La Democracia Según Alexis de Tocqueville

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9/7/2019 – La democracia según Alexis de Tocqueville

La democracia según Alexis de Tocqueville


Publicado por Pablo Simón

Alexis de Tocqueville, por Théodore Chassériau (DP)

El retroceso de lo político frente a formas blandas de tiranía ha sido una obsesión para los intelectuales y académicos desde
que existen regímenes democráticos. En ese sentido una de las reflexiones más recientes es la que nos dejó Peter Mair en
su libro póstumo Gobernar en el vacío. La idea general es que en las democracias occidentales la participación electoral
está en caída libre, igual que la afiliación a los partidos o sindicatos. Esto es el síntoma de una inevitable erosión de todo
tejido de solidaridad grupal, una inevitable crisis de los cuerpos intermedios. Estaríamos avanzando hacia unas élites
políticas cada vez más profesionalizadas las cuales quedan siempre al albur de un votante cada vez más caprichoso y
alejado de este sistema. Un sistema en el que el poder está en otra parte. Un sistema privado de poder de autogobierno,
pero que garantiza al ciudadano su seguridad y capacidad para consumir.

Aunque parezca muy contemporánea, esta obsesión tiene un nítido precedente en uno de los padres del republicanismo
liberal, Alexis de Tocqueville. Este académico y político de origen francés estableció en una de sus obras más
influyentes, La democracia en América, uno de los pilares fundamentales del pensamiento político de su época. En su obra
se mezcla la resignación ante la llegada de un mundo nuevo con un análisis concienzudo del espíritu que lleva la emergencia
de la joven democracia de Estados Unidos. Para él hay una inevitable tendencia hacia un mundo en el que la pasión por la
igualdad estará para siempre en el centro de todas las cosas. A caballo entre filosofía y sociología, su pregunta central es si
esa pasión nos arrastra inevitablemente a un tiránico egoísmo individualista o la democracia podrá tener redención que nos
haga ser a todos ciudadanos libres.

La igualdad y el individualismo

Entre las muchas acepciones del término democracia, en la obra de Tocqueville pueden destacarse dos sentidos: la
democracia como régimen político, que conforma la primera parte de La democracia en América, y la democracia como
estado social analizada en la segunda. Según la primera acepción, la democracia sería un conjunto de determinadas formas
políticas, entre las cuales cabe destacar el principio de la soberanía popular. Pero la noción tocquevilliana de democracia

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apunta sobre todo a un estado social cuyo hecho generador, cuyo principio único, es la igualdad de condiciones tras la
destrucción del Antiguo Régimen. Esta última implica que no existen ya diferencias hereditarias de condición y que todas las
ocupaciones, honores y dignidades son accesibles a todos. La igualdad de condiciones trae consigo la movilidad social.

Mientras que con la aristocracia las relaciones estaban regidas por la obediencia voluntaria, en la democracia las relaciones
son meramente contractuales. Se han roto los nexos sociales y políticos que unían a los seres humanos. Ahora todos nos
enfrentamos entre nosotros como iguales, independientes pero también impotentes. Este hecho lleva de manera inevitable la
difusión del individualismo. Cada quien se vuelve el centro de un minúsculo universo privado, con su círculo inmediato de
parientes y amigos, y pierde de vista la sociedad en general. La pasión por el bienestar y las comodidades materiales, una
preocupación por el bien privado, con exclusión de toda consideración de los asuntos públicos, y una inevitable mediocridad.
Se podría decir que cuando se escuchan ecos sobre la pérdida de identidades (de clase, nacional…) o sobre la crisis de
valores —la constante crítica a los jóvenes— parece que llevamos doscientos años dando vueltas en círculos.

Tocqueville dice que el individualismo es un estado natural, pero cuando va unido a la igualdad de condiciones despierta una
sed insaciable de comodidades materiales. Se han abierto todos los caminos hacia la satisfacción del deseo de bienestar en
una competencia abrumadora —el self-made man, el (cof cof) emprendedor—. Sin embargo, la principal tesis de Tocqueville
consiste en definir la igualdad de condiciones como base de la estructura de deseos del humano democrático. Pero cuidado,
porque esa igualdad no es un estado real de las cosas, es una percepción. Lo nuevo no es tanto la movilidad social como
que las personas que viven en condiciones desigualitarias se sientan iguales. Ello genera la tensión; la inquietud derivada de
las expectativas sociales creadas por la democracia y las posibilidades reales de cumplirlas. Como llega a decir Alexis de
Tocqueville con rotundidad, en América hay muchas personas ambiciosas y ninguna gran ambición.

La vanidad que descubre Tocqueville en América, la necesidad de halago, es inquieta, ambiciosa y siempre ligada al deseo
material. En diferentes pasajes Tocqueville se pregunta con cierta amargura la causa por la cual en los pueblos democráticos
el amor por la igualdad es más ardiente que el gusto por la libertad. A su juicio tal inclinación se debe al hecho de que,
mientras que la igualdad aparece como un don gratuito, la libertad es un bien por el que es preciso luchar. Asimismo los
encantos de la libertad se descubren a largo plazo, mientras que la igualdad ofrece bienes que pueden disfrutarse
rápidamente. He ahí la conocida como «enfermedad infantil de la democracia». Lo cómodo es enemigo de lo libre.

El abandono del ámbito público desata un fuerte sentimiento de independencia entre las personas por el que creen bastarse
a sí mismas cuando, en realidad, se hacen más dependientes de instancias como el Estado. El repliegue en la intimidad
doméstica conlleva una progresiva obsesión por su mero interés material. El individualismo engendra, según Tocqueville, un
tipo humano débil, caracterizado por ser moderado pero sin virtud ni coraje. Como telón de fondo, una tranquilidad pública
que da pie al desinterés por todo lo político y el abono de la tiranía inevitable engendrada por ese egoísmo.

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La Declaración de Independencia, John Trumbull (DP)

La tiranía de la comodidad, la tiranía de las mayorías

La paradoja fundamental de la democracia, tal como la interpreta Tocqueville, es que la igualdad de condiciones sea tan
compatible con la tiranía como con la libertad. La libertad exige esfuerzo y vigilancia; es difícil de alcanzar, y fácil de perder.
Sus excesos son evidentes a todos, mientras sus beneficios fácilmente pueden escapar a nuestra atención. Por otra parte,
las ventajas y los placeres de la igualdad se sienten al momento, sin requerir ningún esfuerzo.

Según su concepción de la igualdad como «estado de ánimo», las personas son empujadas a desear bienes que no pueden
obtener pero la competencia es tal que cada cual tiene pocas probabilidades de realizar sus ambiciones. Además, la pugna
por satisfacer estos deseos no es equitativa; la victoria es inevitablemente de quienes poseen habilidades superiores. De
este modo la democracia despierta una conciencia del derecho de todos a todas las ventajas de este mundo, pero frustra a
los hombres que tratan de alcanzarlas. Esta frustración causa envidia. Por ello el hombre busca una solución que satisfaga
su deseo más intenso, liberándolo de la angustia que eso le causa. De este modo, la igualdad prepara al hombre a prescindir
de su libertad para salvaguardar la igualdad misma.

En una sociedad en que todos son iguales, independientes e impotentes, solo hay un medio, el Estado, especialmente
capacitado para aceptar y para supervisar la rendición de la libertad. Tocqueville llama nuestra atención hacia la creciente
centralización de los gobiernos: el desarrollo de inmensos poderes tutelares que, de buena gana, aceptan la carga de dar
comodidad y bienestar a sus ciudadanos. Los hombres democráticos abandonarán su libertad a estas poderosas
autoridades a cambio de un despotismo blando, que provea de seguridad a sus necesidades y facilite sus placeres. Es decir,
el vaciado de la política democrática a favor de un Estado benevolente que nos lo da todo para consumir pero que
inevitablemente nos priva de libertad. De nuevo, ecos muy modernos.

Tocqueville argumentaba que semejante gobierno no era incompatible con las formas de la soberanía popular. El pueblo en
conjunto muy bien puede consolarse sabiendo que él mismo eligió a sus amos. De ahí que la democracia origine una nueva
forma de despotismo: la sociedad se tiraniza a sí misma.

Para el autor francés la aparente homogeneidad de la sociedad democrática oculta que los talentos son fuentes inagotables
de heterogeneidad ya que la capacidad intelectual está desigualmente distribuida. Los muchos, si reconocen estos hechos,
tratan de anularlos. Por ello sustituyen la superioridad intelectual de los pocos por una superioridad debida a consideraciones
de cantidad. Esto, observa Tocqueville, señala un nuevo fenómeno en la historia de la humanidad que obsesionaría a todo el

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liberalismo de la época. La tiranía de la mayoría exige una conducta conformista. Sostener en un asunto importante una
opinión contraria a la establecida no solo es imprudente o inútil, es casi deshumanizador. La tiranía mayoritaria sobre los
espíritus de quienes sostienen una opinión contraria y mejor fundamentada hace que la disposición de la democracia a la
mediocridad sea absoluta.

En América, refiere Tocqueville, la mayoría ejercía una omnipotencia legislativa, situándose por encima del poder ejecutivo
(por la importancia que cobraban las asambleas en la vida diaria) y del judicial (puesto que también los jueces eran elegidos
por el pueblo). Pero la mayoría ejerce su tiranía principalmente a través de la conformidad social. Así, actúa sobre la libertad
de prensa e impone una sutil censura debilitando la independencia de juicio y la capacidad de crítica hasta influir en el
carácter nacional —de nuevo, suena familiar—. Quebrada la opinión disconforme, ejerce una violencia intelectual que
engendra un estado generalizado de pasividad y apatía que abre las puertas a esa nueva forma de despotismo.

Los hombres que se rinden a esta blanda y cómoda tiranía son los hombres de la nueva mayoría materialista. Dado que sus
deseos han sido superiores a sus oportunidades y están atemorizados por la perspectiva de perder lo que tienen, los de la
mayoría se vuelven hacia el Gobierno como único poder capaz de proteger sus derechos y sus bienes. El nuevo despotismo
es una forma que puede adquirir la tiranía mayoritaria. Parece pues que el espíritu de la democracia, de la igualdad de
condición, haría inevitable la tiranía de la comodidad, la renuncia a la libertad y la autonomía política como un bien preciado.
Sin embargo, Tocqueville señala que en la propia democracia puede estar su redención.

Reparando la democracia

Si se quiere resolver el problema de la democracia, la solución debe encontrarse en sí misma, es decir, la solución debe
estar en armonía con su principio fundamental, la igualdad. Todo intento por moderar la democracia con principios o
prácticas tomados de un régimen ajeno a ella estará condenado al fracaso. Al fin y al cabo, ni siquiera un déspota puede
gobernar de acuerdo con el principio democrático sin inclinarse ante la igualdad. De este modo, Tocqueville advierte a sus
contemporáneos que la tarea no consiste en reconstruir la sociedad aristocrática, sino en hacer que la libertad proceda a
partir del estado democrático de la sociedad.

Por consiguiente, razona el autor francés, la natural pasión por la libertad debe ser complementada por un arte político que
se ha practicado de manera ejemplar en los Estados Unidos. La experiencia norteamericana sugiere que, para la solución
del problema democrático, hay que recurrir a ciertos «recursos democráticos». En primer lugar, un cuerpo de legistas o
jueces independientes. En segundo lugar, la institución del jurado, que enseña la práctica de la responsabilidad cívica y
combate el egoísmo particular (aun siendo, simultáneamente, una de las vías de la tiranía popular, contradicción que
Tocqueville no llega a despejar) y un prominente rol de la religión, que actúa como freno de las pasiones humanas.

Sin embargo, dejando de lado estas cuestiones formales y espirituales, Tocqueville insiste en que de todos los recursos
democráticos, el principal es la libertad de asociación. Tocqueville consideró las asociaciones como sustitutas artificiales de
la nobleza de épocas anteriores que, en virtud de su riqueza y de su posición, servía de baluarte contra las intromisiones del
soberano en las libertades del pueblo. En una democracia las asociaciones protegen los derechos de la minoría contra la
tiranía mayoritaria. Dado que en una democracia cada quien es independiente, pero también es impotente, sólo asociándose
con otros podrá oponer sus opiniones a las de la mayoría. Esta es una función política del derecho de asociación. Este es el
Tocqueville republicano, el que ve en la participación de los asuntos públicos la única manera de defender la democracia.

Mientras que autores previos habían considerado que fomentar los partidos, las facciones o las asociaciones era una
medida divisoria en la sociedad, Tocqueville las consideró absolutamente esenciales para el bienestar de la sociedad
democrática. Lejos de contribuir a la destrucción de la unidad de la sociedad, las asociaciones superan las propensiones
divisorias de la democracia. En los actos que acompañan a la organización y la operación de una asociación, los individuos

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