El Arte en Egipto y Mesopotamia La Pintura Mural El Bajorrelieve

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El arte en Egipto y Mesopotamia. La pintura mural. El


bajorrelieve
Dibujo Artístico (Escuela de Arte y Superior de Diseño Ramòn Falcón)

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EL ARTE EN EGIPTO Y MESOPOTAMIA. LA PINTURA MURAL. EL BAJORRELIEVE

1.1 El arte en Egipto y Mesopotamia


1.1.1 Introducción

1.1.2. Egipto

- Características principales

- Arquitectura

Arquitectura funeraria

- Escultura

- Artes decorativas

1.1.3. Mesopotamia

- Características principales

- Arquitectura

Zigurats

Palacios

- Escultura

- Artes decorativas

1.2 La pintura mural


- Definición

- Pintura mural en la Antigüedad

1.3 El bajorrelieve
- La escultura a partir del plano

- Tipología del bajorrelieve

1.1 EL ARTE EN EGIPTO Y MESOPOTAMIA

1.1.1 Introducción

El arte mesopotámico y el arte egipcio reflejan el desarrollo cultural y la civilización de dos de los grandes
territorios de la Antigüedad.

A pesar de sus características comunes, las dos constituyeron realidades muy diferentes:

- EGIPTO: arte uniforme e invariable a lo largo de milenios. Se trata de un país aislado por los desiertos y
el mar, con dos regiones geográficas muy marcadas: el alto (valle) y el bajo (delta) Egipto, cuya unión o
desunión marcará los periodos de esplendor o decadencia de la civilización egipcia. Este aislamiento
condicionará el desarrollo de una civilización muy cerrada y homogénea a lo largo de tres mil años,
dominada por la preocupación por la vida de ultratumba y por la necesidad de culto a unos dioses cuyo
último descendiente es el faraón.

- MESOPOTAMIA: En el caso del arte mesopotámico se desarrolla a través de los distintos imperios y
dinastías que se sucedieron en el tiempo. Mesopotamia, al contrario que Egipto, es un valle con escasas

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defensas naturales, surcado por los ríos Tigris y Eúfrates, y fácilmente accesible desde todas las
direcciones. Por eso, su historia es una interminable sucesión de rivalidades locales e invasiones
extranjeras, que determinaron el desarrollo de una civilización más heterogénea que la egipcia y
preocupada por aspectos más pragmáticos y terrenales.

Egipto y Mesopotamia tienen una importancia extraordinaria para nosotros debido a la influencia que
ambas tuvieron sobre Grecia y que ésta tendrá sobre Occidente.

1.1.2 Egipto

Caraterísticas principales

El arte egipcio es deudor de las concepciones religiosas y sociales de la civilización del País del Nilo. La
creencia en la vida de ultratumba, es decir, la transmutación de la vida terrenal en otra eterna, se traduce en
la aparición de un arte realizado para perdurar; la rígida estructura unificadora y centralista, inspirada en un
Estado omnipotente regido por un reydios: el faraón, conlleva el desarrollo de un arte áulico (relativo al
palacio y todo lo relacioando) y monumental que tiene por objeto mostrar la magnificencia del poder. A
estos dos factores se une otro tercero, el geográfico, que condiciona un arte que busca su integración
armónica con el paisaje y es base de homogeneidad estilística debida a su tradicional aislamiento.

Estas circunstancias concurren para hacer del arte egipcio algo grandioso, eterno y optimista. Grandioso
porque busca convertir los monumentos en ilimitados, armonizándolos con el espacio en el que se
integran; eterno porque emplea materiales perdurables y por la cohesión de sus formas a lo largo del
tiempo; y optimista por la serenidad que le confiere la vida feliz en el Más Allá.

-Arte realizado para perdurar: debido a la creencia de la vida eterna. Materiales


perdurables y cohesión de sus formas a lo largo del tiempo.

-Arte monumental: inspirado en el poder omnipotente del faraón, que tiene por objeto
mostrar la magnificiencia del poder.

-Factor geográfico: arte que busca la integración armónica con el paisaje.

El arte egipcio no era un arte para la belleza. Ni los artistas ni sus mecenas buscaban en el arte egipcio la
magia de lo hermoso, como les ocurrirá siglos después a los griegos. El arte de Egipto es un arte práctico y
utilitario, al estar íntimamente ligado a su función funeraria y al interés de la monarquía. Por ello es un arte
de carácter simbólico, que además cambia muy poco a lo largo de los siglos, porque a la tradición secular
que definía todas las manifestaciones de la cultura egipcia, había que añadir las propias tradiciones
asumidas por artistas y talleres que eran muy difíciles de alterar.

El arte de Egipto no se limita a su arquitectura, con la construcción extraordinaria de sus pirámides, a la


obra de sus templos, y a las tumbas fabulosas que de vez en vez descubren los arqueólogos. Egipto
desarrolló también en el campo de las artes plásticas una obra excepcional por su enorme variedad y su
calidad técnica.

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Arquitectura egipcia

Características principales

La arquitectura es el arte por excelencia del Egipto faraónico, no en balde expresa mejor que ningún otro el
poder del faraón y del estado, y simboliza de manera precisa la importancia social de la religión egipcia.

Por eso, la arquitectura faraónica es de dimensiones colosales y destinada a perdurar en el tiempo. Para
conseguirlo se utiliza la piedra como material constructivo más importante, extraída de los acantilados
próximos al Nilo. La existencia de piedra en abundancia condiciona la realización de una arquitectura
adintelada, de líneas rectas, donde la columna (protodórica, hathórica, palmiriforme, lotiforme,
papiriforme...) se convierte en el elemento más destacado de edificio, en un intento por aproximar las
construcciones a la naturaleza.

El legado de la arquitectura egipcia se consolida a lo largo de los siglos, basado en una serie de
características propias: construcciones colosales, su perfección técnica, y su capacidad de
movilización social para la realización de grandes obras.

Cuenta además con algunos elementos formales igualmente singulares. Así, su estructura arquitrabada, la
utilización frecuente de muros en talud, el aprovechamiento de la piedra como material constructivo a pesar
de las dificultades de su extracción en aquel país de desierto, así como un modelo de sostén basado en
grandes columnas rematadas en capiteles característicos: lotiformes, palmiformes o papiriformes, según su
parentesco con las plantas que se reproducen talladas sobre la piedra.

Destacan como tipologías más características, la arquitectura funeraria, de una enorme importancia en el
arte egipcio dada su íntima relación vital con el mundo de ultratumba; y los templos, reflejo también del
poder de la clase sacerdotal.

Por otra parte, los egipcios desarrollaron, debido a su actividad agraria, las técnicas de la agrimensura
(técnica de medir tierras). Ello les familiarizó con la geometría y el cálculo aritmético, conocimientos que
aplicaron a la totalidad de su arquitectura, otorgándole así unas proporciones precisas adaptadas a
determinados módulos.

- Simplicidad y solemnidad

- Centrada en aspectos esenciales

- Regularidad geométrica

- Rígida observación de la naturaleza

- Importancia de la perfección frente a la belleza

- Predominio de las líneas rectas

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- Materiales: Piedra. Los egipcios va a usar casi exclusivamente este material.

- Elementos sustentantes

Muros

Columnas.

- Elementos sustentados

Dinteles.

Cubiertas de cielo raso.

Arquitectura funeraria: las tumbas

La preocupación por el más allá motivó la aparición de una arquitectura funeraria monumental, que
reflejase la idea de eternidad. La arquitectura funeraria es sin duda una de las expresiones más
espectaculares de todo el arte egipcio, pero no hubiera sido posible sin el desarrollo profundo de una
religión que le daba una importancia absoluta- mente trascendental al fenómeno de la muerte y la vida en
el más allá.

El egipcio para poder iniciar el viaje al mundo más allá de la muerte, debía conseguir que permanecieran
unidos los dos principios esenciales que constituían al ser humano: el ba, que aludía al aspecto inmaterial o
alma del ser; y el ka, o fuerza vital, que se relacionaba con el cuerpo y el físico del sujeto. De ahí el interés
de los egipcios por salvaguardar la apariencia física de los fallecidos, por medio de la momificación o la
realización de estatuas y máscaras funerarias, única manera de que ambos aspectos del ser no se
separaran en el otro mundo. De esta forma podía el difunto acceder a la barca del dios Sol, Rah, que al
llegar el ocaso lo trasladaba al mundo inferior, o de ultratumba, donde a su vez asistiría al juicio de Osiris
que pesaría su alma y decidiría su futuro eterno.

Tan arraigada se hallaba la creencia en el mundo de ultratumba en el universo religioso egipcio, que buena
parte de su vida giraba alrededor de su muerte, lo que puede parecer una paradoja, pero explica
perfectamente el alcance y la tremenda importancia alcanzada en esta civilización por la arquitectura
funeraria. Al principio sólo reservada al faraón, pero posteriormente ampliada también a las clases más
acomodadas.

Es el inmenso poder económico y social acaparado precisamente por el faraón el que permitiría obras
descomunales dedicadas a su descanso eterno: primero las mastabas, que luego se convirtieron en
pirámides, y posteriormente los hipogeos.

Tipología:

- Mastaba

- Pirámide

- Hipogeo

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MASTABA: Las mastabas, de árabe meseta, estaban compuestas por una estructura superficial que
simulaba una casa, y que era donde se rendía culto al difunto. Bajo esta estructura una cámara
funeraria a la que se accedía por un pozo.

Los primeros enterramientos se realizan en fosas simples y túmulos (cámara sepulcral cubierta de
tierra). La evolución de estos últimos da como resultado la aparición de la mastaba (en árabe
“banco”), tumba característica de los faraones de las dos primeras dinastías (tinitas): Una
construcción troncopiramidal truncada, de muros ataludados, situada sobre una cámara sepulcral
excavada bajo la edificación y a la que se accede por un pozo desde la parte superior de la misma,
que se ciega tras el enterramiento. En una de sus fachadas se abre una pequeña capilla, el serdab,
destinada a albergar la escultura funeraria del fallecido. Las primeras mastabas se construyen en
adobe, para posteriormente emplear piedra de sillería. Tras la aparición de las pirámides se relega a
enterramiento de nobles y cortesanos, aunque algunos faraones la volverán a recuperar para su
propio enterramiento en periodos de crisis.

La primera forma arquitectónica con una finalidad de mausoleo fueron las mastabas. Estaban
formadas por una base tronco-piramidal con muros en talud, que quedaban enterradas y
mimetizadas en el paisaje. Las primeras se realizaron en ladrillo, sustituido posteriormente por
sillares de piedra perfectamente escuadrados.

El interior contaba con dos niveles: el subterráneo con la cámara sepulcral a la que se
accedía a través de pozos verticales, que se cegaban después de depositar la momia; y el nivel
superior, en el que estaba la capilla, que imitaba la casa del difunto, donde los familiares podían
pasar para depositar ofrendas. Contaba con una o varias “falsas puertas” decoradas con relieves,
que servían para indicar al espíritu del difunto (ba), el lugar por donde debía salir o entrar al edificio.
Si la mastaba era de nobles o personajes de clase alta, al lado de esta capilla se disponía el serdab,
o sala que contenía la estatua del difunto (ka).

Con el tiempo se fueron complicando sus estructuras con más salas, escaleras, trampas para
saqueadores, etc. Fueron el modelo funerario de la nobleza y del propio faraón.

PIRÁMIDES: Las pirámides constituyen la imagen más conocida y espectacular del arte egipcio. Son
tumbas que corresponden al Imperio Antiguo y cuyo origen se encuentra en la superposición
escalonada de mastabas, dando lugar a ejemplos como la Pirámide escalonada de Zoser. Su
refinamiento y perfección dará lugar a la pirámide propiamente dicha, que tiene sus mejores
ejemplos en las tumbas de los grandes faraones de la IV dinastía: Keops, Kefren y Micerinos.

La pirámide es, por excelencia, la tumba del soberano, de ahí que se revista de un simbolismo
especial. En primer lugar, se ha demostrado que algunas fueron concebidas bajo simbolismos
numéricos, como es el caso de la pirámide de Keops, que recoge ciertas medidas astronómicas. De

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hecho cada lado está perfectamente orientado a cada uno de los cuatro puntos cardinales, y
además, las cuatro aristas que provienen del vértice, simbolizan los rayos del dios Sol, Rah,
protegiendo a su hijo el faraón. Por otro lado, su forma apuntada y su gran elevación las hacía
visibles desde lejos, lo que también constituía un símbolo grandilocuente del poder político, capaz de
sufragar semejantes obras.

Al interior, la momia del difunto se disponía en un pozo excavado bajo la construcción, donde se
hallaba la cámara mortuoria. También en las pirámides, por ser una evolución al fin y al cabo de las
mastabas, se abría el serdab, que contenía el doble del difunto, junto a diversas estatuillas y
símbolos funerarios.

En pirámides como la de Keops, sobre la cámara mortuoria del rey se colocaban varios
compartimentos de descarga, una cámara inferior para la reina, y una cámara subterránea para
despistar a los saqueadores. Hay que añadir a todo ello una compleja disposición interna compuesta
por largos corredores salpicados de trampas que evitaran la profanación del rito de ultratumba.

En cuanto a su proceso constructivo se mantiene la incógnita, no resuelta ni por arquitectos ni por


arqueólogos. Los egipcios no dejaron indicación alguna al respecto, y ante un resultado
arquitectónico tan extraordinario y perfecto sólo cabe primero la admiración y después la
especulación de las hipótesis.

Parece ser que usaron rampas de adobe, método usual en la arquitectura egipcia de la é p o c a .
También habían de disponer de máquinas elevadoras sencillas pero eficaces, del tipo del cigüeñal,
que emplearon por ejemplo para elevar el agua. Poseían barcos de gran envergadura para el
transporte fluvial de piedras, así como trineos, rodillos, palancas, cuerdas y animales de tiro. Pero
desconocían el uso de la rueda, lo que indudablemente dificultaría los procesos de transporte.

Por otro lado, los conocimientos matemáticos y técnicos de los arquitectos hubieron de ser
excepcionales, como muestra su extraordinaria precisión en el ajuste de los sillares.

A ello, en cualquier caso, habría que añadir una descomunal capacidad de movilización social por
parte del Estado, que hizo posible organizar y administrar un trabajo titánico.

La monumentalidad, la perfección técnica y los misterios que todavía envuelven la construcción de


las pirámides han causado admiración en todas las épocas de la historia. También hoy, hasta el
punto de que las pirámides de Egipto siguen siendo en la actualidad la obra más portentosa
levantada por el ser humano.

Sin duda el monumento más significativo del antiguo Egipto es la pirámide, emblema del poder del
Estado y de la jerarquía social que tiene como cúspide al faraón. Al menos, así se interpreta la
pirámide más antigua que se conoce, construida por el faraón Zoser de la III dinastía (menfitas) en la
necrópolis de Sakkará (2650). Esta primera Pirámide Escalonada es el resultado de la superposición
de cinco mastabas (primero tres y más tarde dos) sobre otra inicial preexistente y parece proyecto

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del canciller y arquitecto Imhotep. Al faraón Huni se debe el inicio de la construcción de la pirámide
de Meydum como pirámide escalonada. Su sucesor, Snefru, de la IV dinastía, la intentará transformar
en la primera pirámide perfecta; no obstante se derrumbó ya en la antigüedad, viéndose obligado a
construir otras nuevas en Daschur: la Pirámide Romboidal o acodada, llamada así por el cambio de
pendiente de sus paredes, debido al parecer a problemas estructurales; y la Pirámide Roja, la
primera perfecta, pero con paredes de escasa pendiente.

Coincidiendo con el momento en que la monarquía menfita alcanza su cenit, fue erigida la Gran
Pirámide de Keops (sucesor de Snefru) en Gizeh. Además de un símbolo jerárquico, la pirámide
clásica es también el símbolo de la condición divina del emperador, como imagen geométrica
de la divinidad solar. La pirámide de Keops presenta una cámara sepulcral en el interior de la
construcción y no en el subsuelo, consumándose definitivamente el proceso de separación
respecto a la mastaba. Al lado de la Gran Pirámide se encuentran las de Kefrén (hijo de Keops) y de
Mikerinos (hijo de Kefrén). Y junto a las pirámides, todo un complejo funerario para atender a los
rituales del juicio osiríaco: el templo del valle, hacia el río Nilo, lugar de embalsamamiento del difunto;
una vía cubierta, escenario de la procesión del cuerpo, que conecta con un templo funerario al lado
de la pirámide donde se celebran los rituales y se depositan los ajuares funerarios y ofrendas previos
al enterramiento del faraón.

Con la llegada de la V dinastía las pirámides disminuyen su tamaño y la técnica constructiva pierde
calidad para abaratar costos, como en las construidas por Sahure o Usérqueres. Es frecuente que
algunos faraones recurran nuevamente al enterramiento en mastaba, coincidiendo con el declinar del
culto a Ra (el sol del mediodía), con un periodo de regresión económica y con el inicio del expolio de
los grandes sepulcros.

Los faraones del Imperio Medio continuaron con la realización de enterramientos piramidales de bajo
costo, con grava y piedras sueltas revestidas. Sin embargo, cabe resaltar en este momento la
aparición de una nueva tipología de enterramientos entre la aristocracia del Alto Egipto, llamada a
convertirse en la futura sepultura faraónica, el hipogeo.

HIPOGEO: tumbas excavadas en la roca, propias de los faraones del Imperio Nuevo. Responden a
una clara interiorización del espacio funerario, en contraposición a las grandes pirámides del Imperio
Antiguo que cumplían la función externa de significar la distinción jerárquica entre el faraón y sus
súbditos. Dicha interiorización estaba condicionada por la violación de buena parte de las tumbas de
los periodos precedentes y depositaba la propaganda cortesana en otro tipo de edificios: los templos
y los templos funerarios. Esta circunstancia marca las características del hipogeo: una fachada
oculta al exterior, tras la cual se sitúa un largo corredor, con diferentes capillas o dependencias, y al
fondo del mismo la cámara sepulcral. Las paredes interiores se encuentran profusamente decoradas
con pinturas y relieves con motivos sacados de los textos religiosos: El libro de los muertos, el libro
de las horas, el juicio de Osiris, o con escenas cotidianas, destinadas a reproducir la vida terrenal
para el ka del difunto. La mayor concentración de estos hipogeos se encuentra en las necrópolis
del Valle de los Reyes (faraones desde la dinastía XVIII: Amenhotep I, Tutankhamón, Ramsés II, etc.) y

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del Valle de las Reinas (reinas, princesas príncipes desde la dinastía XIX), en las proximidades de la
capital real del Imperio Nuevo: Tebas.

Los hipogeos son las tumbas reales y de la nobleza del Imperio Nuevo. Se trata de una construcción
excavada en la roca donde encontramos varias cámaras unidas por corredores. Las paredes estaban
decoradas con murales.

El último ejemplo de construcción funeraria, el hipogeo, se desarrolló durante el Imperio Nuevo,


tratándose de una construcción que como su propio nombre indica, estaba excavada dentro de una
montaña, con una disposición interna que trasponía en cierto modo las estancias de las anteriores
construcciones. Destacan principalmente los excavados en la región de Tebas, en el enclave
denominado del Valle de los Reyes.

Arquitectura: los templos de culto

Los templos egipcios pueden ser de tres tipos.

- Templos normales. Construidos de piedra y distribuidos en varias salas.

- Espeos. Templos excavados en la roca.

- Semiespeos. Templos con partes excavadas y otras construidas en el exterior.

Se trata de templos a medio camino entre lo religioso y lo sepulcral, destinados a las celebraciones rituales
previas al enterramiento. Como hemos visto, durante el Imperio Antiguo constituían una parte más del
conjunto arquitectónico de las pirámides. Sin embargo, desde el Imperio Medio y en la medida en que se
van generalizando los enterramientos en hipogeo, los templos funerarios se desvinculan del lugar de
enterramiento convirtiéndose en construcciones independientes, en ocasiones, alejadas cientos de
kilómetros de las necrópolis, tal vez como medida de seguridad para evitar la localización de los sepulcros
y su posible saqueo.

Con carácter general, se construyen como templos rupestres, es decir, excavados parcial o totalmente en
la roca: hemispeos y speos, respectivamente.

El concepto de hemispeo hace referencia a un tipo de edificio muy singular, donde el lugar de
enterramiento y el templo funerario forman todavía parte de una misma construcción, pero con un claro
concepto diferenciador: el templo se encuentra construido al exterior, y las capillas y la cámara sepulcral,
excavadas en la roca.

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Los speos son templos rupestres excavados totalmente en la roca, propios del Imperio Nuevo. Al no tener
finalidad de enterramiento y, por tanto, no estar sometido a expolio, presentan una gran fachada
enmarcada por una especie de pilono tallado en la roca con estatuas alusivas al faraón constructor y a la
divinidad a quien se consagraba el templo.

Escultura egipcia

Al igual que el resto del arte egipcio, la escultura está condicionada por dos premisas esenciales: la
creencia en la vida de ultratumba y en el poder divino del faraón. Estas circunstancias, que en arquitectura
dan como resultado un tipo de edificios definidos por lo solemne y lo monumental, en la escultura y, en
general, en las artes plásticas se traduce en una variedad de formas a veces contrapuestas. Así, existe una
escultura solemne y cortesana, destinada a la supervivencia del ka, frente a otra cotidiana, realizada para
reproducir la vida terrenal; se emplean en aquella materiales nobles y perdurables, frente a otros
perecederos en esta; se observa una tendencia hacia el realismo conceptual y estereotipado en las
primeras, frente a un mayor naturalismo en las segundas.

A pesar de ello existe en todas un evidente continuismo a lo largo de tres mil años, sólo alterado por
periodos muy concretos (amarniense, saíta, ptolemaico), que se refleja en una serie de leyes escultóricas,
que son más bien tópicos de representación (no existe el concepto de belleza tal y como lo entendemos en
la actualidad, sino de obra bien hecha):

- La ley de la frontalidad. Según la cual las esculturas, aun de bulto redondo, se presentan para ser
vistas desde un solo punto: el delantero (representación de los personajes de frente, sin torsión en
ninguna parte del cuerpo). En el caso de los relieves y la pintura la ley de frontalidad se traduce en la
representación de las figuras con cabeza de perfil, ojo de frente, torso de frente y piernas de perfil, con el
objeto de hacerlas más reconocibles.

Explicación de La Historia del Arte de Gombrich: Cada cosa tuvo que ser representada en su aspecto más
característico. La cabeza se veía mucho más fácilmente en su perfil; así pues, la dibujaron de lado. Pero si
pensamos en los ojos, nos los imaginamos como si estuvieran vistos de frente. De acuerdo con ello, ojos
enteramente frontales fueron puestos en rostros vistos de lado. La mitad superior del cuerpo, los hombros
y el tórax, son observados mucho mejor de frente, puesto que así podemos ver cómo cuelgan los brazos
del tronco. Pero los brazos y los pies en movimiento son observados con mucha mayor claridad
lateralmente. A esta razón obedece que los egipcios, en esas representaciones, aparezcan tan
extrañamente planos y contorsionados. Además, los artistas egipcios encontraban difícil representar el pie
izquierdo desde afuera; preferían perfilarlo claramente con el dedo gordo en primer término. Así, ambos son
pies vis tos de lado, pareciendo poseer la figura del relieve dos pies izquierdos.

- El principio de jerarquía. Los personajes se representan a mayor o menor escala según su importancia.
Todos se ejecutan de acuerdo con un canon de proporcionalidad cuadrangular o cúbico, según el cual
La altura total de La figura es de 18 o 21 cuadrados, según las épocas.

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La escultura faraónica presenta unos rasgos muy estereotipados. Se trata de estatuas bloque, realizadas
en piedras de gran dureza para asegurar su continuidad, lo que condiciona una representación volumétrica
y rígida. El estudio anatómico y psicológico de los personajes es muy idealizado, o de un realismo
conceptualizado, en tanto que se representa al faraón como a un dios: mayestático, distante, atemporal y
eterno.

La escultura cotidiana representa a personajes de menor escala, aunque siempre dentro del ámbito
cortesano. El rasgo más común de estas obras es la humanización y el realismo de los personajes, que se
plasma en las anatomías, en el estudio de actitudes y movimientos, y en la delicadeza de las policromías.
La piedra deja de ser el material por excelencia, dejando paso a soportes de menor calidad como la
madera.

En un registro diferente de la estatuaria cotidiana se haya las estatuillas de madera o barro que reproducen
escenas o ambientes destinados a recrear la vida terrenal de los difuntos.

El relieve, rehundido, inciso o bajo preferentemente, tuvo un extraordinario desarrollo en la antigüedad


egipcia. En un primer momento, como complemento decorativo a objetos de uso habitual, como cuchillos,
y posteriormente como elemento ornamental de tumbas y templos. Responde a los mismos tópicos de
representación que la escultura de bulto redondo, aunque adquiere un mayor dinamismo respecto a aquella
y un carácter narrativo que lo aproxima definitivamente a la pintura.

Mención especial merece la escultura desarrollada en el periodo amarniense y durante la Baja Época. En el
primero de los casos, la revolución religiosa y social emprendida por Amenofis IV introdujo en todos los
dominios artísticos una notable voluntad expresionista que trastocó el realismo anterior. Al respecto hay
que recordar los extraordinarios retratos de Amenofis y Nefertiti. Durante la Baja Época (1er milenio aC.),
Egipto sufrió las invasiones de pueblos extranjeros que se vieron reflejadas también en el arte. En el
periodo saíta (dinastía XXVI) la búsqueda de nuevas posturas dio como resultado soberbios retratos de
ancianos, llenos de realismo, como la Cabeza Verde. También en el periodo ptolemaico es bien visible la
influencia de modelos griegos y procedentes del Mediterráneo.

Explicación de La Historia del Arte de Gombrich: <<Sólo hubo un hombre que rompió las ataduras del estilo
egipcio. Fue un faraón de la decimoctava dinastía, conocida entonces como imperio nuevo, que se fundó
después de una catastrófica invasión de Egipto. Este faraón, llamado Amenofis IV, fue un hereje. Rompió
con muchas de las costumbres consagradas por una remota tradición. No quiso rendir homenaje a los
dioses extrañamente conformados de su pueblo. Para él sólo había un dios supremo, Atón, al que adoraba
y al que hizo representar en forma de sol lanzando sus rayos, cada uno dotado de una mano. Se llamó a sí
mismo Akenatón, según su dios, y separó su corte del alcance de los sacerdotes de los otros dioses, para
trasladarla a una población que se conoce actualmente con el nombre árabe de TelI-el-Amarna.

Las pinturas encargadas por él debieron asombrar a los egipcios de esta época por su novedad. En ellas
no se encuentra nada de la dignidad rígida de los primeros faraones. En vez de ello, se hizo retratar con su
mujer, Nefertiti, jugando con sus hijos bajo la bendición del sol. Algunos de sus retratos le muestran como
un hombre feo (ilustración 39), tal vez porque deseó que los artistas le representaran en toda su humana

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flaqueza, o, quizá, estaba tan convencido de su importancia única como profeta que hizo hincapié en que
se le representara fielmente. Sucesor de Akenatón fue Tutankamón, cuya tumba con sus tesoros lúe
descubierta en 1922. Algunas de esas obras siguen obedeciendo al moderno estilo de la religión de Atón,
en particular el dorso del trono del faraón (ilustración 42), que muestra a éste y su esposa en idilio
conyugal. El faraón se halla sentado en su silla en una actitud que debió escandalizar a los puritanos
egipcios — casi recostándose— , a la manera egipcia. Su esposa no aparece más pequeña que él, y pone
suavemente la mano sobre su hombro, mientras el dios sol, representado como un globo dorado, extiende
sus manos bendiciéndoles.

Es muy posible que esta reforma artística acaecida en la decimoctava dinastía fuera lacilitada por el faraón
al importar, de otros países, obras mucho menos conservadoras y rígidas que los productos egipcios. En
una isla del Egeo, Creta, habitaba un pueblo excelentemente dotado, cuyos artistas gustaban preferente
mente de representar el movimiento. Cuando el palacio de su rey, en Cnosos, fue excavado hace unos
noventa años, hubo quienes se resistían a creer que semejante libertad y flexibilidad de estilo pudiera
haberse desarrollado en el segundo milenio a.C. Obras del mismo estilo fueron halladas en tierra firme
griega; una daga de Micenas, en la que se representa una cacería de leones (ilustración 41), muestra un
sentido del movimiento y una suavidad de líneas que debieron impresionar a los artesanos egipcios,
llevándoles a desviarse de las normas consagradas por su tradición.

Pero esta apertura del arte egipcio no debió persistir mucho. Ya durante el reinado de Tutankamón las
antiguas creencias fueron restauradas, y la ventana al exterior quedó cerrada nuevamente. El estilo egipcio,
tal como había existido desde hacía mil años, continuó existiendo durante otro milenio o más, y sin duda
los egipcios creyeron que continuaría así eternamente. Muchas obras egipcias de nuestros museos datan
de este último período, lo mismo que casi todos los edificios, tales como templos y palacios. Se
introdujeron nuevos temas y se llevaron a cabo otras tareas, pero nada esencial mente distinto vino a
sumarse a las anteriores realizaciones artísticas>>.

Artes decorativas: la pintura en el antiguo Egipto

Adquirió un gran desarrollo en Egipto, compartiendo con el relieve funciones decorativas y ornamentales.
Suelen complementar las arquitecturas funerarias, con representaciones religiosas extraídas de la literatura
mortuoria, pero también con temas cotidianos de gran naturalismo: escenas agrícolas, de caza, de danza,
paisajes, etc. Así, puede decirse que si la arquitectura fue la creación del espacio simbólico en el que el
egipcio podía seguir viviendo eternamente, la pintura sirvió para recrear de modo expreso las actividades a
las que el difunto dedicaría su nueva existencia.

Al igual que el resto de las artes plásticas está cargada de convencionalismos y estereotipos: ley de
frontalidad, principio de jerarquía..., que se traducen en un arte rígido, con muy pocos cambios a lo largo
de su historia. Desde el punto de vista técnico, se utilizó frecuentemente el fresco, retocado posteriormente
con temple en seco. El sistema de trabajo se hacía por cuadrillas de pintores o seshe kedut (“escriba de los
contornos): primero se dibujaban los contornos de las figuras y de los textos que las complementaban y

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después se coloreaban, siendo finalmente revisadas por un capataz. Esto demuestra el predominio del
dibujo sobre el color y explica el hecho de que los colores sean siempre puros y planos, es decir, sin
gradación tonal. Las escenas componen espacios narrativos en secuencias de bandas superpuestas,
supliendo con ello la ausencia de perspectiva. Al igual que en el relieve, el dinamismo de las escenas es
limitado, pero en según que escenas puede observarse un tratamiento formal menos encorsetado y rígido.

Todas las épocas han ofrecido interesantes muestras de arte pictórico, pero quizás podamos destacar
entre ellas las representaciones de las tumbas de Atet y Nefermaat (dinastía IV) en Meydum (friso de las
ocas). Las de los hipogeos nobiliarios de BeniHasan durante el Imperio Medio. Y las de los hipogeos reales
de los valles de los Reyes y de las Reinas en el Imperio Nuevo. Mención especial merece nuevamente el
periodo amarniense, donde la pintura, siguiendo la renovación impuesta por el faraón se hace más amable,
tanto en los rasgos físicos de las figuras como en sus propias actitudes.

1.1.2 Mesopotamia

Caraterísticas principales

La afortunada coincidencia fluvial de los ríos Tigris y Eúfrates va a producir la formación de una sociedad
evolucionada y compleja, que genéricamente denominamos “mesopotamia”, que en griego quiere decir
precisamente “entre ríos”.

El desarrollo de la agricultura en estas tierras bajas y fértiles, bañadas por las aguas de los ríos, pero
también un creciente comercio entre zonas próximas del territorio, dará lugar a la formación de
comunidades urbanas, que darán la medida del progreso y los avances de la humanidad, ya desde el
cuarto milenio antes de Cristo. Esta civilización de ciudades, desarrollará una estructura social y política
variada, en la que la religión y el poder de los gobernantes, muchos de ellos sacerdotes, conseguirán
aglutinar y dar cuerpo a esa amalgama social.

Desde el punto de vista artístico, hay una nota común que relaciona todas estas civilizaciones diferentes y
originarias de distintos territorios, y es la importancia que se le da a la expresión artística, precisamente
como elemento de afirmación de ideas y formas de poder político y religioso.

Considerando además que el desarrollo urbano también proporcionará los medios para desarrollar un arte
diverso, rico y grandilocuente, no es de extrañar la enorme importancia que llega a alcanzar el arte que
llamamos mesopotámico.

Aunque, indudablemente tal variedad de civilizaciones y espacios dará lugar a una cierta diversidad dentro
de este movimiento artístico, tal, que el término mesopotámico debe entenderse como un concepto
genérico porque no tiene otra referencia que la espacial.

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Con él queremos denominar el repertorio de obras artísticas que se suceden a lo largo de todo este
espacio durante las sucesivas civilizaciones que fueron dominando la zona, y cuyo desarrollo en el tiempo
es igualmente amplio, porque comienza con las primeras muestras de arte sumerio en el cuarto milenio
antes de Cristo y acaba con las últimas obras del arte persa, alrededor del S. V a. C.

Arquitectura mesopotámica

Características

- Arquitectura monumental

- Importancia del elemento religioso

- Materiales: Adobe unido con betún. Madera. Ladrillo vidriado.

- Muros de carga en talud, muros con contrafuertes.

- Arquitectura adintelada, arcos de medio punto, columnas.

- Cubiertas planas, bóvedas de cañón, cúpulas de media esfera.

Tipologías:

- Zigurats

- Palacios

- Tumbas (Arte persa)

Templos y palacios van a ser las construcciones monumentales que caracterizan la arquitectura
mesopotámica desde sus primeros tiempos.

Considerando la importancia que adquiere el elemento religioso como fundamento de la cohesión social
de esta civilización, y su implicación con el poder político, no es de extrañar que las primeras
edificaciones monumentales se refieran a estos dos ámbitos. Como por otra parte, la expresión artística
tiene una clara intención propagandística, es una consecuencia lógica que la arquitectura adquiera un
carácter colosal y de apariencia grandiosa, con el que exteriorizar de cara al pueblo el poder atesorado
por la clase dirigente y la importancia de la religión.

Resultarían por tanto especialmente espectaculares en el entorno cultural del momento las construcciones
palaciegas, existentes desde los primeros tiempos, pero aún mucho más los templos, sobre todo los
zigurats, auténticas montañas artificiales en medio del paisaje.

En cuanto a la arquitectura funeraria, no adquiere la importancia que alcanza en otras civilizaciones, como
en la egipcia, por ejemplo, aunque en época del Imperio persa, las tumbas de sus reyes también logran un
cierto protagonismo arquitectónico.

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TEMPLOS Y PALACIOS: Para la construcción de la casa de los dioses o la morada de los


soberanos, en una zona donde la piedra escasea, se utilizó un nuevo tipo de material, el ladrillo,
superando de este modo las dificultades técnicas que la construcción con grandes piedras
implicaba, tal y como ocurrió en la arquitectura megalítica.

El tipo de ladrillo más utilizado era el crudo o sin cocer (adobe); el auténtico ladrillo cocido solía
emplearse en el revestimiento exterior de los edificios, más expuesto al deterioro por las
inclemencias climáticas; para su unión, en ocasiones, se hacía uso del betún. Los elementos
constructivos estaban compuestos por gruesos muros de carga dispuestos en talud, y un sistema
preferentemente adintelado y de cubiertas planas. Sólo excepcionalmente se emplea el arco de
medio punto y bóvedas como cubiertas.

Los templos, ya en época de los sumerios son denominados con el nombre de eanna, que significa
“casa del cielo”. Su importancia simbólica y constructiva es pareja a la relevancia social del poder
religioso.

Podemos distinguir dos tipos de templos: aquellos que están trazados con una planta rectangular, y
rodeados de murallas con un sentido de ciudadela militar, en cuyo centro se edifica el templo
propiamente dicho; y una segunda tipología característica, conocida como templo-torre,
denominado Zigurat, construcción compuesta por varias terrazas superpuestas en cuya cima se
eleva un templo.

Dichos zigurats, construidos como torres escalonadas, se construyeron con una determinada
simbología que los configuraba como una escala luminosa entre el cielo y la tierra. Por eso se
recubrieron exteriormente de cerámica vidriada de distintos colores según cada una de las terrazas,
que proporcionaba una luminosidad brillante cargada de reflejos. Desde lejos, esta imagen luminosa
resultaría espectacular y para muchos habitantes de la zona, realmente sobrenatural.

En cuanto a los palacios, al principio se asocian frecuentemente a los templos, puesto que la
autoridad civil y religiosa se confundían, pero ya se advierte la generalización de una tipología que
será constante desde entonces: un amplio patio central, que servía de antesala protocolaria, y una
sala rectangular transversal al patio, utilizada como sala de recepción y cortesana. Alrededor,
estancias de funciones diversas, desde talleres, hasta viviendas, almacenes, etc.

Más adelante la mayor impronta militar asumida por los pueblos mesopotámicos dará lugar a la
construcción de ciudadelas y ciudades-palacio, fuertemente amuralladas, con torreones y robustos
contrafuertes.

Mucho más complejo y espectacular resultará con posterioridad el modelo palaciego aportado por el
Imperio persa, del que el de Persépolis resulta siempre su ejemplo más significado.

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LAS CIUDADES: Las ciudades crecen al mismo tiempo que lo hacen los imperios mesopotámicos
hasta alcanzar en algunos casos una notable complejidad urbanística. Ejemplo de ello es
Persépolis en el imperio persa.

No obstante la ciudad más excepcional de toda mesopotamia fue sin duda Babilonia, la más
brillante y monumental del periodo mesopotámico y de toda la Historia antigua.

Babilonia alcanzó en la etapa del periodo Neobabilónico su momento de mayor esplendor. Se trataba
de una ciudad populosa muy bien trazada urbanísticamente, con u n a d i s p o s i c i ó n e n p l a n t a
cuadrada, dividida en su mitad por el curso del río Eúfrates y rodeada de una doble muralla
precedida de un foso.

No faltaban en su interior grandes avenidas rectas y amplios espacios cuadrados, destacando en el


centro la Vía de las Procesiones, que se dirigía directamente al centro urbano donde se
concentraban sus edificios más representativos. Al fondo de esta misma avenida procesional, se
abría una de las ocho puertas que atravesaban la muralla, la Puerta de Isthar, sin duda la más
famosa por su disposición y porque se han conservado partes de su construcción que han permitido
su reproducción en el Museo de Pérgamo de Berlín. A ello habría que sumarle otros edificios y
construcciones que aún agrandaron su fama como los famosos jardines colgantes, considerados
una de las siete maravillas del mundo antiguo.

LAS TUMBAS: Las construcciones funerarias no son muy habituales en el arte mesopotámico, hasta
la llegada de los persas, que sí desarrollarán una arquitectura funeraria propia. Más adelante el
modelo de construcción funeraria varía y regresa a la tipología del hipogeo, es decir, de la tumba
excavada en una roca.

La escultura en Mesopotamia

La producción escultórica en el arte mesopotámico tiene dos formas básicas de expresión: la escultura
exenta o de bulto y el relieve. Ambos presentan coincidencias formales y temáticas que otorgan una cierta
unidad a todo el amplio repertorio escultórico, que se prolonga a lo largo del tiempo y del espacio en el
territorio mesopotámico.

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Escultura exenta:

-  Materiales: diorita, alabastro, basalto. 


-  Cánones menores 


-  Frontalidad 


-  Rigidez 


-  Concepción de bloque 


-  Ausencia de movimiento 


El relieve:

-  Carácter narrativo 


-  Composiciones simétricas

-  Idealización expresiva

-  Convencionalismos:

Perspectiva torcida

Disposición en registros

Esquematización formal 


La escultura exenta o de bulto queda reducida a la producción de imágenes del poder: bien
reproducciones de los administradores sumerios (los patesi), o retratos reales, como ocurre con numerosos
gobernantes de periodos posteriores.

Plásticamente las soluciones van variando con el tiempo, pero son constantes algunos tratamientos
generales, como la disposición frontal, la rigidez, la concepción de bloque de las figuras o la ausencia
de movimiento.

En cuanto a los materiales utilizados son variados, pero dada la ausencia de piedra en el entorno, son
extrañas las grandes obras monumentales que puedan verse en el arte egipcio. Se utilizan en cambio otros
materiales duros como la diorita, el alabastro, el basalto, etc., pero siempre en proporciones pequeñas,
dándole a la figura cánones menores, para lo cual se recurre a la disposición de las figuras sentadas o en
cuclillas.

Dentro de esta escultura exenta podrían incluirse los lamasus asirios (de cuatro patas) y persas (de cinco
patas), grandes toros alados androcéfalos, que servían como guardianes de las entradas de los palacios.
En su caso su canon es mayor de lo habitual y por ello su monumentalidad.

De las dos manifestaciones escultóricas, la más utilizada fue el relieve. El relieve desarrolla además una
mayor variedad de temas y de soluciones técnicas.

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La mayoría tienen un carácter narrativo, haciendo así relato de múltiples actividades, desde las más
trascendentes como la guerra o las hazañas de sus reyes, hasta las más cotidianas, como trabajos
domésticos o labores agropecuarias.

En todos se aprecia la utilización de numerosos convencionalismos, tanto para la solución plástica de


sus formas de expresión, como para desarrollar su narrativa, y que son más numerosos entre los más
antiguos. Cabría citar entre otros, la perspectiva torcida, al modo egipcio, sobre todo en las figuras,
representadas con la cabeza y piernas de perfil y el cuerpo de frente; la utilización de registros para
ordenar la sucesión narrativa; la esquematización formal y las composiciones habitualmente simétricas.

Artes decorativas en Mesopotamia

Las artes decorativas también tienen su lugar en el arte mesopotámico, mostrando un amplio repertorio de
piezas, materiales y técnicas.

Se utilizaron metales preciosos, dando lugar a piezas de carácter ceremonial o conmemorativo. Se trabaja
también el taraceado de conchas y piedras preciosas. Destaca sobre todo el refinamiento alcanzado en
todas las formas de aplicación cerámica, tanto en la labor de piezas exentas, como el Vaso de Susa, como
en el empleo de la cerámica vidriada en forma de brillante revestimiento exterior de muros y edificaciones,
consiguiendo un espectacular efecto de naturalismo estético, colorido y luminosidad, que destaca en
ejemplos tan sobresalientes como las Puertas de Isthar en Babilonia o el Friso de los arqueros de Susa.

1.2 LA PINTURA MURAL

La pintura mural es, probablemente, el tipo de pintura más antigua. Se realiza sobre los muros o las
paredes. Su principal objetivo es decorarlos; pero, en ocasiones, su fin también es enseñar y educar. Un
ejemplo es la representación de escenas religiosas durante la edad media. Como muy poca gente sabía
leer, esta era una forma de transmitir las enseñanzas.

Existen varias técnicas o formas de hacer una pintura mural. La más antigua es la del temple, pues ya se
usaba en el antiguo Egipto, Babilonia y Creta. Consiste en disolver los colores (llamados pigmentos) en
agua y mezclarlos con un aglutinante (un líquido espeso para mezclar), como, por ejemplo, la yema de
huevo.

Una vez mezclado el pigmento con el agua y el aglutinante, se prepara el muro sobre el que se va a pintar.
Debe pulirse hasta que quede completamente liso. Después se aplican varias capas de yeso, e
inmediatamente, se realiza el dibujo. Como el yeso húmedo es muy absorbente, los colores se impregnan
rápidamente en el muro; pero el inconveniente es que los pintores deben trabajar muy deprisa, antes de

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que la superficie se seque por completo. Esta fue la razón por la que, a partir del renacimiento, el temple
fue sustituido por otra técnica: la pintura al óleo.

Con la técnica al óleo es mucho más fácil trabajar. El pigmento se disuelve en aceite, que seca mucho más
lentamente. Así, el pintor tiene más tiempo para hacer las correcciones que desee, y además, puede aplicar
diferentes capas de pintura.

Pero la técnica más importante y más usada es el fresco. El primer paso es distinguir entre el buen fresco y
el fresco seco, según se conocían en Italia durante el renacimiento. En ambas técnicas se utiliza el yeso;
pero en la del fresco seco se usa poco húmedo, ya que requiere un proceso menos laborioso. Sin embargo,
el resultado es menos duradero.

Historia de la pintura mural

Ya en el paleolítico, los seres humanos decoraban los muros de sus refugios. Un ejemplo son las pinturas
de la cueva de Altamira (Cantabria, España), que tienen una antigüedad de 15.000 años. Un grupo de
cazadores del paleolítico decoró sus paredes con distintas figuras, casi todas de animales. Aplicaban
pigmentos naturales (rojos y marrones) directamente sobre el muro, y usaban sus manos y unos primitivos
pinceles hechos con ramas y hojas. Estas pinturas tienen un carácter simbólico: al representar un bisonte,
por ejemplo, esperaban tener suerte en la caza.

En el antiguo Egipto también decoraban los muros con esculturas o pinturas. Usaban la técnica al temple, y
narraban historias de sus dioses, de las dinastías faraónicas y escenas cotidianas.

Las pinturas murales más famosas del Imperio romano son las de la ciudad de Pompeya. Se han
conservado hasta la actualidad casi intactas, ya que el volcán Vesubio cubrió toda la ciudad con lava,
evitando, así, su deterioro. Cuando se descubrieron, en 1748, se encontraron hasta cuatro estilos distintos.

En Oriente, las pinturas murales más conocidas se encuentran en las cuevas de Ajanta, en India. Fueron
pintadas al fresco, entre el año 200 y el 600, por monjes budistas.

También en la América precolombina las distintas culturas decoraban muros y paredes. La ciudad maya de
Bonampak (que significa ‘muros pintados’) destaca por sus frescos, realizados hacia el año 790. Narran la
historia de la última dinastía que reinó en esa ciudad.

Durante la edad media se usaba la pintura mural para educar y para enseñar a los fieles las historias
sagradas, pues muy poca gente sabía leer. En el renacimiento y el barroco, esta técnica alcanzó su máxima
importancia. Se decoraban templos, iglesias, palacios..., y los temas ya no eran solo religiosos, sino
también mitológicos (narraban las historias de los dioses griegos y romanos) o históricos. Los grandes
pintores del momento destacaron en este arte: Rafael, Miguel Ángel, Leonardo, Tiepolo, Rubens...

En el siglo XX se produjo un resurgimiento de la pintura mural en México, gracias a un movimiento artístico


que recibió el nombre de muralismo. Sus principales representantes fueron Diego Rivera, Rufino Tamayo y

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José Clemente Orozco, que lucharon por una vuelta a este tipo de pintura. Con la ayuda del gobierno,
decoraron hospitales, escuelas, bibliotecas y otros edificios públicos.

1.3. EL BAJORRELIEVE

El bajorrelieve (también bajo relieve)1 es una técnica escultórica para confeccionar imágenes o
inscripciones en los muros que se consigue remarcando los bordes del dibujo, rebajando el muro y tallando
las figuras que sobresalen ligeramente del fondo, con lo que se obtiene un efecto tridimensional.
Esta técnica fue concebida y profusamente utilizada con maestría en el Antiguo Egipto, donde, una vez
erigidos los muros y pilonos de los templos, un experto artista, buen conocedor del canon de perfil y de las
proporciones sacras, procedía a dibujar el perímetro de las figuras y los rasgos principales, incluso los
jeroglíficos que describían la escena; una vez rebajado el contorno y tallado el interior de las figuras, se
pintaba todo el conjunto en vivos colores.

Grados de relieve:
Según cuánto resaltan respecto a la superficie circundante, las figuras, formas y composiciones talladas en
relieve suelen clasificarse en:
• relieve hundido, si la figura esculpida no sobresale del entorno, sino que únicamente se perfila su
contorno;
• bajorrelieve, si apenas sobresalen del entorno;
• mediorrelieve, cuando sobresalen aproximadamente la mitad de su volumen;
• altorrelieve, cuando las figuras sobresalen más de la mitad;
• bulto redondo y medio bulto, cuando se representa totalmente o casi totalmente la proporción
natural.

El relieve es una técnica escultórica que, a diferencia de las esculturas de bulto redondo (que se esculpen
reproduciendo su relieve o profundidad natural), están integrados en un muro, generalmente, o en caso de
ser arte mobiliar, al soporte que los enmarca. Los relieves son muy comunes, particularmente, como
decoración exterior de los edificios monumentales, como los templos. El friso del orden corintio se suele
decorar con bajorrelieves, mientras que el altorrelieve puede verse en los frontones de templos clásicos,
como el Partenón.

Los relieves pueden usarse para representar una escena aislada o ser parte de una secuencia narrativa. A
pesar de las limitaciones técnicas que impone la disminución de la tercera dimensión que les es propia, el
detalle con el que se esculpen puede llegar hasta mostrar los detalles de la musculatura.

Los tipos de relieves dependen de la forma en que las figuras representadas se adosan al muro que los
contiene y en la forma en que se reduce la profundidad para representar la tercera dimensión; y por tanto,
en cuánto se limita a la frontalidad el punto de vista de su contemplación. Cuanto más «alto» es el relieve,
menos se reduce la profundidad y más se esculpen las figuras la totalidad de su contorno, excepto en la

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parte que están adosadas al fondo, de modo que es posible la contemplación desde varios puntos de vista;
cuanto más «bajo» es el relieve, más se reduce la profundidad y menos contorno se esculpe, de modo que
los puntos de vista para su contemplación se limitan hasta reducirse al frontal.

• Bajorrelieve o bajo relieve: las figuras sobresalen del fondo menos de la mitad; la tercera
dimensión se comprime, quedando a escasa profundidad, como ocurre necesariamente en los
trabajos de numismática. Aunque no es usual, el bajorrelieve puede mostrar algunas partes
destacadas de una figura, rostros e incluso algunos cuerpos, en relieve natural.

LA HISTORIA DEL ARTE


E.H. Gombrich

Capítulo 2: Arte para la eternidad. Egipto y Mesopotamia.

En todo el mundo existió siempre alguna forma de arte, pero la historia del arte como esfuerzo continuado
no comienza en las cuevas del norte de España, del sur de Francia o entre los indios de América del Norte.
No existe ilación entre esos extraños comienzos con nuestros días, pero sí hay una tradición directa, que
pasa de maestro a discípulo y del discípulo al admirador o al copista, que relaciona el arte de nuestro
tiempo — una casa o un cartel— con el del valle del Nilo de hace unos cinco mil años, pues veremos que
los artistas griegos realiza ron su aprendizaje con los egipcios, y que todos nosotros somos alumnos de los
griegos. De ahí que el arte de Egipto tenga formidable importancia sobre el de Occidente.

Es sabido que Egipto es el país de las pirámides, esas montañas de piedra que se yerguen como hitos del
tiempo sobre el distante horizonte de la historia. Por remotas y misteriosas que puedan parecemos, mucho
es lo que nos revelan acerca de su propia historia. Nos hablan de un país tan perfecta mente organizado
que fue posible, en él, amontonar esos gigantescos montes de piedra en el transcurso de la vida de un solo
faraón, y nos hablan de faraones tan ricos y poderosos que pudieron obligar a millares y millares de
operarios o esclavos a trabajar para ellos año tras año, a extraer bloques de las canteras, a arrastrarlos
hasta el lugar de la construcción y a colocarlos unos sobre otros con los medios más primitivos, hasta que
la tumba estuviera dispuesta para recibir los restos mortales del faraón. Ningún monarca ni ningún pueblo
llegarían a tales dispendios, ni se tomarían tantas molestias para la creación de una mera sepultura.
Sabemos, en efecto, que las pirámides tuvieron su importancia práctica a los ojos de reyes y sus súbditos.
El faraón era considerado un ser divino que gobernaba sobre estos últimos y que, al abandonar esta tierra,
subiría de nuevo a la mansión de los dioses de donde había descendido. Las pirámides, elevándose hacia
el cielo, le ayudarían probablemente en su ascensión. En cualquier caso, ellas defenderían el sagrado
cuerpo de la destrucción, pues los egipcios creían que el cuerpo debía ser conservado para que el alma
viviera en el más allá. Por ello, preservaban el cadáver mediante un laborioso método de embal-
samamiento, vendándolo con tiras de tela. Para la momia del faraón se había erigido la pirámide,
instalándose su cuerpo allí, en el centro de la gran monta ña pétrea, dentro de un cofre también de piedra.
En tomo a la cámara mortuoria se escribían ensalmos y hechizos para ayudarle en su tránsito hasta el otro
mundo.

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Pero no son sólo estos antiquísimos vestigios de arquitectura humana los que nos hablan del papel
desempeñado por las creencias de la edad antigua en la historia del arte. Los egipcios creían que la
conservación del cuerpo no era suficiente. Si también se perennizaba la apariencia del faraón, con toda
seguridad éste continuaría existiendo para siempre. Por ello, ordenaron a los escultores que labraran el
retrato del faraón en duro e imperecedero granito, y lo colocaran en la tumba donde nadie pudiese verlo,
donde operara su hechizo y ayudase a su alma a revivir a través de la imagen. Una denominación egipcia
del escultor era, precisamente, «El-que-mantiene-vivo».

En un principio, tales ritos estaban reservados a los faraones, pero pronto los nobles de la casa real
tuvieron sus tumbas menores agrupadas en hileras alrededor de la del faraón; y poco a poco cada persona
que se creía respetable tomó previsiones para su vida de ultratumba ordenando que se le construyese una
cos tosa sepultura, en la que su alma moraría y recibiría las ofrendas de comida y bebida que se daban a
los muertos, y en la que se albergarían su momia y su apariencia vital. Algunos de esos primitivos retratos
de la edad de las pirámides —la cuarta dinastía del Imperio antiguo— se hallan entre las obras más bellas
del arte egipcio (ilustración 32). Hay en ellas una simplicidad y una solemnidad que no se olvidan
fácilmente. Se ve que el escultor no ha tratado de halagar a su modelo o de conservar un gozoso momento
de su existencia. No se lijó más que en aspectos esenciales. Cualquier menudo pormenor fue soslayado.
Tal vez sea precisamente por esa. estricta concentración de las formas básicas de la cabeza humana por lo
que esos retratos siguen siendo tan impresionantes, pues, a pesar de su casi geométrica rigidez, no son
tan primitivos como los de las máscaras nativas de que hemos tratado en el Capítulo 1. Ni son tampoco de
parecido tan fiel como los retratos naturalistas de los artistas de Nigeria. La observación de la naturaleza y
la proporción del conjunto se hallan tan perfectamente equilibradas que nos impresionan para ofrecernos
seres dotados de vida que, no obstante, se nos aparecen como remotos en la eternidad.

Esta combinación de regularidad geométrica y de aguda observación de la naturaleza es característica de


todo el arte egipcio. Donde mejor podemos estudiarla es en los relieves y pinturas que adornan los muros
de las sepulturas. La palabra adornan, por cierto, difícilmente puede convenir a un arte que no puede ser
contemplado sino por el alma del muerto. Estas obras, en efecto, no eran para ser degustadas. También
ellas pretendían «mantener vivo». Antes, en un pasado distante y horrendo, existió la costumbre de que al
morir un hombre poderoso sus criados y esclavos le siguieran a la tumba, para que llegara al más allá en
conveniente compañía, por lo que estos últimos eran sacrificados. Más tarde, esos horrores fueron
considerados demasiado crueles o demasiado costo sos, y el arte constituyó su rescate. En lugar de
criados reales, a los grandes de esta tierra se Ies ofrecieron sus imágenes por sustituto. Los retratos y
modelos encontrados en las tumbas egipcias se relacionan con la idea de proporcionar compañeros a las
almas en el otro mundo, una creencia que se encuentra en los inicios de muchas culturas.

Estos relieves y pinturas murales nos proporcionan un reflejo extraordinariamente animado de cómo se
vivió en Egipto hace milenios. Y con todo, al contemplarlos por vez primera no puede uno sino maravillarse.
La razón de ello está en que los pintores egipcios poseían un modo de representar la vida real
completamente distinto del nuestro. Tal vez esto se halle relacionado con la diferencia de fines que inspiró
sus pinturas. No era lo más importante la belleza, sino la perfección. La misión del artista era representarlo

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todo tan clara y perpetuamente como fuera posible. Por ello no se dedicaban a tomar apuntes de la
naturaleza tal como ésta aparece desde un punto de mira fortuito. Dibujaban de memoria, y de
conformidad con reglas estrictas que aseguraban la perfecta claridad de todos los elementos de la obra.
Su método se parecía, en efec to, más al del cartógrafo que al del pintor. La ilustración 33 lo muestra en un
sencillo ejemplo, que representa un jardín con un estanque. Si nosotros tuviéramos que dibujar un tema
semejante buscaríamos el ángulo de visión más propicio. La forma y el carácter de los árboles podrían ser
vistos claramente sólo des de los lados; la forma del estanque, únicamente desde arriba. Este problema no
preocupó a los egipcios: representarían el estanque sencillamente como si fuera visto desde arriba y los
árboles desde el lado. Los peces y los pájaros en el estanque difícilmente se reconocerían si estuvieran
vistos desde arriba; así pues, los dibujaron de perfil.

En esta simple pintura podemos comprender fácilmente el procedimiento del artista. Muchos dibujos
infantiles aplican un principio semejante. Pero los egipcios eran mucho más consecuentes en su aplicación
de estos métodos que los niños. Cada cosa tuvo que ser representada en su aspecto más característico.
La ilustración 34 muestra los efectos que produjo esta idea en la representación del cuerpo humano. La
cabeza se veía mucho más fácilmente en su perfil; así pues, la dibujaron de lado. Pero si pensamos en los
ojos, nos los imaginamos como si estuvieran vistos de frente. De acuerdo con ello, ojos enteramente
frontales fueron puestos en rostros vistos de lado. La mitad superior del cuerpo, los hombros y el tórax, son
observados mucho mejor de frente, puesto que así podemos ver cómo cuelgan los brazos del tronco. Pero
los brazos y los pies en movimiento son observados con mucha mayor claridad lateralmente. A esta razón
obedece que los egipcios, en esas representaciones, aparezcan tan extrañamente planos y contor-
sionados. Además, los artistas egipcios encontraban difícil representar el pie izquierdo desde afuera;
preferían perfilarlo claramente con el dedo gordo en primer término. Así, ambos son pies vis tos de lado,
pareciendo poseer la figura del relieve dos pies izquierdos. No debe suponerse que los artistas egipcios
creyeran que las personas eran o

aparecían así, sino que, simplemente, se limitaban a seguir una regla que les permitía insertar en la forma
humana todo aquello que consideraban importante. Tal vez esta adhesión estricta a la norma haya tenido
algo que ver con intenciones mágicas, porque ¿cómo podría un hombre con sus brazos en escorzo o
«seccionados» llevar o recibir los dones requeridos por el muerto?

Lo cierto es que el arte egipcio no se basa en lo que el artista podría ver en un momento dado, sino en lo
que él sabía que pertenecía a una persona o una escena. De esas formas aprendidas y conocidas fue de
donde extrajo sus representaciones, de modo muy semejante a como el artista primitivo tomó las suyas de
las formas que podía dominar. No sólo fue el conocimiento de formas y figuras el que permitió que el artista
diese cuerpo a sus representaciones, sino también el conocimiento de su significado. Nosotros, a veces,
llamamos grande a un hombre importante. Los egipcios dibujaban al señor en tamaño mucho mayor que a
sus criados, e incluso que a su propia mujer.

Una vez comprendidas estas reglas y convencionalismos, comprendemos también el lenguaje de las
pinturas en las que se halla historiada la vida de los egipcios. La ilustración 35 nos da una buena idea de la
disposición general de una pared de la tumba de un gran dignatario del llamado Imperio medio, unos mil
novecientos años a.C. La inscripción jeroglífica nos dice exactamente quién fue, y cuáles fueron los títulos
y honores que cosechó durante su vida. Su nombre y títulos leemos, fueron Knumhotep, Administrador del

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Desierto Oriental, Príncipe de Menat Kufu, amigo íntimo del Rey, Conocido Real, Superintenden te de los
Sacerdotes, Sacerdote de Horus, Sacerdote de Anubis, Jefe de todos los Secretos Divinos, y — el más
llamativo de todos— Señor de todas las Túnicas. En el lado izquierdo le vemos cazando aves con una
especie de bumerán; acompañado por su mujer Keti, su concubina Jat y uno de sus hijos que, a pesar de
su pequeño tamaño en la pintura, ostenta el título de Superintendente de Fronteras. En la parte inferior del
friso vemos unos pescadores a las órdenes del super intendente Mentuhotep cobrando una gran redada.
Sobre la puerta se ve nueva mente a Knumhotep, esta vez atrapando aves acuáticas en una red. Como ya
conocemos los métodos del artista egipcio, podemos ver fácilmente cómo opera este artificio. El cazador
se coloca detrás de una pantalla vegetal, sosteniendo una cuerda ligada a la malla abierta (esta última
representada como vista desde arriba). Cuando las aves han acudido al cebo, aquél tira de la cuerda y ellas
que dan aprisionadas en la red. Detrás de Knumhotep se halla su primogénito Nacht, y su Superintendente
de Tesoros, quien era, al propio tiempo, responsable de encargar la construcción de su sepultura. En el
lado derecho, Knumhotep, al que se dio el nombre de «grande en peces, rico en aves, adorador de la diosa
de la caza», es visto arponeando peces (ilustración 36). Otra vez podemos observar los convencionalismos
del artista egipcio que prescinde del agua por entre las cañas para mostrarnos el lugar donde se hallan los
peces. La inscripción dice: «En una jornada en barca por la charca de los patos silvestres, los pantanos y
los ríos, alanceando con la lanza de dos puntas atravesó treinta peces; qué magnífico el día de la caza del
hipopótamo.» En la parte inferior se aprecia el divertido episodio de uno de los hombres que ha caído al
agua y que es pescado por sus compañeros. La inscripción en torno a la puerta recuerda los días en que
tenían que llevarse presentes al muerto, e incluye oraciones a los dioses.

Creo que una vez acostumbrados a contemplar estas pinturas egipcias, nos preocupan tan poco sus faltas
de verosimilitud como la ausencia de color en las fotografías. Incluso comenzamos a advertir las grandes
ventajas del método egipcio. No hay nada en esas pinturas que dé la impresión de haber surgido por azar,
nada que pudiera haber sido exactamente igual tratado de otro modo cual quiera. Merece la pena coger un
lápiz e intentar copiar uno de los dibujos primitivos egipcios. Nuestros esbozos resultan desmañados,
torcidos e inarmónicos. Al menos los míos. El sentido egipcio del orden en cada pormenor es tan poderoso
que cualquier pequeña variación lo trastorna por completo. El artista egipcio empezaba su obra dibujando
una retícula de líneas rectas sobre la pared y distribuía con sumo cuidado sus figuras a lo largo de esas
líneas. Sin embargo, este sentido geométrico del orden no le privó de observar los detalles de la naturaleza
con sorprendente exactitud. Cada pájaro, pez o mariposa está dibujado con tanta fidelidad que los
zoólogos pueden incluso reconocer su especie. La ilustración 37 muestra un detalle de la ilustración 35: los
pájaros para la red de Knumhotep. Aquí no fue solamente su gran conocimiento del tema el que guió al
artista, sino también su clara percepción del color y de las líneas.

« Uno de los rasgos más estimables del arte egipcio es que todas las estatuas, pinturas y formas
arquitectónicas se hallan en su lugar correspondiente como si obedecieran una ley. A esta ley, a la cual
parecen obedecer todas las creaciones de un pueblo, la llamamos estilo. Resulta muy difícil explicar con
palabras qué es lo que crea un estilo, pero es mucho más fácil verlo. Las normas que rigen todo el arte
egipcio confieren a cada obra individual un efecto de equilibrio y armonía.

El estilo egipcio fue un conjunto de leyes estrictas que cada artista tuvo que aprender en su más temprana
juventud. Las estatuas sedentes tenían que tener las manos apoyadas sobre las rodillas; los hombres
tenían que ser pintados más more nos que las mujeres; la representación de cada divinidad tenía que ser

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estrictamente respetada: Horus, el dios-sol, tenía que aparecer como un halcón, o con la cabeza de halcón;
Anubis, el dios de la muerte, como un chacal o con la cabeza de un chacal (ilustración 38). Cada artista
tuvo que aprender también el arte de escribir bellamente. Tuvo que grabar las imágenes y los símbolos de
los jeroglíficos clara y cuidadosamente sobre piedra. Pero una vez en posesión de todas esas reglas, su
aprendizaje había concluido. Nadie pedía una cosa distinta, nadie le requería que fuera original. Por el
contrario, probablemente fue considerado mucho mejor artista el que supiera labrar sus estatuas con
mayor semejanza a los admirados monumentos del pasado. Por ello, en el transcurso de tres mil años o
más, el arte egipcio varió muy poco. Cuanto fue considerado bueno y bello en la época de las pirámides,
se tuvo por excelente mil años después. Ciertamente, aparecieron nuevas modas y se solicitaron nuevos
temas al artista, pero su manera de presentar al hombre y la naturaleza siguió siendo, esencialmente»la
misma.

Sólo hubo un hombre que rompió las ataduras del estilo egipcio. Fue un faraón de la decimoctava dinastía,
conocida entonces como imperio nuevo, que se fundó después de una catastrófica invasión de Egipto.
Este faraón, llamado Amenofis IV, fue un hereje. Rompió con muchas de las costumbres consagradas por
una remota tradición. No quiso rendir homenaje a los dioses extrañamente conformados de su pueblo.
Para él sólo había un dios supremo, Atón, al que adoraba y al que hizo representar en forma de sol
lanzando sus rayos, cada uno dotado de una mano. Se llamó a sí mismo Akenatón, según su dios, y separó
su corte del alcance de los sacerdotes de los otros dioses, para trasladarla a una población que se conoce
actualmente con el nombre árabe de TelI-el-Amarna.

Las pinturas encargadas por él debieron asombrar a los egipcios de esta época por su novedad. En ellas
no se encuentra nada de la dignidad rígida de los primeros faraones. En vez de ello, se hizo retratar con su
mujer, Nefertiti, jugando con sus hijos bajo la bendición del sol. Algunos de sus retratos le muestran como
un hombre leo (ilustración 39), tal vez porque deseó que los artistas le representaran en toda su humana
flaqueza, o, quizá, estaba tan convencido de su importancia única como profeta que hizo hincapié en que
se le representara fielmente. Sucesor de Akenatón fue Tutankamón, cuya tumba con sus tesoros lúe
descubierta en 1922. Algunas de esas obras siguen obedeciendo al moderno estilo de la religión de Atón,
en particular el dorso del trono del faraón (ilustración 42), que muestra a éste y su esposa en idilio
conyugal. El faraón se halla sentado en su silla en una actitud que debió escandalizar a los puritanos
egipcios — casi recostándose— , a la manera egipcia. Su esposa no aparece más pequeña que él, y pone
suavemente la mano sobre su hombro, mientras el dios sol, representado como un globo dorado, extiende
sus manos bendiciéndoles.

Es muy posible que esta reforma artística acaecida en la decimoctava dinastía fuera facilitada por el faraón
al importar, de otros países, obras mucho menos conservadoras y rígidas que los productos egipcios. En
una isla del Egeo, Creta, habitaba un pueblo excelentemente dotado, cuyos artistas gustaban preferente
mente de representar el movimiento. Cuando el palacio de su rey, en Cnosos, fue excavado hace unos
noventa años, hubo quienes se resistían a creer que semejante libertad y flexibilidad de estilo pudiera
haberse desarrollado en el segundo milenio a.C. Obras del mismo estilo fueron halladas en tierra firme
griega; una daga de Micenas, en la que se representa una cacería de leones (ilustración 41), muestra un
sentido del movimiento y una suavidad de líneas que debieron impresionar a los artesanos egipcios,
llevándoles a desviarse de las normas consagradas por su tradición.

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Pero esta apertura del arte egipcio no debió persistir mucho. Ya durante el reinado de Tutankamón las
antiguas creencias fueron restauradas, y la ventana al exterior quedó cerrada nuevamente. El estilo egipcio,
tal como había existido desde hacía mil años, continuó existiendo durante otro milenio o más, y sin duda
los egipcios creyeron que continuaría así eternamente. Muchas obras egipcias de nuestros museos datan
de este último período, lo mismo que casi todos los edificios, tales como templos y palacios. Se
introdujeron nuevos temas y se llevaron a cabo otras tareas, pero nada esencial mente distinto vino a
sumarse a las anteriores realizaciones artísticas.

Mesopotamia

Egipto, claro está, fue solamente uno de los grandes y poderosos imperios que existieron en Cercano
Oriente durante varios milenios. Sabemos por la Biblia que Palestina se hallaba entre el reino egipcio del
Nilo y los imperios de Babilonia y Asiria, que se desarrollaron en el valle formado por los ríos Eufrates y
Tigris. El arte de Mesopotamia, nombre que dieron los griegos a ese valle, nos es menos conocido que el
arte egipcio. Ello se debe, al menos en parte, a una causa accidental. No existían bloques de piedra en
aquel valle, y la mayoría de las construcciones fueron hechas con ladrillos, que el paso del tiempo corroyó
y redujo a polvo. Hasta la escultura en piedra fue, en comparación, poco frecuente. Pero no es ésta la única
explicación del hecho de que sean escasas, relativamente, las obras primitivas de su arte que han llegado
hasta nosotros. La razón principal es, probablemente, que ese pueblo no compartió la creencia religiosa de
los egipcios de que el cuerpo humano y su representación debían ser conservados para que el alma
persistiera. En una época muy primitiva, cuando gobernaba el pueblo sumerio, con la capital en Ur, los
reyes todavía eran enterrados con toda su familia, incluso con sus esclavos, para que no les faltara
acompaña miento en el mundo del más allá. Tumbas de este período han sido descubiertas recientemente,
por lo cual nos es posible admirar algunos de los dioses titulares de esos antiguos y bárbaros reyes en el
Museo Británico. Podemos observar cuánto refinamiento y capacidad artística pueden convivir con la
crueldad y las supersticiones primitivas. Hay, por ejemplo, un arpa procedente de una de las tumbas,
decorada con bestias fabulosas (ilustración 43). Más bien parecen uno de nuestros animales heráldicos, no
sólo por su aspecto general sino también por su disposición, pues los sumerios poseyeron el gusto de la
precisión y de la sime tría. No sabemos exactamente qué se proponían significar con esos fabulosos
animales, pero es casi seguro que pertenecieron a su mitología, y que las escenas, que nos hacen un
efecto semejante al de las ilustraciones de nuestros libros infantiles, poseyeron un sentido muy grave y
solemne.

Aun cuando los artistas de Mesopotamia no fueran contratados para decorar las paredes de las tumbas,
también tuvieron que asegurar, por distinto modo, que la imagen ayudara a mantener vivo al poderoso. A
partir de los tiempos primitivos se desarrolló la costumbre, entre los reyes de Mesopotamia, de encargar
monumentos conmemorativos de sus victorias en la guerra, los cuales hacen referencia a las tribus
derrotadas y al botín capturado. La ilustración 44 muestra un relieve semejante en el que se representa al
rey pisoteando los cuerpos de sus adversarios muertos, mientras otros de sus enemigos le imploran
piedad. Tal vez la idea a que respondieron esos monumentos no fue solamente la de mantener vivo el

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recuerdo de esas victorias. En los primeros tiempos al menos, la antigua creencia en el poder de la imagen
pudo aún haber influido en quienes ordena ron su ejecución. Tal vez pensaron que mientras la imagen de
su rey se conservara con el pie sobre la garganta de su derribado enemigo, la tribu vencida no podría
levantarse.

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