Que Faltaba, El - Mayte Pascual
Que Faltaba, El - Mayte Pascual
Que Faltaba, El - Mayte Pascual
Mayte Pascual
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Prólogo
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
Las siete de la mañana no es buena hora para escribir a nadie, y menos aún aquel
tipo de mensaje, lleno de emoticonos histéricos y letras en mayúscula.
ALICE: ¿TIENES TODO PREPARADO? ¡HOY ES EL GRAN DÍA!!!!!!!!!!!!
Estoy a punto de contestar una serie de improperios por los que mi madre sin duda
me desheredaría, pero por una vez me contengo. El simple hecho de contestar cualquier
cosa desembocará en un sinfín de mensajes y en la creación de un grupo llamado Chupi
Pandi o algo similar, con miles de whatsapp más acerca de una conversación estúpida.
Y es más, muchísimo más de lo que puedo soportar a estas horas.
Ya es suficiente con el planazo que me han preparado. Un fin de semana largo. Tres
puñeteros días en los que habría podido estar en cualquier parte menos en aquella
reunión. Pero ya no hay forma de escapar.
Me estiro, sintiendo como todos los músculos de mi cuerpo se elongan al hacerlo.
Cuento hasta diez, intento visualizar una imagen de paz y salgo de la cama, de mi
maravilloso y seguro refugio. Solo setenta y dos horas. Bueno, quizás unas pocas más,
pero después de eso habré cumplido, podré volver a mi estresante vida y olvidar estos
días para siempre. Solo eso. No es para tanto, vamos.
Media hora, tres cafés y cinco cigarros después estoy histérica perdida. Moira me
llama para ultimar algunos asuntos de los que se ocupará esa tarde, pero, como temía,
también quiere tranquilizarme y darme ánimos.
—Anímate, mujer. Eres Chloé D’Valliere, ¡¡por favor!! Nos reiremos juntas de todo
esto el lunes, ya verás. A lo mejor hasta podrías escribir sobre la experiencia en tu
blog.
No. Rotundamente no. Es Cloe la que irá a este fin de semana, en categoría de amiga
de toda la vida. Chloé D’Valliere, sencillamente, no hace algo así. Ella vive en un
mundo paralelo, ajena a cosas como aquellas, tan mundanas y pasadas de moda. Cloe
no es Ms D’Valliere, y D’Valliere no querría nunca verse en una como la de Cloe.
Alice vuelve a escribir, ignorando mi silencio, esta vez, más en su estilo.
ALICE: ¡¡No se os ocurra llegar tarde!!¡YO YA HE SALIDO!
Miro a mi alrededor, sumida en la desesperación más absoluta. Tengo el pelo
empapado, la maleta a medio hacer y unas ganas locas de desaparecer del mapa. ¿Qué
se le habrá ocurrido a Alice? Es imposible saberlo.
***
Una bofetada de calor nos da de lleno en cuanto abrimos las puertas del coche y
salimos de nuestro refugio de aire acondicionado. «Demasiado para ser mayo», pensé
mientras ayudo a Sofía a sacar las maletas. En cuanto nos queremos dar cuenta, una
enloquecida Alice se nos echa encima como un huracán.
—¡Ya estáis aquí, amigas! —Da tres saltitos ridículos, tres risitas infantiles, agita
los brazos como si fuese a echarse a volar y nos arrasa con un abrazo de oso—. ¡Cuánto
os he echado de menos!
Estrujadas y ya absolutamente bañadas en sudor, miro a Sofía, poniendo los ojos en
blanco.
—¿Os gusta? —nos suelta de golpe, propiciando una caída en cadena encima de las
maletas—. Dejad que os ayude, venid conmigo.
Alice se marcha como ha llegado, efectuando un gracioso paseíllo, cargando tan solo
con el neceser de Sofía.
—¿Decías en serio lo de arrancarme la cabeza? Porque lo mismo me lo pienso si
esto sigue así… —comento mientras nos levantamos para seguirla.
***
—¡¿En serio es así?! ¡Puajjj!.—Nel, algo más relajada, da sorbitos a su gin tonic—.
Es del todo asqueroso, repulsivo, retorcido… Ajjj, por favorrr…
Todas estallamos en carcajadas.
***
—Si alguien me vuelve a dar un beso, juro que me lío a puñetazos. —Nel, tan
delicada como siempre, pide su quinto gin tonic—. Joder, qué asco de gente.
Sofía brinda con ella, dando un largo trago casi tirada encima de la barra.
—Alice, cariño, la próxima vez quedamos a cenar. Conozco un italiano
encantador…
Alice no escucha a nadie. Desde hace un buen rato, revisa puntillosamente la lista
tachando a los asistentes que ya han llegado.
—Bueno, creo que ya estamos todos… Los demás vendrán mañana. —Tira el listado
en una mesa cercana y se alisa el pelo con la mano—. Ya tienen todo preparado para
dentro de una hora y media, así que podemos subir a arreglarnos y tomar algo después.
—Yo me pido el comodín de la caña —digo mientras me siento junto a Robert,
subiéndole las piernas encima—. Pide una ronda, please. —Sofía asiente satisfecha.
Los efectos de la ducha han hecho maravillas en su humor.
—Vale, vale, vale, no me digáis más. —Alice pone los brazos en jarras mientras los
demás intentamos ignorarla—. No os vais a cambiar de ropa, os da exactamente igual
todo lo que diga y vais a llegar a mi discurso de bienvenida con un pedo como una
catedral.
—Correcto. —Nel apura su copa, y el camarero corre a rellenarla—. Has acertado
en todo, corazón.
—Como queráis. —Alice se da media vuelta en dirección al vestíbulo—. Pero como
a alguno se le ocurra vomitar, y os recuerdo que no sería la primera vez, me voy a cagar
en la madre que os parió…
—Esa lengua, señorita —la regaña Robert, que ya ha alcanzado el ritmo de los
demás.
—Creo que tiene algo de razón. —Miro a mi alrededor—. A lo mejor nos vendría
***
—Después de cinco meses, dos millones de fotos subidas, quince mil anécdotas,
diez millones de visitas y vuestra colaboración, solo puedo decir que el proyecto, que
pretendía solo recordar viejos tiempos, no se ha convertido en un negocio rentable: esta
página se ha convertido en el mayor logro de mi vida, tanto a nivel profesional, porque
me va a dar mucha pasta, y lo sabéis, como a nivel personal, porque os veo a todos
juntos y no me lo puedo creer. —La gente se levanta, riendo y aplaudiendo encantada
—. Gracias, muchas gracias a todos por venir. ¡Divertíos!
—Nunca pensé que diría esto, pero ha estado increíble —me comenta Nel al oído.
—¿Es eso una lágrima, Nel?
—Te mato si se lo cuentas.
—Tranquila, seré una tumba.
Alice corre a abrazarse a ellas entre las alabanzas de todos los presentes.
—Gracias, chicas, no habría podido sin vosotras.
—Tranquila, somos socias, ¿recuerdas? —Nel, inusualmente cariñosa, abraza a
Alice efusivamente—. Ya nos lo cobraremos con los beneficios.
Alice sonríe encantada mientras se sienta a la mesa en la que estábamos todas.
Robert, en una mesa cercana, nos lanza un beso.
—Espero que no haya demasiada comida, o como ha adivinado Alice, vomitaré
hasta la primera papilla —susurra Anaïs, todavía achispada.
—Pues creo que va a ser todo un banquete —señala Sofía, siguiendo con la mirada a
los camareros, que ya han llegado al gran comedor con enormes bandejas y se van
distribuyendo entre las mesas.
—Oye, Alice, ¿es verdad que hay piscina?
—Sí, chicas, pero es cubierta. Luego podemos ir a verla si queréis.
—No contéis conmigo. Necesito una siesta. —Sofía bosteza disimuladamente, sin
poder evitar que se le nublen los ojos de sueño.
—Pues yo me vuelvo al bar, a seguir por donde lo he dejado. —Nel sonríe
satisfecha, guiñándome un ojo. Antes me ha confesado que piensa pedirle al camarero
algo más que copas.
—¿Cómo encontraste este sitio? Es verdaderamente increíble.
—Lo sé. Mi padre es muy amigo del dueño, y como este fin de semana no había
programada ninguna boda, nos ha hecho un favor. La verdad es que ha sido una suerte,
Página 17 de 171 Visitanos en Librosonlineparaleer.com
aún no habéis visto el spa.
—Debe de ser increíble celebrar una boda aquí…
—Pues ya sabéis, que alguna se anime.
Soltamos una carcajada al unísono. Los ocupantes de otras mesas se dan la vuelta,
curiosos, para ver qué pasa.
—Ya estáis dando la nota de nuevo. —Me incorporo lentamente, intentando no
estallar mis vaqueros—. Ufff, voy al baño, no aguanto más.
—Espera, te acompaño. —Nel se levanta ágilmente. Como en los viejos tiempos,
sigue siendo un pozo sin fondo, capaz de comerse una vaca sin hincharse ni un
milímetro.
Cruzamos el vestíbulo y nos encerramos en los amplios aseos, llorando de la risa.
—Me meo, me meo, me meo…
Corro hacia una de las puertas mientras Nel se retoca tranquilamente frente al
espejo.
—En serio, ¿has visto a Sara? Te lo juro, me dicen que tiene cincuenta años y me lo
creo totalmente.
—Ya te digo, no hay nada mejor que este tipo de reuniones para subir la moral. —
Salgo del baño algo más relajada y me retoco un poco el pelo que, para variar, ya llevo
completamente enredado.
—¡¡¡Ahhhh!!!
—¿Qué pasa?
—Se me ha enganchado el pelo con algo que llevo aquí, ayúdame a quitármelo.
Muertas de risa, me doy la vuelta para que Nel me ayude.
—Menudo nudo que te has hecho… Pero… ¿qué cojones…? —Veo como Nel frunce
el ceño a través del espejo—. Parece que tengas un nido aquí. ¿Dónde te has metido?
Tienes hasta tropezones. —Saca algo pegajoso—. ¿Qué es esto? —Un rollito de papel
se escondía entre la masa pringosa. Se lo quito de la mano, entra risas, pero me paro en
seco al leerlo.
—Oh, por favor, ya estamos.
—¿Qué pasa? —Nel se acerca para ver mejor. El rollito es en realidad una pequeña
hoja cuadriculada, similar a las notitas que nos mandábamos en clase—. ¿Qué pone?
—«Yo también quiero que me lo hagas fuerte».
—¡No me jodas que hay algún pervertido en la reunión! Porque a mí se me ocurren
unos cuantos… —Nel sigue riendo, ajena a la cara de circunstancias que tengo ahora
mismo.
—¿En serio no caes? —Abro el grifo y me froto las manos enérgicamente,
Sería poco decir que la tensión se palpaba en el ambiente. Cuando Aiden puede
descolgarse a Alice del cuello, se acerca a la mesa a saludarnos. Mientras nos
levantamos por turnos, Nel me mira, arqueando una ceja.
—Hola, Cloe.
Le doy los dos besos de rigor mientras siento la mirada de todos los demás. A mí me
encantan los culebrones como la que más, pero ser observada por todos me pone de una
mala leche que probablemente me durará todo el día. Cuando le da la mano a Caleb,
nuestras miradas se cruzan, y él frunce el ceño.
—Bueno, vale ya de estar aquí apalancados. ¡Hace un día precioso! Creo que
deberíais ir yendo hacia la playa. Yo reuniré a los demás y nos veremos allí. ¿Me
ayudas, Anaïs?
Anaïs pone cara de pocos amigos, pero la sigue. Los demás comenzamos a andar por
el camino de tierra, pero esta vez voy mejor equipada y a pesar que las cuñas de
esparto son de vértigo, puedo bajar mejor la cuesta. Nel se agarra a mi brazo,
retrasándonos deliberadamente del resto.
—¿Y…?
—¿Y qué?
Se levanta las gafas y me mira incrédula.
—¿Que qué pasa con Aiden?
—Chisss, te va a oír.
—En serio… La cosa se está poniendo interesante contigo, cariño.
—Vale, vamos a dejar ya el tema.
—¿Pero has sentido algo?
No sé qué contestar a eso. Puedo decirle que no, en absoluto, pero la estaría
engañando y de paso me estaría engañando a mí misma. No puedo decir que mi corazón
se haya salido del pecho al verlo, pero no he dejado de pensar en él durante todos estos
años, con lo que no puedo estar tranquila teniéndolo cerca.
—La verdad es que no lo tengo claro, pero no he sentido nada especial.
—Ya.
¿Cómo le digo a Nel que no puedo sentir nada especial, ni aunque hubiese aparecido
Brad Pitt, después de lo del baño? Pero me callo, claro.
—Pues mejor, la verdad, ya sabes que no es santo de mi devoción.
Página 71 de 171 Visitanos en Librosonlineparaleer.com
—¿Y tu amiguito Julen? ¿Qué tal con él?
Nel sonríe mientras prestamos atención a la parte más empinada del camino.
—Pues como siempre, cariño. ¿Qué más quieres? Sabes que paso de líos.
—Ya, pero no sé si a él le pasa igual.
—Ese es su problema, no el mío.
Robert nos espera un poco más allá y nos ayuda a bajar por unos pedruscos.
Mientras me quejo de la dificultad del camino, me pregunto si en el hotel se quedaron
sin presupuesto para hacer un camino de verdad, o algún paisajista alternativo pensó
que sería pintoresco. Desde luego, nunca hizo este camino con una mujer, porque solo
por no oír sus quejas lo habría asfaltado.
—¿Y ahora qué?
Robert pone cara de atontado y me mira con cautela.
—Nada, ¿por…?
—Venga, hombre, te he visto hablando con Aiden…
—No me gusta.
—Me alegro, a Annie le daría un ataque si se entera.
—Ja, ja, graciosilla.
—Bueno, en serio, ¿qué te ha contado?
Nel nos corta nuestra absurda conversación, poniendo los ojos en blanco.
—Pues prácticamente nada, lo único que hace es preguntar cosas de Cloe. —Robert
me lanza una mirada acusatoria—. Ni se te ocurra enrollarte con él, Cloe, te lo digo en
serio.
—Pero bueno, ¿quién te crees que soy?
Si él supiera…
Robert suspira y me coge de la mano.
—Cloe, te quiero, eres mi mejor amiga y quiero lo mejor para ti. Pero además te
conozco como si te hubiese parido y sé que estás de bajón después de lo de Chris. —
Busca la mirada de Nel para conseguir su aprobación, pero ella está rebuscando en su
bolso y sé que lo hace para no descojonarse—. Va a llegar este con todas sus historias,
que ya sabes cómo es, y te vas a ablandar, y luego mira lo que pasó…
—Déjate de memeces, Robby. Si la chica se lo quiere tirar, que lo haga…
—¡¡¡No!!!
—¡¿Qué?! Es normal que quiera volver a acostarse con el tío que la desvirgó…
Casi me atraganto con mi propia lengua.
—Nel, por favor, me gustaría que mi vida personal siga siendo eso, personal.
Debo reconocer que Alice ha tenido una buena idea para el plan de la tarde. En el
jardín se ha montado un escenario, y un grupo de música jazz lleva tocando un buen
rato, creando una atmósfera relajante y agradable. En unas mesas hay repartidos objetos
de nuestra niñez, y los beneficios de lo que se venda será donado a una ONG.
Nel, aún enfadada por el plan de esta noche, me sigue taciturna mientras compro una
Barbie y unas zapatillas de deporte que tenía igualitas a los quince años y se vuelven a
llevar.
—¡Mira! —Nel me señala la siguiente mesa. Entre otras cosas del instituto, destacan
las camisetas de los equipos deportivos—. ¿Has donado algo tuyo?
Niego con la cabeza. No tengo ni idea dónde han ido a parar las equipaciones que
tenía, y mi madre puso el grito en el cielo cuando le sugerí que me ayudase a buscar en
el trastero.
—No he podido encontrar nada tuyo. —Aiden se acerca sonriente.
—Es que no hay nada.
—Ya. —Se corta ante mi contestación y su sonrisa pierde fuerza—. Te he estado
buscando antes. No sé si Nel…
—Sí, me lo ha dicho.
Me mira de hito en hito, pero al ver que no sigo hablando, carraspea nervioso.
—Si tienes un momento, me gustaría hablar contigo…
—Ahora no puedo, Aiden. Vamos a sentarnos las chicas juntas a tomar algo. —Miro
hacia las mesas, donde están Sofía y Anaïs relajadas.
—Terminé. —Nel se acerca a nosotros.
—Luego nos vemos, Aiden. —Cojo a Nel del brazo y nos alejamos lo más rápido
que soy capaz.
—Chicas… —Alice intercepta nuestro camino hacia las mesas—. Os he estado
buscando…
—Otra —susurra Nel entre dientes—. ¿Qué pasa?
—Estábamos durmiendo.
Alice nos mira a las dos, con pinta de no creerse nada.
—En fin… Me gustaría saber si puedo contar con vosotras para que me ayudéis a
recoger esto cuando termine. Tengo que echarle un ojo a la cena.
—Claro. —Nel me mira, frunciendo el ceño, pero no le hago caso. Me siento un
Página 85 de 171 Visitanos en Librosonlineparaleer.com
poco culpable por escaquearme todo el rato y no ayudar en nada.
—¡Estupendo! Luego os cuento con detalle lo que hay que hacer, pero avisaré a los
chicos para que te den el dinero a ti, Cloe. Tendrás que dejarlo en recepción para que
vaya a la caja fuerte.
Alice se va corriendo, y Nel suspira.
—Menudo marrón…
Me encojo de hombros y sonrío.
—¿Una cervecita? —Miro curiosa la bolsa que lleva en la mano—. ¿Qué has
comprado al final? —Me deja ver lo que lleva y comienza a reírse.
—¡Nel ¿Estás de coña?
—¿¿¿Yoooo??? —Se parte de risa—. Es que la he visto y no lo he podido evitar, me
he acordado de ti.
Caleb se acerca sonriente.
—Escóndela, porfa.
—¿Nos tomamos algo, chicas? —Caleb mira cómo se ríe Nel sin entender—. ¿Qué
pasa?
—Naada… —Intento tirar de Nel, pero se me resiste—. Venga, vamos a sentarnos.
Antes de que pueda evitarlo, Nel abre la bolsa y le deja ver a Caleb el contenido.
—Guauuu… Has conseguido mi camiseta del equipo… No sabía que eras tan fan
mío.
—Es un regalo para Cloe. —A pesar de susurrarle, la oigo perfectamente. Noto que
me sonrojo en el acto. Caleb me mira y sonríe maliciosamente.
—Nel, recuérdame que te haga un club de fans. —Los dos se ríen juntos. Caleb va
hacia la barra, pero al pasar junto a mí se para discretamente.
—Cuando te la pongas, me voy a volver loco y te la voy a arrancar a mordiscos…
Se va tan contento, dejándome allí plantada, roja como un tomate. Nel se acerca, aún
riendo.
—No me lo digas: por tu cara, te ha debido de soltar la guarrada del siglo. Y además
te ha gustado, ¿verdad? Estás sudando.
—¿En serio? —Con horror, me tapo la cara con las manos—. Ay, Nel…
—Me das hasta envidia, chica, menuda historia…
Le pego un golpe en el hombro, riendo con ella. Tiene razón. No veo el momento de
ponerme una camiseta.
Nos sentamos junto a Anaïs y Sofía, y al segundo tenemos frente a nosotras dos
cervezas bien fresquitas, cortesía de Rubén, nuestro camarero favorito. Parece que las
tornas han cambiado y ahora es él el que intenta acercarse a Nel en todo momento. Ella
Página 86 de 171 Visitanos en Librosonlineparaleer.com
lo nota y le guiña un ojo. Cuando me mira, sonríe.
—No me voy a ir sin probarlo…
—No tienes remedio, Nel.
Robert se sienta junto a nosotras, tirando el móvil a la mesa.
—¿Qué pasa? Te veo estresado.
—Es Annie.
—¡¡¿¿Qué??!!
—No, tranquila, no pasa nada. —Levanta una mano para llamar a Rubén—. Me ha
dicho que deje de llamarla, que la estoy agobiando.
Lo miro sonriente, y él frunce el ceño.
—Vamos, Robert, no te lo tomes a mal.
—De verdad, que no hay quien os entienda. —Le da las gracias a Rubén y toma un
trago de su cerveza—. Si no la hubiese llamado, habría pensado que me lo estoy
pasando tan bien que no me acuerdo de ella, pero si la llamo, resulta que soy un pesado.
—Pero, a ver, ¿cuántas veces la has llamado?
—Unas cuantas.
—¿Cuántas son esas? —Nel lo mira interrogante—. Dos, tres…
Robert pone cara de inocente.
—¡¿Cinco?!
Niega con la cabeza y se sonroja.
—Dios, Robert, son las ocho de la tarde, nadie tiene tanto que decir en tan pocas
horas.
Robert frunce el ceño.
—Me dijo que la tuviese al día de lo que pasara.
—Pues o estás en otra fiesta a la que no me han invitado o le estás contando hasta las
veces que vas al baño, porque aquí no hay tanta chicha que contar.
Robert no nos mira, avergonzado.
Miro a Nel, advirtiéndole para que suavice el tono.
—Vamos, Robert, anímate, solo está nerviosa, y es normal. —Abro mi bolsa y le
doy un paquete—. Toma, tengo un regalo para ti.
Robert me mira estupefacto, a él y a la Barbie que tiene entre las manos.
—¿Esto es una metáfora o algo?
—Tú estás más tonto… —Me sigue mirando sin comprender—. Es para la niña, de
verdad, que cómo eres…
—Ah… Gracias.
Lloro cuando subo la empinada cuesta del camino y cuando consigo treparlo a gatas.
Lloro cuando creo que me estoy mareando de todos los tequilas que llevo encima y
cuando recuerdo de repente lo patética que he sido todos estos años y lo bien que me ha
venido para mi profesión. Y lloro aún más cuando me doy cuenta de que, haga lo que
haga, nunca podré quitarme de la cabeza que parte de la culpa la tuve yo.
Cuando cruzo el jardín del hotel, me choco con una escena que no esperaba ver:
Caleb y Alice sentados en la terraza, ella encima de la mesa, cruzando sus largas
piernas y riendo a carcajadas. Caleb me ve el primero y se levanta rápidamente.
—¿Cloe, estás bien? —Corre hacia mí con gesto preocupado.
—Sí, estoy bien, no pasa nada.
—¿Es Aiden? ¿Te ha hecho daño?
—¿Qué ha pasado? —Alice intenta poner cara de preocupación, pero sé de sobra
que le acabo de fastidiar el plan.
—Nada, de verdad, chicos, gracias por preocuparos, pero necesito ir a la
habitación.
Caleb me mira fijamente y me agarra fuerte las manos, queriendo decirme algo más,
pero me separo de él y niego con la cabeza, intentando sonreír.
—De verdad, necesito pensar.
—¿Qué ha pasado, Cloe? —Alice se cuela entre los dos bruscamente y sin ninguna
vergüenza, apoyándose con toda confianza contra Caleb—. ¿Has discutido con Aiden?
Porque sabes que una de las reglas del juego es que no puede abandonar ninguno. Si
gana él, no será válido.
Después de todo el saber estar, toda la paciencia que he tenido y todo lo que me he
obligado a reprimirme esa misma noche y desde que llegamos aquí, una ráfaga de mala
leche se apodera de mí y me aparto de ella como si quemase.
—¿Tú eres tonta o te lo haces, Alice? —Sus ojos se abren tanto que parece que van
a salirse de sus órbitas—. ¿No te das cuenta de que estoy llorando? —Intento
refrenarme, pero he cogido carrerilla y la verdad es que ya me da todo igual.
—Ya, bueno, solo quería…
—¡¿Solo querías qué?!
—Vale, Cloe, déjalo, te acompaño arriba. —Caleb intenta separarme de Alice, pero
consigo esquivarlo.
***
Me entran ganas de llorar cuando despierto y veo que ya es por la mañana. El fin de
semana se ha acabado definitivamente y toca volver a la rutina y, al contrario de lo que
pensaba, no tengo ninguna gana de hacerlo.
Miro cómo la luz ilumina la piel morena de Caleb y sonrío atontada. Tengo ganas de
abrazarlo, de besarlo, de sentir el calor de su cuerpo y quedarme así durante horas. Y lo
peor de todo es que pagaría por tenerlo todas las mañanas. Su cara de placidez mientras
duermo es tan relajante que cierro de nuevo los ojos y me acurruco en su pecho.
Cuando siento la mano de Caleb acariciando mi pelo, me doy cuenta de que me he
quedado dormida.
—Buenos días…
Me acurruco un poco más contra su pecho, aspirando su aroma.
—¿Qué pasa, Cloe? ¿Aún con sueño? —Trata de verme la cara, pero la hundo más
en su pecho.
—Mmmm… no me quiero levantar.
Caleb ríe alegremente.
—¿Y si te traigo un café?
—No, ni hablar… —Me agarro más a él, disfrutando del momento—. No quiero que
te muevas.
Caleb me abraza, recorriendo suavemente mi espalda con sus dedos.
—Estamos un poco mimosas esta mañana, ¿no?
Sonrío por la frase, sin abrir los ojos.
—Solo estoy intentando atesorar este momento en mi mente.
—¿Y eso cómo se hace?
—Fácil. —Me despego de él y lo miro a los ojos, aún somnolienta—. Cierras los
ojos y recuerdas todo lo que estás viendo, lo que hueles y lo que oyes. —Rozo sus
labios con los míos y sonrío—. Luego lo conviertes en recuerdo y lo guardas en lo más
profundo de tu mente.
—¿Y luego?
—Algún día te sorprenderás sonriendo como un tonto mientras rememoras uno de
estos recuerdos, que tendrás tan nítido como si aún estuvieses allí.
Caleb me mira en silencio. No sonríe. Acaricia con sus manos mi rostro
delicadamente, pasa un dedo por mis labios y por mi cuello, enredando sus manos en mi
Página 141 de 171 Visitanos en Librosonlineparaleer.com
pelo.
—Pues espero que al menos este momento lo recordemos juntos.
Antes de derretirme completamente, pego mi cuerpo al suyo, sintiendo todo su calor.
Ahora mismo no hay nada que desee más en el mundo que sus besos. Caleb me besa, me
abraza, se pone sobre mí y me mira fijamente.
—Aunque no haga eso que me dices, nunca podría olvidar cómo es estar contigo.
Busco su boca desesperada, juntando mis caderas con las suyas, notando su erección
contra mi piel. Me abrazo a él con las piernas y dejo que entre en mí lentamente,
sintiendo cada centímetro de su piel. Hacemos el amor despacio, sonriéndonos,
besándonos, disfrutando de cada segundo juntos, deseando que nunca se acabe.
Cuando llegamos a la puerta de mi casa, Caleb para el coche y me besa.
—Bonito sitio.
—Gracias.
—Vamos, te ayudo a llevar las cosas. —Me mira de manera indescifrable—. Si me
dejas subir, claro.
—¡Estás tonto! Venga, pasa.
Entre bromas, metemos las cosas en el ascensor. Aunque intento disimular, ya no
estoy tan contenta como antes y no lo puedo evitar. Se ha acabado la magia del fin de
semana. Es como si hubiese explotado la burbuja en la que solo estábamos los dos, y
volver a mi casa me lanza de golpe a la realidad.
Le enseño el piso a Caleb, y él sonríe encantado, mirando todos los rincones.
—Tienes suerte. Es difícil encontrar un piso así.
—¿Dónde vives tú? —Es algo que no se me había ocurrido preguntar hasta ahora,
pero necesito ubicarlo en el mundo.
—Al lado de la zona empresarial. ¿Conoces el edificio Nuba?
—Uohh, qué nivel.
—No te creas… Excesivamente fríos para mi gusto, pero al menos no tuve que
preocuparme de la decoración.
Sonrío tristemente, porque ya no sé qué decir.
—¿Quieres tomar algo?
—Claro.
Vamos a la cocina y le saco una cerveza bien fría. Bebe con gusto a morro y me mira
interrogante.
—¿No bebes nada?
—Creo que he tenido suficiente para una temporada. —Saco un vaso, y agua fría del
frigorífico—. Tengo que recuperar toda la hidratación que he perdido.
Página 142 de 171 Visitanos en Librosonlineparaleer.com
Bebemos en silencio. Intento evitar mirarlo, porque no tengo ni idea de qué decir.
—Bueno… —comienzo titubeante—. ¿Qué vas a hacer hoy?
—Debería hacer algunas llamadas, deshacer la maleta, ponerme en contacto con la
oficina, ya sabes… ¿Y tú?
—Algo así, además de comenzar a escribir un libro al que le han puesto plazo de
publicación, pero creo que lo dejaré para mañana.
Antes de que me diga nada más, me acerco y lo beso dulcemente.
—Por si se me olvida decírtelo, lo he pasado muy bien contigo.
Me acaricia con ternura el pelo.
—Yo también. —Esta vez es él el que me besa, y yo lo sigo, sin separarnos en un
buen rato.
—¿Qué te parece si…? Bueno, había pensado que a lo mejor, después de esas
llamadas y todo lo que tengas que hacer, te gustaría cenar conmigo. Puedo preparar
algo.
—¿Sabes cocinar? —dice, poniendo cara de sorpresa.
—No te ilusiones demasiado… No se me da mal, pero tampoco hago nada muy
complicado. Pero sí muy rico.
Caleb sonríe, besándome el cuello.
—¿Más rico que esto?
—Mucho más… —consigo articular.
Sin darme tiempo a decir nada más, me sube en la encimera y me besa
apasionadamente.
—Me encantan tus besos, Cloe…
Sonrío sin dejar de besarlo y noto como todo su cuerpo se contrae.
—Cloe… Espera. —Paramos de besarnos—. Si seguimos así, no podré hacer las
llamadas ni nada de nada, te lo aseguro.
—Tienes razón. —Me separo de él e intento bajarme de la encimera, pero me agarra
de nuevo por la cintura—. Caleb…
—Vale, vale, es verdad. —Me guiña un ojo y me suelta suavemente—. Pero no te
creas que te vas a librar de mí mucho tiempo… Volveré en un rato muy corto.
Entre juegos y cosquillas llegamos a la puerta.
—¿Y tú qué harás?
—Nada del otro mundo. Deshacer la maleta, mirar si tengo cosas para hacer la
cenita a un amigo especial, darme una ducha…
—Mmmm… No me tientes con la ducha o no me iré.
Nos despedimos con un beso nada casto y cuando cierro la puerta, me sorprendo
Página 143 de 171 Visitanos en Librosonlineparaleer.com
sonriendo como una tonta, como no he dejado de hacerlo en las últimas horas. Es
curioso que la persona que más problemas me causaba hace unos años sea la que ahora
me hace tan feliz.
Descarto llamar a Moira para decirle que ya he llegado. Sé que querrá saber cosas
del fin de semana y aunque tarde o temprano le contaré todo con pelos y señales, aún no
estoy preparada para hablar de esto en el mundo real. Sería como unir los dos mundos y
no sé si es buena idea, al menos de momento.
Como le he dicho a Caleb y aunque me da mucha pereza, lo primero que hago es
sacar todo de la maleta y poner una lavadora. Cuando veo la camiseta del equipo no lo
puedo evitar. Le hago una foto y se la envío.
CLOE: ESTO ES LO ÚNICO QUE VOY A LLEVAR ESTA NOCHE.
Me responde al momento, como si hubiese estado esperando impaciente con el
teléfono en la mano.
CALEB: UOHH… PREFIERO QUE ME LA MANDES PUESTA… O
QUITADA.
CLOE: PARA ESO TENDRÁS QUE VENIR.
CALEB: CREO QUE VOY A TERMINAR MUY PRONTITO.
Sonrío y reviso la cocina en busca de algo mínimamente comestible. Me decido por
una ensalada de manzana y pasta a la rabiatta, y comienzo a preparar la salsa para
invertir menos tiempo esta noche. Recibo noticias de Nel, que parece contenta por
cómo ha acabado el fin de semana.
NEL: ¿QUEDAMOS Y TE LO CUENTO?
CLOE: HOY NO PUEDO…
NEL: NO ME LO DIGAS… SEGUÍS EN LA CAMA.
CLOE: JA, JA, JA… CASI ACIERTAS.
NEL: ¿OS HE PILLADO ENTONCES?
—No seas tonta, Nel. —Me río mientras oigo sus carcajadas al otro lado del
teléfono—. He quedado a cenar con él esta noche, pero si quieres, mañana soy toda
tuya.
—Ya, eso dices ahora. Luego seguro que cambias de idea, que si me voy al cine,
que si tal… Al final me dejarás abandonada…
—Te lo juro. —Repaso mentalmente mis planes para mañana—. ¿Quedamos para
comer?
—Hecho, pero por la noche tengo que estar en Barcelona, así que ingéniatelas
para coger la tarde libre y así me ayudas a hacer la maleta.
Una hora después me levanto extenuada del sofá. No me quiero separar de él, pero
tengo que ir al baño. Mientras recojo la camiseta, sé que Caleb me está observando,
recostado entre almohadones, y disfruto secretamente enseñando mi desnudez. Después
de una sesión de sexo como esta, solo puedo sentirme sexy y deseada. Me pongo la
camiseta, mirándolo en la penumbra.
—No te pongas nada.
—Voy al baño. Cuando vuelva, ¿me la quitarás otra vez?
Intuyo la sonrisa juguetona de Caleb y corro al baño a refrescarme. Cuando vuelvo,
sigue en la misma posición en que lo he dejado, y cruzo despacio el salón, conteniendo
las ganas de lanzarme sobre él y comérmelo entero.
—¿Qué estabas mirando? —Le pregunto cuando tropiezo con el álbum de fotos y lo
recojo del suelo. Cuando observo la página por la que está abierto, me encuentro con
fotos del colegio, del viaje de fin de curso.
—Estabas muy seria en esas fotos.
Tiene razón. Mientras los demás aparecen en todas haciendo el payaso, yo estoy
apartada del resto, con expresión ausente.
—Me imagino que ya entonces sospechaba algo. —Recuerdo que cuando se hicieron
alguna de esas fotografías yo ya notaba a Aiden un poco raro.
Caleb se incorpora y se pone los calzoncillos.
—Es curioso, nunca había visto vuestras fotos. Las que yo tengo no tienen nada que
ver. Creo que la mayoría salían borrosas porque no éramos capaces de estarnos
quietos.
—Estas no son mérito nuestro. Robert hace unas fotos increíbles. —Sonrío al
descubrir otra foto en la que todas vamos con unas gafas de sol muy horteras—. Algún
día tendrás que enseñarme las tuyas. Vosotros no salís en ninguna de estas.
—Será por lo bien que nos llevábamos.
—Vale, Caleb, no sigas o harás que me sienta culpable. —Sonrío disculpándome,
pero veo que de pronto se ha puesto serio—. ¿Qué pasa?
Caleb sacude la cabeza y sonríe sin ganas. Me acerco al sofá y me siento, poniendo
las piernas sobre las suyas, juguetona.
—¿Me lo vas a contar?
—La verdad es que no me apetece.
***
***
—¡Has podido venir! —Abrazo a Nel en la entrada del hospital. Como yo el día
anterior, va cargada con una bolsa de regalos digna del mismísimo Papá Noel.
—Tengo que volver esta noche, pero no podía perderme esto por nada del mundo.
Avanzamos por los pasillos del hospital poniéndonos al día de todo lo referente a la
niña.
—¿No ha nacido demasiado pronto?
—Faltaba casi un mes para salir de cuentas, pero los médicos consideran que está
muy sana y bien de peso, así que se la podrán llevar a casa enseguida.
—Te veo muy puesta.
—Es que soy la tía.
Mientras estamos en la habitación agasajando a los papás y a la preciosidad de niña,
veo como la habitación se ha llenado de regalos.
—No sé dónde vamos a meter todo esto, la verdad.
Sofía y Anaïs se han pasado esta misma mañana y ambas se han quedado encantadas
con la criatura. Observo con curiosidad uno de los regalos, que ocupa un gran hueco en
la repisa de la ventana.
—¿Qué es esto? ¡Qué original! —Es una tarta hecha de pañales y decorada con lazos
rosa chicle—. ¿Quién te lo ha traído?
Robert me mira avergonzado.
—Ha sido Caleb. Ha venido hace un rato a darme la enhorabuena.
Me abstengo de hacer comentarios. Como pasó hace tiempo con Aiden, Caleb se ha
convertido en un tema tabú entre nosotros, y aunque Robert sabe toda la historia, me
consta que han hecho buenas migas. No puedo culparlo. Miro con tristeza la tarta y
pienso, secretamente, que me habría gustado encontrarme con él.
Aunque pasamos una tarde muy divertida viendo las monerías de la niña, no puedo
evitar sentirme un poco desinflada. Hace días que no me permito pensar en Caleb, y
ahora me doy cuenta de que hace tiempo que no recibo ninguna llamada suya. Cuando
Nel y yo nos despedimos y decidimos tomar algo antes de que vuelva a Barcelona, noto
su mirada inquisitoria.
—¿Ahora qué pasa?
Cuando el taxi llega a la puerta del hotel, un botones ataviado con casaca y sombrero
de copa me abre la puerta y me tiende la mano para que salga.
—Buenas noches, señorita. Bienvenida.
Le sonrío como puedo. Los nervios me están matando y lucho por subir
elegantemente las escaleras, a pesar de los tacones que llevo. Al instante de
ponérmelos, me he arrepentido de habérmelos comprado, pero ya no hay vuelta atrás.
Me abanico con la mano para que nos me noten los sudores fríos y, lo más
profesionalmente que puedo, me dirijo a la sala de donde viene la música.
Antes de entrar, mi editora me abraza y me dice una serie de cosas de las que no soy
capaz de entender ni una sola palabra. Me deshago de ella entre sonrisas y entro,
eclipsada por lo que veo.
Es la primera vez que voy a un evento de los que organiza Caleb. Todo está perfecto,
de colores perfecto, con la situación y la luz perfectas. Varias personas se percatan de
mi presencia y me sonríen, pero estoy demasiado extasiada por lo que veo para
hacerles caso.
—Dime que te gusta, por favor. —Las manos de Caleb me agarran por la espalda y
me apoyo en su cuerpo, inhalando su aroma.
—Es perfecto.
Me doy la vuelta y solo puedo ver su perfecta sonrisa.
—Tú sí que eres perfecta.
Intento besarlo lo más castamente de lo que soy capaz y aunque intenta apretarme
más a él, me contengo como puedo.
—Luego…
—Echaré a toda esta gente en cuanto pueda, pero tú y yo nos quedamos en el hotel
esta noche.
Intento prestar atención a toda la gente que quiere saludarme, pero solo tengo ojos
para él. Mis padres me abrazan y felicitan brevemente, y una cariñosa Nel me comenta
que hay un camarero muy mono, aunque instantes después la veo riendo a carcajadas
con Julen.
—Solo tengo una pregunta. —Caleb se acerca a mi oído, sigiloso—. ¿Por qué ese
título?
Me río coqueta, acercándome a su oído.
A ti, mamá, gracias por creer en mí siempre, hasta cuando era casi imposible
hacerlo. Gracias por animarme a perseguir los sueños sin dejar de pisar el cielo. Nunca
seré capaz de demostrarte cuanto te quiero.
Gracias, papá, por compartir conmigo tu amor por la música y los libros. Aunque me
vuelvan loca tus extraños repertorios… Te quiero.
Gracias, Jaime, por ser el mejor hermano del mundo. Y el más paciente. Te quiero,
enano.
A ti, Álvaro, ¿qué más te puedo decir? Gracias por darme los dos mejores regalos
de mi vida y por aguantar mis silencios. Gracias por la paciencia que has tenido… Y
por la que tendrás, porque me temo que tengo más historias que contar.
Gracias, Paula, por ser como eres. Por hacer que todos los días me ría como una
niña con tus ocurrencias. Te adoro, mi niña.
Gracias, Jacobo, porque mientras escribo estas líneas estas haciéndome compañía.
A mi familia, y en especial al Aquelarre, porque siempre estáis ahí. Es un orgullo
formar parte de este clan de locos.
A todos los que me preguntáis que tal lo llevo… Aquí podréis saber lo que pasa al
final.
Y un enorme agradecimiento a RNR y Ediciones B, que habéis hecho posible todo
esto. Cuando Ilu Vilchez y Lola se pusieron en contacto conmigo para publicarme esta
novela me dejaron sin habla… Y eso no lo consigue cualquiera.
Coco, nunca te enterarás de esto… Pero gracias por tu compañía.