Rafael Masada - Resaca
Rafael Masada - Resaca
Rafael Masada - Resaca
Resaca
1ra Edición electrónica: 1994
2da Edición electrónica: 2007
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pero está bien, sólo dice que se verá más feo de lo que
es -gritaba sin mirar hacia atrás.
Entre despertar, levantarse, salir a la carrera y
alcanzar la quebrada transcurrieron unos cinco minutos
largos. Estábamos cruzando el infierno: nos había llovido
plomo por todos lados; ese maldito helicóptero nos había
regalado una tonelada de piedras reventadas por sus
cohetes; no era fácil respirar por la polvareda que se
levantaba con cada explosión; el corazón lo teníamos a
punto de salirse del pecho de puro susto. ¡Y en medio de
todo eso, los compañeros se daban tiempo para pensar
en si se verían bonitos o feos...! ¡Cuando ni siquiera
sabíamos si saldríamos de allí con vida! Fue una gran
suerte para nosotros la mala puntería del artillero y del
piloto.
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padrastro enojado.
-¡Quince...! -y estalló una estruendosa carcajada.
-Yo me llamo Raúl, y tú, ¿cómo te llamas? -volvió a
preguntar en medio de la generalizada hilaridad.
-¡Venancio! -gritó el chiquillo mientras arrancaba
hacia la choza sin despedirse de su abuelo, ni de los de
su comunidad, ni preguntando nada a nadie, antes de
que Raúl se desanime, pensó al vuelo.
Diez días después la comunidad fue limpiada, los
cuerpos sin vida del licenciado y sus secuaces fueron
arrojados a la quebrada, cerca del puente de madera que
es paso obligatorio para quienes se comunican entre la
capital de la provincia y las comunidades de las alturas.
Un letrero advertía con tinta roja lo que les podría pasar a
todos aquellos que se atrevían a levantar la mano contra
sus hermanos de clase.
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lucha.
Por segunda vez se levantó la primera línea escupiendo
palabrotas y plomo a granel, dio cuatro brincos y se vio
obligada a clavarse de cabeza contra el suelo después
del grito desgarrado de Raúl advirtiendo la presencia
de pelotas negras que surcaban el aire. -¡Granadas!
¡Granadas! -fue el grito que se confundió con las
primeras explosiones... tres, cuatro... un tiro, una ráfaga,
silencio... una eternidad, tierra, humo... -¡Cocacola para
esos hijoeputas! -ordenó Raúl, y en sentido contrario a
las primeras volaban unas latas rojas.
Entre granadas y cocacolas había una gran diferencia:
las granadas eran de tipo piña y aunque causaban estragos
no faltó la vez en que simplemente sonaban: ¡Puf...!
y no pasaba nada; por eso le habían puesto el mote
de pedo muerto. Mientras que las llamadas Cocacolas
eran latas de gaseosa que llevaban dentro varios
cartuchos de dinamita revueltos con clavos y pedazos
de alambre oxidado y largamente macerados en heces,
que al explotar causaba estragos de consideración, y que
si no mataba en el acto, la infección lo hacía tarde o
temprano. Se tuvo el ingenio, con el tiempo, la práctica y
la necesidad, de convertirlas en automáticas: La mecha
era corta, dos o tres centímetros como máximo, la punta
estaba abierta con un tajo por el costado y en medio
de la pólvora metían dos o tres cabezas de fósforo con
sus palitos bien amarrados; delante de ellas ponían una
tira de papel para encender fósforos, que en un extremo
estaba sujetada por un cordel. Al jalar el cordel, se
deslizaba el papel y con la fricción encendía la cabeza
de los fósforos y el fuego, la pólvora. Tenían menos
de diez segundos para lanzar la Cocacola, que por lo
general explotaba antes de llegar al suelo haciendo más
mortífera la carga que llevaba. Los combatientes tenían
el brazo lo suficientemente fuerte para hacerlas volar por
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y le dijo lentamente:
-¡Te callas o te callo!
Acto seguido le quitó la metralleta, la única que
tenía las tres cacerinas llenas de balas, y se la entregó
a Venancio. Dio dos pasos en dirección a Rosita Luna y
escuchó un tiro y un grito:
-¡Suelta la pistola! -gritaba uno de los combatientes
a un verde que salía de la roca con una automática en
la mano. Raúl giró sobre sus talones, desenfundó el
revólver que aún llevaba colgando a la cintura y disparó
quebrándole el hombro al soldado mientras decía:
-¡No, carajo, otra vez con el mismo cuento, ni de
vainas...!
Rosita Luna lloraba de rodillas cerca al cuerpo de
Ciro, se tapaba la cara con las dos manos y de cuando en
cuando las posaba sobre el pecho de su compañero. Ciro
estaba con los brazos en cruz y un pie cruzado encima
del otro. Sólo pudo dar unos cuantos pasos después de
la salida antes de que una ráfaga de fusil le impidiera
seguir y le abrió el pecho en dos.
-¿Qué voy a hacer sin ti? -se preguntaba Rosita Luna
mientras trataba de cerrar la herida del pecho a Ciro,
soñando en que pronto despertaría de una pesadilla.
Ciro tenía los ojos abiertos, Raúl se los cerró.
-¿Por qué tenemos que morir mirando las nubes? -se
preguntó a la vez que levantaba la vista buscando la
respuesta entre los oscuros nubarrones que se formaban
sobre sus cabezas. Abrazó a Rosita Luna y trató de
explicarle que aún tenían mucho por hacer, y que la
mejor forma de rendir homenaje a Ciro era mantenerse
firme en la lucha hasta la consecución de la meta. En
ese momento sus propias palabras le sonaban a discurso
vacío e inoportuno, pero no tenía forma de expresarle
sus sentimientos; tantas muertes en un solo día era
mucho para un solo corazón.
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historia completa...
-Tenemos tiempo, te escucho.
...
...
-En verdad, Venancio, ¿Cuántos años tienes?
-Creo que doce...
-¿Cómo que creo...?
-¡Sí pues! Cuando le dije a mi abuelo que quería
unirme a los compañeros para luchar, él me dijo: ¡Ya
eres un hombre, tienes doce años y puedes pensar con
tu cabeza! ¡Tienes mi permiso y mi bendición! Por eso
es que me llevó donde ustedes, porque yo se lo pedí...
¿Pero eso qué importa? ¡¿Me vas a explicar o no?!
-Sólo quería saber, hombre. ¡No te enojes!
-No me enojo...
...
...
-Hace muchísimos años tenía un amigo, teníamos
casi tu edad, tal vez un poco menos, diez... once... no
recuerdo bien. Pero el asunto es que crecimos juntos;
jugando fútbol en las calles; íbamos a cazar palomas
con la honda; en las quebradas, detrás del colegio,
jugábamos a la guerrita; íbamos al cine juntos y
enamorábamos a la misma muchacha; asistíamos al
mismo colegio pero estudiábamos en distintas aulas, a
la salida siempre caminábamos juntos un largo trecho.
Con los años, mi familia se mudó a la Capital y él se
quedó con la suya en la provincia. Ingresamos a distintas
universidades y con el tiempo empezamos a activar en
el mismo grupo político dentro de las universidades. Eso
hizo que nos volviéramos a ver años después. Habíamos
ingresado al Partido y hacíamos el mismo trabajo pero
en distintos lugares, a pesar de ello nos reuníamos con
relativa frecuencia como camaradas y como amigos. Y
así hasta que empezó la guerra. Poco tiempo después
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oído de Raúl.
-¿Qué no te gusta?
-No sé, algo...
-Bueno. ¿Pero el río está cruzable?
-Sí, un poco cargado, pero se puede caminar. Tienes
que tener cuidado de no subirte a las piedras grandes que
hay en el fondo del río, no te subas sobre ellas porque
son resbalosas y te puedes caer.
-¡Ya lo sé, una vez me rompí el alma por hacer esa
tontería!
-Disculpa, no sabía...
-¿Cuánto podemos acercarnos?
-Bastante, a casi dos metros del río. Hay buena
protección.
-¿Y después de cruzarlo?
-Allí está jodido... Disculpa.
-Sigue...
-En verdad hay buena protección, pero dispersa. Hay
muchas rocas, bastantes arbustos y suelo bien disparejo.
El problema es alcanzar la cañada. Son casi doscientos
metros, y será muy lento...
-Bien, para caso de emergencia debemos establecer
al frente un grupo de defensa. Cuando esté en la zona de
cruce voy a ver y establecer los lugares. Vamos a cruzar
Felipe, Domingo, Anastasio, María y yo. Establecemos
la defensa y los demás deben cruzar sin parar hasta la
cañada y de allí a la base a bailar y listo, se acabó.
-¿Y yo qué? -preguntó Venancio-¿Que me parta un
rayo? ¿Tú nos vas a enseñar dónde pisar?
-Bueno, bueno, bueno -sonreía Raúl-, serás el primero
en cruzar. Pero te vas de frente hasta la entrada y de allí
guías a los compañeros.
-Está bien, pero me voy después de que se acomode
el grupo de defensa.
-¡Así sea! -bromeó Raúl.
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gratitud y solidaridad.
El pelotón al mando de Eduardo estaba de
reconocimiento cuando oyeron explosiones de dinamita,
que usaba sólo la guerrilla; los de avanzada detectaron
el lugar de los soldados, así como la situación y las
posiciones del pelotón de Raúl y se lanzaron al ataque.
-¡Ajá! Y de pasada casi acaban con nosotros, que
estábamos en lo alto del cerro tirando gaseosas y
chocolate para cubrir el paso del río.
-Disculpe, compañero, pero la verdad es que nadie
apuntó hacia arriba, deben haber sido granadas fuera de
objetivo.
-¡Nada de disculpas! Lo importante es que les han
dado duro a los soldados y a nosotros nos han facilitado
el cruce. ¡Gracias otra vez! -y rieron juntos.
Al entrar a la base de apoyo daban las cinco de la
tarde y los corazones de los combatientes galopaban de
emoción dentro de sus pechos. Fueron recibidos por más
de mil combatientes y por más de tres mil miembros
de base; familias campesinas que se habían replegado
junto con algunos de los pelotones. Tiros al aire, nuevos
vivas, aplausos, gritos, risas, abrazos...
Raúl abrazaba y era abrazado a cada paso. Frente a
él vio a Lupe, Raúl abrió los brazos y se aproximó, pero
tuvo que desistir de su intento al mirar los ojos furiosos
de ella.
-¡Así que te callas o te callo! ¿No? ¡Ya verán tú y
todos tus iguales, militarejo!
Raúl giró en redondo y siguió de abrazo en abrazo.
En contexto
Octubre-noviembre de 2007.
Rafael Masada
© Ediciones Literatura y algo más, 2016