Cuadernillo de Ciclo Introductorio 2020

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Universidad Nacional de Río

Negro
Ciclo de inicio Universitario a las carreras de Letras

Profesoras: Natalia González - Aylén Soriani

2020
Toma de apuntes 5

Consejos para la lectura analítica 7

Lo “real” es un invento de los medios 8

La lectura de un corpus 12

Sobre el doblaje 12

Será obligatorio el doblaje al español de películas y series extranjeras 13

¿Por qué se dobla el cine en España y en otros países no? 14

Las propiedades textuales: adecuación lingüístico-gramatical 16

El asesino desinteresado Bill Harrigan 21

La explicación 24

Darwinismo y determinismo 24

Actividad en el campus 27

Qué es la literatura, por Daniel Link 28

Extensión e incertidumbre de la noción de literatura 32

La muerte del autor 37

Buen Viaje, Señor Presidente 44

POESÍA DE SOLEDAD Y POESÍA DE COMUNIÓN 63

Contra los poetas , por Witold Gombrowicz 69

Contra la poesía 69

Selección de poemas 74

Nicolás Guillén 74

César Vallejo 76

La representación del “otro” 79

Introducción 79

Monólogo segundo 80

Habla Tarzán 80

Circe 82

2
Actividad en el campus 92

Lenguaje e ideología 93

Lenguaje incisivo 95

El lenguaje inclusivo y el sentido común lingüístico 96

Encuentro interdisciplinario 98

AUGE Y CAÍDA DE LAS TEORÍAS RACISTAS 98

La gramática como objeto de estudio. Las categorías gramaticales 102

Manual de Gramática del español. 104

Introducción La enseñanza de la gramática. 104

Introducción - ¿Cómo se clasifican las palabras? 109

Las categorías lingüísticas 110

Las clases de palabras 110

Las categorías gramaticales 113

Un hombre sin suerte (fragmento) 115

En torno a la combinatoria de tiempos verbales en español 117

Actividad en el campus 119

Trabajos individuales de escritura: las y los estudiantes como estudiosas/os 119

Bibliografía 120

Guía de referencia 123

Figuras retóricas, por Miguel Ángel Garrido et al. 123

Paradigma verbal del español 131

Verbos de habla 135

Términos de examen o consigna (con definiciones) 135

Pequeño manual de citas bibliográficas (2017) 136

Dudas y errores frecuentes 141

3
Criterios de acreditación para el ciclo introductorio

-Asistir al 75 por ciento de las clases.

-Entregar todos los trabajos requeridos.

-Contar con los materiales obligatorios en las clases.

-Registrar lo conversado en las clases.

-Participar y escuchar activamente.

4
Toma de apuntes
Notas, apuntes, borradores

Generalmente se asocia el significado de la palabra “apunte” a las anotaciones que un alumno


escribe, en algún cuaderno o anotador, para registrar y recordar los conceptos clave que el
docente desarrolla en una clase.

En realidad, la toma de apuntes excede los límites de la comunicación en el aula. Se toman


apuntes en reuniones de personal, en asambleas, en el hogar cuando se registra una receta de
cocina o se agenda una dirección, entre muchos otros casos. Atendiendo al contexto académico, la
toma de apuntes puede realizarse en clase, en una reunión de grupo de estudios, en la propia casa
mientras se asiste a un video educativo, a medida que se lee un texto, por ejemplo.

Independientemente del contexto, lo esencial de un apunte consiste en el registro de información


valiosa de la que se desea disponer en el futuro. Ahora bien, cuando tome apuntes tenga muy en
cuenta: ¿para qué lo hace? ¿En qué lugar? ¿En qué situación comunicativa? Ya que, si se toman
notas mientras se lee, se lo hace para ordenar el estudio o para señalar conceptos –en el caso de
que sean notas al margen, por ejemplo –. En cambio, procederá de manera diferente cuando tome
apuntes en clase, ahí deberá registrar los conceptos que el profesor le indica como clave, nombres
de autores, referencias bibliográficas, otros datos de interés, etc.

Entonces, un buen apunte puede servirle para resumir/ordenar ideas, para agendar referencias,
para anotar los pasos de un proceso, para contar con una base para resumir, para sistematizar los
contenidos y la información dadas en las clases. Pero, nunca –aunque sea muy bueno - un apunte
sirve como único material de estudio.

La toma de apuntes es importante para:

● Concentrarse.
● Ordenarse.
● Leer comprensivamente.
● Escribir un borrador.
● Retener/ Registrar información.
● Repasar un tema.
● Ampliar información.
● Seguir los pasos de una determinada actividad.

A continuación, sistematizamos algunos usos del apunte de estudio según el contexto en que lo
realice.

5
Importante para realizar buenos apuntes:
● Concéntrense;
● Sean ordenadas y ordenados al tomar sus notas;
● Respeten márgenes y renglones;
● Traten de que su letra sea legible;
● Si usan símbolos o abreviaturas, elijan siempre los mismos y con el mismo significado;
● Anoten títulos, nombres de autores y contenidos que la o el docente desarrolle;
● Subrayen en los apuntes temas y contenidos a los que la o el docente dé más
importancia;
● Registren ejemplos;
● No traten de registrar todo.

Muy importante
● No traten de copiar las presentaciones que proyecte el docente.
● Conviene pedir que las presentaciones sean compartidas en el aula virtual.
● Esto no quita que deban tomar nota de los datos fundamentales de la presentación.

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Consejos para la lectura analítica

La lectura analítica es una lectura detallada, es decir, una segunda lectura. Recuerden que en el
ámbito académico leer es releer. Una vez que se ha hecho una lectura global (atenta a paratextos,
títulos y subtítulos, temas presentados), la segunda lectura se detiene para reflexionar sobre
varios aspectos que en una primera instancia quedaron de lado.

Además, requiere que se realicen actividades de escritura para completar las acciones que una
tarea de esta naturaleza demanda. Antes de ir al análisis propiamente dicho, les sugerimos
considerar algunas cuestiones que, cuando leen analíticamente, no pueden pasar por alto.

Durante todas las etapas previas de escolarización, con seguridad, les habrán enseñado y
encomendado que realicen el procedimiento de reconocer en el texto aquellas partes donde se
enuncian las ideas principales y aquellas otras donde aparecen las ideas secundarias.

Deben prestar atención a las frases y palabras clave. Bien, ahora, leyendo con detenimiento cada
párrafo, deberán señalar con una marca gráfica [generalmente se usa algún tipo de subrayado
diferente para cada caso, o un color de resaltador diferente] las ideas principales y las ideas
secundarias.

¿Cómo reconocer/ distinguir las unas de las otras? Las ideas principales en un texto son aquellas
por donde circula el sentido del mismo. Si se las suprimiera, no podríamos decir de qué se trata la
lectura. Generalmente, las ideas principales aparecen en las primeras frases de cada párrafo. Pero
es importante tener en cuenta que – según el estilo particular de cada autor – no siempre sucede
así, en algunas oportunidades pueden hallarse en mitad o al final del párrafo.

Es muy importante leer con un lápiz en la mano, no sólo para ir subrayando partes del texto, sino
también para realizar notaciones marginales que permitan organizar la información. Si se anotan
los conceptos clave de cada párrafo, al revisar el material la información estará accesible de una
forma más rápida y eficiente. Para las notaciones marginales se usan nominalizaciones (muchas
veces, un solo sustantivo, o una frase muy breve sin verbo); es una especie de título que sintetiza
el contenido.

7
Lo “real” es un invento de los medios
Por Jorge Halperín

Copyright Clarín, 1989

“¿Y si la llegada del hombre a la Luna no hubiera sido otra cosa que un
gigantesco engaño urdido por la televisión norteamericana?”, preguntó,
desafiante, el epistemólogo Heinz von Foerster. ¿Cómo sé que efectivamente
ocurrió?

Una enorme porción de lo que llamamos realidad no la conocemos por nosotros


mismos sino porque nos la contaron los demás. La mayoría no hemos palpado
nada de la Luna (apenas vemos a distancia ese enorme queso que aparece en
medio de la noche), de la Roma antigua, de Raúl Alfonsín, de las partículas
subatómicas, la Antártida o el balance de pagos de la Nación. Tenemos solo
versiones de su existencia, pero los consideramos tan reales como a nuestras
piernas.

P. Herger y T. Luckmanh, dos autores norteamericanos, sostienen que la gente


construye “en sociedad” sus nociones sobre lo real y luego las acepta como
verdades. La pregunta que sigue es esta: ¿la presencia notable de los medios de
comunicación ha aumentado nuestras nociones de la realidad?

El hombre de hoy vive saturado de imágenes e información. ¿Es más realista


que el hombre de cualquier otra época? ¿La realidad que exponen los medios,
es igual a la que “construyo” con mi experiencia? Hace seis años vi la primera
guerra por televisión. Ya había visto series como Combate y películas como Arde
París, Patton o La batalla de Midway, y sabía que al terminar el programa salía a
caminar por mi barrio y todo era normal. En 1982, cuando concluía el episodio
de cada día de Malvinas, era lo mismo: la calle, el trabajo, el supermercado y la
escuela funcionaban como en cualquier época. A lo sumo, se percibía una cierta
épica de “guerra aprendida en tercer grado primario” y un solapado temor
colectivo, como indicios de que no se trataba de una ficción.

Un siglo atrás, para cualquier persona la noción de guerra consistía en ser


testigo directo de matanzas, cuerpos mutilados, armas, destrucción, heroísmo y
cobardía. Se sentía miedo, pánico y repugnancia.

8
¿Cómo condensar tamañas experiencias en una pantalla fría de 17 pulgadas, y
conseguir que sigan siendo reales? La realidad pierde sustancia. Se mira pero no
se toca. No sería extraño que la indiferencia general que se percibe hoy acerca
de Malvinas se relacione con ese modo de “participar” en una guerra que se
libró en alguna galaxia remota –o en ninguna-, a 600 kilómetros de nuestras
costas.

Hiperrealidades
Veamos el efecto inverso: el 9 de setiembre último algunos episodios del acto
que organizó la CGT en Plaza de Mayo tomaron la dimensión de una guerra.
Mostrados una y otra vez por televisión, los saqueadores (¿eran más de 50?)
parecían masas insurgentes tomando por asalto el Palacio... de la Moda.

Todo era real, pero, quizás, exageradamente real.

Esta nota no cierra como un teorema. No tiene una explicación para cada
fenómeno que anuncia. Invita a una excursión a territorio nuevo, pero no
garantiza la seguridad del pasaje. Sin embargo, la falta de explicaciones no
vuelve menos observable el fenómeno.

La hipótesis es esta: siendo los medios de comunicación el puente con una


realidad vastísima, ellos hacen algo diferente con esa materia prima.

El exceso de realidad produce saturación y eclipsa otras realidades, mientras


que el empequeñecimiento de la realidad nos aleja de ella.

El 9 de setiembre hubiera sido más importante preguntarse dónde estaban las


150.000 personas que se movilizaron en los actos anteriores de la CGT, ya que
no es imaginable que tengan menos frustraciones que dos años atrás. ¿Cómo
procesan hoy sus conflictos, si ya no apelan tanto al sindicalismo, a los partidos
y a los movimientos de base? ¿Cómo aparece hoy tan calma esta sociedad, si
hasta hace pocos años se inflamó de muerte y violencia?

Esas preguntas a la realidad quedaron bloqueadas por la imagen de los


asaltantes de Modart.

9
Saturación y apatía: el desgarrador caso de Juliana Sandoval Fontana tuvo en
vilo a la sociedad. Durante varias semanas, la gente y los medios siguieron las
instancias del caso como una final de copa, esperando la jugada siguiente y
alineándose en uno u otro bando. Se tenía la impresión de que algo definitivo se
jugaba en el destino de todos nosotros.

De repente, el caso Juliana desapareció de los medios y de las conversaciones.

¿Desapareció por el silencio urdido por los medios? (lo que equivale a decir que
todos los medios coincidían –que no es así- y que además son los que inventan
la realidad). Probablemente, desapareció por hiperrealidad, como sucedió en
l984, cuando el “show del horror” que ofrecían los medios agotó a la gente.

Se puede llorar por nuestros desaparecidos, por los apaleados chilenos, por los
refugiados de Camboya, por el chico que cayó en un pozo en los Estados Unidos,
por el hambre de los etíopes, la desgracia de los astronautas del Challenger y el
SIDA que invadió a la médica argentina. Y un buen día uno descubre que siguen
pasando imágenes desgarradoras y ya no le quedan lágrimas ni se angustia
tanto.

Trampas
¿De qué se trata exactamente, de una nueva sensibilidad o de una nueva
insensibilidad?

Es algo nuevo y existe, pero es difícil de descifrar. Los medios no tienen ideas
muy profundas sobre la clase de vínculo que la gente mantiene con ellos, y
muchas veces les pasa lo mismo que a los políticos, a los dirigentes y a todos los
que trabajan con la materia pública: la realidad les tiende trampas y se les
presenta en cualquier esquina sin anunciarse, a los cachetazos.

No son solo ellos, desde luego, los que inventan la realidad. La gente también
opera como un informativo: crea, cree y difunde noticias y apuesta plata por su
veracidad. Así sucedió, por ejemplo, con el mentado secuestro de chicos para
robarles los órganos, con el “inminente” –y nunca cumplido- desagio de 3 ceros
en los billetes, y con las ratas en los almuerzos de los restaurantes chinos.

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Si es que existe una nueva sensibilidad –y todavía aparece como insondable–
sus claves podrían encontrarse en estos productos de la fantasía colectiva que
ofrecen metáforas al observador sensible. Hablan de la incertidumbre, del
miedo a perder algo valioso, de la sensación de vulnerabilidad que nos asalta
todos los días.

Todavía se puede buscar como un rabdomante en otros asuntos menores y


encontrar señales de procesos subterráneos. ¿Qué lleva, por ejemplo, a la gente
a interesarse por disciplinas que hieren el racionalismo occidental, a declararse
fascinadas por sistemas seudocientíficos que son, en realidad, mística pura, a
entregarse a cultos casi religiosos de la salud, a la alquimia de los fenómenos
paranormales y los profetas milagreros?

Desde el observador desconcertado, el dios de la Razón se hizo humo y la


sociedad baila alegremente la danza de los vampiros.

En el siglo que corre, la sensibilidad ha sido puesta en una máquina centrífuga y


se dispara en mil direcciones. Como nunca antes sucedió, las personas viven en
medio de una extremada movilidad social y física, una exuberancia del paisaje
humano y sensaciones nuevas como la velocidad (de aviones, de autos y de
imágenes).

Somos vecinos de criaturas invisibles de gran poder, como los virus, las
partículas atómicas y los “halos” de materia. Y vemos continuamente deslizarse
lo posible y lo imposible.

¿Cómo procesa la gente todos estos cambios?

Lentamente. La mayor parte de la población humana sigue viviendo de acuerdo


con creencias religiosas de hace milenios. Es cierto que las realidades más
distantes están en boca de toda la gente, pero ¿hasta dónde afectan su relación
con el mundo? Es parte de los misterios que aún no podemos develar. Quizás
crean en esas realidades que no pueden palpar, pero no sería raro que ellas
ingresen a la conciencia colectiva en una categoría nueva que no es el sueño,
pero tampoco exactamente la vigilia.

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La lectura de un corpus

Muchas veces, la propuesta de las clases universitarias tiene que ver con comparar y contrastar
diferentes posturas frente a un fenómeno. Para el siguiente trabajo, proponemos que las y los
estudiantes se enfoquen en los siguientes aspectos textuales:

● Grado de objetividad presente en el texto,


● Medio de circulación,
● Lenguaje y registro formal/informal,
● Temas e ideas expresados.

Sobre el doblaje
Jorge Luis Borges

Las posibilidades del arte de combinar no son infinitas, pero suelen ser espantosas. Los griegos
engendraron la quimera, monstruo con cabeza de león, con cabeza de dragón, con cabeza de
cabra; los teólogos del siglo II, la Trinidad, en la que inextricablemente se articulan el Padre, el Hijo
y el Espíritu; los zoólogos chinos, el ti-yiang, pájaro sobrenatural y bermejo provisto de seis patas y
de cuatro alas, pero sin cara ni ojos; los geómetras del siglo XIX, el hipercubo, figura de cuatro
dimensiones, que encierra un número infinito de cubos y que está limitada por ocho cubos y por
veinticuatro cuadrados. Hollywood acaba de enriquecer ese vano museo teratológico; por obra de
un maligno artificio que se llama doblaje, propone monstruos que combinan las ilustres facciones
de Greta Garbo con la voz de Aldonza Lorenzo. ¿Cómo no publicar nuestra admiración ante ese
prodigio penoso, ante esas industriosas anomalías fonético-visuales?

Quienes defienden el doblaje razonarán (tal vez) que las objeciones que pueden oponérsele
pueden oponerse, también, a cualquier otro ejemplo de traducción. Ese argumento desconoce, o
elude, el defecto central: el arbitrio injerto de otra voz y de otro lenguaje. La voz de Hepburn o de
Garbo no es contingente; es, para el mundo, uno de los atributos que las definen. Cabe asimismo
recordar que la mímica del inglés no es la del español.

Oigo decir que en las provincias el doblaje ha gustado. Trátase de un simple argumento de
autoridad; mientras no se publiquen los silogismos de los connaisseurs de Chilecito o de Chivilcoy,
yo, por lo menos, no me dejaré intimidar. También oigo decir que el doblaje es deleitable, o
tolerable, para los que no saben inglés. Mi conocimiento del inglés es menos perfecto que mi
desconocimiento del ruso; con todo, yo no me resignaría a rever Alexander Nevsky en otro idioma
que el primitivo y lo vería con fervor, por novena o décima vez, si dieran la versión original, o una
que yo creyera la original. Esto último es importante; peor que el doblaje, peor que la sustitución
que importa el doblaje, es la conciencia general de una sustitución, de un engaño.

No hay partidario del doblaje que no acabe por invocar la predestinación y el determinismo. Juran
que ese expediente es el fruto de una evolución implacable y que pronto podremos elegir entre
ver films doblados y no ver films. Dada la decadencia mundial del cinematógrafo (apenas corregida

12
por alguna solitaria excepción como La máscara de Demetrio), la segunda de esas alternativas no
es dolorosa. Recientes mamarrachos -pienso en El diario de un nazi, de Moscú, en La historia del
doctor Wassell, de Hollywood- nos instan a juzgarla una suerte de paraíso negativo. Sight-seeing is
the art of disappointment, dejó anotado Stevenson; esa definición conviene al cinematógrafo y,
con triste frecuencia, al continuo ejercicio impostergable que se llama vivir.

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INFOBAE- miércoles 17 de julio 2013

Será obligatorio el doblaje al español de películas y series extranjeras


La polémica norma que retrotrae a una ley de los 80 se publicó hoy en el Boletín Oficial. Cristina
Kirchner lo anticipó ayer durante un acto con artistas. Habrá sanciones para quien incumpla.
Participe de la encuesta de Infobae.

El gobierno nacional reglamentó hoy la polémica ley Nº 23.316, que establece el doblaje al español
de películas y series extranjeras en canales y señales de televisión a lo largo del país, incluyendo
los avisos publicitarios y avances de programa que se emitan.

El decreto 933/2013, publicado en el Boletín Oficial, se funda en una vieja ley sancionada por el
Congreso en 1988, que nunca fue aplicada, y la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual
(LSCA), votada en 2009 durante la disputa del Gobierno con el Grupo Clarín.

De acuerdo al escrito, la programación que sea divulgada a través de los servicios de radiodifusión
televisiva contemplados en la normativa, “debe estar expresada, en el idioma oficial o en los
idiomas de los Pueblos Originarios”.

Al respecto, la cuestionada medida establece como idioma oficial “al castellano neutro según su
uso corriente” en el país, aclaración que apunta a que el doblaje garantice “su comprensión para
todo el público de la América hispanohablante”. Además, se aclara que “su utilización no deberá
desnaturalizar las obras, particularmente en lo que refiere a la composición de personajes que
requieran de lenguaje típico”.

Sin embargo, habrá excepciones. A saber, la “ley de Medios” excluye las señales de cable con
inserción internacional o regional, donde habitualmente se difunden películas y series en idioma
extranjero.

Según reza el artículo 9 de la LSCA, quedan excluidos “los programas dirigidos a públicos ubicados
fuera de las fronteras nacionales, los destinados a la enseñanza de idiomas extranjeros, los que se
difundan en otro idioma y que sean simultáneamente traducidos o subtitulados, la programación
especial destinada a comunidades extranjeras habitantes o residentes en el país, la programación
originada en convenios de reciprocidad; letras de las composiciones musicales, poéticas o
literarias, y las señales de alcance internacional que se reciban en el territorio nacional”. (…)

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Hipertextual.com - Cine y TV Cultura

¿Por qué se dobla el cine en España y en otros países no?


Santiago Campillo

2015

El doblaje en España se realiza de manera sistemática y masiva. Es difícil acceder, a veces, a las
películas en su versión original. ¿Por qué ocurre esto y desde cuándo? Sus razones tienen un
trasfondo histórico y unas consecuencias que podemos apreciar hoy en día.

En España es muy sencillo encontrar cualquier producción cinematográfica completamente


doblada al castellano. Aunque no es exclusivo, el doblaje español está altamente especializado y
es bastante más común que en otros países donde se respeta más la versión original. ¿De dónde
viene esta costumbre y qué consecuencias ha tenido?

Cuando viajamos a otros países es bastante fácil acceder a la versión original de una película, tanto
en el cine como a la hora de alquilarla. Hay una clara preferencia por las voces en las que se grabó
la obra. En castellano suele ocurrir justo lo contrario. ¿Por qué? No podemos negar que en España
tenemos un nivel de conocimiento en lenguas extranjeras más bajo que en el resto de Europa.
Aunque hay quien pondrá el grito en el cielo por decirlo, lo cierto es que, en general, hablamos
menos y peor el inglés, por poner un ejemplo. Las razones tienen una fuerte raíz histórica cuyas
consecuencias podemos ver hoy día, tanto las positivas como las negativas.

El doblaje y su origen propagandista

Vayamos a 1930. El cine con sonido aparece; y con el sonido, las voces. En aquel entonces el
conocimiento de idiomas extranjeros era escaso y limitado principalmente al portugués y francés,
con algo de inglés y aún menos alemán. Mientras las películas se van extendiendo como medio
lúdico general para todo el público, también crece la necesidad de traducirlas y doblarlas para que
los españoles las puedan entender, ya que casi todas las películas son de origen extranjero. Con el
comienzo del franquismo, tras la Guerra Civil Española, el doblaje adquiere otro matiz: la
propaganda.

El franquismo, como nacionalismo extremo que es, defiende el lenguaje castellano a ultranza
como medio político. Por tanto, todas las películas proyectadas en España debían tener un doblaje
castellano. Además, así podía censurarse o cambiarse el contenido a voluntad del gobierno. En
1941 se promulga la Ley de Defensa del Idioma, muy parecida a la ley italiana defendida por
Mussolini y de la que ya se habían visto precursores en 1938 con la orden ministerial para no
registrar un nombre que no fuese genuinamente castellano. La intención de esta ley es clara:
defender el castellano como idea y símbolo de identidad nacionalista.

Pero como decíamos, también permitía a la censura hacer todos los cambios que quisiera en
cualquier película. Algunos ejemplos son bastante curiosos. Por ejemplo, en el doblaje castellano
de Mogambo (1953), Grace Kelly y Donald Sinden son hermanos y no matrimonio para evitar así el

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adulterio. Humphrey Bogart, en Casablanca (1942), no puede ser republicano, como en la versión
original, así que luchó contra los Nazis en la versión española. En La dama de Shanghai (1947),
Orson Welles tiene prohibido matar a un franquista en Murcia; en cambio, mata a un espía en
Trípoli, que parece mucho más asequible para la época franquista, obviamente.

La intención propagandística del doblaje castellano, junto a la defensa a ultranza del lenguaje,
asentó la tradición tan arraigada que tenemos hoy en día de las películas en español. Esto, como
decíamos, tiene sus consecuencias buenas y malas. Por un lado, la dificultad de obtener películas
en versión original ha impactado negativamente en la capacidad española de hablar en otros
idiomas. Eso sí, no podemos culpar al doblaje de que hablemos mucho menos en otras lenguas
extranjeras. Por otro lado, la industria del doblaje en castellano ha crecido muy especializada
generando una serie de profesionales y un mercado que pocos países pueden igualar.

Doblar o no doblar, esa es la cuestión

Particularmente, a mí me gusta la versión original de cualquier documento. Especialmente si es en


inglés. El doblaje, por muy profesional que se haga, suele perder matices, juegos de palabras,
entonaciones y sentidos solo posibles en su versión original. Además, disponer de las películas con
sus voces inéditas ayuda a mejorar tanto nuestro oído como nuestra comprensión y vocabulario
de una lengua extranjera. Varios estudios muestran que ver películas en V.O. con subtítulos ayuda
en la adquisición de un nuevo lenguaje, por lo que este tipo de cine tiene consecuencias muy
positivas.

Hay quien ve en el doblaje una falta de respeto y una manera de contaminar una obra de arte. Hay
incluso quien ve en el doblaje una falta de respeto, una contaminación en la película original.
Tanto si es en los subtítulos como si es en las voces, los defensores ven el doblaje como una
manera de estropear una obra de arte. Pero el doblaje sigue siendo necesario además de
beneficioso en términos económicos. La industria del doblaje sigue dando dinero y en la actualidad
no solo se dobla al castellano para España, sino que el doblaje en castellano “neutro” o americano
es muy necesario para que las películas lleguen también a Latinoamérica.

Es una manera de que toda película pueda ser disfrutada por todo el mundo. Apreciar la versión
original es una preferencia importante pero no se puede negar la importancia de la lengua
materna de ningún país. Por otro lado, España no es el único lugar en el que se realiza el doblaje
masivo de películas. Como decíamos, Francia, Alemania o Inglaterra también suelen doblar
sistemáticamente las películas extranjeras, aunque en su caso permiten disponer de la versión
original mucho más fácilmente. Si alguien me preguntara por mi opinión personal, diría que la
solución está en seguir doblando, pero sin olvidarnos de poner facilidades para ver la versión
original de cualquier película. Pero, como de costumbre en temas culturales, esto es un proceso
lento y difícil de llevar a cabo.

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Las propiedades textuales: adecuación lingüístico-gramatical

Llamamos propiedades textuales a ciertas condiciones y requisitos que un texto debe cumplir y
manifestar para que sea legible y comprensible por sus posibles lectores u oyentes. Estas
propiedades se vinculan con competencias y habilidades que el escritor debe desarrollar y,
claramente, no se aprenden o reparan sin esfuerzos y sin el auxilio de la práctica escritural
constante. Como hemos dicho en otras oportunidades, la escritura es un proceso cíclico,
espiralado, recursivo, lo cual implica que volveremos una y otra vez sobre nuestros textos para
releerlos, revisarlos, mejorarlos, renovarlos, optimizarlos.

Un buen manejo de estas propiedades o la identificación oportuna de dificultades vinculadas con


ellas que la escritura pueda presentar -sobre todo en el caso de los escritores aprendices o con
menos experiencia-, permite poner en marcha mecanismos y herramientas que favorecerán los
procesos para la producción y redacción de textos.

Daniel Cassany afirma que cuando hablamos o escribimos, escuchamos o leemos, construimos
textos lo cual no solo implica dominar los conocimientos vinculados con la fonética, la ortografía,
la morfología, la sintaxis y el léxico -en los cuales focaliza el análisis tradicional de la lengua-, sino
también aquellos conocimientos relacionados con el contexto de producción y la aceptabilidad de
los textos -abordados por los estudios de la Lingüística Textual o la Gramática del Discurso. De esta
manera, este autor nos habla de cuatro tipos de reglas que permiten la elaboración/ construcción
de los textos, las cuales son conocidas y dominadas por el Escritor competente:

Coherencia Para definir esta propiedad, partimos de que para cada situación de
comunicación existe información pertinente, es decir, relevante, que se
distingue de la información irrelevante (innecesaria, superflua,
redundante, etc.).
El autor vincula esta propiedad con el concepto de macroestructura de
Van Dijk, el cual se corresponde con una representación abstracta de la
estructura global del significado del texto.
Es importante aclarar que la coherencia se negocia entre interlocutores.
Así, otros hablantes pueden pedir precisiones para reconocer la
pertinencia de determinado enunciado en determinado contexto. En este
caso, el canal (oral o escrito y sus relaciones con la posibilidad de feedback
inmediato) será de vital importancia. A la vez, en la oralidad tendemos a
depender mucho más del contexto de producción de determinado
enunciado, mientras que, en lo escrito, esta dependencia disminuye y es
el mismo texto el que contiene la información necesaria.
Cohesión Aquí se parte de la idea de que los enunciados de un texto se instalan en
una red de relaciones.
Existen mecanismos de cohesión (repeticiones, anáforas, catáforas,
relaciones semánticas, enlaces, conectores) que aseguran la
interpretación de cada frase en relación con las demás.

16
La cohesión favorece la comprensión del significado global del texto.
Respecto de la relación entre la coherencia y la cohesión, podría instalarse
a la primera en el campo semántico y a la segunda en el campo sintáctico,
sin embargo, existen yuxtaposiciones, sus límites no son tajantes
Adecuación Es la propiedad del texto que determina la variedad (dialectal/estándar) y
el registro (tema: general/ específico; canal: oral/ escrito; intención:
objetivo/ subjetivo; relación: formal/ informal).
Se vincula con la habilidad del hablante/escritor para adecuar sus textos al
contexto en el cual circulen.
Adecuación Se vincula con las competencias fonético-fonológica y ortográfica (grafía y
lingüístico- representación), morfosintáctica, léxica y pragmática.
gramatical Cabe señalar en relación con estas competencias, que existen ciertas
convenciones sociales que aseguran el éxito de la comunicación.

Por su parte, Gloria Pampillo define a la cohesión como un fenómeno interoracional que se da en
la superficie del texto cuando la interpretación de algún elemento en el discurso depende de otro.
Esto supone una relación semántica entre dos elementos: el que refiere y el que es referido. Estos
se conectan a través de diferentes tipos de ligaduras y se realizan en el sistema léxico o gramatical.

Podemos encontrar diversos tipos de procedimientos que, adecuadamente utilizados, aseguran la


cohesión textual:

1. PROCEDIMIENTOS LÉXICOS

REPETICIONES: reiterar elementos del texto –a veces con pequeñas variaciones–, colabora con su
cohesión, por ejemplo:

Hay una pregunta muy frecuente entre escritores: ¿qué estás leyendo? Primero, porque es
raro que un escritor le pregunte a otro qué está escribiendo, y segundo, porque se supone
que el escritor, por una necesidad propia del oficio, debe estar siempre leyendo algún libro
que merece ser recomendado. (García Márquez 1983: “¿Qué libro estás leyendo?”)

SINÓNIMOS Y ANTÓNIMOS: como sabemos, los primeros son palabras que poseen significados
similares o iguales entre sí, y los segundos, son palabras que poseen significados opuestos entre sí,
por ejemplo:

Las prácticas más comunes en Internet son el envío de emails o correos electrónicos, la
participación en foros y la navegación por páginas de la World Wide Web.

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HIPERÓNIMOS E HIPÓNIMOS: los hiperónimos son palabras cuyo significado contiene también el
de otras palabras llamadas hipónimos, por ejemplo:

Barrios como Copacabana o Ipanema tiene al turismo como principal fuente de ingreso. Es
habitual escuchar en sus calles distintos idiomas como el inglés, español y alemán.

METÁFORAS: este recurso sirve para identificar dos términos entre los cuales existe alguna clase
de semejanza, uno de los términos es literal y el otro se usa en sentido figurado; en el ejemplo que
presentamos, se habla de que los niños pueden adquirir el hábito de la lectura “por contagio” –
sentido figurado– que implicaría adquirirlo copiando a personas lectoras como los padres:

Se ha dicho mucho -y se ha dicho bien- que el hábito de la lectura se adquiere muy joven o
no se adquiere nunca. También se dice, quién sabe con cuánta razón, que es necesario
inculcárselo a los niños. Parece más probable que se adquiera por contagio: en general, los
hijos de buenos lectores suelen serlo también. (García Márquez, ob. cit.).

VALORATIVOS: palabras o expresiones que dan cuenta de las opiniones, puntos de vista,
perspectivas, subjetividades y maneras de pensar del hablante o escritor, por ejemplo:

Es una obra de consulta sin demasiados tecnicismos para quien tenga interés en resolver
una duda concreta de manera rápida y eficaz, y también para quienes trabajan
cotidianamente con la lengua de manera profesional, porque obtienen aquí no solo
respuestas confiables sino también explicaciones accesibles y apropiadamente
argumentadas.

(Ramírez Gelbes, 2006: Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua


Española, Diccionario Panhispánico de dudas).

2. PROCEDIMIENTOS GRAMATICALES: ANÁFORAS Y CATÁFORAS

son las relaciones que se mantienen entre un elemento del texto (pronombres, adverbios, etc.) y
otro formulado anteriormente, en el caso de las anáforas y, posteriormente, en el caso de las
catáforas; en el caso de estas últimas, el elemento catafórico anticipa una información que vendrá
después en el texto. Ambos procedimientos evitan las repeticiones innecesarias y colaboran en la
cohesión textual. Por ejemplo:

El Neobarroco es un movimiento artístico y literario en el cual se enmarca la narrativa


americana contemporánea, debido a las relaciones ineludibles con el movimiento Barroco
surgido en Europa, especialmente en España.

18
“… cuando uno tiene la suerte de acceder a ella: la lectura siempre produce sentido…”
(Petit, 2009: 32). “Esto es precisamente lo que la lectura, y sobre todo la lectura literaria,
ofrece en abundancia: espacios, paisajes, pasajes” (Ob. cit.: 133).

ELIPSIS: permite la supresión de un elemento, que se halla sobreentendido pues se lo ha


mencionado anteriormente; en el ejemplo que presentamos la elipsis está dada por la supresión
en la segunda oración de “labor periodística” y “producción poética”:

La labor periodística de Juan Gelman no interfiere en su producción poética. Según sus


propias palabras, son dos lenguajes diferentes íntimamente enraizados en diferentes
misterios de la vida.

DEÍCTICOS: la palabra “deixis” (del griego, “mostrar”, “señalar”) designa la propiedad que tienen
algunos elementos de la lengua (pronombres, adverbios) de remitir al espacio, tiempo y personas
en un acto concreto de comunicación, por ejemplo:

Cuando pasó la lluvia, los que por allí pasaban y que habían estado esperando debajo de
techos y galerías, volvieron a caminar felices.

A continuación, compartimos un listado de marcadores que serán útiles a la hora de producir


textos con coherencia y cohesión:

PARA EMPEZAR UN TEMA


El objetivo principal de... Este texto trata de...
Nos proponemos exponer... Nos dirigimos a usted para...
El tema que vamos a tratar... Ante todo...
PARA CAMBIAR DE TEMA
Con respecto a... En cuanto a...
Por lo que se refiere a ... Sobre...
Acerca de... El siguiente punto trata de...
Otro punto es... En relación con...
PARA MARCAR UN ORDEN Y DISTINGUIR
En primer lugar... En segundo lugar...
Primeramente... A continuación...
Ante todo... Además...
Por una parte... Por otra parte...
Al final... En último término...
Ahora bien... Por otro lado...
Así mismo... No obstante...
En cambio... Sin embargo...
PARA CONTINUAR SOBRE EL MISMO PUNTO
Además.... Después...
A continuación... Luego...

19
Así mismo... Así pues...
Es decir... Hay que hacer notar...
En otras palabras... O sea...
Esto es... En efecto...
PARA DETALLAR
Por ejemplo... En particular...
En el caso de... Como, por ejemplo...
A saber... Así...
PARA RESUMIR
En resumen... Brevemente...
Resumiendo... En pocas palabras...
En conjunto... Recapitulando...
PARA CONCLUIR
En conclusión... Para finalizar...
Así pues... Para concluir...
Finalmente... En definitiva...
PARA COMPARAR AUTORES
En la misma línea... En contraposición...
De igual forma... Por el contrario....
De modo semejante...

20
El asesino desinteresado Bill Harrigan
Jorge Luis Borges

La imagen de las tierras de Arizona, antes que ninguna otra imagen: la imagen de
las tierras de Arizona y de Nuevo Méjico, tierras con un ilustre fundamento de oro
y plata, tierras vertiginosas y aéreas, tierras de la meseta monumental y de los
delicados colores, tierras con blanco resplandor de esqueleto pelado por los
pájaros. En esas tierras otra imagen, la de Billy the Kid: el jinete clavado sobre el
caballo, el joven de los duros pistoletazos que aturden el desierto, el emisor de
balas invisibles que matan a distancia, como una magia.
El desierto veteado de metales, árido y reluciente. El casi niño que al morir a los
veintiún años debía a la justicia de los hombres veintiuna muertes –"sin contar
mejicanos".

EL ESTADO LARVAL
Hacia 1859 el hombre que para el terror y la gloria sería Billy the Kid nació en un
conventillo subterráneo de Nueva York. Dicen que lo parió un fatigado vientre
irlandés, pero se crió entre negros. En ese caos de catinga y de motas gozó el
primado que conceden las pecas y una crencha rojiza. Practicaba el orgullo de ser
blanco; también era esmirriado, chúcaro, soez. A los doce años militó en la
pandilla de los Swamp Angels (Ángeles de la Ciénaga), divinidades que operaban
entre las cloacas. En las noches con olor a niebla quemada emergían de aquel
fétido laberinto, seguían el rumbo de algún marinero alemán, lo desmoronaban de
un cascotazo, lo despojaban hasta de la ropa interior, y se restituían después a la
otra basura. Los comandaba un negro encanecido, Gas Houser Jonas, también
famoso como envenenador de caballos.
A veces, de la buhardilla de alguna casa jorobada cerca del agua, una mujer
volcaba sobre la cabeza de un transeúnte un balde de ceniza. El hombre se
agitaba y se ahogaba. En seguida los Ángeles de la Ciénaga pululaban sobre él, lo
arrebataban por la boca de un sótano y lo saqueaban.
Tales fueron los años de aprendizaje de Billy Harrigan, el futuro Billy the Kid. No
desdeñaba las ficciones teatrales; le gustaba asistir (acaso sin ningún
presentimiento de que eran símbolos y letras de su destino) a los melodramas de
cowboys.
GO WEST!
Si los populosos teatros del Bowery (cuyos concurrentes vociferaban "¡Alcen el
trapo!‖ a la menor impuntualidad del telón) abundaban en esos melodramas de
jinete y balazo, la facilísima razón es que América sufría entonces la atracción del
Oeste. Detrás de los ponientes estaba el oro de Nevada y de California. Detrás de
los ponientes estaba el hacha demoledora de cedros, la enorme cara babilónica
del bisonte, el sombrero de copa y el numeroso lecho de Brigham Young, las

21
ceremonias y la ira del hombre rojo, el aire despejado de los desiertos, la
desaforada pradera, la tierra fundamental cuya cercanía apresura el latir de los
corazones como la cercanía del mar. El Oeste llamaba. Un continuo rumor
acompasado pobló esos años: el de millares de hombres americanos ocupando el
Oeste. En esa progresión, hacia 1872, estaba el siempre aculebrado Bill Harrigan,
huyendo de una celda rectangular.
DEMOLICIÓN DE UN MEJICANO
La Historia (que, a semejanza de cierto director cinematográfico, procede por
imágenes discontinuas) propone ahora la de una arriesgada taberna, que está en
el todopoderoso desierto igual que en alta mar. El tiempo, una destemplada noche
del año 1873; el precisó lugar, el Llano Estacado (New Mexico). La tierra es casi
sobrenaturalmente lisa, pero el cielo de nubes a desnivel, con desgarrones de
tormenta y de luna, está lleno de pozos que se agrietan y de montañas. En la
tierra hay el cráneo de una vaca, ladridos y ojos de coyote en la sombra, finos
caballos y la luz alargada de la taberna. Adentro, acodados en el único mostrador,
hombres cansados y fornidos beben un alcohol pendenciero y hacen ostentación
de grandes monedas de plata, con una serpiente y un águila. Un borracho canta
impasiblemente. Hay quienes hablan un idioma con muchas eses, que ha de ser
español, puesto que quienes lo hablan son despreciados. Bill Harrigan, rojiza rata
de conventillo, es de los bebedores. Ha concluido un par de aguardientes y piensa
pedir otro más, acaso porque no le queda un centavo. Lo anonadan los hombres
de aquel desierto. Los ve tremendos, tempestuosos, felices, odiosamente sabios
en el manejo de hacienda cimarrona y de altos caballos. De golpe hay un silencio
total, sólo ignorado por la desatinada voz del borracho. Ha entrado un mejicano
más que fornido, con cara de india vieja. Abunda en un desaforado sombrero y en
dos pistolas laterales. En duro inglés desea las buenas noches a todos los gringos
hijos de perra que están bebiendo. Nadie recoge el desafío. Bill pregunta quién es,
y le susurran temerosamente que el Dago –el Diego– es Belisario Villagrán, de
Chihuahua. Una detonación retumba en seguida. Parapetado por aquel cordón de
hombres altos, Bill ha disparado sobre el intruso. La copa cae del puño de
Villagrán; después, el hombre entero. El hombre no precisa otra bala. Sin dignarse
mirar al muerto lujoso, Bill reanuda la plática. "¿De veras?", dice "Pues yo soy Bill
Harrigan, de New York." El borracho sigue cantando, insignificante.
Ya se adivina la apoteosis. Bill concede apretones de manos y acepta
adulaciones, hurras y whiskies. Alguien observa que no hay marcas en su revólver
y le propone grabar una para significar la muerte de Villagrán. Billy the Kid se
queda con la navaja de ese alguien, pero dice "que no vale la pena anotar
mejicanos". Ello, acaso, no basta. Bill, esa noche, tiende su frazada junto al
cadáver y duerme hasta la aurora –ostentosamente.

MUERTES PORQUE SÍ
De esa feliz detonación (a los catorce años de edad) nació Billy the Kid el Héroe y
murió el furtivo Bill Harrigan. El muchachuelo de la cloaca y del cascotazo

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ascendió a hombre de frontera. Se hizo jinete; aprendió a estribar derecho sobre el
caballo a la manera de Wyoming o Texas, no con el cuerpo echado hacia atrás, a
la manera de Oregón y de California. Nunca se pareció del todo a su leyenda, pero
se fue acercando. Algo del compadrito de Nueva York perduró en el cowboy; puso
en los mejicanos el odio que antes le inspiraban los negros, pero las últimas
palabras que dijo fueron (malas) palabras en español. Aprendió el arte vagabundo
de los troperos. Aprendió el otro, más difícil, de mandar hombres; ambos lo
ayudaron a ser un buen ladrón de hacienda. A veces, las guitarras y los burdeles
de Méjico lo arrastraban.
Con la lucidez atroz del insomnio, organizaba populosas orgías que duraban
cuatro días y cuatro noches. Al fin, asqueado, pagaba la cuenta a balazos.
Mientras el dedo del gatillo no le falló fue el hombre más temido (y quizá más
nadie y más solo) de esa frontera. Garrett, su amigo, el sheriff que después lo
mató, le dijo una vez: "Yo he ejercitado mucho la puntería matando búfalos". "Yo la
he ejercitado más, matando hombres", replicó suavemente. Los pormenores son
irrecuperables, pero sabemos que debió hasta veintiuna muertes –"sin contar
mejicanos". Durante siete arriesgadísimos años practicó ese lujo: el coraje.

La noche del 25 de julio de 1880, Billy the Kid atravesó al galope de su overo la
calle principal, o única, de Fort Sumner. El calor apretaba y no habían encendido
las lámparas; el comisario Garrett, sentado en un sillón de hamaca en un corredor,
sacó el revólver y le descerrajó un balazo en el vientre. El overo siguió; el jinete se
desplomó en la calle de tierra. Garrett le encajó un segundo balazo. El pueblo
(sabedor de que el herido era Billy the Kid) trancó bien las ventanas. La agonía fue
larga y blasfematoria. Ya con el sol bien alto, se fueron acercando y lo
desarmaron; el hombre estaba muerto. Le notaron ese aire de cachivache que
tienen los difuntos.
Lo afeitaron, lo envainaron en ropa hecha y lo exhibieron al espanto y las burlas
en la vidriera del mejor almacén.
Hombres a caballo o en tílbury acudieron de leguas a la redonda. El tercer día lo
tuvieron que maquillar. El cuarto día lo enterraron con júbilo.

23
La explicación

Darwinismo y determinismo
Eduardo Wolovelsky

Con la publicación en 1871 de la obra La ascendencia del hombre, Charles Darwin explicó el origen
de los seres humanos desde la perspectiva histórica definida por su teoría de la descendencia con
modificación y la supervivencia del más apto en la lucha por la existencia aunque haciendo
particular hincapié en “la selección con relación al sexo”. De esta forma ubicaba al hombre,
respecto de su origen, en una representación que era común a todas las formas vivas. Pero el
darwinismo no se constituyó sólo en una teoría sobre el origen de la diversidad biológica y por lo
tanto sobre el origen del hombre. Fue además una perspectiva desde la cual se hizo posible
especular sobre el futuro genético de la humanidad así como explicar diferentes cuestiones
referidas al comportamiento social de los seres humanos pudiendo, por lo tanto, ser considerado
como un buen fundamento para determinados programas sociopolíticos.
Darwin mismo dejó constancia de este hecho cuando afirmó:
“El mejoramiento del bienestar de la humanidad es un problema de los más intrincados. Todos los
que no puedan evitar una abyecta pobreza a sus hijos deberían abstenerse del matrimonio porque
la pobreza es no tan sólo un gran mal, sino que tiende a aumentarse, conduciendo a la indiferencia
en el matrimonio. Por otra parte, como ha observado Galton, si las personas prudentes evitan el
matrimonio, mientras que las negligentes se casan, los individuos inferiores de la sociedad tienden
a suplantar a los individuos superiores. El hombre, como cualquier otro animal, ha llegado, sin
duda alguna, a su condición elevada actual mediante ‘la lucha por la existencia’, consiguiente a su
rápida multiplicación: y si ha de avanzar aún más, puede temerse que deberá seguir sujeto a una
lucha rigurosa. De otra manera caería en la indolencia, y los mejor dotados no alcanzarían
mayores triunfos en la lucha por la existencia que los más desprovistos. De aquí que nuestra
proporción o incremento, aunque nos conduce a muchos y positivos males, no debe disminuirse en
alto grado por ninguna clase de medios. Debía haber una amplia competencia para todos los
hombres, y los más capaces no debían hallar trabas en las leyes ni en las costumbres para alcanzar
mayor éxito y criar al mayor número de descendientes. A pesar de lo importante que ha sido y aún
es la lucha por la existencia hay, sin embargo, en cuanto se refiere a la parte más elevada de la
naturaleza humana otros agentes aún más importantes”.
Este escrito de Darwin puede que nos parezca hoy desafortunado, pero muestra claramente que
no es posible desvincular al darwinismo de la preocupación por el devenir biológico como forma
de determinación del devenir social, a la vez que justificativo del comportamiento social humano.
Existe una lectura posible de las ideas darwinianas según la cual las relaciones sociales de dominio
y sumisión entre los seres humanos quedan definidos como fenómenos naturales y no como
decisiones morales, sociales o políticas. El hombre en su marco social no escaparía a la ley
evolutiva general de la supervivencia del más apto en la lucha por la existencia.

24
A finales del siglo XIX esta perspectiva se desarrolló bajo una corriente de pensamiento teórica
denominada darwinismo social. Aunque la falta de legitimidad del darwinismo social como
corriente de pensamiento no es hoy un tema en discusión, la cuestión no ha perdido vigencia
debido al desarrollo de ciertas propuestas derivadas de lo que se conoce como sociobiología.
La sociobiología comienza a definirse como modelo teórico a comienzos de la década del ‘70. Casi
a riesgo de parecer excesivamente simplistas en nuestra consideración, podemos decir, aunque
por supuesto se deben reconocer los trabajos previos de otros autores, que la sociobiología nace
en el mundo académico con la publicación de Edward O. Wilson en 1975 de su obra Sociobiología,
la nueva síntesis. En dicha obra se propone explicar los fenómenos sociales dentro del mundo
viviente como una estrategia adaptativa más cuyo origen puede ser entendido a partir de la
evolución por parentesco, el cual es una forma particular del mecanismo de selección natural. La
teoría sociobiológica resuelve problemas interesantes como el llamado comportamiento altruista
o las conductas ritualizadas. Hay comportamientos heredados que claramente aumentan las
probabilidades de muerte del individuo, disminuyendo así las posibilidades de transmitir los genes
responsables de ese comportamiento. ¿Cómo es posible entonces que ese comportamiento se
haya fijado a lo largo de la evolución? Tomemos, a modo de ejemplo, lo que nombramos
anteriormente como comportamiento altruista por el cual un individuo de una especie favorece la
supervivencia de otro individuo de la misma especie, aun a costa de su propia muerte, y por lo
tanto de la imposibilidad de reproducirse. La sociobiología explica esta aparente paradoja
sosteniendo que el comportamiento altruista se da entre individuos con un alto grado de
parentesco de tal manera que aquel que ejerce la acción altruista hacia otro aumenta la
probabilidad de dejar sus genes en la próxima generación dado que este último, sobre el que se ha
ejercido la acción altruista, comparte con el primero una alta homología genética. Más allá de esta
clase de ejemplos existe un fuerte debate en torno a la legitimidad de la explicación sociobiológica
como forma de entender las causas del comportamiento social humano.
Consideremos, a modo de ejemplo, las siguientes palabras de Kingsliey Browne en su obra
Trabajos distintos. Una aproximación evolucionista a las mujeres en el trabajo donde se
argumenta que las diferencias salariales y jerárquicas en el mundo laboral entre hombres y
mujeres no pueden atribuirse únicamente a cuestiones de discriminación por género sino a las
diferencias biológicas de los sexos debido a presiones selectivas diferenciales que habrían actuado
a lo largo del proceso evolutivo que dio origen a los humanos modernos. En la introducción
sostiene:
“Los seres humanos son animales y por lo tanto han sido conformados por las mismas fuerzas de la
selección natural que han construido a todos los demás animales. La mayor parte de la gente no
duda en aceptar que nuestra locomoción erecta, gran cerebro y pulgares oponibles son producto
de la selección natural, como las diferencias de comportamiento entre, pongamos, los leones y los
chimpancés. No obstante, más controvertida es la propuesta de que las mismas fuerzas que han
producido los cuerpos humanos y la “naturaleza del chimpancé” han producido también una
“naturaleza humana”. Sin embargo, los mecanismos que conforman el comportamiento de los
seres humanos, no menos que los que conforman la fisiología y la anatomía humanas, son
producto de las mismas leyes fundamentales de la biología".

25
Podemos sugerir aquí que el darwinismo social y la sociobiología están lejos de ser perspectivas
teóricas inconexas. Sin embargo por su vigencia actual propondremos la lectura de fragmentos
relacionados con la sociobiología como posibilidad para pensar algunos aspectos del determinismo
biológico y la naturalización del comportamiento humano.
“Una hembra que juegue la estrategia de la felicidad doméstica, que simplemente examine a los
machos y trate de reconocer en ellos las cualidades de fidelidad por adelantado, se arriesga a sufrir
una decepción. Cualquier macho que finja ser un buen ejemplar doméstico y leal, pero que en
realidad esté ocultando una fuerte tendencia hacia la deserción y la infidelidad, podría tener una
gran ventaja. Mientras sus ex esposas abandonadas tengan alguna posibilidad de criar algunos de
sus hijos, el galanteador se encuentra en situación de transmitir más de sus genes que un macho
rival que sea un marido honesto y un buen padre. Los genes para un engaño eficaz por parte de los
machos tenderá a ser favorecido en el pozo de genes”.
Richard Dawkins, El gen egoísta
“En este artículo he establecido analogías sobre los conflictos humanos y animales, aplicando a la
evolución del comportamiento animal los principios de la teoría de juegos, que se desarrollaron
para estudiar los conflictos entre seres humanos. En general, tiendo a desconfiar de este tipo de
analogías, de manera que quisiera justificar el haberlas usado en este caso. Cuando se establece
una analogía entre los actos humanos y los de los animales —por ejemplo, entre un combate de
boxeo y una lucha entre ciervos—, se pueden adoptar dos posturas. En primer lugar, se puede
sugerir que los mecanismos fisiológicos responsables de las dos acciones son similares; por
ejemplo, en ambos casos intervienen las mismas hormonas. Este es precisamente el tipo de
analogías que no me gusta. Quizás haya (y quizás no) similitudes fisiológicas entre la agresividad
humana y la animal, pero en ninguna parte de este artículo he pretendido demostrar que exista
dicha similitud.
La segunda razón para utilizar una analogía se basa en la creencia de que existe una similitud
lógica entre dos procesos. Casi todas las aplicaciones científicas de la analogía son de este tipo. Por
ejemplo, es muy conocida la analogía entre las tensiones que soporta una viga y la forma de una
burbuja de jabón, ya que las ecuaciones que describen ambas situaciones son idénticas (y no
porque nadie piense que las vigas están hechas de jabón). Este es el tipo de analogías que
aparecen en este ensayo. Mi opinión es que a menudo existe una similitud lógica entre los papeles
de la razón humana, que trata de obtener el mayor beneficio en un conflicto entre personas, y la
selección natural, que trata de obtener un resultado óptimo en una lucha entre animales”.
Maynard Smith, Teoría de juegos y evolución de la lucha
"Existe otra línea de razonamiento, bastante diferente, por la que se podría llegar a la hipótesis de
que las madrastras y los padrastros podrían tender a criar a los niños con menos atenciones que
los padres genéticos y serían más propensos a maltratarlos. La teoría y la investigación
contemporáneas relativas al comportamiento social de los animales aportan una razón
fundamental para esperar que los padrastros y las madrastras sean discriminadores en sus
cuidados y afectos y, concretamente, discriminen a favor de sus otros hijos. Estas suposiciones se

26
deducen de una reflexión sobre cómo funciona la evolución y, dado que el animal humano ha
evolucionado mediante los mismos procesos darwinianos que otros animales, no hay ninguna
razón aparente por al que no se puedan aplicar los mismos principios”.
Martín Daily, Margo Wilson, La verdad sobre cenicienta
Es importante aclarar aquí, que en la crítica y en el análisis que se proponen no se pretende
afirmar que los seres humanos sean al momento de su nacimiento una tabla rasa genética
portadores de un estado totipotencial con relación a su posible desarrollo, ni que se deba evitar
las consideraciones de carácter genético evolutivo en el análisis del comportamiento social
humano. La hipótesis defendida por Steven Pinker en su libro La tabla rasa. La negación moderna
de la naturaleza humana según la cual no es posible pensar a los seres humanos como una hoja en
blanco en el momento de su nacimiento -y por lo tanto su herencia biológica no puede ser
desestimada- no sólo es razonable sino que parece ser válida (aunque muchas afirmaciones de su
libro no parecen gozar fácilmente de esta misma calificación). Esta advertencia, aunque podría
realizarse desde las debilidades de la sociobiología como teoría explicativa del comportamiento
social humano, se hace desde otra perspectiva que está relacionada con las palabras del genetista
Steve Jones cuando advierte sobre el riesgo de juzgar los actos criminales en función de una
supuesta “obediencia debida” de carácter biológico. En su obra En la sangre. Dios, los genes y el
destino sostiene:
“Algunos tienen la esperanza de colocar la genética en la brecha, de leer el libro de la vida al
nacer; no después de morir. Hacerlo es poner en peligro el proceso de justicia y negar a todos,
buenos y malos, la libre voluntad. No puede haber una excusa universal para la mala conducta. Si a
algunos se les disculpa debido a sus genes, entonces otros con una constitución diferente se
vuelven relativamente más culpables. La predisposición es una espada de doble filo. Si la mayoría
de los delincuentes infringen las normas a causa de los genes que portan, el ámbito de los
atenuantes se hace tan exhaustivo que pierde su significado. Para que la ley sobreviva debe
ignorar la defensa del pecado original, la flaqueza hereditaria, del mismo modo que ignora la
pobreza, congénita o no. La sociedad no es un producto de genes sino de personas, y lo que hacen
debe ser juzgado por la ley y no por la ciencia”.

Actividad en el campus

Revisen el campus bimodal para acceder al material de trabajo y a las actividades. Será necesario
que participen en el foro indicado siguiendo las consignas. Cualquier consulta que tengan, no
duden en comunicarse por el campus.

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Qué es la literatura, por Daniel Link
Maldita pregunta

Podría responder: es literatura todo lo que, en un momento determinado, es leído como


literatura. Es una definición muy amplia, es una definición institucional. Las instituciones
que regulan qué cosa es la literatura son el sistema escolar (en todos sus niveles), el
mercado (el mercado específicamente literario: las editoriales, etc…), los agentes de
difusión cultural (críticos, medios). Es una definición lo suficientemente hábil como para
que no sea refutada. Pero cualquier alumno astuto podría preguntar por qué esas
instituciones consideran literatura lo que consideran literatura y no otra cosa. A lo que yo
respondería rápidamente: Ah, pero eso es otro problema que tiene que ver con la historia.
La historia de las mentalidades, por ejemplo. Pero si encontrara alumnos lo
suficientemente listos no podría salir nunca de un interrogatorio semejante.

Podría agregar: desde el punto de vista institucional existen funciones, normas y valores
estéticos como presupuesto de la práctica literaria. Todo lo que se produce con arreglo a
determinadas normas (lo que se considera, por ejemplo, literariamente escribible) y a
determinados valores (un valor estético puede ser, en un momento, la adecuación a un
modelo literario determinado y en otro momento puede ser la desviación respecto de ese
modelo). Naturalmente todo lo que se produce tendrá una determinada función:
históricamente el arte ha estado subordinado a la religión (primitivamente) o al Estado o a
la política o a la vida entera (típicamente: las vanguardias) o a nada (es el caso de quienes
postulan un arte autónomo). De modo que las cosas son muy complicadas.

No es literatura: la expresión de sentimientos, la mera apelación a quien lee o escucha, o


el testimonio sobre algo que pasó. La literatura incluye esas funciones, pero las subordina
a otra cosa: el placer estético, la función estética. De modo que la literatura es
relativamente autónoma (está separada) de otras funciones que puede tener todo
mensaje escrito. La literatura es un trabajo, es un problema, es una producción (de
sentido) y como tal debe ser analizada.

Si vamos a hablar de valores estéticos, uno que ha sido considerado fundamental a lo


largo de la historia del arte es el de la originalidad. Esta originalidad sólo puede evaluarse
desde una perspectiva histórica o desde una perspectiva crítica. La crítica examina
preferentemente las producciones contemporáneas y la historia examina
preferentemente las producciones del pasado.

Desde otro punto de vista, la literatura es un perceptrón. Un perceptrón es una máquina


que reproduce artificialmente procesos perceptivos (debo esta bella definición a
Alejandro Palermo). De modo que la literatura reproduce artificialmente procesos

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perceptivos de la sociedad globalmente considerada. La literatura es una máquina de
percibir. Presumo que todos sabemos qué significa percibir pero aclaro el sentido en que
uso ese término de larga tradición filosófica: percibir algo es imprimirlo en la mente a
través de, a partir de, utilizando, los sentidos. Percibir no es lo mismo que conocer, que
supone un proceso un poco más complicado: la reflexión. La reflexión es la forma de la
mente, de su forma de operar, en las cosas.

Es como cuando un niño ve algo (lo percibe) pero no sabe qué es. Pregunta: ¿Qué es?
¡Para qué sirve? ¿Por qué? Y así de manera infinita, hasta que comprende, es decir, hasta
que puede reflexionar sobre eso que ha percibido. En ese sentido, la literatura es como un
niño, y los niños son la literatura en su posibilidad más extrema, más pura y más
experimental: percibe, aún cuando no reflexione sobre lo que percibe.

Un par de ejemplos. Sófocles escribe la tragedia Edipo Rey. Reelabora mitos griegos
antiguos. Sófocles percibe, al escribir el Edipo Rey, ciertas determinaciones sobre la
conducta de los hombres que sólo mucho tiempo después, digamos, veinticinco siglos
después, cristalizarán en una teoría coherente sobre la conducta de los hombres: el
psicoanálisis. Freud, cuando le da un estatuto teórico al así llamado complejo de Edipo, no
hizo sino darse cuenta, es decir reflexionar, sobre lo que Sófocles había percibido.

Otro escritor clásico, Ovidio, decide un día recopilar una serie de mitos religiosos (en los
que, por otro lado, ya casi nadie creía cuando él escribió). Esa recopilación se llama
Metamorfosis y reúne algunos de los más bellos textos escritos durante el Imperio
Romano (digamos, Siglo I). Recién veinte siglos después el mismo señor, Freud, pudo
encontrar en uno de esos mitos, en una de esas Metamorfosis, la que habla de Narciso,
una cierta verdad sobre el amor, sobre la que armó una teoría bastante coherente. Lo que
hizo Freud, al otorgar al narcicismo un estatuto teórico, fue darse cuenta, es decir
reflexionar, sobre lo que Ovidio había percibido. Digamos, en este caso, que el amor es
siempre un impulso narcisista (no importa lo que esto quiera decir) y que verse en un
"espejo" es una etapa necesaria en la constitución de la personalidad. (...)

Bien. De modo que la literatura es un aparato artificial que sirve para percibir. Si se trata
de un aparato artificial es obvio que interviene un artificio, una técnica. El uso de técnicas
o artificios es lo que convierte a la literatura en un trabajo o en una producción. Es por
eso que la literatura no es nada “espontáneo”, nada “natural”. Es por eso que la
originalidad puede ser uno de los valores estéticos objetivos más permanentes en la
historia literaria. Para ser eficaz, para ser exacta, la literatura debe ser indirecta. Para ser
verdadera, la literatura debe ingresar en el universo de la falsedad.

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Estamos muy próximos a terminar de definir la literatura. La siguiente pregunta sería:
¿cuáles son los materiales con los que la literatura trabaja? En el caso de la pintura la
respuesta es clara: témpera, óleos, acuarelas, telas, etc… En el caso de la música también:
sonidos. El caso de la literatura es un poco más complicado pero ilumina, también, a las
demás artes. Los materiales de la literatura son la lengua, la experiencia y las ideologías.
Vamos a analizar un poco más esto, pero va de suyo que todas las artes toman como
materiales una cierta experiencia del mundo y una cierta ideología también.

Que la literatura trabaja con el lenguaje es evidente: La literatura es un arte verbal. Como
tal, adopta muchas de las características del lenguaje. Pero también es cierto que modifica
algunas propiedades del lenguaje. Es el caso de la poesía y del uso de licencias poéticas,
por ejemplo. Es importante tener en cuenta que la lengua literaria tiene que ver con el
lenguaje corriente al que se le aplican una serie de artificios o procedimientos o técnicas
literarias que constituyen una retórica.

Ahora bien, el segundo material con el que la literatura trabaja es la ideología. Es una
palabra que tiene una historia bastante complicada. En principio, una ideología es una
manera de ver el mundo. Una ideología es un conjunto de ideas organizadas de manera
sistemática. Para que haya ideología debe haber sistemas de ideas, es decir,
jerarquización, dependencia mutua, estructuras de las cuales las ideas,
independientemente consideradas, dependen.

Hay teóricos de la ideología que estudian los efectos de mentira que implica todo sistema
ideológico. Plantean, por ejemplo: un sistema ideológico oscurece la relación con la
verdad, mistifica e invierte las relaciones reales entre las cosas. La religión, por ejemplo,
como toda mitología, invierte las relaciones reales entre los hombres. Como decía
Feuerbach: cuando la religión dice “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza” invierte
y oculta la siguiente verdad: “El hombre crea a sus dioses a su imagen y semejanza”.

De modo que, en algún punto, una ideología es una pantalla que oscurece la relación del
hombre con la verdad. Eso explicaría por qué a veces la literatura, que todo lo percibe (por
definición) trabaja en contra de determinadas ideologías.

La tercera categoría que conforma el material literario es también importante. Se trata de


la experiencia. Quien escribe, quien ha escrito, tiene determinadas experiencias del
lenguaje (habla una lengua determinada de una forma determinada), determinadas
experiencias ideológicas (ha aprendido ciertas cosas de su familia, de la escuela, etc… Ha
tomado posición sobre esas cosas aprendidas) pero, sobre todo, una determinada
experiencia del mundo. Esas experiencias son trabajadas, junto con el lenguaje y con la
ideología en el momento de la producción literaria.

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¿Cómo se lee?

Bueno, otra pregunta simpática.

Se lee de cualquier modo: ya hemos visto que se trata de imponer sentido: lo que importa
es la fuerza de una lectura y no el método. Se lee, se puede leer cualquier cosa, sólo que
hay que tener fuerza suficiente para imponer esa lectura, para imponer el sentido que una
lectura particular da a un texto. La historia de las lecturas de un texto es, de algún modo,
la historia de los combates por definir el sentido de ese texto.

En relación con el sentido, varias operaciones de lectura son posibles. Frecuentemente se


habla de “interpretar” los textos. Es una actividad más o menos lícita según las escuelas y
corrientes teóricas que se consideren. Interpretar un texto no es darle un sentido (más o
menos fundado, más o menos libre) sino por el contrario apreciar el plural del que está
hecho. Porque el texto es, en principio, plural y en él se pueden leer muchas cosas, es
porque la interpretación no puede perder de vista la pluralidad de interpretaciones
posibles.

También están quienes no quieren interpretar: se limitan a la mera anotación de los


sentidos de un texto. Dicen: (a)noto tales sentidos en un texto. Y nada más que eso: no
interpreto el texto. Noto sentidos y veo cómo están organizados.

Y, por fin, están quienes hacen de la lectura una experimentación del texto. Van mucho
más allá. Dicen: uso el texto para esto (en general es para escribir: cartas, declaraciones
de amor, novelas, artículos críticos, teorías filosóficas). Esos (Freud, por ejemplo) se
desentienden de la legitimidad de una lectura. Están usando los textos, están
imponiéndoles ciertos sentidos con fines determinados. El texto, entonces, juega,
engancha, funciona, conecta con otros textos o con ideas o sentimientos.

Si ordenamos jerárquicamente, obtendríamos tres formas de lectura: la lectura como


notación, la lectura como interpretación y la lectura como experimentación. Cada nivel de
lectura implica al lector de manera diferente (diríamos: cada nivel es más exigente para
con el lector).

Y así como el escritor cuenta con determinados materiales para trabajar, el lector también
hace uso de ciertas categorías que vamos a estudiar: el sujeto de enunciación, diferente
del sujeto del enunciado, los esquemas formales (narrativos o poéticos), el punto de vista
y la focalización, los rasgos semánticos. Con todo esto se pueden fundamentar
determinadas notaciones, determinadas interpretaciones y determinadas
experimentaciones respecto de la literatura.

31
Extensión e incertidumbre de la noción de literatura

Régine Robin

En retrospectiva, podemos imaginarnos que en la época en que Lukacs era una autoridad
indiscutible en el campo de la reflexión literaria, o cuando los modernistas, batallando
contra él, ponían en primer plano las estructuras formales, de lenguaje, o la intensidad de
la expresión, todos sabían más o menos lo que representaba "la literatura". La literatura
tenía, si bien no una definición precisa, por lo menos un objeto, cierto es que conflictivo,
métodos de acercamiento, un estatuto y una función en la formación cultural y en la
formación de la memoria colectiva y del imaginario social.

La literatura era ante todo "los clásicos", las obras consagradas, que habían entrado en el
Panteon de la consagración y habían desafiado los años, las modas y las diferentes
escuelas de crítica. La literatura era también el conjunto de las "bellas letras"
contemporáneas, obras del círculo restringido, diría P. Bourdieu (Bourdieu, 1971, 1977),
legitimadas por el capital simbólico de su autor, por los procedimientos formales o de
lenguaje de su puesta en texto o, en otra perspectiva, por el alcance universal de su
"mensaje", siempre implícito, lejos de las puestas en discurso (y aquí yo diferencio
fuertemente puesta en texto literario y puesta en discurso) de la "publicistica". Todas estas
obras forman parte de la "literatura" porque en ellas se inscribía la "literaturidad", término
que los formalistas rusos introdujeron al abordar los textos literarios para capar con cierta
aproximación la especificidad y hasta la esencia de lo literario en los "procedimientos" de
lenguaje y formales de la escritura.

Una gran sospecha recayó sobre la claridad de estas afirmaciones. Todo fue cuestionado.
El rodilIo compresor de la "cultura de masas" contribuyó ampliamente a romper la
certidumbre de las fronteras del objeto literario. Recordemos aquel texto premonitorio de
W. Benjamin (Benjamin, 1955) en el que se enuncia la pérdida de "aura" de las obras
artísticas a causa de su reproductibilidad. En el momento actual, las nuevas tecnologías
han dado a luz nuevas formas culturales, nuevas imágenes, nuevas formas de
participación interpersonales o grupales: el rock en todas sus formas, los video-clips, la
publicidad generalizada, la práctica del zapping, los juegos de representación (Señores y
dragones, para no citar más que uno de los más difundidos) y la telemática, representada
en Francia por la minitel, cuyo éxito es prodigioso. Se trata de una cultura de lo efímero,
de la simultaneidad, de lo inacabado, del flash, del spot, del clip, del flux, del directo o del
seudodirecto, que aísla al individuo en las múltiples formas y procesos que G. Lipovetsky
ha denominado "la era del vacío" (Lipovetsky, 1983); cultura que constituye el común
posmoderno de la cotidianidad.

Todo esto ha creado un nuevo imaginario, un imaginario numérico (Cahiers Internationaux


de Sociologie, 1987), irónico, lúdico y kitschizado.

Mucho antes de la intrusión masiva de los nuevos medios electrónicos, la literatura


canónica había sido impugnada por la intrusión de lo "popular" o de lo "común" en el

32
cuestionamiento literario. M. Bajtin desempeñó en esta impugnación un papel de primer
orden. Contra los formalistas, el sostuvo que la palabra común ponía en acción los
mismos procedimientos que la palabra poética, los mismos juegos metafóricos, el mismo
ludismo, pero que lo que las diferenciaba tenía que ver con su función pragmática y social
y con su recepción (Bajtin en Todorov, 1982, 181-215). Este autor demostró que lo
carnavalesco de algunas obras literarias, en particular en Rabelais, no podía pensarse sin
hacer surgir toda la importancia de la cultura popular de la época, sus tradiciones orales y
sus propias prácticas de lenguaje y de sociabilidad (Bajtin, 1970). Nada de cultura culta,
nada de literatura digna de este nombre que no reinscriba, aun sin saberlo, una inmensa
herencia popular, cierto que en vías de desaparición y de folklorización y recuperada en lo
sucesivo por algunas de Ias obras literarias más legitimadas.

Bajtin también acentuó la heterogeneidad de la forma novelesca. En ella se inscribían


múltiples sociolectos y registros de lenguaje, en la heterogeneidad de los diálogos y de las
diversas formas del discurso referido (Bajtin, 1978).

Mucho antes de esta alteración del objeto literario, algunas formas de la primera cultura
de masas (al tener la primacía absoluta de los medios electrónicos) ya se habían labrado
un lugar selecto en el nivel del amplio circulo de la institución literaria, conquistando un
nuevo público urbano entre las mujeres y las capas nuevas procedentes de la
industrialización y de la saga de los diversos éxodos rurales. Se trata del inmenso terreno
de lo que más tarde tomará el nombre de "paraliteratura", géneros desvalorizados en la
institución: de la novela llamada popular o populista, de la novela policíaca a la novela de
espionaje y a la novela de aventuras, pasando por la ciencia ficción, por no aludir a la
"literatura industrial" tipo "Arlequin" (Pratiques, 1986).

Esta producción desvalorizada es no obstante la más leída, y la literatura del círculo


restringido se ha visto obligada a reapropiársela en la parodia del kitsch, en el
desplazamiento, la ironización, en todas las formas de segundo grado.

Por otra parte, A. M. Thiesse mostró que muchos escritores que al cambio del siglo se
habían lanzado a una carrera de "novelista popular", habían hecho sus primeras armas en
el círculo restringido sin gran éxito. Estos escritores trasladaron al círculo amplio algunos
hábitos de escritura y de narración que habían adquirido en el círculo reducido. Esto
prueba como mínimo que no hay compartimentos estancos entre los géneros, ya estén
estos legitimados o desfavorecidos en el plano de su estatuto institucional. De ahí esta
sospecha con respecto a la literatura y esta nueva mirada de la literatura sobre sí misma.

Cuestionamiento asimismo procedente de otra dirección: la de la contaminación de lo


novelesco por los discursos filosóficos (Descombes, 1987), los panfletos (Angenot, 1982),
el discurso político e ideológico, las tentativas en los años veinte y treinta de escritura de
novelas proletarias (Morel, 1985) y hasta los avatares del "realismo socialista" (Robin,
1986) y de todo el sector de lo que fue denominado, para descalificarlo, "novela de tesis"
(Suleiman, 1983).

33
Esto no quiere decir que el texto literario estuviera desprovisto de funcionamientos y de
efectos ideológicos, de intrusiones de autor o de personajes deleznables o, por el
contrario, portavoces, pero estos efectos seguían siendo la mayor parte del tiempo
implícitos, ficcionalizados, puestos en imágenes o integrados a una intriga psicológica que
digería el "exceso" de lo digresivo o del discurso social en lo que éste tenía de
amenazante o de demasiado proliferante.

Con la intrusión masiva del género mencionado anteriormente, las proporciones se


invierten. De R. Musil y de H. Broch (la gran tradición de la novel a vienesa) a la otra
tradición, completamente desvalorizada en la actualidad, la de la novela soviética, toda
una literatura impugna una determinada concepción del género, hace retroceder sus
bordes, la inserta en una interdiscursividad generalizada, sin que "lo novelesco" ocupe el
primer lugar.

En el momento actual, la eclosión del objeto literario es tal que su sectorización ha


pulverizado todos los etnocentrismos de la legitimidad. Ya no hay una literatura, ya
provenga del círculo amplio o del círculo restringido. A partir de ahora hay objetos
particulares y cada uno de ellos tiene su manera de inscribirse en lo literario, de producir
algo literario o de pensar lo literario.

La escritura femenina sería uno de estos nuevos objetos, ya se piense a esta en términos
de escritura de mujeres que empiezan a entrar masivamente en el campo literario, o se
piense en términos más teóricos, como lo "femenino" en la lengua y en la creación,
independientemente del sexo biológico (Didier, 1981; Bal, 1985; Suleiman, 1986). En este
caso, lo que se impugna es toda una mirada sobre la escritura, mirada formal y mirada
sociológica, que podría legítimamente poner a Mme. de Genlis antes de Balzac en una
nueva jerarquía de puntos de vista, de prioridades y de lecturas.

Sucedería lo mismo con una relectura negra norteamericana o tercermundista del


fenómeno literario que acentuaría la tradición oral, el mito y su reapropiación, los
sociolectos populares o las diferentes formas de heteroglosia y de la dominación en la
lengua y por la lengua, y que pondría de este modo en primer plano a otras formas
narrativas y otros códigos de lectura (Achiriga, 1973; Irele, 1981; Mouralis, 1984).

Estallido del objeto, por último, mediante la intervención del lector y de la lectura, de la
recepción, en el análisis del fenómeno literario. De H.R. Jauss (1978) a W. Iser (1974),
pasando por U. Eco (1979) y S. Suleiman (Suleiman y Grossman, 1980), se ha formado
un nuevo terreno que ya no mira a la literatura desde el ángulo de la creación o del
biografismo, o del texto por el texto; que ya no la mira desde el ángulo de la relación del
enunciador con los narradores, sino que la contempla en el plano sociológico de los
lectores reales, de los actos de lectura reales, pudiendo modificar totalmente el estatuto
del texto, las intenciones del autor: lecturas disidentes, subversivas o simplemente
ignorantes de los códigos de intertextualidad y de los distanciamientos; lecturas que
leerán en primer grado la antifrase y la ironía, que leerán en segundo grado el más grave
de los mensajes, que leerán en la denotación todo el arsenal connotado de una memoria

34
colectiva o que, a la inversa, buscarán sentidos tras el sentido, precisamente allí donde no
hay nada que buscar. Desde este punto de vista, un poco por doquier, la institución
escolar ha ido a la quiebra, ella que era la que organizaba las guías del saber leer y del
saber cómo descifrar. Aquí, una vez más, la cultura de masas, en una gran distinción y
una gran ecualización de los puntos de vista, ha nublado las pistas que daban acceso, en
la univocidad, al objeto literario.

¡Estallido del objeto, pero también de los métodos!

Es cierto que siempre ha habido una pluralidad de métodos de análisis de los textos
literarios más allá de las modas. Lo que hay que destacar, sin embargo, es que la mayor
parte de los métodos en vigor pueden aplicarse a no importa que objeto discursivo y no
afectan en nada la especificidad del texto literario.

Cuando V. Propp analiza el cuento popular ruso, forma codificada de la cultura popular y
del folklore (Propp, 1970), dista mucho de sospechar que va dar a luz a la semiótica
greimasiana, tan impositiva en el campo del análisis literario (Greimas, 1970, 1976, 1979).
EI modelo actancial, aun refinado en sumo grado, se presta a todo, no solo al análisis de
la novela, sino también al análisis de recetas de cocina (Greimas, 1979, pp. 157- 169), así
como al del discurso periodístico a jurídico (Coquet, 1982). En cuanto a los modelos
narratológicos tan bien representados por los trabajos de G. Genette (1972) o de R.
Barthes (1970), se aplican tanto a Proust como al editorial o al reportaje de prensa
(Maldidier/Robin, 1976), como a noticias periodísticas (Petitjean, 1986). No hay nada
específico tampoco en las perspectivas fenomenológicas o hermenéuticas ampliamente
representadas en la filosofía.

¿Cómo resistiría la literatura en su clausura, y cómo no iban a plantearse los teóricos de


la literatura el problema de las fronteras, de la ampliación del campo, o de la muerte de
los géneros o del género?

Siempre ha habido un cierto número de textos que han obligado a delimitar lo literario y la
ficción en relación con otros géneros discursivos. Así sucede en la autobiografía, los
diarios íntimos, las memorias, la biografía en general, algunas escrituras de la Historia y,
más recientemente, con los relatos de vida (Chanfrault-Duchet, de próxima publicación).

Si bien estos escritos no son autorreferenciales, si bien remiten, lo mismo que el texto
realista, a un hacer creer sobre lo verdadero, sobre el yo, sobre acontecimientos que han
sucedido realmente o sobre personas que han vivido en la realidad, no por ello es menos
cierto que están atrapados en el orden del lenguaje, irreductible al orden de lo real y que,
mediante el lenguaje, están preocupados por un orden textual y discursivo, por una intriga
y un relato, como tan bien lo pone de manifiesto P. Ricoeur (1983-1985). Están forzados a
argumentar.

¿Y quién separaría en Kafka los textos de ficción del Diario y de la correspondencia?


¿Qué hacer por ejemplo con la Carta a mi padre? A través de esto se ve claramente que
el suelo se hunde y que es necesaria una nueva acepción del campo literario.

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Si texto y discurso se han de tomar en un mismo paradigma de lenguaje, es forzoso
constatar que a la problemática de la "literaturidad" y a la de la "intertextualidad", tan
características del texto literario visto en su clausura, hay que agregar a partir de ahora,
cuando no sustituir, una problemática de la interdiscursividad que se desplegaría en todos
los terrenos de lo social, y que en el plano de un discurso transverso se reemplearía de
discurso a discurso, y se inscribiría igualmente bien en las producciones del campo
literario como en el discurso político, periodístico o filosófico, etc. Esto es precisamente lo
que tratan de hacer los estudios que se centran en la noción de discurso social (Robin/
Angenot, 1985). En este nivel es en el que la sociocrítica adquiere todo su valor y toda su
dimensión, puesto que integra a una problemática del discurso social un análisis de la
especificidad de los procedimientos para textualizar, definiendo aquello por lo que la
textualización se aparta de la simple puesta en discurso. Sin embargo, la sociocrítica no
hace esto ni con un pensamiento de lo inefable o del genio, ni siquiera con una
concepción de una literaturidad imposible de definir. Lo hace precisamente ampliando la
perspectiva y reintroduciendo en ella a la literatura en su amplia red interdiscursiva (véase
Duchet, 1979; Gomez-Moriana, 1985; Cros, 1983; Zima, 1985).

Paradójicamente, hay que insistir además en que, en el momento en que la literatura ya


no sabe dónde empieza o dónde termina, las ciencias humanas, también en crisis y
habiendo perdido la positividad de sus certezas, están fascinadas por las potencialidades
de la producción literaria, en particular por la novela, su complejidad, su posible polifonía,
las múltiples voces que la recorren y que no siempre son asignables, su permeabilidad a
lo dialógico y a la escucha del inconsciente. ¿Ardid de la razón literaria?

Es cuando parece que la literatura se disuelve en lo infinito del discurso, cuando los
demás discursos que la circundan y la rodean vuelven a la literatura para extraer este
"paradigma de la complejidad" y de la singularidad que las ciencias humanas no alcanzan
a pensar ni a formular.

36
La muerte del autor
Por Roland Barthes

Balzac, en su novela Sarrasine, hablando de un castrado disfrazado de mujer, escribe lo


siguiente: ―Era la mujer, con sus miedos repentinos, sus caprichos irracionales, sus
instintivas turbaciones, sus audacias sin causa, sus bravatas y su exquisita delicadeza de
sentimientos‖. ¿Quién está hablando así? ¿El héroe de la novela, interesado en ignorar al
castrado que se esconde bajo la mujer? ¿El individuo Balzac, al que la experiencia
personal ha provisto de una filosofía sobre la mujer? ¿El autor Balzac, haciendo profesión
de ciertas ideas ―literarias‖ sobre la feminidad? ¿La sabiduría universal? ¿La psicología
romántica? Jamás será posible averiguarlo, por la sencilla razón de que la escritura es la
destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es ese lugar neutro, compuesto,
oblicuo, al que va a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse
toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe.

Siempre ha sido así, sin duda: en cuanto un hecho pasa a ser relatado, con fines
intransitivos y no con la finalidad de actuar directamente sobre lo real, es decir, en
definitiva, sin más función que el propio ejercicio del símbolo, se produce esa ruptura, la
voz pierde su origen, el autor entra en su propia muerte, comienza la escritura. No
obstante, el sentimiento sobre este fenómeno ha sido variable; en las sociedades
etnográficas, el relato jamás ha estado a cargo de una persona, sino de un mediador,
chamán o recitador, del que se puede, en rigor, admirar la ―performance‖ (es decir, el
dominio del código narrativo), pero nunca el ―genio‖. El autor es un personaje moderno,
producido indudablemente por nuestra sociedad, en la medida que ésta, al salir de la
Edad Media y gracias al empirismo inglés, el racionalismo francés y la fe personal de la
Reforma, descubre el prestigio del individuo o dicho de manera más noble, de la ―persona
humana‖. Es lógico, por lo tanto, que en materia de la literatura sea el positivismo,
resumen y resultado de la ideología capitalista, el que haya concedido la máxima
importancia a la ―persona‖ del autor. Aún impera el autor en los manuales de historia
literaria, las bibliografías de escritores, las entrevistas en revistas, y hasta en la conciencia
misma de los literatos, que tienen buen cuidado de reunir su persona con su obra gracias
a su diario íntimo; la imagen de la literatura que es posible encontrar en la cultura común
tiene su centro, tiránicamente, en el autor, su persona, su historia, sus gustos, sus
pasiones; la crítica aún consiste, la mayoría de las veces, en decir que la obra de
Baudelaire es el fracaso de Baudelaire como hombre; la de Van Gogh, su locura; la de
Tchaikovsky, su vicio: la explicación de la obra se busca siempre en el que la ha
producido, como si, a través de la alegoría más o menos transparente de la ficción, fuera,
en definitiva, siempre, la voz de una sola y misma persona, el autor, la que estaría
entregando sus ―confidencias‖.

Aunque todavía sea muy poderoso el imperio del Autor (la nueva crítica lo único que ha
hecho es consolidarlo), es obvio que algunos escritores hace ya algún tiempo que se han
sentido tentados por su derrumbamiento. En Francia ha sido, sin duda, Mallarmé el
primero en ver y prever en toda su amplitud la necesidad de sustituir por el propio

37
lenguaje al que hasta entonces se suponía que era su propietario; para él, igual que para
nosotros, es el lenguaje, y no el autor, el que habla; escribir consiste en alcanzar, a través
de una previa impersonalidad –que no se debería confundir en ningún momento con la
objetividad castradora del novelista realista– ese punto en el cual sólo el lenguaje actúa,
―performa‖1 , y no ―yo‖: toda la poética de Mallarmé consiste en suprimir al autor en
beneficio de la escritura (lo cual, como se verá, es devolver su sitio al lector). Valéry,
completamente enmarañado en una psicología del Yo, edulcoró mucho la teoría de
Mallarmé, pero al remitir, por amor al clasicismo, a las lecciones de la retórica, no dejó de
someter al Autor a la duda y la irrisión, acentuó la naturaleza lingüística y como ―azarosa‖
de su actividad, y reivindicó a lo largo de sus libros en prosa la condición esencialmente
verbal de la literatura, frente a la cual cualquier recurso a la interioridad del escritor le
parecía pura superstición. El mismo Proust, a pesar del carácter aparentemente
psicológico de lo que se suele llamar su análisis, se impuso de modo claro como tarea el
emborronar inexorablemente, gracias a una extremada sutilización, la relación entre el
escritor y sus personajes: al convertir al narrador no en el que ha visto y sentido, ni
siquiera en el que está escribiendo, sino en el que va a escribir (el joven de la novela –
pero, por cierto, ¿qué edad tiene y quién es ese joven?– quiere escribir, pero no puede, y
la novela acaba cuando por fin se hace posible la escritura), Proust ha hecho entrega de
su epopeya a la escritura moderna: realizando una inversión radical, en lugar de introducir
su vida en su novela, como tan a menudo se ha dicho, hizo de su propia vida una obra
cuyo modelo fue su propio libro, de tal modo que nos resultara evidente que no es Charlus
el que imita a Montesquieu, sino que Montesquieu, en su realidad anecdótica, histórica,
no es sino un fragmento secundario, derivado, de Charlus. Por último, el Surrealismo, ya
que seguimos con la prehistoria de la modernidad, indudablemente, no podía atribuir al
lenguaje una posición soberana, en la medida que el lenguaje es un sistema, y que lo que
este movimiento postulaba, románticamente, era una subversión directa de los códigos –
ilusoria, por otra parte, ya que un código no puede ser destruido, tan sólo es posible
―burlarlo‖–; pero al recomendar de modo incesante que se frustraran bruscamente lo
sentidos esperados (el famoso ―sobresalto‖ surrealista), al confiar a la mano la tarea de
escribir lo más aprisa posible lo que la mente misma ignoraba (eso era la famosa escritura
automática), al aceptar el principio y la experiencia de una escritura colectiva, el
Surrealismo contribuyó a desacralizar la imagen del Autor. Por último fuera de la literatura
en sí (a decir verdad, estas distinciones están quedándose caducas), la lingüística acaba
de proporcionar a la destrucción del Autor un instrumento analítico precioso, al mostrar
que la enunciación en su totalidad es un proceso vacío que funciona a la perfección sin
que sea necesario rellenarlo con las personas de sus interlocutores: lingüísticamente, el
autor nunca es nada más que el que escribe, del mismo modo que yo no es otra cosa sino
el que dice yo: el lenguaje conoce un ―sujeto‖, no una ―persona‖, y ese sujeto, vacío
excepto en la propia enunciación, que es la que lo define, es suficiente para conseguir
que el lenguaje se ―mantenga en pie‖, o sea, para llegar a agotarlo por completo.

El alejamiento del Autor (se podría hablar, siguiendo a Brecht, de un auténtico


―distanciamiento‖, en el que el Autor se empequeñece como una estatuilla al fondo de la
escena literaria) no es tan sólo un hecho histórico o un acto de escritura: transforma de
cabo a rabo el texto moderno (o –lo que viene a ser lo mismo– que el autor se ausenta de
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él a todos los niveles). Para empezar, el tiempo ya no es el mismo. Cuando se cree en el
Autor, éste se concibe siempre como el pasado de su propio libro: el libro y el autor se
sitúan por sí solos en una misma línea, distribuida en un antes y un después: se supone
que el Autor es el que nutre al libro, o sea, que existe antes que él, que piensa, sufre y
vive para él; mantiene con su obra la misma relación de antecedente que un padre
respecto a su hijo. Por el contrario, el escritor moderno nace a la vez que su texto; no está
provisto en absoluto de un ser que preceda o exceda su escritura, no es en absoluto el
sujeto cuyo predicado sería el libro; no existe otro tiempo que el de la enunciación, y todo
texto está escrito eternamente aquí y ahora. Es que (o se sigue que) escribir ya no puede
seguir designando una operación de registro, de constatación, de representación, de
―pintura‖ (como decían los Clásicos), sino que más bien es lo que los lingüistas, siguiendo
la filosofía oxfordiana, llaman un performativo, forma verbal extraña (que se da
exclusivamente en primera persona y presente) en la que la enunciación no tiene más
contenido (más enunciado) que el acto por el cual ella misma se profiere: algo así como el
Yo declaro de los reyes o el Yo canto de los más antiguos poetas; el moderno, después
de enterrar al Autor, no puede ya creer, según la patética visión de sus predecesores, que
su mano es demasiado lenta para su pensamiento o su pasión, y que, en consecuencia,
convirtiendo la necesidad en ley, debe acentuar ese retraso y ―trabajar‖ indefinidamente la
forma; para él, por el contrario, la mano, alejada de toda voz, arrastrada por un mero
gesto de inscripción (y no de expresión), traza un campo de origen, o que, al menos, no
tiene más origen que el mismo lenguaje, es decir, exactamente eso que no cesa de poner
en duda todos los orígenes.

Hoy en día sabemos que un texto no está constituido por una fila de palabras, de las que
se desprende un único sentido, teológico, en cierto modo (pues sería el mensaje del
Autor-Dios), sino por un espacio de múltiples dimensiones en el que se concuerdan y se
contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es la original: el texto es un tejido de
citas provenientes de los mil focos de la cultura. Semejante a Bouvard y Pécuchet,
eternos copistas, sublimes y cómicos a la vez, cuya profunda ridiculez designa
precisamente la verdad de la escritura, el escritor se limita a imitar un gesto siempre
anterior, nunca original; el único poder que tiene es el de mezclar las escrituras, llevar la
contraria a unas con otras, de manera que nunca se pueda uno apoyar en una de ellas;
aunque quiera expresarse, al menos debería saber que la ―cosa‖ interior que tiene la
intención de ―traducir‖ no es en sí misma más que un diccionario ya compuesto, en el que
las palabras no pueden explicarse sino a través de otras palabras, y así indefinidamente:
aventura que le sucedió de manera ejemplar a Thomas de Quincey cuando joven, que iba
tan bien en griego que para traducir a esa lengua ideas e imágenes absolutamente
modernas, según nos cuenta Baudelaire, ―había creado para sí mismo un diccionario
siempre a punto y de muy distinta complejidad y extensión del que resulta de la vulgar
paciencia de los temas puramente literarios‖ (Los paraísos artificiales); como sucesor del
Autor, el escritor ya no tiene pasiones, humores, sentimientos, impresiones, sino ese
inmenso diccionario del que extrae una escritura que no puede pararse jamás: la vida
nunca hace otra cosa que imitar al libro, y ese libro mismo no es más que un tejido de
signos, una imitación perdida, que retrocede infinitamente.

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Una vez alejado del Autor, se vuelve inútil la pretensión de ―descifrar‖ un texto. Darle a un
texto un Autor es imponerle un seguro, proveerlo de un significado último, cerrar la
escritura. Esta concepción le viene muy bien a la crítica, que entonces pretende dedicarse
a la importante tarea de descubrir al Autor (o a sus hipóstasis: la sociedad, la historia, la
psique, la libertad) bajo la obra: una vez hallado el Autor, el texto se ―explica‖, el crítico ha
alcanzado la victoria; así pues, no hay nada asombroso en el hecho de que,
históricamente, el imperio del Autor haya sido también el del Crítico, ni tampoco el hecho
de que la crítica (por nueva que sea) caiga desmantelada a la vez que el Autor. En la
escritura múltiple, efectivamente, todo está por desenredar pero nada por descifrar; puede
seguirse la estructura, se la puede reseguir (como un punto de media que se corre) en
todos sus nudos y todos sus niveles, pero no hay un fondo; el espacio de la escritura ha
de recorrerse, no puede atravesarse; la escritura instaura sentido sin cesar, pero siempre
acaba por evaporarlo: precede a una exención sistemática del sentido. Por eso mismo, la
literatura (sería mejor decir la escritura, de ahora en adelante), al rehusar la asignación al
texto (y al mundo como texto) de un ―secreto‖, es decir, un sentido último, se entrega a
una actividad que se podría llamar contrateología, revolucionaria en sentido propio, pues
rehusar la detención del sentido, es, en definitiva, rechazar a Dios y a sus hipóstasis, la
razón, la ciencia, la ley.

Volvamos a la frase de Balzac. Nadie (es decir, ninguna ―persona‖) la está diciendo: su
fuente, su voz, no es el auténtico lugar de la escritura, sino la lectura. Otro ejemplo, muy
preciso, puede ayudar a comprenderlo: recientes investigaciones (J. P. Vernant) han
sacado a la luz la naturaleza constitutivamente ambigua de la tragedia griega; en ésta, el
texto está tejido con palabras de doble sentido, que cada individuo comprende de manera
unilateral (precisamente este perpetuo malentendido constituye lo ―trágico‖); no obstante,
existe alguien que entiende cada una de las palabras por su duplicidad, y además
entiende, por decirlo así, incluso la sordera de los personajes que están hablando ante él:
ese alguien es, precisamente, el lector (en este caso el oyente). De esta manera se
desvela el sentido total de la escritura: un texto está formado por escrituras múltiples,
procedentes de varias culturas y que, unas con otras, establecen un diálogo, una parodia,
un cuestionamiento; pero existe un lugar en el que se recoge toda esa multiplicidad, y ese
lugar no es el autor, como hasta hoy se ha dicho, sino el lector: el lector es el espacio
mismo en que se inscriben, sin que se pierda ni una, todas las citas que constituyen una
escritura; la unidad del texto no está en su origen, sino en su destino, pero este destino ya
no puede seguir siendo personal: el lector es un hombre sin historia, sin biografía, sin
psicología; él es tan sólo ese alguien que mantiene reunidas en un mismo campo todas
las huellas que constituyen el escrito. Y esta es la razón por la cual nos resulta risible oír
cómo se condena la nueva escritura en nombre de un humanismo que se erige,
hipócritamente, en campeón de los derechos del lector. La crítica clásica no se ha
ocupado del lector; para ella no hay en la literatura otro hombre que el que la escribe. Hoy
en día estamos empezando a no caer en la trampa de esa especie de antífrasis gracias a
la que la buena sociedad recrimina soberbiamente a favor de lo que precisamente ella
misma está apartando, ignorando, sofocando o destruyendo; sabemos que para
devolverle su porvenir a la escritura hay que darle la vuelta al mito: el nacimiento del lector
se paga con la muerte del Autor.
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Manteia, 1968

Emma Zunz
Jorge Luis Borges
EL CATORCE DE enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tarbuch y
Loewenthal, halló en el fondo del zaguán una carta, fechada en el Brasil, por la que supo que
su padre había muerto. La engañaron, a primera vista, el sello y el sobre; luego, la inquietó la
letra desconocida. Nueve diez líneas borroneadas querían colmar la hoja; Emma leyó que el
señor Maier había ingerido por error una fuerte dosis de veronal y había fallecido el tres del
corriente en el hospital de Bagé. Un compañero de pensión de su padre firmaba la noticia, un
tal Fein o Fain, de Río Grande, que no podía saber que se dirigía a la hija del muerto.

Emma dejó caer el papel. Su primera impresión fue de malestar en el vientre y en las
rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor; luego, quiso ya estar en el día
siguiente. Acto continuo comprendió que esa voluntad era inútil porque la muerte de su
padre era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin. Recogió el
papel y se fue a su cuarto. Furtivamente lo guardó en un cajón, como si de algún modo ya
conociera los hechos ulteriores. Ya había empezado a vislumbrarlos, tal vez; ya era la que
sería.

En la creciente oscuridad, Emma lloró hasta el fin de aquel día del suicidio de Manuel
Maier, que en los antiguos días felices fue Emanuel Zunz. Recordó veraneos en una chacra,
cerca de Gualeguay, recordó (trató de recordar) a su madre, recordó la casita de Lanús que
les remataron, recordó los amarillos losanges de una ventana, recordó el auto de prisión, el
oprobio, recordó los anónimos con el suelto sobre «el desfalco del cajero», recordó (pero eso
jamás lo olvidaba) que su padre, la última noche, le había jurado que el ladrón era
Loewenthal. Loewenthal, Aarón Loewenthal, antes gerente de la fábrica y ahora uno de los
dueños. Emma, desde 1916, guardaba el secreto. A nadie se lo había revelado, ni siquiera a su
mejor amiga, Elsa Urstein. Quizá rehuía la profana incredulidad; quizá creía que el secreto era
un vínculo entre ella y el ausente. Loewenthal no sabía que ella sabía; Emma Zunz derivaba de
ese hecho ínfimo un sentimiento de poder.

No durmió aquella noche, y cuando la primera luz definió el rectángulo de la ventana, ya


estaba perfecto su plan. Procuró que ese día, que le pareció interminable, fuera como los
otros. Había en la fábrica rumores de huelga; Emma se declaró, como siempre, contra toda
violencia. A las seis, concluido el trabajo, fue con Elsa a un club de mujeres, que tiene
gimnasio y pileta. Se inscribieron; tuvo que repetir y deletrear su nombre y su apellido, tuvo
que festejar las bromas vulgares que comentan la revisación. Con Elsa y con la menor de las
Kronfuss discutió a qué cinematógrafo irían el domingo a la tarde. Luego, se habló de novios y

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nadie esperó que Emma hablara. En abril cumpliría diecinueve años, pero los hombres le
inspiraban, aún, un temor casi patológico... De vuelta, preparó una sopa de tapioca y unas
legumbres, comió temprano, se acostó y se obligó a dormir. Así, laborioso y trivial, pasó el
viernes quince, la víspera.

El sábado, la impaciencia la despertó. La impaciencia, no la inquietud, y el singular alivio


de estar en aquel día, por fin. Ya no tenía que tramar y que imaginar; dentro de algunas horas
alcanzaría la simplicidad de los hechos. Leyó en La Prensa que el Nordstjärnan, de Malmö,
zarparía esa noche del dique 3; llamó por teléfono a Loewenthal, insinuó que deseaba
comunicar, sin que lo supieran las otras, algo sobre la huelga y prometió pasar por el
escritorio, al oscurecer. Le temblaba la voz; el temblor convenía a una delatora. Ningún otro
hecho memorable ocurrió esa mañana. Emma trabajó hasta las doce y fijó con Elsa y con
Perla Kronfuss los pormenores del paseo del domingo. Se acostó después de almorzar y
recapituló, cerrados los ojos, el plan que había tramado. Pensó que la etapa final sería menos
horrible que la primera y que le depararía, sin duda, el sabor de la victoria y de la justicia. De
pronto, alarmada, se levantó y corrió al cajón de la cómoda. Lo abrió; debajo del retrato de
Milton Sills, donde la había dejado la antenoche, estaba la carta de Fain. Nadie podía haberla
visto; la empezó a leer y la rompió.

Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sería difícil y quizá improcedente. Un
atributo de lo infernal es la irrealidad, un atributo que parece mitigar sus terrores y que los
agrava tal vez. ¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba,
cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde?
Emma vivía por Almagro, en la calle Liniers; nos consta que esa tarde fue al puerto. Acaso en
el infame Paseo de Julio se vio multiplicada en espejos, publicada por luces y desnudada por
los ojos hambrientos, pero más razonable es conjeturar que al principio erró, inadvertida, por
la indiferente recova... Entró en dos o tres bares, vio la rutina o los manejos de otras mujeres.
Dio al fin con hombres del Nordstjärnan. De uno, muy joven, temió que le inspirara alguna
ternura y optó por otro, quizá más bajo que ella y grosero, para que la pureza del horror no
fuera mitigada. El hombre la condujo a una puerta y después a un turbio zaguán y después a
una escalera tortuosa y después a un vestíbulo (en el que había una vidriera con losanges
idénticos a los de la casa en Lanús) y después a un pasillo y después a una puerta que se
cerró. Los hechos graves están fuera del tiempo, ya porque en ellos el pasado inmediato
queda como tronchado del porvenir, ya porque no parecen consecutivas las partes que los
forman.

¿En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas
y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo
para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó
(no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora
le hacían. Lo pensó con débil asombro y se refugió, en seguida, en el vértigo. El hombre,
sueco o finlandés, no hablaba español; fue una herramienta para Emma como ésta lo fue para
él, pero ella sirvió para el goce y él para la justicia. Cuando se quedó sola, Emma no abrió en

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seguida los ojos. En la mesa de luz estaba el dinero que había dejado el hombre: Emma se
incorporó y lo rompió como antes había roto la carta. Romper dinero es una impiedad, como
tirar el pan; Emma se arrepintió, apenas lo hizo. Un acto de soberbia y en aquel día... El temor
se perdió en la tristeza de su cuerpo, en el asco. El asco y la tristeza la encadenaban, pero
Emma lentamente se levantó y procedió a vestirse. En el cuarto no quedaban colores vivos; el
último crepúsculo se agravaba. Emma pudo salir sin que lo advirtieran; en la esquina subió a
un Lacroze, que iba al oeste. Eligió, conforme a su plan, el asiento más delantero, para que no
le vieran la cara. Quizá le confortó verificar, en el insípido trajín de las calles, que lo acaecido
no había contaminado las cosas. Viajó por barrios decrecientes y opacos, viéndolos y
olvidándolos en el acto, y se apeó en una de las bocacalles de Warnes. Paradójicamente su
fatiga venía a ser una fuerza, pues la obligaba a concentrarse en los pormenores de la
aventura y le ocultaba el fondo y el fin.

Aarón Loewenthal era, para todos, un hombre serio; para sus pocos íntimos, un avaro.
Vivía en los altos de la fábrica, solo. Establecido en el desmantelado arrabal, temía a los
ladrones; en el patio de la fábrica había un gran perro y en el cajón de su escritorio, nadie lo
ignoraba, un revólver. Había llorado con decoro, el año anterior, la inesperada muerte de su
mujer - ¡una Gauss, que le trajo una buena dote! -, pero el dinero era su verdadera pasión.
Con íntimo bochorno se sabía menos apto para ganarlo que para conservarlo. Era muy
religioso; creía tener con el Señor un pacto secreto, que lo eximía de obrar bien, a trueque de
oraciones y devociones. Calvo, corpulento, enlutado, de quevedos ahumados y barba rubia,
esperaba de pie, junto a la ventana, el informe confidencial de la obrera Zunz.

La vio empujar la verja (que él había entornado a propósito) y cruzar el patio sombrío. La
vio hacer un pequeño rodeo cuando el perro atado ladró. Los labios de Emma se atareaban
como los de quien reza en voz baja; cansados, repetían la sentencia que el señor Loewenthal
oiría antes de morir.

Las cosas no ocurrieron como había previsto Emma Zunz. Desde la madrugada anterior,
ella se había soñado muchas veces, dirigiendo el firme revólver, forzando al miserable a
confesar la miserable culpa y exponiendo la intrépida estratagema que permitiría a la Justicia
de Dios triunfar de la justicia humana. (No por temor, sino por ser un instrumento de la
Justicia, ella no quería ser castigada.) Luego, un solo balazo en mitad del pecho rubricaría la
suerte de Loewenthal. Pero las cosas no ocurrieron así.
Ante Aarón Loewenthal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de
castigar el ultraje padecido por ello. No podía no matarlo, después de esa minuciosa
deshonra. Tampoco tenía tiempo que perder en teatralerías. Sentada, tímida, pidió excusas a
Loewenthal, invocó (a fuer de delatora) las obligaciones de la lealtad, pronunció algunos
nombres, dio a entender otros y se cortó como si la venciera el temor. Logró que Loewenthal
saliera a buscar una copa de agua. Cuando éste, incrédulo de tales aspavientos, pero
indulgente, volvió del comedor, Emma ya había sacado del cajón el pesado revólver. Apretó el
gatillo dos veces. El considerable cuerpo se desplomó como si los estampidos y el humo lo
hubieran roto, el vaso de agua se rompió, la cara la miró con asombro y cólera, la boca de la

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cara la injurió en español y en ídisch. Las malas palabras no cejaban; Emma tuvo que hacer
fuego otra vez. En el patio, el perro encadenado rompió a ladrar, y una efusión de brusca
sangre manó de los labios obscenos y manchó la barba y la ropa. Emma inició la acusación
que había preparado (“He vengado a mi padre y no me podrán castigar...”), pero no la acabó,
porque el señor Loewenthal ya había muerto. No supo nunca si alcanzó a comprender.

Los ladridos tirantes le recordaron que no podía, aún, descansar. Desordenó el diván,
desabrochó el saco del cadáver, le quitó los quevedos salpicados y los dejó sobre el fichero.
Luego tomó el teléfono y repitió lo que tantas veces repetiría, con esas y con otras
palabras: Ha ocurrido una cosa que es increíble... El señor Loewenthal me hizo venir con el
pretexto de la huelga... Abusó de mí, lo maté...

La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque


sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor,
verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las
circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.

Buen Viaje, Señor Presidente

ESTABA SENTADO en el escaño de madera bajo las hojas amarillas del parque solitario,
contemplando los cisnes polvorientos con las dos manos apoyadas en el pomo de plata del bastón,
y pensando en la muerte. Cuando vino a Ginebra por primera vez el lago era sereno y diáfano, y
había gaviotas mansas que se acercaban a comer en las manos, y mujeres de alquiler que parecían
fantasmas de las seis de la tarde, con volantes de organdí y sombrillas de seda. Ahora la única
mujer posible, hasta donde alcanzaba la vista, era una vendedora de flores en el muelle desierto.
Le costaba creer que el tiempo hubiera podido hacer semejantes estragos no sólo en su vida sino
también en el mundo.

Era un desconocido más en la ciudad de los desconocidos ilustres. Llevaba el vestido azul
oscuro con rayas blancas, el chaleco de brocado y el sombrero duro de los magistrados en retiro.
Tenía un bigote altivo de mosquetero, el cabello azulado y abundante con ondulaciones
románticas, las manos de arpista con la sortija de viudo en el anular izquierdo, y los ojos alegres.
Lo único que delataba el estado de su salud era el cansancio de la piel. Y aun así, a los setenta y
tres años, seguía siendo de una elegancia principal. Aquella mañana, sin embargo, se sentía a salvo
de toda vanidad. Los años de la gloria y el poder habían quedado atrás sin remedio, y ahora sólo
permanecían los de la muerte.

Había vuelto a Ginebra después de dos guerras mundiales, en busca de una respuesta
terminante para un dolor que los médicos de la Martinica no lograron identificar. Había previsto

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no más de quince días, pero iban ya seis semanas de exámenes agotadores y resultados inciertos,
y todavía no se vislumbraba el final. Buscaban el dolor en el hígado, en el riñón, en el páncreas, en
la próstata, donde menos estaba. Hasta aquel jueves indeseable, en que el médico menos notorio
de los muchos que lo habían visto lo citó a las nueve de la mañana en el pabellón de neurología.

La oficina parecía una celda de monjes, y el médico era pequeño y lúgubre, y tenía la mano
derecha escayolada por una fractura del pulgar. Cuando apagó la luz, apareció en la pantalla la
radiografía iluminada de una espina dorsal que él no reconoció como suya hasta que el médico
señaló con un puntero, debajo de la cintura, la unión de dos vértebras.

—Su dolor está aquí —le dijo.

Para él no era tan fácil. Su dolor era improbable y escurridizo, y a veces parecía estar en el
costillar derecho y a veces en el bajo vientre, y a menudo lo sorprendía con una punzada
instantánea en la ingle. El médico lo escuchó en suspenso y con el puntero inmóvil en la pantalla.
«Por eso nos despistó durante tanto tiempo», dijo. «Pero ahora sabemos que está aquí». Luego se
puso el índice en la sien, y precisó:

—Aunque en estricto rigor, señor presidente, todo dolor está aquí.

Su estilo clínico era tan dramático, que la sentencia final pareció benévola: el presidente tenía
que someterse a una operación arriesgada e inevitable. Éste le preguntó cuál era el margen de
riesgo, y el viejo doctor lo envolvió en una luz de incertidumbre.

—No podríamos decirlo con certeza —le dijo.

Hasta hacía poco, precisó, los riesgos de accidentes fatales eran grandes, y más aún los de
distintas parálisis de diversos grados. Pero con los avances médicos de las dos guerras esos
temores eran cosas del pasado.

—Váyase tranquilo —concluyó—. Prepare bien sus cosas, y avísenos. Pero eso sí, no olvide
que cuanto antes será mejor.

No era una buena mañana para digerir esa mala noticia, y menos a la intemperie. Había salido
muy temprano del hotel, sin abrigo, porque vio un sol radiante por la ventana, y se había ido con
sus pasos contados desde el Chemin du BeauSoleil, donde estaba el hospital, hasta el refugio de
enamorados furtivos del Parque Inglés. Llevaba allí más de una hora, siempre pensando en la
muerte, cuando empezó el otoño. El lago se encrespó como un océano embravecido, y un viento
de desorden espantó a las gaviotas y arrasó con las últimas hojas. El presidente se levantó y, en
vez de comprársela a la florista, arrancó una margarita de los canteros públicos y se la puso en el
ojal de la solapa. La florista lo sorprendió.

—Esas flores no son de Dios, señor —le dijo, disgustada—. Son del ayuntamiento.

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Él no le puso atención. Se alejó con trancos ligeros, empuñando el bastón por el centro de la
caña, y a veces haciéndolo girar con un donaire un tanto libertino. En el puente del MontBlanc
estaban quitando a toda prisa las banderas de la Confederación enloquecidas por la ventolera, y el
surtidor esbelto coronado de espuma se apagó antes de tiempo. El presidente no reconoció su
cafetería de siempre sobre el muelle, porque habían quitado el toldo verde de la marquesina y las
terrazas floridas del verano acababan de cerrarse. En el salón, las lámparas estaban encendidas a
pleno día, y el cuarteto de cuerdas tocaba un Mozart premonitorio. El presidente cogió en el
mostrador un periódico de la pila reservada para los clientes, colgó el sombrero y el bastón en la
percha, se puso los lentes con armadura de oro para leer en la mesa más apartada, y sólo
entonces tomó conciencia de que había llegado el otoño. Empezó a leer por la página
internacional, donde encontraba muy de vez en cuando alguna noticia de las Américas, y siguió
leyendo de atrás hacia adelante hasta que la mesera le llevó su botella diaria de agua de Evian.
Hacía más de treinta años que había renunciado al hábito del café por imposición de sus médicos.
Pero había dicho: «Si alguna vez tuviera la certidumbre de que voy a morir, volvería a tomarlo».
Quizás la hora había llegado.

—Tráigame también un café —ordenó en un francés perfecto. Y precisó sin reparar en el doble
sentido—: A la italiana, como para levantar a un muerto.

Se lo tomó sin azúcar, a sorbos lentos, y después puso la taza bocabajo en el plato para que el
sedimento del café, después de tantos años, tuviera tiempo de escribir su destino. El sabor
recuperado lo redimió por un instante de su mal pensamiento. Un instante después, como parte
del mismo sortilegio, sintió que alguien lo miraba. Entonces pasó la página con un gesto casual,
miró por encima de los lentes, y vio al hombre pálido y sin afeitar, con una gorra deportiva y una
chaqueta de cordero volteado, que apartó la mirada al instante para no tropezar con la suya.

Su cara le era familiar. Se habían cruzado varias veces en el vestíbulo del hospital, lo había
vuelto a ver cualquier día en una motoneta por la Promenade du Lac mientras él contemplaba los
cisnes, pero nunca se sintió reconocido. No descartó, sin embargo, que fuera otra de las tantas
fantasías persecutorias del exilio.

Terminó el periódico sin prisa, flotando en los chelos suntuosos de Brahms, hasta que el dolor
fue más fuerte que la analgesia de la música. Entonces miró el relojito de oro que llevaba colgado
de una leontina en el bolsillo del chaleco, y se tomó las dos tabletas calmantes del medio día con
el último trago del agua de Evian. Antes de quitarse los lentes descifró su destino en el asiento del
café, y sintió un estremecimiento glacial: allí estaba la incertidumbre.

Por último pagó la cuenta con una propina estítica, cogió el bastón y el sombrero en la percha,
y salió a la calle sin mirar al hombre que lo miraba. Se alejó con su andar festivo, bordeando los
canteros de flores despedazadas por el viento, y se creyó liberado del hechizo. Pero de pronto
sintió los pasos detrás de los suyos, se detuvo al doblar la esquina, y dio media vuelta. El hombre
que lo seguía tuvo que pararse en seco para no tropezar con él, y lo miró sobrecogido, a menos de
dos palmos de sus ojos.

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—Señor presidente —murmuró.

—Dígale a los que le pagan que no se hagan ilusiones —dijo el presidente, sin perder la sonrisa
ni el encanto de la voz—. Mi salud es perfecta.

—Nadie lo sabe mejor que yo —dijo el hombre, abrumado por la carga de dignidad que le
cayó encima—. Trabajo en el hospital.

La dicción y la cadencia, y aun su timidez, eran las de un caribe crudo.

—No me dirá que es médico —le dijo el presidente.

—Qué más quisiera yo, señor —dijo el hombre—. Soy chofer de ambulancia.

—Lo siento —dijo el presidente, convencido de su error—. Es un trabajo duro.

—No tanto como el suyo, señor. Él lo miró sin reservas, se apoyó en el bastón con las dos
manos, y le preguntó con un interés real:

—¿De dónde es usted?

—Del Caribe.

—De eso ya me di cuenta —dijo el presidente—. ¿Pero de qué país?

—Del mismo que usted, señor, —dijo el hombre, y le tendió la mano—: Mi nombre es Homero
Rey.

El presidente lo interrumpió sorprendido, sin soltarle la mano.

—Caray —le dijo—: ¡Qué buen nombre! Homero se relajó.

—Y es más todavía —dijo—: Homero Rey de la Casa.

Una cuchillada invernal los sorprendió indefensos en mitad de la calle. El presidente se


estremeció hasta los huesos y comprendió que no podría caminar sin abrigo las dos cuadras que le
faltaban hasta la fonda de pobres donde solía comer.

—¿Ya almorzó? —le preguntó a Homero.

—Nunca almuerzo —dijo Homero—. Como una sola vez por la noche en mi casa.

—Haga una excepción por hoy —le dijo él con todos sus encantos a flor de piel—. Lo invito a
almorzar.

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Lo tomó del brazo y lo condujo hasta el restaurante de enfrente, con el nombre dorado en la
marquesina de lona: Le Boeuf Couronné. El interior era estrecho y cálido, y no parecía haber un
sitio libre. Homero Rey, sorprendido de que nadie reconociera al presidente, siguió hasta el fondo
del salón para pedir ayuda.

—¿Es presidente en ejercicio? —le preguntó el patrón.

—No —dijo Homero—. Derrocado.

El patrón soltó una sonrisa de aprobación.

—Para esos —dijo— tengo siempre una mesa especial.

Los condujo a un lugar apartado en el fondo del salón donde podían charlar a gusto. El
presidente se lo agradeció.

—No todos reconocen como usted la dignidad del exilio —dijo.

La especialidad de la casa eran las costillas de buey al carbón. El presidente y su invitado


miraron en torno, y vieron en las otras mesas los grandes trozos asados con un borde de grasa
tierna. «Es una carne magnífica», murmuró el presidente. «Pero la tengo prohibida». Fijó en
Homero una mirada traviesa, y cambió de tono.

—En realidad, tengo prohibido todo.

—También tiene prohibido el café, —dijo Homero—, y sin embargo lo toma.

—¿Se dio cuenta? —dijo el presidente—. Pero hoy fue sólo una excepción en un día
excepcional.

La excepción de aquel día no fue sólo con el café. También ordenó una costilla de buey al
carbón y una ensalada de legumbres frescas sin más aderezos que un chorro de aceite de olivas.
Su invitado pidió lo mismo, más media garrafa de vino tinto.

Mientras esperaban la carne, Homero sacó del bolsillo de la chaqueta una billetera sin dinero y
con muchos papeles, y le mostró al presidente una foto descolorida. Él se reconoció en mangas de
camisa, con varias libras menos y el cabello y el bigote de un color negro intenso, en medio de un
tumulto de jóvenes que se habían empinado para sobresalir. De una sola mirada reconoció el
lugar, reconoció los emblemas de una campaña electoral aborrecible, reconoció la fecha ingrata.
«¡Qué barbaridad!», murmuró. «Siempre he dicho que uno envejece más rápido en los retratos
que en la vida real». Y devolvió la foto con el gesto de un acto final.

—Lo recuerdo muy bien —dijo—. Fue hace miles de años en la gallera de San Cristóbal de las
Casas.

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—Es mi pueblo —dijo Homero, y se señaló a sí mismo en el grupo—: Éste soy yo.

El presidente lo reconoció.

—¡Era una criatura!

—Casi —dijo Homero—. Estuve con usted en toda la campaña del sur como dirigente de las
brigadas universitarias.

El presidente se anticipó al reproche.

—Yo, por supuesto, ni siquiera me fijaba en usted —dijo.

—Al contrario, era muy gentil con nosotros —dijo Homero—. Pero éramos tantos que no es
posible que se acuerde.

—¿Y luego?

—¿Quién lo puede saber más que usted? —dijo Homero—. Después del golpe militar, lo que
es un milagro es que los dos estemos aquí, listos para comernos medio buey. No muchos tuvieron
la misma suerte.

En ese momento les llevaron los platos. El presidente se puso la servilleta en el cuello, como
un babero de niño, y no fue insensible a la callada sorpresa del invitado. «Si no hiciera esto
perdería una corbata en cada comida», dijo. Antes de empezar probó la sazón de la carne, la
aprobó con un gesto complacido, y volvió al tema.

—Lo que no me explico —dijo— es por qué no se me había acercado antes en vez de seguirme
como un sabueso.

Entonces Homero le contó que lo había reconocido desde que lo vio entrar en el hospital por
una puerta reservada para casos muy especiales. Era pleno verano, y él llevaba el traje completo
de lino blanco de las Antillas, con zapatos combinados en blanco y negro, la margarita en el ojal, y
la hermosa cabellera alborotada por el viento. Homero averiguó que estaba solo en Ginebra; sin
ayuda de nadie, pues conocía de memoria la ciudad donde había terminado sus estudios de leyes.
La dirección del hospital, a solicitud suya, tomó las determinaciones internas para asegurar el
incógnito absoluto. Esa misma noche, Homero se concertó con su mujer para hacer contacto con
él. Sin embargo, lo había seguido durante cinco semanas buscando una ocasión propicia, y quizás
no habría sido capaz de saludarlo si él no lo hubiera enfrentado.

—Me alegro que lo haya hecho —dijo el presidente—, aunque la verdad es que no me molesta
para nada estar solo.

—No es justo.

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—¿Por qué? —preguntó el presidente con sinceridad—. La mayor victoria de mi vida ha sido
lograr que me olviden.

—Nos acordamos de usted más de lo que usted se imagina —dijo Homero sin disimular su
emoción—. Es una alegría verlo así, sano y joven.

——Sin embargo —dijo él sin dramatismo—, todo indica que moriré muy pronto.

—Sus probabilidades de salir bien son muy altas —dijo Homero.

El presidente dio un salto de sorpresa, pero no perdió la gracia.

—¡Ah caray! —exclamó—. ¿Es que en la bella Suiza se abolió el sigilo médico?

—En ningún hospital del mundo hay secretos para un chofer de ambulancias —dijo Homero.

—Pues lo que yo sé lo he sabido hace apenas dos horas y por boca del único que debía
saberlo.

—En todo caso, usted no moriría en vano —dijo Homero—. Alguien lo pondrá en el lugar que
le corresponde como un gran ejemplo de dignidad.

El presidente fingió un asombro cómico.

—Gracias por prevenirme —dijo.

Comía como hacía todo: despacio y con una gran pulcritud. Mientras tanto miraba a Homero
directo a los ojos, de modo que éste tenía la impresión de ver lo que él pensaba. Al cabo de una
larga conversación de evocaciones nostálgicas, hizo una sonrisa maligna.

—Había decidido no preocuparme por mi cadáver, —dijo—, pero ahora veo que debo tomar
ciertas precauciones de novela policíaca para que nadie lo encuentre.

—Será inútil —bromeó Homero a su vez—. En el hospital no hay misterios que duren más de
una hora.

Cuando terminaron con el café, el presidente leyó el fondo de su taza, y volvió a estremecerse:
el mensaje era el mismo. Sin embargo, su expresión no se alteró. Pagó la cuenta en efectivo, pero
antes verificó la suma varias veces, contó varias veces el dinero con un cuidado excesivo, y dejó
una propina que sólo mereció un gruñido del mesero.

—Ha sido un placer —concluyó, al despedirse de Homero—. No tengo fecha para la operación,
y ni siquiera he decidido si voy a someterme o no. Pero si todo sale bien volveremos a vernos.

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—¿Y por qué no antes? —dijo Homero—. Lazara, mi mujer, es cocinera de ricos. Nadie prepara
el arroz con camarones mejor que ella, y nos gustaría tenerlo en casa una noche de estas.

—Tengo prohibidos los mariscos, pero los comeré con mucho gusto —dijo él—. Dígame
cuándo.

—El jueves es mi día libre —dijo Homero.

—Perfecto —dijo el presidente—. El jueves a las siete de la noche estoy en su casa. Será un
placer.

—Yo pasaré a recogerlo —dijo Homero—. Hotelerie Dames, 14 rué de l'Industrie. Detrás de la
estación. ¿Es correcto?

—Correcto, —dijo el presidente, y se levantó más encantador que nunca—. Por lo visto, sabe
hasta el número que calzo.

—Claro, señor —dijo Homero, divertido—: cuarenta y uno.

Lo que Homero Rey no le contó al presidente, pero se lo siguió contando durante años a todo
el que quiso oírlo, fue que su propósito inicial no era tan inocente. Como otros choferes de
ambulancia, tenía arreglos con empresas funerarias y compañías de seguros para vender servicios
dentro del mismo hospital, sobre todo a pacientes extranjeros de escasos recursos. Eran ganancias
mínimas, y además había que repartirlas con otros empleados que se pasaban de mano en mano
los informes secretos sobre los enfermos graves. Pero era un buen consuelo para un desterrado
sin porvenir que subsistía a duras penas con su mujer y sus dos hijos con un sueldo ridículo.

Lazara Davis, su mujer, fue más realista. Era una mulata fina de San Juan de Puerto Rico,
menuda y maciza, del color del caramelo en reposo y con unos ojos de perra brava que le iban
muy bien a su modo de ser. Se habían conocido en los servicios de caridad del hospital, donde ella
trabajaba como ayudante de todo después que un rentista de su país, que la había llevado como
niñera, la dejó al garete en Ginebra.

Se habían casado por el rito católico, aunque ella era princesa yoruba, y vivían en una sala y
dos dormitorios en el octavo piso sin ascensor de un edificio de emigrantes africanos. Tenían una
niña de nueve años, Bárbara, y un niño de siete, Lázaro, con algunos índices menores de retraso
mental.

Lazara Davis era inteligente y de mal carácter, pero de entrañas tiernas. Se consideraba a sí
misma como una Tauro pura, y tenía una fe ciega en sus augurios astrales. Sin embargo, nunca
pudo cumplir el sueño de ganarse la vida como astróloga de millonarios. En cambio, aportaba a la
casa recursos ocasionales, y a veces importantes, preparando cenas para señoras ricas que se
lucían con sus invitados haciéndoles creer que eran ellas las que cocinaban los excitantes platos
antillanos. Homero, por su parte, era tímido de solemnidad, y no daba para más de lo poco que

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hacía, pero Lazara no concebía la vida sin él por la inocencia de su corazón y el calibre de su arma.
Les había ido bien, pero los años venían cada vez más duros y los niños crecían. Por los tiempos en
que llegó el presidente habían empezado a picotear sus ahorros de cinco años. De modo que
cuando Homero Rey lo descubrió entre los enfermos incógnitos del hospital, se les fue la mano en
las ilusiones.

No sabían a ciencia cierta qué le iban a pedir, ni con qué derecho. En el primer momento
habían pensado venderle el funeral completo, incluidos el embalsamamiento y la repatriación.
Pero poco a poco se fueron dando cuenta de que la muerte no parecía tan inminente como al
principio. El día del almuerzo estaban ya aturdidos por las dudas.

La verdad es que Homero no había sido dirigente de brigadas universitarias, ni nada parecido,
y la única vez que participó en la campaña electoral fue cuando tomaron la foto que habían
logrado encontrar por milagro traspapelada en el ropero. Pero su fervor era cierto. Era cierto
también que había tenido que huir del país por su participación en la resistencia callejera contra el
golpe militar, aunque la única razón para seguir viviendo en Ginebra después de tantos años era su
pobreza de espíritu. Así que una mentira de más o de menos no debía ser un obstáculo para
ganarse el favor del presidente.

La primera sorpresa de ambos fue que el desterrado ilustre viviera en un hotel de cuarta
categoría en el barrio triste de la Grotte, entre emigrantes asiáticos y mariposas de la noche, y que
comiera solo en fondas de pobres, cuando Ginebra estaba llena de residencias dignas para
políticos en desgracia. Homero lo había visto repetir día tras día los actos de aquel día. Lo había
acompañado de vista, y a veces a una distancia menos que prudente, en sus paseos nocturnos por
entre los muros lúgubres y los colgajos de campánulas amarillas de la ciudad vieja. Lo había visto
absorto durante horas frente a la estatuía de Calvino. Había subido tras él paso a paso la escalinata
de piedra, sofocado por el perfume ardiente de los jazmines, para contemplar los lentos
atardeceres del verano desde la cima del Bourgle-Four.

Una noche lo vio bajo la primera llovizna, sin abrigo ni paraguas, haciendo la cola con los
estudiantes para un concierto de Rubinstein. «No sé cómo no le ha dado una pulmonía», le dijo
después a su mujer. El sábado anterior, cuando el tiempo empezó a cambiar, lo había visto
comprando un abrigo de otoño con un cuello de visones falsos, pero no en las tiendas luminosas
de la rué du Rhóne, donde compraban los emires fugitivos, sino en el Mercado de las Pulgas.

—¡Entonces no hay nada que hacer! —exclamó Lazara cuando Homero se lo contó—. Es un
avaro de mierda, capaz de hacerse enterrar por la beneficencia en la fosa común. Nunca le
sacaremos nada.

—A lo mejor es pobre de verdad —dijo Homero—, después de tantos años sin empleo.

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—Ay, negro, una cosa es ser Piséis con ascendente Piséis y otra cosa es ser pendejo —dijo
Lazara—. Todo el mundo sabe que se alzó con el oro del gobierno y que es el exiliado más rico de
la Martinica.

Homero, que era diez años mayor, había crecido impresionado con la noticia de que el
presidente estudió en Ginebra, trabajando como obrero de la construcción. En cambio Lazara se
había criado entre los escándalos de la prensa enemiga, magnificados en una casa de enemigos,
donde fue niñera desde niña. Así que la noche en que Homero llegó ahogándose de júbilo porque
había almorzado con el presidente, a ella no le valió el argumento de que lo había invitado a un
restaurante caro. Le molestó que Homero no le hubiera pedido nada de lo mucho que habían
soñado, desde becas para los niños hasta un empleo mejor en el hospital. Le pareció una
confirmación de sus sospechas la decisión de que le echaran el cadáver a los buitres en vez de
gastarse sus francos en un entierro digno y una repatriación gloriosa. Pero lo que rebosó el vaso
fue la noticia que Homero se reservó para el final, de que había invitado al presidente a comer
arroz de camarones el jueves en la noche.

—No más eso nos faltaba, —gritó Lazara— que se nos muera aquí, envenenado con
camarones de lata, y tengamos que enterrarlo con los ahorros de los niños. Lo que al final
determinó su conducta fue el peso de su lealtad conyugal. Tuvo que pedir prestado a una vecina
tres juegos de cubiertos de alpaca y una ensaladera de cristal, a otra una cafetera eléctrica, a otra
un mantel bordado y una vajilla china para el café. Cambió las cortinas viejas por las nuevas, que
sólo usaban en los días de fiesta, y les quitó el forro a los muebles. Pasó un día entero fregando los
pisos, sacudiendo el polvo, cambiando las cosas de lugar, hasta que logró lo contrario de lo que
más les hubiera convenido, que era conmover al invitado con el decoro de la pobreza.

El jueves en la noche, después que se repuso del ahogo de los ocho pisos, el presidente
apareció en la puerta con el nuevo abrigo viejo y el sombrero melón de otro tiempo, y con una
sola rosa para Lazara. Ella se impresionó con su hermosura viril y sus maneras de príncipe, pero
más allá de todo eso lo vio como esperaba verlo: falso y rapaz. Le pareció impertinente, porque
ella había cocinado con las ventanas abiertas para evitar que el vapor de los camarones
impregnara la casa, y lo primero que hizo él al entrar fue aspirar a fondo, como en un éxtasis
súbito, y exclamó con los ojos cerrados y los brazos abiertos: «¡Ah, el olor de nuestro mar!».

Le pareció más tacaño que nunca por llevarle una sola rosa, robada sin duda en los jardines
públicos. Le pareció insolente, por el desdén con que miró los recortes de periódicos sobre sus
glorias presidenciales, y los gallardetes y banderines de la campaña, que Homero había clavado
con tanto candor en la pared de la sala. Le pareció duro de corazón, porque no saludó siquiera a
Bárbara y a Lázaro, que le tenían un regalo hecho por ellos, y en el curso de la cena se refirió a dos
cosas que no podía soportar: los perros y los niños. Lo odió. Sin embargo, su sentido caribe de la
hospitalidad se impuso sobre sus prejuicios. Se había puesto la bata africana de sus noches de
fiesta y sus collares y pulseras de santería, y no hizo durante la cena un solo gesto ni dijo una
palabra de sobra. Fue más que irreprochable: perfecta.

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La verdad era que el arroz de camarones no estaba entre las virtudes de su cocina, pero lo hizo
con los mejores deseos, y le quedó muy bien. El presidente se sirvió dos veces sin medirse en los
elogios, y le encantaron las tajadas fritas de plátano maduro y la ensalada de aguacate, aunque no
compartió las nostalgias. Lazara se conformó con escuchar hasta los postres, cuando Homero se
atascó sin que viniera a cuento en el callejón sin salida de la existencia de Dios.

—Yo sí creo que existe —dijo el presidente—, pero que no tiene nada que ver con los seres
humanos. Anda en cosas mucho más grandes.

—Yo sólo creo en los astros —dijo Lazara, y escrutó la reacción del presidente—. ¿Qué día
nació usted?

—Once de marzo.

—Tenía que ser —dijo Lazara, con un sobresalto triunfal, y preguntó de buen tono—: ¿No
serán demasiado dos Piséis en una misma mesa?

Los hombres seguían hablando de Dios cuando ella se fue a la cocina a preparar el café. Había
recogido los trastos de la comida y ansiaba con toda su alma que la noche terminara bien. De
regreso a la sala con el café le salió al encuentro una frase suelta del presidente que la dejó
atónita:

—No lo dude, mi querido amigo: lo peor que pudo pasarle a nuestro pobre país es que yo
fuera presidente.

Homero vio a Lazara en la puerta con las tazas chinas y la cafetera prestada, y creyó que se iba
a desmayar. También el presidente se fijó en ella. «No me mire así, señora», le dijo de buen tono.
«Estoy hablando con el corazón». Y luego, volviéndose a Homero, terminó:

—Menos mal que estoy pagando cara mi insensatez.

Lazara sirvió el café, apagó la lámpara cenital de la mesa cuya luz inclemente estorbaba para
conversar, y la sala quedó en una penumbra íntima. Por primera vez se interesó en el invitado,
cuya gracia no alcanzaba a disimular su tristeza. La curiosidad de Lazara aumentó cuando él
terminó el café y puso la taza bocabajo en el plato para que reposara el asiento.

El presidente les contó en la sobremesa que había escogido la isla de Martinica para su
destierro, por la amistad con el poeta Aimé Césaire, que por aquel entonces acababa de publicar
su Cahier d´u nretour au pays natal, y le prestó ayuda para iniciar una nueva vida. Con lo que les
quedaba de la herencia de la esposa compraron una casa de maderas nobles en las colinas de Fort
de France, con alambreras en las ventanas y una terraza de mar llena de flores primitivas, donde
era un gozo dormir con el alboroto de los grillos y la brisa de melaza y ron de caña de los trapiches.
Se quedó allí con la esposa, catorce años mayor que él y enferma desde su parto único,
atrincherado contra el destino en la relectura viciosa de sus clásicos latinos, en latín, y con la

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convicción de que aquél era el acto final de su vida. Durante años tuvo que resistir las tentaciones
de toda clase de aventuras que le proponían sus partidarios derrotados.

—Pero nunca volví a abrir una carta —dijo—. Nunca, desde que descubrí que hasta las más
urgentes eran menos urgentes una semana después, y que a los dos meses no se acordaba de ellas
ni el que las había escrito.

Miró a Lazara a media luz cuando encendió un cigarrillo, y se lo quitó con un movimiento ávido
de los dedos. Le dio una chupada profunda, y retuvo el humo en la garganta. Lazara, sorprendida,
cogió la cajetilla y los fósforos para encender otro, pero él le devolvió el cigarrillo encendido.
«Fuma usted con tanto gusto que no pude resistir la tentación», le dijo él. Pero tuvo que soltar el
humo porque sufrió un principio de tos.

—Abandoné el vicio hace muchos años, pero él no me abandonó a mí por completo —dijo—.
Algunas veces ha logrado vencerme. Como ahora.

La tos le dio dos sacudidas más. Volvió el dolor. El presidente miró la hora en el relojito de
bolsillo, y tomó las dos tabletas de la noche. Luego escrutó el fondo de la taza: no había cambiado
nada, pero esta vez no se estremeció.

—Algunos de mis antiguos partidarios han sido presidentes después que yo —dijo.

—Sáyago —dijo Homero.

—Sáyago y otros —dijo él—. Todos como yo: usurpando un honor que no merecíamos con un
oficio que no sabíamos hacer. Algunos persiguen sólo el poder, pero la mayoría busca todavía
menos: el empleo.

Lazara se encrespó.

—¿Usted sabe lo que dicen de usted? —le preguntó.

Homero, alarmado, intervino:

—Son mentiras.

—Son mentiras y no lo son —dijo el presidente con una calma celestial—. Tratándose de un
presidente, las peores ignominias pueden ser las dos cosas al mismo tiempo: verdad y mentira.

Había vivido en la Martinica todos los días del exilio, sin más contactos con el exterior que las
pocas noticias del periódico oficial, sosteniéndose con clases de español y latín en un liceo oficial y
con las traducciones que a veces le encargaba Aimé Césaire. El calor era insoportable en agosto, y
él se quedaba en la hamaca hasta el mediodía, leyendo al arrullo del ventilador de aspas del
dormitorio. Su mujer se ocupaba de los pájaros que criaba en libertad, aun en las horas de más
calor, protegiéndose del sol con un sombrero de paja de alas grandes, adornado de frutillas

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artificiales y flores de organdí. Pero cuando bajaba el calor era bueno tomar el fresco en la terraza,
él con la vista fija en el mar hasta que se hundía en las tinieblas, y ella en su mecedor de mimbre,
con el sombrero roto y las sortijas de fantasía en todos los dedos, viendo pasar los buques del
mundo. «Ese va para Puerto Santo», decía ella. «Ese casi no puede andar con la carga de guineos
de Puerto Santo», decía. Pues no le parecía posible que pasara un buque que no fuera de su tierra.
Él se hacía el sordo, aunque al final ella logró olvidar mejor que él, porque se quedó sin memoria.
Permanecían así hasta que terminaban los crepúsculos fragorosos, y tenían que refugiarse en la
casa derrotados por los zancudos. Uno de esos tantos agostos, mientras leía el periódico en la
terraza, el presidente dio un salto de asombro.

—¡Ah, caray! —dijo—. ¡He muerto en Estoril!

Su esposa, levitando en el sopor, se espantó con la noticia. Eran seis líneas en la página quinta
del periódico que se imprimía a la vuelta de la esquina, en el cual se publicaban sus traducciones
ocasionales, y cuyo director pasaba a visitarlo de vez en cuando. Y ahora decía que había muerto
en Estoril de Lisboa, balneario y guarida de la decadencia europea, donde nunca había estado, y
tal vez el único lugar del mundo donde no hubiera querido morir. La esposa murió de veras un año
después, atormentada por el último recuerdo que le quedaba para aquel instante: el del único
hijo, que había participado en el derrocamiento de su padre, y fue fusilado más tarde por sus
propios cómplices.

El presidente suspiró. «Así somos, y nada podrá redimirnos», dijo. «Un continente concebido
por las heces del mundo entero sin un instante de amor: hijos de raptos, de violaciones, de tratos
infames, de engaños, de enemigos con enemigos». Se enfrentó a los ojos africanos de Lazara, que
lo escudriñaban sin piedad, y trató de amansarla con su labia de viejo maestro.

—La palabra mestizaje significa mezclar las lágrimas con la sangre que corre. ¿Qué puede
esperarse de semejante brebaje?

Lazara lo clavó en su sitio con un silencio de muerte. Pero logró sobreponerse, poco antes de
la media noche, y lo despidió con un beso formal. El presidente se opuso a que Homero lo
acompañara al hotel, pero no pudo impedir que lo ayudara a conseguir un taxi. De regreso a casa,
Homero encontró a su mujer descompuesta, de furia.

—Ese es el presidente mejor tumbado del mundo —dijo ella—. Un tremendo hijo de puta.

A pesar de los esfuerzos que hizo Homero por tranquilizarla, pasaron en vela una noche
terrible. Lazara reconocía que era uno de los hombres más bellos que había visto, con un poder de
seducción devastadora y una virilidad de semental. «Así como está, viejo y jodido, debe ser
todavía un tigre en la cama», dijo. Pero creía que esos dones de Dios los había malbaratado al
servicio de la simulación. No podía soportar sus alardes de haber sido el peor presidente de su
país. Ni sus ínfulas de asceta, si estaba convencida de que era dueño de la mitad de los ingenios de

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la Martinica. Ni la hipocresía de su desdén por el poder, si era evidente que lo daría todo por
volver un minuto a la presidencia para hacerles morder el polvo a sus enemigos.

—Y todo eso —concluyó—, sólo por tenernos rendidos a sus pies.

—¿Qué puede ganar con eso? —dijo Homero.

—Nada —dijo ella—. Lo que pasa es que la coquetería es un vicio que no se sacia con nada.

Era tanta su furia, que Homero no pudo soportarla en la cama, y se fue a terminar la noche
envuelto con una manta en el diván de la sala. Lazara se levantó también en la madrugada,
desnuda de cuerpo entero, como solía dormir y estar en casa, y hablando consigo misma en un
monólogo de una sola cuerda. En un momento borró de la memoria de la humanidad todo rastro
de la cena indeseable. Devolvió al amanecer las cosas prestadas, cambió las cortinas nuevas por
las viejas y puso los muebles en su lugar, hasta que la casa volvió a ser tan pobre y decente como
había sido hasta la noche anterior. Por último arrancó los recortes de prensa, los retratos, los
banderines y gallardetes de la campaña abominable, y tiró todo en el cajón de la basura con un
grito final.

—¡Al carajo!

Una semana después de la cena, Homero encontró al presidente esperándolo a la salida del
hospital, con la súplica de que lo acompañara a su hotel. Subieron los tres pisos empinados hasta
una mansarda con una sola claraboya que daba a un cielo de ceniza, y atravesada por una cuerda
con ropa puesta a secar. Había además una cama matrimonial que ocupaba la mitad del espacio,
una silla simple, un aguamanil y un bidé portátil, y un ropero de pobres con el espejo nublado. El
presidente notó la impresión de Homero.

—Es el mismo cubil donde viví mis años de estudiante —le dijo, como excusándose—. Lo
reservé desde Fort de France.

Sacó de una bolsa de terciopelo y desplegó sobre la cama el saldo final de sus recursos: varias
pulseras de oro con distintos adornos de piedras preciosas, un collar de perlas de tres vueltas y
otros dos de oro y piedras preciosas; tres cadenas de oro con medallas de santos y un par de
aretes de oro con esmeraldas, otro con diamantes y otro con rubíes; dos relicarios y un
guardapelos, once sortijas con toda clase de monturas preciosas y una diadema de brillantes que
pudo haber sido de una reina. Luego sacó de un estuche distinto tres pares de mancornas de plata
y dos de oro con sus correspondientes pisacorbatas, y un reloj de bolsillo enchapado en oro
blanco. Por último sacó de una caja de zapatos sus seis condecoraciones: dos de oro, una de plata,
y el resto, chatarra pura.

—Es todo lo que me queda en la vida —dijo.

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No tenía más alternativas que venderlo todo para completar los gastos médicos, y deseaba
que Homero le hiciera el favor con el mayor sigilo. Sin embargo Homero no se sintió capaz de
complacerlo mientras no tuviera las facturas en regla.

El presidente le explicó que eran las prendas de su esposa heredadas de una abuela colonial
que a su vez había heredado un paquete de acciones en minas de oro en Colombia. El reloj, las
mancuernas y los pisacorbatas eran suyos. Las condecoraciones, por supuesto, no fueron antes de
nadie.

—No creo que alguien tenga facturas de cosas así —dijo.

Homero fue inflexible.

—En ese caso —reflexionó el presidente—, no me quedará más remedio que dar la cara.

Empezó a recoger las joyas con una calma calculada. «Le ruego que me perdone, mi querido
Homero, pero es que no hay peor pobreza que la de un presidente pobre», le dijo. «Hasta
sobrevivir parece indigno». En ese instante, Homero lo vio con el corazón, y le rindió sus armas.

Aquella noche, Lazara regresó tarde a casa. Desde la puerta vio las joyas radiantes bajo la luz
mercurial del comedor, y fue como si hubiera visto un alacrán en su cama.

—No seas bruto, negro —dijo, asustada—. ¿Por qué están aquí esas cosas?

La explicación de Homero la inquietó todavía más. Se sentó a examinar las joyas, una por una,
con una meticulosidad de orfebre. A un cierto momento suspiró: «Debe ser una fortuna». Por
último se quedó mirando a Homero sin encontrar una salida para su ofuscación.

—Carajo —dijo—. ¿Cómo hace uno para saber si todo lo que ese hombre dice es verdad?

—¿Y por qué no? —dijo Homero—. Acabo de ver que él mismo lava su ropa, y la seca en el
cuarto igual que nosotros, colgada en un alambre.

—Por tacaño —dijo Lazara.

—O por pobre —dijo Homero. Lazara volvió a examinar las joyas, pero ahora con menos
atención, porque también ella estaba vencida. Así que la mañana siguiente se vistió con lo mejor
que tenía, se aderezó con las joyas que le parecieron más caras, se puso cuantas sortijas pudo en
cada dedo, hasta en el pulgar, y cuantas pulseras pudo ponerse en cada brazo, y se fue a
venderlas. «A ver quién le pide facturas a Lazara Davis», dijo al salir, pavoneándose de risa.
Escogió la joyería exacta, con más ínfulas que prestigio, donde sabía que se vendía y se compraba
sin demasiadas preguntas, y entró aterrorizada pero pisando firme.

Un vendedor vestido de etiqueta, enjuto y pálido, le hizo una venia teatral al besarle la mano,
y se puso a sus órdenes. El interior era más claro que el día, por los espejos y las luces intensas, y

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la tienda entera parecía de diamante. Lazara, sin mirar apenas al empleado por temor de que se le
notara la farsa, siguió hasta el fondo.

El empleado la invitó a sentarse ante uno de los tres escritorios Luis XV que servían de
mostradores individuales, y extendió encima un pañuelo inmaculado. Luego se sentó frente a
Lazara, y esperó.

—¿En qué puedo servirle?

Ella se quitó las sortijas, las pulseras, los collares, los aretes, todo lo que llevaba a la vista, y fue
poniéndolos sobre el escritorio en un orden de ajedrez. Lo único que quería, dijo, era conocer su
verdadero valor.

El joyero se puso el monóculo en el ojo izquierdo, y empezó a examinar las alhajas con un
silencio clínico. Al cabo de un largo rato, sin interrumpir el examen, preguntó:

—¿De dónde es usted? —Lazara no había previsto esa pregunta.

—Ay, mi señor —suspiró—. De muy lejos.

—Me lo imagino —dijo él.

Volvió al silencio, mientras Lazara lo escudriñaba sin misericordia con sus terribles ojos de oro.
El joyero le consagró una atención especial a la diadema de diamantes, y la puso aparte de las
otras joyas.

Lazara suspiró.

—Es usted un Virgo perfecto —dijo. El joyero no interrumpió el examen.

—¿Cómo lo sabe?

—Por el modo de ser —dijo Lazara. Él no hizo ningún comentario hasta que terminó, y se
dirigió a ella con la misma parsimonia del principio.

—¿De dónde viene todo esto?

—Herencia de una abuela —dijo Lazara con voz tensa—. Murió el año pasado en Paramáribo a
los noventa y siete años.

El joyero la miró entonces a los ojos. «Lo siento mucho», le dijo. «Pero el único valor de estas
cosas es lo que pese el oro». Cogió la diadema con la punta de los dedos y la hizo brillar bajo la luz
deslumbrante.

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—Salvo esta —dijo—. Es muy antigua, egipcia tal vez, y sería invaluable si no fuera por el mal
estado de los brillantes. Pero de todos modos tiene un cierto valor histórico.

En cambio, las piedras de las otras alhajas, las amatistas, las esmeraldas, los rubíes, los ópalos,
todas, sin excepción, eran falsas. «Sin duda las originales fueron buenas», dijo el joyero, mientras
recogía las prendas para devolverlas. «Pero de tanto pasar de una generación a otra se han ido
quedando en el camino las piedras legítimas, reemplazadas por culos de botella». Lazara sintió una
náusea verde, respiró hondo y dominó el pánico. El vendedor la consoló:

—Ocurre a menudo, señora.

—Ya lo sé —dijo Lazara, aliviada—. Por eso quiero salir de ellas.

Entonces sintió que estaba más allá de la farsa, y volvió a ser ella misma. Sin más vueltas sacó
del bolso las mancuernas, el reloj de bolsillo, los pisacorbatas, las condecoraciones de oro y plata,
y el resto de baratijas personales del presidente, y puso todo sobre la mesa.

—¿También esto? —preguntó el joyero.

—Todo —dijo Lazara.

Los francos suizos con que le pagaron eran tan nuevos que temió mancharse los dedos con la
tinta fresca. Los recibió sin contarlos, y el joyero la despidió en la puerta con la misma ceremonia
del saludo. Ya de salida, sosteniendo la puerta de cristal para cederle el paso, la demoró un
instante.

—Y una última cosa, señora —le dijo—: soy Acuario.

A la prima noche Homero y Lazara llevaron el dinero al hotel. Hechas otra vez las cuentas,
faltaba un poco más. De modo que el presidente se quitó y fue poniendo sobre la cama el anillo
matrimonial, el reloj con la leontina y las mancuernas y el pisacorbatas que estaba usando.

Lazara le devolvió el anillo.

—Esto no —le dijo—. Un recuerdo así no se puede vender.

El presidente lo admitió y volvió a ponerse el anillo. Lazara le devolvió así mismo el reloj del
chaleco. «Esto tampoco», dijo. El presidente no estuvo de acuerdo pero ella lo puso en su lugar.

—¿A quién se le ocurre vender relojes en Suiza?

—Ya vendimos uno —dijo el presidente.

—Si, pero no por el reloj sino por el oro.

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—También este es de oro —dijo el presidente.

—Sí —dijo Lazara—. Pero usted puede hasta quedarse sin operar, pero no sin saber qué hora
es.

Tampoco le aceptó la montura de oro de los lentes, aunque él tenía otro par de carey. Sopesó
las prendas que tenía en la mano, y puso término a las dudas.

—Además —dijo—. Con esto alcanza.

Antes de salir, descolgó la ropa mojada, sin consultárselo, y se la llevó para secarla y
plancharla en la casa. Se fueron en la motoneta, Homero conduciendo y Lazara en la parrilla,
abrazada a su cintura. Las luces públicas acababan de encenderse en la tarde malva. El viento
había arrancado las últimas hojas, y los árboles parecían fósiles desplumados. Un remolcador
descendía por el Ródano con un radio a todo volumen que iba dejando por las calles un reguero de
música. Georges Brassens cantaba: Mon amour tiens bien la, barre, le temps va passer par la, et le
temps est un barbare dans le genre d'Attila, par la ou son cheval passe Vamour ne repousse pas.
Homero y Lazara corrían en silencio embriagados por la canción y el olor memorable de los
jacintos. Al cabo de un rato, ella pareció despertar de un largo sueño.

—Carajo —dijo.

—¿Qué?

—El pobre viejo —dijo Lazara. ¡Qué vida de mierda!

El viernes siguiente, 7 de octubre, el presidente fue operado en una sesión de cinco horas que
por el momento dejó las cosas tan oscuras como estaban. En rigor, el único consuelo era saber
que estaba vivo. Al cabo de diez días lo pasaron a un cuarto compartido con otros enfermos, y
pudieron visitarlo. Era otro: desorientado y macilento, y con un cabello ralo que se le desprendía
con el solo roce de la almohada. De su antigua prestancia sólo le quedaba la fluidez de las manos.
Su primer intento de caminar con dos bastones ortopédicos fue descorazonador. Lazara se
quedaba a dormir a su lado para ahorrarle el gasto de una enfermera nocturna. Uno de los
enfermos del cuarto pasó la primera noche gritando por el pánico de la muerte. Aquellas veladas
interminables acabaron con las últimas reticencias de Lazara.

A los cuatro meses de haber llegado a Ginebra, le dieron de alta. Homero, administrador
meticuloso de sus fondos exiguos, pagó las cuentas del hospital y se lo llevó en su ambulancia con
otros empleados que ayudaron a subirlo al octavo piso. Se instaló en la alcoba de los niños, a
quienes nunca acabó de reconocer, y poco a poco volvió a la realidad. Se empeñó en los ejercicios
de rehabilitación con un rigor militar, y volvió a caminar con su solo bastón. Pero aun vestido con
la buena ropa de antaño estaba muy lejos de ser el mismo, tanto por su aspecto como por el modo
de ser. Temeroso del invierno que se anunciaba muy severo, y que en realidad fue el más crudo de
lo que iba del siglo, decidió regresar en un barco que zarpaba de Marsella el 13 de diciembre,

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contra el criterio de los médicos que querían vigilarlo un poco más. A última hora el dinero no
alcanzó para tanto, y Lazara quiso completarlo a escondidas de su marido con un rasguño más en
los ahorros de los hijos, pero también allí encontró menos de lo que suponía. Entonces Homero le
confesó que lo había cogido a escondidas de ella para completar la cuenta del hospital.

—Bueno —se resignó Lazara—. Digamos que era el hijo mayor.

El 11 de diciembre lo embarcaron en el tren de Marsella bajo una fuerte tormenta de nieve, y


sólo cuando volvieron a casa encontraron una carta de despedida en la mesa de noche de los
niños. Allí mismo dejó su anillo de bodas para Bárbara, junto con el de la esposa muerta, que
nunca trató de vender, y el reloj de leontina para Lázaro. Como era domingo, algunos vecinos
caribes que descubrieron el secreto habían acudido a la estación de Cornavin con un conjunto de
arpas de Veracruz. El presidente estaba sin aliento, con el abrigo de perdulario y una larga bufanda
de colores que había sido de Lazara, pero aun así permaneció en el pescante del último vagón
despidiéndose con el sombrero bajo el azote del vendaval. El tren empezaba a acelerar cuando
Homero cayó en la cuenta de que se había quedado con el bastón. Corrió hasta el extremo del
andén y lo lanzó con bastante fuerza para que el presidente lo atrapara en el aire, pero cayó entre
las ruedas y quedó destrozado.

Fue un instante de terror. Lo último que vio Lazara fue la mano trémula estirada para atrapar
el bastón que nunca alcanzó, y el guardián del tren que logró agarrar por la bufanda al anciano
cubierto de nieve, y lo salvó en el vacío. Lazara corrió despavorida al encuentro del marido
tratando de reír detrás de las lágrimas.

—Dios mío —le gritó—, ese hombre no se muere con nada.

Llegó sano y salvo, según anunció en su extenso telegrama de gratitud. No se volvió a saber
nada de él en más de un año. Por fin llegó una carta de seis hojas manuscritas en la que ya era
imposible reconocerlo. El dolor había vuelto, tan intenso y puntual como antes, pero él decidió no
hacerle caso y dedicarse a vivir la vida como viniera. El poeta Aimé Césaire le había regalado otro
bastón con incrustaciones de nácar, pero había resuelto no usarlo. Hacía seis meses que comía
carne con regularidad, y toda clase de mariscos, y era capaz de beberse hasta veinte tazas diarias
de café cerrero. Pero ya no leía el fondo de la taza porque sus pronósticos le resultaban al revés. El
día que cumplió los setenta y cinco años se había tomado unas copitas del exquisito ron de la
Martinica, que le sentaron muy bien, y volvió a fumar. No se sentía mejor, por supuesto, pero
tampoco peor. Sin embargo, el motivo real de la carta era comunicarles que se sentía tentado de
volver a su país para ponerse al frente de un movimiento renovador, por una causa justa y una
patria digna, aunque sólo fuera por la gloria mezquina de no morirse de viejo en su cama. En ese
sentido, concluía la carta, el viaje a Ginebra había sido providencial.

Gabriel García Márquez, Junio 1979

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POESÍA DE SOLEDAD Y POESÍA DE COMUNIÓN
Octavio Paz

La realidad –todo lo que somos, todo lo que nos envuelve, nos sostiene y, simultáneamente, nos
devora y alimenta– es más rica y cambiante, más viva, que los sistemas que pretenden contenerla.
A cambio de reducir la rica y casi ofensiva espontaneidad de la naturaleza a la rigidez de nuestras
ideas, la mutilamos de una parte de sí, la más fascinante: su naturalidad. El hombre, al enfrentarse
con la realidad, la sojuzga, la mutila y la somete a un orden que no es el de la naturaleza –si es que
ésta posee, acaso, equivalente a lo que llamamos orden– sino el del pensamiento. Y así, no es la
realidad lo que realmente conocemos, sino esa parte de la realidad que podemos reducir a
lenguaje y conceptos. Lo que llamamos conocimiento es el saber que tenemos sobre cualquier
cosa para dominarla y sujetarla.

No quiero decir, naturalmente, que la técnica sea el conocimiento. Pero aun cuando sea imposible
extraer de todo conocimiento una técnica –o sea: un procedimiento para transformar la realidad–
todos los conocimientos son la expresión de una sed de apoderarnos, en nuestros propios
términos y para nuestros propios fines, de esa intocable realidad. No es exagerado llamar a esta
actitud humana una actitud de dominación. Como un guerrero, el hombre lucha y somete a la
naturaleza y a la realidad. Su instinto de poder no sólo se expresa en la guerra, en la política, en la
técnica; también en la ciencia y en la filosofía, en todo lo que se ha dado en llamar,
hipócritamente, conocimiento desinteresado.

No es ésta la única actitud que el hombre puede asumir frente a la realidad del mundo y de su
propia conciencia. Su contemplación puede no poseer ninguna consecuencia práctica y de ella es
posible que no se pueda derivar ningún conocimiento, ningún dictamen, ninguna salvación o
condenación. Esta contemplación inútil, superflua, inservible, no se dirige al saber, a la posesión
de lo que se contempla, sino que sólo intenta abismarse en su objeto. El hombre que así
contempla no se propone saber nada; sólo quiere un olvido de sí, postrarse ante lo que ve,
fundirse, si es posible, en lo que El asombro ante la realidad lo lleva a divinizarla; la fascinación y
horror lo mueven a unirse con su objeto. Quizá la raíz de esta actitud de adoración sea el amor,
que es un instinto de posesión del objeto, un querer, pero también un anhelo de fusión, de olvido,
y disolución del ser en «lo otro». En el amor no sólo interviene el instinto que nos impulsa a
sobrevivir o a reproducirnos: el instinto de la muerte, verdadero instinto de perdición, fuerza de
gravedad del alma, también es parte de su contradictoria naturaleza. En él alientan el arrobo
silencioso, el vértigo, la seducción del abismo, deseo de caer infinitamente y sin reposo, cada vez
más hondo, y la nostalgia de nuestro origen, oscuro movimiento del hombre hacia su raíz, hacia su
nacimiento. Porque en el amor la pareja intenta participar otra vez de ese estado en el que la
muerte y la vida, la necesidad y la satisfacción, el sueño y el acto, la palabra y la imagen, el tiempo
y el espacio, el fruto y el labio, se confunden en una sola realidad. Los amantes descienden hacia
estados cada vez más antiguos y desnudos; rescatan al animal humillado y al vegetal soñoliento
que en cada uno de nosotros; y tienen el presentimiento de la pura energía que mueve el universo
y de la inercia en que Se transforma el vértigo de esa energía.

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A estas dos actitudes pueden reducirse, con todos los peligros de tan excesiva simplificación, las
innumerables y variadas posturas del hombre frente a la realidad. Las dos se dan con cierta pureza
en la magia y la religión de las sociedades arcaicas (aunque, en rigor, ambas sean inseparables,
pues en toda actividad mágica hay elementos religiosos y a la inversa). Si el sacerdote se postra
ante el dios, el mago se alza "frente a la realidad y, convocando a los poderes ocultos, hechizando
a la naturaleza, obliga a las fuerzas rebeldes a la obediencia. Uno suplica y ama; otro, adula o
coacciona. Ahora bien, la operación poética ¿es una actividad mágica o religiosa? Ni lo uno ni lo
otro. La poesía es irreductible a cualquier otra experiencia. Pero el espíritu que la expresa, los
medios de que se vale, su origen y su fin, muy bien pueden ser mágicos o religiosos. La actitud
ante lo sagrado cristaliza en el ruego, en la oración, y su más intensa y profunda manifestación es
el éxtasis místico: el entregarse a lo absoluto y confundirse con Dios. La religión –en este sentido–
es diálogo, relación amorosa con el Creador. También el poeta lírico entabla un diálogo con el
mundo; en ese diálogo hay dos situaciones extremas: una, de soledad; otra, de comunión. El poeta
siempre intenta comulgar, unirse (reunirse, mejor dicho), con su objeto: su propia alma, la amada,
Dios, la naturaleza... La poesía mueve al poeta hacia lo desconocido. y la poesía lírica, que principia
como un íntimo deslumbramiento, termina en la comunión o en la blasfemia. No importa que el
poeta se sirva de la magia de las palabras, del hechizo del lenguaje, para solicitar a su objeto:
nunca pretende utilizarlo, como el mago, sino fundirse a él, como el místico.

En la fiesta o representación religiosa el hombre intenta cambiar de naturaleza, despojarse de la


suya y participar de la divina. La misa no sólo es una actualización o representación de la Pasión de
Jesucristo; es también una liturgia, un misterio en donde el diálogo entre el hombre y su Creador
culmina en la comunión. Si mediante el bautismo los hijos de Adán adquieren esa libertad que les
permite dar el salto mortal entre el estado natural y el estado de gracia, por la comunión los
cristianos pueden, en las tinieblas de un misterio inefable, comer la carne y beber la sangre de su
Dios. Esto es, alimentarse con una substancia divina. con la sustancia divina. El festín sagrado
diviniza, lo mismo al azteca que al cristiano. No es diverso este apetito al del enamorado y al del
poeta. Novalis ha dicho: «El deseo sexual no es quizá sino un deseo disfrazado de carne humana.»
El pensamiento del poeta alemán, que ve en «la mujer el alimento corporal más elevado», nos
ilumina acerca del carácter de la poesía y del amor: se trata, por medio del canibalismo ritual, de
readquirir nuestra naturaleza paradisíaca.

No es extraño que la poesía haya provocado el recelo, cuando no el escándalo, de algunos


espíritus que veían latir en ella, en una actividad profana, el mismo apetito y la misma sed que
mueven al hombre religioso. Frente a la religión, que sólo existe si se socializa en una iglesia, en
una comunidad de fieles, la poesía se manifiesta sólo si se individualiza, si encarna en un poeta. Su
relación con lo absoluto es privada y personal. Religión y poesía tienden a la comunión; las dos
parten de la soledad e intentan, mediante el alimento sagrado, romper la soledad y devolver al
hombre su inocencia. Pero en tanto que la religión es profundamente conservadora. puesto que
torna sagrado el lazo social al convertir en iglesia a la sociedad, la poesía rompe el lazo al
consagrar una relación individual, al margen, cuando no en contra, de la sociedad. La poesía
siempre es disidente. No necesita de la teología ni de la clerecía. No quiere salvar al hombre, ni

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construir la ciudad de Dios: pretende darnos el testimonio terrenal de una experiencia. Respuesta
a las mismas preguntas y necesidades que la religión satisface, la poesía se nos aparece como una
forma secreta, ilegal, irregular, de la religión: como una heterodoxia, no porque no admita los
dogmas, sino porque se manifiesta de un modo privado y muchas veces anárquico. En otras
palabras: la religión es siempre social –excepto cuando se transforma en mística–, mientras que la
poesía, al menos en nuestra época, es individual.

¿Qué clase de testimonio es el de la palabra poética. extraño testimonio de la unidad del hombre y
el mundo, de su original y perdida identidad? Ante todo, el de la inocencia innata del hombre,
como la religión es el de su perdida inocencia. Si una afirma el pecado, la otra lo niega. El poeta
revela la inocencia del hombre. su testimonio sólo vale si llega a transformar su experiencia en
expresión, esto es, en palabras. Y no en cualquier clase de palabras, ni en cualquier orden, sino en
un orden que no es el del pensamiento, ni el de la conversación, ni el de la oración. Un orden que
crea sus propias leyes y su propia realidad: el poema. Por ese, ha podido decir un crítico francés
que «en tanto que el poeta tiende a la palabra, el místico tiende al silencio). Esa diversidad de
direcciones distingue, al fin, la experiencia mística de la expresión poética. La mística es una
inmersión en lo absoluto: la poesía es una expresión de lo absoluto o de la desgarrada tentativa
para llegar a él. ¿Qué pretende el poeta cuando expresa su experiencia? La poesía, ha dicho
Rimbaud, quiere cambiar la vida. intenta embellecerla, como piensan los estetas y los literatos, ni
hacerla más justa o buena, como sueñan los moralistas. Mediante la palabra, mediante la
expresión de su experiencia, procura hacer sagrado el mundo; con la palabra consagra la
experiencia de los hombres y las relaciones entre el hombre y el mundo, entre el hombre y la
mujer, entre el hombre y su propia conciencia. No pretende hermosear, santificar o idealizar lo
que toca, sino volverlo sagrado. Por eso no es moral o inmoral; justa o injusta; falsa o verdadera; o
fea. Es, simplemente, poesía de soledad o de comunión. Porque la poesía, que es un testimonio
del éxtasis, del amor dichoso, también lo es de la desesperación. y tanto como un ruego puede ser
una blasfemia.

La sociedad moderna no puede perdonar a la poesía su naturaleza: le parece sacrílega. Y aunque


ésta se disfrace. acepte comulgar en el mismo altar común y luego justifique con toda clase de
razones su embriaguez, la conciencia social la reprobará siempre como un extravío y una locura
peligrosa. El poeta tiende a participar en lo absoluto, como el místico; y tiende a expresarlo, corno
la liturgia y la fiesta religiosa. Esta pretensión lo convierte en un ser peligroso. pues su actividad no
beneficia a la sociedad; verdadero parásito, en lugar de atraer para ella las fuerzas desconocidas
que la religión organiza y reparte, las dispersa en una empresa estéril y antisocial. En la comunión
el poeta descubre la fuerza secreta del mundo, esa fuerza que la religión intenta canalizar y
utilizar, a través de la burocracia eclesiástica. y el poeta no sólo la descubre y se hunde en ella: la
muestra en toda su aterradora y violenta desnudez al resto de los hombres, latiendo en su
palabra, viva en ese extraño mecanismo de encantamiento que es el poema. ¿Habrá que agregar
que esa fuerza, alternativamente sagrada o maldita; es la del éxtasis, la del vértigo, que brota
como una fascinación en la cima del contacto carnal o espiritual? En lo alto de ese contacto y en la
profundidad de ese vértigo el hombre y la mujer tocan lo absoluto, el reino en donde los

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contrarios se reconcilian y la vida y la muerte pactan en unos labios que se funden. El cuerpo y el
alma, en ese instante, son lo mismo y la piel es como una nueva conciencia, conciencia de lo
infinito, vertida hacia lo infinito... El tacto y todos los sentidos dejan de servir al placer o al
conocimiento; cesan de ser personales; se extienden, por decirlo así, y lejos de constituir las
antenas, los instrumentos de la conciencia, la disuelven en lo absoluto, la reintegran a la energía
original. Fuerza. apetito que quiere ser hasta el límite y más allá del límite del ser, hambre de
eternidad y de espacio, sed que no retrocede ante la caída, antes bien busca palpar en su exceso
vital, en su desgarramiento de sí, ese despeñarse sin fin que le revela la inmovilidad y la muerte, el
reino negro del olvido, hambre de vida, sí. pero también de muerte.

La poesía es la revelación de la inocencia que alienta en cada hombre y en cada mujer y que todos
podemos recobrar apenas el amor ilumina nuestros ojos y nos devuelve el asombro y la fertilidad.
Su testimonio es la revelación de una experiencia en la que participan todos los hombres, oculta
por la rutina y la diaria amargura. Los poetas han sido los primeros que han revelado que la
eternidad y lo absoluto no están más allá nuestros sentidos sino en ellos mismos. Esta eternidad y
esta reconciliación con el mundo se producen en el tiempo y dentro del tiempo, en nuestra vida
mortal, porque el amor y la poesía no nos ofrecen la inmortalidad ni la salvación. Nietzsche decía:
«No la vida eterna, sino la eterna vivacidad: eso es lo que importa.» Una sociedad como la
nuestra, que cuenta entre sus víctimas a sus mejores poetas; una sociedad que sólo quiere
conservarse y durar; una sociedad, en fin, para la que la conservación y el ahorro son las únicas
leyes y que prefiere renunciar a la vida antes que exponerse al cambio. tiene que condenar a la
poesía, ese despilfarro vital, cuando no puede domesticarla con toda clase de hipócritas alabanzas
y la condena, no en nombre de la vida, que es aventura y cambio, sino en nombre de la máscara
de la vida: en nombre del instinto de conservación.

En ciertas épocas la poesía ha podido convivir con la sociedad y su impulso ha alimentado las
mejores empresas de ésta. Poesía, religión y sociedad forman una unidad viviente y creadora en
los tiempos primitivos. El poeta era mago y sacerdote; y su palabra era divina. Esa unidad se
rompió hace milenios –precisamente en el momento en que la división del trabajo creó una
clerecía y nacieron las primeras teocracias– pero la escisión entre poesía y sociedad nunca fue
total. El gran divorcio comienza en el siglo XVIII y coincide con el derrumbe de las creencias que
fueron el sustento de nuestra civilización. Nada ha sustituido al cristianismo y desde hace dos
siglos vivimos en una suerte de interregno espiritual. En nuestra época la poesía no puede vivir
dentro de lo que la sociedad capitalista llama sus ideales: las vidas de Shelley, Rimbaud, Baudelaire
o Bécquer son pruebas que ahorran todo razonamiento. Si hasta fines del siglo pasado Mallarmé
pudo crear su poesía fuera de la sociedad, ahora toda actividad poética, si lo es de verdad, tendrá
que ir en contra de ella. No es extraño que para ciertas almas sensibles la única vocación posible
sean la soledad o el suicidio; tampoco es extraño que para otras, hermosas y apasionadas, las
únicas actividades poéticas imaginables sean la dinamita, el asesinato político o el crimen gratuito.
En ciertos casos, por lo menos, hay que tener el valor de decir que se simpatiza con esas
explosiones, testimonio de la desesperación a que nos conduce un sistema social basado sólo en la
conservación de todo y especialmente de las ganancias económicas.

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La misma fuerza vital, lúcida en medio de su tiniebla, mueve al poeta de ayer y al de hoy. Sólo que
ayer era posible la comunión, gracias quizás a esa misma Iglesia que ahora la impide. y habrá que
decirlo: para que la experiencia se realice otra vez, será menester un hombre nuevo y una
sociedad en la que la inspiración y la razón, las fuerzas irracionales y las racionales, el amor y la
moral, lo colectivo y lo individual, se reconcilien. Esta reconciliación se da plenamente en San Juan
de la Cruz. En el seno de esa sociedad en la que, acaso por última vez en la historia, la llama de la
religiosidad personal pudo alimentarse de la religión de la sociedad, San Juan realiza la más
intensa y plena de las experiencias: la de la comunión. Un poco más tarde esa comunión será
imposible.

Las dos notas extremas de la poesía lírica, la de la comunión y la de la soledad, las podemos
contemplar con toda su verdad en la historia de nuestra poesía. Nuestra lengua posee dos textos
igualmente impresionantes: los poemas de San Juan y un poema de Quevedo, «Lágrimas de un
penitente». poco estudiado hasta ahora por la crítica. Los de San Juan de la Cruz relatan la
experiencia mística más profunda de nuestra cultura; no parece necesario extenderse sobre su
significación porque son de tal modo perfectos que impiden toda tentativa de análisis poético.
Naturalmente que no me refiero a la imposibilidad del análisis psicológico, filosófico estilístico,
sino a la absurda pretensión que intenta explicar la poesía; la poesía. cuando alcanza la plenitud
del «Cántico espiritual», se explica por sí misma. No sucede lo mismo con los poemas de Quevedo.
En las silvas y sonetos que forman las «Lágrimas de un penitente». Quevedo expresa la
certidumbre de que el poeta ya no es uno con sus creaciones: está mortalmente dividido. Entre la
poesía y el poeta, entre Dios y el hombre, se opone algo muy sutil y muy poderoso: la conciencia. y
lo que es más significativo: la conciencia de la conciencia, la conciencia de sí. Quevedo expresa
este estado demoníaco en dos versos:

Las aguas del abismo

donde me enamoraba de mí mismo.

Al principio del poema el poeta, pecador lúcido, se niega a ser salvado, se rehúsa a la gracia,
prendido a la hermosura del mundo. Frente a Dios se siente solo y rechaza la redención, hundido
en las apariencias:

Nada me desengaña,

el mundo me ha hechizado.

Mas el pecador se da cuenta de que el mundo que lo encanta y al que se siente prendido con tal
amor... no existe. La nada del mundo se le revela como algo real, de suerte que se siente
enamorado de la nada. No es, sin embargo, la hermosura vacía e inexistente del mundo la que le
impide ir más allá de sí y comulgar, sino su conciencia de sí. Este rasgo da un carácter excepcional
al poema de Quevedo en el paisaje poético del siglo XVII; hay otros poetas más inspirados, más
perfectos y puros, pero en ninguno alienta esta lucidez ante su propio desgarramiento. Lucidez
que no hay más remedio que llamar «baudeleriana», En efecto, Quevedo afirma que la conciencia

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de sí es un saberse en el mal y en la nada, una gozosa conciencia del mal. Así, atribuye un
contenido pecaminoso a la conciencia, no tanto por lo que peca en sus imaginaciones sino porque
pretende sustentarse en sí misma, bastarse sola y sola saciar su sed de absoluto. Mientras San
Juan ruega y suplica al amado. Quevedo es solicitado por su Dios; pero prefiere perderse y
perderlo, antes que ofrecerle el único sacrificio que acepta: el de su conciencia. Al final del poema
surge la necesidad de la expiación, que consiste en la humillación del yo: sólo a este precio es
posible la reconciliación con Dios. La historia de esta reconciliación da la impresión de ser un
artificio retórico y teológico, ya porque la comunión no se haya producido realmente, ya porque el
poeta no haya podido expresarla la intensidad con que ha relatado su encantamiento y el goce
fúnebre que le proporciona saberse en la nada del pecado, en la nada de sí mismo. En realidad, la
respuesta de Quevedo es intelectual y estoica: se abraza a la muerte, no para recobrar la vida sino
como resignación.

Entre estos dos polos de inocencia y conciencia, de soledad y comunión, se mueve toda poesía.
Los hombres modernos, incapaces de inocencia, nacidos en una sociedad que nos hace
naturalmente artificiales y que nos ha despojado de nuestra substancia humana para convertirnos
en mercancías, buscamos en vano al hombre perdido, al hombre inocente. Todas las tentativas
valiosas de nuestra cultura, desde fines del siglo XVIII, se dirigen a recobrarlo, a soñarlo. Incapaces
de articular en un poema esta dualidad de conciencia e inocencia (puesto que corresponde a
antagonismos irreductibles de la historia), la sustituimos por un rigor externo, puramente verbal, o
por el balbuceo del inconsciente. La sola participación del inconsciente en un poema lo convierte
en un documento psicológico ; la sola presencia del pensamiento, con frecuencia vacío o
especulativo, lo deshabita. Ni discursos académicos ni vómitos sentimentales. ¿Y qué decir de los
discursos políticos, de las arengas, de los editoriales de periódico, que se enmascaran con el rostro
de la poesía?

Y sin embargo, la poesía sigue siendo una fuerza capaz de revelar al hombre sus sueños y de
invitarlo a vivirlos en pleno día. El poeta expresa el sueño del hombre y del mundo y nos dice que
somos algo más que una máquina un instrumento, un poco más que esa sangre que se derrama
para enriquecer a los poderosos o sostener a la injusticia en el poder, algo más que mercancía y
trabajo. En la noche soñamos y nuestro destino se manifiesta, porque soñamos lo que podríamos
ser. Somos ese sueño y sólo nacimos para realizarlo. Y el mundo –todos los hombres que ahora
sufren o gozan– también sueña y anhela vivir a plena luz su sueño. La poesía, al expresar estos
sueños, nos invita a la rebelión, a vivir despiertos nuestros sueños : a ser no ya los soñadores sino
el sueño mismo.

Para revelar el sueño de los hombres es preciso no renunciar a la conciencia. No un abandono,


sino una mayor exigencia consigo mismo, se le pide al poeta. Queremos una forma superior de la
sinceridad: la autenticidad. En el siglo pasado un grupo de poetas, que representan la parte
hermética del romanticismo –Novalis, Nerval, Baudelaire, Lautréamont– nos muestran el camino.
Todos ellos son los desterrados de la poesía, los que padecen la nostalgia de un estado perdido, en
el que el hombre es uno con el mundo y con sus creaciones. Y a veces de esa nostalgia surge el
presentimiento de un estado futuro, de una edad inocente. Poetas originales no tanto -como dice

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Chesterton- por su novedad sino porque descienden a los orígenes. Ellos no buscaron la novedad,
esa sirena que se disfraza de originalidad; en la autenticidad rigurosa encontraron verdadera
originalidad. En su empresa no renunciaron a tener conciencia de su delirio, osadía que les ha
traído un castigo que no vacilo en llamar envidioso: en todos ellos se ha cebado la desdicha, ya en
la locura, ya en la muerte temprana o en la fuga de la civilización. Son los poetas malditos, sí, pero
son algo más también: son los héroes vivientes y míticos de nuestro tiempo, porque encarnan -en
sus vidas misteriosas y sórdidas y en su obra precisa e insondable- toda la claridad de la conciencia
y toda la desesperación del apetito. La seducción que sobre nosotros ejercen estos maestros,
nuestros únicos maestros posibles, se debe a la veracidad con que encarnaron ese propósito que
intenta unir dos tendencias paralelas del espíritu humano: la conciencia y la inocencia, la
experiencia y la expresión, el acto y la palabra que lo revela. O para decirlo con las palabras de uno
de ellos: El matrimonio del Cielo y del Infierno.

México, 1942.

Este texto fue leído en un ciclo de conferencias organizado por la Editorial Séneca para
conmemorar el cuarto centenario del nacimiento de San Juan de la Cruz.

Contra los poetas , por Witold Gombrowicz

Contra la poesía

Conferencia pronunciada el 28 de agosto de 1947


en el centro cultural Fray Mocho de Buenos Aires.
Publicada en la revista Ciclón de La Habana en
1955.

Sería más razonable de mi parte no meterme en temas drásticos porque me encuentro en


desventaja. Soy un forastero totalmente desconocido, carezco de autoridad y mi castellano es un
niño de pocos años que apenas sabe hablar. No puedo hacer frases potentes, ni ágiles, ni
distinguidas, ni finas, pero ¿quién sabe si esta dieta obligatoria no resultará buena para la salud? A
veces me gustaría mandar a todos los escritores del mundo al extranjero, fuera de su propio
idioma y fuera de todo ornamento y filigranas verbales, para comprobar qué quedará de ellos
entonces. Cuando uno carece de medios para realizar un estudio sutil, bien enlazado verbalmente,
sobre, por ejemplo, las rutas de la poesía moderna, empieza a meditar acerca de esas cosas de
modo más sencillo, casi elemental y, a lo mejor, demasiado elemental.

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No cabe duda de que la tesis de esta nota: que los versos no gustan a casi nadie y que el mundo de
la poesía versificada es un mundo ficticio y falsificado , parecerá desesperadamente infantil; y, sin
embargo, confieso que los versos no me gustan y hasta me aburren un poco. Lo interesante es que
no soy un ignorante absoluto en cuestiones artísticas ni tampoco me falta la sensibilidad poética; y
cuando la poesía aparece mezclada con otros elementos, más crudos y prosaicos, por ejemplo en
los dramas de Shakespeare, en las obras de Dostoievski, de Pascal, o, sencillamente en el
crepúsculo cotidiano, tiemblo como cualquier mortal. Lo que difícilmente aguanta mi naturaleza
es el extracto farmacéutico y depurado de la poesía que se llama "poesía pura" y, sobre todo,
cuando aparece versificada. Me cansa el canto monótono de esos versos, siempre elevado, me
adormecen el ritmo y la rima, me extraña dentro del vocabulario poético cierta "pobreza dentro
de la nobleza" (rosas, amor, noche, lirios), y a veces sospecho que todo ese modo de expresión y
todo el grupo social que a él se dedica padecen de algún defecto básico.

Yo mismo creía al principio que esto se debía a una particular deficiencia de mi "sensibilidad
poética" pero cada vez tomo menos en serio los slogans que abusan de nuestra credulidad. No hay
cosa más instructiva que la experiencia y por eso empecé a realizar algunas muy curiosas: leía
cualquier poema alterando intencionalmente su orden de tal suerte que se convertía en un
absurdo y ninguno de mis oyentes (finos y cultos, por cierto, y fervientes admiradores de aquel
poeta) advertía la treta; o, analizando en forma detallada el texto de un poema más extenso,
comprobaba con asombro que los "admiradores" ni siquiera lo habían leído completo. ¿Cómo
puede ser esto entonces? ¿Admirarlo tanto y no leerlo? ¿Gozar tanto de la "precisión matemática"
de las palabras y no percibir una fundamental alteración en el orden de la expresión? Pero lo que
pasa es que todo este cúmulo de ficticios goces, admiraciones y deleites está basado sobre un
convenio de mutua discreción: cuando alguien declara que le encanta la poesía de Valéry es mejor
no acosarlo demasiado con indiscretas investigaciones, porque entonces se pondría en evidencia
una realidad tan distinta de todo lo que nos imaginamos, y tan sarcástica, que nos sentiríamos
sumamente molestos. El que deja por un momento las conversaciones del juego artístico,
enseguida tropieza con un enorme montón de ficciones y falsificaciones, cual un escolástico
escapado de los principios aristotélicos.

Me encontré, pues, cara a cara con el siguiente dilema: miles de hombres hacen versos; otros
miles les demuestran gran admiración; grandes genios se expresan por medio del verso; desde
tiempos inmemoriales el poeta y los versos son venerados; y frente a esa montaña de gloria: yo,
con mi convicción de que la misa poética se efectúa en el vacío casi completo.

¡Valor, señores! En vez de huir de ese hecho expresamente, tratemos de buscar sus causas como si
fuese un hecho como cualquier otro.

¿Por qué no me gusta la poesía pura? Por las mismas razones por las cuales no me gusta el azúcar
"puro". El azúcar encanta cuando lo tomamos junto con el café, pero nadie se comería un plato de
azúcar: sería ya demasiado . Es el exceso lo que cansa en la poesía: exceso de la poesía, exceso de
palabras poéticas, exceso de metáforas, exceso de nobleza, exceso de depuración y de
condensación que asemejan los versos a un producto químico.

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¿Cómo hemos llegado a este grado de exceso? Cuando un hombre se expresa en forma natural, es
decir en prosa, su habla abarca una gama infinita de elementos que reflejan su naturaleza entera;
pero he aquí que vienen los poetas y proceden a eliminar gradualmente del habla humana todo
elemento apoético, en vez de hablar empiezan a cantar y de hombres se convierten en bardos y
vates, consagrándose única y exclusivamente al canto. Cuando un trabajo semejante de
depuración y eliminación se mantiene durante siglos llégase a una síntesis tan perfecta que no que
dan más que unas pocas notas y la monotonía tiene que invadir forzosamente el campo del mejor
poeta. El estilo se deshumaniza; el poeta no toma como punto de partida la sensibilidad del
hombre común sino la de otro poeta, una sensibilidad "profesional" y, entre los profesionales, se
crea un lenguaje tan inaccesible como los otros dialectos técnicos; y, subiendo unos sobre los
hombros de otros, forman una pirámide cuya punta ya se pierde en el cielo, mientras nosotros nos
quedamos abajo algo confundidos. Pero lo más importante es que todos ellos se vuelven esclavos
de su instrumento porque esa forma es ya tan rígida y precisa, sagrada y consagrada que deja de
ser un medio de expresión: y podemos definir al poeta profesional como un ser que no se puede
expresar a sí mismo porque tiene que expresar los versos.

Por más que se diga que el arte es una especie de clave, que el arte de la poesía consiste
precisamente en lograr una infinidad de matices con pocos elementos, tales y parecidos
argumentos no ocultarán el primordial fenómeno de que con la máquina del verbo poético ha
ocurrido lo mismo que con todas las demás máquinas, pues en vez de servir a su dueño se ha
convertido en un fin en sí; y, francamente, una reacción contra ese estado de cosas parece aún
más justificada aquí que en otros campos porque aquí estamos en el terreno del humanismo par
excellence .

Existen dos formas de humanismo básicas y diametralmente opuestas: una que podríamos llamar
"religiosa" que coloca al hombre de rodillas ante la obra cultural de la humanidad y otra, laica, que
trata de recuperar la soberanía del hombre frente a sus dioses y sus musas. El abuso de cualquiera
de estas formas tiene que provocar una reacción y es cierto que una reacción así contra la poesía
sería hoy totalmente justificada porque, de vez en cuando, hay que parar por un momento la
producción cultural para ver si lo que producimos tiene todavía alguna vinculación con nosotros.
Posiblemente los que han tenido la oportunidad de leer algún texto artístico mío se sentirán
extrañados por lo que digo, ya que soy en apariencia un autor típicamente moderno, difícil,
complicado y aun a veces −quién sabe− aburrido. Pero, téngase en cuenta que yo no aconsejo a
nadie prescindir de la perfección ya alcanzada, sino que considero que esta perfección, este
aristocrático hermetismo del arte debe ser compensado de algún modo y que, por ejemplo,
cuanto más el artista es refinado, tanto más debe tomar en cuenta a los hombres menos refinados
y cuanto más es idealista tanto más debe ser realista. Este equilibrio a base de compensaciones y
antinomias es el fundamento de todo buen estilo, más, en los poemas no lo encontraremos, y
tampoco se puede notar en la prosa moderna influenciada por el espíritu de la poesía. Libros como
La muerte de Virgilio , de Hermann Broch o aun el celebrado Ulises de Joyce resultan imposibles de
leer por ser demasiado "artísticos". Todo allí es perfecto, profundo, grandioso, elevado y, al mismo

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tiempo, nada nos interesa porque sus autores no lo han escrito para nosotros sino para el Dios del
Arte.

Pero la poesía pura además de constituir un estilo hermético y unilateral, constituye también un
mundo hermético. Y sus debilidades aparecen con más crudeza aún, cuando se contempla el
mundo de los poetas en su aspecto social. Los poetas escriben para los poetas. Los poetas son los
que rinden homenaje a su propio trabajo y todo este mundo se parece mucho a cualquier otro de
los tantos y tantos mundos especializados y herméticos que dividen la sociedad contemporánea.
Los ajedrecistas consideran el ajedrez como la cumbre de la creación humana, tienen sus
jerarquías, hablan de Capablanca como los poetas hablan de Mallarmé y, mutuamente, se rinden
todos los honores. Pero el ajedrez es un juego mientras que la poesía es algo más serio y lo que
resulta simpático en los ajedrecistas, en los poetas es signo de una mezquindad imperdonable. La
primera consecuencia del aislamiento social de los poetas es que en el mundo poético todo se
hincha, y aún los creadores mediocres llegan a adquirir dimensiones apocalípticas y, por el mismo
motivo, los problemas de poca monta cobran una trascendencia que asusta. Hace tiempo hubo
entre los poetas una gran polémica sobre la famosa cuestión de las asonancias y parecía que la
suerte del universo dependía del hecho de si es posible rimar "espesura" y "susurran". Es lo que
sucede cuando el espíritu gremial domina al universal.

La segunda consecuencia es aún más desagradable: el poeta no sabe defenderse de sus enemigos.
Y así vemos cómo en el terreno personal y social se pone en evidencia la misma estrechez de estilo
que hemos mencionado más arriba. El estilo no es otra cosa sino una actitud espiritual frente al
mundo, pero hay varios y el mundo de un zapatero o de un militar tiene poco que ver con el
mundo de los versos: como los poetas viven entre ellos y entre ellos forman su estilo, eludiendo
todo contacto con ambientes distintos, quedan dolorosamente indefensos frente a los que no
comparten sus credos. Lo único que son capaces de hacer, cuando se ven atacados es afirmar que
la poesía es un don de los dioses, indignarse contra el profano o lamentarse por la barbarie de
nuestros tiempos lo que, por cierto, resulta bastante gratuito. El poeta se dirige sólo a aquel que
ya está compenetrado con la poesía, es decir a uno que ya es poeta, pero esto es como si un cura
endilgara su sermón a otro cura. ¡Cuánta más importancia tiene, sin embargo, para nuestra
formación el enemigo que el amigo! Sólo frente al enemigo podemos verificar plenamente nuestra
razón de ser y sólo él nos procura la clave de nuestros puntos débiles y nos pone el sello de la
universalidad. ¿Por qué, entonces, los poetas huyen ante el choque salvador? Ah, porque carecen
de medios, de actitud, de estilo para afrontarlo. ¿Y por qué les faltan estos medios? Ah, porque
eluden el choque...

La más seria dificultad de orden personal y social que debe afrontar el poeta proviene de que él,
considerándose superior como sacerdote de la poesía, se dirige a sus oyentes desde más arriba;
pero los oyentes no siempre reconocen su derecho a la superioridad y no quieren oírlo desde
abajo. Cuanto más aumenta el número de personas que ponen en duda el valor de los poemas y
faltan el respeto al culto, tanto más delicada y cercana al ridículo se vuelve la actitud del vate.
Mas, por otra parte, crece también el número de los poetas, y a todos los excesos de la poesía ya
enumerados hay que añadir el exceso de bardos y el exceso de versos.

72
Estas ultrademocráticas cifras minan desde el interior la aristocrática y orgullosa actitud del
mundo de los poetas y nada más comprometedor, en ese sentido, que cuando se los ve a todos
reunidos, por ejemplo, en un congreso: una muchedumbre de seres excepcionales. Un artista que
en verdad se preocupe por la forma buscaría alguna salida a este callejón, porque sin duda estos
problemas en apariencia sólo personales están estrechamente vinculados con el arte y la voz del
poeta no suena bien, ni puede ser seria y convincente mientras él mismo quede ridiculizado por
tales contrastes.

Un artista creador y vital no vacilaría en cambiar totalmente de actitud y, por ejemplo, él desde
abajo se dirigiría a la gente: como el que pide el favor de ser reconocido y aceptado o como el que
canta pero al mismo tiempo sabe que aburre. Podría también proclamar públicamente esas
antinomias y escribir sus versos sin estar satisfecho de ellos y anhelando ser cambiado y renovado
por el choque regenerador con los demás hombres. Pero no es posible exigir tanto a los que
dedican toda su energía a la "depuración" de su rima. Los poetas siguen agarrándose febrilmente a
una autoridad que no tienen y embriagándose a sí mismos con la ilusión del poder. ¡Qué ilusos! De
cada diez poemas uno por lo menos cantará el poder del Verbo y la elevada misión del Poeta lo
que, justamente, demuestra que el Verbo y la Misión están en peligro... y los estudios o reseñas
sobre poesía nos procuran una rara impresión: porque su inteligencia, sutileza y finura están en
contraste con el tono que es a la vez ingenuo y pretencioso. Todavía no han comprendido los
poetas que de la poesía no se puede hablar en tono poético y por eso sus revistas están llenas de
poetizaciones sobre la poesía muy a menudo horripilantes por su estéril malabarismo verbal. A
esos pecados mortales contra el estilo los lleva el temor que sienten ante la realidad y la necesidad
de encontrar a toda costa una afirmación de su quebrantado prestigio.

La ceguera voluntaria se nota también en ese simplismo tremendo en que caen hombres, por otra
parte muy inteligentes, cuando se trata de su suerte. Muchos poetas pretenden salvarse de las
dificultades expuestas más arriba declarando que ellos escriben sólo para sí mismos, para su
propio goce estético aunque al mismo tiempo hacen lo posible por publicar sus obras. Otros
buscan la salvación en el marxismo y afirman con toda seriedad que el pueblo es capaz de asimilar
sus refinadísimos y difíciles poemas, productos de siglos de cultura. Ahora la mayoría de los poetas
cree firmemente en la repercusión social de los versos y nos dirán extrañados: "Pero cómo puede
usted dudar... Vea las muchedumbres que asisten a cada recital poético. ¡Cuántas ediciones se
publican! Cuánto se escribe sobre la poesía y cuán admirados son los que conducen a los pueblos
por el camino de la Belleza."

No se les ocurre pensar que en un recital poético es casi imposible asimilar un verso (porque no
basta escuchar un verso moderno una sola vez para entenderlo), que miles de libros se compran
para no ser leídos nunca, que los que escriben en los periódicos sobre poesía son poetas y que los
pueblos admiran sus poetas porque necesitan mitos. No se dan cuenta que si las escuelas no
enseñasen a los niños el culto de los poetas en sus tristes y tan formales clases de idioma nacional
y si este culto no se mantuviera todavía por inercia entre los adultos nadie, fuera de unos pocos
aficionados, se interesaría en ellos. No quieren ver que esa supuesta admiración por el canto
versificado es en realidad el resultado de muchos factores como la tradición, la imitación y, aún

73
otros, como el sentimiento religioso o la afición deportiva (porque asistimos a un recital poético
del mismo modo que a una misa −sin comprenderlo− y sólo cumpliendo un acto de presencia
frente a un rito ; y porque nos interesa la carrera de los poetas hacia la gloria así como nos
interesan las carreras de caballos); no, ese complicado proceso de la reacción de las multitudes se
reduce para ellos a la fórmula: "el verso encanta porque es bello..."

Que me disculpen los poetas. Yo no los ataco para molestarlos y gustoso tributaré homenaje a los
altos valores personales de muchos de ellos; sin embargo ya se ha colmado el cáliz de sus pecados.
Hay que abrir las ventanas de esta hermética casa y sacar sus habitantes al aire fresco, hay que
sacudir la pesada, majestuosa y rígida forma que los abruma. Poco me importa que digáis pestes
de mí y de mi nota. ¿Acaso puedo esperar que aceptéis un juicio que os quita la razón de ser? Y,
además, mis palabras están destinadas a la nueva generación. El mundo se vería en situación
desesperada si cada año no entrase un nuevo contingente de seres humanos, frescos, libres del
pasado, no comprometidos con nadie ni con nada, no paralizados por puestos, glorias,
obligaciones y responsabilidades, seres, en fin, no definidos por lo que ya han hecho y, por lo
tanto, libres para elegir.

Selección de poemas
Nicolás Guillén
Arte Poética El cañaveral sombrío
tiene voraz dentadura.
Conozco la azul laguna ¡Que sepa el astro en su altura
y el cielo doblado en ella. de hambre y frío!
Y el resplandor de la estrella.
Se alza el foete mayoral.
Y la luna. Espaldas hiere y desgarra.
Ve y con tu guitarra
En mi chaqueta de abril dilo al rosal.
prendí una azucena viva
y besé la sensitiva Dile también del fulgor
con labios de toronjil. con que un nuevo sol parece:
en el aire que la mece,
Un pájaro principal que aplauda y grite la flor.
me enseñó el múltiple trino.
Mi vaso apuré de vino.
Sólo me queda el cristal.

¿Y el plomo que zumba y mata?


¿Y el largo encierro?
¡Duro mar y olas de hierro,
no luna y plata!

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Little Rock

Un blues llora con lágrimas de música


Y bien, ahora,
en la mañana fina. señoras y señores, señoritas,
El Sur blanco sacude ahora niños,
su látigo y golpea. Van los niños ahora viejos peludos y pelados,
negros entre fusiles pedagógicos ahora indios, mulatos, negros, zambos,
a su escuela de miedo.
ahora pensad lo que sería
Cuando a sus aulas lleguen, el mundo todo Sur,
Jim Crow será el maestro, el mundo todo sangre y todo látigo,
hijos de Lynch serán sus condiscípulos
el mundo todo escuela de blancos para blancos,
y habrá en cada pupitre
el mundo todo Rock y todo Little,
de cada niño negro,
el mundo todo yanqui, todo faubus...
tinta de sangre, lápices de fuego.
Pensad por un momento,
imaginadlo un solo instante.
Así es el Sur. Su látigo no cesa.

En aquel mundo faubus,


bajo aquel duro cielo faubus de gangrena,
los niños negros pueden
no ir junto a los blancos a la escuela.
O bien quedarse suavemente en casa.
O bien (nunca se sabe)
dejarse golpear hasta el martirio.
O bien no aventurarse por las calles.
O bien morir a bala y a saliva.
O no silbar al paso de una muchacha blanca.
O en fin, bajar los ojos yes,
doblar el cuerpo yes,
arrodillarse yes,
en aquel mundo libre yes
de que habla Foster Tonto en aeropuerto
y aeropuerto,
mientras la pelotilla blanca,
una graciosa pelotilla blanca,
presidencial, de golf, como un planeta mínimo,
rueda en el césped puro, terso, fino,
verde, casto, tierno, suave, yes.

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El abuelo (West Indies Ltd, 1934)

Esta mujer angélica de ojos septentrionales,


que vive atenta al ritmo de su sangre europea,
ignora que en lo hondo de ese ritmo golpea
un negro el parche duro de roncos atabales.

Bajo la línea escueta de su nariz aguda,


la boca, en fino trazo, traza una raya breve,
y no hay cuervo que manche la solitaria nieve
de su carne, que fulge temblorosa y desnuda.

¡Ah, mi señora! Mírate las venas misteriosas;


boga en el agua viva que allá dentro te fluye,
y ve pasando lirios, nelumbios, lotos, rosas;
que ya verás, inquieta, junto a la fresca orilla
la dulce sombra oscura del abuelo que huye,
el que rizó por siempre tu cabeza amarilla.

César Vallejo
Los heraldos negros (Los heraldos negros)

Hay golpes en la vida, tan fuertes ... ¡Yo no sé!


Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas obscuras


en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,


de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como


cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!

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Piedra negra sobre una piedra blanca (Poemas póstumos)

Me moriré en París con aguacero,


un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro
también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...

UN HOMBRE PASA CON UN PAN AL HOMBRO…

UN HOMBRE PASA con un pan al hombro


¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?

Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo


¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?

Otro ha entrado en mi pecho con un palo en la mano


¿Hablar luego de Sócrates al médico?

Un cojo pasa dando el brazo a un niño


¿Voy, después, a leer a André Bretón?

Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre


¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?

Otro busca en el fango huesos, cáscaras


¿Cómo escribir, después del infinito?

Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza


¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?

Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente


¿Hablar, después, de cuarta dimensión?

Un banquero falsea su balance


¿Con qué cara llorar en el teatro?

77
Un paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?

Alguien va en un entierro sollozando


¿Cómo luego ingresar a la Academia?

Alguien limpia un fusil en su cocina


¿Con qué valor hablar del más allá?

Alguien pasa contando con sus dedos


¿Cómo hablar del no-yó sin dar un grito?

XXVIII

He almorzado solo ahora, y no he tenido


madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.

Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir


de tales platos distantes esas cosas,
cuando habráse quebrado el propio hogar,
cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.

A la mesa de un buen amigo he almorzado


con su padre recién llegado del mundo,
con sus canas tías que hablan
en tordillo retinte de porcelana,
bisbiseando por todos sus viudos alvéolos;
y con cubiertos francos de alegres tiroriros,
porque estánse en su casa. Así, ¡qué gracia!
Y me han dolido los cuchillos
de esta mesa en todo el paladar.

El yantar de estas mesas así, en que se prueba


amor ajeno en vez del propio amor,
torna tierra el brocado que no brinda la
MADRE,
hace golpe la dura deglución; el dulce,
hiel; aceite funéreo, el café.

Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,


y el sírvete materno no sale de la
tumba,
la cocina a oscuras, la miseria de amor.

78
La representación del “otro”

Introducción
Durante miles y miles de años, el “otro” fue el desconocido. Y el desconocido era el enemigo que
acechaba en todas partes, en las cóleras del cielo, en los caprichos de los ríos o en la espesura de
la selva. Podía ser un demonio, un animal o un hombre. Era todo aquello que estaba más allá del
perímetro familiar del clan, que escapaba al universo de las cosas y los signos que se dominaban.

Desde la época de las cavernas, el espacio del mundo conocido se ha ampliado enormemente; las
fronteras del conocimiento han estallado en todas direcciones; los contactos y los intercambios se
han multiplicado hasta el infinito; en todas partes el hombre ha comenzado a reconocer a sus
semejantes y los destinos colectivos e individuales empiezan a entrelazarse a escala planetaria.
Hoy en día los lejanos descendientes de las primeras comunidades humanas celebran reuniones
en las Naciones Unidas o en la Unesco. La palabra solidaridad sin fronteras comienza a cobrar
sentido. Y sin embargo…

Y sin embargo, todavía con harta frecuencia, el otro continúa siendo, si no un desconocido, un
extraño o un enemigo en potencia. Los motivos para menospreciarlo o temerlo no son los mismos
que hace un siglo o que hace mil años. Los hitos de las fronteras se han desplazado, las líneas de
identificación y de exclusión se han complicado a más no poder. Pero se diría que existe la
necesidad de plantar mal que bien esos hitos y de trazar esas líneas a cualquier precio. Es la
necesidad de un territorio –físico, imaginario, psíquico- claramente limitado donde el semejante
reina y del que el extraño, salvo excepciones, es expulsado.

Pero, ¿por qué el otro sigue pareciéndome amenazador? ¿Por qué me resulta tan difícil conciliar
su diferencia y su desorden con mi verdad? Tal vez porque aceptarlo equivale a ponerme en tela
de juicio y, de alguna manera, a negarme a mí mismo. Tal vez porque mi ser concluye donde
comienza el suyo. Es posible que no me decida a aceptar la presencia del otro, a mi lado, del
misterio del otro, porque ese misterio me conduce irresistiblemente a uno diferente -que me
paso la vida rechazando aun cuando sé que es ineluctable- el de la muerte, esa alteridad
absoluta…

Fragmento de “Editorial”, en Imágenes del “Otro” en el cine, Correo de la Unesco, Oct/89.

79
Monólogo segundo

Habla Tarzán

Hoy he pasado un terrible momento de pánico. No, los civilizados no saben qué es el pánico: quizá
toda la civilización no consiste más que en haber sustituido el pánico por la angustia. Pero en la
selva se vive el auténtico pánico, el lacerante trallazo que marca a fuego la espina dorsal, desorbita
los ojos hasta la ceguera y abruma con su almohadón de plomo el pecho sin aliento. El pánico de
Bara, el ciervo, cuando da sus últimos saltos antes de caer bajo las zarpas de Numa o Sheeta; el
pánico de Numa y Sheeta, incluso del majestuoso Tantor y sus hermanos elefantes cuando el
fuego devasta la sabana y abrasa el cielo enconadamente azul con su crepitar mortífero. Sentimos
el pánico ancestral a lo que repta en la oscuridad o a lo que gruñe o zumba de modo
desacostumbrado: el pánico a lo demasiado pequeño o a lo demasiado grande, a lo muy veloz o a
lo muy paciente, a lo que hiela la sangre con su rugido de ataque o a lo que llega sin hacer ruido. El
pánico paraliza, lo que en la selva equivale a decir que mata. Por eso, aunque vivimos siempre
próximos a su ciénaga, no podemos permitirnos el lujo de sentirlo más que unas pocas veces en la
vida y durante un momento fugaz, aunque padecido como inacabable. Mi caso es distinto,
también en esto soy una excepción.
Soy un animal maldito, porque carezco de lo que hace soportable a los otros animales la
proximidad del pánico: no puedo olvidar y en cambio puedo imaginar. Estas indeseables
características, que por el momento me han proporcionado el dominio de la selva pero que
llegarán a serme fatales, han ido desarrollándose con los años. Fui un animalillo jubiloso y triunfal,
un joven simio de piel desnuda al que la previsión y la memoria reforzaron la ferocidad hasta
hacerle invencible; pero, poco a poco, me he ido instalando permanentemente en la cornisa que
avanza hacia el pozo del pánico: vivo inclinado sobre él, con los ojos ennegrecidos por el reflejo de
su abismo. La familiaridad con el espanto me va convirtiendo en un monstruo extraño y, lo que es
peor, imprevisible. A la larga en la selva la rutina es lo más seguro: ¡si no lo fuera, no habría tenido
ocasión de convertirse en rutina! Pero yo no tengo casi rutinas, tengo manías, arrebatos: tengo
ideas... lo no contrastado por experiencia alguna a veces es excelente, pero siempre inseguro. Vivo
roído por el pánico de mis incertidumbres, por la genial vaguedad de mis improvisaciones.
Pero mi pánico de hoy ha sido muy especial, de una calidad particularmente espeluznante.
Quise volver a mi chocita natal, allá junto a la playa, hecha con sus propias manos por mi padre,
lord Greystoke, y destinada a servirle de tumba a él y a mi pobre madre durante toda mi juventud.
Quise volver a hojear las coloreadas ilustraciones de las enciclopedias en las que por mí mismo
aprendí a leer y escribir un misterioso idioma que no era capaz de hablar… ¡ni siquiera conocía a
nadie que lo hablase! De allí salí un día en brazos de Kala para unirme a la horda del poderoso
Kerchak, al que luego maté; allí salvé a Jane y a su aterrorizada mucama del asalto codicioso de
Sabor, la leona, cuando la fiera comenzaba a entrar por la ventana del frágil refugio. Esa choza es
mi centro, el lugar de mi fuerza, mi maldición, mi proyecto…: esa choza es mi verdadera selva.Pues
bien: comencé a buscarla y fui incapaz de dar con ella. La enormidad de este aserto todavía me
estremece: yo, Tarzán el Tarmangani, matador de Tublat y de Kerchak, temido por Numa y señor
de Tantor, que conozco la enmarañada negrura de la floresta como la palma de mi mano, no fui

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capaz de hallar el rincón de la selva que me es más conocido, al que he vuelto desde todos los
lugares imaginables de África, del que quizá nunca he salido completamente. Brinqué de liana en
liana con una ligereza en la que el aumento de mi peso va compensado por el reforzamiento de los
músculos; pasé como una flecha sobre las viejas pistas medio obstruidas que los rinocerontes
abren en la maleza, sobre los calveros moteados por manchas del sol que se abre trabajosamente
paso entre las copas abrazadas de los grandes árboles, junto a los abrevaderos en los que Horta, el
jabalí, hace milenios aprendió a beber con el oído alerta…Era como si todo fuese un círculo
misterioso, una repetición estéril de imágenes indiscernibles en la que toda orientación era
desvarío, cualquier referencia un error. Trepé hasta la copa de los árboles más altos, esos que
sobresalen como islas afiladas en el manto opaco de verdor, tratando de descubrir a lo lejos mi
playa y mi mar. No había playa ni mar, sólo espesura y maleza, árboles tan inverosímilmente
prietos como el musgo que asedia a veces la base de las grandes rocas. Lancé desesperadamente
mi grito retador desde la cima más alta y Numa respondió con una tos cavernosa a muchos metros
por debajo de mí, mientras a lo lejos sonaba la pavorosa llamada de un gran mono macho que
quizás aceptaba el desafío. Luego, el sonoro silencio de la jungla pareció eternizarse de nuevo: fue
entonces cuando sentí pánico.
Poco a poco, me voy tranquilizando. ¿Para qué necesito yo realmente volver a esa choza?
A fin de cuentas, esa cabaña significa la muerte y la soledad, el exilio y el despojo. Allí aprendí esas
letras que no han logrado más que dificultarme la lectura de las huellas o el husmeo de los olores
con los que debo orientarme para sobrevivir. Allí se agazapan en cierto modo mis enemigos
Nicolás Rokoff y Alexis Paulvitch… Está la mirada, sí, los demasiado inocentes ojos de Jane Porter:
pero ¿qué fue realmente jane- hoy perdida, perdida para siempre- más que una creación
seductora de la propia cabaña, un regalo enigmático de las enciclopedias ilustradas donde yo
aprendí a deletrear A-M-O- R, un envío póstumo de mi madre que así intentaba vengarse del
salvaje bosque que la asesinó? Está decidido, abandono para siempre la búsqueda de mi choza,
aunque el sacrificio no es demasiado heroico porque en todo caso dudo mucho que lograse volver
a encontrarla. Me queda la selva, los olores y roces en la noche excesiva, la alerta muscular que
quizá se tensa demasiado tarde: me queda el pánico.

Criaturas del aire, de Fernando Savater

81
Circe

And one kiss I had of her mouth, as I took the apple from her hand. But while I bit it, my brain
whirled and my foot stumbled; and I felt my crashing fall through the tangled boughs beneath her
feet, and saw the dead white faces that welcomed me in the pit.

Dante Gabriel Rossetti


The Orchard-Pit

Porque ya no ha de importarle, pero esa vez le dolió la coincidencia de los chismes


entrecortados, la cara servil de Madre Celeste contándole a tía Bebé la incrédula desazón
en el gesto de su padre. Primero fue la de la casa de altos, su manera vacuna de girar
despacio la cabeza, rumiando las palabras con delicia de bolo vegetal. Y también la chica
de la farmacia -“no porque yo lo crea, pero si fuese verdad, ¡qué horrible!”- y hasta don
Emilio, siempre discreto como sus lápices y sus libretas de hule. Todos hablaban de Delia
Mañara con un resto de pudor, nada seguros de que pudiera ser así, pero en Mario se
abría paso a puerta limpia un aire de rabia subiéndole a la cara. Odió de improviso a su
familia con un ineficaz estallido de independencia. No los había querido nunca, sólo la
sangre y el miedo a estar solo lo ataban a su madre y a los hermanos. Con los vecinos fue
directo y brutal; a don Emilio lo puteó de arriba abajo la primera vez que se repitieron los
comentarios. A la de la casa de altos le negó el saludo como si eso pudiera afligirla. Y
cuando volvía del trabajo entraba ostensiblemente para saludar a los Mañara y acercarse -
a veces con caramelos o un libro- a la muchacha que había matado a sus dos novios.

Yo me acuerdo mal de Delia, pero era fina y rubia, demasiado lenta en sus gestos (yo tenía
doce años, el tiempo y las cosas son lentas entonces) y usaba vestidos claros con faldas de
vuelo libre. Mario creyó un tiempo que la gracia de Delia y sus vestidos apoyaban el odio
de la gente. Se lo dijo a Madre Celeste: "La odian porque no es chusma como ustedes,
como yo mismo", y ni parpadeó cuando su madre hizo ademán de cruzarle la cara con una
toalla. Después de eso fue la ruptura manifiesta; lo dejaban solo, le lavaban la ropa como
por favor, los domingos se iban a Palermo o de picnic sin siquiera avisarle. Entonces Mario
se acercaba a la ventana de Delia y le tiraba una piedrita. A veces ella salía, a veces la
escuchaba reírse adentro, un poco malvadamente y sin darle esperanzas.

Vino la pelea Firpo-Dempsey y en cada casa se lloró y hubo indignaciones brutales,


seguidas de una humillada melancolía casi colonial. Los Mañara se mudaron a cuatro
cuadras y eso hace mucho en Almagro, de manera que otros vecinos empezaron a tratar a
Delia, las familias de Victoria y Castro Barros se olvidaron del caso y Mario siguió viéndola
dos veces por semana cuando volvía del banco. Era ya verano y Delia quería salir a veces,

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iban juntos a las confiterías de Rivadavia o a sentarse en Plaza Once. Mario cumplió
diecinueve años, Delia vio llegar sin fiestas -todavía estaba de negro- los veintidós.

Los Mañara encontraban injustificado el luto por un novio, hasta Mario hubiera preferido
un dolor sólo por dentro. Era penoso presenciar la sonrisa velada de Delia cuando se ponía
el sombrero ante el espejo, tan rubia sobre el luto. Se dejaba adorar vagamente por Mario
y los Mañara, se dejaba pasear y comprar cosas, volver con la última luz y recibir los
domingos por la tarde. A veces salía sola hasta el antiguo barrio, donde Héctor la había
festejado. Madre Celeste la vio pasar una tarde y cerró con ostensible desprecio las
persianas. Un gato seguía a Delia, no se sabía si era cariño o dominación, le andaban cerca
sin que ella los mirara. Mario notó una vez que un perro se apartaba cuando Delia iba a
acariciarlo. Ella lo llamó (era en el Once, de tarde) y el perro vino manso, tal vez contento,
hasta sus dedos. La madre decía que Delia había jugado con arañas cuando chiquita.
Todos se asombraban, hasta Mario que les tenía poco miedo. Y las mariposas venían a su
pelo -Mario vio dos en una sola tarde, en San Isidro-, pero Delia las ahuyentaba con un
gesto liviano. Héctor le había regalado un conejo blanco, que murió pronto, antes que
Héctor. Pero Héctor se tiró en Puerto Nuevo, un domingo de madrugada. Fue entonces
cuando Mario oyó los primeros chismes. La muerte de Rolo Médicis no había interesado a
nadie desde que medio mundo se muere de un síncope. Cuando Héctor se suicidó los
vecinos vieron demasiadas coincidencias, en Mario renacía la cara servil de Madre Celeste
contándole a tía Bebé, la incrédula desazón en el gesto de su padre. Para colmo fractura
del cráneo, porque Rolo cayó de una pieza al salir del zaguán de los Mañara, y aunque ya
estaba muerto, el golpe brutal contra el escalón fue otro feo detalle. Delia se había
quedado adentro, raro que no se despidieran en la misma puerta, pero de todos modos
estaba cerca de él y fue la primera en gritar. En cambio Héctor murió solo, en una noche
de helada blanca, a las cinco horas de haber salido de casa de Delia como todos los
sábados.

Yo me acuerdo mal de Mario, pero dicen que hacía linda pareja con Delia. Aunque ella
estaba todavía con el luto por Héctor (nunca se puso luto por Rolo, vaya a saber el
capricho), aceptaba la compañía de Mario para pasear por Almagro o ir al cine. Hasta ese
entonces Mario se había sentido fuera de Delia, de su vida, hasta de la casa. Era siempre
una "visita", y entre nosotros la palabra tiene un sentido exacto y divisorio. Cuando la
tomaba del brazo para cruzar la calle, o al subir la escalera de la estación Medrano, miraba
a veces su mano apretada contra la seda negra del vestido de Delia. Medía ese blanco
sobre negro, esa distancia. Pero Delia se acercaría cuando volviera al gris, a los claros
sombreros para el domingo de mañana.

Ahora que los chismes no eran un artificio absoluto, lo miserable para Mario estaba en
que anexaban episodios indiferentes para darles un sentido. Mucha gente muere en

83
Buenos Aires de ataques cardíacos o asfixia por inmersión. Muchos conejos languidecen y
mueren en las casas, en los patios. Muchos perros rehúyen o aceptan las caricias. Las
pocas líneas que Héctor dejó a su madre, los sollozos que la de la casa de altos dijo haber
oído en el zaguán de los Mañara la noche en que murió Rolo (pero antes del golpe), el
rostro de Delia los primeros días... La gente pone tanta inteligencia en esas cosas, y cómo
de tantos nudos agregándose nace al final el trozo de tapiz -Mario vería a veces el tapiz,
con asco, con terror, cuando el insomnio entraba en su piecita para ganarle la noche.

“Perdóname mi muerte, es imposible que entiendas, pero perdóname, mamá.” Un


papelito arrancado al borde de Crítica, apretado con una piedra al lado del saco que
quedó como un mojón para el primer marinero de la madrugada. Hasta esa noche había
sido tan feliz, claro que lo habían visto raro las últimas semanas; no raro, mejor distraído,
mirando el aire como si viera cosas. Igual que si tratara de escribir algo en el aire, descifrar
un enigma. Todos los muchachos del café Rubí estaban de acuerdo. Mientras que Rolo no,
le falló el corazón de golpe, Rolo era un muchacho solo y tranquilo, con plata y un
Chevrolet doble faetón, de manera que pocos lo habían confrontado en ese tiempo final.
En los zaguanes las cosas resuenan tanto, la de la casa de altos sostuvo días y días que el
llanto de Rolo había sido como un alarido sofocado, un grito entre las manos que quieren
ahogarlo y lo van cortando en pedazos. Y casi enseguida el golpe atroz de la cabeza contra
el escalón, la carrera de Delia clamando, el revuelo ya inútil.

Sin darse cuenta, Mario juntaba pedazos de episodios, se descubría urdiendo


explicaciones paralelas al ataque de los vecinos. Nunca preguntó a Delia, esperaba
vagamente algo de ella. A veces pensaba si Delia sabría exactamente lo que se
murmuraba. Hasta los Mañara eran raros, con su manera de aludir a Rolo y a Héctor sin
violencia, como si estuviesen de viaje. Delia callaba protegida por ese acuerdo precavido e
incondicional. Cuando Mario se agregó, discreto como ellos, los tres cubrieron a Delia con
una sombra fina y constante, casi transparente los martes o los jueves, más palpable y
solícita de sábado a lunes. Delia recobraba ahora una menuda vivacidad episódica, un día
tocó el piano, otra vez jugó al ludo; era más dulce con Mario, lo hacía sentarse cerca de la
ventana de la sala y le explicaba proyectos de costura o de bordado. Nunca le decía nada
de los postres o los bombones, a Mario le extrañaba, pero lo atribuía a delicadeza, a
miedo de aburrirlo. Los Mañara alababan los licores de Delia; una noche quisieron servirle
una copita, pero Delia dijo con brusquedad que eran licores para mujeres y que había
volcado casi todas las botellas. "A Héctor...", empezó plañidera su madre, y no dijo más
por no apenar a Mario. Después se dieron cuenta de que a Mario no lo molestaba la
evocación de los novios. No volvieron a hablar de licores hasta que Delia recobró la
animación y quiso probar recetas nuevas. Mario se acordaba de esa tarde porque
acababan de ascenderlo, y lo primero que hizo fue comprarle bombones a Delia. Los

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Mañara picoteaban pacientemente la galena del aparatito con teléfonos, y lo hicieron
quedarse un rato en el comedor para que escuchara cantar a Rosita Quiroga. Luego él les
dijo lo del ascenso, y que le traía bombones a Delia.

-Hiciste mal en comprar eso, pero andá, lleváselos, está en la sala. -Y lo miraron salir y se
miraron hasta que Mañara se sacó los teléfonos como si se quitara una corona de laurel, y
la señora suspiró desviando los ojos. De pronto los dos parecían desdichados, perdidos.
Con un gesto turbio Mañara levantó la palanquita de la galena.

Delia se quedó mirando la caja y no hizo mucho caso de los bombones, pero cuando
estaba comiendo el segundo, de menta con una crestita de nuez, le dijo a Mario que sabía
hacer bombones. Parecía excusarse por no haberle confiado antes tantas cosas, empezó a
describir con agilidad la manera de hacer los bombones, el relleno y los baños de
chocolate o moka. Su mejor receta eran unos bombones a la naranja rellenos de licor, con
una aguja perforó uno de los que le traía Mario para mostrarle cómo se los manipulaba;
Mario veía sus dedos demasiado blancos contra el bombón, mirándola explicar le parecía
un cirujano pausando un delicado tiempo quirúrgico. El bombón como una menuda laucha
entre los dedos de Delia, una cosa diminuta pero viva que la aguja laceraba. Mario sintió
un raro malestar, una dulzura de abominable repugnancia. “Tire ese bombón”, hubiera
querido decirle. “Tírelo lejos, no vaya a llevárselo a la boca, porque está vivo, es un ratón
vivo.” Después le volvió la alegría del ascenso, oyó a Delia repetir la receta del licor de té,
del licor de rosa... Hundió los dedos en la caja y comió dos, tres bombones seguidos. Delia
se sonreía como burlándose. Él se imaginaba cosas, y fue temerosamente feliz. “El tercer
novio”, pensó raramente. “Decirle así: su tercer novio, pero vivo.”

Ahora ya es más difícil hablar de esto, está mezclado con otras historias que uno agrega a
base de olvidos menores, de falsedades mínimas que tejen y tejen por detrás de los
recuerdos; parece que él iba más seguido a lo de Mañara, la vuelta a la vida de Delia lo
ceñía a sus gustos y a sus caprichos, hasta los Mañara le pidieron con algún recelo que
alentara a Delia, y él compraba las sustancias para los licores, los filtros y embudos que
ella recibía con una grave satisfacción en la que Mario sospechaba un poco de amor, por
lo menos algún olvido de los muertos.

Los domingos se quedaba de sobremesa con los suyos, y Madre Celeste se lo agradecía sin
sonreír, pero dándole lo mejor del postre y el café muy caliente. Por fin habían cesado los
chismes, al menos no se hablaba de Delia en su presencia. Quién sabe si los bofetones al
más chico de los Camiletti o el agrio encresparse frente a Madre Celeste entraban en eso;
Mario llegó a creer que habían recapacitado, que absolvían a Delia y hasta la consideraban
de nuevo. Nunca habló de su casa en lo de Mañara, ni mencionó a su amiga en las
sobremesas del domingo. Empezaba a creer posible esa doble vida a cuatro cuadras una

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de otra; la esquina de Rivadavia y Castro Barros era el puente necesario y eficaz. Hasta
tuvo esperanza de que el futuro acercara las casas, las gentes, sordo al paso
incomprensible que sentía -a veces, a solas- como íntimamente ajeno y oscuro.

Otras gentes no iban a ver a los Mañara. Asombraba un poco esa ausencia de parientes o
de amigos. Mario no tenía necesidad de inventarse un toque especial de timbre, todos
sabían que era él. En diciembre, con un calor húmedo y dulce, Delia logró el licor de
naranja concentrado, lo bebieron felices un atardecer de tormenta. Los Mañara no
quisieron probarlo, seguros de que les haría mal. Delia no se ofendió, pero estaba como
transfigurada mientras Mario sorbía apreciativo el dedalito violáceo lleno de luz naranja,
de olor quemante. "Me va a hacer morir de calor, pero está delicioso", dijo una o dos
veces. Delia, que hablaba poco cuando estaba contenta, observó: "Lo hice para vos". Los
Mañara la miraban como queriendo leerle la receta, la alquimia minuciosa de quince días
de trabajo.

A Rolo le habían gustado los licores de Delia, Mario lo supo por unas palabras de Mañara
dichas al pasar cuando Delia no estaba: “Ella le hizo muchas bebidas. Pero Rolo tenía
miedo por el corazón. El alcohol es malo para el corazón.” Tener un novio tan delicado,
Mario comprendía ahora la liberación que asomaba en los gestos, en la manera de tocar el
piano de Delia. Estuvo por preguntarle a los Mañara qué le gustaba a Héctor, si también
Delia le hacía licores o postres a Héctor. Pensó en los bombones que Delia volvía a ensayar
y que se alineaban para secarse en una repisa de la antecocina. Algo le decía a Mario que
Delia iba a conseguir cosas maravillosas con los bombones. Después de pedir muchas
veces, obtuvo que ella le hiciera probar uno. Ya se iba cuando Delia le trajo una muestra
blanca y liviana en un platito de alpaca. Mientras lo saboreaba -algo apenas amargo, con
un asomo de menta y nuez moscada mezclándose raramente-, Delia tenía los ojos bajos y
el aire modesto. Se negó a aceptar los elogios, no era más que un ensayo y aún estaba
lejos de lo que se proponía. Pero a la visita siguiente -también de noche, ya en la sombra
de la despedida junto al piano- le permitió probar otro ensayo. Había que cerrar los ojos
para adivinar el sabor, y Mario obediente cerró los ojos y adivinó un sabor a mandarina,
levísimo, viniendo desde lo más hondo del chocolate. Sus dientes desmenuzaban trocitos
crocantes, no alcanzó a sentir su sabor y era sólo la sensación agradable de encontrar un
apoyo entre esa pulpa dulce y esquiva.

Delia estaba contenta del resultado, dijo a Mario que su descripción del sabor se acercaba
a lo que había esperado. Todavía faltaban ensayos, había cosas sutiles por equilibrar. Los
Mañara le dijeron a Mario que Delia no había vuelto a sentarse al piano, que se pasaba las
horas preparando los licores, los bombones. No lo decían con reproche, pero tampoco
estaban contentos; Mario adivinó que los gastos de Delia los afligían. Entonces pidió a
Delia en secreto una lista de las esencias y sustancias necesarias. Ella hizo algo que nunca

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antes, le pasó los brazos por el cuello y lo besó en la mejilla. Su boca olía despacito a
menta. Mario cerró los ojos llevado por la necesidad de sentir el perfume y el sabor desde
debajo de los párpados. Y el beso volvió, más duro y quejándose.

No supo si le había devuelto el beso, tal vez se quedó quieto y pasivo, catador de Delia en
la penumbra de la sala. Ella tocó el piano, como casi nunca ahora, y le pidió que volviera al
otro día. Nunca habían hablado con esa voz, nunca se habían callado así. Los Mañara
sospecharon algo, porque vinieron agitando los periódicos y con noticias de un aviador
perdido en el Atlántico. Eran días en que muchos aviadores se quedaban a mitad del
Atlántico. Alguien encendió la luz y Delia se apartó enojada del piano, a Mario le pareció
un instante que su gesto ante la luz tenía algo de la fuga enceguecida del ciempiés, una
loca carrera por las paredes. Abría y cerraba las manos, en el vano de la puerta, y después
volvió como avergonzada, mirando de reojo a los Mañara; los miraba de reojo y se
sonreía.

Sin sorpresa, casi como una confirmación, midió Mario esa noche la fragilidad de la paz de
Delia, el peso persistente de la doble muerte. Rolo, vaya y pase; Héctor era ya el
desborde, el trizado que desnuda un espejo. De Delia quedaban las manías delicadas, la
manipulación de esencias y animales, su contacto con cosas simples y oscuras, la cercanía
de las mariposas y los gatos, el aura de su respiración a medias en la muerte. Se prometió
una caridad sin límites, una cura de años en habitaciones claras y parques alejados del
recuerdo; tal vez sin casarse con Delia, simplemente prolongando este amor tranquilo
hasta que ella no viese más una tercera muerte andando a su lado, otro novio, el que
sigue para morir.

Creyó que los Mañara iban a alegrarse cuando él empezara a traerle los extractos a Delia;
en cambio se enfurruñaron y se replegaron hoscos, sin comentarios, aunque terminaban
transando y yéndose, sobre todo cuando venía la hora de las pruebas, siempre en la sala y
casi de noche, y había que cerrar los ojos y definir -con cuántas vacilaciones a veces por la
sutilidad de la materia- el sabor de un trocito de pulpa nueva, pequeño milagro en el plato
de alpaca.

A cambio de esas atenciones, Mario obtenía de Delia una promesa de ir juntos al cine o
pasear por Palermo. En los Mañara advertía gratitud y complicidad cada vez que venía a
buscarla el sábado de tarde o la mañana del domingo. Como si prefiriesen quedarse solos
en la casa para oír radio o jugar a las cartas. Pero también sospechó una repugnancia de
Delia a irse de la casa cuando quedaban los viejos. Aunque no estaba triste junto a Mario,
las pocas veces que salieron con los Mañara se alegró más, entonces se divertía de veras
en la Exposición Rural, quería pastillas y aceptaba juguetes que a la vuelta miraba con
fijeza, estudiándolos hasta cansarse. El aire puro le hacía bien, Mario le vio una tez más

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clara y un andar decidido. Lástima esa vuelta vespertina al laboratorio, el
ensimismamiento interminable con la balanza o las tenacillas. Ahora los bombones la
absorbían al punto de dejar los licores; ahora pocas veces daba a probar sus hallazgos. A
los Mañara nunca; Mario sospechaba sin razones que los Mañara hubieran rehusado
probar sabores nuevos; preferían los caramelos comunes y si Delia dejaba una caja sobre
la mesa, sin invitarlos pero como invitándolos, ellos escogían las formas simples, las de
antes, y hasta cortaban los bombones para examinar el relleno. A Mario lo divertía el
sordo descontento de Delia junto al piano, su aire falsamente distraído. Guardaba para él
las novedades, a último momento venía de la cocina con el platito de alpaca; una vez se
hizo tarde tocando el piano y Delia dejó que la acompañara hasta la cocina para buscar
unos bombones nuevos. Cuando encendió la luz, Mario vio el gato dormido en su rincón y
las cucarachas que huían por las baldosas. Se acordó de la cocina de su casa, Madre
Celeste desparramando polvo amarillo en los zócalos. Aquella noche los bombones tenían
gusto a moka y un dejo raramente salado (en lo más lejano del sabor), como si al final del
gusto se escondiera una lágrima; era idiota pensar en eso, en el resto de las lágrimas
caídas la noche de Rolo en el zaguán.

-El pez de color está tan triste -dijo Delia, mostrándole el brocal con piedritas y falsas
vegetaciones. Un pececillo rosa translúcido dormitaba con un acompasado movimiento de
la boca. Su ojo frío miraba a Mario como una perla viva. Mario pensó en el ojo salado
como una lágrima que resbalaría entre los dientes al mascarlo.

-Hay que renovarle más seguido el agua -propuso.

-Es inútil, está viejo y enfermo. Mañana se va a morir.

A él le sonó el anuncio como un retorno a lo peor, a la Delia atormentada del luto y los
primeros tiempos. Todavía tan cerca de aquello, del peldaño y el muelle, con fotos de
Héctor apareciendo de golpe entre los pares de medias o las enaguas de verano. Y una flor
seca -del velorio de Rolo- sujeta sobre una estampa en la hoja del ropero.

Antes de irse le pidió que se casara con él en el otoño. Delia no dijo nada, se puso a mirar
el suelo como si buscara una hormiga en la sala. Nunca habían hablado de eso. Delia
parecía querer habituarse y pensar antes de contestarle. Después lo miró brillantemente,
irguiéndose de golpe. Estaba hermosa, le temblaba un poco la boca. Hizo un gesto como
para abrir una puertecita en el aire, un ademán casi mágico.

-Entonces sos mi novio -dijo-. Qué distinto me parecés, qué cambiado.

Madre Celeste oyó sin hablar la noticia, puso a un lado la plancha y en todo el día no se
movió de su cuarto, adonde entraban de a uno los hermanos para salir con caras largas y
vasitos de Hesperidina. Mario se fue a ver fútbol y por la noche llevó rosas a Delia. Los

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Mañara lo esperaban en la sala, lo abrazaron y le dijeron cosas, hubo que destapar una
botella de oporto y comer masas. Ahora el tratamiento era íntimo y a la vez más lejano.
Perdían la simplicidad de amigos para mirarse con los ojos del pariente, del que lo sabe
todo desde la primera infancia. Mario besó a Delia, besó a mamá Mañara y al abrazar
fuerte a su futuro suegro hubiera querido decirle que confiaran en él, nuevo soporte del
hogar, pero no le venían las palabras. Se notaba que también los Mañara hubieran
querido decirle algo y no se animaban. Agitando los periódicos volvieron a su cuarto y
Mario se quedó con Delia y el piano, con Delia y la llamada de amor indio.

Una o dos veces, durante esas semanas de noviazgo, estuvo a un paso de citar a papá
Mañara fuera de la casa para hablarle de los anónimos. Después lo creyó inútilmente cruel
porque nada podía hacerse contra esos miserables que lo hostigaban. El peor vino un
sábado a mediodía en un sobre azul, Mario se quedó mirando la fotografía de Héctor
en Última Hora y los párrafos subrayados con tinta azul. "Sólo una honda desesperación
pudo arrastrarlo al suicidio, según declaraciones de los familiares". Pensó raramente que
los familiares de Héctor no habían aparecido más por lo de Mañara. Quizá fueron alguna
vez en los primeros días. Se acordaba ahora del pez de color, los Mañara habían dicho que
era regalo de la madre de Héctor. Pez de color muerto el día anunciado por Delia. Sólo
una honda desesperación pudo arrastrarlo. Quemó el sobre, el recorte, hizo un recuento
de sospechosos y se propuso franquearse con Delia, salvarla en sí mismo de los hilos de
baba, del rezumar intolerable de esos rumores. A los cinco días (no había hablado con
Delia ni con los Mañara), vino el segundo. En la cartulina celeste había primero una
estrellita (no se sabía por qué) y después: "Yo que usted tendría cuidado con el escalón de
la cancel". Del sobre salió un perfume vago a jabón de almendra. Mario pensó si la de la
casa de altos usaría jabón de almendra, hasta tuvo el torpe valor de revisar la cómoda de
Madre Celeste y de su hermana. También quemó este anónimo, tampoco le dijo nada a
Delia. Era en diciembre, con el calor de esos diciembres del veintitantos, ahora iba
después de cenar a lo de Delia y hablaban paseándose por el jardincito de atrás o dando
vuelta a la manzana. Con el calor comían menos bombones, no que Delia renunciara a sus
ensayos, pero traía pocas muestras a la sala, prefería guardarlos en cajas antiguas,
protegidos en moldecitos, con un fino césped de papel verde claro por encima. Mario la
notó inquieta, como alerta. A veces miraba hacia atrás en las esquinas, y la noche que hizo
un gesto de rechazo al llegar al buzón de Medrano y Rivadavia, Mario comprendió que
también a ella la estaban torturando desde lejos; que compartían sin decirlo un mismo
hostigamiento.

Se encontró con papá Mañara en el Munich de Cangallo y Pueyrredón, lo colmó de


cerveza y papas fritas sin arrancarlo de una vigilante modorra, como si desconfiara de la

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cita. Mario le dijo riendo que no iba a pedirle plata, sin rodeos le habló de los anónimos, la
nerviosidad de Delia, el buzón de Medrano y Rivadavia.

-Ya sé que apenas nos casemos se acabarán estas infamias. Pero necesito que ustedes me
ayuden, que la protejan. Una cosa así puede hacerle daño. Es tan delicada, tan sensible.

-Vos querés decir que se puede volver loca, ¿no es cierto?

-Bueno, no es eso. Pero si recibe anónimos como yo y se los calla, y eso se va juntando...

-Vos no la conocés a Delia. Los anónimos se los pasa... quiero decir que no le hacen mella.
Es más dura de lo que te pensás.

-Pero mire que está como sobresaltada, que algo la trabaja -atinó a decir indefenso Mario.

-No es por eso, sabés. -Bebía su cerveza como para que le tapara la voz. -Antes fue igual,
yo la conozco bien.

-¿Antes de qué?

-Antes de que se le murieran, zonzo. Pagá que estoy apurado.

Quiso protestar, pero papá Mañara estaba ya andando hacia la puerta. Le hizo un gesto
vago de despedida y se fue para el Once con la cabeza gacha. Mario no se animó a
seguirlo, ni siquiera pensar mucho lo que acababa de oír. Ahora estaba otra vez solo como
al principio, frente a Madre Celeste, la de la casa de altos y los Mañara. Hasta los Mañara.

Delia sospechaba algo porque lo recibió distinta, casi parlanchina y sonsacadora. Tal vez
los Mañara habían hablado del encuentro en el Munich. Mario esperó que tocara el tema
para ayudarla a salir de ese silencio, pero ella prefería Rose Marie y un poco de Schumann,
los tangos de Pacho con un compás cortado y entrador, hasta que los Mañara llegaron con
galletitas y málaga y encendieron todas las luces. Se habló de Pola Negri, de un crimen en
Liniers, del eclipse parcial y la descompostura del gato. Delia creía que el gato estaba
empachado de pelos y apoyaba un tratamiento de aceite de castor. Los Mañara le daban
la razón sin opinar, pero no parecían convencidos. Se acordaron de un veterinario amigo,
de unas hojas amargas. Optaban por dejarlo solo en el jardincito, que él mismo eligiera los
pastos curativos. Pero Delia dijo que el gato se moriría; tal vez el aceite le prolongara la
vida un poco más. Oyeron a un diariero en la esquina y los Mañara corrieron juntos a
comprar Última Hora. A una muda consulta de Delia fue Mario a apagar las luces de la
sala. Quedó la lámpara en la mesa del rincón, manchando de amarillo viejo la carpeta de
bordados futuristas. En torno del piano había una luz velada.

Mario preguntó por la ropa de Delia, si trabajaba en su ajuar, si marzo era mejor que
mayo para el casamiento. Esperaba un instante de valor para mencionar los anónimos, un

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resto de miedo a equivocarse lo detenía cada vez. Delia estaba junto a él en el sofá verde
oscuro, su ropa celeste la recortaba débilmente en la penumbra. Una vez que quiso
besarla, la sintió contraerse poco a poco.

-Mamá va a volver a despedirse. Esperá que se vayan a la cama...

Afuera se oía a los Mañara, el crujir del diario, su diálogo continuo. No tenían sueño esa
noche, las once y media y seguían charlando. Delia volvió al piano, como obstinándose
tocaba largos valses criollos con da capo al fine una vez y otra, escalas y adornos un poco
cursis, pero que a Mario le encantaban, y siguió en el piano hasta que los Mañara vinieron
a decirles buenas noches, y que no se quedaran mucho rato, ahora que él era de la familia
tenía que velar más que nunca por Delia y cuidar que no trasnochara. Cuando se fueron,
como a disgusto, pero rendidos de sueño, el calor entraba a bocanadas por la puerta del
zaguán y la ventana de la sala. Mario quiso un vaso de agua fresca y fue a la cocina,
aunque Delia quería servírselo y se molestó un poco. Cuando estuvo de vuelta vio a Delia
en la ventana, mirando la calle vacía por donde antes en noches iguales se iban Rolo y
Héctor. Algo de luna se acostaba ya en el piso cerca de Delia, en el plato de alpaca que
Delia guardaba en la mano como otra pequeña luna. No había querido pedirle a Mario que
probara delante de los Mañara, él tenía que comprender cómo la cansaban los reproches
de los Mañara, siempre encontraban que era abusar de la bondad de Mario pedirle que
probara los nuevos bombones -claro que si no tenía ganas, pero nadie le merecía más
confianza, los Mañara eran incapaces de apreciar un sabor distinto. Le ofrecía el bombón
como suplicando, pero Mario comprendió el deseo que poblaba su voz, ahora lo abarcaba
con una claridad que no venía de la luna, ni siquiera de Delia. Puso el vaso de agua sobre
el piano (no había bebido en la cocina) y sostuvo con dos dedos el bombón, con Delia a su
lado esperando el veredicto, anhelosa la respiración, como si todo dependiera de eso, sin
hablar pero urgiéndolo con el gesto, los ojos crecidos -o era la sombra de la sala-,
oscilando apenas el cuerpo al jadear, porque ahora era casi un jadeo cuando Mario acercó
el bombón a la boca, iba a morder, bajaba la mano y Delia gemía como si en medio de un
placer infinito se sintiera de pronto frustrada. Con la mano libre apretó apenas los flancos
del bombón, pero no lo miraba, tenía los ojos en Delia y la cara de yeso, un pierrot
repugnante en la penumbra. Los dedos se separaban, dividiendo el bombón. La luna cayó
de plano en la masa blanquecina de la cucaracha, el cuerpo desnudo de su revestimiento
coriáceo, y alrededor, mezclados con la menta y el mazapán, los trocitos de patas y alas, el
polvillo del caparacho triturado.

Cuando le tiró los pedazos a la cara, Delia se tapó los ojos y empezó a sollozar, jadeando
en un hipo que la ahogaba, cada vez más agudo el llanto, como la noche de Rolo; entonces
los dedos de Mario se cerraron en su garganta como para protegerla de ese horror que le
subía del pecho, un borborigmo de lloro y quejido, con risas quebradas por

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retorcimientos, pero él quería solamente que se callara y apretaba para que solamente se
callara; la de la casa de altos estaría ya escuchando con miedo y delicia, de modo que
había que callarla a toda costa. A su espalda, desde la cocina donde había encontrado al
gato con las astillas clavadas en los ojos, todavía arrastrándose para morir dentro de la
casa, oía la respiración de los Mañara levantados, escondiéndose en el comedor para
espiarlos, estaba seguro de que los Mañara habían oído y estaban ahí contra la puerta, en
la sombra del comedor, oyendo cómo él hacía callar a Delia. Aflojó el apretón y la dejó
resbalar hasta el sofá, convulsa y negra, pero viva. Oía jadear a los Mañara, le dieron
lástima por tantas cosas, por Delia misma, por dejársela otra vez y viva. Igual que Héctor y
Rolo, se iba y se las dejaba. Tuvo mucha lástima de los Mañara, que habían estado ahí
agazapados y esperando que él -por fin alguno- hiciera callar a Delia que lloraba, hiciera
cesar por fin el llanto de Delia.

Actividad en el campus
Revisen el campus bimodal para acceder al material de trabajo y a las actividades. Será necesario
que participen en el foro indicado siguiendo las consignas. Cualquier consulta que tengan, no
duden en comunicarse por el campus.

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Lenguaje e ideología

Andrés Bello (1781-1865) fue un importante intelectual latinoamericano del campo de la


gramática. Sus aportes son utilizados en la actualidad, y es citado aun en múltiples y
prestigiosas obras. En 1847 escribió Gramática de la lengua castellana, destinada al uso de
los americanos; en su prólogo sostiene lo siguiente:
Pero el mayor mal de todos, y el que, si no se ataja, va a privarnos de la inapreciables ventajas de
un lenguaje común, es la avenida de neologismos de construcción, que inunda y enturbia
mucha parte de lo que se escribe en América, y alterando la estructura del idioma, tiende a
convertirlo en una multitud de dialectos irregulares, licenciosos, bárbaros, embriones de
idiomas futuros, que durante una larga elaboración reproducirían en América lo que fue la
Europa en el tenebroso período de la corrupción del latín.

Este enunciado es claro en sus intenciones y en su trasfondo ideológico y político. Verbos


como “enturbia” y “altera”, adjetivos del tipo de “licencioso” o “bárbaro” nos guían hacia
un doble gesto sobre la concepción de las lenguas que el autor exhibe: por un lado, acerca
del texto. Podemos entender que, según Bello, las diferentes variedades del español de
América Latina son inferiores, desviaciones quizás perversas de una norma única, centrada
en España. Por el otro, acerca del emisor. Su ideología se puede rastrear en el texto, pero,
a la vez, caracteriza al autor. Las marcas del texto y su autor se ven mutuamente nutridos
pues la relación que los une es en extremo resistente: No hay ideología sin texto, texto sin
autor ni autor sin ideología.

Ahora bien, algunas de las decisiones que tomamos al momento de la enunciación pueden
ser conscientes, es decir, pueden ser pensadas, seleccionadas, razonadas. Sin embargo,
siempre hay un espacio en el que se filtran otro tipo de razonamientos, aquellos que no
sabemos que tenemos, pero que guían nuestras decisiones.

El reconocido filósofo marxista L. Althusser (1971) definía ideología como "no el


sistema de relaciones reales que gobiernan la existencia de los individuos, sino la relación
imaginaria de esos individuos con las relaciones reales en las que ellos viven” (p.165). Esto
significa, dicho de otra manera, que la ideología no es tanto nuestra situación real en el
mundo, sino la forma en que interpretamos esa relación real, mediante supuestos, ideas
preconcebidas o axiomas. Si bien esto se manifiesta en todos los órdenes de la vida, es
especialmente cierto al analizar cómo la ideología se revela en el texto.

Una de las maneras en las que la ideología se presenta son los subjetivemas. La
lingüista C. Kerbrat-Orecchioni (1997) los define como unidades de significado que

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presentan la subjetividad del hablante en la enunciación. Son términos cuyo contenido
semántico resulta particularmente valorativo, y suelen resultar de ayuda para recorrer y
analizar un texto y las intenciones de sus autores.

A la vez, los textos son campos en los que las diferentes ideologías luchan por
imponerse. En 1492, Antonio de Nebrija publicó la primera Gramática de la lengua
castellana y el Diccionario latino-español. Este autor, adelantado a su tiempo, propuso lo
siguiente: “cuando bien comigo pienso, mui esclarecida Reina, i pongo delante los ojos el
antigüedad de todas las cosas, que para nuestra recordación y memoria quedaron
escriptas, una cosa hállo y sáco por conclusión mui cierta: que siempre la lengua fue
compañera del imperio” (p.3). El año de publicación no es casual, y queda claro si leemos
otro fragmento de la carta a los Reyes:
El tercero provecho deste mi trabajo puede ser aquel que, cuando en Salamanca di la
muestra de aquesta obra a vuestra real majestad, y me preguntó que para qué podía
aprovechar, el mui reverendo padre Obispo de Avila me arrebató la respuesta; y
respondiendo por mi dixo que después que vuestra Alteza metiesse debaxo de su iugo
muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas, y con el vencimiento aquellos
ternían necessidad de recebir las leies quel vencedor pone al vencido, y con ellas nuestra
lengua, entonces, por esta mi arte, podrían venir en el conocimiento della, como agora nos
otros deprendemos el arte de la gramática latina para deprender el latin. (p.9)

Este es otro ejemplo que ilustra dos realidades: la primera, que lengua e ideología son
conceptos íntimamente ligados. La segunda, que la lengua puede ser a la vez herramienta
y tema de debate.

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Lenguaje incisivo
Emmanuel Theumer

La voluntad de inclusión a través de un cambio en la lengua parece tensionar las placas tectónicas
del heterosexismo. El uso de la “x” pero especialmente la “e” está provocando conmociones en
nuestra vida cotidiana. Diversas prácticas científicas, periodísticas, literarias o filosóficas se ven
desbordadas por un litigio político que ha sabido aprovechar la interferencia en las convenciones
lingüísticas. ¿Qué es lo que estamos haciendo cuando damos la bienvenida a todes?

Universal no-marcado

Un primer capítulo de esta historia política lo encontramos en la crítica feminista que emerge en
los años setenta para denunciar las marcas masculinas de nuestra lengua castellana. Esta objeción
apunta a un conjunto de operaciones mediante las cuales nuestra lengua se presenta como
“neutral” pero reuniendo sucesivas referencias hacia los varones y negando a las mujeres. Cuando
las feministas abrieron el “todos” para interrogarse dónde estaban las mujeres cientos de relatos,
incluidos algunos revolucionarios, volaron por los aires. Al hacerlo, avanzaron hacia una
comprensión de la lengua como una tecnología de gobierno del género. Esto permitió disputar
tanto la exclusión como la subordinación moral, biológica y jurídica de las mismas.

Jerarquizaciones que la propia lengua arrastra y actualiza al tomar como referente privilegiado a
los varones. Aunque este análisis crítico ha sido ampliamente difundido, menos conocido es que
fue una argentina, Delia Suardíaz , la primera en diagramar sus tramas problemáticas en 1973: ella
analizó el modo en que las mujeres estaban ausentes en diversos usos sexistas de la lengua
castellana y apostó a la necesidad de un cambio lingüístico.

La voluntad de inclusión

Un segundo momento, precipitado en los últimos años, es el que se desprende como crítica queer
y trans a los esencialismos. Aquí ni un sexo, ni dos sexos - ni todos ni todos y todas- pueden ser la
condición fundante de un “lenguaje inclusivo”. Tales usos advierten que el lenguaje es finito y
reduccionista en sus marcas masculinas o en su dosis de visibilidad femenina. Pero también
advierten que es la propia lengua la que permite interferir en cierta certeza con la que nos
manejamos, en esa suerte de “seguridad ontológica” mediante la cual tendemos a percibirnos
como varones o mujeres. El cuestionamiento se dirige hacia la limitación de la bicategorización
del género tratando de traer a escena variaciones que son irreductibles a la comprensión hetero-
centrada del mismo. El uso de la “x” y la “e” insisten en la indecibilidad del género, en la
imposibilidad de reducirlo a dos categorías estables, en la multiplicidad de experiencias
sexogénericas que habitamos. Pero a diferencia de la “x”, el uso de la “e” también es favorable a

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una comunicación contra-capacitista puesto que puede interferir tanto en la escritura como en la
dicción, incluida la de softwares lecto-parlantes de pantallas.

Más próximas a las corporalidades emanadas de los Principios de Yogyakarta que a la lejana
posibilidad de ser institucionalizado en las formas cultas de la Real Academia Española, ni el todxs
ni todes constituyen formas gramaticales neutras. En cada uno de los contextos de enunciación en
los que operan políticamente aprendemos - bajo extrañezas, sonrisas apáticas, reacciones
pueriles- que la diferencia sexual está atada con alambres, que no existe por fuera de
convenciones lingüísticas que la naturalizan.

Cuando damos la bienvenida al todes tomamos distancia de una presunción normativa del género
que ofrece una bipartición del público en “varones” y “mujeres”. Esta apuesta política quizás ha
sido la menos comprendida por quienes ven en los usos del “todes” una nueva invisibilización de
las mujeres, operación que según algunos marcos jurídicos podría ser imputada de
inconstitucional. Pero no se trata de anteponer la visibilidad trans a la de las mujeres cis, sino más
bien asumir la imposibilidad de contener a través del lenguaje las múltiples experiencias para con
el género y la sexualidad. No se trata tanto de lograr una nueva versión acabada de la lengua
castellana como de introducir fisuras a las convenciones lingüísticas mediante las cuales versiones
convencionales del género perviven y se actualizan. El “lenguaje inclusivo” es sencillamente una
imposibilidad y esa es una de sus mejores interferencias políticas. Antes que inclusivo este es un
lenguaje incisivo. Como tal, incita a la sucesiva expansión de los límites con los que vamos a
comprender la inclusión.

El lenguaje inclusivo y el sentido común lingüístico


28 de noviembre de 2018

LA NACION | OPINIÓN

Es hora de reparar en los peligros de jugar desaprensivamente con una lengua que nos unifica, en
una cultura compartida, a cientos de millones de personas

(…) En su estada aquí, el director de la Real Academia formuló comentarios que resulta interesante
considerar en relación con la esforzada moda del lenguaje llamado "inclusivo". Como se sabe, por
esa vía se intenta violentar lo que es el habla natural desde hace siglos y siglos de los
hispanohablantes e introducir términos como "todes" a fin de incluir en un sentido neutro
palabras como "todos" y "todas". Más que una democratización del lenguaje eso parecería un
trabalenguas cuya aceptación sería a costa de la racionalidad verbal y prosódica e infundiría la

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noción de que la demagogia con grupos minoritarios, pero radicalmente activos, ha terminado por
teñir hasta las conversaciones y las letras de una sociedad que en el fondo es más lógica y está
más en sus cabales de lo que se nos quiere hacer creer.

Podría decirse que todo lenguaje genuino es como tal inclusivo, incluye, comunica, interrelaciona.
Si tiende a aislar o separar y el destinatario concreto o la comunidad lingüística no capta o no
admite lo que se le quiere transmitir falla como tal y, en lugar de vincular, genera incomunicación.

El intento de difundir palabras artificiales como "todes" u otras expresiones similares,


desparramado en redes sociales, e incluso, introducido en algunos textos oficiales, suscitó una
reflexión de Villanueva, quien, antes de asumir su actual cometido, fue rector de la Universidad de
Santiago de Compostela. Estimó que esa es una solución poco meditada y no llamada a tener
demasiado recorrido. Él suele hablar de "palabras globo", que irrumpen con increíble fuerza,
suben muy rápido, pero luego se desinflan y caen, hasta que en dos o tres años dejan de tener el
lugar que ocuparon.

Villanueva sostuvo que hay que respetar mucho la lengua que hablamos. La lengua es un
ecosistema, es una estructura de equilibrios, no se puede andar jugando con ella. Y la lengua no es
la culpable de la invisibilidad o el relegamiento de la mujer; eso depende de otras cuestiones y no
del idioma. "Ese tipo de manipulaciones por una parte a mí me desagrada dijo-, porque
representan un cierto menoscabo y menosprecio del idioma, una falta de respeto hacia él. Y
también significa la atribución al idioma de unas culpas que el idioma no tiene".

No podríamos estar más de acuerdo con el sano criterio de quien se dispone en poco tiempo más
a dejar su cargo de director "por mandato cumplido" de la presidencia de la RAE. Sucede que entre
la alharaca de quienes procuran con desatino revolucionar la lengua como revolucionan a
menudo, hasta con violencia, las calles, la gran mayoría de hablantes permanece, como bien dice
Villanueva, callada, pero firme en un sentido común, natural del uso de la lengua. "Y yo me
pregunto insistió Villanueva, ¿se les va a convencer u obligar o imponer a estos que digan 'todes',
en lugar de lo que siempre han dicho y han aprendido de su madre?".

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Encuentro interdisciplinario

AUGE Y CAÍDA DE LAS TEORÍAS RACISTAS


Hasta la Edad Media, las comunidades se discriminaban entre sí. Pero, en los siglos posteriores, la
Biblia, la economía y la ciencia se aliaron para crear un fenómeno nuevo: la jerarquía de la raza.

GEORGE M. FREDRICKSON

________________________________________________________________________________

PROFESOR DE HISTORIA DE LA UNIVERSIDAD DE STANFORD (ESTADOS UNIDOS), AUTOR DE THE COMPARATIVE


IMAGINATION: ON THE HISTORY OF RACISM, NATIONALISM AND SOCIAL MOVEMENTS (UNIVERSITY OF CALIFORNIA
PRESS, 1997).

Hasta la Edad Media, las comunidades América , y empezaron a opinar sobre


se discriminaban entre sí y luchaban por los mismos. Aunque la trata de esclavos
el poder. Pero en los siglos que africanos se debió principalmente a
siguieron, la Biblia , la economía y la motivos económicos (las plantaciones del
ciencia se aliaron para crear un Nuevo Mundo necesitaban su trabajo),la
fenómeno nuevo: la jerarquía de la raza. versión oficial era que se trataba de
Existe racismo cuando un grupo étnico o infieles. L o s comerciantes y amos de
una colectividad histórica domina, esclavos se justificaban interpretando un
excluye o intenta eliminar a otro pasaje del Génesis: Cam , alegaban,
alegando diferencias que considera cometió un pecado contra su padre, Noé,
hereditarias e inalterables. Según este que condenó a sus descendientes
concepto, la base ideológica del racismo (supuestamente negros) a ser ―siervos
explícito se fraguó en Occidente durante de los siervos ‖.Cuando en 1667 el
la Edad Media: antes de ese periodo, no estado de Virginia decretó que los
se encuentra en Europa ni en otras esclavos conversos seguían siendo
culturas ninguna prueba clara e esclavos —no ya porque fueran infieles,
inequívoca de racismo que no fuera mera sino porque descendían de infieles — , la
discriminación o rivalidad. justificación de la esclavitud de los
negros dejó de ser religiosa y pasó a ser
Quizás la primera señal de esta visión racial. A finales del siglo XVII, en las
racista del mundo radique en la colonias inglesas de Norteamérica se
asociación del judaísmo con el diablo y la aprobaron leyes que prohibían los
brujería en las mentes populares de los matrimonios entre blancos y negros, y
siglos XIII y XIV. La sanción oficial de que discriminaban a los hijos mestizos
dichos comportamientos apareció más nacidos de relaciones informales. Sin
tarde en la España del siglo XVI con la declararlo abiertamente, tales leyes
discriminación y exclusión de los judíos significaban que los negros eran de
conversos y sus descendientes. En el forma inequívoca extranjeros e inferiores.
Renacimiento y la época de la Reforma,
los europeos tuvieron cada vez más En el Siglo de las Luces, las teorías
contactos con pueblos de pigmentación laicas o científicas sobre la raza
más oscura procedentes de África, Asia y sustituyeron a la influencia de la Biblia y

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su visión de la unidad esencial de la raza de los años 1870 y principios de 1880,
humana . Etnólogos del siglo XVIII como los acuñadores del término
Linneo, Buffon y Blumenbach opinaron ―antisemitismo‖ afirmaron explícitamente
que los seres humanos formaban parte lo que algunos nacionalistas culturales
del mundo natural y los subdividieron en habían esbozado antes: ser judío en
3 o 5 razas, generalmente consideradas Alemania no significaba sólo adherir a un
variedades de una única especie tipo de creencias religiosas o prácticas
humana. Pero, a finales del siglo XVIII y culturales, sino pertenecer a una raza
principios del siglo XIX, un número que era la antítesis de aquella con la cual
creciente de escritores, especialmente se identificaban los alemanes auténticos.
los defensores de la esclavitud, mantuvo
que las razas constituían especies El apogeo del racismo
diferentes. A finales del siglo XIX el imperialismo
El siglo XIX se caracterizó por la occidental alcanzaba su apogeo. La
emancipación, el nacionalismo y el ―lucha por África‖ y las incursiones en
imperialismo, que contribuyeron al partes de Asia y del Pacífico eran una
aumento del racismo ideológico en afirmación del nacionalismo étnico
Europa y Estados Unidos. Aunque la competitivo que se pensaba existía entre
emancipación de los negros y la salida las naciones europeas (y que, a raíz de
de los judíos de los guetos fueron la guerra entre España y Estados
apoyadas mayoritariamente por personas Unidos, incluyó a este último país).
creyentes y laicas que creían en la También constituía la reivindicación, con
igualdad entre los hombres, lo cierto es supuesta base científica, de que los
que tuvieron como consecuencia una europeos tenían derecho por su
intensificación del racismo. Las nacimiento a gobernar a los africanos y a
relaciones entre las diferentes razas se los asiáticos.
volvieron menos rígidas jerárquicamente, Sin embargo, fue en el siglo XX cuando
pero más competitivas. La inseguridad la historia del racismo alcanzó su
vinculada al incipiente capitalismo apogeo, con el auge y la caída de los
industrial justificó la búsqueda de chivos regímenes abiertamente racistas. En el
expiatorios. Los conceptos darwinianos Sur de Estados Unidos, las leyes
de ―lucha por la vida‖ y ―supervivencia del segregacionistas y las restricciones
más fuerte‖ propiciaron el desarrollo de sobre el derecho de voto de los negros
un nuevo tipo de racismo con mayor redujeron a la población afroamericana a
base científica.
un estatus de casta inferior. El temor a la
Fue el nacionalismo, y en concreto un contaminación sexual por violación y a
tipo de nacionalismo cultural romántico los matrimonios mixtos era tan intenso
que unía el patrimonio étnico (desde el que se trató de impedir las uniones
punto de vista de la sangre) a un conyugales entre blancos y todos
sentimiento de identidad colectiva, el que aquellos cuya ascendencia africana se
marcó el nacimiento de una nueva conociera o fuera perceptible.
variante del pensamiento racista,
La Alemania nazi llevó la ideología
especialmente en Alemania. Entre finales racista hasta su extremo al intentar

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exterminar a todo un grupo étnico. Se defienden la genética racista
suele decir que después de Hitler el (eugenismo) han contribuido a
término racismo tiene connotaciones desacreditar el racismo científico, que
peores. La desaprobación moral que antes de la Segunda Guerra Mundial era
provocan en todo el mundo los actos de influyente y respetable en Estados
los nazis y los estudios científicos que Unidos y Europa.
LA ACCIÓN DE LA UNESCO CONTRA EL RACISMO

La lucha contra el racismo está inscrita en Esa misma lógica guió a los autores de las
la Constitución de la UNESCO que obras de historia publicadas por la
denuncia “los prejuicios y la ignorancia, UNESCO, que iluminan el desarrollo
el dogma de la desigualdad de los humano en toda su complejidad y sus
hombres y las razas”. Desde hace medio contradicciones: Historia de la
siglo, la Organización lucha contra las Humanidad, Historia General de África,
raíces del mal, esencialmente a través de Historia de las Civilizaciones de Asia
la educación y de la reflexión. Además de Central, Historia General de América
las Cátedras UNESCO y los programas Latina, Aspectos de la Cultura Islámica e
tendientes a utilizar la enseñanza como Historia General del Caribe.
instrumento de lucha contra el racismo,
los textos, los instrumentos Otros proyectos como “Diálogo
internacionales y las ideas aportadas por intercultural cotidiano” o M.U.S.I.C.
la UNESCO contribuyen a combatir los (Música , Urbanismo, Integración Social
prejuicios y el desprecio cultural, que son y Cultura), tienen principalmente a los
la base de la noción de racismo. jóvenes como objetivo.

Se trata de un trabajo de largo aliento Desde hace diez años, la UNESCO


cuyo objetivo no sólo es el de superar los también combate el racismo mediante las
obstáculos para alcanzar un verdadero ciencias exactas. Su Comité Internacional
conocimiento del otro, sino también de Bioética (CIB), compuesto de 55
probar que la historia de la humanidad miembros (científicos, juristas,
está hecha de interacciones. Que no existe economistas, demógrafos, antropólogos,
un pueblo, una etnia o una raza “pura”.
Que toda cultura es fruto del diálogo.

Valorizando el pluralismo cultural,


proyectos tales como “Las rutas de la filósofos, nutricionistas…) ha elaborado
Seda” (lanzado en 1988),“La Ruta del una Declaración Universal sobre el
Esclavo”(1994) o “Las Rutas del Hierro Genoma Humano y los Derechos
en África ” (1995) permiten a la Humanos (DUGHDH), adoptada en 1997.
UNESCO atacar al racismo, poniendo de Dos décadas después de la Declaración de
relieve los lazos culturales y espirituales la UNESCO sobre la Raza y los
que existen entre los pueblos. Prejuicios Raciales (1978), ese primer

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texto internacional sobre la bioética pseudocientíficos del racismo.
abolió definitivamente los fundamentos

El racismo explícito también fue Holocausto indujo a los defensores del


duramente criticado con el nacimiento de apartheid a justificar ese ―desarrollo
nuevas naciones a raíz de la separado" por motivos culturales y no
descolonización de África y Asia . En físicos.
Estados Unidos, el Movimiento de
Derechos Civiles que logró proscribir la La derrota de la Alemania nazi, el fin de
segregación racial y la discriminación en la segregación racial en el Sur de
los años 1960, se vio favorecido por el Estados Unidos y la instauración de un
creciente sentimiento de que los abusos gobierno de la mayoría en Sudáfrica
y malos tratos que sufrían los negros de permiten suponer que los regímenes
Estados Unidos constituían una amenaza basados en el racismo biológico o la
para los intereses nacionales. En la pureza cultural pertenecen al pasado. Sin
competición con la Unión Soviética por embargo, el racismo no requiere el apoyo
conquistar ―el corazón y la mente‖ de los explícito y total del Estado y sus leyes, ni
países africanos y asiáticos tampoco una ideología centrada en el
independientes, el sistema concepto de la desigualdad biológica .La
discriminatorio conocido como ley de Jim discriminación por parte de instituciones
Crow se convirtió en una vergüenza e individuos contra quienes pertenecen a
nacional que podía acarrear otra raza puede pervivir e incluso
consecuencias estratégicamente prosperar sin tener claros tintes racistas,
negativas. como lo comprobaron recientemente los
historiadores en Brasil. Escudarse tras
El régimen sudafricano fue el único en diferencias culturales supuestamente
sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial y enraizadas para justificar la
la guerra fría. Las leyes aprobadas en discriminación contra los emigrantes de
1948 que prohibían las relaciones países en desarrollo (ya sean los
sexuales y los matrimonios entre argelinos en Francia, los turcos en
diferentes ―grupos de población‖, y que Alemania ,los pakistaníes en Inglaterra o
decretaban que los mestizos y los los mexicanos en Estados Unidos) se
africanos tenían que vivir en áreas asemeja a una nueva forma de ―racismo
residenciales separadas, evidenciaban cultural‖, a pesar del rechazo explícito de
una clara obsesión por la ―pureza de la los grupos dominantes de cualquier tipo
raza‖. Sin embargo, la opinión de superioridad biológica.
generalizada en el mundo a raíz del

NUESTRO MAPA COMÚN

Cuando los científicos dieron a conocer el medicinas para curar enfermedades


mapa del genoma humano hace más o hereditarias, como algunas formas de
menos un año, la prensa anunció una diabetes. Pero más allá de sus eventuales
avalancha de nuevos tratamientos y aplicaciones médicas, ese resultado asestó

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también un golpe decisivo al racismo, recoger y comparar muestras de ADN,
pues hizo desmoronarse el mito de la ¿deben los genéticos indicar la etnicidad
raza. La investigación genética demuestra de los donantes?
que todos descendemos de un antepasado
común en África. Además, la mayoría de Los que se oponen a la identificación
las diferencias genéticas del hombre étnica señalan que lo más probable es que
existían en todas las poblaciones y cabe ese tipo de información sea inútil, dado
presumir que aparecieron antes de que los que la mayoría de las enfermedades
humanos abandonaran ese continente genéticas obedecen a variaciones que se
hace unos 50.000 años y se dividieran han propagado a la totalidad de la
ulteriormente en grupos étnicos o población humana. Los que piensan lo
“raciales”. Se ha calculado que, en la contrario estiman que, al mencionar o
totalidad del material genético, sólo controlar la etnicidad, los genéticos
0,012% de la variación de unos seres pueden estar seguros de tener en cuenta
humanos a otros puede atribuirse a en sus análisis a todos los grupos.
diferencias entre lo que se da en llamar Algunos bioéticos insisten también en
“razas”. que, manejados debidamente, esos
estudios de población podrían ser útiles
Sin embargo, es posible que algunas para demostrar hasta qué punto nuestro
enfermedades genéticas tengan su origen material genético es el mismo y refutar la
en ese escaso margen de diversidad que creencia corriente de que algunos grupos
ha provocado un acalorado debate en la son “genéticamente” más inteligentes y
comunidad científica internacional. Al avanzados que otros.

La gramática como objeto de estudio. Las categorías gramaticales

1) ¿Qué es la Gramática? ¿Cómo la definirían? Lean el fragmento que se propone a continuación.


¿Están de acuerdo con lo que se enuncia? ¿Por qué?

102
103
Manual de Gramática del español.

Introducción La enseñanza de la gramática.


Di Tullio, Ángela

Reivindicar hoy la enseñanza de la gramática parece de antemano una causa perdida. Su


nulidad pedagógica ha sido proclamada insistentemente por docentes y pedagogos, por lo que ha
sido prácticamente eliminada y sustituida, al menos en nuestro medio, por otros contenidos y
métodos de enseñanza. Sin embargo, las sucesivas crisis en los sistemas educativos nos alertan
contra estos periódicos reemplazos que no siempre cuentan con un respaldo suficientemente
sólido y que conducen a menudo a experiencias frustrantes. Por eso, hemos incluido aquí algunas
reflexiones sobre la función que le compete a la gramática en el amplio terreno de la enseñanza
de la lengua.

Tradicionalmente se confiaba en la eficacia pedagógica de la gramática. De hecho, buena


parte de las obras clásicas de nuestra tradición gramatical –por ejemplo, las gramáticas de Vicente
Salvá, Andrés Bello, Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña, además de la gramática escolar de la
Real Academia– fueron diseñadas precisamente como instrumentos didácticos. Claro está que la
gramática se concebía en función del uso correcto de la lengua: el propósito normativo justificaba
la descripción gramatical al entenderse la gramática como un arte, un conjunto de reglas
tendientes a un fin, el de escribir y hablar correctamente.

La gramática actual ha adquirido el estatus de ciencia que pretende no sólo describir sino
también explicar el funcionamiento del sistema lingüístico. Esto supone reconocer mediante
criterios formales las unidades de análisis, sustentar las reglas que se postulan en principios
generales, conectar explícitamente los varios componentes de la descripción lingüística. Tales
exigencias la alejan, por supuesto, de los objetivos y la metodología de la enseñanza de la
gramática.

Descartada la gramática tradicional y alejada de la formalización que requiere la gramática


actual, la escuela parece haberse quedado sin gramática. Tal evaluación, sin embargo, dista de ser
justa. La descripción de la lengua contenida en la gramática tradicional proporciona una excelente
base para la reflexión sobre los mecanismos que operan en el funcionamiento del sistema
lingüístico. La gramática actual, a su vez, ubica este conocimiento necesario en un marco teórico
más amplio y exigente. Precisamente en esta introducción hemos intentado dar cuenta de las
posibilidades que permite el cuerpo de conocimientos reunido por la tradición gramatical,
ampliado con instrumentos de análisis de la gramática actual que lo refinan y lo hacen más
potente.

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La supuesta nulidad del conocimiento gramatical

El antiguo optimismo ha retrocedido hoy frente a una actitud escéptica con respecto a la
gramática. Se coincide, por lo general, en que del conocimiento de sus reglas no se sigue
necesariamente la capacidad de usar la lengua adecuadamente. Sin embargo, resulta difícil probar
que la incidencia del conocimiento gramatical sea nula a la hora de ejercitar habilidades complejas
como las implicadas en la comprensión o producción de un texto.

Ante todo, convendría precisar el alcance de tal supuesta inocuidad: a. en un sentido


fuerte supone que el conocimiento explícito y consciente que proporciona la gramática es inocuo
para desarrollar una cierta habilidad lectora y productiva y, por lo tanto, se prescinde de tal
aprendizaje, fatigoso y farragoso;

b. en un sentido débil implica que este conocimiento no basta pero contribuye, de manera
directa e indirecta, a tal objetivo.

De acuerdo con este segundo alcance, al que adherimos, la gramática no es una condición
suficiente pero sí probablemente necesaria para lograr los objetivos generales de la educación
lingüística.

Las reducciones de la gramática escolar

Para que lo sea cabalmente, sin embargo, se requiere plantear y revisar los objetivos que se
proponen para su enseñanza, la forma en que se la enseña e incluso la concepción de lengua que
la sustenta. En este sentido, es necesario evitar dos identificaciones incorrectas en que ha
incurrido a menudo la gramática escolar:

• La enseñanza de la lengua y la enseñanza de la gramática: la enseñanza de la gramática


constituye sólo una parte de la formación lingüística del estudiante. ¿Quién puede dudar de que el
objetivo prioritario de la enseñanza de la lengua es que el estudiante se exprese, oralmente o por
escrito, con fluidez, que comprenda textos y que sostenga sus argumentos coherente y, en lo
posible, eficazmente? Lo que resta probar, sin embargo, es si estas habilidades se adquieren sólo
"haciendo" o si, alcanzado un determinado nivel de desarrollo cognitivo, la reflexión metódica
sobre el funcionamiento de la lengua no acelera y profundiza tal adquisición.

• La gramática y el análisis sintáctico de las oraciones: frecuentemente la enseñanza de la


gramática se reduce al análisis sintáctico de las oraciones, que se realiza a menudo como un
ejercicio mecánico de identificación y rotulación. Cualquiera sea la modalidad que se adopte
(cajas, arbolitos, corchetes), el análisis sólo puede llegar a constituir para el estudiante un medio
útil de reflexión sobre el funcionamiento del sistema lingüístico cuando está apoyado en su
intuición de hablante y en la formación teórica que paulatinamente irá adquiriendo.

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¿Para qué enseñar gramática?

Esta pregunta recibirá diferentes respuestas según la concepción que de la lengua se tenga. En la
lingüística actual, el formalismo y el funcionalismo se oponen, entre otros aspectos, en el énfasis
relativo que asignan al componente cognitivo y al comunicativo, respectivamente, como función
básica del lenguaje humano. El primero destaca su relación con el pensamiento. El segundo lo
entiende prioritariamente como el instrumento privilegiado de la comunicación. Tal disidencia se
asocia con la posición que uno y otro le asignan al sistema léxico‐gramatical: central en el primero
como vínculo entre la expresión fónica y el significado; dependiente en el segundo, ya que se
entiende que la gramática es, en última instancia, reductible a la semántica y a la pragmática.

En el terreno de la enseñanza, estas dos posturas teóricas no son incompatibles e incluso


pueden ser complementarias: la gramática da cuenta de los mecanismos formales y el enfoque
comunicativo de la función –pragmático‐discursiva– que el hablante les asigna.

El desplazamiento de la gramática del currículo no siempre ha ido acompañado de una


evaluación de los efectos de tal pérdida, entre los cuales enumeraremos los siguientes:

● Ejercicio intelectual: el descubrimiento y la formulación de los mecanismos formales


operantes en el complejo sistema de la lengua requieren un considerable esfuerzo de
abstracción y de deducción. Como señala I. Bosque (1994), tratándose de un “'corpus de
conocimientos' que puede considerarse en lo fundamental objetivo, sistemático y sin
contradicciones internas” (p. 12), la gramática permite practicar la argumentación en un
terreno poco sujeto a la opinión o a la intervención de factores externos. La capacidad
formativa que puede llegar a proporcionar la gramática en esta línea es similar a la de las
matemáticas o de la lógica, sólo que se realiza a partir de un sistema que el estudiante
conoce y usa cotidianamente.
● Medio de adquisición de habilidades metalingüísticas: una conducta metalingüística es
una conducta de control del lenguaje. Las habilidades metalingüísticas se proyectan,
deliberadamente, a la reflexión del lenguaje, a su adecuada producción y a la supervisión
de su comprensión. Esta consciencia metalingüística no proviene enteramente del
conocimiento implícito que como hablantes nativos tenemos de nuestra lengua, sino que
requiere un aprendizaje. La gramática, correctamente enseñada y practicada, puede llegar
a resultar en este sentido un instrumento eficaz.
● •Base para el conocimiento de lenguas extranjeras: aun cuando actualmente se ha
favorecido el enfoque comunicativo en la enseñanza de las lenguas segundas y
extranjeras, se comprueba habitualmente que se gana un tiempo y esfuerzo considerables
si el estudiante cuenta con un conocimiento de la gramática de su propia lengua, que le
permitirá advertir los posibles contrastes y los puntos críticos en que ambas gramáticas
presentan divergencias.
● Sustento del análisis transoracional: si bien el análisis del discurso se ha reivindicado como
una superación de la gramática, en muchos aspectos la presupone y la necesita. Así, por
ejemplo, lo reconoce M.A.K. Halliday, quien, cuando la tendencia dominante de la

106
lingüística era la sintáctica, se oponía a la gramática como comienzo y fin de la enseñanza
de la lengua, pero que hoy reconoce la necesidad de proclamar la prioridad de la
gramática como fundamento del análisis del discurso: "Sin la gramática no hay manera de
hacer explícita nuestra interpretación del significado". Lejos de una oposición entre
gramática oracional y gramática textual, la relación que se establece es de
complementariedad entre ambas, asentada en el carácter básico de la primera.
● Conocimiento "per se": la gramática ha formado parte de la educación básica desde los
orígenes mismos de la civilización –no sólo occidental sino también de otros pueblos
(hindú, chino, árabe). Sus conocimientos forman parte, pues, de un patrimonio cultural
compartido. Aunque secundaria, esta razón no es enteramente desdeñable, ya que
permite entender la gramática como un producto cultural, condicionado por lenguas –en
la tradición occidental, el griego clásico y el latín– y por una cultura particular.

La gramática y la enseñanza de la lengua

La asignatura Lengua se ha convertido en una asignatura omnicomprensiva que se hace


cargo de los problemas más arduos de la escuela media; con ese fin se ha ido ampliando
sucesivamente para incorporar una serie de nuevas perspectivas inexistentes en la enseñanza
tradicional: análisis del discurso, pragmática, sociolingüística, teoría de la comunicación, técnicas
de estudio, entre otras. En cambio, cuando se la incluye, la gramática, por lo general, no se ha
renovado. Y es necesario que lo haga para que la lengua se convierta en un objeto interesante de
observación y de estudio. Esto supone que la reflexión sobre el lenguaje pase a ser la práctica
habitual de la clase de gramática. Son varias las actividades tendientes a tal objetivo:

‐ concepto amplio de análisis sintáctico como medio de reconocer el funcionamiento del


sistema lingüístico;

‐ propuestas de análisis alternativos, sostenidos a través de la argumentación;

‐ descubrimiento de ambigüedades;

‐ ejercicio de paráfrasis que, aunque mantienen el significado proposicional, introducen


variaciones en la estructura sintáctica, en el léxico, en la distribución de la información;

‐ establecimiento de distinciones semánticas pertinentes al contextualizar las oraciones;

‐ reconocimiento de los factores que alteran la gramaticalidad de una oración;

‐ formulación de reglas;

‐ recolección de los juicios de los hablantes sobre un cierto fenómeno.

107
Estas actividades requieren un ejercicio constante de reflexión intelectual y de
argumentación. El estudiante cuenta para ello con su intuición de hablante nativo y con la
formación lingüística que la escuela le irá proporcionando paulatinamente.

Enfocada desde esta perspectiva, la gramática fomenta el desarrollo de las habilidades


metalingüísticas, que son necesarias para el control de la comprensión y la producción. En efecto,
a través de un ejercicio sostenido de estas actividades se adquiere el hábito de analizar textos y de
monitorear la producción propia, se desautomatizan procesos, en gran medida inconscientes, y se
reconoce que el estudiante está dotado de un conocimiento no trivial y acrecentable. Incluso, en
el terreno específicamente gramatical, se combate así el principal obstáculo para la incidencia de
la reflexión metalingüística en el desempeño efectivo: la disociación entre el lenguaje objeto y el
metalenguaje. Es frecuente observar que el estudiante no reconoce la identidad referencial entre
la descripción gramatical y su uso efectivo de la lengua. Cuando se da tal "esquizofrenia", no se
advierte siquiera que el objeto presentado y ejemplificado se corresponde, a veces
aproximativamente es cierto, con las construcciones habituales de su propio idiolecto.

Tal "renovación" no está reñida, sin embargo, con la gramática tradicional. Por el
contrario, coincide, en gran parte, con los procedimientos habituales que propugnaban los
gramáticos del español, que no siempre fueron atendidos por la gramática escolar. Como
lamentaba Andrés Bello, la gramática ha estado "bajo el yugo de la venerable rutina". El desafío es
combatirla. Se trata de que a través de la gramática se comprenda mejor el significado de una
construcción, se reconozca su inserción en el sistema de la lengua y se seleccione y defienda un
análisis entre las varias propuestas alternativas. Esto exigirá a menudo partir de los conceptos de
la gramática tradicional, confirmados pero integrados en una perspectiva más amplia, a veces
reformularlos y otras, en fin, plantear nuevos problemas ni siquiera antes entrevistos. Ésta es
precisamente la tarea que en este libro pretendemos abordar a partir de nuestra experiencia en la
enseñanza de la gramática en el primer año de estudios universitarios.

108
Introducción - ¿Cómo se clasifican las palabras?
Giammatteo, M. e H. Albano (2009)

109
Las categorías lingüísticas

El lingüista norteamericano G. Lakoff explicó, en 1987, que, sin las categorías "no podríamos
funcionar en absoluto, ni en el mundo físico ni en nuestras vidas sociales e intelectuales. Entender
cómo categorizarnos es central para cualquier entendimiento de cómo pensamos y cómo
funcionamos, y por lo tanto central para entender qué nos hace humanos” (p.6).

Esta aseveración es útil para múltiples aspectos de la gramática, y la utilizaremos en particular


para dos conceptos: las clases de palabra, por un lado, y las categorías gramaticales, por el otro.

Las clases de palabras


1) ¿De qué clase de palabra se trata?1

En el siguiente fragmento hay palabras que no figuran en el diccionario. Seleccione diez de ellas y
responda a lo solicitado en las consignas de abajo.

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes


ambonios, en sústalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se
enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo
poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar
tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de
cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba
los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se
entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de
pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del
orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! 2
.Volposados en la cresta del murelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc,
se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de
argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

Julio Cortázar, Rayuela (capítulo 68)

_________________

1 Ejercicio extraído y adaptado de Pacagnini, A. (2011-2015) Cuadernillo de Gramática I. MS,


Bariloche, UNRN.
2 ¡Evohé!: grito de las bacantes para aclamar o invocar a Baco.
_________________

a) Identifiquen las palabras inventadas e indiquen a qué clase de palabras podrían pertenecer.

b) Justifiquen su respuesta, como en el ejemplo:

Noema: sustantivo común. Va precedido de un artículo (el)

110
2) Lean el siguiente fragmento del mito de Teseo y el Minotauro3 y realicen las actividades que
se proponen a continuación:

Los atenienses sabían que Minos era implacable, pero no habían esperado una condición de paz
tan monstruosa. Sin embargo, debían aceptar: de otro modo Atenas terminaría arrasada. Ese
mismo año, en un barco de velas negras, partieron siete muchachos y siete muchachas, todos
sanos, fuertes y hermosos, rumbo a la isla de Creta. Y los atenienses lloraron en la costa. (...) Y
pasaron otros nueve años. (...) Se hizo el sorteo para ver quiénes serían los desgraciados que
morirían entre los cuernos del Minotauro. Siete muchachas fueron sorteadas, todas fuertes, sanas
y hermosas, y sus padres, llorando desconsoladamente, comenzaron a despedirse de ellas. Teseo,
el hijo de Egeo (...), como era tan valiente y tan dispuesto a emprender aventuras, le pidió a su
padre que lo enviase a él, junto con otros seis muchachos, al palacio de Minos. (...) El palacio que
había mandado construir el rey Minos tenía un nombre: el Laberinto. Dédalo, su ingenioso
arquitecto, lo había diseñado de tal manera que había una cantidad infinita de pasillos y
corredores sinuosos, que doblaban a veces hacia la derecha, otras hacia la izquierda, que
terminaban retrocediendo, se bifurcaban... Los que entraban al Laberinto podían pasarse días y
más días tratando de encontrar la salida, pero no lo lograban. De un corredor pasaban a otro.
Daban vueltas en redondo. Volvían a pisar sus propias huellas y se perdían irremediablemente. Y,
mientras tanto, el Minotauro, sediento de sangre, los esperaba en el centro (...). Ariadna, al ver a
Teseo, sintió que el corazón se le entibiaba con la pena y también con el amor que empezaba a
sentir.

__________________
3 Ejercicio basado en el ej. 12 de Pacagnini, A. y García, P. (2009) “Cómo están formadas: la
estructura interna de las palabras”, en Giammatteo, M.e H. Albano (coord..) Lengua. Léxico,
gramática y texto, Buenos Aires, Biblos.
__________________
a) Traten de proporcionar el significado de las palabras en negrita sin recurrir al diccionario;

b) Segmenten las palabras subrayadas de acuerdo con el siguiente cuadro, como en el modelo:

PALABRA PREFIJO BASE SUFIJO/S


monstruosa monstru(o) -os-a

c) Comparen las palabras “base” con las palabras resultantes. ¿Cambia la categoría gramatical?
(Por ejemplo, monstruo es un sustantivo inherentemente masculino y mediante el agregado de
los sufijos -os-a se convierte en un adjetivo femenino)

111
____________________________________________________________________________

Siguiendo a M. Giammatteo e H. Albano, dos autoras argentinas, las clases de palabras


“constituyen subconjuntos organizados que comparten propiedades morfológicas, sintácticas y
semánticas” (2009, p.16), es decir que son grupos de palabras cuyas formas de construirse, de
relacionarse con otros aspectos de la oración y de significar son similares. Así, notamos que la
palabra “correr” y la palabra “descansar” comparten desinencias parecidas y pueden conjugarse
en diferentes tiempos, precisan de un sujeto que realice esos actos y, por último, crean en el
hablante nativo la idea de acción. Si comparamos palabras como “correr” y “descansar” con
“corredor” y “descanso”, notaremos que se diferencian en los tres aspectos mencionados, pero, a
la vez, comparten similitudes entre ellas. Esto es porque las primeras dos pertenecen a la clase de
palabra “verbo” y las segundas, a la clase “sustantivo”.

En español, hay siete clases de palabras. En el siguiente cuadro las encontrarán definidas por
Giammatteo y Albano (2009):

Léxicas Sustantivo “El sustantivo es una palabra esencial en la lengua que se


utiliza para poner nombre o denominar a las entidades del
mundo circundante” (2009, p.25).
Adjetivo “Los adjetivos son las palabras que permiten caracterizar
todo lo que nombran los sustantivos: personas -hombre
alto-, objetos físicos-árbol alto-, objetos psíquicos -idea
brillante-, sentimientos -alegría inmensa-, lugares -ciudad
antigua-, etc.” (2009, p.32).
Adverbio Los adverbios son una clase de palabra con "diversidad de
comportamientos sintácticos" ya que "funcionan en varios
niveles de estructuración, a partir de la oración". A esta
categoría se la ha llamado, tradicionalmente, “cajón de
sastre”, pues está compuesta de múltiples palabras cuyas
funciones sintácticas no son compartidas por la totalidad de
los integrantes del grupo. Si bien la siguiente definición no
es completa, por ahora puede servir como aproximación: el
adverbio puede cumplir, en ocasiones, "la función de
modificar al verbo -Llegó rápidamente/ bien-, al adjetivo -
bastante/ muy lindo-, o a otro adverbio -muy bien-” (2009,
p.52).
Verbo “El verbo es el elemento alrededor del cual se centra la
predicación". “Mientras los objetos físicos existen y se
ubican en el espacio, los eventos ocurren o duran en el
tiempo” (2009, p.37).
Preposición “La preposición es un elemento de enlace que permite
conectar un complemento con un núcleo precedente:
amigo de mi padre” (2009, p.57). Si bien las preposiciones
actúan como elementos de enlace entre otras clases de
palabras, lo cierto es que, a la vez, tienen contenido
semántico (no es lo mismo “voy hacia la escuela” que “voy
desde la escuela”).

112
Funcionales Determinativos “Los determinativos se definen por su relación con otra u
otras palabras de las que determinan su alcance al indicar
‘cuáles o cuántos de los elementos incluidos en la clase
denotada *... + se deben considerar’" (Rodríguez Ramalle
2005 en Giammatteo y Albano, 2009, p.64). Compárese “el
chico”, “un chico” “muchos chicos”.
Conjunciones “La conjunción es la clase de palabra que tiene la función
gramatical de conectar sintácticamente distintos
elementos” (2009, p.69). Véase “Comimos y dormimos” y
“Comimos o dormimos”.

En estos encuentros nos centraremos brevemente en las clases de palabras léxicas, es decir,
aquellas cuyo contenido puede ser descripto mediante rasgos semánticos.

Clase de palabra Ejemplo Descripción


Sustantivo Casa Vivienda
Adjetivo Grande De tamaño amplio
Adverbio Lentamente De modo pausado
Verbo Comer Ingerir alimentos
Preposición Hacia En dirección a

Las categorías gramaticales


En español, las categorías gramaticales son siete:

Se manifiesta en a las
Categoría
siguientes clases de Subclases Ejemplos
gramatical
palabras
Género Sustantivo Femenino Gato – gata
Adjetivo Masculino Exquisita - exquisito
Pronombre (clase
transversal de palabra)
Número Sustantivo Singular
Adjetivo Plural
Verbo
Pronombre (clase
transversal de palabra)
Persona Verbo Primera
Pronombre (clase Segunda
transversal de palabra) Tercera
Tiempo Verbo Pretérito
Presente
Futuro
Aspecto Verbo Perfecto Jugó al tenis (una vez)
Imperfecto Jugaba al tenis (solía practicar este
deporte)

113
Modo Verbo Indicativo
Subjuntivo
Imperativo
Condicional/
potencial
Caso Pronombre (clase Nominativo
transversal de palabra) Acusativo
Dativo
Oblicuo

114
Un hombre sin suerte (fragmento)
Samanta Schweblin

El día que cumplí ocho años, mi hermana –que no soportaba que dejaran de mirarla un solo
segundo–, se tomó de un saque una taza entera de lavandina. Abi tenía tres años. Primero
sonrió, quizá por el mismo asco, después arrugó la cara en un asustado gesto de dolor. Cuando
mamá vio la taza vacía colgando de la mano de Abi se puso más blanca todavía que Abi.

–Abi-mi-dios –eso fue todo lo que dijo mamá–. Abi-mi-dios –y todavía tardó unos segundos más
en ponerse en movimiento.

La sacudió por los hombros, pero Abi no respondió. Le gritó, pero Abi tampoco respondió. Corrió
hasta el teléfono y llamó a papá, y cuando volvió corriendo Abi todavía seguía de pie, con la taza
colgándole de la mano. Mamá le sacó la taza y la tiró en la pileta. Abrió la heladera, sacó la leche
y la sirvió en un vaso. Se quedó mirando el vaso, luego a Abi, luego el vaso, y finalmente tiró
también el vaso a la pileta. Papá, que trabajaba muy cerca de casa, llegó casi de inmediato, pero
todavía le dio tiempo a mamá a hacer todo el show del vaso de leche una vez más, antes de que
él empezara a tocar la bocina y a gritar.

Cuando me asomé al living vi que la puerta de entrada, la reja y las puertas del coche ya estaban
abiertas. Papá volvió a tocar bocina y mamá pasó como un rayo cargando a Abi contra su pecho.
Sonaron más bocinas y mamá, que ya estaba sentada en el auto, empezó a llorar. Papá tuvo que
gritarme dos veces para que yo entendiera que era a mí a quien le tocaba cerrar.

Hicimos las diez primeras cuadras en menos tiempo de lo que me llevó cerrar la puerta del
coche y ponerme el cinturón. Pero cuando llegamos a la avenida el tráfico estaba prácticamente
parado. Papá tocaba bocina y gritaba ¡Voy al hospital! ¡Voy al hospital! Los coches que nos
rodeaban maniobraban un rato y milagrosamente lograban dejarnos pasar, pero entonces, un
par de autos más adelante, todo empezaba de nuevo. Papá frenó detrás de otro coche, dejó de
tocar bocina y se golpeó la cabeza contra el volante. Nunca lo vi hacer una cosa así. Hubo un
momento de silencio y entonces se incorporó y me miró por el espejo retrovisor. Se dio vuelta y
me dijo:

–Sacate la bombacha.

b. Completar el siguiente cuadro con los verbos del texto anterior:

Verbos no conjugados Verbos conjugados


Infinitivo Participio Gerundio Cumpl,í soportaba, dejaran, tomó...
Mirar(la)

115
c. Reconocer los siguientes verbos:

Verbo en primera persona del singular y presente del indicativo:

Verbo en tercera persona del plural y pretérito imperfecto del indicativo

Verbo en tercera persona del singular y pretérito imperfecto del subjuntivo

Verbo en primera persona del singular y pretérito perfecto del indicativo.

Verbo en tercera persona del plural y pretérito perfecto compuesto del indicativo.

116
En torno a la combinatoria de tiempos verbales en español
Francisco Javier Perea Siller

María Martínez-Atienza

1. Consecutio temporum

El fenómeno de la consecutio temporum o correlación verbal hay que entenderlo relacionado con
la distinción entre tiempos deícticos y tiempos anafóricos, como un tipo especial de relación
anafórica entre unos tiempos y otros. Estrictamente, se puede entender la consecutio temporum
como la relación sintáctica que se establece entre el verbo principal (al que se hará referencia a
partir de ahora como V1) y el subordinado (que se denominará V2) en la que el tiempo de V2 está
inducido por el tiempo de V1. La noción más extendida de lo que se entiende por consecutio
temporum se expresa en el siguiente pasaje de Carrasco:

*…+ existe correlación temporal siempre que el verbo de una oración subordinada orienta
sus relaciones temporales con respecto al tiempo del acontecimiento denotado por el
verbo de la oración a la que se subordina. (1999: 3083)

(…) la interpretación temporal de V2 no se *orienta+ sobre el momento de la enunciación,


es decir, el punto cero, sino en relación con la temporalidad expresada por V1.

En una concepción más amplia de la correlación verbal, representada por Rojo y Veiga, debe
relacionarse con un fenómeno más general que afecta al sistema de los tiempos verbales, que es
la llamada cronología relativa, en virtud de la cual las formas verbales expresan relaciones de
anterioridad, simultaneidad o posterioridad entre acontecimientos o situaciones, tanto entre las
propias formas como con respecto a otro punto expresado por un complemento circunstancial de
tiempo. Como escriben Rojo y Veiga (2887):

Aunque las gramáticas se refieren a ella casi exclusivamente en relación a estructuras


complejas en las que una oración depende sintácticamente de otra (las llamadas
‘subordinadas sustantivas’, por ejemplo) *…+, la correlación temporal, en realidad, remite a
algo mucho más amplio, que abarca todo lo referente a la expresión lingüística de las
relaciones temporales existentes entre las situaciones. (…)

En el siguiente cuadro podrán ver las relaciones entre algunos de los tiempos verbales3:

117
Ejercitación4:

1) Reconocer si las relaciones temporales entre los verbos de las siguientes oraciones son de
simultaneidad, anterioridad o posterioridad. Justificar.

- Cree que cocinó muy bien.

- Cree que cocinará muy bien.

- Creyó que aprobaba el examen.

- Ha creído que había aprobado el examen.

- Cree que aprueba el examen.

- Creerá que aprobará el examen.

118
Actividad en el campus

Revisen el campus bimodal para acceder al material de trabajo y a las actividades. Será necesario
que participen en el foro indicado siguiendo las consignas. Cualquier consulta que tengan, no
duden en comunicarse por el campus.

Trabajos individuales de escritura: las y los estudiantes como


estudiosas/os

En estas dos clases trabajaremos sobre sus producciones individuales. Es necesario que ya
hayan avanzado en los textos a presentar, de manera de aprovechar este espacio para
realizar consultas puntuales. En el campus virtual encontrarán los materiales extra con los
que podrán confeccionar sus trabajos. Allí también podrán consultar la consigna.

Para la clase 13 les recomendamos traer:

● Este cuadernillo.
● Los materiales teóricos extra brindados.
● Otros materiales que les parezcan pertinentes.
● Sus producciones escritas.
● Sus apuntes de las clases.
● Las consultas escritas que tengan que realizar.

119
Bibliografía

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122
Guía de referencia

Figuras retóricas, por Miguel Ángel Garrido et al.

Las figuras retóricas se obtienen:

a) Mediante transgresiones de la norma lingüística, denominadas licencias.


b) Mediante repeticiones que sirven para intensificar (intensificaciones).
c) Mediante la utilización especialmente lúcida o adecuada de los mecanismos
comunes de la lengua, puestos al servicio de una mayor expresividad o intensidad
(intensificaciones).

Se han distinguido también entre recursos que afectan a palabras aisladas y recursos
que afectan a grupos de palabras. Entre los primeros, se encuentran los de naturaleza
fónica y gráfica y los de naturaleza léxico-semántica. Las clasificaciones existentes son
muchas. La que se ofrece a continuación está inspirada en la propuesta por Todorov.
Tanto los grupos de figuras denominados licencias como las intensificaciones pueden
ser agrupadas según cuatro niveles lingüísticos a los que afectan:

● Relación sonido-sentido;
● Sintaxis;
● Semántica;
● Relación signo-referente.

Licencias:

1) Relación sonido – sentido:

Aliteración: La Aliteración es una Figura Retórica que consiste en repetir y/o combinar varios
sonidos consonánticos a lo largo de una misma frase. Su objetivo es conseguir un efecto lírico
sonoro.

Ejemplo: "en el silencio sólo se escuchaba


un susurro de abejas que sonaba".
Garcilaso de la Vega
Anáfora: La Anáfora, (del latín anaphora y ésta del griego ἀναφορά "ascenso, referencia a lo
anterior"), es una Figura Retórica que consiste en repetir una palabra o conjunto de palabras al
comienzo de una frase o verso.

123
Ejemplo: “Temprano levantó la muerte el vuelo
temprano madrugó la madrugada
temprano estás rondando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada
no perdono a la vida desatenta
no perdono a la tierra ni a la nada”
Miguel Hernández, Elegía

Retruécano: El Retruécano es una Figura Retórica que consiste en repetir una frase con el orden
inverso de los elementos de otra frase, consiguiendo un cambio de sentido evidente. El
retruécano está dentro del grupo de Figuras Retóricas de Repetición.

Ejemplo: “Poner riquezas en mi pensamiento


Y no mi pensamiento en las riquezas”.
Sor Juana Inés de la Cruz

Calambur: El Calambur es una Figura Retórica consistente en reagrupar sílabas o palabras de


manera que den un significado distinto o incluso contradictorio. Es un Recurso muy utilizado en
adivinanzas y juegos de palabras.

Ejemplo: "si el Rey no muere, el Reino muere".

Derivación: a Derivación es una Figura Retórica que consiste en reunir palabras de una misma
familia léxica. La Derivación consigue producir intensificación semántica en la expresión.

Ejemplo: “Temprano madrugó la madrugada”.

2) Sintaxis

Elipsis: La Elipsis es una Figura Retórica de omisión consistente en omitir alguno de los elementos
de la frase con el objetivo de conseguir un mayor énfasis.

Ejemplo: “La casa oscura, vacía;


Humedad en las paredes;
Brocal de pozo sin cubo;
Jardín de lagartos verdes.”
Nicolás Guillén.

En el ejemplo se han suprimido todas las formas verbales.

124
Hipérbaton: El Hipérbaton es una Figura Retórica consistente en alterar el orden lógico de los
términos que constituyen una frase. Fue un recurso especialmente utilizado en la prosa latinizante
del siglo XV y en la estética del Barroco del Culteranismo y cuyo objetivo era hacer más noble el
lenguaje.

Ejemplo: “del salón en el ángulo oscuro


de su dueña tal vez olvidada
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa”
Gustavo Adolfo Bécquer

Encabalgamiento: El Encabalgamiento es una figura retórica que consiste en no terminar las frases al final
del verso sino en el siguiente (van "a caballo" entre dos versos). Produce un efecto sonoro particular, ya que
disloca la oración.

Ejemplo: “Abre todas las puertas: la que conduce al oro,


la que lleva al poder, la que esconde el misterio
del amor; la que oculta el secreto insondable
de la felicidad, la que te da la vida
para siempre en el gozo de una visión sublime.”
Luis Alberto de Cuenca

Paralelismo: El Paralelismo es una Figura Retórica de Repetición que consiste en la semejanza


(misma estructura) entre distintas partes de un texto. El Paralelismo puede ser de los siguientes
tipos:

● Sinonímico: repite aproximadamente el mismo contenido: "que los gritos de angustia del
hombre los ahogan con cuentos / que el llanto del hombre lo taponan con cuentos" [León
Felipe].
● Antitético: es decir, de contenidos opuestos: "y la carne que tienta con sus frescos
racimos, / y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos." [Rubén Darío].
● Sintético: desarrolla nuevos contenidos. "Por lo visto es posible declararse hombre. / Por
lo visto es posible decir No." [Jaime Gil de Biedma]

Polisíndeton: El Polisíndeton es una Figura Retórica consistente en la utilización de nexos


innecesarios dentro de la estructura de la oración para transmitir un determinado mensaje.

Ejemplo: “Soy un fue y un será y un es cansado.


En el hoy y mañana y ayer junto
pañales y mortaja y he quedado
presentes sucesiones de difunto.”

125
Francisco de Quevedo

3) Semántica:

Metáfora: La Metáfora, del griego meta (fuera o más allá) y pherein (trasladar), es una Figura
Retórica que consiste en expresar una palabra o frase con un significado distinto al habitual entre
los cuales existe una relación de semejanza o analogía. Es decir, se identifica algo real (R) con algo
imaginario (I). Se distingue de la Comparación en que no usa el nexo "como". Es una de las Figuras
Retóricas más recurridas.

Ejemplo: “En la luna negra


un grito y el cuerno
largo de la hoguera”
Federico García Lorca

En el ejemplo el cuerno de la hoguera alude al humo.

Comparación: El Símil o Comparación es una Figura Retórica de significación que consiste en


establecer una relación explícita entre un término real y uno alegórico o imaginario de
cualidades análogas. Esta comparación está marcada típicamente por medio de “como”, “cual”,
“que”, o “se asemeja a”.

Ejemplo: “unos cuerpos son como flores


otros como puñales
otros como cintas de agua
pero todos, temprano o tarde
serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden
convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre.”

Luis Cernuda, Los Placeres Prohibidos

Antítesis: La Antítesis (del griego αντίθεσις – anti: contra y Tesis: afirmación, axioma) es una
Figura Retórica que consiste en emplear dos sintagmas, frases o versos en cada uno de los cuales
se expresan ideas de significación opuesta o contraria (antítesis propiamente dicha) o
impresiones más subjetivas e indefinidas que se sienten como opuestas (contraste).

Ejemplo: Es tan corto el amor y es tan largo el olvido...


(Pablo Neruda, "Veinte poemas de amor y una canción desesperada")

Hipérbole: La Hipérbole es una Figura Retórica que consiste en exagerar un aspecto de la


realidad (situación, característica o actitud), ya sea por exceso (aúxesis) o por defecto (tapínosis).
La Hipérbole tiene como fin conseguir una mayor expresividad. La hipérbole es

126
predominantemente un recurso cómico, pero también puede usarse, para expresar una
desesperación.

Ejemplo: “No hay extensión más grande que mi herida,


Lloro mi desventura y sus conjuntos
Y siento más tu muerte que mi vida.”
Miguel Hernández

Prosopopeya: Atribución de cualidades de ciertos seres a otros que no las poseen. Más
específicamente, la prosopopeya puede clasificarse de la siguiente manera:
Personificación: atribución de rasgos humanos a seres no humanos.
Animalización: Atribución de rasgos propios de los animales a otros seres vivos.
Reificación o cosificación: Atribución de rasgos propios de objetos a seres vivos.
Animización: Atribución de cualidades propias de seres animados en general a seres inanimados.

Ejemplo: “En el aire conmovido


Mueve la luna sus brazos”
Federico García Lorca

“Florecerán los besos


Sobre las almohadas”
Miguel Hernández

Metonimia: La Metonimia es una Figura Retórica relacionada con la Metáfora que consiste en
designar una cosa o idea con el nombre de otra basándose en la relación de proximidad existente
entre el objeto real y el objeto representado. Los casos más frecuentes de metonimia son las
relaciones tipo causa-efecto y las del todo por la parte.

Ejemplo: “aquel país fue su cuna y su sepulcro.”

“Qué le habrán hecho mis manos.


Qué le habrán hecho,
Para dejarme en el pecho
Tanto dolor.”

Epíteto o pleonasmo: El Epíteto es un Figura Retórica de pensamiento consistente en el uso de


adjetivos innecesarios que no añaden ninguna información suplementaria para describir una idea
o concepto. Su función es acentuar el significado de lo que se está describiendo. Es una Figura muy
común en la literatura Renacentista.

Ejemplo: “Por ti la verde hierba, el fresco viento


el blanco lirio y colorada rosa

127
y dulce primavera me agradaba…”
Garcilaso

Oxímoron: Unión de dos palabras de significado literalmente contradictorio, aplicadas al mismo


objeto, a la misma persona o a la misma acción.

Ejemplo: “Es hielo abrasador, es fuego helado”


Quevedo

Gradación: Es una serie significativa y ordenada de elementos. Si el orden es progresivo se


denomina ascendente, si es regresivo, descendente.

Ejemplo: “Acude, corre, vuela


Traspasa la alta sierra, ocupa el llano,
No perdones la espuela (…)”
Fray Luis de León

“No sólo en plata o viola truncada


Se vuela, más tú y ello juntamente
En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.”
Luis de Góngora

Enumeración: Presentación de manera rápida de una serie de ideas referidas al mismo objeto.

Ejemplo: “Osar, temer, amar y aborrecerse


Alegre con la gloria atormentarse,
De olvidar los trabajos olvidarse,
Entre llamas arder sin encenderse.”
Quevedo

Equívoco: Enfrentamiento de dos significados distintos de un mismo significante.

Ejemplo: “Lo hubieran montado en el burro


Si hubiera cantado en el potro.”
Quevedo

NOCIONES DE VERSIFICACIÓN

Versificación: es el arte de componer versos de acuerdo con medidas y ritmos


determinados.

128
Verso: es, desde lo sonoro, una unidad rítmica marcada por una pausa final; y desde lo
gráfico, se escribe en un renglón, aunque no lo ocupe entero.
Estrofa: Es un conjunto de versos que se separan entre sí por un espacio en blanco. Algunas
poesías pueden estar organizadas en estrofas, y cada estrofa puede tener distinto número de
versos.
Las estrofas de un poema reciben distintos nombres según la cantidad de versos que
contienen:
Pareados: contienen dos versos.
Tercetos: contienen tres versos.
Cuartetos: contienen cuatro versos.
Quintillas: contienen cinco versos.
Sextinas: compuestas por seis versos.
Octavas: son las que tienen ocho versos.
Décimas: son las que tienen diez versos.
Series indefinidas de versos: varía la cantidad de versos y no se separa en estrofas.

Métrica: En muchos poemas, los versos tienen una cantidad de sílabas métricas determinadas.
Medir un verso consiste en contar las sílabas que lo integran, teniendo en cuenta algunas licencias
poéticas y el acento final. Cuando todos los versos de esos poemas miden igual (o siguen una
determinada “métrica”), estamos frente a una poesía con versificación regular, y si no son iguales
ni proporcionales entre sí, se dice que es una poesía con versificación irregular.
Las licencias poéticas:
Debemos comenzar por saber a qué llamaremos “licencia”:

Licencia (del latín licentia) s.f. 1. Facultad o permiso para hacer una cosa. 2. Libertad abusiva en
decir u obrar. 3. Licencia poética. Poét. Cada una de ciertas infracciones de las leyes del lenguaje
o del estilo que pueden cometerse lícitamente en la poesía.

Es decir, son “pequeños atrevimientos” que el poeta se toma para con el lenguaje, ya que la
medida de los versos no corresponde exactamente a la cantidad de sílabas que posee según las
reglas del silabeo común.

1. SINALEFA: se da cuando a una palabra que termina con vocal, le sigue otra que empieza con vocal,
así como en el habla corriente tendemos a unir palabras a causa de dicho “enlace” de vocales. En
este caso, dicho sonido se contará como una sola sílaba:

Jo/ven,/ a/cér/que/se a/cá:/


¿es/ti/ma us/ted/ su/ pe/lle/jo?/
Pues,/ es/cú/che/me un/ con/se/jo,/
que/ me/ lo a/gra/de/ce/rá./
Rubén Darío (Nicaragua)

129
2. HIATO: es el caso contrario de la sinalefa. Consiste en la separación de una palabra que termina
con vocal con la que le sigue que también comienza con vocal.

Muy/ gra/cio/sa es/ la/ don/ce/lla/


có/mo / es/ be/lla y/ her/mo/sa/.
Di/gas/ tú / el/ ma/ri/ne/ro./
Gil Vicente (España)

El acento final:

Para medir los versos también tenemos que tener en cuenta qué clase de palabra es la última del
mismo, según su acentuación, ya que:
1. Si el verso termina con una palabra grave, el número de sílabas del verso es la que realmente
contamos.

Un/ sue/ño/ so/ña/ba a/no/che/ 8


so/ñi/to/ del/ al/ma/ mí/a/ 8
so/ña/ba/ con/ mis/ a/mo/res/ 8
que en/ mis/ bra/zos/ los/ te/ní/a./ 8
Anónimo

2. Si el verso termina con una palabra aguda o con un monosílabo, se le suma una sílaba.

Sau/ce: en/ ver/dad/ te/ di/go/ que/ me/ das/ com/pa/sión 13 + 1


co/mo/ si/ fue/ra un/ ni/do/ se/ te/ ve el/ co/ra/zón./ 13 + 1

Baldomero Fernández Moreno (Argentino)

3. Si el verso termina con una palabra esdrújula, al verso se le deberá restar una sílaba.

Yo/ que an/he/lé/ ser/ o/tro,/ ser/ un/ hom/bre/ 11


de/ sen/ten/cias,/ de/ li/bros/, de/ dic/tá/me/nes/ 12 - 1
a/ cie/lo a/bier/to/ ya/ce/ré en/tre/ cié/na/gas/ 12 - 1
pe/ro/ me en/dio/sa el/ pe/cho i/nex/pli/ca/ble/ 11
un/ jú/bi/lo/ se/cre/to. Al/ fin/ me en/cuen/tro/ 11
con/ mi/ des/ti/no/ su/da/me/ri/ca/no./ 11

Jorge Luis Borges (Argentino)

130
Además, al hablar de las medidas de los versos, podemos diferenciar dos tipos de
versificación: de arte menor, cuando los versos miden ocho sílabas o menos; y de arte mayor,
cuando los versos miden nueve versos o más.
De acuerdo a la versificación, los poemas reciben diferentes nombres. Los más comunes
son: de arte menor, el romance; y de arte mayor, el soneto.
Medidas más comunes en los versos:
Siete sílabas: heptasílabos.
Ocho sílabas: octosílabos.
Once sílabas: endecasílabos.
Catorce sílabas: alejandrinos.

Ahora bien, todas las reglas que tenían que ver con la regularidad en poesía van a ser
cuestionadas por las vanguardias.

Paradigma verbal del español

Verbos no conjugados (conocidos


tradicionalmente como verboides)
Infinitivo Amar – Temer – Partir
Participio Amado – temido – partido
Gerundio Amando – temiendo - partiendo

NODO TAM (los verbos no


conjugados no lo presentan)
Tiempo
Aspecto
Modo

Modo indicativo
Persona Presente
Yo Amor – temo – parto
Vos Amás – temés – partís
Él/ Ella Ama – teme – parte
Nosotros/as Amamos – tememos – partimos
Ustedes Aman – temen – parten
Ellos/as Aman – temen – parten

Persona Pretérito perfecto simple Persona Pretérito imperfecto


Yo Amé – temí –partí Yo amaba – temía – partía
Vos amaste – temiste – partiste Vos amabas – temías – partías
Él/ Ella amó – temió – partió Él/ Ella amaba – temía – partía
Nosotros/as amamos – temimos – partimos Nosotros/as amábamos – temíamos –
Ustedes amaron – temieron – partieron Ustedes partíamos

131
Ellos/as amaron – temieron – partieron Ellos/as Amaban – temían – partían
Amaban – temían – partían
Pretérito pluscuamperfecto Pretérito anterior
Yo Había amado/temido/partido Yo Hube amado/temido/partido
Vos Habías amado/temido/partido Vos Hubiste
Él/ Ella Había amado/temido/partido Él/ Ella amado/temido/partido
Nosotros/as Habíamos amado/temido/partido Nosotros/as Hubo amado/temido/partido
Ustedes Habían amado/temido/partido Ustedes Hubimos
Ellos/as Habían amado/temido/partido Ellos/as amado/temido/partido
Hubieron
amado/temido/partido
Hubieron
amado/temido/partido
Pretérito perfecto compuesto
Yo He amado/temido/partido
Vos Has amado/temido/partido
Él/ Ella Ha amado/temido/partido
Nosotros/as Hemos amado/temido/partido
Ustedes Han amado/temido/partido
Ellos/as Han amado/temido/partido

132
Persona Futuro perfecto simple Persona Futuro perfecto compuesto
Yo Amaré – temeré – partiré Yo Habré
Vos Amarás – temerás – partirás Vos amado/temido/partido
Él/ Ella Amará – temerá – partirá Él/ Ella Habrás
Nosotros/as Amaremos – temeremos – Nosotros/as amado/temido/partido
Ustedes partiremos Ustedes Habrá
Ellos/as Amarán – temerán – partirán Ellos/as amado/temido/partido
Amarán – temerán – partirán Habremos
amado/temido/partidoHabr
án amado/temido/partido
Habrán
amado/temido/partido

Persona Condicional simple Persona Condicional perfecto


Yo Amaría – temería – partiría Yo Habría amado/temido/partido
Vos Amarías – temerías – partirías Vos Habrías amado/temido/partido
Él/ Ella Amaría – temería – partiría Él/ Ella Habría amado/temido/partido
Nosotras Amaríamos – temeríamos – Nosotros Habríamos
Ustedes partiríamos Ustedes amado/temido/partido
Ellos/as Amarían – temerían – partirían Ellos/as Habrían amado/temido/partido
Amarían – temerían – partirían Habrían amado/temido/partido

Modo subjuntivo
Persona Presente
Yo Ame – tema – parta
Vos Ames – temas – partas
Él/ Ella Ame – tema – parta
Nosotros/as Amemos – temamos – partamos
Ustedes Amen – teman – partan
Ellos/as Amen – teman – partan

Persona Pretérito perfecto Persona Pretérito imperfecto


Yo Haya amado/temido/partido Yo Amara o amase
Vos Hayas amado/temido/partido Vos Amaras o amases
Él/ Ella Haya amado/temido/partido Él/ Ella Amara o amase
Nosotros/as Hayamos amado/temido/partido Nosotros/as Amáramos o amásemos
Ustedes Hayan amado/temido/partido Ustedes Amaran o amasen
Ellos/as Hayan amado/temido/partido Ellos/as Amaran o amasen
Persona Pretérito pluscuamperfecto
Yo Hubiera o hubiese amado/temido/partido
Vos Hubieras o hubieses amado/temido/partido
Él/ Ella Hubiera o hubiese amado/temido/partido
Nosotros/as Hubiéramos o hubiésemos amado/temido/partido
Ustedes Hubieran o hubiesen amado/temido/partido
Ellos/as Hubieran o hubiesen amado/temido/partido

133
Persona Futuro perfecto simple Persona Futuro perfecto
Yo Amare – temiere – partiere Yo Hubiere amado/temido/partido
Vos Amares – temieres – partieres Vos Hubieres amado/temido/partido
Él/ Ella Amare – temiere – partiere Él/ Ella Hubiere amado/temido/partido
Nosotros Amaremos – temiéremos – Nosotras Hubiéremos amado/temido/partido
Ustedes partiéremos Ustedes Hubieren amado/temido/partido
Ellos/as Amaren – temieren – partieren Ellos/as Hubieren amado/temido/partido
Amaren – temieren – partieren

Modo imperativo
Persona Modo imperativo
- -
Vos Amá – temé – partí
Él/ Ella Ame – tema – parta
Nosotros/as Amemos – temamos – partamos
Ustedes Amen – teman – partan
Ellos/as Amen – teman – partan

134
Verbos de habla
A
Abordar, acentuar, aclarar, admitir, advertir, afirmar, agregar, alertar, aludir, analizar, añadir,
apoyar, argumentar, asegurar, aseverar, atribuir.
C
Citar, clasificar, coincidir, comentar, comparar, comprobar, concluir, confirmar, conjeturar,
considerar, constatar, continuar, contradecir, corregir, corroborar, cotejar, cuestionar.
D
Debatir, describir, definir, demostrar, destacar, discutir, disentir, distinguir.
E
Ejemplificar, enfatizar, entender, enumerar, especificar, establecer, evidenciar, explicar,
explicitar, exponer.
F
Finalizar, formular.
I
Ilustrar, incitar, indagar, indicar, informar, insinuar, interrogar.
J
Justificar.
M
Manifestar, matizar, mencionar.
N
Nombrar, notar.
O
Objetar, observar.
P
Planear, ponderar, precisar, predecir, prever, proponer, proseguir, puntualizar.
R
Ratificar, razonar, reafirmar, rebatir, recalcar, reconocer, recordar, reflexionar, reforzar,
reiterar, relacionar, relatar, repetir, replicar, resaltar, resolver, responder, resumir.
S
Señalar, sintetizar, sostener, subrayar, sugerir, suponer.
T
Teorizar, terminar, transmitir.

Términos de examen o consigna (con definiciones)

Los alumnos deberán familiarizarse con los siguientes términos y expresiones utilizados en las
preguntas de examen. Los términos se deberán interpretar tal y como se describe a continuación.
Aunque estos términos se usarán frecuentemente en las preguntas de examen, también podrán
usarse otros términos con el fin de guiar a los alumnos para que presenten un argumento de una
manera específica.

Analizar Separar [las partes de un todo] hasta llegar a identificar los elementos esenciales o la
estructura.

Comentar Emitir un juicio basado en un enunciado determinado o en el resultado de un cálculo.

135
Comparar Exponer las semejanzas entre dos (o más) elementos o situaciones refiriéndose
constantemente a ambos (o a todos).

Comparar y contrastar Exponer las semejanzas y diferencias entre dos (o más) elementos o
situaciones refiriéndose constantemente a ambos (o a todos).

Contrastar Exponer las diferencias entre dos (o más) elementos o situaciones refiriéndose
constantemente a ambos (o a todos).

Describir Exponer detalladamente.

Discutir Presentar una crítica equilibrada y bien fundamentada que incluye una serie de
argumentos, factores o hipótesis. Las opiniones o conclusiones deberán presentarse de forma
clara y justificarse mediante pruebas adecuadas.

¿En qué medida…? Considerar la eficacia u otros aspectos de un argumento o concepto. Las
opiniones y conclusiones deberán presentarse de forma clara y deben justificarse mediante
pruebas apropiadas y argumentos consistentes.

Evaluar Realizar una valoración de los puntos fuertes y débiles.

Examinar Considerar un argumento o concepto de modo que se revelen los supuestos e


interrelaciones inherentes a la cuestión.

Explicar Exponer detalladamente las razones o causas de algo.

Explorar Llevar a cabo un proceso sistemático de indagación.

Interpretar Utilizar el conocimiento y la comprensión para reconocer tendencias y extraer


conclusiones a partir de información determinada.

Investigar Observar, estudiar o realizar un examen minucioso y sistemático para probar hechos
y llegar a nuevas conclusiones.

Justificar Proporcionar razones o pruebas válidas que respalden una respuesta o conclusión.

Pequeño manual de citas bibliográficas (2017)


Existen varios modelos para armar una bibliografía. Lo importante es que una vez que se ha
optado por uno, hay que continuar con ese. En este caso, se utilizará el sistema de Normas APA.

1. En principio, aparecen consideraciones generales respecto a qué textos y documentos


deben aparecer en una bibliografía.
2. También se hace una pequeña diferenciación entre los tipos de citas (textuales o directas y
paráfrasis o indirectas) que habitualmente se utilizan al momento de elaborar ensayos,
investigaciones, monografías, informes o artículos periodísticos.

136
3. Se han anotado y especificado las posibilidades más comunes de referencias bibliográficas.
4. Hacia el final, se explica qué son y cómo se utilizan las citas a pie de página (footnotes).
Además, se adjunta una breve explicación respecto a la utilidad, la necesidad y las
diferentes funciones que puede tener una cita al pie: explicar, agregar información
respecto a una fuente precisa o proporcionar información de contexto, entre otras
posibilidades. En todas las situaciones, sin embargo, amplían la información de un párrafo.

Normas APA:

Lista de referencias bibliográficas

Deben incluirse solamente los documentos que se hayan leído o consultado. Cada entrada por lo
común tiene los siguientes elementos: Autor, año de publicación, título y subtítulo, datos de la
edición, si no es la primera, lugar de publicación (ciudad) y editorial.

Las entradas se ordenarán alfabéticamente por apellido del o de los autores, en todos los casos
(libros, web, revistas, etc.)

a) Citas textuales (cita directa)

Si se transcriben frases enteras de un trabajo se dice que es una cita textual.

Si no se cita la fuente es plagio. Las citas textuales tienen que ser exactas. Deben seguir las
palabras, la ortografía y la puntuación de la fuente original, aun si ésta presenta incorrecciones.

Ejemplo:

"En estudios psicométricos realizados por la Universidad de Connecticut, se ha encontrado que los
niños tienen menos habilidades que las niñas" (Ferrer, 1986, p. 454).

b) Paráfrasis o cita ideológica (cita indirecta)

Si se comenta algún aspecto o alguna idea de un autor y se la transcribe utilizando palabras


propias (las palabras de quien escribe el trabajo) estamos parafraseando al autor original. Y es
perfectamente lícito siempre que se indique la fuente.

Ejemplo:

● Borges, en su cuento El Aleph y en el contexto de la literatura fantástica, trabajó la idea de


la muerte de una manera muy particular al establecer…
● Borges (1944), en su cuento El Aleph, trabajó la idea de la muerte de una manera
particular y no casualmente, el nombre de la mujer amada coincide con el Dante. Sin
embargo, el propósito (más allá de la muerte y la situación amorosa) es literariamente
fantástico...

137
* Por supuesto que, en este caso, el cuento El Aleph tiene que incluirse luego en la bibliografía.

Formas de entrada según el tipo de documento

Libros

-Libros con un solo autor;

Béjar, M.D (2011). Historia del Siglo XX. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

-Libros con más de un autor:

Muchnick, D y Pérez, D (2013) Furia ideológica y violencia en la Argentina de los `70. Buenos Aires:
Ariel.

Valenzuela, D y Sanguinetti, M (2012) Sarmiento Periodista. El caudillo de la pluma. Buenos Aires:


Sudamericana.

-Libro de un autor desconocido

El cantar de los nibelungos (1981), Buenos Aires: Folios Ediciones.

-Libro con más de un editor o director (compilaciones)

Ferrari, G y Gallo E. (Comp.) (1980) La Argentina del ochenta al Centenario. Buenos Aires:
Sudamericana.

Hunermann, P. y Eckhott, M (Eds.). (1998). La juventud latinoamericana en los procesos de


globalización: opción por los jóvenes. Buenos Aires: Flacso.

-Citar un capítulo de un libro

Torre, Juan Carlos (2002). Introducción a los años peronistas. En Nueva Historia Argentina (Los
años peronistas), tomo VIII (pp.11-108). Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

-Artículo de revista científica

Lee, J. y Musumeci, D. (1988). On hierarchies of reading skills and text types. Modern Language
Journal, 72 (2), 73:187. (Estás indicando: Volumen 72, número 2, de la página 73 a la 187).

-Cómo citar una revista

138
Rolling Stone (2009). Anuario, Nº 141. Buenos Aires: S.A La Nación.

Sociedad (1992). Buenos Aires: UBA. Facultad de Ciencias Sociales.

-Cómo citar un artículo de una revista.

Kleiman, Claudio (2009). Un Rock eterno. Del ensayo de Almendra a la intimidad previa al show de
Vélez. Spinetta nos deja ver toda su vida musical. Revista Rolling Stone, 141, pp.66-67.

Rivarosa, A. (2006). La resolución de problemas ambientales en la escuela y en la formación inicial


de maestros. Revista Iberoamericana deEducación. 40, 111-124.

-Cómo citar un diccionario

Ferrater Mora, J. (1994). Diccionario de filosofía. Barcelona: Ariel.

-Internet

Cervantes, M. de. (2001). El amante liberal. Recuperado el 13 de septiembre de 2002, de


http://www.librosalacarta.com/pdf_gratis/El_amante_liberal.pdf.

Schulz, Hans (2014). La muerte de un fantasma. Recuperado el 20 de septiembre de 2014 de

http://bariloche2000.com/noticias/leer/la-muerte-de-una-fantasma/83640

Si se trata de un artículo sin firma:

Para compensar, exigen la reapertura de las paritarias. La Nación. Recuperado el 11 de septiembre


de 2014 de http://www.lanacion.com.ar/1728867-para-compensar-exigen-la-reapertura-de-las-
paritarias.

-Ponencia y acta de congreso

Thomas, B. (1989). El desarrollo de la colección en bibliotecas públicas. Trabajo presentado al II


Congreso Latinoamericano de Bibliotecas Públicas, realizado en Montevideo del 5 al 10 de julio de
1989.

-Manuscrito no publicado

Spindler, G. (1993). Education and reproduction among Turkish families in Sydney. Manuscrito no
publicado.

-Artículos en diario:

139
a) Con firma

Pablo Mendelevich (2014, septiembre 7). La ilusión opositora del paraíso post-2015. La Nación,
Enfoques. 1.

Washington Uranga. (2001, octubre 20). La UBA honró al teólogo Gustavo Gutiérrez con un
Honoris Causa. Un doctorado de la liberación. Página 12, Universidad. 16.

b) Sin firma:

La elevación de la calidad educativa. (2001, octubre 20). Clarín: Opinión, 8-9.

-Cómo citar una entrevista personal:

a) Como pie de página (ejemplo):

Echeverría, Carlos (2011). Entrevista realizada en San Carlos de Bariloche el día 19 de mayo de
2011

b) En la bibliografía:

Echeverría, Carlos, Entrevista realizada en San Carlos de Bariloche el día 19 de mayo del 2011.

-Medios audiovisuales (película, documentales. Ejemplos)

Eastwood, C. (productor, guionista y director) (1985) Pale rider (El jinete pálido) (Película).

Estados Unidos. Warner Brothers/Malpaso Productions.

Scorsese, M. (Productor), & Lonergan, K. (escritor/director). (2000). You can count on me

[Película]. United States. Paramount Pictures.

Wallis, Hal B. (productor) & Michael Curtiz (director) (1942) Casablanca (película) Estados

Unidos. Warner Brothers.

Notas al pie de página

Las notas al pie o footnotes se suelen utilizar para (y son indispensables) para explicar, mencionar,
comentar, referenciar un texto en particular o una situación específica.

De alguna manera, amplían la información del párrafo:

- Se trata de datos que favorecen la comprensión del texto.

140
- Señalan la fuente de alguna afirmación, aportan elementos que ayudan al lector y lo sitúan en un
contexto determinado. También agregan alguna cuestión relacionada con el tema principal del
texto (entre otras funciones).

Ejemplo Nº 1 (tomado de La pasión y la excepción, Beatriz Sarlo)

“La contracara de los sublime: un sólido antiperonista, Jorge Luis Borges, escribió el relato que
enfrenta el cadáver de Eva Perón con su réplica imperfecta” (1)…

→ Hacia el final de la página, veremos la referencia.

Ejemplo Nº2 (Tomado de Un mundo feliz. Imágenes de los trabajadores en el primer peronismo
1946-1955, Marcela Gené)

“…Algunos fueron realizados ex profeso, como la mujer puede y debe votar (ASF, 1951), La payada
del tiempo nuevo (Ralph Papier, 1950), que recorría en tono gauchesco los logros de la Argentina
peronista, y Soñemos (Amadori, ASF, 1951) sobre la Ciudad Infantil… “ (2)…..

→ Hacia el final de la página, veremos las referencia. ↓

↕ Se advierte que ambas (la Nº 1 y la Nº 2) son, efectivamente, citas al pie. Pero aportan distintos
tipos y niveles de información al lector.

☻ Si dos notas consecutivas hacen referencia a un mismo texto, no es necesario escribir


nuevamente la referencia en la segunda nota: se escribe “Ibid” (en el mismo lugar, en el mismo
sitio), “Op. Cit” (que significa “obra citada”) También se admite “Ob.Cit”. Hay que optar por un
formato.

Ejemplos:

5. Ibid., pp. 167-170

20. Borges, Op.Cit, p.72

22. Schulz, Ob.Cit, p.85

1 Borges, Jorge Luis (1974). “El simulacro”, El hacedor, Obras Completas, Buenos Aires, Emecé.

2 Estos filmes fueron proyectados en grandes pantallas alrededor del Obelisco días antes de los
comicios, como parte de la “Exposición de la Nueva Argentina”, exposición de la obra del gobierno
en la calle Florida, inaugurada el 5 de noviembre de 1951.

Dudas y errores frecuentes


Natalia Jakubecki

141
1. Leísmo, laísmo, loísmo

Cuando el pronombre desempeña la función de complemento directo, dado que reemplaza un


sustantivo, deben usarse las formas lo/los para el masculino (singular y plural, respectivamente) y
la/las para el femenino (singular y plural, respectivamente).

Ejemplos:

¿Has visto a Juan? Sí, lo vi ayer.

¿Has visto a Juan y a sus hijos? Sí, los he visto en el parque.

Compré la medicina y se la di sin que nadie me viera.

¿Has comprado aspirinas? Sí, las compré antes de ir al taller.

Cuando el pronombre desempeña la función de complemento indirecto, deben usarse las formas
le/les (singular y plural, respectivamente), cualquiera que sea el género de la palabra a la que se
refiera:

Ejemplo:

Le pedí que se quedara [a mi amigo].

Les compré regalos [a mis padres].

Se llama “leísmo” el empleo erróneo de los pronombres le/les cuando debieran usarse
la/las/lo/los y “laísmo”, cuando sucede el caso inverso. El leísmo es muy usual entre los hablantes
españoles.

Ejemplo incorrecto: A Mariana le quieren mucho sus amigas.

Ejemplo correcto: A Mariana la quieren mucho sus amigas.

Nota: las reglas son las mismas cuando los pronombres son enclíticos: - lo(s), -la(s), -le(s), los
cuales se usan obligatoriamente en el imperativo, y de manera opcional en los otros modos.

Ejemplo:

No quiero ir al cine ¡Entiéndalo!

Están molestándola [a María].

142
Otro error frecuente, sobre todo en los hablantes argentinos, es añadir una “n” final al imperativo,
sea cual fuere el pronombre enclítico que se utilice (me/se/le/lo). En realidad, esta “n”, que
denota plural, ya está incluida en el verbo, por lo cual no es necesario repetirla en la flexión
pronominal.

Ejemplo incorrecto: ¡Mañana véngansen a casa!

Ejemplo correcto: ¡Mañana vénganse a casa!

2. Queísmo y dequeísmo

El dequeísmo consiste en añadir la preposición “de” delante de la conjunción “que” en los casos
en que el verbo o la frase verbal no lo exigen.

Ejemplo incorrecto: Creo de que estoy cansada.

Ejemplo correcto: Creo que estoy cansada.

Por su parte, el queísmo es la ausencia de la preposición “de” cuando el verbo o la frase verbal sí
lo exigen.

Ejemplo incorrecto: Estoy segura que todo saldrá bien.

Ejemplo correcto: Estoy segura de que todo saldrá bien.

Dos confusiones muy frecuentes se dan entre los verbos “acordarse” y “recordar”, por una parte; y
entre las formas “me alegro” y “me alegra” del verbo “alegrarse”, por otra. En el primer caso, el
verbo “acordarse”, que es pronominal, exige la preposición “de”, mientras que el segundo nunca.

Ejemplo:

Me acuerdo de tu sonrisa.

Recuerdo tu sonrisa.

Y en caso de que el objeto directo sea una proposición subordinada:

Ejemplo:

143
Me acordé de que teníamos una cena.

Recordé que teníamos una cena.

En el segundo caso, “me alegro” exige siempre “de”, mientras que “me alegra” nunca.

Ejemplo:

Me alegro de que puedas venir.

Me alegra que puedas venir.

3. Palabras y términos paronímicos problemáticos

Según la definición de Negroni (2006: 100), los parónimos “son palabras homófonas (igual sonido)
u homónimas (misma etimología), pero con distinto significado”. Aquí sólo ofrecemos una lista de
los más frecuentes.

A ver/ haber

● A ver: es la conjunción de la preposición “a” más el verbo “ver” en infinitivo. Voy a ver si
llueve.
● Haber: es el infinitivo del verbo. No debe haber ningún perro sin hogar.

Abría/ habría

● Abría: primera y tercera persona singular del imperfecto del indicativo del verbo “abrir”.
La puerta se abría con el viento.
● Habría: primera y tercera persona del singular del condicional del verbo “haber”. Habría
quedado más prolijo si hubieras usado la regla.

Ahí/ay/ hay

● Ahí: adverbio locativo que indica cercanía. Ahí está el gato, allá el perro.
● Ay: interjección. ¡Ay, me duele!
● Hay: forma impersonal del verbo “haber”. Hay manzanas en la heladera.

144
Allá/Aya/Halla/Haya

● Allá: es un adverbio locativo que indica lugar lejano: Acá pongo los libros, allá las revistas.
● Aya: es un sustantivo femenino, que significa “niñera”.
● Halla: es la forma de la tercera persona del singular del presente de indicativo o la segunda
persona (tú) del singular del imperativo, del verbo “hallar(se)”, que significa
“encontrar(se)”: No sé cómo lo hace, pero halla siempre una excusa perfecta para no ir /
La sede de la organización se halla en París.
● Haya: puede ser un verbo o un sustantivo. Como verbo, es la forma de primera o tercera
persona del singular del presente del subjuntivo del verbo “haber”: Espero que Luis haya
aprobado. Como sustantivo, es femenino y designa un tipo de árbol: Hay que podar el
haya del jardín.

A sí mismo/ asimismo / Así mismo

● A sí mismo: término formado por la preposición “a”, el pronombre reflexivo “sí” y el


adjetivo “mismo”. Martín sólo se quiere a sí mismo.
● Asimismo (un uso menos frecuente es así mismo): adverbio equivalente a “también”,
“además”.

Basta/vasta

● Basta: interjección. ¡Basta de mentiras!


● Vasta: adjetivo femenino singular que significa “amplia”. La Pampa argentina es muy
vasta.

Callo/ Cayo

● Callo: puede ser una forma verbal o un sustantivo. Como forma verbal, corresponde a la
primera persona singular del indicativo del verbo “callar”: Cuando habla la profesora, yo
me callo. Como sustantivo, es masculino singular y refiere a las durezas que se forman en
la piel. Tengo un callo en el pie.
● Cayo: accidente geográfico. Desde la playa se ve el cayo más cercano.

Cede/ sede

● Cede: tercera persona singular del presente indicativo del verbo “ceder”. Sabrina cede su
asiento en el colectivo.
● Sede: sustantivo femenino singular. La sede del CBC más cercana a casa es la de Puán.

145
Echo, echa, echas / hecho, hecha, hechas

Todas las formas del verbo “echar” (que significa, a grandes rasgos, “tirar”, “poner o depositar” y
“expulsar”) se escriben sin “h”: Siempre echo los papeles a la papelera. Las formas hecho, hecha,
hechas son del participio del verbo “hacer” y se escriben con “h”: ¿Has hecho lo que te dije? /
Aunque iba con prisa, dejó hecha la cama.

Ingerir/ injerir

● Ingerir: infinitivo que refiere al acto de llevarse a la boca algo con el fin de tragarlo. No se
debe ingerir comida en mal estado.
● Injerir: infinitivo que refiere a la acción de incluir una cosa en otra. Acabas de injerir en las
decisiones de la empresa.

Si no/ sino

● Si no: conjunción “si” más el adverbio negativo “no”. Si no haces caso, me enojaré.
● Sino: conjunción adversativa. No tendría que estar aquí, sino en su casa. También es un
sinónimo de “destino”. El sino es impredecible.

Sobre todo/ sobretodo

● Sobre todo: expresión conformada por la conjunción de la preposición “sobre” y el


adjetivo “todo”, que significa “principalmente”. Iré a la fiesta, sobre todo porque quiero
verte.
● Sobretodo: sustantivo masculino singular, prenda de vestir.

Ves/ vez

● Ves: segunda persona singular del presente indicativo del verbo “ver”. Tú ves mejor que
yo.
● Vez: sustantivo femenino singular. Toda vez que voy a la librería, me compro algo.

Vos/ voz

● Vos: pronombre personal de segunda persona singular. Vos no supiste hablar a tiempo.

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Nota: existe un error extendido entre los hablantes americanos que consiste en agregar una “s” al
verbo conjugado en segunda persona. Así, “Vos no supistes...” es incorrecto. Un caso
especialmente complejo constituye la diferencia entre porqué, porque, por qué y por que.

Porqué

Es un sustantivo masculino que equivale a causa, motivo, razón, y se escribe con tilde por ser
palabra aguda terminada en vocal. Puesto que se trata de un sustantivo, se usa normalmente
precedido de artículo u otro determinante. No comprendo el porqué de tu actitud [= la razón de tu
actitud].

Por qué

Se trata de la secuencia formada por la preposición “por” y el pronombre interrogativo o


exclamativo “qué”. Introduce oraciones interrogativas y exclamativas directas e indirectas. ¿Por
qué no viniste ayer a la fiesta? / ¡No comprendo por qué te pones así!

Porque

Se trata de una conjunción átona, razón por la que se escribe sin tilde. Puede usarse con dos
valores:

● Como conjunción causal, para introducir oraciones subordinadas que expresan causa, caso
en que puede sustituirse por locuciones de valor causal, como “puesto que” o “ya que”:
No fui a la fiesta porque no tenía ganas [= ya que no tenía ganas].
● También se emplea como encabezamiento de las respuestas a las preguntas introducidas
por “por qué”: -¿Por qué no viniste? -Porque no tenía ganas.

Por que

Puede tratarse de una de las siguientes secuencias:

● La preposición “por” más el pronombre relativo “que”. En este caso es más corriente usar
el relativo con artículo antepuesto (el que, la que, etc.): Este es el motivo por (el) que te
llamé.
● La preposición “por” más la conjunción subordinante “que”. Esta secuencia aparece en el
caso de verbos, sustantivos o adjetivos que rigen un complemento introducido por la
preposición “por” y llevan además una oración subordinada introducida por la conjunción
“que”: Al final optaron por (el hecho de) que no se presentase.

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4. Tilde diacrítica

La tilde diacrítica en monosílabos se coloca sobre ciertas palabras para distinguir diversos
significados del vocablo, según sean tónicos o átonos. La tilde se coloca sobre la palabra tónica,
aunque según las reglas generales no corresponda. Las más frecuentes son:

Sin tilde Con tilde


De: preposición Dé: imperativo de tercera persona singular del
verbo “dar”
El: artículo determinado masculino singular Él: pronombre personal de primera persona
Mas: sinónimo (literario) de “pero” singular
Mi: adjetivo posesivo de primera persona Más: adición
singular Mí: pronombre personal de primera persona
Se: pronombre reflexivo de tercera persona singular
singular Sé: primera persona singular del presente
Si: conjunción condicional indicativo del verbo “saber”
Te: pronombre reflexivo de segunda persona Sí: adverbio de afirmación
singular Té: sustantivo
Tu: adjetivo posesivo de segunda persona Tú: pronombre personal de segunda persona
singular singular

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