CB 3º FVT Actividad Integradora
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Objetivos
Criterios
Fragmento de
ALTA ROTACIÓN. El trabajo precario de los jóvenes - Laura Meradi,
2008.Tusquets.
El lunes llego diez minutos tarde al McDonald’s de avenida Santa Fe. Un chico me
lleva detrás del mostrador, bajamos una escalera y avanzamos por un túnel hasta un
cuarto que queda al fondo. Es un sótano decorado como el aula de una escuela:
pequeña y sin ventanas, llena de afiches de colores donde se anuncian las
promociones del mes, los precios, cómo se hace cada hamburguesa. Contra la pared
de la cartelera hay una fila de seis mesas. Algo así como veinte chicos esperan que
venga la gerenta para firmar el contrato. Me siento en una punta, frente a una chica
que vino con la mamá. Entra Gabriela, la que nos tomó las dos primeras entrevistas.
Nos señala con el dedo y dice:
–Vos cuántos años tenés.
–18…
–Acá. Vos cuántos años tenés.
–16…
–Acá. Vos cuántos años tenés.
–Yo tengo 26.
–Sí, ya sé. Me acuerdo de vos. Acá. […]Bueno, chicos. Ustedes a partir de ahora van
a ser Crew. Esto es el Crew Room. Acá es donde van a tomarse los Crew Breaks. Hay
un montón de jerga exclusiva de McDonald’s que ustedes van a ir aprendiéndose con
el tiempo. Todos los Crew Room de todos los locales son absolutamente iguales. Acá
es donde pueden descansar en el break. Si trabajan siete horas van a tener veinte
minutos de descanso. Piden el break, comen, descansan y vuelven a subir. Si trabajan
menos de seis horas no tienen break pero pueden venir un rato antes: se cambian, mi-
ran un poco de televisión, se lavan las manos y suben a fichar. Para fichar tienen que
estar listos, con el uniforme puesto y completo. Ustedes pueden fichar hasta cinco
minutos antes y cinco minutos después de su horario de entrada. Si fichan antes de
los cinco minutos de entrada cuenta como tarde, y si fichan después de los cinco
minutos, también. […] El uniforme. El uniforme tiene que estar completo y siempre
limpio. La gorra, chicos. Es muy importante que cuiden la gorra. Si ustedes pierden la
gorra, es un problema. Por qué. Porque ustedes no pueden salir al área de servicio sin
la gorra. Entonces cuando vienen al break se sacan la gorra, la apoyan al costado de
la mesa o la cuelgan del respaldo de la silla. Cuando vuelven al puesto, antes de salir
del Crew Room, se vuelven a poner la gorra. Si se olvidan la gorra y alguien les roba la
gorra, están en problemas. Porque entonces vamos a tener que conseguirles otra
gorra. Encontrarles una gorra nos puede llevar media hora y ustedes pierden el
presentismo y esa media hora no se les va a pagar. […]Las medias tienen que ser de
toalla. Las chicas tienen prohibido traer medias de lycra, porque ustedes van a estar
constantemente caminando entre aceite hirviendo y si les salta una gota en la media
de lycra les quema la pierna inmediatamente. La media de toalla absorbe más. […]El
pelo: las chicas siempre el pelo recogido en una cola o la clásica trenza larga, se la
pasan por el agujero de la gorra. Los chicos con el pelo corto, las patillas no le pueden
llegar más abajo del lóbulo de la oreja y el largo no puede tocar el cuello de la camisa.
(p. 313-314)
El camino a McDonald’s es la entrada al infierno. Al sol que calienta la ciudad desde
arriba hay que sumarle los caños de escape de los vehículos que calientan la ciudad
desde aquí abajo. Nacen los parásitos. Yo cruzo la ciudad desangrándome.
Son siete menos cinco, y aunque tengo hasta y cinco para fichar sé que llego tarde
porque el reloj de McDonald’s está cinco minutos adelantado. Me llaman cuando estoy
llegando:
–Laura, ¿dónde estás?
Adentro, detrás de la barra, está Poly. Lo primero que hace es llevarme a Ushuaia [el
cuarto frío] porque el otro día acomodé mal las cajas que trajo Carda. Tenemos que
acomodarlas otra vez.
–Lo que pasa es que era mucho para mí sola, y lo hice rápido porque me congelo ahí
adentro. De hecho al otro día me enfermé, yo no quiero enfermarme de nuevo.
Poly me dice que no, que no voy a enfermarme, y me abriga. Me pone un polar encima
de la camisa del uniforme, arriba la campera que tiene cierre, me sube el cierre hasta
el cuello y me va a buscar guantes a la cocina. Son dos guantes roñosos de esos que
se usan para albañilería. No calientan nada. Entramos. Con toda esa ropa, yo igual
tengo frío. Ella me explica cómo debería haber acomodado las cajas, y las sacamos y
las ponemos nuevamente, como si estuviéramos jugando al Tetris. Tenemos que
fijarnos la fecha de cada caja y poner adelante las que se vencen primero y atrás las
que se vencen después. Rotarlas, intercambiarlas hasta dar con la caja que tiene que
ir en el fondo abajo, y así hasta llenar a lo ancho, a lo profundo y a lo alto toda la
estantería de McCafé. Somos dos cuerpos azules cubiertos de escarcha, trabajando
sin parar como dos alpinistas en el medio del hielo. Entiendo que todo debo hacerlo
bien y en el momento y tiempo exacto en que me es pedido, porque todos los atajos
de McDonald’s dan a un callejón sin salida. Cuando tengo que destapar el fibrón para
anotar el vencimiento en las cajas nuevas no me responden los dedos, están dormidos
o acalambrados. Poly me cuenta la historia de su compañera que perdió la
sensibilidad de un dedo por el frío. Cuando salió de Ushuaia y se le descongeló el
cuerpo, había un dedo que le había quedado congelado para siempre.
[…] Hoy Poly se tiene que quedar hasta el cierre. Le pregunto por qué se queda, si
mañana tiene que entrar a la empresa de las estampillas a las seis:
–Me pidieron que viniera porque me dijeron que hoy y mañana te iban a suspender.
–¿En serio? Pero no me suspendieron al final...
–Sí, porque no tienen gente... No sé para qué me hicieron venir. Ya les dije que me
levanto a la madrugada, que no me hagan hacer cierre si no hace falta.
Se acuerda de algo, me dice:
–Acordáte: anotáte en la facultad a la noche. Hacéme caso, porque si no te van a
hacer quedarte al cierre todos los días y es muy estresante.
[…] Tengo hambre, y cuando vuelve Poly a la barra me encuentra con la boca llena.
–No daba más -le digo-. Me comí una de las medialunas que tiraron las chicas de la
tarde.
–Está bien -me dice Poly-, no pasa nada por una medialuna. Pero cométela agachada
porque ahí está la cámara.
Me señala el techo y una pequeña cámara que nos enfoca, justo en la esquina de la
lista de precios de McCafé. La miro con la boca llena de migas:
–¿Nos están mirando todo el tiempo?
Una hora y media antes de mi horario de salida, Verónica me viene a buscar para que
vaya a fichar. Hoy trabajé el tiempo mínimo, cuatro horas, y no me dan de comer.
Lucía está limpiando los baños, me pregunta:
–¿Ya te vas?
–Sí, me hicieron fichar antes... No sé, para mí que me quieren echar. ¿Vos a qué hora
te vas?
–Al cierre, siempre me voy al cierre. Dos o tres de la mañana.
–Qué bajón...
–Ahora me estoy acostumbrando, pero el primer día fue agotador. Tenía los pies
que no daba más, bajaba y subía la escalera levantando bandejas, limpiando los
baños... Nico, el que me entrenaba, como vio que no podía más en un momento
me dice: te encierro un rato para que descanses, si viene alguien te aviso. Me
puso una silla ahí adentro del privado, entre todas las bolsas de basura, y me cerró
con llave para que no me descubrieran descansando. (p. 364-366)
2. Identifica y desarrolla brevemente las distintas dimensiones del trabajo en el
relato de Laura.
5. ¿En qué época de la historia del trabajo ubicaríamos este relato? Justificar
6. Si Laura estuviera pasando por un mal momento que le impide renunciar a su
trabajo…. ¿Qué consejo le darías con respecto a su situación laboral?
Bibliografía