El Cantonalismo

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MOVIMIENTOS CENTRÍFUGOS EN ESPAÑA VIII

España siglo XIX: Convulsiones de muerte


CONFLICTIVIDAD SOCIAL

Desde la asonada francesa no se conoció la tranquilidad en las Españas; y si la actividad


separatista americana, auspiciada directísimamente por los británicos había acabado
rompiendo la patria en trozos fácilmente dirigidos por sus agentes y generando una
inestabilidad inenarrable en América, en 1835 los motines también se sucedían en
Madrid y en otros puntos de la geografía nacional controlada por los liberales.

Las revueltas generalizadas en toda España ocasionaron que Mendizábal fuese llamado
al gobierno en el mes de septiembre. A finales de octubre volvía Francisco Espoz y
Mina a Barcelona como capitán general.

Los amotinados arremetían especialmente contra las órdenes religiosas, a las que
acusaban de connivencia con el carlismo, y se produjeron durante el verano de 1835,
especialmente en Aragón y en Cataluña dentro del contexto de las sublevaciones de la
revolución liberal que pretendían poner fin al régimen del Estatuto Real de 1834.

En el verano de 1835, las juntas y milicias progresistas provocaron numerosas revueltas


urbanas en Andalucía y Barcelona (revuelta de los bullangues con la quema de
conventos y el incendio de fábricas como la de Bonaplata) y alcanzaron la importancia
que representa el asesinato del general Bassa, gobernador militar de Barcelona, el 5 de
agosto, sin que la milicia urbana ni la tropa hicieran nada por defenderlo. Luego su
cadáver fue arrojado desde un balcón, arrastrado por las calles y quemado.

Una espiral de cochambre aseguraba el predominio del liberalismo, que se alimentaba


con crímenes propios de su esencia, si bien los autores liberales, y como es costumbre,
se pierden en palabrería; así, los sucesos de Basa son comentados aprovechando la
oportunidad para atacar gloriosas instituciones como la Santa Inquisición, haciendo uso
del arma que tan bien justifican los sofistas: la mentira.

El crimen de agosto en Barcelona, no lo fue del liberalismo. Los horrores que siguieron
a la muerte de Bassa, arrastrado por las calles, quemado en una hoguera, no los cometió
el partido liberal como veremos, no; cometiólos una turba desenfrenada y ebria, un
bando de incendiarios que, llamándose liberales y aclamando la libertad, la profanaban
con sus impuros labios. …/…Los asesinos, los tostadores de Bassa se desbandaron por
la ciudad como un elemento destructor, asaltan las oficinas de los comisarios de policía,
arrojan por los balcones todos los muebles y legajos, y los queman. ¡Tal era su afición a
los autos de fe! ¡Y aclaman a la patria y a la libertad! (Pirala 1868 II: 148)

Pero por los actos llevados a cabo, no servían las turbas tan sólo las más bajas pasiones,
sino que aprovecharon el momento para servir los intereses materiales de los británicos,
interesados en la aniquilación de la industria española. Así, los amotinados quemaron la
fábrica de Bonaplata, que representaba competencia para la industria algodonera
británica.

La fábrica de Bonaplata y compañía empezó a montarse el año de 1832: es la


primera que armó telares de tejer mecánicamente, y que introdujo asimismo el
uso del hierro colado planteando la fundición v construcción de máquinas.
Esta Sociedad tuvo también la primera máquina de pintar indianas ahora pues
no solamente pueden construirse todas las máquinas necesarias para sus

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talleres, sino que recibiendo el algodón de Motril en rama, sale de ellos
pintado y dispuesto a ser cortado para vestidos en competencia con los
estranjeros. (Moreau 1835: 194)

Tras esas tropelías, en las que las milicias tenían parte esencial, conseguidos sus
objetivos, el mismo liberalismo puso solución a sus desmanes acuchillando a las turbas
y reubicándose en los puestos de control social, no dudando en pasar por las armas a los
cabecillas de la revuelta que posibilitaron el rearme liberal. Las mismas circunstancias
se reprodujeron en Tarragona, Valencia, Murcia, Aragón…

Pero nada sucedió de improviso, porque las fuerzas que debían haber evitado semejante
situación estaban perfectamente identificadas según informes no demasiado alejados en
el tiempo que, si existían en el bando carlista, evidentemente debían existir en el bando
liberal.

En la exposición elevada por el brigadier Samsó a don Carlos el 31 de enero


de 1835, pidiéndole que enviase una expedición a Cataluña, hacia la siguiente
observación sobre los urbanos: “su total número se juzga llega a unos quince
mil hombres en toda la Provincia; cuya fuerza urbana debe clasificarse de esta
forma: tres mil de buenos realistas, que les han obligado a tomar las armas, los
cuales no dudo harían el mejor uso de ellas, siempre que se viesen apoyados
de una fuerza realista que no le falte los auxilios necesarios para sostenerles;
cinco mil de Indiferentes, que al peligro más mínimo tirarían el fusil; y los
restantes siete mil de acérrimo liberales y asesinos” (Bullón 2002: 213)

Tras los acontecimientos de agosto, en Zaragoza, Barcelona, Valencia, se produjo una


importante sublevación que reclamaba la república.

La revolución en Aragón mostró la naturaleza radical de que estaba hecha el 8


de septiembre, cuando la Junta se constituyo como Superior Gubernativa. Esto
significaba la ruptura decidida con el gobierno central. (Rújula 2008: 215)

Para reprimir este movimiento republicano acudió un ejército asentado en Andalucía al


mando del general Latre, que a su llegada a Despeñaperros el 17 de septiembre pasaron
con armas y bagajes a engrosar las filas del brigadier Villapadierna dando vítores a la
constitución.

En ese orden, el 24 de Septiembre de este año 1835, la Junta Gubernativa de Barcelona


hacía publica (suplemento 517 del “Eco del Comercio”) una lista de demandas que
incluían la exigencia de ministros responsables, orden administrativo, Guardia Nacional,
institución de ayuntamientos y diputaciones, regulación de los juzgados y libertad de
prensa.

Lógicamente, los observadores extranjeros no perdían la atención. Así, Jorge Villiers, el


embajador británico, señalaba en estos momentos:

Puede que España resulte ser, al final, un Fénix que renazca de sus cenizas,
pero pienso si no será éste el último incendio…/… La gran masa del pueblo es
honrada, pero es carlista; odia todo lo que suene a gobierno liberal…/… en lo
que tú y otros extranjeros se equivocan principalmente es en creer que el
pueblo español es víctima de la tiranía o de la esclavitud. No hay en Europa un
pueblo tan libre: las instituciones municipales en España son republicanas; en

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ningún país existe una igualdad comparable a la de aquí. El pueblo se gobierna
mediante unas pocas costumbres, le importan muy poco las leyes y los reales
decretos y hace lo que le apetece. No hay distinción de clases, y todo está
abierto a todos. Todo lo que quiere es que se le robe menos por parte del
intendente y que el alcalde no les fastidie; si esto lo consigue, se siente
completamente dichoso. (Rodríguez 1985: 58)

Pero esas instituciones que tanto encomia el embajador británico, curiosamente, no se


correspondían con los aires y las formas del liberalismo, sino que eran la tradición
hispánica, hecha durante la Reconquista.

El mismo embajador británico, señala la general aversión del pueblo español al


liberalismo de cuyos miembros dice:

Estos hombres, incluyendo unos 2000 que volvieron de la emigración, han


ocasionado todos los movimientos revolucionarios ocurridos últimamente,
primero por medio de las sociedades secretas, y más recientemente con la
ayuda de la Milicia Nacional, la cual, gracias a la desdichada indecisión con
que Martínez y su gobierno actuaban, acabó por convertirse en simples
proletarios armados, dispuestos siempre a promover desórdenes. (Rodríguez
1985: 59)

Las bullangas de 1835 tendrían su secuela; así, a principios de 1836 se produjo la


tercera bullanga, que acabó con el asesinato de los carlistas presos en la Ciudadela y con
el intento de proclamación de la Constitución de 1812.

Como consecuencia, la lucha armada que se venía manteniendo en los campos tuvo su
reflejo también en el terreno de los manifiestos cuando el 20 de febrero de 1836, el
pretendiente hace referencia a las persecuciones llevadas a cabo en el campo liberal y
ordena que no se realicen represalias en la España Apostólica:

Los execrables asesinatos cometidos últimamente en Barcelona a vista y con


el consentimiento de las autoridades constituidas por aquel gobierno rebelde
(si es que hay gobierno donde se perpetran tales atentados) violando los pactos
más solemnes garantizados por potencias respetables, y ejecutando aún con
los cadáveres atrocidades indignas de mencionarse, y sólo propias de gente
bárbara e inhumana… Vosotros os llenáis de indignación, y es justa; pero
estos ejemplos no se imitan: si ellos no tienen ni gobierno ni leyes ni religión
ni humanidad, vosotros tenéis virtudes heroicas; y los prisioneros que
custodiáis en los depósitos, y los que estos días habéis hecho en San
Sebastián, Valmaseda y Mercadillo podrán decir si mi ejército tiene disciplina,
y si mi pueblo guarda las leyes. (Pirala 1868 III: 19)

Pero no eran esos los principios que seguiría el liberalismo, ajeno como es a lo que no le
resulte directamente beneficioso y fiel creyente en el principio que afirma que el fin
justifica los medios.

Al respecto, en estas fechas diría el pensador Donoso Cortés:

En todos los grandes períodos en que la historia moderna se divide, las guerras
y las alianzas son determinadas por un principio dominante. Desde la
destrucción del imperio romano hasta la paz de Westphalia, el dominante es el
principio religioso. Desde la paz de Westphalia hasta la revolución francesa,

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los intereses materiales son los que predominan, y las alianzas y las guerras
tienen por objeto resolver la cuestión del equilibrio del mundo. Desde la
revolución francesa el principio político prevalece sobre la cuestión religiosa y
sobre la del equilibrio europeo, y las guerras y las alianzas tienen por .objeto
resolver si las sociedades se han de constituir monárquica o
democráticamente, si ha de triunfar la historia o la filosofía. (Donoso 1848:
151)

Parece que el análisis del gran pensador era exacto. Los principios religiosos y los
principios humanos no son reconocidos por el pensamiento liberal, que todo lo somete a
la utilidad del momento. Tan es así que en los momentos que nos ocupan, los liberales
no se ruborizaban al definirse a sí mismos como patriotas… Era algo que les convenía
dado que no habían conseguido implantar, todavía, el electroencefalograma plano en la
mayor parte de la sociedad, que sin rubor abrazaba las armas para combatir al régimen
liberal en defensa de los valores hispánicos.

Pero como evidentemente tenía razón Donoso Cortés, predominaban los intereses
materiales, y éstos convertían a los liberales en servidores fieles de sus referentes, los
británicos, a quienes debían servir en bandeja de plata la pieza de caza que les habían
asignado: España. La España europea, porque la España americana ya estaba siendo
deglutida a placer, entregada, también en bandeja de plata, por los “libertadores”.

La cuestión, en lo que quedaba de España, se dirimía no sólo entre los apostólicos y los
liberales, sino también, dentro del campo liberal, entre los que querían llevar una
progresión lenta, los conocidos como conservadores, y los que pretendían un
descuartizamiento rápido, los progresistas, lo que provocó que aquellos, finalmente,
acabasen disolviendo la fuerza de choque que los progresistas tenían en la temida
Milicia Nacional, organización paramilitar legal, pagada (se les conocía como
peseteros), que ejercía funciones de policía política.

Fue en 1841 cuando el barón de Meer, por su cuenta, procedió a desarmar la milicia
nacional en Barcelona, lo que ocasionó graves críticas por parte de los sectores
progresistas partidarios de Espartero, que era regente desde el año 1840.

Pero no por ello se redujo la conflictividad; así, en 1842 se produce una importante
protesta en Barcelona contra la reforma arancelaria que amenazaba el monopolio de los
productos textiles en España al abrirse los mercados a productos ingleses.

Entonces, el progresista Espartero ordenó el bombardeo de la ciudad condal, orden que


fue cumplida escrupulosamente por parte de Juan Van Halen, también conspicuo masón
que, desde su posición de progresista tomó importantes medidas coercitivas sobre las
asociaciones laborales.

Con la sublevación que se produjo en Barcelona en noviembre de 1842, que


acabó con el bombardeo de la ciudad por parte de las tropas del gobierno, el
capitán general de Cataluña acusó a la Sociedad de Tejedores de muchos de
los sucesos, disolviéndose el 16 de enero de 1843, y además se prohibió la
formación de cualquier asociación obrera. (Tormo: 10)

Pero como esta actuación, si algo tenía era el ser impopular, la antigua e incomprensible
admiración por el ayacucho que no estuvo presente en tan deplorable “batalla”, acabó
desapareciendo, y con ello acabó reportándole el exilio. Y es que pronto los mismos

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progresistas, entre ellos Prim, tomarían posiciones contrarias a Espartero, levantándose
en armas y haciéndolo huir… a Inglaterra, donde recibió honores de jefe de estado.
Lógicamente, sería resarcido de algún modo: en 1848 sería nombrado senador y
embajador plenipotenciario en Londres, para ser nuevamente presidente del Consejo de
Ministros en 1854.

La conflictividad social seguía, y sólo remitía en tanto en cuanto crecía la conflictividad


militar; así desde 1843 no se producen actos reseñables hasta que en 1848, se
produjeron en España como en toda Europa, levantamientos, manifestaciones y
protestas revolucionarias.

En el caso español se debieron más a la crisis económica con sus secuelas de hambre y
miseria, si bien es cierto que los causantes de las mismas, en su versión de progresistas
y republicanos (tengamos en cuenta que todos son ramas del mismo árbol, escisiones de
partidos precedentes) estuvieron detrás. La respuesta del gobierno, liberal conservador,
fue la suspensión de garantías constitucionales, acompañada de una durísima represión
que culminó en docenas de fusilamientos.

El fracasado intento revolucionario acentuó la división del Partido Progresista, del cual
surgió en 1849 el Partido demócrata.

En 1854, ya con Espartero recalificado, aunque durmiente en Logroño desde 1848, se


produjeron estallidos revolucionarios en Barcelona, Valencia, Zaragoza y Madrid en la
que fue conocida como “revolución de las barricadas”. En Barcelona se protestaba por
la modernización de la industria textil, consiguiendo que fuesen desmontadas varias
máquinas de reciente instalación.

La revolución prendió en otras ciudades como Valladolid, y la Reina Isabel II se vio


obligada a llamar al general Espartero, quien compartió el poder con el general
O’Donnell, en lo que se vino a llamar el Bienio Progresista, dando lugar a la
convocatoria de Cortes, que se inauguraron el 8 de noviembre con el objeto de elaborar
un nuevo cuerpo constitucional que finalmente sería truncado en septiembre de 1856
cuando Isabel disolvió las cortes, dio el poder al general O’Donnell y restableció la
constitución de 1845.

Las críticas más certeras al progresismo las lanzaba en este momento Jaime Balmes,
asegurando que:

Los hombres partidarios de innovaciones se agrupan en el partido progresista.


Progresar es marchar hacia la perfección, que algunas veces será
antidemocrática. Para el partido progresista progresar significa limitar las
facultades de la corona y combatir las clases antiguas. Parecen demócratas
porque invocan el pueblo, pero sólo invocan el pueblo que participa de sus
ideas. (Balmes 1950: 57 vol 6)

Pero había otro tipo de críticas menos cultas; así, con ocasión del sorteo de quintas, el 6
de abril de 1856, se produce un motín en Valencia en contra del mismo, que es
reprimido con una violencia extrema. El motín es ocasionado por los milicianos
nacionales, que ya llevaban un rosario de incidentes de todo tipo, y que ya a primeros de
este año, se amotinaron el 7 de enero, actitud que era aprobada por sectores del
parlamento, que no dudaban en manifestar que:

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Cuando se le quita a la Milicia el derecho de discutir; cuando se le cierra la
boca, no le queda más que una boca abierta, y esa debe procurarse que esté
siempre cerrada, -salvo cuando puede peligrar el orden público o la libertad;
no le queda más boca abierta queja de su fusil, y yo quiero que antes que esa
boca se presente a decir lo que desea, lo diga la boca del ciudadano, del
hombre honrado. (Urquijo 1981: 42)

Y, ciertamente el fusil tuvo que hablar. El ambiente era tenso, y cuando circuló el rumor
de que la ley había sido aprobada, el gentío se congregó en los alrededores del Congreso
gritando ¡Viva la Milicia Nacional! y ¡Muera O'Donnell!

La milicia había sido definitiva para aupar al poder a los progresista en numerosas
ocasiones: En 1822, 1835, 1836, 1840... y evidentemente, en el mismo año 1854,
cuando Espartero era reconocido como el símbolo de la revolución. Incluso en
Barcelona, ciudad que no olvidaba el bombardeo inicuo perpetrado dieciséis años antes,
lo proclamaba como héroe, y los revoltosos gritaban vivas a Espartero. Y cuando se
declaró la huelga general en 1855 y una delegación obrera se preparaba para salir hacia
Madrid, se elaboró un manifiesto que concluía con un «¡Viva Espartero! ¡Viva la
Milicia Nacional! ¡Viva la libertad! ¡Viva la libre asociación, orden, trabajo y pan.

“Desde 1830 aparecieron en Cataluña sociedades de resistencia entre los


obreros de la industria textil, las cuales tuvieron una vida incierta, más o
menos complicada por las alteraciones políticas de la época. El momento de
mayor auge del societarismo catalán corresponde a 1854-1855. El ímpetu
ideológico subversivo fue una adaptación del utopismo de un Cabet y, sobre
todo, del individualismo antiestatal proudhoniano. Ello explica la aceptación
del credo bakuniniano, difundido por Fanelli, discípulo de Bakunin, en 1869,
y la fundación en Barcelona de la Federación Regional Española de la
Internacional (1870), de declarada tendencia anarquista. Esta corriente se
difundió por Valencia, Murcia y Andalucía, mientras que el grupo madrileño
se orientaba, conforme a un espíritu burocrático y ordenancista, hacia la
posición autoritaria marxista. Disuelta la Internacional en 1874, este último
grupo engendró, sucesivamente, el Partido Socialista Obrero Español (1879) y
la Unión General de Trabajadores (1888). Su organizador fue Pablo Iglesias.
El socialismo logró escasos adherentes en la periferia mediterránea y
andaluza; en cambio, los obtuvo en la zona de la industria pesada del Norte
(Vizcaya y Asturias).” (Vicens 1997: 65)

El bienio progresista fracasó, entre otras cosas, por la permanente conflictividad social a
la que se unieron otras causas: epidemia de cólera, alza de precios del trigo, malas
cosechas, tensiones entre obreros y patronos en las fábricas, incumplimiento de
promesas hechas por el gobierno…

Durante el primer trimestre de 1855 los tumultos se suceden de forma


ininterrumpida, y en casi todos ellos la motivación profunda radica en el
malestar social que domina el país. (Urquijo 1981: 20)

El 21 de julio de 1855, el capitán general de Cataluña, Juan Zapatero,


promulgó la prohibición de todas las asociaciones obreras, lo que ocasionó la
convocatoria de una huelga general que sería la primera convocatoria de este
tipo en la historia de España.

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Cataluña asistió a la primera huelga general, declarada por los trabajadores
para arrancar del gobierno —donde de nuevo se hallaba Espartero— el
derecho de asociación (1855); Andalucía y Castilla contemplaron extensas
manifestaciones de campesinos, en son de protesta por la terrible condición en
que habían caído desde que la Iglesia había perdido sus bienes y éstos habían
pasado a manos de capitalistas sin escrúpulos. El gobierno de Espartero no
pudo resistir ni las presiones de base ni las intrigas de altura. Y así se esfumó
el bienio de la Vicalvarada. (Vicens 1997: 61)

La larvada y creciente conflictividad social surgiría nuevamente con fuerza seis años
más tarde, en 1861, con la sublevación de los campesinos en Loja, que obtuvo una cruel
respuesta del gobierno, que acabó llevando a efecto fusilamientos en masa, y llevaría
una marcha creciente hasta 1868, el año de la Gloriosa.

Al amparo de la septembrina, el obrerismo catalán empezó a movilizarse con la


intención de crear una amplia plataforma que representara sus intereses de clase: la
Dirección Central de las Sociedades Obreras de Barcelona, que meses después pasará a
llamarse Centro Federal de las Sociedades Obreras de Barcelona. A animarlos llegaría
Giuseppe Fanelli, enviado por Bakunin como representante de la AIT. La Asociación
Internacional de los Trabajadores había sido fundada en Londres (otra vez,
curiosamente Inglaterra), el año 1864, como iniciativa de anarquistas, sindicalistas y
socialistas.

Por su parte, Bakunin, en septiembre, había fundado en Ginebra la Alianza de la


Democracia Socialista

Sus miembros más destacados fueron Eliseo Reclús, Giuseppe Fanelli,


Alberto Tucci, Arístides Rey y Nikolai JUkovsky. Esta organización pidió
posteriormente su ingreso en la AIT. El Consejo General denegó esta
solicitud, disolviéndose la Alianza como organización internacional e
indicando a sus secciones el ingreso en las respectivas federaciones nacionales
y locales de la Internacional. Teniendo en cuenta estas premisas, el Consejo
General aceptó la entrada de la Alianza a la AIT en julio de 1869. (Tormo: 7)

Y ¿qué influencia tuvieron estos acontecimientos en España?

Con la revolución de septiembre de 1868 y el inicio del Sexenio Democrático


se abrió una nueva etapa para el obrerismo español, decretando el Gobierno
Provisional la libertad de asociación. En aquella época ya se habían producido
los primeros contactos con la AIT, fundándose la Dirección Central de las
Sociedades Obreras de Barcelona, formada por sociedades de distintas
profesiones, que hicieron pública una llamada “a los obreros de Cataluña”,
convocando la celebración de un congreso obrero que se celebraría en
diciembre de 1868 en Barcelona, donde estarían representadas un total de 61
sociedades. En aquel congreso se acordó apoyar la instauración de una
República Federal, la participación de la clase obrera en las elecciones y al
cooperativismo, y a la publicación del periódico La Federación, que llegaría a
ser el periódico internacionalista más relevante de España, acordándose
también la creación de comisiones mixtas de patronos y obreros en las que se
tratarían sus reivindicaciones. (Tormo: 13)

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Giuseppe Fanelli da pie, el 24 de enero de 1869, a la creación de la AIT en Madrid, que
en 1872 acabará expulsando a la federación madrileña, de tendencia marxista, y que
finalmente será el germen del PSOE y de la UGT.

Alcoy se convirtió en la segunda federación en número de afiliados de toda España,


siendo superada tan sólo por Barcelona. La Comisión Federal celebraría en Alcoy,
cuatro años más tarde, su primera sesión el siete de enero de 1873.

A partir de este momento se denota un importante activismo revolucionario:

El 21 de marzo hubo una gran manifestación en Barcelona, al frente de la cual iba


Pascual Madoz, en protesta por las políticas aduaneras.

El 21 de diciembre de 1869 se publica el primer Manifiesto de los Trabajadores


internacionales de la sección de Madrid a los trabajadores de toda España, en el que
entre otros asuntos se señalaba:

La república federal, como forma política, es a nuestro entender la menos


mala de todas las formas de gobierno; pero, entendedlo bien, bajo el punto de
vista político. La república federal deja a todos los ciudadanos que tienen
medios, por otro nombre capital, una esfera más ancha donde poder
desarrollar su actividad absorbente, pero es igualmente impotente, como lo
son todos, absolutamente todos los sistemas políticos, para resolver el
problema de nuestra emancipación. Poco conseguiría el pobre pajarillo, preso
en estrecha jaula, con tener delante de su vista un dilatado espacio: dejadle en
cambio sólo el sitio para salir y él se extenderá hasta escalar las nubes.

En el verano de 1870 se organiza el Primer Congreso Obrero Español en Barcelona y se


crea la Federación Regional Española de la AIT.

El Congreso de la Primera Internacional se inició el 19 de junio (de 1870) en


el teatro del Circo de Barcelona, siendo inaugurado el comicio por Rafael
Farga y Pellicer en nombre del Centro Federal de Sociedades Obreras,
pronunciándose Farga en contra del imperio del capital, del Estado y de la
Iglesia, y a favor del desarrollo de la Anarquía y la libre Federación de libreas
asociaciones obreras. Al congreso asistió un centenar de delegaciones de
Andalucía, Valencia, Aragón Castilla y Cataluña. (Tormo: 16)

Ya en su primera sesión se acordó la adhesión a la AIT siendo, así, la fecha de


fundación de la Federación Regional Española de la Primera Internacional (FRE).

“En Cataluña, Valencia y Andalucía continuó prevaleciendo el ideal


sindicalista, pero sobre él se sobrepusieron grupos de anarquistas de varias
procedencias, dispuestos a liquidar el mundo burgués medíante actos de
violencia personal. Entre 1892 y 1897 Barcelona fue teatro de una endémica
manifestación terrorista, que mucho antes de la guerra callejera de 1917 a
1922 le dieron triste fama en los anales del subversivismo mundíal. Esta
expansión anarquista costó la vida a don Antonio Cánovas, primero de los
presidentes del Consejo que había de ser inmolado en el ara de la batalla
social.” (Vicens 1997: 66)

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Una agitación sociopolítica derivada de los efectos de la Comuna de Paris y de la
difusión de los principios de la I Internacional en España. El miedo a la revolución
proletaria empujó a tomar medidas represivas contra las organizaciones obreras, que se
vieron plasmadas el año 1871 en un plan de persecución de la Internacional llevado a
cabo por Sagasta, quién concedió poderes ilimitados a los gobernadores civiles para
perseguirla.

Mientras, los gobiernos caían y en octubre de 1871 hubo en las Cortes una serie de
debates en torno a la Internacional, donde Pi y Margall, Castelar y Salmerón
declamaron en su defensa, si bien:

El 10 de noviembre de 1871, tras los acontecimientos de la Comuna de París,


se decidió en las Cortes ilegalizar a las dependientes de la Asociación
Internacional de Trabajadores, por considerar que incumplían el decreto de 20
de noviembre de 1868, al ser vistas como contrarias a la moralidad pública.
No obstante, en la práctica, la tolerancia hacia las asociaciones obreras se
mantuvo durante el resto del Sexenio Democrático. (Orozco 2013: 194)

Pero la Federación de la Región Española de la AIT convocó un congreso en Córdoba


entre finales de 1872 y principios de 1873.

En este año, el paro derivado de la crisis económica apenas había remitido con respecto
a 1869. Si a ello unimos que para las capas populares República significaba revolución
social, tendremos la atmósfera en que se vio envuelta la llegada del régimen republicano
que, sin pensarlo nadie, sin haber laborado nadie por él, se vio instaurado el once de
febrero de 1873.

El clima era de puro desasosiego, no por la desaparición de la monarquía, a la que nadie


parecía echar en falta después de un siglo de incalificables actuaciones, sino por la
actuación llevada por el liberalismo en ese tiempo, que había proletarizado a la
población y la había dejado huérfana de todos los principios que la habían constituido.

En Andalucía la lucha por la tierra había estallado en motines y violentas ocupaciones


de propiedades agrícolas. Después de proclamada la república, los comerciantes
madrileños decidieron armarse en defensa de sus propiedades por considerarlas en
peligro. Los alfonsinos, los constitucionales de Sagasta y los radicales de Ruiz Zorrilla
recurrieron a la vieja fórmula abstencionista con el fin de cuestionar la representatividad
del nuevo régimen el retraimiento es decir la no participación en la consulta electoral,
para negar posteriormente la legitimidad del sistema.

En Alcoy, ciudad con una importante industria manufacturera que ocupaba a un buen
número de obreros, se había instalado la sede de la Comisión Federal de la Federación
Regional Española de la Primera Internacional. El 9 de julio, una huelga general
organizada por los bakuninistas derivó hacía una situación de violencia que acabó con el
asesinato del alcalde y el incendio de una fábrica.

En Barcelona, mientras tanto, se convocó una huelga general para el día 14, pero la
situación se aceleraría, ya que

El 15 de junio, una semana después de haber sido proclamada la República


Federal, el boletín de la Federación Alcoyana publicaba una “Protesta”,

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afirmando que carlistas y republicanos eran la misma cosa, alentando al
pueblo a la acción revolucionaria contra la sociedad y la política burguesa.
(Tormo: 30)

Alcoy era una de las pocas ciudades españolas que se había industrializado. Un tercio de
sus 30.000 habitantes, incluyendo mujeres y niños, trabajaba en la industria —5.500 en
175 empresas textiles y 2.500 en 74 industrias papeleras—. Sus condiciones de vida
eran muy duras, como lo demostraba el hecho de que el 42% de los niños morían antes
de haber cumplido los cinco años.

En Alcoy, ahora sede de la Comisión Federal y del aliancismo más exaltado,


se veía con buenos ojos toda desafección que la República pudiera originar, ya
que se consideraba un fenomenal caldo de cultivo para la revolución social.
Según las actas del 2 de marzo de 1873, vemos como incluso se recomendaba
el armamento de los trabajadores por lo que pudiera suceder, considerando la
situación política. (Ruiz 2013: 21)

El 7 de julio de 1873, se convoca en Alcoy huelga general y se exige la dimisión de la


corporación municipal, que sería relevada por una comisión de internacionalistas, lo que
acabó ocasionando un enfrentamiento armado en el que los guardias municipales
ocasionaron un muerto y varios heridos, tras lo cual

Comenzaron a construirse barricadas para aislar al ayuntamiento, mientras los


que se encontraban en el interior de éste se preparaban también para su
defensa…/… los internacionalistas también fueron a casas de fabricantes y
propietarios para confiscar armas, dinero y alimentos. Además, el petróleo
comenzó a ser recogido de las distintas tiendas para incendiar el edificio del
ayuntamiento y exigir la rendición de Albors y de quienes le acompañaban…/
… (Jordá 2013: 4)

El alcalde, Agustín Albors, era republicano revolucionario, pero se opuso a las


exigencias de los amotinados, que acabaron asaltando el ayuntamiento y asesinándolo.

Lo que empezó en una manifestación pacífica terminó en graves disturbios en


la ciudad, incitados por la Comisión Federal con el ánimo de encender una
chispa revolucionaria. Aunque los acontecimientos son algo difusos vistos en
retrospectiva y las versiones difieren de las causas y los resultados, es sabido
que el 7 de julio se convocó una huelga masiva demandando mejoras
laborales. A los dos días, viendo el tono que alcanzaban las protestas, los
propietarios se reunieron negándose a ceder ante las peticiones. El alcalde,
superado por la situación, hizo llamar a las tropas del gobernador que se
enfrentaron a los manifestantes, al parecer llegándoles a disparar. El motín que
se produjo a continuación se saldó con la quema de fábricas, propiedades y
hasta el ayuntamiento. El día 12, justo antes de llegar el ejército, muchos de
los insurrectos abandonaron la ciudad. En esos pocos días se inició un proceso
colectivista, eliminando la propiedad privada. Fue la revuelta española más
fiel a los ideales de la Comuna de París. (Ruiz 2013: 22)

Sin duda, la causa que hizo posible la insurrección popular fue el complejo proceso de
lucha que se inició en las fábricas alcoyanas con la destrucción de máquinas el año
1821.

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España siglo XIX: Convulsiones de muerte
La huelga general contó con el apoyo mayoritario de los trabajadores, y la comisión
federal se encargó de propagar el levantamiento en los pueblos de la comarca. Fue una
de estas comisiones la que acabó gestando el asesinato del alcalde Agustín Albors,
cuando, al comunicarle las reivindicaciones de los revolucionarios, las estimó
exageradas y puso el asunto en conocimiento de los patronos.

El día 8 de julio la conflictividad fue general; siguiendo los dictados de la Internacional,


los piquetes impidieron que aquellos trabajadores que querían acudir al trabajo
cumpliesen su objetivo. Fue entonces cuando Agustín Albors telegrafió al gobernador
civil pidiéndole tropas al tiempo que emitía un bando exigiendo a los trabajadores su
vuelta al trabajo, al tiempo que denunciaba las manipulaciones políticas de los agentes
de la Internacional.

Como consecuencia, el día nueve, en asamblea celebrada en la plaza de toros, se solicitó


la dimisión del ayuntamiento y su sustitución por una junta, para lo que, apoyando esta
imposición, una gran manifestación ocupó la plaza del ayuntamiento mientras diversos
piquetes apresaban a quienes consideraban desafectos, a quienes utilizaban para forzar
la rendición de quienes, desde el ayuntamiento se les enfrentaban.

Finalmente acabaron provocando un incendio en las casas que rodeaban el


ayuntamiento, siendo que el día 10 por la mañana, los guardias municipales que
resistían desde el campanario de la iglesia de Santa María, rindieron las armas al
haberse quedado sin munición.

Dueños los revoltosos de la ciudad, procedieron al asesinato de quienes se habían


rendido, logrando finalmente hacerse con el ayuntamiento, tomando preso al alcalde
Albors. Finalmente el alcalde sería asesinado por los huelguistas, que arrastrarían su
cadáver por las calles mientras asesinaban a un total de dieciséis personas y
secuestraban a otras.

Ante estos hechos, numerosos diputados de la fracción intransigente que formaban parte
de la Junta de Madrid abandonaron la capital y se marcharon a Cartagena, ciudad de
fácil defensa que en fechas anteriores ya había protagonizado acciones de revueltas con
el firme propósito de iniciar una sublevación cantonal.

Fue necesaria la intervención del ejército, quién al mando del general Velarde
restableció el orden el día trece. Cuando Alcoy fue sometida estalló la insurrección en
Cartagena, objeto de otro capítulo.

Llegado el año 1874, con el golpe de Pavía en enero, la AIT en España quedó
oficialmente disuelta y, hasta el 1881, todas las sociedades obreras serían ilegales.

Con el decreto del 10 de enero de 1874, la Internacional pasaba a ser una


organización clandestina hasta el año 1881, momento en el que llegaron al
poder los liberales, que permitieron el resurgimiento de la Internacional, que
se transformaría en una nueva organización: la Federación de Trabajadores de
la Región Española. (Tormo: 26)

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España siglo XIX: Convulsiones de muerte

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