Un Panorama de La Obra de Cristo

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2.

Un panorama de la obra de Cristo

Una forma práctica de resumir la obra de Cristo es a través de los tres oficios que él cumple.
Él es nuestro profeta, sacerdote y rey[1].

 Jesús es la máxima revelación de Dios, el Profeta que habló la Palabra de Dios y que
fue él mismo el Verbo hecho carne. Conocemos a Dios a través de Cristo. Hebreos
1:1-2: «Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a
los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo».

 Jesús también es el sumo sacerdote supremo quien media un nuevo pacto entre Dios
y su pueblo. Somos reconciliados con Dios por medio de Cristo. Hebreos 7:26:
«Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de
los pecadores, y hecho más sublime que los cielos».

 Y Jesús es el gran Rey del universo que gobierna con paz y justicia. Somos
ciudadanos del reino de Dios a través de Cristo. Él inauguró su reino en su primera
venida, y consumará el reino al final de los tiempos: Apocalipsis 19:11, 16: «Entonces
vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y
Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito
este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES».

Por tanto, debemos alabar a Jesús porque él es nuestro profeta, sacerdote y rey. No
necesitamos a nadie más. Él es suficiente y preeminente en su revelación, sacrificio y
gobierno.

Otra forma de resumir la obra de Cristo, que seguiremos el resto de nuestra clase, es
considerar a Jesús en su humillación y exaltación. Vemos esto en un pasaje clásico
como Filipenses 2:7-11. Jesús «se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho
semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». Esa es su humillación: su
encarnación, su vida perfecta y su muerte sacrificial. Luego, Pablo continúa: «Por lo cual Dios
también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre». Esa es su
exaltación: su resurrección, ascensión, sesión (estar sentado en su trono celestial) y su
regreso. Herman Bavinck escribió: «Todo el Nuevo Testamento enseña a Cristo humillado y
exaltado como el centro del evangelio»[2].

3. El estado de humillación

El resto de nuestra clase de hoy, veremos la primera mitad de este par: la obra que Jesucristo
realizó en su estado de humillación.

Primero, debemos comenzar con A. La encarnación de Cristo. ¿Por qué el Hijo de Dios
tomó forma humana? Por nosotros y nuestra salvación. Hablamos de esto extensivamente la
semana pasada cuando discutimos la humanidad de Cristo, así que no repetiré lo que dijimos.
Simplemente vale la pena degustar la belleza de este misterio. El Hijo de Dios nació como un
bebé para ser nuestro nuevo Adán. El infinito se cansó y durmió, el todopoderoso sintió
nuestra debilidad, el omnipresente tomó un cuerpo humano. Él compartió plenamente nuestra
humanidad para servir como nuestro representante y mediador sacerdotal ante Dios el
Padre. Hebreos 2:14-17: «Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él
también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de
la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante
toda la vida sujetos a servidumbre. Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que
socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus
hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere,
para expiar los pecados del pueblo».

Pero Jesús no solo asumió nuestra humanidad; B. Vivió una vida sin pecado. Esto también
se llama la obediencia activa de Cristo. El primer Adán desobedeció. Pero Jesús, el nuevo
Adán, obedeció por completo a su Padre. Israel quebrantó la ley de Dios, pero Jesús vino a
cumplir la ley (Mateo 5:17)[3]. Él es como un nuevo Israel.

Este es un punto trascendental, porque nosotros también hemos seguido los pasos
desobedientes de Israel. Jesús es quien, para usar una frase sorprendente de Mateo 3:15,
vino a «cumplir toda justicia». A través de la fe, su historial de justicia se nos imputa.

La obediencia activa de Cristo debe consolarnos. Él ha sentido la atracción de la tentación y el


encanto del pecado. Él no nos reprende cuando somos tentados, como el entrenador que grita
a su equipo: «¡Solo necesitas ser más fuerte!». Con ternura, gentilmente nos consuela y nos
invita a buscar ayuda en él. Nos recibe con gusto cuando admitimos nuestra total dependencia
de él. Hebreos 4:15-16: «Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse
de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin
pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia
y hallar gracia para el oportuno socorro».

Por muy maravillosas que fueron la encarnación de Cristo y su vida sin pecado, no
completaron su obra. C. La muerte de Cristo. En Marcos 8, tan pronto como Pedro confiesa
que Jesús es el Cristo, Jesús enseña que «le era necesario al Hijo del Hombre padecer
mucho, y ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y
ser muerto, y resucitar después de tres días». Aquí, pisamos suelo especialmente santo.
Jesús se hizo obediente hasta el punto de morir, de morir incluso en una cruz. Esto a veces es
llamado su «obediencia pasiva», no en el sentido de que fue una víctima trágica del destino,
sino porque obedeció amorosamente el plan del Padre al someterse a la pena de muerte que
nuestros pecados merecían.

¿Qué logró la muerte de Cristo? Su muerte fue tan monumental, el Nuevo Testamento habla
de ella usando varios temas y metáforas relacionadas y superpuestas.

Primero, (1) Cristo es nuestro sacrificio expiatorio substitutivo penal. Esta es la forma


predominante en que la Biblia describe la muerte de Cristo, por lo que pasaremos la mayor
parte del tiempo en este punto.

Expiación es una palabra que se refiere a la restauración de la correcta relación entre el


hombre y Dios; también lleva la connotación del sacrificio que se realiza o el precio que se
paga para que esa relación sea posible.

Comencemos con la necesidad de la expiación. Aquí solo tenemos que recordar nuestra clase
hace unas semanas acerca del problema del pecado. Somos culpables ante Dios como
aquellos que son representados por Adán. Hemos confirmado nuestra sentencia de
culpabilidad por nuestros propios actos sucios. Como dice Juan 3:36, la ira de Dios está sobre
todos los que están sin Cristo. Efesios 2:3 dice que por naturaleza somos hijos de ira. Esto es
porque Dios es bueno. Su ley es correcta, su santidad es inimaginablemente pura, y su justicia
es totalmente recta. Por tanto, él no permitirá que el mal y la iniquidad queden impunes. Él no
esconderá nuestro pecado debajo de la alfombra.
Entonces, Dios ordenó los sacrificios y las ofrendas del Antiguo Testamento para expresar
gráficamente la absoluta necesidad de la expiación. Los animales eran sacrificados
diariamente según lo prescrito por Levítico. ¿Por qué? Como lo explica Hebreos 9:22: «Sin
derramamiento de sangre no se hace remisión». La paga del pecado es muerte
según Romanos 6:23. Esta lección estaría arraigada en las mentes de todos los israelitas,
porque el piso del templo estaría cubierto de sangre. Dios no necesitaba salvar a nadie. Pero
en su misericordia, proporcionó sacrificios regulares que apuntaban todos hacia el sacrificio
final que expía el pecado de manera definitiva. 

Eso nos lleva a la naturaleza de la expiación.

La muerte expiatoria de Cristo fue «penal». Es decir, él sufrió la pena en la que incurrieron
nuestros pecados: el precio de la muerte. Isaías 53:5: «Mas él herido fue por nuestras
rebeliones, molido por nuestros pecados». 1 Pedro 2:24: «Llevó él mismo nuestros pecados
en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a
la justicia».

Su muerte también fue sustitutiva. Él tomó la muerte que legítimamente merecíamos, en


nuestro lugar. La idea de la sustitución se incorporó a la historia de Israel desde el principio.
Solo piensa en el Éxodo, donde un cordero fue asesinado, por así decirlo, en vez de —en 
lugar de— el hijo mayor de la familia. No es de extrañar que Juan el Bautista llamara a Jesús
el «Cordero de Dios» (Juan 1:29) y que Jesús muriera durante la Pascua. Isaías 53:12,  él fue
contado con los transgresores. 2 Corintios 5:21: «Al que no conoció pecado [Cristo], por
nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él».

John Stott escribió memorablemente: «La esencia del pecado es el hombre sustituyéndose a
sí mismo en lugar de Dios, mientras que la esencia de la salvación es Dios sustituyéndose a sí
mismo en lugar  del hombre»[4]. Cuando reflexionamos sobre la sustitución de Cristo por
nosotros, ¿cómo podrían nuestros corazones no fluir en alabanza? Como lo expresa un himno
con tanta fuerza: «Llevándome a la vergüenza y burlándome groseramente, en mi lugar,
condenado, se puso de pie, selló mi perdón con su sangre. ¡Aleluya! ¡Qué Salvador!».

Luego, ¿cuál es el resultado de la expiación, o qué logró esta muerte penal y sustitutiva para
el pueblo de Dios? Por un lado, logró la propiciación de la ira de Dios, lo que significa que la
buena ira de Dios contra el pecado ha sido resuelta y removida por el sacrificio de Cristo. Los
libros proféticos del Antiguo Testamento muestran la buena ira de Dios contra toda iniquidad
mientras él derrama la copa de su santa ira. Él bebió esa copa en la cruz por todos los que
confían en Cristo. Experimentó la justa oposición de Dios contra el pecado, la oposición que
merecíamos conocer eternamente. Esto es a lo que Pablo se refiere en Gálatas 3:13 cuando
dice: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está
escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero». El único obediente absorbió la
maldición que merecían los pecadores desobedientes como nosotros.

Tal vez el pasaje más claro acerca de la propiciación es Romanos 3:23-25: «Por cuanto todos
pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,  siendo justificados gratuitamente por su
gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación
por medio de la fe en su sangre». Como vimos anteriormente, el derramamiento de sangre es
necesario para la expiación. Jesucristo es ese sacrificio de sangre que fue aceptable para
Dios. Y debemos recordar, que si bien la propiciación es necesaria porque Dios es santo, es
posible porque Dios es supremamente amoroso y misericordioso. 1 Juan 4:10: «En esto
consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a
nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecado».
Eso es la propiciación. La muerte de Cristo también logró la expiación, lo que significa que su
muerte cubre por completo la culpa de nuestro pecado. Ya no somos culpables ante Dios, sino
que somos declarados inocentes. Juan 1:29: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo». La ley trae condenación porque expone cómo no cumplimos con los
estándares de Dios, pero Colosenses 2:14 dice que Dios perdonó todas nuestras ofensas,
«anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola
de en medio y clavándola en la cruz».

No solo esto, sino que la muerte de Cristo también produjo nuestra purificación, o lo que los
teólogos a veces llaman la santificación posicional, lo que significa que hemos sido
limpiados y apartados como aceptables para Dios. Ya no estamos manchados por el pecado;
hemos sido lavados (1 Co. 6:11). 1 Juan 1:7 dice: «la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia
de todo pecado». El autor de Hebreos en el capítulo 9, versículo 14 dice que la sangre de
Cristo purifica nuestra conciencia para que ahora podamos servir al Dios viviente.

Como puedes ver, la obra de Cristo en la cruz lo cambia todo para nosotros. Así que vale la
pena hacer una pausa aquí y alabar a Dios porque la obra de Cristo fue totalmente efectiva.
Como dice el versículo con el que abrimos: «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los
pecadores», y eso es exactamente lo que hizo. Nosotros no contribuimos en nada a nuestra
salvación. Jesús no compró una posibilidad de salvación que luego necesitamos activar. Él no
vino a hacer de la expiación una realidad potencial, sino una realidad verdadera para aquellos
que se arrepienten y creen. Podemos verlo en la naturaleza misma de la expiación. La
sustitución, bíblicamente, significa sustituir a un grupo definido de personas. Ese fue el caso
con el Cordero de la Pascua y con los sacrificios del Antiguo Testamento. Incluso estos
sacrificios, que anticiparon la expiación de Cristo, realmente lograron la purificación del
adorador, a pesar de que ese tipo de purificación fue solo temporal. ¡Cuánto más, entonces, el
sacrificio de Cristo realmente logra la propiciación, la expiación y la purificación permanente
para el pueblo de Dios! Él murió, dice Efesios 5:25, por la iglesia, su Novia. Él
es nuestro sustituto.

Esta expiación nos es aplicada por el Espíritu Santo cuando nos convertimos, cuando nos
alejamos de nuestro pecado y confiamos en Cristo. Así, las tres personas de la Trinidad
actúan armoniosamente en la gran obra de redención. La muerte de Cristo fue un acto
sustitutivo por todos los que el Padre escogió, que son todos aquellos a quienes el Espíritu da
el regalo de una nueva vida. Creyente, ¿alguna vez has sentido la tentación de dudar u olvidar
el amor de Cristo por ti? Mira su expiación sustitutiva. Cuando Jesús fue a la cruz, pensaba en
ti. En Juan 17, su oración sacerdotal, Jesús oró por los que han de creer en él. Ese eres tú. Él
sudó gotas de sangre en el huerto de Getsemaní porque sabía que estaba a punto de tomar el
castigo por tus pecados, para siempre. Los agujeros en sus manos siempre serán
monumentos de su amor por ti y por mí[i][ii].

Como dije anteriormente, el Nuevo Testamento describe la muerte de Cristo usando términos
e imágenes superpuestos. Pasamos la mayor parte de nuestro tiempo en la expiación
sustitutiva, pero veamos cuatro aspectos más importantes y hermosos de lo que hizo por
nosotros en la cruz.

(2) Cristo es nuestro sustituto legal

Esta es la gloriosa verdad de la justificación. Aquí la Escritura usa el lenguaje de un tribunal


de justicia para transmitir nuestra salvación. Somos culpables ante el tribunal de Dios. Pero
Cristo toma nuestra sentencia. Como resultado, somos declarados inocentes, ¡pero no solo
eso! Eso sería bueno, pero solo por unos 2 segundos, ¡hasta que pequemos otra vez!
También, el récord de justicia perfecto de Cristo se nos acredita o «imputa». Él toma nuestra
hoja de antecedentes penales, y Dios el juez nos trata de acuerdo con la posición recta y
perfectamente inocente de Cristo. Isaías 53:11 destaca cómo el siervo sufriente «justificará…
a muchos, y llevará las iniquidades de ellos».

Al proveer a Cristo para nuestra justificación, Dios vindica su justicia mientras que al mismo
tiempo  muestra una misericordia maravillosa a los pecadores. Pablo explica que cuando los
creyentes del Antiguo Testamento pecaron, Dios simplemente estaba reteniendo su castigo,
hasta la muerte de Cristo. Cuando Jesús murió en la cruz, tomó la culpa legal por todos los
pecados de todos los creyentes: pasados, presentes y futuros. Romanos 3:24-26: somos
«justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a
quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar  su
justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira
de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo y el que justifica al que es
de la fe de Jesús». Entonces, al contrario de lo que mucha gente piensa e incluso enseña,
nunca podremos ganar el suficiente mérito ante Dios, para presentarnos ante su tribunal,
incluso si ese mérito puede obtenerse a través de las buenas obras y los sacramentos. Más
bien, Dios en su justicia nos declara justos porque la muerte de Cristo paga la sentencia de
nuestra culpa y su justicia nos es contada. Entonces misericordia y justicia se encuentran en
la cruz. Alabado sea Cristo, el que provee nuestra justificación.

(3) Cristo también es nuestro redentor

Aquí las Escrituras usan la ilustración de la venta de esclavos. Somos esclavos del pecado,
incapaces de liberarnos de nuestra esclavitud voluntariamente. Cristo compra nuestra libertad
para siempre. Marcos 10:45: «Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para
servir, y para dar su vida en rescate por muchos». Algunos a través de los años han sugerido
que Jesús pagó este rescate a Satanás, pero no hay base bíblica para eso. Más bien, esta
redención es el pago que Dios mismo exige a causa de su justicia. Nuestro pecado nos ha
encerrado en cautividad a su juicio. La sangre de Cristo, es decir, el final de su vida, es lo que
nos libera de este cautiverio. Nuestro juicio cayó sobre él. Como dice 1 Pedro 1:18-19:
«fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no
con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un
cordero sin mancha y sin contaminación».

De manera práctica, esto quiere decir que le pertenecemos a Cristo. ¡Ya no somos esclavos
del pecado! Tenemos un nuevo señor y su yugo es fácil y su carga es ligera. Fuiste comprado
con un precio, dice Pablo. Por tanto, glorifica a Dios en tu cuerpo (1 Co. 6:20). Satanás puede
mentir todo lo que quiera, pero no tiene poder sobre nosotros y el pecado no tiene derecho
sobre nosotros. Col 1:13-14, hemos sido liberados del dominio de las tinieblas y transferidos al
reino del Hijo amado de Dios, en quien tenemos redención.

Pero no solo nos liberamos del pecado y la muerte, ahora disfrutamos de una nueva relación
con Dios:

(4) Cristo es nuestro reconciliador

Aquí es donde la obra de Cristo se vuelve especialmente dulce. La Biblia no solo describe
nuestra salvación en términos de justicia, redención y sacrificio, sino también en términos de
relación. Nosotros éramos enemigos de Dios. Ahora, en Cristo, somos sus hijos adoptivos.
Nuestra separación de Dios comenzó cuando Adán y Eva fueron exiliados del huerto de Edén.
Nuestra hostilidad hacia él no era una Guerra Fría, era una batalla total. Nos rebelamos contra
él y sus designios. Esta es la razón por la que Lucas 15 es quizá mi capítulo favorito en la
Biblia, porque todos podemos identificarnos con ese hijo pródigo que toma de su padre y, sin
embargo, rechaza una relación con él.

De nuevo, la sustitución de Cristo está en el corazón de nuestra reconciliación. Romanos 5:1:


«Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo». Romanos 5:10: «Siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte
de su Hijo».

Las Escrituras usan la bella ilustración de la familia para describir nuestra


reconciliación. Gálatas 4:4-6: «Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo,
nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de
que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros
corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino
hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo». Dios escucha nuestras
oraciones. Él nos cuida con ternura como un padre. Como hijos adoptivos, la herencia del
reino que pertenece a Cristo ahora es nuestra herencia también.

Una implicación de esta reconciliación con Dios como nuestro padre es que todos estamos
unidos como hermanos y hermanas en su hogar. Judíos y gentiles, blancos y negros, jóvenes
y viejos, poderosos y débiles – Efesios 2:14: «Porque [Cristo] es nuestra paz, que de ambos
pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación».

Finalmente, (5) Cristo es nuestro vencedor. Por su muerte y resurrección, Jesús conquista
a Satanás, el pecado y la muerte en nuestro nombre. Es por eso que cuando habla de su
próxima muerte en Juan 12:31, Jesús dice: «ahora el príncipe de este mundo será echado
fuera». Col 2:15: «[Dios] despojando a los principados y a las potestades, los exhibió
públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz», es decir, en Cristo y en su muerte
victoriosa. 1 Corintios 15:56-57: «Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del
pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro
Señor Jesucristo». Nadie puede oponerse a él, y en él somos más que vencedores. Esto nos
recuerda que la muerte sustitutiva de Cristo no solo nos reconcilia con Dios, sino que nos lleva
a un glorioso estado de triunfo y esperanza. No por lo que hemos hecho, sino por lo que él ha
hecho. Pero este es un buen lugar para concluir hoy, porque la victoria de Cristo está
estrechamente vinculada no solo a su muerte sino a su resurrección. De hecho, todo lo que
hemos dicho hoy acerca de su muerte carecería de sentido y sería en vano si no fuera por
esta gloriosa verdad: Jesús resucitó de entre los muertos. Es por eso que la expiación, la
justificación, la redención, la reconciliación y la victoria que él ofrece son sólidas y están
garantizadas. Porque él no era un simple hombre. Conquistó la muerte y se levantó para que
todos los que están unidos a él por la fe puedan compartir su nueva vida. Eso es lo que
veremos la próxima semana. Pero por ahora, oremos y alabemos a Dios por la muerte de su
Hijo.

[1]A veces, estos roles casi se superponen, por ejemplo, en Moisés que descendió de una
línea sacerdotal e intercedió por el pueblo ante Dios, pero que fue designado como profeta en
Deuteronomio 18. O David, que gobernó como rey y también danzó en la presencia de Dios
llevando una prenda sacerdotal. Estas pistas apuntan hacia alguien que cumpliría
perfectamente todos estos roles.

[2] Herman Bavinck, Reformed Dogmatics: Sin and Salvation in Christ, vol. 3 (Grand Rapids,
MI: Baker, 2006), 418.
[3] Recuerda, el Israel del Antiguo Testamento fue llamado el «Hijo» de Dios en Éxodo 4:22.
Dios les dio vida y debían representarlo en el mundo de la misma manera que un hijo lleva la
reputación de su padre. Pero después de que Dios los guió a través de las aguas del mar
Rojo, lo desobedecieron en el desierto. Sus corazones se endurecieron y sus acciones fueron
rebeldes. El Nuevo Testamento presenta a Jesús como el nuevo y mejor Israel. Él es el Hijo
de Dios en el sentido más completo. En Mateo 3, Jesús es bautizado; la voz del cielo dice:
«Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia», e inmediatamente Jesús, como
Israel, es tentado en el desierto. Pero él obedece perfectamente.

[4]Cross of Christ.

[i] Aquí hay una sección más completa sobre el alcance de la expiación que se escribió en  el
año 2016, pero decidí no usarla en la clase por razones de tiempo y porque este es un tema
potencialmente confuso.

Esta discusión acerca de la efectividad de la expiación nos ayuda a abordar la cuestión común
del alcance de la expiación. ¿Por quién vino Cristo a morir? ¿Él expió los pecados de todos
sin excepción, o murió específicamente por los escogidos, el pueblo de Dios? Los evangélicos
ofrecen diferentes respuestas a esta pregunta, y nuestra declaración de fe no requiere que
tomes una posición particular. Pero me gustaría argumentar que la naturaleza de la expiación
muestra que Cristo murió específicamente por nosotros, su novia.

Esto es a lo que me refiero. Si observamos la naturaleza de la sustitución, significa sustituir a


un grupo definido de personas. Ese fue el caso con el cordero de la Pascua y con los
sacrificios del Antiguo Testamento. Esos animales no eran sustitutos de toda la humanidad,
sino de un subconjunto particular de personas. Sucede lo mismo con Jesús. Él vino a
sacrificarse por el pueblo de Dios. Esto se deriva del argumento de Hebreos capítulos 7-10,
Jesús es mediador de un nuevo pacto, y este pacto se hace específicamente, de acuerdo
con Hebreos 9:15, con «los llamados», es decir, aquellos a quienes Dios aparta como su
pueblo del nuevo pacto. Jesús, en sus propias palabras, vino a dar su «vida en rescate por
muchos» (Marcos 10:45), a «dar su vida por las ovejas» (Juan 10:11). O, Pablo dice
en Efesios 5:25: «Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla».
En Hechos 20:28, él declara que Dios «ganó [la iglesia] por su propia sangre». Ahora bien,
esta no es una declaración acerca del mérito o el valor del sacrificio de Cristo; por supuesto, él
era Dios, por lo que su sacrificio tenía un valor infinito. Estamos hablando de su diseño: fue
pensado para la salvación del pueblo escogido de Dios. Este punto de vista, que defiendo de
las Escrituras, ha sido llamado «expiación limitada» o «expiación particular», pero creo que el
mejor título es «expiación definitiva» porque sintetiza lo que es alentador sobre esta verdad:
Cristo murió para asegurar la redención del pueblo escogido de Dios, y lo ha hecho
definitivamente, efectivamente, sin nada que carezca de la expiación sustitutiva que ha
logrado. Esta expiación nos es aplicada por el Espíritu Santo cuando nos convertimos, cuando
nos alejamos de nuestro pecado y confiamos en Cristo. Entonces es cuando somos salvados.
Pero el punto es que la muerte de Cristo fue un sacrificio sustitutorio por todos los que el
Padre escogió, que son todos aquellos a quienes el Espíritu da el regalo de una nueva vida.

Por supuesto, hay contraargumentos comunes a este punto de vista. Muchos señalarán varios
versículos del Nuevo Testamento que hablan de la venida de Cristo para ofrecer expiación por
«todas» las personas o por «todo el mundo». No tenemos tiempo para revisar cada uno de
estos pasajes, pero sugiero que, si miras el contexto, el autor no pretende decir que Cristo
murió por todas las personas sin excepción, sino que vino a salvar a todo tipo de personas sin
distinción.
Tomemos 1 Juan 2:2 por ejemplo: «[Cristo] es la propiciación por nuestros pecados; y no
solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo». ¿Qué quiere decir Juan
con esto? Claramente, él no cree que todas las personas en todas partes serán salvas,
porque toda su carta advierte acerca de los falsos maestros y de las personas que niegan a
Cristo. Más bien, mira el énfasis de 1 Juan en amar a tu hermano y caminar en la comunión
de la luz. Su punto parece ser que la muerte de Jesús no fue solo por los judíos, como
muchos judíos pudieron haber creído, sino que la expiación de Cristo fue por todos los
pueblos, judíos y gentiles. Juan se refiere a todos los grupos de personas y no a todas las
personas. De nuevo, puedes estar en desacuerdo con la perspectiva que estoy enseñando
aquí. Pero creo que este es realmente un punto maravillosamente alentador: Cristo murió por
nosotros, su ovejas, su novia. Cuando él murió, si eres creyente, lo hizo pensando en ti. Nada
puede deshacer la expiación que ha hecho por ti. Fue totalmente efectiva. ¡Alabado sea Dios
por Cristo, nuestro sustituto!

[ii] Más material acerca de la expiación limitada de una versión anterior de esta clase:

John Owen, teólogo del siglo XVII que escribió uno de los mejores libros jamás escritos acerca
de la expiación, La muerte de la muerte en la muerte de Cristo, proporciona un fuerte
argumento para la posición de que el mérito ilimitado de la muerte de Cristo fue limitado en su
intento.

Owen comienza con Isaías 53:

«Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos


por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido
por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros
curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino;
mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros».

Este pasaje deja en claro que Cristo murió por los pecados y trajo la paz con Dios. Según
Owen, hay tres posibilidades:

1. Cristo murió por algunos de los pecados de todos los hombres;


2. Cristo murió por todos los pecados de todos los hombres;
3. Cristo murió por todos los pecados de algunos hombres.

Nadie afirma que la primera posibilidad sea verdadera. Si Cristo murió solamente por algunos
de los pecados de todos los hombres, entonces todo se perdería debido a los pecados por los
cuales Cristo no murió.

La segunda declaración es que «Cristo murió por todos los pecados de todos los hombres».
Sin duda, Cristo no tendría que hacer nada más por haber muerto por todos los pecados de
todos los hombres, pero si esto es cierto, entonces ¿por qué no todos son salvos? La
respuesta normalmente presentada es: «Debido a su incredulidad; no creerán». Pero las
Escrituras nos dicen que la incredulidad se categoriza como un pecado. Si es un pecado,
entonces de acuerdo con la proposición de que «Cristo murió por todos los pecados de todos
los hombres», Cristo murió por ese pecado. ¿Por qué debería ese pecado en particular
obstaculizarlos más que sus otros pecados por los cuales Cristo murió? ¿Por qué ese pecado
no está cubierto por la sangre de Cristo también? Entonces, vemos que esta afirmación
tampoco puede ser verdadera. Si bien obtener la salvación y dar la salvación no son
exactamente lo mismo, tampoco deben separarse.
Es la tercera declaración la que refleja con precisión toda la enseñanza Bíblica: Cristo murió
por todos los pecados de algunos hombres. Es decir, murió por la incredulidad de los
escogidos, de modo que la ira punitiva de Dios se aplacó contra ellos. Esto es la gracia
salvadora.

Cuando comparezcamos ante el tribunal de Dios, no tendremos nada de qué jactarnos ante
nuestro Creador. No podemos darnos una palmadita en la espalda por creer. La salvación es
completamente por gracia. No tenemos que lograr por nosotros mismos nuestro nuevo
nacimiento y camino hacia la fe. No, oímos la voz del Pastor llamando, y lo seguimos,
encontrándonos atraídos irresistiblemente de las tinieblas a su luz admirable. Esta es la
teología bíblica en su mejor momento. Esta es la cosa más tremenda, más gloriosa, más
asombrosa del universo y de toda la historia.

Clase 13: La obra de Cristo – Parte 2

«Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores» (1 Ti. 1:15).

1. Introducción y repaso 

 Los estados de humillación y exaltación: «Todo el Nuevo Testamento enseña al


Cristo humillado y exaltado como centro del evangelio»[1].

 Humillación: Encarnación, vida sin pecado, muerte expiatoria.

 Exaltación: Resurrección, ascensión, sesión, intercesión, segunda venida.

2. El estado de exaltación

A. La resurrección de Cristo

(Salmo 16:8-11; Isaías 53:10; Mateo 16:21; 17:22-23; 20:18-19; 28:1-20; Marcos


8:31; 9:31; 10:32-34; 16:1-8; Lucas 9:22; 18:31-33; 24:1-53; Juan 2:19-22; 10:17-18; 20:1–
21:25; Hechos 2:32; Romanos 4:25; 1 Co. 15:3-4, 12-22; Hebreos 7:16, 24-25)

Las obras del Cristo exaltado comienzan con la resurrección. De acuerdo con el apóstol Pablo
en 1 Corintios 5, la resurrección es el fundamento de nuestra fe y esperanza, y dado que es el
fundamento de la fe y esperanza del cristianismo, es esencial para los escritos del Nuevo
Testamento.

Los Evangelios testifican la resurrección de Cristo. El libro de Hechos es la historia de la


proclamación de los apóstoles de la resurrección de Cristo y de la continua oración a Cristo
como el que vive y reina en los cielos. Las epístolas dependen enteramente de la suposición
de que verdaderamente Jesús ha resucitado de la tumba, y el libro de Apocalipsis muestra
reiteradamente al Cristo resucitado reinando en los cielos en preparación para su regreso para
conquistar a sus enemigos y reinar en gloria. Por tanto, todo el Nuevo Testamento da
testimonio de la resurrección de Cristo, y si la resurrección es tan fundamental para el Nuevo
Testamento, deberíamos preguntarnos por qué es tan importante para nosotros.

 La resurrección asegura nuestra regeneración

(1 Pedro 1:3; Efesios 2:5-6)

En su primera carta, Pedro dice: «Bendito el Dios y Padre nos hizo renacer para una
esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos». Aquí, Pedro conecta
explícitamente la resurrección de Jesús con nuestra regeneración o nuevo nacimiento.
Cuando Jesús se levantó de entre los muertos tenía una nueva calidad de vida, una «vida de
resurrección» en un cuerpo y espíritu humanos que eran perfectamente adecuados para la
comunión y obediencia a Dios para siempre. En su resurrección, Jesús obtuvo por nosotros
una nueva vida como la suya. No recibimos todo lo de esa nueva «vida de resurrección»
cuando nos convertimos en cristianos, porque nuestros cuerpos permanecen como estaban,
todavía sujetos a debilidad, envejecimiento y muerte. Pero en nuestros espíritus fuimos
hechos vivos con un nuevo poder de resurrección. Así, es a través de su resurrección que
Cristo ganó por nosotros la nueva clase de vida que recibimos cuando nacemos de nuevo.

 La resurrección de Cristo asegura nuestra justificación

(Romanos 4:25)

En Romanos 4:25, Pablo dice que Jesús «fue entregado por nuestras transgresiones, y
resucitado para nuestra justificación». La resurrección de Cristo de entre los muertos fue la
declaración de Dios de que había aceptado la obra de redención de Cristo. Al levantar a Jesús
de la tumba, Dios el Padre estaba en efecto diciendo que aprobaba la obra de sufrimiento y
muerte de Jesús por nuestros pecados, que su obra había sido consumada, y que Cristo ya
no tenía necesidad de permanecer muerto. No quedaba ningún castigo que ser pagado por el
pecado, no más ira de Dios, ni culpa ni responsabilidad por el castigo, todo había sido
completamente cancelado y no quedaba culpabilidad alguna. En la resurrección, Dios estaba
diciendo: «Apruebo lo que has hecho, y has hallado favor ante mis ojos».

Pero Dios en su gran amor y misericordia nos vida juntamente con Cristo, y «juntamente con
él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús»
(Efesios 2:6), entonces en virtud de nuestra unión con Cristo, la aprobación de Dios de Jesús
también es su aprobación hacia nosotros. Cuando el Padre, en esencia, dijo a Cristo: «Todo el
castigo por los pecados ha sido pagado y no te encuentro culpable, sino justo delante de mí»,
al mismo tiempo hizo la declaración que se aplica a nosotros que hemos creído en Cristo. De
esta manera, la resurrección de Cristo también da la prueba final de que él había ganado
nuestra justificación.

 La resurrección de Cristo asegura que recibiremos cuerpos perfectos de


resurrección

(1 Co. 6:14, 2 Co. 4:14, 1 Co. 15:12-58)

El Nuevo Testamento en varias ocasiones conecta la resurrección de Jesús con nuestra


resurrección corporal final. En 1 Corintios 6:14, Pablo dice: «Y Dios, que levantó al Señor,
también a nosotros nos levantará con su poder». Del mismo modo, en 2 Corintios 4:14, dice:
«El que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos
presentará juntamente con vosotros». Por otra parte, en 1 Corintios 15, que es el tratado más
largo de la conexión entre la resurrección de Cristo y la nuestra, Pablo dice que Cristo es el
primer fruto de los que han dormido. El término «primicias» es una metáfora agrícola que
indica que seremos como Cristo. Así como él, «las primicias» serán levantadas, así también
nosotros seremos resucitados. El cuerpo de resurrección de Cristo muestra cómo será el
nuestro cuando seamos resucitados. Seremos sanados, glorificados, completos, incorruptos y
no susceptibles a la corrupción.

B. La ascensión de Cristo

(Salmo 110:1; Juan 6:61-62; 20:17; 16:4-7; Mateo 22:41-46; Lucas 24:50-53; Hechos 1:1-


11; 2:32-36; 3:19-21; Efesios 4:7-8; 1 Timoteo 3:16)

La ascensión como el eje/prerrequisito de otras obras salvíficas de Cristo 

La ascensión es el prerrequisito para las subsiguientes obras salvíficas de Cristo: la


sesión, el Pentecostés, la intercesión, y la segunda venida. En el Salmo 110:1 y Hechos
2:33-36, es notorio que Cristo tenía que ascender para sentarse a la diestra del Padre,
comenzando así su sesión celestial. Por su ascensión, por tanto, Cristo pudo tomar su lugar
como Rey sobre toda la creación hasta el momento en que todas las cosas estarían
totalmente sujetas a él.

La ascensión también fue necesaria para que Cristo enviara el Espíritu en Pentecostés.
Cristo hace esta afirmación explícitamente en Juan 16:7: «Pero yo os digo la verdad: Os
conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si
me fuere, os lo enviaré». Después de la ascensión de Cristo, recibió el Espíritu del Padre, y
luego como el gran profeta, sacerdote y rey derramó el Espíritu sobre su iglesia como una
bendición (Juan 7:39; Hechos 2:33).

La ascensión también fue necesaria para la intercesión de Cristo. En Hebreos 8, la


intercesión de Cristo es su ministerio sacerdotal actual para su pueblo. Este ministerio celestial
solo es posible si Cristo toma su posición de sacerdote para siempre en el orden de
Melquisedec. Esa posición no está en la tierra sino en el cielo, y esa posición se logra solo por
su ascensión (Hebreos 8:4).

Finalmente, está claro que Cristo podría venir nuevamente solo si se fue en primer
lugar. Pedro declaró esta verdad ante el Sanedrín en referencia a Jesús, «a quien de cierto es
necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas»
(Hechos 3:21). Aunque no podemos entender completamente el misterio del plan de Dios, sí
requiere que Jesús ascienda al cielo, y una vez allí gobierne y dé poder a su iglesia para que
el reino de Dios se extienda. La ascensión de Cristo salva. Cada beneficio que la iglesia
recibe de Jesús en el cielo sería imposible a menos que él primero ascendiera para
tomar su posición allí. 

C. La sesión de Cristo

(Salmo 110:1; Hebreos 1:3-4; 8: 1-2; Hechos 5:30-31; Romanos 8:33-34; Colosenses 3:1-4)

La sesión de Jesús salva. Un aspecto específico de la ascensión de Cristo al cielo y de recibir


honor fue el hecho de que se sentó a la diestra de Dios, que es lo que se conoce como la
sesión de Cristo a la diestra de Dios.
El Antiguo Testamento predijo que el Mesías se sentaría a la diestra de Dios en el Salmo
110:1: «Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por
estrado de tus pies». Y cuando Cristo ascendió de nuevo en el cielo recibió el cumplimiento de
esa promesa. Esto es a lo que Hebreos 1 se refiere cuando dice: «habiendo efectuado la
purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad
en las alturas».

Esta bienvenida a la presencia de Dios y sesión a la diestra de Dios es una indicación


dramática de la finalización de la obra de redención de Cristo. Al igual que nos sentamos al
final de un duro día de trabajo, satisfechos con lo que hemos hecho, Cristo también se sentó
visiblemente demostrando que su obra de redención está completa.

De manera similar, sentarse a la  diestra de Dios es una indicación de la autoridad que recibió
sobre todo el  universo. Esto es a lo que Pablo se refiere en Efesios 1:20-21, cuando dice que
Dios «resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre
todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra».

Y es a la diestra de Dios que Cristo ahora intercede por su pueblo…

D. La intercesión de Cristo

(Levítico 16, Salmo 110:4, Isaías 53:12, Juan 17, Romanos 8:31-34, Hebreos 6:19-


20, 7:25, 8:3, 9:11-14, 24; 1 Juan 2:1-2;)

La Biblia enseña que la intercesión salva. ¿Pero exactamente cómo nos salva la
intercesión celestial de Cristo? Primero, nos salva porque es la culminación de la obra
sacerdotal de Cristo. La intercesión de Cristo no es, enfáticamente, la culminación de su obra
sacrificial. Su obra sacrificial se consumó para siempre en la cruz. Sin embargo, su obra
sacrificial no fue el final de su obra sacerdotal. Después de hacer el sacrificio final por los
pecados, se levantó nuevamente, ascendió al cielo, se sentó a la diestra de Dios y derramó el
Espíritu Santo sobre la iglesia. Como resultado de estos acontecimientos salvíficos
previos, él ahora intercede por los pecadores que vino a salvar.

Si no hubiese resucitado de entre los muertos, entonces no habría podido comparecer en


presencia de Dios en nuestro favor como intercesor, y si no hubiese aparecido en presencia
de Dios en nuestro favor, su obra sacerdotal estaría incompleta. El testimonio de la Escritura
es que Cristo ha resucitado y que ha ascendido al cielo y se ha manifestado en presencia de
Dios en nuestro favor. E incluso ahora el Cristo exaltado en el cielo intercede continua y
efectivamente por su pueblo, garantizando así nuestra salvación final. Esto nos lleva a la
segunda forma en que la intercesión salva.

Nos salva porque es un medio por el cual Dios permite a su pueblo continuar en fe y
obediencia. Es el plan de Dios que sus escogidos perseveren en la fe y la obediencia
(Romanos 8:29-30), y un medio por el cual Dios logra su plan es la intercesión continua de
Cristo en nuestro nombre.

La intercesión sacerdotal de Cristo no solo es continua, sino que también es efectiva.


Dios el Padre escucha a su Hijo, y el Padre siempre responde las peticiones de su Hijo (Juan
11:42). Esto significa que las oraciones de intercesión de Cristo siempre son exitosas. Como
Jesús oró por Pedro (Lucas 22:31-32), ora por todo su pueblo. Él ora para que los escogidos
continúen en la fe y perseveren hasta la salvación final, y Dios responde sus oraciones. Él
siempre tiene éxito. Él siempre vive para interceder por nosotros (Hebreos 7:25). Jesucristo es
un Salvador perfecto para su pueblo.
M’Cheyne: «Si pudiera escuchar a Cristo orando por mí en la habitación contigua, no temería
a un millón de enemigos. Sin embargo, la distancia no hace diferencia; Él está orando por mí».

E. La segunda venida de Cristo

(Salmo 110: 1; Daniel 7:13-14; Mateo 25:31-34; Marcos 13:26-27; Juan 14:1-3; Hechos 1:9-


11; Filipenses 3:20-21; Colosenses 3:4; 1 Tesalonicenses 4:14-18; Tito 2:11-14; Hebreos 9:24-
28; 1 Pedro 1:13; 1 Juan 3:2-3)

El regreso de Jesús significa que estaremos con él y el Padre. Jesús mismo afirma esto
en el Evangelio de Juan: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os
lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar,
vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis»
(Juan 14:2-3). Aquí Jesús compara el cielo con una gran casa con muchas habitaciones. Él ha
regresado a la casa del Padre para preparar un lugar para cada creyente. El punto es que el
Padre nos ama y estaremos «en casa» en su presencia celestial. No nos sentiremos fuera de
lugar; perteneceremos a la casa celestial de nuestro Padre. 

Pablo enseña la misma verdad cuando aclara la confusión de los tesalonicenses con
respecto al regreso de Jesús. Tenían la idea equivocada de que sus compañeros creyentes
que murieron podrían perder la salvación final. Pero Pablo dice que no deben llorar, como
hacen los que no son salvos, cuando mueren sus seres queridos. No se perderán la salvación
final, porque Jesús los resucitará de entre los muertos. «Luego nosotros los que vivimos, los
que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al
Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tesalonicenses 4:17). La segunda
venida de Jesús significará la salvación para los creyentes vivos y muertos. La salvación se
expresa aquí como estar con Jesús para siempre. Se desencadena por la segunda venida y
en ese momento todos los santos irán a estar con el Señor.

Y el regreso de Jesús trae gloria. Pablo afirma que el regreso de Jesús significará gloria
para los cristianos. Aunque vivimos en la tierra, «nuestra ciudadanía está en los cielos».
Desde allí «también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el
cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el
poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas» (Filipenses 3:20-21).
Nuestros cuerpos mortales son humildes porque están sujetos a la enfermedad y la muerte. A
su regreso, Cristo ejercerá su poder omnipotente y hará que nuestros humildes cuerpos
compartan la gloria de su resurrección. Su segunda venida significará gran gloria para todos
los redimidos.

Dios se ha unido espiritualmente a cada creyente con su amado Hijo, para que sus
beneficios salvíficos se vuelvan nuestros. Nosotros espiritualmente morimos con él, fuimos
resucitados con él, y estamos sentados en los lugares celestiales con él (Col.
2:20, 3:1, 3, Efesios 2:6). Estamos tan unidos a él que dos veces las Escrituras enseñan que
la segunda venida de Cristo significará una segunda venida para nosotros, por así decirlo.
«Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados
con él en gloria»  (Col. 3:4; véase también Ro. 8:19). Pablo quiere comunicar que la verdadera
identidad de los cristianos se revela solo parcialmente ahora porque está oscurecida por el
pecado. Estamos tan unidos a Cristo espiritualmente que nuestra plena identidad se revelará
solo cuando Jesús regrese. En ese sentido, también tendremos una «segunda venida». El
regreso de nuestro Señor significa la revelación de nuestra verdadera identidad, y eso implica
aparecer con él «en gloria».
El regreso de Jesús también trae vida eterna. El mensaje de Jesús acerca de las ovejas y
los cabritos en Mateo 25 es el pasaje bíblico más famoso acerca de los destinos eternos de
los seres humanos. Él enseña poderosamente que las ovejas serán bendecidas con una rica
herencia en el reino final de Dios, pero los cabritos serán malditos para siempre en el fuego
preparado para el diablo y sus ángeles. Jesús deja las siguientes palabras resonando en los
oídos de sus oyentes: «E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna» (Mateo
25:46). Al considerar estas palabras aleccionadoras, es importante tener en cuenta la manera
en que Mateo presenta las enseñanzas de Jesús: «Cuando el Hijo del Hombre venga en su
gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria» (v. 31).
Es el venidero Rey Jesús quien condenará al malvado al infierno y bendecirá a los justos con
la vida eterna.

La Biblia concluye con una temática similar. Cerca del final de Apocalipsis, alguien dice:
«He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea
su obra» (Apocalipsis 22:12). Quien habla es Jesús, que vendrá nuevamente y recompensará
a su pueblo (y castigará a los malvados). Luego, Juan pronuncia una bienaventuranza:
«Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para
entrar por las puertas en la ciudad» (Apocalipsis 22:14). Aquí nuevamente, las Escrituras
llaman a los cristianos «bienaventurados», llenos de gozo, al final. ¿Por qué? Porque han sido
limpiados por la sangre del Cordero y como resultado tienen «el derecho al árbol de la vida».
El árbol que representa la vida eterna con Dios se encontraba en el huerto de Edén y
reaparece al final de la historia bíblica. Adán y Eva fueron desterrados del huerto para que no
comieran del árbol y vivieran para siempre en un estado pecaminoso. Al final, todo el pecado
será eliminado del pueblo de Dios, y tendrán acceso libre al árbol, que simboliza la vida
abundante (Apocalipsis 22:2).

El regreso de Jesús trae gozo. Tanto Pablo como Juan hablan de la alegría consumada de
los redimidos. Como acabamos de ver, Juan, después de registrar la promesa de Jesús de
regresar, habla de la bienaventuranza que les espera a los santos: «Bienaventurados los que
lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida» (Apocalipsis 22:14). El mensaje de
Pablo es parecido. Después de exaltar la gracia de Dios que trae la salvación, dirige nuestra
atención a «la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo quien se dio
a sí mismo por nosotros» (Tito 2:11, 13-14). El apóstol habla del Redentor que regresa.
¿Cómo describe él la «manifestación» de Cristo? Es «nuestra esperanza bienaventurada» (v.
13). La esperanza del Señor y la segunda venida del Salvador llenan de alegría a los
cristianos mientras esperan estar con él para siempre.

El regreso de Jesús trae liberación. Otro beneficio que Jesús trae con su regreso es la
liberación. Esta liberación toma dos formas. Primero, liberará a su pueblo de cualquier
persecución que soporten. Pablo lo aclara al comienzo de 2 Tesalonicenses: «Porque es justo
delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois atribulados,
daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los
ángeles de su poder, en llama de fuego» (1:6-8). En ese día vendrá «para ser glorificado en
sus santos y ser admirado» por todos los verdaderos creyentes (v. 10). El siguiente pasaje
nos dice por qué. Segundo, Cristo librará a su pueblo del castigo eterno. Al comienzo de su
primera carta a los cristianos en Tesalónica, el apóstol repite con orgullo el testimonio de la
iglesia en esa ciudad. Personas en las áreas circundantes, «ellos mismos cuentan… cómo os
convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos
a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera» (1
Tesalonicenses 1:9-11). Debido a que la (muerte y) resurrección de Jesús salvan, cuando
venga «de los cielos» traerá la liberación final «de la ira venidera» (v. 10).
El regreso de Jesús trae el reino y nuestra herencia. En el mismo mensaje acerca de las
ovejas y los cabritos mencionados anteriormente, Jesús promete más bendiciones a los
santos a su regreso. Antes de condenar a los cabritos, que están a su izquierda, da palabras
de consuelo a las ovejas, a su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino
preparado para vosotros desde la fundación del mundo» (Mt. 25:34). Aquí Jesús combina
imaginería familiar y real. Dios es nuestro Padre, y todos los que confían en su Hijo para
salvación de sus pecados se convierten en hijos de Dios y reciben una herencia. Dios también
es Rey, como lo es su Hijo, y la herencia de los hijos e hijas de Dios es el reino preparado
para ellos desde la fundación del mundo. Aprendemos de otros pasajes en la Escritura que la
dimensión final del reino de Dios, nuestra herencia, ¡es nada menos que el cielo nuevo y la
tierra nueva!

El regreso de Jesús trae restauración cósmica. Pedro habla de los sufrimientos de Jesús a
sus oyentes en Jerusalén y luego los invita a arrepentirse. ¿Cuáles serán los resultados? Que
los oyentes penitentes puedan conocer el perdón de los pecados y que tiempos de refrigerio
puedan venir «de la presencia del Señor… y que él envíe a Jesucristo, que os fue antes
anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la
restauración de todas las cosas» (Hechos 3:20-21). El regreso de Jesús traerá muchas
bendiciones para su pueblo, como hemos visto. Dará como resultado que Dios restaure todas
las cosas según la predicción profética del Antiguo Testamento. Aquí nuevamente aparece la
segunda venida en los nuevos cielos y en la nueva tierra anunciada por Isaías (65:17; 66:22-
23).

Aplicación: ¡Adora a Jesucristo, el resucitado, ascendido y reinante, Señor de gloria que ha


de regresar!

Apocalipsis 22:20: «El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve.
Amén; sí, ven, Señor Jesús».

[1] Herman Bavinck, Reformed Dogmatics: Sin and Salvation in Christ, vol. 3 (Grand Rapids,
MI: Baker, 2006).

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