RESUMEN DEL LIBRO INCREDULIDAD Y REVOLUCIÓN - Por David Escobar Maya
RESUMEN DEL LIBRO INCREDULIDAD Y REVOLUCIÓN - Por David Escobar Maya
RESUMEN DEL LIBRO INCREDULIDAD Y REVOLUCIÓN - Por David Escobar Maya
Hay una relación natural y necesaria entre la incredulidad y la revolución; que la escuela del
pensamiento que, como resultado de la auto-exaltación del hombre, domina hoy día en el
derecho constitucional y en el saber –aunque no sin oposición- surgió de un rechazo del
evangelio.
Así como la negación del Dios vivo está relacionada con el desorden, la injusticia y la
esclavitud, así también la unión de la libertad con la ley y el orden, como la piedra filosofal, ha
de buscarse en vano fuera de la sumisión al más grande Legislador y Rey. Por tanto, en vista
del peso del problema y la urgencia del momento, no me fue permitido olvidar, dejando a un
lado los escrúpulos egoístas en cuanto a publicidad, que la hora del peligro no es hora de
preparación: que cuando la espada del enemigo reluce por todos los lados uno no debe afilar y
pulir sus armas, sino más bien hacer uso de ellas.
Guillermo Groen van Prinsterer (1810-1876), importante historiador y estadista, estudió
derecho y los clásicos en Leiden (Países Bajos).
En este tiempo Groen fue llevado a una sincera fe evangélica por el ministerio cristiano de
Merle d´Aubigné, quien también le introdujo a las obras de Edmundo Burke. La lectura de
éstas fortaleció las crecientes convicciones políticas antirrevolucionarias de Groen. Por esto, y
por sus esfuerzos para evitar que el modernismo dominara en los púlpitos y seminarios, se
hizo muy famoso. El fue el vínculo entre el avivamiento evangélico de la década de 1820 y el
despertar espiritual de la década de 1880, entre Bilderdijk y Da Costa, los poetas, y Abraham
Kuyper, el emancipador. Su tesis central es que la revolución de 1789 fue preparada por una
revolución en el pensamiento europeo que se produjo durante el siglo anterior, una revolución
que el autor identifica como fruto de la incredulidad.
El autor no se sorprendió ante los explosivos acontecimientos de 1848, al año siguiente de la
publicación de estas conferencias, porque creía que el único antídoto efectivo contra la
revolución es el Evangelio. Incredulidad y revolución niega que sea beneficiosa la
secularización de los asuntos públicos, y llama a los cristianos a no “permanecer ajenos” a la
política. Groen predijo el deslizamiento de la política occidental hacia la izquierda. Señaló la
solidez ideológica del socialismo comunista y predijo sus triunfos. Consideraba que el
radicalismo y el liberalismo eran dos ramas del mismo árbol, con una raíz común; y advirtió
contra la debilidad de una posición conservadora basada solamente en un cauteloso interés
propio.
En este libro ´revolución´ no significa una toma del poder sino, más bien, una revuelta contra
el cielo. El título de Groen podría ser fácilmente traducido como “apostasía y secularismo”
porque su tema es el abandono del cristiano por la civilización occidental y el abandono de sus
raíces cristianas con la declaración de que los asuntos públicos son neutrales, sujetos solamente
a la decisión humana, de que la predicación de la Revelación divina puede ser útil para la
salvación personal de uno pero es irrelevante para la vida comunitaria de la humanidad.
Predicar esta cosmovisión, dice este libro, es cometer Revolución.
El secularismo fue entronizado. Ubicar toda la cultura sobre una base manifiestamente secular
constituye una revolución de alcance colosal, imitada por doquier y en su esencia nunca
repudiada. En un análisis cuidadoso, paso a paso, Groen arguye que esta revolución está
destinada a acarrear enormes desastres en su despertar. La ley divina es proscrita de la vida
pública. La razón humana, no la revelación divina, ahora regula las leyes y las costumbres y
las somete a todas a la experimentación y regimentación que la mente humana, abandonada a
sí misma, es capaz de concebir. Lo que el mundo necesita es retornar a Dios y escuchar su voz
en la Escritura y la Creación.
Predice futuros levantamientos y predice la deriva de la política hacia la izquierda. Apunta a la
consistencia ideológica del socialismo colectivista y anticipa sus triunfos. Presenta el
liberalismo secular como una estación de paso hacia una sociedad atea administrada por un
estado burocrático con tendencias totalitarias. Predice que bajo la influencia de la revolución la
norma guía de las relaciones internacionales puede fácilmente convertirse a una política del
poder basada en la conveniencia y el desnudo interés propio. Consecuentemente, Groen van
Prinsterer pasó su vida haciendo un mapa del nuevo curso para la vida pública a lo largo de lo
que llamó líneas o principios históricos cristianos y antirrevolucionarios. Predicó y practicó la
acción política inspirada y guiada por premisas cristianas. Respetó las tareas respectivas, bajo
Dios, de la iglesia y el estado, pero propugnó su cooperación, no su separación.
Sin embargo, ya para 1828 Groen había recibido la influencia del gran poeta Willem Bilderdijk.
Monarquista convencido, fue fundador de un movimiento espiritual denominado Het Réveil
(El Avivamiento), el cual intentaba dar una respuesta cristiana a los ideales de la Revolución
Francesa.
Sin embargo, lo que realmente provoco un cambio radical en su forma de pensar fue la
Escritura, a través de su esposa, Betsy van der Hoop, y de predicadores como J.H. Merle d
´Aubigné y Willem de Clercq.
Ongeloof en revolutie, publicado en 1847, es el resultado de quince conferencias dictadas por
el autor entre 1845 y 1846. La tesis principal del libro es que los movimientos revolucionarios
que azotaron Europa desde los fines del siglo XVIII, particularmente la revolución francesa,
son fruto de la incredulidad.
En seguida introduce los términos ´Revolución´ e ´idea revolucionarias´ para referirse a esas
ideas conformadoras del Zeit geist de su época. Por ´Revolución´ Groen no entiende cualquier
asonada conducente al derrocamiento de un gobierno, sino “más bien ese total trastocamiento
del espíritu general y del modo de pensar que ahora es manifiesto en toda la cristiandad”. Por
lo que concierne a su uso del término ´idea revolucionaria´, nos aclara que cuando habla de
idea revolucionaria se refiere a “los axiomas básicos de libertad e igualdad, de soberanía
popular y contrato social, y a la reconstrucción artificial de la sociedad por el consentimiento
común”. La tesis de Groen es que estas ideas, las cuales habían causado innumerables
calamidades en los países en que se habían instaurado, surgieron precisamente del rechazo del
Evangelio.
El método de Groen consiste en mostrar, primero, mediante una deducción lógica, las
consecuencias prácticas de los principios políticos de la incredulidad (la Revolución) si se les
dejara operar libremente. Y en segundo lugar en mostrar, mediante el análisis de los hechos
históricos particularmente de la Revolución Francesa, que de hecho esa revolución tuvo tales
consecuencias prácticas, excepto cuando fuerzas opuestas la obligaron a detenerse o
moderarse.
La propuesta de Groen a los cristianos (que se puede extender a los judíos) es repudiar
enteramente las ideas revolucionarias para ubicarse en una posición política que parta de
admitir la autoridad de la ley de Dios en la arena política como auténtico cimiento de la justicia
pública. Ésta es la base de lo que Groen llama `ideas antirrevolucionarias`.
“la Escritura contiene los cimientos de la justicia, la moral, la libertad y la autoridad para los
individuos así como para las naciones y gobiernos”.
Otra pregunta diferente, es si toda república en sus comienzos fue el resultado de un contrato
social.
Siguiendo a Vázquez de Menchaco y Covarrubias, Altusio afirma que la soberanía (maiestas)
de la república (aunque esté gobernada por un monarca) reside en el pueblo, el cual, mediante
un pacto, concede a un magistrado o grupo de ellos el mandato de administrar y mandar
conforme a determinadas leyes. Si el magistrado viola el pacto y se convierte en tirano, el
pueblo puede revocarle el mandato e incluso matarlo.
Ahora bien, esta tesis se opone la tesis cristiana contraria: no puede haber ningún pacto entre
el pueblo y el gobernante si antes no hay una ley que los gobierne a todos y esta ley debe ser la
ley divina (al menos para los judíos y cristianos), las tablas de la ley. La oposición de Groen al
contrato social podría fundamentarse en un argumento de este tipo, pues hemos visto ya que
los principios antirrevolucionarios de Groen nos remiten a la obediencia de la ley divina.
En otras palabras, para Cicerón, la existencia de principios constitucionales es una condición
previa y necesaria para la constitución de una república. Para Altusio, la república o estado,
cuando surge mediante un pacto, no es mediante un pacto de individuos libres de toda ley,
sino mediante la confederación de provincias o ciudades unidas por la sumisión a una misma
ley.
Más bien significa que el poder político se instruye para el bien del pueblo (Vázquez), el cual
se mide mediante el rasero de la ley divina.
Groen muestra que las cosas no fueron así al principio y que en realidad nunca existió ningún
evento histórico real que pudiera ser visto como la realización de un contrato social.
Pero el interés de Groen no es defender la monarquía como organización del estado, sino
contrastar las moderadas monarquías europeas del antiguo régimen con el totalitarismo de las
modernas monarquías emanadas de la Revolución.
En la medida que un gobierno estatal promulga y pone en vigor leyes justas de este tipo (leyes
positivas que interpreten correctamente, en su circunstancia histórica, la ley divina), en esa
medida el gobierno posee legitimidad. Un señorío patrimonialista que establece vías públicas
y derechos legales justos para todos los seres humanos que habiten o transiten por su territorio
pueden tener legitimidad si ponen en vigor dichas leyes sin excepción. La legitimidad de un
gobernante no dependía de que hubiera recibido la soberanía mediante una asamblea popular,
sino de la medida en que obedecía la ley divina.
Después de revisar cuidadosamente los supuestos abusos cometidos durante el antiguo
régimen (en la Conferencia V), Groen concluye que no pudieron ser y realmente no fueron la
causa de la Revolución. Esta nació, nos dice “de una doctrina, de una teoría filosófica de la
libertad”.
La revolución no surge de los abusos sino de una doctrina errónea.
La reconstrucción de la sociedad por el “consentimiento común”, o más bien por el contrato
social, desemboca en el tema de la ley constitucional.
Los principios básicos de las constituciones naturales europeas – que Groen considera como
principios antirrevolucionarios – se refería a la esencia, origen, forma y límite del estado. La
esencia de la autoridad era la soberanía. El origen del estado no era concebido como la
realización de un contrato social sino como “una institución divina, inseparable de la
naturaleza y las necesidades de la humanidad caída”. En contra de la históricamente falsa
teoría del contrato social, se sabía que las formas de gobierno
Habían evolucionado a través del tiempo desde la autoridad patriarcal, hasta llegar a las monarquías o
repúblicas. En el primer caso un rey es el centro y alma del gobierno; en el segundo, la asociación termina creando
una república, en la cual la soberanía pertenece a aquella comunidad por cuya aprobación se confió la
administración a una magistratura elegida.
Después de repudiar la deformación que algunos déspotas hicieran del principio del origen
divino de la autoridad, Groen explica su verdadero significado. Romanos 13:1 afirma que “no
hay autoridad de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas”. Esto no se
refiere tan solo a las acciones de la divina providencia en general ni quiere decir que Dios
permite o tolera a las autoridades:
Lo cierto es que los poderes que existen no sólo son tolerados, sino que han sido instituidos, santificados y
determinados por Dios. Éste es el único sentido admisible de las palabras: han sido establecidas.
Esta doble relación, vertical y horizontal. El poder supremo (cualquier poder) es un don de Dios que debe ser
empleado en su servicio, para el bien de todos y la gloria de Dios.
La doctrina del origen divino de la autoridad no es una patente de corso para el abuso de
autoridad, sino mas bien el único fundamento que impone límites estrictos e impasibles a los
gobernantes.
Si el estado le pide su cooperación, debe dársela. La iglesia debe esforzarse por conseguir autoridad e influencia
para el Evangelio, a fin de que los mandamientos divinos sean obedecidos. Éstas son las bases para la unión de
estado e iglesia.
Groen parece defender en cierto modo el sistema patrimonialista, pero finalmente se alineó
con toda claridad a la visión de los salmantinos y Altusio, de que todo estado es por esencia
republicano.
Francia se convirtió sin duda en el ejemplo a seguir por todos aquellos que habían abrazado el
ideal humanista de la personalidad autónoma y libre. Entre éstos se encontraban los
libertadores de América: Simón Bolívar, Miguel Hidalgo y Costilla, Bernardo O´Higgins, el
Mariscal Antonia José de Sucre, José de San Martín, Jorge Washington y Tomás Jefferson
(aunque estos dos últimos atemperados por el impacto del puritanismo). Todos ellos
abrazaron las ideas revolucionarias y, así como el calvinismo había sido el pendón de los
neerlandeses en su guerra de independencia contra España, las ideas revolucionarias se
convirtieron en el pendón de los libertadores hispanoamericanos.
La revolución sigue teniendo una gran influencia en Hispanoamérica. La gran desigualdad
social heredada del periodo colonial, la pobreza de grandes cantidades de habitantes de esta
región, han sido un caldo de cultivo favorable a su penetración y difusión. Está claro que para
contrarrestar la revolución se requiere que los partidos cristianos abanderen con una clara
visión filosófica política la lucha por la libertad, la igualdad, la justicia y la prosperidad para
todos.
Los acontecimientos que han venido sucediéndose, desde el surgimiento de las ideas
revolucionarias, radica en el desarrollo natural de estos desastrosos conceptos.
Por lo tanto, todo apunta a una causa general, a la cual se subordinan las formas políticas, las
circunstancias, el carácter de la nación y los grandes personajes.
Cuando hablo de revolución no me refiero a los acontecimientos por los cuales un gobierno es
derrocado, ni tampoco apunto solamente al huracán de trastornos que se ensaño con Francia.
Por Revolución quiero significar más bien ese total trastocamiento del espíritu general y del
modo de pensar que ahora es manifiesto en toda la cristiandad.
Cuando hablo de ideas revolucionarias me refiero a los axiomas básicos de libertad e igualdad,
de soberanía popular y contrato social, y a la reconstrucción artificial de la sociedad por el
consentimiento común. Todas estas ideas hoy se veneran como la piedra angular de la ley
constitucional y el orden político.
La aplicación consistente y estricta de la doctrina revolucionaria empujará a los hombres a los
absurdos más excesivos y a las más groseras atrocidades.
No podremos combatir las consecuencias de las ideas revolucionarias exitosamente, a menos
que evitemos su influencia con base en principios antirrevolucionarios.
Por supuesto que me doy cuenta de que sólo hay una cosa que todos necesitamos. Es como
pecadores que buscamos ser salvados y no como estadistas o eruditos. Hay un solo camino y
una sola verdad. Encuentro descanso y paz para mi alma en la buena nueva de que por la libre
gracia de Dios hay perdón y salvación en el sacrificio expiatorio de nuestro Salvador para
todos aquellos que creen.
No obstante, asirse de la verdad también implica cumplir con los deberes impuestos por el
rango y ocupación que uno tenga.
Se equivoca el cristiano si cree que por tener la guía de la Escritura puede prescindir del
estudio. Para que este capacitado para trabajar diligente y conscientemente en su oficio, el
cristiano también necesita conocimiento preciso de todo aquello que pertenece a su área de
trabajo.
El deber que tiene el cristiano de estar familiarizado con el terreno político se hace más
evidente cuando uno considera el alcance y tenor constitucional revolucionaria.
Lo que debemos hacer más bien es estudiar deliberadamente las ideas que los guían en su
trabajo, para poder advertirles sobre sus consecuencias, luchar con las armas de luz y
guardarnos sin mancha del mundo.
Hasta donde hayamos puesto nuestra confianza en Cristo, continuemos pensando qué se nos
requiere como cristianos. El estado de ánimo que hoy prevalece en la política es uno de
incertidumbre, duda, pesimismo, apatía, indiferencia y resignación. Tampoco le está permitido
al cristiano descuidar la defensa de la justicia y la verdad sólo porque sus intereses personales
no son amenazados. Miremos a Aquel que nos da la sabiduría y la fuerza, no perdamos de
vista la abundancia de los beneficios de Dios y recordemos siempre nuestra gran
responsabilidad.
Así como las teorías revolucionarias se oponen a la Biblia, también se dirigen contra la historia.
Numerosas investigaciones han probado concluyentemente que, lejos de apoyar a las máximas
revolucionarias, la historia del mundo no es más que una refutación ininterrumpida de ellas.
Cuán cierto es aquello de que “el espíritu de la época debe ser juzgado por el espíritu de las
épocas o edades”.
Todo aquello que nos lleva a un genuino conocimiento de la Escritura y de la historia es
antirrevolucionario por naturaleza y sirve como un antídoto para neutralizar esta bebida
ponzoñosa.
Los primeros siglos de la era cristiana fueron más ricos en confusión política que en teoría
política. Sobre los períodos que vinieron después, antes que irrumpiera la tormenta
revolucionaria, bastará que hagamos dos observaciones.
En primer lugar, ningún pensador de renombre adoptó ideas revolucionarias. Si a todos ellos
se les hubiera dicho que la investigación imparcial sólo se puede llevar a cabo si la creencia
cristiana se pone de lado, habrían respondido “dice el necio en su corazón: no hay Dios”.
En segundo lugar, las mentes más dotadas de todo el mundo hacen evidentemente que las
teorías que el siglo XVIII ha considerado como la misma perfección política fueron
desconocidas hasta ese entonces.
Los principios básicos que subyacen bajo las constituciones anteriores son más bien sencillos
(son las ideas equivocadas las que han hecho la ciencia política algo engorroso).
La esencia del estado, esto es, su soberanía, se definía en términos de independencia de poder
y autoridad.
En cuanto a las diversas formas de gobierno, se sabía que habían evolucionado a través del
tiempo desde la autoridad patriarcal, a través del poder y dominio conseguido por conquistas
militares, la expansión de los terratenientes o el reconocimiento de la justicia y la sabiduría,
hasta llegar a las monarquías o repúblicas.
Finalmente, respecto a los límites de autoridad, se creía que cada uno estaba limitado a su
esfera de competencia. Nuestros padres no conocieron mejor salvaguarda que recordarse unos
a otros la ley divina de justicia y amor, la cual otorga derechos adquiridos y libertades
inviolables.
Estas fueron, entonces, algunas de las máximas de la sabiduría teórica y práctica que una vez
fueron impresas en la conciencia del cristianismo. Ésta fue la ley constitucional, tan claramente
fundada en los simples pronunciamientos de la Naturaleza y la revelación, que la revolución
increpó amargamente y atacó con vehemencia. Quiero, pues, ahora dar una lista de las
principales objeciones, para después discutirlas.
1. Se le dio mucha atención a derechos históricos dudosos en detrimento de los principios
generales de justicia.
2. Poca atención se le dio a la regla: no debe haber un estado dentro del estado. Esto
produjo que muchas luchas internas frustraran un fuerte y unificado poder político.
3. El origen divino de la autoridad sirvió como pretexto para dar apoyo al despotismo.
4. La unión forzada de la Iglesia y el estado confundía cosas que son desiguales, trayendo
muy malos resultados.
¡Ningún estado dentro del estado! Esta es una sabia advertencia, si quiere decir que en un
reino o estado bien ordenado nadie posee completa independencia, que todo habitante es un
subordinado a las autoridades, en todo aquello que caiga bajo la jurisdicción del estado. Pero
la advertencia se transforma en un peligroso dogma si los hombres la usan para demandar
pasividad en lugar de subordinación, para confundir la autonomía con la independencia, para
considerar la libre actividad como rebelión, a fin de sujetar todo lo que está dentro de la esfera
del estado a la voluntad arbitraria del estado, o para oponerse por principio a cualquier
autogobierno de personas o corporaciones privadas a fin de, bajo la apariencia de mantener la
ley y el orden, destruir toda autodeterminación y todas las genuinas libertades. Nuestros
antepasados creyeron y actuaron de otra forma. Creían que la prosperidad general era
inseparable del libre desarrollo de los órdenes, de los estamentos que componen el estado, y
cuyos derechos se tuvieron como sagrados hasta que vino la Revolución, la cual los consideró
un escándalo.
Detrás de este reproche se puede ver la tendencia a la centralización. La centralización siempre
empieza por destruir los derechos de provincias y municipalidades. No hay lugar aquí para
autonomía e independencia dentro de su propia esfera.
3. La creencia en el origen divino de la autoridad apoyó al despotismo.
Aún hoy en día casi universalmente se denuncia el derecho divino de gobierno como una
antigua y errónea concepción que viene de la Edad Media, como el producto absurdo de la
astucia de los reyes y de los intereses de los sacerdotes, como un tejido de injusticia atado a
una multitud de falacias y tonteras. Pero nada de esto impedirá afirmar la excelencia de tan
atacada doctrina. Quiero llamar su atención a: (a) la deformación, (b) el significado, y (c) las
consecuencias de esta doctrina, que más que ninguna otra verdad merece el nombre de
principio, en tanto que el temor de Dios es el principio de todo conocimiento.
a. Su deformación.
Se nos dice que no hay nada más necio y estúpido que dar al hombre el homenaje que le
pertenece a Dios. Cuán necio es exaltar a los reyes a la categoría de seres sobrenaturales que
llevan en sí la indeleble marca de la santidad. Se nos dice que es tonto fijarnos en la teocracia
judía (cosa excepcional en la Escritura misma) para encontrar en ella el modelo del estado…
¡Ay de nosotros si tramásemos todo esto de lo que se nos acusa! Por supuesto que no pongo en
duda el hecho de que la historia nos provee con abundantes ejemplos de todos los abusos
recién mencionados. Lo que sí niego es que, para defender esta doctrina, sea necesario
defender también tantas deformaciones de ella. Nosotros jamás hemos identificado la
voluntad de ningún soberano con la voluntad de Dios. Más bien estamos convencidos de que
la subordinación de gobernantes y súbditos al poder supremo sobre la tierra es restricción
suficiente, lo cual provee de la mejor garantía para que ambos guarden sus mutuas
obligaciones.
Conferencia IV
FORMAS HISTÓRICAS DE GOBIERNO
Como ya vimos, la ley constitucional europea descansaba en el desarrollo histórico, la vida
orgánica, la soberanía de Dios y la obediencia a su ley. Cabe, entonces, preguntarse: ¿eran las
formas de gobierno tan malas que requerían una revolución a fin de cambiar no los principios
básicos, sino los arreglos constitucionales?
Para muchos esta ya es una pregunta a la que se le dio una respuesta definitiva. Dicen que el
poder gubernamental era despótico, que el derecho divino apoyaba una forma autocrática de
gobierno en la que no existía una libertad que no fuese algunos privilegios para el clero y la
nobleza. Las constituciones estaban llenas de medidas arbitrarias, de tal manera que la fuerza
y la violencia se vestían así del ropaje santificado de la impiedad.
En esencia, los estados europeos eran monarquías moderadas. Monarquías de hecho, no
de nombre. ¿Pero qué es una monarquía? Veamos las diferentes formas de gobierno que
pueden existir. Existe la bien conocida diferencia entre monarquías, aristocracias y
democracias, y entre formas mixtas y puras de gobierno. Pero básicamente existen dos:
principado o comunidad, gobierno de una persona o de una asociación, monarquía o
república. En una república es la comunidad la que tiene la autoridad suprema; en una
monarquía es el príncipe. El rasgo determinante es la posesión de autoridad.
¿Pero sobre qué base podemos llamar monarquía moderada a una autocracia absoluta e
incontrolable? Sobre la base de que le príncipe, que en la esfera de sus derechos es supremo,
nada puede hacer contra los derechos de otros. Estaba restringido por los derechos de los
estamentos. Entendemos el término ‘estamento’ como todo aquello que es independiente del
rey. El solo hecho de su existencia separada limitaba al rey: la justicia y la moralidad dictan
que el príncipe debe respetar y proteger todos los derechos, fomentar todas las iniciativas
privadas y no obstaculizar el crecimiento y desarrollo de cosas por las que la sociedad, desde
sus elementos más simples, se cristaliza en una diversidad llena de formas y contornos. Todo
hombre libre, todo propietario de tierras, todo clérigo, todo noble debe ser respetado por sus
propios méritos.
Está probado que lo que causó la Revolución no fueron defectos en las formas europeas de
gobierno. Bajo la acción del tiempo y las circunstancias, se han convertido en la marca del ideal
formado por la sabiduría política de una edad anterior. Los rasgos básicos de estas
constituciones son la condenación misma, no sólo de una Revolución como la que ocurrió, sino
de toda revolución. No se necesitaba de ninguna revolución, ya que se podía haber hecho una
reforma.
Lo que sostengo es que si se hubiesen buscado sus rasgos básicos en su origen histórico se
podrían haber hecho muchas mejoras. Pero no fue así, si no que preferimos un estado
revolucionario en lugar de uno histórico, preferimos el estado bátavo a la república holandesa.
CONFERENCIA V
ABUSOS
No se puede afirmar de la Revolución se produjera a causa de principios equivocados o de
formas defectuosas. Pero ahora nos toca tratar los abusos. ¿Podemos decir que quizá las
instrucciones políticas degeneraron a tal grado que el estado era como un cuerpo tan enfermo
en sus partes vitales todo intento de curación debía forzosamente derivar en la Revolución? Es
necesario empezar con algunas observaciones preliminares.
Primero, lo correcto es que consideremos aquí sólo aquellos abusos que se entrelazan con las
instituciones políticas. Mientras más nos acercamos al periodo de la Revolución, más grande
encontramos que fue la decadencia moral. Tanto la maldad del gobernante como la pueblo
habían llegado a su colmo, estando maduros para los juicios de Dios. Segundo, excluiremos de
la discusión toda representación deshonesta de estos abusos políticos. Para nada se han tenido
en cuenta las bendiciones que trajo el cristianismo, aún en una condición corrupta, ni los
servicios hechos por el clero y la nobleza, ni las buenas obras de los reyes. Tercero, no niego
que entre las causas secundarias de la Revolución estuvieran los abusos que se hicieron.
Admito plenamente la influencia que cada abuso ejerciera entremezclándose con las
disposiciones políticas. Pero estoy convencido que sus efectos negativos fueron nada más que
meras causas secundarias, cuando se les compara con el efecto de las ideas revolucionarias.
La gente ha estado errada acerca de la existencia, la magnitud y la gravedad de estos abusos.
Hablemos primero sobre su existencia. La gente se equivocó mucho en este respecto, al no
comprender el origen y extensión de los derechos otorgados por la constitución. Habiéndose
malentendido su origen, se confundieron los derechos con abusos.
También ser malentendido la extensión de estos derechos y privilegios. Se presentan los
derechos como si hubiesen sido ilimitados, cuando en realidad sí había límites. Desde el
resurgimiento del poder regio y las ciudades, el poder y voluntad de la nobleza y del clero
fueron cualquier cosa, menos ilimitados.
En segundo lugar, preguntémonos si la gente no habrá sobredimensionado la magnitud de los
abusos existentes. Muchas cosas que antes causaban escándalo han disminuido en extensión y
fuerza. La nobleza ya no es tan rica y prestigiosa, el clero ya no impone su voluntad sobre el
príncipe y el pueblo. Pocas son las obligaciones que quedan de la condición de servidumbre.
Quizá algunos de los particulares tratados hasta ahora los han convencido de que la
evaluación de las injusticias políticas está sujeta a un buen número de objeciones. Pero coro
que todavía puedo dar otro paso más, pues aun cuando el número e importancia de los abusos
fuese mucho más grande de lo que nos parecen, todavía podríamos probar que no fueron ellos
en manera alguna los que produjeron la Revolución. Dejadme hacer cuatro observaciones al
respecto.
Primero, concluir de la condición de Francia la necesidad de la Revolución es seguir una línea
de razonamiento que se podría aplicar a casi cada época anterior de la historia.
Segundo, la historia nos enseña que las naciones muchas veces encontraron en un estado de
cosas que era mucho peor que el que Francia se supone que tuvo y, sin embargo, no trataron
de resolver sus problemas mediante la Revolución. Es así que el sufrimiento del pueblo francés
no explica por sí solo la Revolución.
Tercero, la Revolución no fue pesada por los que se supone que eran oprimidos. En los países
bajos la Revolución fue echada andar por los regentes en contra de los estatúder; en Francia
por los estamentos privilegiados en contra del rey. Se requirió de tiempo, esfuerzo, confusión e
inquietud para imponer en la gente un sentimiento de miseria, deseos de cambio y Revolución.
Cuarto, cuando tomamos nota de que el fin y naturaleza de la Revolución no era sólo cambiar
la forma de gobierno o terminar con los abusos, sino transformar toda la sociedad (tratándose
de una Revolución social, no política), entonces que él aclaró que los abusos, si bien suficientes
quizás para producir una Revolución, con todo no fueron los que provocaron una Revolución
de ese tipo.
Una observación final sobre el argumento que deriva de la Revolución estrictamente de causas
políticas. Un autor anónimo e inteligente argumenta que la Revolución fue el resultado del
decaimiento de los estamentos privilegiados.
Pasemos a los abusos. Uno podría ser una larga lista de las violaciones cometidas por príncipes
ambiciosos en contra de estos principios elementales de la ley. Con todo, a la larga los
principios triunfaron por sobre los abusos. Se pudo evitar la hegemonía de uno solo poder o la
destrucción de hasta la nación más pequeña. Una y otra vez se desbarataron las frecuentes
campañas de dominación.
Aquí termina la parte negativa de mi argumentación. Ni los principios del antiguo régimen, ni
las formas de gobierno, ni tampoco los abusos son los responsables de la Revolución. Los
principios no fueron otra cosa que las leyes inmutables que el Hacedor y Sostenedor de todas
las cosas prescribe para sus criaturas y súbditos. Los abusos tampoco fueron lo
suficientemente numerosos o extendidos como para producir la Revolución. Ahora bien, un
efecto sin causa es un absurdo, pero lo mismo es tratar de achacarle a una causa un efecto
totalmente desproporcionado. La raíz del cáncer revolucionario deberá buscarse en niveles
mucho más profundos que la superficie política. Pero una revolución no es la Revolución. Para
que esta Revolución ocurriera se necesitaba mucho más que abusos, no importa cuán grandes
o numerosos. Una Revolución que muestra huellas de desarrollo teórico en cada página de su
historia debió tener ante todo un origen teorético.
CONFERENCIA VI
Los protestantes, calvinistas incluidos, no se liberaron de la tiranía papal solo para arrodillarse
frente a la cambiante opinión de la mayoría, sino para vivir según las Escrituras, bajo la
autoridad de Aquel que, estando presente por su palabra y Espíritu, es la única Cabeza y Rey
de su Iglesia.
CONFERENCIA VII
LA REFORMA
¿Qué conexión hay, si la hubo, entre la Revolución y la Reforma? Muchos han afirmado que la
causa de la Revolución de nuestro tiempo radica en la Reforma Protestante del siglo XVI.
Esta tesis ha sido defendida por católicos romanos tan conocidos por su erudición como
Bonald, Maistre y Lamennais. Al igual que nosotros, ellos explican la Revolución como la
propagación de la incredulidad a lo largo de Europa.
¿Pero quienes tienen la culpa de esta incredulidad, según ellos? La Reforma. ¿Y por qué?
Porque supuestamente ella rechazó toda autoridad poniendo en su lugar la soberanía de la
razón humana como la principal.
Los liberales, a diferencia de nosotros, ellos consideran que los efectos de la Revolución fueron
saludables, de tal forma que les gustaría que su espíritu se aplicase extendiese a más y más
áreas de la vida, siempre y cuando esto se haga ordenadamente.
Al ligar la Revolución a la Reforma, ambos partidos presuponen que la Reforma se basó en el
rechazo de la autoridad y en la libertad de pensamiento.
1. El principio de la Reforma.
El principio de la Reforma, esto es, su premisa básica o su punto de partida. ¿Era este la
libertad? Con toda seguridad que no. La Reforma quiere verse libre de las tradiciones toda vez
que vayan en contra de la Biblia; libre de mandamientos humanos toda vez que se encuentren
en conflicto con los mandamientos divinos. La Reforma buscar la investigación en oración de
la Escritura, no con el fin de que la Revelación ceda frente la razón, sino para que las
presuntuosas mentes humanas se inclinen a la luz más sublime de la Revelación. La Reforma
demanda libertad, no para fijar leyes a reyes y magistrados o para buscar privilegios
personales o para usarla como excusa para la maldad, sino libertad para ser siervos de Dios,
para adorar ley confesarle como Señor.
Los principios de fe y obediencia los podemos encontrar inequívocamente expresados en los
escritos de los reformadores y en las confesiones de las iglesias evangélicas.
2. La doctrina de la Reforma.
Pero alguien podría preguntar si entonces se trata de la doctrina de la Reforma. ¿Las
enseñanzas de la Biblia tienden a convertir a los hombres en revolucionarios?
Una doctrina que habla de la total depravación del hombre es poco adecuada para fomentar la
exaltación personal. Una doctrina que pone sus ojos en aquel que vino a serviría dar su vida
como rescate por muchos no constituye un incentivo para rivalizar por independencia y
dominio. El contenido completo de las enseñanzas de la Biblia, cuya profesión y práctica
produjo la sangre de los mártires de la Reforma, producen repugnancia a todo aquello que se
asemeje a la incredulidad y la desobediencia.
3. El impacto de la Reforma.
Examinemos ahora el impacto que hubieron el principio y enseñanzas de la Reforma.
La Reforma fue el Avivamiento de la verdad cristiana mediante un derramamiento del
Espíritu Santo como nunca lo hubo desde el tiempo de los apóstoles. A todos los que sospecha
que la Reforma de revolucionaria, les contesto: fue la Reforma la que frenó la incredulidad de
revolucionaria del siglo xvi. La incredulidad de revolucionaria sólo tomó ventaja cuando el
espíritu de la Reforma languideció en el siglo xviii.
Hacia 1648 Europa había alcanzado un nivel de prosperidad, orden y civilización sin
precedentes. Ese fue el bendito efecto de la Reforma. Gracias a la Reforma se desarrolló una
constitución como la de gran Bretaña y se moderó el yugo de la aristocracia holandesa con la
moralidad cristiana, haciéndola así más llevadera. El principio fundamental de sumisión a
Dios apuntaló la tambaleante autoridad de los gobiernos, así como protegió la libertad de los
súbditos, de teniendo así el avance de las teorías republicanas y su levadura revolucionaria.
La erudición se volvía incredulidad una vez que no tuvo el contrapeso piadoso en Port Royal.
Sólo pudo sobrevivir la forma exterior de la religión, pero apoyada por la compulsión y la
persecución que procedía de una política calculadora. Una iglesia como ésta no tuvo poder
alguno contra el surgimiento de la incredulidad.
A los protestantes fue entregada la palabra de Dios ¿cómo preservaron tan preciosa herencia?
El Avivamiento les duró poco. Después de 40 años la Reforma llegó a su cénit y el
contraataque católico empezó la reconquista. Muchas naciones que habían sido iluminadas por
la luz de la Reforma fueron otra vez cubiertas por las tinieblas del papado.
Más que ningún otro país, Holanda fue elegida y apartada por la misericordia de Dios para ser
el centro del protestantismo. ¿Se debilitó el celo y el amor aquí en Holanda más lentamente
que en otros lugares? De que nuestros teólogos demostraron un caudal de erudición y que
nuestro pueblo, especialmente la clase media, evidenciaron un gratificante resto de piedad y
moralidad. Pero cuando se busca ese tipo de fe que es como la levadura que todo lo leuda, y sí
se pregunta si se podría haber esperado que la fe del pueblo ofreciese alguna real oposición a
la filosofía falsa, seductora y popular, entonces se ve que ocurrió lo contrario.
La Reforma no pudo jamás haber sido la causa de la Revolución, ya que surgió de un principio
auténtico: de la objetiva unidad de la fe más bien que de la diversidad de las opiniones
subjetivas. Surgió de la Revelación infalible y no de la supremacía de la razón; de la soberanía
de Dios y no de la soberanía del hombre. La reforma terminó con la monarquía de fines de la
edad media, preservando a Europa del dominio de la incredulidad. Fue la casi extinción total
de su influencia lo que preparó a Europa para la Revolución.
La predicación del evangelio es la levadura que hace que la historia del mundo sirva
para realizar los planes de Dios. Ese fue el secreto del poder de la Reforma. Su secreto no
radicaba en alguna profundidad filosófica, o científico-teológica, o en la apologética, sino en la
sencilla predicación del amor de Dios: arrepentidos y cree ver en el evangelio, cree en el Señor
Jesucristo y serás salvo tú y tu familia, su sangre nos limpia de todo pecado, el que cree en el
Hijo tiene vida eterna.
Estas verdades son las mismas verdades cuya negación produjo la Revolución. Una vez
muerta la fe, las formas muertas de la religión pasan a ser el escudo contra los dardos de fuego
del maligno. La Europa cristiana se descristianizó. El reino de la incredulidad había arribado.
La Revolución era inevitable. Ya que, una vez admitido el principio de la incredulidad, este
nos lleva de consecuencia en consecuencia en el siempre descendente camino hacia la ruina.
Una vez que la soga que nos ata al cielo se corta, nada puede parar la violenta caída al abismo.
CONFERENCIA VIII
LA INCREDULIDAD.
La causa de la Revolución está en la incredulidad. La Revolución, tanto en sus diferentes
escuelas como en sus sucesivas manifestaciones históricas, es solamente la consecuencia,
aplicación y desarrollo de la incredulidad. Fue la teoría y práctica del siglo xviii. Una vez que
la incredulidad tomó el poder, tenían que ocurrir toda una serie de falacias y atrocidades.
Para convencerse de que en este sentido la revolución era inevitable, sólo basta echarle una
mirada a la condición de Europa en el siglo precedente. Se desfiguraron los principios de la ley
constitucional: se confundió la autoridad con el absolutismo y la libertad con el libertinaje. Las
constituciones fueron degradadas, la moral se corrompió y la religión, para una gran cantidad
de personas, vino a ser un formalismo hipócrita, supersticioso o muerto.
El verdadero poder formativo a lo largo de toda la era revolucionaria, hasta nuestros días, ha
sido el ateísmo, la impiedad, la vida sin Dios. Es esta característica vital la que dio a la
Revolución su estigma tan peculiar, tanto en doctrina como en aplicación práctica. La
naturaleza incrédula de la Revolución hace que se pueda predecir su historia. A la inversa, los
hechos de la historia delatan a su vez su origen incrédulo.
Pongamos, pues, frente a nosotros, al siglo xviii para evaluarlo. Es obvio que el siglo xviii tiene
que haber tenido muchas cosas que fueron en parte buenas porque ninguna época, no importa
cuán bajo pudiera creer, está del todo destituida de algún valor o talento.
Por otra parte, siete siglos de equipo cuál escoger sus principios, saliéndose así del camino de
la reforma para tomar el de la revolución, todavía existe algo que lo excusará ¿Qué fue del
fervor y la calidez de la persuasión evangélica, que tantos frutos diera anteriormente en sus
obras de fe? En lugar de esto, lo que encontramos es el espectáculo de una superstición
estrecha o hipocresía intolerable o bien a una afición a la tradición y a meros artículos de
doctrina.
Ahora debo afirmar, en cambio, que su principio básico lo encuentro falso, de falsedad
absoluta. El principio es este: la soberanía del hombre, independiente de la soberanía de Dios.
Al desarraigarse el sólido terreno de los principios eternos, el ser humano empezó a deslizarse
sin apoyo alguno dentro de los cielos de la especulación. Al no querer depender de los
principios eternos, los pensadores de la Ilustración confundieron la libertad de la mente con la
independencia de la mente –una distinción que la filosofía no puede ignorar.
Para poder ponderar el peso real de la fatal influencia de este siglo, debemos tener presente
que lo que hizo fue convertir lo bueno en malo. Me refiero a su programa a favor de la justicia,
la libertad, la tolerancia, la humanidad y la moralidad. Al principio esta era se vistió con estas
ideas, así como Satanás se puede disfrazar de ángel de luz. Estas ideas no fueron cultivadas en
su propia parcela, sino en terreno cristiano. Las ideas de libertad, tolerancia, etc. Fueron
destruidas, quedando como meras palabras. La injusticia suplantó a la justicia, la coacción a la
libertad, la persecución a la tolerancia, la barbarie la humanidad y la decadencia a la
moralidad.
El siglo xviii ha demostrado cuanto, que la ves cuán poco, puede el ingenio humano lograr
cuando se le deja con sus propios recursos. Ha demostrado que la ruina puede llegar en el
carro del progreso aparente. Por contraste confirmó la promesa de que esas cosas vienen por
añadidura para aquellos que buscan primeramente el reino de Dios y su justicia.
Por último, ¿qué implicación tiene nuestra forma de ver la época para nuestro deber de hoy?
No podremos rescatar el futuro simplemente modificando, moderando o regulando principios
que en esencia son venenosos. Tampoco podemos ser indolentes o resignarnos. Todo lo
contrario, debemos luchar por la suprema verdad, cuya aceptación es el requisito absoluto
para arribar al único camino que lleva a la felicidad de los pueblos. Para ello debemos extirpar
del mal y utilizar el bien que nuestros Padres nos legaron como herencia precaria y preciosa.
La Revolución en su totalidad nos otra cosa que resultado lógico de una incredulidad
sistemática, la obra de la apostasía respecto del evangelio. Mi argumento tiene que ver con la
religión y con la política.
Lamennais tenía razón cuando observaba que, debido a que la religión y la sociedad tienen un
mismo origen en Dios y un mismo fin de en el hombre, un error fundamental en la religión es
también un error fundamental en la política.
CONFERENCIA IX
LA INCREDULIDAD II
Ya vimos a qué conclusiones llegan los hombres una vez aceptado el falso principio: la
supremacía de la razón culmina en el ateísmo y en el materialismo. Un desarrollo similar se
puede rastrear en el área de la teoría política. La libertad de revolucionaria, o, como dicen, la
soberanía de la voluntad humana, se destruye a sí misma en las profundidades del
radicalismo.
Libertad de pensamiento, pero también de conducta. Supremacía del intelecto, pero también
de la voluntad. Si la razón no está corrompida, tampoco lo está la voluntad. El hombre es en sí
mismo bueno pero, ¿de dónde viene el mal? El hombre por sí mismo está inclinado a las
buenas obras y a obras de amor. Pero ¿de dónde proviene una sociedad perturbada y
consumida por miles de espadas manejadas por la pasión humana? La filosofía ha preparado
su respuesta. El origen del mal radica en las formas, en las instituciones. Obviamente que la
conclusión será que ese estado de cosas puede ser restaurado y perfeccionado simplemente
alterando las instituciones, derrumbando todo los impedimentos a la libertad, siguiendo las
inclinaciones y pasiones naturales del hombre.
Así como toda verdad está finalmente apoyada por la verdad que viene de Dios, así también la
fundación común de todo derecho y deber descansa en la soberanía de Dios. Cuando se niega
tal soberanía ¿qué ocurre con el fundamento de la autoridad, de la ley, de la relación sagrada y
debida en el estado, la sociedad de la familia? ¿qué sanción nos queda por distinguir rango y
condición en la vida? ¿qué razón puede haber para que yo obedezca y otro ordene, para que
unos ser rico y otro pobre? Todo esto se verá basado sólo en la costumbre, la rutina, el abuso,
la injusticia, la presión. Eliminad a Dios y ya no se podrá negar que todos los hombres son, en
el sentido revolucionario de las palabras, libres e iguales.
Pero veamos cómo se concibe la nueva formación del estado en la teoría revolucionaria.
¿Cómo se formará el estado? ¿Cómo uniremos a las personas libres e iguales? Sólo por
consentimiento mutuo. Si el concepto revolucionario de libertad e igualdad es parte del
fundamento mismo del edificio, la autoridad y la ley sólo puede ser algo convencional, y el
estado no puede tener otro origen, con excepción de la fuerza, que un contrato social.
Según Rousseau, ¿cuál es el comienzo de la sociedad? Este derecho no es un derecho
natural: está fundado sobre convenciones. ¿Qué naturaleza tiene el gobierno? Es republicano.
Por tanto, una república siempre y en todas partes. ¿Pero de qué tipo? Debe ser democrática.
¿Qué es la ley? Es la voluntad del pueblo. ¿es el poder de este estado la voluntad de
restringida del pueblo? De ninguna manera. ¿qué parte de sus derechos retuvo el ciudadano
individual con el contrato social? Ninguno, pues la esencia del contrato radica en la entrega
total de los derechos individuales. ¿Qué relación tiene el ciudadano con el estado?
Subordinación total. ¿Cuándo puede el estado requerir la vida de un ciudadano? Toda vez que
el estado juzgue su muerte como útil al estado.
No es posible concebir absolutismo más completo. La libertad del ciudadano consiste en su
entrega en alma y cuerpo al estado.
Hobbes argumentaba que el poder se traspasa al gobierno, Rousseau insiste en que el pueblo
lo retiene.
Porque ¿qué pasa con el magistrado civil? Cualquier oficio de gobierno no es más que un
mandato provisorio, sujeto a ser cancelado o modificado al gusto del pueblo. ¿Qué pasa con
las diversas formas de gobierno? El asunto pierde importancia, ya que cualquier distinción real
entre democracia, aristocracia o monarquía desaparece. Mientras que estas formas varían, es
siempre la misma soberanía popular la que manda, y que no reconoce autoridad
independiente sobre, junto o debajo de ella. ¿Qué tipo de sistema representativo podría haber
con base en estos principios? Grandes estados requerirán, por supuesto, el recurso de un
cuerpo legislativo de delegados populares. Pero en la realidad la representación es un absurdo;
otra forma de esclavitud. Toda ley que el pueblo en persona no ratifica es nula.
La obediencia a la ley de libertad. Concordamos con esta afirmación, si dicha ley descansa
sobre reconocimiento del legislador supremo, Dios, y sobre la sumisión a sus mandamientos.
Pero no estamos de acuerdo, si por la ley quiere decir la voluntad, la aprobación y parecer de
la mayoría.
Si la libertad significa obediencia incondicional a lo que a los hombres se les antoje, entonces la
libertad es una ficción.
La libertad es sumisión al estado. Esta definición solo difiere en forma, no en sustancia. Ni la
teoría ni la experiencia ha mostrado nunca que la verdadera libertad esté aquí. Sí está en el
cambio en el lema sirvere Deo vera libertas, “servir a Dios es la verdadera libertad”. ¿Cómo
podrá evitarse perder la libertad en un estado donde todo descansa sobre acuerdos sociales?
Existe una consecuencia final: la religión ¿Cuál será la política del estado revolucionario
tocante a la religión? Tolerar todas las religiones, mientras que el estado no tendría religión
alguna. Se respetará toda religión a condición, claro está, de que el estado orden de reverencia
a sus propios preceptos sobre política y moralidad, destruyendo toda religión que rehúse
inclinarse frente al ídolo. ¿Exigirá esto sobre una base religiosa? No, sino sólo sobre bases
políticas: toda doctrina que el estado juzgue inadecuada es antisocial e inmoral.
No hay argumento más fuerte contra la Revolución que el que demuestra que los falsamente
llamados ultras tienen razón, y que los denominados moderados no la tienen.
CONFERENCIA X
En primer lugar, tratara de liberarse de toda noción relacionada con lo divino. Una segunda
reacción apunta a la superstición y a la idolatría. Tal es el resultado final de la teoría de la
incredulidad en cuanto a la religión: la práctica de la religión, al ser contradicha por el corazón,
se disipa en el completo olvido de Dios o en las representaciones más absurdas de la deidad.
Ahora ¿cuáles son los resultados de la teoría de la libertad y la igualdad de cuando los
hombres tratan de ponerla en práctica?
No habrá una lucha entre revolucionarios y antirrevolucionarios, sino entre las diferentes
partes dentro del círculo revolucionario.
Dada la conexión de la religión y la moral con la política, el celo por destruir la autoridad será
acompañado por el ansia de destruir la fe. La revolución será animada, entonces, por un
espíritu del infierno cuando persiga a la religión y a la virtud.
Tras la fase del desarrollo vendrá una fase de reacción. El triunfo del movimiento no durara
para siempre.
¿Cuáles serán los rasgos distintivos del triunfo de la reacción? ¿Repudiara esta la doctrina
revolucionaria, para optar por la ley constitucional?
Donde se ignora el origen divino de la autoridad, no hay opciones intermedias entre los
extremos de la anarquía y de la esclavitud.
El gobierno de la reacción, para protegerse, no puede administrar con justicia. A medida que
aumenta la energía de su fuerza coercitiva, aumenta también la aversión, la amargura, el
rencor y el odio violento y mortal contra él. El soporte del opresor se quebrará.
Este será un cuarto periodo, una fase de nueva experimentación. Sin embargo, este juste
milieu, en que se ha confinado la lucha política, cuanto más sea posible, el ámbito de las
instituciones representativas, tiende hacia una oscilación perpetua, en la cual jamás se hallara
el equilibrio deseado.
De manera que se encamina hacia agitaciones que acabaran con la libertad o bien harán que se
derrumbe al tambaleante poder del gobierno. Mientras más violencia sean esas convulsiones,
con mas desesperación deseara el pueblo el fin de la constante inconstancia, esta vez incluso a
costa del ídolo teórico.
5. La quinta fase: resignación desesperanza
Así es la quinta fase; en ella dominan la desesperanza por la libertad y la indiferencia por la
justicia.
Cualquiera que sea el principio revolucionario que se adopte, uno puede esperar encontrar allí
las fases de preparación, desarrollo, reacción, experimentación renovada, y resignación
desesperanzada.
Todos los cambios y las transformaciones del principio revolucionario están unidos por un
hilo en común. Creo que el gran punto de semejanza se halla en la persistencia del despotismo
del estado revolucionario.
Es a partir de este punto que el estado se vuelve omnipotente. Cualquier otro derecho debe
rendirse y someterse a su derecho.
Es estado es además indivisible. Las diferencias de las partes que lo componen son disueltas y
mezcladas en un todo. No hay instancia independiente que este por sobre el estado.
El estado lo abarca todo. No hay materia alguna que no pertenezca al ámbito de la voluntad
general, ni tampoco algún asunto que no sea asunto del gobierno. El estado empuña su cetro
incluso sobre los asuntos de conciencia.
Por lo tanto, el estado es autocrático. Es el único señor de la vida y la propiedad. Tal como lo
señalo abiertamente Odillon Barrot a principios de 1830: “la Revolución puede disponer del
último centavo”.
El estado es absoluto. Es estado, que da la ley, está por sobre la ley.
El estado es ateo. La religión es tolerable solo bajo ciertos límites, y se le debe proteger en
cuanto sea útil e indispensable, pero es estado mismo no está sujeto a su autoridad.
Por lo tanto, existe una idolatría con respecto al estado. No solo en teoría, sino también en la
práctica.
Tal es la naturaleza del estado revolucionario y de su autoridad.
Sin embargo, nótese la fuerza de todas estas garantías descanse en la suposición de que de
hecho será posible llegar a un consenso y unificar la voluntad general – una hipótesis que a su
vez se basa en dos premisas muy débiles. La primera es que el hombre por naturaleza es
bueno, la segunda es que se puede delimitar el marco al cual las personas más malévolas se
vean forzadas a conformarse.
Pero permítanme que discuta esta materia tan importante para la propia comprensión y
apreciación de nuestro tiempo, destacando con mayor énfasis este despotismo de la doctrina
de la libertad, este absolutismo de estado, bajo los siguientes encabezados:
Las libertades son exhibidas, pero no conferidas. Se permite todo, con una restricción fatal:
todo hasta donde al estado, el déspota colectivo, le plazca otorgar. Lo que me molesta es que
los derechos, que solían estar circunscritos y confirmados por las inmutables leyes y
ordenanzas de Dios, ahora dependan de la buena voluntad del estado; es decir, de la voluntad
de los cambiantes hombres, y por tal razón estén destinados por definición a perecer. La
libertad perfecta, sujeta a la perfecta esclavitud.
La libertad será destruida por cualquier forma de principio revolucionario que detente el
poder.
Yo creo que es preferible un estado que asegure las libertades civiles, antes que una situación
que abunde en derechos políticos, mientras que no se permite vivir libre en los demás ámbitos.
c) No conoce límites
A diferencia del poder legítimo, el estado revolucionario tiene una gran cantidad de medios a
la mano. Después de todo, dispone de todo el pueblo, las personas y la propiedad. El estado
está centralizado; se concentra en el gobierno, quienquiera que esté en el poder.
d) Es contrario a los intereses del país y de la nación
Este despotismo es contrario a todos los intereses del país y de la nación.
Ciertamente, si la doctrina de la Revolución posee una fuente de la abundancia, de la cual
emana una plenitud de promesas, es una que engendra una plenitud de decepciones y
desastres. La promesa siempre está en el primer plano pero su cumplimiento angustiosamente
lejos. No sirve de nada calificar como “patrióticos” o “nacionales” los principios
revolucionarios, los intereses revolucionarios, las libertades revolucionarias y el espíritu
público revolucionario. Considerando lo anterior, ¿Qué es entonces la nación, ahora que se ha
desintegrado la sociedad? Cierto número de almas. ¿Qué es el país? Cierta cantidad de metros
cuadrados. ¿Y que es entonces el estado? Es el pays légal, el estrecho círculo de aquellos que
tienen el voto. La población de dividirá en votantes y no votantes, ricos y pobres, acomodados
y proletarios. Aun cuando el término no es incorrecto: los rangos y las clases constituyen la
estructura básica de la sociedad; y si esto se trastoca, ¿Qué mas queda, sino una masa sin vida,
una tropa de pagadores de impuestos y conscriptos a disposición del gobierno?
CONFERENCIA XI
HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN EN SU PRIMERA FASE: LA PREPARACIÓN (1789)
c) La doctrina de la revolución socava y destruye los fundamentos del derecho
Dondequiera que la Revolución ha estado en acción, se ha hecho manifiesto que considera el
derecho como mero convencionalismo, producto de la voluntad humana. De este modo,
siempre variable en su origen, el derecho queda entregado a la arbitrariedad. La legalidad es
reemplazada por la “formalidad en los tramites”, y la legitimidad por “el orden legal”.
La revolución no se le debe atribuir a la nación francesa: fue obra de una facción, de una secta,
de una escuela filosófica que usó los irresistibles poderes del gobierno centralizado para
conducir a la nación –y a todas las demás naciones, a medida que fueran siendo
revolucionadas- a someterse al yugo de las sucesivas personificaciones de su principio.
La preparación de la revolución fue doble. En primer lugar, veamos cómo ganó terreno en
toda Europa el espíritu de la revolución y luego cómo, especialmente en Francia, se hizo
inevitable un trastorno del estado desde mucho antes de 1789.
CONFERENCIA XII
LA SEGUNDA FASE: EL DESARROLLO (1789-1794)
Ya hemos visto como surgió la Revolución Francesa en Europa; y en particular vimos cómo en
Francia el creciente dominio de las teorías anticristianas preparó un trastorno político y una
revolución social. Después de la fase de la preparación debemos tratar la fase del desarrollo.
No puede haber prueba más fehaciente de lo pernicioso de una doctrina que, teniendo el paso
libre, produjo semejante anarquía y atrocidades.
He aquí tres argumentos para explicar por qué el naciente sol, apenas visible en el horizonte,
se puso nuevamente entre sangre y lagrimas; en pocas palabras, por qué 1793 siguió a 1789.
Fueron los estamentos privilegiados los que comenzaron la revolución. “los parlamentarios,
los nobles y el clero fueron los primeros en querer limitar el poder real… la mayoría de los
hombres talentos de la antigua alta burguesía se unieron al partido popular. Los estamentos
privilegiados mismos fueron los primeros en iniciar, con razón y coraje, el ataque a la
prerrogativa real”.
Esta consistencia se manifiesta en las tesis propagadas y en los medios empleados. La doctrina
de la Revolución fue aplicada cada vez con mayor precisión y forma más escrupulosa. Basta
considerar algunas de las acciones exageradas en las que se encarnaron las teorías
revolucionarias. He aquí cinco de ellas, las cuales resumen el progreso de la Revolución.
a) La formación de una asamblea nacional soberana
Era necesario concentrar la deliberación y la decisión. La metamorfosis de los Estamentos
Generales, que se transformaron en una asamblea nacional única para representar al pueblo
soberano, fue una victoria sobre quienes hubieran estado felices de ahogar la Revolución en su
mismo nacimiento.
c) La fundación de la República
Sin duda, la Constitución de 1791 fue más revolucionaria que el sistema político inglés. Sin
embargo, es evidente que tal democracia real es inconsistente, dado que retiene al rey luego de
destruir su autoridad real. Esto acabo con la monarquía. De manera que la república, sin ser
mencionada, ya estaba presente en la mente de los hombres, y estos ya eran republicanos sin
darse cuenta de ello. Y naturalmente que surgió la pregunta: ¿para qué tener un rey, entonces?
¿Cuál es el beneficio de mantener a un costoso autómata que se ha de mover bajo las órdenes
de una asamblea popular?. Podéis ver entonces que el establecimiento de la República, lejos de
ser una vuelta súbita al pasado, no fue sino un paso adelante en la senda revolucionaria: ahora
aparecía el verdadero nombre, luego de desecharse el nombre adoptado. La república ya
estaba ahí desde hace mucho tiempo, y hasta gobernaba en el palacio. Solo faltaba arriar el
estandarte real, lo que se hizo el 10 de agosto de 1792.
CONFERENCIA XIII
EL REINO DEL TERROR
Solo nos falta considerar un período más de la fase de desarrollo: el último, el más espantoso,
el más instructivo de todos; es decir, el Reino del Terror. Desde el punto de vista de los hechos,
sólo fue la continuación, hasta lo más extremo posible, de lo que estaba sucediendo desde
1789; y en cuanto a las personas, se trataba de teóricos que, dentro del espíritu de la
Revolución y lejos de cometer excesos, proclamaron las tesis revolucionarias y emplearon los
medios revolucionarios con una frialdad sorprendente.
El envilecimiento de los revolucionarios de este período se explica por su ceguera, que no les
permitió percibir las consecuencias de sus propios dogmas. A partir de 1789, todos los partidos
de gobierno no eran sino matices de un mismo partido. A su vez, cada partido en turno
consideraba a aquellos que los suplantaban más como enemigos que interrumpían su labor,
que como discípulos e imitadores que continuarían con paso firme lo que ellos no habían
terminado.
La máxima fundamental que contiene la piedra angular de toda la teoría y todo el Reino del
terror: la promoción incondicional del bien común o la seguridad pública. A veces, Madame
de Stael prefiere limitar esta máxima a los hombres de 1793: “su doctrina era la arbitrariedad
sin límites; sólo les basta presentar como pretexto para cada acto de violencia el peculiar
nombre de su gobierno, la seguridad pública, una expresión fatal que implica sacrificar la
moralidad en función de lo que han acordado llamar el interés del estado; es decir, sacrificar la
moralidad en función de las pasiones de los que gobiernan”. Pero esa regla no era nueva
removía toda objeción. Esa regla, la deificación del estado, había sido la base de todo
argumento.
El régimen del terror disponía de encantos con los cuales sedujo a miles; a miles reprimió por
la fuerza. Pero la razón de su irresistible poder se halla sobre todo en los atractivos de la
solidaridad revolucionaria, las selectivas afinidades de su incredulidad y la consistencia de su
lógica, que inspiraban a sus devotos y desalentaban a sus enemigos.
3. su conducta fue encomiable de acuerdo con los parámetros revolucionarios
La conducta de estos líderes de la revolución, incluso en su punto más horrendo, fue la
consecuencia natural de su convicción, la fiel aplicación de las ideas de la Revolución y, de
acuerdo con este parámetro, una forma recomendable de utilizar el poder revolucionario.
No debe sorprendernos que cuando los hombres desconocen la verdadera fe cristiana,
desconozcan también el deber del amor y la tolerancia. Cuando los hombres no conocen la
promesa: “no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”,
entonces se valen de cualquier arma para obtener el triunfo de los principios que profesan.
Su política consistió también en una fiel aplicación de la teoría revolucionaria.
A Robespierre y a sus seguidores se les acusa de haber sido arbitrarios. Sin duda que nunca
hubo un régimen más arbitrario que éste. Sin embargo, tal como hemos visto, sólo se trato del
uso sistemático de los medios que la Revolución puso en sus manos; la centralización, la
exclusión de la oposición y los medios extrajurídicos.
La centralización. En última instancia, su dictadura descansaba en las masas, que deliberaba
en los clubes y dominaba los comités, cuyo cooperación se compró con subsidios diarios,
financiados con los medios del Máximo.
La exclusión de la oposición. –los enemigos de la Revolución fueron echados a un lado,
enviados a prisión y asesinados.
Decir que la convención actuó bien en lo que hizo, porque actuó para salvar a la revolución o
al principio revolucionario de un colapso inminente es un error atroz e inhumano es sacrificar
los derechos de la justicia y la humanidad por una deidad desconocida, llamada revolución,
ante quien se ha de sacrificar todo –Francia, la vida de los franceses, sus fortunas, su industria,
su gloria- porque hay que salvar la revolución uno no puede defender lo que no tiene, ahora
yo no sé si la libertad que Francia gozó bajo la convención era digna del esfuerzo de
defenderla.
Estos años nos demuestran la profundidad de nuestra depravación. Ellos nos demuestran a lo
que llega el hombre cuando sólo toma una porción de la verdad cristiana, negando su origen y
su esencia, y la pone al servicio de un falso principio: la semilla venenosa del error, sembrada
en un terreno tan bien preparado, se multiplica por diez y, con las circunstancias a su favor, da
fruto al ciento por uno.-“si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿Cuántas no serán las mismas
tinieblas?”
Estos años son la prueba irrefutable de cuan vacía es la afirmación según la cual la revolución
fue el resultado de la agitación provocada por los abusos. Los principales líderes no mostraron
agitación, sino una reflexión sosegada, siendo encausados por la lógica, no por la pasión. Pero,
¿Por qué la gente se guía protestando, de todas maneras, contra la continua presencia de los
abusos? La razón es obvia. La religión revelada, la autoridad legitima, la desigualdad de las
clases sociales, la propiedad privada: a los ojos de la revolución, estos pilares de la sociedad
son los abusos más peligrosos de todos, ya que son los más extensos y están enraizados con
mayor profundidad que el resto. Removed mentalmente, entonces, todo lo que vosotros
correctamente llamáis abusos; continuad, e imaginaos una utopía, un estado político donde las
diferencias de rango y ocupación van de la mano con la concordia y el amor mutuo; donde el
clero no tiene intereses personales, donde la nobleza consiste exclusivamente en hombre
nobles; donde los monarcas son ángeles; aseguraos de eliminar todo lo que de pie u ocasión
para el descontento, pero permitid que continúe la simpatía con las teorías revolucionarias: la
sociedad que habéis purificado, la utopía que habéis establecido, en tanto niega la doctrina de
la incredulidad, será considerada por los revolucionarios como los establos de Augias que,
para conseguir una limpieza ideal, precisan de un rio de sangre humana.
CONFERENCIA XIV
VISIÓN GENERAL: 1794-1845
Un resumen de la forma en que los eventos acaecidos desde 1794 hasta la fecha en las fases de
reacción, experimentación renovada y resignación se entrelazan entre sí, unidos por el hilo de
las ideas de la revolución.
Los momentos de transición revelan el carácter y el curso de una nueva fase.
1. Fin del reino del terror
El reino del terror llego a su fin con Roberspierre. La lógica y su aliada la muerte cedieron ante
el sentimiento humano. La moderación y el orden se pusieron en primer plano. El desarrollo
de los acontecimientos dio paso a la resistencia; los moderados lograron controlar el gobierno.
A través de toda la fase de reacción, el régimen se caracterizo por los siguientes aspectos, a los
cuales ya me he referido parcialmente.
Fue un régimen revolucionario. A pesar de que el repudio nacional había triunfado sobre los
radicales, todos los partidos conservaron, en menor o mayor grado, una mentalidad
revolucionaria.
Fue un régimen reaccionario era impensable continuar avanzando, cuando se había llegado al
borde delo abismo y se habían caído las vendas de los ojos. Detenerse o retroceder al llegar a
este punto era una simple cuestión de vida o muerte. Los hombres querían libertad, no
libertinaje. Había que oponer resistencia a quienes seguían presos de sus cegueras y de tener
su acelerado avance en el punto exacto en que la libertad se conjuga con el orden.
Pero el régimen actuó en forma arbitraria cuando determinó actuar así. Se carecía de un
principio firme que ayudara a diferenciar la timidez del exceso de confianza. Semejante
régimen era fuerte solo a causa de las circunstancias. El pueblo anhelaba la paz y el orden,
pero a la vez aborrecía tanto el antiguo Régimen como el Reino del Terror. La opción estaba
dividida internamente, de modo que siempre había una mitad dispuesta a aliarse con el
régimen en contra de la otra.
Un régimen como este también era débil debido a la falta de principios. No era capaz de
sostenerse frente a los argumentos lógicos. El régimen necesitaba ser reforzado, lo que solo se
podía lograr con el poder superior de la fuerza física. Se vio obligado a sobrepasar todos los
principios, a reprimir las teorías y la pasión popular por medio de los trucos de una astuta
tiranía, a buscar apoyo en el poder militar, lisonjeando a los ambiciosos y a los egoístas,
satisfaciendo por turnos opiniones y sentimientos contrarios, y volviéndose a la violencia a
medida que la oposición se hacía más violenta.
Esta autocracia, esta república comprimida que, a pesar de estar bajo una sola cabeza distaba
mucho de una verdadera monarquía, esta dictadura, esta reunión de todas las riendas del
poder en las manos de un solo déspota fue la consecuencia inevitable de la doctrina de la
Revolución, fue su aplicación en la forma en que lo exigieron las circunstancias. Lejos de ser
abandonada, aquí se estaba aplicando la doctrina de la Revolución con las modificaciones
necesarias para la instauración de una autocracia absoluta. Nadie apelo más a la soberanía
popular que Napoleón. Napoleón fue un hijo de la Revolución, no solo como tirano sino
también como conquistador. Se dice que lo consumía una ambición insaciable. Títulos, dinero,
poder todo se lo dio Bonaparte a Francia en lugar de su libertad. Pero para que pudiera
otorgarles esas fatales compensaciones, se requería nada menos que devorar a Europa.
CONFERENCIA XV
CONCLUSIÓN
En esta última charla de la tarde quisiera compartir con vosotros algunos pensamientos sobre
cuatro temas distintos, cada uno de los cuales abría merecido un tratamiento por separado:
1. La ley internacional
La teoría de la moderna ley internacional se edifico sobre la misma base que la ley
constitucional revolucionaria.
Lo que la soberanía popular es para el país, la soberanía de la humanidad lo es para el mundo.
En cuanto a la práctica de esta ley internacional, se ve claramente en la conducta tanto de
Francia como de las otras potencias.
De Francia. –solo fijaos en lo que ocurrió en la revolución hasta la caída del imperio; esto es, en
tanto que Francia gozo de supremacía total. Desde el punto de vista revolucionario era del
todo propio el tono y la actitud de la convención: unir a los pueblos contra sus príncipes,
diseminar la llama de la libertad, ofrecer protección a los movimientos revolucionarios en cada
país, luchar para que el mundo se convirtiera en una fraternidad bajo la protección del pueblo
francés.
De las otras potencias. – su conducta también revela la influencia del dogma revolucionario. Es
incorrecto afirmar que las otras potencias fueran revolucionarias. En cada fase se veía una
tendencia revolucionaria o liberal.
Examinemos la fase de la preparación. – ya aquí encontramos un tipo de estadista que, guiado
por el pragmatismo y el deseo de grandeza, no tiene escrúpulos para destruir antiguas
alianzas y para jugar con los tratados. A aquel periodo pertenece la alianza depredadora que
hizo pedazos a Polonia y la traicionera conducta hacia el imperio turco, la cual buscaba
extender el territorio de los países vecinos más que el evangelio.
Veamos ahora la fase del desarrollo.- de hecho, las potencias promovieron los horrores de la
revolución, no por excesos, sino por carecer de verdaderos principios ante revolucionarios.
¿Por qué se frustraron los designios y esfuerzos de los gobernantes? Porque ellos mismos
estaban enamorados de la doctrina de la supuesta libertad; porque apoyaban la doctrina de la
revolución en su origen y esencia, oponiéndose solo a sus llamados excesos.
Las cosas no mejoraron en el periodo de la reacción.
¿Qué paso en la fase de la experimentación renovada, desde 1815 hasta 1830? El fundamento
de la ley internacional vino a ser la tendencia de los gobernantes a ayudarse mutuamente en la
aplicación moderada de las ideas liberales. La arbitrariedad del liberalismo también se hace
evidente en la manera en que la verdadera libertad y la genuina autoridad era frustrada por la
promulgación de constituciones liberales, y en las intervenciones armadas que se organizaban
con el fin de sofocar las revelaciones, cuya semilla ellos mismo habían plantado, y finalmente
en la forma en que la diplomacia Europea promovía el partido Liberal, particularmente en
Francia, por lo cual ayudo a preparar 1830.
2. el resurgimiento de la fe cristiana.
También he mencionado el resurgimiento de la fe cristiana. Los últimos 30 años han sido
testigos de una reafirmación de las verdades que, bajo la influencia de la falsa filosofía, habían
sido objeto de descuido y menosprecio, sino es que de hostilidad y escarnio. ¿Cómo se
compara el elemento cristiano en magnitud y proporción con los otros ingredientes de la
presente crisis mundial?
Quizá sin ningún conflicto o tensión peligrosa estemos avanzando a una reforma de fe y moral
que tenga una perspectiva más amplia que la de la época de la reforma. Lo más probable
parece ser que estamos viviendo la calma antes de la tormenta: es posible que la fermentación
de todo tipo de ideas y que la postura amenazante de principios de batalla estén anunciando la
venida de una guerra entre la luz y las tinieblas nunca antes vista en la historia del mundo.
Ante tantas cosas dudosas la certeza que necesitamos se encuentra en la santa escritura.
Debemos esperar que dentro de poco surja una crisis, saludable para el enfermo. Nadie debe
entregarse a la política anti revolucionaria que quiera conseguir en bienestar de su país, solo
por intereses personales; por el contrario, nos impulsa el amor a la verdad y un sentido de
obligación, entonces tomemos nota de que nuestros días no carecen de oportunidades para
llevar acabo nuestro deber.
Seamos fieles, cada cual en su lugar. Tampoco olvidemos que si el dar testimonio puede
llamarse una obra, las obras también son testimonios. La aplicación práctica podría resultar
imposible como resultado de la actitud y conducta de las personas.
La primera condición para poder entender los secretos de la erudición es aceptar como un niño
estas cosas. Busquemos con fervientes oraciones dentro de nosotros mismos si aquella chispa
ha sido apagada en nuestro corazón, aquella chispa que convierte los huesos secos de la
teología en algo vivo y fructífero. La fe vence al mundo.