Pacheco - Amanuense de Arreola

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AMANUENSE DE ARREOLA

• JOSÉ EMILIO PACHECO •

1 • “Fue amanuense de Arreola”, dice la nota


con la que Christopher Domínguez Michael me
presenta en la Antología de la narrativa mexica-
na del siglo XX. Esa línea me sorprendió cuando
la leí en 1990. Nunca oculté la historia, aunque
tampoco hice nada por difundirla, y me llamó la
atención el que pudiera saberla alguien nacido
cuatro años después de los acontecimientos. Ya
impresa, no me pareció indiscreto divulgarla
dentro de un homenaje a Juan José Arreola en
la Universidad de Guadalajara (1992). Él estaba
presente y añadió datos que yo ignoraba o había
olvidado.

Todo se resume en una frase: Bestiario, obra


maestra de la prosa mexicana y española, no es
un libro escrito: su autor lo dictó en una semana.
Otros hubiéramos necesitado de muchos borra-
dores para intentar aproximarnos a lo que en
Arreola era tan natural como el habla o la respi-
ración. A la distancia de los años transcurridos,
esta inmensa capacidad literaria me admira
tanto como entonces. Algunos de sus textos, si la
memoria no miente, son anteriores a esos días
de diciembre de 1958: “Prólogo”, “El sapo”,
“Topos”, y quizás haya alguno posterior como
“Ajolotes”. Sin embargo, la mayoría resuena en
mi interior como los escuché por primera vez,
los escribí con pluma Sheaffer de tinta verde y
los pasé a una máquina Royal para que Arreola
les diera forma definitiva:

“El gran rinoceronte se detiene. Alza la cabeza.


Recula un poco. Gira en redondo y dispara su
pieza de artillería. Embiste como ariete, con un
solo cuerno de toro blindado, embravecido y ce-
gato, en arranque total de filósofo positivista.”

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Tenía 15 años cuando en la obra de Octavio chor Ocampo. Monsi- Le suplicaría que, si
descubrí a Arreola en Paz dirigida por Héc- váis no llegó pero a los no le es molestia, us-
las clases de José En- tor Mendoza. Tiempo 20 minutos apareció ted me hiciera el favor
rique Moreno de Ta- después Carlos Mon- Arreola con su hijo de revisarlos.
gle, maestro de tantos siváis leyó algunos de Orso, que entonces —No hay nada que
escritores mexicanos mis cuentos apareci- era muy pequeño. No corregir. Están per-
que hemos sido ingra- dos en publicaciones me quedó más reme- fectos.
tos con él, a diferencia estudiantiles y me dio que autopresen-
de los alumnos de dijo: tarme. Aunque desde Se levantó y se fue
Erasmo Castellanos niño había conocido con Orso. El precio
—Deberías llevárselos de la no-corrección
Quinto. Moreno de a Arreola. Va a publi- a escritores como
Tagle nos dictaba José Vasconcelos y de Arreola lo he pa-
car una nueva serie gado durante muchos
una página diaria de para jóvenes: los Cua- Juan de la Cabada, me
la mejor prosa y nos desconsoló que, en la años. En noviembre
dernos del Unicornio. de 1958 La sangre de
incitaba a leer el libro tarde de calor, Arreola
completo. En la le- —No me atrevo. Me da pidiera un Squirt. Yo Medusa apareció tal
janísima librería del pena. suponía que un artista y como la escribí, sin
Fondo, que estaba en —Yo hago una cita y te como él sólo tomaba la mano redentora del
el campo entre Méxi- presento. vino de Chipre o algo maestro, y junto a los
co y Coyoacán y frente semejante. Sonetos de lo diario
Nunca ha dejado de de Fernando del Paso.
a un paisaje de vacas Era un secreto a voces
asombrarme nuestra Desde entonces no he
y de burros, adquirí que Arreola corregía
irresponsabilidad. cesado de intentar los
Confabulario y Varia los originales publi-
Un niño o una niña cambios que Arreola
invención en un solo cados en sus series.
pasan una década de pudo haberme hecho
volumen. Esperé que, fiel a su
cinco horas diarias aquella tarde.
ante el piano antes costumbre, convirtie-
2 • Nunca pensé en ra mis ineptitudes en
de atreverse a dar un 3 • Monsiváis me ex-
conocer a Arreola. La prosa memorable. Le
concierto para los plicó después:
literatura ocurría en di un fólder con dos
amigos de su familia.
un ámbito inalcan- cuentos: “La sangre —Lo siento. La cita
Nosotros hacemos
zable, al que sólo era de Medusa” y “La no- fue un desastre. Le
un primer intento y
posible asomarme che del inmortal”. Los caíste muy mal a
nos empeñamos en
gracias a México en leyó. Al terminar, me Arreola. Si no metió
que nos publiquen,
la Cultura y la Revista dijo: mano a tus cuentos
nos elogien y de ser
de la Universidad. En fue, como es obvio,
posible hasta que nos —De acuerdo. Los pu-
1956 lo vi de lejos: en porque no le gustaron
paguen. blico.
el Teatro del Caballi- y no cree que valga la
to, dentro de los pro- No iba yo a ser la ex- —No sabe cuánto se pena publicarlos.
gramas de Poesía en cepción a la regla. Fui lo agradezco. Pero,
a la cita en un café que El rechazo no me
Voz Alta, representó maestro, debe de ha-
ya no existe en Mel- desalentó más de lo
el papel de Rapaccini ber muchos errores. debido. Era algo fre-

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cuente por parte de años, los últimos de la hijas, Claudia y Fuen- sino de retener el
las muchas pequeñas adolescencia. Como santa, a su hijo Orso dinero no le fue dada
revistas a las que todos los adoles- y para el alquiler del a Arreola. Compraba
mendigaba un poco de centes, pensaba que departamento. y regalaba objetos
espacio y de atención. escribir era lo más Con su invariable indispensables por
Me olvidé de aquellos fácil del mundo. Basta generosidad, ese otro inútiles. Como Fer-
cuentos y vi aparecer sentarse para tener en protector de los escri- nando Benítez, adqui-
los cuadernos de mis el plazo de una sema- tores que siempre ha ría libros caros y en
amigos, como Sergio na tres cuentos, ocho sido Henrique Gonzá- seguida se molestaba
Pitol, Beatriz Espejo, poemas, dos come- lez Casanova, enton- si no los aceptábamos
Gastón Melo y Ray- dias, cinco artículos. ces director general como obsequio. Ade-
mundo Ramos. Todo fluye, nada nos de Publicaciones de más nos daba vinos
detiene. Cómo iba yo la UNAM, acudió en y quesos franceses
“Algún día”, confié. Y a entender algo para auxilio de Arreola. Le (por mucho tiempo
llegó el día en que Ru- lo que entonces ni compró los textos de nuestro único alimen-
bén Broido, que había siquiera teníamos un un libro futuro que to). El adelanto, que
estrenado durante nombre: el bloqueo, se iba a llamar Punta era el pago total de la
nuestros años prepa- la angustiosa posibi- de plata por ser la edición, se agotó en
ratorianos una de mis lidad de escribir que técnica que empleó poco tiempo. Vencie-
obritas de teatro, me tarde o temprano lle- Héctor Xavier en sus ron uno tras otro los
llamó para decirme: ga para todos. hermosos dibujos de deadlines, los últimos
—Ya está tu Unicor- animales. plazos para la entrega,
Arreola no cobraba
nio. Quedó precioso. y del libro no había
un centavo por impar- Héctor Xavier, gran una sola línea.
Rubén era en esos tirnos su sabiduría. dibujante, murió en el Ahora comprendo la
momentos secretario Dudo que hubiéramos olvido y la miseria. En angustia de Arreola.
de Arreola, puesto en podido pagárselo. los sesenta y los seten- Mientras más peren-
el que no tardaría en Creo que su único ta lo visité en el edifi- toria es la urgencia de
reemplazarlo Miguel sostén, aparte de los co de Holbein donde entregar un texto más
González Avelar. Lle- escasos derechos por muchas veces estaba imposible se vuelve el
gué al departamento sus libros, era la beca en compañía de José sentarse a escribirlo.
de Elba y Lerma. de 500 pesos que Revueltas, tan pobre Se han publicado vo-
Arreola había cam- Alfonso Reyes había como él. Me pregunto lúmenes enteros para
biado para conmigo y logrado que El Cole- si alguna vez Héctor explicar el llamado
me aceptó como parte gio de México diera Xavier será rescatado, writer’s block. Todas
de ese taller informal a unos cuantos escri- si hallará admiradores las explicaciones son
que fue el verdadero tores. Llegó Daniel que hagan con él lo plausibles y ninguna
punto de partida de Cosío Villegas y supri- que otros hicieron por satisfactoria: temor al
nuestra generación. mió las becas. Arreola Revueltas. rechazo, deseo de per-
se quedó sin ningún
La ciencia ya no di- fección, ansiedad de
4 • Allí pasé mis 19 medio para mantener
gamos de acumular, no estar a la altura de
a su esposa, a sus dos

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lo que se hizo antes, y entonces más bara- medio de sus aboga- espaldas en el catre, se
auto-castigo al pri- tos, Sara lograba pro- dos que devolviera el tapó los ojos con la al-
varnos de la actividad digios estilísticos que adelanto. mohada y me preguntó:
que más satisfactoria encantaban también a Cuando Rubén Da- —¿Por cuál empiezo?
nos resulta… Las hi- Juan Rulfo. río estaba en malas
pótesis no tienen fin. condiciones algunos Dije lo primero que se
En la última década me ocurrió:
Edmund Wilson dice: de su vida viajé a mu- amigos generosos,
No se debe tener pie- chas partes con Rulfo. como Amado Nervo, —Por la cebra.
dad con el escritor Ya teníamos algo de le escribieron sus
Entonces, como si
que no escribe. Todo dinero y podíamos ir crónicas para La Na-
estuviera leyendo
es una falla del carác- a restaurantes. Nunca ción de Buenos Aires,
un texto invisible, el
ter y de la voluntad y lo vi comer con el de- indispensables para
Bestiario empezó a
no merece clemencia leite con que devora- su sobrevivencia. Pero
fluir de sus labios: “La
ni mucho menos elo- ba (verbo que parece nadie, y yo menos que
cebra toma en serio
gio. Me parece que el tan extraño aplicado nadie, podía escribir
su vistosa apariencia,
bloqueo es una situa- a Rulfo) las tostadas como Arreola, por
y al saberse rayada, se
ción infernal, el pre- de Sara. Con 20 y Arreola, para Arreola.
entigrece. Presa de
cio que pagamos por más años de retraso, Ya no recuerdo si
su enrejado lustroso,
habernos dedicado a muchas veces comen- la idea fue mía o
vive en la cautividad
escribir, y no me atre- tamos nuestra incons- de Vicente Leñero,
galopante de una
vo a censurar a nadie ciencia irreparable: al Eduardo Lizalde o del
libertad mal entendi-
que se encuentre en engullir los prodigio- propio Fernando del
da”.
esas arenas movedi- sos milagros de cama- Paso, a quien 35 años
zas. rón, despojábamos de después Arreola iba
Y así, el 14 de diciem-
su alimento a toda la a dictarle en Guada-
bre escuché el final
5 • La tienda de ul- familia de Arreola. lajara el primer tomo
del libro: “Para el
tramarinos ya no fio de sus Memorias.
macho que tiene sed,
más. Se acabaron los 6 • Contra lo que se Sea como fuere, el 8
el camello guarda en
Beaujoloais y el Ca- supone, el bloqueo no de diciembre, ya con
sus entrañas rocosas
membert y hasta los es la imposibilidad el agua al cuello, me
la última veta de hu-
bolillos y teleras. La de escribir, sino de presenté en Elba y
medad; para el solita-
alimentación se ciñó sentarse a hacerlo. El Lerma a las nueve de
rio, la llama afelpada,
a tostadas de cama- último plazo vencía la mañana, hice que
redonda y femenina,
rón seco, eso sí, las el 15 de diciembre de Arreola se arrojara en
finge los andares y la
mejores tostadas de 1958. A pesar de todos su catre, me senté a la
gracia de una mujer
camarón seco que se los esfuerzos de Hen- mesa de pino, saqué
ilusoria”.
han hecho en el mun- rique González Ca- papel, pluma y tintero
y le dije: Henrique González
do, obras maestras sanova, si Arreola no
Casanova recibió el
de Sara, la esposa de entregaba los textos, —No hay más remedio.
manuscrito el día
Arreola. Con los ele- la administración de Me dicta o me dicta.
señalado. A comien-
mentos más sencillos, la UNAM exigiría por Arreola se tumbó de

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zos de 1959 la UNAM
editó Punta de plata con
los dibujos de Héctor
Xavier. El Bestiario se in-
corporó a la obra de Juan
José Arreola. En mi feliz
ignorancia no pensé en la
historia literaria ni en los
archivos.
Destruí los originales a
medida que los iba pa-
sando la máquina, mien-
tras Arreola jugaba aje-
drez para compensarse
del esfuerzo. Tampoco
se me ocurrió rescatar
de la imprenta las hojas
que contenían sus modi-
ficaciones manuscritas.

Gracias a esos días fina-


les de 1958 siento que mi
paso por la tierra que-
dó justificado. Cuando
entre al infierno y los
demonios me pregunten:
—Y usted, ¿qué fue en la
vida?, podré responder-
les con orgullo: —Ama-
nuense de Arreola.

[Publicado en Gunther Stapen-


horst (México, Aldus, 2002) de
Juan José Arreola con presenta-
ción de José Emilio Pacheco y
entrevistas de Antonio Alatorre y
Eduardo Lizalde.]

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