El Nacimiento de La Alemania Industrial, Kemp

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4- El nacimiento de la Alemania

industrial

En el curso de una sola generación, Alemania pasó


de ser una colección de estados económicamente atra­
sados que formaban un conglomerado político en el
centro de Europa, a constituir un imperio unificado
de rápido avance gracias a una industria en acelerada
expansión y fundada sobre una adelantada base tec­
nológica. Esta transformación, al estar acompañada
por un recurso deliberado a la fuerza militar como
instrumento de política nacional y por un nacionalis­
mo exacerbado, representó un acontecimiento de im­
portancia histórica capital. Desde un punto de vista
político, se abría una nueva era para Europa, que iba
a llevar a las dos grandes guerras del siglo xx. Desde
una perspectiva económica, iba a hacer surgir un nue­
vo monstruo industrial, capaz de tomar las riendas
del continente y desafiar la posición alcanzada por
Inglaterra en los mercados mundiales.
Las circunstancias dominantes antes y a lo largo
del proceso de surgimiento industrial alemán, confi­
rieron al capitalismo de este país sus rasgos espe­
cíficos. Estos incluían, hablando someramente, una
alta concentración de poder económico en las indus­
trias avanzadas, una asociación estrecha entre indus­
tria y bancos, así como la combinación de una estruc­
tura institucional tradicional y arcaica con las formas

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más desarrolladas de capitalismo. Se trataba de una
mezcla dinámica, por no decir explosiva. Intentaremos
en este capítulo esbozar y explicar su formación. El
acento estará colocado, pues, sobre las peculiaridades
del desarrollo económico alemán.
El primer problema hace referencia a las fuerzas
demorantes de la Alemania preindustrial. No se trata
de esbozar las características del subdesarrollo de un
caso ordinario; Alemania no era en el siglo xvm un
país subdesarrollado en el moderno sentido de la pa­
labra. Durante mucho tiempo Alemania había estado
contribuyendo ya al acervo de la tecnología europea.
Sus puertos, sus ciudades comerciales y banqueros
mercantiles habían jugado en otra época un papel re­
lativamente importante en el crecimiento económico
de Europa. Las exigencias de la Reforma habían sido
formuladas en primer lugar por los alemanes. La tra­
dición intelectual iniciada por ella florecía aún; las
contribuciones alemanas a la filosofía, la literatura y
la música eran de un peso específico y calidad impre­
sionantes. A pesar de ello, no hay duda de que Alemania
se encontraba económicamente atrasada en compara­
ción con los centros comerciales del noroeste de Euro­
pa. En realidad, sólo unas pocas zonas de Alemania,
que se encontraban lo suficientemente cerca como para
sentir el estímulo de dichos centros de desarrollo,
mostraban algunos síntomas de rompimiento con la
rutina y la tradición.
Sin duda alguna, el paro económico sufrido por
Alemania como consecuencia de la Guerra de los Trein­
ta Años, y más aún las divisiones políticas consagradas
por la Paz de Westfalia (1648), pueden damos una
explicación de las disparidades de desarrollo existen­
tes entre Almania y las regiones vecinas del oeste de
Europa. Con respecto a la estructura social y al régi­
men político, los estados alemanes del siglo x v iii se
encontraban más cerca de la Rusia de los zares que
del mundo occidental. Dentro de los estados goberna­
dos autocríticamente, con reyes, príncipes y duques,
las relaciones sociales seguían siendo de carácter feu­
dal o semifeudal. Esto era más evidente en las tierras

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de los Hohenzollern del este de Alemania, donde las
propiedades de la casta militar terrateniente —los
Junkers— eran cultivados mediante las prestaciones
laborales obligatorias de los siervos campesinos. En el
oeste y en un buen porcentaje también en el centro,
esta forma tan acentuada de esclavitud había desapa­
recido ya en el siglo xvm. Sin embargo, a pesar de
que las obligaciones de los colonos habían sido con­
mutadas por pagos en dinero o en especies, los pode­
res legales y sociales de los señores seguían siendo
enormes. Además, en la práctica, la fuente de ingresos
de los señores estribaba en el excedente que cobraban
a la población agraria dominada por ellos. El hecho
de que las tenencias campesinas de tamaño pequeño
y medio fueran hereditarias, representaba, sin embar­
go, un importante avance social con respecto a la ser­
vidumbre de los campesinos del este.
Sin parar mientes en diferencias regionales y ca­
sos concretos, podemos afirmar con verdad que la
agricultura campesina se desenvolvía en un nivel de
producción bajo. Parte del excedente de los campesi­
nos —todo aquello que excedía de la mera subsisten­
cia— era objeto de exacción por parte de sus supe­
riores sociales, reduciendo así las posibilidades de in­
versión en una mejoría de los medios de cultivo. La
servidumbre colectiva de la comunidad aldeana sirvió
también para coartar la iniciativa individual e impe­
dir el desarrollo de una agricultura destinada al mer­
cado. En aquellos casos en que la propiedad era ex­
plotada por el mismo señor con ayuda de mano de
obra servil, era posible encontrar una organización
más racional de la agricultura. Los señores no eran,
en general, propietarios a tan gran escala como los del
Imperio de los Habsburgos o los de Inglaterra. Se vol­
caron hacia la explotación de su propiedad con el fin
de mantener sus ingresos y se convirtieron, cuando
eran competentes y capaces, en empresarios agrícolas
que vendían en el mercado los excedentes de las cose­
chas —con destino a las ciudades, al ejército o a la
exportación— o los transformaban en su misma pro­
piedad en artículos vendibles en este mismo mercado.
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Los terratenientes prusianos tuvieron la suerte de
encontrar mercado, al mismo tiempo que disponían
de una mano de obra dócil. Su interés se centraba, no
obstante, no en la ampliación de una economía de mer­
cado, sino más bien en la conservación de las relacio­
nes sociales existentes. Formaron una casta exclusiva
que dominaba al estado y al ejército, con lo que
sentaban la base social para la monarquía de los
Hohenzollem. Ninguno de los cambios introducidos
por Federico el Grande pudo ganar terreno a los pri­
vilegios e incluso él mismo fue conservador en sus
previsiones. Para ambos, la iniciativa económica debía
estar en función de las necesidades políticas, es de­
cir, de las necesidades de una clase dirigente tradicio­
nal. Del mismo modo que los Junkers más ilustrados
procuraban dirigir personalmente sus propiedades so­
bre principios racionales a fin de aumentar al máximo
sus ingresos, Federico consideraba al país una pro­
piedad que debía ser administrada como dominio real
suyo. En política económica siguió las prácticas mer­
cantiles establecidas, animando aquellas actividades
que parecían útiles al estado: la satisfacción de sus
necesidades en tiempo de guerra, la reducción de su
dependencia de las importaciones extranjeras o la ex­
portación con vistas a obtener dinero en efectivo. La
industria y el comercio estuvieron sometidos a una
dirección y control burocráticos tan amplios como las
técnicas y el celo (a menudo más aparente que real)
de los oficiales de la Corona hacían posible.
Es cierto que el estado fue el iniciador de algunas
empresas industriales y sus oficiales actuaron a modo
de empresarios, a falta de iniciativa privada. Bajo la
guía de Federico, la burocracia siguió de cerca los es­
fuerzos financieros privados. Se adelantó dinero a
aquellas industrias que se creyó aconsejable alentar y
de esta manera se salvó a algunas de un desastre finan­
ciero. En algunos sectores, tales como la minería, la
empresa pública y privada coexistían una al lado de
la otra. En realidad, se estaba estableciendo una tra­
dición de intervencionismo estatal en la economía, que
iba a tener gran importancia durante los primeros
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pasos de la industrialización en el siglo siguiente. Por
el momento, sin embargo, la política de Federico y
sus oficiales no se proponía la industrialización del
país, sino tan sólo servir a los intereses de la monar­
quía. Los efectos concretos de una política que englo­
baba fuertes impuestos, altos aranceles protectivos y
la conservación de la esclavitud, y que estaba domina­
da por las necesidades del ejército y de la guerra o
de su preparación, fueron poco favorables al desarrollo
industrial.
La experiencia prusiana hasta 1848 pocas indica­
ciones nos da de que la burocracia del estado deseara
la promoción del desarrollo económico, ya fuera como
medio de aumentar los ingresos y bienestar de sus
subordinados, ya fuera para aumentar el poder del
estado. Aunque algunos de los que ocupaban altos car­
gos eran hombres ilustrados, hombres permeables a
las ideas del liberalismo económico, se comportaban
de forma empírica, tomando del programa liberal
aquello que respondiera a las necesidades de la conve­
niencia administrativa. Al mismo tiempo, su sumisión
a una monarquía dinástica y sus lazos con la nobleza
terrateniente hacían que sus inclinaciones se manifes­
taran conservadoras. Fue dentro de un espíritu con-
servadurista que el estado dirigió y apoyó a empresas
mineras e industríales. Aunque algunos miembros de
la burocracia desempeñaban funciones empresariales,
actuando en ocasiones como innovadores, lo hicieron,
en general, dentro del esquema tradicional del «mer­
cantilismo». Al igual que en otros estados europeos
en fases similares de desarrollo, la intervención del
estado en la economía era algo que se daba por hecho;
la senda realmente revolucionaría consistió en dejar
la economía a la interacción espontánea de las fuerzas
conflictivas y competitivas del mercado. La longevidad
del interés estatal por la minería y la industria fue,
por lo menos en la primera mitad del siglo xix, un
signo de retraso del desarrollo alemán. Este interés
no significaba una preocupación por el crecimiento.
Los acontecimientos se encargaron de mostrar que el
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desarrollo del capitalismo industrial podía tener lugar
en un contexto en el que el estado conservara un
papel predominante y que no era incompatible con la
existencia de un sector perteneciente al estado. Por el
contrario, la industria controlada por el estado no
debía equipararse a socialismo y tampoco hizo nada
por alterar la naturaleza capitalista del desarrollo eco­
nómico que iba a tener lugar.
Estas observaciones se basan sobre todo en la ex­
periencia prusiana, aunque había otros estados alema­
nes que aspiraban a una política similar de tutela
económica y que obtuvieron diversos grados de éxito.
Sin embargo, mientras Prusia salía territorialmente
fortalecida de las duras pruebas del período revolu­
cionario y napoleónico, con su administración intacta
y pronta a reafirmarse rápidamente, otros estados de­
saparecían o emergían completamente transformados
por dicha experiencia. La ocupación francesa había
traído consigo influencias revolucionarias y el código
napoleónico a la zona oeste de Alemania. La experien­
cia sirvió para romper con la antigua ordenación, para
reforzar los elementos económicos y para hacer sentir
un anhelo de libertad económica. Los regímenes que
supervivieron a la tormenta, se vieron en situación de
inferioridad con respecto a sus predecesores a la hora
de proseguir la antigua línea política y preservar la
herencia medieval. La misma Prusia, tras la derrota
de Jena (1806), sufrió un proceso renovador que trajo
una reforma agraria controlada y realizada «desde
arriba», así como los inicios de una política económica
más liberal.
Aunque ello no entrara en sus propósitos, la eman­
cipación de los siervos contribuyó a desbrozar el te­
rreno para la industrialización. Se estableció la base
para el desarrollo de una mano de obra libre y para
la integración de la granja campesina y de la propie­
dad del terrateniente en una economía de mercado. La
capacidad migratoria personal, la división de la pro­
ducción y el énfasis puesto en el triunfo individual
—exigencias todas ellas del capitalismo— eran impo­
sibles sin una reforma del antiguo sistema agrario.

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Durante el siglo xvm hubo en Alemania dos for­
mas principales de feudalismo agrario. En el oeste, la
tierra era cultivada principalmente por los campesi­
nos, limitándose el señor a la exacción de tributos en
dinero o especies. Las prestaciones laborales obliga­
torias y las formas legales de servidumbre habíanse
extinguido hacía tiempo o habían sido abolidas desde
arriba por gobernantes interesados en aumentar la
capacidad de pago de impuestos de los campesinos y
en debilitar el poder de los señores. La antigua distri­
bución de los campos y los métodos de explotación
característicos de la Edad Media seguían vigentes. La
ocupación francesa de estas áreas durante el período
revolucionario completó la destrucción de los restos
feudales, pero no hubo ninguna redistribución radical
de la tierra y el señor terrateniente continuó obtenien­
do su renta monetaria de los colonos. En el este, el
desarrollo agrario adoptó un patrón diverso. Allí, una
buena parte de la tierra era cultivada bajo el control
directo del propietario, que empleaba la mano de obra
esclava de sus colonos y producía un excedente para su
venta en el mercado. Los señores eran, al mismo tiem­
po, socialmente poderosos y constituían el soporte
principal de la monarquía Hohenzollem.
Dentro de este esbozo general deberíamos incluir
muchas variaciones regionales y locales. En el noroes­
te, por ejemplo, la esclavitud había sido abandonada
siglos antes y los campesinos se habían transformado
en colonos hereditarios. En el oeste y en el sur la ser­
vidumbre duró mucho más tiempo y sólo desapareció
de forma gradual. En el centro, aunque predominaba
la explotación campesina, había algunas propiedades
del estilo de las que podían encontrarse en Prusia. Fue
en el este, donde el suelo era pobre, la población es­
taba diseminada y el único mercado se encontraba
alejado, que adquirió tipismo el tipo de propiedad
explotada por manó de obra servil. Allí, la posición
del campesinado se deterioró tras la Guerra de los
Treinta Años. Lo único que muchos campesinos po­
seían eran pequeños recuadros de tierra sobre los que
habían perdido todo derecho hereditario. Al faltarle

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la protección de una fuerte comunidad aldeana, el
campesino prusiano se encontraba en algunos aspec­
tos en peor situación que el siervo ruso. A pesar de
todo, existían algunos campesinos hereditarios en la
misma Alemania del este, que tenían tierra en los
campos abiertos y poseían animales de tiro. Las va­
riaciones incluían mayores disparidades en las áreas
occidentales, pudiendo encontrarse en ellas desde la
propiedad campesina hasta la explotación en régimen
de tenencia y la aparcería. En general, la emancipación
campesina había ido teniendo lugar a lo largo de mu­
chos años y lo único que sucedió al respecto durante
el siglo xix fue la desaparición total de los últimos
restos de feudalismo.
Allí donde existía una agricultura campesina, la
tierra solía estar explotada en régimen de campos
abiertos, aunque en aquellos casos en que lo que pri­
vaba era una u otra forma de servidumbre, el campe­
sino disfrutaba bajo el antiguo orden de una cierta
seguridad, por lo menos frente a las presiones del
mercado. El proceso de reforma agraria tendió gene­
ralmente a exponer al campesino a la acción de dichas
fuerzas de mercado y a introducir un nuevo elemento
de inestabilidad en la vida rural. Antes de que pasara
mucho tiempo, la agricultura alemana sufrió una agu­
da crisis de falta de producción, a consecuencia de la
cual muchos campesinos —tanto del este como del
oeste— abandonaron la tierra para emigrar a las ciu­
dades o a América.
La ocupación de Alemania por parte de las tropas
napoleónicas y la estrepitosa derrota del ejército pru­
siano en Jena abrieron el camino para unos cambios
generales dentro del sector agrario. En el oeste se
aceleraron las tendencias ya existentes hacia una agri­
cultura campesina individualista y en función del mer­
cado. En el este, donde la monarquía Hohenzollem
siguió conservando el control de la situación, el trau­
ma de la derrota empujó a unas reformas destinadas
a «modernizar» la sociedad prusiana sin perturbar el
equilibrio existente. En los territorios de la Corona, la
emancipación de los siervos había tenido ya lugar a
124
finales del siglo xvm y a los campesinos se les había
permitido comprar su propia tierra. Tales territorios
ocupaban sólo una quinta parte del área total. No
pudo conseguirse irrupción alguna en las prerrogati­
vas de los Junkers, de cuyo apoyo militar y político
dependía la monarquía. El desafío de la Francia napo­
leónica sugirió la posibilidad de una reforma agraria
como cuestión de la máxima urgencia, para conseguir
unas energías individuales y una devoción patriótica
imposibles de obtener de unos siervos maltratados e
intimidados, así como para contrarrestar la posibili­
dad de una revolución realizada desde abajo al estilo
de la que había tenido lugar en Francia.
La reforma Stein-Hardenberg de las relaciones agra­
rias prusianas empezó en 1807 con la abolición de la
servidumbre personal, cuya efectividad quedaba fija­
da para 1810, y que posibilitó la partición —y conse­
cuentemente la más fácil venta— de las propiedades
nobiliarias. El siervo y sus hijos quedaban desligados
del servicio del señor. Se tardó bastante en decidir
qué debía hacerse con la tierra de los colonos, que se
suponía pertenecer al señor y era disfrutada, por tan­
to, a cambio de unas exacciones y prestaciones labo­
rales. Evidentemente, los terratenientes no se limi­
taron a exigir compensación, sino que, al depender
del trabajo de los colonos para explotar sus estados,
se sintieron invadidos por la preocupación de quedarse
sin mano de obra para el cultivo. Había que encon­
trar, por tanto, alguna manera de mantener una fuente
suministradora de mano de obra para la tierra.
Cualquiera que hubiera sido la forma en que Stein
pretendiera proteger al campesinado, desapareció del
mapa ante el modo en que su sucedor Hardenberg en­
focó la prosecución de la reforma agraria. Por medio
de los edictos de 1811, 1816 y 1821 se determinaba que
los colonos pudieran retener parte de sus tenencias a
cambio de ceder otra parte al señor. La proporción
a que debían renunciar en favor del señor fue de un
tercio para aquellos que poseían tenencias heredita­
rias y de dos tercios para aquellos cuyas tenencias no
eran transmisibles. Los colonos hereditarios podían
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optar, como alternativa, por adquirir la totalidad de
sus tenencias a cambio del pago equivalente a veinti­
cinco años de renta. Estas medidas beneñciaron a
una minoría de colonos que poseían grandes tenen­
cias, animales de tiro o algo de capital. Pero para
muchos otros, que se encontraban en un nivel de ma­
yor pobreza, esta «emancipación» fue desastrosa. Se
encontraban ahora con una cantidad de tierra total­
mente para mantenerse a sí mismos y a su familia, y
que no les permitía siquiera negociar eficazmente con
su patrón. Si permanecían en el campo tenían que
trabajar a cambio de salarios bajos y expuestos a to­
das las inclemencias de un mercado de mano de obra
inseguro y fluctuante.
Para los señores, en cambio, la reforma constituyó
una operación indolora y provechosa. A las grandes
propiedades se les acumulaba una tierra cultivable
adicional. También obtuvieron ventaja de la partición
de los pastos y tierras comunes, al igual que la obtu­
vieron los campesinos más aventajados. Por el edicto
de 1816, los campesinos sin tenencias en los campos
de la aldea quedaban excluidos de la reforma. Queda­
ban, por tanto, ligados al lugar donde estuvieran esta­
blecidos, constituyendo una reserva de mano de obra
para los propietarios y campesinos más ricos, y pasa­
ban a perder la poca seguridad que los derechos co­
munes anteriormente les habían otorgado. De este
modo quedaba intacto en Alemania del este el equi­
librio de fuerzas sociales. El Junker seguía dominando
sobre el escenario rural. Al tener ahora una mayor
extensión territorial y tener asegurada la provisión
de mano de obra, por un tiempo al menos, pudo tra­
bajar cada vez más como productor a gran escala de
cereales y como empresario rural. Los campesinos, si
bien ya no eran siervos, pagaron cara su libertad. Los
cálculos de la cantidad de tierra que perdieron, sue­
len variar; a menudo se cita la cifra de 2.500.000 acres.
Muchas tenencias desaparecieron simplemente, otras
permitieron que —a pesar dé la reducción— pudieran
conservarse y muchas posesiones campesinas fueron
vendidas debido a que su ubicación —sin pastos ni
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derechos comunes— resultaba inadecuada para las ne­
cesidades de los colonos.
Sin duda, todos estos cambios establecieron los
fundamentos para una agricultura más eficiente en el
este, al reforzar las grandes propiedades y al favorecer
al campesino aventajado, capaz de dedicarse a la ex­
plotación con destino al mercado. Ambos pudieron
utilizar sin trabas las nuevas técnicas agrícolas y sa­
car partido de las oportunidades ofrecidas por la ex­
pansión del mercado. La gran propiedad continuó
desempeñando una posición dominante en la economía
y durante el siglo xix estuvo protegida por la solicitud
constante del gobierno prusiano. Se confirmó su con­
dición de transmisibilidad hereditaria y las grandes
propiedades crecieron en número y tamaño. La mano
de obra asalariada quedaba asegurada por el núme­
ro de todos cuantos antes habían trabajado como sier­
vos; luego, al abandonar masivamente el campo, mu­
chas de las grandes propiedades —cuyos dueños creían
firmemente en la superioridad racial germana— depen­
dieron de la inmigración de mano de obra polaca. El
hecho de que se creara simultáneamente una clase so­
cial de campesinos acomodados, proporcionaba un
apoyo adicional a la estructura social de Alemania del
Este, dominada por los Junkers.
La expansión de la demanda de productos agríco­
las, tanto dentro como fuera de Alemania durante el
período que siguió a 1815, hizo posible que este sis­
tema agrario reorganizado saliera adelante. La paz y
la estabilidad del gobierno, la extensión de los conoci­
mientos médicos y de unos hábitos más higiénicos, la
cada vez menor efectividad de las antiguas restriccio­
nes a los matrimonios tempranos, el cultivo de la pa­
tata y de otros productos, trajeron consigo una revo­
lución demográfica en Alemania. En el este creció la
densidad de población, dándose el aumento principal­
mente entre los pequeños propietarios, asalariados
rurales y artesanos. Con ello se creó una reserva de
mano de obra para la industria, pero la presión demo­
gráfica no se hizo grave. Fue más bien en las regiones
occidentales en que prevalecía la agricultura campesi-
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na, donde el crecimiento de la población durante la
primera mitad del siglo xix creó una presión intensa
sobre la tierra y sobre el suministro de alimentos.
La crisis agraria del oeste de Alemania reflejaba
las deficiencias de una agricultura campesina desarro­
llada al viejo estilo, así como la excesiva lentitud del
desplazamiento de la mano de obra y de los recursos
hacia el sector no-agrario. Dentro de la comunidad
campesina, el crecimiento de la población adujo car­
gas cada vez mayores sobre los sistemas de cultivo,
todavía anclados en el pasado. Esto sucedió especial­
mente allí donde seguía existiendo la aldea de campos
abiertos. En los casos en que la costumbre permitía
la divisibilidad de la herencia, las tenencias hiciéronse
cada vez más fragmentadas; si era únicamente el hijo
mayor quien heredaba, un número cada vez mayor de
personas desposeídas de terrenos buscaba unas ocupa­
ciones que la sociedad rural no ofrecía y que la indus­
trialización empezaba tan sólo a ofrecer.
Por la década de 1840, la crisis se había agudizado
en el este de Alemania. Para muchos, la única solución
parecía estar en la emigración y apareció inmediata­
mente un fuerte movimiento demográfico hacia el otro
lado del Atlántico. Puesto que el viaje exigía unos fon­
dos que los estratos rurales más pobres no poseían,
los emigrantes provenían sobre todo de entre los cam­
pesinos mejor acomodados, que vendían sus tierras y
pertenencias por considerar que en el Nuevo Mundo
gozarían de mejores oportunidades que en su país de
origen. Quienes quedaron atrás, viéronse afligidos por
la crisis alimenticia que a finales de la década de los
40 afectó a toda Europa.
Aunque la gran masa de la población rural del oes­
te de Alemania poseía más o menos tierra, la granja
campesina tendió a ver reducido su tamaño, lo que
hizo que las condiciones materiales del campesinado
empeoraran. Es difícil explicar plausiblemente por qué
los campesinos alemanes no intentaron combatir el
morcellement limitando el número de miembros de
su familia, al igual que hicieron sus colegas france­
ses. Quizá tuvo algo que ver con ello la influencia de
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la religión, especialmente en las áreas católicas de Ale­
mania occidental, donde el problema del minifundio
parece haber sido más agudo. En cualquier caso, en
todas partes el colono pasó a depender cada vez más
de las fuerzas del mercado y sus relaciones para con
el señor se hicieron puramente monetarias, porque la
emancipación en el oeste no se limitó a dejar al cam­
pesino agobiado por pagos monetarios, en sustitución
de las antiguas obligaciones y servicios, sino que el
hambre obligó a muchos campesinos a arrendar tie­
rras de los terratenientes sobre una pura base contrac­
tual.
La desesperación y el resentimiento campesinos se
hicieron patentes en muchas regiones de Alemania du­
rante las primeras etapas de la Revolución de 1848. El
campesino intentó sacudirse la pesada carga monetaria
de los alquileres, los intereses y amortizaciones hipote­
carias. No se rebelaba contra el feudalismo que había
desaparecido casi por completo, sino contra las obliga­
ciones legales y contractuales que lo habían sustituido.
En algunos lugares solicitaba la partición de las gran­
des propiedades. Allí donde subsistían aún los pagos
feudales y latifundistas o los privilegios señoriales, pe­
día asimismo su extinción. En 1848, el campesino no se
sentía interesado por las formas constitucionales, sino
por la transformación agraria. Los revolucionarios, en
su mayoría, no buscaron ni desearon en ningún mo­
mento el apoyo de los campesinos, cuyas demandas
amenazaban los contratos establecidos y los derechos
de propiedad. Lo que éstos no otorgaron, lo conce­
dieron con mayor facilidad los alarmados conserva­
dores. Las concesiones conseguidas por los campesinos
en 1848 fueron otorgadas, por tanto, por los gobiernos,
bajo la presión de una rebelión campesina muy aleja­
da en sus objetivos de la rebelión urbana. Los liberales
perdieron la oportunidad de aliarse con los campesi­
nos para expropiar a la nobleza y minar de este modo
la base social que ésta prestaba a los estados monár­
quicos, por causa de su propio legalismo, su respeto
a los derechos de la propiedad y el miedo. Los campe­
sinos se desilusionaron rápidamente de las esperanzas

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9. 1. M i l VOI.UCIÓN INDUSTRIAL..
puestas en los liberales, recogieron las escasas ganan­
cias arrancadas a los conservadores y se retiraron de
la arena política. Por consiguiente, en los años que
sucedieron a la revolución, la reforma agraria fue lle­
vada a término por las fuerzas del antiguo orden.
A pesar de ellos mismos, los reaccionarios viéronse
obligados a desarraigar los últimos vestigios de feuda­
lismo y del régimen de señores latifundistas, y a
allanar el camino para nuevas victorias de la econo­
mía de mercado. En Alemania occidental esto supuso
que los nobles siguieran en su condición de receptores
de sus rentas y propietarios ausentes, mientras el cam­
pesino se convertía en propietario sin reservas de su
tenencia hereditaria. En el este, la emancipación se
llevó a término mediante el cese de las obligaciones
que muchos de los campesinos debían seguir pasando,
ya fuera por medio de una cesión territorial o por
medio de un pago en dinero al señor,
El proceso de reforma agraria, tantas veces apla
zado y que adoptó mil diversas formas en las diferen­
tes regiones de Alemania, expuso tanto al campesino
como al terrateniente a los rigores de la economía de
mercado. Hubo que hacer arreglos entre la población
rural, que los diversos sectores e individuos realiza­
ron a su propia manera. En todos los estratos sociales
hubo perdedores: colonos que se convirtieron en tra­
bajadores asalariados, que emigraron a las ciudades
o atravesaron el océano; propietarios cada vez más
endeudados y que finalmente debían vender sus pro­
piedades para poder pagar sus deudas. Por otro lado,
hubo campesinos que permanecieron en su tierra, como
propietarios o en régimen de tenencia, y que alcan­
zaron una modesta prosperidad como productores
para el mercado. Si bien hubo Junkers terratenientes
que, por desgracia o incompetencia, se hundieron en
un número cada vez mayor de deudas, los Junkers
—como estamento— sobrevivieron. Hombres de nego­
cios recién enriquecidos adquirieron las propiedades
que las ramas empobrecidas de la nobleza tuvieron
que abandonar. Gracias a su influencia sobre el esta­
do, pudieron conservar una situación de privilegio y.
130
cuando se vieron amenazados por la competencia ex­
tranjera, por la caída de los precios, por la escasez de
mano de obra o por la falta de créditos, fue a este
mismo estado a quien recurrieron en busca de protec­
ción contra los efectos de las fuerzas de mercado. Ha­
cia los años setenta, los Junkers debían únicamente
su supervivencia a su alianza con los intereses eco­
nómicos que una vez ellos habían despreciado.
Vemos, pues, que la solución de los Junkers al pro­
blema agrario en ningún momento pudo considerarse
solución. Se basaba en el suministro de una mano de
obra barata que con el tiempo provino en gran parte
de fuentes no alemanas. Significaba la conservación
de una clase que encarnaba las tradiciones autoritarias
y militaristas de Prusia y las aunaba a la nueva diná­
mica de poder industrial tendente también hacia un
nacionalismo clasista y que aportaba una nueva ne­
cesidad de mercados exteriores.
Los cambios acontecidos en la agricultura, rompie­
ron las ligaduras de muchos campesinos a la tierra.
Junto al aumento demográfico con que estaban rela­
cionados y a las mejoras en los medios de transporte,
hicieron aparecer una mano de obra destinada a las
ciudades en desarrollo, con lo que la población se
redistribuyó según el patrón industrial en implanta­
ción. A pesar de las presiones provenientes de abajo,
las transformaciones agrarias tuvieron lugar como un
proceso controlado desde arriba; así pues, los bene­
ficios obtenidos por el campesino fueron considerados
regalos de los regímenes conservadores y no se asocia­
ron a la revolución o al liberalismo político. Los cam­
pesinos, de mentalidad tradicional y acostumbrados a
la disciplina de los latifundios y a un nivel de vida
muy frugal, tuvieron que emigrar a las ciudades, como
mano de obra aceptable y disciplinable con relativa
facilidad, para el trabajo en las minas y en las fá­
bricas.
Debe insistirse en la gran desigualdad evolutiva de
una Alemania políticamente dividida. Incluso después
de 1815, seguían existiendo más de treinta administra-
131
ciones políticas separadas, con sus propios sistemas
legales, monetarios, de pesos y medidas, y con sus
propias fronteras aduaneras. Había además las varia­
ciones corrientes de topografía y fertilidad del suelo
que cabe esperar dentro de un área geográfica tan
grande. El nuevo industrialismo se basaba principal­
mente en unas pocas materias primas: carbón, hierro
y algodón. Alemania abundaba en los dos primeros
productos, pero sus reservas se encontraban colocadas
en unas pocas zonas de la periferia. El algodón y otras
materias primas importadas se obtenían con mayor
facilidad en el oeste, especialmente en el Rin. En al­
gunas legiones pudo percibirse una aceleración del
ritmo económico antes ya de la Revolución Francesa,
y en las ciudades occidentales jamás se había interrum­
pido la tradición comercial. En la mayor parte de Ale­
mania, sin embargo, el siglo xvni y los principios del
xix apenas habían aportado cambios. Muchas ciuda­
des no habían desbordado sus murallas medievales y
en ellas poco había cambiado la vida. Predominaba
aún la industria artesana, dominada por los gremios.
La producción estaba destinada al intercambio con la
campiña adyacente, o a la satisfacción de las necesi­
dades de la corte local, de la nobleza o de la clase
media patricia. La falta de medios de transporte per­
petuó el aislamiento de estas pequeñas ciudades ador­
mecidas. Las instituciones seguían ancladas en las
tradiciones de los estamentos sociales; la costra de
la costumbre permanecía intacta.
Hasta que empezó a dejarse sentir la influencia de
la Revolución Francesa, hubo muy pocos centros co­
merciales que pudiéranse considerar excepciones a
esta regla. La influencia de la ocupación francesa iba
a acelerar el ritmo del cambio, especialmente en la
región del Rin. Pudieron amasarse fortunas por medio
de la especulación del suelo, de contratos para con las
fuerzas de ocupación o por medio de las nuevas opor­
tunidades comerciales que los lazos con un área de
mercado más extensa ahora ofrecían. La vida comer­
cial se amplió bajo una administración legal más fa­
vorable. La clase comerciante pudo así prosperar en
132
un contexto más libre que el que anteriormente habían
conocido. Como consecuencia, las disparidades exis­
tentes entre el oeste y el resto de Alemania tendieron
a crecer. Más tarde, después de 1815, con el fin de
crear una barrera permanente para futuras ambicio­
nes francesas, lo que constituía el área económica­
mente más avanzada de Alemania pasó a depender del
control de Prusia. A pesar de las reformas posteriores
a 1806, la monarquía Hohenzollern siguió siendo una
autocracia conservadora de viejo cuño. La monarquía
se apoyaba sobre una nobleza militarista y terrate­
niente que, a su vez, mantenía su predominio social
con la ayuda de una burocracia jerárquica. Mientras
los elementos comerciales del oeste veíanse así arras­
trados hacia el liberalismo, afirmaban los derechos del
individuo a desenvolver sus negocios a través del mer­
cado y tendían a emular las prácticas económicas de
los países vecinos, la tradición e influencia de la ad­
ministración prusiana se mostraban favorables a la
regulación e intervencionismo económico para preser­
var el orden establecido.
De todo lo dicho hasta ahora, se deduce claramente
que por el momento no podía hablarse de una cues­
tión económica nacional de Alemania. La fragmenta­
ción política, las lealtades locales y el predominio abru­
mador de una economía campesina y de pequeños
artesanos, unidos a la falta de medios de transporte,
limitaban mucho el tamaño del mercado. Alemania
era más bien una colección de pequeñas economías
locales, cada una de ellas más o menos aislada del
resto. Los intereses creados de los propietarios, de los
gobernantes y de los maestros gremiales se oponían
claramente al cambio. La revolución comercial de los
siglos xvii y xviii había pasado prácticamente de largo
por Alemania. Seguía existiendo algún comercio en los
puertos septentrionales y había una corriente de pro­
ductos coloniales por la región del Rin, pero la parti­
cipación en el mercado mundial era pequeña, com­
parada con la de Inglaterra, Francia u Holanda. Los
estados de Alemania eran demasiado débiles o estaban
demasiado inmersos en las luchas políticas centroeu-
133
ropeas para lanzarse a la búsqueda de colonias. Los
efectos estimulantes y vigorizadores de un comercio
citerior amplio y floreciente estaban, por tanto, ausen­
tes. Alemania se encontraba económicamente encerra­
da en sí misma.
En estas condiciones, las influencias reaccionarias
de la herencia medieval pudieron conservar su fuerza
hasta el mismo siglo xix. Como era de esperar, hubo
bastante escasez de empresarios y administradores y,
si dejamos a un lado algunas áreas excepcionales, ape­
nas existió una clase media independiente entregada
al comercio y a la industria. Los mercaderes y los
maestros gremiales del tipo tradicional aceptaban su
posición dentro del orden establecido, en dependencia
de los favores de la corte local o del noble feudal, y
se convertían en los sostenedores de las regulaciones
existentes. La clase media urbana era débil, porque
las ciudades eran pocas en número y pequeñas en
tamaño, al tiempo que eran centros administrativos
con algo de comercio y una producción industrial re­
ducida, más bien que centros de desarrollo económico.
La clase media de poblaciones de este tipo encontraba
su centro de gravedad en las profesiones y en el ser­
vicio del estado; le faltaba, por tanto, la independen­
cia y autoconciencia de su homónima correspondiente
de Francia o Inglaterra. Su ininterrumpida debilidad
quedó bien de manifiesto cuando en 1848 intentó por
primera vez establecer sus pretensiones.
Una sociedad de este tipo suele producir poco ca­
pital inversionista. Las acumulaciones obtenidas a
través del comercio con ultramar, tan importantes en
Inglaterra y Francia, no existían aquí. Gran parte del
suelo era pobre en calidad y el poco excedente que de
él salía pasaba a manos de unos propietarios que no
sentían ningún interés por la inversión. La falta de
poder adquisitivo por parte de la población en gene­
ral desalentó la inversión destinada a aumentar la
escala de la industria manufacturera. Las necesidades
de los sectores más acomodados podían verse satisfe­
chas por unas industrias organizadas sobre las pautas
gremiales o de acuerdo con el putting-out system. En
134
la misma medida en que los campesinos eran arras­
trados hacia una economía de mercado, lo eran a tra­
vés de industrias de tipo doméstico.
Si Alemania sufrió una carencia crónica de capital
inversor, el suministro de mano de obra para la in­
dustria fue también reducido. Evidentemente, los ni­
veles de vida eran bajos y la población se encontraba
en aumento. Por otro lado, el mercado de mano de
obra se veía limitado por el inmovilismo de la pobla­
ción campesina. Al este del Elba, la servidumbre im­
pedía la libre emigración y, después de su abolición,
la legislación concerniente al establecimiento y al so­
corro del necesitado obró en la misma dirección. En
todos los demás sitios, el poseer tierra los campesinos
o siquiera la posibilidad de acceder a ella los hacía
remisos a la emigración. Los industriales mercantiles
aprovecharon generalmente esta reserva de mano de
obra por medio del putting-out sysíem. Sin embargo,
a medida que aumentó la presión sobre la tierra, la
tendencia fue la de que el remanente sobrante de
la población se inclinara por la emigración. Es cierto
que muchos emigrantes eran de extracción acomoda­
da, pero quizás ello sea indicativo de que la emigra­
ción del siglo xix constituye una demostración de que
el factor limitativo del crecimiento económico no es­
taba en la mano de obra, sino más bien en el aspecto
de la demanda de acumulación de capital.
La razón principal del desfase alemán puede atri­
buirse a la falta de capital y de oportunidades e incen­
tivos de inversión en un contexto social que se encon­
traba aún entremezclado con residuos feudales. ¿Cómo
se llegó, pues, a la eliminación de las barreras que se
oponían al desarrollo? No es posible dar una res­
puesta sencilla, pero parece más seguro formular una
hipótesis que tenga en cuenta la aparición simultánea
de un cierto número de condiciones previas favorables
a la transformación.
Lo más decisivo fue, quizá, la influencia y presión
ejercidas en el interior de Alemania por los cambios
que estaban aconteciendo en otros países. Ya hemos
mencionado los efectos de la ocupación francesa en
135
la región del Rin. Podemos añadir también que, de
un modo más general, la influencia de la Revolución
Francesa contribuyó a preparar el terreno para el cam­
bio. Al mismo tiempo, debemos incluir los efectos de
la industrialización inglesa, cuya influencia seguía di­
versos cauces: el de la exportación a Alemania de
productos manufacturados, el de la apertura de mer­
cados para productos alemanes, el de excitar el interés
y el deseo de utilizar las nuevas técnicas, y el de la
importación de capital e iniciativa empresarial ingle­
sa. La presencia en Alemania de fuentes accesibles de
suministro de carbón y hierro fue, evidentemente, un
factor de la mayor importancia, sobre todo para atraer
al capital y a los hombres de negocios extranjeros.
Los cambios inherentes a la misma Alemania iban
a tener un carácter menos económico en sus inicios,
pero mostraron ciertamente una clara tendencia hacia
la transformación de las circunstancias existentes en
otras más favorables a la aparición de las empresas
y a la inversión del capital. La iniciativa en este caso
partió de la burocracia prusiana, cuyas directrices
políticas, después de 1815, estaban determinadas por
la conveniencia administrativa más bien que por un
deseo de promoción del desarrollo económico. Fue
dentro de este espíritu animador, que enfocó los pro­
blemas impuestos por la adquisición de nuevos terri­
torios en el oeste y por la existencia de territorios
monárquicos que se extendían a través de Alemania
y en dirección a las fronteras del este. La primera solu­
ción al problema consistió en la imposición de una
cierta uniformidad de administración que incluía la
exacción de tarifas aduaneras. En la regulación aran­
celaria de 1818 se adoptó un patrón tarifario unifor­
me, suavemente proteccionista, para todos los terri­
torios prusianos. Esto dejó a Prusia con muchos cien­
tos de millas de fronteras aduaneras con los otros
estados alemanes, circunstancia que impedía el libre
flujo comercial e invitaba al contrabando. La conve­
niencia administrativa sugirió llegar a un acuerdo so­
bre aranceles con los estados vecinos, a fin de atraer­
los al sistema aduanero prusiano, uesde el punto de
136
vista de la recaudación de rentas públicas, estos arre­
glos demostraron ser mutuamente satisfactorios. El
último paso lógico, una vez superadas las sospechas
acerca de las verdaderas intenciones prusianas, fue
una más amplia unión aduanera que permitiría que
los productos circularan libremente por el interior de
Alemania y que reservaba la imposición de aranceles
para aquellos productos provenientes de países extran­
jeros.
Cuando, en 1834, se puso en vigor el Zollverein, la
mayor parte de Alemania quedó unificada en una úni­
ca zona de libre comercio. Se trató de un arreglo en­
tre estados que, por razones históricas o culturales,
poseían ya muchas cosas en común y se encontraban
libremente asociados a través de la Confederación Ger­
mana fundada en 1815. Sin embargo, aun cuando en
el seno de la Confederación el reparto de influencias
se inclinara del lado de Austria, el Zollverein fue una
creación prusiana que la burocracia intentó mantener
bajo su control. El peso político y territorial de Prusia
fue decisivo en este aspecto. La alternativa de unas
uniones aduaneras parciales de Alemania sin Prusia
no era viable, mientras sí lo era una unión aduanera
sin Austria. Además, una vez excluida Austria, los
nuevos lazos materiales que se desarrollaron dentro
de la estructura del área libre de aranceles, acercaron
a las poblaciones de los estados miembros entre sí y
crearon una nueva distinción entre ellos y Austria.
De esta manera, se preparaba inconscientemente el
camino para la futura hegemonía de Prusia. así como
una solución de la cuestión alemana que excluía a
Austria.
Instituido inicialmente por razones administrati­
vas, el Zollverein demostró ser un factor capital en la
promoción del desarrollo económico alemán. Amplió
los límites legales del mercado e hizo posible la libre
circulación de mercancías. Al reforzar los vínculos
comerciales entre las diversas áreas, tendió a destruir
los antiguos particularismos y diferencias locales. Es­
tableció intereses creados en la consolidación adicio­
nal de esta unidad preliminar y reforzó el nacionalismo
137
cultural, que interesaba particularmente a la intelec­
tualidad de clase media, con un nuevo nacionalismo
económico que inspiró a los crecientes grupos comer­
ciales.
Para posibilitar la realización de todas las poten­
cialidades contenidas en el Zollverein, debían mejorar­
se los transportes internos. El transporte por carre­
tera a lo largo de grandes distancias resultaba caro. El
transporte fluvial, especialmente en el Rin, si bien se
estaba desarrollando tremendamente y podía ser com­
plementado mediante canales, tenía limitaciones geo­
gráficas definidas. Por esto, la posibilidad de utiliza­
ción del ferrocarril tuvo una importancia decisiva en
esta etapa. El ferrocarril era el producto de una tec­
nología industrial avanzada, pero podía ser introdu­
cido en países relativamente subdesarrollados, como
Alemania, de forma práctica y directa, con financia­
ción extranjera y utilizando materiales y técnicos im­
portados. En este sentido, Alemania se encontraba en
situación de quemar etapas.
La primera acogida que el gobierno prusiano y de
otros estados dispensaron al ferrocarril, no fue preci­
samente alentadora. Sólo se veían sus inconvenientes
y las primitivas líneas viéronse rodeadas de muchas
restricciones. Se temía especialmente a los excesos
especulativos. Esta oposición conservadora ante lo nue­
vo empezó a debilitarse en el curso de la década de
1840, cuando los propietarios empezaron a darse cuen­
ta de que la nueva forma de transporte podía ampliar
el mercado para sus cultivos y aumentar así sus in­
gresos. Por esta misma época, los militares empezaron
a comprender la importancia estratégica del ferroca­
rril. En los años que siguieron a la restrictiva ley
prusiana de ferrocarriles de 1838, la actitud del estado
se hizo mucho más positiva y se construyó toda una
red de líneas básicas con una garantía de interés he­
cha por el estado.
Durante esta década de 1840, la construcción fe­
rroviaria avanzó rápidamente -en muchas partes del
país. Este gran esfuerzo exigió inyecciones considera­
bles de financiación exterior y protección estatal, que
llevaron a la producción en algunos casos de líneas
estatales y en otros a una especie de garantía finan­
ciera para estimular el capital inversor. Tal como de­
bía ser, el desarrollo ferroviario alemán puso a su
economía en contacto más íntimo con los países ex­
tranjeros más avanzados, de los que provenía gran
parte del capital. Este capital acudía a Alemania de­
bido a las posibilidades de la zona, particularmente
a la existencia de recursos minerales que formaban
la base de las industrias del hierro y de ingeniería,
que eran las más directamente estimuladas por la
construcción de ferrocarriles. Además, sólo con el tipo
de transporte a larga distancia y barato que propor­
cionaba el ferrocarril valía la pena hacer fuertes in­
versiones de capital en instalaciones modernas que
permitieran desarrollar las explotaciones mineras a
gran profundidad y establecer una industria metalúr­
gica a gran escala. Tal inversión sólo podía justifi­
carse sobre la base de un mercado de gran amplitud
que únicamente el ferrocarril podía crear, tras haber
anulado el Zollverein las barreras artificiales.
Es difícil captar la existencia de alguna otra fuerza
que pudiera haber impulsado hacia adelante a la eco­
nomía alemana de esta época. Las industrias textiles
se habían ido transformando lentamente y algunas de
sus ramas se habían convertido en fábricas en fecha
tan temprana como la década de 1780, pero no esta­
ban bien situadas para tomar la iniciativa de una
transformación económica general. La posición domi­
nante de los tejidos ingleses en el mercado mundial
excluía toda posibilidad de un crecimiento rápido ba­
sado en la exportación, de la misma manera que no
se dio ninguna transformación independiente del mer­
cado interior que pudiera haber favorecido este desa­
rrollo acelerado. Por estas mismas razones, ninguna
otra industria de bienes de consumo podía tomar el
liderato. El ferrocarril fue condición previa para la
apertura del mercado interior a estos sectores, así
como a las ramas minera y metalúrgica. Por esta épo­
ca, ningún otro tipo de inversión hubiera podido atraer
al capital extranjero —y era sobre todo capital lo que
139
escaseaba en Alemania— y recibir al mismo tiempo
un apoyo paralelo por parte de todos los estados. Asi­
mismo, el ferrocarril abrió posibilidades de formas
de inversión completamente nuevas e introdujo un
factor inédito en la vida alemana: a medida que se
establecieron vínculos ferroviarios, el contacto y la
emigración sustituyeron al antiguo particularismo e
inmovilidad.
Desde la década de los cuarenta, con el despertar
de los ferrocarriles, empezó el despertar económico de
Alemania. Una vez aparecida una fuerza iniciadora,
muchas de las antiguas barreras que se oponían al
cambio perdieron su fuerza, y aquellos requisitos pre­
vios al desarrollo que se echaban en falta fueron
reunidos rápidamente. Sin embargo, los nuevos sec­
tores evolutivos ejercieron poco o ningún efecto en
muchas áreas de la vida económica alemana, que si­
guieron básicamente inmutadas dentro de sus antiguas
estructuras. En Alemania, como en todas partes, la
industrialización fue un proceso desigual. La misma
rapidez con que se edificó el sector moderno, hizo cre­
cer las diferencias que lo separaban de aquellos otros
sectores que aún conservaban sus viejos atributos.
Fue sobre todo la estructura política la que, aunque
cambió en muchos aspectos importantes, retuvo su
antiguo carácter autocrático y conservadurista.
La razón fundamental estriba en el fracaso de la
clase media liberal en 1848 a la hora de establecer un
estado constitucional unificado. Por esta época, el de­
sarrollo social se encontraba aún demasiado atrasado
para inspirar a los líderes de clase media de la revo­
lución una confianza suficiente en sí mismos o la base
social indispensable para tener éxito. En consecuen­
cia, las antiguas fuerzas tradicionales pudieron resta­
blecerse con ayuda del poder militar, cuyo control ja­
más perdieron —por lo menos en Prusia—. Después
de algo más de una década, durante la que la influen­
cia de Austria en la Confederación no fue nunca dis­
cutida, Prusia reclamó con Bismarck la hegemonía
política en Alemania y la impuso a expensas de Aus­
tria sobre el campo de batalla. Luego, con la derrota
140
del Segundo Imperio de Napoleón III, el nuevo Impe­
rio Alemán se convirtió en el estado más poderoso del
continente europeo. Este nuevo estado, a pesar de su
aceptación del sufragio universal y de un parlamento
nacional, siguió siendo una autocracia regida por la
dinastía Hohenzollern, que continuaba apoyándose en
la nobleza terrateniente tradicional del este de Alema­
nia. Incorporó las tradiciones burocráticas y militaris­
tas de la antigua Prusia y las fuerzas conservadoras
gozaron de un nuevo período de vida gracias a la
forma en que había tenido lugar la unificación.
Desde 1848, Alemania había sufrido cambios socia­
les profundos. El desarrollo de la economía había
hecho aparecer una clase media más numerosa, cuyo
punto de equilibrio se desplazaba ahora hacia el mun­
do comercial. Sus objetivos se centraban en el éxito
material y en la sumisión a las fuerzas del poder, más
que en las visiones de los intelectuales de la revolu­
ción de 1848. Su nacionalismo desbordaba a su libe­
ralismo y había adquirido una naturaleza más egoísta,
gracias sobre todo al modo como se había constituido
el Segundo Reich. Consecuentemente, muchos de sus
miembros cooperaron con los conservadores dinásti­
cos y aceptaron los rasgos aliberales y militaristas
que la hegemonía de Prusia había preservado dentro
de la nueva Alemania.
Una industria adelantada y en rápido crecimiento
se combinaba con una estructura política arcaica y
con una sociedad dominada aún por una clase supe­
rior agraria ligada a los valores preindustriales. El
creciente poder económico de Alemania estaba diri­
gido, pues, por personas pertenecientes al antiguo ré­
gimen; la clase media superior, por su parte, aceptaba
esta situación y, lo que es más, sus miembros se adap­
taban a ella sin mayores lamentaciones. La persecu­
ción de los intereses materiales podía llevarse a efecto
con mayor eficacia en un estado unido y poderoso que
en la antigua Alemania dividida. Si la burguesía par­
ticipaba muy poco en la determinación de la política
y no se limitaba a aceptar una situación de inferiori­
dad social, sino que aceptaba además la ideología de
141
la nobleza terrateniente, acumuló por lo menos rique­
zas a una escala sin precedentes e identificó sus inte­
reses con los del Reich.
La rápida transformación económica que empezó
hacia los años cuarenta, vino aparejada con la unifi­
cación del país por la fuerza bajo el liderato prusiano
y confirió al capitalismo industrial alemán su carác­
ter específico. En vez de un proceso lento de forma­
ción de capital por parte de un gran número de em­
presas individuales y en un contexto competitivo, los
sectores dirigentes de la economía habían dado un
gran paso hacia adelante sobre la base de las más
progresistas formas de organización y tecnología, ya
experimentadas en las zonas más adelantadas de Eu­
ropa. Al principio, gran parte del capital para los
sectores en expansión provino del extranjero. Muchas
empresas nuevas se organizaron desde el primer mo­
mento como sociedades anónimas, a menudo con'- la
participación de los bancos. La falta de grandes fortu­
nas dispuestas a embarcarse en empresas industriales
o de una clase inversora, hizo esta solución inevi­
table. Sólo los bancos podían poner sus manos so­
bre las grandes sumas de capital líquido necesarias
para construir ferrocarriles, abrir minas de carbón y
montar plantas de industrias pesadas. Sólo los bancos
podían proporcionar facilidades crediticias con las
que financiar la creciente escala de transacciones
monetarias que de todo ello derivaba. Al adelantar
dinero o abrir créditos para sus clientes del mundo
de los negocios, contribuían con eficacia al volumen de
la capacidad adquisitiva. La renovación de los crédi­
tos dio a algunos de estos préstamos el carácter de
créditos a largo plazo. Con todo, hay que añadir que
los banqueros —especialmente en la región del Rin,
que era la zona más adelantada económicamente—,
jugaban un papel activo en la fundación de compa­
ñías. Retenían bloques de acciones hasta que podían
ser puestas a disposición de sus clientes, las guarda­
ban en sus propias carteras de valores y se sentaban
en los consejos directivos de las compañías deudoras.
Desde las etapas iniciales, en que los bancos exis-

142
tentes asumieron tales funciones sin cambiar su es­
tructura —allá por los años cincuenta—, se fundaron
bancos de accionistas que emprendieron inversiones
sistemáticas en la industria. Sin estos esfuerzos por
parte de los bancos, hubiera sido imposible poder
contar con los medios financieros necesarios para la
construcción de los ferrocarriles y el crecimiento de
la industria. A diferencia de lo que acontecía en In­
glaterra, donde los bancos se mantenían alejados de
las inversiones a largo plazo, no sólo por considerarlas
inseguras, sino también porque los empresarios esta­
blecidos podían obtener todo el capital necesario a
través de sus propios beneficios pasados, en Alemania
existieron relaciones íntimas desde el primer momento
entre banqueros e industria. Del mismo modo, mien­
tras en Inglaterra la sociedad por acciones era poco
utilizada como medio de inversión industrial, en Ale­
mania era muchas veces el único medio que permitía
obtener capital suficiente para iniciar una nueva in­
dustria o ampliar las ya existentes. Claro está, ésta no
es toda la (verdad. En la industria de bienes de consu­
mo, el cuadro no podía ser muy distinto en ambos
países. Sin embargo, en Alemania fue la industria
pesada quien tomó la delantera; en realidad, probable­
mente era imposible que la irrupción industrial pu­
diera haber acontecido de otro modo. La inversión que
los ferrocarriles y la industria pesada exigían, debía
hacerse en gran escala y acarreaba enormes riesgos;
de hecho no podría haberse dado sin la participa­
ción de la financiación bancaria y el uso de alguna
forma de organización asociativa. De esta manera, y ya
desde los inicios de la industrialización alemana, exis­
tió un nexo íntimo entre industria e instituciones fi­
nancieras.
Los recursos de Alemania, las potencialidades de
un mercado con una gran demografía en fase de cre­
cimiento, la existencia de una abundante provisión
de mano de obra, habían atraído ya hacia los años
cuarenta a las empresas extranjeras. Gran parte del
desarrollo inicial de las minas del Ruhr y de la indus­
tria del metal tuvo lugar, por tanto, no sólo sobre
143
modelos extranjeros, sino también con la participa­
ción de capital y empresas extranjeras. Sin embar­
go, una vez aparecido el estímulo, el rápido desarrollo
subsiguiente anuló rápidamente el papel del elemento
exterior. Al fin y al cabo, era muy breve la distancia
entre enseñantes y enseñado. Las lecciones de los
empresarios, directivos e ingenieros extranjeros fue­
ron prontamente aprendidas. En cualquier caso, los
empresarios alemanes habían tenido ocasión de obser­
var durante largo tiempo los diversos procesos de
desarrollo industrial que iban teniendo lugar en In­
glaterra y otros países. La clase media alemana —e
incluso la gran masa de la población— no eran edu­
cacionalmente inferiores a sus correlativas en los de­
más países. Se trataba simplemente de que las opor­
tunidades en la industria y el comercio habían estado
restringidas por el carácter global de la sociedad: los
talentos habíanse vistos abocados hacia las profesio­
nes liberales o hacia el servicio público y sólo a par­
tir de los años cuarenta empezaron a encontrar cre­
ciente salida en el campo de los negocios. Además, los
gobiernos alemanes comprendieron en seguida que la
inferioridad económica podía ser contrarrestada me­
diante un esfuerzo en el campo de la educación. En
un corto período, la educación secundaria y la educa­
ción técnica fueron llevadas a un nivel sin parangón
en Europa y empezó a afluir un caudal de hombres
científica y técnicamente cualificados que iban a hacer
posible que Alemania venciera con gran celeridad su
inferioridad inicial en la industria y tomara la inicia­
tiva en algunas de las industrias basadas directamente
en la investigación científica, que iban teniendo cada
vez mayor importancia.
Una vez dado su ímpetu al desarrollo —y parece
que éste llegó a una fase decisiva como consecuencia
de la aparición del ferrocarril—, no es de extrañar que
Alemania empezara a reducir distancias entre su pro­
pia posición y la de los pioneros industriales e incluso
que los alcanzara. Muchas fuerzas latentes contribu­
yeron a la transformación: la existencia de una estruc­
tura comercial y bancada, una tradición industrial,
144
unos recursos naturales exactamente del tipo necesi­
tado por la tecnología existente, una población recep­
tiva y un nacionalismo dinámico en busca de expre­
sión. Es cierto que había obstáculos que derribar, pero
desde finales del siglo xvm habían ido perdiendo fuer­
za gradualmente. Hasta las fuerzas tradicionales, los
intereses agrarios del este, la burocracia de los mili­
taristas, se adaptaron al proceso de industrialización.
Quienes más sufrieron fueron los artesanos de antiguo
cuño y los- maestros gremiales, cuya posición social
—si no ya sus condiciones materiales— se deteriora­
ron, así como aquellos sectores del campesinado que
fueron obligados por la transformación agraria a aban­
donar el campo y enrolarse en las fábricas o en las
minas o a buscar un pasaje en los barcos de emi­
grantes.
El estímulo proporcionado por la construcción del
ferrocarril, así como la ampliación del mercado que
los nuevos medios de transporte hicieron posible, alen­
taron la inversión en las minas de carbón y en las
industrias metalúrgicas que iban a constituir la base
de la industrialización alemana. En estos sectores se
contaba con una tecnología avanzada capaz de ser
transplantada a zonas de abundantes recursos carbo­
níferos. Para la utilización de las nuevas técnicas eran
necesarias inversiones a gran escala. No había posi­
bilidad de empezar a un tamaño reducido y de avan­
zar lentamente por etapas. Se necesitaban grandes
sumas de capital desde el primer momento. Parte de
él provino de fuentes extranjeras. El capital bancario
jugó un papel importante y desde el principio se for­
maron compañías de accionistas. Desde los inicios, el
industrialismo alemán adoptó una forma que era con­
secuencia de las circunstancias técnicas y financieras
bajo las que empezó.
La influencia extranjera en la industria alemana se
derrumbó tan pronto como empezó a avanzar la in­
dustrialización y las fuentes nativas pudieron propor­
cionar el capital, dirección y técnicas empresariales
adecuadas. De las filas de la clase media surgieron
rápidamente hombres capaces de asimilar todo lo que
145
10. U REVOLUCIÓN IN DUSTRIAL...
los extranjeros podían enseñar y de aportar innova­
ciones propias. La superación del problema financiero
mediante la utilización del crédito bancario fue una
de ellas. La consecución de economías gracias a una
producción a gran escala e integrada, el énfasis en la
educación científica y técnica y en el adiestramiento
comercial, fueron otras. El contexto ambiental había
preparado el camino, hacia mediados de siglo, para
una adaptación rápida de este tipo. La derrota de la
clase media en 1848, seguida de un período de reacción
que la excluyó de toda intervención en la política,
contribuyó quizás a dirigir sus energías hacia el sector
de los negocios. Con el orgullo y ambición nacionales
se aparejaba un énfasis creciente en la persecución
de la riqueza. Se hizo evidente que la inferioridad ale­
mana en la industria sólo podía vencerse mediante un
esfuerzo conscientemente aplicado, especialmente en
el campo educativo, y mediante el dominio de la me­
todología científica aplicada a los procesos y organi­
zación industriales. No había tiempo de avanzar ex­
perimentando a ciegas. El tiempo no era un aliado del
empresario alemán; tenía que avanzar con la máxima
celeridad y energía para poder superar sus desven­
tajas iniciales. Por razones de su incumbencia, la ad­
ministración —especialmente en Prusia— alentó el
desarrollo de la educación científica y técnica y con­
tribuyó a proporcionar un contexto cáda vez más fa­
vorable para la persecución de la riqueza.
En la esfera política, el problema de la unificación
alemana estaba ya maduro para el hallazgo de una
solución en la década de los sesenta. El fracaso de los
liberales en 1848, la incapacidad de Austria de sacar
partido de sus éxitos posrevolucionarios y la falta
de cualquier otra fuerza capaz de tomar el liderato
en Alemania, colocó a la monarquía de los Hohenzo-
< llern en una posición que le permitía aprovechar todas
las tendencias y corrientes conducentes a la unidad.
No se trataba ya de fuerzas vagas y sentimentales que
extrajeran su vigor de ecos del pasado y de idealiza­
ciones románticas; se trataba más bien de vínculos
materiales muy reales entre los alemanes de los dife-
146
rentes estados, hechos posible por medio del creci­
miento del comercio y la industria. A la clase media
industrial poco le importaba cómo se consiguiera la
unificación o bajo qué auspicios, con tal de que pudie­
ran depender de un gobierno estable y pacífico en el
interior y que les apoyara en sus empresas en el exte­
rior. Por esto se apresuraron a aceptar la hegemonía
de Prusia y de la monarquía Hohenzollern. En cual­
quier caso, la existencia del Zollverein y la fuerza
económica de Prusia, en la que se encontraban situa­
das las principales áreas industriales en expansión, la
convirtieron en la cabeza lógica de Alemania. Al ser
realizada la unificación por Bismarck, ello supuso,
naturalmente, la cpnservación tanto de la monarquía
como de la clase señorial terrateniente de la Alemania
oriental a la que su existencia iba ligada. La aparición
del poder industrial alemán tuvo así lugar dentro de
una estructura arcaica de autocracia, tradicionalismo
y militarismo antitéticos del liberalismo y las insti­
tuciones democráticas.
Sin embargo, durante la década de los sesenta, el
liberalismo económico convino a los intereses de Bis­
marck así como a los de las clases medias empresa­
riales. En cuanto al exterior, esto significó un protec­
cionismo moderado y la firma de tratados comerciales
que hicieran posible el libre intercambio de mercan­
cías con otros países. En cuanto al interior, dentro del
Zollverein, supuso el establecimiento legal de todo un
programa liberal circunscrita a la vida económica. Los
privilegios de los gremios y corporaciones fueron ba­
rridos. Las actividades comerciales y las profesiones
liberales quedaron abiertas a quienes fueran capaces
de practicarlas. Una nueva ley de minas hizo que los
minerales del subsuelo fueran más accesibles a la em­
presa capitalista. Una mayor uniformidad de la ley
civil y comercial, así como de los sistemas de pesas y
medidas, mejoraron las condiciones de la empresa
comercial. El camino se encontraba expedito para una
actuación plena y libre de las fuerzas de mercado den­
tro de una estructura política autocrática y controlada
por la burocracia.
147
El mundo económico alemán aceptó, pues, la mar­
cha hacia la unidad en los términos de Bismarck, de­
bido a sus evidentes ventajas materiales. La aristocra­
cia Junker, aunque algunos de sus sectores demostra­
ron ser incapaces de adaptarse a las circunstancias
económicas cambiantes, siguió predominando social­
mente en tanto que clase. El nuevo Reich, establecido
tras la derrota de Francia en 1870-71, contenía por un
lado un poderoso sector industrial —con sus funda­
mentos básicos en el hierro y el carbón—, y por otro
una influyente aristocracia agraria. En la década de
los setenta, ambos sectores tuvieron que enfrentarse
a presiones económicas derivadas de las nuevas cir­
cunstancias de rivalidad internacional en el mercado
mundial y de la caída de precios resultante. La polí­
tica liberal de comercio exterior adoptada en la década
de los sesenta se convirtió pronto en un desastre. La
industria pesada solicitó protección frente a la com­
petencia británica en el mercado interior alemán. Los
grandes terratenientes solicitaron protección frente a
los bajos precios de los cereales rusos o americanos.
La alianza tácita se hizo así más estrecha y formal y
quedó sellada con la carta arancelaria de 1879.
Tras el muro arancelario, los rasgos ya existentes
del capitalismo industrial alemán se desarrollaron con
mayor plenitud. El esfuerzo competitivo de la indus­
tria pesada, inherentemente débil, dio páso a un pro­
ceso de integración y de asociación vertical y horizon­
tal. Se extendieron las ya estrechas relaciones exis­
tentes entre la industria y los bancos, produciendo
grandes concentraciones de poder económico capaces
de obtener concesiones del gobierno. Aparte de los
aranceles, los ferrocarriles, que estuvieron cada vez
más en manos del estado después de 1871, ofrecían
unos precios que mantuvieron bajos los costes de
los transportes de los productos de exportación hasta
las fronteras o puertos, al tiempo que desalentaban
la penetración de importaciones en el interior del país.
El desarrollo de la capacidad industrial hizo al país
cada vez más dependiente de las exportaciones para
su prosperidad, mientras el crecimiento demográfico
148
rebasaba la capacidad productiva de la agricultura
alemana. De esta manera el problema de las relacio­
nes exteriores de la Alemania Imperial se agudizó a
partir de los años ochenta.
Los industriales, particularmente los de la rama
de la industria pesada, querían mercados seguros para
su creciente capacidad productora. La protección del
mercado interior no era suficiente en sí misma; debía
tenerse acceso a mercados seguros en otros países.
Los industriales pasaron, por tanto, a interesarse por
una política exterior progresiva y por la expansión
colonial. El crecimiento del comercio exterior alemán
en una situación de competencia internacional, y las
primeras aventuras en la esfera colonial trajeron con­
sigo la creación de una flota naval capaz. El arma­
mento naval, al igual que el material militar, podía
constituir una salida para los excedentes de capaci­
dad de la industria pesada. Los agricultores estaban
interesados en obtener protección y se encontraban
estrechamente ligados a la clase alta militarista tradi­
cional. Todos estos intereses se aunaron para favore­
cer una política exterior activa y colonial apoyada por
el poder militar y naval. La alianza entre ellos supuso
que la política de hegemonía continental heredada de
Bismarck se combinara con una política de poder
mundial, de la cual debía ser instrumento necesario
una flota poderosa. Si sus pretensiones europeas eran
susceptibles de oposición por parte de Francia y Ru­
sia, el aumento de los armamentos navales y las as­
piraciones de expansión colonial iban a despertar el
miedo y las sospechas de Inglaterra.
La historia económica de Alemania no puede sepa­
rarse de una política de poder. Una Alemania indus­
trialmente poderosa, en la que habían sido preservadas
las antiguas fuerzas de la autocracia y el militarismo,
no podía por menos de desarrollar ambiciones políti­
cas que entraran en conflicto con las posiciones ocu­
padas ya por Inglaterra, Francia y Rusia. Las fuerzas
económicas crearon las circunstancias de las que sur­
gieron las tensiones y el futuro conflicto bélico, pero
los factores decisivos deben buscarse en último térmi-
149
no a nivel político, en las relaciones entre estaaos y
en el comportamiento de los hombres que controla­
ban sus destinos.
Desde un punto de vista económico, la industria­
lización alemana puede parecer un éxito ilimitado.
Llevada a cabo en un período de tiempo comparativa­
mente corto, pronto dotó al país de una industria
pesada muy concentrada y tecnológicamente muy avan­
zada. El énfasis que este ejemplo típico de incorpo­
ración tardía puso en la educación, en el conocimiento
científico y en la organización, dio sus frutos en el
desarrollo de nuevas ramas de la producción, entre
las que sobresalieron la industria química y la elec­
tricidad, y que contribuyeron a dar a su estructura
industrial un aspecto altamente moderno. Si se la
compara con Inglaterra, el pionero de lento desarrollo
que conservó muchos de los rasgos industriales pri­
mitivos hasta el siglo xx, el éxito de Alemania parece
aún más impresionante. El rápido crecimiento del co­
mercio exportador y los éxitos alemanes en competen­
cia con los productos ingleses en el mercado mundial
subrayan aparentemente el contraste entre el progre­
sivo recién llegado y el país industrial de menor adap­
tabilidad y cuño más antiguo.
Si bien es verdad que este tipo de cuadro refleja
un aspecto de la situación, sería inadecuado no insis­
tir en el carácter incompleto de la transición alemana
a una sociedad industrial en los años 'anteriores a
1914. La rapidez del crecimiento industrial alemán ha­
bía dejado casi intactos algunos sectores de la sociedad
preindustrial. Esto resultaba cierto sobre una base
geográfica, ya que había extensas zonas de Alemania
que no estaban aún maduras para el desarrollo indus­
trial y que conservaban, por tanto, un encanto propio
del mundo antiguo. Como se ha visto también, la clase
gobernante tradicional había conservado su posición
de control del estado y del ejército y seguía impri­
miendo sus propios valores sobre la sociedad. Los in­
versores medios recién enriquecidos se transformaron
en un estamento con conciencia de superioridad, aun­
que aceptaban visiblemente el principio de la menor
150
dignidad y prestigio de las actividades comerciales, si
se las comparaba con las actividades de la clase ocio­
sa, con la vida militar y con las profesiones honorífi­
cas. Tal mentalidad no inhibió en ningún momento la
búsqueda de la riqueza, incluso por parte de los no­
bles, y se basaba, naturalmente, en una ilusión y en­
gaño propios. En cualquier caso y tal como estaban
las cosas, el industrial o comerciante alemán sabía
que no podía permitirse relajar su actividad, si quería
conseguir un lugar para sus productos en el mercado.
Por tanto, se encontraba más entregado a sus activi­
dades que sus colegas ingleses o franceses. Abandonaba
simplemente los asuntos políticos y el establecimiento
de modas sociales a manos de la clase gobernante tra­
dicional.
Otro rasgo del desarrollo industrial alemán que
tendió a limitar la amplitud de la industrialización, fue
la supervivencia del campesinado. Aunque habían de­
saparecido algunas propiedades en el este, no por
ello habían dejado de existir algunos campesinos prós­
peros en aquel mismo lugar. En el resto de Alemania,
a pesar de las vicisitudes sufridas por la agricultura
en la década de los cuarenta y durante la Gran Depre­
sión, el campesinado continuaba siendo una fuerza
sustancial dentro de la sociedad. La presión sobre la
tierra que acompañó al crecimiento demográfico, se
vio aliviada por la emigración a gran escala y por el
constante desplazamiento hacia las ciudades. Además,
la agricultura se hizo más productiva a medida que
los métodos modernos de cultivo se fueron extendien­
do y la patata y la col se fueron sumando al trigo y
al centeno como elementos básicos de la dieta alimen­
ticia. Hasta la década de los setenta Alemania se man­
tuvo como exportador neto de productos alimenticios.
Pero ni siquiera la conservación de un inmenso sector
agrario pudo evitar la creciente dependencia con res­
pecto a las importaciones, a partir de este momento.
La adopción de una política proteccionista y de otras
medidas destinadas a sostener la agricultura y preser­
var tanto a la gran propiedad productora de cereales
como a la pequeña granja campesina de la plena pre­
151
sión de las fuerzas de mercado, acarreó dudosos be­
neficios a la economía alemana y posiblemente tuvo
un efecto ruinoso sobre el desarrollo social.
La conservación de un sector agrario más amplio
de lo que hubiera sido sin avudas «artificiales», elevó
los costes de los alimentos y materias primas produ­
cidos en el interior y tan sólo fue posible sobre la
base de una protección arancelaria general. Es de su­
poner que con ello se puso un freno al desarrollo
industrial y se mantuvo el nivel medio de ingresos per
cápita por debajo del que podría haber alcanzado. En
el debate entre los tradicionalistas, que deseaban con­
servar una gran masa de población rural, y los defen­
sores del estado industrial, ninguno de los dos bandos
alcanzó una clara victoria que pudiera encontrar ex­
presión a través de directrices políticas. En sustitu­
ción se llegó a un compromiso, por medio de la carta
arancelaria, que tan sólo podía producir tensiones y
contradicciones. El mercado interior para la indus­
tria alemana creció más lentamente de lo que lo hu­
biera hecho, si el sector agrario hubiera sido más
reducido. Al mismo tiempo, su creciente capacidad pro­
ductiva la obligó a buscar salidas en el mercado mun­
dial; pero, a pesar del aumento de las importaciones
vencedoras de las medidas arancelarias, el mercado
de productos extranjeros se mantuvo por debajo de
los límites que debiera haber alcanzado. Por la época
en que Alemania se convirtió en un país capitalista
avanzado, pudiera haberse esperado de su' balanza de
pagos que mostrara un mayor excedente del volumen
de importaciones.
Aunque nunca se persiguió la autarquía como polí­
tica deliberada y aunque en el período Caprivi se llevó
a la práctica una política de reducción arancelaria
—previo acuerdo—, la política proteccionista distor­
sionó las relaciones de la economía alemana con la
economía mundial, limitando su extensión en algunos
aspectos. Como resultado, la industria buscó merca­
dos seguros en el interior y en el exterior y la influen­
cia de la industria pesada en la economía global siguió
siendo excesiva. Fue la industria pesada quien buscó

152
una alianza con los grandes intereses agrarios que fa­
voreciera una política exterior activa y colonial y de­
fendiera grandes presupuestos para el ejército y para
la construcción de una flota poderosa. Esto armoni­
zaba muy bien con las fuerzas tradicionales y conser­
vadoras de la burocracia y de la clase gobernante, y
consolidó aún más la alianza que el carbón y el acero
habían establecido con el trigo y el centeno. No po­
demos dudar de que Alemania pagó por ello, no sólo
mediante una política exterior arriesgada que le valió
la enemistad de Inglaterra, de Rusia y de Francia,
sino también con un nivel de vida antes de 1914 más
bajo que el que se hubiera podido alcanzar.
Quienes salieron beneficiados, aparte de los mag­
nates de la industria pesada, de los grandes bancos y
de los accionistas de estas compañías, fueron proba­
blemente los propietarios de Alemania Oriental, que
se vieron ahora financiados con eficacia, y el campe­
sinado, que sobrevivió como estamento. Para este úl­
timo, sin embargo, la supervivencia no fue siempre
fácil; y, si bien muchos campesinos pasaron a engro­
sar la mano de obra de las fábricas, no escaparon a
las vicisitudes propias de pequeños productores en
una economía de mercado. Muchos campesinos se
vieron seriamente perjudicados por hipotecas y otras
deudas, a pesar de los esfuerzos de los bancos y coo­
perativas de crédito, y vieron su nivel de vida sobre­
pasado por el de la pequeña burguesía urbana y el de
la clase trabajadora. El resentimiento existente entre
las filas más pobres del campesinado pudiera haber
servido de base para una reacción política, a pesar
de los sentimientos Volkisch que se habían extendido
por Alemania y que apuntaban hacia el racismo y el
antisemitismo.
La industrialización alemana demostró su compa­
tibilidad con la existencia de una clase gobernante
agraria firmemente arraigada y con un estado dinás­
tico de estampa militarista y conservadora. Su adve­
nimiento se hizo sin la destrucción del campesinado
como clase y concedió oportunidades de supervivencia
a los sectores campesinos prósperos que producían
153
para el mercado. Es más, la supervivencia y prospe­
ridad del campesinado o de sectores importantes
de él parecían contradecir las expectaciones que del
desarrollo capitalista tenían los marxistas y otros gru­
pos, derivados de la experiencia inglesa. Si se consi­
dera todo ello a la luz de las peculiaridades del desa­
rrollo económico y social alemán, quizá no resulte tan
sorprendente. No se había permitido la libre y plena
actuación de las fuerzas de mercado, a causa de la
supervivencia en algunos sitios del poder político de
una clase dirigente apoyada en el sector agrario. Esta
clase dirigente efectuó realmente en Alemania Orien­
tal una reforma agraria desde arriba y, como resul­
tado, muchos campesinos tuvieron que abandonar la
tierra. Por otro lado, esta clase dirigente no tuvo in­
terés en atacar a aquellos campesinos más prósperos
ya existentes o establecidos en el período que siguió
a la abolición de la servidumbre. Tampoco se había
interesado el terrateniente de otras partes de Alema­
nia en dirigir o explotar personalmente su propiedad
en la misma medida en que lo había hecho el terra­
teniente inglés. De esta manera, los campesinos pu­
dieron conservar el control de la tierra y de las ope­
raciones agrícolas, al tiempo que no sufrían ningún
riesgo de desposesión, a no ser bajo la presión de
las fuerzas de mercado. Es cierto que en algunos
lugares había propiedades reparceladas que consti­
tuían explotaciones bastante amplias, pero aun allí
dominaban las explotaciones familiares yMas tenencias
de los colonos. Los cambios que experimentó el cam­
pesinado con el despertar de la industrialización pro­
vinieron de las fuerzas de mercado restringidas y mo­
dificadas por gobernantes interesados, no en acelerar
la desaparición del campesinado, sino en su conser­
vación por razones económicas y sociales.
Si la antigua clase dirigente y el campesinado so­
brevivieron durante la era industrial, lo mismo suce­
dió con un número importante de artesanos de viejo
cuño y de pequeños empresarios y comerciantes cuyas
actividades no guardaban relación con la industria
moderna y podían verse amenazados por ella. El con-
154
trol gremial de las ocupaciones artesanas continuó
hasta la década de los sesenta, es decir, mucho des­
pués de su desaparición en Inglaterra, Francia y otras
partes de Europa occidental. Las nuevas leyes que
regían el derecho de entrada en estas ocupaciones y
en otras profesiones, se limitaron a anular los pode­
res obligatorios de los gremios, que continuaron exis­
tiendo como organismos voluntarios e influyentes. Al
igual que en otros países, la industrialización fue un
proceso fragmentario, debido por una parte a razo­
nes geográficas y por otra a que sólo ciertas activida­
des estuvieron afectadas al principio por la mecaniza­
ción y la organización a gran escala. En grandes áreas
del país la vida siguió exactamente igual que antes,
con ciudades-mercado que proveían las necesidades
de las regiones adyacentes y albergaban a sus artesa­
nos. La creciente prosperidad nacional supuso en algu­
nos casos la posibilidad de florecimiento del pequeño
productor, de descubrir nuevos campos y de sub­
sistir en mayor número. En resumen, Alemania siguió
mostrando hasta entrado el siglo xx —y en mucho
mayor grado que Inglaterra— algunos de los rasgos
propios de una economía dual.
La supervivencia del artesano estaba, naturalmen­
te, ligada a la conservación de una sociedad rural y
campesina. Fue en la pequeña ciudad de las áreas bá­
sicamente rurales, donde mejor se mantuvo. En la
vecindad de las nuevas áreas industriales, muchos
artesanos y trabajadores de posición social aproxima­
da se encontraban desplazados o amenazados por los
métodos fabriles. Una parte por lo menos de la cre­
ciente clase trabajadora de la segunda mitad del si­
glo xix debía haber estado compuesta por artesanos
(en una amplia acepción del término) que, aunque sus
ingresos fueran mayores en la fábrica, sentían que
su habilidad había sido degradada y sufrían un sen­
timiento de frustración. Este tipo de resentimiento
del antiguo artesano contribuyó a la fundación de un
movimiento obrero, particularmente del estilo Las-
salliano. Aquellos artesanos que continuaron en sus
antiguos quehaceres y cuyo número seguía mantenién-
155
dose, buscaron otras salidas a su sentimiento de inse­
guridad. Mientras el proletariado se resignó al creci­
miento de la gran industria, los artesanos intentaron
detenerlo; miraban hacia atrás soñando en un pasado
idílico y encontraron portavoces entre los intelectua­
les y conservadores románticos que creían también
que la industrialización estaba destruyendo algo pre­
cioso de la antigua Alemania.
Hasta cierto punto, pues, existía oposición al in­
dustrialismo entre la antigua clase dirigente agraria,
el campesinado y los artesanos, del mismo modo que
existía una tendencia que los llevaba a coincidir en la
defensa de políticas restrictivas y conservadoras. De
estos estratos preindustriales provino una hostilidad
parecida hacia muchas de las manifestaciones del ca­
pitalismo industrial; una búsqueda de posición en
una sociedad cada vez más dominada por los vínculos
monetarios, un mayor énfasis en las relaciones de co­
munidad que de mercado y una desconfianza general
en las ciudades —especialmente en el banquero y en
el judío—. Tales sentimientos encontraron un eco muy
amplio entre la clase media, más especialmente entre
los pequeños comerciantes e industriales, entre los
círculos profesionales provincianos, en el ejército y
en las universidades. Todos ellos convergieron en la
formación de una amplia infraestructura de sentimien­
to nacionalista y vagamente anticapitalista, senti­
miento inconsistente y contradictorio, irracional y
reaccionario, que proporcionó una plataforma ideoló­
gica, hasta cierto punto incongruente, para las aspira­
ciones alemanas al poder mundial. Siguió mostrándo­
se hostil y antagónica hacia la república de Weimar y
constituyó la materia prima del Nacional-Socialismo.
A pesar de las grandes conquistas hechas por la
industrialización en Alemania, su capacidad de remo­
delación de la sociedad fue considerablemente más
limitada que en Inglaterra. Arrostró consigo muchas
reliquias preindustriales que empezaron a adoptar
nuevas formas a medida que entraban en combina­
ción con una economía de mercado y un poder indus­
trial. Después de la formación del Reich, la función
156
del estado —dominado aún por los intereses dinásti­
cos y del estamento agrario superior, que, sin embar­
go, celebraron una estrecha alianza con la nueva aris­
tocracia del dinero— empezó a cobrar importancia de
nuevo. Fácilmente puede caerse en la exageración al
explicar la contribución del estado (es decir, de Pru-
sia) a la preparación de las condiciones precisas para
un temprano advenimiento industrial en Alemania.
Hasta la década de 1840, su influencia en sectores ta­
les como el dinero y la banca, la ley comercial y de
sociedades, el transporte y la construcción de ferroca­
rriles, fue en general conservadora y conforme a la
tradición preindustrial del siglo xvm. Después, su
principal contribución avanzó por los derroteros de la
liberalización: libertad de comercio interno de acuer­
do con el Zollverein, moderación arancelaría y firma
de tratados comerciales y la virtual puesta en vigor
legal —en asuntos comerciales— del programa de la
Manches'ter School. El retroceso hacia el intervencio­
nismo fue consecuencia de la Gran Depresión de los
años setenta, causante de un colapso industrial a la
vez que de una caída en picado de los precios agrí­
colas.
Con la consolidación de la alianza agrario-indus-
trial mediante el Decreto Arancelario de 1879, quedaba
expedito el camino para una política de intervencio­
nismo estatal de nuevo cuño. Tal como la concibió
inicialmente Bismarck, se trataba de una adaptación
de las viejas estructuras a las circunstancias cambian­
tes, que concediera al estamento y dinastía gobernan­
tes la seguridad de su supervivencia en los nuevos
tiempos. La industria y la burguesía industrial, que
podían haberse transformado en un serio rival del
sector agrario, necesitaban ahora del apoyo guberna­
mental para defender su propio mercado interior fren­
te a la intensificación de la competencia inglesa. Tu­
vieron que aceptar, en consecuencia, una política de
proteccionismo agrario defendida en estos momentos
por los Junkers —que en otros tiempos habían gozado
de libertad de comercio—, como corolario de sus pro­
pias peticiones. A Bismarck, el arancel le confirió la

157
independencia financiera necesaria para evitar la re­
petición de la crisis constitucional que le había llevado
al poder a principios de la década de los sesenta. Su
política incluía ahora una firme defensa de la propie­
dad privada —para lo cual declaró ilegal al Partido
Social-Demócrata— y un esfuerzo por asegurar la leal­
tad al Reich de la clase trabajadora, cosa que consiguió
mediante el establecimiento de un sistema de seguri­
dad social patrocinado por el estado. Entretanto el
estado fue extendiendo con pasos firmes su control
del sistema ferroviario, de manera que pronto se vio
capacitado para manipular las tarifas de transporte a
fin de defender con ellas el mercado interior al tiempo
que estimulaba las exportaciones.
La inspiración de la política social e industrial ale­
manas de fines del siglo xix debe buscarse en una in­
interrumpida tradición de paternalismo estatal, que
intentaba por aquel entonces acomodarse a los nuevos
problemas planteados por la industrialización. Sin em­
bargo, había grandes divergencias en tomo a si el
estado debería intervenir para preservar en lo posible
las antiguas estructuras sociales o bien si debería
aceptar la entrega sin reservas de Alemania a la in­
dustrialización. Por ello, la legislación adoptó un ca­
rácter contradictorio. A pesar de la alianza entre la
nobleza agraria y los magnates de la industria pesada,
la política parecía en ocasiones inclinarse más hacia
un sector de intereses que hacia el otro. El estado,
influenciado por presiones de sentido contrario, tuvo
que desempeñar al mismo tiempo un papel modera­
dor. A veces parecía incluso favorecer a los campesi­
nos frente a los grandes productores de cereales 'y a
los artesanos y pequeños comerciantes contra las gran­
des empresas. Las concesiones, reales o aparentes, eran
necesarias como resultado de la fuerza social y elec­
toral que estos inversores medios podían aportar, pero
no hay duda alguna de que las grandes directrices
políticas venían determinadas por los intereses indus­
triales y los de los grandes propietarios agrícolas. Sin
embargo, la alianza consolidada en 1879 siguió estan­
do sometida a tensiones debidas a la inclinación de
158
la balanza económica en favor de la industria y a la
cada vez mayor dependencia alemana respecto a las
importaciones de cereales. A pesar de este hecho y de
las probables ventajas que suponía el permitir un decli­
ve más rápido del que en realidad sufrió, la Alemania
industrial siguió conservando hasta 1914 un por­
centaje considerable de su población activa en el sec­
tor rural. En otras palabras, en los compromisos que
siguieron, tocantes a materias de política económica,
los agricultores pudieron seguir manteniendo una po­
sición fuerte.
El estado alemán fue un pionero en la promoción
de la seguridad social obligatoria para la población
obrera. El único fin que con ello se perseguía y que
sólo se consiguió de forma parcial, fue el de apartar
a la clase trabajadora de la Social-Democracia, me­
diante la disminución de la inseguridad ligada a la
extensión de las relaciones de mercado y a la crecien­
te urbanización. Si bien esta política no consiguió
disminuir la influencia del Partido Social-Demócrata,
sí consiguió —con la ayuda de la expansión industrial
reemprendida por la década de los noventa— limar su
filo revolucionario y convertirlo, en la práctica, en
una oposición reformista cada vez más leal. Esta po­
lítica fue emprendida en un contexto todavía reaccio­
nario. Seguía imperando el estado dinástico y no había
un control parlamentario efectivo sobre los poderes
autocráticos que legalmente poseía. La nobleza .terra­
teniente y la burocracia a que iba ligada conservaban
sus privilegios y prestigio social, al mismo tiempo
que, gracias a su influencia sobre la política estatal,
retrasaban la reducción del peso específico de la agri­
cultura dentro de la economía, que venía exigida por
la industrialización. Detrás del estado se guarecieron
también otros sectores del antiguo orden económico
que, de este modo, prolongaron artificialmente su vida
hasta el siglo xx.
La política social e industrial alemana se encon­
traba aún entregada a la adaptación de las viejas ins­
tituciones a las nuevas exigencias; todavía no había
conseguido sintonizar plenamente con las necesidades
159
de una sociedad industrial. Sin embargo, a pesar de
la conservación de grandes sectores de industria ar­
caica, avanzaba a grandes pasos con el consiguiente
aumento de tensiones internas. La industria empujaba
cada vez con mayor fuerza hacia los mercados exte­
riores. Solicitó la ayuda del estado para sus planes
expansionistas. La política naval y colonial consiguie­
ron un buen grado de apoyo por parte del gobierno.
Lo incompleto de la transformación interior hizo que
la búsqueda de canales de salida exteriores —«un lu­
gar en el sol»— se hiciera más imperativa. Asimismo
se consiguió un buen porcentaje de apoyo a los obje­
tivos nacionales, por peligrosos que fueran. Los arma­
mentos exigidos por una política de expansión exte­
rior significaron la realización de encargos a las
industrias pesadas y contribuyeron a la prosperidad
general, alimentando aún más el creciente fervor y
ambición nacionalistas.
Dentro de este patrón estructural, el capitalismo
industrial alemán desplegó y desarrolló a nivel supe­
rior rasgos que le eran inherentes desde sus primeros
pasos. El papel dirigente jugado por la industria pe­
sada y la necesidad —producida por la falta de acu­
mulaciones de capital disponible para la inversión— de
echar mano desde el principio de la compañía consti­
tuida por acciones y del préstamo bancario, produ e-
ron una estructura industrial de alta concentración, bn
los principales sectores de la industria de vanguardia,
las funciones y asociaciones habían acabado práctica­
mente con la competencia y cada vez había una mayor
compenetración entre firmas industriales e institucio­
nes bancarias. La necesidad de adquisición y asimila­
ción rápidas de los procedimientos técnicos el
reconocimiento de la importancia de una educación,
científica y técnica, hicieron imposible que la indus­
tria alemana tolerara una transformación tecnológica
al mismo ritmo lento y gradual que había tenido lu­
gar en Inglaterra. Se puso, por tanto, un gran énfasis
en el adiestramiento específico para la industria y se
utilizó cada vez más a personas educadas en ciencias
básicas y aplicadas, al tiempo que los mismos diri-
160
gentes industriales adquirían adiestramiento científico
y tecnológico. Este énfasis, surgido de los inicios rela­
tivamente tardíos de la industrialización en Alemania,
estableció hábitos y costumbres que armonizaban con
las necesidades de una era cada vez más tecnológica.
Pudo sacarse mucha delantera en los nuevos procesos
metalúrgicos que exigían control científico. El labora­
torio se convirtió en parte integrante del gran comple­
jo industrial, la invención pasó a ser una actividad
organizada y la patentizarían de nuevos métodos se
hizo parte de la actividad empresarial.
En tales aspectos, sin una planificación u objetivos
demasiado conscientes, la industria alemana aprove­
chó las ventajas de una incorporación tardía. Los em­
presarios se encontraban en una posición en la que
difícilmente podían escapar a la adopción de aquellos
métodos —en el establecimiento o expansión de una
empresa— que caracterizaron con el tiempo a la in­
dustria alemana. Se trataba sencillamente de que no
se daban las circunstancias aptas para la reproduc­
ción de la experiencia inglesa respecto a la propiedad
y financiación, a la organización, al adiestramiento
profesional y a la dependencia del realizador en unos
métodos de experimentación a ciegas. Lo que quizá
resulte impresionante es el hecho de que, a pesar del
atraso industrial previo de Alemania, aparecieran tan­
tos empresarios dispuestos a aprovechar con la máxi­
ma celeridad todas las oportunidades que se abrieron
a partir de los años cuarenta. Había sin duda una
gran reserva de talento empresarial entre la clase me­
dia alemana, en posesión ya de un cierto grado de
educación, pero cuyas oportunidades de progresión
material y social habíanse visto seriamente restringi­
das durante la época preindustrial. La toma de con­
ciencia acerca del desarrollo extranjero, agudizada por
los sentimientos nacionales, jugó evidentemente un
papel en todo ello. El cierre de los canales políticos
para quienes poseían iniciativa y ambición, después
del fracaso de 1848, dejó como única salida a la clase
media —para la realización de sus incansables ener­
gías— el mundo de los negocios. Tanto en política

161
II. LA REVm.lc.IUN industrial . ..
como en la burocracia y el ejército, los puestos eleva­
dos veíanse monopolizados por círculos relativamente
angostos: una élite de cuna y rango social estrecha­
mente unida a la nobleza terrateniente y donde muy
pocos elementos ajenos podían penetrar. Una vez hubo
decidido la clase media, después del fracaso de su
puja por el poder en 1848, que debía aceptar esta si­
tuación, se vio libre para lanzarse a la batalla del enri­
quecimiento con la máxima entrega. Si el mundo em­
presarial no pudo borrar el estigma congénito que
arrostraba en una sociedad que hasta el siglo xx es­
tuvo fuertemente invadida por los valores de clase
propios del antiguo estamento gobernante, la cuestión
se reducía a considerar que no había otro campo en
donde un hombre de la clase media pudiera esperar
triunfar tan rápidamente y de forma tan completa.
De esta manera, la clase media alemana siguió ca­
reciendo de la influencia política de que gozaban sus
correspondientes facciones sociales en Inglaterra y
Francia. La tendencia francesa se inclinaba por un
ensamblamicnto tan completo de la burguesía en el
estado, que sus jóvenes ambiciosos se veían alejados
del mundo empresarial para ingresar en las filas del
servicio público (o del mundo profesional). En Ingla­
terra, el mismo poder de la clase media industrial y
comercial la capacitaba para influir en la política e
invadir las instituciones sin necesidad de una confron­
tación aguda y abierta con una clase gobernante tradi­
cional, con la que tendió más bien a aliarse y que úni­
camente pudo conservar su posición poé medio de
retiradas estratégicas de posiciones insostenibles. Tanto
en Francia como en Inglaterra, la clase media empre­
sarial encontró salidas para sus jóvenes ambiciosos
en la política, el servicio del estado, el servicio colonial
y otros sectores de la vida pública cerrados básica­
mente a dicha clase en Alemania. Puede decirse que
allí estas alternativas eran mucho más reducidas y
quizá no tan buscadas. En consecuencia, a pesar de
la posición social algo más baja de la actividad cre­
matística, ésta atrajo un mayor caudal de talentos e
inspiró quizás una devoción y dedicación más asiduas
162
que en aquellos lugares donde .se contaba con otras
alternativas viables. A medida que las empresas cre­
cieron en talla y se hicieron más burocráticas, ofre­
cieron un mayor número de colocaciones para hom­
bres educados de talento medio, que encontraban en
ellas una enquistación satisfactoria. El comparativo
pacifismo y conservadurismo de la clase media educa­
da de Alemania, puede contrastarse con el descontento
endémico y las propensiones revolucionarias de la in­
telectualidad rusa. Sin embargo, en términos estricta­
mente políticos, la clase media apenas tenía mayor
poder que el que podía tener su homónima rusa.
Preparada y dedicada específicamente a su gestión
crematística, aceptando un sistema social que de he­
cho la condenaba a una posición de segunda fila den­
tro de la sociedad y alimentando, no obstante, un
patriotismo militante que la hacía sentir orgullosa del
creciente poder de Alemania, al que contribuía de
manera importante, la clase media seguía sin tener
conciencia de la peligrosa posición internacional a
que estaba siendo conducido su país. Las empresas
se veían obligadas a buscar cada vez mayores merca­
dos en el extranjero, para poder colocar la producción
de una industria que, construida tras unos muros de
protección arancelaria, excedía en mucho la capacidad
de absorción del mercado interior. Esta unilateralidad
era, en parte, consecuencia de los compromisos que
habíase visto obligada a aceptar con los intereses agra­
rios más bien que de una sencilla reflexión sobre la
participación alemana en el reparto internacional de
la producción. En las circunstancias mundiales de la
época, la expansión comercial iba unida a un filo com­
petitivo. Los comerciantes alemanes invadieron unos
mercados que les llevaron a una lucha particularmente
encarnizada con sus rivales ingleses. La industria y
las finanzas buscaron esferas privilegiadas de influen­
cia. La alianza entre la gran industria, los agriculto­
res y los defensores de una armada poderosa y de
una política mundial expansionista, habían hecho
irrumpir a Alemania en la escena mundial de una
manera que provocaba reacciones nerviosas en todos
163
los ángulos. La carrera de armamentos militares y
navales que se produjo a continuación, hizo aparecer
el espectro de la guerra en el horizonte de los prin­
cipales países industriales. Desde luego, los aconteci­
mientos que precedieron al futuro conflicto tuvieron
un carácter político y las decisiones fueron tomadas
por los distintos gabinetes ministeriales y no por los
hombres de empresa. Detrás de las directrices políti­
cas de los poderes constituidos pueden vislumbrarse,
no obstante, las fuerzas motoras de un capitalismo
adelantado, difícilmente contenidas dentro de la es­
tructura del estado nacional. La aparición de la Ale­
mania industrial, un recién llegado excluido de las
primitivas fases de expansión colonial —con su pecu­
liar combinación de fuerzas sociales y políticas inter­
nas ya explicadas—, dio a la disputa entre los poderes
existentes a fines del siglo xix e inicios del xx un
carácter particularmente tenso y peligroso. Al unir su
aspiración a la hegemonía europea, que la enfrentaba
con Francia y Rusia, con sus aspiraciones al poder
mundial, que la hicieron colisionar con los intereses
creados británicos, los gobernantes de Alemania se
encaminaban hacia el desastre. Tal combinación polí­
tica hubiera sido inimaginable e innecesaria sin el
enorme poder industrial montado en las décadas an­
teriores.
Es difícil escaparse a la conclusión de que la in­
dustrialización de Alemania, en la forma en que se
llevó a cabo y en las circunstancias internacionales
que prevalecían por aquel entonces, tenía/ que llevar
forzosamente a un conato de expansión externa cuya
más exacta descripción estriba en el apelativo «impe­
rialista». De la misma manera era inevitable que lle­
vara a una colisión de frente con los poderes estable­
cidos. El capitalismo se desarrolló, dentro de las
formas políticas del estado nacional, de una manera
muy desigual. Las presiones a que contribuyó por su
propia naturaleza, agravaron la rivalidad entre los
estados, a través de los cuales la burguesía de cada
país —aliada o no del estamento gobernante tradicio­
nal— buscaba la expresión de sus intereses. Este
164
proceso estuvo acompañado por un creciente comer­
cio entre los mismos rivales industriales, que expre­
saba —tal como estaban las cosas— la racionalidad
del mercado y de la división internacional de la pro­
ducción. En el proceso global de desarrollo de este
período, ésta no fue, sin embargo, la influencia predo­
minante. La cerrazón y proteccionismo nacionales, la
batalla entre grupos capitalistas rivales que operaban
desde una base nacional, los imperativos de industrias
e instituciones financieras construidas por la burgue­
sía de distintos países, unció la dinámica del expan­
sionismo capitalista al carruaje del estado nacional.
En este contexto, la responsabilidad de Alemania
—de su burguesía o de su clase dirigente, o de sus
gobernantes en un sentido político más estricto— res­
pecto a la crisis de la civilización capitalista en el
siglo xx, no fue mayor que la de Inglaterra, Francia o
Rusia. La diplomacia pudo influir en la cronología de
los sucesos o en la postura de los estados en un mo-
mente dado; del mismo modo que pudo mostrar una
mayor o menor habilidad, pudo permitir que preva­
leciera la razón o la sinrazón en el momento de tomar
decisiones concretas; pero las fuerzas subyacentes
profundas caían fuera de sus alcances. El camino se­
guido por la industrialización en su desarrollo, las
formas que adoptó dentro del sistema de estados exis­
tentes en Europa, produjeron todos los elementos ne­
cesarios para una colisión entre las grandes potencias
capitalistas que ninguna intervención diplomática ima­
ginable hubiera podido conjurar. El modo en que se
desarrolló el capitalismo industrial, como parte del sis­
tema de estados nacionales (y difícilmente podría ha­
ber aparecido de otra manera), proporcionó la fuerza
motriz, así como los medios, para unas guerras de
escala e intensidad mayores que cualquiera de las
conocidas antes en la historia de la humanidad. El
ámbito de atribución de responsabilidades a indivi­
duos o naciones por tales guerras parece estar, diría­
mos, estrictamente limitado. Quizá más que ninguna
otra cosa, fue la aparición de la Alemania industrial
—dado el modo particular en que aconteció— lo que
165
hizo que una guerra de tipo y cronología determina­
dos contra los otros países industriales, fuera inevi­
table.

Problema para debate:


1. Explica las razones de la tardía incorporación
alemana al proceso de industrialización.
2. Examina el curso de la transformación agraria
en Alemania en la primera mitad del siglo xix, espe­
cialmente en relación a sus efectos preparatorios del
terreno para el avance industrial.
3. Examina el Zollverein y los ferrocarriles en
cuanto a instrumentos de la unificación económica ale­
mana.
4. ¿Por qué los bancos de inversiones jugaron un
papel tan prominente en la industrialización alemana?
5. «Lo que Bismarck intentó hacer fue comprimir
la economía política de una época de producción ma­
siva en la anticuada estructura de una sociedad apta
para la promoción de una vida nacional preindus­
trial.» (R. A. Brady.) Discute esta opinión.
6. ¿Cuál fue la importancia de la ley arancelaria
de 1879?
7. ¿Por qué la industria alemana de colorantes
pudo ganar una posición tan predominante en los
mercados mundiales antes de 1914?
8. Da' razones que expliquen la rapidez de la in­
dustrialización alemana, observa sus limitaciones y
considera hasta qué punto se benefició Alemania de
las ventajas de su incorporación tardía. ,

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