Capítulo 10
Capítulo 10
Capítulo 10
En el caso de los IMPERATIVOS HIPOTÉTICOS, la acción obliga por la bondad del resultado.
Por el INTERÉS EGOÍSTA, que según HOBBES, es el único capaz de impulsar leyes morales y
legales desde un pacto que las gentes sellan por ese interés. Se actúa por interés en el resultado.
El INTERÉS MORAL, que KANT saca a la luz. Quién actúa, obra tomando interés en aquellas
acciones que son internamente buenas.
Como afirma KANT, “la voluntad humana puede también tomar interés en algo sin por ello obrar
por interés. Lo primero significa el interés práctico en la acción; lo segundo, el interés patológico
en el objeto de la acción. En el primer caso, me interesa la acción; en el segundo, el objeto de la
acción”.
Por eso mismo, los mandatos HIPOTÉTICOS mandan SUBJETIVAMENTE, teniendo en cuenta las
preferencias y los deseos de cada sujeto. Mientras que los deberes CATEGÓRICOS mandan sin
atender a preferencias y deseos: ordenan a todo ser humano a hacer lo que es bueno en sí. Esta
es la perspectiva de la OBJETIVIDAD MORAL.
En el nivel personal, afirmar que una acción es valiosa sólo si proporciona felicidad o placer es
vaciarla de su valor interno.
En el nivel político, reconocer que el contrato social es valioso sólo por sus benéficos resultados
es privar a la idea de contrato de valor moral.
Como reconocerá RAWLS, el INTERÉS EGOÍSTA no permite garantizar en una sociedad más que
un modus vivendi, fundado en intereses egoístas y resultado de una negociación. El modus
vivendi es INESTABLE. Quien entra en un pacto por un interés distinto de su valor mismo, lo viola
cuando le interesa.
Para construir un mundo estable es preciso contar con otro tipo de interés, el INTERÉS MORAL,
que más tarde se caracterizará también como SENTIDO DE LA JUSTICIA (por eso RAWLS intentará
diseñar una concepción moral-política de la justicia capaz de atraer el sentido de la justicia de los
distintos grupos sociales, generando una UNIÓN SOCIAL).
Regresando a KANT, firmar el contrato social es también una acción internamente buena, que
intentará garantizar una paz duradera.
Con ello pisamos el suelo de la OBJETIVIDAD MORAL. La peculiaridad de lo correcto es que, al ser
objetivamente valioso, pretende obligar UNIVERSALMENTE, reclama UNIVERSALIDAD y
NECESIDAD: lo correcto es lo que exige universal cumplimiento, mientras que lo bueno sólo atrae
a quienes lo prefieren, lo desean, o están convencidos de que en ello se cifra su felicidad.
Los proyectos de vida buena, personales o colectivos, cobran sentido desde lo que cada persona
o grupo considera su bien. No es que sean puramente subjetivos, sino que resultan de opciones
personales o grupales, que no necesitan justificarse mientras respeten opciones ajenas. Por eso,
las normas que aparecen entrelazadas con los proyectos tienen el carácter de CONSEJOS, de
INVITACIONES.
Por una parte, autores INTUICIONISTAS, como PRICHARD y ROSS, entienden que es la INTUICIÓN
la que nos lleva a descubrir la OBLIGATORIEDAD. Si tenemos conciencia de obligaciones, no es
porque nos percatemos de que producen el mayor bien, sino por intuición.
Entre las posiciones más preocupadas por descubrir criterios para dilucidar qué es lo
MORALMENTE OBJETIVO, podríamos señalar las siguientes:
Entre las ÉTICAS DE LO BUENO: la ética de los BIENES INTERNOS de MACINTYRE y la de las
VALORACIONES FUERTES, de TAYLOR.
Desde BENTHAM, el UTILITARISMO se propone evaluar las acciones humanas basándose en sus
CONSECUENCIAS.
Pero como buscar la utilidad individual no es una obligación moral, sino un hecho psicológico,
para tomar una decisión moral, el criterio de utilidad se somete al PRINCIPIO UTILITARISTA,
según el cual, una acción o un curso de acción será moralmente preferible a una acción
alternativa cuando produzca la mayor utilidad para el mayor número. LO BUENO ES ÚTIL. LO
MORALMENTE BUENO (LO CORRECTO) ES LO MÁS UTIL PARA EL MAYOR NÚMERO. La JUSTICIA
sería una
rama de la utilidad.
El UTILITARISMO piensa que su ventaja frente a otras teorías éticas consiste en ofrecer un
CRITERIO RACIONAL para las elecciones, porque se basa en HECHOS OBSERVALES y
CUANTIFICABLES. La RAZÓN MORAL se convierte ante todo en RAZÓN CALCULADORA de la
utilidad o la preferencia, cuya maximización constituye la OBLIGACIÓN MORAL.
Sin embargo, el UTILITARISMO tiene grandes dificultades a la hora de transitar del bien subjetivo
a lo correcto, a la objetividad moral que tiene capacidad de obligar. Existe un conjunto de
deberes cuya obligatoriedad no se funda en que produzca el mayor bien.
Las críticas más agudas se presentan en el último tercio del Siglo XX, de la mano de RAWLS y
SEN.
Según RAWLS, el UTILITARISMO extiende a la sociedad de forma ilegítima el principio individual
de elección, fundado en la prudencia. El UTILITARISMO cree que, de la misma forma que las
personas son prudentes cuando distribuyen sus oportunidades a lo largo de sus vidas, la JUSTICIA
consiste en aplicar el principio de prudencia racional al bienestar del grupo.
Así sería posible legitimar que se recorten las libertades y derechos básicos de algunos miembros,
si con ello aumentara el bienestar general.
Cuando un individuo distribuye sus sacrificios y sus gratificaciones en el conjunto de su vida, hace
uso legítimo de la prudencia, pero en el caso de la prudencia social, los sacrificios y
gratificaciones se distribuyen entre personas distintas y la distribución podría ser desigual.
El afán de medir RESULTADOS puede llevar a olvidar que hay capacidades valiosas por sí mismas.
Hay una frase de TOCQUEVILLE que resume esta cuestión de forma muy acertada: “el que
pregunta “libertad, ¿para qué?, ha nacido para servir”.
Las personas más marginadas de una sociedad pueden acabar adaptándose a un régimen injusto
con tal de disfrutar del mayor bienestar posible.
De ahí que, por razones como éstas, según estos autores, resulte indispensable defender la
PRIORIDAD DE LOS DERECHOS Y LAS LIBERTADES DE CADA UNO DE LOS MIEMBROS DE
LA SOCIEDAD SOBRE EL BIENESTAR SOCIAL, de forma que el bienestar de un individuo no pueda
anular el derecho de otro.
En una sociedad justa, las libertades básicas han de estar garantizadas y los derechos no pueden
someterse al cálculo del interés social.
Mientras que el UTILITARISMO entiende que actuar según los principios de justicia es algo útil
para la sociedad, otras corrientes consideran que hay una prioridad de esos principios, que la
obligación de seguir unos y respetar otros no se mide por la utilidad que puedan proporcionar.
Aquí, LO JUSTO TIENE PRIORIDAD SOBRE LO BUENO.
Entre esas corrientes, la más relevante probablemente sea el LIBERALISMO POLÍTICO de JOHN
RAWLS, que revivirá la tradición CONTRACTUALISTA, basado en la doctrina de los derechos
naturales.
Pero una de las dimensiones de la persona, uno de sus roles, es su pertenencia a una comunidad
política, y en esa dimensión el valor supremo es la JUSTICIA. Como dijo FEUERBACH, “La felicidad
no es un fin del ciudadano, sino del hombre. El fin del ciudadano es la justicia. Por eso, no en el
mundo ético en general, sino en el ético-político, la JUSTICIA tiene prioridad sobre el bien”.
RAWLS no dice que la primacía de lo justo significa que haya que evitar las ideas del bien. Lo que
quiere decir es que las ideas del bien usadas tienen que ser ideas políticas: tienen que ser
perfiladas con vistas a satisfacer las restricciones impuestas a la concepción política de la justicia,
encajando en el espacio permitido por ésta.
De una persona se dice que obra racionalmente cuando tiene una idea de bien, tiene proyectos
vitales y organiza su vida tratando de alcanzarlos. Adoptar los medios más adecuados para
acceder a la felicidad tras un proceso de deliberación es una conducta racional.
Esta noción de racionalidad es la que HOBBES destacó como base de LEVIATÁN, y la que KANT
recogió en la formulación de los imperativos hipotéticos.
Sin embargo para comprender la conducta de las personas y de los ciudadanos no basta con
suponerles ese uso de la razón.
En lo que hace a los CIUDADANOS, se presupone que, además de racionales, son RAZONABLES.
Mientras lo racional tiene su precedente en los imperativos hipotéticos, lo razonable lo tiene en
los imperativos categóricos.
[Es decir: para poder desarrollar una personalidad moral hay que ser razonable, no sólo
racional. Sólo el razonable tiene sensibilidad moral]
De ahí que no pueda decirse que lo razonable se deriva de lo racional, como ha intentado
HOBBES, sino que es necesario tener un sentido especial de lo razonable, un sentido peculiar de
la justicia.
Este sentido de la justicia es el que permite establecer lazos intersubjetivos con los demás
ciudadanos, mientras que perseguir el propio bien es cuestión subjetiva. Lo razonable, la
capacidad de intersubjetividad cooperativa, presupone lo racional; lo racional está subordinado a
lo razonable, lo bueno a lo justo.
De ahí resulta que lo justo se alinea con lo valioso en sí, con lo racionalmente exigible o
razonable. Lo bueno, por su parte, se alinea con lo valioso para mí.
Pero ¿qué quiere decir que el gobierno ha de tratar a los ciudadanos como iguales o como libres?
Igualdad de bienes.
Igualdad en el tratamiento de los proyectos de vida buena.
¿Igualdad en qué?
SEN planteó dos preguntas cruciales en relación con la exigencia de igualdad: ¿Igualdad por qué?
e ¿Igualdad en qué?.
A la primera se podría responder desde teorías éticas: porque son ciudadanos (LIBERALISMO) o
porque son interlocutores válidos (ÉTICA DEL DISCURSO) cuyos intereses deben ser tenidos
dialógicamente en cuenta.
En relación con la segunda cuestión, las respuestas más relevantes son las siguientes:
Según RAWLS, la IGUALDAD sería de BIENES PRIMARIOS, que son aquellos con los que cualquier
persona desearía contar para poder llevar adelante cualquier plan de vida que quisiera
proponerse. El criterio es la EQUIDAD.
Los bienes primarios que considera RAWLS (la libertad de movimientos y libre elección del
empleo, etc.), obligan a situar su posición en la tradición del mínimo decente o mínimo
razonable. Una sociedad que se pretenda justa debe proveer a sus ciudadanos de ese mínimo
razonable.
DWORKIN, por su parte, entenderá que más vale proveerles de una igualdad de recursos, que
deben gestionar, haciéndose responsables de sus elecciones.
En diálogo con las concepciones de justicia que acabamos de mencionar, a las que importa sobre
todo proveer a las gentes de medios para paliar las desigualdades, SEN propone su enfoque de
las capacidades. Toma como punto de partida dos hechos:
Pero es necesario buscar una variable focal desde la que establecer las comparaciones.
Teniendo en cuenta la HETEROGENEIDAD de las personas, SEN entiende que cualquier intento de
igualar desde los medios, puede resultar injusto con la desigualdad de capacidades de los
receptores. Un grupo humano con una mayor cultura puede aprovechar los medios para elegir
sus planes de vida mucho mejor que otros con menor cultura.
Frente al UTILITARISMO, importa recordar que existe una variedad de actividades que valen
por sí mismas, no por la utilidad que puedan producir. Evaluar el desarrollo humano tendrá
que ver con evaluar funciones y capacidades, por tanto. Tendrá que ver con evaluar la
capacidad de realizar funciones que fomentan nuestra libertad.
La obligación de tratar a los ciudadanos como iguales, enfrenta a las sociedades pluralistas con
un segundo problema.
Justamente son sociedades pluralistas aquellas en las que conviven personas con distintas
concepciones de vida buena.
Tratarlas como iguales exige al Estado o bien ser neutral acerca del problema de la vida buena
o bien tener una teoría acerca de lo que deberían ser los seres humanos y tratar a todos los
ciudadanos desde esa concepción.
La primera teoría supone que las decisiones políticas deben ser independientes de cualquier
concepción de vida buena, ya que, en caso contrario, el Estado apoyaría unas concepciones y
no otras, tratando a los ciudadanos de forma desigual.
La segunda entiende que tratar a una persona como igual significa tratarla como desearía ser
tratada una persona buena: el buen gobierno reconoce las vidas buenas y tratar como igual,
significa tratar a cada persona como si deseara llevar la vida que de hecho es buena.
El LIBERALISMO adopta la primera concepción de la igualdad, que exige al gobierno, para ser
justo, asumir un PRINCIPIO DE NEUTRALIDAD a las distintas concepciones de vida buena.
RAWLS llamará doctrinas comprehensivas del bien a las distintas concepciones de vida buena,
sean religiosas, filosóficas o morales, y entenderá que tratar como iguales a los ciudadanos
exige elaborar una concepción moral política de la justicia que sea como un módulo de las
distintas doctrinas, pero que pueda afirmarse con independencia de ellas. Una concepción
semejante, al tener atractivo moral, podrá atraer a las distintas concepciones a través de un
consenso entrecruzado. Tratar a los ciudadanos como iguales exige no apoyar unas doctrinas
en detrimento de otras.
Por su parte, los COMUNITARISTAS, entenderán que una comunidad precisa tener una cierta
concepción compartida de vida buena para poder tratar a los ciudadanos como la persona
buena desearía ser tratada.
Una forma diferente de entender la distinción entre lo justo y lo bueno será la de la ÉTICA
DISCURSIVA, a la que le interesa la distinción, no sólo en el nivel ético-político, sino en el ético
en general.
Normas justas y proyectos de vida buena
La ÉTICA DEL DISCURSO se presenta como una ÉTICA DEONTOLÓGICA; no porque distinga
entre la persona y el ciudadano, sino por dos razones:
Porque considera que la ética, como filosofía moral, debe ocuparse de reconstruir la dimensión
racional, intersubjetivable, del fenómeno moral, y esta dimensión es la de las NORMAS, no la
de la vida buena; y
porque entiende que las opciones por unos bienes u otros son muy personales, se engarzan en
proyectos de autorrealización y son muy respetables mientras no traspasen los límites de la
justicia.
En efecto, la estructura básica de cualquier sociedad está configurada por NORMAS, que no
son más que expectativas de comportamiento generalizadas. Si estas normas son injustas,
entonces las relaciones entre las personas están viciadas y no se trata a cada una como le
corresponde.
En la acción comunicativa, hablante y oyente organizan sus planes de vida a través del
entendimiento mutuo. Hablante y oyente se reconocen recíprocamente como interlocutores
válidos, con AUTONOMÍA suficiente como para elevar y poner en cuestión pretensiones de
validez.
Transitamos, por tanto, del individuo liberal, que no permite que sus derechos sean violados
por cualquier idea de lo bueno y firma para ello un contrato, a la persona social, que se
constituye como tal a través del reconocimiento recíproco de las obligaciones mutuas, en
diálogo con los demás. La parábola del contrato no tiene sentido ético si no es descubriendo
sus raíces en la de la alianza, en el reconocimiento recíproco personal.
La ÉTICA DEL DISCURSO se presenta como COGNITIVISTA, porque cree posible alcanzar un
consenso racional acerca de lo correcto y lo justo, de forma que las cuestiones morales no son
irracionales, subjetivas, sino racionales e intersubjetivables. A través de un proceso de
argumentación, sujeto a reglas, es posible comprobar si la voluntad individual está unida a la
universal.
Para dilucidar qué es lo justo, los interlocutores tienen que estar dispuestos a entrar en serio
en un diálogo, gobernado por unas reglas formales, que recibe el nombre de discurso práctico.
Quien quiera dialogar en serio, debe considerar la argumentación como una búsqueda
cooperativa de lo justo y como un proceso de comunicación, en el que sólo se debe atender a
la fuerza del mejor argumento. Éste no será el que satisfaga intereses individuales, ni tampoco
grupales, sino los intereses de todos los afectados por la norma, los universalizables.
El de UNIVERSALIZACIÓN, según el cual una norma será válida cuando todos los afectados por
ella puedan aceptar libremente las consecuencias y efectos secundarios que se seguirían de su
cumplimiento general.
El de la ÉTICA DEL DISCURSO, según el cual solo pueden ser validas las normas que encuentran
aceptación por parte de todos los afectados.
En definitiva, cuando decimos de una norma que es justa queremos decir, no que conviene a
un grupo, ni tampoco que beneficia a la mayoría, sino que los afectados por ella la aceptarían
en una situación ideal de habla, en la que pudieran participar libremente, porque satisface
intereses universalizables.
En las sociedades pluralistas, las personas y los grupos sociales diseñan proyectos de felicidad,
ideales de vida, lo que CORTINA llama ÉTICAS DE MÁXIMOS. Pero si quieren proceder
adecuadamente con esos ideales, no pueden imponerlos, sino sólo ofrecerlos, invitar a ellos,
porque la felicidad no se impone.
Sin embargo, las personas formulan también exigencias de justicia, exigencias que componen
unos mínimos éticos de justicia, por debajo de los cuales no se puede descender sin caer en
inhumanidad. Esos mínimos configuran el trasfondo de la cultura cívica de su comunidad, su
ÉTICA CÍVICA, la que les permite abordar juntos los problemas que afectan a todos.
De ahí que la fórmula mágica del pluralismo moral consista en compartir y fomentar unos
mínimos de justicia progresivamente ampliables (la ÉTICA CÍVICA MÍNIMA) y en respetar
activamente unos máximos de felicidad y de sentido de la vida (las ÉTICAS DE MÁXIMOS).
La ÉTICA MÍNIMA expresa la AUTONOMÍA, mientras que las ÉTICAS DE MÁXIMOS invitan a los
sujetos a emprender determinados caminos de AUTORREALIZACIÓN.
Vincula a las personas en tanto que ciudadanas y por eso únicamente puede tener
implantación en países cuyos miembros son ciudadanos.
No sólo es un elemento clave del pluralismo moral, sino también el germen de una ética
global, que hoy se exige desde distintas instancias y que ya se está configurando.
En efecto, desde finales del Siglo XX, voces diversas reclaman una ÉTICA GLOBAL, capaz de
orientar éticamente el proceso de globalización económico. En la elaboración de esa ética
cívica transnacional está siendo decisivo el papel representado por las ÉTICAS APLICADAS.
En el último tercio del Siglo XX se produce la revolución de las ÉTICAS APLICADAS y con ello va
cambiando paulatinamente la fisonomía de las sociedades y de la reflexión ética. El desarrollo
tecnológico exige respuestas morales que no pueden venir sólo de los políticos, los
empresarios o los científicos, ni siquiera solamente de los ciudadanos, sino que precisan el
concurso de todos ellos.
Un mínimo de acuerdos morales traspasa las fronteras y va forjando una ÉTICA CÍVICA
TRANSNACIONAL.
Conviene recordar que el hecho del pluralismo no se da entre los Estados, sino en cada uno de
ellos, porque las distintas ÉTICAS DE MÁXIMOS están presentes en todos ellos, son
TRANSVERSALES, y la ÉTICA MÍNIMA va siendo cada vez más compartida por todos.
Es la tarea de una ética pública global o universal, la tarea de una ética de los ciudadanos del
mundo.