Guía de Lectura para Esperando A Godot
Guía de Lectura para Esperando A Godot
Guía de Lectura para Esperando A Godot
Esperando a Godot del dramaturgo irlandés Samuel Beckett (1906-1989) fue publicada
en 1952 en París por Éditions de Minuit, y estrenada un año después en esa misma
ciudad.
La obra fue escrita en francés –como buena parte de la producción de Beckett- y esta
elección constituye un posicionamiento ideológico fundamental. Si se tiene en cuenta
que el inglés ha sido su lengua materna, el pasaje al francés tiene implicancias
sustanciales para su dramaturgia.
Beckett ha manifestado haber optado por el francés para empobrecerse aún más. Si el
mundo se ha empobrecido –y hablamos de los estragos dejados en Europa por la
Segunda Guerra Mundial, una experiencia traumática capital- el lenguaje debe
acompañar esa reducción.
La operación de cambio de lengua hará que emplee el lenguaje desde el punto de vista
de la denotación, del significado literal, despojado de cualquier aspecto connotativo. El
plano connotativo del lenguaje está relacionado con el contexto, la historia, la
afectividad y la carga emocional. Beckett despoja al lenguaje de este plano por no haber
accedido al sentido figurado de una lengua que no era la propia.
Desde esta perspectiva, elige –paradójicamente- el efecto no deseado por cualquier
escritor: alcanzar la pobreza en el lenguaje.
El contexto de producción del autor es el de la posguerra y la pregunta que sobrevuela
es cómo se puede seguir escribiendo después del trauma que significó para la
humanidad un acontecimiento como el Holocausto.
Es allí donde aparece en la escritura beckettiana la ausencia de sentido. El lenguaje se
vacía de contenido y el silencio comienza a cobrar cada vez más entidad. En muchas
oportunidades, los silencios se vuelven más significantes que la propia palabra. En la
obra que nos ocupa, las didascalias que indican silencio son sumamente profusas, tanto
como los lexemas nada o nunca en las réplicas, que se repiten ostensiblemente.
El procedimiento de la repetición se vuelve en Beckett un principio constructivo de toda
su obra, claro que como círculo vicioso y no virtuoso. La repetición atenta contra la
posibilidad de progresión de la acción que sólo puede desarrollarse en un presente
perpetuo.
Es significativa, en este sentido, la elección del gerundio para dar título a esta obra. La
forma verboidal es la marca textual de la espera en incesante continuidad.
En la dramaturgia de Beckett, poco importa quién habla. Se pone en crisis la noción de
origen, de que hay un sujeto poseedor de su propio discurso. Los personajes son
atravesados por el discurso y no al revés. Y es a través del discurso donde queda
patentizado el vacío.
Deudora de la filosofía existencialista, la dramaturgia beckettiana da cuenta de que el
individuo es un ser para la muerte. La vida es entonces un breve transcurrir, un destello,
una pavesa –como el título de una de sus obras, Pavesas- entre el nacimiento y la
muerte: “Dan a luz a caballo sobre una tumba, el día brilla por un instante y, después,
otra vez la noche”. (51)
Beckett deconstruye las categorías tradicionales que caracterizan al teatro.
Si para Aristóteles la fábula es sinónimo de acción y es el corazón de la tragedia, si
desde entonces la acción es la condición de posibilidad del teatro, Esperando a Godot
plantea un desafío radical a este postulado.
Porque, ¿cuál es la acción principal? La espera. Una espera pasiva. Esperar es lo
contrario a accionar. Y la materia del teatro tradicional es la progresión de la acción. La
fábula o historia en Esperando a Godot es la de dos hombres que esperan a un tercero
que no llega. Espera, por lo demás, desesperante y doblemente defraudada:
defraudación para Vladimiro y Estragón; defraudación especular para lxs espectadores
que asisten al teatro para ver una acción en progreso, una estructura cuyo ordenamiento
responda a los categorías de principio, nudo y desenlace.
Tal vez esto explique que el día de su estreno, en el teatro Babylone de París, buena
parte del público se levantara a poco de comenzar el segundo acto, porque se repetían
las coordenadas del primero.
No pasó esto cuando la obra se ofreció en la prisión de San Quintín en 1955. La empatía
con los presos fue total, narra la crónica. Claro que para ellos, la espera es una
experiencia transitada y omnipresente.
En términos de la intriga, del modo cómo la fabula se entrama y articula en tiempo y
espacio, cuando la obra comienza la acción ya viene sucediendo. No es un principio
desde la nada. Esto abona a la idea de la circularidad, de la imposibilidad de progresión,
de la repeticón permanente.
La obra se distribuye en acto 1 y acto II. Pese a la elipsis que tiene lugar entre ambos,
todo vuelve a recomenzar, el final no es cierre ni conclusión, es un retorno al principio.
No hay idea de clausura sino de repetición, de estrucura cíclica.
El acto II es idéntico desde el aspecto estructural al I en cuanto a las secuencias
disyuntivas, que son aquellas que consignan las entradas o salidas relevantes.
En ambos actos permanecen en escena Vladimiro y Estragón, hacen su ingreso Pozzo y
Lucky (no permanecen, atraviesan la escena, desconocemos a dónde van), se retiran e
ingresa y sale el Muchacho.
El modelo actancial es sumamente difícil de trazar en un texto como éste. Que la acción
protagónica sea la espera parece contrarrrestar la naturaleza del Sujeto, cuya posición
como actante debería impulsarla, intentando llevarla adelante.
Como lectores sabemos que se llaman Vladimiro y Estragón porque sus nombres
aparecen consignados en la lista de personajes y preceden a las réplicas. Esto no le
sucede al espectador quien no los escuchará nombrarse de esta manera, sino como Didi
y Gogo. Vladimiro, incluso, responde al nombre de Alberto cuando el muchacho lo
interpela. La identidad que ofrece el nombre propio es aquí una marca de indefinición.
Pozzo y Lucky matizan la espera indefinida de Vladimiro y Estragón y dan cuenta de
otra de las operaciones beckettianas privilegiadas que consiste en mostrar la
degradación del personaje en escena.
Su dramaturgia se caracteriza por la profusión de minusválidxs, mutiladxs y amputadxs,
o por personajes que van gradualmente perdiendo sus facultades o sentidos.
Así es como, Pozzo quedará ciego y Lucky, mudo. El sistema de pérdidas lo atraviesa
todo. Pozzo pierde la vista, su reloj -instrumento de medición del tiempo objetivo- y
junto con él, la noción del tiempo.
La dimensión temporal de la obra no sigue el tiempo objetivo: el árbol se cubre de hojas
de un día para el otro, cambia rotundamente entre los dos actos que tienen lugar en dos
jornadas contiguas. En este sentido el espacio desmiente la temporalidad.
Se puede leer esto como un índice de teatralidad, en tanto estos cambios sólo pueden
ocurrir en el teatro, no en la realidad. La metateatralidad es omnipresente.
El espacio dramático está planteado como un escenario. Vladimiro en el Acto II
“comienza a recorrer la escena en todas direcciones”, “Reanuda sus paseos por la
escena. Se detiene junto al lateral derecho, mira durante buen rato a lo lejos, con la
mano como pantalla”.
Hay intertextualidad con Hamlet, en la mención a los cadáveres, las osamentas y al
enterrador que prepara sus herramientas.
Vladimiro afirma: - Se diría que estamos en un espectáculo.
Estragón responde: - En el circo.
V:- En una revista.
E: - En el circo.
Y hay también teatro dentro del teatro en la escena en la que Didi y Gogo actúan de
Pozzo y Lucky, imitándolos. El teatro también opera como ayuda para pasar/matar el
tiempo.
En cuanto a las funciones del lenguaje, la referencial es la más horadada. Esta función
es la del conocimiento básico y aquí es prácticamente inexistente.Hay mínimas
referencias al contexto, a diferencia de lo que ocurre en el realismo donde la función
referencial es fundamental porque el efecto de realidad necesita ser creado. Hasta la
acción queda desmentida por el lenguaje. Los dos actos finalizan con la invitación a
irse: - “Vámonos” y sin embargo, no se mueven.
Se pierde confianza en el lenguaje que ya no comunica porque no hay nada que
comunicar. La comunicación está saboteada. Se habla como un ruido o un murmullo.
Por eso la función fática, la que constata que el canal esté operando cobra relevancia, así
como la metalingüística, centrada en el código: “¿Por dónde iba?” “¿Qué estaba
diciendo?” “¿Quizás no me haya expresado bien?” son réplicas que se leen en el texto.
El lenguaje pesa como significante, como materialidad. Lo que ha huido es el mensaje.
Hay emisores y hay receptores. Lo que ya no hay es mensaje. Lo que queda es el
silencio.
Será por eso que Beckett, en un momento dado, decide directamente prescindir de la
palabra y limitarse a la indicación de la acción. Constatamos este gesto radical en sus
obras Acto sin palabra I y Acto sin palabras II.