La Verdadera Historia de San Jorge y El Dragon

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La verdadera historia de San Jorge y el Dragón

Hace mucho tiempo, existió una hermosa comarca llamada Silca. Todos sus
pobladores eran muy felices En el centro de la comarca, vivía un Rey muy
generoso, tanto que sus súbitos lo apreciaban mucho. Su castillo se ubicaba
entre los valles de una colina, oculto y muy bien protegido. El paisaje estaba
lleno de exóticas flores y plantas maravillosas, se percibía un fresco verdor en
el aire. Allí vivía el bondadoso monarca con su hermosa hija Sabra.

La joven tenía fama de ser muy hermosa y encantadora…bueno al menos eso se


decía.

El Rey corrió el rumor del carácter suave y gentil de la princesa, por miedo a no
encontrar pretendientes para ella. Además, también exageró un poco con sus
atributos físicos. La princesa en realidad era muy diferente: rebelde, audaz y
desaliñada. Lo único cierto, de todo aquello, era su belleza que tampoco era la
belleza tradicional.

A la joven, no le gustaban los hermosos vestidos rosa que le regalaba su padre,


así que los regalaba a los más necesitados. ¡Odiaba el color rosa¡

Sabra amaba la naturaleza y cada día disfrutaba de largos paseos al aire libre.
Aunque al Rey le parecía incorrecto que una joven princesa anduviera sola por
allí, la dejaba ir. Sabra cabalgaba por horas en su corcel y amigo, Zeus, siempre
y cuando él quisiera.

Le encantaba escuchar a los pajaritos y saludar a las ardillas.


Subía a los árboles y comía frutas frescas que compartía con el corcel. Amaba
todos los animales del bosque y les respetaba.
Un día la paz de la comarca se vio interrumpida con la llegada de un inesperado
visitante: un dragón. La gente de aquel lugar solo había escuchado de dragones
pero jamás había conocido uno. Aterradoras historias se escuchaban de boca en
boca, cuentos escalofriantes de aquellos monstruos terribles. Ahora había
llegado la hora para la comarca de Silca de conocer aquellas historias en
persona.

Aquellas criaturas tenían fama de ser hediondas, agresivas y crueles. Algunos


decían que eran demonios encarnados. Incluso, había leyendas que hablaban
sobre poblaciones completas que enfermaban y morían solo por el hedor de sus
pieles. Otros decían que atraían a las pestes, las plagas, las sequías, las
inundaciones y a la mala suerte en general.

Esa madrugada en Silca, unos leñadores encontraron a un monstruo dentro del


lago. Según los hombres su hedor era tan inmundo, que uno de ellos se desmayó.
Al parecer la bestia no los había atacado, pues ellos se mantuvieron ocultos
entre la maleza.

Al conocer la noticia, lo primero que hizo el Rey fue advertirle a Sabra que se
mantuviera alejada del río. Él pensaba que la curiosidad de la princesa y su
audacia, algún día la meterían en grandes problemas. Lo que ignoraba el Rey es
que Sabra siempre necesitaba llegar al porqué de las cosas y odiaba las
injusticias. Ella pensaba que todas las criaturas eran buenas, si alguna parecía lo
contrario, había alguna razón para ello.

Los pobladores estaban aterrados así que el rey consultó con sus consejeros
para encontrar una solución para ese “enorme problema”. El más joven de los
consejeros sugirieron una solución, contratar a un caballero experto en
dragones. En aquel momento había uno particularmente famosos, su nombre era
Jorge.
San Jorge era un caballero, pero también un trovador. Algo así como una
estrella de rock de nuestra época. Siempre que se dirigía a una batalla cantaba
canciones, junto a su tropa. Su fama llegó a los lugares lejanos y tenía muchas
admiradoras, por supuesto esto también hizo crecer su vanidad. El San que
antecedía a su nombre, fue un título que se lo ganó por su irresistible encanto y
don de gente, que cautivaba a todos por igual, pero en especial a las chicas. Su
carisma parecía fuera de este mundo…era lógico el San.
En la madrugada, Sabra colocó una muñeca hecha de almohadas, sogas y una
peluca de paja. Se vistió con ropas de mancebo, así cualquiera le confundiría con
un joven cualquiera. Se montó sobre Zeus y cabalgó hacia el río. Cuando al fin
llegó al lugar, donde habían visto a la bestia, se escondió detrás de unos
arbustos.

Aún faltaban dos horas para el amanecer, cuando se escucharon unas pisadas
muy pesadas. Los arboles temblaban y se desojaban. Entonces apareció una
pequeña luz entre los arbustos. ¿Aquello sería una luciérnaga? Se preguntó así
misma Sabra, sin embargo la joven presentía que era mucho más que eso.

Un sonido estruendoso se escuchó, algo muy pesado entró al río. El agua salpicó
por doquier, incluso hasta la princesa, la cual quedó empapada de arriba hacia
abajo. La joven comenzó a temblar por el frío y…por el miedo.

—¿Será mejor regresar a casa?—pensó Sabra y en silencio dio un paso hacia


atrás .

En ese momento una ráfaga de viento sopló. Sabra sintió que se congelaba y un
estornudo se le escapo. A medida que se acercaba, la tímida luz de la vela,
reveló lo que había detrás de la oscuridad. Así fue como la pequeña llama, dejó
ver un inmenso ojo verde aterrador que examinaba curioso el alrededor.
La joven no pudo evitar dejar escapar un agudo grito. Sabra dio otro paso hacia
atrás, para escapar pero piso mal una rama y cayó de espaldas. La sombra
gigante comenzó a moverse y un gran sonido antecedió a una ráfaga de fuego. La
princesa no pudo más, cuando sintió parte de su ropa hecha cenizas, entonces se
desmayó.

Sabra abrió los ojos en medio de la oscuridad, no podía ver donde se encontraba.
La escena parecía repetirse, una pequeña luz se acercaba, desde lo alto. La débil
luz, iluminaba el techo de aquel lugar desconocido. Por algunos detalles,
distinguió rápidamente que estaba en una cueva. ¿Sí, qué hacia ella en una
cueva? Se preguntó. Por un momento, había olvidado todo lo sucedido en la
madrugada pero poco a poco, comenzaba a recordar.
Cuando aclaro mejor la vista y termino de despertar, su oído también se afinó.
Grandes pasos se escuchaban venir. Algunos pequeños trocitos de roca, se
escuchaban caer al suelo. ¿Qué destino le esperaba aquella princesa?

—¡Oh no, seguro es el Dragón! —Pensó la princesa— ¿Pero qué puedo hacer?

La llama de la vela se acercó y un enorme ojo verde de nuevo la asusto.

—Déjame en paz horrible bestia inmunda —dijo la princesa mientras con las
manos buscaba en el suelo algo para golpear al monstruo.

—¿Inmunda? Horrible…bueno lo puedo entender, no todos tenemos los mismos


patrones de belleza pero… ¿inmunda? Déjame decirte que todos los días me
levanto muy temprano para bañarme y te recuerdo que en el río me encontraste
—dijo con voz muy refinada el Dragón y comenzó a prender otra velas más.
—¿Puedes hablar? —dijo la princesa con cara de asombro y arrastrándose poco a
poco hacia atrás.

—Por supuesto que puedo hablar…afortunadamente. Imagínate si no pudiera


defender mis puntos de vista. —afirmo el Dragón con gestos muy elegantes.

—¿Por qué me has traído hasta aquí? ¿Piensas comerme?

—¿Comerte? ¡Por favor! ¿Qué locuras dice niño? Yo soy…¡vegetariano! Comer


algo vivo es… es… ¡de barbaros! —dijo indignado el Dragón y agregó—Tranquilo,
aquí estás seguro. Quizás si estuviera mi primo el cuélebre…que tiene un mal
humor. O Herensuge... ese sí que es carnívoro, por eso esta tan gordo. Además
tiene muy mal carácter y ni hablar de su aseo… ese sí que es inmundo. ¿Y que
será de la vida de Quetzalcóatl? ¡Ese primo sí que tiene estilo! ¡Ah y el tío
Huanglong! Como lo extraño, que hombre tan educado y sabio. ¿Sabías que me
enseñó a leer…¡en chino!

—¿Podrías dejar de hablar tanto? —dijo la princesa mucho más tranquila pero
algo molesta—¿Entonces qué quieres de mí?

—Disculpa, siempre me emociono hablando de la familia —dijo sonriendo


amablemente el Dragón y haciendo mucho gestos con las manos— ¿Yo algo de ti?
Disculpa la pregunta es: ¿Qué quieres tú de mí? Te recuerdo que tú estabas en
el río, acaso… ¿Espiándome?

—Me acerqué al río para confirmar la llegada de un terrible monstruo.

—¿Y lo encontraste?

—¡Por supuesto… eres tú!

—¿Yo?¿Terrible? Insisto puedo entender lo de monstruo pero… ¿Terrible?


¿Será que me han escuchado cantar? —Se preguntó así mismo el Dragón,
olvidando a Sabra por completo, continuó hablando consigo mismo— Esa manía
mía de cantar en el baño. ¡Como es chismosa la gente!

—¿Entonces porque me atacaste?

—¿Atacar? ¿Yo? —dice el dragón encogiendo su patitas delanteras hacia su


pecho de forma muy graciosa— Exijo un abogado.
—No te hagas el tonto…mira mi ropa —dijo Sabra muy seria, mientras le mostró
su chaleco algo chamuscado.

—Pues…pues… ¡me asuste! Si, lo confieso…me asuste. —Dice el Dragón, mientras


se le pone la voz muy aguda al final.

—¿Te asustaste? ¿Tu? ¡Vamos eres un Dragón! Además, vaya forma de


asustarte, casi no lo cuento —dice la princesa mientras hace muchos gesto con
las manos.

—Pues sí, me asuste. Yo...yo…cuando me asusto me da...me da…hipo. Dijo el


dragón tartamudeando.

—¿Hipo?

—Si hipo con cada sonido, se me escapa una llama de fuego y…y…no la puedo
controlar. Eso me ha traído tantos pro… pro… problemas. Vivo cambiando de
sitio, errante de un lugar a otro. Ya he perdido el número de pueblos que he
visitado. Y claro…¿Quién se interesa en la historia de un dragón?

—Lo siento mucho...—dijo la princesa y extendió su mano— me llamo Sadra.

—¡Ah, pero eres una chica! Pensé que eras un muchacho ¿Por qué te viste así?

—Es largo de contar. ¿Y cómo te llamas tú?

—Drago, bueno así me dicen en mi familia. La gente en la calle sólo me conoce


como “Dragón”. ¿Quieres tomar algo? ¿Un té?

—Seguro, me encanta la idea. Un dragón que toma té, quien lo pensaría.

—Y no es por ser vanidoso pero soy un dragón muy educado, además tengo
muchos estudios. —dijo el dragón arqueando el lugar donde los humanos tienen
cejas.

Así la princesa pasó toda la a tarde conociendo la profunda cueva, ahora casa de
Dragón. Aquel oscuro lugar era simplemente…. ¡espectacular! Había libros por
doquier, además muchísimos vegetales y frutas almacenados. La cama del dragón
era un lecho construido con miles de pétalos de rosas y otras flores que
encontraba en el piso del bosque. Aunque la princesa no comprendía el porqué de
aquella oscuridad, más temprano que tarde, Drago le explicó: miedo a ser
descubierto. Además las pocas velas, le daban un toque muy romántico, según el
dragón.

Mientras, Zeus llegó al castillo alertando con su presencia a los guardias, acerca
de la ausencia de la joven. Al saber la noticia, el Rey que estaba hablando con
San Jorge, le exigió rescatar primero a la princesa. El caballero le explicó al Rey
que una cosa era matar a un Dragón y otra rescatar a una princesa. Por esta
razón, si lograba su misión, él quería como parte de la recompensa se le
concediera la mano de la joven. Sin pensarlo mucho el rey aceptó.

Montado en un hermoso y noble corcel blanco, el caballero salió del castillo a


toda velocidad. Cruzó toda la comarca hasta llegar al río. Allí revisó el área
hasta que encontró un trozo quemado de ropa. Como no estaba advertido que a
Sabra le gustaba vestir como muchacho, pensó que algún infeliz fue víctima de
aquella cruel bestia.

Luego, a partir de allí, sólo siguió las huellas gigantes que dejó el Dragón.
San Jorge, en todo el camino, estuvo cabalgando en zigzag para esquivar las
inmensas huellas que parecían pequeños fosos, dejados en el camino. Finalmente
encontró la tenebrosa cueva, bueno…tenebrosa en apariencia.

La profunda oscuridad de la cueva puso en guardia a San Jorge, que sujetó con
fuerza su espada, dejando en la entrada a su magnífico corcel.
Caminaba y caminaba, le parecía una cueva sin fin, hasta que…escucho unas risas.
¿Risas? Jorge esperaba gritos, quejidos pero… ¿risas?

Entonces vio a una figura gigante, apenas visible por las débiles llamas de una
velas. Parecía amenazante y dispuesto a atacar, sin pensarlo fue directo a él y le
perforó con la espada, una de sus garras traseras.

—¡Ahy! —Se escuchó un agudo quejido del Dragón que desesperado corrió hacia
la puerta de la cueva, mientras con el peso sus pisadas la cueva temblaba y
pequeños trozos de piedra caían al piso.

—¿Qué haces salvaje? —dijo una voz femenina entre la oscuridad.


—¿Princesa? Soy Jorge y estoy aquí para salvarte. Me debéis conocer. Soy
famoso por mis proezas y mis magnificas trovas. — Dijo San Jorge y tomó una
de las velas que reposaban en el suelo e ilumino hacia donde escuchaba la voz —
¿Princesa?... Disculpa… ¿Dónde está la princesa? Y… ¿Quién eres tú?

—Yo soy la princesa y tú… un estúpido, por lo que he visto hoy.

—¿Princesa? ¿Por qué viste así? Bueno no hay tiempo, hay una comarca por
salvar y un rey al que rendirle cuentas. —Así que sin muchas sutilezas, el
“caballero” se echó al hombre a la joven. Sabra gritaba y pataleaba furiosa.

Así, cabalgó Jorge a toda velocidad, hasta llegar a las puertas del castillo donde
dejó a la joven. La princesa protestaba y gritaba muy molesta. Jorge ni la
escuchó pues estaba sólo pensando en cazar al “monstruo”.

En la comarca sólo se escuchan los gritos de los habitantes. Gente que corría de
un lado a otro. Drago también corría por la comarca con su ataque de hipo,
quemando algunas casas sin querer y destruyendo otras con su torpe cola. El
pánico se extendió, hasta que se hizo colectivo. La gente salió de sus casas,
gritando, corriendo y algunos buscando algún arma para defenderse.

Cuando vio todo aquello, Drago también entró en pánico. Así que elevó sus patas
delanteras al aire, como señal de sumisión pero la gente interpretó todo lo
contrario.
Las personas veían en cada gesto de Drago una terrible amenaza. La comarca
era una locura: humo por todas partes, casas quemadas y destruidas. Sin
embargo, nadie notó que no había ningún herido…excepto el dragón. La herida de
Drago, sangraba aún, dejando manchas por todos los lugares por donde pasaba.

Finalmente, llegó San Jorge para enfrentar al dragón. Cuando el joven caballero
miró alrededor suyo, solo encontró destrucción. Pensó que se enfrentaba a la
más cruel y destructiva criatura. Pero Jorge no sentía temor, pues se sabía el
más valiente, entre los valientes…modestia aparte.

Drago cuando vio venir al caballero, se sintió aterrorizado de nuevo y pensó en


las consecuencias de su miedo. ¿Qué podía hacer? Nada. El ejemplificaba al mal,
si intentaba conversar, solo sería peor. Todo en él, significaba violencia.
Resignado cerró los ojos, antes de que sus entrañas dejaran salir aquel sonido
que lo sentenciaría al fin: el hipo.

Una llamarada inmensa, pasó muy cerca de San Jorge. El caballero, lleno de
coraje corrió hacia la gran bestia con su espada. Por primera vez en su vida,
Drago sentía muy cerca el final. ¿Pero así? ¿De esa manera tan injusta? Una
lágrima le rodó por la mejilla.

—¡Detente Jorge! ¡Deja ese dragón en paz! —dijo un caballero montado en un


corcel, mientras galopando se interpuso entre el dragón y el caballero.

—¿Quién eres tú? ¿Cómo osas interponerte en esta batalla? ¿Acaso eres un
representante de la fuerzas oscuras o un loco? —dijo Jorge visiblemente
molesto.

—¡Te lo exijo yo…la princesa de esta comarca! —dijo Sabria mientras se quitaba
el casco de su armadura.

—Princesa Sabria… ¿estás loca? —Pregunto el caballero mientras señalo al


dragon. —Esa es una bestia, nos matara a todos.
—Puedo demostrar que es inofensivo. Además es muy…muy…educado. —Sabra se
volteó hacia el dragón con una actitud muy enérgica— En cuanto a ti, deja el
miedo. ¡Cálmate! Sino como le demostraremos a toda esta gente quien eres
realmente.

Drago sabía que Sabra tenía razón, era ahora o…nunca. Respiro profundo, por
más de dos minutos. Parecía que se desmayaría.

—Lala…lala…lala…lamento esto esta situación. Yo soy generalmente muy educado


pero cuando algo me incomoda, bueno en realidad me asusta,
pues…pues…pues…me da…me da…hipo. La verdad esta situación es muy
bochornosa.

— ¿Un dragón que habla? —dijo San Jorge asombrado y con la boca abierta, se
le cayó la espada al suelo.

—Pues sí. Mucho gusto mi nombre es Drago. —dijo el dragón extendiendo una de
sus patita delanteras.

—¡Que humillación! Esto es una locura, todos están muy locos aquí. —dijo San
Jorge y se retiró muy molesto, cabalgando velozmente se perdió entre el
paisaje.

—Muchas gracias Sabra, te debo…la vida. —dijo el Drago con una cálida sonrisa
en el rostro.

En el fondo se escuchó un gran alboroto, había un buen ambiente y mucha alegría


entre la multitud.

—¡Viva la princesa Sabría! ¡Ah salvado a la comarca! ¡Viva! —todos los pobladores
gritaban.

—¡Ah, no es nada! —respondió humildemente a los pobladores —Por cierto, creo


que olvidé mencionarte algo Drago…soy princesa.

—¡Ah, que pequeño detalle! Pues nada, quizás luego me contaras que tu papá fue
sapo en su juventud o algo así. ¡Pequeños detalles que se le olvidan a uno!

Ese día lleno de sorpresas y acción, también fue el inicio de una especial
admiración mutua entre Drago y la princesa. Al atardecer Sabra marchó al
castillo con el dragón, quería presentarlo a su padre. Al llegar fue directo a
cambiarse de ropa, pues si el Rey la veía vestida de hombre sería ya mucha
impresión para él. Convertida en una delicada joven, bajo de inmediato al salón
de la corona. Allí se encontró con una gran sorpresa: ¡San Jorge estaba allí!

—¡Querida hija…ven a mis brazos! —dijo el rey con una dulces sonrisa y
extendiendo los brazos.

—¡Padre! —corre Sabria para abrazarlo, luego se separa y le pregunta —Padre y


que hace él aquí.

—Pues Jorge viene por tu mano. Yo le prometí que al salvarte y vencer a la


bestia, pues te casarías con él. Además, recibirá también tu dote y una
recompensa.

—¿Qué? —Sabra miró con rabia a San Jorge, luego buscó un palo y lo persiguió
hasta la entrada del castillo.

San Jorge galopó más veloz que nunca, paso al lado del dragón y ni le miró. El
caballero le temía a la ira femenina, en especial a la de aquella princesa. Jorge
conocía a pocas mujeres aguerridas, pero les respetaba mucho.
Así pasó el tiempo, la alegría regresó a la comarca y se múltiplo con la llegada
del dragón. Además la gente aprendió muchas cosas. Primero que no se puede
emitir juicios sin conocer bien a las personas o a los seres. También aprendieron
que por un individuo o varios, no se puede juzgar al resto. Así como que por la
apariencia, no debemos valorar a los seres.

Drago tenía un encanto… ¡mágico! Al fin sus cualidades brillaban como un sol. En
la comarca la gente creo un rumor acerca del gentil dragón. La gente del pueblo
pensaba que era de buena suerte, pues en los lugares donde cayó su sangre,
crecieron hermosas rosas rojas.

En la comarca reinaba el amor y la sabiduría pues Drago le encantaba hablar,


mientras hacía caminatas larguísimas por el valle. El dragon montaba en su
espalda a muchos niños, jóvenes e incluso adultos. En aquellos paseos les relata
las historias de sus viajes, les contaba libros que había leído y debatían incluso
temas… ¡filosóficos!

Silca nunca más sería la misma, aquella comarca ahora tenía a un maravilloso
dragón y…no sabían vivir sin él. Drago era genial, además de gentil, generoso y
“muy educado”, como el mismo decía, ayudaba con su fuerza bruta en
construcciones de edificaciones y mucho más. Sin mencionar el estilo que da
tener un dragón, como amigo de una comarca, ningún humano o bestia se
interesaría en atacar un lugar así. Decir dragón, imponía mucho en aquellos
tiempos.
Todo el pueblo cayó bajo el encanto del dragón y eso incluía a la princesa. Ella le
admiraba en secreto y él…la adoraba. Sin embargo, Drago era muy tímido y
Sabra lo sabía. La joven comprendió que debía tomar la iniciativa. Un día salieron
como de costumbre, hablando de todo, por horas. Justo en medio del atardecer
Sabra le pidió matrimonio a Drago y… ¡a él le dio un ataque de hipo!

El día de la boda del dragón y la princesa fue el más aclamado y divulgado de


aquel tiempo. A la comarca de Silca llegaron personas de muchos lugares,
algunos cercanos y algunos muy lejanos.

Miles de regalos llegaron a la comarca. Los regalos eran muy diversos desde
cosas muy personales para los novios, hasta maravillas tecnológicas y obras de
arte para la comarca.
El castillo abrió sus puertas para todos los habitantes de la comarca pero por
falta de espacio, debió extender sus dimensiones hasta más allá de sus muros.
Así, se colocaron muchas tiendas al aire libre. Dentro de las tiendas había
muchas mesas decoradas con finos manteles y hermosas flores. El banquete no
se quedó atrás, todo tipo de manjares se lucia en aquellas mesas. Ningún
habitante de la comarca debía quedar fuera, una exigencia solo pensable en la
era Sabra-Drago.
La pareja era tan generosa, que todos presentían grandes bendiciones para
Silca. Drago incluso invitó a San Jorge, olvidando aquel “desagradable
incidente”, como decía en sus paseos.

FIN
Escrito por: Jecar J. Mendoza Fischer, ilustrado por: Daniel Pineda, editado por: Roser Aguiló

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