Huelga de Masas, Partido y Sindicatos ROSA LUXEMBURGO

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La

revolución rusa, que tiene sus comienzos en enero de 1905, sorprende a Rosa
Luxemburgo en Alemania. Durante todo este año Rosa Luxemburgo se dedica a
hacer comprender a los socialistas alemanes el significado de aquellos
acontecimientos revolucionarios. En diciembre de 1905 decide partir para Varsovia
para participar directamente, junto a sus camaradas de la socialdemocracia polaca, en
los acontecimientos revolucionarios que conmovían el Imperio zarista. Fruto de esta
experiencia es su libro Huelga de masas, partido y sindicatos, en el que elabora su
doctrina de la huelga de masas.
Para Rosa Luxemburgo la huelga de masas, experimentada en una escala gigantesca,
en esta primera revolución rusa, tenía el mérito indiscutible de llenar el vacío teórico
que el fracaso de la Comuna de París y la crítica de Engels al insurreccionalismo (en
su introducción al libro de Marx Las luchas de clases en Francia) habían creado en la
concepción revolucionaria. Para ella la huelga de masas no es una simple «táctica»
que debe ser utilizada por el proletariado para defender sus conquistas, sino, por el
contrario, un elemento central de la «estrategia revolucionaria». Frente a la negación
kautskyana de la insurrección y frente al blanquismo preconizado por los teóricos de
la revolución de minorías, Rosa Luxemburgo preconiza lo que ella denomina una
«estrategia de derrocamiento», basada en la práctica sistemática de la huelga de
masas.

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Rosa Luxemburgo

Huelga de masas, partido y


sindicatos
ePub r1.2
Titivillus 28.10.2019

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Título original: Massenstreik, Partei und Gewerkschaften
Rosa Luxemburgo, 1906
Traducción: José Aricó & Nora Rosenfeld

Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1

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Presentación

La revolución rusa, que tiene sus comienzos en enero de 1905[1], sorprende a


Rosa Luxemburg en Alemania. Dado que su actividad política se repartía en dos
campos distintos —Polonia y Alemania[2]—, Rosa Luxemburg estaba en posición
privilegiada para enfrentarse con una doble tarea: explicar a la clase obrera polaca las
tareas que le esperaban y hacer comprender a los socialistas alemanes el significado
de aquellos acontecimientos revolucionarios. Durante 1905 se consagró casi por
entero a tratar el tema de la revolución rusa, tema al que dio una importancia
primordial a lo largo de su vida. «La vida social y la vida política de todos los
Estados capitalistas —decía en mayo de 1905— están actualmente tan ligadas entre sí
que las repercusiones de la revolución rusa serán enormes en todo el llamado mundo
civilizado, mucho más importantes que las repercusiones internacionales de cualquier
revolución burguesa en la historia».
En 1905 la tensión social había aumentado en Alemania. Esta situación no tenía
relación directa con la revolución rusa, pero este acontecimiento, cuyo desarrollo era
ampliamente comentado en la prensa alemana, contribuía a aumentar la temperatura
social. En este clima se levantaban voces que llamaban a imitar el ejemplo ruso. Rosa
Luxemburg era la cabeza intelectual de un reducido sector de la izquierda alemana
que no se cansaba de repetir que la revolución de 1905 era un precedente
revolucionario, no sólo para Rusia, sino también para Alemania. Desde la prensa del
partido socialdemócrata planteó, insistentemente a lo largo de 1905, la analogía entre
la situación alemana y la experiencia rusa e impulsó la discusión sobre la huelga de
masas como instrumento de lucha política[3].
El tema de la huelga de masas estaba en el centro de las preocupaciones del
movimiento obrero alemán de la época. En el Congreso sindical de Colonia (mayo de
1905), los sindicatos alemanes manifiestan su oposición a la huelga general. En este
Congreso llegó a decirse: «No hablemos más de huelgas de masas […]. Las huelgas
generales son un absurdo general». Los sindicalistas están obsesionados con
desarrollar su organización y para ello querían defender la paz y tranquilidad sociales.
En septiembre del mismo año, el Partido socialdemócrata alemán celebra su
Congreso anual. La huelga de masas es uno de los puntos más importantes de su
orden del día. La declaración aprobada, propuesta por Bebel, intenta satisfacer a la
izquierda del partido, al considerar la huelga de masas como instrumento socialista
legítimo, e intenta tranquilizar a los sindicalistas, restringiendo estrechamente su
posible uso, limitándola a ser un arma defensiva, utilizable ante un ataque contra el
sufragio universal o el derecho de asociación.
En este marco, Rosa Luxemburg se empeña en una doble tarea política:

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1. atacar a los dirigentes sindicales, a los que considera los más peligrosos
mantenedores del revisionismo en el partido, y a los que ve en oposición al
nuevo espíritu que anima en esos meses al movimiento obrero alemán;
2. defender sus concepciones, apoyadas en el ejemplo ruso, contra los estrechos
límites fijados por el Congreso del partido.

En diciembre de 1905, Rosa Luxemburg decide partir para Varsovia para


participar directamente, junto a sus camaradas de la socialdemocracia polaca, en los
acontecimientos revolucionarios que conmovían al Imperio zarista. Su biógrafo Nettl
valora así su decisión:
«Si Rosa Luxemburg no hubiese ido a Varsovia en diciembre de 1905, no habría
podido formular tan claramente ideas que se apartaban de la tradición, y la izquierda
alemana no habría comentado su existencia con una herencia intelectual tan
respetable».
Rosa Luxemburg llega a Varsovia cuando el enfrentamiento entre la revolución y
el absolutismo zarista había llegado a su punto culminante. En Moscú había estallado
la insurrección. En Varsovia, en estado de guerra, continuaba la huelga general[4].
Poco después la revolución rebasa su punto culminante. La insurrección de Moscú es
aplastada. En Varsovia fracasa la huelga general. La socialdemocracia polaca soporta
la represión. Rosa Luxemburg, inmersa en el trabajo político diario, tiene tiempo para
extraer lecciones de la experiencia y escribe La hora de la revolución. La próxima
etapa[5].
En marzo de 1906, Rosa Luxemburg es detenida. Permanece en prisión hasta el
mes de julio, en que, haciendo valer su nacionalidad alemana y dado su delicado
estado de salud, es puesta en libertad provisional. Un mes después fue autorizada a
abandonar Varsovia y se traslada a Finlandia. Allí, en la localidad de Koukkala, Rosa
Luxemburg se encuentra al grupo de dirigentes revolucionarios rusos que se
beneficiaban de la relativa seguridad finlandesa y de su proximidad a San
Petersburgo.
Rosa Luxemburg mantiene largas sesiones de discusión con Lenin y sus
camaradas más próximos (Zinoviev y Kamenev, por ejemplo). Pero no fueron estas
discusiones las que ocupaban su tiempo en Finlandia. La organización de la
socialdemocracia de Hamburgo le había encargado escribir un folleto sobre la
revolución rusa en general, y la huelga de masas en particular. A la elaboración de
este texto, que entregaría a la imprenta con el título de Huelga de masas, partido y
sindicatos[6], dedicó la mayor parte de su tiempo en Koukkala. El texto debería servir
de material de discusión para el próximo Congreso del Partido socialdemócrata
alemán que se iba a celebrar en septiembre en Manheim, y en el que Rosa
Luxemburg había decidido hacer su reaparición en la escena alemana[7].

* * *

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Huelga de masas, partido y sindicatos constituye una obra teórica de nexo entre
dos etapas de la lucha antirrevisionista de Rosa Luxemburg. La primera,
caracterizada por sus críticas a Bernstein y que tuvo su máxima expresión en el libro
¿Reforma social o revolución? (1900). La segunda, su polémica con Karl Kautsky en
1910, acerca de las medidas a adoptar para combatir el intento del gobierno prusiano
de imponer nuevas leyes antisocialistas. Esta polémica supuso un nuevo debate sobre
la huelga de masas, estrategia que Rosa Luxemburg proponía como alternativa al
obsesivo parlamentarismo que practicaba el Partido socialdemócrata alemán[8].
Es en esta obra en la que Rosa Luxemburg elabora su doctrina de la huelga de
masas. Nettl resume en tres las lecciones de la revolución rusa que Rosa Luxemburg
aplica a Alemania:

1. La indivisibilidad de la lucha de clases proletaria, lo que quería decir que, por


definición, las lecciones rusas podían ser aplicadas a Alemania. «Los obreros
alemanes […] deben considerar esta revolución (la rusa de 1905) como un
capítulo de su propia historia social y política».
2. El factor sorpresa gracias al cual el proletariado ruso su puso a la altura e
incluso superó, en sus reivindicaciones y en sus éxitos, a las clases obreras
mejor organizadas, como la alemana.
3. La inversión de la relación, considerada hasta entonces como normal, entre la
organización y la acción. La tesis de Rosa Luxemburg es ésta: una buena
organización no precede a la acción, sino que es su producto, la organización
conoce un desarrollo mucho más potente en periodo de lucha que en periodo
de calma.

Para Rosa Luxemburg la huelga de masas, experimentada por primera vez en una
escala gigantesca por la revolución rusa, tenía el mérito indiscutible de llenar el vacío
teórico que el fracaso de la Comuna de París y la crítica de Engels al
insurreccionalismo (en su Introducción al libro de Marx Las luchas de clases en
Francia) habían creado en la concepción revolucionaria. Para Rosa Luxemburg, la
huelga de masas no es una simple «táctica» que debe ser utilizada por el proletariado
para defender sus conquistas, sino por el contrario un elemento central de la
«estrategia revolucionaria». Frente a la negación kautskyana de la insurrección y
frente al blanquismo preconizado por los teóricos de la revolución de minorías, Rosa
Luxemburg preconiza lo que ella denomina una «estrategia de derrocamiento»,
basada en la práctica sistemática de la huelga de masas.

* * *

El texto de Rosa Luxemburg que presentamos —al igual que el resto de su obra—
ha sido hasta época reciente un «texto olvidado». Escindido el movimiento marxista,
a partir de la primera guerra mundial, en las dos grandes corrientes representadas por

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la Segunda y la Tercera Internacionales, ni una ni otra reivindicó como suyo el
pensamiento luxemburgiano. La Segunda Internacional porque su reformismo le
impulsaba a rechazar violentamente un discurso, cuyo núcleo giraba precisamente
alrededor de la revolución social; la Tercera Internacional porque el de Rosa
Luxemburg era un discurso «no leninista». Vale la pena recordar al respecto, la
resolución elaborada por el Ejecutivo ampliado de la Tercera Internacional de marzo-
abril de 1925 —destinado a lanzar la campaña en pro de la blochevización de los
partidos comunistas—, donde, entre otras cosas, se afirma que «es imposible asimilar
el leninismo y aplicarlo a la formación de los partidos comunistas en el mundo
entero, sin tener en cuenta los errores de muchos marxistas eminentes que intentaron
aplicar el marxismo a las condiciones de la época actual, pero que no lo lograron
completamente. Se trata de los errores de los comunistas de “izquierda” en Rusia, del
grupo de los marxistas holandeses (Gorte y Pannekoek) y también de Rosa
Luxemburg. Cuanto más próximos al leninismo están estos teóricos, más peligrosas
son sus concepciones en los puntos en que divergen de él. Una verdadera
bolchevización de ciertas secciones de la Internacional Comunista es hoy imposible si
éstas no superan los errores del luxemburguismo, los cuales, en virtud de
circunstancias históricas, desempeñan un papel considerable en sus países». Al
enunciar los errores más importantes se incluye, en primer lugar, «un modo que no es
bolchevique de tratar la cuestión de la “espontaneidad”, de la “organización” y de las
“masas”. Tal error de los luxemburguistas, que no disponían de otra experiencia que
la del Partido socialdemócrata alemán, con frecuencia restringía la amplitud de la
lucha de clases y no les permitió comprender adecuadamente el papel del partido en
la revolución».
Y si en 1925 una resolución de esta naturaleza colocaba fuera del leninismo al
pensamiento luxemburgiano, pero seguía considerándolo, no obstante, como una
corriente interna del movimiento revolucionario, en 1931 la carta abierta de Stalin a
la revista de historia del partido Proletárskaia Revolutsia[9], cierra definitivamente la
cuestión al acusar al luxemburgiano Slutski de «trotskismo», y a este último, de
«destacamento de vanguardia de la burguesía contrarrevolucionaria»; y al asociar a
Rosa Luxemburg, Parvus y Trotsky en la misma acusación: la de haber inventado y
propagado la teoría herética de la «revolución permanente», que estaba en
contradicción flagrante con la doctrina oficial del «socialismo en un solo país».
A partir de ese momento comienza la «clausura» de Rosa Luxemburg (apenas
rota por la voz solitaria de Trotsky, que escribe un artículo de denuncia de las
falsificaciones de Stalin, titulado Fuera las manos de Rosa Luxemburg). Su figura y
fundamentalmente su pensamiento se desvanecen, negada por unos, menoscabada por
otros, odiada en el fondo por ambos. Hacer conocer sus escritos siguió siendo la tarea
del pequeño grupo de revolucionarios que continuó fiel a su memoria. Hubo que
esperar la década del sesenta para su «descubrimiento».

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I

Casi todos los escritos y declaraciones del socialismo internacional que tratan de
la cuestión de la huelga general datan de la época anterior a la revolución rusa,
experiencia en la que este medio de lucha fue utilizada en vasta escala por primera
vez en la historia. Ello explica el envejecimiento de la mayoría de dichos textos. En
su concepción se inspiran en Engels quien, criticando a Bakunin y a su manía de
fabricar artificialmente la revolución en España, escribía en 1873:

«En el programa bakuninista, la huelga general es la palanca de que hay que


valerse para desencadenar la revolución social. Una buena mañana, los obreros
de todos los gremios de un país, y hasta del mundo entero, dejan el trabajo y, en
cuatro semanas a lo sumo, obligan a las clases poseedoras a darse por vencidas o
a lanzarse contra los obreros, con lo cual dan a éstos el derecho a defenderse y a
derribar, aprovechando la ocasión, toda la vieja organización social. La idea
dista mucho de ser nueva; primero, los socialistas franceses y luego los belgas se
han hartado, desde 1848, de montar este palafrén que es, sin embargo, por su
origen, un caballo de raza inglesa, Durante el rápido e intenso auge del cartismo
entre los obreros británicos, que siguió a la crisis de 1837, se predicó, ya en
1839, el “mes santo”, el paro en escala nacional (véase Engels: La situación de
la clase obrera en Inglaterra, segunda edición, p. 234); y la idea tuvo tanta
resonancia que los obreros fabriles del norte de Inglaterra intentaron ponerla en
práctica en julio de 1842. También en el Congreso de los aliancistas, celebrado
en Ginebra el 1 de septiembre de 1873, desempeñó un gran papel la huelga
general, si bien, se reconoció por todo el mundo, que para esto hacía falta una
organización perfecta de la clase obrera y una caja bien repleta. Y aquí
precisamente la dificultad del asunto. De una parte, los gobiernos, sobre todo si
se les deja envalentonarse con el abstencionismo político, jamás permitirán que
la organización ni las cajas de los obreros lleguen tan lejos; y, por otra parte, los
acontecimientos políticos y los abusos de las clases gobernantes facilitarán la
emancipación de los obreros mucho antes de que el proletariado llegue a reunir
esa organización ideal y ese gigantesco fondo de reserva. Pero, si dispusiese de
ambas cosas, no necesitaría dar el rodeo de la huelga general para llegar a la
meta[10]».

En los años siguientes, la actitud de la socialdemocracia internacional frente a la


huelga de masas se fundó en una argumentación semejante. Esta concepción está
dirigida contra la teoría anarquista de la huelga general, que opone esta acción a la
lucha política cotidiana de la clase obrera. Y gira alrededor de un dilema muy simple:
o bien, el proletariado en su conjunto, no dispone todavía ni de organización ni de
fondos considerables —y entonces no puede realizar la huelga general—, o bien los

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obreros están lo suficientemente organizados como para no tener necesidad de la
huelga general. A decir verdad, esta argumentación es tan simple y tan inatacable,
que durante un siglo prestó inmensos servicios al movimiento obrero moderno, ya sea
para combatir en nombre de la lógica a las quimeras anarquistas, ya sea como medio
auxiliar para llevar la idea de la lucha política a las capas más profundas de la clase
obrera. Los progresos gigantescos del movimiento obrero en todos los países
modernos en el curso de los últimos veinticinco años prueban de una manera brillante
la táctica de la lucha política preconizada por Marx y Engels, en oposición al
bakuninismo; y la socialdemocracia alemana, con su pujanza actual, con su
colocación en la vanguardia de todo el movimiento obrero internacional, es en gran
parte el producto directo de la aplicación consecuente y rigurosa de esta táctica.
Pero ahora la revolución rusa ha sometido esta argumentación a una revisión
fundamental. Por primera vez, en la historia de las luchas de clases, ha permitido una
realización grandiosa de la idea de la huelga de masas e incluso —ya lo explicaremos
más en detalle— de la huelga general, inaugurando de este modo una época nueva en
la evolución del movimiento obrero.
Es cierto que no podemos concluir de esto que Marx y Engels sostuvieron
erróneamente la táctica de la lucha política, o que la crítica que hicieron del
anarquismo es falsa. Muy por el contrario, se trata de los mismos razonamientos, de
los mismos métodos en los que se inspira la táctica de Marx y Engels y que funda,
todavía hoy, la práctica de la socialdemocracia alemana y que, en la revolución rusa,
han producido nuevos elementos y nuevas condiciones de la lucha de clases.
La revolución rusa, esa misma revolución que constituye la primera experiencia
histórica de la huelga general, no sólo no ha rehabilitado al anarquismo, sino que
incluso equivale a una liquidación histórica del anarquismo. Se podría pensar que el
reinado exclusivo del parlamentarismo durante un periodo tan largo explicaba tal vez
la existencia vegetativa a que estaba condenada esta tendencia por el poderoso
desarrollo de la socialdemocracia alemana. Se podría suponer ciertamente que el
movimiento orientado exclusivamente hacia la «ofensiva» y la «acción directa», una
«tendencia revolucionaria» en el sentido más estrecho, había sido simplemente
adormecida por el traqueteo de la rutina parlamentaria, pero estaba pronta a
despertarse en el momento de un retorno al periodo de lucha abierta, en una
revolución callejera, y desplegando entonces su fuerza interna.
Rusia sobre todo parecía particularmente preparada para servir de campo de
experiencias a las hazañas anarquistas. Un país donde el proletariado no tenía
absolutamente ningún derecho político, y sólo poseía una organización
extremadamente débil, una mezcla confusa de poblaciones distintas, con intereses
muy diversos, que se desplazaba y entrecruzaba; el bajo nivel cultural en el que
vegetaba la gran masa del pueblo, la más extrema brutalidad empleada por el régimen
reinante, todo esto debía contribuir a dar al anarquismo un poder repentino, aunque
quizá efímero. Al fin de cuentas, ¿acaso Rusia no era históricamente la cuna del

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anarquismo? Sin embargo, la patria de Bakunin debía convertirse en la tumba de su
doctrina. No sólo los anarquistas no estuvieron, ni están, a la cabeza del movimiento
de huelga de masas en Rusia, no sólo la dirección política de la acción revolucionaria
y también de la huelga de masas están totalmente en manos de las organizaciones
socialdemócratas —denunciadas con encarnizamiento por los anarquistas como «un
partido burgués»— o en manos de organizaciones socialistas influenciadas de algún
modo por la socialdemocracia o cercanas a ella, como el partido terrorista de los
«socialistas revolucionarios[11]», sino que el anarquismo es absolutamente inexistente
en la revolución rusa como tendencia política seria.
En una pequeña ciudad de Lituania, donde las condiciones son particularmente
difíciles —donde los obreros tienen orígenes nacionales muy diversos, la pequeña
industria está muy esparcida, y el nivel del proletariado es muy bajo—, en Bialystok,
se cuentan, entre los seis o siete grupos revolucionarios diferentes, un puñado de
«anarquistas» o pretendidamente tales, que mantienen con todas sus fuerzas la
confusión y el desorden de la clase obrera. Se puede también observar en Moscú y tal
vez en dos o tres ciudades más, un puñado de gente de este tipo. Pero aparte de estos
escasos grupos «revolucionarios», ¿cuál es el papel desempeñado por el anarquismo
en la revolución rusa? Se ha convertido en el portaestandarte de vulgares ladrones y
saqueadores; bajo el rótulo del «anarco-comunismo» se cometieron gran parte de esos
innumerables robos y pillajes a particulares que, en este periodo de depresión, de
reflujo momentáneo de la revolución, se expanden como una ola de fango. El
anarquismo en la revolución rusa no es la teoría del proletariado militante, sino el
portaestandarte ideológico del lumpenproletariado contrarrevolucionario, que gruñe
como una bandada de tiburones tras la estela del navío de guerra de la revolución. Y
de esta manera concluye, sin duda, la carrera histórica del anarquismo.
Por otra parte, la huelga de masas fue practicada en Rusia no como un medio de
instalarse de entrada, mediante un golpe de efecto, en la revolución social,
ahorrándose la lucha política de la clase obrera y particularmente el parlamentarismo,
sino como un medio de crear, primero para el proletariado, las condiciones de la
lucha política cotidiana y en particular del parlamentarismo. En Rusia, la población
laboriosa y a la cabeza de ésta, el proletariado, llevan adelante la lucha revolucionaria
sirviéndose de las huelgas de masas como del arma más eficaz para conquistar,
precisamente, esos mismos derechos y condiciones políticas cuya necesidad e
importancia en la lucha por la emancipación de la clase obrera fueron demostradas
por Marx y Engels, quienes las defendieron con todas sus fuerzas en el seno de la
Internacional, oponiéndose al anarquismo. De este modo, la dialéctica de la historia,
la roca sobre la cual reposa toda la doctrina del socialismo marxista, tuvo por
resultado que el anarquismo, ligado indisolublemente a la idea de la huelga de masas,
haya entrado en contradicción con la práctica de la propia huelga de masas. Y esta
última, a su vez, combatida en otra época como contraria a la acción política del
proletariado, aparece hoy como el arma más poderosa de la lucha política por la

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conquista de los derechos políticos. Si es verdad que la revolución rusa obliga a
revisar fundamentalmente el antiguo punto de vista marxista, respecto de la huelga de
masas, sólo el marxismo, sin embargo, sus métodos y sus puntos de vista generales,
podrán alcanzar la victoria bajo una nueva forma. «La mujer amada por Moro sólo
puede morir a manos de Moro[12]».

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II

Por lo que respecta a la huelga de masas, los acontecimientos en Rusia nos


obligan a revisar, antes que nada, la concepción general del problema. Hasta el
presente, aquellos que eran partidarios de «ensayar la huelga de masas» en Alemania,
los Bernstein, Eisner, etc., así como los adversarios rigurosos de semejante tentativa,
representados en el sindicato, por ejemplo, por Bomelburg[13], se atenían a una
misma concepción, a saber, la concepción anarquista. Los polos opuestos, en
apariencia, no sólo no se excluyen, sino que se condicionan y complementan
recíprocamente. Para la concepción anarquista de las cosas, en efecto, la especulación
sobre la «gran conmoción», sobre la revolución social, constituye solamente algo
exterior y no esencial; lo esencial es la manera totalmente abstracta, antihistórica de
considerar tanto la huelga de masas como, por otra parte, las condiciones de la lucha
proletaria. El anarquista no concibe sino dos condiciones materiales previas de esas
especulaciones «revolucionarias»; primero, el «espacio etéreo» y luego la buena
voluntad y el coraje para salvar a la humanidad del valle de lágrimas capitalista
donde gime hasta el presente. Es en ese «espacio etéreo» donde nació tal
razonamiento, hace más de sesenta años, época en que la huelga de masas era ya el
medio más corto, seguro y fácil de efectuar el salto peligroso hacia un más allá social
mejor. Es en ese mismo «espacio abstracto» donde nació recientemente la idea,
surgida de la especulación teórica, de que la lucha sindical es la única «acción de
masas directa» real y, en consecuencia, la única lucha revolucionaria —último
estribillo, como se sabe, de los «sindicalistas» franceses e italianos—. Pero para
desgracia del anarquismo, los métodos de lucha improvisados en el «espacio etéreo»
se revelaron siempre como meras utopías; además, como la mayoría de las veces se
negaban a considerar la triste y despreciable realidad, dejaban insensiblemente de ser
teorías revolucionarias, para convertirse en auxiliares prácticas de la reacción.
Ahora bien, es sobre el mismo terreno de la consideración abstracta y
despreocupada por la historia donde se colocan hoy, por una parte, quienes quisieran
desencadenar próximamente en Alemania la huelga de masas en un día determinado
del calendario, mediante un decreto de la dirección del Partido y, por otra parte,
aquellos que, como los delegados del congreso sindical de Hamburgo, quieren
liquidar definitivamente el problema de la huelga de masas, prohibiendo su
«propaganda». Tanto una como otra tendencia parten de la idea común y
absolutamente anarquista de que la huelga de masas es sólo un arma puramente
técnica que podría, según se lo juzgue útil, y a voluntad, ser «decidida» o
inversamente «prohibida», como un cuchillo que se puede mantener, ante toda
eventualidad, metido en el bolsillo o por el contrario listo para ser usado cuando uno
lo decide. Indudablemente los adversarios de la huelga de masas reivindican con

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justicia el mérito de tener en cuenta el terreno histórico y las condiciones materiales
de la situación actual en Alemania, en oposición a los «románticos de la revolución»
que flotan en el espacio inmaterial y se niegan absolutamente a encarar la dura
realidad, sus posibilidades e imposibilidades. «Hechos y cifras, cifras y hechos»
exclaman como Grangrind en Los tiempos difíciles de Dickens. Lo que los
adversarios sindicalistas de la huelga de masas entienden por «terreno histórico» y
«condiciones materiales» son dos elementos diferentes: por una parte, la debilidad del
proletariado, por otra, la fuerza del militarismo prusiano.
La insuficiencia de las organizaciones obreras y el estado de los fondos, el poder
de las bayonetas prusianas: tales son los «hechos y cifras» sobre los que esos
dirigentes sindicales fundan su concepción práctica del problema. Es cierto que, tanto
la caja sindical como las bayonetas prusianas constituyen incontestablemente hechos
materiales e incluso muy históricos, pero la concepción política fundada sobre esos
hechos no es el materialismo histórico en el sentido de Marx, sino un materialismo
policial del tipo de Puttkammer[14]. Incluso los representantes del Estado policial
confían mucho, y hasta de modo exclusivo, en la potencia efectiva del proletariado
organizado a cada momento y en el poder material de las bayonetas. Del cuadro
comparativo de esas dos cifras no dejan de extraer esta conclusión tranquilizadora: el
movimiento obrero revolucionario es producido por dirigentes, agitadores; ergo
tenemos en las prisiones y en las bayonetas un medio suficiente para convertirnos en
amos de ese «fenómeno pasajero y desagradable».
La clase obrera consciente que Alemania ha comprendido desde hace tiempo la
comicidad de esta teoría policial según la cual, todo el movimiento obrero sería el
producto artificial y arbitrario de un puñado de «agitadores y dirigentes» sin
escrúpulos. Vemos manifestarse la misma concepción cuando dos o tres bravos
camaradas forman un piquete de guardianes voluntarios, para alertar a la clase obrera
alemana contra los manejos peligrosos de algunos «románticos de la revolución» y de
su «propaganda en favor de la huelga de masas»; o también cuando desde el sector
adversario se asiste al lanzamiento de una campaña indignada y lacrimosa por parte
de aquellos que, sintiéndose decepcionados en su espera de una explosión de la
huelga de masas en Alemania, se creen frustrados por no se sabe qué acuerdos
«secretos» entre la dirección del partido y el Consejo central de los sindicatos. Si el
desencadenamiento de las huelgas dependiese de la «propaganda» incendiaria de los
«románticos de la revolución» o de las decisiones secretas o públicas de los comités
directivos no hubiéramos tenido hasta aquí ninguna huelga de masas importante en
Rusia. No existe país —como ya lo señalé en la Sächsische Arbeiterzeitung [Gaceta
obrera de Sajonia] en marzo de 1905— donde se haya pensado en «propagar» e
incluso discutir la huelga de masas tan poco como en Rusia. Y los pocos ejemplos
aislados de resoluciones y acuerdos de la dirección del partido socialista ruso que
decretaban la huelga total y general —como la última tentativa en agosto de 1905
después de la disolución de la Duma— han fracasado casi por completo. En

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consecuencia, la revolución rusa nos enseña que la huelga de masas no es ni
«fabricada» artificialmente ni «decidida» o «propagada» en un espacio inmaterial y
abstracto, sino que representa un fenómeno histórico resultante en un cierto momento
de una situación social, a partir de una necesidad histórica.
Por lo tanto, el problema no se resolverá mediante especulaciones abstractas
acerca de la posibilidad o la imposibilidad, sobre la utilidad o el riesgo de la huelga
de masas, sino a través del estudio de los factores y de la situación social que provoca
la huelga de masas en la fase actual de la lucha de clases. Ese problema no será
comprendido y no podrá ser discutido a partir de una apreciación subjetiva de la
huelga general tomando en consideración lo que es deseable o no, sino a partir de un
examen objetivo de los orígenes de la huelga de masas, interrogándonos sobre si es
históricamente necesaria.
En el espacio inmaterial del análisis lógico abstracto se puede probar, con el
mismo rigor, tanto la imposibilidad absoluta, la derrota indudable de la huelga de
masas, como su posibilidad absoluta y su victoria segura. De este modo el valor de la
demostración es, en los dos casos, el mismo, quiero decir, nulo. Por eso, temer a la
propaganda en favor de la huelga de masas, pretender excomulgar formalmente a los
culpables de ese crimen, es caer víctima de un malentendido absurdo. Es tan
imposible «propagar» la huelga de masas como medio abstracto de lucha como
«propagar» la revolución. La «revolución» y la «huelga de masas» son conceptos
que, en sí mismos, constituyen únicamente la forma exterior de la lucha de clases y
sólo tienen sentido y contenido en relación a situaciones políticas bien determinadas.
Emprender una propagando en regla en favor de la huelga de masas como forma
de la acción proletaria, querer extender esta «idea» para ganar poco a poco a la clase
obrera sería una ocupación tan ociosa, tan vana e insípida como emprender una
campaña de propaganda por la idea de la revolución o del combate en las barricadas.
Si en la hora presente la huelga de masas se convirtió en el centro de vivo interés de
la clase obrera alemana e internacional, es porque representa una nueva forma de
lucha y, como tal, es el síntoma auténtico de profundos cambios interiores en las
relaciones de las clases y en las condiciones de la lucha de clases. El hecho de que la
masa de los proletarios alemanes manifieste un interés tan ardiente por este problema
nuevo —a pesar de la resistencia obstinada de sus dirigentes sindicales— es un
testimonio de su seguro instinto revolucionario y de su clara inteligencia. Pero no se
responderá a este interés, a esta noble sed intelectual, a este impulso de los obreros
hacia la acción revolucionaria disertando con una gimnasia cerebral abstracta acerca
de la posibilidad o imposibilidad de la huelga de masas; se responderá explicando el
desarrollo de la revolución rusa, su importancia internacional, la exasperación de los
conflictos de clase en Europa Occidental, las nuevas perspectivas políticas de la lucha
de clases en Alemania, el papel y los deberes de las masas en las luchas futuras. Sólo
bajo esta forma la discusión sobre la huelga de masas servirá para ampliar el
horizonte intelectual del proletariado, contribuirá a aguzar su conciencia de clase, a

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profundizar sus ideas y fortificar su energía para la acción. En esta perspectiva, por lo
demás, aparece la ridiculez del proceso criminal intentado por los adversarios del
«romanticismo revolucionario» que acusan a los sustentadores de esta tendencia de
no haber obedecido al pie de la letra la resolución de Jena[15]. Los partidarios de una
política «razonable y práctica» aceptan en rigor esta resolución porque vincula la
huelga de masas con el destino del sufragio universal. Creen poder extraer dos
conclusiones: 1) que la huelga de masas conserva un carácter puramente defensivo;
2) que está subordinada al parlamentarismo, transformado en un simple anexo del
parlamentarismo. Pero el verdadero fondo de la resolución de Jena es el análisis
según el cual en el estado actual de Alemania un ataque de la reacción y del poder
contra el sufragio universal en las elecciones al Reichstag, podría ser el factor que
desencadenara un periodo de luchas políticas tempestuosas. Entonces por primera vez
en Alemania la huelga de masas podría ser aplicada.
Querer restringir y mutilar artificialmente mediante el texto de una resolución de
congreso el alcance social y el campo histórico de la huelga de masas, como
problema y como fenómeno de la lucha de clases, es dar pruebas de un espíritu tan
estrecho y limitado como el que se manifiesta en la resolución del Congreso de
Colonia[16], que prohíbe la discusión de la huelga de masas. En la resolución de Jena,
la socialdemocracia alemana ha levantado acta oficialmente de la profunda
transformación lograda por la revolución rusa en las condiciones internacionales de la
lucha de clases; allí manifestaba su capacidad de evolución revolucionaria, de
adaptación a las nuevas exigencias de la fase futura de las luchas de clases. En esto
reside la importancia de la resolución de Jena. En cuanto a la aplicación práctica de la
huelga de masas en Alemania, la historia decidirá sobre ello como lo hizo en Rusia.
Para la historia, la socialdemocracia y sus resoluciones constituyen un factor
importante, ciertamente, pero un factor entre muchos otros.

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III

La huelga de masas, tal como se presenta actualmente en Alemania, en cuanto


tema de discusión, es un fenómeno muy claro y muy simple de concebir, sus
limitaciones son precisas: se trata solamente de la huelga política de masas. Por tal se
entiende un paro masivo y único del proletariado industrial, emprendido con ocasión
de un hecho político de mayor alcance, sobre la base de un acuerdo recíproco entre
las direcciones del partido y de los sindicatos, y que, llevado adelante en el orden más
perfecto y dentro de un espíritu de disciplina, cesa en un orden más perfecto aun ante
una consigna dada en el momento oportuno por los centros dirigentes. Queda
establecido, como es natural, que el ajuste de cuentas de los subsidios, gastos,
sacrificios, en una palabra, todo el balance material de la huelga, es determinado
previamente con precisión.
Ahora bien, si comparamos este esquema teórico con la huelga de masas tal como
se manifiesta en Rusia desde hace cinco años, nos vemos obligados a señalar que el
concepto alrededor del cual giran todas las discusiones alemanas no corresponden a
la realidad de ninguna de las huelgas de masas que se ha producido, y que, por otra
parte, las huelgas de masas en Rusia se presentan bajo formas tan variadas que es
absolutamente imposible hablar de «la» huelga de masas, de una huelga
esquemáticamente abstracta.
No sólo cada uno de los elementos de la huelga de masas, al igual que sus
caracteres, difieren según las ciudades y las regiones, sino que hasta su propio
carácter general se ha modificado muchas veces en el curso de la revolución. Las
huelgas de masas conocieron en Rusia una cierta evolución histórica que aún
continúa. De este modo, quien quiera hablar de la huelga de masas en Rusia, deberá
ante todo, tener esa historia ante sus ojos.
El periodo actual, por así decirlo oficial, de la revolución rusa es datado, y con
razón, a partir de la sublevación rusa del proletariado de San Petersburgo el 22 de
enero de 1905, ese desfile de 200 000 obreros delante del palacio de los zares y que
concluyó con una terrible masacre. El sangriento tiroteo de San Petersburgo fue,
como se sabe, la señal que desencadenó la primera serie de huelgas de masas. En
pocos días éstas se extendieron por toda Rusia e hicieron resonar el llamamiento a la
revolución en todos los rincones del imperio, ganando a todas las capas del
proletariado.
Pero ese levantamiento de San Petersburgo, del 22 de enero, era sólo el punto
culminante de una huelga de masas que había puesto en movimiento a todo el
proletariado de la capital del zar en enero de 1905. A su vez, esta huelga de enero en
San Petersburgo era la consecuencia inmediata de la gigantesca huelga general que
había estallado poco antes, en diciembre de 1904, en el Cáucaso (Bakú) y que

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mantuvo a Rusia pendiente durante mucho tiempo. Ahora bien, los acontecimientos
de diciembre en Bakú eran en sí mismos, sólo un último y poderoso eco de las
grandes huelgas que en 1903 y 1904, semejantes a temblores de tierra episódicos,
sacudieron todo el sur de Rusia y cuyo prólogo fue la huelga de Batum, en el
Cáucaso, en marzo de 1902. En última instancia esta primera serie de huelgas, en la
cadena de erupciones revolucionarias actuales, está alejada sólo en cinco o seis años
de la huelga general de los obreros textiles de San Petersburgo, en 1896-1897. Se
podría creer que algunos años de tranquilidad aparente y de reacción severa separan
el movimiento de entonces de la revolución de hoy; pero basta conocer un poco la
evolución política interna de su conciencia de clase y de su energía revolucionaria,
para remontar la historia del periodo presente de las luchas de masas a las huelgas
generales de San Petersburgo. Éstas son importantes para nuestro problema, porque
contienen ya, en germen, todos los elementos principales de las huelgas de masas que
siguieron. En una primera aproximación, la huelga general de 1896 de San
Petersburgo aparece como una lucha reivindicativa parcial, con objetivos puramente
económicos. Fue provocada por las condiciones intolerables de trabajo de los
hilanderos y de los tejedores de esa ciudad: jornadas de trabajo de trece, catorce y
quince horas, salarios por piezas miserables; a esto se le agrega el conjunto de
vejaciones patronales. Sin embargo, los obreros textiles soportaron mucho tiempo
esta situación hasta que un incidente mínimo en apariencia hizo desbordar la medida.
En efecto, en mayo de 1896 tuvo lugar la coronación del actual zar, Nicolás II, que se
había diferido durante dos años por miedo a los revolucionarios. En esta ocasión, los
patronos manifestaron su celo patriótico, imponiendo a sus obreros tres días de paro
forzoso, negándose por otra parte, cosa notable, a pagar los salarios de esas jornadas.
Los obreros textiles exasperados, se pusieron en movimiento. Después de una
asamblea en el jardín de Ekaterinov, en la que participaron alrededor de trescientos
obreros entre los más duros políticamente. Se decidió ir a la huelga, formulándose las
reivindicaciones siguientes: 1) las jornadas de coronación debían ser pagadas; 2)
duración del trabajo reducida a diez horas; 3) aumento del salario. Esto ocurría el 24
de mayo. Una semana después todas las fábricas de tejidos y las hilanderías estaban
cerradas y 40 000 obreros estaban en huelga. Hoy este acontecimiento, comparado
con las vastas huelgas de la revolución, puede parecer mínimo. Dentro del clima de
estancamiento político de Rusia en esa época, una huelga general era algo inaudito:
representaba toda una revolución en miniatura. Naturalmente que a continuación se
desató la represión más brutal; alrededor de un millar de obreros fueron detenidos y
enviados a sus lugares de origen, la huelga general fue aplastada. Vemos ya perfilarse
todos los caracteres de la futura huelga de masas: primero, la ocasión que
desencadenó el movimiento fue fortuita e incluso accesoria, la explosión fue
espontánea. Pero en la manera en que el movimiento fue puesto en marcha se
manifestaron los frutos de la propaganda llevada adelante durante varios años por la
socialdemocracia. En el curso de la huelga general los propagandistas

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socialdemócratas permanecieron a la cabeza del movimiento, lo dirigieron e hicieron
de él un trampolín para una viva agitación revolucionaria. Por otra parte, si las
huelgas parecían, exteriormente, limitarse a una reivindicación puramente económica
referida a los salarios, la actitud del gobierno, así como la agitación socialista, las
convirtieron en un acontecimiento político de primer orden. Al fin de cuentas la
huelga fue aplastada, los obreros sufrieron una «derrota». No obstante, a partir del
mes de enero del año siguiente (1897), los obreros textiles de San Petersburgo
volvieron a la huelga general, obteniendo esta vez un éxito evidente: la instauración
de la jornada de once horas y media en toda Rusia. Pero hubo un resultado más
importante aún: después de la primera huelga general de 1896, que fue emprendida
sin asomos siquiera de organización obrera y sin fondos de huelga, se organizó poco
a poco en Rusia propiamente dicha una lucha sindical intensiva que se extendió muy
pronto de San Petersburgo al resto del país, abriendo perspectivas totalmente nuevas
a la propaganda y a la organización de la socialdemocracia. De este modo, un trabajo
invisible y subterráneo preparaba, en el aparente silencio sepulcral de los años que
siguieron, la revolución proletaria. La huelga del Cáucaso, en marzo de 1902, explotó
de manera tan fortuita como la de 1896, y parecía también ser el resultado de factores
puramente económicos, atenerse a las reivindicaciones parciales. Esta huelga está
vinculada con la dura crisis industrial y comercial que precedió en Rusia a la guerra
ruso-japonesa y contribuyó mucho a crear, lo mismo que esa guerra, la fermentación
revolucionaria. La crisis engendró una desocupación enorme que alimentó el
descontento en la masa de los proletarios. El gobierno emprendió también la tarea de
remitir progresivamente la «mano de obra inútil» a su región de origen para
tranquilizar a la clase obrera. Esta medida, que debía afectar a unos cuatrocientos
obreros petroleros, provocó, precisamente en Batum, una protesta masiva. Hubo
manifestaciones, arrestos, una represión sangrienta y, finalmente, un proceso político,
durante el cual la lucha por reivindicaciones parciales y puramente económicas
adquirió el carácter de un acontecimiento político y revolucionario. Esta misma
huelga de Batum, que no logró éxito y que culminó en una derrota, tuvo por resultado
una serie de manifestaciones revolucionarias de masa en Nijni-Novgorod, en Saratov,
en otras ciudades; en consecuencia fue el origen de una ola revolucionaria general. A
partir de noviembre de 1902, vemos su primera repercusión verdadera bajo la forma
de una huelga general en Rostov del Don. Este movimiento fue desencadenado por
un conflicto que se produjo en los talleres del ferrocarril de Vladicáucaso a causa de
los salarios. Como la administración quiso reducir los salarios, el Comité
socialdemócrata del Don publicó un manifiesto llamando a la huelga y planteando las
siguientes reivindicaciones: jornada de nueve horas, aumento de salarios, supresión
de los castigos, despido de los ingenieros impopulares, etc. Todos los talleres del
ferrocarril entraron en huelga. Todas las otras ramas de actividades se unieron al paro,
y Rostov conoció repentinamente una situación sin precedentes: había un paro
general del trabajo en la industria, todos los días tenían lugar mítines monstruos de 15

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a 20 000 obreros al aire libre, a veces los manifestantes estaban rodeados por un
cordón de cosacos; los oradores socialdemócratas tomaron allí la palabra
públicamente por primera vez; se pronunciaban discursos inflamados sobre el
socialismo y la libertad política y eran recibidos con un entusiasmo extraordinario;
los panfletos revolucionarios eran difundidos por decenas de millares de ejemplares.
En medio de la Rusia inmovilizada en su absolutismo, el proletariado de Rostov
conquista, por primera vez, en el fuego de la acción, el derecho de reunión, la libertad
de palabra. Como es natural la represión sangrienta no se hizo esperar. En pocos días,
las reivindicaciones salariales en los talleres de ferrocarril de Vladicáucaso habían
tomado las proporciones de una huelga general política y de una batalla callejera
revolucionaria. Una segunda huelga general siguió inmediatamente a la primera, esta
vez en la estación de Tichoretzkaia, sobre la misma línea de ferrocarril. Allí también
dio lugar a una represión sangrienta, luego a un proceso y, a su turno, Tichoretzkaia
ocupó un sitio en la cadena ininterrumpida de los episodios revolucionarios. La
primavera de 1903 trajo consigo un desquite a las derrotas de las huelgas de Rostov y
Tichoretzkaia: en mayo, junio, julio, todo el sur de Rusia arde. Literalmente hay una
huelga general en Bakú, Tiflís, Batum, Elisavetgrad, Odesa, Kiev, Nicolaiev,
Ekaterinoslav. Pero tampoco allí el movimiento es iniciado a partir de un centro,
según un plan preconcebido: se desencadena en diversos puntos, por diversos
motivos y bajo formas diferentes para confluir luego. Bakú abre la marcha: varias
reivindicaciones parciales de salarios en diversas fábricas y ramos culminan en una
huelga general. En Tiflís son dos mil empleados de comercio, cuyas jornadas de
trabajo van de las seis de la mañana a las once de la noche, los que comienzan la
huelga; el 4 de julio, a las ocho de la noche, todos abandonan los negocios y desfilan
en manifestación a través de la ciudad para obligar a los comerciantes a cerrar. La
victoria es completa: los empleados de comercio obtienen la jornada de trabajo de
ocho a ocho horas y media; el movimiento se extiende inmediatamente a las fábricas,
a los talleres, a las oficinas. Los diarios dejan de aparecer, los tranvías sólo circulan
bajo la protección de la tropa. En Elisavetgrad, la huelga se desató el 10 de julio en
todas las fábricas, teniendo como objetivo reivindicaciones puramente económicas.
Éstas son aceptadas en su mayoría y la huelga cesa el 14 de julio. Pero dos semanas
más tarde estalla de nuevo; esta vez son los panaderos los que dan la consigna,
seguidos por los canteros, los carpinteros, los tintoreros, los molineros y, finalmente,
por todos los obreros de las fábricas. En Odesa el movimiento comienza por una
reivindicación salarial, en la que participa la asociación obrera «legal» fundada por
los agentes del gobierno según el programa del célebre policía Zubatov. Ésta es
también una de las más sorprendentes astucias de la dialéctica histórica. Las luchas
económicas del periodo precedente —entre otras, la gran huelga general de San
Petersburgo (en 1896)— habían llevado a la socialdemocracia rusa a exagerar, lo que
se ha dado en llamar, el «economicismo», preparando por ese costado en la clase
obrera el terreno a las actividades demagógicas de Zubatov. Pero un poco más tarde

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la gran corriente revolucionaria hizo virar de norte al esquife de los falsos pabellones
y lo obligó a bogar a la cabeza de la flotilla proletaria revolucionaria. Son las
asociaciones de Zubatov las que dieron en la primavera de 1904 la consigna de la
huelga general de San Petersburgo. Los trabajadores de Odesa, que se habían
acunado hasta entonces con la ilusión de la benevolencia del gobierno con respecto a
ellos y con su simpatía en favor de una lucha puramente económica, quisieron de
repente ponerlas a prueba: obligaron a la «Asociación obrera» de Zubatov a
proclamar la huelga con objetivos reivindicativos modestos. El patrón los echó
simplemente a la calle, y, cuando reclamaron al jefe de la Asociación el apoyo
gubernamental prometido, este personaje los evitó, cosa que llevó al colmo la
fermentación revolucionaria. Inmediatamente los socialdemócratas tomaron el mando
del movimiento de huelga, que ganó otras fábricas. El 1 de julio, huelga de 2500
obreros de los ferrocarriles; el 4 de julio, los obreros del puerto entran en huelga,
reclamando un aumento de salarios que iba de los 80 kopeks a dos rublos y una
reducción de una media hora en la jornada de trabajo. El 6 de julio los marinos se
unen al movimiento. El 13 de julio, paro del personal de los tranvías. Tiene lugar una
reunión de todos los huelguistas —7 a 8000 personas—; la manifestación se forma y
va de fábrica en fábrica, crece como una avalancha, hasta contar con una masa de 40
a 50 000 personas, y llega hasta el puerto para organizar un paro general. Muy pronto
en toda la ciudad reina la huelga general. En Kiev, paro general el 21 de julio en los
talleres de ferrocarril. Allí también lo que desencadena el paro son las condiciones
miserables de trabajo y las reivindicaciones salariales. Al día siguiente las
fundiciones siguen el ejemplo. El 23 de julio se produce un incidente que da la señal
de la huelga general. A la noche dos delegados de los ferroviarios son detenidos; los
huelguistas reclaman su inmediata libertad; ante la negativa que se les opone deciden
impedir que los trenes salgan de la ciudad. En la estación todos los huelguistas con
sus mujeres y sus hijos se apostan sobre los rieles como una verdadera marea
humana. Se amenaza con abrir fuego sobre ellos. Los obreros desnudan sus pechos
gritando: «¡Tiren!». Se tira sobre la multitud, hay de treinta a cuarenta muertos, entre
los cuales se cuentan mujeres y niños. Ante esta noticia, todo Kiev se alza en huelga.
Los cadáveres de las víctimas son transportados a hombros acompañados por un
cortejo impresionante. Reuniones, discursos, arrestos, combates aislados en la calle
—Kiev está en plena revolución. El movimiento se detiene rápidamente; pero los
tipógrafos han ganado una reducción de una hora en la jornada de trabajo, así como
un aumento de salario de un rublo; se concede la jornada de ocho horas en una
fábrica de porcelana; los talleres de ferrocarril son cerrados por decisión ministerial;
otras profesiones continúan huelgas parciales por sus reivindicaciones. Por contagio,
la huelga general gana Nicolaiev, bajo la influencia inmediata de las noticias de
Odesa, de Bakú, de Batum y de Tiflís, y a pesar de la resistencia del comité
socialdemócrata, que quería retardar el estallido del movimiento hasta el momento en
que la tropa saliera de la ciudad para las maniobras, no se pudo frenar el movimiento

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de masa. Los huelguistas iban de taller en taller; la resistencia de la tropa no hizo más
que echar aceite al fuego. Inmediatamente se vio formarse manifestaciones enormes
que arrastraban, al son de cantos revolucionarios a todos los obreros, empleados,
personal de tranvías, hombres y mujeres. El paro era total. En Ekaterinoslav los
panaderos comienzan la huelga el 5 de agosto; el 7, son los obreros de los talleres de
ferrocarril; luego todas las otras fábricas; el 8 de agosto, la circulación de tranvías se
detiene, los diarios dejan de aparecer. Es así como se formó la grandiosa huelga
general del sur de Rusia en el curso del verano de 1903. Mil conflictos económicos
parciales, mil incidentes «fortuitos» convergieron, confluyendo en un océano
poderoso; en algunas semanas todo el sur del Imperio zarista fue transformado en una
extraña república obrera revolucionaria.
«Abrazos fraternales, gritos de entusiasmo y de arrebato, cantos de libertad, risas
felices, alegría y una dicha delirante; se escuchaba todo un concierto en esta multitud
de personas, yendo y viniendo a través de la ciudad de la mañana a la noche. Reinaba
una atmósfera de euforia; casi se podía creer que una vida nueva y mejor comenzaba
sobre la tierra. Espectáculo emocionante y al mismo tiempo idílico y conmovedor».
Así escribía entonces el corresponsal de Osvobozdhenie[17], órgano liberal de Struve.
A partir de comienzos del año 1904 comenzó la guerra, que provocó por un
tiempo una interrupción del movimiento de huelga general. Al principio se expandió
en el país una ola turbia de manifestaciones «patrióticas» organizadas por la policía.
El chauvinismo zarista oficial comenzó por sacrificar a la sociedad burguesa
«liberal». Pero inmediatamente la socialdemocracia dominó nuevamente el campo de
batalla; a las manifestaciones policiales de la canalla patriótica se oponen
manifestaciones obreras revolucionarias. Finalmente, las bochornosas derrotas del
ejército zarista despiertan a la propia sociedad liberal de su sueño. Comienza la era de
los congresos, de los discursos, de las demandas y manifiestos liberales y
democráticos. El absolutismo, momentáneamente aplastado por la vergüenza de la
derrota, en medio de su confusión, deja actuar a esos señores que ya ven abrirse ante
ellos el paraíso liberal. El liberalismo ocupa la primera fila de la escena política
durante seis meses, el proletariado se hunde en las sombras. Solamente después de
una larga depresión el absolutismo se reincorpora, la camarilla reúne sus fuerzas; es
suficiente con un buen golpe de la bota de los cosacos para enviar a los liberales a su
covacha, especialmente desde el mes de diciembre. Y los discursos, los congresos,
son tachados de «pretensión insolente» y prohibidos de un plumazo; el liberalismo se
encuentra súbitamente con que se le termina la cuerda. Pero en el momento mismo en
que el liberalismo está desorientado comienza la acción del proletariado. En
diciembre de 1904 al calor de la desocupación estalla la gigantesca huelga de Bakú:
la clase obrera ocupa de nuevo el campo de batalla. Prohibida y reducida al silencio
la palabra vuelve a comenzar la acción. En Bakú, durante varias semanas, en plena
huelga general, la socialdemocracia domina enteramente la situación; los extraños
acontecimientos ocurridos en el Cáucaso en diciembre habrían provocado una gran

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conmoción si no hubiesen sido rápidamente desbordados por la marea ascendente de
la revolución de la que ellos mismo eran el origen. Las noticias fantasiosas y confusas
sobre la huelga general de Bakú no habían llegado aún a todos los rincones del
Imperio, cuando, en enero de 1905, estalla la huelga general de San Petersburgo.
También allí el pretexto que desencadenó el movimiento fue mínimo, como se sabe.
Dos obreros de las canteras de Putilov fueron despedidos porque pertenecían a la
asociación «legal» de Zubatov. Esta medida de rigor provocó, el 16 de enero, una
huelga de solidaridad de todos los obreros de esas canteras que contó con más de 12
000 huelguistas. Ésta fue para los socialdemócratas la ocasión de emprender una
propaganda activa por la extensión de las reivindicaciones: reclamaban la jornada de
ocho horas, el derecho de asociación, la libertad de palabra y de prensa, etc. La
agitación que animaba los talleres de Putilov se extendió rápidamente a otras fábricas
y, algunos días después, 140 000 obreros estaban en huelga. Después de las
deliberaciones en común y de discusiones tormentosas fue elaborada la carta
proletaria de las libertades cívicas, mencionando como primera reivindicación la
jornada de ocho horas; 200 000 obreros conducidos por el sacerdote Gapon[18]
desfilaron delante del palacio del zar el 22 de enero llevando esta carta. En una
semana el despido de dos obreros de las canteras de Putilov se convertía en el prólogo
de la más poderosa revolución de los tiempos modernos. Los acontecimientos que
siguieron son conocidos: la sangrienta represión de San Petersburgo daba lugar, en
enero y en febrero, en todos los centros industriales y las ciudades de Rusia, de
Polonia, de Lituania, de las provincias bálticas, del Cáucaso, de la Siberia, del Norte
al Sur, del Este al Oeste, a gigantescas huelgas de masas y a huelgas generales. Pero
si se examinan las cosas más de cerca, las huelgas de masas toman formas diferentes
de las del periodo precedente: esta vez, son las organizaciones socialdemócratas las
que, en todas partes, llamaron a la huelga, en todo momento, es la solidaridad
revolucionaria con el proletariado de San Petersburgo lo que fue expresamente
designado como el motivo y el objetivo de la huelga general, en todas partes hubo
desde el principio de las manifestaciones, discursos y enfrentamientos con la tropa.
Sin embargo tampoco allí se puede hablar de plan previo, ni de acción organizada,
porque los llamamientos de los partidos apenas seguían a los levantamientos
espontáneos de las masas; los dirigentes apenas tenían tiempo para formular las
consignas cuando ya la masa de proletarios se lanzaba al asalto. Otra diferencia: las
huelgas de masas y las huelgas generales anteriores tenían su origen en la
convergencia de las reivindicaciones salariales parciales; éstas, en la atmósfera
general de la situación revolucionaria y bajo el impulso de la propaganda
socialdemócrata, se convertían rápidamente en manifestaciones políticas; el elemento
económico y la expansión sindical eran su punto de partida, la acción de clase
coordinada y la dirección política constituían su resultado final. Aquí el movimiento
es inverso. Las huelgas generales de enero-febrero estallaron antes que nada bajo la
forma de una acción coordinada y dirigida por la socialdemocracia; pero esta acción

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se diseminó rápidamente en una infinidad de huelgas locales, parcelarias, económicas
en diversas regiones, ciudades, profesiones, fábricas. Durante toda la primavera de
1905 hasta el pleno verano se ve surgir en este Imperio gigantesco una poderosa
lucha política de todos el proletariado contra el capital; la agitación gana por arriba a
las profesiones liberales y pequeñoburgueses, los empleados de comercio, de la
banca, los ingenieros, los actores, los artistas, y penetra hacia abajo hasta los
domésticos, los agentes subalternos de la policía, incluso hasta las capas del
subproletariado, extendiéndose al mismo tiempo a los campos y golpeando a las
puertas de los cuarteles. He aquí el fresco inmenso y variado de la batalla general del
trabajo contra el capital; en ella vemos reflejarse todo la complejidad del organismo
social, de la conciencia política de cada categoría y de cada región; vemos
desarrollarse toda la gama de conflictos, desde la lucha sindical llevada adelante en
buena y debida forma por el ejército de élite bien entrenado del proletariado
industrial, hasta la explosión anárquica de rebelión de un puñado de obreros agrícolas
y el levantamiento confuso de una guarnición militar, desde la revuelta distinguida y
discreta en puños de camisa y cuello duro en el mostrador de un banco hasta las
protestas, a la vez tímidas y audaces, de policías descontentos reunidos en secreto en
un puesto lleno de humo, oscuro y sucio.
Los partidarios de «batallas ordenadas y disciplinadas» concebidas según un plan
y un esquema, en particular los que pretenden saber siempre exactamente y desde
lejos cómo «habría que haber actuado», estiman que fue un «grave error» el parcelar
la gran acción de huelga general política de enero de 1905 en una infinidad de luchas
económicas, porque esto desemboca a sus ojos en la parálisis de la acción y en su
conversión en un «fuego de artificio». Incluso el partido socialdemócrata ruso, que
participó realmente de la revolución, aunque no fuera su autor, y que debe aprender
sus leyes a medida que se van desarrollando, se encontró durante algún tiempo un
poco desorientado por el reflujo aparentemente estéril de la primera marea de huelgas
generales. Sin embargo, la historia, que había cometido este «grave error», realizaba
de tal modo un trabajo revolucionario gigantesco tan inevitable como incalculable en
sus consecuencias, sin preocuparse de los razonamientos de aquellos que hacían de
maestros de escuela sin que nadie se lo pidiera.
El brusco levantamiento general del proletariado en enero, desencadenado por los
acontecimientos de San Petersburgo, era, un su acción exterior, un acto
revolucionario, una declaración de guerra al absolutismo. Pero esta primera lucha
general y directa de clases desencadenó una reacción tanto más poderosa en el
interior por cuanto despertaba por primera vez, como por una sacudida eléctrica, el
sentimiento y la conciencia de clase en millones y millones de hombres. Este
despertar de la conciencia de clase se manifiesta, de inmediato, de la manera
siguiente: una masa de millones de proletarios descubre repentinamente, con una
agudeza insoportable, el carácter intolerable de su existencia social y económica, a la
que estaba sometida desde hacía decenios, bajo el yugo del capitalismo.

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Inmediatamente se desata un levantamiento general y espontáneo para sacudir el
yugo, para romper esas cadenas. Los sufrimientos del proletariado moderno reavivan,
bajo mil formas diferentes, el recuerdo de esas viejas heridas siempre sangrantes.
Aquí se lucha por la jornada de ocho horas, allí contra el trabajo a destajo; aquí se
lleva sobre carretillas a los amos brutales después de haberlos amarrado y metido
dentro de una bolsa; en otra parte se combate el infame sistema de las multas; en
todos lados se lucha por mejores salarios, aquí y allí por la supresión del trabajo a
domicilio. Los talleres anacrónicos y degradados de las grandes ciudades, las
pequeñas ciudades provincianas adormecidas hasta allí por un sueño idílico, la aldea
con su sistema de propiedad heredada de la servidumbre —todo eso es bruscamente
extraído del sueño por el brusco trueno de enero— toma conciencia de sus derechos y
busca febrilmente reparar el tiempo perdido. En este caso, la lucha económica no fue
en realidad un parcelamiento, un desperdicio de la acción, sino un cambio de frente:
la primera batalla general contra el absolutismo se convierte, repentinamente y con
gran naturalidad, en un ajuste de cuentas general con el capital, ajunte de cuentas que,
de acuerdo con su naturaleza, revistió la forma de lucha aislada y dispersa por los
salarios. Es falso decir que la acción política de clase en febrero fue abatida porque la
huelga general se fragmentó en huelgas económicas. Lo contrario es verdad: una vez
agotado el contenido posible de la acción política, considerando la situación dada y la
fase en que se encontraba la revolución, ésta se dividió o mejor se transformó en
acción económica. De hecho, ¿qué más podía obtener la huelga general de enero?
Había que ser inconsciente para esperar que el absolutismo fuera abatido de golpe por
una sola huelga general «prolongada» según el modelo anarquista. Es el proletariado
el que debe derrocar al absolutismo en Rusia. Pero el proletariado tiene necesidad
para eso de un alto grado de educación política, de conciencia de clase y de
organización. No puede aprender todo esto en los folletos o en los panfletos, sino que
esta educación debe ser adquirida en la escuela política viva, en la lucha y por la
lucha, en el curso de la revolución en marcha. Por otra parte, el absolutismo no puede
ser derrocado en cualquier momento, simplemente con la ayuda de una dosis
suficiente «de esfuerzo» y de «perseverancia». La caída del absolutismo sólo es un
signo exterior de la evolución interna de las clases en la sociedad rusa. Antes que
nada, para que el absolutismo sea derrotado, es necesario establecer la estructura
interna de la futura Rusia burguesa, constituir su estructura de Estado moderno de
clases. Esto implica la división y la diversificación de las capas sociales y de los
intereses, la constitución no sólo del partido proletario revolucionario, sino también
de los diversos partidos: liberal, radical, pequeño burgués, conservador y
reaccionario; esto implica el despertar al conocimiento, a la conciencia de clase no
sólo de las capas populares, sino también de las capas burguesas; pero estas últimas
sólo pueden constituirse y madurar en el curso de la lucha revolucionaria, en la
escuela viva de los acontecimientos, en la confrontación con el proletariado y entre
ellas mismas en un roce continuo y recíproco. Esta división y esta maduración de las

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clases en la sociedad burguesa, así como su acción en la lucha contra el absolutismo,
son a la vez entorpecidas y trabadas por una parte, estimuladas y aceleradas por otra,
por el papel dominante y particular del proletariado y por su acción de clase. Las
diversas corrientes subterráneas del proceso revolucionario se entrecruzan, se
obstaculizan mutuamente, avivan las contradicciones internas de la revolución, sin
embargo esto tiene por resultado precipitar e intensificar la poderosa explosión. De
tal modo este problema, en apariencia tan simple, tan poco complejo, puramente
mecánico —el derrocamiento del absolutismo— exige todo un proceso social muy
largo; es necesario que el terreno social sea roturado de arriba a abajo, que lo que está
abajo aparezca en la superficie, que lo que está arriba se hunda profundamente, que
«el orden» aparente se cambie en caos y que a partir de la «anarquía» aparente sea
creado un orden nuevo. Ahora bien, en este proceso de trasformación de las
estructuras sociales de la antigua Rusia, desempeñaron un papel irreemplazable no
sólo el trueno de la huelga general de enero, sino mucho más aún la gran tormenta de
la primavera y el verano siguientes y las huelgas económicas. La batalla general y
encarnizada del asalariado contra el capital ha contribuido a la vez a la diferenciación
de las diversas capas populares y a la de las capas burguesas, a la formación de una
conciencia de clase tanto en el proletariado revolucionario como en la burguesía
liberal y conservadora. Si en las ciudades las reivindicaciones salariales
contribuyeron a la creación del gran partido monárquico de los industriales de Moscú,
la gran revuelta campesina de Livonia significó la rápida liquidación del famoso
liberalismo aristócrata y agrario de los zemstvos. Pero al mismo tiempo el periodo de
las batallas económicas de la primavera y del verano de 1905 permitió al proletariado
de las ciudades extraer, inmediatamente después, las lecciones del prólogo de enero y
tomar conciencia de las tareas futuras de la revolución, gracias a la propaganda
intensa dirigida por la socialdemocracia y su dirección política. A este primer
resultado se suma otro de carácter social durable: la elevación general del nivel de
vida del proletariado en el plano económico, social e intelectual. Casi todas las
huelgas de la primavera de 1905 tuvieron una culminación victoriosa. Citemos
solamente, a título de ejemplo elegido entre una colección de hechos enormes y cuya
amplitud aún no se puede medir, un cierto número de datos sobre algunas huelgas
importantes, que se desarrollaron todas en Varsovia bajo la conducción de la
socialdemocracia polaca y lituana. En las más grandes empresas metalúrgicas de
Varsovia: Sociedad Anónima Lilpop, Rau y Lowenstein, Rudzky y Cía., Bormann
Schwede y Cía., Handtke, Gerlach y Pulst, Geisler Hnos., Eberhard, Wolski y Cía.,
Sociedad Anónima Conrad y Jarmuskiescicz, Weber y Daehm, Gwizdzinski y Cía.,
Fábrica de alambres Wolanoski, Sociedad Anónima Gostynski y Cía., K. Brun e
hijos, Fraget, Norblin, Werner, Buch, Kenneberg Hnos., Labor, Fábrica de lámparas
Dittmar, Serkowski, Weszynski, en total 22 establecimientos, los obreros obtuvieron,
después de una huelga de 4 a 5 semanas (comenzada el 25 y el 26 de enero) la
jornada de trabajo de nueve horas, así como un aumentos de salarios del 15 al 25 por

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100; obtuvieron igualmente diversas mejoras de menor importancia. En los más
grandes talleres de la industria de la madera de Varsovia, sobre todo Karmansky,
Damiecki, Gromel, Szerbinski, Trenerovski, Horn, Bevensee, Twarkovski, Daab y
Martens, en total diez establecimientos, los huelguistas obtuvieron a partir del 23 de
febrero la jornada de nueve horas; sin embargo no se contentaron y mantuvieron la
exigencia de la jornada de ocho horas, cosa que lograron una semana más tarde, al
mismo tiempo que un aumentos de salario. Toda la industria de la construcción entró
en huelga el 27 de febrero, reclamando, según la consigna de la socialdemocracia, la
jornada de ocho horas; el 11 de marzo obtenían la jornada de nueve horas, un
aumento de salarios para todas las categorías, el pago regular del salario por semana,
etc. Los pintores de obra, los carpinteros, los talabarteros y los herreros obtuvieron
juntos la jornada de ocho horas sin reducción de salario. Las fábricas de teléfonos
estuvieron en huelga durante diez días y obtuvieron la jornada de ocho horas y un
aumento de salario del 10 al 15 por 100. La gran fábrica de tejido de lino de Hielle y
Dietrich (10 000 obreros) obtuvo después de nueve semanas de huelga una reducción
de una hora en la jornada de trabajo y aumentos de salario que iban del 5 al 10 por
100. Resultados análogos con variantes infinitas se dan en todas las industrias de
Varsovia, de Lodz, de Sosnovice.
En Rusia propiamente dicha la jornada de ocho horas fue conquistada:

1. en diciembre de 1904, por varias categorías de los obreros petroleros de


Bakú;
2. en mayo de 1905, por los obreros azucareros del distrito de Kiev;
3. en enero, en el conjunto de las imprentas de la ciudad de Samara (al mismo
tiempo que un aumento de los salarios del trabajo a destajo y la supresión de
las multas);
4. en febrero, en la fábrica de instrumentos de medicina del ejército, en una
ebanistería y en la fábrica de municiones de San Petersburgo. Además se
instauró en las minas de Vladivostok un sistema de trabajo por equipos de
ocho horas;
5. en marzo, en el taller mecánico de la impresora de papeles del Estado,
perteneciente al Estado;
6. en abril, los herreros de la ciudad de Bodroujsk;
7. en mayo, los empleados de tranvías eléctricos en Tiflís, en mayo igualmente
la jornada de ocho horas y media fue introducida en la enorme empresa de
tejido de lana de Morosov (al mismo tiempo que se suprimía el trabajo de
noche y que se aumentaba los salarios en un 8 por 100;
8. en junio, se introducía la jornada de ocho horas en varios molinos aceiteros de
San Petersburgo y de Moscú.

La jornada de ocho horas y media en julio, para los herreros del puerto de San
Petersburgo; en noviembre, en todas las imprentas privadas de la ciudad de Orel, así
como un aumento del 20 por 100 de los salarios por hora y del 100 por 100 de los

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salarios a destajo, se instituía igualmente un comité de arbitraje compuesto por un
número igual de patrones y obreros.
La jornada de nueve horas en todos los talleres de ferrocarril en febrero; en
muchos arsenales nacionales de guerra y astilleros navales; en la mayoría de las
fábricas de Berdjansk; en todas las imprentas de Poltava y de Minsk; la jornada de
nueve horas y media en las cuencas marítimas, el astillero y la fundición mecánica de
Nicolaiev; en junio, después de una huelga general de los mozos de café de Varsovia,
fue introducida en la mayoría de los restaurantes y cafés al mismo tiempo que un
aumento de salarios del 20 al 40 por 100 vacaciones de quince días por año.
La jornada de diez horas en casi todas las fábricas de Lodz, Sosnovice, Riga,
Kovno, Reval, Dorpat, Minsk, Varkov; para los panaderos de Odesa; en los talleres
artesanales de Kichinev; en varias fábricas de sombreros de San Petersburgo; en las
fábricas de fósforos de Kovno (junto con un aumento de salarios del 10 por 100), en
todos los astilleros navales del Estado y para todos los obreros de los puertos.
Los aumentos de salarios son generalmente menos considerables que la reducción
del tiempo de trabajo, pero son sin embargo importantes: así, en Varsovia, durante el
mes de marzo de 1905, los talleres municipales impusieron un aumento de salario del
5 por 100; en Ivanovo-Voznesenk, centro industrial textil, los aumentos de salarios
alcanzaron entre el 7 y el 15 por 100; en Kovno, 75 por 100 de la población obrera
total se benefició con los aumentos de salarios. Se instauró un salario mínimo fijo en
un cierto número de panaderías de Odesa, en los astilleros marítimos del Neva en San
Petersburgo, etc.
A decir verdad estas ventajas han sido retiradas más de una vez en uno y otro
lugar. Pero esto sólo sirvió de pretexto para nuevas batallas, para respuestas aún más
encarnizadas; es así como el periodo de las huelgas de la primavera de 1905 introdujo
una serie infinita de conflictos económicos, siempre más vastos y enmarañados que
todavía subsisten en la actualidad. En los periodos de tranquilidad exterior de la
revolución, cuando los telegramas no comunican al mundo ninguna noticia
sensacional del frente ruso, cuando el lector de Europa occidental deja su periódico
de la mañana, con una aire desilusionado, comprobando que no hay «nada de nuevo»
en Rusia, en realidad el gran trabajo de topo de la revolución prosigue sin tregua, día
tras día, hora tras hora, su inmenso trabajo subterráneo, minando las profundidades de
todo el Imperio. La lucha económica intensa hace que se produzca rápidamente el
paso, por medio de métodos acelerados, del estadio de la acumulación primitiva de la
economía patriarcal, fundada sobre el pillaje, al estadio de la civilización más
moderna. Actualmente Rusia está adelantada en lo que concierne a la duración real
del trabajo, no sólo con respecto a la legislación rusa que prevé una jornada de
trabajo de once horas y media, sino también con respecto a las condiciones efectivas
del trabajo en Alemania. En la mayoría de las ramas de la gran industria rusa se
practica hoy la jornada de ocho horas, lo cual constituye, a los ojos mismos de la
socialdemocracia alemana, un objetivo inaccesible. Más aún, este

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«constitucionalismo industrial» tan deseado en Alemania, objeto de todos los
anhelos, en nombre del cual los adeptos de una táctica oportunista quisieran preservar
las aguas estancadas del parlamentarismo —única vía posible de salvación— al
abrigo de toda brisa un poco fuerte, ha visto la luz en Rusia, en plena tempestad
revolucionaria, al mismo tiempo que el «constitucionalismo» político. En realidad, lo
que se produjo, no fue solamente una elevación general del nivel de vida de la clase
obrera, sino también de su nivel cultural. El nivel de vida, bajo una forma durable de
bienestar material, no tiene cabida en la revolución. Ésta está llena de contradicciones
y de contrastes e implica a veces victorias económicas sorprendentes, a veces las
respuestas más brutales del capitalismo: hoy la jornada de ocho horas, mañana los
lock-out en masa y el hambre total para centenares de miles de personas. El resultado
más precioso, porque es el más permanente de este flujo y reflujo brusco de la
revolución, es su poso intelectual. El crecimiento por saltos del proletariado en el
plano intelectual y cultural ofrece una garantía absoluta de su irresistible progreso
futuro tanto en la lucha económica como en la política.
Pero esto no es todo, las mismas relaciones entre obreros y patrones son
subvertidas: a partir de la huelga general de enero y de las huelgas siguientes de 1905
el principio del capitalista amo en su casa fue prácticamente suprimido. Hemos visto
constituirse espontáneamente en las grandes fábricas de todos los centros industriales
importantes, consejos obreros, únicas instancias con la que el patrón trata y que
arbitran en todos los conflictos. Y además, las huelgas en apariencia caóticas y la
acción revolucionaria «desorganizada» que siguieron a la huelga general de enero se
convierten en el punto de partida de un enfebrecido trabajo de organización. La
historia se burla de los burócratas enamorados de los esquemas prefabricados,
guardianes celosos de la prosperidad de los sindicatos alemanes. Las organizaciones
sólidas, concebidas como fortalezas inexpugnables, y cuya existencia hay que
asegurar antes de soñar eventualmente con emprender una hipotética huelga de masas
en Alemania, han salido por el contrario en Rusia de la misma huelga de masas. Y
mientras los guardianes celosos de los sindicatos alemanes temen ante todo ver
romperse en mil pedazos esas organizaciones, como una preciosa porcelana en medio
del torbellino revolucionario, la revolución rusa nos presenta un cuadro totalmente
diferente: lo que emerge de los torbellinos, de las tempestades, de las llamas y de la
hoguera de las huelgas de masas, como Afrodita surgiendo de la espuma del mar,
son… los sindicatos nuevos y jóvenes, vigorosos y ardientes. Citemos aún un
pequeño ejemplo, aunque típico para todo el Imperio. En el curso de la segunda
conferencia de los sindicatos rusos, que tuvo lugar a fines de febrero de 1906 en San
Petersburgo, el delegado de los sindicatos petersburgueses presentó un informe sobre
el desarrollo de las organizaciones sindicales en la capital de los zares, informe en el
que decía:
«El 22 de enero de 1905, que ha barrido a la asociación de Gapon, ha marcado
una etapa. La masa de los trabajadores aprendió, por la fuerza de los acontecimiento,

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a apreciar la importancia de la organización y comprendió que podía crear por sí sola
esas organizaciones El primer sindicato de San Petersburgo, el de los tipógrafos, nace
en estrecha relación con el movimiento de enero. La comisión elegida para el estudio
de las remuneraciones elaboró los estatutos y el 19 de junio fue el primer día de
existencia del sindicato. Los sindicatos de los oficinistas y tenedores de libros vieron
la luz aproximadamente al mismo tiempo. Al lado de estas organizaciones, cuya
existencia era casi pública (y legal), vimos surgir, entre enero y octubre de 1905, los
sindicatos semilegales e ilegales. Citemos entre los primeros al de los empleados de
farmacia y al de los empleados de comercio. Entre los sindicatos ilegales hay que
mencionar a la Unión de relojeros, cuya primera reunión secreta tuvo lugar el 24 de
abril. Todas las tentativas para convocar una asamblea general pública chocaron
contra la resistencia obstinada de la policía y de los patronos, representados por la
Cámara de Comercio. Este fracaso no impidió la existencia del sindicato que realizó
asambleas secretas con sus adherentes el 9 de junio y el 14 de agosto, sin contar las
sesiones del Buró de los sindicatos. El sindicato de sastres y cortadores fue fundado
en la primavera de 1905 en el curso de una reunión secreta llevada a cabo en un
bosque, con la asistencia de 70 sastres. Después de haber discutido el problema de la
fundación, una comisión elegida fue encargada de elaborar los estatutos Todas las
tentativas de la comisión por asegurar al sindicato una existencia legal no tuvieron
éxito. Su acción se limita a la propaganda o al reclutamiento en los diferentes talleres.
Una suerte semejante le estaba reservada al sindicato de los zapateros. En julio fue
convocada una reunión secreta por la noche en un bosque fuera de la ciudad. Más de
100 zapateros se reunieron; se presentó un informe sobre la importancia de los
sindicatos, sobre su historia en Europa occidental y su misión en Rusia.
Inmediatamente se decidió fundarlo y fue elegida una comisión de doce miembros
encargada de redactar los estatutos y de convocar una asamblea general de zapateros.
Los estatutos fueron redactados, pero hasta ahora no se pudo imprimirlos ni convocar
la asamblea general».
Tales fueron los comienzos de los sindicatos. Después vinieron las jornadas de
octubre, la segunda huelga general, el Ukase del 30 de octubre y el corto «periodo
constitucional». Los trabajadores se arrojaron con entusiasmo en las olas de la
libertad política a fin de utilizarla para el trabajo de organización. Al lado de las
actividades políticas cotidianas —reuniones, discusiones, fundación de grupos— se
comenzó inmediatamente el trabajo de organización de los sindicatos. En octubre y
noviembre fueron creados cuarenta sindicatos nuevos en San Petersburgo. De
inmediato se creó un «Buró central», es decir, una unión de sindicatos; aparecieron
varios periódicos sindicales e incluso a partir de noviembre un órgano central: El
Sindicato.
La descripción de lo que ocurrió en San Petersburgo se aplica a Moscú y a Odesa,
a Kiev y a Nicolaiev, a Saratov y a Voronej, a Samara y a Nijni-Novgorod, a todas las
grandes ciudades de Rusia y con más razón de Polonia. Los sindicatos de esas

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ciudades buscan tomar contacto entre sí, llevan a cabo conferencias. El fin del
«periodo constitucional» y el retorno a la reacción de diciembre de 1905 pone
provisionalmente término a la actividad pública amplia de los sindicatos, sin provocar
por eso su desaparición. Continúan actuando como organizaciones secretas y
prosiguen al mismo tiempo abiertamente la lucha por los salarios. Constituyen una
mezcla original de actividad sindical a la vez legal e ilegal que corresponde a las
contradicciones de la situación revolucionaria. Pero incluso en medio de la lucha el
trabajo de organización se prosigue con seriedad y hasta con pedantería. Los
sindicatos de la socialdemocracia polaca y lituana, por ejemplo, que en el último
Congreso del Partido (en julio de 1906) estaban representadas por cinco delegados y
comprendían diez mil miembros que cotizaban, están provistos de estatutos regulares,
de carnets impresos de adherentes, de estampillas, etc. Y esos mismo panaderos y
zapateros, metalúrgicos y tipógrafos, de Varsovia y de Lodz, que en junio de 1905
estaban en las barricadas y que en diciembre sólo esperan una consigna de San
Petersburgo para salir a la calle, encuentran el tiempo necesario para reflexionar
seriamente entre dos huelgas, entre la prisión y el lock-out, en pleno estado de sitio, y
para discutir a fondo y atentamente los estatutos sindicales. Más aún, los que se
batían ayer y se batirán mañana en las barricadas, algunas veces reconvinieron
severamente a sus dirigentes en el curso de alguna reunión y los amenazaron con
abandonar el partido porque no se habían podido imprimir más rápidamente los
carnets de afiliación —en imprentas clandestinas y bajo la constante amenaza de
persecución policial—.
Este entusiasmo y esta seriedad duran aún hasta el presente. En el curso de las dos
primeras semanas de julio de 1906 fueron creados —para citar un ejemplo— quince
nuevos sindicatos en Ekaterinoslav; en Kostroma seis, otros en Kiev, Poltava, en
Smolensk, en Tcherkassy, en Proskurov, y hasta en las más pequeñas localidades de
los distritos provinciales. En la sesión realizada el 5 de junio último (1906) por la
Unión de Sindicatos de Moscú, se decidió, de conformidad con las conclusiones e
informes de los delegados de cada organización, que los sindicatos deberían velar por
la disciplina de sus adherentes e impedirles tomar parte en combates callejeros,
porque la huelga de masas es considerada como inoportuna. Frente a las
provocaciones eventuales del gobierno deben vigilar para que la masa no salga a la
calle. Finalmente la Unión decidió que durante todo el tiempo en que un sindicato
realice una huelga, los otros deben abstenerse de presentar reivindicaciones salariales.
En lo sucesivo la mayoría de las luchas económicas serán dirigidas por los
sindicatos[19].
Es así como la gran lucha económica cuyo punto de partida ha sido la huelga
general de enero que continúa hasta el presente constituye el trasfondo de la
revolución, de donde a veces vemos brotar explosiones aisladas o estallar inmensas
batallas del proletariado en su totalidad —bajo la influencia conjugada y alternada de
la propaganda política y de los acontecimientos externos—. Citemos algunas de estas

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explosiones sucesivas: en Varsovia el 1 de mayo de 1905, en ocasión de la fiesta del
trabajo, una huelga general total, sin ejemplo hasta entones, acompañada por una
manifestación de masas, perfectamente pacífica, terminó en un enfrentamiento
sangriento de la multitud desarmada con la tropa. En Lodz, en el mes de junio, la
dispersión por parte del ejército de una reunión de masas dio lugar a una
manifestación de cien mil obreros; en ocasión del entierro de algunas de las víctimas
de la soldadesca, se produce un nuevo encuentro con el ejército, y finalmente se
declara la huelga general. Esta termina los días 23, 24 y 25 de mayo con un combate
de barricadas, el primero del Imperio de los zares. En junio igualmente estalló en el
puerto de Odesa, a propósito de un pequeño incidente a bordo del acorazado
Potemkin, la primera gran sublevación de marineros de la flota del Mar Negro que
provocó, a su vez, una inmensa huelga de masas en Odesa y Nicolaiev. Este motín
tuvo otras repercusiones aún: una huelga y algunas rebeliones de marinos en
Kronstadt, Libau y Vladivostock.
En octubre, tuvo lugar en San Petersburgo la experiencia revolucionaria de la
instauración de la jornada de ocho horas. El consejo de los delegados obreros decide
introducir por métodos revolucionarios la jornada de ocho horas. De este modo, en
una fecha determinada, todos los obreros de San Petersburgo declaran a sus patrones
que se niegan a trabajar más de ocho horas por día y abandonan sus lugares de trabajo
a la hora fijada. Esta idea sirvió de pretexto para una intensa campaña de propaganda,
fue acogida y ejecutada por el proletariado que no escatimó los más grandes
sacrificios; por ejemplo, por los obreros textiles, que hasta entonces eran pagados a
destajo y cuya jornada de trabajo era de once horas, la reducción a ocho horas
representaba una pérdida enorme de salario, pero sin embargo la aceptaron sin
vacilaciones. Por espacio de una semana la jornada de ocho horas se había
introducido en San Petersburgo y la alegría de la clase obrera no conoce límites. No
obstante, inmediatamente la patronal, en un principio desamparada, se prepara para la
reacción: en todas partes se amenaza con cerrar las fábricas. Un cierto número de
obreros acepta negociar y obtienen la jornada de diez horas en algunos sitios y la de
nuevo en otros. Sin embargo, la élite del proletariado de San Petersburgo, los obreros
de las grandes fábricas nacionales de metalurgia permanecen inconmovibles: sigue un
lock-out; de 45 a 50 000 obreros son despedidos durante un mes. De este hecho, el
movimiento en favor de la jornada de ocho horas, se consigue la huelga general de
diciembre, desencadenada en gran parte por el lock-out. En el intervalo sobreviene en
octubre, en respuesta al proyecto de Duma de Bulygin[20], la segunda y poderosísima
huelga general desencadenada ante una consigna de los ferroviarios y que se extiende
por todo el Imperio. Esta segunda gran acción revolucionaria del proletariado reviste
un carácter sensiblemente diferente al de la primera huelga de enero. En ella la
conciencia política desempeña un papel mucho más importante. Ciertamente, la
ocasión que desencadenó la huelga de masas fue también aquí, accesoria y
aparentemente fortuita: se trata del conflicto entre los ferroviarios y la

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administración, a propósito de la Caja de Jubilaciones. Pero el levantamiento general
del proletariado que se produjo se sustenta en un pensamiento político claro. El
prólogo de la huelga de enero había sido una súplica dirigida al zar a fin de obtener la
libertad política; la consigna de la huelga de octubre era: «¡Terminemos con la
comedia institucional del zarismo!» y gracias al éxito inmediato de la huelga, que se
traduce en el manifiesto zarista del 30 de octubre, el movimiento no se repliega sobre
sí mismo, como en enero, para volver al comienzo de la lucha económica, sino que
desborda hacia el exterior, ejerciendo con ardor la libertad política recientemente
conquistada. Manifestaciones, reuniones, una prensa naciente, discusiones públicas,
masacres sangrientas para terminar con la alegría, seguidos de nuevas huelgas de
masas y de nuevas manifestaciones, tal es el cuadro agitado de las jornadas de
noviembre y diciembre. En noviembre, ante el llamamiento de la socialdemocracia,
se organiza en San Petersburgo la primera huelga de protesta contra la represión
sangrienta y la proclamación del estado de sitio en Livonia y en Polonia. El sueño de
la Constitución es seguido por un despertar brutal, y la sorda agitación termina por
desatar en diciembre la tercera huelga general de masas, que se extiende a todo el
Imperio. Esta vez el desarrollo y la culminación son totalmente diferentes que en los
casos anteriores. La acción política no cede el lugar a la acción económica como en
enero, tampoco obtiene una victoria rápida, como en octubre. La camarilla zarista no
renueva sus tentativas por instaurar una libertad política verdadera y la acción
revolucionaria choca así, por primera vez, con toda la extensión de ese muro
inquebrantable: la fuerza material del absolutismo. Por la lógica evolución interna de
los acontecimientos en curso, la huelga de masas se transforma en rebelión abierta, en
lucha armada, en combates callejeros y en barricadas en Moscú. Las jornadas de
diciembre en Moscú constituyen el punto culminante de la acción política y del
movimiento de huelgas de masas, cerrando de este modo el primer año laborioso de
la revolución. Los acontecimientos de Moscú muestran en imagen reducida la
evolución lógica y el porvenir del movimiento revolucionario en su conjunto: su
culminación inevitable en una rebelión general abierta. Sin embargo, ésta sólo puede
producirse después de un entrenamiento adquirido en una serie de rebeliones
parciales y preparatorias, que desembocan provisionalmente en «derrotas» exteriores
y parciales, pudiendo aparecer cada una como «prematura».
El año 1906 es el de las elecciones y del episodio de la Duma. El proletariado,
animado por un poderoso instinto revolucionario, que le permite tener una visión
clara de la situación, boicotea la farsa constitucional zarista. El liberalismo ocupa de
nuevo, por algunos meses, el escenario político. Parece volverse a la situación de
1904. La acción cede el lugar a la palabra y el proletariado entra en la sombra por
algún tiempo, para consagrarse con más ardor aún a la lucha sindical y al trabajo de
organización. Las huelgas de masas cesan, mientras día tras día los liberales hacen
estallar los petardos de su elocuencia. Finalmente, la cortina de hierro cae
bruscamente, los actores son dispersados, de los petardos de elocuencia liberal sólo

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queda el humo y el polvo. Una tentativa de la socialdemocracia por llamar a
manifestarse con una corta huelga de masas en favor de la Duma y del
restablecimiento de la libertad de palabra cae en el vacío. La huelga política de masas
agotó su papel como tal y el paso de la huelga al levantamiento general del pueblo y a
los combates callejeros no está maduro. El episodio liberal está terminado, el
episodio proletario no ha recomenzado aún. La escena permanece provisionalmente
vacía.

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IV

En las páginas que preceden hemos tratado de esbozar sumariamente la historia


de la huelga de masas en Rusia. Una simple ojeada sobre esta historia, nos ofrece una
imagen de la huelga de masas que no se parece en nada a la que nos hacemos en
Alemania en el curso de las discusiones. En lugar de un esquema rígido y vacío que
nos muestra una «acción» política lineal ejecutada con prudencia y según un plan
decidido por las instancias supremas de los sindicatos, vemos un fragmento de vida
real hecho de carne y de sangre que no se puede separar del medio revolucionario,
unida por el contrario por mil vínculos al organismo revolucionario en su totalidad.
La huelga de masas tal como nos la muestra la revolución rusa es un fenómeno tan
fluido que refleja en sí todas las fases de la lucha política y económica, todos los
estadios y todos los momentos de la revolución. Su campo de aplicación, su fuerza de
acción, los factores de su desencadenamiento, se transforman de continuo.
Repentinamente abre perspectivas nuevas a la revolución en un momento en que ésta
parecía encaminarse hacia un estancamiento. Y se niega a funcionar en el momento
en que se creía poder contar con ella con toda seguridad. A veces la ola del
movimiento invade todo el Imperio, a veces se divide en una red infinita de pequeños
arroyos; a veces brota del suelo como una fuente viva, a veces se pierde dentro de la
tierra, Huelgas económicas y políticas, huelgas de masas y huelgas parciales, huelgas
de demostración o de combate, huelgas generales que afectan a sectores particulares o
a ciudades enteras, luchas reivindicativas pacíficas o batallas callejeras, combate de
barricas: todas estas formas de lucha se entrecruzan o se rozan, se atraviesan o
desbordan una sobre la otra; es un océano de fenómenos eternamente nuevos y
fluctuantes. Y la ley del movimiento de esos fenómenos aparece claramente: no
reside en la huelga de masas en sí misma, en sus particularidades técnicas, sino en la
relación de las fuerzas políticas y sociales de la revolución. La huelga de masas es
simplemente la forma que adopta la lucha revolucionaria y toda desnivelación en la
relación de las fuerzas en lucha, en el desarrollo del Partido y la división de las
clases, en la posición de la contrarrevolución, influye inmediatamente sobre la acción
de la huelga a través de mil caminos invisibles e incontrolables. Sin embargo, la
acción de la huelga en sí misma no se detiene prácticamente ni un solo instante. No
hace más que revestir otras formas, modificar su extensión, sus objetivos, sus efectos.
Es el pulso vivo de la revolución y al mismo tiempo su motor más poderoso. En una
palabra, la huelga de masas, tal como nos la ofrece la revolución rusa, no es un medio
ingenioso inventado para reforzar la lucha proletaria; representa el movimiento mismo
de la masa proletaria, la forma de manifestación de la lucha proletaria en el curso de
la revolución.

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A partir de esto se pueden deducir algunos puntos de vista generales que
permitirán juzgar el problema de la huelga de masas.
1) Es absolutamente erróneo concebir la huelga de masas como una acción
aislada; es más bien el signo, el concepto unificador de todo un periodo de años,
quizás de decenios, de la lucha de clases. Si se consideran las innumerables y
diferentes huelgas de masas que tuvieron lugar en Rusia desde hace cuatro años, una
sola variante e incluso de importancia secundaria corresponde a su definición como
acto único y breve de características puramente políticas, desencadenado y detenido a
voluntad según un plan preconcebido: me refiero aquí a la simple huelga de protesta.
Durante todo este periodo de cinco años sólo vemos en Rusia algunas huelgas de ese
género en pequeño número y, lo que es notable, limitadas por lo común a una ciudad.
Citemos entre otras la huelga general anual del 1 de mayo en Varsovia y Lodz —en
Rusia propiamente dicha la costumbre de celebrar el 1 de mayo mediante la
paralización del trabajo no está aún extendida ampliamente—, la huelga de masas en
Varsovia el 11 de septiembre de 1905, en ocasión del entierro del condenado a muerte
Martín Kasprzak[21]; la de noviembre de 1905 en San Petersburgo en señal de
protesta contra la proclamación del estado de sitio en Polonia y Livonia; la del 22 de
enero de 1906 en Varsovia, Lodz, Czenstochau y en la cuenca minera de Combrowa,
lo mismo que en algunas ciudades rusas en conmemoración del domingo sangriento
de San Petersburgo; en julio de 1906, una huelga general de Tiflís en manifestación
de solidaridad con los soldados condenados por sublevación y finalmente por la
misma razón en septiembre de ese año durante el proceso militar de Reval. Todas las
otras huelgas de masas parciales o huelgas generales son huelgas de lucha y no de
protesta. Con ese carácter nacieron espontáneamente en ocasión de incidentes
particulares locales y fortuitos y no de acuerdo con un plan preconcebido y
deliberado y, merced a la potencia de fuerzas elementales, adquirieron dimensiones
de un movimiento de gran envergadura. No concluían con la retirada ordenada, sino
que se transformaban a veces en luchas económicas, a veces en combates callejeros y
otras veces decaían por sí mismas.
Dentro de este cuadro de conjunto, las huelgas de protesta política pura
desempeñaron un papel de segundo orden: el de puntos minúsculos y aislados en
medio de una gran superficie. Si consideramos las cosas según la cronología,
comprobamos lo siguiente: las huelgas de protesta que, a diferencia de las huelgas de
luchas, exigen un nivel muy elevado de disciplina del partido, una dirección política y
una ideología política conscientes, y aparecen en consecuencia según el esquema
como la forma más alta y madura de la huelga de masas, son importantes sobre todo
al comienzo del movimiento. De este modo, el paro total del 1 de mayo de 1905 en
Varsovia, primer ejemplo de la aplicación perfecta de una decisión del partido, fue un
acontecimiento de gran alcance para el movimiento proletario de Polonia. Igualmente
la huelga de solidaridad en noviembre de 1905 en San Petersburgo, primer ejemplo
de una acción de masas concertada, causó sensación. También el «ensayo de huelga

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general» de los camaradas de Hamburgo el 17 de enero de 1906, que ocupa un lugar
destacado en la historia de la futura huelga de masas en Alemania, constituye el
primer intento espontáneo de usar esta arma tan discutida, intento que, por otra parte,
tuvo éxito y que testimonia la combatividad de los obreros hamburgueses.
De igual modo, una vez comenzado el periodo de huelgas de masas en Alemania,
éste culminará seguramente con la instauración de la fiesta del 1 de mayo con un paro
general del trabajo. Esta fiesta podrá celebrarse como la primera demostración bajo el
signo de las luchas de masas. En tal sentido, ese «viejo caballo de batalla», como se
ha llamado al 1 de mayo en el Congreso Sindical de Colonia, tiene todavía un gran
porvenir y está llamado a desempeñar un papel importante en las luchas de clase
proletarias en Alemania. Sin embargo, con el desarrollo de las luchas revolucionarias
la importancia de tales demostraciones disminuye con rapidez. Los mismos factores
que hacen objetivamente posible el desencadenamiento de las huelgas de protesta,
según un plan preconcebido y de acuerdo a una consigna de los partidos, a saber, el
crecimiento de la conciencia política y de la educación del proletariado, hacen
imposible esta clase de huelgas. En las actuales circunstancias, el proletariado ruso y,
más concretamente, su vanguardia más activa, no quiere saber ya nada de las huelgas
demostrativas, los obreros no tienen ganas de bromas y sólo quieren luchas serias,
con todas sus consecuencias. Si es verdad que en el curso de la primera gran huelga
de masas, en enero de 1905, el elemento demostrativo desempeñaba todavía un gran
papel —bajo una forma no deliberada sino instintiva y espontánea—, en cambio la
tentativa del Comité Central del Partido socialdemócrata ruso por llamar en el mes de
agosto a una huelga de masas en favor de la Duma fracasó entre otras causas por la
aversión del proletariado consciente hacia las acciones tibias y de mera demostración.
2) Pero, si en lugar de esta categoría secundaria de las huelgas de demostración,
consideramos la huelga combativa, tal como la vemos hoy en Rusia, constituyendo el
soporte real de la acción proletaria, nos sorprende el hecho de que el elemento
económico y el elemento político se presenten tan indisolublemente vinculados. Aquí
también la realidad se aparta del esquema teórico; la concepción pedante que hace
derivar lógicamente la huelga de masas política pura de la huelga general económica,
como si la primera fuera el estadio más maduro y elevado y que distingue
cuidadosamente una forma de otra, es desmentida por la experiencia de la revolución
rusa. Esto no ha quedado demostrado solamente por el hecho de que las huelgas de
masas —desde la primera gran huelga reivindicativa de los obreros textiles de San
Petersburgo en 1896-1897 hasta la última gran huelga de diciembre de 1905— hayan
pasado insensiblemente del campo de las reivindicaciones económicas al de la
política, aunque es casi imposible trazar fronteras entre unas y otras. Sin embargo,
cada una de las grandes huelgas de masas vuelve a trazar, en miniatura por así
decirlo, la historia general de las huelgas en Rusia, comenzando por un conflicto
sindical puramente reivindicativo, o al menos parcial, recorriendo luego todos los
grados hasta la manifestación política. La tempestad que sacudió el sur de Rusia en

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1902 y 1903 comenzó en Bakú, como ya vimos, con una protesta contra las medidas
tomadas contra los parados; en Rostov, con reivindicaciones salariales; en Tiflís, con
un lucha de los empleados de comercio para obtener una disminución de la jornada
de trabajo; en Odesa, con una reivindicación de salarios en una pequeña fábrica
aislada. La huelga de masas de enero de 1905 se inició con un conflicto en el interior
de las fábricas Putilov, la huelga de octubre, con reivindicaciones de los ferroviarios
por su caja de jubilaciones, la huelga de diciembre, finalmente, con la lucha de los
empleados de correos y telégrafos para obtener el derecho de asociación. El progreso
del movimiento no se manifiesta por el hecho de que el elemento económico
desaparezca, sino más bien por la rapidez con que se recorren todas las etapas hasta la
manifestación política, y por la posición, más o menos extrema, del punto final
alcanzado por la huelga de masas.
Sin embargo, el movimiento en su conjunto no se orienta únicamente en el
sentido de un paso de lo económico a lo político, sino también en el sentido inverso.
Cada una de las acciones políticas de las masas se transforma, luego de haber
alcanzado su apogeo, en una multitud de huelgas económicas. Esto es válido no sólo
para cada una de las grandes huelgas, sino también para la revolución en su conjunto.
Cuando la lucha política se extiende, se clarifica y se intensifica, la lucha
reivindicativa no sólo no desaparece, sino que se extiende, organiza e intensifica
paralelamente. Existe interacción completa entre ambas.
Cada nuevo impulso y cada nueva victoria de la lucha política dan un ímpetu
poderoso a la lucha económica, ampliando sus posibilidades de acción exterior y
dando a los obreros nuevos bríos para mejorar su situación, aumentando su
combatividad. Cada ola de acción política deja detrás suyo un limo fértil de donde
surgen inmediatamente mil brotes nuevos: las reivindicaciones económicas. E
inversamente, la guerra económica incesante que los obreros libran contra el capital
mantiene despierta la energía combativa, incluso en las horas de tranquilidad política;
de alguna manera constituye una reserva permanente de energía de la que la lucha
política extrae siempre fuerzas nuevas. Al mismo tiempo, el trabajo infatigable de
corrosión reivindicativa desencadena aquí y allá conflictos agudos a partir de los
cuales estallan bruscamente las batallas políticas.
En una palabra, la lucha económica presenta una continuidad, es el hilo que
vincula los diferentes núcleos políticos; la lucha política es una fecundación periódica
que prepara el terreno a las luchas económicas. La causa y el efecto se suceden y
alternan sin cesar, y, de este modo, el factor económico y el factor político, lejos de
distinguirse completamente o incluso de excluirse recíprocamente como lo pretende
el esquema pedante, constituyen en un periodo de huelgas de masas dos aspectos
complementarios de las luchas de clases proletarias en Rusia. La huelga de masas
constituye precisamente su unidad. La teoría sutil diseca artificialmente, con la ayuda
de la lógica, la huelga de masas para obtener una «huelga política pura», pero he aquí

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que, una disección semejante, al igual que todas las disecciones, no nos permite ver el
fenómeno vivo, nos entrega un cadáver.
3) Finalmente los acontecimientos de Rusia nos muestran que la huelga de masas
es inseparable de la revolución; su historia se confunde con la historia de la
revolución. Sin duda, cuando los campeones del oportunismo en Alemania escuchan
hablar de revolución, piensan inmediatamente en la sangre vertida, en batallas
callejeras, en la pólvora y el plomo, y deducen con toda lógica que la huelga de
masas conduce inevitablemente a la revolución, concluyen que es menester
abstenerse de realizarla. Y de hecho verificamos que en Rusia casi todas las huelgas
de masas terminan en un enfrentamiento sangriento con las fuerzas zaristas del orden;
lo cual es tan cierto para las huelgas pretendidamente políticas como para los
conflictos económicos. Pero la revolución es otra cosa, es algo más que un simple
baño de sangre. A diferencia de la policía que entiende por revolución simplemente la
batalla callejera y la pelea, es decir, el «desorden», el socialismo científico ve en la
revolución, antes que nada, una transformación interna profunda de las relaciones de
clase. Desde ese punto de vista, entre la revolución y la huelga de masas existe en
Rusia una relación mucho más estrecha que la que se establece a través de la
comprobación trivial, a saber, que la huelga de masas concluye generalmente en un
baño de sangre.
Hemos estudiado el mecanismo interno de la huelga de masas rusa fundada sobre
una relación de causalidad recíproca entre el conflicto político y el conflicto
económico. Pero esta relación de causalidad recíproca está determinada precisamente
por el periodo revolucionario. Solamente en la tempestad revolucionaria cada lucha
parcial entre el capital y el trabajo adquiere las dimensiones de una explosión general.
En Alemania se asiste todos los años, todos los días, a los conflictos más violentos,
más brutales entre los obreros y los patronos, sin que la lucha supere los límites de la
rama de industria, de la ciudad e incluso de la fábrica en cuestión. El despido de
obreros organizados como en San Petersburgo, la desocupación como en Bakú,
reivindicaciones salariales como en Odesa, luchas por el derecho de asociación como
en Moscú: todo esto se produce diariamente en Alemania. Pero ninguno de esos
incidentes da lugar a una acción de clase común. E incluso si esos conflictos se
extienden hasta convertirse en huelgas de masas con carácter netamente político no
desembocan en una explosión general. La huelga general de los ferroviarios
holandeses que a pesar de las simpatías ardientes que suscitó se extinguió en medio
de la inmovilidad absoluta del conjunto del proletariado, nos proporciona un ejemplo
aleccionador de ello.
A la inversa, sólo en un periodo revolucionario, cuando los fundamentos sociales
y las barreras que separan a las clases sociales están quebrantados, cualquier acción
política del proletariado puede arrancar de la indiferencia en pocas horas a las capas
populares que habían permanecido hasta entonces apartadas, lo que se manifiesta
naturalmente, a través de una batalla económica tumultuosa. Súbitamente electrizados

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por la acción política los obreros reaccionan de inmediato en el campo que les es más
próximo: se sublevan contra su condición de esclavitud económica. El gesto de
revuelta, que es la lucha política, les hace sentir con una intensidad insospechada el
peso de sus cadenas económicas. Mientras que en Alemania la lucha política más
violenta, la campaña electoral o los debates parlamentarios a propósito de las tarifas
aduaneras, no tienen más que una importancia mínima sobre el curso de la intensidad
de las luchas reivindicativas que se llevan a cabo al mismo tiempo, en Rusia toda
acción del proletariado se manifiesta inmediatamente por una extensión e
intensificación de la lucha económica.
De este modo, sólo la revolución crea las condiciones sociales que permiten dar
un paso inmediato de la lucha económica a la lucha política, y de ésta a aquélla, lo
que se expresa a través de la huelga de masas. El esquema vulgar sólo percibe una
relación entre la huelga de masas y la revolución, en los enfrentamientos sangrientos
con que concluyen las huelgas de masas; pero un examen más profundo de los
acontecimientos rusos, nos hace descubrir una relación inversa. En realidad no es la
huelga de masas la que produce la revolución, sino la revolución la que produce la
huelga de masas.
4) Es suficiente con resumir lo que precede para descubrir una solución al
problema de la dirección y de la iniciativa de la huelga de masas. Si no significa un
acto aislado, sino todo un periodo de la lucha de clases, si este periodo se confunde
con el periodo revolucionario, es evidente que no se puede desencadenar
arbitrariamente, aunque la decisión emane de las instancias supremas del más
poderoso de los partidos socialistas. Mientras no esté al alcance de la social-
democracia el poner en marcha o anular las revoluciones a su gusto, ni siquiera el
entusiasmo y la impaciencia más fogosa de las tropas socialistas serán suficientes
para crear un verdadero periodo de huelga general como movimiento popular potente
y vivo. La audacia de la dirección del partido y la disciplina de los obreros pueden
lograr sin duda organizar una manifestación única y de corta duración: tal fue el caso
de la huelga de masas en Suecia o más recientemente en Austria o también de la
huelga del 17 de enero en Hamburgo[22] Pero estas manifestaciones se parecen a un
verdadero periodo revolucionario de huelgas de masas tanto como unas maniobras
navales realizadas en un puerto extranjero, cuando las relaciones diplomáticas son
tensas, se parecen a una guerra. Una huelga de masas nacida simplemente de la
disciplina y del entusiasmo desempeñará en el mejor de los casos sólo el papel de un
síntoma de la combatividad de los trabajadores, después del cual la situación
retornará a la apacible rutina cotidiana. Ciertamente, incluso durante la revolución,
las huelgas no caen del cielo. Es necesario que, de una y otra manera, sean realizadas
por los obreros. La resolución y la decisión de la clase obrera desempeñará también
un papel y es menester precisar que tanto la iniciativa como la dirección de las
operaciones ulteriores incumben muy naturalmente a la parte más esclarecida y mejor
organizada del proletariado: la socialdemocracia. Pero esta iniciativa y esta dirección

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sólo se aplican a la ejecución de tal o cual acción aislada, de tal o cual huelga de
masas, cuando el periodo revolucionario está ya en curso, y las más de las veces, esto
ocurre en el interior de una ciudad dada. Por ejemplo, ya hemos visto que, alguna
vez, la socialdemocracia ha lanzado expresamente, y con éxito, la consigna de huelga
en Bakú, en Varsovia, en Lodz, en San Petersburgo. Semejante iniciativa tiene
muchas menos posibilidades de éxito si se aplica a movimientos generales que
afectan al conjunto del proletariado. Por otra parte, la iniciativa y la dirección de las
operaciones tienen sus límites determinados. Precisamente durante la revolución es
en extremo difícil para un organismo dirigente del movimiento obrero prevenir y
calcular la ocasión y los factores que pueden desencadenar o no explosiones. Tomar
la iniciativa y la dirección de las operaciones no consiste aquí tampoco en dar
arbitrariamente órdenes, sino en adaptarse lo más hábilmente posible a la situación y
en mantener el contacto más estrecho con la moral de las masas. El elemento
espontáneo, según ya vimos, desempeña un gran papel en todas las huelgas de masas
en Rusia, ya sea como elemento impulsor, ya sea como freno. Pero esto es así, no
porque en Rusia la socialdemocracia sea aún joven y débil, sino por el hecho de que
cada operación particular es el resultado de una tal infinidad de factores económicos,
políticos, sociales, generales y locales, materiales y psicológicos, que ninguno de
ellos puede definirse ni calcularse como un ejemplo aritmético. Incluso si el
proletariado, con la socialdemocracia a la cabeza, desempeña un papel dirigente, la
revolución no es una maniobra del proletariado, sino una batalla que se desarrolla
cuando todos los fundamentos sociales crujen, se desmoronan y se desplazan
incesantemente. Si el elemento espontáneo desempeña un papel tan importante en las
huelgas de masas en Rusia, no es porque el proletariado ruso sea «insuficientemente
educado», sino porque las revoluciones no se aprenden en la escuela.
Por otra parte, comprobamos que en Rusia, esta revolución que hace tan difícil a
la socialdemocracia conquistar la dirección de la huelga y que tan pronto se la
arranca, como tan pronto le ofrece la batuta de director de orquesta, resuelve por el
contrario precisamente todas las dificultades de la huelga, esas dificultades que el
esquema teórico, tal como es discutido en Alemania, considera como la preocupación
principal de la dirección: el problema del «aprovisionamiento», de los «gastos», de
los «sacrificios materiales». Indudablemente no los resuelve de la misma forma en
que se solucionan, lápiz en mano, en el curso de una apacible conferencia secreta,
mantenida por las instancias superiores del movimiento obrero. El «arreglo» de todos
esos problemas se resumen en lo siguiente: la revolución hace entrar en escena masas
populares tan inmensas que toda tentativa de regular por adelantado o estimar los
gastos del movimiento —tal como se hace la estimación de los gastos de un proceso
civil— aparece como una empresa desesperada. Es verdad que en la propia Rusia los
organismos directivos tratan de sostener, con sus mejores medios, a las víctimas del
combate. De este modo, por ejemplo, el Partido ayudó durante semanas a las
valerosas víctimas del gigantesco lock-out que tuvo lugar en San Petersburgo,

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después de la campaña por la jornada de ocho horas. Pero en el inmenso balance de la
revolución esto equivale a una gota de agua en el mar. En el momento en que
comienza un periodo de huelgas de masas de gran envergadura, todas las previsiones
y cálculos de gastos son tan vanos como la pretensión de vaciar el océano con un
vaso. En efecto, el precio que paga la masa proletaria por toda revolución es un
océano de privaciones y de sufrimientos terribles. Un periodo revolucionario resuelve
esta dificultad, en apariencia insoluble, desencadenando en la masa una suma tal de
idealismo que la vuelve insensible a los sufrimientos más agudos. No se puede hacer
ni la revolución ni la huelga de masas con la psicología de un sindicato que sólo
consentiría en detener el trabajo el 1 de mayo con la condición de poder contar con
precisión con un subsidio determinado por adelantado en caso de ser despedido. Pero
en la tempestad revolucionaria el proletariado, el padre de familia prudente, se
transforma en un «revolucionario romántico» para el cual el bien supremo mismo —
la vida— y con mayor razón el bienestar material tienen poco valor en comparación
con el ideal de lucha. En consecuencia, si es verdad que el periodo revolucionario se
encarga de la dirección de la huelga, en el sentido de la iniciativa de su
desencadenamiento y de la carga de los gastos, no es menos cierto que, en un sentido
completamente diferente, la dirección de la huelga de masas corresponde a la
socialdemocracia y a sus organismos directivos. En lugar de plantearse el problema
de la técnica y del mecanismo de la huelga de masas en un periodo revolucionario, la
socialdemocracia está llamada a asumir la dirección política. La tarea de «dirección»
más importante en el periodo de la huelga de masas consiste en dar la consigna de la
lucha, en orientar, en regular la táctica de la lucha política de manera tal, que en cada
fase y en cada instante del combate, sea realizada y movilizada la totalidad del poder
del proletariado ya comprometido y lanzado a la batalla, y que este poder se exprese
por la posición del Partido en la lucha; es necesario que la táctica de la
socialdemocracia nunca se encuentre, en lo que respecta a la energía y a la precisión,
por debajo del nivel de la relación de las fuerzas en acción, sino que por el contrario
sobrepase ese nivel; en tal caso dicha dirección política se transformará
automáticamente, en cierta medida, en dirección técnica. Una táctica socialista
consecuente, resuelta, avanzada, provoca en las masas un sentimiento de seguridad,
de confianza, de combatividad; una táctica vacilante, débil, fundada en una
sobreestimación de las fuerzas del proletariado, paraliza y desorienta a las masas. En
el primer caso, las huelgas estallan «espontáneamente» y siempre «en el momento
oportuno»; en el segundo caso, será inútil que el partido llame directamente a la
huelga. Todo será en vano. La revolución rusa nos ofrece ejemplos que hablan de uno
y del otro caso.

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V

En los momentos actuales la cuestión a plantear es la siguiente: ¿en qué medida


todas las lecciones que se pueden extraer de la huelga general en Rusia pueden
aplicarse en Alemania? Las condiciones sociales y políticas, la historia y la situación
del movimiento obrero difieren enteramente en Alemania y en Rusia. A primera vista
podría pensarse que las leyes internas de las huelgas de masas en Rusia, tal como las
hemos expuesto más arriba, son resultado de condiciones específicamente rusas, no
siendo válidas en absoluto para el proletariado alemán. En la revolución, la lucha
política y la lucha económica están vinculadas por relaciones muy estrechas, y su
unidad se revela en el periodo de las huelgas de masas. Pero ¿no es eso una
consecuencia del absolutismo ruso? En un Estado donde toda forma y manifestación
del movimiento obrero están prohibidas, donde la más simple de las huelgas es un
crimen, toda lucha económica se transforma necesariamente en lucha política.
Por otra parte, e inversamente, si la primera explosión de la revolución implicó un
ajuste de cuentas general de la clase obrera con la patronal, eso es la simple
consecuencia del hecho que hasta entonces el obrero ruso tenía el nivel de vida más
bajo y que jamás había llevado adelante la menor batalla económica en regla para
mejorar su suerte. El proletariado ruso debía comenzar primero por salir de la más
innoble condición: ¿por qué asombrarnos entonces de que haya puesto un ardor
juvenil desde el momento en que la revolución trajo el primer soplo vivificador en el
aire irrespirable del absolutismo? Y, finalmente, el curso tumultuoso de la huelga de
masas, así como su carácter elemental y espontáneo se explican en parte por la
situación política atrasada de Rusia y, en parte, por la falta de educación y de
organización del proletariado ruso. En un país donde la clase obrera tiene detrás suyo
treinta años de experiencia de vida política, un partido socialista con tres millones de
votos y un centro de tropas sindicalmente organizadas que alcanzan un millón y
cuarto, es imposible que la lucha política, que las huelgas de masas, revistan el
mismo carácter tempestuoso y elemental que en un Estado semibárbaro que acaba
apenas de pasar, sin transición, de la Edad Media al orden burgués moderno. Ésta es
la idea que se hace generalmente la gente que quiere medir el grado de madurez de la
situación económica de un país, a partir de la letra de sus leyes escritas.
Examinemos los problemas separadamente. En primer lugar, es inexacto hacer
remontar el principio de la lucha económica a la explosión de la revolución. De
hecho, las huelgas y los conflictos salariales no habían dejado de estar cada vez más a
la orden del día; a partir del inicio de la década de los noventa en Rusia propiamente
dicha e incluso desde fines de los años ochenta en la Polonia rusa, prácticamente
habían adquirido carta de ciudadanía. Es verdad que provocaban, a menudo, brutales
represiones policiales, sin embargo, formaban parte de los hechos cotidianos. Es así

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como en Varsovia y en Lodz existía, desde 1891, una caja mutual importante; el
entusiasmo por los sindicatos hizo nacer en Polonia durante algún tiempo incluso
esas ilusiones «economistas» que algunos años más tarde reinaron en San
Petersburgo y en el resto de Rusia[23].
De igual modo hay mucha exageración en la idea que nos hacíamos de la miseria
del proletariado del Imperio zarista antes de la revolución. La categoría de obrero,
que es actualmente la más activa y ardiente, tanto en la lucha económica como en la
política, la de los trabajadores de la gran industria de las grandes ciudades, tenía un
nivel de existencia apenas inferior al de las categorías correspondientes del
proletariado alemán; en cierto número de oficios, encontramos salarios iguales e
incluso superiores a los existentes en Alemania.
Del mismo modo, en lo que respecta a la duración del trabajo, la diferencia entre
las grandes empresas industriales de los dos países es insignificante. La idea de un
pretendido ilotismo material y cultural de la clase obrera rusa no reposa sobre nada
sólido. Si se reflexiona un poco es refutada por el hecho mismo de la revolución y del
papel eminente que desempeñó el proletariado. Revoluciones con semejante madurez
y lucidez política no se hacen con un subproletariado miserable. Los obreros de la
gran industria de San Petersburgo, de Varsovia, de Moscú y de Odesa, que
encabezaban el combate, están mucho más próximos del tipo occidental, en el plano
cultural e intelectual, de lo que se imaginan los que consideran al parlamentarismo
burgués y a la práctica sindical regular como la única e indispensable escuela del
proletariado. El desarrollo industrial moderno de Rusia y la influencia de quince años
de socialdemocracia dirigiendo y animando la lucha económica han logrado, incluso
en ausencia de garantías exteriores del orden legal burgués, un trabajo civilizador
importante.
Pero las diferencias se atenúan también si consideramos el otro aspecto de la
cuestión y examinamos más de cerca el nivel de vida real de la clase obrera alemana.
Las grandes huelgas de masas políticas agitaron violentamente, desde el primer
instante, a las capas más amplias del proletariado ruso que se lanzó enardecidamente
a la batalla económica. ¿Pero acaso no existen en Alemania en el seno de la clase
obrera categorías que viven en una oscuridad que la bienhechora luz del sindicato
apenas ha iluminado, categorías que se esforzaron muy poco o que trataron sin éxito
de salir de su ilotismo social, llevando adelante, cotidianamente, la lucha por los
salarios? Tomemos el ejemplo de la miseria de los mineros; inclusive en el apacible
trajín cotidiano, en la fría atmósfera de la rutina parlamentaria alemana —como en
los otros países, por otra parte, hasta en Inglaterra, paraíso de los sindicatos— la
lucha de los mineros sólo se manifiesta a través de impulsos, fuertes erupciones,
huelgas de masas que tienen el carácter de fuerzas elementales. Ésta es la prueba de
que la oposición entre el capital y el trabajo está demasiado exacerbada, es demasiado
violenta como para permitir la disgregación en luchas sindicales parciales, apacibles
y metódicas. Pero esta miseria obrera de carácter eruptivo, que incluso en tiempos

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normales constituye un crisol de tempestades de donde parten las sacudidas violentas,
debería desatar inmediata e inevitablemente un conflicto político y económico brutal
con motivo de cada acción política de masas en Alemania, de todo choque un poco
violento que agite momentáneamente, el equilibrio social normal.
Tomemos el ejemplo de la miseria de los obreros textiles: aquí también la lucha
económica se manifiesta por medio de explosiones exasperadas y la mayoría de las
veces inútiles, que inquietan al país cada dos o tres años y que sólo dan una pálida
idea de la violencia explosiva con la que la enorme masa concentrada de los esclavos
de la gran industria textil cartelizada reaccionaría en el momento de una sacudida
política proveniente de una poderosa acción de masas del proletariado alemán.
Consideremos luego la miseria de los trabajadores a domicilio, la de los obreros
de la confección, de la electricidad, verdaderos centros eruptivos donde al menor
signo de crisis política, estallarían conflictos económicos violentos, agravados por el
hecho de que el proletariado se embarca aquí muy raramente en la batalla en tiempos
de paz social, que su lucha es cada vez más inútil y que el capital le obliga cada vez
más brutalmente a inclinarse apretando los dientes bajo su yugo.
Veamos ahora a las grandes categorías del proletariado que, en general, en
tiempos «normales», no poseen ningún medio para llevar adelante una lucha
económica pacífica para mejorar su condición y están privados de todo derecho a la
sindicación. Citemos, como primer ejemplo, la miseria evidente de los empleados de
los ferrocarriles y de correos. Estos obreros del Estado están, en Alemania, en pleno
país de la legalidad parlamentaria, en la misma situación que los empleados rusos
todavía antes de la revolución, cuando reinaba un absolutismo sin trabas. Desde la
gran huelga de octubre de 1905 la situación del ferroviario ruso, en un país donde
reinaba todavía formalmente el absolutismo, estaba a cien pies por encima de la del
ferroviario alemán, en lo que concierne a su libertad de movimiento económico y
social. Los ferroviarios y los carteros rusos conquistaron de hecho el derecho a
sindicarse en plena tormenta revolucionaria, por así decirlo, e incluso si
momentáneamente llueven procesos sobre procesos y despidos sobre despidos, nada
puede destruir su solidaridad interna. Sin embargo, suponer, como lo hace toda la
reacción en Alemania, que la obediencia incondicional de los ferroviarios y carteros
alemanes durará eternamente, que es roca inamovible, sería hacer un cálculo
psicológico enteramente falso. Es verdad que los dirigentes sindicales alemanes están
tan acostumbrados a la situación existente que, descontentos de soportar sin emoción
esta vergüenza sin ejemplo en Europa, pueden contemplar, con alguna satisfacción,
los progresos de la lucha sindical en su país; aunque si hay un levantamiento general
del proletariado industrial, la cólera sorda y amasada durante largo tiempo en el
corazón de esos esclavos con uniforme del Estado estallará inevitablemente. Y
cuando la vanguardia del proletariado, los obreros industriales, quieran conquistar
nuevos derechos políticos, o defender los antiguos, el gran ejército de los ferroviarios
y carteros tomará necesariamente conciencia de la vergüenza de su situación y

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terminará por sublevarse para librarse de esa parte de absolutismo ruso que se ha
creado especialmente para ellos en Alemania. La teoría pedante que pretende hacer
desarrollar los grandes movimientos populares según esquemas y recetas, ve en la
conquista del derecho a la sindicación por parte de los ferroviarios, una condición
previa, sin la cual, es imposible «imaginar» siquiera una huelga de masas. El curso
verdadero y natural de los acontecimientos sólo puede ser el inverso: únicamente por
medio de una acción de masas vigorosa y espontánea podrá ser conquistado el
derecho a la sindicación para los carteros y ferroviarios alemanes, y este problema
insoluble dentro de la situación actual de Alemania encontrará súbitamente su
solución y su realización bajo el efecto y la presión de una acción general del
proletariado.
Y finalmente, la más grande e impresionante de las miserias: las de los obreros
agrícolas. Dado el carácter específico de la economía inglesa y del escaso papel
desempeñado por la agricultura en el conjunto de la economía nacional se puede
comprender que los sindicatos estén organizados pensando exclusivamente en los
obreros industriales. En Alemania, una organización sindical, por maravillosamente
desarrollada que esté, si abarca únicamente a los obreros industriales sería inaccesible
al inmenso ejército de los obreros agrícolas y sólo daría una imagen débil y parcial de
la condición proletaria en su conjunto. Pero por otra parte, sería igualmente peligroso
caer en la ilusión de que las condiciones en el campo son inmutables y eternas e
ignorar que el trabajo infatigable llevado a cabo por la socialdemocracia, y más aún
por toda la política en Alemania, no cesa de minar la pasividad aparente del obrero
agrícola; sería un error pensar que en caso de que el proletariado alemán emprendiera
una gran acción de clase, cualquiera que fuera su objetivo, el proletariado agrícola se
mantendría inactivo. Ahora bien, la participación de los obreros sólo puede
manifestarse inicialmente, por una lucha económica tempestuosa, por medio de
potentes huelgas de masas.
De este modo tenemos una imagen por completo diferente de la pretendida
superioridad económica del proletariado alemán con relación al proletariado ruso, si,
dejando de lado la lista de profesiones industriales o artesanales sindicalmente
organizadas, consideramos las grandes categorías de obreros que se encuentran al
margen de la lucha sindical, o cuya situación económica particular no puede entrar en
el estrecho marco de la lucha sindical cotidiana. Pero, incluso si miramos hacia la
vanguardia organizada del proletariado industrial alemán y si, por otra parte,
observamos el espíritu de los objetivos económicos perseguidos actualmente por los
obreros rusos, comprobamos que no se trata en modo alguno de combates que los
más antiguos sindicatos alemanes puedan permitirse despreciar como anacrónicos.
Así ocurre con la reivindicación principal de las huelgas rusas a partir del 22 de enero
de 1905: la jornada de ocho horas no es en absoluto un objetivo superado por el
proletariado alemán, todo lo contrario, en la mayoría de los casos aparece como un
bello ideal lejano. Otro tanto puede decirse de la «situación del patrón amo en su

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casa», de la lucha por la introducción de comités obreros en todas las fábricas, la
supresión del trabajo a destajo, del trabajo artesanal a domicilio, del respeto absoluto
del reposo dominical, del reconocimiento del derecho a sindicarse. Observados de
cerca todos los objetivos económicos que el proletariado ruso coloca a la orden del
día de la revolución tienen también la mayor actualidad para el proletariado alemán y
rozan los puntos dolorosos de la condición obrera. Como resultado de estas
reflexiones, tenemos en principio como conclusión que la huelga de masas puramente
política, tema preferido de todas las discusiones, es también para Alemania un simple
esquema teórico sin vida. Si las huelgas de masas nacen de una gran fermentación
revolucionaria y se transforman naturalmente en luchas políticas resueltas del
proletariado urbano cederán con la misma naturalidad el lugar a todo un periodo de
luchas económicas elementales, tal como ha ocurrido en Rusia. Los temores de los
dirigentes sindicales que temen que en un periodo de luchas políticas tempestuosas,
en un periodo de huelgas de masas, la batalla por los objetivos económicos pueda ser
apartada o ahogada, reposan sobre una concepción totalmente escolástica y gratuita
del desarrollo de los acontecimientos y por el contrario, incluso en Alemania, un
periodo revolucionario más bien transformaría el carácter de la batalla económica y la
intensificaría a un punto tal que la pequeña guerrilla sindical actual aparecería en
comparación como un juego de niños. Y por otra parte, esta explosión elemental de
huelgas de masas económicas daría a la lucha política un nuevo impulso y fuerzas
frescas. La interacción entre la lucha económica y la lucha política, que constituye
hoy el motor interno de las huelgas de masas en Rusia, y al mismo tiempo el
mecanismo regulador de la acción revolucionaria del proletariado, se produciría
igualmente en Alemania como una consecuencia natural de la situación.

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VI

Dentro de esta perspectiva, el problema de la organización en sus relaciones con


la huelga de masas adopta en Alemania un aspecto totalmente distinto.
La posición adoptada por numerosos dirigentes sindicales sobre este problema se
limita, la mayoría de las veces, a la siguiente afirmación: «No somos aún lo
suficientemente fuertes como para arriesgar una prueba de fuerza tan temeraria como
la huelga de masas». Ahora bien, esta posición es indefendible, puesto que constituye
un problema insoluble el hecho de querer apreciar en frío, por medio de un cálculo
aritmético, en qué momento el proletariado sería lo «bastante fuerte» como para
emprender cualquier lucha. Hace treinta años los sindicatos alemanes contaban con
50 000 miembros, cifra que de acuerdo con los criterios establecidos más arriba no
permitía imaginar siquiera una huelga de masas. Quince años más tarde, los
sindicatos eran ocho veces más poderosos, ya que contaban con 237 000 miembros.
Sin embargo, si en esa época se hubiese preguntado a los actuales dirigentes si la
organización del proletariado tenía la madurez necesaria como para emprender una
huelga de masas seguramente habrían respondido que se estaba lejos de ello, que la
organización sindical debiera primero reagrupar millones de adherentes. Al presente
contamos con más de un millón de afiliados, pero la opinión de los dirigentes es
siempre la misma y esto podría durar indefinidamente. Dicha actitud se funda sobre
el postulado implícito de que la clase obrera en su totalidad, hasta el último hombre,
hasta la última mujer, debe entrar en la organización antes de que seamos lo
«suficientemente poderosos» como para arriesgar una acción de masas, la cual se
revelaría según la vieja fórmula, probablemente como superflua. Pero esta teoría es
perfectamente utópica por la simple razón de que sufre una contradicción interna, de
que se mueve en un círculo vicioso. Cualquier forma directa de lucha de clases estaría
sometida a la condición de una organización total de los trabajadores. Pero las
circunstancias y las condiciones de la evolución capitalista y del Estado burgués
hacen que, en una situación «normal», sin luchas de clases violentas, ciertas
categorías —y de hecho se trata precisamente del grueso de las tropas, las categorías
más importantes, las más miserables, las más aplastadas por el Estado y por el capital
— no pueden en absoluto estar organizadas. De este modo, comprobamos que,
incluso en Inglaterra, un siglo entero de trabajo sindical infatigable, sin todos esos
«disturbios» —excepto al principio del periodo del cartismo—, sin todas las
desviaciones y las tentaciones del «romanticismo revolucionario», sólo ha logrado
organizar una minoría entre las categorías privilegiadas del proletariado.
Pero por otra parte los sindicatos, al igual que las demás organizaciones de
combate del proletariado, no pueden a la larga mantenerse sino por medio de la lucha,
y una lucha que no es solamente la pequeña guerra de ranas y ratones en las aguas

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estancadas del parlamentarismo burgués, sino un periodo revolucionario de luchas
violentas de masas. La concepción rígida y mecánica de la burocracia sólo admite la
lucha como resultado de la organización que ha llegado a un cierto grado de fuerza.
La evolución dialéctica viva, por el contrario, hace nacer a la organización como
producto de la lucha. Hemos visto ya un magnífico ejemplo de ese fenómeno en
Rusia, donde un proletariado, casi inorgánico, comenzó a crear, en un año y medio de
luchas revolucionarias tumultuosas, una vasta red de organizaciones. Otro ejemplo de
este orden nos es proporcionado por la propia historia de los sindicatos alemanes. En
1878, los sindicatos contaban con 50 000 miembros. Ya vimos que, según la teoría de
los dirigentes sindicales actuales, esta organización no era lo «suficientemente
poderosa» como para embarcarse en una lucha política violenta. Sin embargo, los
sindicatos alemanes, no obstante su debilidad, se embarcaron en la lucha (me refiero
a la lucha contra la ley de excepción[24]) y revelaron ser lo «suficientemente
poderosos» como para salir vencedores, quintuplicando su potencia. Luego de la
supresión de la ley, en 1891, contaban con 227 659 adherentes. A decir verdad, el
método gracias al cual lograron la victoria contra la ley de excepción no corresponde
para nada al ideal de un trabajo apacible y paciente de hormiga; todos comenzaron
por hundirse en la batalla para subir y renacer luego con la próxima ola. Ahora bien,
éste es el método específico precisamente de crecimiento de las organizaciones
proletarias: prueban sus fuerzas en la batalla y salen renovadas. Examinando con más
detenimiento las condiciones alemanas y la situación de las diversas categorías de
obreros, se ve claramente que el próximo periodo de luchas de masas políticas y
violentas implicaría para los sindicatos no la amenaza del desastre que se teme, sino,
por el contrario, la perspectiva nueva e insospechada de una extensión de su esfera de
influencia por medio de saltos rápidos. Pero este problema tiene todavía otros
aspectos. El plan que consistiría en emprender una huelga de masas importante a
título de acción política de clase, con la única ayuda de los obreros organizados, es
absolutamente ilusorio. Para que la huelga, o más bien las huelgas de masas, para que
la lucha se vea coronada por el éxito, debe convertirse en un verdadero movimiento
popular, es decir, arrastrar a la batalla a las capas más amplias del proletariado.
Incluso en el plano parlamentario, la potencia de la lucha de clases proletaria no se
apoya sobre un pequeño grupo organizado, sino sobre la vasta periferia del
proletariado animado por simpatías revolucionarias. Si la socialdemocracia quisiera
llevar adelante la batalla electoral, con el único apoyo de algunos centenares de
afiliados se condenaría a sí misma al aniquilamiento. Aunque la socialdemocracia
desee hacer entrar en sus organizaciones a casi todo el contingente de sus electores, la
experiencia de treinta años demuestra que el electorado del socialismo no aumenta en
función del crecimiento del partido, sino a la inversa, que las capas obreras,
recientemente conquistadas en el curso de la batalla electoral, constituyen el terreno
que será luego fecundado por la organización. Aquí también no es sólo la
organización la que proporciona las tropas combatientes, sino la batalla la que

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proporciona, en una medida mucho más amplia, los contingentes para la
organización. Evidentemente esto es mucho más valedero para la acción de masas
política que para la lucha parlamentaria. Aunque la socialdemocracia, como núcleo
organizado de la clase obrera, sea la vanguardia de toda la masa de los trabajadores y
aunque el movimiento obrero extraiga su fuerza, su unidad, su conciencia política, de
esta misma organización, el movimiento proletario no puede ser concebido jamás
como el movimiento de una minoría organizada. Toda verdadera gran lucha de clases
debe fundarse en el apoyo y la colaboración de las más amplias capas, una estrategia
que no tomara en cuenta esta colaboración, que sólo pensara en los desfiles bien
ordenados de la pequeña parte del proletariado reclutado en sus filas, se vería
condenada a un lamentable fracaso. En Alemania, las huelgas y las acciones políticas
de masas no pueden ser dirigidas solamente por los militantes organizados, ni
organizadas o «comanditadas» por un estado mayor que emane de un organismo
central del partido. Como en Rusia, lo que se necesita, en semejante eventualidad, es
menos una «disciplina», una «educación política», una evaluación tan precisa como
sea posible de los gastos y los subsidios, que una acción de clase resuelta y
verdaderamente revolucionaria, capaz de interesar y de arrastrar a las capas más
extensas de las masas proletarias desorganizadas, pero revolucionarias por sus
simpatías y su condición. La sobreestimación o la falsa apreciación del papel de la
organización en la lucha de clases del proletariado está vinculada generalmente a una
subestimación de la masa de los proletarios desorganizados y de su madurez política.
Sólo en un periodo revolucionario, en medio de la efervescencia de las grandes
luchas tumultuosas de clase es donde se manifiesta el papel educador de la evolución
rápida del capitalismo y de la influencia socialista sobre las amplias capas populares;
en tiempos normales las estadísticas de las organizaciones o incluso las estadísticas
electorales, sólo dan una idea extremadamente pobre de esta influencia.
Hemos visto que en Rusia, desde hace más o menos dos años, el menor conflicto
limitado de los obreros con la patronal, la menor brutalidad por parte de las
autoridades gubernamentales locales, pueden engendrar inmediatamente una acción
general del proletariado. Todo el mundo se da cuenta de ello y lo encuentra normal,
porque en Rusia precisamente está «la revolución». ¿Pero, qué se quiere decir con
esto? Se quiere decir que el sentimiento, el instinto de clase es tan vivo en el
proletariado ruso que todo problema parcial que afecte a un grupo restringido de
obreros le concierne directamente como un problema general, como un asunto de
clase, y reacciona inmediatamente en su conjunto. Mientras que en Alemania, en
Francia, en Italia, en Holanda, los conflictos sindicales más violentos no dan lugar a
ninguna acción general del proletariado —ni siquiera de su núcleo organizado—, en
Rusia, el menor incidente desencadena una tempestad violenta. Pero esto sólo
significa una cosa: por paradójico que pueda parecer, el instinto de clase de
proletariado ruso, muy joven, no educado, poco esclarecido y aún menos organizado,
es infinitamente más vigoroso que el de la clase obrera organizada, educada y

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esclarecida de Alemania, o de cualquier otro país de Europa Occidental. Esto no es
para ponerlo en la cuenta de no sé qué virtud del «Oriente joven y virgen», por
oposición con el «Occidente podrido», sino que se trata muy simplemente del
resultado de la acción revolucionaria directa de las masas. En el obrero alemán
esclarecido la conciencia de clase inculcada por la socialdemocracia es una
conciencia teórica, latente: en el periodo de la dominación del parlamentarismo
burgués no tiene, en general, ocasión de manifestarse por una acción de masas
directa; es la suma ideal de las cuatrocientas acciones paralelas de las
circunscripciones durante la lucha electoral, de los numerosos conflictos económicos
parciales, etc. En la revolución, donde la propia masa aparece en la escena política, la
conciencia de clase se vuelve conciencia práctica y activa. De este modo, un año de
revolución ha dado al proletariado ruso esa «educación» que treinta años de luchas
parlamentarias y sindicales no pueden dar artificialmente al proletariado alemán.
Ciertamente, este instinto de clase viviente y activo que anima al proletariado
disminuirá sensiblemente, incluso en Rusia, una vez cerrado el periodo
revolucionario y una vez instituido el régimen parlamentario burgués legal, o al
menos se transformará en una conciencia escondida y latente. Pero inversamente no
es menos cierto que, en Alemania, en un periodo de acciones políticas enérgicas, un
vivo instinto de clase revolucionario, ávido por actuar, se apoderará de las capas más
amplias y profundas del proletariado; esto se hará con tanta más fuerza y tanto más
rápidamente cuanto más poderosa haya sido la influencia educadora de la
socialdemocracia. Esta obra educadora, así como la acción estimulante revolucionaria
de la política alemana actual, se manifestarán en lo siguiente: en un periodo
revolucionario auténtico, la masa de todos los que en la actualidad se encuentran en
un estado de apatía política aparente y son insensibles a todos los esfuerzos de los
sindicatos y del partido para organizarlos se enrolará en las filas de la
socialdemocracia. Seis meses de revolución harán más por las masas actualmente
desorganizadas, que diez años de reuniones públicas y de distribución de panfletos. Y
cuando la situación en Alemania haya alcanzado el grado de madurez necesario para
un periodo semejante, las categorías que están hoy más atrasadas y desorganizadas
constituirán naturalmente el elemento más radical en la lucha, el más fogoso, y no el
más pasivo. Si se producen huelgas de masas en Alemania, quienes desplegarán la
mayor capacidad de acción no serán los obreros mejor organizados —no ciertamente
los obreros gráficos—, sino los obreros menos organizados o incluso desorganizados,
tales como los mineros, los obreros textiles o incluso los obreros agrícolas.
De este modo llegamos a las mismas conclusiones para Alemania, en lo que
concierne al papel a desempeñar por la «dirección» de la socialdemocracia en
relación a las huelgas de masas, que para Rusia en el análisis de los actuales
acontecimientos. En efecto, dejemos de lado la teoría pedante de una huelga
demostrativa montada artificialmente por el partido y los sindicatos y ejecutada por
una minoría organizada, y consideremos el cuadro vivo de un verdadero movimiento

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popular surgido de la exasperación de los conflictos de clase y de la situación política
que explota con la violencia de una fuerza elemental en conflictos tanto económicos
como políticos y en huelgas de masas. La tarea de la socialdemocracia consistirá
entonces no en la preparación o la dirección técnica de la huelga, sino en la dirección
política del conjunto del movimiento.
La socialdemocracia es la vanguardia más esclarecida y consciente del
proletariado. No puede ni debe esperar con fatalismo, con los brazos cruzados, que se
produzca una «situación revolucionaria» ni que el movimiento popular espontáneo
caiga del cielo. Por el contrario, tiene el deber, como siempre, de adelantarse al curso
de los acontecimientos, de buscar precipitarlos. No lo logrará lanzando al azar, y no
importa en qué momento, oportuno o no, la consigna de la huelga, sino más bien
haciendo comprender a las capas más amplias del proletariado que la llegada de un
periodo semejante es inevitable, explicándoles las condiciones sociales internas que
conducen a ello, así como sus consecuencias políticas. Para arrastrar a las capas más
amplias del proletariado a una acción política socialista y para que, inversamente, en
caso de un movimiento de masas la socialdemocracia asuma y mantenga la dirección
efectiva, que domine en sentido político a todo el movimiento, es necesario que, en el
periodo de las luchas futuras, sepa fijar con claridad, coherencia y resolución
absolutas la táctica y las metas del proletariado alemán.

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VII

Hemos visto que, en Rusia, la huelga de masas no es el producto artificial de una


táctica impuesta por la socialdemocracia, sino un fenómeno histórico natural nacido
sobre el suelo de la revolución actual. Ahora bien, ¿cuáles son los factores que
provocaron la nueva forma en que se ha producido la revolución? La revolución rusa
tiene como primera tarea, la abolición del absolutismo y el establecimiento de un
Estado moderno legal, con régimen parlamentario burgués. Formalmente, es la
misma tarea que se había propuesto la revolución de marzo de 1848 en Alemania y la
gran revolución burguesa francesa de fines del siglo XVIII. Pero estas revoluciones,
que presentan analogías formales con la revolución actual, tuvieron lugar en
condiciones y en un clima histórico totalmente diferente de los de la Rusia actual. La
diferencia esencial es la siguiente: entre estas revoluciones burguesas de Occidente y
la revolución burguesa actual en Oriente se expandió todo el ciclo del desarrollo
capitalista. El capitalismo no afectó solamente a los países de Europa occidental, sino
igualmente a la Rusia absolutista. La gran industria, con todas sus secuelas, se
convirtió en el modo de producción dominante en Rusia, es decir, decisivo para la
evolución social: la división moderna de las clases y las contradicciones sociales
acentuadas, la vida de las grandes ciudades y el proletariado moderno. De todo ello
resultó una situación histórica extraña y llena de contradicciones. Por sus objetivos
formales, la revolución burguesa está dirigida, en principio, por un proletariado
moderno, con una conciencia de clase desarrollada, en un medio internacional
colocado bajo el signo de la decadencia burguesa. En la actualidad, el elemento motor
en las revoluciones occidentales no es, como ocurría anteriormente, la burguesía —la
masa proletaria estaba por ese entonces perdida en el seno de la pequeña burguesía y
servía de fuerza de maniobra a las clases dominantes—. Hoy es el proletariado
consciente el que constituye el elemento activo y dirigente, mientras que las capas de
la gran burguesía se muestran ya sea abiertamente contrarrevolucionarias, ya sea
moderadamente liberales, y sólo la pequeña burguesía rural y la intelligentzia
pequeñoburguesa de las ciudades tienen una actitud francamente de oposición,
incluso revolucionaria. Pero el proletariado ruso, llamado a desempeñar de este modo
un papel dirigente en la revolución burguesa, emprende la lucha en el momento en
que la posición entre el capital y el trabajo es particularmente tajante, y cuando está
liberado de las ilusiones de la democracia burguesa, cuando posee en cambio una
conciencia aguda de sus intereses específicos de clase. Esta situación contradictoria
se manifiesta por el hecho de que en esta revolución, formalmente burguesa, el
conflicto entre la sociedad burguesa y el absolutismo está dominado por el conflicto
entre el proletariado y la sociedad burguesa, que el proletariado lucha a la vez contra
el absolutismo y la explotación capitalista, que la lucha revolucionaria tiene por

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objeto a la vez la libertad política y la conquista de la jornada de ocho horas así como
un nivel material de existencia conveniente para el proletariado Ese doble carácter de
la revolución rusa se manifiesta en esa vinculación e interacción estrecha entre la
lucha económica y la lucha política, que los acontecimientos de Rusia nos dieron a
conocer y que se expresan precisamente en la huelga de masas. En las revoluciones
burguesas anteriores eran los partidos burgueses los que tomaron a su cargo la
educación política y la dirección de la masa revolucionaria, pero sólo se trataba de
derribar al gobierno anterior. El combate de barricadas, de corta duración, era por ese
entonces la forma más apropiada de lucha revolucionaria. En el presente, la clase
obrera está obligada a educarse, reunirse y dirigirse a sí misma en el curso de la
lucha, y de este modo la revolución está orientada tanto contra la explotación
capitalista como contra el régimen de Estado anterior. La huelga de masas aparece así
como el medio natural de reclutar, organizar y preparar para la revolución a las más
amplias capas proletarias y es al mismo tiempo un medio de minar y abatir el Estado
anterior o de contener la explotación capitalista. El proletariado industrial urbano es,
en el presente, el alma de la revolución en Rusia. Pero, para llevar a cabo una acción
política de masas es necesario, primero, que el proletariado se reúna en masa; para
ello, es menester que salga de las fábricas y de los talleres, de las minas y de los altos
hornos y que supere esa dispersión y derroche de fuerzas a que lo condena el yugo
capitalista. La huelga de masas es, por consiguiente, la forma natural y espontánea de
toda gran acción revolucionaria del proletariado en la revolución; cuanto más
importante se vuelve la industria, como forma predominante de la economía de una
sociedad, mayor es el papel desempeñado por el proletariado en la revolución, más
exasperada es la oposición entre el capital y el trabajo, y mayor importancia y
amplitud tienen necesariamente las huelgas de masas. La precedente forma básica de
las revoluciones burguesas, la lucha de barricadas, el enfrentamiento directo con el
poder armado del Estado es, en la revolución moderna, un mero punto exterior, un
momento solamente de todo el proceso de la lucha de masas proletarias.
De este modo, la nueva forma de la revolución ha permitido alcanzar ese nivel
«civilizado» y «atenuado» de las luchas de clase, profetizado por los oportunistas de
la socialdemocracia alemana, los Bernstein, los David[25] y secuaces. A decir verdad,
imaginaban esta lucha de clases «atenuada», «civilizada», según sus deseos, a través
de las ilusiones pequeñoburguesas y democráticas: creían que la lucha de clases se
limitaría exclusivamente a la batalla parlamentaria y que la revolución —en el
sentido de combates callejeros sería simplemente suprimida—. La historia ha resuelto
el problema a su manera, que es a la vez la más profunda y la más sutil: hizo surgir la
huelga de masas que, ciertamente, no reemplaza ni torna superfluos los
enfrentamientos directos y brutales en la calle, sino que los reduce a un simple
momento en el largo periodo de luchas políticas y, al mismo tiempo, vincula la
revolución con un trabajo gigantesco de civilización en el sentido estricto del

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término: la elevación material e intelectual del conjunto de la clase obrera,
«civilizando» las formas bárbaras de la explotación capitalista.
La huelga de masas aparece de ese modo, no como un producto específicamente
ruso regenerado por el absolutismo, sino como una forma universal de la lucha de
clases proletaria determinada por el nivel actual del desarrollo capitalista y de las
relaciones de clase. Las tres revoluciones burguesas: la francesa, de 1789, la alemana,
de marzo de 1848 y, la actual revolución rusa, constituyen, desde este punto de vista,
una cadena de evolución continua: reflejan la grandeza y la decadencia del siglo
capitalista. En la Gran Revolución francesa, los conflictos internos de la sociedad
burguesa, todavía latentes, ceden el lugar a un largo periodo de luchas brutales donde
todas las oposiciones brotan y maduran al calor de la revolución y estallan con una
violencia extrema y sin ninguna traba. Medio siglo más tarde la revolución burguesa
alemana, que se produce a mitad de camino de la evolución capitalista, es detenida
por la oposición de los intereses y el equilibrio de fuerzas entre el capital y el trabajo,
ahogada por un compromiso entre feudalismo y burguesía, reducida a un breve y
lastimoso interludio, rápidamente amordazado. Pasa otro medio siglo y la revolución
rusa actual estalla en un punto de la evolución histórica situado ya sobre la otra
vertiente de la montaña, más allá del apogeo de la sociedad capitalista. La revolución
burguesa no puede más ser ahogada por la oposición entre burguesía y proletariado,
por el contrario, se extiende durante un largo periodo de conflictos sociales violentos
que hacen aparecer los viejos ajustes de cuentas con el absolutismo como irrisorios
comparados a los nuevos exigidos por la revolución. La revolución de hoy realiza los
resultados del desarrollo capitalista internacional en este caso particular de la Rusia
absolutista: aparece menos como la heredera de las viejas revoluciones burguesas que
como la precursora de una nueva serie de revoluciones proletarias. El país más
atrasado, precisamente porque tiene un retraso imperdonable en la tarea de cumplir la
revolución burguesa, muestra al proletariado de Alemania y de los países más
avanzados las vías y los métodos de la lucha de clases futura. Incluso desde este
punto de vista, es completamente erróneo considerar de lejos a la revolución rusa
como un espectáculo grandioso, como algo específicamente ruso, contentándose con
admirar el heroísmo de los combatientes, dicho de otro modo, los accesorios
exteriores de la batalla. Por el contrario, es importante que los obreros alemanes
aprendan a mirar la revolución rusa como algo que les concierne directamente; no
basta con que experimenten una solidaridad internacional con el proletariado ruso,
deben considerar a esta revolución como un capítulo de su propia historia social y
política. Los dirigentes y los parlamentarios que piensan que el proletariado alemán
es «demasiado débil» y la situación en Alemania poco madura para las luchas
revolucionarias de masa no sospechan que lo que refleja el grado de madurez de la
situación de clase y la potencia del proletariado en Alemania no son las estadísticas
de los sindicatos ni las estadísticas electorales, sino los acontecimientos de la
revolución rusa. El grado de madurez de las luchas de clases en Francia, bajo la

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monarquía de Julio y las batallas de julio en París se midió en la revolución de marzo
de 1848, en Alemania, en su evolución y en su fracaso. Asimismo hoy la madurez de
las oposiciones de clase en Alemania se refleja en los acontecimientos y el poder de
la revolución rusa. Los burócratas registran los cajones de sus escritorios para
encontrar la prueba del poder y de la madurez del movimiento obrero alemán sin ver
que lo que buscan está delante de sus ojos, en una gran revolución histórica. Porque
históricamente la revolución rusa es un reflejo de la potencia y de la madurez del
movimiento obrero internacional y antes que nada del movimiento alemán. Se
reduciría la revolución rusa a un resultado muy pequeño, grotescamente mezquino, si
se extrajera de ella, para el proletariado alemán, la simple lección que extraen los
camaradas Frohme, Elm[26] y otros: pedir prestada a la revolución rusa la forma
exterior de la lucha, la huelga de masas, y guardarla en el arsenal de reserva para el
caso de que se suprima el sufragio universal; dicho de otro modo, reducirla al papel
pasivo de un arma de defensa para el parlamentarismo[27]. Si nos quitan el derecho de
sufragio en el Reichstag, nos defenderemos. Éste es un principio que no se discute.
Pero para mantener ese principio, es inútil adoptar la postura heroica de un Danton,
como hizo el camarada Elm en el Congreso de Jena; la defensa de los derechos
parlamentarios modestos que poseemos ya no es una innovación sublime que reclame
las terribles hecatombes de la revolución rusa para alentar su aplicación. Pero la
política del proletariado en el periodo revolucionario no debe reducirse en ningún
caso a una simple actitud defensiva. Sin duda es difícil prever con certeza si la
abolición del sufragio universal en Alemania conducirá a una situación que provoque
inmediatamente una huelga de masas; por otra parte, es verdad que una vez que
Alemania entre en un periodo de huelgas de masas le sería imposible a la
socialdemocracia detener su táctica en una simple defensa de los derechos
parlamentarios. Está fuera del alcance de la socialdemocracia determinar por
adelantado la ocasión y el momento en que se desencadenarán las huelgas de masas,
porque está fuera de su alcance hacer nacer situaciones por medio de simples
resoluciones de congreso. Pero lo que sí está a su alcance, y constituye su deber, es
precisar la orientación política de esas luchas cuando se produzcan y traducirla en una
táctica resuelta y consecuente. No se pueden dirigir a voluntad los acontecimientos
históricos imponiéndoles reglas, pero se pueden calcular por adelantado sus
consecuencias probables y regular de acorde con éstas la propia conducta.
El peligro más inminente que acecha al movimiento obrero alemán desde hace
años es el de un golpe de Estado de la reacción, que pretendería privar a las masas
populares más amplias su derecho político más importante, a saber, el sufragio
universal para las elecciones del Reichstag. A pesar de los alcances inmensos que
tendría un acontecimiento semejante, es imposible predecir con certeza, repitámoslo,
que habrá inmediatamente una respuesta popular directa a ese golpe de Estado, bajo
la forma de una huelga de masas. Hoy ignoramos, en efecto, la infinidad de
circunstancias y de factores que en un movimiento de masas contribuyen a

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determinar la situación. Sin embargo, si se considera la exasperación de los
antagonismos de clases en Alemania y por otra parte las consecuencias
internacionales múltiples de la revolución rusa, así como una Rusia renovada en el
futuro, es evidente que el trastorno político que provocaría en Alemania la abolición
del sufragio universal no se atrincheraría sólo en la defensa de ese derecho. Un golpe
de Estado semejante desencadenaría inevitablemente, en un lapso de tiempo más o
menos largo, una expresión elemental de cólera; una vez despiertas las masas
populares ajustarían todas sus cuentas políticas con la reacción: se levantarían contra
el precio usuario del pan y el encarecimiento artificial de la carne; contra las cargas
impuestas por los gastos ilimitados del militarismo y del «marinismo»; contra la
corrupción de la política colonial, la vergüenza nacional del proceso de Koenisberg y
la detención de las reformas sociales; contra las medidas que apuntan a la privación
de los derechos a los ferroviarios, los empleados de correos y los obreros agrícolas;
contra las medidas represivas tomadas contra los mineros; contra el juicio de Löbtau
y toda justicia clasista; contra el sistema brutal de lock-out. En resumen, contra toda
la opresión ejercida desde hace veinte años por el poder coaligado de los
terratenientes de Prusia oriental y del gran capital de los cartels.
Una vez que la bola de nieve se pone a rodar no puede detenerse, lo quiera o no la
socialdemocracia. Los adversarios de la huelga de masas niegan la lección y el
ejemplo de la revolución rusa como inaplicables a Alemania, bajo el pretexto de que
en Rusia era necesario primero saltar sin transición de un régimen de despotismo
oriental a un orden legal burgués moderno. Esta separación normal entre el régimen
político antiguo y el moderno sería suficiente para explicar la vehemencia y la
violencia de la revolución rusa. En Alemania poseemos, desde hace largo tiempo, las
formas y las garantías de un régimen de Estado fundado sobre el derecho; es por ello
que un desencadenamiento tan elemental de conflictos sociales es imposible a sus
ojos. Los que así razonan olvidan que en cambio en Alemania, una vez iniciadas las
luchas políticas, el objetivo histórico será totalmente distinto al de la Rusia de hoy. Es
justamente porque en Alemania el régimen constitucional existe desde hace mucho y
tuvo el tiempo de agotarse y de llegar a su declinación, porque la democracia
burguesa y el liberalismo han llegado a su término, que ya no puede plantearse más la
revolución burguesa en Alemania. Un periodo de luchas políticas abiertas no tendría
necesariamente en Alemania como único objetivo histórico, la dictadura del
proletariado. Pero la distancia que separa la situación actual en Alemania de ese
objetivo es todavía mucho mayor que la que separa el régimen legal burgués del
régimen del despotismo oriental. Por eso el objetivo no puede ser logrado de una sola
vez; sólo puede ser alcanzado después de un largo periodo de conflictos sociales
gigantescos.
Pero ¿no hay contradicciones flagrantes en las perspectivas que abrimos? Por una
parte afirmamos que, en el curso de un eventual periodo de acciones de masa futuras,
quienes comenzarán por obtener el derecho de coalición serán, al principio, las capas

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sociales más atrasadas de Alemania, los obreros agrícolas, los empleados de
ferrocarril y de correos, y afirmamos también que será necesario suprimir primero los
excesos más odiosos de la explotación capitalista; por otra parte, el objetivo político
de este periodo sería ya la conquista del poder político por el proletariado. Por un
lado se trataría de reivindicaciones económicas y sindicales teniendo en cuenta
intereses inmediatos y por el otro del objetivo final de la socialdemocracia.
Ciertamente, tenemos aquí contradicciones flagrantes, pero que no surgen de nuestra
lógica sino de la evolución siguiendo una hermosa línea recta, sigue un recorrido
caprichoso y lleno de bruscos zig-zag. Así como los diferentes países capitalistas
representan los estadios más diversos de la evolución, en el interior de cada país se
encuentran las capas más diversas de una misma clase obrera. Pero la historia no
espera con paciencia a que los países y las capas más atrasadas alcancen a los países
y a las capas más avanzadas, para que el conjunto pueda ponerse en marcha en
formación simétrica, en columnas cerradas. Se dan las explosiones en los puntos
neurálgicos cuando la situación está madura y en la tormenta revolucionaria bastan
algunos días, o algunos meses, para compensar los retrasos, corregir las
desigualdades, poner en marcha de golpe todo el progreso social. En la revolución
rusa, todos los estadios de desarrollo, toda la escala de intereses de las categorías
distintas de obreros estaban representados en el programa revolucionario de la
socialdemocracia y el número infinito de luchas parciales confluía en la inmensa
acción común de clase del proletariado; lo mismo ocurrirá en Alemania cuando la
situación esté madura. La tarea de la socialdemocracia consistirá en regular su táctica
no en base a los niveles más atrasados, sino en base a los más avanzados de la
evolución.

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VIII

La más importante de las condiciones exigidas en el periodo de grandes luchas


que sobrevendrá, tarde o temprano, para la clase obrera alemana es, junto a la resuelta
firmeza y coherencia de la táctica, la mayor capacidad posible de acción y en
consecuencia la mayor unidad posible en el grupo socialista que dirige la masa
proletaria.
Sin embargo, las primeras tentativas débiles de preparar una acción de masas más
considerable, pusieron de manifiesto un inconveniente capital a este respecto: la
división, la separación completa entre las dos organizaciones del movimiento obrero,
el Partido socialista y los sindicatos.
De un análisis bastante detallado de las huelgas de masas en Rusia, como también
de las condiciones de la misma Alemania, resulta evidente que cualquier acción de
lucha un poco importante, si no debe limitarse a una simple manifestación de un día,
sino convertirse en una real acción de masas, no puede ser concebida como una
huelga del tipo llamado político. Los sindicatos deben participar en ella a la par de la
socialdemocracia. No ya, como se imaginan los dirigentes sindicales, por la razón que
el Partido socialista, con su organización numéricamente inferior, estaría obligado a
recurrir a la colaboración del millón y medio de trabajadores adherentes al sindicato y
no podría hacer nada sin ellos. La razón es mucho más profunda: toda acción directa
de masas, todo periodo declarado de lucha de clases debe ser, al mismo tiempo,
político y económico. En Alemania, apenas se produzcan en esta o aquella ocasión,
en este o aquel momento dado, grandes luchas políticas, huelgas de masas que abrirán
simultáneamente un periodo de luchas sindicales violentas, sin que los
acontecimientos se pregunten en modo alguno si los dirigentes sindicales aprueban o
no el movimiento. Si se mantuvieran apartados o trataran de oponerse a la lucha, la
consecuencia de este comportamiento sería simplemente que los dirigentes del
sindicato, al igual que los dirigentes del Partido, en un caso similar, serían
marginados por el desarrollo de los acontecimientos, y las luchas tanto económicas
como políticas serían llevadas adelante por las masas aun sin ellos.
En efecto, la división entre lucha política y lucha económica, y su separación, no
es sino un producto artificial, aunque explicable históricamente, del periodo
parlamentario. Por una parte, en el desarrollo pacífico «normal», de la sociedad
burguesa, la lucha económica esta fraccionada, disgregada, en una multitud de luchas
parciales en cada empresa, en cada rama de la producción. Por la otra, la lucha
política es conducida, no por la masa misma en una acción directa, sino de
conformidad con la estructura del Estado burgués, de modo representativo, por la
presión ejercida sobre el cuerpo legislativo. Una vez abierto un periodo de luchas
revolucionarias, es decir, una vez que las masas hayan aparecido en el campo de

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batalla, cesan tanto la dispersión de la lucha económica, como la forma parlamentaria
indirecta de la lucha política. En una acción revolucionaria de masas, lucha política y
lucha económica son una sola cosa, y el límite artificial trazado entre sindicato y
Partido socialista, como entre dos formas separadas, totalmente distintas del
movimiento obrero, es simplemente cancelado.
Pero aquello que en el movimiento revolucionario de masas se vuelve claro para
todos, existe también como dato de hecho real para el periodo parlamentario. No
existen dos luchas distintas de la clase obrera, una económica y otra política; existe
sólo una única lucha de clase que tiende simultáneamente a limitar la explotación
capitalista dentro de la sociedad burguesa y a suprimir la explotación capitalista y al
mismo tiempo la sociedad burguesa.
Si estos dos aspectos de la lucha de clase, en un periodo parlamentario, se separan
por razones técnicas, no constituyen dos acciones paralelas, sino sólo dos fases, dos
grados de la lucha de emancipación de la clase obrera. La lucha sindical abraza los
intereses inmediatos, la lucha socialista los intereses futuros del movimiento obrero.
«Los comunistas —dice el Manifiesto del partido comunista— representan, frente a
grupos de intereses diversos (intereses nacionales o locales) de los proletarios, los
intereses comunes a todo el proletariado y, en todos los grados del desarrollo de la
lucha de clases, el interés del movimiento en su conjunto, es decir, el objetivo final, la
emancipación del proletariado.» [28]
Los sindicatos sólo representan los intereses de grupos del movimiento obrero y
un nivel de su desarrollo. El socialismo representa a la clase obrera y los intereses de
su emancipación en su conjunto.
La relación de los sindicatos con el Partido socialista es, en consecuencia, la de
una parte con el todo y si, entre los dirigentes sindicales, la teoría de la «igualdad de
derechos» entre los sindicatos y la socialdemocracia encuentra tanto eco, se debe a un
sustancial desconocimiento de los sindicatos y de su papel en la lucha general por la
emancipación de la clase obrera.
Esta teoría de la acción paralela del Partido y de los sindicatos y de su «igualdad
de derechos» no es por tanto un artificio abstracto: tiene sus raíces históricas. En
efecto, se apoya en una ilusión relativa al periodo pacífico y «normal» de la sociedad
burguesa, en el cual, la lucha política del Partido socialista parecía abrirse
gradualmente en la lucha parlamentaria. Pero la lucha parlamentaria, que constituye
el complemento y la verificación de la lucha sindical, es, como aquélla, una lucha
llevada exclusivamente en el terreno del orden social burgués. Ella es, por su
naturaleza, una obra de reformas políticas, así como los sindicatos son una obra de
reformas económicas. Es una obra política en el presente, así como los sindicatos son
una obra económica en el presente. La lucha parlamentaria no es sino una fase de un
aspecto del conjunto de la lucha de clases proletaria, cuyo objetivo final supera
igualmente la lucha parlamentaria y la lucha sindical. También la lucha parlamentaria
es a la política socialista como una parte es al todo, exactamente igual que el trabajo

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sindical. El Partido socialista es precisamente hoy el punto de encuentro, tanto de la
lucha parlamentaria como de la lucha sindical, en una lucha de clases que tiende a la
destrucción del ordenamiento social burgués.
La teoría de la «igualdad de derechos» entre los sindicatos y el Partido socialista
no es por tanto un simple error teórico, una simple confusión: es una expresión de la
conocida tendencia del ala oportunista del socialismo que quiere reducir de hecho la
lucha política de la clase obrera a la lucha parlamentaria y transformar la
socialdemocracia de un Partido proletario revolucionario en un Partido reformista
pequeño burgués[29].
Si la socialdemocracia aceptara la teoría de la «igualdad de derechos» de los
sindicatos, aceptaría así, de un modo indirecto y tácito, la transformación que desde
hace mucho tiempo están impulsando los representantes de la tendencia oportunista.
Sin embargo, un cambio tal de las relaciones en el seno de movimiento obrero es
imposible en Alemania más que en cualquier otro país. El nexo teórico que hace del
sindicato una simple parte de la socialdemocracia encuentra en Alemania su
demostración en los hechos, en la práctica viva: se manifiesta en tres direcciones:
1) Los sindicatos alemanes son un producto directo del Partido socialista: es el
Partido socialista quien ha creado los inicios del actual movimiento sindical en
Alemania; es el Partido socialista el que veló por su crecimiento y el que todavía hoy
les da sus mejores mentes y los militantes más activos de sus organizaciones.
2) Los sindicatos alemanes son también un producto de la socialdemocracia en
este sentido: la teoría socialista constituye el espíritu vivificador de la práctica
sindical; los sindicatos deben su superioridad sobre todos los grupos sindicales
burgueses y confesionales a la idea de la lucha de clases. Sus éxitos materiales, su
fuerza, son el resultado de esta práctica suya iluminada por la teoría del socialismo.
La fuerza de la «práctica política» de los sindicatos alemanes reside en su
comprensión de las causas sociales y económicas profundas del régimen capitalista.
Ahora bien, esta comprensión la deben sólo a la teoría del socialismo científico, sobre
la que se funda su acción. En este sentido, la tentativa de emancipar a los sindicatos
de la teoría socialista, mediante la búsqueda de otra «teoría sindicalista» en oposición
al socialismo, es, desde el punto de vista de los mismos sindicatos y de su futuro, una
tentativa suicida. Separar la práctica sindicalista del socialismo científico significaría
para los sindicatos alemanes perder inmediatamente toda su superioridad sobre los
distintos sindicatos burgueses y caer de la altura conquistada al nivel de los viejos
balbuceos y de un verdadero empirismo de baja estofa.
3) Los sindicatos son también directamente —cosa de la que los dirigentes han
tomado poco a poco conciencia—, en su fuerza numérica, un producto del
movimiento socialista y de la propaganda socialista. Es cierto que en más de un país
la agitación sindical precedió y precede la agitación política y en todas partes el
trabajo de los sindicatos allana el camino al trabajo del Partido. Desde el punto de
vista de su acción, Partido y sindicato se dan recíprocamente una mano. Pero si se

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considera el marco que presenta la lucha de clases en Alemania, en su conjunto y en
sus causas profundas, esta relación se modifica sensiblemente. Muchos dirigentes
sindicales se complacen, a partir de la enorme cuota de su millón y cuarto de
inscritos, en lanzar, no sin un aire de triunfo, una mirada de conmiseración sobre el
pobre medio millón escaso de afiliados al Partido, y en recordar los tiempos, quince
años ha, en los que en las filas del Partido se tenía todavía una idea pesimista de las
posibilidades de desarrollo de los sindicatos. Ellos señalan que entre estos dos
hechos, la elevada cifra de los inscritos al sindicato y la cifra inferior de los afiliados
socialistas, existe en alguna medida una relación directa de causa a efecto. Millares y
millares de obreros no entran en las organizaciones de Partido precisamente porque
entran en los sindicatos. En teoría, todos los trabajadores deberían estar inscritos en
ambas partes: asistir a las reuniones de una y otra parte, pagar una cuota doble, leer
dos periódicos obreros, etc. Pero para hacerlo es necesario ya un elevado grado de
inteligencia y de ese idealismo que, por puro sentimiento del deber hacia el
movimiento obrero, no retroceda ante los sacrificios cotidianos de tiempo y de
dinero; es necesario también el apasionado interés por la vida del Partido que no
puede satisfacerse sino perteneciendo a su organización. Todo esto se encuentra en la
minoría más consciente e inteligente de los obreros socialista en las grandes ciudades,
donde la vida del Partido es rica y atrayente, donde la existencia del obrero alcanza su
nivel más alto. Pero en las capas más amplias de las masas obreras de las grandes
ciudades así como en provincias, en los pequeños y pequeñísimos huecos donde la
vida política local no tiene independencia y es el simple reflejo de los
acontecimientos que suceden en la capital, donde, en consecuencia, la vida del
Partido es pobre y monótona, donde finalmente la existencia económica de los
trabajadores es por lo demás absolutamente mísera, la doble organización es muy
difícil de mantener.
Para el obrero que pertenece a la masa, si tiene ideas socialistas, la cuestión se
resuelve entonces por sí misma: se adhiere a su sindicato. En efecto, sólo puede
satisfacer los intereses inmediatos de la lucha económica, dada la naturaleza misma
de esta lucha, que perteneciendo a una organización profesional. La cuota que paga,
con frecuencia a costa de grandes sacrificios, le proporciona una utilidad inmediata y
visible. En cuanto a sus convicciones socialistas puede practicarlas aún sin pertenecer
a una específica organización de Partido: votando en las elecciones para el
Parlamento, asistiendo a reuniones públicas socialistas, siguiendo los informes en las
asambleas representativas, leyendo los periódicos del Partido, hecho que puede
comprobarse si se compara el número de los electores socialista y el de los abonados
al Vorwärts[30] con las cifras de los afiliados al Partido en Berlín. Y, lo que tiene una
importancia decisiva, el obrero con ideas socialistas en cuanto es un hombre simple
que no entiende nada de la teoría complicada y sutil «de las dos almas[31]», se siente
justamente socialista también en el sindicato. Aunque las federaciones sindicales no
enarbolen oficialmente la bandera del Partido, el trabajador perteneciente a la masa

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en cada ciudad o región, ve en la cabeza de su sindicato, como los dirigentes más
activos, a los colegas que conoce también, en la vida pública, como compañeros,
como socialistas: sean diputados del Partido en el Reichstag, en los Landhag, en los
consejos municipales, sean funcionarios, fiduciarios, presidentes de comités
electorales, redactores de periódicos, secretarios de organizaciones del Partido, sean
simplemente oradores y propagandistas del Partido. Además, en la propaganda en el
interior de su sindicato, encuentra por lo general las ideas ya familiares y
comprensibles para él sobre la explotación capitalista, sobre las relaciones entre las
clases, que conocía a través de la propaganda socialista, Y todavía más, los oradores
más estimados en las reuniones sindicales son también socialistas conocidos.
Todo ello contribuye, por lo tanto, a dar al obrero la impresión de que,
organizándose sindicalmente, pertenece de igual modo a su Partido obrero y forma
parte de la organización socialista. En esto consiste la verdadera fuerza de
reclutamiento de los sindicatos alemanes. No es la apariencia de la neutralidad, es la
realidad socialista de su esencia lo que ha dado a las federaciones el medio para
alcanzar su fuerza actual. Este hecho es confirmado simplemente por la existencia
misma de los sindicatos afiliados a los distintos partidos burgueses católicos, Hirsch-
Duncker[32], etc., con lo que se pretende probar precisamente la necesidad de esta
«neutralidad» política. Cuando el obrero alemán que puede adherirse libremente a un
sindicato cristiano, católico, evangélico o liberal, no elige ninguno de éstos, sino el
«sindicato libre», o también pasa de aquéllos a éste, haciéndolo sólo porque concibe a
las federaciones comprometidas en la moderna lucha de clases como organizaciones
o, lo que en Alemania es lo mismo, como sindicatos socialistas.
En pocas palabras, la apariencia de «neutralidad», que es un hecho para más de
un dirigente sindical, no existe para la gran masa de los trabajadores organizados en
el sindicato. Y éste es el gran éxito del movimiento sindical. Si alguna vez esta
apariencia de neutralidad, esta distinción o esta separación entre los sindicatos y la
socialdemocracia se transformara en verdadera y apareciera sobre todo ante los ojos
de las masas proletarias, los sindicatos perderían de golpe toda su ventaja frente a las
asociaciones burguesas con las que compiten y perderían así toda su fuerza de
reclutamiento, el fuego que las torna vivas. Lo que aquí afirmo, encuentra una
demostración convincente en hechos conocidos por todos. La apariencia de
neutralidad podría prestar grandes servicios como medio de atracción en un país
donde el Partido socialista no contara por sí sólo con crédito alguno entre las masas,
donde su popularidad, en lugar de servirle, perjudicara una organización obrera ante
los ojos de las masas, donde, en pocas palabras, los sindicatos tuvieran que comenzar
a reclutar por sí solos sus adherentes en una masa absolutamente no educada y
animada de sentimientos burgueses.
Un modelo de país semejante ha sido durante todo el siglo pasado, y en cierta
medida lo es aún, Inglaterra. Pero en Alemania, la situación del Partido es
completamente distinta. En un país en el que la socialdemocracia es el partido

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político más potente, en el que la fuerza de reclutamiento está atestiguada por un
ejército de tres millones de proletarios, es ridículo hablar de una aversión al
socialismo que los alejaría, y de la necesidad de mantener, para una organización de
lucha de los obreros, la neutralidad política. Es suficiente comparar las cifras de las
organizaciones sindicales en Alemania, para advertir al recién llegado que los
sindicatos alemanes no conquistaron sus huestes, como en Inglaterra, en una masa sin
educación y animada por sentimientos burgueses, sino en una masa de proletarios ya
despierta por el socialismo y ganada para las ideas de la lucha de clases, es decir, en
la masa de los electores socialistas. Más de un dirigente sindical rechaza con
indignación —corolario obligado de la teoría de la «neutralidad»— la idea de
considerar los sindicatos como una escuela de reclutas para el socialismo. En efecto,
esta suposición que les parece tan ofensiva y que, en realidad, sería clarividente, es
puramente imaginaria porque la situación es por lo general inversa: en Alemania, es
la socialdemocracia la escuela de reclutamiento de los sindicatos.
Si bien la obra de organización de los sindicatos es con frecuencia muy fatigosa y
difícil, no obstante, y exceptuando alguna región o algún caso particular, no sólo el
terreno ha sido ya desbrozado por el arado socialista, sino que la misma semilla
sindical y el sembrador deben ser también socialista, «rojos», para que se pueda
cosechar. Si en lugar de comparar las fuerzas numéricas sindicales con las de las
organizaciones socialistas, las medimos con las masas electorales socialista —y éste
es el único modo justo de comparar— llegamos a un resultado que se aleja bastante
de los análisis divulgados. Se observa, en efecto, que los «sindicatos libres»
representan efectivamente la minoría de la clase obrera en Alemania, y que con su
millón y medio de inscritos no recogen ni siquiera la mitad de la masa conquistada
por el Partido socialista.
La conclusión más importante de los hechos citados es ésta: la completa unidad
del movimiento obrero sindical y socialista, absolutamente necesaria para las futuras
luchas de masas alemanas, está realizada desde ahora y se manifiesta en la vasta
multitud que forma, al mismo tiempo, la base del Partido socialista y la de los
sindicatos y en la convicción a partir de la cual las dos caras del movimiento se
confunden en una unidad mental. La pretendida oposición entre Partido y sindicato se
reduce, en este orden de cosas, a una oposición entre el Partido y un cierto grupo de
funcionarios sindicales y, al mismo tiempo, en una oposición en el interior de los
sindicatos, entre este grupo y la masa de los proletarios organizados sindicalmente.
El gran desarrollo del movimiento sindical en Alemania, durante los últimos
quince años, en particular en el periodo de la prosperidad económica, entre 1895 y
1900, condujo como es natural, a una especialización de sus métodos de lucha y de su
dirección y al surgimiento de una verdadera categoría de funcionarios sindicales.
Todos estos hechos son un producto histórico, perfectamente explicable y natural del
desarrollo de los sindicatos en quince años, un producto de la prosperidad económica
y de la calma política en Alemania. Aunque inseparables de ciertos inconvenientes,

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no dejan por ello de ser un mal necesario. Pero la dialéctica de la evolución comporta
lógicamente que estos medios necesarios para el desarrollo de los sindicatos se
transformen en un momento dado de la organización y en cierto grado de madurez de
las condiciones en su contrario, en obstáculos para la continuación de este desarrollo.
La especialización de su actividad profesional de dirigentes sindicales, así como
la restricción natural de horizontes que los liga con las luchas económicas
fragmentadas en periodos de quietud, concluyen por llevar fácilmente a los
funcionarios sindicales al burocratismo y a una cierta estrechez de miras. Pero estas
dos características tienen su expresión en toda una serie de tendencias que podrían ser
fatales para el provenir del movimiento sindical. Entre ellas, habría que enumerar
ante todo la tendencia a sobreestimar la organización que paulatinamente de un
medio con vistas a un fin se convierte en un fin en sí mismo, en un bien supremo al
que deben estar subordinados todos los intereses de la lucha. Se explica así ante todo,
esta necesidad, abiertamente confesada, de tregua, cuando se temen riesgos serios,
esta necesidad de pretendidos peligros para la existencia del sindicato cuando se teme
la espontaneidad de ciertas acciones de masas; así se explica la confianza excesiva en
el método de lucha sindical, en sus perspectivas y en sus éxitos.
Los dirigentes sindicales, constantemente absorbidos por la pequeña guerra
económica, que tienen por objetivo hacer que las masas obreras sepan apreciar el
gran valor de cada conquista económica, por mínima que ella sea, de cada aumento
salarial y reducción del horario de trabajo, llegan insensiblemente a perder ellos
mismos los grandes nexos de causalidad y la visión de conjunto de la situación
general. Sólo así se puede entender por qué más de uno se extienda con tanta
satisfacción sobre las conquistas de estos últimos quince años, sobre los millones de
aumentos salariales, en lugar de insistir, por el contrario, en el reverso de la medalla:
en el descenso de las condiciones de vida para los proletarios, que simultáneamente
han causado el encarecimiento del pan, toda la política fiscal y aduanera, la
especulación del terreno edificable, que aumenta de modo exorbitante los alquileres,
en pocas palabras, sobre todas las tendencias efectivas de la política burguesa, que
anulan en gran parte las conquistas de las luchas sindicales de quince años.
De la verdad socialista total, que poniendo de relieve el trabajo presente y su
absoluta necesidad, pone el acento principal sobre la crítica y los límites de este
trabajo, se llega a defender así la media verdad sindical, que hace resaltar sólo el
resultado positivo de la lucha cotidiana. Y finalmente, la costumbre de silenciar los
límites objetivos trazados por el orden social burgués a la lucha sindical se transforma
en hostilidad directa contra toda crítica que muestra estos límites, ligándolos de
nuevo al objetivo final del movimiento obrero. El panegírico absoluto, el optimismo
ilimitado, son considerados como un deber por todo «amigo del movimiento
sindical».
Pero dado que el punto de vista socialista consiste precisamente en combatir el
optimismo sindical acrítico, y además combatir el optimismo parlamentario, se

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termina por oponerse a la misma teoría socialista: se busca a tientas una «nueva teoría
sindical», es decir, una teoría que, en contraste con la doctrina socialista, abriría a las
luchas sindicales, en el terreno del orden capitalista, perspectivas ilimitadas de
progreso económico. Es verdad, hace ya tiempo que dicha teoría existe: es la teoría
del profesor Sombart[33], fundada expresamente con la intención de trazar una línea
de separación entre los sindicatos y la socialdemocracia en Alemania, y de llevar a
los sindicatos a pasarse al campo burgués.
A estas tendencias teóricas se une directamente un cambio de las relaciones entre
los dirigentes y las masas. A la dirección colectiva de los comités locales, con sus
indiscutibles insuficiencias, la sustituye la dirección profesional del funcionario
sindical. La dirección y la facultad de juicio se convierten, por así decirlo, en su
especialidad profesional, mientras que a la masa le corresponde principalmente la
virtud más pasiva de la disciplina.
Estos inconvenientes del burocratismo comportan seguramente también para el
Partido peligros que podrían derivar con bastante facilidad de la innovación más
reciente: la institución de los secretarios locales del Partido. Y estos peligros
encontrarán forma de manifestarse si la masa socialista no vigila constantemente a
estos secretarios para que permanezcan como puros y simples órganos ejecutivos, sin
ser considerados nunca como los representantes profesionales de la iniciativa y de la
dirección de la vida local del Partido. Pero el burocratismo tiene en la
socialdemocracia, por la naturaleza misma de las cosas, por el carácter de la lucha
política, límites muy definidos, más estrechos que en la vida sindical. En ésta, la
especialización técnica de las luchas salariales, por ejemplo, la conclusión de
complicados contratos de trabajo a destajo u otros acuerdos similares, la que actúa de
modo que la masa de inscritos no tenga con frecuencia «la visión de conjunto de toda
la vida sindical» y en esto se basan para constatar su incapacidad para decidir. Y éste
es también un resultado de dicha concepción, al igual que la argumentación por la
que se rechaza toda la crítica teórica sobre las perspectivas y las posibilidades de la
praxis sindical, haciendo creer que constituiría un peligro para la fe de las masas en el
sindicato. Se parte entonces de esta idea: que una fe ciega en las ventajas de la lucha
sindical es el único medio para conquistar y para conservar la masa obrera.
Es todo lo opuesto del socialismo, que funda la influencia propia sobre la
comprensión de parte de las masas de las contradicciones del ordenamiento existente
y de la compleja naturaleza de su desarrollo, en su actitud crítica, en todo momento y
en cada estadio de la lucha de clases. Por el contrario, según esta falsa teoría, la
influencia y la fuerza de los sindicatos reposaría sobre la incapacidad de las masas
para criticar y juzgar. «Es necesario custodiar la fe para el pueblo», tal es el principio
por el cual muchos funcionarios sindicales califican como un atentado contra el
movimiento sindical todo análisis crítico de las insuficiencias de este movimiento.
Finalmente, otro resultado de esta especialización y de este burocratismo en los
funcionarios sindicales es la fuerte «autonomía» y «neutralidad» de los sindicatos

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respecto del Partido socialista. La autonomía externa del órgano sindical deriva de su
desarrollo, como condición natural, como relación nacida de la división técnica del
trabajo entre las formas de lucha política y sindical. La «neutralidad» de los
sindicatos alemanes ha sido, por su parte, un resultado de la legislación reaccionaria
sobre las asociaciones, un resultado del carácter policial del Estado prusiano-alemán.
Con el tiempo, estos dos elementos cambiaron su naturaleza. De la condición de
neutralidad política, impuesta a los sindicatos por la policía, se extrajo a renglón
seguido una teoría de su neutralidad voluntaria, pretendida necesidad fundada sobre
la naturaleza misma de la lucha sindical. Y la autonomía técnica de los sindicatos,
que reposa sobre una división del trabajo hecha en el ámbito de la unidad de lucha de
la clase socialista, se ha transformado en el alejamiento de los sindicatos que se
apartan de la socialdemocracia, de sus ideas y de su dirección; se ha transformado en
lo que se llama la «igualdad de derechos» con la socialdemocracia.
Ahora bien, esta apariencia de división y de igualdad está personificada
específicamente por los funcionarios sindicales, alimentada por el aparato
administrativo de los sindicatos. Exteriormente, la coexistencia de todo un cuerpo de
funcionarios, de comités centrales absolutamente independientes, de una abundante
prensa sindical y, en fin, de congresos sindicales, ha creado la apariencia de un
paralelismo completo con el aparato administrativo del Partido socialista, con su
Comité directivo, su prensa y sus Congresos. Esta ilusión ha conducido además al
monstruoso fenómeno siguiente: en los congresos sindicales y en los congresos
socialistas, fueron discutidos temarios análogos y sobre el mismo problema fueron
adoptadas decisiones distintas, y hasta diametralmente opuestas.
Por una división natural del trabajo entre el Congreso del Partido que representa
los intereses y los problemas generales del movimiento obrero, y las conferencias de
los sindicatos, que estudian los aspectos más específicos de los problemas y de los
intereses particulares de la lucha corporativa de cada día, se ha producido de manera
artificial una escisión entre una pretendida concepción sindical del mundo y la
concepción socialista respecto de los mismos problemas e intereses generales del
movimiento obrero.
Así, se ha verificado este extraño orden de cosas: el mismo movimiento sindical
que, en la base, en la vasta masa proletaria, es una sola cosa con el socialismo, se
divide netamente en la cúspide, en el edificio administrativo del Partido socialista y
se planta frente a él como una segunda gran fuerza independiente. El movimiento
obrero alemán reviste así la forma singular de una doble pirámide, en la cual la base y
el cuerpo están constituidos por una misma masa, mientras que los vértices se alejan
uno del otro.
De lo aquí expuesto, resulta con claridad cuál es el único camino que permite
crear, de modo natural y eficaz, esta unidad compacta del movimiento obrero alemán,
unidad imprescindible para las futuras luchas políticas de clase, y además para el
propio desarrollo ulterior de los sindicatos. Nada sería más falso e inútil que intentar

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establecer esta unidad deseada por medio de relaciones esporádicas o periódicas entre
la dirección del partido socialista y el Comité central de los sindicatos sobre los
problemas específicos del movimiento. Son justamente (como vimos) los vértices de
la organización de las dos formas del movimiento los que expresan su división y su
autonomía, que, en consecuencia, representan la ilusión de la «igualdad de derechos»
y de la existencia paralela del Partido y de los sindicatos. Querer realizar la unidad
entre sí a través de la aproximación de la Dirección del Partido y del Comité general
de los sindicatos, sería como querer construir un puente precisamente donde el foso
es más amplio y el paso más difícil.
No es en la cúspide, en el vértice de las organizaciones y de su unión federativa,
sino en la base, en la masa proletaria organizada, donde está la garantía para la unidad
real del movimiento obrero. En la conciencia de un millón de inscritos al sindicato,
Partido y sindicatos son efectivamente una sola cosa: la lucha socialista por la
emancipación bajo distintas formas. De esto resulta, como es natural, la necesidad,
para suprimir los roces producidos entre el Partido socialista y una parte de los
sindicatos, de hacer adherir sus relaciones recíprocas en la conciencia de la masa
proletaria, es decir, volver a unir los sindicatos a la socialdemocracia. Esto significará
de hecho, realizar la síntesis del desarrollo que desde la primitiva incorporación de
los sindicatos condujo a la división de la socialdemocracia, para preparar luego, a
través de un periodo serio de desarrollo, tanto de los sindicatos como del Partido, el
futuro periodo de las grandes luchas proletarias de masa; y con esto mismo hacer una
necesidad de la reunión del Partido y de los sindicatos en el interés común.
No se trata de romper en el Partido la estructura sindical actual: se trata de
restablecer, entre la dirección de la socialdemocracia y la de los sindicatos, entre los
Congresos sindicales, la relación natural que corresponde a la relación de hecho entre
el movimiento obrero en su conjunto y en su aparente división. Una transformación
tal no dejará de provocar la oposición violenta de una parte de los dirigentes
sindicales. Pero es hora ya de que la masa obrera socialista aprenda a demostrar si es
capaz de juicio y de acción, a demostrar así su madurez para los momentos de
grandes luchas y de grandes acciones, en los cuales las masas deben ser el coro que
actúa, mientras que los dirigentes son meramente las «figuras parlantes», o sea, los
intérpretes de la voluntad de las masas.
El movimiento sindical no consiste en la imagen que se forma en las ilusiones
perfectamente explicables, pero erróneas, de una minoría de dirigentes sindicales: es
la realidad que existe en la conciencia unitaria de los proletarios conquistados para la
lucha de clases. En esta conciencia, el movimiento sindical es una parte del
movimiento socialista. «Que tenga el coraje de ser lo que es[34]».

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ROSA LUXEMBURG o, por castellanización del apellido, ROSA LUXEMBURGO
(Zamosc, Rutenia, 1870 - Berlín, 1919). Hija de un comerciante de Varsovia, su
brillante inteligencia le permitió estudiar a pesar de los prejuicios que imperaban
contra las mujeres en ese entonces, y pese a la discriminación antisemita que existía
en Europa contra los judíos. Rosa Luxemburg hizo un doctorado en una época en la
que poquísimas mujeres iban a la universidad. Se dice que hablaba once idiomas.
Pronto destacó como una de los principales dirigentes de la socialdemocracia
europea.
En 1889, a los 18 años, abandonó Polonia a consecuencia de la persecución de la
policía debido a su militancia socialista, refugiándose en Suiza. Allí terminó sus
estudios, entró en contacto con revolucionarios exiliados y se unió a la dirección del
joven Partido Socialdemócrata Polaco. Contrajo matrimonio en 1895 con Gustav
Lübeck para adquirir la nacionalidad alemana y poder trabajar con el movimiento
obrero en este país.
Junto al político alemán Karl Liebknecht, fundó la liga de Spartacus, que más
adelante se convertiría en el Partido Comunista Alemán. Fue redactora del periódico
teórico marxista «Neue Zeit» y autora de varios libros. Fue sentenciada (1903-1904)
a nueve meses de prisión acusada de «insultar al Káiser» (emperador). Participó
directamente en la revolución de 1905 en Polonia. En marzo de 1906 fue arrestada y
encarcelada en Varsovia durante cuatro meses.
Participó activamente tanto en el Congreso del partido socialdemócrata alemán en
1906 como en el Congreso Socialista Internacional celebrado en Stuttgart un año

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después, en el que intervino en nombre del partido ruso y polaco. Su pensamiento
representaba a las opciones más radicales en el seno de la II Internacional. Gran
teórica, realizó importantes contribuciones al desarrollo del marxismo, en especial en
lo referente a las relaciones entre nacionalismo y socialismo, y sobre el socialismo
democrático.
Hizo también aportes teóricos originales en torno al imperialismo y al derrumbe del
capitalismo, en su obra La acumulación del capital de 1913. Su crítica a Marx se basa
en las predicciones de éste acerca de las crisis cíclicas del capitalismo. Marx pensaba
que el capitalismo, como sistema económico y político basado en el crecimiento y la
búsqueda constante del beneficio, debía colapsar en algún momento, por saturación.
Sin embargo, muchas décadas después de muerto Marx, las crisis periódicas del
capitalismo parecían aplazarse o solventarse sin producir convulsiones en el sistema.
Rosa Luxemburgo encontró la explicación a este hecho en el colonialismo, hallando
que el crecimiento de las potencias capitalistas encontró una vía de expansión en las
colonias, la cuales, al tiempo que procuraban materias primas a muy bajo costo,
servían también de mercado donde colocar los productos manufacturados. En el
mismo sentido, expuso las primeras teorías sobre el imperialismo, que más tarde
desarrollaría Lenin. Rosa Luxemburg creía en una opción socialista internacional,
esto es, alejada de particularismos y nacionalismos, en la que las masas obreras,
solidariamente, tomaran el poder.
Lenin también fue objeto de críticas por parte de Rosa Luxemburg, en especial en lo
referente a las concepciones que tenía sobre la democracia en el partido y la dictadura
del proletariado. Rosa Luxemburg postulaba un menor dirigismo y una mayor
integración de las bases en la dinámica partidista, y se oponía a la concepción del
centralismo democrático de un partido de revolucionarios profesionales que defendía
Lenin.
Al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914, el grupo parlamentario
socialdemócrata alemán (SPD) apoya unánimemente a los créditos de guerra. Rosa
Luxemburg, pacifista convencida, forma parte de la oposición interna en el SPD, que
difunde centenares de miles de folletos para movilizar a la población contra la guerra.
Ella es arrestada de nuevo el 20 de febrero, esta vez acusada de incitar a los soldados
a la rebelión. Se la sentencia a un año de prisión, pero al salir del tribunal se dirige de
inmediato a un mitin popular, en el que repite su revolucionaria propaganda
antibélica. El conflicto alrededor de los créditos de guerra pedidos por el Kaiser para
financiar la actividad bélica acaba llevando a la escisión del partido en enero de 1917,
con la fundación, el 6 de abril, del USPD (Socialdemócratas Independientes).
En 1918 hay vientos de revolución en Alemania, cuyas fuerzas de izquierda miran
hacia el ejemplo ruso y cuya población está cansada de la guerra. El 28 de enero se
declara la huelga general y se inicia la formación de Consejos Obreros. El 31 de

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enero la huelga es prohibida y se declara el estado de sitio, extendiéndose la
represión. En marzo, Rosa Luxemburg es encarcelada conjuntamente con Leo
Jogiches y otros militantes espartaquistas que difundían propaganda revolucionaria en
el ejército. El 9 de noviembre, a raíz de un levantamiento de marinos en Kiel, estalla
la Revolución de Noviembre con la conformación de Consejos de Obreros y
Soldados en todo el territorio nacional. El emperador Guillermo II abdica. Se pretende
la refundación de Alemania como democracia socialista con una nueva Constitución.
Rosa Luxemburg, liberada dos días antes, llega a Berlín y coedita Bandera Roja, el
periódico de la liga de Spartacus, con Karl Liebknecht, para poder influir a diario en
los sucesos políticos. En los últimos días del año 1918, participa en la fundación del
Partido Comunista Alemán, KPD. Sin embargo, las fuerzas radicales de izquierda no
logran imponerse frente a la tendencia reformista del socialdemócrata Friedrich
Ebert.
El 15 de enero 1919, Rosa Luxemburg y su coideario Karl Liebknecht son asesinados
en Berlín por los soldados que reprimen el levantamiento. Sus cuerpos son arrojados
a un canal. Estos asesinatos desatan una ola de protestas violentas en todo el país, que
se extienden hasta mayo 1919, y cuya represión militar lleva a varios miles de
muertos.

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Notas

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[1] Rosa Luxemburg nos ofrece una síntesis de los acontecimientos rusos de 1905 en

su Huelga de masas… Un estudios detallado de esta primera revolución rusa lo


encontramos en el clásico libro de Trotsky, 1905, Resultados y perspectivas, 2 vol.,
Ruedo Ibérico, Paris 1971. <<

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[2] Rosa Luxemburg nace en la Polonia rusa en 1870. (No olvidemos que Polonia era

un país dividido: casi todo el reino de Polonia, juntamente con Lituania, bajo el
gobierno ruso; Posen, en el oeste bajo Prusia; Galitzia, en el sur, como parte del
Imperio Austro-Húngaro). Desde los dieciséis años (1886), en que ingresa en la
organización «Proletariado», es militante activa del movimiento revolucionario
polaco. En 1898, después de cambiar su nacionalidad rusa por la alemana, fija su
residencia en Alemania y comienza a actuar muy activamente en el partido social-
demócrata alemán. Entre diciembre de 1905 y agosto de 1906 se traslada
clandestinamente a Varsovia y participa directamente en los acontecimientos de la
revolución rusa de 1905. Antes de volver a fijar definitivamente, en 1908, su
residencia en Alemania, fue delegada del Partido socialdemócrata polaco en el
Congreso que celebró en Londres la socialdemocracia rusa y en el Congreso de
Stuttgart de la Internacional socialista. <<

Página 74
[3] A partir de octubre de 1905, Rosa Luxemburg ocupa un puesto de dirección en el

Vorwärts de Berlín, principal periódico de la socialdemocracia alemana, donde


continúa escribiendo apasionados artículos sobre la revolución rusa. Ya
anteriormente, en 1904, y a propósito de las grandes huelgas que se habían
desarrollado en Bélgica, había impulsado en la Neue Zeit, la revista que dirigía
Kautsky, la discusión sobre la huelga de masas. Algunos de estos artículos, en los que
polemiza con el sindicalista belga Vandervelde, han sido traducidos al francés: Rosa
Luxemburg y F. Mehring, Grèves sauvages, spontanéité des masses. L’expérience
belge de grève générale. Spartacus, Paris, 1969. <<

Página 75
[4] En Polonia una serie de huelgas y levantamientos campesinos durante el año 1904

anunciaron la revolución de 1905. En noviembre de 1904 el Partido socialista polaco


decidió recurrir a la insurrección. Rosa Luxemburg y los socialdemócratas polacos
censuraron esta táctica directamente insurreccional para la que no veían condiciones
en esos momentos; además consideraban, en oposición al nacionalismo exacerbado
del partido socialista, que la revolución polaca no era una revolución nacional contra
Rusia, sino parte integrante de la misma revolución rusa. <<

Página 76
[5] Escribe este trabajo en enero de 1906. Es el tercer folleto de una serie aparecida

bajo este título. Los dos primeros los había escrito en Berlín entre abril y mayo de
1905. En este escrito Rosa Luxemburg trata el tema de la insurrección: considera que
la huelga de masas ya no es suficiente y que había comenzado el periodo de los
levantamientos de masas. <<

Página 77
[6] La primera edición apareció como «manuscrito impreso». Fue entregado a los

delegados en el Congreso del partido en Manheim y a finales de noviembre


distribuido a librerías. Pero la dirección del partido, presionada por los dirigentes
sindicales, requisó y destruyó los ejemplares que quedaban de esta primera edición.
Posteriormente apareció una segunda edición, en la que se atenuaban un determinado
número de párrafos dirigidos contra los dirigentes sindicales. <<

Página 78
[7] El Congreso se celebró en Manheim del 23 al 29 de septiembre de 1906. En este

Congreso, Rosa Luxemburg interviene como delegada de Bromberg y Posen y


pronuncia dos discursos en los debates: uno sobre la huelga de masas política (26 de
septiembre) y otro sobre la relación entre el partido y los sindicatos (28 de
septiembre). <<

Página 79
[8] Esta polémica marcó la ruptura definitiva de Rosa Luxemburg con Kautsky, y la

escisión de la izquierda socialdemócrata entre una nueva


izquierda luxemburguiana (precursora de la Liga Espartaco y luego del partido
Comunista de Alemania) y el «centro» kautskyano. Para algunos esta escisión se
inicia prácticamente con anterioridad. Esto opina por ejemplo, Karl Radek cuando
afirma en 1921: «Su escrito (Huelga de masas…) marca el comienzo de la separación
del movimiento comunista y de la socialdemocracia en Alemania». <<

Página 80
[9] Stalin: Sobre algunas cuestiones de la historia del bolchevismo, Obras, XII, pp. 79-

108. <<

Página 81
[10] F. Engels: «Los bakuninistas en acción», en K. Marx-F. Engels: La revolución

española, Edic. Lenguas Extranjeras, Moscú, s/ f., pp. 196-197. <<

Página 82
[11] El partido socialista revolucionario, creado en 1900 por Chernov. Heredero del

socialismo tradicional ruso preconizaba la colectivización de la tierra en el marco del


mir. Estaba compuesto de dos ramas, una de ellas, terrorista, responsable entre otros
del asesinato de tres ministros del Interior y del Gran duque Sergio en 1905. <<

Página 83
[12] Las palabras sobre la prometida de Karl Moor (Moro en castellano) están tomadas

del célebre drama de Schiller, Los bandidos. <<

Página 84
[13] Bömelburg, sindicalista alemán de la Federación de la Construcción (1852-1912).

En el Congreso de Colonia, en 1905, rechazó las tentativas de introducir una nueva


táctica, basada en la huelga política de masas. <<

Página 85
[14] Puttkammer, 1828-1900, Ministro del Interior de Alemania de 1881 a 1888. <<

Página 86
[15] En el Congreso de Jena (1905) del Partido Socialdemócrata Alemán, se votó una

resolución reconociendo la huelga de masas como un arma eventual del proletariado,


en particular para la defensa de los derechos parlamentarios. La resolución
consideraba favorablemente la discusión de tal eventualidad en el partido. Esta
resolución, de la que Babel era el autor, fue juzgada como demasiado tibia por Rosa
Luxemburg, aunque ella consideraba, a la vez que, el ala de izquierda del partido
había logrado, a pesar de todo, una victoria en dicho congreso. [Nota del traductor.]
<<

Página 87
[16]
En el Congreso sindical de Colonia (1905), los sindicatos reclamaron cierta
autonomía frente al partido y rechazaron la discusión sobre la huelga de masas. <<

Página 88
[17] Osvobozdhenie [Liberación]: revista quincenal de la burguesía liberal
monárquica; se editó en el extranjero, en los años 1902-1905, bajo la dirección de P.
B. Struve. Esta publicación sirvió más adelante de núcleo del principal partido
burgués de Rusia: el partido demócrata-constitucionalista (Kadete). <<

Página 89
[18] Gapon, sacerdote ruso (1870-1906) que organizó, de acuerdo con la policía de

Zubatov, las manifestaciones del «Domingo sangriento» de San Petersburgo. <<

Página 90
[19] Sólo en las dos primeras semanas de junio de 1905, los sindicatos emprendieron

las siguientes luchas reivindicativas:


Los tipógrafos de San Petersburgo, Moscú, Odesa, Minsk, Vilna, Saratov, Tambov,
por la jornada de ocho horas y el reposo semanal.
Huelga general de los marinos de Odesa, Nicolaiev, Kertch, Crimea, Cáucaso, la flota
del Volga, Cronstadt, Varsovia y Plock, por el reconocimiento del sindicato y la
liberación de los delegados detenidos.
Los obreros de los puertos de Saratov, Nicolaiev, Zaritsin, Arcangelsk, Bialystok,
Vilna, Odesa, Jarkov, Brest-Litovsk, Radom, Tiflís.
Los obreros agrícolas en los distritos de Verjné-Dnieprovsk, Borinsovik, Simferópol,
en las gobernaciones de Todolsk, Tula, Kursk, en los distritos de Kozlov, Lipovitz, en
Finlandia, en las gobernaciones de Kiev, en el distrito de Elisavetgrad.
En varias ciudades la huelga se extendió en este periodo a casi todos los oficios al
mismo tiempo: por ejemplo, en Saratov, Arcangelsk, Kertch, Grementchug; en
Backmut, huelga general de los mineros en toda la cuenca.
En otras ciudades el movimiento reivindicativo afectó a todos los oficios
sucesivamente en el curso de esas dos semanas: por ejemplo, en San Petersburgo,
Varsovia, Moscú, en toda la provincia de Ivánovo-Vosnesensk.
La huelga tenía como objetivo en todas partes la reducción del tiempo de trabajo, el
descanso semanal, reivindicaciones relativas a los salarios.
La mayoría de las huelgas terminaron con la victoria, los informes locales hacen
resaltar que afectaron parcialmente categorías de obreros que participaban por
primera vez en una lucha reivindicativa salarial. <<

Página 91
[20] Bulygin, estadista ruso (1851-1919). Designado Ministro del Interior en febrero

de 1905, debió redactar, bajo presión revolucionaria, un decreto prometiendo un


régimen constitucional. La primera Duma que se constituyó después de la revolución
de 1905 lleva su nombre. <<

Página 92
[21] Martín Kasprzak, dirigente del grupo de Varsovia del Partido Revolucionario

Socialista Proletario. Rosa Luxemburg lo conoció en el año 1887, cuando se adhirió a


ese movimiento. <<

Página 93
[22] El 17 de enero de 1906, en Hamburgo, se produjo lo que Rosa Luxemburg

denomina «un ensayo de huelga de masas». <<

Página 94
[23] En consecuencia, sólo por error la camarada Roland-Holst puede escribir, en el

prefacio de la edición rusa de su libro General-streik und Sozialdemokratie [Huelga


general y socialdemocracia]:
«El proletariado [de Rusia] desde los comienzos de la gran industria casi se había
familiarizado con la huelga de masas por la simple razón de que bajo la opresión
política del absolutismo las huelgas parciales se habían revelado como imposibles»
(véase Neue Zeit, 1906, n. 33). Todo lo contrario fue lo que se produjo. El informante
de la Unión de Sindicatos de San Petersburgo, al comienzo de su informe leído en el
curso de la segunda conferencia de los sindicatos rusos, en febrero de 1906, señalaba
lo siguiente: «En el momento en que se reúne la presente conferencia, no tengo
necesidad de hacerles notar que nuestro movimiento sindical no tiene su origen en el
periodo “liberal” del príncipe Sviatopol-Mirski [en 1904, R. L.], como muchos tratan
de hacer creer; de donde sí nació es del 22 de enero. El movimiento sindical tiene
raíces mucho más profundas: está indisolublemente ligado a todo el pasado de
nuestro movimiento obrero. Nuestros sindicatos son sólo formas nuevas de
organización que prosiguen la lucha económica que el proletariado ruso lleva
adelante desde hace años. Sin profundizar más en la historia, tenemos el derecho de
decir que la lucha económica de los obreros de San Petersburgo reviste formas, más o
menos organizadas, desde las memorables huelgas de 1896 y 1897. La dirección de
esta lucha política corresponde a esa organización socialdemócrata que se llamó
Unión de lucha por la emancipación de la clase obrera de San Petersburgo y que
después de la conferencia de marzo de 1898 se llamó Comité petersburgués del
partido obrero socialdemócrata de Rusia. Se creó un sistema complicado de
organizaciones en las fábricas, en los distritos y en los barrios con innumerables hilos
que vinculaban el organismo central con las masas obreras y permitían responder por
medio de carteles a todas las necesidades de la clase obrera. De este modo, estaba
dada la posibilidad de apoyar y dirigir las huelgas». <<

Página 95
[24] La ley de excepción contra los socialistas que Bismarck logró hacer votar por el

Reichstag en 1878 y hacer renovar hasta 1890 prohibía la existencia del partido
socialdemócrata. Muchos de los dirigentes emigraron, en particular a Suiza, donde
hicieron aparecer el periódico Der Sozialdemokrat. <<

Página 96
[25] Eduard David, político alemán (1863-1930), diputado socialista al Reichstag,

autor de un proyecto de programa agrario (1895) rechazado


por el partido; teórico reformista, partidario de la pequeña propiedad campesina. <<

Página 97
[26] Frohme (1850-1953), socialista sindicalista (federación de la construcción). Elm

(1857-1918), uno de lo pioneros del movimiento cooperativista. Sindicalista y


defensor de la autonomía de los sindicatos frente al partido. <<

Página 98
[27] A comienzos de siglo se temía la supresión del sufragio universal para las
elecciones al Reichstag, con el propósito de impedir el impetuoso avance socialista.
En realidad, esto ocurrió sólo en los parlamentos locales (Landthag), donde existía un
sistema de sufragio calificado. <<

Página 99
[28] No se trata de una cita textual del Manifiesto, sino de un resumen —hecho de

memoria por Rosa Luxemburg— de los primeros párrafos del


capítulo titulado: «Proletarios y comunistas». <<

Página 100
[29] Del mismo modo que se niega habitualmente la existencia de una tendencia

similar en el seno de la socialdemocracia alemana, es necesario saludar la franqueza


con que la tendencia oportunista ha formulado últimamente los fines que le son
propios.
En un congreso del Partido, en Maguncia, el 10 de septiembre de 1905, fue aprobada
la siguiente resolución propuesta por el doctor David:
»Considerando que el Partido socialista democrático no concibe la idea de
“Revolución”, en el sentido de una transformación violenta, sino en el sentido
pacífico del desarrollo, es decir, de la fundación gradual de un principio social nuevo,
la conferencia pública del Partido en Maguncia rechaza todo “romanticismo
revolucionario”.
»La conferencia no ve en la conquista del poder político otra cosa que la conquista de
la mayoría de la población para las ideas y las reivindicaciones de la
socialdemocracia; conquista que no puede hacerse con medios violentos, sino
agitando las mentes por medio de la propaganda ideológica y de la acción práctica de
reforma en todos los aspectos de la vida política, económica y social.
»Con la convicción de que el socialismo prospera mucho más con los medios legales
que con los medios ilegales y el desorden, la conferencia rechaza la “acción directa
de masa” como principio táctico, es decir, desea que el Partido se esfuerce, de ahora
en adelante, como en el pasado, por realizar poco a poco nuestros objetivos por la vía
legislativa y a través de un desarrollo orgánico.
»La condición fundamental de este método de lucha reformadora es la de que la
posibilidad para la masa de la población proletaria de participar en la legislación en el
Imperio y en los distintos Estados, no disminuya, sino que por el contrario sea
extendida hasta la completa igualdad de derecho. Por esta razón la conferencia
considera como un derecho incontestable de la clase obrera, si todos los otros medios
desaparecen, el de llegar a rehusarse a trabajar durante un tiempo más o menos largo,
tanto para rechazar los atentados contra sus derechos legales como para conquistar
otros nuevos.
»Pero dado que la huelga política de masas puede ser llevada adelante
victoriosamente por la clase obrera sólo si se mantiene en el terreno estrictamente
legal y no ofrece, por parte de los huelguistas, ninguna ocasión para la intervención
de la fuerza armada, la conferencia ve en la extensión de la organización política,
sindical y cooperativa el único adiestramiento necesario y eficaz para el uso de este
medio de lucha. Solamente así pueden ser creadas en las masas del pueblo las

Página 101
condiciones que garantizan el desarrollo victorioso de una huelga de masa: una
consciente disciplina de su objetivo y una base económica suficiente. <<

Página 102
[30] Vorwärts [Adelante]: órgano central de la socialdemocracia alemana. Comenzó a

publicarse en 1876, bajo la redacción de G. Liebknecht y otros. Desde la segunda


mitad de la década de los noventa, después de la muerte de Engels, Vorwärts publicó
sistemáticamente los artículos de los revisionistas. Era a la vez órgano local de Berlín
y órgano central del partido. <<

Página 103
[31] Alusión a un verso del Fausto: «Dos almas habitan aquí, en mi pecho». <<

Página 104
[32] Hirsch, político alemán (18 232-1905). Cofundador del partido progresista con

Duncker y Schulze-Delitzsch. En 1868 fundó los Deutsche Gewerkvereine o


sindicatos de contenido liberal-burgués. <<

Página 105
[33] Werner Sombart, economista y sociólogo (1863-1941). Escribió diversos trabajos

sobre el capitalismo moderno. Especialista del socialismo; al comienzo, más o menos


influenciado por el marxismo, luego, se convirtió en un adversario encarnizado. <<

Página 106
[34] Alusión a la frase de Bernstein a propósito de la necesidad de la revisión de la

doctrina del Partido. En su opinión, el Partido debía tener el «coraje de parecerse a lo


que es hoy en realidad: un partido reformista democrático y socialista».
(Voraussetzungen, p. 162). De la obra principal de Bernstein, la Editorial Claridad
publicó una versión con el título de: Socialismo teórico y socialismo práctico
(Buenos Aires, 1966). <<

Página 107

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