El Perdón CIC

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208 Ante la presencia atrayente y misteriosa de Dios, el hombre descubre su

pequeñez. Ante la zarza ardiente, Moisés se quita las sandalias y se cubre el


rostro (Cf. Ex 3,5-6) delante de la Santidad Divina. Ante la gloria del Dios tres
veces santo, Isaías exclama: "¡ Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre
de labios impuros!" (Is 6,5). Ante los signos divinos que Jesús realiza, Pedro
exclama: "Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador" (Lc 5,8). Pero
porque Dios es santo, puede perdonar al hombre que se descubre pecador
delante de él: "No ejecutaré el ardor de mi cólera...porque soy Dios, no hombre;
en medio de ti yo el Santo" (Os 11,9). El apóstol Juan dirá igualmente:
"Tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene
nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo"
(1 Jn 3,19-20).

210 Moisés confiesa entonces que el Señor es un Dios que perdona (Cf. Ex
34,9).
Dios es Amor

218 A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para
revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito
(Cf. Dt 4,37; 7,8; 10,15). E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también
por amor Dios no cesó de salvarlo (Cf. Is 43,1-7) y de perdonarle su infidelidad y sus
pecados (Cf. Os 2).

270. Dios es el Padre todopoderoso. Su paternidad y su poder se esclarecen


mutuamente. Muestra, en efecto, su omnipotencia paternal por la manera como cuida
de nuestras necesidades (Cf. Mt 6,32); por la adopción filial que nos da ("Yo seré para
vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso": 2
Co 6,18); finalmente, por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más
alto grado perdonando libremente los pecados.

301 A. mas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses
querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida (Sb 11, 24-26).

Los Judíos no son responsables colectivamente de la muerte de Jesús

423 Teniendo en cuenta la complejidad histórica manifestada en las narraciones


evangélicas sobre el proceso de Jesús y sea cual sea el pecado personal de los
protagonistas del proceso (Judas, el Sanedrín, Pilato) lo cual solo Dios conoce, no se
puede atribuir la responsabilidad del proceso al conjunto de los judíos de Jerusalén, a
pesar de los gritos de una muchedumbre manipulada (Cf. Mc 15, 11) y de las
acusaciones colectivas contenidas en las exhortaciones a la conversión después de
Pentecostés (Cf. Hch 2, 23. 36; 3, 13-14; 4, 10; 5, 30; 7, 52; 10, 39; 13, 27-28; 1 Ts 2,
14-15). El mismo Jesús perdonando en la Cruz (Cf. Lc 23, 34) y Pedro siguiendo su
ejemplo apelan a "la ignorancia" (Hch 3, 17) de los Judíos de Jerusalén e incluso de
sus jefes. Y aún menos, apoyándose en el grito del pueblo: "¡Su sangre sobre nosotros
y sobre nuestros hijos!" (Mt 27, 25), que significa una fórmula de ratificación (Cf. Hch
5, 28; 18, 6), se podría ampliar esta responsabilidad a los restantes judíos en el espacio
y en el tiempo:
Todos los pecadores fueron los autores de la Pasión de Cristo

424 La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio de sus santos no ha


olvidado jamás que "los pecadores mismos fueron los autores y como los
instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor" (Catech. R. I, 5,
11; Cf. Hb 12, 3). Teniendo en cuenta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo
(Cf. Mt 25, 45; Hch 9, 4 -5), la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la
responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos
con demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos:
II LA MUERTE REDENTORA DE CRISTO EN EL DESIGNIO DIVINO DE SALVACIÓN
"Jesús entregado según el preciso designio de Dios"

425 La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación
de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica S. Pedro
a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "fue entregado
según el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este
lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen
solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios.

426 Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Por
tanto establece su designio eterno de "predestinación" incluyendo en él la respuesta
libre de cada hombre a su gracia: "Sí, verdaderamente, se han reunido en esta ciudad
contra tu santo siervo Jesús, que tú has ungido, Herodes y Poncio Pilato con las
naciones gentiles y los pueblos de Israel (cf. Sal 2, 1-2), de tal suerte que ellos han
cumplido todo lo que, en tu poder y tu sabiduría, habías predestinado" (Hch 4, 27-28).
Dios ha permitido los actos nacidos de su ceguera (Cf. Mt 26, 54; Jn 18, 36; 19, 11)
para realizar su designio de
salvación (Cf. Hch 3, 17-18).

"Muerto por nuestros pecados según las Escrituras"

427Este designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el Justo" (Is
53, 11; Cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de
redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del
pecado (Cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36). S. Pablo profesa en una confesión de fe que dice
haber "recibido" (1 Co 15, 3) que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según las
Escrituras" (ibidem: Cf. también Hch 3, 18; 7, 52; 13, 29; 26, 22-23). La muerte
redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (Cf. Is 53, 7-8
y Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz
del Siervo doliente (Cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación
de las Escrituras a los discípulos de Emaús (Cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios
apóstoles (Cf. Lc 24, 44-45).

"Dios le hizo pecado por nosotros"


428En consecuencia, S. Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio divino
de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros
padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de
cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo
y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros" (1 P 1, 18-20). Los
pecados de los hombres, consecuencia del pecado original, están sancionados con la
muerte (Cf. Rm 5, 12; 1 Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la condición de
esclavo (Cf. Flp 2, 7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa
del pecado (Cf. Rm 8, 3), Dios "a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros,
para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21).

429Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (Cf. Jn 8, 46).


Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre (Cf. Jn 8, 29), nos asumió
desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado hasta el punto de poder
decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?" (Mc 15, 34; Sal 22,2). Al haberle hecho así solidario con nosotros,
pecadores, "Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos
nosotros" (Rm 8, 32) para que fuéramos "reconciliados con Dios por la muerte de su
Hijo" (Rm 5, 10).

1393 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la
comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por
muchos para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a
Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de
futuros pecados:
"Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor" (1 Co 11,26). Si
anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si
cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo
recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre,
debo tener siempre un remedio (S. Ambrosio, sacr. 4, 28).

1444 Al hacer partícipes a los apóstoles de su propio poder de perdonar los


pecados, el Señor les da también la autoridad de reconciliar a los pecadores con
la Iglesia. Esta dimensión eclesial de su tarea se expresa particularmente en las
palabras solemnes de Cristo a Simón Pedro: "A ti te daré las llaves del Reino de los
Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la
tierra quedará desatado en los cielos" (Mt 16,19). "Está claro que también el Colegio
de los Apóstoles, unido a su Cabeza (Cf. Mt 18,18; 28,16-20), recibió la función de
atar y desatar dada a Pedro (Cf. Mt 16,19)" LG 22).

VIII EL MINISTRO DE ESTE SACRAMENTO

1461 Puesto que Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación (Cf. Jn
20,23; 2 Co 5,18), los obispos, sus sucesores, y los presbíteros, colaboradores de los
obispos, continúan ejerciendo este ministerio. En efecto, los obispos y los presbíteros,
en virtud del sacramento del Orden, tienen el poder de perdonar todos los pecados
"en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

1495 Sólo los sacerdotes que han recibido de la autoridad de la Iglesia la facultad de
absolver pueden ordinariamente perdonar los pecados en nombre de Cristo.

1642 Cristo es la fuente de esta gracia. "Pues de la misma manera que Dios en otro
tiempo salió al encuentro de su pueblo por una alianza de amor y fidelidad, ahora el
Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante el sacramento del
matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos" (GS 48,2). Permanece con
ellos, les da la fuerza de seguirle tomando su cruz, de levantarse después de sus caídas,
de perdonarse mutuamente, de llevar unos las cargas de los otros (Cf. Ga 6,2), de estar
"sometidos unos a otros en el temor de Cristo" (Ef 5,21) y de amarse con un amor
sobrenatural, delicado y fecundo. En las alegrías de su amor y de su vida familiar
les da, ya aquí, un gusto anticipado del banquete de las bodas del Cordero:

2447 Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales socorremos
a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (Cf. Is 58, 6-7; Hb 13,
3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia,
como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia
corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien
no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos
(Cf. Mt 25,31- 46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (Cf. Tb 4, 5-11; Si
17, 22) es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una
práctica de justicia que agrada a Dios (Cf. Mt 6, 2-4):

2487 Toda falta cometida contra la justicia y la verdad entraña el deber de


reparación, aunque su autor haya sido perdonado. Cuando es imposible reparar un daño
públicamente, es preciso hacerlo en secreto; si el que ha sufrido un perjuicio no puede
ser indemnizado directamente, es preciso darle satisfacción moralmente, en nombre
de la caridad. Este deber de reparación se refiere también a las faltas cometidas
contra la reputación del prójimo. Esta reparación, moral y a veces material, debe
apreciarse según la medida del daño causado. Obliga en conciencia.
2608 Ya en el Sermón de la Montaña, Jesús insiste en la conversión del corazón: la
reconciliación con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar (Cf. Mt 5,
23- 24), el amor a los enemigos y la oración por los perseguidores (Cf. Mt 5, 44-45),
orar al Padre "en lo secreto" (Mt 6, 6), no gastar muchas palabras (Cf. Mt 6, 7),
perdonar desde el fondo del corazón al orar (Cf., Mt 6, 14-15), la pureza del corazón y
la búsqueda del Reino (Cf. Mt 6, 21. 25. 33). Esta conversión está toda ella polarizada
hacia el Padre, es filial.
2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase,
- "perdona nuestras ofensas"- podría estar incluida, implícitamente, en las tres
primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es "para la
remisión de los
pecados". Pero, según el segundo miembro de la frase, nuestra petición no será
escuchada si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al
futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: "como".

2840 Ahora bien, este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro


corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como
el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no
amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (Cf. 1 Jn 4, 20). Al negarse a
perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace
impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el
corazón se abre a su gracia.

...como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden

2842 Este "como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos


“como” es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed misericordiosos, “como”
vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36); "Os doy un mandamiento nuevo: que os
améis los unos a los otros. Que “como” yo os he amado, así os améis también
vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es
imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una
participación, vital y nacida "del fondo del corazón", en la santidad, en la
misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida"
(Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús
(Cf. Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, "perdonándonos
mutuamente “como” nos perdonó Dios en Cristo" (Ef 4, 32).

2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama
hasta el extremo del amor (Cf. Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que
culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (Cf. Mt 18, 23-35), acaba
con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis
cada uno de corazón a
vuestro hermano". Allí es, en efecto, en el fondo "del corazón" donde todo
se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y
olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida
en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.

 Mateo 7:1-5

"No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis
juzgados; y con la medida con que medís, se os medirá. ¿Por qué miras la paja en el ojo de
tu hermano, y no adviertes la viga en el tuyo? [...] Saca primero la viga de tu ojo, y
entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano."

 Lucas 6:37

"No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y


seréis perdonados."

 Romanos 2:1

"Por tanto, no tienes excusa, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas, porque en lo
que juzgas a otro te condenas a ti mismo; pues tú, que juzgas, haces lo mismo."

 Santiago 4:11-12

"Hermanos, no murmuréis unos de otros. El que murmura del hermano y juzga a su


hermano, murmura de la ley y juzga la ley; pero si tú juzgas la ley, no eres hacedor de la
ley, sino juez. Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y destruir. Pero tú, ¿quién
eres para juzgar a tu prójimo?"

 Juan 8:7

"El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella."

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