancia de la que hablan no es nunca la infancia
real, que los traumatismos a que aluden pueden resultar muy bien ficticios. Entones descubre que
una palabra, incluso cuando es engañosa, constituye como tal la verdad del sujeto.
Freud tenía en tratamiento al padre de un muchachito de 5 años, Juanito, que sufría de angustia
fóbica. Freud acepto verlo en diferentes oportunidades, asignándole con todo al padre un papel de
observador y de intermediario. Muy rápidamente el niño sitúa a Freud en un puesto de Padre
simbólico, y en la palabra proveniente de ese lugar es donde trata de acceder a la verdad de su
deseo. Juanito, bastante conciente del drama edipico que está viviendo, se siente molesto por la
idea de que el adulto no quiere que él sepa lo que de hecho sabe (los misterios de la procreación,
etc.) Al situar los celos edipicos de Juanito dentro de una historia, Freud introduce un mito que será
retomado por Juanito de diferentes maneras hasta su curación. Nota: La madre de Juanito lo
abandono posteriormente (páginas 12 y 13).
A partir de entonces el psicoanálisis de niños se revela como una empresa realizable. Al mostrar
que con un niño es posible interpretar, el análisis de Juanito se constituye como el primer modelo
del género. Los psicoanalistas emplearon bastante tiempo para comprender donde residía la
importancia de la aportación freudiana al psicoanálisis de niños. Al releer el caso, nos ha
19
impresionado el efecto que producían las preguntas de Juanito en el inconsciente de los adultos. El
niño es el soporte de aquello que los padres no son capaces de afrontar: el problema sexual. La
aparición de la enfermedad de Juanito puede considerarse como el surgimiento de lo que falta en
los padres.
Melanie Klein. Ya en su primer análisis de niños, la atención de Melanie Klein se dirige a la manera
en que el sujeto sitúa su propia persona y su familia dentro de un mundo de fantasmas. Lo que le
llama mucho la atención son los efectos precoces producidos por la severidad del superyó en el
niño.
Melanie Klein no se ocupa del comportamiento desde el punto de vista real: introduce su problema
estudiando el vínculo fantasmatico madre-niño dentro de una situación dual y pone de manifiesto la
acuidad de la tensión destructiva que acompaña a la pulsión del amor.
Tales son las ideas que Melanie Klein retomara en su estudio sobre el sentimiento de culpabilidad
en el niño. Para la autora, el niño divide el mundo en objetos buenos y malos. Les hace
desempeñar alternativamente un papel protector o de agresión contra un peligro que sitúa unas
veces en sí mismo y otras fuera de sí mismo.
En 1908 Freud hablo por primera vez del juego en el niño, y lo compara con la creación poética. En
1920, la atención de Freud es atraída por el problema planteado en las neurosis por el principio de
repetición. Le parece que las actividades lúdicas se encuentran sometidas al mismo principio. El
niño intentaría dominar así por medio del sujeto las experiencias desagradables, es decir, trataría
de reproducir una situación que originalmente significo para él una prueba. En la repetición, el
sujeto otorga su conformidad, rehace lo que se le había hecho. Freud nos proporciona una
observación que va a resultar capital: describe la situación de un niño de 18 meses ocupado en
jugar al fort-da.
De este modo, desde 1908 hasta 1920 Freud trata al juego como una creación poética, y luego
descubre el papel desempeñado por el principio de repetición como función de dominio de las
situaciones desagradables. El juego del niño se presenta como un texto para descifrar, se lo
vislumbra como una actividad cargada emocionalmente por el niño y susceptible también de
emocionar al adulto cuando alcanza cierta calidad de creación estética.
La escuela americana retomo las intuiciones de Freud con el nombre de play therapy pero el
sentido de la aportación freudiana fue traicionado. Para Anna Freud, que no trabaja con el
inconsciente del niño sino con su yo, no puede haber expresión fantasmática en el análisis. Sin
embargo, algunos norteamericanos volvieron a discutir sus posiciones para confesar que la play
therapy no directiva encuentra serias lagunas en el plano metodológico.
Con Erikson se vuelve a Freud: en el juego el niño atestigua su posición psicológica en una
situación de peligro, pero esto presupone un lenguaje del juego que el analista debe traducir. Sin
embargo, encontramos en el análisis tan pertinente de Erikson dos concepciones que no siempre
concuerdan. Por un lado, para él, el juego es lenguaje, pero por el otro también pone el acento en
la “configuración del comportamiento”, y entonces clasifica las observaciones en “descripciones
morfo-analíticas”. De este modo el juego es considerado como un texto cuyo desciframiento
debería hacerse según leyes, unas veces, y otra como un hecho etnográfico, y en este último caso
se trata de la situación de un niño en un momento de su historia, en determinadas condiciones
culturales precisas.
Ya sabemos de qué manera Melanie Klein introdujo a partir de 1919 el juego de niños, sin dejar de
respetar por ello el carácter riguroso del análisis de adultos. Utiliza una multitud de pequeños
juguetes y asigna a su elección cierta importancia. Algunos dicen que la interpretación que Melanie
Klein da es una interpretación de símbolos.
Pero volvamos a la observación descrita por Freud en 1920. El niño marca con una palabra aquello
que podría ser interpretado como el rechazo a la vuelta de la madre. El texto que nos entrega el
juego es un lenguaje; en esa sintaxis operan mecanismos de sobre-determinación cuyos efectos es
preciso llegar a comprender. Para descifrar el texto tenemos que integrar en el nuestra resistencia
y aquello que, en el niño, forma una pantalla ante su palabra, pero también tenemos que
comprender quien hablar, porque el sujeto del discurso no es necesariamente el niño.
Capítulo 1 – El síntoma o la palabra.
El psicoanálisis de niños no difiere en su espíritu del psicoanálisis de adultos; pero el adulto,
incluso tratándose de un psicoanalista; cuando aborda los problemas de la infancia, a menudo se le
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interpone la idea que se hace de ella. Todo estudio sobre la infancia implica al adulto, a sus
reacciones y a sus prejuicios.
Observaciones efectuadas por Françoise Dolto en niños normales de 20 meses presas de una
aguda tensión emocional por el nacimiento de un hermanito, nos muestran hasta qué punto el
adulto forma parte del conflicto. Lo que demanda el niño desesperado es la palabra precisa, esa
palabra maestra que invoca en estado de crisis, para que a través de ella pueda conquistarse el
dominio sobre algo: el niño reclama el derecho de comprender lo absurdo que le sucede en
determinada reacción agresiva suya. Caso Juan: tartamudeo e incontinencia luego el nacimiento
de su hermanito. Expresión de odio, linchamiento del muñeco que lleva el mismo nombre que su
hermano. Los síntomas ceden y se expresa la ternura y el amor hacia el bebe.
El interés de estas observaciones reside en el hecho de que en ellas se nos muestra in vivo a un
niño en situación de crisis y a un adulto en situación de responder a ella de acuerdo con sus
propios fantasmas, prejuicios o principios educativos.
Este es el problema que quisiera tratar de elucidar a propósito del célebre estudio de Freud sobre
Juanito. Lo que me interesa no es el análisis del caso sino los fragmentos de observación del
padre, que ponen de manifiesto las pantallas que el adulto levanta para que niño permanezca en
cierto no-saber. La observación se inicia con una interrogación de Juanito dirigida a su madre:
“Mama ¿tú también tienes un hace-pipi?”. Luego, observamos el intercambio con el padre sobre la
cuestión de la procreación (“¿De quién es Ana?”). Desde el comienzo, Juanito sospecha las
implicaciones genitales de los dos sexos, pero el padre se niega a revelárselas. Juanito no recibió
las palabras que tenía derecho a esperar. No le quieren decir que nació de un padre y de una
madre, y esta verdad sin embargo le es necesaria para que pueda adquirir sentido una
identificación viril.
La sed de conocimiento de Juanito está directamente vinculada con sus investigaciones sobre el
sexo. La riqueza de ese niño le hace suplir por sí mismo, mediante una sucesión de temas míticos,
la insuficiencia de las respuestas de los adultos. El niño está atascado en su evolución viril: choca
con el deseo de la madre que consiste en no desear un hombre y con el deseo del padre que
consiste en verlo adecuarse al deseo materno. Ambos padres son voyeurs del sexo de su hijo y de
su deseo. Esta pareja que tiene dificultades con su propia sexualidad quiere reencontrar en Juanito
el mito de una infancia “pura” o “perversa”. En realidad, Juanito no es ni el niño ingenuo que querría
quedarse solo “con su linda mama” ni el niño perverso constantemente en busca de sensaciones
sexuales diversas. El niño está en busca de un padre en el que se pueda apoyar. Teme, por otra
parte, que su madre lo abandone y está dispuesto a desarrollar una fobia para expresar en ella su
angustia. La historia de Juanito es la de un niño enfrentado con el mito del adulto. Es la palabra del
adulto la que que lo habrá de marcar y determinara las modificaciones ulteriores de su
personalidad. El factor traumatizante, tal como se lo puede vislumbrar en una neurosis, no es
nunca un acontecimiento de por si real, sino lo que de este han dicho o callado quienes están a su
alrededor. Son las palabras, o su ausencia, asociadas con la escena penosa las que le dan al
sujeto los elementos que impresionaran su imaginación.
Una cura psicoanalítica se presenta como el desarrollo de una historia mítica. El fantasma, e
incluso el síntoma, aparecen como una máscara cuyo papel consiste en ocultar el texto original o el
acontecimiento perturbador. Mientras el sujeto permanece alienado en su fantasma, el desorden se
deja sentir en el nivel de lo imaginario. El síntoma incluye siempre al sujeto y al Otro. “¿Qué quiere
de mí?” es la pregunta que se plantea más allá de todo malestar somático.
Erikson (puntuación, Caso Sam, P.41). Erikson nos presenta un método de investigación y de
conducción de una cura. El hecho real para Erikson carece de importancia en el nivel de la pura
búsqueda de una causa. Se trata de hacer que esta adquiera sentido. El proceso clínico se efectúa
en dos etapas: 1) el periodo llamado investigación; 2) la cura propiamente dicha.
Las dificultades de Sam se juegan en dos niveles: por una parte, él es síntoma de la madre. A
través de él la madre se siente juzgada. Por otra parte, Sam esta atapado en su síntoma: ¿Quién
tengo que ser para complacer a mi madre? La muerte de la madre adquirió importancia en la
medida en que la madre misma se sentía (a través de su hijo) designada como asesina. Para el
niño la única solución era hacerse victima para no ser verdugo.
Si bien Erikson, gracias a su intuición clínica, pudo escapar a una actitud estrechamente medica en
la que la interrogación se dirige a los hechos más que al ser, sucede en cambio con otros teóricos,
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que sus concepciones llegan a obstaculizar la aprensión correcta de un caso. Los vemos interrogar
una realidad humana y una conducta, divididos como esta entre cierto determinismo biológico y las
teorías culturalistas. Se dan explicaciones allí donde los “hechos” no deberían ser descritos sino
interrogados a fin de que aparezca la pregunta del sujeto.
Así, el sujeto no tiene que constituirse por medio de su palabra ni hacerse reconocer a través de
ella, sino que se le pide que viva una experiencia relacional para adaptarse a un estilo de vida
reconocido como normal. El paciente es un sujeto-objeto llamado a “curarse” si toma conciencia de
lo que es patógeno en su conducta. Se lo invita a readaptarse. Para nosotros, el análisis no es una
relación de dos en la que el analista se designa como objeto de transferencia. Lo que importa no es
una situación relacional sino lo que ocurre en el discurso, es decir el lugar desde donde el sujeto
habla, a quien se dirige, y para quien lo hace.
Abordar el psicoanálisis de niños no es cosa fácil; por consiguiente, en esta disciplina es donde
asistimos al mayor número de controversias acerca de cuestiones vinculadas con la técnica. La
diversidad de las técnicas utilizadas es proporcional a las dificultades que los terapeutas
experimentan.
Como analistas, tenemos que enfrentarnos con una historia familiar. La evolución de la cura es en
parte función de la manera en que cierta situación es aprehendida por nosotros. El niño que nos
traen no está solo, sino que ocupa un sitio determinado en el fantasma de cada uno de los padres.
Prefacio
Mi propósito ha sido el de señalar y desarrollar los problemas esenciales que este libro expone o
ilustra, a saber:
a) Especificidad del Psicoanálisis.
El psicoanalista no agrega algo nuevo. Permite encontrar una salida a las fuerzas emocionales
veladas que están en conflicto, pero el que las debe dirigir es el paciente mismo. El psicoanálisis
terapéutico es un método de búsqueda de verdad individual más allá de los acontecimientos.
Mediante el método de decir todo a quien todo lo escucha, el paciente en análisis se remonta a los
fundamentos organizadores de su afectividad de niño o de niña.
b) Especificidad del Psicoanalista.
Comprenderán el sentido que tiene decir, cuando se habla del psicoanalista, que lo que constituye
su especificidad en su receptividad, su “escucha”. En presencia de un psicoanalista, las personas
(mencionadas durante el libro) hablaran de la misma forma en que le hablaría a cualquier. Sin
embargo, la forma de escuchar del psicoanalista, una “Escucha” en el sentido pleno del término,
logra por si sola que su discurso se modifique y asuma un nuevo sentido a sus propios oídos. El
psicoanalista no da la razón ni la niega, sin juzgar, escucha. Las palabras que los pacientes utilizan
son sus palabras habituales; sin embargo, la manera de escuchar encierra un llamado a la verdad
que los compele a profundizar su propia actitud fundamental frente al paso que están dando y que
muestra ser completamente diferente a todo otro contacto con psicólogos, educadores o médicos.
Cualquiera sea el estado actual aparente, deficiente o perturbado, el psicoanalista intenta oír,
detrás del sujeto que habla, a aquel que está presente en un deseo que la angustia autentifica y
oculta a la vez, amurallado en ese cuerpo y en esa inteligencia más o menos desarrollados y que
intenta la comunicación con otro sujeto. El psicoanalista permite que las angustias y los pedidos de
ayuda de los padres o de los jóvenes sean reemplazados por el problema personal y especifico del
deseo más profundo del sujeto que habla. Este efecto revelador, él lo logra gracias a su escucha
atenta y a su no respuesta directa al pedido que se le hace de actuar para lograr la desaparición
del síntoma y calmar la angustia. Al suscitar la verdad del sujeto, el psicoanalista suscita al mismo
tiempo al sujeto y a su verdad. En un segundo momento, el momento de la cura psicoanalítica del
que este libro no se ocupa, el sujeto descubrirá por sí mismo su verdad y la libertad relativa de su
posición libidinal en la relación con su medio; el lugar de la revelación de este segundo momento
es la transferencia.
c) Las relaciones dinámicas incontinentes padres-hijos, su valor estructurante sano o
patógeno.
22
Donde el lenguaje se detiene, lo que sigue hablando es la conducta. Es el niño, quien mediante sus
síntomas encarna y hacen presentes las consecuencias de un conflicto viviente, familiar o
conyugal, camuflado y aceptado por los padres. El niño es quien soporta inconscientemente el
peso de las tensiones e interferencias de la dinámica emocional sexual inconsciente de sus padres.
En resumen, el niño o adolescente se convierten en portavoz de sus padres. De este modo, los
síntomas de impotencia que el niño manifiesta constituyen un reflejo de sus propias angustias y
proceso de reacción frente a la angustia de sus padres.
¿Cuáles son entonces las condiciones necesarias y suficientes que deben estar presentes en el
medio de un niño para que los conflictos inherentes al desarrollo de todo ser humano puedan
resolverse en forma sana, creadora? Podemos decir que la única condición, tan difícil y sin
embargo tan necesaria, es que el niño no haya sido tomado por uno de sus padres como sustituto
de una significación aberrante, incompatible con la dignidad humana o con su origen genético. Para
que esta condición interrelacional del niño sea posible, estos adultos deben haber asumido su
opción sexual genital en el sentido amplio del término, emocional, afectivo y cultural,
independientemente del destino de este niño. El medio parental sano de un niño se basa en que
nunca haya una dependencia preponderante del adulto respecto del niño y que dicha dependencia
no tenga una mayor importancia emocional que la que este adulto otorga a la afectividad y a la
presencia complementaria de otro adulto.
d) La profilaxis mental de las relaciones familiares patógenas
Lo que tiene importancia no son los hechos reales vividos por un niño tal como otros podrían
percibirlos, sino el conjunto de las percepciones del niño y el valor simbólico originado en el sentido
que asumen estas percepciones para el narcicismo del sujeto.
Toda vez que antes de la edad de la resolución edipica uno de los elementos estructurantes de las
premisas de la persona es alterado en su dinámica psicosocial, la experiencia psicoanalítica nos
muestra que el niño está informado de ello en forma total e inconsciente y que se ve inducido a
asumir el rol dinámico complementario regulador como en una especia de homeostasis de la
dinámica triangular padre-madre-niño. Esto es lo patógeno para él.
e) Sustitución de los roles en la situación triangular padre-madre-hijo.
Todas las sustituciones, prótesis engañosas entre los miembros de la familia y sus funciones
(madre-padre, padre-madre, hijo-progenitor) que, en algunos casos, facilitan la vida material; no
presentan ningún peligro si se subraya constantemente que esta persona sustito no asume esa
relación por derecho propio, sino que toma el lugar de uno de los padres ausentes, y se deja libre
al niño para optar naturalmente y asumir con confianza sus propias indicativas. La situación
particular de cada ser humano en su relación triangular y particular, por dolorosa que sea o haya
sido, conforme o no a una norma social, y si no se la camufla o falsifica, es la única que puede
formar a una persona sana en su realidad psíquica, dinámica, orientada a un futuro abierto. El ser
humano solo puede superar su infancia y hallar una unidad dinámica y sexual de persona social
responsable si se desprende de ella a través de una verdadera expresión de sí mismo ante quien
pueda oírlo.
f) El complejo de Edipo y su resolución.
El complejo de Edipo como etapa decisiva que todo ser humano atraviesa después de su toma de
conciencia clara de pertenecer al género humano. El complejo de Edipo, cuya organización se
instaura desde los tres años con la certidumbre de su sexo, y se resuelve con la resolución y el
desprendimiento del placer incestuoso, es la encrucijada de las energías de la infancia a partir de la
cual se organizan las avenidas de la comunicación creadora y de su fecundidad asumible en la
sociedad. Si no adquiere el domino consciente de la ley que rige la paternidad y las relaciones
familiares, cuya ausencia se manifiesta en la carencia de ideas claras acerca de los términos que
expresan, las emociones y los actos de este sujeto están condenados a la confusión y su persona
al desorden y al fracaso.
¿Qué quiere decir resolución edipica, palabra que surge siempre en los textos psicoanalíticos y a la
que se presenta como la clave del éxito, o por el contrario, de una cierta morbidez psicología en los
seres humanos? Se trata de una aceptación de la ley de prohibición del incesto, de una renuncia,
incluso a nivel imaginario, al deseo de contacto corporal genital con el progenitor del sexo
complementario y a la rivalidad sexual con el del mismo sexo.
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Volvamos a la situación triangular madre-padre-niño y a su rol determinante en la evolución
psicológica. Todo ser humano está marcado por la relación real que tiene con su padre y su madre,
por el a priori simbólico que hereda en el momento de su nacimiento, aun antes de abrir los ojos. El
rol desestructurante o inhibitorio del desarrollo no depende, contrariamente a lo que podría
pensarse, de la ausencia de los padres; en todo caso, todo dolor puede ser sano cuando no haya
mentiras que impidan que los hechos reales hagan surgir los frutos de la aceptación, a partir de la
situación real.
Sin embargo, no se puede comprender esta frase en el sentido “la culpa es de los padres”, o de
este, o de aquel, si no en su sentido verídico que es el de que los padres y los hijos pequeños son
participantes dinámicos, no disociados por las resonancias inconscientes de su libido. El
psicoanálisis nos enseña que todo acto, aun nefasto, es parte solidaria de un conjunto viviente y
que, incluso si son lamentables, un acto o una conducta pueden servir en forma positiva para quien
sepa utilizarnos como experiencia.
g) La sociedad (la escuela) su rol patógeno o profiláctico.
Me permitiré formular un deseo: que los psicoanalistas tengan que vérselas más con casos
referidos a los desórdenes profundos de la vida simbólica, que se originan antes de los 4 años, y
no con las dificultades de conductas de reacción sanas ante la vida escolar, efectivamente
patógena en la actualidad. Me refiero a las reacciones o crisis caracteriales sanas de un sujeto,
preocupado por resolver dificultades reales necesarias para su vida emocional, personal y familiar y
que momentáneamente, no se interesa en su rol de alumno.
Se debe organizar un inmenso trabajo de profilaxis mental y este no es el rol de los psicoanalistas;
pero este trabajo no puede organizarse sin tener en cuenta los aportes del psicoanálisis al mundo
civilizado. Para compensar la carencia educativa del ejemplo recibido en familia, la escuela debería
dar también una instrucción formadora para la vida en sociedad, y hoy carece de ella. Quiero decir
que los niños civilizados nunca oyen de boca de sus maestros ni de sus padres, que las
desconocen o que consideran incorrecto decírselas, la formulación de las leyes naturales que
gobiernan a la especie humana.
Conclusiones
La primera entrevista con el psicoanalista es, ante todo, un encuentro con uno mismo, con un sí
mismo que intenta salir de la falsedad. La función del analista es la de restituir al sujeto, como don,
su verdad.
La pareja parental plantea su pregunta atravesó de su hijo, pero ella debe asumir un sentido en
referencia a la propia historia de esta pareja. El analista no debe proporcionar soluciones, sino
permitir que la pregunta se plantee a través de la angustia puesta al desnudo, por el abandono de
las defensas ilusorias. El analista no es ni director de conciencia, ni guía, ni educador. No se
preocupa por dar una receta o por desear un éxito. Su rol es permitir que la palabra sea.
La primera entrevista no es a menudo más que una puesta a punto, una ordenación de piezas de
un juego de ajedrez. El resto queda para después pero los personajes han sido ubicados. Lo que
finalmente puede estructurarse es el sujeto, perdido, olvidado en las fantasías parentales. Su
surgimiento como ser autónomo, no alienado en los padres, es en sí, un momento importante.
Una consulta psicoanalítica tiene sentido solo si los padres están dispuestos a despojarse de las
máscaras, a reconocer la inadecuación de su demanda y a cuestionarse en cierta forma. En el
transcurso de la consulta psicoanalítica nada se hará para facilitarle al sujeto lo que demanda.
Ahora bien, esta misma demanda es la que lo conduce hacia el médico o hacia el reeducador que,
por su parte, pueden responder a ella en forma adecuada. El rol que le corresponde al
psicoanalista es el de considerar su aspecto engañoso para ayudar al sujeto a situarse
correctamente respecto de sí mismo y de los otros.
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analista le interesa averiguar si el niño es creativo e independiente y si tiene buenas relaciones con
sus compañeros de juego. La situación que se suele poner de manifiesto entonces provoca la
ansiedad de los padres, a menudo tan preocupados por el futuro que la vida presente esta anulada.
Pero el niño se defiende y fabrica síntomas. Lejos de encaminar a este pequeño por la vía del
análisis, el analista se contenta con desenquistar, a lo largo de dos o tres entrevistas, la situación
que estaba bloqueada, induciendo en el niño un dinamismo comprometido, ya que la rebeldía
contra un orden demasiado patógeno puede ser también un signo de “salud mental”.
(Caso: “Me duele la cabeza”). Los trastornos de la primera infancia a menudo son exclusivamente
reacciones contra el clima en que vive él bebe. Los trastornos de la segunda infancia pueden ser el
resultado de los conflictos normales inherentes al Edipo. Cuando se consolidan las ansiedades de
los padres que se sienten impotentes para ayudar a su hijo, las dificultades pueden convertirse en
inadaptación. A veces la interacción de las ansiedades reciprocas crea una atmosfera de violencia
verbal, con la consiguiente pérdida de confianza en sí mismo por parte del niño.
b) Algunos enfoques en psicoanálisis de niños.
1. El diagnostico. Sabemos que para Anna Freud, las indicaciones de tratamiento obedecían a un
único criterio: “fijación a una etapa que normalmente debió estar superada”. Dolto, por su parte, se
rige por tres pautas principales: el estudio del niño a través de las experiencias reales e imaginarias
vividas en cada etapa de su evolución el estudio del ideal del o familia; el estudio de las
proyecciones fantasmaticas de los padres, remontándose hasta tres generaciones. Por lo general,
los analistas estudian las proyecciones fantasmaticas como mecanismos de defensa. Para Dolto,
en cambio, el fantasma verbalizado o proyectado gráficamente es inseparable de una vivencia
sensorial cenestésica: comprender el fantasma es comprender la imagen del cuerpo. La imagen del
cuerpo evoca a las imágenes corporales más primitivas que pueden constituir obstáculos al
progreso.
2. Los contactos iniciales con el niño. Anna Freud adoptaba una actitud seductora con vistas a
establecer una transferencia positiva y Melanie Klein se abstenía de dar consignas precisas al
comienzo, pero interpretaba tan pronto como surgían manifestaciones de transferencia negativa.
Dolto le pregunta al niño si desea ser atendido. Da a los padres una especie de “balance” de la
situación tal como la percibe y sugiere o no un análisis según ese balance y la actitud del niño
frente a lo que se propone.
3. El tratamiento. Serge Lebovici propone los siguientes ejes clásicos del trabajo analítico: analizar
el Edipo ante los conflictos primitivos; analizar los mecanismos de defensa; e interpretar en función
de estos mecanismos y de los conflictos proyectados en el terapeuta. Dolto, en cambio, presta
atención al “modo de ser” madre-hijo que determina la fijación del niño a una etapa de no
diferenciación respecto de la madre.
Contrariamente a la técnica clásica (Lebovici) de acurdo con la cual el análisis avanza desde lo
más edipico a lo más regresivo; Dolto utiliza el material primitivo tan pronto como este se
manifiesta. La progresión se hace desde lo más primitivo hasta el nivel edipico, y no al revés.
Las construcciones del analista.
Siempre es arriesgado reducir el aporte de Dolto a los aspectos técnicos. Pero el valor de sus
trabajos referentes al periodo anterior a la etapa del espejo reside en el esclarecimiento que ofrece
sobre ciertos métodos psicóticos tempranos. En efecto, Doto sostiene acertadamente que al
comienzo de la vida él bebe funciona con “pedazos de madre”, que él tiene o no. Después, a partir
de la etapa del espejo, él bebe se tiene a sí mismo. Toma conciencia del propio cuerpo como
forma. Para acceder a esta etapa tiene que renunciar a ser en una situación simbiótica con la
madre. Dolto señala que la búsqueda del objeto perdido nunca puede ser satisfecha porque el
sujeto se empeña nostálgicamente en reencontrar el ser-perdido.
La etapa del espejo es un concepto que tiene que ver ante todo con la estructuración o el
establecimiento de relaciones. Cuando él bebe se enfrenta con su propia imagen, entra en juego en
lo imaginario una dimensión esencial. Al principio, él bebe cree que su imagen es otro niño y
después reconoce que ese otro niño no existe, descubriendo así lo imaginario, bajo la forma
especular. Lo imaginario y lo especular no son lo mismo. Lo imaginario corresponde a una imagen
sin realidad, mientras que lo especular se refiere a mi imagen: me veo como me ven los otros.
Transferencia y Contratransferencia.
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El psicótico suele sentir que la situación analítica es peligrosa, porque la vive como una opción.
Cuando el analista trata de introducirse por medio de una palabra en el mundo del niño alienado,
choca con un anhelo de exclusión total. La palabra acertada del analista puede conseguir que se
levante el bloque de un discurso que tiende permanentemente a replegarse en un sistema cerrado.
Por mi parte, al tratar con niños psicóticos, considero esencial prestar atención a un único discurso
(el que mantienen el niño y sus padres).
Terminación del análisis.
En un análisis de niños, pienso que no se puede hablar verdaderamente de “terminación”. En un
caso de neurosis, el análisis se interrumpe, por supuesto, cuando el niño está en condiciones de
vivir por si solo las dificultades de la crisis edipica. Pero cuando hablamos de la terminación del
análisis de un niño psicótico, nos referimos en general al deseo del analista de dar por terminado
ese análisis.
Si comprobamos el peso de un gran número de niños resulta fácil calcular cuál es el peso medio de
los niños de una edad determinada. De la misma manera podemos hallar la media de las
mediciones del desarrollo; y la función de un test de normalidad es permitir la comparación de los
parámetros de un niño con aquellas medias. Estas comparaciones nos dan una información muy
interesante, pero existe una posible complicación que puede echar a perder los cálculos. Se trata
de una complicación a la que no suele hacerse referencia en la literatura pediátrica. Si bien, desde
un punto de vista puramente físico, toda alteración de la salud puede considerarse anormal, no por
ello se debe decir que todo decaimiento físico causado por conflictos y tensiones emocionales es
necesariamente anormal. Este punto de vista, un tanto sorprendente, necesita una aclaración.
Recurriendo a un ejemplo bastante simple, podemos citar la gran frecuencia con que el niño de dos
o tres años se muestra perturbado ante el nacimiento de un hermanito o hermanita. A medida que
el embarazo de la madre progresa, o en el momento del nacimiento, el niño, que hasta ese
momento ha sido robusto y no ha tenido motivo alguno de aflicción, empieza a dar muestras de
tristeza, su semblante empalidece, pierde peso y presenta otros síntomas, tales como la enuresis,
el mal genio, enfermedad, constipación o congestión nasal. Si apareciera en ese momento una
enfermedad física -por ejemplo, un ataque de neumonía, tos ferina, gastroenteritis-, es posible que
la convalecencia se prolongue más de lo debido.
Un médico que no comprenda los procesos que se ocultan bajo tales síntomas hará su diagnóstico
y tratará la enfermedad como si la misma obedeciese a causas físicas. En cambio, un médico que
entienda algo de psicología adivinará la causa oculta de la enfermedad y tomará las medidas
pertinentes para aliviarla. Por ejemplo, dará instrucciones a los padres en el sentido de que no
deben tratar al niño de modo distinto al nacer el nuevo hijo, ni deben mandarlo a pasar una
temporada en casa de algún pariente; tal vez les aconseje que permitan al pequeño tener algún
animal. Todas estas teorías nos llevan a un callejón sin salida. La teoría que, para explicar estos
síntomas, concede al conflicto emocional su debido respeto no sólo es susceptible de demostración
en los casos individuales sino que, además, resulta biológicamente satisfactoria. Si el desarrollo
normal conduce a menudo al trastorno de la salud física, resulta claro que magnitudes anormales
de conflicto inconsciente pueden causar trastornos físicos aún más severos.
Angustia
La angustia es normal en la infancia. Podríamos citar la vida de casi cualquier niño como ejemplo
de angustia en alguna de sus fases. Una madre entró en mi consultorio del hospital con un niño de
dos meses en brazos y una niña de dos años a su lado. La pequeña parecía asustada y en voz alta
dijo: -No va a degollarle, ¿verdad? Tenía miedo de que yo degollase al pequeño. Éste presentaba
una úlcera en el paladar blando y en una visita anterior yo le había dicho a la madre que no le diese
el chupete, ya que el constante roce del mismo era causa evidente de que la úlcera no sanase.
Sucedió que la madre ya había tratado de quitarle a la pequeña el hábito del chupete, por el que
sentía gran afición, y una vez la había amenazado con las siguientes palabras: ¡Te voy a degollar si
no dejas eso! Así, pues, la pequeña sacó una conclusión lógica: que yo debía de sentir grandes
deseos de degollar al bebé. Hay que tener en cuenta que se trataba de una niña normal y que los
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padres, aunque pobres e incultos, eran personas corrientes y amables. Mi actitud visiblemente
amistosa consiguió tranquilizarla durante un rato, pero a la larga sus temores volvieron a
manifestarse: -No va a degollarle, ¿verdad? -No, pero te degollará a ti si no te estás quieta
-contestó la exasperada madre. Este nuevo cariz de la situación emocional no pareció afectar a la
pequeña, pero al cabo de medio minuto dijo que quería “hacer pis” y tuvieron que llevarla al lavabo
a toda prisa. Este episodio puede utilizarse como ejemplo de la angustia cotidiana propia de la
infancia. A primera vista observamos el sentimiento de amor hacia el hermanito, el deseo de que
no sufra ningún daño y una petición de seguridad a la madre. Arraigado a un nivel más profundo se
halla el deseo de hacer daño, fruto de unos celos inconscientes, acompañado por el temor a recibir
un daño de forma parecida, temor que a nivel consciente se ve representada por la angustia. La
última observación hecha por la madre produjo una angustia más profunda que no se manifestó
mediante un cambio mental inmediato y visible, sino que lo hizo por medio de un síntoma físico: la
apremiante necesidad de orinar.
Winnicott, D. (1991). Punto 4 “El juego en la situación analítica”. Punto 12 “Notas sobre el
juego”. En Exploraciones psicoanalíticas I (pp. 43 - 45 y pp. 79 - 83) Buenos Aires. Editorial
Paidós.
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7) Desarrollo de la capacidad para el juego: a) el jugar con otros; b) el jugar respetando reglas
(del propio niño, de los otros o normas compartidas); c) el jugar juegos reglados de
antemano; d) una mayor complejidad permisible en lo que respecta a dirigir y ser dirigido.
8) Psicopatología del juego: a) la perdida de la capacidad asociada a la angustia y la
inseguridad; b) la estereotipia en las pautas del juego; c) huida hacia el ensueño diurno; d)
la sensualización; e) la dominación, en la que un niño solo es capaz de jugar a juegos con
sus propias reglas aunque incluya a otros; f) la imposibilidad de jugar un juego reglado a
menos que este regido por reglas estrictas y haya un conductos; g) la huida hacia el
ejercicio físico.
9) Relación con la masturbación en la adolescencia.
10) El juego ayuda en la fase cercana a la adolescencia ya que se trata de un tiempo de
sexualidad indeterminada porque en el actuar y el vestir de diversas maneras hay infinitas
posibilidades para las identificaciones cruzadas.
11) En la adolescencia temprana las tensiones instintivas se vuelven tenes, a punto que puede
perderse la capacidad de juego, siendo reemplazada por la masturbación compulsiva (sobre
todo en los varones). Para que ello no ocurra se busca distraer de los conflictos que
emanan de las tensiones sexuales.
12) Lo característico del juego de la adolescencia es que los juegues son los asuntos
mundiales: juegan con la política mundial, juegan a que son padres y madres, juegan a que
se convierten en artistas, músicos, etc.; juegan juegos reglados, volviéndose profesionales
en ello; juegan a la guerra. O bien, no consiguen jugar por haber perdido la capacidad para
ello y entonces recaen en la parálisis y la introversión, o en la explotación del instinto y una
intensa vida de fantasía.
Unidad Temática C
La clínica y las organizaciones psicopatológicas.
Clínica de las neurosis en el Niño y en el Adolescente: las formaciones fóbicas, las
formaciones histéricas, las formaciones obsesivas.
Clínica de las psicosis en el Niño y el Adolescente: La psicosis simbiótica. El autismo
infantil. Esquizofrenia. Paranoia. Organización del pensamiento en la psicosis.
Pensamiento delirante primario. Potencialidad psicótica.
Problemáticas polimorfas en el Niño y el Adolescente: Las formaciones perversas.
Perturbaciones psicosomáticas. Toxicomanías.
Clínica del Niño deficiente y sus padres: Las formaciones psicóticas y el retraso
mental.
La clínica y los otros significativos para el Niño y el Adolescente: La pareja parental.
El marco institucional: La escuela, el hospital, etc. El equipo de salud.
Los cuidados paliativos con Niños y Adolescentes: La clínica en el marco de una
enfermedad orgánica. Los padres. Las instituciones. Los otros Profesionales de la
salud.
Las situaciones de catástrofe: La intervención clínica con Niños, Adolescentes y sus
padres ante catástrofes naturales. La intervención clínica con Niños, Adolescentes y
sus padres ante situaciones de catástrofe social.
Aguilar, J. y otros. (1999). “El dolor en el enfermo hematológico: cuidados paliativos integrales”. En
Revista de la Sociedad Española del Dolor. Volumen 6 N° 6, Noviembre - Diciembre.
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Todo acto de conocimiento está precedido por un acto de investidura, y éste es desencadenado
por la experiencia afectiva que acompaña a ese estado de encuentro, siempre presente, entre la
psique y el medio (físico, psíquico, somático) que la rodea.
El hecho de que la psique pueda reconocer la existencia de otro y un mundo separados de ella,
tomar en cuenta el concepto de separable, se debe a las manifestaciones del deseo obrantes en la
psique de los otros ocupantes del mundo, consecuencia de las leyes que organizan el espacio
sociocultural o de las que rigen el funcionamiento somático. La primera formulación de la realidad
que el niño va a darse es que la realidad está regida por el deseo de los otros.
Una vez pasada la infancia, el sujeto no podrá cohabitar con sus partenaires en un mismo espacio
sociocultural si no se adhiere al consenso que respeta la mayoría de sus ocupantes con respecto a
lo que ellos van a definir como realidad. Entonces, la segunda consideración que el sujeto toma es
que la realidad se ajusta al conocimiento que da de ella el saber dominante en una cultura.
Lo que aparece sobre la retina del ojo que ve un árbol es idéntico, pero lo que el sujeto percibe
será diferente según que reconozca en este árbol una especie vegetal o el depositario del espíritu
de un antepasado. El analista es quien mejor ubicado está para saber que nunca podremos
conocer desde el interior lo que ve otro sujeto. A Freud le debemos esta fórmula: la realidad, en
última instancia, es incognoscible.
Mientras espacio psíquico y espacio somático son indisociables, mientras ningún existente puede
ser conocido como tal, todo lo que afecta a la psique, responderá al único postulado del
autoengendramiento. La psique imputará a la actividad de las zonas sensoriales el poder de
engendrar sus propias experiencias (placer o sufrimiento), sus propios movimientos de investidura
o desinvestidura y con ello, la única “evidencia” que podría existir en estos albores de la vida.
En este tiempo, que precede a la prueba de la separación, la realidad va a coincidir totalmente con
sus efectos sobre la organización somática, con las modificaciones, las reacciones que tienen lugar
en ella. La única formulación que se le podría aplicar sería: la realidad es autoengendrada por la
actividad sensorial.
Una vez reconocida la exterioridad del pecho, primer representante de un mundo separado, el
sujeto tendrá acceso a ese nuevo espacio de realidad en el cual unos “signos” captados por
nuestros sentidos conformaran los dos soportes de toda relación de lo que ellos perciben o
suponen de sus deseos recíprocos: signos que forman parte de lo fantasmable, de lo interpretable,
de lo pensable. Por diferentes que puedan ser, van a compartir un mismo carácter: su presencia o
su ausencia ejercen un poder de modificación sobre el medio, sobre el cuerpo y sobre el propio
estado psíquico.
Las tres formulaciones que Piera propone para definir la relación de la psique con la realidad,
pueden aplicarse exactamente a la relación presente entre la psique y el propio espacio somático.
La relación de todo sujeto con ese cuerpo que lo enfrenta a su realidad más cercana, dependerá
del compromiso que haya podido anudar entre tres concepciones causales del cuerpo; las dos
primeras responden a exigencias psíquicas universales y atemporales, mientras que la última será
función del tiempo y del espacio cultural propios del sujeto, y la única que la psique pueda recursar
o remodificar y reinterpretar para hacerla conciliable con las otras dos. Así, nuestra relación con el
cuerpo y con la realidad, son función de la manera en que el sujeto oye, deforma o permanece
sordo al discurso del conjunto.
La escuela, los medios de comunicación de masas, el discurso circulante, van a proponer, a
imponer a todos los sujetos la apropiación de ciertos elementos de conocimiento más o menos
fragmentarios y más o menos confusos, pero gracias a los que dispondrán de un discurso teórico
sobre el cuerpo referido a un cuerpo modelo y a un cuerpo universal, pero del que también forma
parte el suyo propio. Por un lado, el sujeto extraerá de este discurso enunciados gracias a los que
ese saber teórico sobre el cuerpo y por lo tanto sobre la realidad, podrá formar parte de su
compromiso global. La elección de enunciados dependerá de cuán aptos sean para conciliarse con
un cuerpo fantasmable e investible por la psique. Por otro lado, el sujeto va a servirse de otros
enunciados para dar forma y lugar a una construcción teórica del cuerpo que él va a preservar, en
una “reserva” de su capital ideico, resguardada de la acción de la represión. El sujeto conserva el
poder de mantener a distancia, en una especie de olvido, las construcciones que ella contiene; o, a
la inversa, el de memorizarlas para hacer de ellas, en ciertas condiciones, el referente psíquico
privilegiado de su cuerpo.
29
Los discursos sobre el cuerpo
El Yo solo es deviniendo su propio biógrafo y en su biografía deberá hacer sitio a los discursos con
los cuales habla de su propio cuerpo y con los que lo hace hablar para sí. Estos discursos sobre su
cuerpo singular dan la palabra a las únicas inscripciones y modificaciones que el sujeto podrá leer y
decodificar como las marcas visibles de una historia libidinal que se ha inscrito y continua
grabándose sobre esa cara visible que es la psique: historia libidinal, y asimismo historia
identificatoria. Esta historia debe quedar abierta a la reconstrucción y reorganización de sus
contenidos y causalidades, y mantenerse inestable para que de esta manera, el sujeto pueda
asegurarse de su propia permanencia, sin dejar de aceptar los inevitables cambios físicos y
psíquicos que se sucederán. Si el Yo no conservara conjuntamente la certeza de habitar un mismo
y único cuerpo, ante cualquier modificación, la permanencia necesaria de ciertos puntos de
referencia identificatorios, desaparecería.
Piera plantea tres hipótesis:
1) El acto que inaugura la vida psíquica plantea un estado de mismidad entre lo que adviene en
una zona sensorial y lo que de ello se manifiesta en el espacio psíquico.
2) El Yo no puede habitar ni investir un cuerpo desposeído de la historia de lo que vivió. Una
primera versión construida y mantenida en espera en la psique materna acoge a este cuerpo para
unirse a él. Forma siempre parte de ese “yo anticipado” al que se dirige el discurso materno, la
imagen del cuerpo del niño que se esperaba. Si el yo anticipado es un yo historizado que inserta de
entrada al niño en un sistema de parentesco y con ello en un orden temporal y simbólico, la imagen
corporal de este yo, tal como la construyó el portavoz, conserva la marca de su deseo (deseo
materno)
3) A partir del momento en que la psique pueda y deba pensar su cuerpo, el otro y el mundo en
términos de relaciones, comenzará ese proceso de identificación que hace que todo lugar
identificatorio decida la dialéctica relacional entre dos yoes y que todo cambio en uno de los dos
polos repercuta sobre el otro. A partir de este mismo momento, el cuerpo podrá convertirse en
representante del otro y en testigo de su poder para modificar la realidad, cada vez que la relación
entre el sujeto y el otro se torne demasiado conflictiva y dolorosa.
La relación yo-cuerpo, que ha sustituido a la relación yo-otro, tomará a su cargo un mismo conflicto.
Esta sustitución puede inducir al otro a ocuparse de su cuerpo, a preocuparse por lo que le sucede,
a rodearlo de “cuidados”: cuando esto ocurre, el cuerpo le devolverá su lugar legítimo y reasumirá
el papel de mediador relacional que seguirá cumpliendo en el curso de la infancia. Si el otro
permanece ciego o sordo a lo que le ocurre al cuerpo o si sus respuestas son inadecuadas, lo que
era una sustitución provisional, puede llegar a ser un estado definitivo. El cuerpo, ocupando el lugar
del otro, preserva para la psique la última posibilidad de conservar el signo “relación”, indispensable
para que se organicen las construcciones de lo primario y lo secundario.
Una sustitución transitoria entre el otro y el cuerpo es un fenómeno al que todos los sujetos habrán
echado mano, sea que apelen a ella para modificar las respuestas recibidas, sea que esa
sustitución les venga impuesta por el cuerpo mismo.
Cuando esta sustitución se vuelve permanente lo que aparece son tres cuadros:
a) En el primero, que encontramos en la psicosis, el otro y el propio cuerpo se han transformado en
destinatarios intercambiables. La relación que el sujeto mantiene con su propio cuerpo es la
reproducción de la que mantiene con el otro. En este caso la “retirada” a una relación exclusiva con
el cuerpo permite al sujeto sobrevivir a pesar de esa gelificacion relacional en los límites de lo
soportable.
b) En el segundo cuadro, el cuerpo pasa a ser mediador y clave única de la relación; sólo a través
de lo que le sucede a su cuerpo el sujeto va a decodificar el deseo del otro para con él y a
imponerle el reconocimiento del suyo propio. El sufrimiento del cuerpo, su mal funcionamiento,
cumplen entonces la misma función relacional que corresponde al goce. El goce que acompaña el
encuentro entre dos cuerpos se hace prueba de la investidura que liga a los dos yoes, de la
concordancia total pero siempre momentánea de sus fantasmas y deseos.
c) Menos frecuente que los cuadros anteriores, en el tercer cuadro, el sujeto recusa cualquier
función relacional al estado de sufrimiento y al estado de placer experimentados por su cuerpo.
Guarda la convicción de que no sufre ni goza a causa de otro, sino porque su cuerpo responde “por
naturaleza” de determinada manera a determinado estimulo.
30
La “Puesta en vida” del aparato psiquico
La primera condición de la vida de la psique es la posibilidad de autorrepresentarse su propiedad
de organización viviente. Los primeros elementos que puede utilizar lo originario son producto de
una metabolización, la que impone la psique a las primeras informaciones que la actividad
sensorial le aporta con sus reacciones a los estímulos que acompañan a lo que se inscribe,
desaparece o se modifica en la escena del mundo. Pero estos estímulos que el mundo emite no se
transformarían en informaciones psíquicas si alguien no cumpliera el papel de emisor y selector de
aquel subgrupo de estímulos que, en este primer tiempo de la vida, son los únicos en poder ser
metabolizados por la psique como reveladores de sus propios movimientos de investidura y
desinvestidura.
Para que la vida somática se preserve es preciso que el medio físico pueda satisfacer las
necesidades insoslayables del soma. Es preciso que el medio psíquico respete exigencias
igualmente insoslayables y que además actúe sobre ese espacio de realidad sobre el que el recién
nacido no tiene ningún influjo directo. En la mayoría de los casos, es la madre la que se hace cargo
de esta doble función, y quien conjuntamente deberá organizar y modificar su propio espacio
psíquico en forma tal que responda a las exigencias de la psique del infans.
La madre será el agente privilegiado de las modificaciones que especifiquen el medio psíquico y
físico que recibe al recién nacido: el infans se la encontrará bajo la especie de este “modificador”.
No debemos olvidar el lugar que ocupa el padre; desde el comienzo de la vida, ejerce una acción
modificadora sobre el medio psíquico que rodea al recién nacido.
Según Piera el pictograma del objeto-zona-complementaria es el único del que dispone el proceso
originario y establece tres constataciones de esto:
- En las construcciones de lo originario, los efectos del encuentro ocupan el lugar del encuentro, lo
cual explica la razón por la que placer y sufrimiento no pueden presentarse ante la psique sino
como autoengendrados por su propio poder.
- Ese placer o ese sufrimiento, que la psique se presenta como autoengendrados, son “el existente
psíquico” que anticipa y prenuncia al objeto-madre. Una experiencia de nuestro cuerpo ocupa el
lugar que después ocupará la madre: al yo anticipado le hace pareja una “madre anticipada” por
una experiencia de cuerpo.
- Antes de que la mirada se encuentre con otro la psique se encuentra y se refleja en los signos de
vida que emite su propio cuerpo.
El poder de los sentidos de afectar a la psique le permitirá transformar una zona sensorial en una
zona erógena. Hablar de zona erógena es pasar del registro del cuerpo al registro psíquico. El
proceso originario sólo conoce del mundo sus efectos sobre el soma, y conoce de esta vida
somática sólo las consecuencias de su resonancia natural y constante con los movimientos de
investidura y desinvestidura que signan la vida psíquica.
El cuerpo de la madre
¿Qué representa el cuerpo del infans para la madre que supuestamente lo espera y lo recibe? El
encuentro con el cuerpo del niño es fuente de un riesgo relacional y va a exigir una reorganización
de la economía psíquica de la madre, que deberá extender a ese cuerpo la investidura de la que
hasta entonces gozaba únicamente el representante psíquico que lo precedió. Las manifestaciones
de la vida somática del infans producirán emoción en la madre, componente somático de gran
importancia: la relación de la madre con el cuerpo del infans implica de entrada una parte de placer
erotizado, permitido y necesario, que ella puede ignorar parcialmente, pero que constituye el
basamento del anclaje somático del amor que dirige al cuerpo singular de su hijo.
La primera representación que se hace la madre del cuerpo del infans será la responsable del
estatuto relacional que va a transformar la expresión de la necesidad en formulación de una
demanda (de amor, de placer, de presencia) y que transformará al mismo tiempo la mayoría de los
accidentes somáticos y sufrimientos del cuerpo en un accidente y en un sufrimiento vinculados con
la relación que la une al niño.
El efecto-sufrimiento en la vida infantil
El sufrimiento psíquico puede ser interpretado como un capricho, como la consecuencia de una
frustración, de un rechazo que el niño debe aceptar, como una manifestación que se puede
modificar fácilmente y sobre todo como un acontecimiento casi siempre sin consecuencias
posteriores.
31
El cuerpo sufriente, por afección orgánica o por una participación somática en una “afección”
psíquica, cumplirá un papel decisivo en la historia que el niño se construirá, acerca del devenir de
este cuerpo, y de sí mismo, de lo que en él se modifica a pesar suyo, de lo que querría modificar y
de lo que resiste a este propósito. Es lo inverso de la experiencia del placer, que va acompañado
de la esperanza de que nada se modifique. La experiencia del sufrimiento no solo “demanda” lo
contrario (que haya modificación), sino que las modificaciones esperadas varían de un sufriente al
otro, y también en un mismo sufriente. Las respuestas van a variar: en el registro del sufrimiento,
demandas y respuestas son polimorfas, Piera denomina “somatizante polimorfo” para designar un
componente normal en la relación del niño con el otro y con la realidad. En este sentido, hay que
tener presente dos características que particularizan el mundo y la vida del niño pequeño:
1) La acción decisiva que ejercen objetivamente los padres sobre el medio en donde vive el niño y
la imposibilidad para éste de incidir sobre algunos de sus elementos.
2) Lo que suponen para él de enigmático e inexplicable las razones por las que la madre o los
padres justifican el porqué y el cómo de este ordenamiento de su propia realidad, el porqué y el
cómo de las exigencias que de ello emanan para el niño y el lugar que por este hecho debe él
ocupar.
Frente a un ámbito sordo a las expresiones de su sufrimiento psíquico, el niño intentará servirse de
un sufrimiento de fuente somática para obtener una respuesta, la cual es casi siempre
decepcionante. Por ejemplo: hacer de su “dolor” de garganta la sola y única vía de comunicación,
no ser él ya sino este dolor mientras la respuesta, se lo haga desaparecer o no, no vengan a dar
voz al yo “sufriente”, a inducirlo a volver a ocupar el lugar de un demandador de cuidados
psíquicos.
Pasada la infancia, el sujeto recurrirá menos a su cuerpo como transmisor privilegiado de mensajes
por cuanto habrá podido diversificar los destinatarios tanto como los objetos de su demanda.
No hay cuerpo sin sombre, no hay cuerpo psíquico sin esa historia que en su sombre hablada,
protectora o amenazante, indispensable ya que su perdida extrañaría la de la vida.
Aulagnier, P. (1984). Segunda Parte. “Dos notas de pie de página”. Capítulo 2 “El discurso
en el lugar del “infans””. Capítulo 3 “El concepto de potencialidad y el efecto de encuentro”.
El aprendiz de historiador y el maestro brujo. (pp. 194 - 195, pp. 196 - 204 y pp. 205 - 224. ).
Buenos Aires. Amorrortu Editores.
32
infans que lo precedió como no sea apropiándose de una versión discursiva que cuenta, que le
cuenta, la historia de su comienzo.
Pero ¿Qué ocurre si el discurso parental no dice nada sobre ese comienzo? En ciertos casos el Yo
parece aceptar que este primer capítulo quede como un “secreto” que solo el otro conoce; pero
semejante aceptación se paga caro y es siempre ilusoria.
La proyección delirante, última tentativa de metabolizar en algo “pensable” esos contenidos,
muestra a las claras cuan reducido es su campo de acción, los efectos desestructurantes que
acompañan a la irrupción del afecto, y frente a los cuales aquella es impotente. En la psicosis, el
sujeto se enfrenta a un dilema insoluble: a) o bien pensar un tiempo sin deseo, un tiempo
desafectado, en virtud de lo cual podrá aprender, aunque esos cocimientos permanecerán para el
exteriores y no estarán referidos a su historia afectiva y subjetiva; b) e bien pensar un deseo o un
objeto de deseo a-temporal, lo cual presume la creencia en la existencia de un deseante no
sometido a las leyes que rigen el tiempo, ni a las que deciden sobre lo posible y lo imposible con
respecto a su movimiento.
El neurótico ha llevado a cabo esta alianza tiempo-deseo; su locura es querer respetar la movilidad
temporal, pero rehusando la movilidad de los objetos que son soporte de esos deseos. Por eso,
con todo derecho, puede formular su conflicto identificatorio como un conflicto entre dos deseantes,
dos cuerpos en procura de goce, dos pensamientos. Para el psicótico, toda experiencia relacional
es una tentativa de resolver un conflicto identificatorio que se sitúa en un tiempo y en un nivel
mucho más primeros: de esta resolución dependen su existencia y su supervivencia. Lo que el
psicótico espera del otro es siempre una sola cosa, y la misma: una significación, una confirmación
de la legitimidad de ciertas vivencias.
Caso Odette. Antes de terminar esta nota, retomemos por un instante la historia de Odette, que nos
enfrenta a otra respuesta a ese trabajo de desconexión temporal llevado a cabo por el discurso de
la madre. Al silencia de la madre sobre el infans que ella fue, Odette opondrá sus recuerdos
alucinados, que pretenden contarle y contar la historia del infans. Pero el silencio de la madre es
muy singular debido a que se opone con su historia “gritada” en la que cuenta su relación con el
padre de Odette. A esas escenas, Odette las ha oído: al afecto que acompañaba a su posición de
testigo las convirtió para ella en equivalentes de una escena originaria en que los gritos y el odio
reemplazan a palabras que pudieran dejar adivinar la presencia de un deseo, de un goce. La
madre de Odette remplazo ese primer capitulo, por una relación de odio, entre ella y su marido, que
precede al nacimiento de Odette. Si Odette pudo salvar, bien que mal, su vida psíquica, fue solo
atribuyendo a su madre el único enunciado de deseo que consiguió rescatar del discurso oído. No
había en el palabras que hablaran un deseo de vida hacia su hijo, pero se podía interpretar lo odio
como la expresión del deseo materno de matar al asesino potencial de su hija. Solución peligrosa,
pero que era la única que estaba a su alcance.
Capítulo 3: “El concepto de potencialidad y el efecto de encuentro”
El concepto de potencialidad engloba los “posibles” del funcionamiento del yo y de sus posiciones
identificatorias, una vez concluida la infancia. De ahí se puede deducir que está en el poder del yo
inventar respuestas frente a los cambios del “medio” psíquico y físico que lo rodean, pero que no
está en su poder inventar defensas nuevas cuando faltan ciertas condiciones necesarias para su
funcionamiento.
El poder maléfico o benéfico de un acontecimiento, de un encuentro, depende de razones
múltiples, pero su importancia siempre será proporcional a sus repercusiones sobre la económica
identificatoria del yo, y más precisamente, a la gran verdad del riesgo que le hacen corren: volver
ineficaz la primera solución que había podido aportar el conflicto identificatorio y que le habían
permitido, si no superarlo, al menos hacerlo visible.
Los dos tiempos de la conjugación del verbo “identificar”.
Si uno considera el tiempo del proceso identificatorio que va de T1 a T2, uno se enfrenta a los
resultados sucesivos del encuentro entre el yo identificante y esos dos identificados móviles que
uno debe, respectivamente, a la acción identificante del propio yo, y a la mirada y la palabra del
otro. Lo que particulariza este tiempo, sobre todo en su primera fase, es la solución dada al
conflicto que puede llegar a oponer a esos dos identificados: en cada ocasión será resuelto a favor
o a expensas del yo, pero dentro de la actualidad misma del encuentro.
El efecto de encuentro.
33
A partir de cierto punto de su trayecto, las “informaciones” que los otros y la realidad envían a un yo
que se ha vuelto capaz de decodificarlas, ya no le permiten, aunque lo quisiera, seguir creyendo en
la unicidad de un identificado. Pero a fin de que el armado final del rompecabezas le ofrezca una
imagen familiar e investible, se tiene que poder basar en un primer número de piezas ya encajadas
unas en las otras. He ahí un primer resultado de su propio trabajo de reunificación de esos dos
componentes del yo que son el identificante y algunos de los primeros identificados ofrecidos por el
portavoz. El acceso del yo a una identificación simbólica se produce en dos tiempo: el identificado
conforme a esta posición debe formar parte ya de los enunciados que nombran a este yo,
anticipado por la madre y por ella proyectado sobre el infans, la apropiación y la interiorización por
parte del yo de esta posición identificatoria serán el resultado del trabajo de elaboración, de duelo,
de apropiación, que el yo habrá de producir sobre sus propios identificados, en el curso de ese
primer tiempo de su itinerario identificatorio que termina en T2.
Por eso, el edificio identificatorio es siempre mixto. A esas piezas primeras que garantizan al sujeto
sus puntos de certidumbre, o sus señales simbólicas, se agregaran las piezas aplicadas,
conformes a identificados cuyos emblemas tomaran en cuenta la imagen esperada e investida por
la mirada de los destinatarios de sus demandas. Este segundo conjunto, según los momentos, se
adaptara mejor o peor a aquel primer armado. La potencialidad conflictual, en el registro de la
identificación, encuentra su razón en este carácter mixto del yo. Cualquiera que sea la historia del
constructor, historia que decide sobre el primer armado, y cualquiera que sea el contorno de las
piezas que tome de los demás, se presentaran siempre riesgos de desencastra, líneas de
fragilidad, la potencialidad de una fisura. Esta fisura se puede situar en el interior del armado
primero: estaremos en este caso frente a la potencialidad psicótica, que se manifestara en un
conflicto entre las dos componentes del yo como tal. Se puede situar entre el primer armado y esas
piezas agregadas que dan testimonio de lo que ha devenido y deviene el yo: estamos entonces
frente a la potencialidad neurótica. Pero un tercer riesgo es posible: las piezas del rompecabezas
parecen bien encastradas, pero el constructor no reconoce en el cuadro que de ellas resulta el
modelo que se suponía habría de reproducir, dando como resultado una tercera potencialidad que
llamamos “potencialidad polimorfa”. De estas manifestaciones, el denominador común se
encuentra en la relación de estos sujetos con la realidad.
Antes de considerar el “efecto encuentro” consideremos las modificaciones que traerá consigo la
llegada del yo a T2, momento de giro en su trayecto identificatorio.
T2 o el tiempo de concluir.
Entre los fenómenos que exigen una modificación en la relación yo-realidad, y en consecuencia, en
la relación del yo con sus propios identificados, dos son determinantes:
a) El encuentro con ese enemigo-aliado común a todos nosotros: el tiempo.
b) El encuentro con otro sujeto que no acepta compartir una relación de investimento, salvo si
el yo del primero está dispuesto a modificar su propio identificado.
Salvo estallido de una psicosis infantil, de que el autismo es la forma extrema, todo yo alcanza el
punto T2 que le permite establecer una ligazón entre ese identificado que “concluye” y “estabiliza”
las posiciones identificatorias ocupadas por el yo infantil en su relación con la pareja parental, y una
posición futura modificadora de esa relación. A falta de esta ligazón entre el presente y un después
diferente, el movimiento se detendría: el yo lucharía en vano contra su estado de sumisión de los
enunciados identificantes de la madre o de otro dotado del mismo poder, acerca del tiempo y el
devenir. Un fracaso así supone un yo que ha sido desposeído definitivamente de toda autonomía
en el registro de sus pensamientos, en la elección de sus indicadores identificatorios: un yo que ya
no tiene la posibilidad de “pensar-desea” lo que traen consigo los términos futuro y cambio. Por eso
yo había insistido en el poder desestructurante de un deseo de la madre, que se expresara en un
“que nada cambie”.
¿Qué nos enseña la manifestación de una potencialidad neurótica, polimorfa o psicótica, sobre lo
que ha “concluido” o no se ha podido concluir en ese tiempo T2?
- Del lado de la neurosis, T2 coincide con la asunción por el yo de una posición simbólica que
podrá preservar y respetar. El conflicto se sitúa en el registro de lo imaginario y de la
elección de las piezas aplicadas.
- La posición del perverso, que me parece una de las manifestaciones más frecuentes es
más compleja: entre él y el supuesto legislador de este orden, ha establecido una relación
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de complicidad, merced a la cual reconocerá conjuntamente la existencia de una ley, de un
orden temporal que permite orientarse y aun, agregaría yo, de una diferencia sexual, para el
conjunto de los seres humanos, y al mismo tiempo conservara la certeza de que él y el
legislador, y nunca él solo, gozan de un estatuto privilegiado.
- En el caso de la psicosis, la aparente reunificación de los dos componentes del yo siempre
está bajo la amenaza de una des intrincación, de una esquizis. Para tratar de protegerse de
esto, el yo recurrirá a estas dos defensas que fundan la problemática psicótica: la
idealización del poder, atribuida a una instancia exterior y encarnada, por lo general en la
madre; y la auto prohibición que el yo se impone acerca de cualquier información que
pudiera demostrarle el abuso de poder que ejercen sobre su pensamiento. Si estos dos
mecanismos fracasan, el sujeto deberá encontrar en el exterior otro soporte para una
instancia que no ha podido interiorizar: proyectara entonces en la escena de la realidad la
imagen re-encarnada, aun si es invisible, de un legislador-perseguidor.
El estatuto de los enunciados y la transgresión de lo posible.
Si un considera solo el discurso materno que “habla” el tiempo T0 a T1, buena parte de sus
enunciados identificantes vehiculizan lo que Freud llamaba el aporte narcisista, necesario para la
vida de “Su majestad, el infans”. ¡Pobre majestad, tan dependiente del otro! Estos enunciados
expresan las demandas maternas a un yo ausente; pero también transmiten los límites fijados por
lo prohibido y lo imposible. Prohibido e imposible designan, de derecho, dos categorías diferentes y
además dos categorías, que el yo tiene la obligación de diferenciar. Ahora bien, en el registro del
deseo esas dos categorías se redoblan y se refuerzan una a la otra. Desear, imaginar un yo
anticipado, que ignorara la categoría de lo imposible, que pudiera transgredir las leyes naturales y
temporales muestra a cielo abierto la presencia en la madre de un deseo que niega al yo. Matar a
un yo futuro, que no encontrará ningún identificado como punto de anclaje, ningún ya-ahí de el
mismo, necesario para que el advenga.
Psicopatología infantil y potencialidad.
El concepto de potencialidad, en su acepción más amplia, declara de otra manera lo que sucede en
ese tiempo infantil en que se decide no el devenir del yo, siempre dependiente de los encuentros
conflictuales con los otros y la realidad le lleguen a imponer, sino de los posibles que tienen a su
disposición para afrontar, y llegado el caso, superar el conflicto.
Las posiciones defensivas que se instalan en T2, son la conclusión que da el yo a una
“psicopatología” infantil, polimorfa y en la que se reencontraran siempre los signos. Estos signos
darán testimonio de la singularidad de los trabajos pasados, de la interpretación causal que el yo se
ha dado de ellos, del momento más o menos precoz en que se le presentaron, de la diversidad de
las fuerzas que se oponen en conflicto.
(Caso Odette)
Aulagnier, P. (1980). Capítulo VIII “El derecho al secreto. Condición para poder pensar”. En
El sentido perdido. (pp. 135 - 150). Buenos Aire. Editorial Trieb.
Preservarse el derecho de pensar, exige atribuirse el de elegir los pensamientos que uno comunica
y aquellos que uno mantiene secretos: ésta es una condición vital para el funcionamiento del Yo.
Si no se concede el derecho a pensar y el derecho al secreto, el Yo se ve forzado a gastar la mayor
parte de su energía en la represión fuera de su espacio de esos pensamientos y en prohibir su
acceso al conjunto de los temas unidos a ellos, con la consecuencia de empobrecer
peligrosamente su propio capital ideico.
La experiencia analítica presupone el respeto de un pacto por el cual el sujeto se compromete a
hacer todo lo posible por poner en palabras la totalidad de sus pensamientos. Ahora, si pensar
secretamente es una necesidad para el funcionamiento psíquico del Yo y si el “decir todo” es una
exigencia del trabajo analítico, ¿cómo conciliar estas dos condiciones contradictorias?. Nos
encontramos aquí con la paradoja presente en la situación analítica (paradoja que es doble porque
a esto se suma el hecho de que en la situación analítica analista y analizado son forzados a
favorecer una relación que posee como condición de eficacia el establecimiento de factores que
amenazan con inducir en ambos esos efectos de alienación contra los cuales lucha el trabajo
analítico. Pero esta doble paradoja no puede ser evitada, es lo que hace posible el proyecto
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analítico, así como el mayor responsable de su eventual fracaso). Sin embargo, si bien la regla del
“decir todo” constituye una exigencia de nuestra técnica, es en realidad el sujeto sobre el diván el
único que puede decidir si conserva pensamientos secretos o si acepta ponerlos en palabras y,
además el analista no es ni un inquisidor ni un comisario de policía, y una vez recordada la regla
sólo le queda esperar lo que sujeto quiera decirle.
Si el sujeto se abandona a la posición de limitarse a reflejar lo que ya fue pensado por el analista, si
se contenta con repetir nuestras formalizaciones de su mundo psíquico y con no hablar, habremos
transformado en su contrario una experiencia que pretendía ser desalienante (en tanto, es contra
los efectos de la alienación contra los que lucha el trabajo analítico, el cual tiene como fin la
desaparición de los mismos).
No puede haber actividad de pensar si no se recibe placer o se lo espera en recompensa y este
placer sólo es posible si el pensamiento puede aportar la prueba de que no es la simple repetición
de un ya-pensado-desde-siempre.
Es preciso que pensar secretamente haya sido una actividad autorizada y fuente de placer. La
posibilidad del secreto forma parte de las condiciones que permiten al sujeto, en un segundo
momento, dar el estatus de fantasma (entiendo fantasía) a algunas de sus construcciones ideicas
que por este hecho él diferencia del conjunto de sus pensamientos. La psicosis nos muestra qué
significa para el Yo no poder conceder el estatus de fantasma a un pensamiento (no poder separar
qué es tal de lo que no lo es).
Es que justamente la definición del término fantasma supone como una de las cualidades
inherentes a dicha entidad psíquica la posibilidad de permanecer secreta. Debe poder preservarse
un placer de pensar que no tiene más razón que el puro placer de crear ese pensamiento.
Si es cierto que poder comunicar los pensamientos, desear hacerlo, esperar una respuesta a ellos,
forman parte del funcionamiento psíquico y constituyen sus condiciones vitales, también es cierto
que paralelamente debe coexistir la posibilidad, para el sujeto, de crear pensamientos cuyo único
fin sea aportar, al Yo que los piensa, la prueba de la autonomía del espacio que habita y de la
autonomía de una función pensante que es el único en poder asegurar: de ahí el placer sentido por
el Yo al pensarlos.
Para el analizado y para el analista, el trabajo psíquico que el desarrollo y el éxito de la experiencia
exigen sólo puede sostenerse si ambos pueden hallar placer (lo cual no significa que su opuesto
esté ausente) en esa creación de pensamientos que se denomina análisis. El término creación
debe entenderse aquí en diferentes niveles:
-creación por el analizado de una nueva versión de su historia singular, versión que nunca existió
tal cual antes del análisis, en ningún recoveco de lo reprimido y que, sin análisis, jamás habría
existido bajo esta forma;
-creación por el analista que, a partir de su saber relativo a la psique y a su funcionamiento, se
descubre construyendo con el otro algo nuevo, algo inesperado;
-creación por los dos participantes de una historia concerniente a su relación recíproca (lo que
podemos llamar la historia transferencial);
-creación de un objeto psíquico que no es otra cosa que esa historia pensada y hablada que se
establece sesión tras sesión.
A su vez, no puede haber realización del proyecto analítico, ni trabajo que merezca este calificativo,
si ambos participantes no son capaces de correr el riesgo de descubrir pensamientos que podrían
cuestionar sus conocimientos más firmes: con respecto a lo que el primero creía conocer sobre sí
mismo y con respecto a lo que el segundo creía al resguardo de la duda en su propia teoría.
El analizado debe gozar de una libertad de pensamiento que incluye también la de mantener
secretos determinados pensamientos, no por vergüenza, culpa o temor, sino porque le confirman al
sujeto su derecho a esa parte de autonomía psíquica cuya preservación es vital para él.
Si el analista es capaz frente a todo sujeto de respetar su autonomía de pensamiento, de
favorecerla, podrá poner su trabajo interpretativo al servicio de la búsqueda de verdad del otro y no
al servicio de su propio desarrollo teórico.
En los casos de psicosis o de sujetos no forzosamente psicóticos pero cuyo problema toca
directamente al investimiento de la actividad de pensar, durante toda una primera fase del análisis,
se tratará de ayudarlos a investir una experiencia de placer que siempre vivieron como prohibida:
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experimentar placer en crear ideas, pensar con placer y no pagar el derecho a comunicar sus
pensamientos con la obligación de tener que hacerlo siempre y sin respiro.
En lo que respecta al silencio, no podemos en estos casos limitarnos a interpretarlo como una
resistencia. Por el contrario, sabemos cuan positivo puede ser, en el flujo discursivo del delirante
ver aparecer un momento de silencio que atestigua el derecho que de pronto se arroga el sujeto a
no tener que responder más a la orden terminante de decir todo impuesta por un primer contrato
que la madre firmó abusivamente en nombre del niño, contrato al que no pudo negarse y que paga
con su locura.
Por último, Piera no propone para la psicosis ni una actitud de escucha pasiva ni de silencio. Por el
contrario, considera que estos análisis exigen nuestra participación en una construcción de la
historia del sujeto que éste no puede prescribir por sí solo.
Tener que pensar sin descanso, no poder pensar sino con sufrimiento, son cuestiones que
encontramos en muchas formas de psicosis. Pensamiento y placer son para estos sujetos dos
conceptos antinómicos y eligen renunciar a vivir para ya no tener que pensar más que
pensamientos que son fuente de sufrimiento. De este modo, se ve que el placer que la actividad de
pensar tiene que procurar es para el yo una necesidad y no un premio al que podría renunciar.
Poder pensar en una “nube rosada” y sentir con ello placer, hacer esto posible es la primera tarea
que nos impone la psicosis.
Necesidad y función del derecho al secreto
Al examinar las teorías sexuales infantiles, Freud demostró el papel decisivo que juega para el
pensamiento del niño el descubrimiento de la mentira presente en la respuesta parental a su
pregunta sobre el origen.
Para Piera, el descubrimiento de tal mentira conduce al niño a un segundo descubrimiento,
fundamental para su estructuración: la propia posibilidad de mentir, es decir, la posibilidad de
esconder al Otro y a los otros una parte de sus pensamientos, la de pensar lo que el Otro no sabe
que uno piensa y lo que no querría que uno pensara. Enunciar una mentira es enunciar un
pensamiento del que uno sabe que es la negación de otro mantenido en secreto.
El descubrimiento de que el discurso puede decir lo verdadero o lo falso es tan esencial para el
niño como el descubrimiento de la diferencia de los sexos, de la mortalidad o de los límites del
poder del deseo.
La certeza que constituía el patrimonio de las construcciones de lo originario y de lo primario es
sustituida, en el registro del Yo, por la imposibilidad de esquivar la prueba de la duda.
Ante la adquisición del lenguaje y ante sus primeras construcciones ideicas, el Yo, descubre los
límites que en este registro es capaz de oponer al deseo materno. El niño se da cuenta de que está
en su poder crear pensamientos que sólo él puede conocer y sobre los cuales logra negar al Otro
todo derecho de fiscalización.
Es importante tener en cuenta aquí la aceptación o el rechazo por parte de la madre de la
autonomía de ese nuevo ser que ha formado parte de su propio cuerpo y que dependió totalmente
de ella para su supervivencia. Si la madre es capaz de reconocer el derecho del niño a no repetir
ningún pasado perdido, podrá aceptar el no saber siempre lo que él piensa, el permitir el juego y el
placer solitario de un pensamiento fascinado por el poder que descubre poseer.
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Por ello, antes de abordar nuestra construcción, definiendo nuestra acepción del concepto de
“pensamiento delirante”, se requieren dos aclaraciones: la primera concierne a la significación que
se le atribuye a la expresión “condición necesaria” y la segunda, el lugar que ocupa en este trabajo
el ejemplo clínico.
1) Hablar de condiciones necesarias, no es equivalente a hablar de condiciones suficientes.
Podemos definir las primeras y demostrar que se las encuentra con gran frecuencia, pero
no tenemos el pode de declararlas suficientes. Si fuese posible pasar de un calificativo a
otro, dispondríamos e un modelo que daría acabada cuenta de la causalidad psicótica, y
ello no ocurre.
2) En lo que refiere al papel que desempeña generalmente el ejemplo clínico en los textos
analíticos, se impone una primera evidencia: toda historia de caso y todo fragmento de
historia es elegid siempre por el autor en función de que permite demostrar que una
hipótesis teórica está o no bien fundamentada. Sabemos que existen ejemplos privilegiados
y otros que se prestan mucho menos a esta función demostrativa; podemos preguntarnos,
entonces, hasta qué punto una extrapolación sigue siendo licita. En lo que se refiere a los
ejemplos a los que recurriremos, la razón de la elección es evidente: su ejemplaridad, reside
en lo que demuestran acerca de la función característica de los elementos de realidad a
partir de los cuales el discurso psicótico construyo la interpretación que se llama delirio.
El pensamiento delirante primario.
Designamos con los términos de esquizofrenia y de paranoia los dos modos de representación
que, en determinadas condiciones, forja el Yo acerca de su relación con el mundo, el denominador
común de estas construcciones es fundarse en un enunciado de los orígenes que reemplaza al
compartido por el conjunto de los otros sujetos.
Definimos como idea delirante todo enunciado que prueba que el Yo relaciona la presencia de una
cosa con un orden causal que contradice la lógica de acuerdo con la cual funciona el discurso del
conjunto; por ello mismo, esa relación es ininteligible para dicho discurso.
El análisis de los factores responsables de este tipo de organización, nos enfrentara con dos
discursos, el del portavoz y el del padre, que han presentado fallas en su tarea. Estas fallas pueden
ser superadas por el sujeto sin que se vea obligado a recurrir a un orden de causalidad que no se
halle acorde con el delos demás; es por ello que lo necesario no es lo suficiente. En los casos en lo
que esto no ocurra, se comprobara la presencia de un enunciado acerca del origen que es ajeno a
nuestro modo de pensar: a esto lo llamamos pensamiento delirante primario. La presencia de esta
condicione previa es para nosotros sinónimo de lo que definiremos como concepto de potencialidad
psicótica. No se trata de una potencialidad latente que sería común a todo sujeto, sino una
organización de la psique que puede no dar lugar a síntomas manifiestos pero que muestra, en
todos los casos en lo que es posible analizarla, la presencia de un PDP enquistado y no reprimido.
Este quiste puede hacer estallar su membrana para derramar su contenido en el espacio psíquico:
cuando ello ocurre, se pasa de lo potencial a lo manifiesto.
Definimos como pensamiento delirante primario la interpretación que se da el Yo acerca de lo que
es causa de los orígenes. Origen del sujeto, del mundo, del placer y del displacer: el conjunto de
los problemas que plantea la presencia de estos cuatro factores fundamentales encontrara una
única e idéntica respuesta gracias a un enunciado cuya función será indicar una causa que de
sentido a su existencia. Merced a esta creación, el Yo se preserva un acceso al campo de la
significación creando sentido allí donde, por las razones que analizaremos, el discurso del Otro lo
ha confrontado con un enunciado con escaso o ningún sentido. A partir de este pensamiento podrá
instaurare una forma particular de escisión que se manifiesta a través de lo que designamos como
enquistamiento de tal pensamiento, este le permite al sujeto funcionar de acuerdo con una
aparente y frágil normalidad. Es posible también que este pensamiento no de lugar a
sistematización alguna, sino que actué como una interpretación única y exhaustica que marque
toda experiencia vivida cargada de afecto. Un lugar aparte debe ser atribuido al autismo infantil
precoz, en el que lo que no ha podido elaborarse es el propio pensamiento delirante primario.
Esta primera elaboración del concepto de pensamiento delirante primario sería suficiente para
mostrar al importancia que atribuimos a la función del Yo en la psicosis: lejos de ser el gran
ausente, es el artesano de una reorganización de la relación que deberá mantener con los otros
dos procesos co-presentes en su propio espacio psíquico y con el discurso del representante del
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Otro y del representante de los otros. No se produce, como se ha llegado a pensar, una situación
en la que una significación reemplaza a otra que no se acepta, por ser frustrante o contraria al
principio de placer, lo que se produce es la creación de una nueva significación que no podría
formularse si se respetase la logia y el orden causal característico del discurso de los demás.
El pensamiento delirante se impone la tarea de demostrar la verdad de un postulado del discurso
del portavoz notoriamente falso. Se manifiesta una antinomia entre el comentario y lo comentado.
Aceptar el comentario, ampliaría adueñarse de una historia sin sujeto; rechazarlo implicaría quedar
frente a frente con una experiencia inefable, algo innombrable. Para evitar esto, el Yo dispone de la
posibilidad de interpretar el cometario. Puede esperar así hacer coincidir, de un modo más o menos
defectuoso, el desarrollo de su historia con un primer párrafo escrito por el pensamiento delirante
primario.
Considerar que el pensamiento primario es un resultado del encuentro del sujeto con un enunciado
del discurso implica dos corolarios: 1) Situar en esta fase en la que el infans se convierte en niño, al
acceder al registro de la significación, el momento en que puede constituirse el pensamiento
delirante primario; 2) Acordar un papel privilegiado a las particularidades presentes en el discurso
que el niño encuentra en la escena de lo real.
El problema del origen
¿Cómo nacen los niños?, ¿Cómo nace el Yo?, ¿Cómo nace el placer?, ¿Cómo nace el displacer?
Cuatro formulaciones de un único interrogante que busca una respuesta que plantee una relación
entre nacimiento-niño-placer-deseo. En el origen de la vida se encuentra el deseo de la pareja
parental al que el nacimiento del niño causa placer. Cualquiera sea la formulación explicita de la
respuesta oída, es preciso que remita intrínsecamente a esta concatenación. El Yo relacionara la
cuas de placer, de todo placer, con el placer que le procura a la pareja el hecho de que él existe.
Se observa de qué modo el enunciado con el que el portavoz cree responder al interrogante acerca
del nacimiento será metabolizado por el niño en una significación a partir de la cual elabora su
propia teorización sobre la causa de todo lo que se refiere al origen.
El espacio al que la esquizofrenia puede advenir.
En primer lugar consideraremos aquello que en la conducta y el discurso ameno forma parte de la
realidad manifiesta tal como ella se revela ante el infans a través de esa conducta y en ese
discurso. Ambas se singularización por la presencia, reconocida por la madre, de un no deseo de
un deseo, o de un no deseo de un placer, referido a un/este niño. En el primer caso, se dirá
abiertamente que no se deseaba ningún hijo; en el segundo, que el acto procreador que dio
nacimiento a este niño no ha sido fuente de placer. Una vez nacido el niño, la madre podrá afirmar
un deseo de vida en relación con él, pero por lo general ese deseo se formulará bajo la forma
inversa del temor de su muerte. Como consecuencia de ello, este miedo justifica e imposibilita el
“placer de tenerlo” que es reemplazado por el “displacer de correr siempre el riesgo de perderlo”.
En ambas situaciones, se comprueba que tanto el rechazo como la particularidad de la catexia
responden a la misma causa: la ausencia de un deseo de hijo. En estas mujeres puede existir, sin
embargo, lo que llamamos un “deseo de maternidad” que es la negación de un “deseo de hijo”.
Desde de maternidad a través del cual se expresa el deseo de revivir, en posición invertida, una
relación primaria con la madre, deseo que excluirá del registro de las catexias maternas todo lo que
concierne al momento de origen del niño. Lo que ella desea sigue siendo “el hijo de la madre”, ella
espera el retorno de sí misma en cuanta fuente del placer materno.
Este primer bosquejo de la relación madre-hijo permite plantear que el pensamiento delirante
primario remodela la realidad de algo aprehendido referente a experiencias que le han sido
efectivamente impuestas al sujeto y que conciernen: 1) al encuentro con una madre que manifiesta
y expresa que la causa del origen del sujeto no es ni el deseo de la pareja que la ha dado vida, ni
un placer de “crear algo nuevo” que ella podría reconocer y valorizar; 2) al encuentro con
experiencias corporales, fuente de sufrimiento; 3) al encuentro con algo aprendido en el discurso
materno que, o bien se niega a reconocer que el displacer forma parte de la vivencia del sujeto, o
bien impone un comentario acerca de él que priva de sentimiento a esa experiencia y a todo
sufrimiento eventual. El pensamiento delirante primario deberá forjar una interpretación que
remodele la vivencia coextienda con estos tres encuentros.
Después de haber designado aquello que en la conducta de la madre en relación con el infans
manifiesta la falta de un “Deseo de hijo” nos ocuparemos del registro de lo latente, para intentar
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comprender las razones de esa falta y sus consecuencias sobre la actividad de pensamiento del
niño. Examinaremos sucesivamente: 1) El fracaso de la represión en el discurso materno; 2) El
exceso de violencia que ella origina; 3) La prohibición de pensar; 4) El pasaje del pensamiento
delirante primario a la teoría delirante primaria acerca del origen; 5) el referente que ese
pensamiento de encontrar en la escena de lo real para que la potencialidad psicótica.
1) El fracaso de la represión en el discurso materno
En este caso no ha podido ser reprimida por el Yo de la madre una significación primaria de su
relación con su propia madre, lo que ha impedido el acceso al concepto de función materna y a su
poder de simbolización. La causa esencial del pensamiento delirante primario es la presencia de un
discurso, pronunciado por a voz materna, que aparentemente utiliza conceptos acordes con el
discurso del conjunto mientras que, en realidad, carece del concepto que se refiere a ella misma.
La significación función materna, la remite exclusivamente a la significación primaria que esta
función habría asumido para ella. Esta reducción de la significación del concepto que, en realidad,
es su negación, puede imposibilitar al niño el encuentro de un lugar en un sistema de parentesco
que le dé acceso a lo simbólico. En esos casos, la función materna remitirá siempre a un poder ser
y a un poder hacer exclusivos de la madre, este poder nada dice acerca de lo que en esa función
solo puede operar gracias a la participación de los toros, y en primer lugar, del padre. La
participación del padre en la procreación es reconocida; lo que se niega es que haya podido ser
motivada por un deseo y que lo que ha dado nacimiento al hijo sea un deseo compartido.
En el discurso materno, la experiencia del embarazo y el encuentro con el infans han provocado lo
que, metafóricamente, podría designarse como “psicosis puerperal” en el sector del sistema de
parentesco. Mientras no tuvo hijos, la madre pudo ignorar que carecía de los enunciados que
podrían dar sentido al concepto de función materna: en presencia del niño, le incumbiría la tarea de
actuar como intermediaria entre la función que ella encarna y el concepto al que ella debería remitir
y del que carece. La madre experimenta las consecuencias de una omisión en el discurso de su
propia madre: lo no dicho o lo no aprehendido acerca de la trasmisión de un deseo de hijo que
habría convertido a la madre en aquella a través de la cual se trasmite un derecho al deseo. Esta
no trasmisión poda conducir al silenciamiento de todo deseo de maternidad. La madre se ve
enfrentada con la siguiente paradoja: no puede reconocer lo que es causa de ese deseo, pero
tampoco puede reconocer que el niño seria la realización de lo que carece de lugar en su
problemática: un deseo de hijo. Recurrirá entonces a una racionalización que excluye al deseo
como causa de existencia de los hijos. El niño se ve frente a un discurso en el que no existe ningún
enunciado que de sentido a su presencia, que podría ligarlo al deseo de la pareja. Allí donde
debería constituirse el proyecto, allí donde la idea del futuro debería permitirle al Yo moverse en
una temporalidad organizada, el retorno de lo mismo detiene el tiempo en beneficio de la repetición
de lo idéntico.
2) El exceso de violencia: la apropiación por parte de la madre de la actividad de pensamiento
del niño.
Interpretar la violencia, ligarla a una causa que salvaguarde a la madre como soporte libidinal
necesario, tal es la hazaña que logra el pensamiento delirante primario.
La madre espera que el acceso del niño al orden del discurso le demuestre que, en su propio
discurso, no hay falta alguna. Vemos invertirse así el proceso normal: la apropiación por parte del
niño de las conminaciones explicitas, y sobre todo implícitas, presentes en el discurso materno
debería reforzar la barrera de represión de la padre para preservar a su Yo del retorno de lo
reprimido referente a una representación primaria del objeto del deseo, mientras que, en este tipo
de relación, se espera del niño la demostración de que lo no reprimido no tenía por qué haberlo
sido, y es legítimo demandarle que de forma a una imagen perdida de sí mismo, repetir una
relación libidinal bajo el dominio de lo primario y a la que la situación vuelve a otorgar plenitud o
vigor. Se pide así que el piense lo que ella piensa, ya que si llegase a considerar a su Yo como
agente autónomo con derecho a pensar, le demostraría a ella que el pasado no puede retornar,
que el deseo de lo mismo es irrealizable e impensable, que su discurso carece de un concepto.
Para evitar ese riesgo, la madre dispone de diferentes caminos.
El primero consiste en privilegiar las otras funciones parciales, en sobre catectizar al cuerpo como
conjunto de funciones, de acuerdo con un modelo del buen funcionamiento que ella buscar y
encontrara en lo que dicen la medicina, la higiene, la religión o la ciencia acerca del cuerpo de sus
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funciones. La particularidad del modelo corporal propuesto al yo será el aspecto fragmentario de
las funciones cuya actividad se supervisa. En este marco, todo lo inesperado es peligroso: la
relación demanda-respuesta asume la forma, no ya de un discurso, sino de un código rígido, la
oferta será reglamentada de tal modo que reduzca al máximo el riesgo de que aparezca una
demanda imprevista. De esto modo, la madre solo podrá preservar su control sobre la actividad
pensante del niño y sobre los pensamiento por ella producidos si reduce esta actividad, al igual que
sus precedentes, al equivalente de una función sin proyecto. Sin embargo, lo que es posible en
parte, para las otras funciones del cuerpo no lo es para el pensar: la actividad de pensar exige la
presencia de un proyecto. Es cierto que, si la madre fracasase en la apropiación de la actividad de
pensar del niño; si el Yo infantil lograse ganar la partida, ella no podría menos que comprobar que
es una madre no acorde con el concepto que vehiculiza el discurso al respecto: vería al Yo del
niño, alejarse de ella para buscar en otro lugar posibles sustitutos. En toda ocasión que el niño loga
pensar el concepto de “función materna” descubre, de ese modo, que la madre no conoce su
significación y no le queda otra alternativa que alejarse para encontrar en otro sitio las mediaciones
necesarias.
3) El saber prohibido y las teorías delirantes sobre el origen.
La prohibición de saber es ignorada por la madre, pero sin embargo, se expresa abiertamente en la
prohibición que afecta a toda interrogación del niño acerca del origen de su vida, la razón de
determinadas experiencias que ha vivido y en el “secreto” a menudo presente en sus historias (casi
siempre referido a un suicidio, a una mentira sobre el padre real, a una enfermedad vergonzosa, un
aborto, etc.). La angustia materna considera a todo porque pronunciado por el niño como riesgo de
un “porque del porque” que podría conducir a una última pregunta que no quiere escuchar, ya que
no puede responderla. Paradójicamente, la adquisición de un saber sobre el lenguaje, condición de
existencia para el Yo, constituye para la madre una exigencia que ella impone, lo que confronta al
niño con una situación contradictoria:
a) Apropiarse de ese saber, aceptar el orden de la significación propia del discurso.
b) Carecer de lo que funda la realidad y el lenguaje
La potencialidad psicótica es el resultado de una prueba análoga: se le ha exigido al sujeto que
organice el espacio, el tiempo, el linaje, recurriendo a los puntos cardinales d ellos otros, mientras
él ha perdido el norte. El pensamiento delirante primario es la creación por parte del Yo de este
enunciado faltante: es a partir de ella que se instaurara una teoría infantil acerca del origen, cuya
función y analogía funcional con el papel que desempeña en la neurosis la novela familiar
mostraremos a continuación.
La historia de la Señora B. (Puntuación)
Compulsión fóbica: teme ser obligada a desvestirse y mostrarse desnuda. Solo puede salir
a la calle acompañada por su marido o alguno de sus dos hijos. Esta idea aparece por
primera vez cuando está esperando que el pedicuro le saque un cayo que no le permitía
caminar si no era apoyada en los personajes mencionados anteriormente.
Hijo de 14 años, espera que sea “un apasionado de la investigación y de la soledad”.
Su madre: autoritaria, gritaba siempre y tenía violentos desbordes de ternura.
Dos convicciones. 1) En la procreación, el esperma del hombre no desempeña papel
alguno; 2) En todos los casos en los que se produce la relación sexual, la mujer se ve
obligada a incorporar vaginalmente una parte de la sustancia masculina; es por ello que los
hombres mueren más jóvenes y pierden sus cabellos.
Los secretos de la madre de la señora B. conciernen al padre de la primera hija, y a la
locura de su propio padre. La relación con la locura. Madre de una primera hija sin padre,
esta mujer rígida oculta su falta, pero no sabe oponerse a la prostitución de esa hija, de
quien dirá que “siempre estuvo loca”. Asesina en potencia de la segunda hija, argumentara
en favor de “Lamere” y los medicamentos.
La voz paterna: los gritos violentos. “Tener chicos o meterse una bala en la cabeza, es lo
mismo”
En la esquizofrenia, el sujeto será frustrado intolerantemente por una significación mientras el
deseo indomado e indomable, concierte también a la exigencia de interpretación y la necesidad
identificatoria constitutiva del Yo. El pensamiento delirante primario intenta operar la reconstrucción
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de un fragmento faltante en el discurso del Otro que, entonces, reaparecerá ilusoriamente
conforme a las demandas identificatorias del Yo.
Capítulo 6 – Acerca de la paranoia: escena primaria y teoría delirante primaria.
En el horizonte de la potencialidad paranoica se sitúa el delirio tal como se manifiesta ante la
mirada y la escucha de los otros. No se trata de proponer una teoría de la paranoia, sino de
mostrar de qué modo un “odio percibido” marca el destino de estos sujetos y se convierte en el eje
alrededor del cual se elabora su teoría sobre el origen. En este capítulo nos limitaremos a aislar los
caracteres particulares de la organización familiar que encuentra el sujeto y el discurso que
escucha: esta organización es la que convierte al espacio al que adviene el Yo en el espacio al que
podrá advenir la paranoia.
La fantasía de escena primaria y las teorías sexuales infantiles.
Volveremos a ocuparnos por un momento de estos pensamientos sexuales primarios o teorías
sexuales infantiles, que todo sujeto ha compartido. Pensamientos gracias a los cuales el Yo del
niño se da una primera respuesta acerca del lugar en el que se originó su cuerpo, acerca del deseo
de ese “lugar” en relación con ese mismo cuerpo, acerca del placer o del displacer que pudo
experimentar ese cuerpo del Otro cuando dio origen al de él, y acerca de las razones que dan
cuenta de esa vivencia. Toda teoría sexual infantil es una teoría sobre el nacimiento, que, al
responder al interrogante acerca del origen del cuerpo, responde de hecho al interrogante de los
orígenes construyendo lo que ya hemos denominado “causa originaria”. Escena primaria y
pensamiento sexual infantil son las dos producciones a través de las cuales el proceso primario y el
secundario responden a un interrogante acerca del origen que no puede ni ser acallado ni quedar
intacto. Los remodelamientos que sufre esta fantasía en el transcurso de la evolución psíquica son
concomitantes de las modificaciones sucesivas que podrá aporta o no el Yo a su teoría infantil
sobre su origen y sobre los orígenes. Recordamos aquí, la tarea que le incumbe al lenguaje:
permitir al Yo conocer las fuerzas que operan en su espacio. Ese conocimiento se convierte en
objeto de su búsqueda solo si le brinda al Yo una “prima” de placer, querer pensarlo, implica que
esta acción sea en si misma fuente de placer.
Las condiciones necesarias para la reelaboración fantaseada.
Hemos mostrado que el pasaje de la pareja complementaria a la pareja primaria es coextenso con
el reconocimiento por parte de la psique de algo exterior a si, al que no escapa ningún sujeto una
vez superado el estadio del infans. Esta primera figuración de o “exterior a si” se presentara en
forma idéntica en todo sujeto; por ello, no es exacto decir que el esquizofrénico no reconocer la
separación entre su cuerpo y el cuerpo materno. El esquizofrénico sabe la existencia de algo
“exterior a si”, lo que ya no puede saber concierne a la autonomía de un si-mismo. Al igual que todo
sujeto, el esquizofrénico ha encontrado lo “exterior a si” bajo la egida del deseo del Otro. También
para él, el primer ocupante de ese exterior a si ha sido el pecho, momento de coincidencia entre el
espacio del mundo y el espacio materno. La primera escena representa así en todo sujeto la
relación que la imago materna mantiene con los objetos de su placer: en este caso, al término
“objeto” debe dársele su sentido corriente de cosa, de fragmento inanimado, de instrumento al
servicio del que lo utiliza.
La escena aprehendida y su puesta en escena en la paranoia.
Ante el delirio paranoico, nos habían llamado la atención tres rasgos específicos:
1) La necesidad de no dejar lugar en el sistema a la menor apertura, a la más ínfima
posibilidad de una duda en el interlocutor. El postulado delirante, constituye la prueba de
que el sujeto no puede tolerar la menor falla en su sistema y tiene motivos para ello: esa
falla abriría paso a una avalancha que arrastraría todo a un precipicio sin fondo.
2) El lugar acordado en su teorización del mundo al concepto de “odio”, concepto nodal a cuyo
alrededor estos sujetos harán gravitar todos sus sentimientos, reacciones y acciones. Aquí,
una vez más, tenemos la impresión de una necesidad absoluta, de un cemento sin el cual la
construcción se derrumbaría como un castillo de naipes.
3) La posibilidad de preservar un lugar, en su discurso y en su fantaseo de la escena primaria,
a dos representantes de la pareja, aunque a condición de que entre los dos pueda ser
puesta en escena una relación conflictiva, y a menudo una relación de odio. Muy pronto
vimos que esta relación no era reductible a una simple proyección sino que, era una
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respuesta a algo aprehendido y a algo visto que determinaron que la escena exterior fuese
apta para la fantasía de rechazo y o para una fantasía de un deseo de reunificación.
No es un descubrimiento señalar que el paranoico mantiene una relación privilegiada con el odio;
todo delirio de interpretación, en el registro de la paranoia, muestra el lugar atribuido al odio de los
otros: el objeto persecutorio no puede dejar un momento de respiro ni permitir tomar distancia,
debido a que solo existe mientras ejerce contra uno su deseo de persecución que, en casi todos los
casos, es vivido por esos sujetos como un deseo de destrucción. Señalemos también que en el
paranoico la razón de la persecución asume un sentido muy particular: se lo persigue porque se le
envidia un bien que posee y se pretende eliminarlo porque representa, por ello mismo, un peligro
real para los propósitos de los otros, que le imputan un poder nefasto para ellos.
Tan pronto prestamos mayor atención a lo que se nos dijo acerca de la pareja parental, la clínica
nos dio una primera respuesta al interrogante que nos planteaba la presencia constante de estas
tres características: el primer resultado de esta atención fue hacernos recordar otros relatos, más
lejanos en el tiempo, y a comprobar el parentesco existente entre esas historias. Ese parentesco
puede caracterizarse por la intensidad y la erotización del conflicto, y por la expresión manifiesta de
una animosidad capaz de llegar hasta el odio, que, en cierto número de casos, se extendía a las
dos naciones a las que pertenecían los padres.
A partir de los recuerdos que conservan de su infancia estos sujetos presentan una imagen
particular tanto del discurso materno como del paterno. Madre a menudo “perfecta”, deja escaso
margen a una posible crítica por parte del hijo: no por vedarla con violencia, sino debido a que se
las arregla para que, en el plano de la conducta, el niño, que tiene la intuición de que algo falla, o
de que es falso o ambiguo, no pude descubrirlo y decirse que su intuición es fundada. La
desconfianza paranoica, definida como una especie de rasgo de carácter, se origina en esta
presencia en la escena del mundo de una imagen materna que no se logra declarar conforme a la
verdad que ella pretende, ni tampoco demostrar su falsedad mediante argumentos justificados.
Existe así un reconocimiento de una relación de amor entre ellos, y al mismo tiempo y en sordina,
una negación: en efecto, la formula “amor por deber” es una contradictio in terminis.
En lo referente al padre, llama la frecuencia con que se observan los siguientes rasgos: 1) n
relación con el deseo de la mujer, un mismo veredicto que la declara “mala” y “peligrosa” para el
niño; 2) El ejercicio de un poder que se instrumenta para transformarlo en un abuso manifiesto, que
a menudo asume una forma violenta; 3) Al mismo tiempo, o en una fase que el niño descubre más
tarde, los signos de carácter cuyo aspecto patológico es totalmente obvio para el niño; 4) La
reivindicación de un saber que lo convertiría en depositario irrefutado e irrefutable de un sistema
educativo que se impone por la violencia y por el bien del niño; 5) Por último, en cierto número de
casos, un rasgo que hemos observado a menudo en el padre del esquizofrénico, rasgo que
definiremos como un deseo de procreación, que realizarán fantaseadamente planteando una
equivalencia entre alimentar y alimentar el espíritu: en lugar del pecho que nunca pudo dar, el
padre se postulara como el único dispensador del saber.
Lo que el niño aprehende y la teoría delirante sobre el origen.
En uno de sus artículos, Freud escribe: “La excitación sexual se produce como efecto marginal en
toda una serie de procesos internos tan pronto como la intensidad de este proceso supera ciertos
límites cuantitativos. Más aun, es posible que en el organismo nada importante ocurra sin que
contribuya de algún modo a la excitación de la pulsión sexual. En virtud de ello, la excitación del
dolor y del displacer, sería un mecanismo fisiológico infantil que más tarde se agota”. Mutatis
mutandis, esta hipótesis puede extrapolarse a la interpretación escénica que forja la psique acerca
de todo acontecimiento presente en la escena exterior. En las situaciones aquí relatadas, se
observan tres factores particulares: 1) La pareja erotiza efectivamente el enfrentamiento conflictivo,
lo vive con gran intensidad afectiva, lo que muestra que es en primer lugar el sustituto de una
relación sexual; 2) La intensidad de lo que se juega en ese momento es semejante a su frecuencia;
3) La exclusión del que mira asume un sentido diferente: su mirada no es excluida, lo es, en
cambio, todo apercibimiento de la emoción que lo visto y lo aprehendido podrían provocar en él.
En la escena exterior, cuanto mayor es la cantidad de manifestaciones de odio que aparecen,
mayores serán sus equivalencias y su identidad con esta vivencia que él conoce, y más difíciles de
cuestionar. Esta situación remite al niño un mensaje que el deberá adecuar a las exigencias de la
inteligibilidad y de la puesta en sentido. La creación de una significación, compatible con todo lo
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aprehendido y con la exigencia identificatoria del Yo, será la tarea de la que se ocupa el
“pensamiento delirante primario” y la teoría delirante infantil sobre el origen.
En ese primer momento de la historia infantil se observa, entonces: 1) La puesta en forma de una
teoría delirante primaria sobre el origen que otorga al odio y al conflicto el papel que, en otros
casos, desempeñan el deseo y el amor; 2) La autopercepción conflictual de uno mismo en toda
oportunidad en la que uno se percibe como deseante. El deseo se emplaza como deseo de
combatir un deseo, y en la que el placer exige el enfrentamiento y la violencia; 3) La elaboración de
una primera defensa, eficaz contra el retorno a una posición esquizofrénica pero que, con igual
eficacia, impedirá la Yo el acceso a un orden estructurante, a un funcionamiento acorde con el
discurso del conjunto.
Ahora bien, años más tarde se tropezara con un cruel fracaso: ante la mirada madura del niño, el
padre le revela la ilegalidad de su fuerza, lo que muestran sus gritos en relación con lo que le falta,
los signos irrefutables de una ruindad que no se le perdona o de una patología que ofende.
Concluiremos estas consideraciones acerca de la problemática paranoica insistiendo en las
particularidades de la relación con el perseguidor tal como se manifiesta en ella; dejaremos de lado
aquello que, por el contrario, forma parte de los rasgos siempre presentes en esta relación.
En contraposición a la esquizofrenia, lo que llama la atención en la paranoia es lo que llamaremos
la exigencia de comunicación. La certeza que ofrece todo delirio solo adquiere valor, en este caso,
al ser puesta al servicio del derecho y del deber específicos que se atribuye el sujeto: hacerla
compartir e imponerla a los demás.
¿Quién es el perseguidor para el paranoico? Sumariamente, podemos discriminar dos casos: 1)
Aquel (el más peligroso por sus consecuencias) en que el perseguidor es conocido, representado
por un sujeto definido que puede formar parte, a menudo del medio familiar; 2) Aquel en que está
representado por una clase, extrapolación que intenta mediar con éxito, un conflicto directo que
puede convertirse siempre en una lucha a muerte.
La función de los aliados es doble y cumple un importante papel:
- En lo que atañe al sujeto, le permitirá negar el lugar de excluido en que los otros, de hecho,
lo encierran, y preservar la convicción de participar en un conjunto, especie de mayoría
silenciosa forjada por su imaginación, mayoría de la que se convierte encarnizado defensor.
- En lo que atañe al perseguidor, los aliados cumplirán un papel de intermediarios, al permitir
al sujeto disminuir en una medida aun mayor el riesgo de enfrentamiento con el enemigo.
A diferencia del esquizofrénico, el paranoico no se refugia en el autismo, existe porque los otros
existen, pero no para, ni por, ni con, sino contra.
Confió en haberlos convencido de la necesidad, para el funcionamiento del yo, de que las
referencias necesarias para su identificación simbólica permanezcan al abrigo de todo
cuestionamiento. Cuando estos puntos de referencia ya no son seguros o no están garantizados
como intangibles, asistimos a una invasión catastrófica de la duda y entramos en ese campo
conflictivo que marca la psicosis. El llamado a la certeza delirante no debe ilusionarnos, los
pensamientos con los que el delirante piensa su yo se superponen a una duda dramática que le
concierne, duda que esos pensamientos esperan en vano reducir al silencio. El delirio corre el
riesgo de ocultarnos el conflicto al cual solo logra aportar una solución precaria y siempre frágil: el
conflicto que esta vez opone el identificante al identificado, el yo pensante al yo pensado.
El psicótico, y pienso sobre todo en la esquizofrenia, conoce el abuso de poder que se ha ejercido
y que se ejerce contra su yo, conoce la impotencia que se le impone. Este yo al que declaran loco,
al que encierran, continua existiendo dolorosamente: no ignora ni su sufrimiento ni su exclusión por
los otros. Pero creo también, que el esquizofrénico trata de convencerse, y de convencernos,
gracias a esa “bella indiferencia” de la que pueden hacer gala frente a las mutilaciones, que aquel
que destruimos, aquel que ponemos bajo tutela, aquel cuyos movimientos físicos y psíquicos
reducimos es un no-yo impuesto a su propia psique por un pensamiento extraño y perseguidor.
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Cuando reflexionamos sobre esas “idealizaciones” locas, absurdas, que nos propone el delirio,
esas idealizaciones supuestamente ya realizadas, es fácil comprobar que lo idealizado es un no-yo,
un imposible. El psicótico está enfrentado a la imposibilidad de constituir y de catectizar ideales
porque no puede catectizar ninguna potencialidad en su yo actual que le asegure un futuro posible
y catectizable. No hay ideales del yo catectizados en la psicosis, sino la idealización trágica de un
soporte exterior supuestamente responsable de lo que uno sabe que no es y de lo que uno sabe
soportar y sufrir.
Para comprender el conflicto identificatorio en la psicosis, es necesario apelar a lo que representa
para el yo esa prueba muy particular que llamo desidealización. El yo anticipado por el portavoz,
ese yo proyectado, hablado por la madre incluso antes que esa instancia pueda advenir en la
psique del infans, ese primer yo esta catectizado por el identificante que es un yo idealizado. Es el
portavoz el que cumple una primera idealización del infans. Ese yo idealizado es el catectizado
primeramente por el amor materno. El fenómeno de desidealización, que consiste en abandonar el
yo idealizado en beneficio de los ideales futuros que el deberá catectizar, es la condición primera y
determinante en la estructura psíquica y un factor esencial para la colocación en su sitio de los
ideales. Pero esta desidealización del yo idealizado, implica una desidealización del tiempo infantil,
de un presente en beneficio del tiempo hacia el cual se va: el pasaje de una catexia de un yo
idealizado en beneficio de los ideales marca la entrada del sujeto en la temporalidad. La psicosis
muestra la imposibilidad del niño, y generalmente también de la madre, de aceptar desidealizar ese
tiempo infantil y la relación que ellos dos han vivido durante esa fase de su existencia.
¿Cuáles son las condiciones que permitirían al yo cumplir ese trabajo? La primera es el inevitable
encuentro del yo con los límites de sus poderes efectivos, encuentro que lo enfrenta a lo que
comúnmente se llama principio de realidad. Este encuentro se produce inexorablemente en todo
sujeto: el psicótico podrá huir de sus consecuencias, lo que hace suponer que el encuentro
efectivamente ha tenido lugar. La segunda condición que permite al yo aceptar esa herida
narcisista fundamental implica que esa instancia pueda catectizar a un yo deseado que tenga en
cuenta la categoría de lo interdicto, de lo posible y lo de imposible.
Ahora bien, en este trabajo de desidealización impuesto al yo infantil, este último deberá poder
encuentra una aliado, una ayuda en la propia madre: si la madre se niega a ello, o si el hijo vive
como tal sus respuestas, el yo enfrentara una relación con sus propias referencias identificatorias,
con el tiempo, con la realdad, con su propia actividad de pensamiento que lleva en si lo que he
definido con los términos de potencialidad psicótica, porque en un plazo más o menos breve, corre
el peligro de desembocar en la psicosis manifiestas.
Aulagnier, P. (1988). “Como una zona siniestrada”. En Revista Trabajo del psicoanálisis. Vol.
3 N° 9. (pp. 161 - 173) Buenos Aires. (VER – APUNTE)
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solo puede ser y devenir prosiguiéndola del principio al fin de su existencia. Autobiografía jamás
terminada, siempre sujeta a modificaciones aún en capítulos que se creían cerrados.
Ese trabajo de construcción-reconstrucción permanente de un pasado vivido, es necesario para
orientarnos e investir ese momento inasible, el presente, para lo cual hacemos pie sobre mínimos
anclajes estables de los que nuestra memoria nos garantice permanencia y fiabilidad (condición
para que el sujeto tenga la certeza de ser el autor de su historia y de que las modificaciones que
ella va a sufrir, no pondrán en peligro esa parte permanente y singular que debería trasmitirse de
capitulo a capitulo, para hacer coherente el relato y que tenga sentido).
Son fuentes somáticas y discursivas las que proveen a la psiquis los materiales de la construcción
de su realidad y de su propia historia.
Un concepto central es el de modificación, como reacción de un aparto psíquico a lo que surge, a lo
que cambia, el organizador de los mecanismos a los que recurre para aceptar, negociar, rechazar,
desmentir, ese movimiento que aporta una parte de improviso y desconocido.
El valor de este concepto se confirma al analizar la relación de interdependencia entre lo
modificable y lo no modificable del registro relacional e identificatorio.
En la infancia, el sujeto deberá seleccionar y apropiarse de elementos constituyentes de ese fondo
de memoria, gracias al cual podrá tejerse la tela de fondo de sus composiciones biográficas. Tejido
que puede asegurarle que lo modificable y modificado, no transformará a aquel que él deviene, en
un extraño para aquel que él ha sido, que su “mismidad” persiste en ese Yo condenado a su
automodificación permanente.
El fondo de memoria juega un rol determinante en la relación abierta que el sujeto podrá o no
mantener con su propio pasado, con ese tiempo de la infancia marcado por la presencia y el
impacto de las primeras representaciones sobre las cuales el sujeto ha operado el trabajo de
elaboración, transformación y represión que lo hace ser el que es, y aquel que devine. La parte
infantil que el analista descubre en todo sujeto, es la prueba de la persistencia del fondo memoria,
de lo que queda en nuestra memoria de ese pasado en el que se enraizan nuestro presente y
devenir. Lo que importa es la persistencia de ese nexo que garantiza la resonancia afectiva que
deberá establecerse entre el prototipo de la experiencia vivida y la que el sujeto vive.
Ese fondo de memoria es una fuente viviente de la serie de encuentros que marcarán la vida del
sujeto y puede bastar para satisfacer dos exigencias indispensables para el funcionamiento del Yo:
- Garantizarle en el registro de las identificaciones ciertos puntos de certidumbre que asignan al
sujeto un lugar en el sistema de parentesco y en el orden genealógico.
- Asegurarle la disposición de un capital fantasmático al que debe poder recurrir porque es el único
que puede aportar la palabra apta al afecto. Capital que va a decidir lo que formará parte de su
investidura y lo que no (representaciones marcadas por el sello del rechazo, de lo mortífero).
La infancia debe concluir con la puesta en lugar de lo “singular” al abrigo de toda modificación,
trabajo por el cual ese tiempo pasado y perdido se transforma y continúa existiendo psíquicamente.
Ese “antes” preservará su ligazón con su presente, gracias al cual se construye un pasado como
causa y fuente de su ser.
Lo que se transforma en el cuerpo y en la sexualidad, lo que allí se modifica, acompaña un
movimiento temporal que confronta a la psiquis con esta serie de apres coup; habrá que aceptar
esa diferencia de ser a ser, esta auto-alteración difícil de asumir y mantener una ligazón entre ese
presente y ese pasado. La investidura de un tiempo futuro tiene como condición la esperanza de
realización de una potencialidad presente en el Yo que inviste ese tiempo y ese placer diferidos.
Separaré el recorrido del adolescente en 2 etapas:
1) Una durante la cual deberán ser puestos al amparo del olvido los materiales necesarios para la
construcción de ese “fondo de memoria” garante de la permanencia identificatoria, y la singularidad
de su historia y de su deseo. Esta etapa, concierne a la organización del espacio identificatorio y la
conquista de posiciones estables y seguras en las cuales el sujeto puede moverse sin riesgo de
perderse.
2) Otra que prepara la entrada en la edad adulta, en la cual la tarea importante será la puesta en
lugar de los posibles relacionales accesibles a un sujeto dado.
Este trabajo de puesta en forma, incide sobre el espacio relacional y sobre la elección de los
objetos que podrán ser soportes del deseo y promesa de goce. Tanto uno como el otro son el
corolario de otro trabajo psíquico que los acompaña: la constitución de lo reprimido.
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El fracaso de la represión puede manifestarse tanto por su exceso como por su falta teniendo como
consecuencia la reducción drástica del campo de posibles relacionales.
La disminución en la represión lleva a un prototipo relacional que va a repetirse y preservarse, el
futuro sólo es investido como espera de retorno sin cambios de lo anterior. El trabajo de puesta en
historia no puede tener éxito, la infancia no puede constituirse con un principio y un final. Lo que
vive el sujeto quedará siempre pegado a las posiciones identificatorias que ocupaban en ese
tiempo lejano en que se anudó la relación entre el sujeto y el objeto. Este caso nos lleva a la
psicosis y a la confusión de tiempos que la caracteriza.
En el exceso de represión, la instancia represora va a espesar y extender el velo de la amnesia
haciendo que el sujeto tenga que atenerse a un desinvestimiento activo de todo recuerdo que
podría unirse a momentos relacionales que podrían despertar recuerdos que escapen al control. Se
trata de sujetos que nos sorprenden por el desinterés manifestado por su propia infancia, de la que
no guardan recuerdo; lo mismo sucede con el tiempo. En algunos casos, esta pérdida de sus
vivencias es compensada por un mecanismo de sobreinvestidura de objetivos a muy corto término:
el pasado está reducido al pasado más cercano. Esta defensa que siempre estará marcada por la
convicción de que todo lo esperado, una vez logrado sólo podrá revelar la naturaleza efímera de
todo placer, dejando el mismo vacío que guarda en el recuerdo. Cuando esta defensa no se
instrumenta o no está, el cuadro se acerca al de la depresión.
El tiempo de la infancia se constituye como un pasado desafectivizado, donde no encontrará en el
registro del placer ni en el del sufrimiento, el recuerdo de momento que pueda investir como prueba
de que se ha vivido una historia que merece ser retenido, retomada, relatada.
Durante el análisis de estas personas no se puede encontrar rastro de palabras que podrían dar
voz al niño que han sido. El desapego que acompaña todo relato relativo a ese tiempo, lo despoja
de todo poder emocional.
Las dos tareas de la adolescencia tendrán un destino especial en estos sujetos: el tiempo de la
infancia no sólo estará cerrado sino encadenado (pareciendo que la primera tarea sería llevada
más o menos a buen puerto); pero errará en la puesta en lugar del área de los posibles
relacionales.
En estos sujetos, este pasado vivido, sólo existe bajo la forma de una hipótesis abstracta que ha
perdido su poder emocional y sólo sirve como simple reparo temporal.
Hay gran intrincación entre problemática identificatoria y problemática relacional, entre la libido de
objeto y la narcisista o identificatoria; relaciones en que los excesos o faltas de una u otra, tendrán
el rol de caracterizar nuestros cuadros clínicos.
Los principios de permanencia y cambio que rigen el proceso identificatorio, deben poder preservar
entre sí un estado de alianza. Acompaña ese proceso el basamento fantasmático del espacio
relacional. Estará actuando una permanencia de esa matriz relacional que se constituye en el curso
de los primeros años de vida, siendo depositaria y garante de la singularidad del deseo del Yo y se
manifestará en esa “marca” ese sello que se volverá a encontrar en sus elecciones relacionales. De
otra parte, un principio de cambio que baliza el campo de los posibles compatibles con esa matriz,
que fragua el acceso a una serie de elecciones en los objetos a investir.
La matriz relacional se relaciona con la repetición como mecanismo psicopatológico que nos
confronta con la movilización de un mismo y único prototipo relacional; un “repetible” y “repetido”
presente en todas nuestras elecciones relacionales que constituye ese hilo conductor que nos
permite reconocernos en la sucesión de nuestras investiduras, objetos y fines.
En ese caso no se trata del retorno del mismo y único prototipo, sino de una creación relacional,
amalgama nueva entre el prototipo y todo lo que el encuentro aporta de novedoso.
En el primer caso la repetición debe ser entendida como la fuerza que se opone a la elaboración de
toda nueva relación, en el segundo caso, lo que se repite (y debe repetirse) concierne a esta parte
de “igual” necesario para una elección compatible con la singularidad del que la opera.
Para el sistema psíquico la vida va a manifestarse por la sucesión de movimientos identificatorios y
la modificación del espacio relacional. Ese trabajo de remodelación que se desarrolla en sordina es
al que debemos el sentimiento, en parte ilusorio, de que nada cambia en nuestra manera de
investir al amado.
La gama de posibles relacionales depende de la cantidad de posiciones identificatorias que el Yo
puede ocupar guardando la seguridad de que el mismo Yo persiste.
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Será imposible para ese sujeto toda relación que lo lleve hacia una posición identificatoria que no
puede ocupar por diversas razones: porque el lugar esté prohibido; porque esa posición descalifica
los reparos que le permitirían establecer otras relaciones; o porque lo sitúe en un lugar que no
puede ligarse a aquellos ocupados en el pasado, por ser un lugar fuera de la historia y de ese
trabajo de memorización y ligazón necesario para que se reconozca en ese “modificado” imprevisto
la “creación” de un Yo que lo precedía.
Los movimientos identificatorio y relacional no son separables del movimiento temporal que sirve
de hilo conductor, de ligazón tanto en la sucesión de las posiciones como en la de los o de
investidura.
El tiempo de la infancia es necesario para la organización y apropiación de los materiales que
permiten que un tiempo pasado devenga un bien inalienable del sujeto para la aprehensión de su
presente y la anticipación de un futuro.
Estas construcciones compuestas constituyen el capital fantasmático del que el yo debe poder
disponer para transformar el afecto como tal irreconocible, en una emoción que él pueda conocer,
nombrar y asumir. En las fases relacionales, el niño anudará puntos señeros entre ciertas
representaciones fantasmáticas; vivencia afectiva que se caracteriza por la intensidad de la
participación somática que ha arrastrado y que toman prestados sus materiales de las imágenes de
cosa corporales operando una cristalización, y teniendo por función la de ser “Representaciones
conclusivas” cuya leyenda va a reproyectar el Yo sobre el total de las experiencias afectivas.
Nombraremos como emoción a todo estado afectivo del que el Yo pueda tomar conocimiento.
Califico de leyenda fantasmática a la interpretación causal que se da el Yo, de la emoción que sufre
en una tonalidad de placer o sufrimiento, sustituyendo a la puesta en escena fantasmática, fuente y
causa del afecto. Cuanto más nos alejamos de la infancia, la leyenda testimonia más sobre la
acción de la represión, el respeto por las prohibiciones hacia ciertas representaciones y más difícil
será la puesta al día de la escena y del afecto que es su origen.
Nuestro funcionamiento como sujeto deseante, capaz de ser afectado por ciertos sucesos, exige
que el Yo pensante haya quedado capaz de preservar una relación de ligazón entre los
representantes de los objetos, encuentros, situaciones que sólo a ese precio pueden ser dotadas
de un poder de disfrute y sufrimiento.
Nadie puede guardar el recuerdo de su encuentro con el pecho, el placer del amamantamiento, la
alegría de la enunciación de las primeras palabras o de dominar el propio cuerpo. Pero dado que
ese representante guarda el poder de movilizar o entrar en resonancia con sus precursores
provocando el mismo estado emocional y una resonancia fantasmática; entonces todo sujeto en un
momento de su existencia, se descubrirá frente al espectáculo o al pensamiento de un niño en
brazos de su madre, invadido por una emoción de intensidad, y el mismo sentimiento pero de
calidad inversa ante la imagen de los vagidos de un lactante abandonado.
El Yo debe ser capaz aún de unir algunas de sus emociones presentes con aquellas vividas en su
pasado, caso contrario, la solución será evitar todo encuentro que lo obligaría a aceptar tal
ligadura; el concepto de emoción esta desposeído en este caso de todo estatus psíquico, para ser
reemplazado por el de afecto como sinónimo de enfermedad; o ser sumergido por la angustia,
emoción sin causa.
Estos puntos señeros responsables de nuestro acceso al goce y de nuestra posibilidad de
sufrimiento, dos condiciones necesarias para que exista una vida psíquica, constituyen la
singularidad de todos nosotros en el registro del deseo.
Existe una forma de encuentro que no se repetirá jamás tal cual, pero ejercerá un poder de
imantación para el deseo y de la cual “un rasgo” que la recuerde deberá estar presente para que
este último pueda realizarse. Ningún sujeto tiene el poder de investir a cualquier pareja sexual,
cualquier fin narcisista, ni cualquier proyecto.
Del lado de la Neurosis, el conflicto encuentra su origen en el efecto de imantación que ejerce un
posible que habría sido y es compatible con la singularidad del sujeto y su negativa a realizarlo por
el miedo de que, al hacerlo, pondría en peligro esta parte de mismidad permanente que debe
conservar para continuar reconociéndose en lo que ha sido, en lo que es y en lo que es susceptible
de devenir.
Para la Psicosis el peligro es real.
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Desde la primera fase de la puesta en historia es necesario que el Yo pueda reconocer en aquel
que deviene la realización anticipada y pre-investida de un antes de ese presente de sí mismo.
He desarrollado la función que puede tener el discurso de la madre que puede proveer al Yo la
historia de ese bebé: si la versión que propone es “suficientemente sensata”, el niño podrá
aceptarla para la escritura de ese primer capítulo de su historia; pero asumido el préstamo
obligado, será necesario que el Yo pueda devenir ese “aprendiz de historiador”, que antes de
consquistar su autonomía, deberá ser reconocido como coautor indispensable de lo que escribe.
Los peligros podrán ser evitados si el Yo puede apropiarse, elegir en nombre propio, e investir el
recuerdo de un conjunto de experiencias que amalgama en esta aparente unidad que nombra su
pasado, y además si ese pasado puede prestarse a interpretaciones no fijas.
Lo propio de la psicosis es desposeer al historiador de esa movilidad interpretativa. O acepta
quedar pinchado en una posición que le asegura la preservación de una investidura; o “se mueve”
y corre el riesgo de desmoronarse, porque el segundo polo de la relación que lo sostiene, rechaza
toda modificación. Se moverá igualmente porque no está en poder de ningún sujeto viviente el
momificarse, pero todo movimiento relacional comporta el riesgo de estallido de un conflicto que
pone en peligro esos pocos reparos identificatorios.
El fin de la adolescencia puede a menudo signar la entrada a un episodio psicótico cuya causa
desencadenante muchas veces se relaciona con un primer fracaso (en una primera relación sexual,
en un examen, en una primera relación sentimental).
En ciertos casos, se encuentra el relato de una infancia sin historia que puede tomar una forma
caricaturesca o rebuscada, donde nos aseguran que “todo iba de maravillas” hasta un momento, un
fracaso fechado, en que comenzó a ir todo de mal en peor. La consecuencia más frecuente y
significativa es un brusco retiro de las investiduras que se manifiesta por una fase de retraimiento
relacional, de soledad acompañada a veces por anorexia, antes que aparezcan los elementos de
un sistema delirante.
Si se mira de cerca, se constatará que el fracaso es el resultado de un movimiento de
desinvestidura del cual el sujeto se defiende hace tiempo, siendo la causa de la descompensación
ese primer fracaso que ha hecho imposible la investidura de su pasado.
El análisis de jóvenes psicóticos no enseña en ocasiones que antes de la aparición de un momento
confusional, crash agresivo o vivencia abiertamente interpretativa, ha habido un tiempo de
incubación al final de la adolescencia, en ese estado de retraimiento y con una actividad de
pensamiento y fantasmatización reducidos al mínimo. El sujeto parece prescribirse la reducción del
trabajo del aparato psíquico pues no dispone de la energía libidinal necesaria para su investidura,
último recurso contra una pulsión de muerte que tiene muchas oportunidades de alcanzar su
objetivo ya que el Yo tiene grandes dificultades desde hace mucho para investir su propio
funcionamiento psíquico.
La auto-investidura sólo puede operarse si a partir de su presente, el Yo puede lanzar
pseudópodos en el pensamiento de un Yo pasado, y de un Yo futuro. El tiempo presente es aquel
en el que se opera ese movimiento de desplazamiento libidinal entre los dos tiempos que sólo
tienen existencia psíquica: un tiempo pasado y como tal perdido y un tiempo por venir y como tal
inexistente.
Movimientos temporal y libidinal son las manifestaciones conjuntas de ese trabajo de investidura
sin el cual nuestra vida se detendría.
Todo lo vivido del pasado de una relación estará siempre marcado por la singularidad de la historia,
las experiencias y mecanismos de defensa; pero poder instaurar y preservar una relación de
investidura, exige que los dos polos puedan creer que ese tiempo presente que comparten e
invisten, se acompaña en los dos de construcciones no contradictorias del tiempo pasado.
Concordancia en parte ilusoria pero que es preciso que la construcción del pasado de uno no
venga a desmentir totalmente la del otro.
En el cuadro clínico que intento aislar, la suspensión del tiempo es consecuencia del vacío que se
ha operado en la memoria por no haber podido preservar al abrigo de la prohibición y de la
selección drástica que otro les ha impuesto, los recuerdos que preservan viviente y móvil la historia
del propio pasado; ese trabajo de biógrafos que nos incumbe.
La investidura de esos elementos recordados y recordables a fin de que el sujeto pueda apelar a
ellos para investir su presente, nos enfrenta siempre a elementos que conciernen a momentos,
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huellas, de movimientos relacionales. Nuestra historia libidinal es la cara manifiesta de una historia
identificatoria que representa su cara latente. El sentido de estas dos historias que transforma el
tiempo físico en un tiempo humano, la psiquis sólo lo puede aprehender en términos de deseo;
intrincación de tiempo y deseo gracias a la cual el Yo encuentra acceso a la temporalidad, que sólo
puede hacerse si se opera directamente de entrada. El origen de la historia del tiempo del Yo,
coincide con el origen de la historia del deseo.
Se llega a estas “infancias sin historias” como prueba de la imposibilidad de dos historiadores de
memorizar el pasado de su relación de forma viva, móvil.
El último carácter necesario para la construcción y memorización del pasado es la doble investidura
de la que deberán gozar una parte de los materiales necesarios, es decir que la puesta en memoria
debería operarse igualmente en los padres; puesta en memoria compartida de las experiencias
significativas del sentido que darán retroactivamente a la persistencia del recuerdo que de ellas
guardan, y puestas en sentido que van a reforzarse mutuamente y a mantener la confirmación
recíproca de su legitimidad.
Si la novela familiar y las teorías sexuales infantiles son las construcciones autónomas del Yo, la
primera prueba que se dá de ese derecho al secreto, es ésta otra historia que él escribe en
colaboración, sobre y durante su infancia, es una historia relacional que sólo puede escribirse en
colaboración con otro autor (por eso necesita que este otro no venga a desposeerlo de la confianza
que pueda tener en su memoria). Solo a este precio el niño podrá adquirir la convicción de que una
relación ha existido, su memoria está asegurada de encontrar su complemento en la memoria del
otro, doble investidura que viene a garantir la preservación de su construcción.
El registro de la psicosis nos da un ejemplo paradigmático del peligro que puede representar la no-
investidura por el otro de la memoria que el sujeto habría podido guardar de sus experiencias
relacionales. Su ausencia se encuentra en el origen del fenómeno de desinvestidura que anuncia
tan a menudo que sobrevendrá un episodio psicótico. Desinvestidura cuyas consecuencias
aparecen en el momento que debiera concluir la adolescencia y por consiguiente el sujeto debería
investir su proyecto identificatorio que lo proyecta o anticipa en el lugar de un padre potecial.
Para que esta potencialidad sea investible, habría hecho falta que hubiera sido reconocida como
presente e investida por la madre y el padre en ese niño, como una potencialidad presente y una
promesa realizable a futuro.
Supone además que el padre haya podido “ver”, aceptar, investir los cambios que sobrevienen en
el niño como signos anunciadores de ese tiempo de conclusión de una relación.
Se enfrenta entonces uno a una desinvestidura continua que pone en memoria la relación entre la
madre y el niño como la relación entre dos robots (alimentado-alimentador; educando-educador)
Estos sujetos sólo han podido vivir su relación en una suerte de desconstrucción continua de los
recuerdos que podrían guardar de las experiencias de placer compartidas.
Cuando en una entrevista le pregunté a la madre de Philippe qué recuerdo le queda de un suceso
cualquiera, tras hacerme repetir la pregunta, aclara que ya me había contado que su hijo ha sido un
niño sin historia. Y el propio Philippe repite que jamás hubo historia entre él y sus padres en su
infancia, y que su relación había sido maravillosa. Ni la madre ni el hijo se dan cuenta de la
profunda verdad de lo que enuncian: los dos efectivamente han vivido una relación “interdicta de
historia”.
No se puede pedir a robots que imaginen un futuro que no esté programado y tampoco se puede
pedir que encuentren alguna singularidad en su pasado que les permita apropiárselo como su
pasado.
He utilizado la metáfora de Freud para definir el presente como ese movimiento inasible por el cual
el Yo lanza sus pseudópodos sobre el pasado para aferrar esa parte de la libido que él desplazará
sobre el Yo a venir. El movimiento continuo es la pulsación misma de la vida del Yo, jalonada por
momento de ruptura.
No sólo deberá guardar un lazo con aquellos que lo preceden y quienes lo seguirán, sino que
además deberá poder prestarse cada vez que sea necesario, a una re-puesta en forma de su
composición, nunca acabada. Es ese trabajo de puesta-respuesta en historia permanente del
pasado que todos libramos, podemos ver las construcciones que el Yo se da de la causa, por él
mismo mal conocida, de lo que vive. Haciendo esto sustituye a los efectos del inconciente, como tal
irreconocibles, por efectos de historia.
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Cuando esta sustitución causal fracasa, la puesta en historia de la vida pulsional se detiene y el
sujeto se arriesga a hacer de un momento o suceso puntual de su infancia la causa exclusiva y
exhaustiva de su presente y futuro, desde ese entonces como efecto de esa causa, sólo podrá
testimoniar su sujeción a un “destino” que decreta inamovible.
Al mandato que los padres y el campo social susurran en el oído del adolescente “construye un
futuro”
El analista sustituye un anhelo “construye tu pasado”. Anhelo y no mandato ya que está ubicado
como para medir la dificultad de semejante tarea, jamás terminada, siempre a ser retomada para y
por todos nosotros.
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angustia (carga descalificada que emerge) y miedo (afecto ligado a una representación). Volviendo
al problema de la disociación entre el afecto y la representación, digamos que jamás la catarsis
seria la emergencia de un afecto puro, sino el emplazamiento de un afecto que se liga a un tipo de
representación.
Veamos cómo se relaciona lo que acabo de mencionar con la problemática del síntoma. Desde
Freud en adelante, en las psiconeurosis de defensa, el síntoma es definido como un momento
aislado de cierto acontecimiento traumático que al mismo se esclerosa, se aísla del conjunto de la
vida psíquica. La compulsión de repetición se relación con esto; al no poder incluirse en una
cadena significante de la vida anímica queda un elemento del existente aislado que insiste
buscando su ligazón, su inserción en una cadena simbólica que le otorgue sentido (Caso Emma, la
constitución del síntoma a partir de dos escenas).
¿Qué es lo que liga una simbolización? Hay dos teorías para responder a esta pregunta: una
plantea que una simbolización puede ligar dos representaciones; la otra dice que una simbolización
puede ligar un afecto y una representación. La única manera de operar sobre las representaciones
es a través del lenguaje y la interpretación es el único elemento que tenemos a nuestra disposición
para transformar las redes de representaciones que producen la situación patógena. Cuando se
liga un afecto y una representación lo que se hace es transformar el afecto descalificado en un
sentimiento (Caso Hans, de la angustia al miedo al caballo); cuando se ligan dos representaciones
se reemplaza ese afecto descalificado a través de la interceptación.
Cuando ustedes empiecen a trabajar con los niños, se van a dar cuenta de que los tres elementos
temporales que vamos a incluir en la consigna (“estamos acá para pensar cómo se sintieron en el
momento del terremoto, como se siente ahora y cómo piensan que va a ser el futuro”), no van a
poder pensar ninguna de las segundas partes si no pueden trabajar primero como se sintieron en
aquel momento. Y todo apresuramiento lo único que hace es reducir fijación y compulsión a la
repetición. Laplanche aporta algo nuevo: que no es fijación al trauma, sino fijación del trauma.
Considera que no es un sujeto el que está fijado al trauma, sino el trauma el que esta enquisto en
el sujeto y por eso se produce la compulsión de la repetición lo cual marca, a su vez, la posición
pasivizada del sujeto frente a la compulsión.
La práctica con damnificados por catástrofe (Puntuación).
Grupos Elaborativos de Simbolización. “Yo estoy acá para ayudarlos a ustedes a pensar y a
entender todo esto que les paso y le sesta pasando, y para que ustedes se puedan sentir
mejor a medida que vayan entendiendo”.
La niña con el barbijo y la necesidad de contener lo que uno tiene adentro.
“Mira, se le cayó” en alusión a la punta del lápiz. Primer emergente verbalizado: las cosas
se pierden, se rompen, se caen y son frágiles.
¿Cómo que no tiene? “Si no tienen negro escribe con el naranja”. Acá empieza
evidentemente la reparación: bueno, si no tengo esto, lo hago con lo otro. No tengo casa,
pero tengo albergue, tengo algo por dónde empezar.
¿Entonces podemos pintar las cosas que ya no tenemos? La recuperación simbólica de los
objetos perdidos.
La coordinadora dice sobre su propio dibujo: “Esta es una niñita que está muy asustada por
eso tiene la boca muy apretada y no puede decir todo lo que piensa”. Se ríen y empiezan a
comentar. Tres niñas por otro lado empiezan a trabajar también; hay un dialogo entre otras
dos niñas. Digamos que es un momento de disminución de la ansiedad pero que aún no se
pueden constituir como grupo.
El dibujo de las sillas vacías “porque sus papas están durmiendo”. Aparece la escena
primaria, los papas duermen, lo cual abre también a una problemática que es la sensación
de la caída de la omnipotencia paterna como algo muy dramático. Los padres que podían
proteger y resguarda, de repente se volvieron tan impotentes y asustados como los propios
niños, incapaces de protegerlos de la catástrofe. Con esto os padres se trasforman en
padres atacantes, abandonantes, padres culpables por no haberlos protegido.
El juego del eco repetitivo: “Voy a hacer un coche, un coche”. Los niños reenganchan en
este juego de eco repetitivo que, en realidad, está marcando que las palabras no alcanzaron
para recubrir la realidad y entonces se repiten en ese juego infantil, repiten tanto una
palabra que al final no tiene sentido. Esta secuencia repetitiva resalta la perdida de sentido
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del lenguaje, las palabras no alcanzan para entender esto que ha ocurrido y entonces se las
usa repetitivamente como si hubieran perdido todo el sentido.
Clase 7 – Diagnostico y abordaje. Predominancias psicopatológicas. Autismo y psicosis. La
simbiosis regresiva y la psicosis simbiótica. Un caso de psicosis simbiótica
En esta clase, podemos comenzar a abordar las grandes cuestiones de la psicopatología y la forma
de enfrentarlas desde el punto de vista técnico en nuestra practica en los albergues como, por
supuesto, en nuestra practica como psicoanalistas. Yo entiendo que la preocupación fundamental
de un psicoanalista o de un psicoterapeuta de niños esta en salvar los riesgo de muerte psíquica
que permanentemente acechan a niño, en tal sentido, el diagnostico precoz y la posibilidad de
definir una estrategia terapéutica adecuada es lo que posibilidad operar con rapidez para evitar que
se pierdan esos años fundamentales de la infancia. Definir un diagnóstico es ver las posibilidades
de analizabilidad de un sujeto, al menos en la infancia. De manera que, un paso previo para definir
el modelo de intervención, es ver si está operando o no la represión. A partir de eso, veo si también
está establecida la represión secundaria, en el sentido de que están instauradas ya las estructuras
del superyó.
Ustedes saben que hay una ecuación básica en psicoanálisis bastante elemental: a mayor
traumatismo y menor patología, mayor grado de salud, e inversamente proporcional, a menor
traumatismo y mayor grado de patología, mayor grado de enfermedad. Es decir que un
traumatismo puede ser muy severo en su significación para un sujeto, por su estructura y su
historia, y no para otro. Esto nos sirve para ir buscando, en el movimiento que vamos abriendo con
la historia, que es lo que va precipitando, lo que vamos encontrando en la situación de análisis. El
psicoanálisis de niños tiene siempre un tiempo marcado por los tiempos vitales.
Entonces, con estos elementos de las intersecciones entre la estructura del aparato, las relaciones
de la tópica intersubjetiva y la forma en que esto permite la correlación entre estructura, historia y
desencadenamiento síntoma, vamos a tratar de abordar lo que nosotros llamamos el nudo
patógeno, que será el lugar donde se plasma la trama que produce hoy este desencadenamiento
síntoma que encontramos.
Predominancias psicopatológicas.
Hoy dejare de lado las formas clásicas de las neurosis, no porque no sean fundamentales, sino
porque lo que me interesa es abordar este difícil punto de encontrarnos con un niño con una
predominancia de estructura psicótica o con una predominancia de estructura neurótica. Les decía
que el diagnostico nunca se puede pensar sino tomando una serie de índices, de manera que uno
puede tener presunciones diagnosticas sabiendo bastante psicopatología desde una primera
entrevista, pero recién con el tiempo y por apres-coup, uno entiende algunas cosas.
(CASO: niño de 9 años, lógica bizarra de la madre, diagnostico impreciso, uso del TAT, “su cabeza
se transforma en una piedra”)
Autismo y psicosis.
Ajuriaguerra plantea características de las psicosis infantiles definidas por un grupo de britanos en
1961. Voy a tratar de recordar todos los ítems pero me parece importante tener en cuenta que no
se puede definir, insisto, el diagnostico por un solo ítem, y además, aunque se encuentran todos,
hay que buscar y encontrar la causalidad:
- Alteración importante y prolongada de las relaciones emocionales con las personas.
- Desconocimiento manifiesto de su propia identidad, teniendo en cuenta la edad del sujeto.
- Preocupaciones patológicas por determinados objetos o algunas de sus características, sin
ninguna relación con su uso convencional.
- Resistencia intensa contra cualquier cambio del ambiente, con lucha para mantener o
reestablecer la constancia.
- Experiencia perceptiva anormal en ausencia de cualquier anormalidad orgánica
evidenciable.
- Ansiedad frecuente, aguda, excesiva y aparentemente ilógica.
- Perdida o falta de adquisición del leguaje.
- Fondo de retraso mental sobre el cual pueden aparecer fragmentos de funciones
intelectuales o de habilidad manual casi normales o incluso excepcionales.
- Conducta inapropiada frente a la realidad, retraimiento de tipo autístico o fragmentación del
campo de la realidad.
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- Las catexias cognitivas afectivas de la actividad pueden ser insuficientes o parcialmente
exageradas, demasiado focalizadas o esparcidas, producen conductas hiperrigidas.
La simbiosis regresiva y la psicosis simbiótica.
Quiero que trabajemos ahora algunas problemáticas teorico-clinicas respecto de la psicosis
simbiótica. La idea es tomar estos dos grandes cuadros de las psicosis infantiles que marcan dos
modelos no solo de la constitución del aparato psíquico, sino además, dos formas de abordar la
cuestión de la trasferencia o la no trasferencia en el trabajo con los niños, y también, las diferencias
con relación al pronóstico.
En 1930, Margaret Mahler comenzó a investigar casos de trastornos emocionales severos en niños
cuyo cuadro clínico no encajaba en las categorías nosológicas existentes.
Lo que Mahler propone como simbiosis es el efecto de una forma de simbolización del vínculo
interhumano, es decir, de la forma en que la madre coloca al hijo en tanto hijo. Las necesidades de
los orígenes son necesidades autoconservativas exclusivamente, no hay otras. El resto, que ella
llama “necesidades” y que nosotros podemos llamar “pulsiones o deseo” es el producto ya de la
humanización, de manera que no habría ninguna razón para pensar que hay una necesidad
biológica del compañero simbiótico en el sentido Amoros del término, si hay necesidades
autoconservativas. Partiendo de la necesaria simbiosis madre-hijo, divide la infancia en dos
periodos posibles para la estructuración de la psicosis: un primer periodo correspondiente al primer
año de vida y un segundo periodo de localización de la psicosis simbiótica, durante el cual la
incorporación de las características de la madre, hasta ahora narcisistica, ya no es sufriente para
actuar en contra de la predisposición abrumadora de angustia. Mahler llego entonces a la siguiente
conclusión: que es la separación emocional de la simbiosis con la madre lo que actuó como disparo
inmediato para desconectarse psicóticamente de la realidad. A partir de eso, intenta precisar las
diferencias entre el autismo infantil y el síndrome de las psicosis simbióticas que va descubriendo.
Y dice que la historia del desarrollo del niño predominantemente simbiótico muestra una
desigualdad de crecimiento y una vulnerabilidad sorprenden del yo ante cualquier frustración
menor, que en su anamnesis se encuentran evidencias de reacciones extremas a los pequeños
fracaso que ocurren normalmente en el periodo del ejercicio de las funciones yoicas parciales.
Marco aquí una diferencia fundamental, mientras que el niño autista con esas características
vegetalizadas parecería no sufrir estas situaciones; por el contrario, en la psicosis simbiótica, lo que
ella señala es que hay un desarrollo aparentemente normal hasta cierta etapa de la vida, hasta los
dos o tres años, y en determinado momento, se produce una fractura a partir de la cual entra en
una situación catastrófica que va a describir como psicosis simbiótica.
Clase 8 – La elaboración en un proceso grupal con niños (Punto: La atención individual.)
Al finalizar la etapa grupal, se realizó un relevamiento de aquellos niños que requerían atención
individual. El saldo fue de 42 niños, descartando de este relevamiento a aquellos que debían ser
derivados a instituciones que tomaran a cargo su atención. Cada niño conto con una cajita de
zapatos llena de pequeños juguetes de acuerdo a su edad. Desde un primer momento, nos
planteamos la realización de una experiencia que pudiera ser fácilmente trasladable a otras áreas
no solo del país, sino del continente, a otras situaciones catastróficas por las cuales hubieran de
atravesar niños de las más diversas regiones que, en su mayoría, no cuentan con recursos
económicos holgados.
Les voy a exponer algunos elementos del proceso de tratamiento individual que se llevó a cambio
con un niño severamente perturbado por los acontecimientos vividos en aquel momento.
- Horacio, de 5 años, pertenece a un grupo de niños que fue atendido en tiendas de
campaña, colocadas en la calle, para brindar asistencia médica y aprovisionamiento.
Durante las cuatro sesiones de Grupo Elaborativos que se llevaron a cabo, Horacio
permaneció en silencio y sin participar en modo alguno. Sin embargo, por su expresión y
formas de comunicación para verbales, se descartó la posibilidad de que estuviera afectado
por una psicosis, autismo o algún tipo de forma oligofrenizada de deterioro, debido a lo cual
decidimos iniciar un diagnostico individual con vistas a un posterior tratamiento.
- El menor de tres hermanos, hasta los cuatro años, momento en el que llego Daniel, su
hermanito menor. “Daniel es el más chiquito, solo tiene siete meses, pienso que la atención
más importante ahorita es para Daniel, para todos no tengo…” La frase ponía de relieve
algo que fue quedando cada vez más claro a lo largo el tratamiento: una simbiosis
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patológica se había constituido en los primeros años de vida del niño, simbiosis
bruscamente rota por la aparición del hermanito menor, dado que la madre solo podía
abocarse a un solo niño a la vez.
- “Que se caen las casas, sacan las casas para afuera, sacan la ropa, sacan los juegues,
saca, sacan, las casas se deshacen, quiebran las ventanas, sacan la comida”. La secuencia
pone de manifiesto que el retraimiento y mutismo que expresa al inicio de la entrevista es la
defensa con la cual contiene aquello que, posteriormente, se desborda como chorro
incontinente. La catarsis no es sino un momento que permite la emergencia, desordenada,
anárquica, de un conjunto de representaciones en las cuales la insistencia significante
subraya el modo en el cual lo anterior, enigmático, del derrumbe y la expulsión del seno
materno se anuda a la experiencia, a lo “histórico-vivencial” precipitado por el terremoto. Se
trataba de desactivar el núcleo patógeno, potencialmente constituido por el engarzamiento
de este acontecimiento en constelaciones representacionales previas y eventualmente en
latencia, presto a “desencadenar patología” en el momento en que acontecimientos
posteriores ingresaran de modo significante inundando a lo ya inscripto.
Freud, S. (1909). “Análisis de la fobia de un niño de cinco años” (El pequeño Hans). Tomo X (pp. 6
- 118). Obras completas. Buenos Aires. Madrid. Amorrortu Editores.
Freud, S. (1918 (1914)). “De la historia de una neurosis infantil” (El hombre de los lobos). Tomo
XVII. Obras completas. Buenos Aires. Madrid. Amorrortu Editores.
Freud, S. (1905 (1901)). “Fragmento de análisis de un caso de histeria” (Caso Dora). Tomo VII. (pp.
1 - 108). Obras completas. Buenos Aires. Madrid. Amorrortu Editores.
Klein, M. (1921). Capítulo VI “El desarrollo de un niño”. (Caso Fritz). En Psicoanálisis del
desarrollo temprano. (pp. 220 - 319). Argentina. Editorial Hormé.
Melanie Klein establece que es necesario dejar al niño adquirir tanta información sexual como exija
el desarrollo de su deseo de saber, despojando así a la sexualidad de su misterio y de gran parte
de su peligro. Esto asegurará que los deseos, pensamientos y sentimientos no sean en parte
reprimidos y en parte tolerados. Además, al impedir esta represión, depositaremos las bases para
la salud y el equilibrio mental. Otra ventaja es la influencia decisiva que tiene esto en el desarrollo
de la capacidad intelectual. Una respuesta franca a las preguntas de los niños influye
beneficiosamente en su desarrollo mental.
En cambio, el repudio y la negación de lo sexual son las causas principales del daño ocasionado al
impulso a conocer y ponen en marcha la represión.
Klein considera que ninguna crianza debe hacerse sin orientación analítica, ya que el análisis
provee una asistencia tan valiosa y, desde el punto de vista de la profilaxis, incalculable.
Establece qué ventajoso y necesario es introducir el análisis en la crianza, para preparar una
relación con el inconciente del niño. Considera que así podrán removerse fácilmente las
inhibiciones o rasgos neuróticos en cuanto empiezan a desarrollarse. Para ella no hay duda de que
el niño normal de 3 años, y probablemente un niño más chico, es ya intelectualmente capaz de
captar las explicaciones que se le dan. Incluso mejor que el niño mayor que ya está perturbado
afectivamente en esas cuestiones por una resistencia más enraizada.
Por último, considera que un niño psíquicamente fortificado por un análisis temprano, puede tolerar
con más facilidad y sin perjuicio los problemas inevitables.
Fritz era un niño de 5 años. El psicoanálisis se introdujo en su crianza pues este niño sufría de una
inhibición de juego acompañada de inhibición a escuchar o contar historias. Había también
creciente taciturnidad, hipercriticismo, ensimismamiento e insociabilidad. Su desarrollo mental
había sido normal pero lento. Recién empezó a hablar a los 2 años y tenía más de 3 años y medio
cuando se pudo expresar con fluidez. A pesar de esto, daba la impresión de ser un niño inteligente
y despierto.
Cuando tenía alrededor de 4 años y medio se inició un desarrollo mental más rápido y también un
impulso más poderoso a hacer preguntas. Aparecieron preguntas concernientes al nacimiento
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(¿dónde estaba yo antes de nacer?, ¿cómo se hace una persona?). Luego la necesidad de
formular preguntas no disminuyó pero tomó un camino algo diferente. A menudo Fritz volvió al
tema del nacimiento pero en una forma que demostraba que ya había incorporado este
conocimiento al conjunto de sus pensamientos.
En el caso de este niño con el que nunca se utilizaron amenazas y que mostraba con franqueza y
sin temor su placer en la masturbación, apareció sin embargo, un complejo de castración muy
marcado que se había desarrollado en parte sobre la base del complejo de Edipo.
Fue notable en Fritz cuánto se estimuló su interés general luego de satisfacerse parte de sus
preguntas inconcientes y cuánto decayó nuevamente su impulso a investigar porque habían
surgido más preguntas inconcientes que monopolizaban su interés. Esto pone en evidencia que la
influencia de los deseos e impulsos instintivos sólo puede debilitarse haciéndolos concientes.
Al traer a la conciencia los deseos incestuosos de Fritz, su apasionado apego por la madre se
advirtió en la vida cotidiana, pero no hizo ningún intento de sobrepasar los límites establecidos y se
comportó igual que cualquier niño afectuoso. Su relación con el padre se tornó excelente a pesar (o
a causa de) de su conciencia de sus deseos agresivos. Es decir, que también aquí se ve cómo es
más fácil controlar cualquier emoción que se está volviendo conciente, que una inconciente.
Simultáneamente con el reconocimiento de sus deseos incestuosos Fritz comenzó a hacer intentos
por liberarse de esta pasión y transferirla a objetos adecuados.
Kreisler, L., Fain, M. & Soule, M. (1977). (Caso Chloe). En El niño y su cuerpo. Buenos Aires.
Amorrortu Editores.
Chloe, una niña de 10 meses es internada con carácter de urgencia pues presenta un estado de
deshidratación aguda. Ha perdido 2kg en los últimos dos días, lo cual equivale a la cuarta parte de
su peso. Chloe nació a término después de un embarazo y un parto dificultosos pero desprovistos
de características patológicas.
La anorexia comenzó a manifestarse hacia los 5 meses y medio, mientras que la introducción de
un régimen alimentario diversificado databa de mucho tiempo antes. A los 8 meses, Chloe solo
aceptaba la leche. Simultáneamente aparecieron vómitos provocados en forma voluntaria. Se
resolvió confiar a la niña a una puericultora y evitar todo contacto con la madre. Chloe tenía 9
meses en este momento. No sabemos cómo se comportó la puericultora, pero oíamos gritar a la
niña en el momento de las comidas. El comportamiento de la niña se modificó tres días después:
se volvió triste, abatida, dejo de sonreír e incluso de llora. La anorexia era casi absoluta y se
acompañaba de vómitos.
Cuando Chloe ingreso en el hospital no aceptaba ningún tipo de alimento. La anorexia y los
vómitos comenzaron a ceder paulatinamente, pero la niña solo aceptaba que la alimentara su
enfermera favorita. En los primeros diez días, su estado mental se asemejaba al descrito por la
familia. Chloe se encontraba sumida en un estado de apatía e inercia, y carecía prácticamente de
expresividad gestual, pálida e indiferente, aprecia no ver ni oír. Su indiferencia y hostilidad
persistieron largo tiempo. Solo diez días después de su ingreso sonrió por primera vez y acepto un
juguete ofrecido por la enfermera. La mejoría prosiguió a partir de este momento, pero durante 12
días mas solo estableció una autentica relación con la enfermera que la atendía. La niña pudo ser
visitada al cabo de un mes y abandono el hospital al cabo de casi dos meses de internación.
Hemos pensado que sería más conveniente relatar dos entrevistas con la madre en vez de describí
su neurosis,
Primera entrevista.
La señora X se aboca a la tarea de describir en forma detallada y día por día la enfermedad de
Chloe. Inmediatamente después de quedar encinta, se sintió invadida por el temor angustiante de
dar a luz un niño anormal, y por esta razón evito tomar medicamentos. Sin embargo, debió ser
tratada con antibióticos en oportunidad de haber contraído una infección en los parpados, a partir
de este momento, su temor se convirtió en la convicción de que su hijo nacería con una
malformación. Desde el parto, tuvo la certeza de que su hija moriría. Ella percibía muy bien la
índole patológica de estas ideas. Esta mujer refinada e inteligente analiza en forma admirable su
estado, y lo vincula con las circunstancias traumatizantes que le toco vivir y que culminaron en una
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relación exageradamente estrecha con sus padres. Le resultó imposible abandonarlo un solo
minuto hasta la edad de 15 años.
Segunda entrevista.
Esta entrevista tuvo lugar el día siguiente de la primera visita que hizo a su hija, un mes después
de haber sido separada de ella. Describe de este modo su primera visita: “No eran su rostro ni su
voz, si la hubiera encontrado en la calle, no la habría reconocido. Tuve que analizar cada uno de
sus rasgos para reconocerla”.
Con respecto a la madre, tiene una neurosis fóbica aguda, similar a una neurosis traumática, que
evoluciono desde la infancia.
Este caso permite captar la diferencia existente entre la anorexia compleja y la anorexia común del
lactante, encontrada cotidianamente en la práctica.
Mannoni, M. (1967). Prefacio. Capítulo III “La psicoterapia de la psicosis”. Apéndice I “La
debilidad mental cuestionada”. En El niño, su enfermedad y los otros. (Pp. 7 - 24, pp. 103 -
128 y pp. 199 - 220). Buenos Aires. Editorial Nueva Visión.
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sujeto por su efecto traumático. El destino del psicótico no se fija tanto a partir de un
acontecimiento real perturbados, como a partir de la manera en que el sujeto fue excluido, por uno
u otro de los padres, de una posibilidad de entrada en una estructura triangular. Esto es lo que
destina al niño a seguir ocupando el puesto de un objeto parcial, sin poder llegar a asumir nunca
una identidad propia.
Cuando los padres se dirigen al analista por su niño enferme, al hablar de este indirectamente
hablan de sí mismos. Tenemos que prestar atención a dos variedades bien distintas e mensaje: 1)
el discurso que he denominado discurso cerrado, se trata de un relato pronunciado más bien
delante del analista que para el analista; 2) El discurso dramático, donde el analista es alcanzado
por el carácter inapelable de los sangrientos deseos parentales con respecto a su hijo.
Comenzar la cura de un niño psicótico significa entra en un drama a través de la interacción del
discurso de los padres y del discurso del niño. Esto presupone que el analista puede llegar a poner
en descubierto con cierta precisión la forma en el que niño y el progenitor se encuentran en
dificultades con respecto a su posición sobre el deseo.
Vimos que el destino del psicótico se fija a partir de la manera en que este es excluido, por uno u
otro de los padres, de una posibilidad de entrada en una situación triangular. Esto es lo que lo
destina a no poder asumir nunca ninguna identidad. Atrapado desde su nacimiento en medio de un
baño de palabras que lo inmovilizan reduciéndolo al estado de objeto parcial, para que pueda
entrar alguna vez como sujeto en la cura es necesario que el sistema del lenguaje dentro del cual
se encuentra atrapado sea ante todo modificado. Solo luego podrá el ser remodelado por el
lenguaje. En este estudio me ha guiado la importancia que confiero a la escucha de un solo
discurso: el del niño y el de su familia. El niño está atrapado en una palabra parental que lo aliena
como sujeto. Esta palabra parental alienante es uno de los aspectos de una simbolización falseada
a nivel del adulto. Cuando una palabra, a nivel del adulto, pueda liberarse del curso impersonal,
entonces se hará posible el nacimiento de una palabra diferente del adulto hacia el niño. Las
condiciones en las que se opera la cura para el niño se transforman a partir de allí.
Apéndice – La debilidad mental cuestionada.
Si se interroga el pasado se advierte que fue a los administradores y a los juristas a quienes la
sociedad encargo trazar el límite aceptable entre la razón y la sinrazón. Ya en el siglo XVII puede
advertirse una prefiguración de lo que más tarde se elaborara con el nombre de test de niveles. Se
destacan las diversas categorías de débiles mentales de acuerdo con la adaptación o el
rendimiento social. No importa tanto conocer al débil como asignarle un puesto jurídico, dentro de
una sociedad preocupada ante todo por salvaguardar los bienes de la familia.
La verdad de la locura, de la insuficiencia mental, es estudiada. A Tuke y a Pinel les debemos la
introducción del médico en el asilo, y esto se produce en el mismo momento en que esos
eminentes psiquiatras descubre el papel no-medido del médico y convierten a la relación médico-
enfermo en el soporte esencial de toda terapéutica. Pero, para que esta innovación adquiera un
sentido y llegue a ser efectiva habrá que esperar hasta Freud. El será quien nos permite, a través
del sinsentido, volver a conectarnos con el sentido. Como clínico esta Freud abierto para todos los
descubrimientos: desconfía del espíritu clasificatorio y se pone a escuchar el sufrimiento que habla
en su enfermo sin que este lo sepa. No se sitúa ante la verdad de la locura, sino frente a un ser de
palabra que posee una verdad que le esta oculta, que le es escamoteada, o que ya no le
pertenece. De este modo, se abrió una época nueva para la psiquiatría y el papel de los
psicoanalistas debería ser ante todo el no dejar que esa apertura se vuelva a cerrar.
Los obstáculos que falsean la comunicación entre el hombre normal y el débil parecen ser los
mismos que aquellos que en el curso de la historia imposibilitaron que se abordará la psicosis. La
negación, el rechazo, y luego la objetivación del local como materia de estudio científico, son el
resultado del no reconocimiento del llamado hombre normal no solo de su propio miedo, sino
también de sus fantasías sádicas y los mitos que poblaron su infancia.
Lo que todavía nos perjudica, tanto en pedagogía como en psicoanálisis, es el predominio de la
teoría del desarrollo. Estas no tienen en cuenta la historia del sujeto salvo en la medida en que ella
viene a favorecer o a impedir una “maduración”. Entonces se establece un paralelo entre el
desarrollo del cuerpo y el desarrollo mental, paralelo muy discutible porque el psicoanálisis nos
muestra cada vez mejor hasta qué punto lo que cuenta en un sujeto no es lo que se le da en el
nivel de las necesidades sino la palabra que lo remite al campo del Otro sin el cual todo el estudio
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del atrasado queda reducido a una descripción dentro de una perspectiva puramente estática y que
desalienta de antemano toda idea de progreso.
La experiencia de Itard es la ilustración misma de lo que todavía nos ocurre hoy ante el problema
del atraso mental. El pedagogo trata de imponerle al débil su propia concepción del mundo. El
psicoanalista todavía oscila entre la curiosidad intelectual y el rechazo del sujeto débil, de ese
sujeto, no dice, que no es interesante por causa de la misma pobreza de su lenguaje.
Víctor es tomado como objeto de cuidados y de curiosidad, para convertirse luego en el objeto de
medidas reeducativas y precisamente aquí es donde se insertara cierto malentendido básico. Víctor
todavía no está en condiciones de articular una demanda y finalmente se estado es “soportado”,
volviendo a encontrar en el caso del atraso el esquema mismo de un cierto tipo de relación madre-
hijo. A partir de este fracaso de una relación humana correcta, Itard habrá de innovar en los
sistemas de reeducación: como en el curso de los siglos anteriores, la teoría tiene por misión
tranquilizar la inquietud suscitada por la impotencia del adulto.
En el enfoque del problema del atraso mental, el psicoanálisis, sin negar el papel del factor
orgánico en muchos casos, no lo selecciona como una explicación radical. Todo ser disminuido es
considerado en principio como un sujeto hablante. Este sujeto no es el de la necesidad ni tampoco
el del comportamiento, y ni siquiera es el del conocimiento. Es un sujeto que por su palabra dirige
un llamado, trata de hacerse oír, y en cierto modo se constituye en su relación con el Otro.
En el niño atrasado, como en el psicótico, se requieren condiciones técnicas precisas para que ese
discurso aparezca en la cura. En efecto, se crea un tipo de relación con la madre tan peculiar, que
uno no puede ser escuchado sin la otra.
Sin saberlo, el sujeto nos confía en su discurso una forma peculiar de relación con la madre (o con
su sustituto). Su enfermedad constituye el lugar mismo de la angustia materna, una angustia
privilegiada que por lo general obstaculiza la evolución edipica normal.
Durante la cura, sucede que el analista se ve llevado a explicitarles al niño las dificultades de sus
padres respecto a sus propios antecesores. Introduce una dimensión que le permite al niño situarse
como el eslabón de una cadena en función de un devenir. El sujeto toma conciencia de que esta
inscripto dentro de una descendencia, a partir de esa ordenación de cada uno dentro de su historia.
Sus puntos de referencia ya no son sus padres reales, sino que está a la búsqueda de un ideal
parental en sí.
Mannoni, M. (1964). Capítulo I “El trastorno orgánico”. Capítulo II “La insuficiencia mental”.
El niño retardado y su madre. (pp. 19 - 25, pp. 26 - 46). Buenos Aires. Editorial Paidós.
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Mi investigación, en todos los casos, rechaza ser congelada como definitiva. No se trata de mí, de
hallar una causa nueva del retardo ni menos de establecer un mejor diagnóstico. Me esfuerzo, muy
simplemente, por ir mas allá de un rotulo que ha sido el punto de partida de la cristalización de una
angustia familiar. El problema que me planteo no es el de si es débil o no. Antes bien, este
problema sería del orden siguiente: ¿Qué hay de perturbado en el nivel del lenguaje que se
expresa por un camino extraviado, inmovilizando al sujeto en el estatuto social que se le ha
adjudicado, fijando a la madre en el rol que ella misma se ha asignado?.
La debilidad mental, cualquiera sea el origen que se le atribuya, es concebida en general como un
déficit de la capacidad del sujeto. Lo test son considerados como medida de la capacidad restante
y como indicaciones de un síntoma. La debilidad mental concebida como déficit de la capacidad,
aísla al sujeto en su defecto. Al buscar para la debilidad una causa definida, se niega que pueda
tener un sentido, es decir, una historia, o que pueda corresponder a una situación. Por eso, el
estudio del débil mental, como el del psicótico, no se limita al sujeto, sino que comienza por la
familia.
Mannoni, M. (1965). Prefacio. Capítulo 1 Punto I “La situación”. Capítulo 2 Punto I “El sentido
del síntoma”. En La primera entrevista con el psicoanalista. (pp. 9 - 40, pp. 45 - 59 y pp. 93 -
100). Barcelona. Editorial Gedisa.
¿Por qué muchos niños/niñas que presentaron una organización psíquica cuya problemática fue
considerada grave, logran defensas y formulaciones identificatorias que organizan su novela
familiar? ¿Cómo es que el advenimiento adolescente, en el curso del trabajo analítico, puede
conseguir “figuras identificatorias” que le faciliten la construcción de una historia y participen en “el
encuentro de sentido en su biografía”? Este es un interrogante que nos envía a los fundamentos
teóricos que explican el fenómeno puberal-adolescente, es decir, la posibilidad de concebir una
propuesta metapsicológica de las formaciones patológicas.
Todas las propuestas teóricas posibilitaran alguna aproximación a la explicación del psiquismo y
sus posibles psicopatológicos, desde la interacción, en las novelas encontramos la creación
literaria, que enriquece y confirma esas teorías.
En la práctica con niños y adolescentes son las problemáticas severas las que nos remiten a
revisar las opciones teóricas que las explican. Una teoría que fundamente los primeros tiempos de
la vida psíquica conseguirá ubicar los tiempos cronológicos y los tiempos lógicos en un modelo que
apoye la investigación clínica.
Desde esta posición trabajamos con los fundamentos que ofrece la propuesta de Piera Aulagnier.
Esta autora explica que fue el discurso psicótico lo que le exigió pensar en una metapsicología que
pudiera dar cuenta de éste, y a partir de ahí elaboro aportes teóricos para el conocimiento de la
organización de los procesos psíquicos desde los orígenes, y un modelo de los cuadros que
conforman la psicopatología. Con relación a la psicopatología dice Aulagnier “el concepto de
potencialidad engloba los posibles del funcionamiento del Yo y de sus posiciones identificatorias,
una vez concluida la infancia”. Y en referencia a la “psicopatología” infantil sostiene: “Lo que
sucede en ese tiempo infantil en que se decide no el devenir del Yo, siempre dependiente de los
encuentros conflictuales que los toros y la realidad le lleguen a imponer, sino de los “posibles” que
tiene a su disposición para afrontar superar el conflicto.
Hasta aquí una breve presentación de nociones tales como discurso psicótico y potencialidad, que
son “organizadoras” del pensamiento teórico para la clínica. Veamos cómo logra su posición
identificatoria una vez concluida la infancia el sujeto que ha tenido que soportar el exceso de
violencia que inundo su psique de odio y sufrimiento, y a pesar de todo esto logro defensas para
sobrevivir.
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El pensamiento “delirante primario” es la interpretación que el sujeto producirá en respuesta al
exceso de violencia provocado por el portavoz, y con frecuencia por la pareja parental.
Encontramos así un tipo de organización en la psique, la “potencialidad psicótica”.
El trabajo con niños y adolescentes da lugar a la observación e inferencia de las actividades
psíquicas primerísimas. En estos primeros tiempos de la vida el infante realiza una intensa
actividad de investigación. Una de las preocupaciones que lo lleva a formular teorías explicativas,
es la referida a “sus orígenes”, en particular “si fue deseado en los orígenes”.
Si no hay un primer enunciado en el discurso externo a la psique que explique el origen de su
historia, o si el enunciado resulta inaceptable, el yo se encuentra en estado de riesgo, en peligro
constante.
La “novela familiar” realizara una tarea de recuperación con una nueva apuesta en sentido del
trabajo de investigación iniciado en épocas pretéritas. La novela orienta al joven adolescente en la
actividad de historiados para conocer su propia historia, labora que se inició en los tiempos de la
“duda”. Este derecho a la duda lo lleva a cuestionar las afirmaciones realidad de sus padres,
incluida la legitimidad de sus orígenes.
Caso El trabajo terapéutico tuvo continuidad con el paciente y siempre fue provisorio con los
padres: resultaba necesario actualizar el contrato periódicamente. En el tiempo trascurrido, primero
se pudo conocer el odio en el ejercicio de la pulsión de muerte hecho efectivo sobre el hijo.
Pasados varios años la madre comenzó a manifestar la función en el odio que sostenía a la pareja.
En esa época se confino la condición “de por tesis de la vida materna” por parte del hijo y también
el significado del fracaso de la represión materna, donde la locura y el sufrimiento del hijo hacían
de argamasa al encuentro parental. Fracaso de la represión en la organización psíquica de la
madre que es taponada con la psicosis del hijo: el hijo resulta prótesis de la psique materna. El
paciente M. no delira (por el momento) pero su búsqueda de sentido en los orígenes lo lleva a
encontrar a la figura identificatoria que es modelo de su sufrimiento en Frankenstein.
Organización Mundial de la Salud. (1999). “Alivio del dolor y tratamiento paliativo en el cáncer
infantil”. Ginebra.
Punto 22 “El concepto de trauma en relación con el desarrollo del individuo dentro de la familia”.
El vasto campo que abarca el término "la familia" ha sido estudiado de muchas maneras. Aquí
intentaremos relacionar la función de la familia con la idea de trauma, lo cual implica estudiar el
trauma como concepto de la metapsicología. El nexo entre ambas ideas es que la familia brinda al
niño en crecimiento una protección contra el trauma. Primero abordaré el problema del trauma
desde el ángulo clínico, y luego examinaré brevemente la teoría del trauma.
Un trauma que afectó a una paciente Intervine en el análisis y manejo del caso de una niña que se
acercaba a la pubertad, y que padecía una incapacidad física entretejida con su perturbación
emocional. Tuve la fortuna de que esta niña estuviese bajo una buena atención pediátrica durante
el período en que se necesitó un tratamiento paralelo de carácter físico. Pude mantener contacto
estrecho con ella mientras estuvo internada en el hospital. A raíz de la particular situación en que
me encontraba, fui informado por la niña de que un perverso estaba visitando la sala de niños,
pese al cuidado habitual que se pone en un buen hospital infantil. Me resultó difícil creerlo, y al
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principio tendí a compartir la sospecha de la propia niña en el sentido de que había tenido
alucinaciones. Sin embargo, comuniqué de inmediato lo que ella me había contado, y a la postre
quedó en claro que todo lo que me había contado había sucedido realmente. Naturalmente, quise
que la niña volviera a su casa, pues, como de pronto se tornó obvio, la familia y el hogar de un niño
son los que mejor pueden protegerlo de un trauma. Ahora bien, la propia niña no estaba en
condiciones de considerar la posibilidad ya sea de ser trasladada al hogar o a otro hospital de las
cercanías. De hecho, lo único que estaba a mi alcance era primero recuperarme del trauma yo
mismo y luego dejar que el hospital se hiciera cargo del problema a su modo. Una vez establecidos
los hechos, el hospital pronto tomó medidas y se restableció el sentimiento de seguridad.
La idea de trauma implica tomar en cuenta factores externos; en otras palabras, corresponde a la
dependencia. El trauma es una falla relativa a la dependencia. Es aquello que quiebra la
idealización de un objeto por el odio de un individuo, reactivo frente a la falla de ese objeto en lo
que atañe a cumplir su función. Por lo tanto, el significado de un trauma varía según la etapa de
desarrollo emocional del niño. Así tenemos:
A. Al principio el trauma implica un derrumbe en el ámbito de confiabilidad del "ambiente previsible
promedio", en la etapa de dependencia casi absoluta. Dicho derrumbe se manifiesta en una falla, o
falla relativa, en la instauración de la estructura de la personalidad y de la organización yoica.
B. La desadaptación es la segunda parte de la función materna, siendo la primera la de dar al niño
la oportunidad de una experiencia de omnipotencia. Normalmente, la adaptación de la madre
resulta en una falla adaptativa gradual, y esto desemboca en la función familiar de introducir
gradualmente el principio de realidad para el niño. Así pues, un estudio del trauma exige al
investigador estudiar la historia natural del ambiente con respecto al individuo en desarrollo. El
ambiente es adaptativo y luego desadaptativo; el tránsito de la adaptación a la desadaptación se
vincula íntimamente con la maduración de cada individuo, y, por ende, con el paulatino desarrollo
en el individuo de los complejos mecanismos psíquicos que le posibilitan, a la larga, pasar de la
dependencia a la independencia. Hay, pues, un aspecto normal del trauma. La madre está siempre
"traumatizando" dentro de un marco de adaptación, y así el bebé pasa de la dependencia absoluta
a la dependencia relativa.
C. En su acepción más popular, el término "trauma" implica el derrumbe de la fe: el bebé o niño ha
construido una capacidad de "creer en algo", y ocurre que la provisión ambiental primero se amolda
a esto y luego falla. De este modo, el ambiente lo persigue, al penetrar en sus defensas. El odio
reactivo del bebé o niño quiebra el objeto idealizado, y es dable que esto sea experienciado como
un delirio de ser perseguido por los objetos buenos. Si la reacción es de rabia o de odio
apropiados, el término trauma no corresponde. En otras palabras, cuando hay una rabia apropiada
la falla ambiental no ha sobrepasado la capacidad del individuo de habérselas con su reacción.
D. Cuanto mayor sea la integración alcanzada por el niño, más gravemente puede ser herido por
un trauma
E. En definitiva, el trauma es la destrucción de la pureza de la experiencia individual a raíz de la
intrusión de un hecho real demasiado súbito e impredecible, y del odio que genera en el individuo,
odio hacia el objeto bueno, que no se experiencia como odio sino, en forma delirante; como ser
odiado.
Punto 25 “Comentario sobre neurosis obsesiva y Frankie”.
En el debate hice dos comentarios separados, uno vinculado con la naturaleza de la neurosis
obsesiva y el otro con el caso que se discute. Con referencia a la teoría de la neurosis obsesiva,
traté de formular un concepto acerca del funcionamiento intelectual escindido, que a mi juicio
constituye un rasgo esencial de un caso cabal de neurosis obsesiva. Los conflictos pertenecientes
a la personalidad se han localizado en este caso en un ámbito intelectual escindido. Como
consecuencia de dicha-escisión, los empeños y actividades del neurótico obsesivo jamás pueden
llevar a ningún resultado. Lo mejor que puede pasar es que, por un tiempo, el obsesivo establezca
una suerte de orden en lugar de la idea de la confusión. Esta es una alternancia interminable, y
debe contrastársela con la tentativa universal de los seres humanos por ordenar las cosas de modo
tal de experienciar algún tipo de estructuración de su personalidad o de la sociedad como defensa
frente a la experiencia del caos.
Frankie comenzó su primera sesión construyendo un hospital que se dividía en un "departamento
de señoras", un "departamento de bebés" y un "departamento de hombres". En el vestíbulo, había
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un chico solitario de 4 años, sentado totalmente solo en una silla situada en posición elevada. Los
pormenores ulteriores de este juego mostraron que ése era el sitio donde nacían los niños, y según
nos informa la analista de Frankie, el juego se repitió en su análisis durante muchas semanas.
Manifestó que esto "trasuntaba la intensidad de la furia del chico contra su madre y su hermana".
Sin duda alguna, el material justificaba esta presunción y las interpretaciones consecuentes. El
detalle que yo escogí para discutir es que al principio el chico estuviese "sentado totalmente solo
en una silla situada en posición elevada". Pensé que podía dársele a este detalle la máxima
significación posible, dado que fue lo que el niño llevó al análisis a la edad de 5 años y medio. En
una atmósfera en la que había madres y bebés, si bien separó a los recién nacidos de sus madres,
estaba presente la idea de que las madres (y también los padres) se preocupaban como seres
humanos por los bebés. Evidentemente, Frankie quería dejar en claro que, desde su punto de
vista, él estaba sentado en una silla situada en una posición elevada; en otros términos, era
sostenido por una cosa, por un artefacto o como quieran llamarlo. Esta cosa es una función
escindida de la madre, que no forma parte de la actitud de ésta. Llamé la atención sobre el hecho
de que este detalle pudiera tener gran significación en este caso, siendo posiblemente, más que
ninguna otra cosa, lo que el chico quería transmitir a su analista. Hay material que viene en apoyo
de esta idea, ya que la analista escribe que el nacimiento de Frankie había sido planeado, el
embarazo transcurrió sin sobresaltos y ella (la madre) se sentía feliz y contenta en espera de que
llegara su primer bebé. El parto fue normal, el niño nació sano, no obstante lo cual desde el primer
momento que ella lo tuvo entre sus brazos, se sintió enajenada respecto de él. El llanto del
pequeño le produjo el sentimiento de lo siniestro. Muy distintos fueron sus sentimientos respecto de
su segunda hija.
Fui más allá aún, y sostuve que si bien en estos análisis se había hecho un muy buen trabajo, la
cura de este hombre no sobrevendría si no se atendía a ese primer detalle de su análisis a los 5
años y medio, y si no se llegaba, dentro del encuadre de la transferencia, a su desvalimiento al
verse cuidado por una función materna escindida en lugar de serlo por una madre. En la historia de
todo bebé, tiene que llegar un momento en el cual, desde su punto de vista, surge la idea de un
reconocimiento de la madre que provee. Como es natural, si hay una escisión ambiental, o sea, si
las necesidades propias de la crianza son atendidas por una madre y por algún artificio mecánico,
la tarea inherente al bebé de reconocer que los detalles de su cuidado son expresión del amor de
una persona no sólo se vuelve más difícil, sino de hecho imposible. De un modo u otro, el analista
tiene en la transferencia la pesadísima tarea de corregir la escisión ambiental que; en la etiología
del caso, tornó imposible la síntesis para el bebé. Admito que al criticar así estos dos análisis, estoy
tratando de usar de manera efectiva el riquísimo material proporcionado por los dos analistas, con
la intención de formular una, sugerencia que pudiera ser constructiva, ya sea en este caso o en
otro similar.
La "pubertad" designa una etapa del proceso de maduración física. La adolescencia es la etapa de
transición hacia la adultez merced al crecimiento emocional. Es común que varones y mujeres
pasen por el desarrollo puberal sin experienciar la adolescencia y sin arribar a la madurez
emocional que constituye la mejor parte del estado adulto.
La adolescencia abarca un período durante el cual el individuo es un agente pasivo de los procesos
de crecimiento. La fase de desaliento malhumorado de la adolescencia, muestra que no hay
solución inmediata para ningún problema. La única cura es el paso del tiempo, al final de los cuales
el adolescente se transforma en un adulto, se vuelve capaz de identificarse con las figuras
parentales y con la sociedad sin adoptar soluciones falsas. Los adolescentes aborrecen la solución
falsa, esto hace que tratar con ellos se vuelva molesto; esta molestia está justificada aunque la
sociedad no lo admita.
Jane, de 17 años, me fue derivada por su médico, quien me escribió: “Jane ha constituido siempre
un gran problema, aunque para mí es una persona encantadora e inteligente. Parece que hubo
algún trastorno sobre el cual no se me dijo nada, que fue el comienzo de sus dificultades. Jane se
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ha apartado de todas las relaciones familiares. Padece un intenso rechazo hacia su hermana y
está celosa de ésta, que es la más graciosa y exitosa de las dos. Hay una historia familiar de
enfermedad mental e inestabilidad”.
Opino que la única manera adecuada de reunir la historia de un caso es tomarla del paciente tal
como éste la presenta, una vez que uno ya ha resuelto quién es la persona enferma en el grupo.
La vi primero a Jane y luego ajusté relación con los padres por teléfono y carta.
No hay nada más difícil que decidir si la persona que uno está atendiendo es un chico o chica sano
con las congojas propias de la adolescencia, o alguien que está enfermo en la edad de la pubertad.
Primera consulta
Jane entró y nos sentamos junto a la mesa. Su padre era profesor de física en un colegio técnico y
su madre tenía un empleo; tenía una hermana 14 meses mayor que ella, "fui criada en un grupo
instruido".
En esta primera entrevista uno de inmediato recibía la impresión de una personalidad fuerte e
inteligente, de alguien que era capaz de cuidarse solo.
Su manera de actuar tenía mucho de dramatización. La segunda vez que vino estaba deprimida, y
no lo ocultó. En la cuarta entrevista, seis meses más tarde, se había convertido en una adolescente
muy espontánea, vestía jeans apretados y llevaba el pelo peinado de cualquier modo. Ya no había
dramatización ni malhumor. Hace poco concurrió por quinta vez, y por la pollera y el saco que
llevaba veía que la adultez avanzaba en ella.
Una buena entrevista se desarrolla con su propio ritmo. Debo ser yo mismo, estar vivo y despierto,
pero si las cosas van a mi ritmo no seré un buen entrevistador, interferiré el proceso. Es axiomático
que si un niño, adolescente o adulto sufre, algo de su sufrimiento aparecerá en la entrevista si le
suministren condiciones que puedan dar lugar a la comprensión.
Jane describió cómo era su casa y esto la llevó a contarme que sus padres no se llevaban bien y
vivían en lugares separados. Sobre su madre dijo: "Es inteligente, más profunda que yo; que todos
nosotros". (Pausa.) "En la actualidad, estoy libre de la influencia de mi hermana, así lo espero, pero
ha sido una lucha. Todo el mundo admite que mi hermana es celosa. Ahora se fue a vivir a otra
ciudad. Tiene problemas, y es probable que se case con alguien que no sea la persona adecuada"
(más adelante ella da una versión distinta). Le pregunté: "¿Cómo te sentirías si vinieras aquí por tu
propia voluntad? ¿Qué me preguntarías, para qué me usarías?". Quería asegurarme de que no
venía por obligación. Ella respondió: "¡vengo por mi propia voluntad! No se trata de que sea una
persona perturbada, pero mamá se preocupa. Tenemos trifulcas cuando mi hermana está en casa.
Hace poco mi hermana se hartó de mi madre y se negó a seguir mezclándose en esto; entonces yo
me replegué, corté con todos ellos". Continuó: "Por supuesto, yo siempre agrego melodrama y
mentiras a todo, ¿no? A mamá le llueven problemas; yo la quiero mucho a mi hermana, pero sólo
tiene 14 meses más que yo y ése es en gran parte el problema, siempre competimos como si
estuviéramos en el mismo nivel. Pero ahora ella y yo estamos separadas. Gracias a Dios, me he
separado de mi hermana. Ella es una persona efusiva, yo no. A ella no le gustan los secretos. La
gente piensa que soy excéntrica y que no conozco las convenciones sociales; papá es bastante
convencional".
Aquí tenemos un panorama general de la situación hogareña con una referencia específica al
problema. Hacia el final de la segunda entrevista, este tema tuvo un desarrollo.
La indagué sobre el padre y la madre: "No se llevan bien. Nunca fueron felices juntos; papá está
siempre afuera, trabajando, encerrado en su mundo. Hubo una época, cuando yo tenía 14 y mi
hermana 15, en la que ambas estábamos celosas respecto de mamá. Pero aparte de esa breve
época nunca tuve, hacia mamá u otra persona, la clase de sentimientos que la ponen a una celosa.
Mi hermana es celosa por naturaleza. En cierto sentido, se la cedí a papá; ella puede confiarle
cosas sobre cuestiones sexuales como yo no podría hacer jamás". "Cuando éramos niñas no
sabíamos que papá y mamá estaban peleados, hubo una observación mía cuando era chica que
indica que debía estar al tanto; fue cuando tenía 9 años: mi hermana le hizo una pregunta a mamá
sobre la relación entre ella y papá, y recuerdo que yo salté ¡No, no le cuentes!'. Estaba
desesperada porque sabía que mamá iba a tener que decir cosas no muy buenas sobre ella y
papá”.
"Estoy contenta de estar viva. Soy un poco escéptica en mi modo de encarar la vida. Mi hermana y
yo siempre conocimos las cosas de la vida. En la escuela me fue bien hasta los seis años, y
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después concurría una escuela en la que de veras fui feliz; todavía le tengo cariño, pero me harté.
Me volví infeliz aunque era básicamente feliz, como lo soy siempre. "A la larga la escuela se
convirtió en algo fastidioso y empecé a ir a un instituto para rendir exámenes. Allí encontré una
atmósfera más relajada. Lo grande es que este instituto es para ambos sexos, y que el 50% de los
alumnos son extranjeros. Cada cual es responsable de sí mismo en esa escuela. Algunas chicas
no saben qué hacer con esa emancipación, pero a mí me viene bien. Tal vez sea perezosa, no me
gusta trabajar demasiado. Me atrae la idea de trabajar, y hay épocas en que trabajo duro. Tengo
amigas y amigos, y en cierto sentido caigo bien. Mi hermana, nunca fue popular. Esto siempre nos
diferenció. Ella pasa enseguida a las relaciones sentimentales, no tenía amistades, cuando
descubrió la heterosexualidad, se le metió que ella era atractiva y ¡adelante! Ahora está
comprometida, y es probable que se case. Puede ser que ese hombre no sea inadecuado para
ella, pero es extranjero."
Por el tono pareció insinuar que lo extranjero se vinculaba para ella con la transgresión. Para el
inconsciente, "extranjero" significa incesto y, al mismo tiempo, lo opuesto, exogamia.
"Siempre he sido popular. Lo que me preocupa es que no tengo patrones morales reales. No me
doy cuenta si esto o aquello está mal. Le explico: tengo una amiga que es muy feliz en su casa, a
diferencia de mí, y se vio envuelta con un extranjero que es un tipo muy dulce pero que avanza
demasiado rápido, y ella lo tuvo que frenar; le dijo: Bueno, no sé, esto para mamá sería como
romperle el corazón. Debe ser maravilloso contar con alguien como eso... alguien que le diga a una
dónde está parada... ¿Sabe?, yo a mi madre la quiero, pero no deseo tener ninguna intimidad con
ella, ningún metejón emocional. Por eso me hubiera gustado tener algún hermano mayor que
pudiera ser mi madre, sin ser mi madre; que me brindase su hombro para llorar; jamás lloraría
sobre el hombro de mi madre, ¿se da cuenta? Me gusta realmente la gente como mamá, pero no
quiero verme envuelta en ningún enredo emocional. Ahí la tiene a mi hermana, sintiéndose
terriblemente culpable. Yo no me siento culpable de nada. Mi hermana dice: `Mamá no comprende'.
Mi madre no siente mi hostilidad porque se amolda a mis necesidades."
Jane prosiguió hablando de sí misma y comentando que no podía ser efusiva, y que de veras
quería a su madre: "Mire... yo estoy tratando de ser una persona individual, de establecer mi propia
identidad; y si estoy en ésas, no puedo hacerme cargo de las preocupaciones de mamá. Mamá se
la pasa llorando todo el tiempo, aunque en realidad es una persona que se controla mucho. Jamás
me metería a mí sus preocupaciones; pero aunque a mí me sería fácil hacerme cargo de ellas, no
lo hago. Hoy parezco estar todo el tiempo cansada."
A medida que avanzaba esta entrevista se fue haciendo patente la significación del conflicto con la
madre.
Hablamos de los sueños y la imaginación, y me confesó con ansiedad que de niña jugaba con la
hermana. Me dijo: "Mi hermana y yo éramos cada una la catalizadora de la otra. Jugábamos juntas
con toda clase de cosas, compartíamos mundos propios, y todo esto era una maravillosa
experiencia imaginativa. Lo espantoso fue que terminara. Terminó cuando yo tenía 13 años; el
motivo real fue que nos mudamos de la casa donde vivíamos, que es ahora donde vive mi padre.
Todos esos juegos estaban íntimamente ligados a esa casa, después no los pudimos retomar en
ningún sitio". Siguió hablando de "la gloriosa falta de responsabilidad de la niñez". Dijo que "cuando
uno ve un gato, uno es el gato: es un sujeto, no un objeto".
Le acoté: "Es como si uno estuviera viviendo en un mundo de objetos subjetivos".
"¡Esa es una buena manera de expresarlo!", respondió ella. "Por eso escribo poesía. Esa clase de
cosas son el fundamento de la poesía. Por supuesto es sólo una vana teoría mía, pero así me
parece que es, y ello explica por qué los hombres escriben más poesía que las chicas. Las chicas
están tan atrapadas en cuidar niños que les pasan su vida imaginativa y su irresponsabilidad a los
bebés. Antes yo llevaba un diario íntimo, pero ahora las cosas que siento las escribo en poemas;
algo cristaliza".
Comparamos esto con las autobiografías, que, según ella, correspondían a una edad posterior.
Dijo: "Hay una afinidad entre la vejez y la niñez (me lanzó una mirada penetrante) No le muestro
mis poemas a nadie. No me interesa saber si son realmente buenos o no, o sea, si los demás los
considerarán buenos".
Le pregunté por sus sueños, y nos llevó al tema de los sueños diurnos y a su apartamiento del
mundo. Había mucho de cierto en eso, ahora ella se apartaba sola, no jugando con su hermana.
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"Después de aprobar los exámenes fui a una escuela de arte, pero desperdicié la oportunidad.
Tengo habilidad para dibujar y podría haberlo hecho mejor, pero no lo hice. A veces, en las figuras
que dibujo uno puede ver, por la posición que adoptan, que son de una persona deprimida. Tal vez
la haga como si la figura representase a otro, pero en realidad soy yo misma. Lo gracioso es que
en mí, por deprimida que esté, hay siempre presente una joie de vivre. Parece haber recursos
internos, así que yo nunca tengo que hacer las cosas; otros tienen que hacer esto o lo de más allá,
pero no es mi caso. Por otro lado, tengo aspectos que le hacen pensar a la gente que soy
excéntrica; no me callo nada, como si necesitara ser espontánea. No soy excéntrica, pero la gente
piensa que soy rara."
Le inquirí sobre el tema de tener una fachada, lo retomó diciendo: "En realidad soy muy
introspectiva. Vivo en un nivel subterráneo. Es como si sólo me diera cuenta de que los demás
existen cuando estoy con ellos. He conocido cinco o seis personas en mi vida que han tenido un
efecto sobre mí, estando en la misma habitación que ellas me di cuenta de que son ajenas a lo que
pasa. Una era una tía que se volvió esquizofrénica y suicida; ella me enseñó que soy muy sensible
a algo que tiene la gente, y que se vincula con la locura. Lo cierto es que lo que está por debajo de
la superficie yo lo siento más que lo que está en la superficie. Como ve, voy con las fachadas. El
resultado es que con los muchachos salto de una cama a la otra, pero no la voy con una barrera o
fachada. No me parece vulgar andar de una cama a la otra con los muchachos. Simplemente no
siento que haya bajeza o degradación. No hay engaño, hipocresía. Pero por otra parte digo
mentiras, y no sé por qué:"
En este punto se detuvo y me preguntó: "puedo sentirme segura, ¿no? ¿No le contará esto a mi
madre?"
Yo contesté: "Sí, soy un objeto subjetivo; no corres más peligro que si estuvieses hablando contigo
misma". Lo aceptó. Continué tomando notas.
Jane me estaba describiendo un cuadro de afinidad con cada una de las anormalidades
psiquiátricas. Sabía de la melancolía, estaba consustanciada con la esquizofrenia, y jugaba con
todas las defensas esquizoides, como la despersonalización, la desrealización, la escisión;
aceptaba que existía una división entre un self verdadero y otro falso, y tenía trastornos del
pensamiento. Había problemas en el área intermedia de los fenómenos transicionales, el lugar
donde salta la chispa en los momentos de intimidad entre las personas. Estaba familiarizada con la
sospecha y las tendencias paranoides. En la esfera psiconeurótica, estaba en contacto con la
homosexualidad (tal como aparecería luego), y ahora me pasó a mostrar su tendencia antisocial
vinculada a la deprivación.
Le pregunté si alguna vez había robado algo, y contestó: "Bueno, una sola vez, cuando tenía 7
años, hubo un período en que constantemente me la pasaba tomando peniques o monedas,
cualquier cosa de ese tipo que estuviera dando vueltas por la casa. Siempre me sentí culpable por
ello, y nunca se lo conté a nadie. En realidad fue una tontería."
Aquí le hice una interpretación. Le mencioné la dificultad que representaba que ella no supiera en
realidad por qué motivo había robado esos peniques; ella estaba sometida a una compulsión. Esto
le interesó vivamente. Dijo: "Sé que los chicos roban cuando se los ha privado de tal cosa o tal otra,
pero nunca se me ocurrió pensar que, por supuesto, el problema es que yo tenía que robar y no
sabía por qué, y lo mismo con las mentiras." Jane leyó toda la bibliografía y sabe todo lo que
corresponde a su edad, pero lo sabe con el intelecto. "Engañar a la gente es fácil, ¿me entiende?, y
yo soy una actriz perfecta. El asunto es que a menudo esos engaños son compulsivos y sin
sentido.
Hizo una pausa: "Lo que en realidad me preocupa de mí misma es no haber encontrado un alma
gemela. No puedo simular que hay en nadie, en ninguna cosa o situación, más de lo que hay. Me
gusta el sexo como a cualquier chica, pero en mi caso es diferente, porque tengo que conseguirme
un muchacho que a la relación sexual no le agregue nada. Debe quedar perfectamente
comprendido que en unos días va a terminar todo. Esto elimina a cualquier pretendiente adecuado
para el matrimonio. No parece haber forma de asegurarse de ningún muchacho en particular, o de
saber si una quiere casarse con alguien."
Esto encauzó la conversación hacia el tema de las dificultades entre los padres. "Papá mismo es
una persona que sufrió privaciones", dijo.
66
Luego le hablé de su necesidad de una figura paterna, o de un hermano mayor. Dijo que ni siquiera
había tenido un primo al que pudiera apelar. Según ella, no había ningún hombre mayor
responsable en quien apoyarse. Le dije: "Entonces, tú eres una persona privada de su padre", y
pusimos fin a la entrevista.
Dos meses más tarde me escribió para preguntarme si podía atenderla de nuevo. Para un
adolescente es bueno que estemos dispuestos a trabajar "a pedido".
Segunda consulta
Jane vino sola. Parecía menos arreglada; estaba un poco desprolija. Había renunciado a la
"dramatización" y se la veía deprimida.
Comencé preguntándole: "¿Cómo está mamá?". Respondió: "Está muy cansada; yo soy su
principal preocupación. Mi hermana se casó, y supongo que mamá piensa que soy lo único que le
queda para tener algo que hacer. Paso todo el tiempo inquieta por ella; es la única de la familia de
quien me siento cerca. Al mismo tiempo, cualquier cosa que ella haga me irrita. Es casi la madre
más tolerante y comprensiva que se pueda tener, muy inteligente, pero tengo que hacer cualquier
cosa con tal de mantenerla a distancia. Me peleo con ella en vez de procurar que estemos cerca.
Mamá trata de ayudarme; pero yo estoy tensa todo el tiempo. Confío en ella. Sé que no me va a
molestar. Odio tener que herirla, y permanentemente la estoy lastimando".
Le pregunté por su vida y me dijo: "superficialmente todo anda bien. Tengo multitud de amigos. Mi
vida es a la vez buena y miserable". "¿Estás trabajando?", le inquirí, y replicó: "No hago
absolutamente nada. El departamento en que vivimos no es un hogar, nadie vive en ningún lugar.
El problema de mamá es que no puede convertirlo en un hogar. No somos una familia, y esto le
provoca desazón permanente. Supongo que imagina que seguirá estando sola para siempre. El
problema es que tiene la idea de que ella puede lograr que papá salga de sí mismo y vuelva a vivir
con la familia, pero es una esperanza vana y no lo ve".
Otra larga pausa. "Ahora no hablo con mi hermana; después de casarse me trató con arrogancia, y
ése fue el final. Dice que me quiere, pero siempre estuvo celosa de mí y me odia."
Sin embargo, por la forma en que lo dijo, algo se conservaba de una relación positiva con la
hermana. En una entrevista posterior me comunicó que lo quería a su cuñado, y que había entre
ambos un acercamiento. Le pregunté: "¿Por qué está celosa tu hermana de ti?". Contestó: "Bueno,
porque yo siempre fui una persona afable y ella siempre una chica difícil".
Este primer empeño por lograr una explicación se convertiría en el tema fundamental. "Mamá dijo
que debía preguntarle a usted por qué estoy cansada todo el tiempo."
Hice otro comentario en forma de pregunta: "¿Tal vez te estás defendiendo contra algún elemento
sexual presente en la relación con tu madre?". Estaba tratando de abordar las rígidas defensas de
Jane en su relación con la madre y sus sentimientos conflictivos hacia la hermana. La idea de que
se estuviera defendiendo de la homosexualidad le pareció razonable, y la examinó con soltura que
me percaté de que allí no estaba la dificultad. Dijo que se daba cuenta de que "el rechazo a todo
contacto con su madre era el negativo del elemento sexual de la relación", y se remontó a los 7
años, época difícil en su trato con la madre, en la que habría levantado defensas especiales contra
el elemento sexual.
Dijo: "No sé si mamá le habrá contado cómo era yo de chica. Mi hermana estaba siempre en
actividad y gritando, yo era una niña retraída y tranquila, no hacía ningún ruido. Andaba siempre de
malhumor y me escondía. El problema consiste siempre en lo mismo: si mamá me tiene sólo a mí,
puedo quedar atrapada en algo, así que por más que mi hermana y yo nos odiemos, es un alivio
tenerla cerca. Por lo menos somos dos". En lo que me decía estaba implícita la necesidad de ella
que podía sentir la madre a raíz de su infelicidad y soledad. No obstante, había un elemento que no
comprendía, y que se explicó después de que hubiéramos desarrollado el tema de la relación con
su hermana.
Jane dijo: “Mamá tiene una visión de la soledad en la que no quiero verme envuelta. Mamá se
siente real y ve a las personas como individuos, y cuando hay sentimientos siempre hay un
elemento sexual".
Dijo que odiaba estar cerca de cualquier miembro de su familia. Debía dormir en la habitación
contigua a la de la madre y la oía respirar, y esta cercanía le parecía abominable. Pero luego volvió
a repetir cuán feliz era por tener una madre tan inteligente y comprensiva, y subrayó su pesar por
tener que herirla todo el tiempo. Dijo: "Mamá trata de ayudarme, pero yo no la dejo. Llego a casa a
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las cuatro de la mañana, y ella sabe que estuve durmiendo con un hombre, pero jamás se mete en
nada". Agregó algo que sugería que si se acostaba con un hombre y llegaba tarde a la casa, no lo
hacía tanto por el hecho en sí como por herir a la madre.
La conversación fue girando en torno de la capacidad de Jane para manejarse sola en sus asuntos.
Manifestó: "Ocurre que no soporto las presiones sociales o políticas, y odio la competencia. Si me
debo arreglar sola, me las ingenio, por algo que pasa dentro de mí".
Ella estaba describiendo su propia organización yoica y su capacidad de creer en algo que estaba
dentro de ella, por lo tanto en el mundo. Fue esto lo que me hizo cobrar confianza en mi relación
con ella y me permitió asomarme a sus procesos y superar su reticencia. Con personas demasiado
enfermas, uno no puede hacer esto.
Seguimos charlando sobre la posición de Jane respecto de la homosexualidad; una chica de 14
años había simpatizado con ella, y Jane la alentó. Durante un lapso no se vieron, y de pronto se la
encontró en una fiesta. Conversaron, y Jane se descubrió hablándole de una manera horrenda.
Dijo: «Al hablarle de ese modo me estaba pateando a mí misma. Después estuve segura de que
ella se había vuelto contra mí, y traduje en estos términos algo que pasó. Aparentemente, cruzó la
calle para evitar encontrarse conmigo". Y añadió: "Las chicas más jóvenes se enamoran de mí, y
los chicos también". Aquí vemos la familiaridad de Jane con las ideas paranoicas de
autorreferencia y la relación de esto con la homosexualidad.
A continuación me trazó un cuadro de la vida en una escuela de mujeres. "Automáticamente, las
chicas quedan separadas en dos grupos: las que son varones y las que son chicas, en este
agrupamiento yo enseguida me convertí en un varón". Describió luego las relaciones entre las
chicas, frivolidades, las cosas que se dicen y hacen y que ninguna de las dos chicas aprobaría.
Juntos llegamos a que esto se vinculaba con el intento de que las dos chicas se mantuvieran
separadas. El cuadro que obtuve fue el de las técnicas para la postergación indefinida de una
relación, más que para entablarla. Jane continuó describiendo a los muchachos que se volvían
locos por ir a la cama con las chicas, no porque quisieran sexo o porque las chicas les gustasen,
sino que era una técnica para abordar la relación; en el fondo, tanto el muchacho como la chica
querían permanecer aislados e intactos. De esta manera, la manera de Jane, nos aproximamos al
tema principal: el conflicto que había detrás de la ambivalencia de Jane frente a su hermana, y su
defensa para evitar la intimidad con su madre.
Esta fusión y defensa contra la fusión revestían especial importancia para ella. El acto sexual
mantenía a las dos personalidades libres de la fusión y de otros mecanismos que podrían haber
puesto en peligro la inviolabilidad de cada una. Ella buscaba y encontraba la clase de muchachos
que iban a la cama, mantenían una relación sexual y se separaban. Se habían juntado y separado
y ninguno de ellos lo había afectado al otro en nada; en cada oportunidad se había eludido un
peligro. Cada cual pudo retener su individualidad. Este tema, de importancia para Jane, es propio
de todo adolescente.
A esto siguió un relato sobre los orígenes de la actual depresión de Jane en el fallido intento de
tomar contacto con el padre. Ella dijo: "Mamá estaba todo el tiempo tratando de ayudar, pero le era
imposible hacer algo que no me irritase. Le dije: `No confíes en mí, aunque en realidad, como usted
sabe, yo soy una persona de confiar. Sé lo que está pensando. Sé que no me saldré de los carriles,
y por supuesto también sé que está siempre este histrionismo por encima de todo, este exagerar
las cosas para mortificar a alguien o competir con mi hermana".
Vino a continuación un insight sorprendente respecto de la relación de Jane con su hermana, a
quien amaba y odiaba. Concluiré mi comunicación con este detalle, que aclaró en parte el misterio
de la relación con su madre. Creo que dije: "Así que resulta que tus estados de retraimiento y
malhumor son tu póliza de seguro". Coincidió, pero había algo más complejo que debía ser
enunciado. Hablamos de la relación con la hermana, de cómo había persistido desde los primeros
años en esa relación, que ahora se hallaba en una etapa negativa. Le recordé la riquísima relación
que había mantenido con la hermana en los juegos infantiles, y retomó esta cuestión.
Yo seguía apuntando a la homosexualidad en la relación, línea de indagación falsa, se vio
después.
Jane no se rehusaba a ver la homosexualidad, ya la había abordado libremente en relación con la
madre; pero dijo que lo que pasaba entre ella y su hermana no era eso. En los juegos que
realizaban juntas, lo que ocurría era que sus personalidades se fundían. Ambas eran dos aspectos
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de una misma persona y pasó a describir la evolución de esa relación. Su hermana era una niña
activa y gritona, que sintió un odio total por Jane al nacer ésta, cuando ella tenía 14 meses. La
reacción de las dos hermanas no fue idéntica.
Se trata de esto: una niña de 14 meses no es lo bastante grande todavía como para tener una
reacción completa ante el nacimiento de un nuevo bebé. Hay una enorme diferencia entre tener 14
meses y tener 16 ó 17 meses. La identificación con la madre y otros mecanismos no están
desarrollados.
"Mi hermana me odiaba, decía Jane, y además me tomó como un aspecto de ella misma. En
respuesta, yo me dejé tomar como un aspecto de ella y, alternativamente, elaboré la técnica del
apartamiento. Por eso, los juegos entre nosotras eran entre dos aspectos de una misma persona,
aspectos compuestos por la mitad de cada una. Y la mitad de mi hermana era la dominante."
Pese a la patología, la gran riqueza del juego mutuo no podría perderse jamás, aunque por el
momento se estaba desperdiciando ya que las hermanas estaban separadas, cada una de ellas
tratando de establecer un self unitario total. Es posible que algún día lleguen a una re-unión-
aceptable.
La mitad de ella misma estaba envuelta en su hermana. Y se debía a la manera de ser de la
hermana, a raíz de su incapacidad de mantener una relación madura con la idea de la llegada de
un nuevo bebé. Así que Jane y su hermana eran como una sola persona total; pero a Jane le
quedó su mitad, que consistía en pasar la mayor parte de su vida en alacenas y retraída. Vino a
verme por su retraimiento; y su hermana tenía la otra mitad, que repudiaba la idea de una hermana
y tenía un temperamento extravertido y debía hacer una vida separada de la de su hermana y
negar la importancia de Jane. Las hermanas tenían que separarse la una de la otra para poder
establecerse como selfs unitarios.
A partir de este insight, Jane pudo describirme un detalle muy importante. Enumeró todas las
esquizofrenias que había habido en ambas ramas de la familia. Luego dijo que lo que le molestaba
de su enfermedad era que ella fuese dos personas: una estaba afuera, mirando a la otra, la
retraída, que se dejaba mirar. Esto parecía ser lo importante que Jane había venido a contarme.
Aquí hice otra interpretación. Le dije que el problema entre ella y la madre no radicaba únicamente
en esta defensa contra la homosexualidad y contra verse envuelta en la desazón y la soledad
esenciales de la madre, sino que había un peligro mayor, y Jane lo notaba: era que si ella hacía
uso de la madre, desde su lado habría una repetición de la relación de fusión, del tipo de la que
había tenido con la hermana, tan peligrosa aunque positiva. Lo que ella temía era que la madre
ocupase el sitio de la hermana en esta fusión, históricamente hablando, el odio de la hermana
hacia Jane y la adaptación de esta última a dicho odio. Jane tenía la esperanza de evolucionar de
modo de salir del retraimiento, pero esto implicaba que optara sentirse dividida, y que tolerase
aceptar la idea de que en esa escisión tanto la observadora como la observada componían su self
unitario. Para relacionarse con la madre debía alcanzar esa identidad.
Todo esto le pareció razonable, porque era complejo y cierto; y luego pasamos aun "intercambio"
de opiniones sobre la manera de tratar a mamá.
Ha transcurrid, un año ya desde esas dos primeras entrevistas de un total de cinco "a pedido", y
puedo informar que hubo buenos progresos: Jane me sigue usando como hermano-mamá.
Conclusiones
Me sentí muy cerca de la sensibilidad de esta adolescente y su vívido contacto con sus
mecanismos primitivos y estados semimórbidos. A pesar de que no hubo ni un solo trastorno
psiquiátrico que no tocáramos, ésta es una chica sana.
El proceso de la consulta terapéutica nos llevó a Jane y a mí a esta visión insospechada de la
etiología de su penosa división en la relación con la hermana, lo cual explicaba el temor de la chica
a verse envuelta con su amada y solitaria madre.
Unidad Temática D
La clínica con Niños y Adolescentes.
Las primeras entrevistas: Los movimientos de apertura. Noción de analizabilidad. El
diagnóstico en la conducción de la cura. El recorrido terapéutico.
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Transferencia: Amor de transferencia. Resistencia. Ilusión transferencial. Riesgo de
exceso e ilusión mortífera. Transferencias múltiples. Contratransferencia.
Diversos modelos de intervención: Interpretación. Intervención analítica.
Construcción. Su articulación con la coordenada temporal.
Formas específicas de producción en el Niño y el Adolescente: Juego. Grafismo.
Lugar de la palabra.
Aberastury, A. (1977). Capítulo V “La entrevista inicial con los padres”. En Teoría y técnica
del psicoanálisis con niños. (pp. 75 - 91). Buenos Aires - Barcelona - México. Editorial
Paidós.
La entrevista no debe parecerse a un interrogatorio, por el contrario, hay que tender a aliviarles la
angustia y la culpa que la enfermedad o conflicto de un hijo despiertan y para esto debemos asumir
desde el primer momento el papel de terapeutas del hijo y hacernos cargo del problema o síntoma.
Los padres durante la entrevista olvidan parte de lo que sabían debido a la angustia que esta le
provoca. Debemos considerar algunos d atos básicos a obtener: motivo de consulta, historia
del niño, desarrollo de un día de su vida diaria y el día de cumpleaños: relación de los padres
entre ellos, con sus hijos y con el medio familiar inmediato.
La entrevista acordada es para que nos hablen del hijo y de su relación con él.
Motivo de consulta
Deben sentir que todo lo que recuerden sobre el motivo de la consulta es importante para nosotros,
y en lo posible registraremos minuciosamente las fechas de iniciación, desarrollo, agravación o
mejoría del síntoma.
Al sentirse aliviados recuerdan más correctamente los acontecimientos sobre los cuales los
interrogaremos en la segunda parte.
La comparación de los datos obtenidos durante el análisis del niño con los suministrados por los
padres en la entrevista inicial, es de suma importancia para valorar en profundidad las relaciones
con el hijo.
Historia del niño
Interesa saber la respuesta emocional ante el anuncio del embarazo, si fue deseado o accidental,
si hubo rechazo abierto con deseo de abortar e intentos realizados, o si lo aceptaron con alegría.
Se pregunta luego como evolucionaron estos sentimientos.
La respuesta que brinda la madre a como sobrellevo su embarazo nos indica cual fue la iniciación
de la vida del hijo.
Aunque en realidad muchos niños no son deseados por sus padres (por lo menos, en el momento
de su concepción), la respuesta que obtenemos en la mayoría de los casos es que fueron
deseados, y si aceptan el rechazo lo atribuyen al otro cónyuge.
Conviene preguntar si el parto fue a término o individual, si se dio con anestesia, que relación
tenía la madre con el/la partero/a, si al momento del parto conocían bien el proceso, si estaban
dormidos (madre y bebe), despiertos, acompañados o solos.
También preguntamos si la lactancia fue materna. Nos interesará saber si él bebe tenia reflejo de
succión, si se prendió bien al pecho y a cuantas horas después del nacimiento y las condiciones
del pezón. Luego interrogaremos sobre el ritmo de alimentación, no sólo la cantidad de horas que
dejaban libres entre mamada y mamada, sino también cuanto tiempo succionaba de cada pecho.
La forma en que se establece la relación con el hijo nos proporciona un dato importante no solo de
la historia del paciente sino de la madre y de su concepto de la maternidad.
Cuando una madre nos refiere las características de la lactancia debemos insistir en saber lo más
posible sobre cómo se han cumplido estas exigencias básicas para ambos.
Es de gran utilidad para comprender la relación madre-hijo interrogarla sobre la forma que solía
calmarlo cuando lloraba y como reaccionaba cuando pretendía alimentarlo y el rechazaba el
alimento; esto también puede enseñarnos mucho sobre las primeras experiencias del niño.
No todo lo que el niño espera del mundo es alimento y tampoco es todo lo que una madre puede
darle.
70
Si la madre no ha podido alimentar a su hijo o lo ha hecho muy poco tiempo, conviene preguntar en
detalle la forma en que le dio la mamadera; si lo sostenía en intimo contacto con su cuerpo o si se
la daba acostado en su cuna, si el agujero de la tetina era pequeño o grande y cuanto tardaba él
bebe en alimentarse.
Preguntaremos como acepto él bebe el cambio de alimentos del pecho a la mamadera, de la leche
a otros alimentos, de líquidos a sólidos como papillas o carne (que le exige masticación). Sabremos
así mucho sobre el niño, la madre y las posibilidades de ambos para desprenderse de los viejos
objetos.
La forma en que el niño acepta esta pérdida será la pauta de conducta de cómo en su vida
posterior se enfrentara con las perdidas sucesivas que le exigirán la adaptación a la realidad.
Si nos informa que frente al cambio de alimentos él bebe reacciono con rechazo, preguntaremos
los detalles de cómo se hizo, si fue pacientemente o con irritación, pudiendo así ir reconstruyendo
el cuadro.
Es importante investigar la fecha del destete y sus condiciones y sobre el chupete y mamadera.
Cuando un bebe comienza a sentir la necesidad de moverse por sí mismo, lo expresa. La madre
puede ver o no esta necesidad y frustrarla o satisfacerla.
La primera palabra: la aparición del objeto que nombra, aso como la reacción emocional frente a
su logro, justifican sus creencias en la capacidad mágica de la palabra.
El interrogatorio sobre iniciación y desarrollo del lenguaje será de importancia para valorar el grado
de adaptación del niño a la realidad y el vínculo que se ha establecido entre él y sus padres.
El retraso en el lenguaje son índices de una seria dificultad en la adaptación al mundo.
Cuando preguntamos a la madre a qué edad camino su hijo, estamos preguntando si cuando él
quiso caminar ella se lo permitió de buena gana, si lo favoreció, lo trabo, lo apuro o se limitó a
observarlo y responder a lo que le pedía.
Para el niño la marcha tiene el significado de la separación de la madre, iniciada ya desde el
nacimiento.
Preguntamos si él bebe tenía la tendencia a caerse al comenzar a caminar y si posteriormente
solía golpearse.
Nos interesará saber si la aparición de las piezas dentarias se acompañó de trastornos o si se
produjo normalmente y en el momento adecuado. Interrogaremos luego sobre el dormir y sus
características porque están muy relacionadas, en caso de haber trastornos del sueño
preguntamos cual es la conducta con el niño y cuáles son los sentimientos que despierta en los
padres el síntoma. Es importante la descripción del cuarto donde duerme él bebe, si esta solo o si
necesita la presencia de alguien o alguna condición espacial para conciliar el sueño.
El destete significa mucho más que dar al niño un nuevo alimento, es la elaboración de una
pérdida definitiva y depende de los padres el que se realice con menos dolor.
Se amplía nuestro conocimiento cuando sabemos a qué edad y en qué forma se realizó el
control de esfínteres, se debe preguntar la edad en que empezó el aprendizaje, la forma en que se
realizó y la actitud de la madre frente a la limpieza y suciedad.
Cuando preguntamos sobre enfermedades, operaciones o traumas, consignamos en la historia no
solo la gravedad sino también la reacción emocional de los padres. Es frecuente el olvido de fechas
y circunstancias del a vida familiar que acompañan estos acontecimientos.
Las complicaciones que se presentan en las enfermedades comunices de la infancia son de por si
un índice de neurosis y es importante registrarlas en la historia.
También preguntaremos;
· Juegos predilectos del niño. Freud descubrió que el juego es la repetición de situaciones
traumáticas con el fin de elaborarlas y que al hacer activamente lo que ha sufrido pasivamente el
niño consigue adaptarse a la realidad.
· Edad en que se comenzó la escolarización (jardín o guardería) y cuáles fueron los motivos por
los cuales fue enviado. El ingreso a la escuela significa para él, no solo desprenderse de la madre
sino afrontar el aprendizaje que en sus comienzos le despiertan ansiedades similares al as que se
observan en adultos con angustia de examen. Es importante interrogar sobre la edad en que el
niño ingreso a la escuela y la facilidad o dificulta en el aprendizaje de lectura y escritura, así como
71
si le causaba placer, rechazo o si mostraba ansiedad o preocupación exagerada para cumplir con
sus deberes.
El día de su vida
La reconstrucción de un día de vida del niño debe hacerse mediante preguntas concretas que nos
oriente sobre experiencias básicas de dependencia e independencia, libertad o coacción externas,
inestabilidad o estabilidad de las normas educativas, del dar y recibir.
La descripción de los domingos, días de fiestas y aniversarios nos ilustra sobre el tipo y el grado de
la neurosis familiar, lo que nos permite estimar mejor la del niño y orientarnos en el diagnóstico y
pronostico del caso.
Cuando interrogamos sobre el día de vida, debemos preguntar quién lo despierta y a qué hora, si
se viste solo, desde cuándo, o bien, quien lo viste y porque.
Relaciones familiares
Hay que consignar la edad, la ubicación dentro de la constelación familiar, si los padres viven o no,
profesión o trabajo que realizan, horas que están fuera de la casa, condiciones generales de vida,
sociabilidad de ellos y de sus hijos.
Somos desde el primer momento los terapeutas del niño y no los censores de los padres. Estamos
allí para comprender y mejorar la situación, no para censurarla y agravarla aumentando la
culpabilidad.
Escribo estas páginas poco después de la publicación de un libro que clausura la primera etapa de
una indagación sobre la metapsicología, etapa en la cual se concedió un lugar de importancia al
análisis de la función del Yo en la construcción delirante. La escasa distancia temporal que nos
separa de dicho texto explica que aquí tan solo podamos apelar a reflexiones “en vías” de
elaboración, forzosamente parciales y no acabadas.
Los elementos de análisis que proponemos conciernen al registro de la neurosis: solo fuera del
campo de la psicosis se puede afirmar que la armadura, así como la prosecución de la experiencia,
presuponen por parte de los dos sujetos en presencia la aceptación a priori de un extraño pacto,
por el cual uno de ellos acepta hablar su sufrimiento, su placer, sus sueños, su cuerpo, su mundo,
y el otro se compromete a asegurar la presencia de su escucha para toda palabra pronunciada.
Pacto que ni uno ni otro podrán respetar jamás de manera total ni constante, aun cuando sus dos
clausulas deban seguir siendo la meta “ideal”.
El “decir todo”, de la regla fundamental, cobra un sentido específico cuando se reflexiona sobre lo
que va a significar para el Yo, la demanda que se le dirige: la puesta en palabras de pensamientos
de los que es agente y referente; y también de esos pensamientos que pretendían ser y “se
pensaban” no comunicables. Ya desde el comienzo de la partida, el Yo del analizado se ve
proyectado por el análisis al lugar de un sujeto que supuestamente puede y quiere transformar
pensamientos en “actos”: actos de palabra. Con la sola ubicación de los peones sobre el tablero
analítico, uno de los sujetos encuentra que se le atribuyen un “poder-querer” hablar de sus
pensamientos, y el otro un “supuesto saber” sobre el deseo inconsciente que juega en esos
mismos pensamientos. Si a lo largo de la experiencia la proyección al lugar del sujeto
“supuesto saber” pesara gravemente sobre los hombros del analista, lo mismo sucede con
el analizado. Al que el proceso imputa la posibilidad de una puesta en palabras del conjunto
de las producciones psíquicas que su Yo puede conocer.
Mientras se permanezca en el registro de la neurosis, el “hacer anda” en la sesión es mucho más
fácil de observar que el “decir todo”, esto último representa para el Yo, a justo título, una acción
tanto más peligrosa cuanto que la regla fundamental exige que se prive de todo poder de elección
sobre este “hacer-decir”.
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La primera tarea del proceso analítico será favorecer la expresión del conjunto de las
representaciones que aluden al conflicto identificatorio del Yo, que se actualizara y se “hablara” en
el hic et nunc de las sesiones. El final del proceso implica, entre otras cosas, la posibilidad para el
Yo de no seguir gastando su energía en reprimir y desconocer lo que fue, y por lo tanto se
disponga a investir su recuerdo; y a la inversa, que ese mismo Yo acepte transferir exclusivamente
al futuro la posibilidad y el anhelo de actuar sobre una realidad del mundo que el encuentra y
encontrara.
Retomamos la cuestión del sujeto al que se supone cierto saber sobre las significaciones ignoradas
de los pensamientos y deseos, con la intención de mostrar que esta ilusión, necesaria para el
desarrollo de la experiencia, en virtud de su inmediata acción sobre la relación que vincula al Yo
con sus pensamientos, puede desembocar a veces en una consecuencia “paradójica” que invertirá
el fin al que el proceso apuntaba. En este caso, la trasferencia ase pondrá al servicio de un deseo
de muerte del Yo por el Yo, que se realizará no a través del suicidio sino del deseo de o desear
pensar más, de la tentativa de imponer silencio a esa forma de actividad psíquica constitutiva del
Yo.
Antes de proseguir, debemos resumir brevemente nuestra conceptualización del Yo y de los
factores que permiten su entrada en la escena psíquica.
- El concepto de violencia primaria y el origen del Yo Uno de los caracteres específicos de la
vida psíquica hace que el sujeto se vea repetitivamente enfrentado con experiencias, discursos,
demandas, que muy a menudo se anticipan a sus posibilidades de respuesta y siempre a lo que el
sujeto puede proveer en cuanto a las causas y a las consecuencias de la experiencia que el
produce o padece. Cuando más se mira hacia el comienzo de la vida, más excesiva es esa
anticipación: exceso de sentido, exceso de excitación, exceso de frustración, exceso de oferta.
Toda respuesta del medio psíquico ambiente en el que se impregna la psique del infans lleva en si
un “menos” en relación con lo que el deseo inconsciente demandaba, pero también un “mas” en
relación con lo que esa respuesta espera de aquel al que ella se ofrece y se impone. Por lo tanto,
en el encuentro entre la psique del infans y el sistema de significación del que la voz materna se
hace primer portavoz, se ejerce una violencia primaria tan absoluta como necesaria. A partir del
discurso que la madre dirige al niño, y sobre el niño, ella se crea una representación ideica de este
con el que identifica el ser del infans, forcluido para siempre en cuanto tal de su conocimiento.
Pues bien, este discurso y los hitos identificatorios son lo que el infans, en el momento en que
adquiere los primeros rudimentos del lenguaje y pasa al estado de niño, deberá apropiarse para
dar cuerpo a él Yo, que tendrá el poder de desprenderse de los efectos de una violencia a la cual
debe su propia existencia. Es una necesidad para el funcionamiento psíquico que de entrada,
el discurso materno traduzca el grito en términos de llamada, en términos de demanda de
amor. Se produce así, un error (una traición) indispensable para que el espacio psíquico que rodea
al infans se convierta en ese espacio al cual su Yo podrá advenir. Es por eso que al término
“violencia” le hemos añadido el doble calificativo de necesaria y de primaria: no solo porque es
temporalmente primera sino porque hay que diferenciarla de otras formas de violencia a las que
abre camino, pero que se distingue de ella por ejercerse contra ese Yo al que la primera había
dado nacimiento.
Llamamos violencia primaria a la acción psíquica por medio de la cual se impone a la psique de
otro una elección, un pensamiento, una acción, motivados por el deseo de aquel que lo impone
pero que se apoyan en un objeto que responde para el otro a la categoría de lo necesario.
- El riesgo de exceso ¿Cómo logra el Yo del niño desprenderse de la trampa que le dio
nacimiento? Esa instancia que primero se constituyó con la intrusión, en el espacio psíquico, de
una primera serie de enunciados identificatorios forjados por una heterogénea actividad de pensar,
¿Cómo puede pasar de un “Yo hablado” por el discurso del portavoz, a un “Yo hablo” que puede
enunciar un discurso que desmiente al del otro?
- Un derecho de goce inalienable La locura nos muestra que si se despoja al sujeto del derecho
de gozar de su autonomía de pensamiento, solo puede sobrevivir tratando de recuperar aquello
que le fue expropiado mediante el recurso a una construcción delirante. Poder ejercer un derecho
de goce sobre la propia actividad de pensar, reconocerse el derecho de pensar lo que el otro no
piensa y lo que no sabe que uno piensa, es una condición necesaria para el funcionamiento del Yo.
Pero el acceso a este derecho presupone el abandono de la creencia en el “saber todo” del
73
portavoz, la renuncia a encontrar sobre la escena de la realidad una voz que garantice lo verdadero
y lo falso. Esto solo es posible si el niño descubre que el discurso del portavoz dice la verdad pero
también puede mentir, que su propio enunciado puede estar motivado por el deseo de engañar y
que nada le asegura a priori que esta al abierto del error. Poder dudar de lo oído es tan
indispensable como poder dudar de la realidad de una construcción que revela hallarse bajo la
egida del fantasma. Solo a este precio puede el sujeto cuestionar al Otro sobre quien es Yo, sobre
la definición de la realidad que el discurso ofrece y sobre la intención que anima al discurso del
Otro y de los otros. Pero este cuestionamiento y esta duda solo son posibles para el niño si el
discurso del portavoz acepta ser puesto en tela de juicio y reconoce para sí, como para la voz
infantil, la existencia de un referente que ningún sujeto singular puede encarnar, y al que todo
sujeto puede apelar. Hay un punto en el que goce sexual y goce de pensar comparte un mismo
carácter: es muy difícil experimentarlo, si el partenaire tiene la firme intención de negarlo al otro.
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pensamientos que tienen como referente a la sesión. Si tal no-placer es contante, el analista
escapara del displacer pensando “otras cosa, reduciendo cada vez más el tiempo de las sesiones,
o aun haciendo lo necesario para que el analizado no hable más que un discurso conforme con lo
que le da placer. Tres soluciones que, por desgracia, casi siempre son perfectamente realizables:
basta para ello que el analista abuse de la transferencia y la convierta en un instrumento al
exclusivo servicio de su placer o de lo que él no quiere saber sobre su propio desinvestimiento en
lo que concierne a su función y al trabajo psíquico que esta exige. Vemos que existe una efectiva
analogía entre el riesgo de exceso del que el portavoz puede hacerse responsable al rehusar al
infans experimentar placer en crear pensamientos, y el exceso de frustración del que se torna
responsable el analista incapaz de prestar atención y de reconocer la singularidad de ese sujeto y
de ese análisis en cuanto fuente de nuevos pensamientos. Queda así al descubierto la paradoja
propia de la demanda dirigida por el sujeto a ese otro sujeto supuesto saber: que asegure ser
poseedor de ese “bien-saber” que uno espera desde siempre, pero que simultáneamente pruebe,
de manera implícita, que hay pensamientos, obra del trabajo de pensar del analista, que pueden
aportarlo que él no poseía de toda la vida; que existe intercambio esperado e investido por ambos
partenaires.
2. El proyecto analítico.
Lo precedente demuestra que la transferencia solo puede desempeñar su papel de aliada de este
proyecto si, para los dos sujetos, pensar la experiencia que se desenvuelve se presenta como
fuente posible de nuevos pensamientos, ellos mismos fuente de un placer compartido.
Planteamos que el análisis tiene un proyecto que puede definirse como sigue: permitir al Yo
liberarse de su “sufrimiento neurótico”, liberándolo de los efectos de alineación que resultan de la
co-presencia y de la equivalencia afectiva que el preserva entre las representación por las cuales
se define, a su propio respecto y al de los otros, en tanto que Yo actual, y representaciones que
pertenecen al pasado de ese mismo Yo. El fin del proyecto analítico, es primeramente y ante todo,
“temporal”: apunta a hacer posible que el sujeto invista y cree representaciones que anticipen por
definición lo que ya nunca pudo ser: un momento del tiempo futuro que, precisamente por ser
futuro jamás será idéntico a ningún momento pasado.
Vivir implica el investimento anticipado del tiempo futuro, y la posibilidad para el Yo de investir ese
mismo futuro supone la preexistencia constante de una representación, por él creada, de ese
tiempo por venir. Tales representaciones son para notros sinónimos de lo que llamaremos los
anhelos que motivan los pensamientos y la acción del Yo. Dos rasgos diferencian radicalmente la
puesta en sentido del anhelo, de la puesta en escena del fantasma: a) el anhelo anticipa una
experiencia cuya realización se espera posible pero que, a la inversa de la leyenda del fantasma,
no se realiza ipso facto por una sola representación; b) el acontecimiento que uno espera realizable
respeta la categoría de lo posible y además, se inscribe en una experiencia futura que
reconocemos diferente de otra experiencia cuyo recuerdo mantenemos. Experiencia ya pasada que
sin embargo servirá de “patrón oro” al que se recurrirá para evaluar el “verdadero” valor de esos
“bienes” particulares que le sujeto llama felicidad y sufrimiento.
Concluiremos estas reflexiones sobre el proyecto analítico insistiendo sobre el doble papel que en
el cumple la temporalidad. Inducir al Yo a privilegiar la realización diferida de un placer implica un
mismo privilegio otorgado al investimento del tiempo futuro a expensas del tiempo pasado. Y
todavía debe agregarse que, a la inversa, el relato de ese tiempo pasado será completamente
reconstruido por el analizado y en un sentido remodelado. El proyecto analítico permite sustituir el
tiempo vivido por el relato histórico de un tiempo que puede pasar a ser para el Yo ese patrimonio
inalienable, único que puede aportarle la certeza de que para él es posible un futuro.
3. Sobre las creaciones de tiempo-mixto
Es propio de todo anhelo o, sucintamente, de todo deseo decible y del que el Yo se reconoce
sujeto, incluir dos vectores de sentido contrario: uno que propulsa al sujeto y lo proyecta hacia la
búsqueda de un momento futuro, condición vital para que el sujeto lo invista; y paralelamente, este
anhelo resulta estar sometido a lo que llamaremos la re-percepción de lo mismo en el registro del
afecto. Bajo la egida del Yo, la actividad psíquica es capaz de pensar un objeto, un acontecimiento,
una situación, un mundo, pero no es capaz de imaginar, de pensar una nueva “percepción”. Lo que
el Yo espera re-experimentar en el futuro como alegría o sufrimiento solo le es representable como
re-percepción de una experiencia afectiva ya conocida.
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“Desear vivir” es la primera condición para que haya vida psíquica, pero preservarse como sujeto
deseante supone el entrelazamiento de dos miras antinómicas: a) el investimento de un tiempo
futuro cuya espera se halla investida positivamente, gracias a lo cual quedara investido
positivamente el cambio, concebido como condición inherente y constitutiva del tiempo mismo, b) la
esperanza del retorno de lo que se sintió durante una experiencia que ya tuvo lugar. La tarea del
Yo será conseguir la amalgama de esas dos miras contradictorias, con el fin de investir el
tiempo futuro en cuanto experiencia por hacer, sin dejar de preservar la esperanza de que
dicha experiencia se vea acompañada por una vivencia que el Yo designa como “felicidad”
(vivencia que el sujeto no puede pensar sino apelando a un estado ya vivido). Esta actividad
de rememoración del Yo supone a su lado una función de reconstrucción que remodela una historia
en la cual siempre faltara el texto original de los primeros capítulos. Sin embargo, esta
rememoración (reconstrucción) aportara al Yo la certeza de su existencia pasada y presente, pero
para que dicha certeza se vea acompañada del deseo de un futuro todavía es menester que el To
quede asegurado de que estuvo en sus manos experimentar placer y que por lo tanto el anhelo de
volver a experimentarlo es realizable.
La fuerza de la nostalgia y el rechazo del duelo reaparecen en la relación analítica y en la ilusión
transferencial: encontrar a alguien que sabe qué cosa fue el Yo desde su origen, que conoce la
totalidad de su historia y la totalidad de los deseos y de los placeres que fueron suyos, y que
permitirá recuperar la compleción de un pasado en el que ninguna palabra, ninguna
representación, ningún instante faltarían. Es interesante apuntar que dicha ilusión a ves corre el
riesgo de ser compartida por el propio analista. Habíamos atribuido el calificativo de “tiempo mixto”
a las representaciones por las cuales el Yo pone en sentido y pone en forma sus propios deseos:
aquí podemos dar un paso más y decir que la textura del Yo mismo tiene como material fibras de
“tiempo mixto”
4. La ilusión mortífera y el “abuso” de transferencia
Preservar el anhelo de que la experiencia analítica tenga un fin: si la presencia de un anhelo
semejante es necesaria para el desenvolvimiento del proceso analítico, debemos preguntarnos
bajo qué condiciones puede mantener el Yo tal anhelo, cuando la relación transferencial no puede
sino reforzar el deseo de que nuestra presencia no vaya a faltar jamás. O bien, lo que es
equivalente, preguntarnos cuales son los factores que pueden anular dicho anhelo en provecho de
un único deseo: asegurarse la perennidad y la repetición del encuentro con otro que tendrá el
poder de decidir, en cada ocasión, sobre la verdad o falsedad de nuestro propio pensamiento. Este
último deseo de no tener que pensar más, para o ser ya sino el receptáculo de un “ya pensado por
otro”, es a nuestro parecer, la manifestación por medio de la cual se expresa un deseo de muerte,
una vez que pudo someter a sus fines al Yo mismo.
El riguroso análisis de la relación transferencial, tal como se establece desde el comienzo del
encuentro, permite efectuar otra comprobación que consideramos esencial: en la demanda que el
sujeto dirige a ese otro supuesto saber, anhelo de vida y deseo de muerte están siempre y de
entrada presentes. Si nuestra hipótesis es correcta, de ella resultan dos corolarios:
-La búsqueda de saber, el anhelo que quedara y debe quedar frustrado, de reencontrar todos los
pensamientos perdidos y de poder pensarlo todo, el placer de ser reconocido como creador de un
nuevo pensamiento, son un conjunto de motivaciones al servicio de Eros. Desear pensar supone el
deseo de que esa actividad persista.
-El rechazo de toda búsqueda de saber, el no-placer y el no-deseo relativo a las creaciones del
propio pensamiento expresan, a la inversa, un desinvestimiento de esta actividad, un deseo de
destruirla o de anularla: en síntesis el deseo de darle muerte.
Deseo de vida y deseo de muerte están presentes, por lo tanto, de entrada: los dos harán irrupción
en la relación transferencial y tratarán de someterla a sus fines. Se comprende entonces que la
ilusión de haber encontrado a un sujeto supuesto saber, a un sujeto que posee la totalidad de lo
pensable, pueda ponerse al servicio de un deseo de no tener que pensar más para delegar en ese
otro este poder y este derecho.
Ahora podemos definir lo que denunciamos como manifestación de un “abuso de trasferencia” del
que el analista se hace culpable: toda practica y toda conceptualización teórica que amenacen con
confirmar al analizado la legitimidad de la ilusión que le hace afirmar que o que se tiene que pensar
sobre el sujeto y sobre este sujeto ya fue pensado de una vez para siempre por UN analista, y, por
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lo tanto, que el analiza no puede esperar ni oír nada nuevo d y en el discurso que se le ofrece. Algo
que era una ilusión útil para la instalación de la transferencia, se trasforma en na ilusión mortífera
que privara al analizado de todo interés por la búsqueda de pensamientos nuevos y de
representaciones perdidas, búsqueda cuyo investimento el proceso exige. En todos estos caos, el
factor determinante del fracaso del proceso concierne a algo que constituye, en nuestra opinión, la
causa de ese abuso: la negativa, por parte del analista, a oír y reconocer la singularidad del
discurso que se le dirige, el displacer que parece ocasionarle toda palabra que pudiera obligarlo a
aceptar nuevos pensamientos y renuncia a otros, su paso atrás frente a todo aquello que pudiera
hacerle dudar de lo que consideraba demostrado para siempre.
Bleichmar, S. (1999) “El carácter lúdico del análisis”. En Revista Actualidad Psicológica. Año
24, N°263. (pp. 2 - 5). Buenos Aires. (VER – APUNTE)
Freud, S. (1912). “Recordar, repetir, reelaborar”. (Nuevos consejos sobre la técnica del
psicoanálisis). Tomo XII. (pp. 145 - 157). Obras completas. Buenos Aires. Madrid. Amorrortu
Editores.
No me parece ocioso recordar una y otra vez a los estudiantes las profundas alteraciones que la
técnica psicoanalítica ha experimentado desde sus comienzos hasta que finalmente se plasmó la
consecuente técnica que hoy empleamos: el medio renuncia a enfocar un momento o un problema
determinados, se conforma con estudiar la superficie psíquica que el analizado presenta cada vez,
y se vale del arte interpretativo, en lo esencial, para discernir las resistencias que se recortan en el
enfermo y hacérselas consientes. Así se establece una nueva modalidad de división del trabajo: el
medico pone en descubierto las resistencias desconocidas para el enfermo; dominadas ellas, el
paciente narra con toda facilidad las situaciones y los nexos olvidados. Desde luego que la meta de
estas técnicas ha permanecido idéntica. En termino descriptivos: llenar las lagunas del recuerdo;
en término dinámicos: vencer las resistencias de represión.
Intercalo ahora lagunas observaciones que todo analista ha hallado corroboradas en su
experiencia. El olvido de impresiones, escenas, vivencias, se reduce las más de las veces a un
bloqueo de ellas. Cuando el paciente se refiere a este olvido, rara vez omite agregar: “En verdad lo
he sabido siempre, solo que no me pasaba por la cabeza”. Y no es infrecuente que exteriorice su
desengaño por no ocurrírsele bastantes cosas que pudiera reconocer como “olvidadas”, o sea, en
las que nunca hubiera vuelto a pensar después que sucedieron. Sin embargo, también esta
añoranza resulta insatisfecha, sobre todo en las histerias de conversión. El olvido experimenta otra
restricción al apreciarse los recuerdos encubridores, de tal universal presencia. Podemos decir que
en estos casos, el analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo
actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin saber luego, que lo hace.
Por supuesto que lo que más nos interesa es la relación de esta compulsión de repetir con la
transferencia y la resistencia. Pronto advertimos que la transferencia misma es solo una pieza de
repetición, y la repetición es la transferencia del pasado olvidado; pero no solo sobre el medico:
también sobre todos los otros ámbitos de la situación presente. Por eso tenemos que estar
preparados para que el analizado se entregue a la compulsión de repetir, que le sustituye ahora al
impulso de recordar, no solo en la relación personal con el médico, sino en todas las otras
actividades y vínculos simultáneos de su vida. Tampoco es difícil discernir la participación de la
resistencia. Mientras mayor sea esta, tanto más será sustituido el recordar por el actuar.
Tenemos dicho que el analizado repite en vez de recordar, y repite bajo las condiciones de la
resistencia; ahora estamos autorizados a preguntar: ¿Qué repite o actúa, en verdad? He aquí la
respuesta. Repite todo cuanto desde las fuentes de su reprimido ya se ha abierto paso hasta su ser
manifiesto: sus inhibiciones y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter. Y, además,
durante el tratamiento repite todos sus síntomas. En este punto podemos advertir que poniendo de
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relieve la compulsión de repetición no hemos obtenido ningún hecho nuevo, sino solo una
concepción más unificadora.
Ahora bien, el principal recurso para domeñar la compulsión de repetición y transformarla en un
motivo para el recordar, reside en el manejo de la transferencia. Le abrimos la transferencia como
la palestra donde tiene permitido desplegarse con una libertad casi total, y donde se le ordena que
escenifique para notros todo pulsional patógeno, que permanezca escondido en la vida anímica del
analizado. Con tal que el paciente nos muestra al menos la solicitud, de respetar las condiciones de
existencia del tratamiento, conseguimos, casi siempre, dar a todos los síntomas de la enfermedad
un nuevo significado transferencial, sustituir su neurosis originaria por una neurosis de
transferencia, de la que puede ser curado en virtud del trabajo terapéutico. La trasferencia crea así,
un reino intermedio entre la enfermedad y la vida, en virtud del cual se cumple el tránsito de aquella
a esta.
Klein, M. (1955). Capítulo I “La técnica psicoanalítica del juego: su historia y significado”. En
Nuevas direcciones en psicoanálisis. (pp. 21 - 39). Buenos Aires. Editorial Paidós. (VER –
APUNTE)
Mannoni, M. (1965). Prefacio, por Francoise Dolto. Palabras preliminares. Capítulo 1 - Punto
1 - Caso clínico VII (Caso Sabine). Capítulo 4 “¿En qué consiste entonces la entrevista con el
psicoanalista?”. En La primera entrevista con el psicoanalista. (pp. 9 - 92, pp. 55 - 58 y pp.
123 - 129). Barcelona. Editorial Gedisa.
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En realidad, en los casos en que la madre acude a la consulta por un síntoma preciso,
acompañado de un diagnostico seguro, es porque generalmente no desea cambiar en nada el
orden establecido. La aventura comienza cuando el analista cuestiona la respuesta parental. A los
padres les cuesta perdonarle que no se haga cómplice de su mentira.
El estudio del lugar de la regresión en el campo analítico es una de las tareas que Freud dejo sin
realizar para que nosotros la emprendiésemos y creo que se trata de un tema para el cual esta
Sociedad está preparada. El tema de la regresión me ha llamado poderosamente la atención a la
vista de ciertos casos vividos durante los últimos doce años de mi labor clínica.
El análisis no es solamente un ejercicio técnico. Es algo que somos capaces de realizar cuando
hemos alcanzado una fase determinada en la adquisición de una técnica básica. Lo que somos
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capaces de hacer nos permite cooperar con el paciente en el seguimiento del proceso, que en cada
paciente tiene su propio ritmo y su propio curso, todos los rasgos importantes de este proceso
emanan del paciente y no de nosotros en tanto analistas. Por consiguiente, convendrá que
tengamos claramente presente la diferencia entre la técnica y la ejecución del tratamiento.
La elección de casos simplifica la clasificación. Para mis fines agrupare los casos de acuerdo con el
equipamiento técnico que requieran del analista. Mi división de casos se hace en las tres
categorías siguientes: 1) Primeramente, aquellos pacientes que funcionan como personas
completas y cuyas dificultades corresponden al reino de las relaciones interpersonales. La técnica
para el tratamiento de estos pacientes es propia del psicoanálisis tal como este se desarrolló en
manos de Freud a principios del presente siglo. 2) En segundo lugar, tenemos pacientes cuya
personalidad empieza justamente a ser completa. Este es el análisis de una fase de la inquietud, o
de lo que es conocido bajo el término de “posición depresiva”; estos pacientes requieren el análisis
del estado anímico y si bien la técnica empleada no difiere mucho de la que se emplea con los
pacientes de la primera categoría, surgen algunos problemas nuevos relacionados con el aumento
de la gama de material clínico tratada: lo que tiene importancia aquí es la idea de la supervivencia
del analista en calidad de factor dinámico. 3) En el tercer grupo, coloco a todos aquellos pacientes
cuyo análisis debe enfrentarse con las primeras fases del desarrollo emocional antes y hasta la
instauración de la personalidad como entidad, antes de la consecución del estado de unidad
espacio-tiempo. La estructura personal no está firmemente asentada. En este tercer grupo, el
énfasis recae en la dirección o control.
En la última de estas tres categorías cae una de las pacientes que quizás más me hayan enseñado
acerca de la regresión. Puede que en otra ocasión les dé una información completa de este
tratamiento, pero de momento debo limitarme a señalar que he tenido la oportunidad de dar vía
libre a una regresión y ver cuál era el resultado.
Características del caso: paciente de mediana edad; desarrollo precoz de un self falso; para que
el tratamiento resultase eficaz debía producirse una regresión en busca del self verdadero. Decidí
al principio que había que dejar que la regresión siguiera su curso y no se hizo ningún intento de
interferir la marcha del proceso regresivo. Pasaron 3 o 4 años antes de que se alcanzase la
profundidad de la regresión, a continuación se inició el progreso del desarrollo emocional. No ha
habido otra regresión. Ha habido ausencia de caos, aunque la amenaza del mismo jamás dejo de
estar presente.
El tratamiento y dirección de este caso ha exigido la participación de cuanto poseo en mi calidad de
ser humano, de analista y de pediatra. En especial, he tenido que aprender a examinar mi propia
técnica siempre que surgían dificultades y siempre, en la docena aproximada de fases de
resistencia, ha resultado que la causa estaba en un fenómeno de contratransferencia que hacía
necesario un mayor análisis del analista. Lo principal es que en este caso, al igual que en muchos
otros, he tenido necesidad de reexaminar mi técnica, incluso la adaptada a los casos más
corrientes. Antes de explicar lo que quiero decir debo explicar qué sentido doy a la palabra
“regresión”. Para mí, la palabra “regresión” significa simplemente lo contrario de progreso. Progreso
es la evolución del individuo. El progreso empieza en una fecha sin duda anterior al nacimiento.
Detrás del progreso hay un impulso biológico. Uno de los dogmas del psicoanálisis es que la
salud implica continuidad con respecto a este progreso evolucionista de la psique y que la
salud es la madurez del desarrollo emocional apropiado a la edad del individuo.
Un examen más atento nos permite descubrir inmediatamente que no puede haber una sencilla
inversión del progreso. Para que se produzca la inversión de este progreso en el individuo tiene
que haber una organización que permita la regresión. Vemos: un fracaso en la adaptación por parte
del medio que produce el desarrollo de un self falso; una creencia en la posibilidad de una
corrección del fracaso originario representada por la capacidad latente para la regresión; un medio
ambiente especializado seguido por la regresión real; un nuevo desarrollo emocional hacia
adelante, con complicaciones que describiremos luego. Cuando en psicoanálisis hablamos de
regresión, damos a entender la existencia de una organización del yo y de una amenaza de
caos. Como verán, estoy considerando la idea de la regresión dentro de un mecanismo muy
organizado de defensa del yo, mecanismo que implica la existencia de un self falso.
En la teoría del desarrollo del ser humano hay que incluir la idea de que es normal y sano que el
individuo pueda defender el self contra un fracaso específico del ambiente mediante la congelación
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de la situación de fracaso. Son varias las formas en que el individuo sano se enfrenta con los
fracasos específicos del medio ambiente precoz, pero hay una de ellas a la que aquí denomino “la
congelación de la situación de fracaso”. Tiene que haber una relación entre esto y el concepto del
punto de fijación. En la teoría psicoanalítica, a menudo afirmamos que en el curso del desarrollo
instintivo de las fases pre-genitales las situaciones desfavorables pueden crear puntos de fijación
en el desarrollo emocional del individuo. En una fase posterior, por ejemplo, la fase de dominio
genital, es decir, cuando toda la persona se halla involucrada en relaciones interpersonales, la
angustia puede conducir a una regresión en términos de cualidad instintiva hasta la regresión
actuante en el punto de fijación, cuya consecuencia es el refuerzo de la situación originaria de
fracaso.
(Caso del enema previo a la operación de amígdalas. Interpretado como un acto de venganza por
parte de la madre motivado por la homosexualidad del chico, y lo que entro en la represión fue la
homosexualidad y junto a ella el potencial erótico anal) Les presente este caso en calidad de
caso corriente que ilustra un síntoma en el que hay una regresión a un punto de fijación donde el
trauma se halla claramente. Los analistas han considerado necesario postular que lo más normal
es que existan situaciones pre-genitales buenas a las que el individuo pueda regresar cuando se
halle en dificultades en una fase posterior. De esta manera ha nacido la idea de que hay dos clases
de regresión con respecto al desarrollo instintivo, una que consiste en regresar a una situación
precoz de fracaso y otra a una situación precoz de éxito.
-
Deseo ahora dejar bien claro, como divido artificialmente la obra de Freud en dos partes. Primero,
está la técnica del psicoanálisis tal como ha ido desarrollándose paulatinamente y tal como la
aprenden los estudiantes. El material presentado por el paciente debe ser entendido e interpretado.
Y, en segundo lugar, está el marco dentro del cual este trabajo se lleva a cabo. Examinemos
seguidamente el marco clínico de Freud, para lo cual enumerare algunos de los puntos más obvios
de su descripción El analista expresaba amor por medio del interés positivo que se tomaba por
el caso, y expresaba odio por su mantenimiento estricto de la hora de comenzar y la de acabar, así
como en el asunto de los honorarios. El odio y el amor eran expresados honradamente, es decir,
no eran negados por el analista. El objetivo del análisis era el establecer contacto con el proceso
del paciente, comprender el material presentado, comunicar tal comprensión por medio de las
palabras. La resistencia entrañaba sufrimiento y podía ser suavizada por medio de la
interpretación. El método del analista era la observación objetiva.
Todos estos puntos nos ofrecen gran riqueza de material para el estudio y se observara una
semejanza muy acentuada entre todas estas cosas y la tarea común de los padres, especialmente
la de la madre con el pequeño o la del padre haciendo de madre, y en algunos aspectos con la
tarea de la madre en un principio. Permítanme añadir que para Freud hay tres personas, una de las
cuales se halla excluida de la habitación analítica. Si solo intervienen dos personas entonces es
que ha habido una regresión del paciente en el marco analítico, y el marco representa la madre con
su técnica y el paciente es un niño pequeño. Hay un estado ulterior de regresión en el cual solo una
está presente: el paciente, eso resulta cierto incluso si en otro sentido, desde el punto de vista del
observador, hay dos personas.
-
Ahora es necesario hacer un comentario sobre el diagnóstico de la psicosis. Al estudiar un grupo
de locos, hay que distinguir entre aquellos cuyas defensas se hallan en un estado caótico y
aquellos que han sido capaces de organizar una enfermedad. Seguramente, en caso de aplicar el
psicoanálisis a la psicosis, dicho tratamiento tendrá mayores probabilidades cuando se trate de una
enfermedad muy organizada.
-
A veces se objeta que todo el mundo quiere hace una regresión: que la regresión es una especie
de picnic, que debemos impedir que nuestros pacientes efectúen la regresión, o bien, que a
Winnicott le gusta que sus pacientes realicen la regresión, lo invitan a ella. Permítanme hacer
algunas observaciones básicas sobre el tema de la regresión organizada a la dependencia. Esta es
siempre extremadamente penosa para el paciente: en un extremo se halla el paciente
razonablemente normal, a medio camino nos encontramos con todos los grados de reconocimiento
penoso de la precariedad de la dependencia y de la sobre-dependencia; y en el otro extremo se
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halla el caso propio del hospital psiquiátrico, aquí es de suponer que el paciente no sufre a cusa e
la dependencia sino que el sufrimiento es resultado del sentimiento de futilidad, irrealidad. Así,
surge ante nosotros la siguiente pregunta: ¿Qué hacen los analistas cuando aparece la regresión?
Algunos dan órdenes, pero esto no es psicoanálisis. Otros dividen su trabajo en dos partes, aunque
por desgracia no siempre reconocen plenamente lo siguiente: que son estrictamente analíticos y
que actúan intuitivamente. Aquí surge la idea del psicoanálisis como arte. La idea del psicoanálisis
como arte debe ceder gradualmente ante el estudio de la adaptación ambiental relativa a las
regresiones de los pacientes. Pero mientras se siga sin desarrollar el estudio científico de la
adaptación ambiental supongo que los analistas debemos continuar siendo artistas en nuestro
trabajo. El analista puede ser un buen artista, pero a menudo me he hecho la siguiente pregunta:
¿a qué paciente le interesa ser el poema o el cuadro de otra persona?
Sé por experiencia que algunos dirán que todo esto lleva a una teoría del desarrollo que hace caso
omiso de las primeras fases del desarrollo del individuo, que adscribe el desarrollo precoz a
factores ambientales. Esto es completamente falso. En el desarrollo precoz del ser humano, el
medio ambiente que se comporta bien da lugar al crecimiento personal. Entonces los procesos del
self pueden seguir activos, en una línea ininterrumpida de crecimiento vivo. Si el medio ambiente
no se comporta lo bastante bien, el individuo se encuentra metido en unas reacciones ante los
ataques, viéndose interrumpidos los procesos del self. Si este estado de cosas alcanza un límite
cuantitativo, el núcleo del self empieza a ser protegido, hay un retraso. El self es incapaz de seguir
progresando a menos y en tanto que el fracaso ambiental sea corregido en la forma que he
descrito: con el self verdadero protegido, se desarrolla un falso self edificado sobre la base de una
defensa-sumisión, la aceptación de la reacción ante los ataques. El desarrollo de un falso self
constituye una de las más afortunadas organizaciones de defensa creadas para la protección del
núcleo del verdadero self, y su existencia da por resultado el sentimiento de futilidad.
-
Finalmente, examinemos el concepto de regresión contrastándolo con el concepto de
tranquilización. Esto es necesario debido a que la técnica de aceptación que debe satisfacer la
regresión de un paciente, a menudo es clasificada como tranquilización. Afirmamos que la
tranquilización no forma parte de la técnica psicoanalítica. El paciente penetra en el marco analítico
y luego sale de él, y dentro de tal marco no hay más que interpretación, correcta, penetrante y
oportuna. Sin embargo es necesario examinar toda la cuestión. ¿Qué es la tranquilización? Todo el
marco en el que se desarrolla el psicoanálisis constituye una enorme tranquilización, especialmente
en lo que respecta a la objetividad y comportamiento del analista y a las interpretaciones
transferenciales que, en lugar de explotar vanamente la pasión de un momento, la utilizan
constructivamente. Es mucho mejor hablar de la cuestión de la tranquilización en términos de
contratransferencia. La formación de reacciones en el comportamiento del analista es perjudicial,
no porque se manifiesten en forma de tranquilizaciones y negaciones, sino porque son la
representación de elementos inconscientes y reprimidos del analista. Ahora bien, ¿Qué diríamos de
la incapacidad tranquilizadora de un analista? La creencia en la naturaleza humana y en el proceso
de desarrollo existe en el analista como condición indispensable para su labor, y le paciente se da
cuenta rápidamente que así es.
Winnicott, D. (1991). Punto 4 “El juego en la situación analítica”. Punto 12 “Notas sobre el
juego”. En Exploraciones psicoanalíticas I (pp. 43 - 45 y pp. 79 - 83) Buenos Aires. Editorial
Paidós. (UNIDAD TEMATICA B)
Winnicott, D. (2009). Punto 40 “El juego del garabato” (Caso clínico L, de siete años y
medio). Capítulo “Un caso de psiquiatría infantil que ilustra la reacción tardía ante la
pérdida”. En Exploraciones psicoanalíticas II. (pp. 24 - 43 y pp. 68 - 97). Buenos Aires -
Barcelona - México. Editorial Paidós.
El día posterior a su undécimo cumpleaños, Patrick sufrió la pérdida de su padre, que murió
ahogado. La forma en que él y su madre usaron la asistencia profesional que necesitaban ilustra la
función del psicoanalista en psiquiatría infantil. Al principio, la madre tenía muy escasa
comprensión de la psicología y gran hostilidad hacia los psiquiatras, pero gradualmente fue
82
desarrollando las cualidades y el insight necesarios. De hecho, llego a cumplir con la función de
cuidado mental de Patrick durante el derrumbe de este y se sintió muy estimulada por su capacidad
para emprender esta pesada tarea y tener éxito en ella.
Evolución del contacto del psiquiatra con el caso.
Toda vez que es posible, obtengo la historia de un caso mediante entrevistas psicoterapéuticas con
el niño. La historia contiene los elementos fundamentales y nada importa que algunos aspectos así
obtenidos resulten ser incorrectos. Es mínima la cantidad de preguntas formuladas en aras de la
prolijidad o de llenar lagunas. Con este método, es posible evaluar el grado de integración de la
personalidad del niño, su capacidad para soportar conflictos y tensiones, la fuerza y clase de sus
defensas, así como la confiabilidad o falta de confiabilidad de la familia y del ambiente en general.
Los principios aquí enunciados son los mismos que singularizan a un tratamiento psicoanalítico. La
diferencia entre el psicoanálisis y la psiquiatría infantil radica principalmente en que el primero trata
de tener la posibilidad de hacer lo mejor posible, en tanto que en el segundo caso, uno se pregunta
¿cuánto uno necesita hacer? He comprobado, para mi sorpresa, que un caso de psiquiatría infantil
puede enseñarle mucho al psicoanalista, aunque la deuda mayor se da en la dirección opuesta.
Primer contacto. Una mujer me telefoneó en forma inesperada para decirme que había resuelto,
contra su voluntad, correr el riesgo de consultar a alguien en relación con su hijo, que estaba en la
escuela preparatoria, y una amiga le había dicho que probablemente yo no fuera tan peligroso
como la mayoría de los de mi especie. Me conto que el padre del niño había muerto ahogado en un
accidente, que Patrick había sido responsable hasta cierto punto de la tragedia, que ella y su hijo
mayor aún estaban muy perturbados y que el efecto de este hecho sobre Patrick había sido
complejo. Patrick se había vuelto “emotivo”.
Primera entrevista con Patrick. Patrick vino con su madre. Evidentemente, era inteligente y
simpático, y se mantenía muy atento. Le dedique todo el tiempo de la entrevista (dos horas) que en
ningún momento resulto difícil para él o para mí. Solo que durante la parte más tensa de la consulta
me fue imposible tomar notas. Lo que sigue fue escrito al finalizar la entrevista. Patrick dijo que no
le estaba yendo bien en la escuela pero que “le gustaba el esfuerzo intelectual”. Comenzamos a
jugar al “juego del garabato” (en el que yo hago un garabato para que el chico lo convierta en
alguna otra cosa, y luego él hace uno para que yo lo convierta en alguna otra cosa). Al mío lo
convirtió en un elefante y al suyo lo convirtió e “algo abstracto”. Su dibujo mostraba su sentido del
humor, lo cual es importante como pronostico. Su decisión de transformar el garabato en algo
abstracto se vinculaba con el peligro, muy real en su caso, de que a raíz de su muy buena
capacidad intelectual escapara de las tensiones emocionales refugiándose en la intelectualización
compulsiva, y por sus temores paranoides, que luego se pusieron en evidencia, había una base
aquí para suponer un sistema organizado de pensamiento. Yo convertí su garabato en dos figuras
sobre las cuales él dijo que era “una madre sosteniendo a un bebe”. Yo no sabía a la sazón que
aquí había ya una indicación sobre la principal necesidad terapéutica. Luego convirtió un garabato
en “una madre regañando a su hijo” y aquí puede verse en parte su deseo de ser castigado por la
madre.
Luego de eso empezó a charlar y el dibujo pasó a segundo plano. Entre lo que conversamos
estuvo lo siguiente: durante el primer cuatrimestre en la escuela había tenido un señuelo. Dos
noches antes de la mitad del cuatrimestre, había estado enfermo, víctima de una epidemia. En el
sueño la encargada del internado le decía que se levantara y fuese al vestíbulo, donde daban de
comer a los vagabundos. ¿Están todos presentes? Gritaba la encargada, había quince pero faltaba
uno, aunque nadie sabía que faltaba uno. El resto del sueño tenía que ver con un bebe que
brincaba encima de un colchón. (Supuse que la persona que faltaba era una referencia al padre
muerto). Le pregunte: “¿Cómo sería para ti un sueño lindo? Respondió enseguida: La dicha, ser
cuidado, sé que es eso lo que quiero. A otra pregunta mía respondió que sabía lo que era la
depresión, en especial desde la muerte de su padre.
Lo quería a su papa, aunque no lo veía mucho. “Mi padre era muy bueno pero la verdad es que
mama y papa estaban continuamente en tensión”. Continuo contando lo que había visto: “Yo era el
vínculo que los unía. Trate de ayudar. Para papa era atroz que se arreglaran las cosas de
antemano, esta era una de sus fallas. Entonces mama se quejaba. En realidad se complementaban
muy bien uno con el otro, pero se enfrentaban entre sí por pequeñas cuestiones y la tensión crecía
y volvía a crecer, y para mí la única solución era que se unieran. Papa trabaja excesivamente. Tal
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vez no fue muy feliz. Le provocaba una gran carga venir cansado a casa y encontrarse con que su
mujer le había fallado.
Durante el resto de esta larga y llamativa entrevista, repasamos en detalle el episodio de la muerte
de su padre. Patrick dijo que “tal vez se había suicidado” o que quizás la falta había sido de él (de
Patrick): era imposible saberlo. Estuvieron a punto de morir ahogados los dos, pero cuando ya
estaba anocheciendo, poco después de que su padre se hundiera, Patrick fue rescatado por azar.
Por un tiempo no supo que su padre había muerto, al principio le dijeron que estaba en el hospital.
Comento que él creía que su madre se habría suicidado si su padre hubiese conservado la vida,
porque la tensión entre ellos era tan grande, que es imposible pensar que pidiesen continuar los
dos sin que uno muriera. Había, por lo tanto, un sentimiento de alivio, y señalo que todo esto le
provocaba mucha culpa. Al final hablo acerca de los enormes temores que había sentido desde
que era muy niño. Describió su gran temor asociado con las alucinaciones que tenía, visuales y
auditivas e insistió que su enfermedad, “si es que estaba enfermo”, era previa a la tragedia.
Patrick dibujo una casa, y marco los diversos lugares en que se le aparecían figuras persecutorias
masculinas. La principal zona peligrosa era el baño, y había un solo lugar donde podía orinar si
quería evitar las alucinaciones persecutorias. Las alucinaciones eran, según él, fantasmas de un
hombre vengativo que volvía, pero eran anteriores a la tragedia.
En esta entrevista, el acento estuvo puesto en el episodio de la muerte del padre, recordado y
descripto por Patrick con cierto desapego. Esto me permitió tener una vislumbre de la personalidad
y carácter de este paciente, además aprendí que: Patrick estaba empezando a sentirse culpable
por la muerte del padre, todavía no experimentaba tristeza, sentía como un peligro la llegada de
emociones durante tanto tiempo postergadas, temía estar enfermo, había indicios de un factor
desconocido importante, representado por el dibujo que o tuvo explicación (el del bebe brincando) y
que en la escuela había tenido enfermedades poco definidas, con motivo de las cuales se agencio
al cuidado de la encargada. Posteriormente me entere que había creado este síntoma
deliberadamente, porque no sabía de qué otra manera obtener el cuidado personal especial que el
necesitaba. Patrick retoro a la escuela de internado.
El acontecimiento siguiente fue una llamada urgente de la madre y del propio Patrick pidiéndome
que lo atendiera de inmediato. Patrick se había escapado de la escuela y había tomado el tren que
lo llevaba a su casa con un montón de libros en latín. Dijo que tenía que hacer sus tareas de latín
en el hogar porque en la escuela no podía, y no estaba cumpliendo con sus obligaciones escolares.
Como se ve, era totalmente incapaz de pedir ayuda ante la amenaza de derrumbe psíquico.
Segunda entrevista con Patrick. En términos comparativos, esta entrevista transcurrió sin
novedades. Patrick confeso que había pensado en escaparse en el cuatrimestre de otoño. Un chico
había cometido un error elemental, y uno de los preceptores dijo que merecía ser apaleado y no
seguir en la escuela. La reacción de Patrick ante este incidente menor fue violenta; se enfermó y
tuvieron que llevarlo a la enfermería de la escuela. Patrick mostraba una predisposición a la
paranoia y era hipersensible ante cualquier idea de castigo o de censura. Su preceptor, que de
ordinario era para él una figura benévola en su vida, se había vuelto una amenaza para el. Desde
el punto de vista clínico, Patrick había pasado a ser un niño con una enfermedad psiquiátrica,
carente de insight y con angustias de tipo paranoide. Le aconseje que se quedara en casa todo el
fin de semana y hable a tal efecto con las autoridades de la escuela: ellas me dijeron que a su
juicio la madre de Patrick estaba demasiado perturbada como para serle de ayuda, pero insistí en
que el chico tenía que permanecer en su casa.
Tercera entrevista. El domingo Patrick debía regresar a la escuela. Se encerró en el baño y no
quiso salir, ni venir a verme. Finalmente se lo obligo a que saliera y me viniera a ver, como una
emergencia. Tuve que instarlo a que bajara del automóvil deportivo de su hermano. Esta tercera
entrevista fue muy intensa y no pude tomar notas. La comunicación se dio en un nivel más
profundo, Patrick me coto muchas cosas sobre sí mismo y su familia y al final le dije que “estaba
enfermo”. Sin embargo, Patrick no estaba oficialmente enfermo. Este fue el momento decisivo en el
manejo del caso. Puede decirse que a partir de ahí se inició un lento proceso de recuperación,
aunque el primer gran paso hacia adelante se dio luego de la siguiente entrevista, en la que se
pudo dilucidar el factor que había quedado como una incógnita en la primera.
Cuarta entrevista. Patrick vino solo. Dijo que venía por un motivo especifico y era que ahora
compendia el dibujo del bebe brincando. En su empeño por entender el significado de este
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inesperado dibujo, había estado charlando con su madre y ella le conto cual había sido el
comportamiento de Patrick al año y medio cuando ella tuvo que ausentarse por seis semanas, a
partir de una operación. Mientras su madre estuvo ausente, él se había quedado con unos amigos
supuestamente adecuados para atenderlo, pero que lo excitaron más y más. Su padre lo visitaba
todos los días. Patrick se había vuelto en realidad híper-excitable: “Era como el dibujo, y cuando
mama me conto de todo esto recordé los barrotes de la cuna”. Evidentemente, había existido en
ese periodo el peligro real de que se cortase el hilo de la continuidad de su ser. La madre había
retornado justo a tiempo. Fue un periodo de peligro cuando tenía un año y medio, con una defensa
maniaca in crescendo que prontamente se convirtió en una depresión al llegar la madre. Patrick
salió de esta entrevista inmensamente aliviado, y su madre me informo luego que había tenido una
marcada mejoría clínica, la cual perduro y poco a poco llevo a su restablecimiento. Se inició
entonces un periodo no determinado de regresión, en el que Patrick, convertido en un niño
de 4 años, iba a todas partes con su madre sin soltarle la mano. Nadie sabía cuánto llegaría
a durar esto. Tres semanas después la madre me telefoneo para hacerme saber que había
recibido una carta escrita por Patrick con letra muy infantil, en la que decía lo siguiente: “1. ¿Me
quieres? 2. Muchas gracias. 3. ¿Puedo volver a ver al Dr. W.W pronto?”.
Quinta entrevista. Patrick había tenido un sueño que lo tuvo asustado todo el día. Por las
asociaciones espontaneas, resulto claro, con respecto a este sueño, que el temor al agua se
sumaba al desmoronamiento general del estado de ánimo durante el episodio en que su padre
murió ahogado. Patrick tuvo tiempo en estas circunstancias de ponerse en contacto con sus
sentimientos de culta y toda la agonía del estado de ánimo que se le desmoronaba al ver como se
ahogaba su padre y que el mismo estaba a punto de ahogarse, aunque después lo rescataron. Al
soñar este sueño, puso de relieve que cobraba control sobre el episodio, y al recordarlo y
comunicarlo desplego aún más la fuerza de su organización yoica, además, cuando pidió verme
estaba demostrando con ello su capacidad de creer en su madre, en mi como padre sustituto, y en
nuestro trabajo conjunto como figuras parentales que actuaban al unísono.
Primera entrevista con la madre. Esta fue la primera entrevista personal que tuve con la madre. La
razón principal de que hasta entonces no la hubiera visto es que el caso me llego cuando no tenía
horas libres en absoluto. Patrick había vuelto a un estado regresivo de dependencia e inmadurez, y
estaba al cuidado de ella y otras personas del lugar. Se había puesto en evidencia la capacidad de
confiabilidad básica de la madre.
Séptima entrevista con Patrick. Poco después de esta consulta surgió una complicación, a raíz de
que la escuela no dio crédito a la enfermedad de Patrick y le envió los formularios para un examen,
con un resultado catastrófico. Penosamente, Patrick reunió fuerzas y procuro salir de su
retraimiento y enfrentar el desafío, pero al mismo tiempo perdió toda capacidad de relajación y se
sintió gravemente angustiado y perseguido. Por entonces, había logrado emerger de su regresión a
la dependencia. Dispuse las cosas de modo de ver a Patrick de inmediato y prohibió absolutamente
todas las pruebas y exámenes, diciéndole que debía tirar los formularios a la basura. El resultado
inmediato de esta consulta y de mi firme decisión respecto de los formularios de examen fue que
Patrick recobro su manera relajada de actuar, retorno rápidamente a su retraimiento regresivo y
volvió a sentirse completamente feliz en la casa de fin de semana. Pudo allí trabajar mucho con los
exámenes, sin ninguna angustia. El día del aniversario de la muere de su padre, Patrick dijo: “¡Oh
gracias al cielo que termino! No fue ni la mitad de lo malo que yo suponía. Enseguida pareció
recobrar su salud: se le desato la cara”. Octava y novena entrevista (nada importante que rescatar).
Segunda entrevista con la madre. Esta segunda entrevista con la madre fue importante, y fue
necesaria debido a que la madre estaba enojada conmigo y tenía que encontrar una expresión
para su enojo. En el curso de la entrevista se vio que yo la había recargado demasiado, y de
hecho, yo sabía que así era. Le había pedido que pospusiera su reacción ante la muerte de su
esposo con el fin de cuidar a Patrick y había confiado en que ella asumiría su responsabilidad con
respecto al niño cuando se produjo el derrumbe de este. Tercera entrevista (nada importante que
rescatar).
Cuarta entrevista con la madre. La madre informo que Patrick había hecho bastantes progresos.
Pasó al primer puesto de su grado y disfrutaba con sus quehaceres, el informe de la escuela era
bueno. Estaba más contento, dormía bien, y sus fobias se habían reducido a cero. La madre
estaba ayudándolo a programar para el segundo aniversario una reunión sencilla.
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Winnicott, D. (1986). Introducción. Capítulo 3 “El juego, exposición teórica”. En Realidad y
juego. (pp. 13 - 16, pp. 61 - 77). Barcelona. Editorial Gedisa. (VER – APUNTE)
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Se hace necesario tomar en cuenta que la heterogeneidad representacional con la cual funciona el
psiquismo en general, puede ser visualizada de manera ampliada en estas circunstancias, pero no
se reduce a estos modos de constitución psíquica. Para ello hay que partir de la idea de que esta
heterogeneidad no se reduce a na sola forma de la simbolización, ya que coexisten en el
inconsciente representaciones-cosa que nunca fueron transcriptas (efecto de la represión
originaria), representaciones palabra resignificadas por la represión secundaria, y signos de
percepción que no logran su ensamblaje y que operan al ser investidos con alto poder de
circulación por los sistemas sin quedar fiados a ninguno de ellos. He llamado a estos signos de
percepción elementos arcaicos que deben ser concebidos semióticamente no como significantes
sino como indicios, y restituidos en su génesis mediante puentes simbólicos efecto de la
intervención analítica.
Las cuestiones que remiten a la construcción del sujeto de análisis no se reducen al momento
inicial de la cura, sino que pueden atravesar también los momentos de fractura que el proceso
puede sufrir en virtud de que las vías de acceso de lo real al aparato psíquico están abiertas. Ellas
lo obligan a un trabajo constante de metabolización y recomposición simbólica de lo real vivido,
para lo cual los sistemas no están siempre preparados, ni poseen el instrumental necesario para
realizarlo sin resto traumático. De todos modos, es indudable que la constitución de una tópica
atravesada por la represión y que ha logrado diferenciar sus instancias y procesos de relación y
ligazón e representación solo puede estallar, en sentido estricto, ante situaciones límite que de
modo reiterado ataquen los enlaces mismos que articulan el entrelazado representacional e
identificatorio del yo. Las circunstancias usuales de la vida producen desarticulaciones parciales,
pero no verdaderos estallidos psíquicos.
Si diferenciar motivo de consulta de razón de análisis debe ser eje de las primeras entrevistas con
vistas a la selección de la estrategia para la construcción del sujeto de análisis, no hay duda de que
en la infancia esto toma un carácter central a partir de que trabajamos en los tiempos mismos de
construcción del aparato psíquico y de definición de los destinos deseantes del sujeto en cierne.
Definir claramente la ubicación del riesgo patológico en el marco de un corte estructural del
proceso histórico que constituye el psiquismo es la tarea central de un analista de niños. En
este caso, la deconstrucción de los enunciados que lo traban deviene urgente para que los
tiempos que se pierden no devengan obstáculos insalvables para la construcción de un
futuro posible. Definir la razón de análisis es entonces reposicionar el motivo de consulta en
el marco de las determinaciones que lo constituyen, lo cual aplica la construcción, a partir
de la metapsicología, e un modelo lo más cercano a la realidad del objeto que abordemos y
su funcionamiento. Esto torna no solo más racionales nuestras intervenciones, sino más
fecundos sus resultados, a partir de la instrumentación posible de una estrategia de la cura.
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