Mujer Coraje

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MUJER CORAJE

Una fórmula radical acerca del coraje puede decir: las mujeres tienen coraje y los hombres
son cobardes. Esto se entiende a partir de la referencia fálica, según se tenga o no el órgano
que, en el cuerpo, encarna el significante fálico: los hombres tienen algo que proteger. Un
hombre es un dueño. Es esencialmente un dueño; gestionará mejor o peor su propiedad,
pero está condicionado por ella. Las mujeres, con respecto a la referencia fálica, no tienen
nada que perder. No tener nada que perder puede otorgar un coraje sin límite, aun feroz:
mujeres que, para salvar lo más precioso, están preparadas para ir hasta el final sin
detenerse, dispuestas a luchar como quieran.
Es cierto que el sentimiento de un hándicap puede conducir a la posición de víctima, de
queja o de miedo, pero es en la mujer donde se observa la inversión súbita del miedo en el
coraje sin límite, cuando se toca lo que se debe respetar; en el extremo, se puede ver a la
más miedosa de las mujeres convertirse de pronto en una heroína.
La cobardía fundamental de los hombres es que están embarazados por algo que tienen que
proteger; eso puede despertar en ellos la ferocidad del dueño amenazado de robo, pero es a
los hombres a quienes les gusta negociar, dialectizar, todo eso para proteger lo que hay que
proteger; es muy distinto de hablar.
Si se plantea respecto de hombres y mujeres lo que Hegel llamaba “lucha por puro
prestigio”, que da lugar a un amo y un esclavo, podría parecer que los hombres salen amos
y las mujeres se someten, pero no es así. El hombre, aunque pueda parecer que manda, es el
esclavo, el siervo. Lo es porque, de manera estructural, el que sale siervo de esa lucha es el
que debe proteger algo –en Hegel, supuestamente su vida–. Pero si el sujeto femenino ya ha
perdido todo y no tiene nada que proteger, se encuentra en la posición estructural del amo.
La voluntad despreciada como insensatez, el capricho, se encuentra del lado de la mujer.
[…]
Entonces, para definir una brújula en la cuestión del coraje, hay que fundarse en la relación
entre el coraje y la castración. El coraje siempre se ubica en el franqueamiento de la barrera
del horror a la feminidad. Hay coraje cuando se franquea esta barrera. El horror a la
feminidad lo tienen los dos sexos, pero más los hombres que las mujeres.
Entonces también hay una cobardía de las mujeres en el horror a la feminidad, que tiene que
ver con proteger su imagen y eventualmente la belleza de su imagen, como última
protección antes del horror de la castración. Esta barrera que constituye el culto a la imagen
bella, a lo que una supuestamente quiere ser para al menos un hombre –que también hace al
culto a la imagen–, es lo que regularmente hace más difícil para las mujeres que para los
hombres la palabra pública. La palabra en público significa sacrificar algo de la protección
de la imagen, del fetiche de la imagen.
La de los hombres es la cobardía bien escondida, son tan cobardes que esconden la cobardía
misma, es decir que van a luchar en otro lugar que en la relación de los sexos; en el campo
del saber polemizan, subrayan errores de tipografía en las tesis o, más avanzados, cuando
están realmente inquietos sobre su virilidad, se vuelven militares. […] Es buscar las
insignias de oficiales de la virilidad precisamente para huir del otro campo de batalla, del
campo de batalla fundamental, del campo de batalla de hombres y mujeres. De tal manera
que el coraje sexual es lo mismo que el coraje epistémico, es afrontar el otro sexo en la
medida en que lo femenino es el sexo Otro también para las mujeres. Como dice Lacan, la
mujer es otra para ella misma.
Si uno toma como punto de partida que el fenómeno fundamental es el horror a la
feminidad, se entiende que el miedo al padre es algo que cubre ese horror. Es mejor tener
miedo del padre para que no se sepa que el horror es a la feminidad, de tal manera que el
padre terrible es siempre, una vez que se analiza, una especie de marioneta que viene a
recubrir el horror fundamental.

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