14 Arguedas
14 Arguedas
14
Semblanza
José María Arguedas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .5
Narrativa
Warma Kuyay . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Los ríos profundos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10
El forastero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12
Hijo solo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
Ensayo
¿Qué es el folklore?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
Sobre Arguedas
Ariel Dorfman, “Conversación con José María Arguedas”. . 18
José María Arguedas
(18 de enero de 1911-2 de diciembre de 1969)
Semblanza | 5
de las expresiones culturales tradicionales indígenas, y queda a
cargo de la sección del Ministerio de Educación dedicada al tema.
Dirigirá después la sección de Estudios Etnológicos del Museo de
la Cultura Peruana, y luego será director de la Casa de la Cultura
del Perú.
Además de las decenas de libros y artículos sobre etnología,
artes tradicionales y folclor peruano, Arguedas dejó una obra
literaria que aportó nuevas claves a la identidad de un Perú en
transformación. A partir de los cuentos reunidos en Agua (1935),
comenzó a construir una narrativa de lo indígena en el Perú que
por fin le daba vida real a las comunidades, y dejaba atrás la “pé-
trea” visión de la sierra legada por escritores anteriores como En-
rique López Albújar y Ventura García Calderón, que veían a la
sierra desde la costa. Arguedas aportó la visión de la sierra por sí
misma y devolvió por fin su dignidad a una presencia antes vista
como lastre desde Lima. Sus novelas principales son el testamento
de este legado: Yawar Fiesta (1941), Los ríos profundos (1958), El
Sexto (1961), Todas las sangres (1964) y la inconclusa El zorro de
arriba y el zorro de abajo, publicada postumamente.
6 | Semblanza
Narrativa
Warma Kuyay
(Fragmento)
Narrativa | 7
—¡Endio no puede, niño! ¡Endio no puede!
¡Era cobarde! Tumbaba a los padrillos cerriles, hacía temblar a
los potros, rajaba a látigos el lomo de los aradores, hondeaba desde
lejos a las vaquitas de los otros cholos cuando entraban a los potre-
ros de mi tío, pero era cobarde. ¡Indio perdido!
Le miré de cerca: su nariz aplastada, sus ojos casi oblicuos, sus
labios delgados, ennegrecidos por la coca. ¡A éste le quiere! Y ella
era bonita: su cara rosada estaba siempre limpia, sus ojos negros
quemaban; no era como las otras cholas, sus pestañas eran largas,
su boca llamaba al amor y no me dejaba dormir. A los catorce años
yo la quería; sus pechos parecían limones grandes, y me desespe-
raban. Pero ella era de Kutu, desde tiempo; de este cholo con cara
de sapo. Pensaba en eso y mi pena se parecía mucho a la muerte. ¿Y
ahora? Don Froylán la había forzado.
—¡Mentira, Kutu! ¡Ella misma, seguro, ella misma!
Un chorro de lágrimas salió de mis ojos. Otra vez el corazón me
sacudía, como si tuviera más fuerza que todo mi cuerpo.
—¡Kutu! Mejor la mataremos los dos a ella ¿quieres?
El indio se asustó. Me agarró la frente: estaba húmeda de sudor.
—¡Verdad! Así quieren los mistis.
—¡Llévame donde Justina, Kutu! Eres mujer, no sirves para ella.
¡Déjala!
—Como no, niño, para ti voy a dejar, para ti solito. Mira, en
Waylara se está apagando la luna.
Los cerros ennegrecieron rápidamente, las estrellitas saltaron
de todas partes del cielo; el viento silbaba en la oscuridad, golpeán-
dose sobre los duraznales y eucaliptos de la huerta; más abajo, en el
fondo de la quebrada, el río grande cantaba con su voz áspera.
Despreciaba al Kutu; sus ojos amarillos, chiquitos, cobardes,
me hacían temblar de rabia.
—¡Indio, muérete mejor, o lárgate a Nasca! ¡Allí te acabará la
terciana, te enterrarán como a perro! —le decía.
Pero el novillero se agachaba no más, humilde, y se iba al Wil-
tron, a los alfalfales, a la huerta de los becerros, y se vengaba en el
cuerpo de los animales de don Froylán. Al principio yo le acompaña-
8 | Narrativa
ba. En las noches entrábamos, ocultándonos, al corral; escogíamos
los becerros más finos, los más delicados; Kutu se escupía en las ma-
nos, empuñaba duro el zurriago, y les rajaba el lomo a los torillitos.
Uno, dos, tres... cien zurriagazos; las crías se torcían en el suelo, se
tumbaban de espalda, lloraban; Y el indio seguía, encorvado, feroz.
¿Y yo? Me sentaba en un rincón y gozaba. Yo gozaba […].
Agua, 1933.
Narrativa | 9
Los ríos profundos
(Fragmentos)
10 | Narrativa
oscuridad que hay dentro de la caja; y el charango formaba un torbe-
llino que grababa en la memoria la letra y la música de los cantos […].
Narrativa | 11
El forastero
(Fragmento)
12 | Narrativa
—Esos —contestó—. Tienen una sombra en las entrañas. Por
eso duermen así. Y no podrán levantarse.
— ¡Estás “bolo” papacito! ¡Más que yo!
Era una muchacha de rostro cetrino; tenía un extremo de la
boca algo fruncido, como la de ciertas locas de pueblo, y vio a la
luz de la lámpara que, exactamente, esa parte de sus labios estaba
húmeda de saliva; sus cabellos lacios, espesos, no habían sido peina-
dos; su nariz era ancha…
—Tienes los ojos buenos —le dijo él.
—¿Buenos?
—Y negros. ¿Qué eres?
—¿No sabes? No pareces mexicano, ni panameño, ni de Nica-
ragua… A esos los conozco en seguida. ¿De dónde?
—Soy del Perú.
—¿A cuántas horas de avión está?
—Diez.
—No importa. Acompáñame. Quiero ver a mi hijo; después
bailamos; después te acompaño, a donde quieras.
—Vamos, María.
—¿Cómo sabes que es mi nombre?
—Claro, pues; aquí, con lo que eres y lo que yo soy...
—Así hablan los… ¿De dónde dijiste que eres?
—No importa. Vamos.
Narrativa | 13
Hijo solo
(Fragmento)
Singuncha escogió hojas secas de yerbas y las cubrió con ramas vie-
jas de k’opayso y retama. No oía el canto. Su corazón ardía. Hizo
chocar los pedernales junto a la mecha. Varios trozos de fuego caye-
ron sobre el trapo deshilachado y lo prendieron. Se agachó de rodi-
llas; mientras con un brazo tenía al perro por el cuello, sopló. Y casi
de pronto se alzó el fuego. Se retorcieron las ramas. Una llamarada
pura empezó a lamer el bosque, a devorarlo.
—¡Señorcito Dios! ¡Levanta fuego! ¡Levanta fuego! ¡Dale la
vuelta! ¡Cuida! —gritó alejándose y volvió a arrodillarse sobre la
arena.
Se quedó un buen rato en el río. Oyó gritos, y tiros de carabina
y dinamita.
Volvió hacia el remanso. Más allá del recodo, cerca del vado, se
lanzó al río. Hijo Solo aulló un poco y lo siguió. Llegaban las palomas
a esta banda, a la de Don Ángel, volando descarriadas, cayendo a los
alfalfares, tonteando por los aires.
Pero Singu se iba ya; no prestaba oído ni atención verdaderos
a la quebrada; subía hacia los pueblos de altura. Con su perro, lo
tomarían de pastor en cualquier estancia, o el Señor Dios lo haría
llamar con algún mensajero, el Jakakllu o el Patrón de Santiago. En-
tonces seguiría de frente, hasta las cumbres; y por algún arco iris
escalaría al cielo, cantando a dúo con el Hijo Solo.
—¡Amarillito! ¡Jilguero! —iba diciéndole en voz alta, mientras
cruzaban los campos de alfalfa, a la luz de las llamas que devoraban
la otra banda de la hacienda.
En la quebrada se avivó más ferozmente la guerra de los herma-
nos Caínes. Porque Don Adalberto no murió en el incendio.
14 | Narrativa
Ensayo
¿Qué es el folklore?
(Fragmento)
Ensayo | 15
oral, como la música y la danza. Debemos tener en cuenta que en
Europa, a pesar de la amplitud que se daba al área de investigación
del Folklore —“todo el saber de las clases populares”—, tal inves-
tigación se dedicó predominantemente al estudio de los cuentos,
las leyendas, las canciones y las danzas.
Es muy ilustrativo comparar, en cuanto a la evolución del
Folklore como ciencia, lo que, en la fecha, consideran los folklo-
ristas sudamericanos como campo de estudio de esta disciplina.
Mientras que en la Argentina, en el Uruguay y en Chile se conti-
núa considerándola como el estudio de “todo el saber de las clases
populares” y, por tanto, comprende lo que los folkloristas de esos
países denominan “cultura material” (vestidos, comida, habita-
ción, utensilios, etc.) y “cultura espiritual” (arte, religión y magia);
en el Perú, los antropólogos egresados de la Universidad Nacio-
nal Mayor de San Marcos de Lima, entendemos como materia de
estudio del Folklore solamente la literatura oral (mitos, leyendas,
cuentos, canciones, adivinanzas, insultos, etc.) y las artes muy re-
lacionadas con la literatura oral (principalmente, la música y las
danzas; aunque el estudio sistemático de la música y de las danzas
son materia de ciencias especializadas: como la etnomusicología y
la coreografía folklórica).
Esta disparidad de concepción sobre el Folklore se explica, en
cierta forma, porque en la Argentina, Uruguay y Chile, las clases
populares iletradas que guardan y practican creencias y normas de
conducta “antiguas”, ya superadas por la clase civilizada, son muy
escasas en lo que se refiere a su cuantía o número, mientras que en
el Perú la capa social que practica esas normas y creencias antiguas
es inmensa, probablemente más del cincuenta por ciento de la po-
blación total del país. No resultarían, por eso, eficaces los métodos
restringidos del Folklore para hacer el estudio de este gigantesco
universo de materias. Es la Etnología la que ha iniciado el estudio
completo, interrelacionado del “saber tradicional” de tan enorme
pueblo. El Folklore, por su lado, ha tomado lo suyo: el estudio de la
literatura oral, de la música y de la danza, no para realizar un aná-
lisis frío y simplemente técnico, sino como elementos valiosísimos
16 | Ensayo
para el conocimiento de la historia social de nuestro pueblo y de su
realidad social contemporánea.
Ensayo | 17
Sobre Arguedas
18 | Ensayo
insuperable. Algunos años después de la publicación de esta obra,
millares de siervos invadieron pacíficamente decenas de haciendas.
No fue posible desalojarlos con los métodos tradicionales que ha-
bían sido tan eficaces: matar a algunos de ellos, hacer oír el tronar
de la metralla. Tuvieron que dictar una ley de reforma agraria es-
pecíficamente destinada a dar posesión legal de esas tierras a quie-
nes, con la evidencia de que eran suyas, las tomaron. La realidad
del Perú es sumamente compleja y variada. No me siento capaz de
dictaminar nada concreto acerca de cómo hay que actuar en ella.
Pero la historia de Todas las sangres tiene antecedentes concretos.
Mi opinión acerca de las guerrillas es que fueron un acto de deses-
peración ciega y, aparentemente, dictado por gente que desconocía
increíblemente la realidad del país y, mucho más, la de la región en
que estas guerrillas fueron puestas en marcha. Este acto de arrojo
ciego favoreció directamente a las fuerzas que sostienen el imperio
del latifundio y de todo lo que el latifundio significa como injusticia
y como barrera hacia la justicia.
Ensayo | 19
hasta un grado relativamente alto; admiro a bach y a Prokofiev, a
Shakespeare, Sófocles y Rimbaud, a Camus y Eliot, pero más ple-
namente gozo con las canciones tradicionales de mi pueblo; pue-
do cantar, con la pureza auténtica de un indio chanka, un harawi
de cosecha. ¿Qué soy? Un hombre civilizado que no ha dejado de
ser, en la médula, un Indígena del Perú; indígena, no indio. Y así, he
caminado por las calles de París y de Roma, de Berlín y de Buenos
Aires. Y quienes me oyeron cantar, han escuchado melodías absolu-
tamente desconocidas, de gran belleza y con un mensaje original. La
barbarie es una palabra que inventaron los europeos cuando esta-
ban muy seguros de que ellos eran superiores a los hombres de otras
Razas y de otros continentes “recién descubiertos”.
20 | Ensayo
Esta exposición ofrece un
conjunto de miradas sobre el
intenso periodo histórico que
fue el de las décadas de 1920
y 1930 en el Perú. Reunimos a
un conjunto de personas que
encarnaron en sus vidas y obras
las transformaciones de la historia
y la actualidad, los sueños y las
esperanzas de un gran pueblo.
Si al celebrar el Bicentenario
estamos mejor preparados para
afrontar los retos de la equidad,
la justicia, la democracia y
la pluralidad —las Banderas
del Bicentenario—, es gracias
al legado de una generación
revolucionaria, que aquí
sintetizamos en 21 Intelectuales
Peruanos del Siglo xx.
serie antologías.14
JOSÉ MARÍA
ARGUEDAS
https://bicentenario.gob.pe/exposiciones/21-intelectuales/