Preguntas Bíblicas

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ÍNDICE

 Prefacio del editor


 Prefacio a la edición en español
 Cómo usar este libro
 Abreviaturas
 Introducción general
1 ¿Cómo sabemos quién escribió la Biblia?
2 ¿Podemos creer en los milagros bíblicos?
3 ¿Por qué parece Dios tan enojado en el Antiguo Testamento y tan amoroso en
el Nuevo?
4 ¿Por qué las genealogías bíblicas no siempre concuerdan?
5 ¿No están equivocados muchos de los números del Antiguo Testamento?
6 ¿Concuerdan las fechas de los reyes del Antiguo Testamento con la historia
secular?
7 ¿Apoya la arqueología la historia bíblica?
8 Cuando los profetas dicen “vino a mí la palabra del SEÑOR”, ¿qué significa?
9 ¿Son verdaderamente precisas las profecías del Antiguo Testamento?
10 ¿Por qué el Nuevo Testamento no siempre cita el Antiguo Testamento
exactamente?
11 ¿Son ciertos los relatos de demonios del Nuevo Testamento?
12 ¿Por qué hay cuatro Evangelios distintos?
 Antiguo Testamento
 Nuevo Testamento
 Quién escribió qué
 Acerca de los autores
Prefacio del editor

Con más de un cuarto de millón de copias impresas, la serie de Pasajes difíciles se ha


ganado la reputación de guía útil para dificultades bíblicas entre los lectores. La serie
se lanzó con la publicación de The Hard Sayings of Jesús [Dichos difíciles de Jesús]
de F. F. Bruce en 1983 y la aparición de volúmenes posteriores en 1988, 1989, 1991 y
1992. Esos volúmenes incluían Hard Sayings of the Old Testament [Pasajes difíciles
del Antiguo Testamento], More Hard Sayings of the Old Testament [Más pasajes
difíciles del Antiguo Testamento] por Walter C. Kaiser Jr., Hard Sayings of Paul
[Dichos difíciles de Pablo] y More Hard Sayings of the New Testament [Más pasajes
difíciles del Nuevo Testamento] por Manfred T. Brauch y Peter H. Davids,
respectivamente. Esta edición combina las cinco versiones anteriores con material
nuevo de Walter Kaiser y Peter Davids. Se han agregado más de cien versículos a la
lista de textos explicados, así como una docena de artículos preliminares que tratan
preguntas comunes que se repiten a lo largo de la Biblia. El resultado es que todos los
pasajes del Antiguo Testamento han sido tratados por Walter Kaiser; el trabajo de F.
F. Bruce se limita a los Evangelios sinópticos, con una adición al Evangelio de Juan;
el trabajo de Manfred Brauch se limita a las epístolas de Pablo; y la contribución de
Peter Davids abarca todo el Nuevo Testamento. La introducción general a
continuación destila los comentarios preliminares clave de los diferentes autores de las
partes individuales.
Los autores comparten la convicción de que la Biblia es palabra de inspiración y
autoridad divina para la iglesia, pero los lectores cuidadosos observarán que no todos
están de acuerdo en las mejores soluciones a ciertas dificultades bíblicas. Así debe ser.
Si todos estuvieran de acuerdo en las mejores soluciones para estas preguntas, no
habría pasajes difíciles.
Es probable que lo dicho por F. F. Bruce en su introducción a Dichos difíciles de
Jesús se aplique a casi todos los textos difíciles de esta colección: pueden ser difíciles
por dos razones diferentes. En primer lugar están los que, debido a diferencias de
cultura y tiempo, son difíciles de entender sin una explicación de su trasfondo social e
histórico. En segundo lugar están los que se entienden muy fácilmente pero que van en
contra de la forma en que pensamos y actuamos. Se cuenta que en una ocasión Mark
Twain comentó que las porciones de la Biblia que le molestaban no eran las que no
entendía, sino las que eran perfectamente claras.
Este volumen se publica con la esperanza de iluminar el primero de estos tipos de
dificultad. Sin embargo, esperamos no suavizar nunca en nombre de la explicación la
fuerza del segundo tipo de dificultad, por medio de la cual la Palabra de Dios nos
enfrenta para cambiarnos y conformarnos a la imagen de Jesucristo.
Prefacio a la edición en español

No cualquiera se dispone a explicar esos pasajes que resultan difíciles para el lector
de la Biblia. Algunos de ellos parecen contradecirse; a otros cuesta entenderles el
sentido, y todavía hay otros que parecieran no estar de acuerdo con el carácter y la
naturaleza de Dios.
Se ha necesitado el trabajo conjunto de diferentes eruditos bíblicos para tratar de
ofrecer alguna luz en cuanto a estos pasajes. Estos estudiosos de las Escrituras
provienen de varios trasfondos en su experiencia cristiana. Y, por supuesto, ese bagaje
permea sus comentarios sobre ciertos pasajes específicos. Puede ser que usted no esté
de acuerdo con alguna interpretación en particular; sin embargo, todos encontraremos
sumo provecho en el tratamiento serio y profundo de los temas.
Dado que esta obra fue escrita originalmente en inglés, los autores se basaron en
una versión bíblica en ese idioma para considerar los pasajes que presentan alguna
dificultad. En varios casos, esa dificultad no se ve en las versiones bíblicas en nuestro
idioma. Por lo tanto, esos casos no se han incluido en la presente obra.
Editorial Mundo Hispano pone a su disposición un libro que será muy útil para todo
el que está buscando una interpretación correcta de la Palabra de Dios en pasajes de
difícil comprensión. Confiamos en que esta será una herramienta que usted usará
reiteradamente para su propio provecho y para la instrucción de otros.

Los editores
Cómo usar este libro

Tras la introducción general y un grupo de doce ensayos preliminares que tratan


preguntas comunes de toda la Biblia, los pasajes difíciles de la Biblia están
organizados canónicamente por capítulo y versículo, comenzando por Génesis y
terminando con Apocalipsis. Las referencias cruzadas guían al lector a comentarios
sobre otros pasajes bíblicos o a artículos preliminares que consideran los mismos
temas o temas similares. Por ejemplo, en el comentario sobre Génesis 2:17 sobre la
muerte de Adán y Eva, se remite al lector a la discusión sobre Romanos 5:12. O el
lector que busca Marcos 5:11-13 para ver cómo se trata la destrucción de los cerdos
descubrirá que se lo remite al pasaje paralelo en Mateo 8:31-32 para consultar una
explicación.
En algunos casos, cuando hay dos comentarios distintos o más sobre pasajes
bíblicos similares, es posible que el lector descubra que se ofrecen diferentes puntos
de vista. Esto se debe al hecho que este libro tiene varios autores que no siempre están
de acuerdo sobre la mejor solución para ciertas dificultades. El editor ha considerado
que el lector se verá más enriquecido al saber que se ha propuesto una variedad de
soluciones y decidir por sí mismo las que mejor satisfacen sus preguntas.
Abreviaturas
BA - Biblia de las Américas

BAD - Biblia al Día

BJ - Biblia de Jerusalén

BPT - Biblia para Todos

DHH - Dios Habla Hoy

LA - Versión Latinoamericana

NC- Nácar-Colunga

NVI - Nueva Versión Internacional

PDT- La Palabra de Dios para todos

RVA - Reina-Valera Actualizada, 2006

RV-1909 - Reina-Valera, 1909

RVR-1960 - Reina-Valera Revisada, 1960

RVR-1995 - Reina-Valera Revisada, 1995

RVR-2000 - Reina-Valera Revisada, 2000

VM - Versión Moderna
Introducción general

Pasajes difíciles del Antiguo Testamento


Con demasiada frecuencia la gente me dice a mí (Walter Kaiser) que ha intentado leer
todo el Antiguo Testamento, pero mucho de él le resulta difícil de entender. A pesar de
sus buenas intenciones, muchos abandonan el proyecto frustrados, desalentados o
perplejos. No es de sorprenderse que la Biblia sea difícil para tantas personas, ya que
nuestra cultura ha perdido contacto con el Antiguo Testamento. En consecuencia, el
libro sigue siendo un documento cerrado y suele tratarse como un artefacto de nuestros
primitivos orígenes.
¡Nada podría estar más lejos de la realidad! El Antiguo Testamento contiene
algunas de las porciones más fascinantes y dramáticas de toda la Biblia. Además, si
decidimos que su mensaje es irrelevante para nuestra generación, somos víctimas de
nuestras propias falsas suposiciones.
Siguiendo el ejemplo de nuestro Señor, deberíamos volver al Antiguo Testamento,
confiados de que ni siquiera un pasaje pasará hasta que todos se hayan cumplido (Mat.
5:18). De hecho, ¡el Antiguo Testamento es tan pertinente que nuestro Señor advirtió
que cualquiera que deja de cumplir el menor de los mandamientos del Antiguo
Testamento o enseña a otros que lo hagan será llamado el menor en el reino de los
cielos! ¡Eso debería llamarnos a la reflexión!
Esta discusión de pasajes del Antiguo Testamento es una respuesta al clamor de
miles de laicos (y, “no lo digáis en Gat”, ¡también del clero!). He intentado contestar
algunos de los pasajes más difíciles que entran en dos categorías: pasajes para los
cuales no parece darse ninguna explicación y pasajes que parecen contradecir otras
porciones de las Escrituras. No niego que la selección de dichos pasajes específicos
sea algo arbitraria ya que refleja mi propia experiencia al tratar las preguntas de mis
estudiantes durante los últimos treinta años.
¿Por qué contemplar pasajes difíciles? La respuesta obvia es que una multitud de
lectores serios desean entender los temas difíciles de las Escrituras. Aparte de esto,
podemos agudizar nuestra atención en los detalles de toda la Palabra de nuestro Señor
al luchar con las Escrituras. Cuanto más diligente y pacientemente examinemos el
texto, tanto mayores serán los dividendos de nuestro crecimiento espiritual. Fue el
célebre obispo Whately quien comentó:

Las contradicciones aparentes en las Escrituras son demasiado numerosas para


no ser producto de diseño; sin duda fueron diseñadas no como meras
dificultades para probar nuestra fe y paciencia, sino para brindar el modo de
introducción más apto que se podría haber ideado, explicando, modificando,
limitando o extendiendo mutuamente el significado el uno del otro. (On
Difjiculties in the Writings of St. Paul [Sobre dificultades en los escritos de San
Pablo], Ensayo VII, sec. 4).

Continúa diciendo:

Es evidente que las instrucciones así comunicadas son más llamativas y tienen
mayor probabilidad de captar la atención; en consecuencia, el mismo hecho de
que requieran reflexión cuidadosa favorece una impresión duradera.

Otros podrán debatir acerca del diseño intencionado de las dificultades (ya que con
frecuencia el problema es producto de nuestra distancia del idioma de la época), pero
no pueden discutir el efecto terapéutico que producen debido a nuestro mayor empeño
por entender y obedecer la Palabra de Dios.
Los desacuerdos dentro de las Escrituras también proveen fuerte evidencia
incidental de que no hubo colusión entre los escritores sacros. Más bien, las
variaciones contribuyen mucho a la credibilidad tanto de los escritores como de sus
textos.
Estos pasajes difíciles también pueden considerarse una prueba de nuestro
compromiso con Cristo. Los pasajes difíciles pueden ser pretextos convenientes para
excusarse y dejar de seguir al Salvador. Nuestro Señor habló en parábolas justamente
por esta razón: para que algunos que pensaban que veían, percibían y oían en realidad
no vieran, ni percibieran, ni oyeran (Mar. 4:12). De hecho, la aparente dureza y
oscuridad de algunos de los dichos del Señor lo libraron de seguidores que no estaban
dispuestos a ser enseñados o que eran tibios en su búsqueda (Juan 6:66). No estaban
dispuestos a mirar más allá de la superficie de los temas.
El asunto queda donde lo dejó Butler en su célebre Analogy (Analogía): estos
pasajes difíciles brindan “oportunidad para que una mente injusta elimine con
explicaciones y se oculte a sí misma con engaño aquella evidencia que podría ver”
(Analogy, Parte II, cap. vi). Estos pasajes difíciles ofrecen una oportunidad a los que
buscan ocasión para poner reparos ante las dificultades.
Por supuesto que dudar no tiene nada malo ni es poco espiritual, siempre que se siga
buscando la solución. Pero algunos, como lo expresó John W. Haley con tanta justeza,

alimentan un espíritu quisquilloso, están empeñados en no comprender la


verdad e, impulsando objeciones capciosas y frívolas, hallan en el tomo
inspirado dificultades y desacuerdos que parecen haber sido diseñados como
piedras de tropiezo para aquellos que “tropiezan, siendo desobedientes a la
palabra, pues para eso mismo fueron destinados” (1 Ped. 2:8). Dios envía sobre
los partidarios obstinados del error “una fuerza de engaño para que crean la
mentira” (2 Tes. 2:11), para que construyan su propia condenación y ruina (An
Examination of the Alleged Discrepancies of the Bible [Un examen de las
supuestas discrepancias de la Biblia], Andover, Mass., 1874, p. 40).

Esta es una medicina fuerte para nuestras maneras actuales más corteses y suaves de
discrepar con los objetores; sin embargo, los asuntos planteados por la cita de Haley
son muy pertinentes a la discusión de los pasajes difíciles.
Antes de meternos en los pasajes difíciles, tal vez sería útil repasar algunos de los
estudios básicos acerca de la naturaleza, el origen y las razones de las discrepancias
bíblicas.
Cualquier lector observador de la Biblia que compara declaraciones del Antiguo
Testamento con las del Nuevo Testamento, declaraciones de diferentes escritores
dentro de cualquiera de los dos Testamentos o aun, a veces, diferentes pasajes dentro
del mismo libro observará que hay discrepancias aparentes. A primera vista, estas
declaraciones parecen contradecirse.
La iglesia cristiana ha sostenido a lo largo de los siglos que existe una unidad
esencial en las Sagradas Escrituras, y que forman una biblioteca divina congruente y
unificada en cuanto a enfoque y enseñanza. Sin embargo, a medida que han
aumentado el alcance de la lectura laica y la profundidad de la erudición, un número
cada vez mayor de supuestas discrepancias y pasajes difíciles exige atención.
¿Por qué hay tantas discrepancias y dificultades? Las podemos rastrear a un gran
número de orígenes: errores de copistas en los manuscritos que han llegado hasta
nosotros; la práctica de usar varios nombres para la misma persona o lugar; la práctica
de usar diferentes métodos para calcular años oficiales, duraciones de reinados y
eventos; el alcance y el propósito especiales de los autores individuales, que a veces
los llevaron a disponer su material en forma temática en lugar de cronológica; y
diferencias en la posición desde la cual los diversos escritores describieron y
emplearon eventos u objetos.
Todos estos factores, y otros más, han ejercido una profunda influencia en el
material. Por supuesto que para los que participaron en los eventos y las épocas estos
factores constituían una barrera menor que para nosotros. Nuestra distancia de la
época y la cultura exacerba la dificultad. Podemos mencionar algunos temas
específicos a modo de ilustración del campo más amplio de dificultades. Por ejemplo,
el texto hebreo actual de 1 Samuel 13:1 es una ilustración clásica de un error de un
copista primitivo que sigue sin resolverse hasta el día de hoy. El texto hebreo dice
literalmente que “Saúl tenía un año [‘hijo de un año’ en hebreo] cuando comenzó a
reinar y reinó sobre Israel dos años”. Es evidente que el escritor sigue la costumbre de
registrar la edad del monarca al asumir el trono, junto con el número total de años que
reinó. Pero también está claro que los números se han perdido y que esta omisión es
más antigua que la traducción Septuaginta al griego, realizada en el tercer siglo a. de
J.C. Hasta ahora los Rollos del Mar Muerto y los demás manuscritos no nos han
dejado ninguna pista en cuanto a lo que debería decir el texto.
La selectividad de los escritores según sus propósitos al escribir puede ilustrarse con
la genealogía que figura en Éxodo 6:13-27. En lugar de nombrar a los doce hijos de
Jacob, el escritor se limita a Rubén (v. 14), Simeón (v. 15) y Leví (vv. 16-25). Aquí se
detiene, aunque solo ha nombrado a los primeros tres hijos de Jacob, porque los hijos
de Leví, en especial sus descendientes Moisés y Aarón, son su punto de interés. En
consecuencia, no continúa.
Al tratar algunas de estas cuestiones, he optado por no concentrarme en puntos de
tensión que surgen de elementos de hecho como tiempo, historia, cultura y ciencia.
Más bien, he buscado puntos de tensión de doctrina y ética entre los libros o los
autores de la Biblia. He incluido algunas ilustraciones de dificultades relacionadas con
datos, pero mi énfasis principal está puesto en asuntos teológicos y éticos.

Pasajes difíciles de Jesús


Muchos de los que oyeron a Jesús durante su ministerio público consideraban que sus
dichos eran “duros” o “difíciles” y así lo expresaron. A muchos de los que leen sus
dichos hoy, o los oyen en la iglesia, también les resultan difíciles, pero no siempre
consideran que sea apropiado decirlo.
Los dichos de nuestro Señor eran congruentes con sus acciones y su estilo de vida
en general. Cuantos menos preconceptos traemos a la lectura de los Evangelios, tanto
más claramente lo veremos tal cual era. Es demasiado fácil creer en un Jesús que es
principalmente producto de nuestra propia imaginación: una persona inofensiva a
quien nadie realmente se molestaría en crucificar. Pero el Jesús que encontramos en
los Evangelios, lejos de ser una persona inofensiva, ofendía a diestra y siniestra. A
veces resultaba completamente desconcertante para sus propios seguidores leales.
Desbarató todas las ideas establecidas sobre las convenciones religiosas. Hablaba de
Dios en términos de una intimidad que sonaba a blasfemia. Parecía disfrutar de la
compañía más cuestionable. Se propuso andar con los ojos abiertos por un camino
que, para la gente “sensata”, solo podía conducir al desastre.
Pero en los que no desconcertaba creó lealtad y amor apasionados que la muerte no
pudo destruir. Sabían que en Él habían encontrado el camino de la aceptación, paz
para la conciencia, vida que era vida de verdad. Más aún: en Él llegaron a conocer a
Dios mismo de manera diferente; aquí estaba la vida de Dios desarrollándose en una
vida humana real y comunicándose con ellos a través de Él. Hay muchas personas que
conocen a Jesús hoy, no en Galilea ni en Judea, sino en el registro de los Evangelios y
que toman conciencia de manera similar de su potente atractivo, entrando en la misma
experiencia que los que tuvieron una respuesta positiva a Él cuando estuvo en la tierra.
Un motivo de la queja de lo difícil de los dichos de Jesús es que obligaba a sus
oidores a pensar. Para algunas personas pensar es un ejercicio difícil e incómodo,
especialmente cuando incluye la reconsideración crítica de prejuicios y convicciones
firmes o el desafío del consenso de opinión actual. En consecuencia, cualquier
declaración que les invita a realizar este tipo de pensamiento es un dicho difícil.
Muchos dichos de Jesús eran difíciles en este sentido. Sugerían que sería bueno volver
a considerar cosas que cualquier persona razonable aceptaba. En un mundo donde la
carrera era del veloz y la batalla del fuerte, donde los premios de la vida eran para los
que empujaban y los buscavidas, era absurdo felicitar a las personas modestas y
decirles que heredarían la tierra o, mejor aún, que poseerían el reino de los cielos. Tal
vez las Bienaventuranzas hayan sido y sigan siendo los dichos más difíciles de Jesús.
Para el mundo occidental actual, la dificultad de muchos de los dichos de Jesús es
todavía mayor porque vivimos en una cultura diferente a aquella en la cual se
expresaron y hablamos un idioma diferente al suyo. Jesús parece haber hablado
principalmente en arameo, pero con pocas excepciones no se han preservado sus
palabras en arameo. Sus palabras han llegado a nosotros traducidas y esa traducción
—al griego de los Evangelios— tiene que traducirse a nuestro propio idioma. Una vez
resueltos los problemas lingüísticos en la mayor medida posible y que sus palabras nos
confrontan en lo que se llama una versión “dinámicamente equivalente” —es decir,
una versión que apunta a producir el mismo efecto en nosotros que produjeron las
palabras originales en sus primeros oyentes—, la remoción de un tipo de dificultad
puede producir el surgimiento de otro.
Para nosotros hay dos tipos de pasajes difíciles: algunos que son difíciles de
entender y algunos con son demasiado fáciles de entender. Cuando los dichos de Jesús
que son difíciles de entender en aquel sentido se explican en términos dinámicamente
equivalentes, es probable que se vuelvan difíciles en este sentido. Mark Twain fue
vocero de muchos al decir que lo que le molestaba de la Biblia no eran las cosas que
no entendía sino las que sí entendía. Esto es especialmente cierto en relación a los
dichos de Jesús. Cuanto mejor los entendemos, tanto más difíciles son de aceptar. (A
lo mejor, en modo similar, esto sea por qué algunas personas religiosas muestran tanta
hostilidad hacia las versiones modernas de la Biblia: estas versiones ponen en claro el
significado, y el significado liso y llano es inaceptable).
Si en las siguientes páginas yo (F. F. Bruce) explico los dichos difíciles de Jesús de
modo que sean más aceptables y menos desafiantes, es probable que la explicación
esté equivocada. Jesús no se la pasó repitiendo dichos piadosos; de haberlo hecho, no
habría tenido tantos enemigos. Se nos dice que “la gran multitud le escuchaba con
gusto” —con más gusto, por lo menos, que los miembros de la comunidad religiosa—,
pero aún entre la gente común muchos se desilusionaron cuando no resultó ser el tipo
de líder que esperaban.
La óptica de la interrelación de los Evangelios sinópticos usada en esta obra no
afecta de gran manera la exposición de los dichos difíciles, pero cabe explicar esa
óptica brevemente. El Evangelio de Marcos fue una de las fuentes principales de
Mateo y Lucas; Mateo y Lucas compartieron otra fuente en común, un arreglo de los
dichos de Jesús dispuestos en un breve cuadro narrativo (no muy diferente a la
disposición de los libros proféticos del Antiguo Testamento); y cada uno de los
Evangelios sinópticos también tuvieron acceso a fuentes de información que los otros
no usaron. (El material común a Mateo y Lucas, pero que no se encuentra en Marcos,
se conoce convencionalmente como Q. La enseñanza exclusiva de Mateo se llama M y
la exclusiva de Lucas se llama L). A veces es útil ver cómo un evangelista entendía a
su predecesor en su forma de reelaborar o ampliar la redacción.
Algunos de los pasajes figuran en diferentes contextos en diferentes Evangelios. En
relación a esto, con frecuencia se dice que no hay que pensar que Jesús era incapaz de
repetirse. Esto se reconoce abiertamente: es muy posible que haya usado una
expresión medular en diferentes ocasiones. No hay por qué pensar que haya dicho “el
que tiene oídos para oír, oiga” o “muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”
una sola vez. Pero hay ocasiones en las cuales un dicho, cuyo estudio comparativo
muestra haber sido expresado en un conjunto particular de circunstancias, es asignado
a diferentes contextos por distintos evangelistas o diferentes fuentes. Hay principios de
disposición distintos al meramente cronológico: un escritor puede agrupar varios
dichos juntos porque tratan el mismo tema o tienen la misma forma literaria; otro los
puede agrupar de acuerdo a una palabra clave en común (como los dichos acerca del
fuego y de la sal en Mar. 9:43-50).
Donde exista un motivo por pensar que un evangelista ha colocado un dicho en un
marco temático en lugar de cronológico, puede ser interesante tratar de decidir el
marco cronológico probable en el ministerio de Jesús. Por ejemplo, se ha sugerido que
el dicho “tú eres Pedro”, que Mateo (solo entre los evangelistas sinópticos) incluye en
el informe de la conversación de Jesús y los discípulos en Cesárea de Filipo (ver el
comentario sobre Mat. 16:18, 19), podría haber pertenecido a otra ocasión
cronológicamente, por ejemplo, la aparición de Jesús a Pedro en la resurrección. La
interpretación de que algunos de los dichos son palabras que Jesús dijo no durante su
ministerio público sino más tarde, en boca de un profeta de la iglesia primitiva, es aún
más especulativa. En esta obra se consideró que sería mejor no participar de tales
especulaciones sino tratar los dichos principalmente en los contextos provistos por los
evangelistas.
Repito que este no parece ser el lugar indicado para una investigación de la
autenticidad de los dichos de Jesús. Para ayudar a los estudiantes a contestar esta
pregunta, algunos estudiosos han formulado “criterios de autenticidad” que se aplican
a los dichos registrados en los Evangelios. Un estudioso, que tenía estos criterios en
alta estima, me dijo hace algunos años que había llegado a la conclusión de que entre
todos los dichos atribuidos a Jesús en los Evangelios, solo seis, o cuanto mucho ocho,
podían aceptarse como verdaderamente suyos. El lector de esta obra se dará cuenta de
que fue escrita desde un punto de vista mucho menos escéptico. Sin embargo, quisiera
aclarar que el hecho de que un dicho sea difícil no es fundamento para sospechar que
Jesús no lo haya dicho. Por el contrario, cuanto más difícil, tanto más probable es que
sea genuino.
El segundo volumen de la Encyclopaedia Bíblica [Enciclopedia bíblica], publicada
en 1901, contenía un artículo largo e importante sobre los “Evangelios” por un
estudioso suizo, P. W. Schmiedel. En el mismo nombró varios dichos de Jesús y otros
pasajes que, a su parecer, contradecían de tal manera el concepto de Jesús que
rápidamente se había vuelto convencional en la iglesia que no se podía pensar que
alguien los hubiera inventado. En consecuencia, consideraba que su autenticidad
estaba más allá del cuestionamiento y proponía tratarlos como “los pilares
fundamentales de una vida verdaderamente científica de Jesús”. Se presentarán varios
de ellos para su inspección en las siguientes páginas puesto que, ya sea en el sentido
de Schmiedel u otro, indudablemente son pasajes difíciles.
Por supuesto que mi interpretación de los dichos citados se apoya en muchos otros
intérpretes. Las siguientes páginas ofrecen cierto reconocimiento de esta deuda. Sin
embargo, hay un intérprete con el cual tengo una deuda especial: el difunto profesor T.
W. Manson, especialmente en relación a dos de sus obras: The Teachings of Jesús
[Las enseñanzas de Jesús] y The Sayings of Jesús [Los dichos de Jesús], Me tomo el
atrevimiento de tomar prestadas algunas palabras de la segunda de estas obras, que
proporcionan una conclusión apta para mis comentarios preliminares:

La discusión se simplifica si reconocemos la verdad de entrada: la enseñanza de


Jesús es difícil e inaceptable porque va en contra de aquellos elementos de la
naturaleza humana que el siglo XX tiene en común con el primero: cosas como
la pereza, la avaricia, el amor al placer, el instinto de devolver golpes y otros
similares. La enseñanza como un todo muestra que Jesús tenía plena conciencia
de esto y reconocía que este y ningún otro era el obstáculo a ser vencido.

Pasajes difíciles de Pablo


El lema de la contribución mía (Manfred Brauch) a este libro se encuentra en 2 Pedro
3:15, 16. Aquí se nos dice que los escritos del apóstol Pablo, que en todas partes
hablan de la obra de gracia y paciencia del Señor que lleva a nuestra salvación,
contienen “algunas cosas difíciles de entender, que los indoctos e inconstantes tuercen,
como lo hacen también con las otras Escrituras, para su propia destrucción”. Varias
ideas básicas surgen de este texto que proveen un importante punto de partida para mis
explicaciones.
Primera, es evidente que los escritos de Pablo, que datan aproximadamente del
período 50-65 d. de J.C., ya habían comenzado a difundirse en forma bastante amplia.
2 Pedro 3:16 se refiere a “todas sus epístolas”. Ya que Pablo escribió a iglesias y
personas de todo el imperio grecorromano —desde Roma en occidente hasta Galacia
en oriente—, deben haber pasado varios años hasta que las epístolas de Pablo llegaran
a conocerse, distribuirse y leerse en todas las iglesias. Tal vez habían pasado varias
décadas desde que Pablo las había escrito.
Segunda, las epístolas de Pablo ya habían adquirido buena medida de autoridad.
Aunque es dudoso que a esta altura los escritos de Pablo se hayan considerado a la par
de las Escrituras Sagradas (es decir, de nuestro Antiguo Testamento, que era la Biblia
del cristianismo primitivo), la referencia a “las otras Escrituras” ciertamente indica
que los escritos del apóstol de Cristo a los gentiles se consideraban una extensión de la
Palabra autorizada, tanto del Señor que sale a nuestro encuentro en el Antiguo
Testamento como de Cristo, el Señor de la iglesia.
Tercera, la referencia de Pedro a “cosas difíciles de entender” en las epístolas de
Pablo muestra que, ya en algún momento de la segunda mitad del primer siglo, a los
cristianos de las iglesias les costaba aceptar o entender o aplicar correctamente
algunos de los dichos de Pablo. Si esto ocurría durante las primeras décadas después
de la redacción de las epístolas de Pablo, cuánto más es nuestro caso, que estamos
separados de la época de Pablo no solo por el pasaje de unos dos mil años, sino
también por aspectos de la experiencia humana tan importantes como lo son la
historia, la cultura y el idioma. Si era posible malinterpretar o hasta torcer el
significado de algunos de los dichos de Pablo entonces, es muy probable que esto sea
una posibilidad aún mayor para nosotros.
Un importante estudioso continental del siglo pasado, Adolf von Harnack, una vez
dijo que el único que realmente entendió a Pablo fue el hereje Marción en el segundo
siglo, pero hasta él malinterpretó a Pablo. Harnack quería decir que Marción captó
claramente la naturaleza radical del evangelio de Pablo —específicamente, que la
salvación es por la gracia de Dios, no por la obediencia a la ley— pero que el rechazo
del Antiguo Testamento por parte de Marción basado en el evangelio de Pablo
representaba una mala interpretación de Pablo.
Es así que desde los albores del uso de las epístolas de Pablo por los cristianos, la
posibilidad de entenderlas o de malinterpretarlas, de usarlas bien o de usarlas mal ha
sido una realidad permanente. Para nosotros, los cristianos actuales, este hecho debería
dar lugar tanto a la humildad como a la esperanza. Es posible que haya momentos en
los cuales, tras un estudio cuidadoso y meticuloso de un texto, deberíamos con toda
humildad reconocer que sencillamente no podemos captar el significado o saber a
ciencia cierta lo que el escritor deseaba que el lector entendiera. Pero también siempre
existe la esperanza de que el estudio cuidadoso —siempre bajo la guía del Espíritu—
nos lleve a escuchar los pasajes difíciles de tal modo que la Palabra de Dios pueda
hacer su obra en nosotros.
La selección de pasajes difíciles de Pablo surge de mi experiencia como cristiano,
estudiante y maestro. En el estudio personal, al trabajar con estudiantes universitarios
y seminaristas, y en innumerables conversaciones con cristianos en las iglesias y no
cristianos en la academia, estos pasajes han surgido una y otra vez como “textos
problemáticos”. Algunos confunden completamente a los lectores o crean una tensión
no resuelta entre el significado de un texto y otro. Otros parecen ser oscuros o carentes
de claridad. Aun otros llevan a diversas malas interpretaciones. Unos pocos parecen
estar tan fuera de armonía con el significado y la intención general del evangelio que
producen oposición o rechazo directo, aun en algunos que tienen un profundo
compromiso con la autoridad de la Biblia para la fe y la vida cristianas.
Espero poder realizar una contribución positiva al esfuerzo permanente por brindar
un entendimiento más claro de algunos de los dichos difíciles de la literatura epistolar.

Entender e interpretar las epístolas de Pablo


Si han de ser fieles a la intención del autor, la lectura y el estudio de cualquier escrito
deben tomar en serio al menos tres cosas: (1) la naturaleza del escrito en sí, (2) el
propósito con el cual fue escrito y (3) la situación o el contexto en el cual se escribió.
Es probable que la inobservancia de estos asuntos lleve a un mal entendimiento o una
mala interpretación.
En esta sección, yo (Manfred Brauch) trataré cuestiones de naturaleza, propósito y
situación, prestando especial atención a los principios de interpretación bíblica que
ayudarán al estudio de las epístolas de Pablo.
Pero antes de comenzar, también debo reconocer que cada intérprete de las
Escrituras, yo entre ellos, llega al texto con ciertas suposiciones acerca del material a
estudiarse. Quiero que antes de comenzar sepan cuáles son mis suposiciones.
Al tratar los pasajes difíciles de Pablo, escribo conscientemente desde la tradición
teológica evangélica, de la fe personal y del compromiso. Escribo desde una
perspectiva que aprecia el compromiso profundo y central de esta tradición con la
Biblia como criterio final para entender y aplicar la autorrevelación de Dios, que
encuentra su expresión máxima en la Encarnación. La afirmación fundamental de la fe
evangélica en cuanto a la Biblia es que tenemos en esta palabra de la autorrevelación
misericordiosa de Dios un registro auténtico y confiable de la verdad y los propósitos
de Dios que, ante una respuesta de fe, lleva a relaciones restauradas con Dios y con
otros seres humanos. Las Escrituras —incluidos estos pasajes difíciles— son nuestra
guía auténtica e infalible para la fe y la vida.
Habiendo expresado esta suposición, que en esencia es una afirmación de la fe,
debo admitir inmediatamente que tal compromiso no determina de por sí la
interpretación de ningún texto de las Escrituras. Lo que hace es marcar un tono y
proporcionar límites. Significa que si usted comparte esa suposición conmigo, nos
acercamos a los textos reconociendo que son más que el resultado del pensamiento
humano y de la reflexión teológica: surgen del ministerio y la enseñanza de los
apóstoles comisionados por Cristo, que fueron guiados e inspirados por el Espíritu de
Cristo en su ministerio de escribir.
Esta suposición acerca de la Biblia también significa que no podemos sencillamente
dejar de lado, ignorar o rechazar textos que sean difíciles de reconciliar con otros
aspectos de las Escrituras o cuyo significado o instrucción nos cuesten aceptar.
Nuestro punto de partida nos obliga a tomar tales dichos con la mayor seriedad e
intentar entender qué significan, por qué fueron escritos y qué implican para nuestra fe
y nuestra vida.
Tal obligación nos lleva directamente al ámbito de la hermenéutica o interpretación
bíblica, donde personas con el mismo compromiso con las suposiciones acerca de la
inspiración y la autoridad de la Biblia que acabamos de mencionar con frecuencia
llegan a diferentes conclusiones. El alcance de tales diferencias se puede reducir
grandemente cuando nos acercamos a la tarea hermenéutica con el mismo compromiso
de tomar en serio las tres cosas mencionadas anteriormente: la naturaleza de los
escritos, las situaciones en las cuales fueron escritos y los propósitos para los cuales
fueron escritos. Ahora trataremos estos asuntos.
La naturaleza y el propósito de las Escrituras. Cuando nos interesan la naturaleza y
el propósito del texto bíblico, inmediatamente nos enfrentamos con el tema de su
autoridad, con su carácter como Palabra de Dios. ¿Cómo debemos entender esta
autoridad a la luz del hecho de que el registro bíblico consiste en los escritos de una
gran variedad de personas de diferentes períodos históricos en respuesta a una
multitud de eventos, situaciones y experiencias?
Para contestar esta pregunta, debemos ser fieles a la intención de las Escrituras y
aceptar con toda seriedad el hecho de que la forma final y concluyente de la
autorrevelación de Dios es la Encarnación.
En 2 Timoteo 3:15-17, Pablo habla claramente de la naturaleza de las Escrituras y
su propósito: “...y que desde tu niñez has conocido las Sagradas Escrituras, las cuales
te pueden hacer sabio para la salvación por medio de la fe que es en Cristo Jesús. Toda
la Escritura es inspirada por Dios y es útil para la enseñanza, para la reprensión, para
la corrección, para la instrucción en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente capacitado para toda buena obra”.
Es la inspiración divina lo que otorga autoridad a la Biblia. Esa inspiración,
claramente enunciada en 2 Timoteo, está implícitamente afirmada a lo largo tanto del
Nuevo Testamento como del Antiguo Testamento por medio de fórmulas tales como
“Dios dijo” o “el Espíritu Santo habló” (2 Cor. 6:16; Hech. 1:16). Dios y las Escrituras
estaban tan íntimamente unidos que se podían equiparar lo que “la Escritura dice...” y
“lo que Dios” dice (Rom. 9:17; Gál. 3:8). El uso realizado por Jesús del Antiguo
Testamento y su actitud hacia el mismo es una fuerte confirmación de este sentido del
origen y el contenido divinos de las Escrituras (ver, p. ej., Mat. 5:17, 18; Juan 10:35).
También queda en claro en el Nuevo Testamento que las palabras de Jesús y el
testimonio de los apóstoles de Jesús comparten la misma inspiración y autoridad del
Antiguo Testamento (ver, p. ej., Juan 10:25; 12:49; 1 Cor. 2:13; 1 Tes. 2:13; Heb. 3:7).
Es evidente, entonces, que la Biblia dice ser inspirada. Pero, ¿cuál es su intención?
¿Cuál es el propósito de Dios para ella? Según Pablo, para hacernos sabios para la
salvación, y para enseñar, reprender, corregir y capacitar en justicia (2 Tim. 3:15, 16).
Los escritos bíblicos se escribieron “para nuestra enseñanza, a fin de que por la
perseverancia y la exhortación de las Escrituras tengamos esperanza” (Rom. 15:4).
Este propósito redentor de las Escrituras inspiradas también es a lo que apunta Juan
20:31: “Pero estas cosas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el
Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”.
El relato en Hechos 8 del encuentro de Felipe y el etíope también es útil en este
sentido. El entendimiento y la interpretación del pasaje de Isaías tienen un propósito:
“Entonces Felipe abrió su boca, y comenzando desde esta Escritura, le anunció el
evangelio de Jesús” (v. 35). Ese es el “para qué”, el propósito. Jesús no recomendó la
Biblia como un libro de datos divinamente otorgados acerca de las cosas en general
(ciencia, historia, antropología, cosmología). Más bien, señaló a las palabras del
Antiguo Testamento y dijo: “ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39). Si
nuestro estudio de las Escrituras está aislado de estos propósitos explícitos, nuestros
intentos por entender los dichos difíciles podrían resultar inútiles.
El hecho de que los escritores de nuestros documentos bíblicos hayan sido
inspirados no significa que se hayan eliminado sus limitaciones en cuanto a
conocimiento, memoria o lenguaje como seres humanos específicos de ciertos
períodos de la historia. La presencia de esta realidad humana en las Escrituras ha sido
reconocida a lo largo de la historia de la iglesia. Desde Orígenes hasta Agustín, los
Reformadores y más allá, se ha afirmado la realidad de la adaptación de Dios en las
Escrituras a la debilidad y la limitación humanas. Se ha usado la condescendencia de
una enfermera o de un maestro con la limitación de los niños como analogía. Dios
bajó hacia nosotros y habló el lenguaje de los destinatarios para que pudiéramos oírlo
y entenderlo.
Debemos reconocer que son precisamente algunas de estas adaptaciones a las
limitaciones humanas que hacen que algunas palabras de Pablo y de otros escritores
bíblicos sean difíciles de entender para nosotros, aunque sigamos reconociendo la
plena autoridad de sus palabras. Así como Jesús fue completamente humano y, sin
embargo, completamente divino —sujeto a limitaciones humanas pero sin pecado—,
así las Escrituras son plenamente la Palabra de autoridad de Dios para nosotros al
mismo tiempo que manifiestan muchas de las limitaciones de su naturaleza humana.
Aunque el misterio paradójico de esta yuxtaposición de lo humano y lo divino —en
la Encarnación del Verbo vivo y en la Palabra escrita— se resiste a una explicación
final, el Evangelio de Lucas nos brinda una clave para su entendimiento. Lucas
presenta a Jesús como “concebido por el Espíritu” y dotado del Espíritu en su
bautismo, el que estaba “lleno del Espíritu” y “guiado por el Espíritu” al desierto, el
que inaugura su ministerio “en el poder del Espíritu” (Luc. 1—4). Para Lucas, la
presencia y el poder del Espíritu median la realidad divina de Jesús en las limitaciones
humanas y por medio de ellas. Es el Espíritu quien da eficacia a las palabras y las
acciones humanas del Jesús encarnado. Dios habla y actúa en sus palabras y acciones.
Este entendimiento de la Encarnación, aplicado a las Escrituras, subraya su plena
humanidad (con todo lo que esto implica en cuanto a la presencia de limitaciones) y su
plena divinidad (con todo lo que esto implica acerca de su autoridad). El Espíritu hace
posible oír y creer la autoridad divina en y por medio de lo plenamente humano.
Con frecuencia una clave importante para entender los pasajes difíciles de Pablo es
reconocer tanto (1) el propósito para el cual los escritores fueron inspirados y (2) la
forma y el contexto humanos limitantes dentro de los cuales se llevó a cabo su
inspiración.
El contexto de los textos bíblicos. Más allá de este entendimiento general de la
naturaleza y el propósito de la Biblia, las situaciones específicas de los documentos
bíblicos particulares tienen un impacto importante en nuestra interpretación y
comprensión. Aunque es necesario tener este hecho en mente para cada libro bíblico,
la “naturaleza situacional” de las Epístolas es especialmente digna de atención.
Las Epístolas son documentos ocasionales; es decir, fueron escritas para ocasiones
específicas en la vida de congregaciones o individuos cristianos. Responden a
preguntas comunicadas al escritor (1 y 2 Tes.), tratan problemas en la iglesia (1 Cor.),
llevan a cabo un debate con una falsa interpretación del evangelio (Gál.), alimentan la
esperanza en tiempos de persecución (1 Ped.) e intentan brindar guía para un pastor en
una situación en la cual falsas enseñanzas y una mitología especulativa amenazan la
integridad del evangelio y la estabilidad de la comunidad cristiana (1 y 2 Tim.).
Además de estas necesidades individuales que provocaron la redacción de las
Epístolas, los contextos históricos y culturales de los destinatarios también deben
reconocerse como factores que afectan nuestra interpretación. Es así que cuando Pablo
trata el lugar de las mujeres en la adoración de la iglesia de Corinto y pide ciertas
restricciones, es importante preguntar por qué da esas instrucciones y reconocer que el
entorno cultural y religioso de Corinto pudo haber requerido estas restricciones en esa
situación particular, mientras que no había necesidad de tales restricciones en otras
situaciones. O, cuando leemos en 1 Timoteo 2:11, 12 que la mujer “aprenda en
silencio” y que no se les permite “enseñar ni ejercer dominio sobre el hombre”, es
esencial reconocer que uno de los problemas principales en el contexto pastoral de
Timoteo era la presencia de enseñanzas heréticas y especulaciones místicas,
probablemente perpetuadas por mujeres líderes en esa congregación en particular. Es
evidente que en otros ámbitos de la iglesia primitiva las mujeres ejercían el liderazgo,
además de funciones de enseñanza y predicación.
Es probable que la consideración del contexto introduzca la cuestión más difícil de
toda la tarea de la interpretación: ¿Cómo se puede discernir entre lo que está cultural o
históricamente condicionado y lo que es transcultural o transhistórico? ¿Cuándo es una
instrucción apostólica una palabra de autoridad inspirada para un contexto particular
en el ámbito de la iglesia primitiva y aplicable solo a esa situación y cuándo es una
instrucción de autoridad inspirada una norma absoluta para cualquier y toda situación
y contexto desde la iglesia primitiva hasta la actualidad?
En realidad todos los cristianos están involucrados de una manera u otra en el
esfuerzo por discernir las cosas cultural e históricamente relativas y las cosas que son
trascendentales. Está en juego si tal discernimiento es resultado de lo que nos gusta y
lo que no nos gusta, de nuestro propio condicionamiento y prejuicios culturales o si es
la aplicación de un claro principio que surge de un entendimiento correcto de la
naturaleza y el propósito de las Escrituras.
Tomemos, por ejemplo, la cuestión de cubrirse la cabeza. La mayoría de los
cristianos han llegado a la conclusión de que la indicación de cubrirse la cabeza para
las mujeres durante el culto en la iglesia de Corinto (1 Cor. 11) es culturalmente
relativa y que su autoridad inspirada se limita a esa situación histórica. Muchos de
estos mismos cristianos han llegado a la conclusión, al mismo tiempo, de que la
instrucción de Pablo para que las mujeres guarden silencio en el culto (1 Cor. 14) no
es culturalmente relativa y que es una palabra de autoridad para todas las mujeres
cristianas en todos los contextos de adoración tanto entonces como ahora.
¿En qué se basa esta distinción? Se puede evitar en alguna medida la arbitrariedad
en esta área crítica y necesaria de la interpretación bíblica si reconocemos que hay
diferentes tipos de textos, y que estas diferencias nos proveen pistas para discernir lo
que es relativo a la situación y lo que tiene autoridad para todos los tiempos.
En un artículo en Essays on New Testament Christianity [Ensayos sobre el
cristianismo del Nuevo Testamento], S. Scott Bartchy reúne textos que tratan directa o
indirectamente del lugar y el papel de las mujeres en el ministerio de Jesús y en la
iglesia primitiva en tres grandes categorías: (1) textos normativos (o instructivos), (2)
textos descriptivos y (3) textos problemáticos (o correctivos). Estas categorías son
muy útiles para los fines de nuestra discusión.
Los textos instructivos son aquellos que declaran cómo deberían ser las cosas entre
los seguidores de Cristo. Declaran la visión o la intención del evangelio sin referencia
a situaciones problemáticas particulares. Como tales, trascienden los contextos en los
cuales fueron enunciados y son normativos para la existencia cristiana tanto individual
como corporativa. La cita de Joel 2:28-32 en el discurso de Pedro en Pentecostés
(Hech. 2:17-21), que declara que el Espíritu de Dios fue dado tanto a hombres como a
mujeres para proclamar las buenas nuevas, es un texto de ese tipo.
Los textos descriptivos describen prácticas o acciones en las iglesias primitivas sin
comentario. El sentido comunicado en tales textos es que lo descrito es perfectamente
aceptable o normal. El escritor no cuestiona la práctica sino que parece dar por sentado
que es apropiada. Es así que Lucas, en Hechos 18:24-26, relata que tanto Priscila
como Aquila instruyeron al erudito Apolos en la fe cristiana, y en Hechos 21:9
menciona que el evangelista Felipe tenía cuatro hijas que participaban en el ministerio
profético de la iglesia. La participación de las mujeres en el ministerio no parece haber
sido algo fuera de lo común.
Los textos correctivos son los que claramente tratan situaciones especiales o
problemas o malentendidos en las comunidades cristianas a las cuales están dirigidos.
En este caso es de especial importancia entender en la mayor medida posible la
situación que requirió la palabra de autoridad correctiva apostólica. El problema de la
enseñanza herética, tratado en 1 Timoteo, es una situación como esta. La instrucción
de Pablo acerca del silencio de las mujeres debe verse en este contexto. Debemos
cuidarnos de la tentación de hacer universales instrucciones cuyo enfoque principal o
exclusivo era la situación tratada.
Una dimensión importante de esta clasificación tripartita para interpretar y entender
un buen número de nuestros pasajes difíciles es la cuestión de su interrelación. Si la
admonición de un texto correctivo refleja la visión del evangelio articulada en textos
instructivos y está confirmada además por textos descriptivos, entonces la enseñanza
particular sin duda tendría autoridad para toda la iglesia de todos los tiempos. Por otra
parte, si una palabra apostólica dirigida a un entorno particular no parece conformarse
a la forma que deberían tener las cosas (de acuerdo a lo revelado en textos
instructivos) y a la forma que normalmente tienen las cosas (de acuerdo a lo revelado
en textos descriptivos), entonces bien podría ser que la palabra de autoridad inspirada
esté dirigida exclusivamente a un problema específico, limitándose por lo tanto a ese y
otros problemas similares.
Las reflexiones anteriores sobre la naturaleza, el propósito y el contexto de los
textos bíblicos proporcionan los parámetros dentro de los cuales exploraremos los
pasajes difíciles de Pablo. Para los lectores interesados en un estudio adicional y más
completo de las cuestiones de interpretación bíblica, recomiendo el libro La lectura
eficaz de la Biblia (Miami: Editorial Vida, 2007) por Gordon D. Fee y Douglas Stuart.

Otros pasajes difíciles del Nuevo Testamento


Los textos para los cuales yo (Peter Davids) ofreceré explicaciones son “difíciles” por
tres razones diferentes. Algunos son difíciles porque no los entendemos. En muchos
casos pueden clarificarse sencillamente con agregar información de trasfondo. En
otros casos (como parte del material en Apocalipsis), los estudiosos no están seguros
de lo que el autor realmente quiso decir, de modo que solo podemos adivinar en base a
la mejor información. En tales situaciones, las aseveraciones categóricas están fuera de
lugar. De todos modos, estas dos categorías son las más fáciles de los dichos difíciles.
O se pueden descifrar o no se pueden descifrar. Cuando se explican, no queda ningún
problema. Los que quedan sin explicar deberían servir para aumentar nuestra
humildad acerca de la interpretación de las Escrituras. Todavía no sabemos todo lo
que sabían esos escritores. Si aceptamos esta propuesta, podemos dejar de lado estos
problemas.
Otro grupo de pasajes difíciles son difíciles doctrinalmente. Es decir, el pasaje
parece contradecir alguna otra enseñanza de las Escrituras o choca con la doctrina que
los cristianos han seguido por años. El comentario de los discípulos en Juan 6:60 se
realizó acerca de un dicho de este tipo. Ya que como cristianos sostenemos nuestras
creencias acerca de la enseñanza de las Escrituras en forma profunda y sincera,
luchamos contra todo que parece amenazarlas. A veces es posible explicar tales
Escrituras dejando intactas las doctrinas. A veces sencillamente no entendemos al
autor bíblico y cuando entendemos lo que realmente quiso decir podemos ver que no
hay conflicto. Sospecho que la explicación de Santiago 2:24 pertenece a esta
categoría. Pero en otros momentos existe un conflicto real entre lo que el autor quiso
decir y nuestra propia comprensión doctrinal. Esa es la verdadera prueba. ¿Se les
permitirá a las Escrituras corregir nuestra doctrina o es nuestra doctrina el tamiz por el
cual tiene que pasar nuestro entendimiento de las Escrituras? Las Escrituras o nuestro
entendimiento doctrinal son la Palabra de Dios. Cuando están en conflicto
descubrimos cuál hemos aceptado como nuestra autoridad máxima.
En realidad, los pasajes difíciles de la tercera categoría no son difíciles de entender.
Más bien son difíciles porque no nos gusta lo que dicen. Son difíciles de obedecer, y
quisiéramos que tuvieran un significado distinto. Santiago 4:4 y 1 Juan 2:15 pueden
estar en esta categoría para muchas personas. Este libro será de relativamente poca
ayuda con este tipo, salvo para asegurar al lector que el escritor bíblico quiere decir
exactamente lo que se temía. La cuestión es si el lector obedecerá las Escrituras o no.
Cuando se trata de obediencia, un libro no puede ayudar. Cada lector individual debe
decidir. En consecuencia, estos pasajes en cierto sentido son los más difíciles de todos,
porque debemos luchar con ellos al nivel más personal.
¿Cuál es, entonces, la meta de mi escrito? Es la de entender las Escrituras,
especialmente algunos de los pasajes más oscuros. Quiero decir entender lo que el
autor original quiso comunicar al escribir las palabras. En otras palabras, el autor de
cada libro de las Escrituras tenía algo en mente al seleccionar las palabras que usó en
su redacción. Mi suposición es que cuando se entienden estas palabras en su contexto
cultural, representan correctamente lo que quiso comunicar. De hecho, una buena
regla empírica es suponer que lo que habría entendido el lector cristiano promedio en
el contexto del primer siglo en el cual fue escrito ese libro de las Escrituras es una
representación justa de lo que el autor intentaba comunicar. Esto es lo que la iglesia ha
aceptado como la Palabra de Dios.
El problema es que no somos lectores del primer siglo. Ninguno de nosotros habla
el griego koiné (el idioma del Nuevo Testamento) con fluidez. A diferencia de la
mayoría de los autores bajo consideración, pocos de nosotros somos judíos. Ninguno
de nosotros somos judíos del primer siglo del mundo del Mediterráneo oriental. No
hemos leído los mismos libros ni tenido las mismas experiencias culturales que los
autores de las Escrituras. Hablamos un idioma diferente.
Hasta nuestra experiencia de la iglesia es diferente. Conocemos un mundo en que la
mayoría de las iglesias se reúnen en edificios con hileras de bancos y una plataforma
de algún tipo en el frente sobre la cual se paran ministros de alguna descripción para
guiar la adoración. Los autores de las Escrituras conocían una iglesia que se reunía en
grupos de no más de alrededor de 60 personas en hogares particulares, por lo general
de noche. Rodeaban una mesa para compartir una cena que consistía en lo que cada
uno traía, aunque para ellos era la Cena del Señor. No existía nada parecido a la
ordenación en nuestro sentido moderno ni una diferencia entre el clero y la
congregación. El liderazgo era bastante fluido. Los que podían liderar eran líderes.
Además, nosotros conocemos a una iglesia dividida en muchas denominaciones y
tradiciones. En la época temprana había una sola iglesia, aunque tenía mucha variedad,
aun entre las iglesias en las casas de la misma ciudad.
Llevamos nuestras Biblias a los cultos o las sacamos de los bancos. En la iglesia
primitiva, las Escrituras (el Antiguo Testamento si les alcanzaban los fondos y tal vez
a fines del período neotestamentario algunas copias de un Evangelio o una o dos
epístolas de Pablo) se guardaban en un cajón en la casa de alguien y uno de los pocos
miembros que sabía leer las leía en voz alta durante las reuniones. Por último, nosotros
conocemos una iglesia que cuenta con 2.000 años de historia y enfatiza el hecho de
que Dios ha hablado en las Escrituras. Ellos conocían una iglesia cuya única historia
era el Antiguo Testamento y relatos (a veces testimonios oculares) acerca de Jesús. Lo
que les animaba era una experiencia común del Espíritu Santo y, por medio de Él, la
presencia viva de Jesús en su medio. Había un dinamismo (y con frecuencia un riesgo)
que no ha sido captado siquiera por el más vivaz de nuestros grupos.
Con todas estas diferencias, la interpretación de las Escrituras se convierte en la
tarea de volver a meterse en ese mundo antiguo y luego entender de qué manera se
correlaciona con nuestro mundo. Para hacerlo debemos escuchar al Antiguo
Testamento y los dichos de Jesús que sin duda conocían los autores que estamos
tratando. También debemos consultar algunas de las obras escritas por judíos durante
el período entre 400 a. de J.C. y 100 d. de J.C., o sea, la literatura intertestamentaria
(mucha de ella extraña para nuestros oídos), que muestra lo que los judíos del primer
siglo, incluyendo los autores de las Escrituras, pensaban acerca de ciertos temas. De
hecho, uno de nuestros pasajes difíciles, el de Judas, surge precisamente porque Judas
presenta una cita tomada de esta literatura. Por último, debemos tratar de entender la
cultura y la situación histórica, porque eso también forma parte del entendimiento del
autor y algo que comparte con sus lectores. Esto nos permitirá traducir no solo las
palabras sino las ideas de las Escrituras a nuestro idioma.
Sin embargo, la última etapa de la interpretación es pasar del mundo del Nuevo
Testamento a nuestro mundo moderno. Aquí tendremos que ser cuidadosos. Algunas
de las discusiones y de los desacuerdos de los cristianos a lo largo de los siglos no eran
cuestiones en el primer siglo. Los autores del Nuevo Testamento no tienen nada que
decir sobre tales inquietudes. Tal vez se nieguen a contestar nuestras preguntas. En
otros casos tal vez tendremos que descubrir el principio que informa el razonamiento
del autor y aplicarlo a nuestra situación moderna. Pero en la mayoría de los casos, el
verdadero peligro es pasar demasiado rápido a la situación moderna. Si no nos
tomamos el tiempo de entender plenamente lo que quiso decir el autor de las
Escrituras, distorsionaremos su mensaje al pasar al mundo moderno. Pero si lo
entendemos plenamente, podremos ver dónde se aplica, aunque se aplique en un lugar
diferente del que pensábamos inicialmente.
El estudio de las Escrituras es una aventura, porque el Dios que habló sigue
hablando. Una de las maneras en las que nos habla es por medio de las Escrituras
cuando nos tomamos el tiempo y el trabajo de estudiar, entender y meditar en ellas.
Espero que a medida que exploremos estos pasajes cada lector vuelva a descubrir el
poder de las Escrituras a medida que el Espíritu Santo les da vida.

La historia de los pasajes difíciles


Lo que se ha escrito en este tomo sobre las diversas discrepancias en la Biblia está
dentro de una larga tradición de discusiones sobre este tema. Entre los Padres de la
iglesia, Eusebio, Crisóstomo, Agustín y Teodoreto dedicaron tratados enteros, o partes
de ellos, a este tema.
Aparentemente, el tema cayó en desuso desde fines del siglo V hasta principios del
siglo XVI d. de J.C. Prácticamente no existen obras que se puedan citar sobre este
tema durante ese período. Sin embargo, la Reforma dio nuevo ímpetu al estudio de la
Biblia, así como a este tema. En su magistral obra de 1874 titulada An Examination of
the Alleged Discrepancies of the Bible [Examen de las supuestas discrepancias de la
Biblia], John W. Hcaley pudo citar 42 obras de la era de la Reforma y posreforma
sobre este tema (pp. 437-442).
Por ejemplo, una obra en latín de 1527 por Andreas Althamer que pasó por dieciséis
ediciones trataba alrededor de 160 supuestas discrepancias. Joannes Thaddaeus y
Thomas Man publicaron una obra en Londres en 1662 bajo el título The Reconciler of
the Bible Inlarged [sic] [El reconciliador de la Biblia ampliado], en el cual se
reconcilian de manera completa y clara más de 3.000 contradicciones. Esta obra
contaba cada discrepancia dos veces, ya que sus ediciones anteriores solo incluían
1.050 casos. Haley también se quejó de que había incluido “una multitud de
discrepancias insignificantes y omitido muchas de las más importantes”.
La obra de Oliver St. John Cooper, Four Hundred Texis of Holy Scripture with
their corresponding passages explained [Cuatrocientos textos de las Sagradas
Escrituras con explicaciones de los pasajes correspondientes], incluía solo 57
instancias de desacuerdos en esta publicación de 1791 en Londres.
En tiempos relativamente más recientes, Sacred Hermeneutics, Developed and
Applied [Hermenéutica sagrada, desarrollada y aplicada], de Samuel Davidson,
incluyó 115 aparentes contradicciones de las pp. 516-611 del texto de 1843 de
Edimburgo. Durante los últimos cuarenta años, las contribuciones más notables a este
tema han sido las siguientes. En 1950, George W. DeHoff escribió Alleged Bible
Contradictions [Supuestas contradicciones de la Biblia] (Grand Rapids, Mich.: Baker).
Trató el tema tomando pares de textos aparentemente opuestos, que agrupó bajo los
temas de teología sistemática, ética y datos históricos. Esta obra fue seguida en 1951
por la reedición del texto de 1874 de John W. Haley, An Examination of the Alleged
Discrepancies of the Bible [Examen de las supuestas discrepancias de la Biblia]
(Nashville: B. C. Goodpasture). Tal vez esta haya sido la disposición más completa de
explicaciones breves de discrepancias; se clasificaron bajo las divisiones de
discrepancias doctrinales, éticas e históricas. Una detallada sección inicial trata el
origen, el diseño y los resultados de las supuestas dificultadas en la Biblia.
En 1952 Martin Ralph De Haan publicó su 508 Answers to Bible Questions [508
respuestas a preguntas bíblicas] (Grand Rapids, Mich.: Zondervan). Incluía una
mezcla de asuntos doctrinales, objetivos e interpretativos.
J. Garter Swaim contribuyó Answers to Your Questions About the Bible [Respuestas
a sus preguntas sobre la Biblia] en 1965 (Nueva York: Vanguard). La mayor parte de
su texto trataba asuntos objetivos más que interpretativos. Más tarde, en 1972, F. F.
Bruce publicó una obra titulada Answers to Questions [Respuestas a preguntas] (Grand
Rapids, Mich.: Zondervan). Con solo 38 páginas sobre preguntas del Antiguo
Testamento, esta obra estaba dividida en preguntas acerca de pasajes de las Escrituras
y otros asuntos relacionados con la fe. En 1979, Robert H. Mounce contribuyó un libro
con un título similar, Answers to Questions About the Bible [Respuestas a preguntas
sobre la Biblia] (Grand Rapids, Mich.: Baker). Su libro tenía un índice singularmente
completo y trataba un número bastante grande de dificultades para una obra
relativamente breve.
Paul R. Van Gorder agregó un texto en 1980 llamado Since You Asked [Ya que
pregunta] (Grand Rapids, Mich.: Radio Bible Class). Organizó su libro en orden
alfabético por tema e incluyó un índice bíblico y temático que brindaba una
perspectiva general de las áreas cubiertas.
Gleason L. Archer produjo un tomo grande en 1982 llamado Encyclopedia of Bible
Difficulties [Enciclopedia de dificultades bíblicas] (Grand Rapids, Mich.: Zondervan).
Siguió el orden de los libros bíblicos tal como aparecen en el canon. Incluyó una
mezcla de temas, como la autoría de los libros bíblicos, objeciones críticas a algunos
de los libros y supuestas contradicciones e interpretaciones problemáticas.
El primero de los libros de la serie de “Pasajes difíciles” apareció en 1983. F. F.
Bruce escribió The Hard Sayings of Jesus [Los dichos difíciles de Jesús] (Downers
Grove, 111.: InterVarsity Press). Tomó setenta dichos de Jesús considerados
“difíciles” porque no podemos interpretarlos fácilmente o porque parecen tan fáciles
de interpretar que su aplicación es complicada.
En 1987 David C. Downing publicó What You Know Might Not Be So: 220
Misinterpretations of Bible Texts Explained [Lo que usted sabe tal vez no sea cierto:
una explicación de 220 malas interpretaciones de textos bíblicos] (Grand Rapids,
Mich.: Baker). Downing se concentró principalmente en la confusión que existe entre
los pasajes bíblicos y la literatura extrabíblica, mitos y religiones populares.
La historia de esta discusión está llena de nombres de grandes estudiosos bíblicos.
Nuestra generación y la que sigue también deben seguir luchando con estos textos por
las razones ya presentadas: para entender mejor las Escrituras y aumentar nuestro
compromiso con Cristo.
1
¿Cómo sabemos quién escribió la Biblia?

El tema de la autoría es difícil. En primer lugar, abarca 66 libros bíblicos, y haría


falta un libro entero para hacer justicia a cada uno. De hecho, las introducciones al
Nuevo Testamento y las introducciones al Antiguo Testamento son libros dedicados a
estos y otros temas afines. En segundo lugar, se presentan varios problemas para
definir exactamente lo que significa la autoría. Trataré el segundo asunto y luego daré
una respuesta breve al primero.
En primer lugar, hay muchos libros de la Biblia que no identifican a su autor. Por
ejemplo, solo uno de los cuatro Evangelios (Juan) ofrece información sobre el autor.
Aun en ese caso, lo único que se nos dice es que "el discípulo a quien Jesús amaba” es
el testigo cuyo testimonio se registra. Juan 21:20-25 no deja en claro si “el discípulo a
quien Jesús amaba” escribió el Evangelio (o parte del Evangelio) o si el evangelista
nos está diciendo que obtuvo sus relatos de ese hombre. Aunque este discípulo amado
haya escrito el Evangelio, no da su nombre. En consecuencia, podemos decir que
ninguno de los Evangelios da el nombre del autor. Otros libros que no nos dan el
nombre de su autor incluyen a Hechos, Hebreos, 1 Juan y todos los libros históricos
del Antiguo Testamento.
Hay otros casos en los cuales los estudiosos no están de acuerdo en que una frase
dada realmente indique la autoría. Muchos de los salmos tienen la acotación “de
David” en español y Cantar de los Cantares está marcado como “de Salomón” pero los
estudiosos debaten si el hebreo significa que la obra es de la persona nombrada o que
fue escrita al estilo o en el carácter de la tradición de esa persona. Los comentarios nos
hacen conocer estas discusiones, lo cual es una buena razón para leer buenos
comentarios exegéticos antes de sacar conclusiones acerca de la autoría. El tema en
este caso no es si la atribución de la autoría es incorrecta, sino si la persona que
recopiló el libro (Salmos, p. ej., consiste en la obra de varios autores) tuvo alguna
intención de indicar la autoría. Sería absurdo decir: “Usted está equivocado; David no
escribió este o aquel salmo” cuando el compilador de los Salmos contestaría (si
viviera): “Nunca dije que lo haya hecho”.
Hay otro grupo de libros más parecidos al Evangelio de Juan. Estas obras sí se
refieren a la autoría, y hasta dan cierta indicación de la identidad del autor, pero no
dan nombres. Por ejemplo, 2 y 3 Juan fueron escritas por “el anciano”. No se
identifica al “anciano”. Diferente es la situación del Apocalipsis, que dice que el autor
es “Juan”, pero no explica quién es este Juan (Juan era un nombre bastante común en
algunas comunidades de esa época).
Naturalmente, la tradición de la iglesia ha agregado identificaciones específicas a
muchos de estos libros. Varios Padres de la iglesia declararon que Marcos fue escrito
por Juan Marcos, quien registró la predicación de Pedro. El “discípulo amado”, “el
anciano” y el ‘Juan” de Apocalipsis han sido todos identificados con Juan, hijo de
Zebedeo, miembro de los Doce. Hebreos fue atribuido a Pablo (aunque ya por el 250
d. de J.C. algunos Padres de la iglesia reconocían que esta atribución era improbable).
Sin embargo, es importante entender que la tradición puede estar acertada o
equivocada, pero la tradición no es Escritura. En otras palabras, nos puede resultar
fácil personalmente aceptar la idea de que la tradición acerca de Marcos es acertada,
pero si alguien decide que la obra fue escrita por una persona distinta a Marcos, no
estamos discutiendo si las Escrituréis están acertadas o equivocadas, sino si la
tradición está acertada o equivocada. Tales discusiones no tienen nada que ver con la
seguridad del texto bíblico.
En segundo lugar, el hecho de que algunos libros bíblicos lleven el nombre de un
autor no significa que el autor haya escrito cada palabra del libro personalmente. Por
lo general, los autores antiguos usaban secretarios para escribir sus obras. A veces
conocemos el nombre de los secretarios. Por ejemplo, Tercio escribió Romanos (Rom.
16:22) y es probable que Silas (o Silvano) haya escrito 1 Pedro (1 Ped. 5:12), El
escriba de Jeremías fue Baruc. En algunos casos estos secretarios parecen haber tenido
bastante autoridad independiente. Esto puede explicar los cambios de estilo entre una
y otra epístola (p. ej., quienquiera que haya escrito el griego de 1 Pedro no creó el
griego muy inferior de 2 Pedro).
La autoría tampoco significa que una obra haya sido inmutable a lo largo del
tiempo. Se supone que una persona distinta a Moisés agregó el relato de su muerte al
final de Deuteronomio. También hay notas en el Pentateuco que indican que los
nombres de los lugares fueron actualizados (p. ej., Gén. 23:2, 19; 35:19). Es posible
que otras partes de los documentos también hayan sido actualizadas, pero es solo en
los nombres geográficos que hallamos indicaciones claras de ello, porque allí el editor
incluye tanto el nombre original como el actualizado.
Asimismo, es probable que algunos libros de la Biblia sean obras editadas. El libro
de Santiago pudo haber sido compilado de dichos y sermones de Santiago por un
editor desconocido. Daniel incluye tanto visiones de Daniel como relatos acerca de él.
No sería sorprendente descubrir que pasó mucho tiempo después de la época de Daniel
hasta que se reunieran los relatos y las visiones, y se los pusiera en un solo libro. Es
obvio que Salmos es una colección editada, al igual que Proverbios. No sabemos en
qué estado dejó Moisés su obra. ¿Sencillamente hacía falta que alguien agregara una
terminación a Deuteronomio o hubo que unir varios trozos? Es probable que nunca
conozcamos la historia completa.
El tema es que una obra sigue perteneciendo al autor aunque baya sido editada,
revisada, actualizada o ampliada de algún otro modo. Tengo un comentario de
Santiago por Martin Dibelius. Sigo refiriéndome a él como obra de Martin Dibelius
aunque sé que Heinrich Greeven lo revisó y lo editó (y luego Michael A. Williams lo
tradujo al inglés). Dibelius murió antes de que se descubrieran los Rollos del Mar
Muerto, de modo que el comentario ahora se refiere a cosas que Dibelius desconocía
por completo. Sin embargo, sigue siendo correcto referirse a él como obra de Dibelius
(y poner su nombre en la tapa) porque la obra básica es de él.
También hemos recibido cartas de varios ejecutivos con la acotación “firmado en su
ausencia por” después de la firma. El ejecutivo en cuestión probablemente haya
encargado a su secretario que escribiera la carta en ciertos términos a completarse y
enviarse mientras él estaba afuera. Sigue teniendo la autoridad del ejecutivo, aunque la
redacción sea del secretario.
En consecuencia, cuando la Biblia dice que cierta obra es de una persona dada, no
significa que el autor haya sido responsable de cada palabra, ni siquiera del estilo
general. El autor se considera responsable del contenido básico.
En tercer lugar, aunque emendamos que una obra pudo haber sido actualizada o
editada en algún momento, ¿podemos aceptar las declaraciones de las Escrituras (no
de la tradición) acerca de la autoría? Me refiero a esos casos en los cuales una obra
indica claramente que fue escrita por Pablo o quien sea. El asunto es si todos estos
libros básicamente pertenecen a las personas que la Biblia identifica como autores.
Los estudiosos están divididos sobre este tema. Ni siquiera los estudiosos
evangélicos están totalmente de acuerdo sobre cuánto de Isaías fue escrito por Isaías
hijo de Amoz o si Pablo realmente escribió Efesios. Sin embargo, también se puede
defender la afirmación de que cada una de las obras básicamente pertenece a la
persona que el texto identifica como autor. Para argumentar esto en detalle habría que
repetir la obra de R. K. Harrison en su masiva Introduction to the Old Testament
[Introducción al Antiguo Testamento] o la de Donald Guthrie en su New Testament
Introduction [Introducción al Nuevo Testamento]. Por supuesto que otros estudiosos
han realizado trabajos igualmente meticulosos. No puedo repetir ese trabajo en un
libro de este tipo.
Sin embargo, vale la pena preguntar si las cuestiones de autoría son importantes y
por qué. Básicamente se trata de dos asuntos. Por una parte, está la cuestión de la
exactitud de lo que enseña la Biblia. Mientras el autor de Apocalipsis haya sido Juan,
no afecta la exactitud de la Biblia en lo más mínimo cuál Juan resulte ser. Lo único
que afirma la Biblia es que era un Juan. Sin embargo, si decimos que Pablo no escribió
Romanos, cuestionaría la exactitud de la Biblia, porque Romanos claramente afirma
que fue escrito por Pablo de Tarso, el apóstol a los gentiles.
Algunos estudiosos creen que la pseudoepigrafía (la atribución de una obra a otra
persona) era aceptada en el mundo antiguo y que no se habría considerado un engaño.
Sin duda se practicaban algunas formas de pseudoepigrafía en el mundo antiguo. Sin
embargo, con algunas posibles excepciones (que serían casos en los cuales, en una
visión, alguien pensara que estaba viviendo algo desde el punto de vista de otra
persona o recibiendo un mensaje de ella), la evidencia es que la pseudoepigrafía no era
una práctica aceptada. Es decir, la persona que escribía una obra pseudoepigráfica por
lo general estaba intentando engañar a otros atribuyendo una autoridad para su obra
que de otro modo no habría tenido. Además, cuando se descubrían tales cartas o
documentos, eran rechazados rápidamente y, en algunos casos, el autor era castigado.
En consecuencia, la evidencia no apoya la idea de que un autor pudiera usar el nombre
de otro y esperar que la iglesia entendiera que no estaba tratando de engañarla.
Parecería que la exactitud y el carácter honesto de los libros bíblicos están en tela de
juicio en este asunto.
Por otra parte, está el tema del marco correcto de la obra. Por ejemplo. si Pablo
escribió 1 y 2 Timoteo, se escribieron antes de mediados de la década del 60 (cuando
Pablo fue ejecutado). Sabemos quién era César y algo de lo que estaba sucediendo en
el mundo de esa época. También sabemos mucho de la historia de Pablo hasta ese
momento. Si argumentamos que Pablo no las escribió, hemos perdido un contexto
histórico definido. Aunque la autoría no importe desde el punto de vista de la exactitud
bíblica (p. ej., Hebreos no menciona quién lo escribió), la tratamos en un intento por
determinar todo lo que podemos acerca de ella porque esta información nos ayuda a
ponerle fecha y contexto a la obra.
En resumen, podemos confiar en lo que la Biblia dice acerca de la autoría, pero
debemos estar seguros de que dice lo que creemos que dice. Si argumentamos que la
Biblia dice más de lo que realmente afirma, ¡podemos terminar por defender una
posición con la cual ni siquiera estarían de acuerdo los autores bíblicos! Al mismo
tiempo, la información correcta sobre la autoría nos ayuda con la interpretación al dar
a la obra un lugar en la historia, un contexto que es el trasfondo de la interpretación.

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