La Culpa

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Cuando surge una enfermedad mental se producen considerables


cambios en las relaciones familiares. Así, es habitual que aparezcan
sentimientos como el miedo, la frustración o la rabia. La culpa es otra de
las emociones más frecuentes entre los familiares de personas con
problemas de salud mental.

En parte, la aparición de esta


emoción se debe a una de las
creencias erróneas que giran en
torno a la enfermedad mental: la
idea de que la causa de estos
problemas se relaciona con la
educación recibida.

Por ello queremos explicarte que este tipo de actitudes y sentimientos


son muy frecuentes, ya que los trastornos mentales graves son todavía
patologías casi desconocidas para muchas personas.

Hagamos un breve inciso antes de continuar para recordar una de las


teorías explicativas más extendidas y empleadas acerca de las causas
de la enfermedad mental. Nos referimos a la Teoría de la Vulnerabilidad,
que seguro ya conoces. Esta teoría defiende que las personas nacemos
con una predisposición genética, la cual en combinación con otros
factores estresores que actúan como desencadenantes (el
fallecimiento de un ser querido, un acontecimiento traumático, etc.)
pueden ocasionar la aparición de un problema de salud mental.

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Lo primero que debes saber es que la culpa es una emoción más1, igual
que lo es el miedo, la tristeza y también la alegría. Se trata por tanto de
un sentimiento normal, común a todas las personas ¿Quién no ha dicho
alguna vez “me siento culpable por…”?. El problema surge cuando esta
culpa, que te adelantamos resulta sana y positiva, se experimenta con
demasiada frecuencia, intensidad o duración, e influye negativamente
en nuestro bienestar. Cuando esto pasa, pierde su función adaptativa y
se convierte en algo molesto, que nos bloquea para actuar y que daña
de manera importante nuestra autoestima.

Pero te has preguntado alguna vez ¿para qué nos sentimos culpables?
Las emociones cumplen una función adaptativa y ésta, en concreto,
puede traer consigo aspectos muy positivos si se convierte en
responsabilidad. Se trata de una emoción reguladora que nos invita a
evitar daños futuros. Podemos por tanto definir la culpa como ese
sentimiento incómodo, ocasionado por la percepción de que se ha
hecho, dicho, pensado o sentido algo que no debíamos. Se trata de un
patrón de respuesta emocional que surge de la creencia de haber
incumplido las normas (éticas o sociales), y con ello haber causado
algún daño a otra persona. Es difícil hablar de culpa sin nombrar otros
sentimientos vinculados a ella, tales como la tristeza, el remordimiento, el
lamento, la angustia, la impotencia o la frustración. Cuando nos
sentimos culpables, muchas personas nos dirán: “No debes sentirte así”.
Incluso nosotros y nosotras mismas nos lo diremos muchas veces. Sin
embargo, los sentimientos están ahí y sabemos que lidiar con ellos
puede ser especialmente difícil pero en ningún caso imposible.

1 ¿Quieres conocer más sobre las emociones? Consulta nuestro Cuaderno Técnico “Gestión Emocional:
Conocemos y reconocemos nuestra emociones”

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Lo primero que debes saber es que el
sentimiento de culpa surge de un proceso
subjetivo, es decir, está determinado por la
interpretación y valoración que hacemos de
las circunstancias en base a nuestro sistema
de valores.

En el proceso de la culpa influye lo que podríamos denominar


conciencia moral, que es un conjunto de normas y valores que hemos
construido desde la infancia.

Dicho sistema de valores nos ayuda a diferenciar el “bien del mal” y nos
permite establecer los límites a nuestra conducta y a nuestros
pensamientos. Ahora bien, cuanto más rígidas sean esas normas, más
fácil será considerar que hemos sobrepasado los límites y aparecerá
con más frecuencia el sentimiento de culpa.

Como ves, la culpa es un sentimiento complejo, en el que intervienen


muchas variables y en el que tienen gran peso los valores familiares,
culturales, religiosos, etc.

Por ello, no podemos hablar de una causa única ni de un sólo


desencadenante. Por ejemplo, podemos sentirnos culpables por no ser
buenos padres o buenos hijos, por no haber alcanzado las metas que
nos pusimos, o incluso por ser como somos.

En aquellos casos en lo que los problemas de salud mental irrumpen en


la vida familiar, es habitual que los y las familiares identifiquen algunas
de las siguientes causas:

 Impotencia por no poder cambiar la situación del o la familiar con


enfermedad mental.
 Sentir que no se tuvieron en cuenta algunos signos previos al
diagnóstico, que no se estuvo atento o que no se dio suficiente
importancia a distintos hechos que ocurrían.

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 La responsabilidad percibida de tener que tomar las decisiones
“adecuadas” de cara a la atención y el tratamiento.
 Inquietudes respecto del factor hereditario.
 Preocupación por sentir que se pasa menos tiempo con otras
personas de la familia o con amigos o amigas.
 Pasar tiempo lejos del familiar para encargarse del trabajo, el
hogar y las responsabilidades familiares, o bien para tomarse un
tiempo para sí mismos. Sentir que cuando estas lejos y estas
dedicando tiempo a cualquier otra persona o actividad, no estas
donde o con quien deberías estar.

En este punto es importante preguntarte: ¿Has podido empatizar con la


otra persona y ver o sentir su otra necesidad? Desde este lugar,
¿Hubieras actuado de otra manera?

Cuando identifiques la causa busca la manera más apropiada para


relajarte y así poderlo manejar sin perder el control.

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Lo habitual es que el sentimiento de culpa se exprese como
remordimiento consciente. Es decir, una persona hace algo que va en
contra de sus propios valores y principios, por lo que se arrepiente de sus
actos y busca reparar su acción. Sin embargo, hay ocasiones en las que
las cosas no son tan claras y muchas veces nos sentimos culpables sin
saber muy bien por qué.

Esto se debe a que el sentimiento de culpa puede ser tanto consciente


como inconsciente. En el primer caso la persona puede identificar
claramente el acto o daño causado y el valor o principio que se
transgredió. En el segundo caso, el sentimiento es difuso y la persona
siente que gran parte de lo que hace es malo e incorrecto.

En este último caso, podríamos hablar de una , ese


sentimiento que en ocasiones experimentamos incluso sin estar seguras
de haber cometido algún error.

La tiene mucho que ver con la educación que hemos


recibido. Por ejemplo, si nuestros padres, profesores o personas de
referencia empleaban habitualmente frases como “esto es por tu
culpa”, “tienes que cuidar siempre de tu familia” o “se responsable,
debes estar pendiente de todo en todo momento”, es probable que
hayamos interiorizado esta creencia y hoy forme parte de nuestro día a
día. Si hemos escuchado estas u otras frases similares, es posible que de
manera casi inconsciente, hayamos alimentado un juez interno rígido
que nos atormentará durante nuestra vida.

Pero ¿Cómo identificar la ? Es posible que te encuentres


bajo el dominio de la falsa culpa si:

 Te preocupas constantemente por haber podido molestar a los


demás.
 Piensas mucho en si podrías haber hecho las cosas mejor.
 Sientes la necesidad de reconocimiento o aprobación constante.
 Eres demasiado perfeccionista y si no es perfecto es tu culpa.

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 Crees ser el responsable si otras personas están de mal humor.
 Usas habitualmente frases del tipo "debería haber..." o "podría
haber..."
 Te generas expectativas demasiado elevadas y te culpas cuando
no las cumples.
 Dejas que un pequeño detalle se convierta en un día de intensa
autocrítica.
 Pensar que mereces sentirte mal.
 Mantienes la creencia constante de que si las cosas no van bien,
de alguna manera se debe a algo que has dicho o hecho. O a
algo que no has hecho.

Si la culpa se origina en el núcleo familiar, el sentimiento de culpa


puede llegar a durar toda la vida, ya que en edad temprana nos
cuestionamos mucho menos la realidad que se nos presenta.

De esta forma, los sentimientos de inferioridad o culpabilidad a edades


tempranas pueden ocasionar a largo plazo que nos convirtamos en
adultos con sentimientos habituales de inseguridad e inferioridad, así
como valoraciones negativas y una baja autoestima.

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Si partimos de la premisa de que toda emoción cumple una función y
tiene un por qué, debemos considerar la necesidad de abordar los
sentimientos de culpabilidad en lugar de ignorarlos.

Por más que se quiera evitar, la culpa no gestionada no desaparece


sino que se queda rondando por nuestras vidas eternamente.

Por lo tanto, superar el sentimiento de culpa es


vital para nuestro desarrollo personal y bienestar
emocional.

Resulta imposible cambiar aquello que no aceptamos. Por ello, te


recomendamos que no luches contra la culpa, sino que la entiendas. El
afrontar el sentimiento de culpa no radica en dejar de sentir esta
emoción, en erradicarla o evitarla, sino en aceptarla y en entender su
por qué.

Lo primero que debemos hacer entonces es reconocer y aceptar que


nos sentimos culpables, para después reflexionar sobre lo que ha
ocurrido y las razones que me han llevado a esta situación de malestar.

Es decir, tendremos que realizar un profundo ejercicio de introspección


que nos ayude a saber de dónde viene esa culpabilidad, te
proponemos algunas preguntas que pueden guiar este ejercicio:

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Como veíamos anteriormente, el origen de la culpa puede ser variado.
Por ejemplo, una discusión con tu pareja o la sensación de que no
tenemos tiempo para disfrutar con los nuestros. Recuerda que la
vivencia de la culpa va a depender de la interpretación o valoración
que cada uno hacemos de la situación vivida.

Por ello, a la hora de lidiar con esta emoción es necesario que


afrontemos la situación con la mayor objetividad posible,
comprendiendo la parte de responsabilidad que nos toca pero también
sabiendo sopesar las distintas variables que han podido influir en lo
ocurrido.

Es decir, debemos reflexionar sobre el origen de nuestra culpa para


transformarla en responsabilidad, entendiendo que en ese momento
hicimos lo que debíamos o podíamos hacer, pero que en un futuro
podemos hacer las cosas de otra forma.

De sentirnos culpables debemos sacar un aprendizaje que nos ayude a


mejorar y seguir avanzando en nuestro crecimiento y desarrollo
personal.

Un ejercicio útil que puede ayudarte en este camino es el siguiente:

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Sabemos que mantener una actitud positiva en todo momento puede
resultar complicado cuando los sentimientos de culpa invaden nuestras
vidas y sentimos que todo lo hacemos mal. Sin embargo, esforzarnos por
centrar nuestra atención en aquellos aspectos positivos de nuestro día a
día, puede tener muchos beneficios. Así, por ejemplo, mejoraremos
nuestra salud, aumentaremos la confianza en nosotros mismos y
mejorará la calidad de vida de toda nuestra familia.

A continuación, te proponemos algunas estrategias que pueden


ayudarte a ello. Trata de abrir tu mente y de encontrar la parte positiva
que toda situación, por muy negra que nos parezca, siempre la tiene.

Una de las formas más fáciles de incrementar tu


positivismo es expresando gratitud. Sé agradecido por
lo que tienes actualmente, eso inmediatamente libera
cualquier negatividad que estés sosteniendo.

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Una buena forma de ello puede ser escribir un diario de gratitud de las
cosas buenas que pasaron durante el día.

Encuentra pequeñas formas o gestos que sirvan para


valorar y agradecer a tu familia los logros
conseguidos.

Escribe una lista de todas las actividades que haces


habitualmente e incluye aquellas que das por
sentado, como hacer reír a tu familia, abrazarlos, mirar
la televisión juntos, enviar un mensaje de texto de
agradecimiento a una amiga o un ser querido,…

Utiliza citas, imágenes y canciones inspiradoras como


recordatorio de que debe mantener una actitud
positiva.

Como ocurre con otras emociones desagradables, como la tristeza o la


rabia, admitir nuestros sentimientos en voz alta puede servirnos de gran
alivio. Poder expresar nuestras emociones y sentimientos, nos ayuda a
entenderlas, analizarlas y ver cuál es el mejor camino para el
aprendizaje.

Por ello, te recomendamos que busques a una persona de confianza


con quien poder hablar. Una amistad cercana, un familiar, un
profesional u otro familiar que esté pasando por la misma situación,
pueden ser una buena oportunidad para brindarte el espacio de
desahogo que necesitas.

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Cuando cometemos un error y con ello hacemos daño a otra persona,
a veces poco podemos hacer para remediarlo. Sin embargo, hay
muchas otras cosas que sí podemos hacer y que servirán para mejorar
la situación. Por ejemplo, podemos cambiar de actitud con esa
persona o ayudarla en aquello que esté en nuestras manos. Estas y otras
acciones resultan ejemplos de nuestro más sincero arrepentimiento.

La reparación que hagamos ha de ser proporcional al daño causado,


tanto a los demás como a nosotros mismos. Al reparar nuestros actos
nos liberamos, lo que nos produce una profunda sensación de bienestar.

Un motivo de culpa habitual en los familiares de personas con


problemas de salud mental es tomarse un tiempo para sí mismos. Pero…

Cuando los y las familiares actúan como cuidadores principales existe


la posibilidad de que el cuidador se "queme". Es decir, que pierda el
interés por aquello que antes le motivaba, debido a que ha dejado
muchas cosas en su vida para centrarse en exclusiva en el cuidado de
su familiar. Esto acarrea un agotamiento físico y mental que puede
llegar a poner en peligro su propia salud.

Ahora bien, muchas veces, este exceso de atención no se produce


tanto por la enfermedad del familiar ni por sus demandas, sino por la
culpabilidad que aflora en el cuidador y que le impide "desvincularse"
mental y emocionalmente de la persona. A veces, este sentimiento es

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tan fuerte que incluso puede sentirse físicamente mal cuando realiza,
por ejemplo, otras tareas y recados.

Delegar responsabilidades en otros familiares y tomarse tiempo libre


para hacer aquello que se quiera (salir con las amigas a desayunar, ir al
cine por las tardes…) mejorará nuestra calidad de vida, pero también la
de nuestro familiar. Y aunque los primeros días puedan surgir
pensamientos de culpabilidad, cuando se compruebe que no pasa
nada, éstos irán desapareciendo.

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Para terminar, nos gustaría poder ofrecerte algunos consejos o pautas
que pueden ayudarte a la hora de gestionar tu culpa:

A veces, las personas nos criticamos demasiado a nosotros mismos, lo


que provoca que la culpabilidad que podamos sentir en algún
momento la experimentemos al doble y exagerando lo que realmente
es. Resulta necesario que aprendamos a ser más compasivos con
nosotros mismos y si nos vamos a criticar que sea de manera
constructiva.

¿Estás pensando en la situación en términos de todo o nada? ¿Crees


que si no eres la pareja perfecta (o hija, o madre) debes ser lo peor en
el planeta? Estos son algunos ejemplos de lo que conocemos como
pensamiento polarizado, esa visión del mundo que nos lleva a pensar
que todo es o blanco o negro y que en raras ocasiones existen matices
o una amplia gama de posibilidades y circunstancias. Pensar en
términos de todo o nada nos reduce drásticamente la visión y nos deja
poco espacio para maniobrar. Trata de encontrar el gris en medio de
todo ese blanco y negro. Considera otras formas de ver la situación.
Trata de juzgar tus esfuerzos en contexto, en lugar de esperar siempre la
perfección.

Cuando nos sentimos culpables podemos llegar a sentir que somos las
únicas personas en el mundo que cometemos errores, pero la realidad
es que todos y cada uno de nosotros lo hacemos y vamos a seguir

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haciéndolo. Los errores, si los tomamos como deberíamos hacerlo, nos
ayudan a seguir desarrollándonos como personas y nos impulsan a ser
cada vez mejores. Concédete el derecho a fallar.

Otra cosa que debemos de aceptar es que no podemos tener el control


de todo. De hecho carecemos de control en la mayoría de las
situaciones que ocurren en la vida. Un ejemplo que es muy común en
este tipo de casos es que algunas personas tendemos a culparnos por
cosas como la muerte de un ser querido, en donde sentimos que
pudimos haber hecho algo porque no ocurriera, sin embargo no es así y
tenemos que aprender a perdonarnos.

Seguro que te suena el célebre “Perdono, pero no olvido”. Sin embargo,


perdonar te desapegará de los acontecimientos, te liberará de toda
culpa y te ofrecerá un punto de vista distinto sobre la situación. Te
animamos a que expreses lo que sientes y si es posible hables con la
persona que ha sufrido el daño. Si eso no es posible, puedes ayudarte
mediante la escritura de una carta, quizá sin remitente concreto.

Pero ¿Y si el daño me lo he causado a mí mismo? Muchas veces lo que


realmente nos cuesta es perdonarnos a nosotros mismos. Sin embargo,
perdonarnos a nosotras y nosotros mismos significa que estamos
aceptando que no somos perfectos, y que damos cabida a nuestros
errores.

Gracias a ello podremos restaurar nuestra autoestima, la cual se


ha visto dañada por la culpa o la vergüenza de nuestros actos.

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