ChavesI - La Ética de Los Monstruos

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La ética de los monstruos1

J. Ignacio “Iñaki” Chaves G.2

Según la referencia que hace Adela Cortina (El País, 17 de octubre de 2010), la neuroética
comenzó, para William Safire, uno de los fundadores de esa nueva ciencia, con Frankenstein.
Entonces, ese saber apareció en 1816 de la imaginación de Mary Shelley al crear un nuevo
ser, un “monstruo”. Tendremos que suponer que en esa nueva vida que el doctor
Frankenstein produce había ya una cierta moral y que su existencia hizo aparecer esa nueva
rama del conocimiento que reúne en sí a la neurología y a la ética.
La pregunta es: ¿Por qué dialogar en torno a la ética de los monstruos? Es una propuesta que
se justifica en cómo esos monstruos, famosos la mayoría, han colaborado a la construcción
de un imaginario colectivo y eso tiene, o debería tener, un trasfondo ético.
El propio Frankenstein, el monstruo no el doctor que lo hizo regresar a la vida, se queja de su
lugar en el mundo y culpa a su creador de cómo le han tratado. Es una demanda con la que
seguro estarían de acuerdo todos y cada uno de los monstruos que nos han acompañado a lo
largo de la historia del ser humano.
La neuroética abriría, supuestamente, un nuevo mundo de posibilidades para la mejora de
las capacidades humanas, para buscar la “perfectibilidad” del hombre. Algo que va en
contravía de lo que realmente se produce en la ciencia y en la sociedad. Mientras la primera
quiere “monstruos” perfectos, que mejoren la raza y sus cualidades, la segunda crea seres
que minan la credibilidad en la propia raza humana. El moderno Prometeo sería un aviso
para prevenirnos ante los desmanes de la ciencia y de la política que la financia, que siempre
van a estar del lado del poder.
La igualdad y el reconocimiento no son posibles si solamente vemos monstruos en los demás,
en los diferentes, y no somos conscientes de los nuestros, de los que llevamos dentro.
Frankenstein está solo, incluso, dice, más solo que aquel ángel caído del que hablaremos más
adelante. Aquel que fue expulsado del cielo por tentar a que se pecara pensando.
¿Qué han producido los monstruos en la ciudadanía? Evidentemente no podemos realizar un
estudio de impacto, tan solo podemos arriesgar que hay presencia de monstruos en nuestras
vidas, y que eso nos ha hecho tomar ciertas decisiones, modificar algunos de nuestros
sentimientos, alterar nuestras percepciones, …
En suma, los monstruos han transformado nuestros conceptos sobre muchos temas, lo que
ha hecho que cambiemos nuestra mirada, nuestro pensar y nuestro sentir acerca de varias
de nuestras realidades cotidianas. Tal vez de una manera inconsciente, como muchas veces
actúan la literatura y el cine en nuestros cerebros. Sin darnos cuenta, pero con unos
resultados que podríamos suponer que han “pervertido” nuestra psique.

1
Una versión anterior de este texto fue presentada en el Diplomado de Humanidades de la Universidad Santo
Tomás. Ésta será publicada en el segundo semestre de 2019 en la revista Mediaciones de la FCC de Uniminuto.
2
Doctor en Comunicación y Ciencias Sociales. Director de la maestría en Comunicación, desarrollo y cambio
social de UNIMINUTO.

1
Nos han mostrado como sádicos asesinos a “Jack el destripador” o al “Estrangulador de
Boston”. El primero, un desconocido al que se le achacan las muertes violentas de cinco
mujeres en el Londres de finales del siglo XIX; el segundo, se declaró culpable, bajo hipnosis,
del asesinato de trece mujeres en los años sesenta del siglo pasado en esa ciudad
norteamericana.
Nadie nos ha dicho nada parecido de Henry Kissinger, el padre de la Escuela de las Américas.
Institución que adiestró a militares golpistas latinoamericanos y que se dedicó a perseguir y
eliminar a miembros de las izquierdas del continente. Tal “señor” fue uno de los cerebros
detrás de las dictaduras de Pinochet en Chile y de los generales en Argentina. Es judío,
germano-norteamericano y miembro de la dirección del Club Bilderberg, la institución que,
desde las sombras, gobierna y controla el mundo y persigue hasta su eliminación al
“peligroso” comunismo. Kissinger, como instigador de crímenes de lesa humanidad, recibió el
premio Nobel de la Paz en 1973.
Deberíamos denunciar y avergonzarnos de algunos monstruos y de todo tipo de violencia, y
no solamente de la que sea ejercida por los monstruos de los demás. Pensemos en el
ejemplo de Erasmo cuando Zweig nos cuenta de sus virtudes:
“El humanismo, impuesto sin violencia, únicamente con el poder de difusión y
convicción del trabajo espiritual deplora toda violencia. (…) La actitud espiritual de
Erasmo no es la de someter a los hombres a sus ideales humanistas y humanitarios
con la intolerancia, como los príncipes y las religiones que le precedieron, sino
convencer pacíficamente atrayéndolos con su claridad (…) El humanismo no es
imperialista, no conoce enemigos ni quiere siervos.” (Zweig, 2005: 94-95).
Pero los príncipes, monarcas, presidentes, primeros ministros y demás gobernantes que le
han sucedido siguen siendo imperialistas y buscando enemigos que abatir y esclavizar.
Monstruos o superhéroes
De una u otra manera, los monstruos proponen modificar el statu quo. Pero para evitarlo
están esos superhéroes que, a la manera de lo que Hollywood nos ha vendido con el séptimo
de caballería, llegan para salvarnos de cualquier cambio. Y tontos de nosotros, les
aplaudimos. Es curioso que cuando son de los nuestros los llamemos superhéroes y cuando
son de “los otros” los denominemos como monstruos.
Algunos de los clasificados dentro del primer grupo, superhéroes, eliminaron a los indios de
Norteamérica, habitantes primigenios de esas tierras, respetuosos de los demás y de la
madre tierra, y nos convencieron de que eran malos porque saqueaban, violaban y cortaban
cabelleras. Cuando resulta que las dos primeras eran recursos usados por el ejército de la
Unión y lo último lo aprendieron de los soldados franceses y británicos que eran quienes les
cortaban a los indios caídos en combate sus pelambreras para demostrar que los habían
abatido.

2
Los medios masivos de difusión de noticias, con la televisión a la cabeza, nos han persuadido
de que los malos eran siempre los otros. Casualmente, esos otros son distintos de los
blancos, occidentales y judeo-cristianos. Por su color de piel, por su procedencia geográfica o
por sus creencias religiosas. Y había, y hoy día por desgracia sigue siendo así, que
exterminarlos.
También la educación nos ha colonizado el pensamiento y nos ha vendido sus propios
monstruos. Como ese simplón de Colón del que nos dicen que descubrió América, cuando él
ni siquiera sospechaba lo que había hecho, y que su llegada nos hizo un favor al “educar” a
sus “incultos” habitantes. Monstruos que trajeron la civilización y que venían a cristianizar el
nuevo mundo, porque esa era la verdad divina. Sí, todavía, en parte, reivindicamos nuestros
ancestros e identidades, pero luego nos santiguamos con el dios católico que nos invadió.
El mestizaje, que enriquece, ha sido una mezcla impuesta en la que sigue predominando el
poder de los conquistadores. Dicen que respetan las diferencias, pero lo hacen siempre que
no den guerra ni reclamen derechos. Aceptan cierto reconocimiento del distinto, pero no la
igualdad ni la equidad. Esos no eran superhéroes sino monstruos.
No pensamos éticamente, no reflexionamos con una mente ética. Y lo peor es que no nos
damos cuenta. Enrique Dussel nos advierte de cómo aquel descubrimiento de 1492 fue
realmente un encubrimiento del otro. Fue la imposición de la exclusión y el exterminio. Para
sobrevivir, y nada te lo garantizaba, tenías que aceptar las órdenes del invasor. Él reclama
una filosofía del diálogo o de la liberación, para darle libertad al oprimido, al excluido, en
suma, al otro; para poder hacer frente a los monstruos venidos de otras tierras.
Ese trato inhumano y degradante ya lo habían hecho antes con los judíos y con los
musulmanes en la península ibérica “los cristianos ocuparon Málaga, cortando a cuchillo las
cabezas de los andaluces musulmanes en 1487, así ́ también les acontecerá a los "indios",
habitantes y víctimas del nuevo continente ´descubierto`” (Dussel, 1994: 9).
Su lema era: “o con nosotros o contra nosotros” (¿no les recuerda a cierto político presidente
latinoamericano?). Además de ignorar al continente y sus habitantes, nos vendieron el mito
de la modernidad y con él la falacia del desarrollismo, pero ese es otro tema.
Hay que ponerle pensamiento ético a la historia, hay que pensar. ¿Por qué no lo hacemos?
No es tan difícil. Es solamente cuestión de voluntad y de práctica, hacerlo es gratis y no
hacerlo suele costar muy caro. Escuchar, ver, pensar, leer, escribir, narrar, volver a escuchar y
reflexionar.
Del ángel caído al sueño de la razón
Mencionábamos más arriba al ángel caído, aquel monstruo expulsado del edén por engañar
a los seres humanos para que pecaran. ¡Qué paradoja! Los medios y los poderes nos
engañan, y nos creemos sus mentiras, a diario. ¿Cuántos tendrían que ser expulsados de la
Tierra por ello?
Nuestros dioses y nuestros monstruos. Nosotros y nuestros fantasmas que construimos al
antojo de nuestros intereses, o condicionados consciente o inconscientemente por los
intereses de otros monstruos, sin pensar en las consecuencias para los demás.

3
Supuestamente expulsaron a un ángel del edén y le castigaron a vivir en la Tierra, en esta
maravillosa parcela del planeta azul y verde que tenemos y que es un verdadero paraíso,
aunque esté lleno de serpientes.
Uno de esos ángeles o monstruos era Lucifer, término que viene de luz, de iluminación, y al
que convirtieron, por contrariar y desobedecer, en Satán, que parece ser que significa
“adversario”. Así que todo lo que vaya en contra del poder establecido, del pensamiento
único que nos gobierna, debe ser eliminado. Tiene que ser excluido por distinto, porque
pone en duda “su” realidad y nos puede hacer ver que, al menos, hay dos caras en cada
moneda.
Monstruos en la historia, en las religiones, en la literatura, en el cine, … También los hay en el
arte. Si el sueño de la razón produce monstruos, como nos dibujara el gran pintor Francisco
de Goya, la sinrazón sin sueños los instaura y los perpetúa. En una época algo tenebrosa,
como casi todas, con la Inquisición haciendo de las suyas y con una monarquía absolutista,
había que soñar y dejar volar la imaginación para crear y producir. ¿Qué tan cierto será que
la fantasía, si es abandonada por la razón, produzca monstruos? Es verdad que la
imaginación ha creado monstruos, en la literatura o en el cine (frankensteins, dráculas,
hombres lobo, godzillas, místeres Hyde o doctores Jekyll), pero la realidad ha superado con
creces esas fantasías. Son más las muertes y exclusiones reales que las ficticias. Hoy los
monstruos desbordan las páginas y las pantallas: explotación laboral y sexual, disminución de
derechos sociales, migraciones, empobrecimiento, guerras, epidemias, contaminación,
pérdida de biodiversidad, en fin, fronteras y más fronteras que producen un verdadero
monstruo: una grave crisis de valores.
Tal vez los monstruos de Goya no eran lo que la gente cree. Quizás aquellos estaban
fundados en un nacionalismo barato que pensaba que eran lágrimas por un país sombrío e
invadido por las legiones francesas de Napoleón. Más bien deberíamos pensar que era al
revés, que de allende los Pirineos lo que venía era la Ilustración. Con todos sus riesgos sí, con
todos sus monstruos, pero no peores que los ya existentes y era ilustración, al fin y al cabo.
Craso error echar a los franceses, porque el país quedó sumido en un vacío cultural y quedó
atrasado respecto al resto de la Europa del siglo XIX. Igual que había ocurrido cuatro siglos
atrás al echar a quienes habían traído cultura, pensamiento y grandes avances técnicos.
¿Cuántas veces nos equivocamos de monstruos? También Colombia que, supuestamente, es
la democracia más antigua del continente cuando nunca ha disfrutado realmente de ella; que
no ha padecido una verdadera guerra, pero está desde hace doscientos años sumida en ella;
que ha producido y vendido sus monstruos, y se mantiene, en parte, aterrorizada por ellos.
Humanismo
Deberíamos recurrir a un humanismo como el que nos legó el citado Erasmo. Uno de los
grandes del pensamiento y cuya obra Elogio de la locura nos presenta cómo la necedad, la
estulticia, parece hacer más feliz al ser humano al no tenerse que preocupar por pensar. Es,
en el fondo, una crítica satírica a la ignorancia, uno de los “monstruos” más peligrosos para la
humanidad.

4
En el siglo pasado, Saramago, otro escritor humanista nos presentó esa locura humana a
través de su Ensayo sobre la ceguera. Otra manera de hacernos reflexionar sobre esa falta de
visión que nos hace ser seres egoístas e ignorantes y que no nos permite meditar y debatir
desde una perspectiva crítica “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos,
ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven.” (Saramago, 2001: 424).
También en esa línea de estupidez y ceguera se expresaba Cipolla en su Allegro ma non
troppo cuando establecía las “Leyes fundamentales de la estupidez humana”. Él plantea que
siempre subestimamos el número de estúpidos que circulan por el mundo. Un grupo que
comparte con otros tres la existencia sobre la Tierra, los incautos, los malvados y los
inteligentes. Por desgracia, lo que más abunda son los estúpidos y los malvados. Los primeros
causan daño a otros sin obtener a cambio un beneficio o, incluso, consiguiendo un perjuicio.
Los segundos son los que para obtener su beneficio causan daños a los demás (Cipolla, 1991).
Tan dañinos los unos como los otros, pero los malvados son más peligrosos puesto que
actúan a conciencia y con conocimiento de causa. Son los que ponen en marcha sus
monstruos contra la sociedad culpando a los estúpidos monstruos de ésta de las
consecuencias.
Hay demasiados actores que arrastran a demasiados monstruos. Somos hijos de nuestros
días y decimos palabras que son echadas al fuego para no pecar. Como si hablar fuera
pecado y actuar la condena por haberlo hecho. La ignorancia del ser humano ha quemado las
palabras de la cultura y los libros que las contenían.
Como recuerda Galeano, en la invasión de Egipto llevada a cabo por el Imperio Romano, con
Julio César a la cabeza, se quemó la biblioteca de Alejandría; dos mil años después el
allanamiento salvaje de Irak por parte del ejército estadounidense, con G.W. Bush a la
cabeza, aunque desde su despacho, hizo cenizas la biblioteca de Bagdad (Galeano, 2012). Los
cultos y desarrollados dieron una “lección” a los atrasados y subdesarrollados que,
culturalmente, nos llevaban siglos de ventaja. Eso sí, luego se encargaron de echarle la culpa
al enemigo, a otro monstruo que surgió de sus acciones, los terroristas de Al Qaeda o, ahora,
del Estado Islámico.
La universidad
¿Qué le enseña la universidad a sus estudiantes? ¿Les contamos las otras verdades? ¿Les
hablamos de los otros monstruos? ¿O seguimos impartiendo la misma vieja cantinela que
señala a los otros, a los distintos, a los excluidos como los malos de las películas a través de
las cuales aprendemos de la vida?
Seguimos inculcando el temor a los pobres, a las personas habitantes de calle que en una
ciudad como Bogotá se cuentan a cientos. Pero no les enseñamos a temerle a la pobreza y a
las causas que la producen. A la inequidad social y a la violencia estructural que nos separan
en dos bandos y a esa educación y a esos medios que nos dicen que hay que estar en el
bando de los buenos, y que esos son los que nos pueden salvar. Cuando a ese bando se
accede excluyendo al otro, compitiendo a muerte con ella o él, pisándole y poniéndole
zancadillas para que no nos gane.

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Nos educan para estar en un lado y mirar a los demás como monstruos. ¿Alguna vez nos
hemos detenido a mirar el monstruo que todos llevamos dentro? Reconocernos y conocer la
ética de nuestros monstruos es el primer paso para la vida pacífica en sociedad. Tolerancia,
sí. Pero no es suficiente. A veces hay que ser intolerante, con la violencia, con la injusticia,
con la corrupción… Primero personas: éticas, comprometidas, solidarias y responsables, con
conciencia crítica y criterio para poner en contexto. Después profesionales.
Esa debería ser la tarea de las personas que están dedicadas, que estamos de una u otra
manera dedicados, a intentar formar en valores. Debemos hacer uso de la educomunicación3
para fomentar ese humanismo que contribuya a que seamos capaces de entender para saber
estar en el mundo.
Escribí la primera versión de este texto un 28 de octubre. Al margen de otras muchas
celebraciones, ese día de 1769 en Caracas nacía Simón Rodríguez, el Loco4. Fue bautizado
como
“párvulo expósito, hijo de nadie, pero fue el más cuerdo de la América hispánica. (…)
Él decía que nuestros países no son libres, aunque tengan himno y bandera, porque
libres son quienes crean, no quienes copian, y libres son quienes piensan, no quienes
obedecen. Enseñar, decía el Loco, es enseñar a dudar.”

Referencias
Cipolla, C.M. (1991). Allegro ma non troppo. Barcelona, editorial Crítica.
Cortina, A. (2010) “Frankenstein: el origen de la Neuroética”. En El País, octubre 17.
Disponible http://elpais.com/diario/2010/10/17/opinion/1287266405_850215.html
Dussel, E. (1994). 1492. El encubrimiento del Otro. Hacia el origen del “mito de la
modernidad”. La Paz, Universidad Mayor de San Andrés.
Erasmo (1999). Elogio de la locura. Madrid, Espasa editorial.
Galeano, E. (2012). Los hijos de los días. Madrid, siglo XXI editores.
Saramago, J. (2001). Ensayo sobre la ceguera. Madrid, editorial Alfaguara.
Zweig, S. (2005). Erasmo de Rotterdam. Triunfo y tragedia de un humanista. Barcelona,
Paidós Ibérica.

3
“El hecho educativo es, esencialmente, un hecho comunicativo.” Para leer y entender sobre el término
educomunicación http://www.uhu.es/cine.educacion/didactica/0016educomunicacion.htm
4
Simón Carreño Rodríguez, filósofo y ensayista venezolano, defensor de la educación pública y tutor intelectual
de Simón Bolívar.

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