Sociologia en Latinoamerica

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La traza de una sociología en Latinoamérica hacia la década de 1930.

Luis A. Escobar1

“Buscar el principio es como intentar descubrir las fuentes de un río. Se pasa usted varios
meses remando contra la corriente, bajo un sol abrasador, entre altísimas murallas de jungla
chorreante, con los mapas empapados de humedad desintegrándosele en las manos. Lo
enloquecen a usted las falsas esperanzas, los malignos enjambres de insectos picadores, y las
añagazas de la memoria, y lo único que saca en claro, al final (…), es un humedal de la selva o,
tratándose de un relato, una palabra o un gesto perfectamente desprovistos de sentido. Y, sin
embargo, en algún lugar más o menos arbitrario del largo recorrido entre el humedal y el mar, el
cartógrafo clava la aguja de su compás, y es ahí donde nace el Amazonas.”

Sam Savage (2008), Firmin. Seix Barral.

En el campo de las ciencias sociales en general existe un cierto consenso sobre las
condiciones que se dieron en la Europa industrial del siglo XIX, por lo cual, se interpreta
que la sociología, como disciplina gradualmente diferenciada, tiene sus comienzos en
algunos países que se convirtieron en centros industriales europeos. Estos inicios se
encuentran casi siempre anudados a una necesidad de comprender y dar respuestas a
los cambios producidos por la industrialización y las reconfiguraciones que comienzan a
operar en las sociedades en las que la industrialización se consolida y reproduce. Es un
contexto de cambios societales profundos que producen crisis a través de rupturas
abruptas respecto a los modos de producciones y las formaciones sociales. Esto lleva a
varios pensadores contemporáneos a ensayar interpretaciones y posibles respuestas. Los
resultados iniciales apuntan a encontrar nuevas fuerzas homogeneizantes en las
sociedades modernas que comienzan a cristalizar. “Las ciencias sociales en general y la
sociología en particular, desde los clásicos hasta los años 70 del siglo XX, trataron de
explicar el advenimiento del industrialismo y del capitalismo” (Scribano, 2004: 30-31).

En Latinoamérica, la sociología fue introducida desde muy temprano. Ya en 1877, se


creó en Caracas (Venezuela) el Instituto de Ciencias Sociales, y en 1882, en la
Universidad de Bogotá (Colombia), se dictó el primer curso de sociología. Desde aquellos
momentos las cátedras y la disciplina se fueron expandiendo: 1898, Universidad de
Buenos Aires (Argentina); 1900, Asunción (Paraguay); 1906, Universidad de la Plata
(Argentina) y Quito (Ecuador); 1907, Universidad Nacional de Córdoba (Argentina),
Guadalajara y México; 1910, Universidad provincial de Santa Fe (Argentina). Hacia la
1
Fragmento de: Redes latinoamericanas y exilio español en la construcción de una tradición sociológica.
Francisco Ayala, sociólogo sin sociedad, tesis doctoral inédita, Córdoba, Centro de Estudios Avanzados,
Universidad Nacional de Córdoba, 2018.

1
década de 1920 la disciplina se había extendido por casi todos los países de
Latinoamérica y en varias universidades (Germani, 1964; Blanco, 2006).

La sociología, así como las ciencias sociales de esta amplia región, tuvieron un doble
desafío: “Por un lado, con la tarea de establecerse como tales (es decir, como ciencias), y
por el otro, dar cuenta de las características particulares que los procesos de
estructuración capitalista asumían en América latina” (Scribano, 2004: 30-31).

En su libro La sociología en América Latina (1964), Gino Germani, al tratar el desarrollo


de la sociología latinoamericana, reconoce como dato la larga trayectoria de ésta en la
región: “toda la tradición intelectual latinoamericana, especialmente en el siglo XIX, se
caracterizó por su dimensión sociológica (…) puede ser descripta como un esfuerzo por
comprender la realidad social americana” (1964: 3).

Coincidiendo con Poviña (1941), Germani dice que se pueden reconocer, de manera
bastante clara, “etapas” en el desarrollo de los estudios sociológicos en América Latina,
que coinciden con cambios histórico-sociales acecidos en la región y permiten establecer
paralelismos con el “proceso de formación de la sociología como disciplina autónoma”. El
autor propone dividirlo en tres etapas: una primera fase de “pensamiento presociológico”,
que se prolongaría desde la época de independencias “hasta la institucionalización de la
sociología con la creación de las primeras cátedras” (esta etapa, a su vez, contiene dos
fases de recepción y adaptación: la “positivista” y la “antiposivista”); esta periodización se
cerraría en el momento presente del autor, denominada “comienzos de la sociología
científica” o “etapa actual (1964: 17-18).

El pensamiento presociológico está ligado al período de la independencia de las


metrópolis europeas y, sobre todo, a los avatares de la etapa revolucionaria. Según el
autor, este pensamiento no responde a un saber específico sino más bien general, con un
marcado carácter por las preocupaciones político-sociales de su época, ya que el tema
central de los escritos es la sociedad concreta en la que los autores viven y a la que
pretenden transformar. En función de esto, Germani destaca que el rasgo principal de los
estudios es conocer la sociedad para transformarla, por ello un rasgo peculiar es su
“realismo social”.2 Su carácter de “pensamiento” está dado en cuanto asume métodos y
estilos de corte científico. Una tercera característica es su énfasis literario, la exigencia
estética. Sobre la primera característica, dirá Germani, que es la que favorecerá una
rápida introducción del positivismo en la segunda mitad del siglo XIX.

La segunda etapa está, en principio, asociada a la fase positivista por la base que el
mismo pensamiento presociológico aporta, pero también por las tramas históricas
(contextuales) de las sociedades latinoamericanas. Estas se encontraban, según los
países y en diferentes grados, en la etapa de organización nacional. La adopción del
positivismo “respondía de manera admirable a las necesidades de la época y a las de sus
élites”. Este influjo positivista:

2
Termino que Germani rescata del libro de Poviña, Historia de la sociología en Latinoamérica
(Germani, 1964: 19).

2
“se extendió a todos los países de América Latina, aun cuando fueron las
características locales, no solo de tipo intelectual, sino –sobre todo- políticas y sociales,
las que condicionaron las particulares formas y la orientación asumidas por el positivismo
en cada caso” (Germani, 1964: 22).

Del mismo modo, en esta etapa se realizó la reorganización de las universidades


existentes y la creación de otras. En estrecha vinculación, la sociología logró un estatus
universitario a fines del siglo XIX, a través de la creación y la introducción de cátedras; así
se dio comienzo, según Germani, a la segunda fase ya institucional de los estudios
sociológicos. Entre 1877 y el primer cuarto del siglo XX (con la apertura más tardía de
cátedras en las universidades de Brasil), en varios países latinoamericanos se logró
establecer la enseñanza universitaria de la sociología.

El autor agrega que, además de los factores que sirvieron de impulso y desarrollo de la
etapa previa, otros elementos propios de la tradición universitaria deben tenerse en
cuenta. Si bien las primeras cátedras de sociología se iniciaron también en algunas casas
de estudios superiores de Humanidades, hubo un mayor predominio en las facultades de
Derecho. Germani argumenta que no se trata de una mera coincidencia, ya que la
enseñanza del derecho siempre se percibió vinculada a las ciencias sociales: “No por
azar, en la actualidad un gran número de facultades ostentan el nombre de ‘derecho y
ciencias sociales’, aun cuando en muchos casos solo se trate de una escuela profesional
para la formación de abogados” (Germani, 1964: 24).

Es decir, las primeras cátedras de sociología en la Argentina se agruparon en su


mayoría en las facultades de Derecho y la incorporación de la sociología a estas unidades
académicas fue facilitada por la introducción previa de la ciencia política, la economía, la
filosofía del derecho y la criminología -saberes que aparecen ubicados en asignaturas con
otras denominaciones como Derecho Público, Derecho Político, Derecho Criminal,
etcétera-.

Por otra parte, el autor postula que desde fines de la década del diez y principios de la
del veinte del siglo pasado, la hegemonía del positivismo como corriente teórica comenzó
a ceder en las cátedras de sociología, iniciándose la inclusión de otras corrientes de
pensamiento ligadas al “neopositivismo” y “no positivismo”, comenzando a perfilarse la
fase del “antiposivismo” (Germani, 1964: 27).

En este momento se conforma una cierta “especialización sociológica” o,


parafraseando una vez más a Poviña, una “sociología sistemática”, en la que los
condicionantes institucionales, así como los de los propios agentes intervinientes que se
expresaron sobre la forma y contenido de la enseñanza universitaria, “no impidió que se
publicara una considerable literatura sociológica vinculada directa e indirectamente con
dicha enseñanza. Muchos profesores publicaron sus cursos y otros tratados y
compendios, y no faltaron también obras dedicadas a temas especiales” (Germani, 1964:

3
26). Aunque al respecto no deja de agregar que así como no había “especialización” en la
cátedra -debido a la procedencia profesional y a los intereses difusos de los profesores-,
tampoco lo había en las publicaciones. A esto lo postula de acuerdo a la polifonía con la
que publicaban aquellos profesores, ya que podían escribir de sociología, filosofía,
derecho, historia y “a menudo se continúa la tradición del interés político asociado a todas
aquellas disciplinas” (1964: 27).

Otro foco que le interesó remarcar a Germani sobre este periodo es que la enseñanza
no se vinculó con la investigación, en todo caso la describe como reducida o nula. Y aún
ahí donde se dio, en muchos casos se trata de trabajos “colindantes con lo literario o lo
histórico”, de “tipo impresionista”, por lo cual se constata aún la influencia del “realismo
social” del periodo anterior. O, el otro tipo de casos, se trata de trabajos que no conectan
la práctica de investigación con las teorías, hipótesis y aparato conceptual de la
sociología.

Este desarrollo está enmarcado principalmente en la segunda fase del periodo


desarrollado por Germani, por lo cual su basamento es el antipositivismo “que caracterizó
cierta parte de la sociología latinoamericana en los últimos treinta años” (1964: 28).
Aunque el autor aclara que este hecho no ejerció la misma repercusión en todas partes de
Latinoamérica. A modo de ejemplo, en Brasil, el antipositivismo filosófico no afectó
mayormente a la sociología, mientras que, en Argentina, el apogeo de dicha corriente
selló un “temporario eclipse de la sociología como disciplina científica”. Debido a que las
vertientes intuicionistas, espiritualistas e idealistas fueron un impedimento para la
formación y maduración de una “sociología científica”. Entonces este movimiento implicó
una maduración del pensamiento filosófico y un freno para las aptitudes científicas, dado
que se conformó un irracionalismo que atacaba al cientificismo y desprestigiaba, mediante
la “desautorización” cualquier actitud científica.

Esta lectura autoriza a Germani a plantear que el impacto más fuerte de estas posturas
“se dio en el campo de los fundamentos metodológicos”. La tajante separación entre
“ciencias naturales” y “ciencias del espíritu o de la cultura”, sostiene el autor, -importada
desde el pensamiento alemán-, pareció zanjar las problemáticas metodológicas de la
sociología, difundiéndose una perspectiva de corte especulativo y de contenido filosófico
de la disciplina, por lo tanto,

“el papel privilegiado de una u otra forma de intuición, significaron la eliminación de


toda exigencia de verificación en el campo de las ciencias del hombre. En sociología
podía (o mejor debía) alcanzarse la verdad por intuición inmediata: completamente estéril
sería la fatigosa búsqueda del dato para comprobar hipótesis. Imposibles o infecundos
los procedimientos de generalización y explicación” (Germani, 1964: 30).

Es así que las influencias intelectuales de este “antipositivismo” pueden observarse,


siguiendo al autor, en casi todo lo difundido a través de las publicaciones de España,

4
México y Argentina en los últimos 25 años previos al momento de escritura de Germani.
Los trabajos locales y regionales, así como los españoles –estos muy influidos por Ortega
y Gasset- contribuyeron a difundir la amplia acogida de las corrientes germanas en la
sociología y la filosofía.

Por último, en relación a este período, destaca Germani que asimismo un impacto
semejante tuvo en la sociología las renovaciones en relación al “neotomismo, matizado en
varias formas con el espiritualismo y la fenomenología de origen alemán”. Estas corrientes
son verificables en el dictado de algunos cursos de sociología basados en las causas
aristotélicas y “la interpretación de esa disciplina como una versión de la ‘política’” (1964:
30-31).

Siguiendo a Germani, esta prolongada etapa –que, como queda expuesto, no


responde a un patrón uniforme- se cierra con el surgimiento de lo que denomina
“Comienzos de la sociología científica”. Se trata de la situación de desarrollo en la que el
propio autor está embarcado y de la que es un agente fundamental, coincidente con los
inicios hacia 1957 de la carrera y el Departamento de Sociología en la UBA.

La proposición de Germani sobre las etapas del proceso de formación de la sociología


-en tanto “disciplina autónoma”-, en un momento preciso de la disciplina, constituye en sí
mismo un cierre interpretativo de una etapa sobre el desarrollo de la de la sociología en la
región.

Entre la literatura específica contemporánea argentina, Carlos Altamirano argumenta


que la apertura para esa perspectiva de “observar lo social” comenzó a fines del siglo XIX,
más precisamente en la última década. A modo de retomar de manera implícita una
lectura dialógica con Germani, Altamirano dice que los

“modos de descripción e interpretación del mundo social que llamamos sociológicos


no fueron el producto de una reflexión endógena, y no podría hablarse del surgimiento,
sino más bien del ingreso, la adopción y, eventualmente, la adaptación de esas formas
todavía nuevas del discurso sobre la vida social” (Altamirano, 2004: 31-33).

La observación de Altamirano, en consonancia con lo expuesto por Germani, pone en


contexto casi contemporáneo este “ingreso” local de la sociología con su surgimiento
europeo, debido a que resulta imposible invisibilizar o dejar de sintonizar la gran
transformación –y, sobre todo, sus impactos- que está operando en Argentina en la
segunda mitad del siglo XIX: un proceso de incorporación acelerada a los mercados
mundiales, flujos inmigratorios masivos y la organización paralela de un régimen de
gobierno capaz de responder a las demandas económicas, sociales y políticas a través de
una novedosa ingeniería institucional –un Estado centralizado en veloz construcción y

5
consolidación que comienza a operar hacia su interior y su exterior-.3 Estas primeras
respuestas ensayadas y orquestadas por las elites locales, se orientan a encorsetar y
dirigir la mecánica propia desatada por los novedosos procesos. Pero en breve estos
ensayos mostrarán sus fisuras y desbordes, tanto hacia dentro, en las estructuraciones
construidas, como hacia afuera -en las mismas repuestas y producciones que se dieron a
partir de la ingeniería institucional-.

Estos procesos no se ubican sólo en Argentina sino que, como ya lo remarcaba


Germani en relación a la sociología, abarcan a todo el espacio regional latinoamericano.
Como introducía Tulio Halperín Donghi en su ya clásico libro Historia contemporánea de
América latina (2005 [1969]), hacia mediados del siglo XIX se estructura un nuevo “pacto
colonial” que transforma a Latinoamérica en productora de materias primas para los
centros de la nueva economía industrial. Este mismo pacto, a su vez, la ubica como
consumidora de la producción industrial de las áreas centrales y, también, de los
necesarios capitales de inversión para la modernización de las estructuras económicas
latinoamericanas.

El “nuevo orden neocolonial” se afirma en la región hacia 1880, aunque con matices y
graduaciones particulares en cada país. Pero como bien lo destaca Halperín Donghi, ese
nuevo pacto ya nace con signos de agotamiento. En particular interesa destacar lo
referente al debilitamiento que plantea este autor respecto a las “clases altas
terratenientes”. Este “debilitamiento”, se acompaña de un nuevo proceso en estrecha
vinculación, y quizás es el más importante a nuestro interés: el surgimiento de sectores
medios y de una clase obrera en el marco de actividades relacionadas a las economías
modernizadas. Los sectores emergentes comienzan a trasladar al plano socio-político
reivindicaciones y conflictividades en reclamo de derechos políticos y sociales. Halperin
argumenta que dicho proceso empieza a esbozar, a través de impugnaciones y
exigencias de diferente índole, una democratización política y social de los regímenes
políticos en el marco del orden neocolonial. Las elites que se habían planteado en el inicio
del nuevo orden como innovadoras, muestran al final del siglo una incertidumbre
creciente

Es en este complejo y abigarrado paisaje interpretativo latinoamericano donde


podemos ubicar, y también tratar de comprender, el ingreso y la adaptación de la
sociología. A diferencia de los enunciados de Walter Benjamin desde sus estadías en
Rusia (ya en el cuarto del siglo XX), en la que las “energías revolucionarias” de las “capas
incultas” se encontrarían en alianza con los “intelectuales”, pareciera que “lo opuesto
podemos encontrar en la Argentina de fines del siglo XIX, donde los intelectuales
consolidarían su alianza con el Estado” (Montaldo, 2010: 25-26) -legado propiciado, en

3
Marta Bonaudo visualiza la primera parte de esta etapa como “un verdadero proceso de
ingeniería social”, donde se cristalizan las bases de un orden burgués, se construye un sistema de
representación política unificado y se organiza el Estado (1999: 13).

6
relación a lo ya expuesto por Germani, por las generaciones anteriores que será, a su
vez, una distinción de origen del campo intelectual moderno argentino-.4

En nuestro país empieza a desplegarse de manera precipitada una modernidad cuyos


impactos producen en el ámbito político y, en particular, en el “letrado” de la época
(dominado mayoritariamente por los “gentlemen escritores”, en la ya clásica definición de
David Viñas, aunque matizada5) una urgencia de interpretaciones y respuestas. Es la
necesidad de comprender, ya sea de forma reactiva, neutra o positiva, todos los nuevos
fenómenos que se despliegan en un mundo trastocado profundamente por los procesos
de modernización; una sociedad en (re)constitución total, con nuevos agentes,
movilidades y desplazamientos sociales en todo el entramado societal, que hacia fines del
siglo XIX comenzaba a impactar en la comunidad política y en el moderno aparato estatal.

Si bien en la última década ya son bien palpables las problemáticas que se cristalizan
en el mundo social, tanto las respuestas como los mismos agentes productores del
mundo letrado se encuentran inmersos en la misma reconstitución. Por lo cual es posible
conectar en un mismo espacio elementos modernos con otros que no necesariamente
responden a su contemporaneidad. Como lo plantea Altamirano y Sarlo (1997) en este
momento comienzan a vislumbrarse indicadores del surgimiento de un campo cultural, y
con ello la creciente profesionalización y constitución de la carrera de escritor; elementos
que posibilitan distinguir gradualmente un microcosmos recortado, desde el que se
escindirá a su vez un campo intelectual moderno.

Los gentlemen del ochenta ya no encajaban en los nuevos modelos de escritores -


aunque ello no indique que no se produzcan intercambios generacionales y coexistencias.
Un circuito empezaba a delinearse a través de la gradual diferenciación y la especificidad:
diarios, revistas, suplementos culturales, teatros, cafés, conferencias, la Facultad de
Filosofía y Letras en Buenos Aires, entre otros. El cambio de siglo mostraba sus
novedades a la par que sus consecuencias.

4
El legado del “realismo social” propuesto por Germani también es retomado por Diego Pereyra,
quien dice que “el legado de ideas y preocupaciones de la generación del 37 (…) se convirtió en el
proyecto programático de la generación del 80. Especialmente, se heredó la vocación del realismo
social por estudiar la realidad social argentina y centrar el eje del análisis en el problema de la
construcción del Estado y la Nación” (2007:154).
5
David Viñas acuñó esta definición para algunos miembros de la “Generación del ‘80” relacionados
a las letras, para quienes la escritura se establecía como una continuidad de su posición
sociopolítica. Aquí es preciso reponer las críticas que desde un campo historiográfico
contemporáneo hace Paula Bruno de la lectura de David Viñas sobre los “gentlemen escritores” del
Ochenta. La argumentación de Bruno considera que “[s]i se pensaran las trayectorias (…) en una
perspectiva de largo plazo que no recorte sólo la ‘fotografía’ del Ochenta, podrían evaluarse los
roles intelectuales que los personajes (…) desplegaron con vigor en las décadas anteriores a la
presidencia de Julio A. Roca; momento en el que actuaron casi como pioneros de la cultura”; lo
cual posibilita “matizar la caracterización del gentleman escritor sólo como manifestación de un tipo
social o miembro de un régimen político, e invitaría a la reflexión acerca de cuáles fueron los
rasgos de los hombres de ideas en la sociedad argentina de la segunda mitad del siglo XIX”
(Bruno, 2010: 186).

7
Bien vale recordar que los proyectos intelectuales que se introducen en este marco son
en gran parte enunciados de cómo constituir una cultura nacional, lo que da cuenta de la
fuerte vinculación de la crisis de las elites políticas y el mundo letrado. Esto quizás pueda
explicar que a la par que se instituía un lento y prolongado proceso de profesionalización,
donde los intelectuales cada vez más ocupan un espacio propio y por medio de ello los
conflictos sociales aparecen regulados, a través de una “lente” particular (lecturas de
“campo”, en el sentido bourdiano), no dejan de cristalizar lecturas, interpretaciones y
problemáticas referidas entorno a la relación Estado-sociedad y sus desbordes.

Carlos Altamirano califica de “elite intelectual” al grupo de hombres que se encargó de


introducir y adaptar las nuevas disciplinas de lo social. A pesar de los orígenes sociales y
generacionales disímiles de estos hombres, aquello que los unía era la acumulación de un
“capital cultural”, un conjunto de destrezas y saberes de orden simbólico. El capital
cultural -un bien adquirido y reconocido- le permitió a esta elite intelectual impartir con
exclusividad, desde las aulas universitarias, el nuevo conocimiento de la “ciencia social”
(Altamirano, 2004: 34-35). Sus primeros docentes, incluso hasta avanzado el siglo XX,
fueron casi siempre abogados que hacían de las cátedras de sociología una actividad
intelectual, a veces subsidiaria o exploratoria.6

A partir de que se erigió un ámbito universitario, los procesos de constitución e


incorporación de tradiciones intelectuales o disciplinares se promovieron en su interior. De
modo paulatino se configuraron nuevas instancias de autoridad cultural que se
acumularán y depositarán cada vez más, aunque de manera gradual, en la acreditación
formal de las instituciones universitarias. Es así que, como sostiene Diego Pereyra, se
“inicio a un proceso de continuidad institucional de la enseñanza de la disciplina en el
país” que “sentó las bases para la aparición de la primera tradición intelectual dentro de la
Sociología argentina: la (mal) llamada Sociología de cátedra” (2007: 154).

El proceso modernizador comenzaba a operar sobre las acreditaciones de los


“saberes”. Diego Pereyra da cuenta de esta “transferencia” a través de los cambios que
se producían en el ámbito universitario, ejemplificado en una polémica de 1908 entre
Ernesto Quesada (profesor titular de sociología en la Facultad de Filosofía y Letras de la
UBA desde 1904) y Juan B. Justo (máxima figura del Partido Socialista). Las lecturas que
uno y otro hacían del marxismo muestran las crecientes diferencias y la puja entre “una
apropiación del discurso científico de Marx y las posibilidades de su aplicación práctica”
(Pereyra, 1999: 48). Esta disputa se inscribía, precisamente, en las nuevas instancias de
autoridad cultural, es decir en “la apropiación legítima de la cientificidad del discurso

6
Al respecto, y en continuidad con lo expuesto por Germani, Waldo Ansaldi plantea que "las
ciencias sociales en América Latina son, inicialmente, objeto de enseñanza y estudio, en particular
en los ámbitos de las Facultades de Derecho y de Filosofía y Letras (o Humanidades) y con un
carácter complementario de la currícula de los estudios profesionales centrales de unas y otras,
manifiestamente en las primeras de ellas y probablemente como parte de la formación y la
capacitación para el ejercicio del poder, una situación muy característica de las universidades
latinoamericanas en el período de la construcción y consolidación de los Estados nacionales, en
particular bajo la forma de acción estatal hacia la sociedad" (Ansaldi, 1991: 9).

8
marxista y el papel de la universidad en el debate sobre la cuestión social” (Pereyra, 1999:
51).

También Pereyra retorna a Gino Germani, aunque profundiza su planteo,


diferenciándose respecto a la vinculación con la “fase positivista” y el comienzo de la “fase
antipositivista”. Argumenta que esta “primera tradición intelectual” de la sociología

“se nutría de una revisión superadora, tanto del positivismo penal como de la tradición
comteana clásica. Se basó, esencialmente, en un proyecto contrario al idealismo filosófico
y al mecanicismo, buscando adaptar el modelo de las Ciencias Naturales a las Ciencias
Sociales y morales, pero aspirando a superar el monismo naturalista e integrarlo con la
crítica social” (2007: 155).

La relectura de una tradición, como vemos, retoma observaciones de Germani pero las
tensa para ir más allá de un “antiposivismo”, en todo caso se trataría de una “revisión
superadora” del positivismo que no pierde de vista una metodología de corte cientificista,
en diálogo con los modelos aportados desde las ciencias naturales. Sin embargo, es
preciso marcar que la indagación de Pereyra no atraviesa la línea temporal de la década
del veinte.

La lectura germaniana de la segunda fase “antipositivista” es retomada por Alejandro


Blanco (2006 y 2007) en términos de clima cultural caracterizado por una “reacción
antipositivista de cuño ‘espiritualista’”. El autor propone que en el periodo entreguerras,

“la cultura argentina profundizó su contacto con la cultura europea, pero


especialmente con la alemana, la principal fuente de inspiración a la crítica del
positivismo. La Revista de Occidente y la Biblioteca de Ideas del siglo XX con la
dirección de Ortega y Gasset, fueron los canales más significativos de aquel contacto
(…) [u]n efecto derivado de la reacción antipositivista en general y de esa apertura a la
cultura alemana en particular fue la implantación editorial de la sociología alemana
(2006: 109).

Esta situación engendrada por un clima cultural e intelectual configura la importancia


de la sociología alemana, no sólo en Argentina sino en los países centrales y algunos de
la región latinoamericana, particularmente México y Brasil. Ese gran universo de
referencias sociológicas casi exclusivo se extendería, siguiendo lo planteado por Blanco,
entre los sociólogos latinoamericanos hasta fines de la década del cuarenta. Esto, en
coincidencia con la lectura de Germani, iba a poner una “rígida frontera” entre “la
investigación empírica o sociográfica” (en términos de la época) y una sociología “pura”.
En todo caso la “sociografía” se constituiría como una “disciplina auxiliar de la sociología”,
reservada ésta fundamentalmente a conocer la vida social desde una “comprensión
9
intuitiva”. Por ello la enseñanza de la sociología iba a adoptar en este período “una
orientación más filosófica que empírica” (Blanco, 2006: 112).

Cabe destacar que Blanco menciona que, a pesar de lo expuesto, se están


produciendo algunos cambios y aperturas visibles en la década del cuarenta respecto a
las discusiones así como a la circulación de catálogos editoriales. Como expone Blanco,
recurriendo a una cita de Alfredo Poviña, al aproximarse a la década del cuarenta la
sociología ya tiene un carácter universitario, si bien, esa “tradición de la sociología
universitaria” es aún “algo dispersa y fragmentaria” (2006: 11 y 12).

Bibliografía citada

Altamirano, Carlos (2004): “Entre el naturalismo y la psicología: el comienzo de la


‘ciencia social’ en la Argentina.”, en Neiburg, F. y Plotkin, M. (Comp.): Intelectuales y
expertos. La constitución del conocimiento social en la Argentina, Paidós, Buenos Aires.

Ansaldi, Waldo (1991): La búsqueda de América Latina, Cuadernos del Instituto de


Investigaciones, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, Buenos Aires.

Blanco, Alejandro (2006): Razón y modernidad. Gino Germani y la sociología en la


Argentina, Siglo XXI, Buenos Aires.

Blanco, Alejandro (2006): Razón y modernidad. Gino Germani y la sociología en la


Argentina, Siglo XXI, Buenos Aires.

Bonaudo, Marta (1999): “A modo de prólogo”, en Bonaudo, Marta (Dir.): Nueva Historia
Argentina, Tomo 4: Liberalismo, Estado y orden burgués (1852-1880), Sudamericana,
Buenos Aires.

Bruno, Paula (2010): “Segundones cómplices. Acerca de la lectura de David Viñas


sobre los gentlemen escritores del Ochenta”, en Prismas, Revista de historia intelectual,
Vol.14, N°2, UNQ, Bernal, pp. 183-186

Germani, Gino (1964): La sociología en América Latina, Paidos, Buenos Aires.

Halperin Donghi, Tulio (2005 [1969]): Historia contemporánea de América Latina,


Alianza, Madrid.

Montaldo, Graciela (2010): Zonas ciegas, FCE, Buenos Aires.

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Pereyra, Diego (1999): “Fantasmas, fanáticos e iluminados en la Universidad de
Buenos Aires. Reformismo, socialismo y política en el debate sobre el marxismo en las
clases de sociología durante la primera década del siglo.”, en Estudios Sociales, Revista
Universitaria Semestral, Año IX, N° 16, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, pp. 41-
56.

Pereyra, Diego (2007): “Cincuenta años de la carrera de sociología de la UBA. Algunas


notas contra-celebratorias para repensar la historia de la Sociología en la Argentina”, en
Revista Argentina de Sociología, Año 5, N° 9, CPS, Buenos Aires, pp. 153-159.

Sarlo, Beatriz y Altamirano, Carlos (1997): “La Argentina del centenario: campo
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Scribano, Adrián (2004): Combatiendo fantasmas, MAD, Santiago de Chile

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