Roberto Arlt

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<<El abogado se ha tomado una rodilla entre las manos y con la cabeza tan inclinada que

el mentón se apoya en su pecho escucha atentamente, mirando la deformada punta de su


zapato casi deslustrado.

¿Cuál es el sistema, querido doctor? El siguiente: los bancos y empresas financieras


organizan revoluciones en las cuales, prima facie, aparecen lesionados los intereses
norteamericanos. Inmediatamente se produce una intervención armada bajo cuya tutela
se realizan elecciones de las que salen elegidos gobiernos que llevan el visto bueno de
Norteamérica; estos gobiernos contraen deudas con los Estados Unidos, hasta que el
control íntegro de la pequeña república cae en manos de los bancos. Estos bancos, revise
usted la teneduría de libros de la América Central, son siempre el Citybank, la Equitable
Trust, Brown Brothers Company; en el Extremo Oriente nos encontramos siempre con la
firma de J.P. Morgan y Cía. Nicaragua ha sido invadida para defender los intereses de
Brown Brothers Company. Cuando no es la Standard Oil es la Huasteca Petroleum Co.
Vea, aquí, a un paso de nosotros, tenemos a un Estado atado de pies y manos por
Estados Unidos. Me refiero a Bolivia. Bolivia, por un empréstito efectuado en 1922 de 32
millones de dólares, se encuentra bajo el control del gobierno de los Estados Unidos por
intermedio de las empresas bancarias Stiel and Nicolaus Investment Co., Spencer Trask
and City y la Equitable Trust Co. Las garantías de este empréstito son todas las entradas
fiscales que tiene el gobierno, controladas por una Comisión Fiscal Permanente de tres
miembros, de los cuales dos son nombrados por los bancos y un tercero por el gobierno
de Bolivia.

Con los brazos cruzados sobre su blusón el Astrólogo se ha detenido frente al abogado, y
moviendo la cabelluda cabeza insiste como si el otro no lo pudiera comprender:

—¿Se da cuenta?… por treinta y dos millones de dólares. ¿Qué significa esto? Que un
Ford o un Rockefeller, en cualquier momento podrían contratar un ejército mercenario que
pulverizaría un estado de los nuestros.

—Es terrible lo que usted dice.

―Más terrible es la realidad…El pueblo vive sumergido en la más absoluta ignorancia. Se


asusta de los millones de hombres destrozados por la última guerra, y a nadie se le ocurre
hacer el cálculo de los millones de obreros, de mujeres y de niños que año tras año
destruyen las fundiciones, los talleres, las minas, las profesiones antihigiénicas, las
explotaciones de productos, las enfermedades sociales como el cáncer, la sífilis, la
tuberculosis. Si se hiciera una estadística universal de todos los hombres que mueren
anualmente al servicio del capitalismo, y al capitalismo lo constituyen un millar de
multimillonarios, si se hiciera una estadística, se comprobaría que sin guerra de cañones
mueren en los hospitales, cárceles, y en los talleres, tantos hombres como en las
trincheras, bajo las granadas y los gases.(…) Piense usted, querido amigo, que en los
tiempos de inquietud las autoridades de los gobiernos capitalistas, para justificar las
iniquidades que cometen en nombre del Capital, persiguen a todos los elementos de
oposición, tachándolos de comunistas y perturbadores. De tal manera, que puede
establecerse como ley de sintomatología social que en los períodos de inquietud
económico-política los gobiernos desvían la atención del pueblo del examen de sus actos,
inventando con auxilio de la policía y demás fuerzas armadas, complots comunistas. Los
periódicos, presionados por los gobiernos de anormalidad, deben responder a tal
campaña de mentiras engañando a la población de los grandes centros, y presentando
los sucesos de tal manera desfigurados que el elemento ingenuo de la población se sienta
agradecido al gobierno de haberlo librado de lo que las fuerzas capitalistas denominan
“peligro comunista”>>.

Arlt, Roberto, Los Lanzallamas en Obra Completa, Novelas, Cuentos I, Buenos


Aires, Ediciones Omeba, 1981, págs. 367-369.

El taller de compostura de muñecas (Aguafuertes Porteñas)

Hay oficios vagos, remotos, incomprensibles. Trabajos que no se conciben y que, sin
embargo, existen y dan honra y provecho a quienes lo ejercen.

Una de estas menestralías es la de componedor de muñecas.

Porque yo no sabía que las muñecas se compusieran. Creía que una vez rotas se tiraban
o se regalaban, pero jamás me imaginé que hubiera cristianos que se dedicaran a tan
levantada tarea.

Esta mañana pasando por la calle Talcahuano, tras del polvoriento vidrio de una ventana,
lúgubre y color de sebo, ví colgada de un alambre y por el pulso, una muñeca. Tenía pelo
de barba de choclo, y ojos bizcos. Tan siniestra era la catadura de tal muñeca que me
detuve un instante a contemplarla.

Y me detuve a contemplarla, porque allí, situada tras el vidrio, y colgada de esa mala
manera, parecía la muestra de algún ladrón de niños o de una comadrona. Y lo primero
que se me ocurrió fue que esa endiablada muñeca, polvorienta y descolorida, bien podría
servir de tema para un poema de Rega Molina o para una fantasía coja de Nicolás
Oliverio o Raúl González Tuñón. Pero más detenido aún por el atractivo que el ambiguo
pelele ejercía sobre mi imaginación, llegué a levantar la vista, y entonces leí en el frente
del ventanal, este letrero:

"Se refaccionan muñecas. Precios módicos".

Estaba en presencia de uno de los oficios más raros que se puedan ejercer en nuestra
ciudad.

Tras de los vidrios se movían unos hombres polvorientos también, y con más cara de
fantasmas que de seres humanos, y rellenaban con aserrín piernas de muñeca o
estudiaban oblicuamente el vértice pupilar de un pelele.

Indudablemente aquella era la casa de las bagatelas, y esos señores unos tíos raros,
cuyo trabajo tenía más parecido con la brujería que con los menesteres de un oficio.
Entre los codazos de las porteras, que iban a la compra, y los empujones de los
transeúntes, me alejé pero estaba visto que no debía perder el tema, porque al llegar a la
calle Uruguay, en otra vidriera más destartalada que la de la calle Talcahuano, ví otro
pelele ahorcado, y abajo el consabido letrero: "Se componen muñecas".

Me quedé como quien vé visiones, y entonces llegué a darme cuenta de que el oficio de
componedor de muñecas no era un mito, ni un pretexto de trabajar, sino que debía ser un
oficio lucrativo, ya que dos comercios semejantes prosperaban a tan poca distancia uno
de otro.

Y entonces me pregunto: ¿qué gente será la que hace componer muñecas, y por qué, en
vez de gastar en la compostura, no compran otras nuevas? Porque ustedes convendrán
conmigo, que eso de hacer refaccionar una muñeca no es cosa que se le ocurra a uno
todos los días. Y sin embargo, existen; sí, existen esas personas que hacen componer
muñecas.

Son los que le agriaron la infancia a los pequeños. Los eternos conservadores.

¿Quién no recuerda haber entrado a una sala, a una de esas salas de las casas en donde
la miseria empieza en el comedor?

Son recibimientos que parecen cambalaches. Marcos dorados, retratos de toda una
generación, diplomas por los muros, chafalonía sobre la mesita; rulos de pelos de algún
ser querido y finado, entre los medallones; y sentada en una poltrona, rodeada de
moñitos, la muñeca, una muñeca grande como una nena de un año, una de esas
muñecas que dicen papá y mamá que cierran los ojos, y que sólo les falta andar para ser
el perfecto homúnculo.

Es la muñeca que le regalaron a una de las niñas de la casa. Se la regalaron en tiempos


de prosperidad, en tiempos de Ñauquín.

Y como la muñeca era tan linda y costaba sus buenos pesos, la nena nunca pudo jugar
con ella.

Vistieron a la muñeca de lujo, la encintaron como a una infanta, como a un perro faldero,
y la colocaron en el sillón, para admiración de las visitas.

Y la nena sólo podía jugar con la muñeca el día que llegaban las visitas.

Entonces, bajo la mirada severa de las tías o de las parientas, la chiquilina con exceso de
precauciones podía tomar la muñeca entre sus brazos y ver cómo cerraba los ojos o
decía papá y mamá.

Naturalmente, mientras estaban las visitas.

Ahora bien; pasados los años, la compostura de una muñeca responde a un sentimiento
de tacañería o de sentimentalismo.
Porque yo no concibo que una muñeca se haga componer. No hay objeto. Si se rompe,
se tira, y si no que cumpla sus funciones de juguete hasta que los que se divierten con
ella la tiren un buen día para regocijo de los gatos caseros.

Sin embargo, la gente no debe pensar así, ya que existen talleres de composturas. El
sentimentalismo me parece una razón pobre.

Sin embargo, no sé por qué, se me figura que la gente que hace componer muñecas debe
ser antipática. Y avara. Con esa avaricia sentimental de las solteronas, que no se
resuelven a tirar un objeto antiguo por estas dos razones:

1ª Porque costó "sus buenos pesos".

2º Porque les recuerda sus viejos tiempos, quiero decir, sus tiempos de juventud.

Ahora si el lector me pregunta, ¿cómo con tal lujo de precauciones y de sentimiento


conservador, las muñecas se rompen?, le diré:

El único culpable es el gato. El gato que un día se harta de ver el monigote intacto y a
zarpazos lo tira de su trono churrigueresco. O la sirvienta: la sirvienta que se va de la casa
por una discusión que ha tenido y desfoga su rabia a plumerazos en el cráneo de la loza
engrudada de la muñeca.

Y los talleres de refacción de muñecas, viven de estos dos sentimientos.

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