Erótica y Vejez
Erótica y Vejez
Erótica y Vejez
Erótica y vejez
Perspectivas de Occidente
PAIDÓS
Buenos Aires • Barcelona • México
155.6 lacub, Ricardo
CDD Erótica y ve je z: perspectivas de occidente. - 1a ed.
2a reimp. - Buenos Aires : Paidós, 2011.
224 p . ; 22x16 cm. * (Divulgación)
ISBN 978-950-12-2640-9
1“ edición, 2006
2“ reimpresión, 2011
Indice
L eopoldo S alvarezza
Prefacio
¿Sexualidad o erotismo?
Situar el eje en el erotismo, y no en la sexualidad, res
ponde a una consideración más abarcativa de la cuestión. El
término “sexualidad”, con todo lo que engloba, es el resultante
de un tipo de m irada sobre el erotismo propia del siglo XIX.
Según Foucault (1995), en ese siglo el erotismo se conside
raba como “un dominio penetrable por procesos patológicos
y que por lo tanto exigía intervenciones terapéuticas o de
normalización”. Este criterio llevó a la concepción de una cien
cia de la sexualidad, o scientia sexualis, entendida como aquel
espacio ordenado por un saber que considera lo erótico como
un campo de “alta fragilidad patológica”. Este saber deter
minó que “la sexualidad”, en el ámbito de los estudios sobre
la vejez, se planteara como una suma de capacidades o disca
pacidades físicas y psicológicas.
El erotismo, en cambio, abre un área más amplia, que
incluye tanto el deseo como el amor, o las múltiples variacio
nes en las que éste se transm ute. El arte erótico o ars erótica
considera el placer “no en relación con una verdad absoluta
de lo permitido y de lo prohibido ni con un criterio de utilidad,
sino, prim ero y ante todo, en relación consigo mismo”
(Foucault, 1995).
Las narrativas históricas y literarias promueven esque
mas ideales, desde los cuales una erótica se enriquece de
nuevos libretos sociales para conformar una estética del amor
o del deseo. El erotismo es esa infinita variedad de formas
basadas en una constante invención, elaboración, domes
ticación y regulación del impulso sexual (Featherstone, 1998)
o, como sugiere Bauman, es el procesamiento cultural del sexo.
La erótica también puede ser pensada como la estilización
de un relato que perm ita escenificar el cortejo entre un de
seante y un deseado a través de reglas más o menos fijas,
las cuales dan como resultado un producto histórico relativo
a una más amplia organización social.
Luhman (1985) considera que el amor es un código de
comunicación expresado a través de reglas que forman o si
mulan determinados sentimientos. En el siglo XVIII se lo
concebía como un modelo de comportamiento que podía ser
representado, puesto en escena para la ocasión, enseñado.
Aunque se consideraba que las descripciones literarias que
idealizaban y mistificaban el amor, lo hacían frente a la so
ciedad de su época y a sus tendencias transform adoras.
Rochefoulcauld (1969) sintetizaba provocativamente esta
ficción: “Hay gente que no habría estado jam ás enamorada
si no hubiera escuchado hablar del amor”.
2. Este término (Iacub, 2001) fue propuesto para designar una lectura
posmoderna y posestructuralista de la temática. La posgerontología se nutre
de la gerontología crítica (Moody, 1993) y de la gerontología narrativa (véase
Kenyon y Randall, 2001).
mativo al criterio etario. Este estatus determinó qué se
entendía por vejez y el tipo de problematización que se reali
zaba a propósito de esta etapa, es decir, el modo en que ésta
era identificada, tratada y valorada, lo cual implicó, a su
vez, un tipo de accionar disciplinario.3
Pensar políticamente la gerontología tiene como base
ideológica la reflexión crítica y la transformación de los mo
delos de sujeción de la vejez y de los dispositivos etarios.
* * *
La fiesta de Afrodita
Desde un punto de vista lingüístico, Leski considera que
en la cultura griega no existía ninguna noción alusiva a una
entidad única que perm itiera agrupar comportamientos,
sensaciones, instintos, deseos y pasiones (Leski, 1950). Los
griegos utilizaban “ta aphrodisia”-que los latinos tradujeron
como “venérea”- para significar “cosas” o “placeres amo
rosos”, “relaciones sexuales”, “actos de la carne”, “voluptuo
sidades” o “fiesta de Afrodita”. Como verbo, “afrodisiazo”
significaba “entregarse a los placeres del amor”.
La actividad sexual, particularm ente masculina, se
ajustaba a una correlación en la cual el más joven era visto
como aquel que debía ser pasivo, mientras que el más viejo
debía ser activo (sin suponer ello una edad específica). Si
esta relación entre ambas partes no se cumplía, era criticada.
En la literatura sobre amor homosexual, aparecían quejas
de los hombres por no poder ser ya activos debido a su impo
tencia, o bien por no poder ser pasivos, debido a su edad.
En ciertas referencias, los arquetipos de lo activo y lo
masculino adquirían valor por sí mismos y funcionaban como
términos que conjugaban una serie de ideales positivos uti
lizados en otros ámbitos no directamente relacionados con
lo erótico, mientras que lo pasivo y lo femenino eran consi
derados en forma negativa. Los primeros arquetipos se
relacionaban con el coraje, y los segundos, con la pereza.
La aphrodisía tendía al desborde, se expresaba a través
del exceso y -curiosamente- de la pasividad, como dos formas
prácticas de la inmoralidad, ya que el peligro que conllevaba
la aphrodisía era volverse su esclavo.
Para conceptualizar los desbordes, tomaremos las refe
rencias de Aristóteles (Ética Nicomaquea VII, 7) y de Jeno
fonte (Recuerdos de Sócrates y El Banquete). Uno de sus
modos era la intemperancia, en griego “akolasía” (licencia,
desenfreno, libertinaje), que se manifestaba en una particu
lar relación con los placeres corporales: implicaba el predo
minio del deseo sobre ciertas regiones del cuerpo, específi
camente la piel, y sobre el contacto boca-garganta, en tanto
fuese el objeto de ese deseo. Existía una gran aprehensión
respecto de la fellatio y el cunnilingus, a los que se trataba
en cierta forma, al igual que el incesto, como prohibidos,
chocantes e inmencionables (Winkler, 1994). No existía una
correlación directa entre la vejez y la intemperancia, aunque
curiosamente, en las citas más habituales acerca de los usos
sexuales en la vejez, se consideraba como posible sólo el
contacto oral.
El segundo tipo de desborde, calificado como inconti
nencia, en griego “akrasía”(traducido como débil o impotente,
no dueño de la cólera, incapaz), hacía referencia al obrar
por concupiscencia o pasión, no por elección, en contra
posición con el comportamiento del individuo continente. El
incontinente comprende, pero se aparta de dicho dictamen
de la razón y actúa por pasión, aun sabiendo que no es bueno
lo que hace. La incontinencia del deseo era más vergonzosa
que la de la cólera, y podía calificársela de incontinencia “en
sentido absoluto y en cierto sentido de vicio” (Foucault, 1984).
Sin que este tipo de desborde haya sido especialm ente
adjudicado a la vejez, haberlo padecido provocaba para
Jenofonte una vejez con lacras o, como señalaba en Econó
mica (I, 22-23), miserable. Allí subyacería una teoría, no
expresada por su autor, que podríamos denominar de la
“acumulación”,, según la cual los sucesivos desbordes se
sumaban y resultaban notorios en la vejez.
El tercer tipo de desborde es la molicie, descripta por
Aristóteles en la Etica nicomaquea como el huir de los tra
bajos y arrostrar la muerte, no por un deseo de gloria, sino
por escapar del mal. Encontramos múltiples referencias en
los poetas latinos acerca de la molicie como atributo de los
viejos y la vejez, ya que implicaba una pérdida de valentía,
asociada a una virtud de los jóvenes.
Por el contrario, las formas de dominio eran la enkrateia
o dominio de sí y la sophrosyne o templanza. La primera se
oponía a la incontinencia y la segunda a la intemperancia.
Contra este último desborde, la templanza implicaba una
búsqueda de libertad. Esta virtud tenía carácter eminente
mente viril, m ientras que la akolasía, la akrasía y la molicie
tenían carácter femenino.
La oposición entre la actividad y la pasividad era
esencial, tanto en el dominio de los comportamientos sexuales
como en el de las actitudes morales. Aquel que no dominaba
sus placeres era considerado femenino, y esta posición se
evidenciaba en la pereza o molicie, la indolencia, el gusto por
los perfumes, los adornos y el rechazo de las actividades rudas.
Jenofonte resume en una frase los ámbitos de dominio del
desborde: “¿No debería ser dueño de su estómago, de su lu
juria, del sueño y de la pereza?” (Recuerdos de Sócrates II, 6).
En el mundo griego, el carácter de los placeres era consi
derado según quién echara mano de ellos. Foucault sostiene
que dicha práctica responde a principios generales modelados
de acuerdo con el contexto y los fines. Esta forma de lucha
que adoptaba la relación con el deseo requería un entrena
miento o áskesis. En este caso, la áskesis que un viejo debía
realizar era el retiro a placeres -según los filósofos y mo
ralistas- de índole más espiritual, o, según las expresiones
más burlonas, al sexo oral.
Particularm ente desde Platón y luego con Séneca, el
retiro de la sexualidad era asociado a un sentimiento de alivio
por haberse librado el sujeto de aquellas pasiones que lo
arrebataban, y había un llamado a la templanza en lo refe
rido al erotismo en la vejez. Gran parte de las ideas platónicas
provenía de la separación que el filósofo suponía entre el
cuerpo y el alma; desde esta perspectiva, el erotismo era
tomado como una demanda corporal. En La República, Céfalo
dice: “Cuanto más amortiguados están en mí los placeres
del cuerpo, tanto más crecen los deseos o satisfacciones de la
conversación”. En otro párrafo, a una pregunta de aquél acer
ca del amor, Sócrates responde: “No me hables, buen hombre;
•me he librado de él con la mayor satisfacción, como quien
escapa de un amo furioso y salvaje”.
Sin embargo, respecto de las pérdidas propias de la vejez,
se las relativizaba a través de una estrategia argumentativa
que consistía en ubicar el problema, no en la pérdida, sino
en el carácter de cada sujeto. Estrategia de neutralización,
propia del estoicismo, de aquello que se consideraba negativo
-como el dolor-, y que utiliza Cicerón en De Senectute con
consideraciones muy similares a las platónicas. La cualidad
del carácter del individuo y su capacidad de afrontamiento
daban cuenta de una posición de fuerza y contención, así
como liberarse de un amo —el deseo- fortalecía su situación
y le permitía dedicarse a cuestiones más valiosas, como la con
versación o la filosofía.
Séneca brindó, en las Epístolas morales a Lucilio, un
acercamiento a este tipo de reflexión moral. En el Libro I,
Epíst. 12, dice: “¡Qué dulce resulta tener agotadas las pasio
nes y dejadas a un lado!”. Una vez superadas las pasiones y
no habiendo necesidad de placeres, podía disfrutarse de las
delicias o dulzuras de la vejez. Así, se visualizaba un espacio
donde existía un tipo de placer asociado a las pasiones físicas,
y otro, considerado aún mayor, más refinado o suavizado y,
en cierto sentido, más racional.
En otra epístola (Libro III, Epíst. 26), dice: “El alma está
vigorosa y se alegra de no tener mucha comunicación con el
cuerpo. Se ha despojado de gran parte de su carga. Salta de
gozo y me plantea la discusión sobre la vejez: afirma que
ésta constituye su esplendor. Otorguémosle crédito, que dis
frute de su propio bien”. Este tipo de reflexión moral, que
nace en Platón, atraviesa la cultura occidental y supone el
llamado a la pérdida del contacto con el cuerpo como registro
de sensaciones eróticas en la vejez.
“Breve es la edad de los placeres”
Según Foucault (1984), en la Antigüedad la actividad y
los placeres sexuales no fueron regulados mediante reglas
fijas, sino con criterios relativos a una estética de la existen
cia. Es decir que el hombre hacía de su propia vida una obra
cuyos valores respondían a pautas de estilo. De acuerdo con
esta idea, las expresiones más habituales de lo erótico en la
vejez no encontraban una prohibición específica ni parecían
ser algo inhabitual, sino que se las calificaba de antiestéticas
o de vergonzantes, lo cual configura un tipo especial de li
mitación.
La noción de edad se incluía en un marco más amplio
relacionado con el momento oportuno o kairós, el cual estaba
afectado por múltiples circunstancias, como las estaciones
del año y el tiempo de las cosechas, entre otras. “La política
del momento oportuno rige tanto en lo que concierne al indi
viduo, a la ciudad, al cuerpo y al alma. El uso de los placeres
también va á estar regido por la misma lógica” (Foucault,
1986). El poeta griego Rufino sintetiza esta sentencia en for
ma de epigrama: “Breve es la edad de los placeres; después,
durante el resto de la vida, la vejez los impedirá y, al final,
la muerte”, perspectiva que dio fundamento al carpe diem
como un llamado a aprovechar el momento frente a las
distintas formas de la fatalidad.
Existen múltiples e insistentes referencias a la edad y
su respectiva limitación sobre los deseos carnales y el amor2
El velo de la escisión
Una consideración sobre la belleza, la vejez y la muerte
El tiempo muda a los seres humanos, y lo efímero se
vuelve acicate y limitación en el plano de lo erótico. El tiempo
se hace cuerpo en la vejez y se presenta como despiadado.
Según Frontón, retórico y político del siglo I, la amenaza se
convierte en temor, y el tesoro de la belleza en fantasm a y
en el llamado a disfrutar el ahora.
Resulta importante destacar la representación de la be
lleza en contradicción con la vejez. El poeta griego Mimnermo
de Colofón hablaba de lo irreconocible y repulsivo que devenía
el físico de los hombres con el paso del tiempo. En Lisístrata,
de Aristófanes -una de las pocas comedias en las que aparece
una posibilidad de deseo sensual entre viejos, aunque con
tono burlón-, ante el pedido de un viejo de que una mujer
muestre el fundamento (vagina), ésta responde: “Nada feo
verás en él por vieja que seá yo ya”. En otro párrafo, Cinecias
dice: “¡Qué preciosa está! Se ha rejuvenecido”.
En la frase de Homero antes citada, “Quien venga de
fuera los creería inmortales y liberados para siempre de la
vejez, pues en todos ellos vería la gracia”, hallamos que la gra
cia o el encanto se consideran una forma de la belleza, y se
piensa en contraposición con la vejez y la mortalidad. La
noción de imagen visual que en esta frase se presenta nos
permite tomar a la belleza del cuerpo como una máscara de
juventud que, al modo de un velo,7oculta la vejez y la muerte.
La “bella muerte”, como la de Aquiles, era la de quien moría
siendo “joven”.
Las tragedias griegas dan cuenta, con particular clari
dad, de esta asociación entre el viejo y la muerte, y particu-
larmente entre el viejo y el cadáver en tanto pérdida de la
identidad. En Edipo en Colono, Sófocles describe al viejo
Edipo de esta forma: “Como un sueño en pleno día deambula”;
y en otro párrafo sugiere: “Tened piedad de este pobre fantas
ma de Edipo, pues ese viejo cuerpo (éidolon) ya no es él”; en
Agamenón, de Esquilo, se dice: “Anda errante como un sueño
nacido en pleno día”; o Eurípides afirma: “Un viejo no es más
que una voz y una sombra”, o “Nosotros los viejos no somos
más que un rebaño, una apariencia; deambulamos como
imágenes de sueño. Ya no tenemos más sensatez, por muy
inteligentes que hayamos creído ser”. El personaje de Edipo
en Las Fenicias es descrito como “un anciano canoso, que no es
más que un fantasma surgido de la nada, un muerto llegado
de otro mundo, un sueño alado”.
Mimnermo de Colofón consideraba a la vejez como un
mal mayor que la muerte, con lo cual modificaba el orden
habitual de lo terrible. Ello guardaba relación con lo dicho
acerca de la vejez, su aspecto cadavérico y la degradación
física, que suponía rasgos que no se presentaban en una
muerte bella (o joven).
Esta curiosa imagen o éidolon aparecía por momentos
como puro envoltorio-cuerpo de una sustancia que, como la
gracia, ya había desaparecido. Es importante rem arcar que,
* * *
1. Sin embargo, esta práctica, que Minois no duda en calificar como uno
de los orígenes del geriátrico, también se vio motivada por la fragilidad jurídica
de los adultos mayores frente a sus hijos y por la amenaza de ser despojados
de sus bienes.
Según lo expuesto, podemos concli r que la limitación
cristiana hacia los placeres físicos en la vejez se asentaba,
por un lado, en la concepción platónica que consideraba que
los ancianos debían retirarse de tales placeres y consagrarse
a la purificación del alma; esta idea de la purificación estaba
ligada, también, al concepto de vejez como marca del pecado
original. Por otro lado, se basaba en el carácter de alta valora
ción de esta etapa de la vida de acuerdo con la interpretación
judía, aunque al modo cristiano, que imponía una serie de
demandas de virtud y de mayores exigencias respecto de otras
edades, entre las cuales figuraba el abandono del erotismo.
Resulta interesante señalar la confluencia de orígenes
judíos y grecolatinos en la lectura cristiana, particularmente
en la de los Padres de la Iglesia de los primeros siglos de
nuestra era. La noción de anciano propia del judaismo pasó
a constituirse en una demanda de control y disciplina moral,
que no se encontraba en la formulación original. Por otro
lado, hallamos una serie de concepciones griegas y romanas
acerca de la idea de cuerpo como prisión, así como de los
significados atribuidos al cuerpo feo de los viejos, aunque aho
ra considerados desde una visión que lo entiende como
producto del pecado.
4. Entre la sexualidad, la locura
y la m uerte
Medicalización de la vejez en el siglo XIX
y primera mitad del XX
“Atentados a la moral”
La medicalización del sexo
Según Bronislaw Baczko (1991), la palabra “sexualidad”
apareció en el discurso médico recién en 1859;6hasta ese mo
mento, había designado los caracteres de lo sexuado, de las
pasiones amorosas, de los deseos o del amor, términos que no
conformaban una ciencia de la sexualidad o scientia sexualis.
Foucault señala que en el siglo XVIII se produjo una
incitación política, económica y técnica a hablar de sexo, la
cual tomó la forma de análisis, contabilidades, clasificacio
El retorno a lo inorgánico
El envejecimiento como adaptación de la especie
Bajo la misma noción del envejecimiento en tanto pro
ducto de la declinación sexual, esta perspectiva, de claro
sesgo evolucionista, tomaba más en cuenta la necesidad de
la especie por que la del individuo al situar al viejo como un
sujeto que se retira para dar paso a las generaciones siguien
tes. Esta perspectiva médico-filosófica pensaba la muerte
como una tendencia o instinto que guiaba a los hombres a
una inmortalidad de la raza mediante el sacrificio de sus
individuos.
E. Metchnikoff creía que, hacia el final de la vida, el ins
tinto de muerte reemplazaba al deseo de vivir, lo que volvía
a aquélla un suceso esperable y hasta racional. El biólogo
evolucionista alemán Auguste Weismann (1834-1914) con
sideraba que el envejecimiento y la debilidad eran adapta
ciones que viabilizaban respuestas mutables a los cambios
ambientales. De esta manera, el envejecimiento aseguraría
la muerte de los organismos que ya no se reproducen y da
ría lugar a que se produjeran nuevas adaptaciones.
El patólogo norteamericano Alfred W arthin modificó la
metáfora del viajero en el río de la vida por la del río que
corre a través de cada uno de nosotros, donde nos encontra
mos con la “tragicomedia de la vida hum ana” y sus etapas:
la evolución, la madurez y la involución (Colé, 1997). Este
criterio llevó a criticar muy duramente las búsquedas de los
investigadores de la prolongevidad, en especial por basarse
en el error de considerar la involución (o degeneración) como
cualitativamente diferente de la evolución. Por el contrario,
W arthin sostenía que el crecimiento y la senescencia eran
inseparables, y se procesaban en tándem “desde el momen
to de la unión de la célula de esperma y el óvulo”.
Este modo de pensamiento surgió conjuntamente con
otras concepciones de la época que tuvieron un acendrado
impacto en las teorías sociales. Según el historiador francés
Alain Corbin, en el momento en que en Francia triunfa la
República, term ina el movimiento de individuación que ha
bía animado al siglo. En las primeras décadas del siglo XIX,
el filósofo alemán Arthur Sehopenhauer difundió en Occi
dente el término “nirvana”, tomadc ríe la religión budista, el
cual designaba el ideal de extinción de lo individual en fa
vor del alma universal. En este sentido, Sehopenhauer con
sideraba que el instinto sexual se manifestaba en la con
ciencia individual de una manera vaga y genérica, sin una
determinación precisa; en cambio, la que aparecía con clari
dad y fuera de toda duda era la voluntad absoluta de vivir.
El instinto del amor en un individuo no era más que un re
sorte que apuntaba a crear un ser nuevo y distinto. “Esta
fuerza soberana -decía-, que atrae exclusivamente, uno ha
cia otro, a dos individuos de sexo diferente, es la voluntad de
vivir manifiesta en toda especie. Trata de realizarse según
sus fines en el hijo que debe nacer de ellos...” (Schopenhauer,
1984). El plan que se propone la voluntad de vivir es el inte
rés de la especie. Ésta tiene un derecho anterior más inme
diato y considerable que la individualidad perecedera. “Poco
importa la ventaja de los efímeros individuos ante los gran
des intereses de la especie entera, presente y futura: el dios
está siempre dispuesto a sacrificar a los primeros sin com
pasión.” El ser del hombre residía, para Schopenhauer, en
la especie, por lo que los valores de la salud y la juventud
determinaban el destino de ésta.
Por otro lado, el modelo biológico del químico y bacterió
logo francés Luis Pasteur sobre los microbios que perturban
al organismo fue utilizado como una metáfora aplicable al
campo social: el individuo, como el microbio, podría afectar
a la sociedad entendida como organismo. Nascher, iniciador
de un nuevo enfoque en los estudios sobre las patologías del
envejecimiento, observaba que el sujeto senil, es decir, aquel
que estaba enfermo, padecía usualmente de depresión y des
interés por el mundo externo, así como un “abrumador inte
rés en sí mismo” (Nascher, 1946). Su semblante va desde la
inexpresividad y la resignación hasta la ansiedad desespe
rada y el miedo. Los viejos enfermos tienden a ser perversos,
recelosos y egoístas, y este último sentimiento subordina
cualquier otro interés en la vida. Este sentido de egoísmo,
que se encontraba diseminado en los textos de diversos au
tores de la época, además de ser considerado una consecuen
cia de las modificaciones biológicas que alteran la persona
lidad, era pensado como parte de los efectos negativos que
producen los viejos en la sociedad, ya que al no reproducirse
se volverían innecesarios para la especie humana.
La extinción final de la vita sexualis -conocida como cli
m aterio- deposita al ser humano, varado, en la única etapa
de la vida incapaz de dejar herencia. “La vejez -escribe H all-
vive completamente aislada de las principales corrientes de
la vida de la raza. Ellos ya han muerto racialmente y aguar
dan la segunda muerte, la individual.” Estas construccio
nes teóricas, que extremaban concepciones propias de una
época, mostraban que la senescencia se definía por la vita
sexualis: la pérdida de la fecundidad excluía a los viejos de
la raza, dado que, en este sentido vinculado con la procrea
ción, ya estarían muertos. Esta noción de “dos m uertes” -la
sexual y la del individuo- componía dos universos para
lelos, el primero de los cuales estaría clausurado para los
viejos. Cualquier intento de ellos por reingresar en él era
visto como peligroso, e incluso como patológico (lo que Hall
caracterizaba como narcisismo senil). Así, este discurso es
tablecía una sexualidad “normal”, referida a la reproduc
ción, y otra “anormal”, propia de la vejez, que había que
aquietar hasta el silencio de la pureza. Dice Schopenhauer
(1984):
En la vejez, extínguense las pasiones y los deseos, unos tras
otros. A medida que se nos hacen indiferentes los objetos de las
pasiones, embótase la sensibilidad, la fuerza de la imaginación
se forma cada vez más débil, palidecen las imágenes, las impre
siones no se adhieren ya, pasan sin dejar huellas, los días rue
dan cada vez más rápidos, los acontecimientos pierden impor
tancia y todo se decolora. El hombre abrumado de días se pasea
tambaleándose o descansa en un rincón, no siendo ya más que
una sombra, un fantasma de su ser pasado. Viene la muerte:
¿qué le queda aún por destruir? Un día, la somnolencia se con
vierte en el último sueño.
Esta descripción, que retomaba una serie de metáforas
clásicas como la de ‘la sombra o el fantasma”, aludía a la ex
tinción que llevaba a la muerte de un modo progresivo, sin
cortes, como en un sueño.
Hall realizó un llamativo parangón entre el organismo
humano y la sociedad al comparar “los primitivos glóbulos
blancos y las células del tejido conectivo” con “los muy ro
bustos y fecundos proletarios”, encargados de conducir la
guerra sobre los nobles. Poco a poco, señala, las células más
elevadas sucumben a las barbáricas, pero vigorosas. Dice:
“Nosotros morimos porque la naturaleza tiende muy fuerte
mente a desarrollar el más crudo tipo de célula”. Tal vez, las
más profesionales y elevadas células podrían crear ingenio
samente nuevos mecanismos para extender su dominación
(Hall, 1922). Esta metáfora de la sociedad trazaba en su in
terior una interesante comparación con la posición que ad
judicaba el autor a la vejez, en tanto nobleza profesional y
experta que cae, como Roma, ante el vandalismo barbárico.
La capacidad de conectar aludía a lo biológico, como las co
nexiones neuronales, aunque había claras referencias a otras
capacidades valoradas en esa época, como lo reproductivo y
la productividad social.14
* * *
La conciencia intermitente
Cuando la subjetividad adquirió una sustancia
material
En Las enfermedades de la personalidad, el filósofo
Théodule Ribot (1839-1916), fundador de la psicología fran
cesa, sostenía que la personalidad descansaba por completo
en los mensajes de la vida corporal, y que debido a la ince
sante fluctuación de los estados físicos debía ser entendida
como un fenómeno variable, caleidoscópico. Por su parte,
C. F. Hübner, siguiendo al filósofo francés Rene Descartes
(1596-1650) en Las pasiones del alma, describía a la ce-
nestesia como el modo por el cual el alma recibe información
del estado del cuerpo a través de los nervios (Starobinsky,
1977). En ese momento se pensaba que la actividad nerviosa
era más amplia que la psíquica, por lo que la conciencia era
concebida como un añadido que estaba condenado a la
intermitencia. El consenso general de la época señalaba que,
como el problema de la unidad del yo era de orden biológico,
“sólo después” podía someterse a una interpretación psico
lógica (Ribot, 1889).
Esta renovada escucha de lo corporal había tomado su
fundamento del filósofo m aterialista francés Pierre Jean
George Cabanis (1757-1808), quien había definido al instinto
como “el oscuro rumor de las lünciones viscerales, de las que
emergen, intermitentemente, los actos de conciencia”. Esta
definición había permitido asignarle una sustancia material
a la subjetividad. (Cabe aclarar que este criterio quebraba
la idea según la cual el alma era el eje de la personalidad,
idea proveniente no sólo de la religión, sino también de la
medicina.) El instinto se convertía de esta m anera en el ele
mento motor (energético) de un par cuyo elemento sensitivo
eran las “sensaciones orgánicas”.
Freud, en cambio, se oponía a una teoría de la psiquis
puram ente fisiológica, de ahí que Starobinsky (1981) sostu
viera que su aporte, más que la noción de inconsciente en
cuanto tal, fue el hecho de haber eliminado el monopolio de
la vida orgánica y haber situado al inconsciente en el propio
aparato psíquico. La pulsión,1 a diferencia del instinto, no
constituía para Freud el eco de los órganos, aun cuando la
Considerase ligada a ciertos espacios del funcionamiento
orgánico previsto para la época.
Lo curioso es que el modo como el psicoanálisis interpretó
la problemática de la vejez haya estado determinado por una
La serenidad de la edad
Vejez y pulsión de muerte
La noción de pulsión de muerte resultó un punto decisivo
de cambio en la lectura del psicoanálisis. La presentación
realizada por Freud en “Más allá del principio del placer”
suscitó mucha desconfianza, no sólo entre los psicoanalistas
sino también dentro de la comunidad intelectual, pero la
teoría fue tom ando fuerza en las siguientes décadas,
particularmente con relación a la vejez.
Es válido aclarar que la pulsión de muerte freudiana
fue pensada siempre como una hipótesis poco validada, una
especulación ante una serie de sucesos históricos y
personales y ante interrogantes que a Freud le planteaba la
clínica. Ejemplo de ello era la compulsión a la repetición,
que ponía un límite a su terapéutica.
Esta últim a teoría freudiana de las pulsiones buscaba
designar un tipo de pulsión que se contraponía a la de vida,
y que tendía a una reducción completa de las tensiones y a
una devolución del ser vivo al estado inorgánico (Laplanche
y Pontalis, 1981). Freud dice textualmente: “Uno de estos
instintos [léase: una de esta pulsiones],2 que laboran silen
La fuerza de la costumbre
La plasticidad y su relación con la vejez
Hacia el final de su obra, Freud concluyó que el análisis
relativo a los viejos era imposible, en referencia a las fun
ciones psíquicas que perm itían hacer consciente lo incons
ciente. Al explicar los casos donde existía una dificultad para
el trabajo analítico, señaló el grupo de los “muy ancianos”,
en los que no existe “capacidad de cambio y de desarrollo”
debido a un “agotamiento de la plasticidad” o de la recep
tividad. Se daba, entonces, “una especie de entropía psí
quica”, efecto de la pulsión de muerte.
El concepto de plasticidad toma un nuevo curso explica
tivo si se piensa en su significación biológica, en la cual Freud
puede haber abrevado. En el Dictionnaire de Médecine de
Littré-Gilbert, de 1908, se la define como “propiedad de los
elementos anatómicos de alimentarse, de desarrollarse y
sobre todo de reproducirse más o menos enérgicamente, se
gún su naturaleza y según las condiciones eñ las cuales ellos
se encuentran”. En esta definición, hallamos que la noción
de plasticidad estaba construida a partir de referencias
antropomórficas, que aludían al desarrollo vital y reproduc
tivo, es decir, natalista. Lo que implica que esta condición
mental - “el agotamiento de la plasticidad”- connotaba una
muerte prem atura, que preanunciaba la muerte real del
individuo.
“Sórdidos y afectos a opinar de todo”
La vejez según el punto de vista de Ferenczi
En “Aporte a la comprensión de las psiconeurosis en la
edad involutiva”, el psiquiatra y psicoanalista húngaro
Sandor Ferenczi (1873-1933), discípulo de Freud, analizó las
consecuencias psicológicas sufridas especialmente por aque
llos pacientes viejos que no habían realizado la necesaria
distribución de los intereses libidinales, aunque esta noción
resultaba extensiva a la idea de vejez en su conjunto.
Antes de entrar en el texto, impresiona la denominación de
la vejez como “edad involutiva”, que si bien no aparecía en
Freud, reconocía un arraigo en la medicina de su época, la
cual había considerado diversas patologías como propias de
la edad involutiva. Por lo tanto, la noción de regresión se
asimiló a la de involución, contando con sentidos diferentes
aunque en consonancia con ciertas lecturas, como en el caso
de la vejez. Dice Ferenczi (1966):
Con la edad, las emanaciones de la libido tienden a ser re
tiradas de los objetos de amor del individuo, y sus intereses
libidinales, indudablemente disminuidos desde el punto de vista
cuantitativo, tienden a dedicarse a su propio yo. Los ancianos se
hacen nuevamente narcisistas, como los niños; gran parte de su
interés por la familia y por las cosas de orden social se desvanece
y pierden en gran medida su anterior capacidad de sublimación,
especialmente en lo atinente a la vergüenza y el asco. Se tornan
cínicos, maliciosos y mezquinos; es decir, su libido regresa a las
etapas pregenitales del desarrollo expresándose, a veces de una
manera desembozada, en forma de erotismo anal, voyeurismo,
exhibicionismo y tendencia a la masturbación.
Ferenczi retomó la idea de la libido como puro quantum
de energía corporal y del envejecimiento como pérdida de
esa energía. Para él esta disminución “natural” provocaba
una regresión al narcisismo, lo cual en parte dependía de
que fallara o no la genitalidad.
Este autor realizó una analogía entre el envejecimiento
y una patología clínica como la parafrenia,4ya que en ambos
casos la libido vuelve al yo, dejando las catexias libidinales
débiles, aunque se diferencian en que en la parafrenia no
hay una alteración cuantitativa como en la vejez. Esta con
cepción modelaba un sujeto viejo infantil, desinteresado por
el otro, cuya sexualidad tenía el carácter perverso polimorfo
-lo cual significaba un desborde pulsional con respecto a la
serie de goces citados por este autor- y con un monto de
maldad atribuible a la no fusión de las pulsiones, debido a la
falta de un ordenamiento en torno a lo genital, lo que implica
un retomo total a la sexualidad infantil.
El narcisismo provocaba un repliegue de los viejos hacia
sí mismos, que promovía un desapego5 frente a los objetos
de amor y a sus intereses libidinales.6 Sin embargo, la
posición de Ferenczi resulta particularmente contradictoria,
ya que al tiempo que consideraba que esto era propio de la
vejez, aclaraba que no era frecuente tal manifestación de
* * *
¿Revolución sexual
en la vejez?
Desmitificaciones y continuidades
La actualidad nos presenta un conjunto de lecturas paradójicas
acerca de la erótica en la vejez. Mientras una serie de discursos
innovadores incitan y promueven la sexualidad en esta etapa
de la vida, aún continúan vigentes ciertas limitaciones con
respecto a los placeres y al deseo sensual. En los capítulos que
siguen, abordaremos algunos de esos discursos.
6. ¿Revolución sexual en la vejez?
Discursos «n torno al cuerpo y el sexo
de los viejos en la última mitad del siglo XX
La ética de la ocupación
La gerontología: sus visiones y críticas
Señala Katz que, desde los años sesenta, estudiosos de
la gerontología h an in ten tad o salir de los esquem as
discriminatorios al proponer para los viejos un estilo de vida
“activo”, similar al de los jóvenes, que evidenciara el fondo
mítico de los prejuicios y pusiera en juego valores de la
juventud en la organización de sus actividades. Pero también
dice (Katz, 2000):
No hay una definición universal o un estándar científico de
actividad. Hay algunas formas consignadas por los gerontólogos,
asociadas al movimiento físico, a la prosecución de intereses coti
dianos y a la participación social. Aunque se propongan separa
damente, la idea de actividad parece ser una red que centraliza
las diversas propuestas. Las cuales hablan menos sobre su sig
nificado y más sobre su utilidad.
La teoría gerontológica ha considerado el campo de las acti
vidades posibles en la vejez no sólo como un instrumento empí
rico profesional, sino también como un lenguaje crítico acerca de
las narrativas prejuiciosas sobre esta etapa de la vida, un nue
vo ideal cultural y una racionalidad política (Katz, 2000).
Sin embargo, Ekerdt vio en la construcción de una activa
“ética de la ocupación” en la jubilación una forma de regula
ción moral semejante a la ética del trabajo: “Lo que importa
no es el actual ritmo de actividad, sino [...] la afirmación de
su deseabilidad” (Eckerdt, 1986). Se trata de lo que Moody
(1996) denominó “frenesí de la actividad” en la vejez, que
puede enm ascarar el vacío de sentido.
Por su lado, Guillemard (1986) criticó esta ideología, ya
que consideraba que la corriente “activista” había focalizado
la edad sin atender otros factores de peso en la determinación
de este grupo, como por ejemplo las diferencias de clase social,
lo cual había generado que la adaptación al envejecimiento
se volviera un factor individual.
Más allá de algunas críticas, la idea de la actividad halló
vid espacio fecundo, no sólo en el campo gerontológico, sino tam
bién en la comunidad, que encontró en la ocupación -cual
quiera fuese su carácter- vina continuidad con el proyecto vital
de trabajo, y la percibió como saludable en sí misma en la
vejez. Es decir que frente al fantasma de la dependencia, la en
fermedad y la soledad senil, se constituyó un fuerte consenso
social sobre la idea de la actividad como un polo positivo.
Envejecimiento exitoso
Micromundos de mayores
Uno de los fenómenos más llamativos de las últimas déca
das es la agrupación de los mayores en espacios específicos
asociados a la recreación, el turismo y la educación. Estos
“micromundos comunitarios” (Gurrutxaga Abad, 1993) po
sibilitan un tipo de sociabilidad que incluye el erotism o -o
donde esta temática toma un lugar relevante-, y suponen
estilos de vida definidos por una ideología denominada del
“envejecimiento exitoso, activo r positivo”.
Este enfoque considera a la vejez a partir de las deman
das actuales impuestas a todo sujeto, más allá de que estos
espacios, paradójicamente, estén signados por la diferencia
etaria. Su objetivo declamado, aunque algo elíptico, es la
integración y la equiparación de oportunidades para los ma
yores.
La filosofía que trasuntan estas formas de agrupación
va de la mano de la creciente irrelevancia de la noción de edad
en la consideración de los roles o subjetividades. Esta política
de la vejez se funda en la creencia en la “restauración
conjunta de una doctrina del crecimiento continuo del ser
humano y de una práctica generalizada de la educación per
manente” (Philibert, 1968), ideología que busca romper con
la determinación etaria a través de la no estandarización de
actividades asociadas a cada edad y de la multiplicación de
propuestas de vida muy similares a las ofrecidas para los adul
tos jóvenes. El aspecto recreativo es uno de los que cobró ma
yor importancia al incluir salidas, viajes, juegos o encuentros.
La propia denominación de “tercera edad” surge como
resultado de nuevas políticas sociales para la vejez. Uno de
los objetivos es evitar que sea la condición de jubilado la que
defina la situación social del viejo y no la continuidad con su
propio estilo de vida. El concepto de “tercera edad” es pensado
como “el debilitamiento de la definición en relación a la jubi
lación, en provecho de una definición que privilegie su posi
ción en el transcurso de las edades” (Guillemard, 1986).
La jubilación universal, sumada a las políticas instru
mentadas a propósito del tiempo libre, marca fuertemente a
una parte de esta población. En tal sentido, la “tercera edad”
determina un modo de envejecer que remite a una nueva
oportunidad, con actividades diversas que semejan a las de
otras edades y que intentan romper con la idea de fin o re
tiro. Incluso se ha transformado en un sector de consumo no
sólo de asistencia médica y farmacológica, sino de mercancías
similares a las producidas para otros grupos etarios. Se con
forma así un nuevo marketing para personas mayores, que
introduce también la sexualidad como oferta de una actividad
cada vez más demandada, hecho que sin duda incide fuerte
mente en las nuevas representaciones sociales de la vejez.
Estos espacios proponen una serie de programas en los
que el erotismo suele tener un lugar posible. Las salidas -ya
se trate de bailes, fiestas o viajes—propician los encuentros
sexuales, la formación de parejas o el contacto erótico en tér
minos más amplios. La percepción del atractivo surge a es
cala de la vejez, medida dentro de su propio grupo etario, ya
que aquí se propugnan, por ejemplo, concursos de belleza.
Estos certámenes han ido generando mayor impacto en la
sociedad también por sus formas de organización -que con
figuran integraciones regionales, nacionales o interna
cionales- y con ello se han vuelto más visibles.2
En estos espacios, se facilita una estética del amor en la
vejez (Iacub, 2002), que permite recrear un escenario en el cual
el envejecimiento no resulte un estorbo, sino un rasgo condu
cente al encuentro. Además, la propia ideología que los sus
tenta tiende a confrontar las inhibiciones sociales y a buscar
la semejanza con las otras edades. Por último, habilitan la
readecuación de los deseos asociados a la juventud, de modo
que sean admisibles en la vejez. Es decir que estos modos de
asociación han abierto el horizonte subjetivo de los mayores y
El sujeto transetario
En el cruce de milenios, la vejez
se convierte en una performance.
F a biá n G im énez G atto
* * *
* * *
3. Survey cOnducted by NFO Research, Inc. for AARP; Linda Fisher, AARP
Project Manager, August 1999.
mann relaciona este hecho con el tiempo que sigue a la jubi
lación, cuando el hombre pasa a un espacio manejado por la
mujer, y afirma que existe una tendencia a considerar que en
esta etapa se produce una suavización del carácter masculino
y un endurecimiento del de la mujer. Troll y Parrón (1980)
sostienen que, debido a los cambios ambientales y de roles
sociales que se transitan, los roles de género se flexibilizan
en esta etapa y permiten una mejor adaptabilidad de los vie
jos. Esta condición más andrógina perm itiría una ganancia
de atributos del otro sexo para enfrentar temores y peligros
(Chiriboga, 1979). Sin embargo, nada nos lleva a concluir
que exista una “norm al vejez unisexual”, como planteó
Gutmann (Troll y Parrón, 1980), sino que la menor rigidez
en este sentido permite afrontar nuevas exigencias vitales.
Otro elemento resulta interesante para tener en cuenta
al pensar en la relación entre vejez y género. Un hecho ra
dicalmente nuevo en la historia, salvo por la experiencia ex
cepcional de Sara, nos m uestra la posibilidad actual de que
las mujeres viejas puedan procrear. En diversas declara
ciones se precisa que, con los procedimientos de fertilización
in vitro, aun tras la menopausia las mujeres pueden dar a
luz a niños sanos. La solución se encuentra en la fertilización
de óvulos donados por mujeres más jóvenes. Paulson (2002)
considera que, según los resultados, no habría una razón
médica clara para que el factor etario “prive a las mujeres de
más de 50 años de intentar y lograr quedar embarazadas”.4
Estos hechos permiten reabrir un escenario que aparecía
cerrado en una de las lecturas acerca de la feminidad en la
vejez y nos permite proyectar una serie de cambios que segu
4. Véase <http://www.usc.edu/schools/medicine>
ram ente transform arán nuestras nociones actuales sobre el
envejecimiento.
“Killing me softly”
Un nuevo lenguaje
Un conjunto de autores ha apelado a la constitución de
un nuevo “lenguaje acerca del sexo” en la vejez y a una can
tidad de criterios acerca de la sexualidad que la anudan con
la expresión de la identidad individual.
Butler y Lewis (1980) consideran que el amor y la sexua
lidad pueden representar la oportunidad de expresar pasión,
afecto o admiración; que pueden ser una afirmación del
propio cuerpo como lugar de goce, y brindar un fuerte sentido
de sí y de valorización personal; que también representan
’_ina protección contra la ansiedad; que brindan el placer de
ser tocado, mimado, querido: en fin, que constituyen una
afirmación de la vida. Genevay (1980) refuerza lo anterior
al decir que la chispa de una nueva y entusiasta relación
trae un sentido renovado de la existencia, y que cuando se
deniega la identidad sexual debido a la edad “nos matamos
suavem ente”, en obvia referencia a la conocida canción
“Killing me softly”.
Long (1976) sostiene, en este mismo sentido, que la
“expresión sexual” incluye “el humor, la broma, el guiño de
ojos, la mejor postura, los matices en la conversación y un
estado emocional positivo”, necesarios en un momento como
la vejez, donde la relación con el otro puede verse perturbada.
Butler y Lewis (1980) propusieron una distinción de
lenguajes en el campo del sexo. El primero -el de la juventud
es más instintivo, explosivo y se halla ligado a la procreación,
mientras que el segundo -asociado a la mediana edad y a la
vejez- es más aprendido y dependiente de habilidades para
reconocer y compartir sentimientos mediante palabras, accio
nes y percepciones no dichas, de modo de alcanzar, con ello,
un entendimiento mutuo. Suponen que este último posee
un monto de creatividad e imaginación, y sensibilidad para
borrar rencores y evitar rutinas, así como para rescatar goces
de cosas elementales.
El concepto de “calidad de vida” aparece asociado actual
mente a una vida sexual rica en la vejez (AARP, 1999). Tam
bién el encuentro de nuevas parejas en esta etapa asume un
sentido ligado al romanticismo y a la sexualidad, así como a
una nueva posición frente a las expectativas de vida y ante la
propia familia.8Esta nueva estética de la sexualidad y del amor
* * *
vejez, de la ciudad de Buenos Aires. Véase en Iacub, “Les amours des retraites”,
en Famille en Scénes. Bouscoulée, réinventée, toujours inattendue, Iacub y
Maniglier (comps.), París, Autrement, 2003.
hombre la correlación entre el campo laboral y el sexual una
vez jubilados.
La cuestión gay y lesbiana abre un campo poco atendido
y fuertemente discriminado. Desde las lecturas actuales, los
goces sexuales de ambos tienden a encontrar mayores
similitudes con los heterosexuales, y las diferencias surgen
desde las formas de discriminación social.
Las críticas actuales hacia las residencias geriátricas
apuntan a que en estos espacios la sexualidad es desconsi
derada, tal como ocurre con muchos otros aspectos de la vida
privada, y ello porque mantienen cierto sesgo asilar que bus
ca el control de esta población más que el desarrollo de la
autonomía individual.
Otro de los factores que actualmente también constituyen
objeto de la crítica es la denominada biomedicalización del
envejecimiento, que supone una serie de controles sociales
hacia la vejez desde el paradigma médico. Esta cuestión ha
llevado a la ausencia de la vida sexual en vistas al cuidado de
la salud. Sin embargo, el mencionado cambio en la perspec
tiva influye en el abordaje de esta temática y busca alterna
tivas tecnológicas para solucionar los déficits propios del
envejecimiento.
Por último, un nuevo lenguaje ha aparecido en escena,
desde donde se estetiza la cuestión del erotismo en la vejez
y se la empieza a incluir entre los factores que otorgan calidad
a la vida.
Palabras finales