N.º 67, Vol. XXIV (2do. Cuatrimestre) ISSN 1390-1249 / e-ISSN: 1390-8065 WWW - Revistaiconos.ec

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n.º 67, vol. XXIV (2do.

cuatrimestre)
ISSN 1390-1249 / e-ISSN: 1390-8065
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Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales


Sede Ecuador
n.º 67, vol. XXIV (2do. cuatrimestre)
ISSN 1390-1249 / e-ISSN: 1390-8065
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Sede Ecuador
ÍCONOS. Revista de Ciencias Sociales
n.º 67, vol. XXIV (2do. cuatrimestre)
Quito, Ecuador
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ISSN: 1390-1249 / e-ISSN: 1390-8065 / CDD: 300.5 / CDU: 3 /
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político, cultural y económico del país, la región andina y América
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Íconos: Revista de Ciencias Sociales. –Quito: FLACSO Ecuador, 1997–
v. : il. ; 28 cm.
enero-abril 1997-
Cuatrimestral- enero-mayo-septiembre
ISSN: 1390-1249
1. Ciencias Sociales. 2. Ciencias Sociales Ecuador. I. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Ecuador)
n.º 67, vol. XXIV (2do. cuatrimestre)
ISSN 1390-1249 / e-ISSN: 1390-8065
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Contenido/Content
Dossier de investigación/Research dossier

Presentación del dossier


Desaparición de personas en el mundo globalizado:
desafíos desde América Latina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7-15
Introduction to dossier
Disappearances of people in the globalized world: Challenges from Latin America
Carolina Robledo-Silvestre y May-ek Querales-Mendoza

01. Desapariciones forzadas por actores no estatales:


la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos . . . . . . . . 17-37
Forced disappearances by non-state actors: The case laws of the Inter-American
Court of Human Rights
Pietro Sferrazza-Taibi

02. Reparación simbólica, trauma y victimización: la respuesta


del Estado chileno a las violaciones de derechos humanos (1973-1990) . . . . . 39-59
Symbolic reparation, trauma and victimization: The response of the Chilean State
to human rights violations (1973-1990)
Javiera Bustamante-Danilo y Alejandra Carreño-Calderón

03. La presencia de la ausencia. Hacia una antropología


de la vida póstuma de los desparecidos en el Perú . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61-74
The presence of absence. Towards and anthropology of the posthumous life
of the disappeared in Peru
Dorothée Delacroix

04. Desafíos y tensiones en la búsqueda de


migrantes desaparecidos de Honduras y El Salvador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75-93
Challenges and strains in the search for disappeared migrants from Honduras
and El Salvador
Gabriela Martínez-Castillo

05. Desaparición de mujeres y niñas en México:


aportes desde los feminismos para entender procesos macrosociales . . . . . . . . 95-117
Disappearance of women and girls in Mexico: Contributions of feminisms
for understanding macrosocial processes
María de Lourdes Velasco-Domínguez y Salomé Castañeda-Xochitl
06. “¡Tu madre está en la lucha!” La dimensión de género
en la búsqueda de desaparecidos en Nuevo León, México . . . . . . . . . . . . . . . . . 119-136
“Your mother is in the struggle!” The gender dimension of the search
for the disappeared in Nuevo Leon, Mexico
Nadejda Iliná

Temas/Topics

07. El lenguaje como creador de realidades y opinión pública:


análisis crítico a la luz del actual ecosistema mediático . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139-157
Language as a creator of realities and public opinion: Critical analysis
in the context of the current media ecosystem
Sabina Civila de Dios, Luis M. Romero-Rodríguez e Ignacio Aguaded

08. Comunicación, patrimonio e identidad: discurso de la prensa


respecto a la Fiesta Nacional del Cemento en Olavarría, Argentina . . . . . . . . 159-174
Communication, heritage, and identity: The media’s discourse about
the national party of cement in Olavarria, Argentina
María Vanesa Giacomasso, Griselda Lemiez y María Eugenia Conforti

09. El proceso de sindicalización de los gremios policiales en Uruguay . . . . . . . 175-194


The unionization process of police unions in Uruguay
Sabrina Calandrón, Santiago Galar y Mariana Da Silva-Lorenz

10. Organizaciones sociales y autogestión del hábitat en


contextos urbanos neoliberales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195-216
Social organizations and habitat self-management in neoliberal urban contexts
María Carla Rodríguez y María Cecilia Zapata
Presentación del dossier
Desaparición de personas en el mundo globalizado:
desafíos desde América Latina
p re se n ta ci ó n de l do ssi e r

Introduction to dossier
Disappearances of people in the globalized world:
Challenges from Latin America

Editoras del dossier / Editors of dossier


Dra. Carolina Robledo-Silvestre. Investigadora CONACYT en el Centro de Investigaciones y
Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) (México). ([email protected])
(https://orcid.org/0000-0002-8686-8323)
Dra. May-ek Querales-Mendoza. Estancia posdoctoral, Facultad de Estudios Superiores de Cuautla,
Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM) (México). ([email protected])
(https://orcid.org/0000-0003-1113-5405)

Este dossier reúne reflexiones en torno a la desaparición de personas en el contexto


contemporáneo y promueve una perspectiva histórica sobre la continuidad de este
fenómeno que, a pesar de la transición democrática en América Latina, se ha perpe-
tuado con consecuencias devastadoras y aún desatendidas.
De la categoría “desaparecido originario” (Gatti 2011) creada en el sur de Amé-
rica Latina hace más de tres décadas en el contexto de las dictaduras militares
mucho se ha escrito. Esta invención social y jurídica ha viajado por todos los con-
tinentes acoplándose a las realidades locales que invocan la responsabilidad del
Estado en la comisión del crimen y movilizan recursos simbólicos y políticos de
comunidades organizadas en torno a la pérdida, la exigencia al Estado y la búsque-
da de personas desaparecidas.
En relación con la desaparición de personas, se ha desarrollado un campo social
bastante denso expresado en la formación de instituciones, leyes, protocolos y len-
guajes expertos que sostienen la existencia de un mundo de víctimas y de exigencias
todavía vigentes. Los lenguajes creados para hacerse cargo de esta categoría han coin-
cidido en señalar su carácter disruptivo, pues el desaparecido es siempre la imposi-
bilidad de sentido y de identidad (Gatti 2017), se produce gracias al uso riguroso
del secreto (Ansttet 2017, 43) que impone una geografía del espectro y del miedo
(Schindel y Colombo 2014), lesionando profundamente la estabilidad existencial de
los individuos y las comunidades que sufren la pérdida.
Al tiempo que se han producido estas definiciones teóricas en torno a la desapari-
ción, se ha hecho un esfuerzo por desnaturalizar la categoría para reconocer cómo es
afectada y moldeada por la experiencia social y los contextos, extendiendo su com-
prensión más allá del acotado mundo del derecho (Gatti 2017).
Además, sugiere Étienne Tassin (2017, 107), la desaparición no es únicamente un
crimen mediante el cual se priva de la libertad a alguien, sino también es una práctica

ÍCONOS Revista de Ciencias Sociales • n.º 67 • vol. XXIV (2do. cuatrimestre) • ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065
mayo-agosto 2020 • www.revistaiconos.ec
Páginas 7-15
ÍCONOS 67 • 2020

Carolina Robledo-Silvestre y May-ek Querales-Mendoza

social de exclusión propia de las sociedades liberales que condena a poblaciones en-
teras a la clandestinidad, el borramiento y la inexistencia social. Estos desaparecidos,
eliminados, ocultados y borrados (como los migrantes, los sin tierra o los apátridas)
plantean para la autora el problema de la articulación entre una desaparición política
y social, y su funcionalidad económica.
Esta perspectiva resulta bastante útil para comprender las desapariciones en el
México contemporáneo, lugar desde el cual se gesta este dossier. En nuestra expe-
riencia de investigación durante la última década, hemos visto cómo este crimen se
ha transformado e intensificado en el marco de nuevas conflictividades en las que el
crimen organizado se agrega como actor principal en la guerra por los territorios, la
trata de personas, la migración forzada y la violencia letal contra las mujeres, hacien-
do uso de tecnologías de la crueldad que han circulado desde los ejércitos regulares
y paramilitares. Hemos observado también una profunda relación entre pobreza,
precariedad y desaparición, así como entre las economías extractivas, legales e ilegales
y el uso de la crueldad. Este correlato económico de la desaparición de personas es
también un correlato político, en tanto expresión del poder en el uso instrumental de
los cuerpos, pero también en la activación de dispositivos estatales que actualizan el
uso de la desaparición como técnica de control.
8 En México, que cuenta ya 60 000 personas desaparecidas (Enciso 2020), este
fenómeno dejó de ser una estrategia exclusiva de la violencia política que reitera
con su presencia el monopolio legítimo de la violencia en manos del Estado y ha
ingresado en el repertorio de la violencia criminal en donde los motivos y los ac-
tores asociados con el fenómeno se tornan ambiguos, ocultando la participación
del Estado detrás de la multiplicación de fuerzas paramilitares, que suma nuevas
geografías, víctimas y perpetradores. Estas modificaciones han tenido como efecto
la producción de nuevas representaciones sobre las víctimas, aparatos burocráticos,
saberes y formas de gestionar la problemática (Robledo 2015 y 2016; Irazuzta
2017), para lo cual se hace pertinente enfocar la atención en los perfiles de las víc-
timas, que en su mayoría son jóvenes, hombres precarizados de las ciudades y las
zonas campesinas e indígenas.
Asimismo se hace necesario reconocer a los perpetradores en toda su dimensión,
considerando, como sugiere Reveles (2011), que la desaparición de personas se ha
convertido en un negocio para extorsionar, esclavizar, reclutar o vender a las personas,
y en un mecanismo de castigo, advertencia y limpieza social (Reveles 2011). Aquello
que llamamos crimen organizado no es más que un sistema de redes clientelares de
cooperación entre criminales profesionales y funcionarios públicos, que persiguen
el propósito de obtener ganancias económicas mediante el desarrollo de actividades
ilícitas, apoyadas, en última instancia, por el uso de la violencia (Flores Pérez 2013).
O como diría Mary, madre de cuatro jóvenes desaparecidos en México: “Más que el
crimen organizado, lo que tenemos en México es el crimen autorizado, el crimen ins-

Páginas 7-15 ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065


ÍCONOS 67 • 2020
Presentación del dossier

titucionalizado”.1 No se trata pues de un orden paralelo al Estado, sino de una nueva


configuración de la estatalidad que obliga a repensar categorías tradicionalmente ar-
ticuladas a él como la desaparición forzada de personas.
Según Dawn Marie Paley (2018), las desapariciones más recientes se producen
en el campo de la expansión capitalista hacia territorios y espacios sociales nuevos o
previamente inaccesibles a partir de una narrativa global de seguridad que termina
por beneficiar a empresas con capitales transnacionales (legales o ilegales) mientras
se ensaña con crueldad sobre poblaciones incómodas para el avance de este proyecto
en los territorios.
Tal como podemos ver en el Informe de 2019 del Grupo de Trabajo sobre las
Desapariciones Forzadas o Involuntarias –por medio de los casos individuales presen-
tados para su revisión ante dicho Grupo de Trabajo–, la desaparición forzada ahora es
denunciada en países que anteriormente no eran relacionados con la práctica como
Irak (16 420 casos), Sri Lanka (6030 casos) Argelia (3253 casos) o la Federación Rusa
(849 casos) (UNHCR 2019b).
Si bien la presentación de casos individuales ante instancias internacionales per-
mite observar la transnacionalización del concepto desaparición forzada (Gatti 2011)
y, al mismo tiempo, apunta hacia las capacidades de organización y resistencia de las
comunidades locales, el incremento en la visibilidad de la práctica también señala su 9
extensión y profundidad: “Los Estados cada vez justifican más el uso de las desapa-
riciones forzadas como parte de sus actividades […] en particular mediante la adop-
ción de disposiciones jurídicas que propician la desaparición forzada y la detención
en régimen de incomunicación” (UNHCR 2019b, 15).
A partir de este horizonte y con la necesidad de comprender nuestra propia rea-
lidad, desde Íconos. Revista de Ciencias Sociales se lanzó una invitación a pensar las
desapariciones en el contexto latinoamericano reciente, comprendiendo cómo estas
se inscriben en las nuevas guerras globales y se vinculan con la circulación de tecno-
logías de la crueldad, así como a intereses económicos y políticos transnacionales que
hacen un uso estratégico de la violencia, para reconocer desde allí también los límites
de las categorías establecidas históricamente y para dar cuenta de este fenómeno.
Esto, sin dejar de ver, por supuesto, las particularidades locales que hacen de la desa-
parición una experiencia diferenciada en cada contexto.
La respuesta recibida brinda la oportunidad para volver la vista atrás y revisar la
historia de las desapariciones en América Latina perpetradas en el marco de la guerra
fría, cuyo tratamiento se articula con formas recientes de humanitarismo global, len-
guajes universales en torno al sufrimiento, burocracias especializadas en la atención
y gestión del dolor, y dispositivos jurídicos que han traído promesas de reparación y

1 María Herrera Magdaleno, madre de cuatro hijos desaparecidos en México entre 2008 y 2010, fundadora de la organización Enlaces
Nacionales. Testimonio ofrecido en el marco del Seminario de Derecho Crítico “Violencias extremas y cotidianas: una mirada inter-
seccional”, realizado en Ciudad de México el 15 de octubre de 2019.

ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 7-15


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Carolina Robledo-Silvestre y May-ek Querales-Mendoza

no repetición. Las contribuciones a este dossier desde las geografías del sur permiten
hacer un balance crítico sobre los proyectos sociales en torno a la desaparición de per-
sonas para preguntarnos por sus alcances y sus límites y, sobre todo, imaginar otras
posibilidades para hacer frente a esta “catástrofe social” (Gatti 2008), en condiciones
de impunidad generalizada y conflictividad social exacerbada.
De esta manera buscamos contribuir a la transmisión de reflexiones sur-sur en
torno a la desaparición de personas, convocando posturas críticas que permitan re-
conocer los alcances reales de las estrategias que como sociedad hemos creado para
responder a este fenómeno. Pero también, posturas que permitan anticiparnos a las
formas que adquiere la violencia en el contexto actual latinoamericano, que en países
como México son sumamente expresivas y letales, pero que de igual forma podrían
estar circulando por nuestra geografía regional acoplándose a cada contexto con con-
secuencias devastadoras.
Los artículos aquí reunidos posibilitan comprender la desaparición en el marco de
los regímenes que la han producido, incluyendo aquellos que cometen el crimen en
nombre de la democracia. El dossier se divide en tres bloques temáticos que permi-
ten abordar diferentes aristas del mismo problema. En el primero, contamos con un
par de reflexiones sobre las políticas de los Estados nacionales y supranacionales para
10 atender este crimen y sus consecuencias.
Se inicia esta compilación con el artículo “Desapariciones forzadas por actores
no estatales: la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos”,
que condensa una discusión sociojurídica sobre la “desestatización” de este crimen.
El autor Pietro Sferrazza-Taibi presenta los resultados de un análisis en torno a los
estándares de imputabilidad aplicados por la Corte para declarar la responsabilidad
internacional del Estado por desapariciones forzadas, cuando sus órganos no come-
tieron materialmente el crimen.
Esta lectura sobre los estándares jurídicos tiene un correlato social en las manifes-
taciones más recientes del crimen que sitúan la participación del Estado en condi-
ciones novedosas para la sanción internacional. En este contexto, resulta fundamen-
tal preguntarse por las condiciones de “aquiescencia”, “autorización” y “apoyo” que
constituyen la responsabilidad estatal cuando se trata de un crimen cometido por
particulares. Retomando casos de Colombia, Guatemala y México, el autor refiere
a los alcances y los límites del mecanismo interamericano para hacer frente a estas
mutaciones criminales que evidencian lo insuficiente de los marcos jurídicos actuales.
Después de discutir el marco de la política internacional de justicia para hacer
frente a la desaparición de personas, nos encontramos con una reflexión sobre los
efectos de la política pública en torno a las desapariciones en Chile después de 40
años de su ocurrencia. El artículo “Reparación simbólica, trauma y victimización: la
respuesta del Estado chileno a las violaciones de derechos humanos 1973-1990”, de
Javiera Bustamante-Danilo y Alejandra Carreño-Calderón, sostiene que la política

Páginas 7-15 ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065


ÍCONOS 67 • 2020
Presentación del dossier

oficial chilena frente a los derechos humanos se ha expresado en una perspectiva pa-
tológica del abordaje del trauma útil a los propósitos de olvido y clausura del pasado.
Pese a la proliferación de comisiones, programas e instituciones que buscan fa-
vorecer la materialización del paradigma reparatorio bajo el principio de que es una
responsabilidad moral y ética del Estado, las autoras aseveran que se ha instituciona-
lizado un régimen de impunidad. Este posicionamiento crítico resulta fundamental
para preguntarse por los alcances de las políticas que emprenden países latinoameri-
canos importando los paquetes de justicia transicional a sus contextos sin advertir sus
límites y fracasos.
En el segundo bloque se encuentran un par de artículos que permiten reflexionar
el fenómeno de la desaparición desde espacios de tránsito, los sueños y la situación
de personas migrantes desaparecidas. El artículo “La presencia de la ausencia. Hacia
una antropología de la vida póstuma de los desparecidos en el Perú”, de la autora
Dorothée Delacroix, nos introduce en la experiencia onírica de las comunidades an-
dinas de este país para plantear una lectura crítica al dominio de los mecanismos de
justicia transicional orientados a la reconciliación. La autora recupera la narrativa de
los sueños de las comunidades campesinas para comprender cómo gestionan desde
sus propios recursos simbólicos las posibilidades de justicia al margen de los relatos
institucionales. Los sueños de los campesinos que sobreviven la violencia expresan 11
las dificultades de la vida cotidiana y reclaman por las cuentas pendientes del pasado
discrepando de las memorias y los modelos de pacificación oficiales.
Esta mirada a los sueños constituye una crítica radical a los lenguajes estandariza-
dos con los cuales se narran violencias extremas como la desaparición de personas y
se configura la existencia de una víctima pasiva, despolitizada e inocente. Las almas
en pena que recorren los paisajes andinos, con el carácter persecutorio de la mala
muerte, contradicen los intentos de pacificación emanados del centro y permiten
recuperar un “equilibrio precario” frente a condiciones de violencia y desigualdad que
continúan intactas pese a los intentos institucionales de transición. Aproximarse a la
desaparición forzada desde este enfoque de diversidad cultural permite reconocer las
formas de innovación simbólica y ritual que las comunidades elaboran para gestionar
el exceso de este tipo de violencia, frente al cual los intentos estatales y las interven-
ciones expertas resultan insuficientes.
El artículo “Desafíos y tensiones en la búsqueda de migrantes desaparecidos de
Honduras y El Salvador”, de la autora Gabriela Martínez-Castillo, presenta no solo
la dificultad social que rodea al proceso de reconocimiento de una persona migrante
como desaparecida, sino también los obstáculos institucionales que limitan en terri-
torio mexicano las capacidades de búsqueda de una familia extranjera en circunstan-
cias de extrema vulnerabilidad. La mirada de Martínez-Castillo permite complemen-
tar este dossier con una dimensión pocas veces incorporada en la reflexión sobre la
desaparición de personas: la movilidad humana, un proceso que crece en paralelo a

ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 7-15


ÍCONOS 67 • 2020

Carolina Robledo-Silvestre y May-ek Querales-Mendoza

la violencia estructural. Los límites jurídicos de la ciudadanía y los regímenes fronte-


rizos orillan a las personas hacia circuitos clandestinos en los que la desaparición se
eslabona con otras técnicas de terror utilizadas por los poderes de facto para adminis-
trar poblaciones dentro de los territorios.
La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) calcula que
hasta 2018 había 70,8 millones de personas forzadas a desplazarse dentro o fuera de
sus países a causa de la persecución (UNHCR 2019a), y la Organización Internacio-
nal para las Migraciones (OIM) informó que entre 2014 y 2018 han desaparecido o
muerto 32 700 personas migrantes a nivel mundial (Informador 2019). Incorporar
al análisis de la desaparición de personas el estatus migratorio de una víctima y las
restricciones legales que puede enfrentar su familia durante el proceso de búsqueda es
un ejercicio clave para una comprensión integral de este fenómeno en su etapa actual.
Ante una práctica productora de terror que se perpetúa y se extiende por medio
de los territorios, resulta crucial ampliar nuestra mirada analítica para comprender la
desaparición de personas reconociendo el entramado de vulnerabilidades de quienes
desaparecen y las posibilidades de que sean localizadas. Bajo esta lógica, como broche
de cierre para este dossier se presentan dos artículos que, construidos desde la pers-
pectiva feminista, permiten observar desde México dos facetas: la mujer desaparecida
12 y la mujer que busca.
En momentos en los que la desaparición de personas, como técnica de control
y producción del terror, ha dejado de ser comprendida y ejercida como un recurso
exclusivo de actores estatales, reflexionar sobre la victimización de sujetos particulares
posibilita observar los puntos de articulación entre los poderes de facto que rodean
este fenómeno. Este es justo el ejercicio que ofrecen María de Lourdes Velasco-Do-
mínguez y Salomé Castañeda-Xochitl en su artículo “Desaparición de mujeres y ni-
ñas en México: aportes desde los feminismos para entender procesos macrosociales”.
Después de proporcionar un esbozo de las disputas que se han producido en los terri-
torios luego de que en 2000 se iniciara la alternancia partidista en México, las autoras
revisan las posibles causas para el incremento en la desaparición de mujeres y niñas.
Velasco-Domínguez y Castañeda-Xochitl ofrecen un breve recorrido entre algu-
nas teorías feministas para enmarcar la violencia contra las mujeres y, luego, entrela-
zarla con la economía criminal y el ejercicio sistemático de violencia sexista, racista y
clasista que ejercen los agentes estatales como elementos cruciales en la producción
de formas específicas de violencia contra mujeres y niñas. La propuesta aquí es que la
violencia hacia las mujeres se ha incrementado debido a la urdimbre construida entre
agentes estatales y grupos criminales.
En los territorios de América Latina se encuentran 14 de los 25 países con los
índices más altos del mundo en crímenes por violencia de género (García 2018); sin
embargo, frente a panoramas en los que se ejercen violencias extremas, también es
importante recordar que la dominación nunca es total. En contrapartida al escenario

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ÍCONOS 67 • 2020
Presentación del dossier

de la desaparición de las mujeres y niñas, consideramos importante agregar también


una mirada que recupera las capacidades de las mujeres para resistir y reconstruir
comunidad.
El artículo “‘¡Tu madre está en la lucha!’ La dimensión de género en la búsqueda
de desaparecidos en Nuevo León, México”, de Nadejda Iliná, conforma el cierre de
este dossier. Si bien el activismo femenino y las formas de organización de las familias
en la denuncia y búsqueda de personas desaparecidas ha sido previamente analizado,
la reflexión ha estado mayoritariamente anudada a las desapariciones producidas por
la violencia política en las décadas de 1970 a 1980. Aunque existe una continuidad
en los repertorios utilizados para resistir y denunciar, resulta necesario incorporar a
la reflexión el papel que juegan los actores criminales, como poderes de facto, en la
práctica de la desaparición y las rutas y procesos de negociación que las madres y las
familias han elaborado en estos contextos.
Iliná nos permite conocer la historia de un colectivo conformado por madres y
esposas que buscan a sus seres queridos en territorios marcados por la denominada
guerra contra el narcotráfico y, de manera adicional, nos posibilita observar la dimen-
sión sensible de la experiencia de las buscadoras y la vivencia emocional en torno a
la desaparición, desde un lugar femenino que se constituye por medio del activismo.
La apuesta central es convocar nuevamente nuestra mirada hacia la potencia trans- 13
gresora que poseen los actos de las mujeres que, buscando a las personas que han sido
desaparecidas, cuestionan y enfrentan al Estado.
Cerramos invitando a ustedes a cultivar los espacios reflexivos que han logrado
conquistarse; en momentos en los que se registra “la utilización cada vez mayor del
secuestro extraterritorial por algunos Estados, con la cooperación de muchos otros;
la aprobación de leyes y medidas regresivas en el ámbito de la verdad, la justicia y la
reparación” (UNHCR 2019b), es importante mantenernos en alerta.
Esperamos que este dossier abone al ejercicio crítico de pensar las violencias pro-
ducidas desde el poder y las capacidades de los Estados y las sociedades para pro-
mover justicia y sanación en torno a crímenes tan atroces como la desaparición de
personas. Es necesario actualizar los marcos jurídicos sobre este crimen para ampliar
los horizontes de justicia institucional, pero también imaginar otros caminos para
reconstruir sentido y comunidad después de la pérdida, valorando el papel que han
cumplido especialmente las mujeres en este campo de lucha. Lamentablemente no se
ve próxima la erradicación de la desaparición de personas como estrategia de control
de la población o como herramienta de disuasión del enemigo, y Latinoamérica tiene
un gran conocimiento acumulado para transitar por este desafío.

ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 7-15


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Carolina Robledo-Silvestre y May-ek Querales-Mendoza

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Páginas 7-15 ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065


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Presentación del dossier

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ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 7-15


Libros de FLACSO Ecuador

Serie Atrio
Mujeres en la publicidad del Ecuador:
de las imágenes a los cuerpos
Jenny Pontón Cevallos
Editorial FLACSO Ecuador
290 páginas

El libro contiene un estudio crítico de la industria publicitaria en Ecuador


desde una doble mirada: cómo la publicidad representa el cuerpo femenino
y cómo las mujeres de distintas clases sociales aceptan o rechazan esas
imágenes, que las inducen a disciplinar sus cuerpos en busca de una
imposible perfección física.
A través de un recorrido histórico de las figuras femeninas que aparecen
en los anuncios comerciales se constata que, desde los años sesenta, los
cuerpos fueron desnudándose paulatinamente hasta llegar a las imágenes
artificiales del nuevo milenio, gracias al empleo del Photoshop y otras
tecnologías. Así, esos “objetos de deseo” mostrados ahora en los anuncios
comerciales proyectan una representación fragmentada y artificial de la
identidad femenina.
Una lectura feminista del vínculo entre publicidad y subjetividades de las
mujeres, un libro de cabecera para las ecuatorianas, una obra ineludible
para las feministas que estudian nuevas formas de ejercicio del poder e
impulsan los derechos sexuales y las transformaciones en la vida cotidiana.
Desapariciones forzadas por actores no estatales:
la jurisprudencia de la Corte Interamericana
d o ssi e r de i nve sti ga ci ó n

de Derechos Humanos
Forced disappearances by non-state actors: The case laws of the Inter-American
Court of Human Rights

Dr. Pietro Sferrazza-Taibi. Profesor de la Facultad de Derecho, Universidad Andrés Bello (UNAB), Chile.
([email protected]) (https://orcid.org/0000-0003-1133-9221)

Recibido: 27/09/2019 • Revisado: 20/01/2020


Aceptado: 21/02/2020 • Publicado: 01/05/2020

Resumen
El objetivo del presente trabajo consiste en analizar los estándares de atribución aplicados por la Corte Interamericana de
Derechos Humanos (Corte IDH) para declarar la responsabilidad internacional del Estado por desapariciones forzadas
cometidas por actores no estatales. El artículo se refiere a la clasificación de los autores de la desaparición forzada, para luego
concentrarse en el análisis de las sentencias de la Corte IDH sobre desapariciones forzadas cometidas por actores no estatales
que actuaron con el apoyo, la autorización y la aquiescencia del Estado. Asimismo, se analiza la jurisprudencia sobre los
casos de desapariciones cometidas por actores no estatales sin vínculo con el Estado. De ese modo, se identifican las etapas
jurisprudenciales que la Corte ha superado y se analiza el contenido de los estándares de atribución aplicados. Por lo tanto,
además de brindar una descripción del estado de la cuestión, se esbozan apreciaciones críticas sobre el camino recorrido por
la Corte, con la finalidad de orientar la interpretación de los estándares para casos similares y para hipótesis sobre las que no
ha habido pronunciamiento por parte del tribunal interamericano.

Descriptores: actores no estatales; derechos humanos; desaparición forzada; jurisprudencia; responsabilidad del Estado;
sistema interamericano.

Abstract
The goal of this work is to analyze the attribution standards employed by the Inter-American Court of Human Rights
(IACHR) in order to account for the State’s responsibility in the forced disappearances perpetrated by non-state actors.
This article initially focuses on the classification of perpetrators of disappearances. It then addresses the IACHR sentences
about forced disappearances perpetrated by non-state actors who committed these acts with the support, authorization
and acquiescence of the State. This article also analyzes the laws about disappearances perpetrated by non-state actors
with no connections to the State. In this manner, this work identifies the stages of the law superseded by the IACHR
and analyzes the content of the attribution standards employed. Therefore, besides presenting a description of the state in
question, this research outlines critical contributions of the path the IACHR followed in order to guide the interpretation
of the standards of similar cases and to hypothesize about the cases the IACHR did not address.

Keywords: Non-state actors; human rights; forced disappearance; case law; responsibility of the State; Inter-American system.

ÍCONOS Revista de Ciencias Sociales • n.º 67 • vol. XXIV (2do. cuatrimestre) • ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065
mayo-agosto 2020 • www.revistaiconos.ec
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.4171 • Páginas 17-37
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Pietro Sferrazza-Taibi

1. Introducción

La desaparición forzada se originó históricamente como un crimen de Estado come-


tido de manera sistemática y generalizada para el exterminio de opositores políticos.
Sin embargo, en los últimos años en algunas situaciones de violencia estructural de
América Latina se ha producido un proceso de “desestatización” de este crimen. En
algunas situaciones, los actores no estatales han actuado con el apoyo, autorización
o aquiescencia del Estado, como ha sido el caso de las agrupaciones paramilitares en
Colombia o Guatemala. En otros contextos, el vínculo entre el actor no estatal y el
aparato del Estado es menos visible, tal como ocurre actualmente con el complejo pa-
norama de las desapariciones que se cometen en México (Robledo Silvestre 2017). La
Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) se ha pronunciado sobre
la primera de las dos categorías de desapariciones forzadas, mientras que no existen
casos que aborden directamente la segunda categoría.
Este trabajo analiza los estándares de atribución aplicados por el tribunal interameri-
cano para declarar la responsabilidad internacional del Estado por desapariciones forza-
das cometidas por actores no estatales. Para tal efecto, se comenzará estudiando el estado
actual del derecho internacional sobre la atribución de ilícitos internacionales cometi-
18 dos por dichos actores. Con estas herramientas conceptuales, se comprenderá de mejor
manera la jurisprudencia de la Corte IDH sobre las desapariciones forzadas cometidas
por actores no estatales que actuaron mediando alguna conexión fáctica con el Estado
y sobre las cometidas por actores no estatales que actuaron sin ninguna clase de vínculo
con el Estado, temas que serán abordados en la segunda y tercera parte del trabajo.
Para el cumplimiento de este objetivo, se analizará la jurisprudencia de la Corte
IDH sobre casos de desapariciones cometidas por actores no estatales, identificándo-
se los estándares aplicados para atribuirlas al Estado y la normativa internacional que
ha servido de fundamento. Así, se identificarán las etapas jurisprudenciales que la
Corte IDH ha ido superando y se estudiará el contenido de los estándares de atribu-
ción aplicados. Por lo tanto, además de describir el estado de la cuestión, se esboza-
rán apreciaciones críticas sobre el camino recorrido por la Corte, con la finalidad de
orientar la interpretación de los estándares de atribución para casos similares y para
hipótesis sobre las que no ha habido pronunciamiento por parte de la Corte IDH.

2. Actores no estatales y atribución de hechos


internacionalmente ilícitos

Elaborar un concepto unívoco de responsabilidad internacional es una tarea com-


pleja porque es una noción relacionada con un sinnúmero de tópicos del derecho
internacional. Simplificando, se puede afirmar que la responsabilidad internacional

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Desapariciones forzadas por actores no estatales

del Estado es el conjunto de obligaciones que un Estado debe cumplir como conse-
cuencia de una acción u omisión ilícita que le es imputable (Stern 2010, 194).
El principal instrumento normativo sobre responsabilidad internacional del Esta-
do es el “Proyecto de artículos sobre responsabilidad del Estado por hechos interna-
cionalmente ilícitos” (PAREHII) elaborado por la Comisión de Derecho Internacio-
nal de la Organización de las Naciones Unidas (CDI-ONU 2001). Este instrumento
no es un tratado internacional, con lo cual su valor normativo ha sido objeto de dis-
cusión en la doctrina. Algunos autores han afirmado que este tipo de documentos de
la CDI son una manifestación del proceso de codificación del derecho internacional
y demuestran la práctica de Estados y organizaciones internacionales (Caron 2002,
867; Crawford 2012, 43-44; Meron 1991, 137). El PAREHII es un instrumento que
sistematiza la práctica internacional sobre la responsabilidad internacional del Esta-
do, conformada por algunos estándares que han alcanzado rango consuetudinario o
que reflejan normas de desarrollo progresivo. Asimismo varios tribunales internacio-
nales han recurrido a este instrumento para fundamentar sus decisiones (Asamblea
General de la ONU, 2019).
Una de las instituciones más relevantes en el paradigma de la responsabilidad
internacional del Estado es el hecho internacionalmente ilícito, esto es, una acción u
omisión imputable al Estado que viola una obligación internacional vigente (CDI- 19
ONU 2001, art. 2). Su configuración requiere la concurrencia de dos elementos: la
ilicitud y la atribución o imputabilidad (CIJ 1980, 56). La ilicitud es la violación
de una obligación internacional que está vigente al momento en que se produce
el comportamiento que la vulnera (CDI-ONU 2001, art. 13, comentario 1). En
cambio, la atribución es una operación jurídica que tiene por objeto determinar si el
comportamiento activo u omisivo de una persona física o jurídica puede considerarse
un acto del Estado (Condorelli y Kress 2010, 221; Mariño Menéndez 2005, 478 y
479; Przetacznik 1983, 71).
De ese modo, la concurrencia de la atribución se comprueba sobre la base de al-
gunos estándares. La regla básica es el principio de unidad del Estado, en cuya virtud
toda acción u omisión de un órgano público cometida en calidad de tal es atribuible
al Estado al que pertenece ese órgano (CDI-ONU 2001, art. 4). Sin embargo, la rea-
lidad presenta casos más complejos en que el hecho ilícito es cometido materialmente
por un actor no estatal, en cuyo caso es necesario determinar si es aplicable alguna
regla de atribución concebida para dichas hipótesis. Uno de dichos estándares es la
regla de control, que tiene por finalidad determinar si un comportamiento realizado
por sujetos particulares puede ser atribuido a un Estado con base en el control ejerci-
do por éste sobre esos sujetos (CDI-ONU 2001, art. 8, comentario 3). En la práctica
internacional, hay dos interpretaciones de este estándar. La Corte Internacional de
Justicia (CIJ) ha exigido un control efectivo (effective control), entendido como la
existencia de un control sobre cada una de las operaciones específicas cometidas por

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Pietro Sferrazza-Taibi

un actor no estatal que impliquen una infracción a una determinada obligación inter-
nacional (CIJ 1986, 111 y 115). En cambio, el Tribunal Penal Internacional para la
exYugoslavia (TPIY) ha considerado que se trata de un control global o de conjunto
(overall control), bastando que el Estado coordine o ayude en la planificación general
de las actividades del grupo no estatal (TPIY 1999, 131).
Otro estándar de atribución que puede aplicarse para responsabilizar a un Estado
por las actuaciones de particulares es la diligencia debida. Si bien el PARIEHII no
la codifica, se trata de un criterio frecuentemente aplicado por tribunales interna-
cionales. De conformidad con esta regla, el Estado puede ser responsabilizado por
la actuación de sujetos que no forman parte de su estructura orgánica si se cumplen
dos requisitos: 1) que el Estado conozca un riesgo real e inminente de una infracción
a un deber internacional; y 2) que no adopte las medidas razonables para prevenir la
concreción del riesgo (CIJ 1980, 63-68).
El repaso de estas reglas de atribución es indispensable para enfrentar la pregunta
sobre su eventual aplicabilidad a los casos de desapariciones forzadas y para compren-
der a cabalidad la jurisprudencia de la Corte IDH sobre este problema.
Ahora bien, los instrumentos internacionales específicos sobre desaparición forza-
da aluden a las desapariciones cometidas por sujetos no estatales. Así, las definiciones
20 de desaparición forzada contenidas en el preámbulo de la Declaración sobre la protec-
ción de todas las personas contra las desapariciones forzadas, el art. II de la Convención
interamericana sobre desaparición forzada de personas (CIDFP) y el art. 2 de la Con-
vención internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones
forzadas (CIPPDF), utilizando una terminología similar, establecen que este crimen
puede ser cometido por agentes del Estado o por personas o grupos de personas que
actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado. Además, el art. 3 de
la CIPPDF dispone que los Estados deben investigar y procesar a los responsables de
las conductas no comprendidas en la definición de desaparición forzada y que sean
obra de personas o grupos de personas que actúen sin la autorización, el apoyo o la
aquiescencia del Estado. Por ende, los actores no estatales sin vínculo con el Estado
no quedaron absolutamente excluidos de la regulación de este tratado (Sferrazza Taibi
2019, 160-167).
Finalmente, el Estatuto de Roma define en el art. 7 (1) los crímenes de lesa huma-
nidad señalando que se comenten “como parte de un ataque generalizado o sistemáti-
co contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque”. A su vez, el art. 7
(2) (a) define el “ataque contra una población civil” como una “línea de conducta que
implique la comisión múltiple de actos […] contra una población civil, de conformi-
dad con la política de un Estado o de una organización de cometer ese ataque o para
promover esa política”. Por ende, la política que impulsa la comisión de los crímenes
puede ser la de un Estado o de una “organización” distinta del Estado. Por otra parte,
el Estatuto de Roma, al definir la desaparición forzada en el art. 7 (2) (i), prescribe

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Desapariciones forzadas por actores no estatales

que pueden ser sujetos activos un Estado o una organización política. Sin embargo,
ni en la doctrina ni en la jurisprudencia de la Corte Penal Internacional (CPI) existe
acuerdo sobre las características de la organización. Se han barajado dos posturas: una
amplia, según la cual la característica definitoria de la organización es su capacidad
para llevar a cabo actos que atentan contra valores humanos básicos (verbi gratia, CPI
2010, 90-92; Sadat 2013, 334-377) y otra restringida, que exige una similitud es-
tructural de la organización con el Estado (State-like organization) (verbi gratia, CPI
2010, 51-55, opinión disidente del juez Kaul; Kress 2010, 855-873).
Ahora bien, si se clasifican los autores de la desaparición forzada con un criterio
normativo basado en dichos instrumentos internacionales, se puede diferenciar entre
agentes estatales y actores no estatales, atendiendo a si el autor pertenece o no a la
estructura orgánica del Estado. Además, entre los actores no estatales debe distin-
guirse a quienes tienen alguna vinculación con el Estado en cuanto actúan con su
autorización, apoyo o aquiescencia y quienes no tienen relación alguna con el aparato
estatal. Respecto de estos últimos, se discute si jurídicamente pueden cometer o no
desapariciones forzadas (Sferrazza Taibi 2019, 154-ss.).
Aclaradas estas nociones básicas, se procederá al análisis de la jurisprudencia de la
Corte IDH sobre desapariciones cometidas por actores no estatales.
21

3. Atribución de desapariciones forzadas cometidas


por actores no estatales que actúan con autorización,
apoyo o aquiescencia del Estado

La jurisprudencia de la Corte IDH presenta una buena muestra de precedentes para


analizar la aplicación de las reglas de atribución sobre las desapariciones cometidas
por actores no estatales. Merecen especial atención las sentencias que se han pronun-
ciado sobre desapariciones cometidas por agrupaciones paramilitares. En América
Latina, el fenómeno del paramilitarismo ha surgido en contextos de alta conflictivi-
dad social, principalmente en situaciones de conflictos armados no internacionales.
Desgraciadamente los Estados han recurrido a la creación, apoyo y control de agru-
paciones paramilitares como una estrategia contrainsurgente para combatir a quienes
consideraban enemigos internos. Esta relación entre Estado y paramilitarismo ha
generado graves violaciones a los derechos humanos en perjuicio de la población
civil. Desde la perspectiva de la responsabilidad internacional, la utilización de gru-
pos paramilitares representa el clásico supuesto en que un Estado, para disfrazar su
responsabilidad, manipula entidades externas a su estructura orgánica para ejecutar
hechos ilícitos.
Dos ejemplos de Estados en que el paramilitarismo tuvo una fuerte presencia son
Guatemala y Colombia. En Guatemala, el paramilitarismo se desarrolló como una

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Pietro Sferrazza-Taibi

estrategia “contrainsurgente” para combatir la guerrilla durante el conflicto armado


interno que asoló este país desde 1962 hasta 1996 (Corte IDH 2004b, 42.1). Los
paramilitares mantenían una fuerte vinculación con el Estado, muchas veces actuan-
do en connivencia con sus agentes. Esta estrategia generó la comisión de terribles
violaciones a los derechos humanos que afectaron, principalmente, a integrantes del
pueblo maya, que había sido calificado como “enemigo interno” del Estado por su
supuesta colaboración con la guerrilla (Corte IDH 2012, 58; Corte IDH 2004b,
42.5-42.7; Corte IDH 2010, 66-67).
Por su parte, en Colombia la proliferación de agrupaciones paramilitares se inició
durante la década de 1960 a causa de una política estatal que promovió la organiza-
ción de particulares como grupos armados de autodefensa para combatir los grupos
de guerrilleros. La creación de estas organizaciones fue respaldada mediante un plexo
normativo que regulaba su constitución, actividad y relación con el Estado (Corte
IDH 2004a, 84.a; Corte IDH 2006a, 125.1; Corte IDH 2006b, 95.1; Corte IDH
2005, 96.1; Corte IDH 2007, 78; Corte IDH 2008, 75-76). El Estado también
proporcionó entrenamiento a los paramilitares, apoyo logístico, armamento y pertre-
chos, además de compartir con ellos la finalidad de combatir la guerrilla. En la prác-
tica, las fuerzas de seguridad del Estado y las agrupaciones paramilitares solían actuar
22 colaborativamente, distribuyéndose los roles en la ejecución de operativos militares
que causaron atroces violaciones a los derechos humanos (Corte IDH 2004a, 84.b;
Corte IDH 2006b, 95.2; Corte IDH 2005, 96.2).
Los puntos de este apartado están destinados al análisis de la jurisprudencia de la
Corte IDH sobre desapariciones forzadas cometidas en estos contextos de violencia.

a. La indefinición del estándar de atribución

En las primeras sentencias sobre desapariciones cometidas por paramilitares, la


Corte no esbozó una argumentación clara sobre la atribución. Un ejemplo es el
caso “Blake vs. Guatemala” sobre la desaparición forzada de dos periodistas nor-
teamericanos –Nicholas Blake y Griffith Davis–, quienes fueron detenidos y desa-
parecidos por la agrupación paramilitar Patrullas de Autodefensa Civil (PAC) (Corte
IDH 1998b, 52). La sentencia es confusa en lo que se refiere a la atribución de estos
hechos. Por un lado, se remite a los vínculos institucionales que mediaban entre el
Estado y los paramilitares, prestando especial atención a una ley que autorizó su
conformación. Sin embargo, por otro lado, atiende a vínculos más fácticos porque se
había acreditado que el Ejército entrenaba a los paramilitares, los apoyaba y propor-
cionaba armamentos y otros recursos (Corte IDH 1998b, 75-77). La falta de espe-
cificación del estándar de atribución genera suspicacias interpretativas. Para algunos
autores, la Corte IDH consideró a los paramilitares como un “órgano estatal de facto”

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Desapariciones forzadas por actores no estatales

(Hessbruegge 2005, 53 y 58; Palchetti 2007, 121 y 224-225; Vermeulen 2012, 253-
254), mientras que otros interpretaron que aplicó el estándar de control sin referirse
expresamente a éste (Annoni 2005, 675; Marks y Azizi 2010, 727-728).
Otro es “19 comerciantes vs. Colombia” sobre desapariciones forzadas y ejecucio-
nes extrajudiciales cometidas por la agrupación paramilitar Asociación de Campesi-
nos y Ganaderos del Magdalena Medio (ACDEGAM) en perjuicio de 19 personas
que, supuestamente, comercializaban con la guerrilla (Corte IDH 2004a, 85). La
sentencia consideró demostrado que la legislación sobre los paramilitares vigente al
momento de los hechos tuvo por objeto promover la organización de estos grupos,
a quienes además el Estado proporcionó apoyo logístico y permitió la tenencia de
armas (Corte IDH 2004a, 84.a, 116, 118, 120, 121, 126 y 129-134). Un aspecto
muy relevante de este caso consiste en la referencia a las nociones de “colaboración
y aquiescencia” para identificar la estrecha vinculación que mediaba entre la AC-
DEGAM y las autoridades militares estatales de la zona (Corte IDH 2004a, 86.b,
127, 135 y 138). Sin embargo, cuando la Corte IDH intentó argumentar sobre los
estándares de atribución, se refirió tanto al principio de unidad del Estado, como al
estándar de diligencia debida, este último en relación con la infracción del deber de
prevención (Corte IDH 2004a, 140; Manero Salvador 2012, 123-124). Por ende, la
argumentación no es clara en la identificación de la regla de atribución. 23

b. La aplicación de la diligencia debida en el marco


de la Convención Americana sobre Derechos Humanos

A partir de 2005, en algunas sentencias sobre casos de masacres cometidas en Colom-


bia por grupos paramilitares, la Corte IDH comenzó a elaborar una tesis propia sobre
la atribución de las desapariciones cometidas por actores no estatales que actúan
manteniendo algún vínculo de hecho con el Estado. En este orden de ideas, una sen-
tencia que marcó un punto de inflexión fue “Masacre de Mapiripán vs. Colombia”,
sobre las desapariciones forzadas de una cincuentena de personas cometidas por el
grupo paramiliar Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
La sentencia abordó con especificidad el problema de la atribución porque el Esta-
do colombiano había reconocido la responsabilidad internacional, pero solo respecto
de las actuaciones de los agentes estatales, rechazando la atribución de comporta-
mientos cometidos por paramilitares. Para justificar este planteamiento, el Estado
esbozó dos argumentos. En primer lugar, esgrimió que debían aplicarse las reglas
generales de atribución del derecho internacional, dado que la Convención America-
na sobre Derechos Humanos (CADH) no contenía disposiciones específicas sobre la
materia (Corte IDH 2005, 97). Asumiendo ese punto de partida, la defensa formuló
astutamente un segundo argumento, invocando la aplicación del estándar de control

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Pietro Sferrazza-Taibi

efectivo al señalar que el Estado no había ordenado la comisión de la masacre y que


los grupos de autodefensa eran ajenos a la institucionalidad estatal, en cuanto tenían
autonomía organizacional y una estructura con sus propios mandos (Corte IDH
2005, 97). De esa manera, la defensa intentaba convencer al tribunal interamericano
de que, si se aplicase el estándar de control interpretado como control efectivo, no
sería posible atribuir los hechos al Estado.
En relación con este punto, deben plantearse algunas reflexiones sobre la mejor
interpretación de la regla de control. El control efectivo es muy difícil de probar en
un caso de esta naturaleza (Spinedi 2007, 422-423) porque no es usual que los Esta-
dos dirijan todas y cada una de las operaciones de un grupo no estatal. De aplicarse el
control para imputar al Estado comportamientos cometidos por actores no estatales,
debería optarse por la tesis del control global. En efecto, la esencia del control consiste
en evitar que el Estado eluda su responsabilidad internacional acudiendo a organiza-
ciones externas a su estructura orgánica a quienes encomienda la comisión de ilícitos.
Como bien apuntó el Tribunal Penal Internacional para la exYugoslavia (TPIY) en la
sentencia “Tadić”: “A los Estados no les está permitido, por un lado, actuar a través
de individuos de facto y por otro lado disociarse de semejantes conductas cuando esos
individuos violan el Derecho internacional” (TPIY 1999, 117, traducción propia).
24 Respecto de un grupo no estatal con un relativo grado de organización y con una
fuerte relación fáctica con el Estado –como es el caso de los paramilitares– la demos-
tración de un control general del Estado sobre el grupo es suficiente para justificar
la atribución de los ilícitos (Bartolini 2001, 464 y 472; Cassese 2007, 661; Palchetti
2007, 151; De Hoogh 2001: 290-291; Griebel y Plücken 2008, 620). Retornando
al análisis de la sentencia sobre la “Masacre de Mapiripán”, si la Corte IDH hubiera
optado por la aplicación del control, no debería haberlo interpretado como control
efectivo, sino como control global o de conjunto.
Sin embargo, la Corte IDH prefirió desechar centrar el problema en la regla de
control, rechazando los argumentos del Estado y sosteniendo más bien que la CADH
tiene un carácter especial en el marco del derecho internacional de los derechos hu-
manos al consagrar sus propias reglas de atribución en los arts. 1 y 2 cuando regula
las obligaciones de respeto y garantía. Así, la Convención sería una

lex specialis en materia de responsabilidad estatal, en razón de su especial naturaleza de


tratado internacional de derechos humanos vis-à-vis el derecho internacional general.
Por lo tanto, la atribución de responsabilidad internacional al Estado, así como los al-
cances y efectos del reconocimiento realizado en el presente caso, deben ser efectuados
a la luz de la propia Convención (Corte IDH 2005, 107).

Habiendo definido el marco normativo aplicable al caso, la Corte IDH razonó con
la lógica de la diligencia debida, fundamentándola en las obligaciones de respeto y

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garantía. Además, señaló que el carácter erga omnes de dichas obligaciones habilita
la extensión de su ámbito de aplicación a violaciones de derechos humanos come-
tidas por particulares (Corte IDH 2005, 111-112 y voto razonado de Cançado
Trindade, 17-29). La sentencia sostuvo que no se había acreditado que el Estado
hubiese dirigido la masacre ni la existencia de una relación de dependencia entre
éste y los paramilitares. Sin embargo, en opinión de la Corte IDH: “Surge clara-
mente que tanto las conductas de sus propios agentes como las de los miembros de
grupos paramilitares son atribuibles a Colombia en la medida en que éstos actua-
ron de hecho en una situación y en zonas que estaban bajo el control del Estado”,
de modo que si

los actos cometidos por los paramilitares contra las víctimas del presente caso no pue-
den ser caracterizados como meros hechos entre particulares, por estar vinculados con
conductas activas y omisivas de funcionarios estatales, la atribución de responsabilidad
al Estado por dichos actos radica en el incumplimiento de sus obligaciones convencio-
nales erga omnes de asegurar la efectividad de los derechos humanos en dichas relacio-
nes inter-individuales (Corte IDH 2005, 120 y 123).

Esta sentencia es muy relevante para el objetivo del presente trabajo porque abordó 25
con especial atención la cuestión de la atribución desde una perspectiva teórica y téc-
nica. En efecto, consideró que la CADH contempla sus propias reglas de atribución,
derivadas de las obligaciones generales de respeto y garantía, y que tales reglas confi-
guran una lex specialis frente al régimen general de la responsabilidad internacional.
Además, la sentencia parece razonar de acuerdo con el criterio de la diligencia debida,
otorgándole un sustrato normativo en las normas de la CADH. En definitiva, se tra-
ta de una sentencia que definió algunos criterios esenciales que fueron aplicados en
jurisprudencia posterior.
Así ocurrió con la sentencia “Masacre de Pueblo Bello vs. Colombia”, cometida
por la agrupación paramilitar Los Tangueros en perjuicio de los habitantes de Pueblo
Bello, atacados por su presunta colaboración con la guerrilla en el robo de cabezas
de ganado. La masacre se ejecutó mediante una violenta incursión de un comando
de efectivos paramilitares que secuestraron a 43 personas. Las víctimas fueron trans-
portadas en camiones a través de una zona geográfica con considerable presencia de
militares estatales (Corte IDH 2006b, 95.30-95.44, 109).
La Corte IDH concluyó que no había prueba suficiente sobre la participación mate-
rial del Estado en la comisión de la masacre (Corte IDH 2006b, 66.b, 70, 136 y 140).
Una vez más, defendió el carácter de lex specialis de la CADH en materia de respon-
sabilidad internacional (Corte IDH 2006b, 111-118). También en este caso la Corte
IDH recurrió a la diligencia debida para imputar al Estado la responsabilidad por la
infracción del deber de prevención ante actuaciones de particulares, interpretando con

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flexibilidad el contenido de las obligaciones de respeto y garantía (Manero Salvador


2012, 124; Vermeulen 2012, 414-421; Cançado Trindade 2011, 158-159; Corte IDH
2006b, 111-114 y voto razonado de Cançado Trindade, 5-8).
Para valorar la atribución de la infracción del derecho a la vida, la Corte IDH
recurrió a los estándares elaborados por la jurisprudencia del Tribunal Europeo de
Derechos Humanos (TEDH), dado que éste había aplicado con anterioridad la dili-
gencia debida para atribuir al Estado infracciones de este derecho cometidas por par-
ticulares (Vermeulen 2012, 414). La Corte IDH valoró si el Estado estaba consciente
del riesgo que afectaba a la población de Pueblo Bello y si había adoptado medidas ra-
zonables para evitar la masacre (Corte IDH 2006b, 123-124). Respecto de la primera
cuestión, concluyó que el Estado estaba en conocimiento del riesgo, considerando el
contexto de violencia imperante en la zona y dando por acreditado un patrón masivo
de violaciones a los derechos humanos cometidas por paramilitares, en ocasiones,
con la connivencia de las fuerzas estatales (Corte IDH 2006b, 128-130). La Corte
IDH agregó que el Estado había contribuido activamente a crear el riesgo debido
a su colaboración en la organización, legalización, apoyo y proliferación de grupos
paramilitares (Corte IDH 2006b, 126). En cuanto al caso específico de la masacre
de Pueblo Bello, concluyó que el Estado no podría desconocer el riesgo porque justo
26 antes de la masacre había implementado algunas medidas de salvaguarda (Corte IDH
2006b, 95.6, 95.7, 95.26 y 125).
En relación con la idoneidad de las medidas adoptadas, la Corte IDH consideró
que no habían sido suficientes para prevenir el riesgo (Corte IDH 2006b, 126). La
sentencia explicó que la declaración de ilegalidad de los grupos paramilitares resultó
ineficaz para la prevención de la masacre (Corte IDH 2006b, 127 y 134). Además, el
hecho tuvo lugar en una zona con una contundente presencia de militares estatales,
quienes podrían haber evitado la masacre adoptando medidas adecuadas para la pro-
tección de la población (Corte IDH 2006b, 138-140, 151).
En otro caso, “Masacres de Río Negro vs. Guatemala”, la Corte IDH se pronun-
ció sobre cinco masacres perpetradas por el Ejército de Guatemala y las PAC contra
miembros de la comunidad maya achí de Río Negro (Corte IDH 2012, 65-81).
Algunas de las masacres fueron cometidas por integrantes de la comunidad indígena
Xoxoc que, tras declararse enemiga de la comunidad de Río Negro, fue organizada
por el Ejército estatal en varias patrullas de autodefensa (Corte IDH 2012, 70). En
relación con este antecedente, la sentencia estableció que:

El sometimiento de detenidos a cuerpos represivos oficiales, agentes estatales o parti-


culares que actúen con su aquiescencia o tolerancia, que impunemente practiquen la
tortura y el asesinato, representa, por sí mismo, una infracción al deber de prevención de
violaciones al derecho a la integridad personal y a la vida, aún en el supuesto de que no
puedan demostrarse los hechos violatorios en el caso concreto (Corte IDH 2012, 117).

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Finalmente, para subrayar la importancia del tiene el contexto para fundamentar


la atribución, cabe hacer referencia al caso “Alvarado Espinoza y otros vs. México”,
sobre la desaparición de tres personas en el marco de la militarización de la lucha
contra el narcotráfico en dicho país. Las desapariciones fueron cometidas por perso-
nas que llevaban armamento y uniformes militares, habiendo sido imposible iden-
tificar a los autores directos o mediatos. Para fundamentar autoría del Estado en las
desapariciones, la Corte IDH prestó especial importancia al aumento exponencial
de violaciones graves a los derechos humanos desde la puesta en marcha de opera-
ciones de seguridad por parte de las Fuerzas Armadas en el lugar de los hechos. Este
antecedente, sumado a algunas declaraciones testimoniales, permitió a la Corte IDH
atribuir las desapariciones al Estado (Corte IDH 2018d, 174-ss.).
Pues bien, la jurisprudencia a la que se ha hecho referencia en este apartado es relevan-
te porque permite demostrar que la Corte IDH ha optado por fundamentar los están-
dares de atribución en las obligaciones de respeto y garantía consagradas en la CADH.
Con base en ello, la Corte IDH ha invocado un razonamiento propio de la diligencia
debida, dado que verificó la concurrencia de sus dos requisitos básicos: conocimiento
de riesgo e idoneidad de las medidas para evitarlo.

27
c. La aplicación de la Convención interamericana sobre desaparición
forzada de personas para fundamentar la atribución

En algunos casos sobre desapariciones cometidas por actores no estatales que actúan
en conexión con el Estado, la Corte IDH ha declarado la violación del art. I. a) de la
Convención interamericana sobre desaparición forzada de personas (CIDFP), que obliga
a los Estados parte a “no practicar, no permitir, ni tolerar la desaparición forzada de
personas”. Es necesario hacer presente que la Corte IDH solo puede aplicar este tra-
tado respecto de Estados que lo han ratificado (art. XIII). Dado que la CIDFP está
específicamente destinada a la imposición de deberes internacionales sobre desapari-
ciones, es interesante analizar cómo la Corte IDH la ha utilizado en los casos sobre
actores no estatales.
Al respecto, una sentencia destacable es “Vereda La Esperanza vs. Colombia”,
sobre la desaparición forzada de 12 personas y la ejecución extrajudicial de otra. A
diferencia de las sentencias sobre las masacres, este precedente se pronunció sobre va-
rias desapariciones cometidas en un período de tiempo que se extendió desde el 21 de
junio hasta el 27 de diciembre de 1996. La modalidad de ejecución de los crímenes
fue similar porque las víctimas, tras ser “señaladas” como integrantes o simpatizantes
de la guerrilla, fueron desaparecidas por los paramilitares (Corte IDH 2017a, 77-100
y 154). La Corte IDH analizó el tema de la atribución porque el Estado colombiano,
pese a haber reconocido parcialmente la responsabilidad, alegaba que no se habían

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cometido desapariciones forzadas y que sus órganos no habían participado directa-


mente en los hechos (Corte IDH 2017a, 17).
La sentencia contiene una advertencia llamativa sobre la atribución que no se
había mencionado en sentencias anteriores, al sostener que, para la configuración de
la responsabilidad del Estado por la violación del deber de respeto ante actuaciones
de terceros, “no basta con una situación general de contexto de colaboración y de
aquiescencia, sino que es necesario que en el caso concreto se desprenda la aquies-
cencia o colaboración estatal en las circunstancias propias del mismo”(Corte IDH
2017a, 152). Esta afirmación parece demostrar que la Corte IDH pretende evitar la
aplicación de la diligencia debida si falta prueba suficiente que permita conectar el
caso particular sometido a su conocimiento con el contexto estructural de violencia
en que los actores no estatales y el Estado mantienen una relación que la Corte deno-
mina de “colaboración y aquiescencia”.
En cuanto al contexto, se explicó que desde, la década de 1970, en la zona de
los hechos comenzaron a tener presencia las Autodefensas Campesinas del Magda-
lena Medio (ACMM), un grupo paramilitar que se enfrentaba con los guerrilleros y
que cometió numerosas violaciones de derechos humanos (Corte IDH 2017a, 54-
61). La Corte IDH valoró un contundente material probatorio sobre la vinculación
28 que mediaba entre dicha agrupación y las Fuerzas Armadas estatales, demostrando
que ambas entidades se apoyaban mutuamente y actuaban en conjunto (Corte IDH
2017a, 62-76). Estos antecedentes permitieron acreditar la relación de “colaboración
y aquiescencia” entre ambos y fundamentar la imputación de las desapariciones al
Estado (Corte IDH 2017a, 151).
Algunos razonamientos de esta sentencia se han aplicado en jurisprudencia poste-
rior. El caso “Omeara Carrascal y otros vs. Colombia”, sobre la ejecución extrajudicial
de dos personas y la desaparición de Manuel Guillermo Omeara Miraval, reiteró la
necesidad de que el caso concreto tuviera una conexión con un contexto de violencia
(Corte IDH 2018a, 179). Así, la Corte IDH tuvo por acreditada la interacción entre
el grupo paramilitar Los Prada y un cuerpo de seguridad estatal (Corte IDH 2018a,
71-74 y 178). Si bien no se valoró la conexión de la desaparición forzada de Omeara
Miraval con este contexto –dado que el Estado reconoció la responsabilidad por este
hecho (Corte IDH 2018a, 36)–, ese ejercicio se realizó respecto de la ejecución de
Álvarez Sánchez, con la finalidad de justificar la atribución de este crimen al Estado
(Corte IDH 2018a, 180-183 y 188).
Un último ejemplo es el caso “Isaza Uribe y otros vs. Colombia”. De acuerdo con
los hechos, Víctor Manuel Isaza Uribe, estando detenido en una cárcel estatal, fue
sustraído por un grupo de hombres no identificados, quienes lo hicieron desaparecer
(Corte IDH 2018b, 55-60). Sin perder de vista que el Estado detenta un especial
deber de protección respecto de las personas que se encuentran privadas de libertad
bajo su custodia (Corte IDH 2018b, 87-95), el caso presentaba el problema de la

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falta de prueba de la participación estatal en el secuestro de la víctima. Fiel a su ju-


risprudencia, la Corte IDH evaluó la vinculación de esta desaparición específica con
el contexto de violencia en que los paramilitares habían perseguido a integrantes de
agrupaciones sindicales (Corte IDH 2018b, 123-141). Dado que la víctima estaba
afiliada a una de estas organizaciones, la Corte IDH imputó su desaparición al Esta-
do por aquiescencia y consideró que infringió los deberes consagrados en la CIDFP
antes reseñados (Corte IDH 2018b, 142-143).
Estas sentencias demuestran que la CIPDF ha sido y puede seguir siendo utilizada
como un instrumento complementario a la CADH para fundamentar la atribución
de las desapariciones cometidas por actores no estatales.

d. La responsabilidad del Estado en casos de desapariciones


cometidas por actores no estatales sin vínculo estatal

En la jurisprudencia de la Corte IDH no existen sentencias que aborden directa-


mente casos de desapariciones forzadas cometidas por actores no estatales actuando
sin autorización, apoyo o aquiescencia del Estado. Resulta paradójico que en su
primera sentencia “Velásquez Rodríguez vs. Honduras”, pese a tratarse de un caso 29
de desaparición forzada cometida por militares estatales, la Corte IDH haya razo-
nado en términos de diligencia debida para identificar los deberes del Estado ante
toda clase de desaparición forzada, incluyendo las de autoría no estatal (Marks y
Azizi 2010, 729):

Un hecho ilícito violatorio de los derechos humanos que inicialmente no resulte im-
putable directamente a un Estado, por ejemplo, por ser obra de un particular o por
no haberse identificado al autor de la trasgresión, puede acarrear la responsabilidad
internacional del Estado, no por ese hecho en sí mismo, sino por falta de la debida
diligencia para prevenir la violación o para tratarla en los términos requeridos por la
Convención (Corte IDH 1988, 172).

La sentencia subrayó el vínculo entre la obligación de prevención y las obligaciones


generales de respeto y garantía en los siguientes términos:

Lo decisivo es dilucidar si una determinada violación a los derechos humanos reco-


nocidos por la Convención ha tenido lugar con el apoyo o la tolerancia del poder
público o si éste ha actuado de manera que la trasgresión se haya cumplido en
defecto de toda prevención o impunemente. En definitiva, de lo que se trata es de
determinar si la violación a los derechos humanos resulta de la inobservancia por
parte de un Estado de sus deberes de respetar y de garantizar dichos derechos (Corte
IDH 1988, 173).

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Estas afirmaciones han sido reiteradas como obiter dicta en sentencias posteriores,
pero no en un caso de desaparición forzada cometida por actores no estatales sin
vínculo estatal (verbi gratia, Corte IDH 1989, 175-192; Corte IDH 1998a, 174).
La jurisprudencia que puede arrojar algunas luces sobre el problema que inte-
resa a este apartado es la relativa a algunos casos de violencia contra las mujeres,
especialmente, aquellos en que son privadas de libertad a mano de particulares. En
estas sentencias se ha aplicado la Convención interamericana para prevenir, sancionar y
erradicar la violencia contra la mujer (Convención de Belém do Pará), específicamente
el art. 7. b), que impone al Estado el deber de “actuar con la debida diligencia para
prevenir, investigar y sancionar la violencia contra la mujer”, es decir, un deber de
diligencia específico.
Para determinar si las afectaciones de derechos de las mujeres cometidas por par-
ticulares son imputables al Estado, la Corte IDH ha aplicado la diligencia debida.
De ese modo, ha analizado los hechos dividiéndolos en dos períodos temporales, uno
anterior a la denuncia de las desapariciones presentada ante las autoridades naciona-
les y otro posterior a ese momento. Procediendo de esa manera, con la finalidad de
verificar si el Estado estaba en conocimiento de un riesgo real e inmediato para las
víctimas, la Corte IDH ha analizado si existía un contexto de violencia estructural
30 en perjuicio de las mujeres en que podía insertarse el caso concreto. Comprobando
la existencia de un contexto de ese tipo, la Corte IDH ha concluido que, desde el
momento de la presentación de la denuncia de las desapariciones ante los órganos
nacionales, se activa un deber de diligencia estricto que obliga al Estado a adoptar
medidas razonables para intentar encontrar con vida a las víctimas. La obligación
reforzada de diligencia de la Convención de Belém do Pará (Corte IDH 2009, 258),
además de restringir la posibilidad de alegar el desconocimiento del riesgo, es espe-
cialmente exigente con las medidas que deben adoptarse (Abramovich 2010, 177-
178, 182) y obliga a cumplir las obligaciones de prevención, investigación y sanción
con perspectiva de género (Jiménez García 2011, 47; Villanueva Flores 2013, 265).
Un caso emblemático en esta línea jurisprudencial es “González y otras (“Campo
Algodonero”) vs. México”, sobre la desaparición y muerte de tres mujeres en Ciudad
Juárez. En el proceso, se demostró un contexto generalizado de violencia contra las
mujeres en dicha ciudad a partir de 1993 (Corte IDH 2009, 114-121). Entre sus
causas puede mencionarse el narcotráfico, la trata de personas, el tráfico ilegal de
migrantes y armas, la modificación de los roles familiares a consecuencia de la inser-
ción laboral de las mujeres y la idiosincrasia patriarcal local (Corte IDH 2009, 113,
129). Los hechos de violencia se caracterizaban por patrones comunes de ejecución.
Las mujeres víctimas eran jóvenes, pobres, estudiantes o empleadas en las fábricas
maquiladoras (Corte IDH 2009, 122-123). En la mayoría de los casos, eran privadas
de libertad, torturadas, abusadas sexualmente y luego asesinadas y abandonadas en
zonas despobladas (Corte IDH 2009, 124-136). En concordancia con lo señalado

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anteriormente, la Corte IDH concluyó que el contexto per se no generó el conoci-


miento del riesgo con respecto a las víctimas del caso concreto y determinó que el
deber de adoptar medidas razonables solo se activó con la denuncia (Corte IDH
2009, 282-283).
Otro caso es “López Soto y otros vs. Venezuela” sobre la privación de libertad de
Linda López Soto por parte de un particular, quien la sometió a horribles torturas y
vejaciones sexuales. En este caso, también se hizo referencia al contexto de violencia
contra las mujeres en Venezuela, el que fue acreditado por varios informes, entre
otros, de órganos de la ONU (Corte IDH 2018c, 152, 158 y 160). Esta sentencia
también asumió que el conocimiento del riesgo se produjo con la denuncia (Corte
IDH 2018c, 143-145, 153, 155-157 y 161-165), surgiendo desde ese momento la
obligación de diligencia estricta de adoptar medidas razonables (Corte IDH 2018c,
142 y 166-169).
Un aspecto llamativo de este precedente es el intento de establecer una diferencia
entre aquiescencia y diligencia debida señalando que la primera “comporta un con-
sentimiento del Estado al accionar del particular, sea por la inacción deliberada o por
su propio accionar al haber generado las condiciones que permitan que el hecho sea
ejecutado por los particulares” (Corte IDH 2018c, 146). De hecho, la Corte IDH
se refirió a su jurisprudencia anterior sobre el paramilitarismo en Colombia y señaló 31
que, en dichas sentencias, había aplicado el estándar de aquiescencia. Se dejará para
las conclusiones una reflexión sobre la plausibilidad de esta distinción.
En consecuencia, con base en lo explicado en este apartado, si un caso de desapa-
rición sometido a conocimiento de la Corte IDH no se inserta en un contexto de vio-
lencia debidamente acreditado, la Corte ha considerado que no puede ser atribuida al
Estado, pese a haber existido denuncia de la privación de libertad. De hecho, en el caso
“Gutiérrez Hernández y otros vs. Guatemala” sobre la desaparición de la profesora
universitaria Mayra Gutiérrez Hernández, la Corte IDH concluyó que la desaparición
de la víctima no se encuadraba en un contexto de violencia. La sentencia descartó que
pudiera insertarse en la práctica masiva de desapariciones que tuvo lugar durante el
conflicto armado interno en Guatemala que se extendió desde 1992 hasta 1996. El
hecho de que Gutiérrez Hernández haya desaparecido en 2000 después del término
del conflicto armado y la falta de prueba de la extensión de la práctica de las desapari-
ciones con posterioridad a 1996, fueron antecedentes considerados por la Corte IDH
para desechar la atribución (Corte IDH 2017b, 122-132). También se descartó que
la desaparición de Gutiérrez Hernández pudiera enmarcarse en el patrón de violencia
contra las mujeres existente Guatemala porque, de acuerdo con la prueba aportada,
ese contexto comenzó recién en 2001 (Corte IDH 2017b, 137-139).
Por lo tanto, queda pendiente la pregunta sobre la plausibilidad de que la Corte
IDH pueda aplicar los estándares explicados en este trabajo para atribuir al Estado
desapariciones cometidas por actores no estatales sin influencia estatal. Las aportaciones

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de la jurisprudencia interamericana sobre desapariciones de mujeres pueden ser ilustra-


tivas. Ahora bien, según el Comité de Expertas del Mecanismo de Seguimiento de la
Convención de Belém do Pará (MESECVI), no toda desaparición de una mujer es una
desaparición forzada, aunque sí constituye un supuesto de violencia contra la mujer en
los términos de dicha Convención (MESECVI 2018, 11-ss).
Sin perjuicio de la diferencia entre las nociones de violencia contra la mujer y
desaparición forzada, los criterios de la jurisprudencia sobre desapariciones de muje-
res en contextos de violencia estructural podrían ser adaptados para razonar sobre la
atribución de desapariciones que se cometen en contextos de violencia distintos. La
prueba del contexto de violencia ante el cual el Estado no adopta medidas razonables
para enfrentarlo puede ser un punto de partida para fundamentar la atribución de las
desapariciones cometidas en ese marco fáctico. Asimismo, la inactividad o negligen-
cia del Estado en la realización de las diligencias investigativas tras la presentación de
una denuncia de una desaparición cometida en ese contexto podría constituir un se-
gundo criterio para fundamentar la atribución. Para redondear, es plausible defender
la tesis de la responsabilidad internacional del Estado por desapariciones cometidas
en contextos de violencia ante los cuales no adopta medidas razonables para enfren-
tarlo. Sin perder de vista que situaciones de desapariciones masivas de autoría no
32 estatal están vigentes en Latinoamérica, sería necesario que el sistema interamericano
resuelva casos de esta índole construyendo precedentes jurisprudenciales que elabo-
ren criterios de atribución adecuados.

4. Conclusiones

La Corte IDH ha abordado en varias sentencias los casos de desapariciones forzadas


cometidas por actores no estatales que actúan mediando un vínculo de hecho con el
Estado. En esta jurisprudencia ha concluido que las reglas de atribución se despren-
den del contenido de las obligaciones de respeto y garantía consagradas en la CADH,
construyendo de ese modo un sistema autónomo de responsabilidad internacional
del Estado.
Cuando el tribunal interamericano ha razonado sobre la atribución en esta ju-
risprudencia, ha empleado la argumentación de la diligencia debida, en cuanto se
ha preocupado por determinar si el Estado conocía un riesgo y si adoptó medidas
razonables para evitarlo. Además, respecto de los Estados parte de la CIDFP, la Cor-
te IDH ha complementado la tesis anterior aplicando los deberes internacionales
específicos de este tratado y elaborando un estándar de atribución que denomina de
“colaboración y aquiescencia”.
Sin embargo, la Corte IDH no ha abordado casos de desapariciones forzadas
cometidas por actores no estatales que no mantienen ningún vínculo con el Estado.

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De hecho, la posibilidad de que estos actores puedan cometer desapariciones forza-


das es un tema controvertido. Sin perjuicio de ello, algunas sentencias sobre casos de
violencia contra las mujeres han exigido un deber de diligencia estricta para la funda-
mentación de la atribución aplicando la Convención de Belem do Pará. Para tal efecto,
la Corte IDH ha evaluado si existe un contexto de violencia y luego ha exigido la
denuncia de la desaparición ante las autoridades internas para concluir que el Estado
tenía conocimiento del riesgo en el caso concreto.
En la sentencia “López Soto y otros vs. Venezuela” la Corte ha pretendido llamar
la atención sobre la diferencia entre aquiescencia y diligencia debida. Pero cabe pre-
guntarse si se trata de dos estándares distintos. Parece ser que la Corte IDH es más
flexible en casos de desapariciones cometidas por actores no estatales vinculados con
el Estado, centrando la atención en el contexto de violencia y su conexión con el
caso sometido a su juzgamiento. En esas hipótesis, si el Estado no actuó para evitar el
riesgo pese a estar consciente de esa situación, o colaboró con los actores no estatales,
se configuraría la aquiescencia. En cambio, cuando la presencia del Estado está más
alejada –porque el ilícito es cometido por particulares desvinculados del Estado– la
Corte IDH es más exigente al requerir la prueba de una denuncia de una desapari-
ción en concreto, siempre en el marco de un contexto de violencia. Por lo tanto, los
estándares no parecen tener muchas diferencias. Quizá sea más sencillo centrar la 33
discusión de la atribución en la lógica de la diligencia debida y valorar en cada caso
cómo se cumplen sus requisitos, en vez de diferenciarla de la aquiescencia.
Como última reflexión, es necesario preguntarse si la Corte IDH podría aplicar
un razonamiento similar al empleado en la jurisprudencia sobre violencia contra
las mujeres, para casos de desapariciones forzadas que se cometen en Latinoamérica
por actores no estatales autónomos en contextos de violencia estructural. Piénsese,
por ejemplo, en las desapariciones cometidas por agrupaciones ligadas al narcotrá-
fico o las desapariciones de migrantes. Al respecto, podría tomarse en considera-
ción los criterios de atribución empleados en la jurisprudencia de la Corte IDH en
casos insertos en contextos estructurales de violencia contra la mujer y elaborar una
interpretación que permita adecuarlos a otros contextos de violencia. Es apremian-
te que la Corte IDH conozca casos de esta índole y valore su eventual atribución
al Estado.

Apoyos

Este artículo fue auspiciado por el Proyecto Jorge Millas 2018, DI 34-18-JM, UNAB
y Proyecto CONICYT, FONDECYT de Iniciación n.° 11180047. Se agradece la co-
laboración de los ayudantes de investigación Francisca Cárdenas Madrid, José Meza
Ortiz y Magdalena Gómez Carmona.

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Referencias

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Pietro Sferrazza-Taibi

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Cómo citar este artículo:

Sferrazza Taibi, Pietro. 2020. “Desapariciones forzadas por actores no estatales: la jurispru-
dencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales
67: 17-37. https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.4171

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ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 17-37


Libros de FLACSO Ecuador

Serie Atrio
Agresión externa y seguridad regional:
perspectivas desde Ecuador y Costa Rica
Marco Vinicio Méndez-Coto
Editorial FLACSO Ecuador
296 páginas
En marzo de 2008, Colombia bombardeó sorpresivamente territorio ecuatoriano
sin consentimiento ni coordinación con Ecuador. Su objetivo militar fueron grupos
armados irregulares colombianos que se hallaban en el país vecino. El ataque
causó un cisma en las relaciones binacionales. Como estrategia de respuesta,
Ecuador, un Estado pequeño con una limitada capacidad militar, logró tornar esta
amenaza en un asunto de seguridad regional.
En octubre de 2010, Nicaragua inició un dragado del río San Juan, ubicado en
una zona fronteriza motivo de antiguas disputas con Costa Rica. Si bien Nicaragua
actuaba, inicialmente, con el aval costarricense, la población de Costa Rica denunció
que en dicha operación, Nicaragua incursionaba en sus localidades para depositar
sedimentos que ocasionaban daños ambientales. El histórico diferendo se reavivó
con fuerza. Costa Rica, un país que no tiene fuerzas armadas, denunció la “agresión
externa” en los foros multilaterales y consiguió una sanción para Nicaragua.
Marco Vinicio Méndez-Coto analiza las opciones de los Estados pequeños para
enfrentar las situaciones de amenaza descritas, tanto a nivel interno como externo;
traza el mapa de los foros regionales, y establece los factores que inclinaron la
balanza en cada caso. Su obra muestra cómo los alineamientos geopolíticos
moldearon la arquitectura de seguridad hemisférica en la historia reciente de
América Latina. Un aporte para comprender, desde la región, las prácticas, actores,
amenazas y estrategias del nuevo momento de la seguridad internacional que
inicia con el cambio de siglo.
Reparación simbólica, trauma y victimización:
la respuesta del Estado chileno a las violaciones
d o ssi e r de i nve sti ga ci ó n

de derechos humanos (1973-1990)


Symbolic reparation, trauma and victimization: The response of the Chilean
State to human rights violations (1973-1990)

Dra. Javiera Bustamante-Danilo. Académica, Departamento de Antropología, Universidad Alberto Hurtado


(Chile). ([email protected]) (https://orcid.org/0000-0002-5490-4326)
Dra. Alejandra Carreño-Calderón. Docente investigadora, Universidad del Desarrollo (Chile).
([email protected].) (https://orcid.org/0000-0002-0605-2632)

Recibido: 14/10/2019 • Revisado: 22/01/2020


Aceptado: 10/03/2020 • Publicado: 01/05/2020

Resumen
Pasados más de 30 años desde el fin de la dictadura cívico-militar, pocas investigaciones han abordado el rol que la categoría
de víctima ha asumido en las estrategias que el Estado chileno puso en marcha desde 1990 en adelante para abordar las
violaciones a derechos humanos acaecidas entre 1973 y 1990. A partir del análisis documental y etnográfico de las políticas
de reparación simbólica y de las normativas asociadas con programas de beneficios sociales y sanitarios, este artículo explora
la forma en que el Estado chileno ha administrado las violaciones a derechos humanos, la tortura y la desaparición, basán-
dose en dos principios: la narrativa de la victimización y la adopción de una perspectiva individualizada en el abordaje del
trauma. A partir de un análisis de material documental y etnográfico, la investigación evidencia cómo este tratamiento ha
marcado la agenda pública en materia de derechos humanos permitiendo soslayar, por una parte, la demanda por el esclare-
cimiento del destino de los cuerpos de los detenidos desaparecidos y, por otra, el reconocimiento del rol que tuvo el Estado
en la perpetración de violencia durante la dictadura cívico-militar. Este análisis demuestra que, si bien la utilización de la
figura de la víctima ha contribuido a aislar a las personas que sufrieron vejaciones y despolitizar su actuar, es necesario aún
problematizar la potencialidad de acción colectiva que posee la victimización y sus posibles diálogos con los movimientos
sociales contemporáneos.

Descriptores: derechos humanos; desapariciones; reparación a víctimas; trauma; dictadura; Chile.

Abstract
More than 30 years have passed since the civil-military dictatorship and few studies have addressed the role the victim
category had in the Chilean State’s strategies implemented since 1990 onward to address the human rights violations
which took place between 1973 and 1990. Through a documental and ethnographic analysis of symbolic reparation
and the norms associated with social and sanitary programs, this article explores how the Chilean State has adminis-
tered human rights violations, torture and disappearances based on two principles: the narrative of victimization and
the adoption of an individualized perspective to address trauma. Through the analysis of documental and ethnographic
material, this research exposes how this treatment has marked the public agenda in terms of human rights. On the one
hand, this has made it possible to ignore the demand for clarity regarding the bodies of those who were detained and
disappeared. And on the other hand, there has been a lack of recognition of the role the State had in the perpetration
of this violence during the civil-military dictatorship. This analysis demonstrates that even though the use of the figure
of victim contributed to isolating people who suffered mistreatments and to depoliticize their actions, it is necessary
to problematize the potential for collective action of victimhood and its possible dialogues with other contemporary
social movements.

Keywords: Human rights; disappearances; reparation for victims; trauma; dictatorship; Chile.

ÍCONOS Revista de Ciencias Sociales • n.º 67 • vol. XXIV (2do. cuatrimestre) • ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065
mayo-agosto 2020 • www.revistaiconos.ec
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.4231 • Páginas 39-59
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Javiera Bustamante-Danilo y Alejandra Carreño-Calderón

1. Introducción

Las políticas de reparación simbólica y de salud mental han sido una tarea prioritaria
en los intentos del Estado de Chile por afrontar las consecuencias de la violación sis-
temática a los derechos humanos cometidos durante la última dictadura cívico-militar
chilena (1973-1990). Las Comisiones de Verdad y Reconciliación, por medio de sus
recomendaciones, han impulsado iniciativas conducentes a la subsanación moral y
sanitaria de las víctimas afectadas en sus derechos fundamentales. En este contexto, las
víctimas, en especial las víctimas de desaparición forzada junto al desconocimiento del
paradero de sus cuerpos han ocupado un lugar central en esta agenda de reparación.
Tras examinar las iniciativas de reparación en salud mental y de reparación simbólica,
surgen las interrogantes: ¿en qué medida las narrativas de victimización y la adopción
de una perspectiva individualizada del trauma han despolitizado los crímenes del pa-
sado, enfatizando prioritariamente la figura de la víctima sufriente? ¿Este paradigma
victimario y sus efectos de despolitización han permitido soslayar la demanda por el
reconocimiento del rol del Estado en la violación de los derechos humanos?
En este marco, este artículo pretende analizar las políticas de reparación y reconci-
liación democrática desde el supuesto que el Estado chileno ha afrontado el problema
40 de la desaparición basándose en dos principios: la narrativa de la victimización y la
adopción de una perspectiva individualizada en el abordaje del trauma. A lo largo del
texto y por medio de un análisis situado tanto en las políticas de reparación simbólica
–particularmente mediante la política patrimonial, de memoriales y monumentos–,
como mediante la restitución de derechos de salud, trataremos de evidenciar cómo las
narrativas de la victimización han permitido soslayar la demanda por el esclarecimiento
del destino de los cuerpos de los desaparecidos, despolitizar el proceso reparatorio y evi-
tar el reconocimiento del rol que tuvo el Estado en la perpetración de violencia durante
la dictadura cívico-militar, institucionalizando un régimen de impunidad.

2. Políticas públicas y aproximaciones teóricas para


el abordaje de las violaciones a derechos humanos en Chile

Desde 1990, el esfuerzo incansable de organismos de derechos humanos de la so-


ciedad civil y de agrupaciones de familiares de detenidos desaparecidos y ejecutados
políticos ha sido avanzar en materia de verdad, justicia y reparación por las contun-
dentes violaciones a los derechos humanos cometidas en Chile entre 1973 y 1990
por agentes del Estado y grupos de la sociedad civil. En este contexto, desde 1990 se
levantó una serie de comisiones, programas e institucionalidades que buscaron favo-
recer, entre otros objetivos, la materialización del paradigma reparatorio asumiendo
el principio de que era una responsabilidad moral y ética del Estado responder a las

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Reparación simbólica, trauma y victimización

violaciones a los derechos humanos. En tanto agente responsable, el Estado se veía en


la obligación de impulsar una política pública1 de derechos humanos y memoria au-
torizada para promover mecanismos de reparación moral y material para las víctimas,
específicamente para las víctimas de tortura, muerte y desaparición.

Ciertamente no es posible establecer correlación entre el dolor, la impotencia y las


esperanzas de las familias de las víctimas con las medidas que más adelante se sugieren
[…]. Sin embargo, la reparación moral y material parecen ser una tarea absolutamente
necesaria para la transición hacia una democracia más plena. En este sentido, enten-
demos la reparación como un conjunto de actos que expresan el reconocimiento y la
responsabilidad que le caben al Estado en los hechos y circunstancias que son materia
de este informe. La reparación es una tarea en la que el Estado ha de intervenir en
forma conciente y deliberada […]. Ha de ser un proceso orientado al reconocimiento
de los hechos conforme a la verdad, a la dignificación moral de las víctimas y a la
consecución de una mejor calidad de vida para las familias más directamente afectadas
(Ministerio del Interior 1996, 1253-1254).

De este modo, en 1990 se creó la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación2


(Comisión Rettig), la cual tuvo entre sus objetivos:
41
establecer un cuadro lo más completo posible sobre las más graves violaciones a los
derechos humanos con resultado de muerte y desapariciones cometidas por agentes
del Estado o particulares con fines políticos; reunir antecedentes que permitieran in-
dividualizar sus víctimas y establecer su suerte o paradero; recomendar las medidas
de reparación y reivindicación que se creyeran de justicia y aquellas que debieran
adoptarse para impedir o prevenir la comisión de nuevas violaciones (Ministerio del
Interior 1996, XV).

Particularmente la Comisión Rettig concentró sus esfuerzos, en mayor medida, en la


cuestión económica y monetaria, en menor medida en las educativas y sanitarias y,
en ulterior prioridad se situaron las medidas simbólicas, quedando en un principio
a la iniciativa privada de familiares y agrupaciones de derechos humanos. La misma
tendría una función individual, es decir, estaría orientada a restituir moralmente a las
víctimas, en especial la reivindicación de su buen nombre en el espacio público.3 Más

1 Tomamos la noción de política pública de Vinyes (2010), quien la entiende como una combinación de tres elementos: un objetivo,
un programa y un instrumento, donde el objetivo es reconocer la pluralidad de memorias y luchas que han hecho posible la convi-
vencia democrática; el programa son las actuaciones destinadas a preservar, estimular y socializar esas memorias; y el instrumento es la
institución específica que materializa los programas que sostienen las actuaciones. De acuerdo con este modelo, en Chile más bien ha
existido un conjunto de actuaciones en materia de verdad, justicia y reparación, las cuales, dispersas y duplicadas, además de reactivas
y desprovistas de un financiamiento permanente y suficiente, carecen de una organización y planificación progresiva en el tiempo.
2 Decreto Supremo 355 del Ministerio del Interior, 25 abril de 1990.
3 De 3500 casos revisados, la Comisión llegó a la convicción que 2279 personas calificaban como víctimas con resultado de muerte.

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Javiera Bustamante-Danilo y Alejandra Carreño-Calderón

tarde, en 2003, se creó la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura4 (Co-
misión Valech), esta vez pensada con el objetivo de reunir información sobre las víc-
timas que sufrieron privación de libertad y tortura por razones políticas5 y, así mismo,
mediante su informe concluyente, recomendar medidas reparatorias “con la mirada
de procurar la reconciliación entre los chilenos” (Ministerio del Interior 2005, 517).
En este caso, las medidas reparatorias se dividieron en individuales (económicas, edu-
cativas y sanitarias) y colectivas (simbólicas), donde estas últimas buscarían fomentar
la conciencia social y garantizar la irrepetibilidad de los hechos.
Las recomendaciones intersectoriales levantadas por ambas comisiones han
orientado la gestión de la memoria del pasado reciente en Chile, dotándola de
una identidad reparatoria donde la reparación simbólica, señalada como medida
colectiva y de carácter público, más bien ha tenido una función individual de res-
titución moral de las víctimas. Uno de los signos más claros de esta búsqueda lo
encontramos en los diseños de los monumentos, memoriales y sitios de memoria,
donde el nombre de las víctimas y el año de desaparición y/o ejecución constitu-
yen, especialmente en las primeras obras, una condición inalienable. Ejemplo de
ello es el renombrado Memorial en Homenaje a los Detenidos Desaparecidos y
Ejecutados Políticos del Cementerio General, inaugurado en 1994, a solo tres años
42 del término de la dictadura. Esta iniciativa precursora, de una u otra forma, a la lar-
ga instalaría la idea de reconocimiento individual efectuado por medio de las obras
de reparación simbólica. Si bien hoy los grupos sociales y de derechos humanos
negocian imaginarios globales alternativos (Hite 2013) que buscan instalar nuevas
formas de homenajear y conmemorar tanto en los espacios públicos y privados, la
comprensión de la reparación simbólica ha estado principalmente marcada por el
homenaje a las víctimas, a aquellas personas afectadas que merecen ser reconocidas
y subsanadas del dolor que padecieron. En este contexto, durante los últimos 30
años, las organizaciones de defensa de los derechos humanos, las agrupaciones de
familiares de detenidos desaparecidos y de ejecutados políticos, los sitios de me-
moria y grupos de la sociedad civil han demandado al Estado, de forma general, la
consolidación de políticas públicas de subsanación a la integridad de las víctimas
y, de manera particular, han exigido la construcción de memoriales, monumentos
y espacios conmemorativos junto con la patrimonialización de sitios de memoria
donde el testimonio de los acontecimientos asociados a la experiencia de tortura,
muerte y desaparición ha adoptado un lugar primordial.
En este escenario, de forma paralela, las políticas de reparación en materia de sa-
lud también han ocupado un lugar prioritario. Una de las medidas más emblemá-
ticas asumidas por los gobiernos de la posdictadura fue la creación de un servicio
de atención integral de salud dirigido especialmente a víctimas sobrevivientes y fa-
4 Decreto 1040 del Ministerio del Interior, 26 septiembre de 2003.
5 Del universo de casos revisados, se consignó un total de 27 153 víctimas sin resultado de muerte.

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Reparación simbólica, trauma y victimización

miliares de detenidos desaparecidos. Este servicio nació en 1992 con el nombre de


Programa de Reparación y Atención Integral en Salud y Derechos Humanos (desde
ahora, PRAIS) y es uno de los pocos servicios creados a partir de los resultados de
la Comisión Rettig (1990) que ha superado el paso de los años y de las alineaciones
políticas de los diversos gobiernos del Chile contemporáneo.6 El Programa trans-
fiere a una entidad estatal parte de la experiencia acumulada durante los años de la
dictadura en materia de atención de salud en general y salud mental en particular a
personas apresadas, torturadas o exiliadas por motivos políticos entre 1973-1990,
además de sus parientes directos. Como es sabido, durante estos años fueron pros-
critas todas las actividades políticas y sociales que pudieran promover oposición a
la dictadura en curso. En consecuencia, las organizaciones dedicadas a la atención
de salud de estas personas fueron obligadas a actuar desde la clandestinidad, abrién-
dose un camino hacia la oficialidad mediante el amparo que recibieron por parte
de la Iglesia católica y de los fondos de la cooperación internacional que les han
permitido actuar por medio de programas de intervención independientes (Casti-
llo 2007). En este marco, las diferentes organizaciones no gubernamentales (ONG)
y asociaciones que se conformaron durante este período –Centro de Salud Mental
y Derechos Humanos (CINTRAS); Instituto Latinoamericano de Salud Mental
y Derechos Humanos (ILAS); Fundación Ayuda Social a las Iglesias Cristianas 43
(FASIC); Comité Denuncia, Investigación y Tratamiento al Torturado y su Núcleo
Familiar (DITT) del Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo (CODEPU),
entre otros)– y que reúnen a expertos en materia de atención médica y psicológica a
las víctimas de violaciones a derechos humanos, se organizan en torno a una Coor-
dinadora de Equipos de Salud Mental de Derechos Humanos (CESAM), cuyo rol
principal fue el registro, tratamiento y denuncia de las consecuencias psicológicas
de la represión en Chile (CINTRAS et al. 2002).
La experiencia madurada durante esos años comenzó a dar origen a diversas
propuestas de “reparación integral” ofrecidas por estos grupos de profesionales a
los gobiernos democráticos, a la luz de la importancia que el proceso de reparación
moral iría adquiriendo en el curso de los primeros años de la transición, espe-
cialmente una vez conocidos los resultados de la Comisión Rettig, que introduce
formalmente la obligación de reparación del daño perpetrado por el Estado chi-
leno por medio de un abanico de medidas intersectoriales. En términos de salud,
ya desde las primeras propuestas de la década de 1990, los expertos provenientes
del área subrayaron que la reparación moral del daño infringido mediante la vio-
lencia política solo sería posible en la medida en que se sustente en un proceso de
esclarecimiento colectivo de verdad y justicia, como valor ético insoslayable, que

6 Además de este Programa, la Comisión recomendó la creación de la Oficina Nacional de Retorno (ONR), la Corporación Nacional
de Reparación y Reconciliación, el Programa de Exonerados Políticos y el Programa de Educación de Derechos Humanos, varios de
los cuales perdieron vigencia y/o fueron cerrados ya a inicios del siglo XX (Brinkmann 1999).

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Javiera Bustamante-Danilo y Alejandra Carreño-Calderón

incluye un trabajo colectivo, social y político, y que no puede limitarse al plano


personal-individual, como sucede a menudo en el tratamiento de conflictos psí-
quicos de otra índole (Castillo 2007; CODEPU y DTT 1996; Lira 2010). Con-
vencidos de poder avanzar con estos supuestos, dichos organismos especializados
en salud mental y represión política se sumaron al esfuerzo puesto en marcha a
partir de la instauración del PRAIS en los diversos servicios de salud del país. En
términos concretos, las medidas de reparación moral que se negociaron entre 1990
y 2011 –año en que se entregaron los resultados de la Comisión Valech II, dando
por “cerrado” el proceso de verdad y reparación en Chile–, se traducen hoy en día
en la posibilidad que tienen las víctimas y familiares de detenidos desaparecidos de:
acceder a atención y prestaciones médicas gratuitas en el sistema público de salud,
posibilidad de retomar estudios en casos en que se hayan visto interrumpidos por
la prisión política, adquirir puntos preferenciales en el sistema de postulación a
subsidios de vivienda, exención del servicio militar obligatorio y asignación de
pensión vitalicia para afectados directos/as y sus familiares. Este abanico de “be-
neficios” basados más bien en un paradigma económico, se ha posicionado como
sustituto de los compromisos de reparación adquiridos a partir de los resultados
de las diversas comisiones realizadas a partir de la década de 1990. En el camino
44 han quedado la dimensión jurídica y colectiva del proceso reparatorio, así como las
garantías de no repetición promovidas por la Organización de las Naciones Unidas
(ONU) y asumidas en primera instancia por Chile. El cierre de las Comisiones de
Verdad y Reconciliación en 2011 fijó el proceso de reparación en una condición
de suspensión perpetua, caracterizada por las múltiples ambigüedades con que el
Estado chileno se ha posicionado frente a la dimensión colectiva y social de su
responsabilidad como perpetrador de violencia. Mediante esta suspensión, se ha
abierto un espacio de impunidad en el que han podido ampararse los carnífices, re-
duciendo sus condenas efectivas y sumiendo las informaciones entregadas al Estado
sobre el paradero de desaparecidos en un régimen de silencio (Ley 19 992). De esta
manera, la impunidad, entendida como “la negación violenta de las aspiraciones
esenciales de reconstrucción ética de las relaciones humanas en la sociedad” (Díaz
y Madariaga, en Aravena y Acuña 2013, 41) se ha transformado en el mayor agente
retraumatizador de quienes debían ser reparados. En lugar de promover un reco-
nocimiento colectivo que permita elaborar lo vivido a las personas que sufrieron
experiencias de traumatización extrema para poder desplazarse del lugar de vícti-
mas hacia la recuperación de su autonomía (Lira 2010), la impunidad acompañada
de un proceso reparatorio basado en beneficios ha transportado a estas personas
al papel de víctimas, cuyo diálogo con el Estado se realiza a partir de la categoría
diagnóstica del trauma.

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3. El paradigma de la victimización para abordar


las violaciones a derechos humanos en Chile

Los estudios sobre derechos humanos y la dictadura en Chile han tendido a centrarse
en el análisis de los procesos de reparación y reconciliación entendiéndolos en rela-
ción con los desafíos globales que existen en términos de la construcción de memo-
rias colectivas frente a las reiteradas situaciones de violencia política ejercida por el
Estado que se extienden en todo el mundo (López 2006; Bustamante 2016). En este
marco, pocas veces se han observado en el mismo plano los procesos de reparación
que se han llevado a cabo en el ámbito de la construcción de memoria colectiva a par-
tir de la creación de sitios de memoria, museos y memoriales, junto con los procesos
que se han articulado bajo la lógica de la entrega de beneficios en materia de derechos
sociales, como el Programa PRAIS.
Respecto a los primeros, se destaca un reconocimiento del enorme contraste exis-
tente entre el tratamiento que se ha hecho de las víctimas, individualizándolas como
sujetos e identificando los aspectos más íntimos de las vejaciones que sufrieron, en
detrimento del lenguaje generalizado y pulido que se extiende sobre los perpetrado-
res, quienes son difícilmente individualizados personalmente, utilizando una serie de
estrategias lingüísticas que están presentes tanto en la conformación de los informes 45
Rettig y Valech, como en los medios de comunicación masiva que utilizan esporádi-
camente dichas fuentes (De Cock y Michaud Maturana 2017). Los estudios realiza-
dos en este vértice son los más copiosos y, si bien han realizado una extensa discusión
respecto a los usos de la memoria y a las políticas públicas que están detrás de los pro-
cesos de patrimonialización o eliminación de los lugares en que se realizaron violacio-
nes de derechos humanos y desapariciones forzadas, varios coinciden en destacar que
el teatro de la memoria, la escenificación que se pone en acto mediante los símbolos
y materialidades apostados en estos lugares, tiende a organizar composiciones cuyo
objetivo es enfatizar la condición de la víctima por sobre el lugar de los perpetradores
o el contexto histórico o ideológico que llevó a la concreción de los actos de tortura
y desaparición en Chile. Esto significa que los lugares de memoria, como espacios
de teatralización de una experiencia histórica, promueven principalmente entre sus
visitantes una empatía con la condición de víctima por medio de la generación de
imágenes y afectos que acercan al público hacia la experiencia sensorial de la tortura
y la muerte (Bianchini 2014; Maceira 2009; Piper-Shafir et al. 2018, entre otros).
Por su parte, las políticas de atención de salud como parte de las medidas reparato-
rias para víctimas han sido prevalentemente abordadas por expertos del mundo “psi”
(psicólogos, psiquiatras, psicoterapeutas) que han establecido un ejercicio compro-
metido de su profesión, atendiendo a personas directamente implicadas en tortura y
desaparición, ya sea por experiencia propia o de sus familiares (Castillo y Díaz Cordal
2014). Este ámbito nace en torno al trabajo del Instituto Latinoamericano de Salud

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Mental y Derechos Humanos (ILAS) creado en 1988, que proveyó ayuda terapéutica
a un cuantioso número de personas durante la dictadura y en los años posteriores.
De sus trabajos, habitualmente realizados por terapeutas que vivieron en carne propia
situaciones de violencia y tortura, surge la extendida sensación de un Estado que ha
sido incapaz de abordar seriamente los desafíos de la reparación y la construcción de
una memoria colectiva, sembrando también las condiciones para una transmisión
intergeneracional del trauma cuyas repercusiones se viven hasta nuestros días entre
hijos y nietos de personas torturadas y desaparecidas (Cabrera et al. 2017; Castillo y
Díaz Cordal 2014). Ya en 1983 los psiquiatras Cienfuegos y Monelli (1983) destaca-
ban cómo el golpe militar creó una ruptura sistemática y extensiva de las relaciones
familiares, laborales, amicales, vecinales y de los propios partidos políticos a partir del
uso de la tortura, el encarcelamiento y la desaparición como política de Estado. El
efecto devastador que la violencia tiene sobre la percepción del sujeto y sus relaciones
de confianza llevó a los psicoterapeutas a un lugar de parálisis total en cuanto los
tratamientos tradicionales desarrollados hasta la fecha para el abordaje del trauma re-
sultaban a menudo inadecuados para responder a los síntomas emotivos y cognitivos
tanto de quienes sufrieron tortura directamente como de quienes fueron testigos de
la desaparición de sus familiares más cercanos. El desarrollo de una forma de atención
46 clínica especialmente dedicada a este tipo de pacientes ha puesto énfasis en los efectos
individuales y familiares que la violencia política genera, orientando a los terapeutas
al reconocimiento del concepto de pérdida ambigua (Boss 2001) y ansiedad traumá-
tica especialmente presentes en estos grupos (Roizblatt et al. 2014).
A pesar de la fuerza que asume la categoría del trauma a nivel global, ya sea utiliza-
da como diagnóstico trastorno postraumático de estrés (Young 1997) o en diagnósti-
cos asociados (traumatización extrema, duelo patológico, trauma, etc.), poca atención
se ha puesto en Chile especialmente de parte de las ciencias sociales a la importancia
que asume la condición de víctima en las políticas reparatorias de la posdictadura. Por
el contrario, tanto en Europa como en América Latina, especialmente en países que
vivieron procesos similares al chileno (Brasil, Argentina, Uruguay, España), el surgi-
miento del paradigma de la victimización (Hartog 2012) ha suscitado especial interés
en la medida en que el fin de las dictaduras de la década de 1980 parece inaugurar la
proliferación de la idea de la víctima, que no es más un sustantivo utilizado solo para
quienes han sufrido violencias trascendentes –perseguidos políticos, torturados, fami-
liares de desaparecidos–, sino también para quienes han sufrido los efectos de eventos
tan variados como la violencia doméstica, la negligencia médica o una catástrofe natu-
ral (Gatti 2016). Del mismo modo, la noción de trauma ha ido asumiendo protago-
nismo desde la década de 1980, cuando el Diagnostic and Statistical Manual of Mental
Disorders (DSM) abandonó la centralidad del trauma psíquico en detrimento de la
incorporación del trastorno por estrés postraumático, entendido como un desorden
producto de un acontecimiento estresante, “fuera del rango de la experiencia humana,

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previsible y normal” (APA 1994, 435). Frente a este cuadro, Gatti (2016) identifica
dos posturas teóricas que a su haber habrían prevalecido para interpretar la fuerza ad-
quirida por paradigma de la victimización y la consonante hegemonía asumida por el
diagnóstico de estrés postraumático. Por una parte, la tradición francesa representada,
entre otros, por Fassin y Rechtman (2007), sostiene que “el imperio del trauma” o la
proliferación de la necesidad de exposición del propio sufrimiento por medio de los
dispositivos de la psiquiatría son parte de un mecanismo que reemplaza la figura del
ciudadano por la figura de la víctima, transformando los derechos sociales en bene-
ficios humanitarios. Por otra parte, la que Gatti (2016) considera una tradición más
anglosajona, declina del análisis del poder en la construcción de la idea de víctima
para poner atención en la capacidad de esta categoría de crear comunidad y sentido
(Ortega 2008). En el intersticio entre ambas posiciones se han articulado también las
discusiones teóricas latinoamericanas, entre las cuales se destacan las de la antropología
brasileña y argentina (Sarti 2011; Aydos y Figueiredo 2013; Zenobi 2017), centradas
ya no solo en las experiencias traumáticas de desaparición, tortura y muerte, sino
en eventos disímiles que confluyen en el uso de la categoría de víctima para acceder
a reparación, beneficios o reconocimiento social (Gatti 2016). En este contexto, la
posición de entender la victimización como puro mecanismo de individualización de
la experiencia traumática es contestada interrogando las demandas y exigencias que 47
se legitiman, obteniendo también reconocimiento social a partir de la exposición de
una narración sufriente (Sarti 2011). Desde el análisis de las políticas de reparación
de la memoria mediante el patrimonio y los programas de salud mental, se discutirá a
continuación el efecto que este paradigma tiene sobre la gestión de las violaciones de
derechos humanos por parte del Estado en Chile.

4. Víctimas y narrativas de la victimización

Es innegable que los informes Rettig y Valech, con sus especificidades históricas
y políticas, constituyeron un hito fundamental en la agenda gubernamental de
derechos humanos del Chile posdictatorial, especialmente en lo que concierne al
conocimiento de la verdad y a las medidas de reparación creadas para las víctimas
de la dictadura de Augusto Pinochet. Particularmente, el informe Rettig publicado
en 1996 señaló muy claramente en un fragmento de su exordio que la verdad era
requisito indispensable no tan solo para una efectiva reconciliación nacional, sino
también para “rehabilitar en el concepto público la dignidad de las víctimas, facili-
tar a sus familiares y deudos la posibilidad de honrarlas debidamente y permitir re-
parar, en alguna medida, el daño causado” (Ministerio del Interior 1996, XIV). Los
testimonios de los informes –que proveyeron al país de una verdad hasta entonces
archivada institucionalmente en la Vicaría de la Solidaridad y privadamente por

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familiares y sobrevivientes– fueron sumamente importantes en la certificación pú-


blica de los hechos de la violencia política ejercida sobre las víctimas. Sin embargo,
observados desde una perspectiva crítica, no deja de resultar paradójico que estos
informes elevaran y consagraran el ascenso de la víctima como una variable unívoca
del tratamiento de la memoria, de la versión del pasado y de la construcción de un
futuro democrático. Particularmente, en su interior, el informe Rettig entrega ex-
tensa información sobre las circunstancias de la muerte de las víctimas, utilizando
un lenguaje que reivindica las situaciones íntimas, familiares e individuales en que
las personas –principalmente hombres– fueron violentadas, ejecutadas y/o desapa-
recidas. Los relatos en primera persona, que ocupan parte importante del texto, se
vuelven indispensables para la consagración del discurso humanitario que sostiene
el informe, fuentes primarias que, siguiendo a Hiner, intentaron “reivindicar una
sola versión del pasado, y difundirla como un tipo de historia oficial sobre la dic-
tadura” (2009, 54).
La infortunada verdad vertida en este informe sobre los ejecutados y desapareci-
dos políticos resulta tan intensa y conmovedora hasta el punto de borrar dos entida-
des clave: la vida y compromiso político o militante de las víctimas (que parecen ser
pasivas ante una represión aparentemente fortuita) y el nombre de los perpetradores.
48 Mientras las víctimas aparecen anónimamente individualizadas y sus testimonios de
los últimos momentos de sufrimiento y captura, desaparición y ejecución extensa-
mente desarrollados, los victimarios aparecen dentro de un discurso que no los in-
dividualiza, sino por el contrario, los incluye como una categoría total que permite
explicar inespecíficamente la dualidad víctima-victimario. De esta manera, los tex-
tos de los informes Rettig y Valech consagran la categoría de sujeto-víctima (Vinyes
2011) como un elemento central del tratamiento del pasado donde las experiencias
de dolor, daño y sufrimiento descritos (y necesarios para calificar como víctima en
el marco de la Comisión) despiertan una empatía humanitaria. El sujeto-víctima,
así entendido, tiene una identidad “que se funda en lo pasivo y fortuito, por lo que
el consenso moral en ella, su extensión y uso, es maravillosamente versátil y gene-
rosamente apolítico” (Vinyes 2011, 258). Calveiro aprecia esta circunstancia bajo la
figura de “víctima inocente” que “obtura lo específicamente político, es decir el aná-
lisis público de lo actuado y de su pertinencia política y ética, justificando su acción
desde el dudoso código moral de las buenas intenciones” (2007, 60). De este modo,
el discurso de los informes de verdad y reconciliación terminaron por instaurar una
visión sobre la experiencia del pasado donde la muerte, la desaparición, el daño, el
miedo y el dolor se autorizan como elementos directores de las narrativas sobre los
hechos de la dictadura. Este argumento no busca poner en duda el deber político y
moral que le cabe al Estado para conocer el paradero de los desaparecidos y establecer
las circunstancias en que las víctimas fueron asesinadas, como tampoco busca negar la
necesidad de reconocer la profundidad del daño físico y psicológico que provocaron

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las prácticas represivas en los sobrevivientes de la prisión y la tortura. Más bien, se


debate –en el sentido de memoria literal de Todorov (2013)– el carácter insustituible
de estas experiencias rescatadas que dependen, en buena medida, de un modo de
comprensión que el Estado hace de la experiencia circunscrita a una verdad específica
e individual de la experiencia como víctimas, verdad que inquieta por expulsar el
patrimonio militante, vital y de resistencia que permitiría desestructurar y flexibilizar,
de forma más compleja, las memorias privadas y colectivas de la dictadura.
En estos términos, toda política del sujeto-víctima requiere de “espacios simbó-
licos de reproducción y difusión propia” (Vinyes 2011, 263), por lo que no resulta
extraño que la primera gran obra de reparación simbólica construida en democracia
fuese el memorial en homenaje a las 3079 víctimas de la dictadura. Ubicado en el
patio 102 del Cementerio General de Santiago (imagen 1), en un alto y ancho muro
de mármol, fueron grabados alfabéticamente los nombres de los detenidos desapa-
recidos reconocidos en el informe Rettig y los nombres de los ejecutados políticos.
En ambos casos, acompañan a los nombres el año de muerte y/o desaparición. Sobre
ellos, el nombre del expresidente Salvador Allende y, coronando en lo alto, el renom-
brado verso de Raúl Zurita: “Todo mi amor está aquí y se ha quedado pegado a las
rocas, al mar, a las montañas”. Este primer hito de memorialización,7 demandado
49
Imagen 1. Memorial Cementerio General, Comuna de Recoleta, Santiago

Fuente: Subsecretaría de Derechos Humanos, Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Chile.

7 A partir de entonces, una serie de Obras de Reparación Simbólica (ORS) han sido levantadas a lo largo y ancho del país. Entre 1997 y
2016, los hitos de memorialización gubernamentales estuvieron en manos del Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Inte-
rior, para ser absorbidos en 2016 por la Subsecretaría de Derechos Humanos del renombrado Ministerio de Justicia y Derechos Humanos.

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por las organizaciones de víctimas y gestionado por el Gobierno de Patricio Aylwin,


fue modelo de inspiración para la futura agenda memorial. En estas circunstancias,
compartimos la premisa que la tan anhelada memoria colectiva –sostenida por Mau-
rice Halbwachs (1968)– evoluciona en memoria pública mediante los soportes y
materialidades de los procesos de musealización y de la puesta en valor de lugares
de memoria, los que en conjunto son usados como espacios de teatralización de una
experiencia histórica y del establecimiento de una versión oficial sobre la dictadura,
constituyendo una memoria pública que a la larga asume un carácter conservador
(Joignant 2015) al focalizar casi únicamente el problema del pasado en la conmemo-
ración de las víctimas. Michonneau (2018), para el contexto europeo, se refiere a esta
relación con el pasado como “ideología dominante de la víctima” donde el valor del
sufrimiento se vuelve central.
Una mirada a la geografía memorial chilena basta para notar que, por más de
una década, los memoriales, monumentos y sitios de memoria estuvieron orienta-
dos prioritariamente a las víctimas. Algunos ejemplos regionales y locales permiten
dar cuenta que las víctimas desaparecidas y ejecutadas constituyen los nudos evoca-
dores de las producciones memoriales donde, mediante de sus gramáticas estéticas,
narrativas, imágenes y relatos o testimonios tejen una comprensión del pasado
50 atravesada por la centralidad del testigo, en clave autobiográfica, elaborando la
capacidad dramática no solo mediante los dispositivos fijos y materialidades, sino
que también por medio de sus protagonistas, los sobrevivientes. De esta forma, la
condición testimonial que performa los lugares contribuiría, al parecer, a conservar
el recuerdo y/o reparar la identidad lastimada en ellos (Sarlo 2012). La situación
performática de recorridos en lugares de memoria como la Villa Grimaldi, la ex
Clínica Santa Lucía o el Estadio Nacional plantean al visitante el compromiso
moral de conectarse con esa experiencia de daño y dolor narrada, entendiendo
que, tras esa enunciación testimonial, habría una contraparte reparatoria al daño y
sufrimiento allí vivido. A modo de ejemplo, el sitio Parque por la Paz Villa Grimal-
di, ubicado en las faldas de la comuna de Peñalolén en la ciudad de Santiago, está
compuesto por una diversidad de lugares de memoria que principalmente buscan
rememorar y conmemorar a las víctimas desparecidas y sobrevivientes del recinto,
donde se destaca un itinerario de memoriales individualizados por militancia po-
lítica. En el centro de estos muros de piedras con los nombres grabados, resalta el
memorial Jardín de las Rosas (imagen 2) en homenaje a las mujeres desaparecidas
en la dictadura. Complementariamente, uno de los rasgos característicos reside en
ofrecer visitas guiadas cuyos encargados son, en parte importante, exsobrevivientes.
En estos términos, la narrativa de la experiencia del lugar es configurada con base
en la experiencia directa y testimonial donde la relación entre experiencia y mate-
rialidades del espacio resulta fundamental para transmitir la experiencia de dolor y
sufrimiento padecido en el recinto (diario de campo 2018).

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Imagen 2. Memorial Jardín de las Rosas en Villa Grimaldi

Fuente: Archivo Parque por la Paz Villa Grimaldi, Chile.

La experiencia traumática de la tortura, muerte y desaparición también se hace pre-


sente en los sitios de memoria patrimonializados, es decir, aquellos recintos testimo-
51
niales de la represión protegidos bajo la Ley de Monumentos Nacionales 17 288.
Al examinar las solicitudes de protección, es posible identificar el principio de la
reparación por el daño padecido como motivación central, tal como se expone en el
fragmento de la carta enviada por el Comité de Derechos Humanos de la Cisterna
para la protección de Nido 20:

Una de las más sentidas aspiraciones de reparación personal y social y que se ha hecho
parte de nosotros, es que ‘Nido 20’, este ex centro de detención, tortura, muerte y
desaparición, se convierta en un símbolo nacional, un testimonio de lo que nunca más
deberá ocurrir […]. Así pensamos que el sufrimiento y el dolor, vivido por nuestros
compatriotas, en Nido 20, que la sangre derramada ahí, se convierta en esperanza de
vida (Consejo de Monumentos Nacionales 2005).

Por su parte, el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, ubicado en la comu-


na de Quinta Normal de la ciudad de Santiago, ha sido pensado como un espacio de
visibilización de las víctimas de la dictadura de Pinochet.

El Museo de la Memoria y los Derechos Humanos es un espacio destinado a dar vi-


sibilidad a las violaciones a los derechos humanos cometidas por el Estado de Chile
entre 1973 y 1990; a dignificar a las víctimas y a sus familias; y a estimular la reflexión
y el debate sobre la importancia del respeto y la tolerancia, para que estos hechos
nunca más se repitan.8
8 Descripción del Museo en su página oficial, ver: https://bit.ly/2QrMu9u

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El Museo, por medio de objetos, gigantografías de prensa, documentos de archi-


vos judiciales y de defensa de los derechos humanos, cápsulas audiovisuales, frag-
mentos testimoniales, dibujos e instalaciones. entre otros, trama de forma ordenada
y armónica (cronológicamente) la historia de la represión y de la defensa de los de-
rechos humanos donde las impecables vitrinas y pulcritud museográfica funcionan
humanitariamente al punto de hacer pasar desapercibida la ausencia de los victima-
rios. Tal como en algunos sitios de memoria se reivindican objetos, vestigios y restos
materiales testimoniales de los hechos represivos, los cuales son activados a partir del
relato de los sobrevivientes, en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos
nos encontramos con vestigios de la violencia como por ejemplo la parrilla (cama
eléctrica para la tortura) ubicada en el sector de la muestra dedicada a explicar la
distribución de los recintos de represión y la experiencia vivida en ellos por algunos
sobrevivientes. Esta área museográfica destinada a comprender la lógica represiva se
compone de un mapa con los centros de detención a lo largo del país, de cápsulas
testimoniales de sobrevivientes de la tortura y de pequeñas infografías con la explica-
ción de los métodos de tortura, recursos museográficos que evidencian la necesidad
prioritaria del Museo de documentar y visibilizar el daño causado a las víctimas. Pero,
al mismo tiempo, aunque no sea una lógica especialmente nueva, sorprende que el
52 Museo, tras la experiencia de daño y sufrimiento, ignore la militancia política y las
decisiones de las personas, las cuales, en su mayoría, “proceden de una insurrección
ética que se considera necesaria para poder vivir con decencia y conforme a sus pro-
yectos o esperanzas” (Vinyes 2011, 256).

5. De víctimas y pacientes: la reparación moral


por medio del Programa PRAIS

Como se ha enunciado, desde la década de 1990 funciona en Chile el Programa


PRAIS creado a partir de la promulgación de la Ley 19 123 de 1992, que pretende
dar una “respuesta reparatoria en salud integral a los afectados directos por la dictadu-
ra y sus familias, orientándose a la atención integral de la salud física y mental, tanto
en el ámbito individual como grupal, familiar y social comunitario de los afectados”
(MINSAL 2004). Si bien el enfoque de la política pretende ofrecer servicios de salud
integral, los equipos se albergan principalmente bajo el ámbito programático de la
Unidad de Salud Mental del Ministerio de Salud (MINSAL 2002), dando cuenta
de la preponderancia que asumirá la dimensión “psi” de los usuarios por sobre otros
aspectos sanitarios. La llamada Atención Reparatoria en Salud que promueve el Pro-
grama (MINSAL 2002) se sustenta en la identificación del daño sufrido por la pobla-
ción afectada y sus familiares, reconociendo la vulnerabilidad en la que se encuentran
y la especificidad de dicha vulnerabilidad en cuanto producto de la acción represiva

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Reparación simbólica, trauma y victimización

del Estado (MINSAL 2002 y 2004). De esta manera, el sector salud debería posi-
cionarse como un ente articulador de la “reparación bio-psicosocial que requieren las
personas afectadas por este tipo de violencia, en cooperación con otros sectores del
Estado” (MINSAL 2004, 7).
Uno de los primeros problemas de la implementación del Programa en los servicios
de salud del país consiste en que éste depende de una norma técnica (Resolución Exenta
729) y no de una Ley de la República, lo que tiene consecuencias a nivel presupuestario
y de financiamiento de los programas, que son irregulares e inconstantes, emergiendo
una importante divergencia entre lo que “el PRAIS hace en los documentos oficiales
y lo que los equipos hacen en la práctica” (Hails 2009, 15). Por otra parte, a pesar del
enfoque integral que asume discursivamente la reparación en la política, los programas
han sido adheridos a unidades de salud mental en el nivel secundario de atención lo
que, en opinión de Alejandro Guajardo –terapeuta ocupacional, históricamente impli-
cado en el trabajo con derechos humanos– representa el favorecimiento de una pers-
pectiva reduccionista respecto al carácter del trauma y de las estrategias de reparación
(Guajardo 2002). De esta manera, los beneficios de atención de salud de PRAIS se
han limitado a la acción de equipos de salud mental que, en lugar de interactuar con
el resto de la red sanitaria, han ido aislándose, avanzando en una dirección contraria a
la vinculación comunitaria del trabajo reparativo que propugna la norma técnica sobre 53
atención reparatoria (Madariaga 2006). A juicio de trabajadores emblemáticos del ám-
bito de la salud mental y derechos humanos como Alejandro Guajardo (2002) y Carlos
Madariaga (2006), el desafío reparatorio del programa PRAIS no ha sido alcanzado en
la medida en que el Estado chileno no ha asumido seriamente su compromiso con el
Programa, aislándolo respecto del resto del sistema sanitario y poniendo a equipos y
usuarios en una condición de precariedad que se suma a la impunidad institucionaliza-
da mediante el cierre de las comisiones Rettig y Valech antes mencionadas.
Un segundo ámbito de la política reparatoria del PRAIS se relaciona estrictamen-
te con lo que éste hace y ha hecho en sus casi 30 años de funcionamiento. Como se
enunció, las investigaciones que se han dedicado al tema en Chile provienen de las
disciplinas de la salud mental (Hails 2009; Aravena y Acuña 2013), relevando el rol que
el Programa ha adquirido al ofrecer una atención de especialidad para el tratamiento
de las secuelas en salud mental, entregada por equipos especialmente capacitados en la
materia (Aravena y Acuña 2013). De hecho, la acreditación de la calidad del afectado
directo por medio de las instancias por las que se crea vínculo terapéutico es una de
las tareas fundamentales que ha realizado el Programa levantando una caracterización
de la población usuaria en la que, como previsible, predominan los “síntomas psicoso-
máticos, con conflictos interpersonales y secuelas caracteriológicas” (MINSAL 2004,
47). Este trabajo terapéutico es enfrentado por equipos que, según la norma técnica,
deberían poseer competencias específicas en manejo del trauma, pero que, en la prác-
tica, muchas veces carecen de dicha formación y reducen su actuar a una intervención

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psicoterapéutica estandarizada en la que escasean los instrumentos que permiten la


integración social, inmovilizando a los sujetos en la categoría de víctimas acreditadas,
con una cédula que debería darle acceso a gratuidad en los servicios de salud, derecho
que a menudo no se cumple (Hails 2009). La falta de información y de coordinación
con el resto del sistema sanitario, de garantías y de cumplimiento de los compromisos
asumidos por el Programa son los aspectos más críticos que revelan los usuarios, quie-
nes presentan bajos niveles de satisfacción respecto a sus prestaciones (Aravena y Acuña
2013).9 El importante déficit de profesionales médicos psiquiatras reconocido por el
propio Ministerio, no obstante, las características de la demanda de este grupo, agudiza
las dificultades de cumplimiento de las metas de una política reparatoria que parece
destinada a extinguirse en el tiempo.10
La discusión antes esbozada respecto a la proliferación de la categoría del trauma
y la victimización asociada vuelven aquí a emerger, esta vez demostrando cómo, en lí-
nea con lo señalado por Fassin, para el caso francés, y Young (1997), para el caso nor-
teamericano, la administración del diagnóstico responde a una lógica de distribución
de beneficios sociales que a su vez paraliza el reconocimiento social, individualizando
la experiencia traumática y despolitizando su origen. En este sentido, es posible afir-
mar que los 30 años de Programa PRAIS han producido un número importante de
54 diagnósticos afines a la traumatización –las cifras de morbilidad son desconocidas
para el propio Ministerio– y, al mismo tiempo, una cada vez más débil cobertura del
abordaje profesional de dicha experiencia. Esto significaría, en línea con lo que plan-
tean los autores, que la victimización de las personas que directa o indirectamente
sufrieron la represión del Estado, por medio de los programas de salud reparatoria se
los suspende en una categoría despojada del contenido político y de la historia que los
llevó a tal condición, reduciendo, por lo mismo, su capacidad de actuar frente a esta
misma experiencia. Esta interpretación, sin embargo y en vista de los aportes men-
cionados, puede resultar insuficiente en la medida en que no aborda la experiencia
de organización colectiva que está detrás del PRAIS y de la que los estudios del área
hasta ahora no se han hecho suficientemente cargo. Si bien a partir de la evidencia
revisada es posible afirmar que en Chile el aislamiento y la invisibilización generada
por la posición de víctima traumatizada han prevalecido por sobre el reconocimiento
social y el acceso a un beneficio deseable que podría portar la victimización (Sarti
2011; Gatti 2016), la existencia de numerosos comités de usuarios PRAIS en el país,
así como el protagonismo que las asociaciones de derechos humanos han asumido
en el denunciar las falencias del Programa, nos interrogan sobre las posibilidades
de crear comunidad que también alberga la victimización y la exposición social del
sufrimiento (Fonseca y Maricato 2013). En fin, parece importante destacar que, a
9 En las páginas de internet de agrupaciones de familiares de desaparecidos, ex presos políticos y víctimas de tortura abundan denuncias
sobre el mal funcionamiento del Programa y las irregularidades que se han evidenciado a lo largo de los años. Para más información,
ver: https://bit.ly/2QHV58j
10 Sobre la crisis del Programa PRAIS ver el reportaje del periódico El Desconcierto: https://bit.ly/2QHVac7

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Reparación simbólica, trauma y victimización

diferencia de lo que sucede en otros contextos, si bien en Chile se está frente a una
negativa generalizada por parte del Estado de propiciar un diálogo abierto en la so-
ciedad sobre los conflictos políticos y de clase que subyacieron a la crisis política de
1973, junto con una tendencia a la institucionalización de la impunidad, también
es posible observar la articulación de esa victimización con otras reivindicaciones
contemporáneas que se mueven en el ámbito de la organización social y que, dados
los eventos del reciente octubre de 2019, parecen no actuar aisladamente. El estudio
de los usos de la victimización y su relación con el posicionamiento del Estado frente
a las violaciones a derechos humanos –de ayer y de hoy– son aún materia pendiente.

6. Conclusiones

En este recorrido se ha querido analizar, desde diversos lentes y dimensiones, las po-
líticas públicas de reparación y reconciliación democrática con que el Estado chileno
contemporáneo ha abordado la muerte, desaparición y tortura de miles de ciudada-
nos opositores al régimen de Pinochet. Asumiendo que este tipo de análisis tiende a
abordar separadamente aspectos como la conmemoración, la formación de memoria
colectiva y el tratamiento de las víctimas, se quiso aunar estas diversas perspectivas 55
convencidas de que mantienen un denominador común: la institucionalización de
la impunidad mediante una narrativa centrada en la víctima, su traumatización y las
estrategias de reparación por medio de una lógica de beneficios individuales que des-
pojan al conflicto de su condición colectiva y al Estado de su responsabilidad como
perpetrador de violencia. Este ejercicio lo hemos realizado revisando las políticas de
reparación en dos ámbitos: aquellas suministradas por el Estado en la administración
del espacio público, de los memoriales y del trabajo con las asociaciones de familiares
de detenidos desaparecidos, así como aquellas referidas a la gestión de los beneficios
sociales que hoy se traducen en un programa integral de atención de salud. Nuestra
propuesta pretende subrayar cómo el proceso de victimización ha eclipsado la im-
portancia de esclarecer el paradero de los cuerpos de los detenidos desaparecidos,
la posibilidad de reivindicar el sustrato militante de las víctimas y de reivindicar
justicia en torno a los múltiples casos de tortura y muerte durante la dictadura. En
este proceso, la victimización sustrae agencia política a quienes fueron actores clave
de un proceso político aún inconcluso, en la medida en que sus verdades no han sido
esclarecidas ni sus cuerpos sepultados. Desde esta perspectiva, la victimización es
parte de una racionalidad gubernamental globalizada que tiende a privatizar el dolor
y sofocar el conflicto político a partir de la negación de su existencia. Sin embargo,
la organización política y colectiva que puede nacer a partir de la condición de vícti-
ma ha sido escasamente visibilizada en este caso y puede configurar un desafío para
investigaciones futuras.

ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 39-59


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Javiera Bustamante-Danilo y Alejandra Carreño-Calderón

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Cómo citar este artículo:

Bustamante Danilo, Javiera y Alejandra Carreño Calderón. “Reparación simbólica, trauma y vic-
timización: la respuesta del Estado chileno a las violaciones de derechos humanos (1973-1990)”.
Íconos. Revista de Ciencias Sociales 67: 39-59. https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.4231

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ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 39-59


Libros de FLACSO Ecuador

Serie Atrio
Movilidades y poder en el sur del Ecuador,
1950-1990
María Mercedes Eguiguren
Editorial FLACSO Ecuador
290 páginas
¿Cómo llegó la Sierra sur del Ecuador a constituirse en la región de mayor
emigración internacional del país en el siglo XXI? ¿Cómo se relaciona la movilidad de
las personas con la construcción de los Estados? ¿Existe una subjetividad migrante?
De la mano de una perspectiva analítica compleja –que combina tiempo, espacio
y movimiento– la autora ensaya algunas respuestas a esas tres preguntas. Sostiene
que los procesos migratorios de la población de Loja y Cañar, entre los años 1950 y
1990, están conectados con la construcción de estas dos provincias como regiones
periféricas, por parte del Estado. Al tiempo que comprendemos las dinámicas
políticas de proyectos estatales periféricos, nos adentramos en la experiencia de
tres generaciones de migrantes que han ensayado formas de movilidad social, de
inclusión y de conexión con el espacio global fuera del Ecuador. Lectoras y lectores
de este libro encontrarán un análisis riguroso y minucioso de uno de los fenómenos
que ha marcado el devenir de muchas familias en el sur del país.

Gioconda Herrera
Profesora investigadora de FLACSO Ecuador
La presencia de la ausencia. Hacia una antropología de
la vida póstuma de los desparecidos en el Perú
d o ssi e r de i nve sti ga ci ó n

The presence of absence. Towards and anthropology of the posthumous


life of the disappeared in Peru

Dra. Dorothée Delacroix. Profesora investigadora del Instituto de Altos Estudios de América Latina.
Université Sorbonne Nouvelle (Francia). ([email protected])
(https://orcid.org/ 0000-0003-1377-0648)

Recibido: 13/09/2019 • Revisado: 11/12/2019


Aceptado: 31/03/2020 • Publicado: 01/05/2020

Resumen
La desaparición de personas en el Perú, producto de reclutamientos y enfrentamientos armados entre guerrillas,
fuerzas del orden y paramilitares durante las décadas de 1980 y 1990, genera una ruptura de sentido en los habitantes
de los Andes rurales, el cual se recupera mediante una continuidad de modos de presencia del ausente que se expresa
en una particular concepción de la vida póstuma, más allá de la muerte del desaparecido. Mediante investigación de
campo y entrevistas en profundidad, este artículo recupera las historias de quienes viven en lugares donde la muerte
no fue pacífica ni correctamente ritualizada, es decir, donde la muerte no fue domesticada. Para entender la ambiva-
lencia ontológica de la figura del desaparecido, ni muerto ni vivo, y las múltiples consecuencias de su liminalidad, en
este artículo se muestra, por un lado, cómo las representaciones religiosas tradicionales son movilizadas y, por otro,
el tipo de repertorio ritual al que se da una continuidad. Entendidas patológicamente como producto del folklor, las
almas en pena no han sido consideradas como categorías interpretativas de la experiencia de la violencia. Por ello, en
esta investigación se abordan los significados sociales de estos relatos como un aporte para comprender el impacto de
la desaparición forzada y las formas de buscar y relacionarse con las víctimas, para reconstruir un sentido que pueda
llenar, en parte, el vacío dejado por la desaparición de un ser querido, prolongando y reactivando su existencia social.

Descriptores: almas; cristianismo andino; desaparición forzada; Perú; rituales funerarios; sueños.

Abstract
The disappearance of people in Peru generates a sense of rupture in the rural Andes. It is a product of recruit-
ment and armed conflicts between guerrilla groups and law enforcement agencies and paramilitary groups
during the decades of 1980 and1990. This sense of rupture is regained through the continual presence of the
absent, expressed in a particular concept of posthumous life which extends beyond the death of the person who
has disappeared. Through field work and in-depth interviews, this article recovers the stories of those who live
in places where death was not peaceful or properly ritualized, meaning, where death was not domesticated. In
order to understand the ontological ambivalence of the figure of the disappeared, who is neither dead or alive,
and the consequences of its liminality, this article exposes the religious traditional representations created and
the repertory of rites maintained in Peru. Tormented souls, known pathologically as a product of folklore, have
not been considered interpretative categories for understanding the experience of violence. Therefore, this re-
search addresses the social meanings of these accounts as a contribution for understanding the impact of forced
disappearances and the approaches of searching for victims and relating to them. This task is undertaken in
order to reconstruct a sense that may fill to some extent the emptiness left by the disappearance of a loved one,
prolonging and reactivating their social existence.

Keywords: Souls; Christianity; Andean; forced disappearance; funeral rites; dreams.

ÍCONOS Revista de Ciencias Sociales • n.º 67 • vol. XXIV (2do. cuatrimestre) • ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065
mayo-agosto 2020 • www.revistaiconos.ec
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.4141 • Páginas 61-74
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Dorothée Delacroix

1. Introducción

Un ser humano no se desvanece en el aire. Su “desaparición” en contextos violentos


constituye, por lo tanto, un sin sentido. Tal situación inédita cuestiona las certidum-
bres y las categorizaciones sociales. Hace imposible, o por lo menos muy difícil, nom-
brar lo ocurrido y calificar el lugar ocupado por el que estaba y que ya no está. Esta
catástrofe para la identidad y el lenguaje, profundamente analizada por Gabriel Gatti
(2011), obliga a buscar nuevos términos en los cuales caben entendimientos rotos y
parciales. Esta inteligibilidad de lo impensable también lleva a los individuos a reci-
clar imaginarios, cosmologías y a reinventar los rituales que sustentan una metafísica
de los desaparecidos.1 Este artículo pretende contribuir a documentarlos y entender
su lógica. Por ello, examina la forma de ser un desaparecido en los Andes peruanos
y las formas de vida social y simbólica que emergen tras este evento irrepresentable.
La figura del desaparecido no solo es debatida a un nivel jurídico, también desafía
las representaciones locales. Tanto los familiares de desparecidos como las habitantes
de los pueblos donde se encuentran lugares de entierro clandestino analizan, inter-
pretan y actúan frente a la ruptura de sentido que implica la desaparición de personas
y la convivencia con lugares conquistados por una muerte no domesticada.2 Lo hacen
62 con base en ciertos marcos interpretativos arraigados en el cristianismo andino, como
las representaciones de las almas en pena, la nosología del mal viento y las revelacio-
nes oníricas. Este trasfondo cultural permite entender cómo la figura del desapareci-
do fue resignificada y gestionada colectiva y emocionalmente.
¿Qué lugar ocupan los desaparecidos en la vida diaria de sus seres queridos?
¿Cómo se articulan la realidad de su ausencia y la gran diversidad de su presencia en
lo cotidiano? ¿Cómo ocupan, en resumen, esta condición particular de “vacío lleno”,
de “presencia sin estar” o de “muertos vivos”? Tan solo los oxímoros parecen capa-
ces de calificar su ambivalencia de estatus y la confusa persistencia de su existencia
en el presente, como suspendida entre dos mundos. Para entender plenamente las
múltiples consecuencias de esta liminalidad estructural, este artículo se enfocará en
la manera en que las representaciones religiosas tradicionales son movilizadas y a qué
tipo de repertorio ritual dan una continuidad particular.
Los relatos de manifestaciones de almas en pena y de revelaciones oníricas son fre-
cuentes en el Perú de la posguerra, particularmente en las comunidades campesinas
andinas, la zona más afectada por el conflicto armado entre la guerrilla maoísta de
Sendero Luminoso y las Fuerzas Armadas estatales durante las dos últimas décadas del
1 En este texto, por “desaparecidos” se entiende a los muertos enterrados en fosas comunes sin identificación o a personas cuyos cuerpos
no pudieron ser recuperados por sus familias. Para un análisis de la génesis de la categoría de “detenido desaparecido” basado en las
experiencias argentina y uruguaya, ver Gatti (2014).
2 Con la expresión “lugares conquistados por una muerte no domesticada” se entiende la irrupción –en un territorio normalmente
dedicado a la agricultura y la ganadería o a la vida comunitaria– de cadáveres producto de la violencia y a la perenne ocupación de
estos lugares por la presencia de entierros clandestinos. Estos territorios, además de ser inadecuados para recibir restos humanos, están
“invadidos” por una muerte que no fue pacificada ni debidamente ritualizada.

Páginas 61-74 ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065


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La presencia de la ausencia. Hacia una antropología de la vida póstuma de los desparecidos en el Perú

siglo XX.3 Cuando la Comisión de la Verdad y Reconciliación (2001-2003) recogió


testimonios para comprender el desarrollo de la violencia y evaluar las responsabilida-
des, se enfrentó a más de 600 relatos de este tipo, pero los relegó sistemáticamente a la
categoría de secuelas psicológicas de la guerra (Cecconi 2012). Más allá de una lectura
patológica, se puede considerar la presencia de estas almas en la vida de los individuos
como una manera de expresarse sobre la catástrofe y de dar una existencia social a los
desaparecidos. Elaborando, contando y difundiendo estos relatos, se crean escenarios
abiertos e (in)materiales para “habitar la ausencia de sentido” (Gatti 2011).
La manifestación del alma de un desaparecido o de un difunto se comparte fre-
cuentemente en los pueblos andinos como una experiencia individual, pero social-
mente significativa y legítima. Proporcionando un espacio para aparecer y expresarse
a los desaparecidos, estas narrativas actualizan su presencia. Se las cuenta dentro de
una red interpersonal reducida, limitada a la esfera familiar o al vecindario, pero ya
ofrecen un poderoso medio no solo para recordar a los desparecidos y a muertos de
la guerra, sino también para actuar junto a ellos y sobre ellos.
De manera general, las almas en pena y otros fantasmas tienen una escasa pre-
sencia en las ciencias sociales que se dedican a analizar la gestión de la posteridad
de la violencia y la situación de los detenidos-desaparecidos. Apenas son evocados
como el resultado de un estrés postraumático o de un imaginario popular arcaico. 63
Patologizados o folklorizados, no son considerados como categorías interpretativas de
la experiencia de la violencia y de la desaparición. Este texto explora los significados
sociales de estos relatos como un valioso aporte al entendimiento de las huellas de la
violencia y de la continuidad de las vidas afectadas por la desaparición forzada y las
muertes anónimas.4
En el Perú, en junio de 2016 se promulgó una ley que establece un marco jurídico
para la búsqueda de los desaparecidos. En este país, entre 2002 y 2015, más de 3500
cadáveres han sido exhumados, de los cuales poco más de la mitad han sido identifica-
dos. Según las últimas estimaciones, hay más de 20 500 personas desaparecidas y casi
6500 lugares de enterramiento clandestinos en el Perú (Defensoría del Pueblo 2013).

3 Durante los decenios de 1980 y 1990, el Perú y en particular los Andes rurales, fueron el escenario de enfrentamientos armados entre
las guerrillas, las fuerzas del orden y los paramilitares. El Partido Comunista Peruano-Sendero Luminoso (PCP-SL) era la principal
fuerza insurgente dirigida a una revolución maoísta, mientras que el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), minori-
tario y mucho menos mortífero entre los civiles, seguía una línea ideológica inspirada del Movimiento de Izquierda Revolucionaria
(MIR) chileno. A finales de 1982, el estado de emergencia y la militarización de las zonas rurales del país marcaron el comienzo de la
“guerra sucia”, el período más mortífero del conflicto. Éste se caracterizó por la provisión de armamento para las rondas campesinas
(o “comités de autodefensa”) para derrocar a las bases de apoyo de Sendero Luminoso en las comunidades campesinas (ver Manrique
2002; Degregori 2011). Esta estrategia fue el punto de inflexión hacia un conflicto de carácter profundamente fratricida a nivel inter
e intracomunitario. Las redes de sociabilidades que unían a los protagonistas de la guerra a una escala local, y que siguen uniéndolos,
también explican los silencios sociales que hoy en día enmarcan la verbalización de los recuerdos de la guerra, las evasiones sobre los
perpetuadores de violencia y acallan las zonas grises que no pueden presentarse públicamente.
4 Este texto resulta de dos trabajos previos (Delacroix 2018a y 2018b) donde se empezó y se sistematizó el análisis de los diferentes tipos
de almas cuya la gente habla en el Perú posconflicto. Este texto se enfoca en dos de ellos (el mal aire y las almas convocadas) para con-
siderar el caso de los desaparecidos con más detalle. Los comentarios de los evaluadores anónimos de Íconos. Revista de Ciencias Sociales
también han permitido llegar a nuevas propuestas e ideas en esta versión, por lo cual, expreso mi agradecimiento. En este trabajo se
anonimizan los interlocutores y los pueblos donde se trabajó.

ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 61-74


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Dorothée Delacroix

2. Cuerpos presentes, almas malignas

Tras dos décadas de guerra, existen lugares de entierro clandestino en muchos de


los pueblos andinos y sus alrededores. Pero la gente habla muy poco al respecto.
Sin embargo, ciertas situaciones ofrecen una manera de liberar unos discursos habi-
tualmente rodeados de una prohibición tácita. Es el caso de las explicaciones locales
sobre el origen de las enfermedades que afectan a los pobladores de las comunidades
campesinas.
Durante el trabajo de campo en la comunidad de Pampachiri, un curandero diag-
nosticó los síntomas de Isabel como “un ataque del mal viento”. La joven sufría de
dolor paralizante en las piernas y se mantuvo postrada en cama durante 15 días. En
la nosografía andina, el mal viento, también llamado qhayqa (viento del muerto), es
una patología provocada por el contacto con los muertos recientes (Robin Azevedo
2008). El síntoma principal de esta enfermedad es la pérdida de la fuerza vital (ani-
mu) de la persona, que el muerto trata de captar para llevársela a la otra vida.5 El
mal viento se manifiesta bajo la forma de un torbellino que puede causar una grave
enfermedad a quien lo encuentra. Por lo general, durante las horas, o incluso los días
después de un entierro, se dice que la gente debe tener cuidado con rachas de viento
64 que se forman en el cementerio y van al mundo de los muertos. Aunque no se reco-
mienda estar en el camino de este remolino, este fenómeno también se vive con alivio
por los familiares, que lo interpretan como el inicio del viaje póstumo del difunto
(Robin Azevedo 2008).6 Por otra parte, su carácter patógeno se limita al período de
transición cuando el muerto está en un estadio intermedio antes de llegar al más allá.
Ahora bien, ciertos habitantes de las zonas rurales andinas consideran hoy en día
que un mal viento se libera regularmente desde los lugares de entierro clandestinos y
constituye, por consiguiente, una fuente de enfermedad.
El caso de esos difuntos privados de todo ritual funerario resulta un elemento
sin precedente que se inserta en los marcos de la nosografía andina. Por lo general,
las víctimas de “mala muerte” son consideradas como fuente de infortunios para la
producción agropecuaria.7 Pero el carácter paroxístico de la violencia infligida a la
integridad de los cuerpos y el incumplimiento de los rituales funerarios ordinarios
generan repercusiones en la salud de los seres humanos, entre las cuales la enfermedad
del mal viento es paradigmática. De hecho, la gente delimita hoy en día un territorio
particularmente propicio a este mal viento: el monte de Chiri Urqu que domina la
comunidad de Pampachiri y donde reposan los restos de al menos dos personas ase-
5 También este animu puede “huir” cuando las personas se asustan mucho (Robin Azevedo 2008, 87).
6 Los trabajos sobre la concepción de la muerte en los Andes muestran que una sucesión de etapas rituales es necesaria para “hacer” el
muerto cristiano (Robin Azevedo 2008). Esta serie de cambios se resume en la idea de un “viaje” del alma del difunto. Esta represen-
tación de la muerte propia al cristianismo andino coincide con el análisis de Hertz (1970) [1907] que la muerte no es un fin, sino más
el comienzo de un largo proceso de transformación.
7 Sobre las consecuencias de la mala muerte vinculada con la guerra sobre los cultivos y la salud de los vivos, ver Delacroix (2016a, 231-
270). Para un análisis antropológico más general de la (mala) muerte en los Andes, ver Robin Azevedo 2008.

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sinadas. Estos individuos, víctimas de mala muerte y enterrados a escondidas de sus


parientes, han escapado a toda clasificación social de la muerte. Debido al carácter
potencialmente nocivo del muerto que no pudo ser canalizado por los seres huma-
nos, todavía se le atribuye una acción mórbida.
En los Andes peruanos, las palabras espíritu y alma se utilizan indistintamente
para caracterizar, en un contexto ordinario, el alma que sale del cuerpo cuando una
persona muere. Las representaciones andinas ordinarias de la muerte sugieren que
el alma puede andar en el mundo de los vivos hasta que la persona muerta se vaya
“completa” a la otra vida (Robin Azevedo 2008). Concretamente, se dice que el alma
vuelve al lugar que le era familiar para despedirse y recuperar los elementos que le
pertenecieron durante su vida (cabello, dinero, etc.). Los términos espíritu y alma
también se utilizan para describir el vagabundeo del alma del pecador antes de la
muerte. Puede tomar la forma de un animal para manifestarse a los hombres y así
anunciar la muerte inminente de un individuo visto como “malo”. Las narraciones
orales también indican que el alma puede ser capturada por los vivos para liberar al
individuo al que pertenece del mal y del pecado. Estos relatos de apariciones de las
almas o de los condenados (qaqacha en quechua) circulan en el ámbito doméstico y
en una red de sociabilidad restringida a la comunidad campesina. Rara vez se men-
cionan delante de individuos fuera de la comunidad.8 65
Los muertos anónimos de las fosas comunes desafían las ontologías habituales. Si
bien un muerto ordinario puede ocupar por un tiempo una condición intermediaria
entre la vida y la muerte, esta se resuelve con su “paso” ritualizado al cielo. Sin embar-
go, éste se alarga para los desaparecidos “bloqueados” en una situación intermedia.
Ni vivos ni muertos ocupan una condición liminal y crean una porosidad entre dos
mundos que pone en peligro la comunidad que los rodea. Asimismo, la enfermedad
de Isabel se explica por el hecho de que, habiendo atravesado de noche este lugar
considerado peligroso por los comuneros, el mal viento le habría afectado.

Las personas que han sido enterradas así, con sus cosas, rápidamente, expulsan más
viento. Pero las personas que han sido enterradas sin nada, [de manera] normal, poco
solamente es lo que expulsan (entrevista a Gustavo, Chalhuanca, 22 mayo de 2012).

Al no haber sido correctamente separados del mundo de los vivos y de “sus cosas”,
las víctimas de la violencia no pueden acceder al más allá. Se encuentran atrapadas en
una etapa intermedia que se prolonga y aumenta su carácter patógeno. Como lugares
nocivos que podrían potencialmente “contaminar” a los vivos, las exhumaciones de

8 En general, estos relatos son burlados por parte de los empleados de las ONG y los proveedores de ayuda humanitaria. Sus chistes
refuerzan la superioridad intelectual que se les presta: graduados universitarios ocupan puestos como coordinadores de proyectos y a
menudo hablan inglés además de español y a veces quechua. A pesar de sus esfuerzos por establecer una relación de confianza con los
habitantes de los pueblos andinos, estos últimos los consideran sobre todo como misti, una categorización en la que se clasifica a los
individuos que viven en ciudades y que tienen un poder económico y simbólico mayor que el suyo.

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las fosas comunes están rodeadas de ciertas precauciones9 y pueden ser una fuente de
gran ansiedad para las familias y los miembros de la comunidad campesina (Dela-
croix 2017; Robin Azevedo 2015).
Los relatos que rodean estos lugares tabúes, al estar vinculados con la parte oscura
de las memorias de los comuneros, atestiguan sobre todo la dificultad que esta marca
macabra del territorio representa en el día a día.10 Cabe señalar que a los campesinos
que fueron temporalmente desaparecidos, torturados y prisioneros también les hace
falta palabras para calificar su experiencia. Más allá de la reapropiación del vocabu-
lario utilizado por el Estado y las ONG, se puede señalar el uso novedoso que se ha
hecho de las categorías locales. Los detenidos con quienes se trabajó se saludan entre
ellos: “¡Hola Alma!” porque se consideran como alguien que ya está medio vivo y
medio muerto, o incluso como alguien que ha retornado de la muerte. La expresión
“¡hola Alma!” denota una relación simétrica y exclusiva entre exprisioneros, pero so-
bre todo revela una concepción particular de sí mismos. En dos palabras, su forma de
estar en el mundo y sus sufrimientos son expresados mejor que en un discurso. No
se definen como sobrevivientes, pues a sus ojos no escaparon de la muerte, sino que
murieron en prisión, o al menos una parte de ellos fue destruida (Delacroix 2016b).
Más allá del trastorno orgánico, el mal viento de los lugares de entierro clandes-
66 tino se inserta dentro de un sistema de representaciones de la desgracia relativo a las
diversas consecuencias del conflicto armado. El hecho de no haber podido rendir
un homenaje adecuado al difunto constituye un gran motivo de angustia para los
parientes de las víctimas, que se atribuyen responsabilidad de su destino miserable, al
tiempo que es problemático para la sociedad en su conjunto, en la medida en la que
las emanaciones nocivas atribuidas a los muertos “contaminan” a los vivos.

3. En búsqueda de los desaparecidos: prácticas rituales reinventadas

Echar agua bendita en un supuesto lugar de entierro clandestino después de haber so-
ñado con un esposo diciendo que “se le quemaba y que tenía mucho calor” (entrevista
a Soledad, Tacana, 23 de mayo de 2012) o depositar allí rosas blancas han sido, entre
otros ejemplos, prácticas que narradas por las señoras cuyos esposos desaparecieron.
Por medio de tales relatos, se busca reajustar las relaciones íntimas con el marido
ausente que supuestamente sufre y ayudarlo, en la medida de lo posible, a acceder al

9 Por ejemplo, se mantiene a los niños alejados del lugar exhumado para proteger a su potencia vital (animu), susceptibles de ser cap-
turados por los muertos que están siendo desenterrados. También cuando los comuneros son solicitados por los forenses para ayudar
a excavar –lo que es común–, los que aceptan (por lo menos en las comunidades donde se llevó a cabo mi investigación) son los
curanderos, o sea la gente que sabe “protegerse” de las emanaciones nocivas de los muertos, entre las cuales está el mal viento.
10 Mientras los ideales transnacionales de la justicia transicional tienden a mantener una ruptura franca y nítida con el pasado de vio-
lencia y a promover las exhumaciones como una manera de “dignificar” a los muertos, localmente los rencores siguen estructurando
el cotidiano y los involucramientos políticos o accionar difíciles de asumir mantienen silenciados ciertos eventos dramáticos y ciertos
lugares, tales como las fosas comunes.

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cielo si ha fallecido. Asimismo se busca procesar la dificultad de una convivencia con


una “muerte desatendida” (Panizo 2012).11
De manera general, más allá del caso específico de los desaparecidos, aliviar al
muerto y complacerlo fueron de una importancia crucial durante y después del con-
flicto armado en Perú:

Hemos pedido a Martín A. que se le reza. Él reza en quechua. Y luego, semanas des-
pués hemos hecho misa en Abancay. Con eso ya dejó de asustarnos de noche (entre-
vista a Yuli, Tacana, 11 de junio de 2012).

Al igual que las figuras comunes de mala muerte, se dice de las víctimas del conflicto
armado que murieron repentinamente que estas no tuvieron tiempo de arrepentirse.
Con sus conflictos no resueltos, posiblemente sus deudas y sus actos no perdonados,
constituyen por excelencia la antinomia de la figura de la buena muerte, pacificada,
domesticada y correctamente ritualizada. En el caso de Yuli, ella explicó que, después
del asesinato su padre, él solía aparecer de noche en la cocina de la casa o jalar a su
hermano menor fuera de la cama “porque no quería irse solo”. “Para tranquilizarlo”,
la familia decidió organizar una misa en la ciudad más cercana, lo que representa
también un costo económico importante para esta familia de nueve hijos que vivía,
en ese entonces, de su producción agropecuaria. 67
Si bien los recursos cognitivos se hicieron precarios por el contexto de sospecha
generalizada durante la guerra y dado que el peligro de decir demasiado era omni-
presente, la gente recurrió a prácticas adivinatorias para averiguar sobre los lugares de
entierro clandestino. Durante la investigación, la gente comentó cómo, leyendo en
las hojas de coca, una madre encontró el cuerpo de su hijo asesinado por los miliares
en la comunidad donde vivía en 1987:

[Los militares] lo habían cambiado de sepultura, lo habían llevado a otro sitio y los fa-
miliares ya no lo encontraron. Y su mamá, un poquito sabia, que sabía mirar en maíz,
en hoja de coca. Entonces, mirando en coca, [dijo]: “A ver, ¿en qué lado? ¿en dónde lo
habrán llevado a mi hijo ¿Adónde? ¿A qué sitio? ¿A qué sitio?” Botaba, dice, las hojitas.
“¡Ahora díganme hojitas!” Cómo leerá pues, ¿no? Pero estas hojitas le avisan: “En tal
sitio está”. “¡Aquí está mi hijo, aquí está! Señoras, señores, búscamelo en tal sitio, allí
está mi hijo”. ¡Y total, allí lo habían encontrado pue’! Habían hecho otro hueco y lo
habían tapado dicen con piedras todavía para que no se den cuenta (entrevista a José,
Tacana, 13 mayo de 2012).

Utilizadas ritualmente durante los momentos propiciatorios y de fertilidad en el con-


texto agropecuario (Allen 2002), las hojas de coca fueron usadas durante la guerra
11 Panizo acuña el término de “muerte desatendida” para calificar “la falta de cuerpo, la ausencia de reconocimiento oficial, [el hecho que
la muerte] no es procesada a través de rituales que articulen adecuadamente el acontecimiento de la muerte y atiendan al muerto y a
los deudos en espacios de contención social” (Panizo 2012).

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para buscar los cuerpos de los desaparecidos. La lectura de esas hojas, que consiste en
interpretar su disposición después de arrojarlas al suelo, es una práctica adivinatoria
muy extendida en los Andes. En el contexto del conflicto armado, se adaptó a las
preocupaciones de la gente atrapada en las acciones deletéreas y en los secretos que
las rodean. Al sortear los silencios y las prohibiciones que circundaban las sepulturas
clandestinas, esta práctica permitió poner palabras a las cuestiones viscerales y, en
el mejor de los casos, superar la crucial falta de informaciones característica de este
período, reconstruyendo sentido.
También, la adaptación de la lectura ritual de las hojas de coca representó, para los
familiares de los desaparecidos, una forma de derogar el orden, pronunciado por los
actores armados, de no buscar a los desaparecidos. En ese sentido, puede ser interpre-
tado como un acto subversivo realizado a escondidas. Sin embargo, pedir la ayuda del
adivino que sabe leer la coca (llamado kukaqhawaq en quechua) tiene un costo que
no todos los familiares de desaparecidos no han podido asumir:

[Continúa la conversación anterior]


Autora: ¿Así las señoras buscaban a sus hijos o a sus esposos?
José: Ella sí. Ella pues. Era mi tía abuela, esa señora Marcelina. Ella pues, nos ha con-
68 tado. Llorando nos ha contado que así habían hecho. […] Pero otros no, solamente
mi tía me contaba así. Seguro no lo mandaran hacer también pues. O sea, a esos sabios
tenían que pagar también pues para que vean coca. Como la viejita es su mamá, [y que
se trata de] su hijo, entonces ya no necesita pagar. Ella mismo pues hacía eso. Rastrillar
coca (entrevista a José, Tacana, 13 mayo de 2012).

Aquellos que no tenían habilidades de adivinación ni medios económicos para pagar


a un adivino estaban aún más desamparados ante las tragedias que experimentaban.
Sin embargo, es posible identificar algunas de las estrategias alternativas que pudie-
ron implementar para llenar el vacío y cómo las mismas constituyen una redefinición
de ciertas prácticas rituales.

4. Cuerpos ausentes, almas convocadas

Simona conserva intacto el poncho de su marido que fue llevado por Sendero Lumi-
noso el 20 de diciembre de 1990. Lo guarda con la meta de favorecer, si no el regreso
de su marido vivo, por lo menos la visita de su alma durante sus sueños para que le
revele el lugar de entierro de su cuerpo.
Después de la muerte de una persona, en las comunidades campesinas andinas, se
suele lavar su ropa más reciente, para poder luego regalarla y quemar su ropa usada para
neutralizar todo rastro de substancia corporal perteneciente al difunto. En el cristianis-
mo andino, se considera la ropa del muerto impregnada de la esencia de la persona.

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Asimismo, la gente lava la ropa el día siguiente al entierro y el agua del lavado es tirada
lejos de toda presencia humana, hacia las tierras baldías, ya que es considerada, además,
peligrosa y capaz de enfermar a los que estuvieran en contacto con ella.
En el caso de los desaparecidos, se comprende fácilmente la dificultad, por parte
de sus parientes, de concebir que han fallecido. Para aceptarlo, necesitaran una prue-
ba, sin la cual el proceso de separación con la persona se hace más difícil. Dentro de
esta perspectiva, Simona conserva el poncho de su marido. El objeto no presenta en
sí mismo un carácter nocivo del cual tendría que deshacerse, precisamente porque a
su propietario no se le considera totalmente muerto ya que no hay cuerpo.
En el contexto andino ordinario, compartir sus sueños entre familiares constituye
una práctica social común. En su análisis del papel social de los sueños en los Andes
rurales, Arianna Cecconi (2012) explica que solamente los sueños que vienen de fuera,
o sea los que implican que el soñador reciba la “visita” nocturna de un alma, la cual está
casi siempre personalizada, son considerados significantes; al contrario de los sueños
interiores, propios a la persona, consecuencia de sus pensamientos y acciones durante
su vida diurna. Los desaparecidos parecen ser particularmente propensos a estas visitas.
Las revelaciones oníricas son consideradas como fuente de conocimiento legítima en
las comunidades andinas. En el contexto del conflicto armado, y todavía hoy en día,
fueron consideradas como una valiosa fuente de información por los familiares de los 69
desaparecidos. Si durante su visita nocturna el alma se expresaba sobre lo que le sucedió
o incita a su familiar a reconstruir su vida y a encontrar serenidad, a menudo de una
manera muy metafórica, el alivio puedo ser grande para los parientes de los desapareci-
dos. “Siempre sueño a mi hijo, una vez me dijo que estaba por unos terrenos y que iba
ser difícil que lo encuentre, me dejó un poco de maíz y se fue”, cuenta por ejemplo una
señora a la Comisión de la Verdad y Reconciliación (en Cecconi 2012, 249).
Para facilitar esta comunicación con la persona ausente, algunos familiares guar-
dan ropa que pertenecía a la persona desaparecida. Se concibe el alma como andando
en búsqueda de sus rastros. Se trata entonces de atraerlo con la ropa para favorecer
su visita durante la noche. Simona se inscribe en esta lógica de “atracción” del alma
de su marido. Esta situación revela una cierta continuidad con las lógicas locales
que organizan las relaciones entre vivos y muertos, pero también la curación de los
enfermos.12 “La ropa ‘llama’ al alma”, explica Theidon (2004, 63). Por ello, el papel
del vestido es central durante el ritual terapéutico del qayapa, que consiste en hacer
regresar, al cuerpo del enfermo, el alma concebida como potencia vital,13 que se es-
capó a consecuencia de un susto importante. En el caso de los desaparecidos, el uso
de su ropa se inscribe en esta perspectiva de asociación, con la diferencia de que, esta

12 Agradezco a los evaluadores anónimos de Íconos. Revista de Ciencias Sociales por su reflexión muy sugerente de considerar a las prácticas
y a los discursos sobre los muertos de la violencia como una actualización de un marco interpretativo preexistente y, por lo tanto, como
una continuidad ritual que se ajusta a los impedimentos e incumplimientos religiosos ordinarios.
13 En los Andes, el principio espiritual de “alma-potencia vital” constituye fundamentalmente la noción de persona y, de hecho, es lo que
se separa del cuerpo al morir (Robin Azevedo 2008).

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vez, no se trata de curar un enfermo, sino de resolver una incertidumbre de las más
angustiantes, la cual puede ser asimismo origen de enfermedad.
El estatus liminal de los desaparecidos lleva a ajustar el uso ritual ordinario de la
ropa con cierta continuidad intelectual. Dada la imposibilidad de proceder a su co-
rrecta separación con el mundo de los vivientes, ya que la familia no pudo recuperar
los restos u obtener informaciones estimadas como pertinentes, el objetivo consiste
en convocar a los desaparecidos, intentando atraer su alma hasta su hogar. Eso para
lograr, más adelante, disociarlos de este mundo procesando, en la medida de lo posi-
ble, el tratamiento de sus restos, pero considerando, sobre todo, su aparición onírica
como una valiosa fuente de información y un punto de partida para el duelo.
También cabe señalar que el hecho de ya no soñar con el desaparecido se experi-
menta con angustia por los familiares que lo interpretan como la pérdida definitiva
del ser ausente o, en otras palabras, como su segunda muerte. Es así como la madre
de un joven que desapareció después de ser reclutado por Sendero Luminoso, señaló
entre lágrimas que ya ni siquiera soñaba con él. Como si su hijo, mudo e inactivo en
sus sueños, hubiera desaparecido definitivamente, sin que quedara nada que salvar.
Si bien una cruz de madera con el nombre del joven había sido añadida por sus her-
manos y hermanas en el panteón familiar, para la madre, la ausencia durante años de
70 cualquier visita nocturna de su hijo la hacía sentir inconsolable.
La inscripción de los nombres de los desaparecidos en la parcela familiar del ce-
menterio es una práctica de preguerra. En el pueblo donde se realizó la encuesta etno-
gráfica, el nombre de un joven que se ahogó arrastrado por el río también fue inscrito
en una cruz sin que el cuerpo estuviera allí. Otro ejemplo es el caso de dos hermanas
que murieron en un accidente de tránsito en la década de 1970. Por falta de dinero
para repatriar los cuerpos, la familia los hizo enterrar cerca del lugar del accidente,
pero erigió cruces a sus nombres en el cementerio. La peculiaridad del caso del joven
desaparecido durante la guerra es que un silencio colectivo rodea el lugar donde fue
asesinado y enterrado, presumiblemente en una comunidad campesina vecina.14
La ruptura del sentido y el no cumplimiento de los deberes con los muertos bus-
can salidas extrañamente similares fuera del caso peruano. Atraer el alma durante la
noche o recurrir a la videncia para identificar el lugar donde se encuentra el desapa-
recido han sido medios usados por parte de los familiares, tanto en Perú como en
Argentina durante la dictadura, como en Inglaterra después de la Segunda Guerra
Mundial (Panizo 2012; Winter 1995).

14 Las razones de este silencio son múltiples: cohabitación con antiguos victimarios; intento de mantener una apariencia de unidad en
el seno de este distrito de aproximadamente 1000 habitantes para presentar públicamente una memoria centrada en las víctimas;
miedo a las represalias, en particular bajo la forma de brujería, entre otras. Sin embargo, la familia del mencionado joven desaparecido
emprendió discretamente su propia investigación para averiguar el lugar exacto del entierro, pero no tuvo éxito. Pese a esto, la cruz
con su nombre en el cementerio mira hacia la comunidad en el horizonte donde se supone que está enterrado. Así, a pesar de la no
recuperación del cuerpo, los parientes muestran que saben (en parte) lo que pasó y que no se dejan engañar. Sobre todo, al reunirse en
este lugar de recogimiento, pueden dirigir sus oraciones y pensamientos directamente al probable lugar de entierro clandestino, alejado
a tan solo a unos 10 kilómetros en línea recta.

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Más allá de la especificidad de los contextos sociales y culturales, se observa en efecto


que a veces, ante la desaparición, se procura, a un nivel íntimo, comunicar con el ser
ausente y buscar sus “huellas”. En el caso de los desaparecidos durante la dictadura ar-
gentina, Panizo menciona el uso de los videntes como medio alternativo para obtener
información, en particular en relación con las condiciones de la muerte y el lugar donde
estaría el cuerpo, pero también para beneficiarse de otra forma de comunicación con
el ser querido (Panizo 2012, 97). Frente a la política de no repatriar los cuerpos de los
soldados ingleses que murieron en suelo francés durante la Primera Guerra Mundial,
Jay Winter (1995) también explica cómo el espiritismo se desarrolló considerablemente
en Inglaterra durante esa época. Esta relación con lo sobrenatural intenta llenar el vacío
de significado que deja la desaparición de un ser querido.
En este caso, la relación con el alma del familiar se busca voluntariamente y se
vive como algo deseable, incluso como un alivio. Esto contrasta con las intempesti-
vas manifestaciones de las muertes anónimas e indómitas en las fosas comunes que,
mediante sus nocivas emanaciones, socavan la tranquilidad del grupo y les recuerdan
la naturaleza absolutamente inapropiada de su entierro. En un caso, hay cuerpos
desaparecidos de los que se intenta atraer el elemento más inmaterial, el alma, con el
fin de apaciguarla y luego tranquilizarse. En el otro caso, hay cuerpos en exceso que
no están en su lugar y que se manifiestan en forma de un viento maligno del que se 71
huye por su furia vengativa, o del que se intenta deshacerse por medio de la sanación
del cuerpo afectado. En ambos casos, nos encontramos ante lo que se presenta como
formas de expresión de los desaparecidos asesinados cuya continuidad de modos de
presencia proporciona a los vivos medios de acción.

5. A modo de conclusión: de la necesaria reciprocidad


entre los vivos y los muertos

Experimentado como una verdadera materialidad del pasado en el presente, las mani-
festaciones fantasmales actualizan la magnitud de las pérdidas humanas relacionadas
con la guerra y el desasosiego de las familias, pero contribuyen también a prolongar
y reactivar la existencia social de las víctimas y a despedirse de ellas. El análisis de las
relaciones ordinarias entre los vivos y los desaparecidos muestra que las líneas límite
entre la vida y la muerte se hicieron extremadamente borrosas y porosas. Producto de
este “entre dos” (entre-deux), la figura paroxística del alma en pena implica prácticas
rituales domésticas para fijarla en una condición estable. Después de 20 años de gue-
rra y casi 20 años de política de reparación a las víctimas, la persistencia de estas figuras
intermedias apunta a la precariedad de la situación ontológica de los desaparecidos y
la relación problemática con una muerte prematura e incontrolada. Una muerte que
asaltó territorios donde no tenía que instalarse, fuera de los cementerios. También

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estas figuras aportan una nueva luz sobre los bricolajes rituales que han tratado, y a
veces logrado, de enmarcar a esta muerte descontrolada y de hacer habitable el vacío.
Los protagonistas del conflicto armado peruano procesan el pasado mediante toda
una metafísica del destino póstumo de los desaparecidos y de los asesinados. Desde
las visitas nocturnas de almas hasta los espectros amarrados a lugares específicos,
pasando por las almas convocadas, son verdaderas “carreras post mortem” (Despret
2014) de las víctimas de la guerra que deben ser consideradas si se quiere entender las
experiencias concretas de los sobrevivientes más allá de la idea de que el regreso de los
muertos en la vida cotidiana de los vivos es solo un “trauma de la guerra”.
Las diversas experiencias de encuentro con las almas de las víctimas de la gue-
rra se arraigan en las representaciones tradicionales de la (mala) muerte y generan
prácticas rituales recompuestas. En su naturaleza, no discrepan fundamentalmente
del trato reservado a las almas del purgatorio (Cuchet 2014), pero sus modalida-
des prácticas han sufrido readaptaciones a consecuencia de la muerte masiva que
generó la guerra.
Los relatos producidos por los sobrevivientes sobre las representaciones de su
existencia, las desgracias que les afectan y el papel desempeñado en este conjunto
de relaciones por los difuntos sin entierros también informan sobre las subjetivi-
72 dades en juego en el contexto inmediato de la posguerra. Los habitantes de las co-
munidades campesinas andinas, aparentemente mantenidos en la impotencia y el
silencio, logran así describir la guerra, sus protagonistas y la forma en que continúa
en su vida cotidiana mucho más allá de la desmilitarización del país. En ese sentido,
se postula aquí que corresponde a los vivos determinar los modos de presencia y
disposición de las almas. La presente investigación muestra que son los vivos los
que hacen que estos seres invisibles existan en formas cada vez diferentes, que son
ellos los que los perciben y los hacen actuar. Por lo tanto, este enfoque va en contra
de lo trabajos que tratan de los fantasmas con una realidad inmaterial autónoma
(Carr 2018).
Los relatos de las almas en pena se utilizan para comunicar el dolor, incluso el
resentimiento, pero también para restaurar un sentido, un orden y unas certezas. Al
mismo tiempo que se testimonia el desgarramiento de la familia y la brutalidad de
la separación, permite trasponer este sufrimiento a un marco narrativo compartido
y legitimado socialmente, que sirve de marco de referencia común. En este sentido,
estas narrativas constituyen una categoría experiencial del impacto de la violencia
y una forma de canalizarla. De hecho, si el difunto errante puede convertirse en
un generador de enfermedades, también aparece como un reparador de relaciones
descuidadas y limitadas, o incluso, como una figura protectora del destino de sus
parientes. También permite dar continuidad a la vida comunitaria constreñida por
las relaciones de animosidad. En otras palabras, el alma existe como una posibilidad
de discurso, de remedio y de convivencia social.

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Winter, Jay. 1995. Sites of memory, sites of mourning. The great war in European cultural
history. Cambridge: Cambridge University Press.

Entrevistas

Entrevista a Gustavo, Chalhuanca, 22 mayo de 2012.


Entrevista a José, Tacana, 13 mayo de 2012.
Entrevista a Soledad, Tacana, 23 de mayo de 2012.
74 Entrevista a Yuli, Tacana, 11 de junio de 2012.

Cómo citar este artículo:

Delacroix, Dorothée. 2020. “La presencia de la ausencia. Hacia una antropología de la vida
póstuma de los desparecidos en el Perú”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 67: 61-74.
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.4141

Páginas 61-74 ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065


Desafíos y tensiones en la búsqueda de migrantes
desaparecidos de Honduras y El Salvador
d o ssi e r de i nve sti ga ci ó n

Challenges and strains in the search for disappeared migrants from


Honduras and El Salvador

Mgtr. Gabriela Martínez-Castillo. Doctorante en Antropología Social, Universidad Autónoma


Metropolitana-Iztapalapa (UAM-I), México. ([email protected])
(https://orcid.org/0000-0002-2485-4225)

Recibido: 01/10/2019 • Revisado: 28/11/2019


Aceptado: 12/02/2020 • Publicado: 01/05/2020

Resumen
Los nuevos usos y sentidos de la desaparición y el fortalecimiento de las políticas migratorias restrictivas configu-
ran al corredor Centroamérica-México-Estados Unidos como el único en el continente donde los y las migrantes
desaparecen sistemáticamente. De este contexto, emergen tensiones entre Estado y sociedad civil, así como dentro
de los actores solidarios y de las familias que buscan a sus migrantes desaparecidos. Este texto aborda dos tensiones
concretas: a) los debates sobre las formas en que los conceptos de derechos humanos y las herramientas jurídicas
para la búsqueda y el acceso a la justicia están siendo usados, ampliados y adaptados; y b) la confrontación entre los
abordajes que priorizan la búsqueda/enfoque humanitario y aquellos que priorizan los procesos de judicialización.
A lo largo del texto, se describen las consecuencias que tiene la implementación de las diferentes perspectivas en
los comités de familiares de migrantes desaparecidos, y las alternativas que ellos y ellas llevan a cabo para paliar los
efectos negativos. La información presentada se construyó junto con familias de migrantes desaparecidos que militan
en comités de El Salvador y Honduras; especialmente los salvadoreños se asumieron como interlocutores del proceso
de investigación. Entre 2017 y 2020, se desarrolló una serie de talleres y encuentros de reflexión colectiva sobre sus
propios saberes; este artículo se desprende de ese intercambio de aprendizajes.

Descriptores: búsqueda transnacional; enfoque humanitario; familiares organizados; judicialización; migrantes desa-
parecidos; violencias.

Abstract
The new uses and meanings of disappearances and the strengthening of restrictive migration policies set the
stage for the Central America-Mexico-United States area as the only place in the continent where systematic
disappearances of immigrants takes place. Tensions between the State and civil society, as well as with supportive
actors and families searching for the disappeared migrants, emerge in this context. This text addresses two specific
tensions: a) The debates about how concepts about human rights and legal tools in the search for justice are being
used, amplified, and adapted; and b) the conflict between approaches centered on the humanitarian search for jus-
tice and those that prioritize judicial processes. The consequences of the implementation of different perspectives
on the family committees of disappeared migrants are described throughout the text, as well as the alternatives
these families offer to diminish any consequences. This research was constructed with families of disappeared mi-
grants who are activists in committees in El Salvador and Honduras. Salvadorans especially were key interlocutors
of this study. A series of workshops and meetings centered on collective reflection about the informants’ own
knowledge took place between 2017 and 2020. This article is based on this exchange of knowledge.

Keywords: Transnational search; humanitarian approach; organized families; judicial process; disappeared migrants;
violence.

ÍCONOS Revista de Ciencias Sociales • n.º 67 • vol. XXIV (2do. cuatrimestre) • ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065
mayo-agosto 2020 • www.revistaiconos.ec
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.4199 • Páginas 75-93
ÍCONOS 67 • 2020

Gabriela Martínez-Castillo

1. Introducción

Este artículo reflexiona sobre las relaciones de poder que configuran los modelos de
búsqueda y exigencia de justicia emprendidos por comités de familiares de migrantes
desaparecidos de Honduras y El Salvador. A lo largo del mismo, se presentan algunos
desafíos que se arrastran desde las desapariciones históricas del siglo pasado, otros
propios del contexto de violencia política actual en México y la región, así como
aquellos exclusivos de la desaparición de migrantes, en especial del corredor Centro-
américa-México-Estados Unidos. Después, se mencionan algunas consecuencias de
estos desafíos como las tensiones entre actores que intervienen en la búsqueda, con
especial atención en aquellas que se dan entre actores solidarios/aliados como or-
ganizaciones no gubernamentales (ONG), organismos humanitarios, financiadoras,
iglesias, académicos, periodistas, entre otros.
Los análisis presentados han sido construidos mediante dos procesos. El primero
desde la experiencia de trabajo de la autora en el Servicio Jesuita a Migrantes-México
(SJM-MEX), espacio que entre 2008 y 2014 permitió conocer los aprendizajes de ex-
pertas en el tema, como Ellen Calmus, directora del Rincón de Malinalco, la primera
ONG que empezó a hacer búsqueda de migrantes mexicanos desaparecidos en Méxi-
76 co; Nancy García, directora de Caminos AC, la primera organización que sistematizó
y compartió sus modelos de búsqueda de migrantes oaxaqueños desaparecidos y sus
prácticas de acompañamiento psicosocial a familias;1 y Leslie Poblano, coordinadora
del equipo de atención y búsqueda de desaparecidos del SJM-MEX.
El segundo es la investigación doctoral en antropología (2016-2020) de la autora,
donde se colaboró directamente con los grupos de familiares de migrantes desapareci-
dos de Honduras y El Salvador. Especialmente el Comité de Familiares de Migrantes
Fallecidos y Desaparecidos de El Salvador (COFAMIDE) ha sido pieza angular para
abordar esta problemática desde otras perspectivas, ya que fueron ellas y ellos quienes
plantearon/demandaron integrar sus preguntas a esta investigación y responderlas en
una serie de talleres de reflexión colectiva llevados a cabo entre 2017 y 2019. Du-
rante este proceso, las y los salvadoreños dejaron de ser informantes de un quehacer
antropológico tradicional y se asumieron como interlocutores en la teorización de los
conceptos y narrativas (Rappaport 2008). A partir del cambio de roles, se construyó
un conjunto de vehículos conceptuales que contribuyeran tanto a revitalizar la pro-
ducción académica como a abonar pistas para fortalecer su lucha organizada por la
verdad, la justicia y la reparación del daño. Esta metodología se detalla en la ponencia
“Investigar junto con familias de migrantes hondureños y salvadoreños desaparecidos
en tránsito: reflexiones metodológicas” (Martínez Castillo 2018).
Si bien únicamente familiares de COFAMIDE se sumaron al proceso como co-in-
vestigadores, no se puede dejar de mencionar la importante contribución de las y los
1 Para conocer el valioso material producido por Nancy García, consultar: García et al. 2014.

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Desafíos y tensiones en la búsqueda de migrantes desaparecidos de Honduras y El Salvador

integrantes del Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos de El Progreso


(COFAMIPRO), Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos del Centro de
Honduras (COFAMICENH), Amor y Fe, y La Guadalupe,2 quienes por medio de
entrevistas semiestructuradas y de los intercambios durante la convivencia cotidiana
compartieron reflexiones y propuestas fundamentales para pensar la desaparición en
la región. También durante este contexto han sido imprescindibles las conversacio-
nes con Montserrat Castillo, colaboradora de la Red de Enlaces Nacionales (REN)
y Brigadas de Búsqueda de Colectivos Mexicanos; y con Claudia Interiano y Elena
Beltrán, de la Fundación por la Justicia y el Estado Democrático de Derecho (FJE-
DD) en El Salvador.
Sin la palabra de las personas que se menciona, hubiera sido imposible armar la
reflexión expuesta, pero se aclara que este texto no representa su opinión.

2. La desaparición de migrantes en tránsito por


Centroamérica-México-Estados Unidos: coordenadas
que ubican el problema3

Migración en situación irregular/irregularizada 77

Los flujos procedentes de Centroamérica y que atraviesan México se diferencian de


otros en Latinoamérica por los cambios tan rápidos en el perfil de los y las migrantes,
en sus estrategias y rutas de movilización y por las violencias a las que se enfrentan.
En cuanto al perfil, aumentan los refugiados, los retornados con varios intentos, las
mujeres; en 2019, el número de menores migrantes creció 73% y el de familias 400%
en comparación con 2018 (Vilches 2019). Sobre las estrategias de movilización,
2 Por cuestiones de seguridad, no se mencionan nombres reales ni detalles que puedan identificar a los familiares ni a sus migrantes
desaparecidos.
3 Es importante aclarar que se reconoce que tanto los desafíos como las tensiones son muchas más que las que aquí se mencionan. Para
quien quiera profundizar en este tema, invito a consultar autores que han hecho importantes contribuciones al respecto: el Grupo de
Investigaciones en Antropología Social y Forense (GIASF) ha elaborado análisis sobre las tensiones entre la perspectiva humanitaria
y la judicialización de casos (López López 2019); los saberes forenses de los colectivos de familias frente a los de expertos de ONG
y academia (Querales 2019), así como las diferentes posturas frente a los conceptos históricos de derechos humanos en el tema de
desaparición, exponiendo las razones por las que algunos actores mexicanos proponen modificarlos para adaptarlos a una realidad que
los ha desbordado (Robledo 2016). Las tesis doctorales de Salazar Araya (2016) y Martinelli (2017) plantean las búsquedas como
formas en que las familias construyen la presencia de sus ausentes y miran de cerca a los actores externos que intervienen; en una
lectura conjunta, se pueden observar similitudes entre las causas de desaparición de migrantes en México y la de jóvenes de las favelas
brasileñas y en las respuestas organizadas de sus familias. Para ampliar la mirada, en Ugaz (2015) se profundiza en la tensión entre lo
humanitario y lo jurídico durante las búsquedas de desaparecidos en Perú y describen la propuesta Paraguas humanitario, una serie de
lineamientos para perfilar prácticas forenses que respeten las cosmovivencias y prácticas culturales de las familias y que pongan en el
centro el derecho de las familias a conocer qué pasó con su ser querido. Revisar la experiencia peruana resulta importante, pues su con-
flicto armado tiene similitudes importantes con la violencia política actual en México (los desaparecidos pertenecen a los sectores más
pobres y excluidos, el terror es una tecnología para el control de la población y los territorios, los actores se difuminan y entremezclan
para dificultar su ubicación y relaciones). Concretamente sobre el tema de migrantes centroamericanos desaparecidos, Citroni (2017)
hace un mapeo sobre las dificultades legales para hacer búsqueda de migrantes centroamericanos y revisa las herramientas jurídicas
transnacionales impulsadas por la sociedad civil para que las familias accedan a justicia. Mejía (2014) aporta elementos para pensar
las formas de desaparecer en el contexto migrante y analiza a los actores solidarios transnacionales, mientras que Varela (2012) analiza
íntimamente a los comités para mostrar sus acciones colectivas como ejemplos de movimientos sociales.

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mientras que tradicionalmente habían usado solo la invisibilización, ahora, cuando


resulta estratégico y posible, también recurren a la hipervisibilización por medio de
caravanas y viacrucis; además, como resultado del control gubernamental, se ven
obligados a transitar por rutas más apartadas y peligrosas. Quienes caminan por este
corredor se enfrentan a las políticas migratorias más criminalizadoras y restrictivas del
continente; por ejemplo, a pesar de que el flujo venezolano es el más numeroso del
mundo, más de cuatro millones, éste ha sido acogido –no sin dificultades, resistencias
y complejidades– por los países de destino, mientras que el flujo centroamericano,
aun siendo mucho menor, 400 000 al año, se enfrenta a un recorrido militarizado
bajo el control de violentos grupos de crimen organizado y un sistema de refugio/
asilo restringido que apuesta por desgastarlos.

Desaparición

Los usos y sentidos de la desaparición se han ampliado. A la históricamente im-


plementada por elementos estatales y paraestatales para el control de la disidencia
política, se suma la desaparición como tecnología de terror para el control de los
78 territorios, flujos migratorios y recursos naturales. Ya no hay un perfil único de per-
petradores. La práctica,

cuando menos desde los años noventa, fue reutilizada por el crimen organizado; no
desapareció del arsenal represivo del Estado, pues siguió siendo usada en la guerra
silenciosa contra los zapatistas, en las batallas rurales o en los conflictos poselectorales,
pero fue procesada por los cárteles, las bandas de secuestradores, las industrias delicti-
vas y las concertaciones propias de la impunidad (González 2012, 91).

Incluso algunas personas sin ningún tipo de vinculación criminal también han utili-
zado la desaparición, especialmente en los feminidicios (ONU Mujeres 2018). Tam-
poco hay un perfil único de desaparecido/a,

de lo que se trata es de ubicar a individuos subjetivamente peligrosos. […] Basta


con que sea un adversario en cualquier campo de enfrentamiento, por cualquier
institución o grupo que aprehenda alguien, que secuestre o tome rehenes, la desapa-
rición toma una dimensión […] de aplicación general en cualquier enfrentamiento
(González 2012, 91).

Las mutaciones en los usos y sentidos de la desaparición y el endurecimiento de las


políticas migratorias securitizantes configuran a Centroamérica-México-Estados Uni-
dos como el único corredor de América Latina donde los migrantes desaparecen sis-
temáticamente. Las búsquedas de los migrantes desaparecidos tienen características y

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Desafíos y tensiones en la búsqueda de migrantes desaparecidos de Honduras y El Salvador

desafíos acarreados desde las desapariciones históricas sucedidas durante las dictaduras
del Cono Sur y de Honduras, de la Guerra Civil en El Salvador y de la Guerra Sucia en
México, así como sus particularidades. Como en el pasado, el número de desapareci-
dos es mayor al número de casos documentados4 y el número de desaparecidos repor-
tados es mucho mayor al número de personas encontradas (Baraybar et al. 2020). Las
nuevas desapariciones también están siendo reconocidas como un problema político
gracias a la lucha organizada de familiares. Los colectivos de familias –que en Hon-
duras, Nicaragua, Guatemala y El Salvador se autodenominan comités– son también
espacios construidos principalmente por mujeres, hermanas, esposas, sobrinas, hijas,
pero sobre todo madres, quienes echan mano de los recursos simbólicos que da di-
cha identidad para construir la presencia de sus ausentes por medio de la exigencia
de verdad, memoria, justicia y reparación; incluyen también familiares hombres que
encuentran en la identidad de “madres” un concepto lo suficientemente amplio para
sentirse representados.
Las desapariciones actuales –tanto de nacionales como de migrantes– se diferen-
cian de los aprendizajes, acciones y marcos teóricos desarrollados para aprehender
las desapariciones históricas sobre todo porque: a) las violencias actuales dificultan
documentar los vínculos entre las desapariciones y agentes del Estado, complicando
aún más la exigencia de justicia, pues los casos no encajan fácilmente en las leyes que 79
definen a la desaparición forzada como tal por la comisión, omisión o aquiescencia
del Estado; b) las familias, comités y actores solidarios centroamericanos y mexicanos
viven, buscan y denuncian en unos de los países más peligrosos del mundo, quedan-
do expuestos a extorsión, amenazas, agresiones, desplazamiento forzado e incluso hay
casos de familiares que han sido asesinados mientras hacían las búsquedas de sus desa-
parecidos;5 y c) a diferencia de los desaparecidos políticos, cada vez hay más evidencia
de que desaparecidos/as actuales están siendo reclutados/as para la explotación sexual
y laboral6 (Aluna2015, 8; Guillén y Petersen 2019), y que, en las cárceles y centros
de detención migratorios, mexicanos y estadounidenses, no se respeta el derecho al
debido proceso de los migrantes, les restringen la comunicación y no se informa a los
consulados sobre sus detenciones (González 2014). Surge entonces la necesidad de
ampliar las tradicionales estrategias de búsqueda, no solo recurrir a las forenses sino
también a las que encuentren a las y los desaparecidos que están con vida.

4 Por ejemplo, la masacre de indígenas salvadoreños cuyos cuerpos fueron desaparecidos en 1932 o la de campesinos mexicanos de
Durango, Sinaloa y Chihuahua que fueron víctimas de la Operación Cóndor-Primera Guerra contra las drogas durante la década de
1970; en ambos casos se tiene escasa información sobre las identidades de las personas desaparecidas.
5 Revisar historias de María Herrera (Sididh 2018) y Zenaida Pulido (Castellanos 2019).
6 La organización mexicana Aluna presenta un mapeo general para entender las nuevas formas de desaparición en la región:
En las zonas donde operan las redes de trata de personas y tráfico de órganos desaparecen mayoritariamente mujeres, niños y
niñas. En regiones con alta presencia de cárteles del narcotráfico, los hombres jóvenes son desaparecidos por motivos de recluta-
miento, sicariato o limpieza social. Los migrantes, por su parte, son desaparecidos y obligados a trabajos forzados, siendo Tamau-
lipas el estado con mayor riesgo. Hay otras zonas del país donde desaparecen a los profesionistas para obligarlos a colaborar con
grupos criminales. Destaquemos, finalmente, que también se registran desparecidos en las filas de las propias fuerzas de seguridad
del Estado (Aluna 2015, 9).

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Gabriela Martínez-Castillo

Por su parte, la desaparición de migrantes en la región tiene sus propios desafíos.


Mientras que en otros escenarios las redes internacionales fueron/son una herramien-
ta de apoyo para presionar a los gobiernos locales, en este caso, para los centroame-
ricanos tejerse en redes transnacionales se vuelve el único recurso disponible para
hacer búsquedas en países a los que no tienen acceso debido a las políticas migratorias
restrictivas y para exigir justicia a gobiernos de los que no son ciudadanos. Esta bús-
queda demanda construir mecanismos y conceptos de justicia transnacional o móvil
que incluyan herramientas de búsqueda en muerte y en vida.
Además, para las familias de migrantes determinar que su ser querido está desa-
parecido no es necesariamente un proceso tan inmediato como suele suceder con las
desapariciones que se dan fuera de contextos de movilidad. Determinar la desapa-
rición durante la migración se compone de, por lo menos, dos momentos: cuando
sucede, y después, cuando la familia (o algún tercero) la reconoce, cuenta con infor-
mación suficiente y reúne las condiciones para elaborar un proceso para aceptarla; el
período entre estos dos momentos puede ser de horas o de años. El señor Juvencio,
de Honduras, empezó a buscar a su hijo a los 15 minutos en que se retrasó la llamada
que tenían programada mediante comunicaciones telefónicas; ese mismo día lo en-
contró en el Servicio Médico Forense (SEMEFO) de una ciudad mexicana fronteriza.
80 Mientras que la señora Zoyla, también hondureña, empezó a buscar a su hermano
desaparecido 18 años después de la última comunicación.
Cuando Zoyla describe con más detalle su vida durante estos años, aparecen
urgencias que muestran que la situación de quienes se quedan no es exactamente
fácil. Acomodarse para mantener y criar a los hijos del hermano migrante, la vio-
lación sexual de una sobrina, el asesinato de otro hermano, tener que tomar pre-
cauciones extremas para evitar que los asesinos agredieran a otros miembros de la
familia, el acoso constante que seguía viviendo la sobrina y que finalmente la obligó
a migrar también.
Las historias de las familias de migrantes desaparecidos de Honduras y El Salvador
están a menudo marcadas por el cruce de múltiples violencias cotidianas: extensos
períodos de maltrato infantil, intrafamiliar, asesinatos violentos, detenciones en cár-
celes y violencia sexual, los agresores son en su gran mayoría miembros de las mismas
familias o personas cercanas a las víctimas (Varela 2012, 178). Las agresiones coti-
dianas “pueden crecer y explotar como una ‘cultura del terror’ […] que normaliza la
violencia en las esferas pública y privada” (Bourgois 2012, 5), terminando por estruc-
turar y organizar las experiencias de generaciones enteras (Nateras 2014).
Cuando se vive en el Triángulo Norte de Centroamérica, la región sin conflicto
armado reconocido más violenta del mundo, que entre 2017 y 2018 registró los
números más altos de feminicidios e impunidad del continente (OIG 2019) y que
registra una media de 20 asesinatos al día (Villalobos 2015), la desaparición de un
familiar migrante no siempre puede ser atendida como prioritaria, aunque así se

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Desafíos y tensiones en la búsqueda de migrantes desaparecidos de Honduras y El Salvador

hubiera deseado. Como bien lo explica la señora Zoyla: “Ante tanta cosa que le pasa
a una, mi hermano [desaparecido] se quedó bien lejos” (entrevista a Zoyla, 23 de
octubre de 2017). El proceso familiar para determinar la desaparición es también
complicado porque no todos los integrantes reaccionan de la misma manera ante
iguales circunstancias; cada miembro construye la ausencia a su forma y además esta
postura puede cambiar a lo largo del tiempo.
Otros aspectos que han puesto a algunas familias en condiciones donde hacer una
búsqueda es prácticamente imposible son la precariedad y la indiferencia de los go-
biernos para asumir responsabilidades ante sus migrantes. Sobre todo en Honduras,
hay familias que no cuentan con posibilidades ni para transportarse a la capital para
interponer la denuncia en Cancillería o en Fiscalía. Los comités cobran aquí especial
relevancia, pues hay familias que determinaron que la pérdida de contacto de su
migrante podía ser una desaparición en el momento en que entraron en contacto
con alguno de estos colectivos, a los que consideran espacios cercanos geográfica y
afectivamente (entrevista a Lidia Souza, 3 de octubre de 2017).
La complejidad para determinar si la pérdida de contacto de un migrante indica
o no que está desaparecido da como resultado que haya migrantes que cumplan con
las condiciones de desaparecidos pero que no sean considerados como tales. Por lo
tanto, el universo total de migrantes desaparecidos es mayor al número de casos a 81
los que podemos tener acceso, ya que solo conocemos y trabajamos sobre aquellos
considerados como desaparecidos por un tercero (Baraybar et al. 2020). Nuestras
reflexiones se construyen únicamente sobre un fragmento bastante pequeño de esta
problemática, a diferencia de los desaparecidos nacionales cuya ausencia es más fá-
cilmente identificada, aunque no se lleven a cabo búsquedas o denuncias hay quien
sabe que el otro o la otra faltan.

3. Cambio de paradigma y tensiones emergentes

El giro de paradigma en los usos y sentidos de la desaparición ha desatado debates en


la sociedad civil centrados en diseñar e implementar los modelos de búsqueda y estra-
tegias de exigencia de justicia que resulten más efectivos o apropiados. Las tensiones
surgidas a partir de la generación de respuestas a la violencia política actual revelan
visiones diferentes sobre el papel del Estado. Mientras que los actores solidarios, las
familias y sus colectivos están de acuerdo en que el Estado es quien tiene la obligación
de prevenir las desapariciones, buscar, castigar a los culpables, reparar a las víctimas
y garantizar la no repetición; existen desacuerdos tanto en las formas en que se debe
presionar/involucrar al Estado para que se haga cargo de esta crisis humanitaria/de
derechos humanos, como en establecer cuál debería/podría ser entonces su papel y el
de la sociedad civil.

ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 75-93


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Gabriela Martínez-Castillo

A continuación, se revisan dos intersticios en donde confluyen diferentes –y para


algunos, incluso contradictorias– concepciones, programas y agendas de actores soli-
darios y familias de desaparecidos con presencia en el corredor migratorio Centroa-
mérica-México-Estados Unidos.

a) Debates sobre las formas en que los conceptos de derechos humanos que tipifican la
desaparición y las herramientas jurídicas para la búsqueda y acceso a la justicia están
siendo usados, ampliados y adaptados.

El concepto de desaparición forzada que sirve como referente actual es resultado


de la lucha organizada por los desaparecidos durante las dictaduras y democracias
latinoamericanas de la segunda mitad del siglo XX. A partir de los movimientos
de esa época, la Organización de Naciones Unidas (ONU) construyó instrumentos
internacionales para sancionar la práctica de la desaparición,7 hasta confeccionar su
definición más actual en la Convención internacional para la protección de todas las
personas contra las desapariciones forzadas, la cual establece en su artículo 2 que:

82 Se entenderá por “desaparición forzada” el arresto, la detención, el secuestro o cual-


quier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes del Estado o por
personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquies-
cencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del
ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola a la
protección de la ley (ACNUDH 2006).

La definición fue construida en un contexto donde el único sujeto que cometía el


delito era el Estado, aunque echara mano de particulares para perpetrar los crímenes,
se podía vincular a agentes estatales en los hechos. Sin embargo, la violencia actual en
México se caracteriza por la diversidad de actores, tanto los que cometen la desapari-
ción como los que son desaparecidos, debido a que si bien

el Estado creó la práctica en una situación particular, luego la generalizó en los enfren-
tamientos políticos y a través de ligas con sectores y personajes de las fuerzas armadas,
el narco la retomó, el crimen organizado la generalizó y, según se observa en la primera
década del siglo XXI, ya se encuentra disponible para todos (González 2012, 132).

7 En 1950, la ONU reconoció el delito de desaparición forzada. En 1978, declaró que la desaparición forzada es una violación a los
derechos humanos y que los Estados tienen la obligación de buscar a los desaparecidos. En 1980, creó el Grupo de Trabajo de Desa-
pariciones Forzadas e Involuntarias como herramienta para evaluar a los Estados, emitir recomendaciones e incluso intervenir en los
procesos nacionales si así es requerido. En 1992, emitió la Declaración sobre la protección de todas las personas contra las desapariciones
forzadas. Y en 1994, se aprobó la Convención interamericana sobre desaparición forzada de personas, primer instrumento jurídico que
permitió emitir sentencias obligatorias contra los Estados parte.

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Desafíos y tensiones en la búsqueda de migrantes desaparecidos de Honduras y El Salvador

La intervención de nuevos actores y la dificultad de documentar a profundidad


los casos debido a la violencia política han servido como velos para ocultar la inter-
vención del Estado.
La urgencia por probar la relación del Estado en las desapariciones actuales ha lle-
vado a sectores de la sociedad civil mexicana a priorizar los casos que encajan de ma-
nera más evidente en el concepto histórico de desaparición forzada. La deferencia en
el trato y acompañamiento a estos casos emblemáticos se traduce en que las familias
perciben que no encontrarán a su desaparecido ni accederán a justicia ni reparación
a menos que su caso sea considerado como desaparición forzada. Ante esto, colecti-
vos de familiares y ONG agrupadas en el Movimiento por Nuestros Desaparecidos
en México afirman que el deber del Estado va más allá de si fue perpetrador o no,
tiene la obligación de prevenir y buscar a toda persona desaparecida en su territorio,
tendría que atender todas las denuncias con la misma urgencia y recursos con las
que asume las forzadas. Para ello, plantean que todos los casos de desaparecidos sean
considerados forzados, pues desde esta postura determinar la tipología de la desapari-
ción es responsabilidad única del Estado y la carga de la prueba no debe recaer en las
familias. En un momento incluso se plantearon la necesidad de modificar el concepto
histórico de la ONU para que incluyera a los particulares como perpetradores de la
desaparición forzada. 83
Otras voces se pronuncian en contra, pues consideran que de esta manera se con-
tribuiría a que el Estado se deslinde de sus responsabilidades. Ya que justamente uno
de los argumentos que utiliza para no aceptar las desapariciones forzadas es “achacar la
autoría de la gran mayoría […] a los particulares para, con ello, convertir el problema
de la desaparición forzada como política de Estado en un problema de desaparicio-
nes cometidas por parte de particulares o del crimen organizado” (Cerezo 2018, 37).
Mientras que “la documentación nos dice todo lo contrario: es el Estado quien comete
la mayoría de desapariciones ya sea directamente a través de las fuerzas militares o po-
liciales o mediante grupos del crimen organizado o paramilitares” (Cerezo 2018, 37).
Ante esta disyuntiva, organizaciones mexicanas agrupadas en la Campaña Nacio-
nal Contra la Desaparición Forzada proponían en su iniciativa de Ley general para
prevenir, investigar, sancionar y reparar la desaparición forzada de personas y la desapari-
ción de personas cometidas por particulares, dejar el concepto histórico de desaparición
forzada tal y como está y agregar a la legislación nacional el artículo 3 de la Con-
vención internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones
forzadas, el cual establece que:

Los Estados Partes tomarán las medidas apropiadas para investigar sobre las conductas
definidas en el artículo 2 que sean obra de personas o grupos de personas que actúen
sin la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, y para procesar a los respon-
sables (ACNUDH 2006).

ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 75-93


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La discusión sobre esta tensión aminoró cuando, en noviembre de 2017, el Go-


bierno mexicano aprobó la Ley general en materia de desaparición forzada de personas,
desaparición cometida por particulares y del sistema nacional de búsqueda de personas,
que como su nombre lo indica, incluyó los dos tipos de desaparición que ya estaban
contemplados en la Convención internacional, aunque cabe aclarar que ambas pos-
turas tienen todavía críticas a la ley nacional, pues no se han establecido ni rutas ni
mecanismos para hacer las búsquedas de personas ni de culpables.
En el caso de migrantes desaparecidos en territorio mexicano y estadounidense,
las discusiones no se han centrado en la efectividad de los conceptos históricos de des-
aparición forzada, más bien se enfocan en la urgencia de generar herramientas jurídi-
cas transnacionales que faciliten canales para que las familias exijan el cumplimiento
y respeto de sus derechos humanos frente a gobiernos del que no son ciudadanas.
Durante la última década, se han construido tres mecanismos para promover que los
Estados mexicano, guatemalteco, hondureño y salvadoreño asuman sus responsabi-
lidades en la búsqueda de migrantes desaparecidos; estos mecanismos son únicos en
su tipo, pues incluyen la cooperación entre gobiernos y garantizan la participación
directa de ONG, comités y familias de migrantes desaparecidos.
En 2010, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) impulsó los Ban-
84 cos de Datos Forenses de Migrantes No Localizados en El Salvador, Honduras, Gua-
temala y México (uno en Chiapas, otro en Oaxaca y un tercero que incluye el resto
del país), diseñados para intercambiar información forense sobre migrantes desapa-
recidos y restos sin identificar en el corredor Centroamérica-México-Estados Unidos.
Para 2017, los Bancos Forenses tenían 1082 casos de migrantes desaparecidos, 291
de El Salvador y 417 de Honduras (Doretti et al. 2017, 108).
En 2013, fue establecida la Comisión Forense con el objetivo de identificar res-
tos de migrantes encontrados en las masacres de San Fernando, Tamaulipas, 2010
y 2011, y Cadereyta, Nueva León, 2012. El mecanismo ha sido impulsado por la
FJEDD y el EAAF, participan otras siete organizaciones civiles, entre ellas comités de
familiares de Guatemala, Honduras y El Salvador, e incluye la intervención directa
de peritos de la entonces Procuraduría General de la República (PGR) de México.
Para 2017, la Comisión tenía registrados 316 víctimas, 200 de las cuales estaban sin
identificar. Peritos del EAAF y de la hoy Fiscalía General de la República (FGR) son
los encargados de identificar y establecer su causa de muerte, así como revisar los
casos donde las familias tengan dudas sobre los restos que recibieron antes de que se
conformara la Comisión (Doretti et al. 2017, 110). Hasta 2017, habían identificado
a 69 personas cuyos restos ya están con sus familias, de esa cifra 13 eran hondureños
y dos salvadoreños. Además, gracias al cruce de información de los Bancos Forenses
Centroamericanos y de la Comisión forense se lograron incluir 154 casos adicionales
de migrantes desaparecidos que potencialmente pudieron haber sido víctimas de es-
tas masacres (Doretti et al. 2017, 110).

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En 2015, a partir de un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos


(CIDH), el Gobierno mexicano creó la Unidad de Investigación de Delitos contra
Migrantes de la FGR-Mecanismo de Apoyo Exterior (MAE). El Mecanismo, que
empezó a funcionar en 2016, tiene el objetivo de “permitir a las familias denunciar
delitos contra sus migrantes que ocurrieron en México a través de embajadas mexi-
canas en el extranjero o mediante la coordinación de la FGR con los consulados
mexicanos en el exterior” (WOLA 2017). Hasta 2017, el MAE tenía 65 denuncias
sobre delitos perpetrados contra migrantes en México, 21 denuncias por desaparición
de salvadoreños, 19 de hondureños y 17 de guatemaltecos –el resto son personas de
otras nacionalidades– (WOLA 2017).
Las organizaciones civiles que impulsan y participan en dichos mecanismos han
documentado ampliamente las trabas que los gobiernos ponen constantemente para
dificultar su pleno funcionamiento. Por ejemplo, los Estados participantes no deter-
minan con claridad cuáles son las funciones de cada dependencia de Gobierno in-
volucrada en los mecanismos; tampoco muestran interés en construir una estrategia
nacional y regional para hacer búsquedas forenses ni facilitan los medios para que la
sociedad civil la emprenda más que de manera fragmentada; con frecuencia incum-
plen los protocolos psicosociales de notificación a familiares; la búsqueda que el MAE
realiza por medio de la Unidad de Investigación es solo documental (mandar oficios 85
a cárceles, centros de detención migratoria, hospitales, entre otros) y no de campo,
siendo el Gobierno quien tiene los recursos y el personal para emprender búsqueda in
loco de la manera más segura posible; la Unidad de Investigación es la única facultada
para recibir denuncias y sus representantes solo viajan una o dos veces al año a El Sal-
vador y a Honduras para informar a los familiares sobre el seguimiento a sus casos y
documentar nuevos, aunque el decreto del Mecanismo supone que las denuncias po-
drían ser recibidas en cualquier momento en todas las embajadas mexicanas; además,
la Unidad de Investigación intenta constantemente comunicarse con las familias de
manera individual con la intención de aislarlas y debilitar el acompañamiento de los
comités; y por último, el MAE también presenta deficiencias garantizando la:

Protección a las víctimas, testigos y sus familiares, especialmente sobre el resguardo de


información sensible y datos confidenciales. Esto es especialmente preocupante conside-
rando que las familias y testigos con frecuencia viven cerca de los traficantes y miembros
del crimen organizado o carteles, quienes pudieron haber estado involucrados en la des-
aparición de sus seres queridos desde el primer momento (Citroni 2017, 756).

Mientras que los actores solidarios prácticamente han consensuado sus críticas a la
participación gubernamental, hay desacuerdos sobre la forma en que dichos mecanis-
mos deberían ser usados por las familias y los comités. Especialmente sobre el MAE
hay posturas desde las ONG que plantean que, dada la limitada capacidad de inves-
tigación y disposición que muestra el Gobierno mexicano, deben presentarse casos

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que tengan información precisa para la ubicación del desaparecido y expedientes que
ya cuenten con una documentación extensa que pruebe su desaparición en México,
privilegiando aquellos que tengan más posibilidades de ser desaparecidos forzados
o desaparecidos por particulares. Otras consideran que lo más conveniente es pre-
sentar todos los casos posibles al MAE, ya que el Estado es el responsable de buscar
independientemente de las pistas que las familias presenten, y determinar mediante
investigaciones serias cuándo tiene las competencias para resolver qué casos y cuándo
no. Además, consideran que esta acción contribuye a generar estadísticas oficiales
para visibilizar la problemática de desaparición de migrantes.
Más allá de que el MAE fue concebido como un mecanismo para garantizar la
búsqueda, justicia y reparación del daño, en la práctica todavía no alcanza todo su
potencial –por decirlo de alguna manera– pues únicamente funciona como una he-
rramienta de acceso a la justicia para las familias que pueden considerarse como
víctimas según lo establecido por la Ley general de víctimas de México; es decir, aque-
llos casos en los que se pruebe/sospeche que los migrantes son/fueron desaparecidos
forzados o desaparecidos por particulares en masacres.
Que la Comisión Forense y el MAE estén diseñados para abarcar solo cierto tipo
de casos, en la práctica se traduce en que únicamente un grupo reducido de familias
86 vinculadas con los comités reciben extenso acompañamiento y asesoría por parte de
las ONG que impulsan los mecanismos, y que solamente un número aún menor
puede acceder a la reparación establecida en la Ley general de víctimas. Aunque nin-
guna ONG tiene obligación –ni posibilidad– de atender todos los casos, es preciso
mencionar que, dentro de las organizaciones de base en El Salvador y Honduras con
quienes se trabajó para este artículo, el litigio emblemático/estratégico genera la sen-
sación de que hay casos de primera y de segunda, como pasa entre los colectivos de
familias de desaparecidos mexicanos.8
Ante esta situación, lejos de plantear que no se recurra a estas herramientas jurídi-
cas, las familias recomiendan que las ONG, organismos humanitarios y financiadoras
comuniquen claramente desde el inicio de la relación cuáles son sus alcances y limi-
taciones, sus apuestas políticas y los medios con los cuales implementan sus acciones,
que comuniquen a todas las familias que tienen casos en los comités, mediante las
asambleas generales, que son las ONG y no los directivos de los colectivos quienes
eligen qué casos pueden acompañar, y que aclaren por qué esos fueron seleccionados
y no otros.
Si bien es cierto que las redes transnacionales solidarias impulsadas por los acto-
res aliados han sido fundamentales para visibilizar la problemática de los migrantes
desaparecidos y para potenciar la voz de sus familiares, COFAMIDE y la abogada
de la FJEDD de El Salvador recuerdan que, para evitar conflictos entre aliados, es
importante reconocer que, aunque no sea la intención, asumir solo algunos casos y
8 Revisar historia de Guadalupe Aguilar (López 2019).

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no todos genera divisiones en las organizaciones de base y es necesario apoyar ac-


ciones para hacer frente a estas tensiones. En El Salvador, COFAMIDE contempla
estrategias para acompañar a la mayor cantidad de familias vinculadas con el Comité
e incluso a aquellas con las que no tienen contacto.
La estrategia de inclusión que ha recibido más apoyo por parte de las ONG y
organismos internacionales que les acompañan es el diseño de la iniciativa de ley
Derechos de los familiares de migrantes fallecidos y desaparecidos en la ruta migratoria.
Esta iniciativa contempla la importancia de que el Estado salvadoreño tenga un papel
más activo en la búsqueda de sus desaparecidos, repatriación de cuerpos, exigencia de
justicia y reparación del daño, así como la necesidad de desarrollar mecanismos para
que atienda y resuelva los conflictos jurídicos y administrativos en los lugares de ori-
gen derivados de la desaparición, que profundizan la pobreza, precariedad y violencia
a la que están expuestas las familias.
Además de estas acciones de incidencia legislativa, los miembros de COFAMIDE
resaltan la importancia de implementar acciones que, en lo cotidiano e inmediato,
puedan remediar las desigualdades que provocan acompañamientos diferenciados,
pues para ellas y ellos “todas las familias sienten el mismo dolor no importa cómo
desapareció o falleció su migrante” (entrevista a Alberta, 18 de julio de 2017) y la je-
rarquización es cuestionada incluso por las familias más beneficiadas. Para cuidar las 87
relaciones entre los miembros del Comité, cada semana tienen una reunión de eva-
luación y planeación que también sirve como espacio para plantear desacuerdos. Se
exploran estrategias de recaudación de fondos para garantizar que las repatriaciones
de fallecidos que no son cubiertas por la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas
de México (CEAV) también cuenten con los recursos necesarios –como un vehículo
adecuado para su transportación del aeropuerto al lugar del entierro o que los restos
estén en un ataúd–, ya que consideran indispensable que todos sus seres queridos
regresen, sean velados y enterrados en condiciones dignas. Visitan a las familias que
presentaron su caso ante el Comité pero que no participan tan constantemente, van a
sus casas para hacerles saber que no los han olvidado, los escuchan y acompañan con
las herramientas psicosociales que han aprendido a partir de su propia experiencia y
de las capacitaciones que han recibido, recopilan datos para completar los expedien-
tes, y aprovechan para dar charlas sobre los riesgos de la migración en las escuelas
locales, contactar con promotores sociales de las alcaldías para darles información
sobre cómo asesorar a familias que tengan migrantes desaparecidos. Cabe resaltar
que, a pesar de que estas acciones de cuidado cotidiano son las que en gran medida
aglutinan a los Comités y sostienen su lucha, también son las que reciben menos
apoyo financiero.

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b) Confrontación entre los abordajes que priorizan la búsqueda/enfoque


humanitario y aquellos que priorizan los procesos de judicialización

Los debates mencionados sobre los límites de los conceptos de derechos humanos y
las herramientas jurídicas para la búsqueda y acceso a la justicia muestran, entre otras
cosas, lo difícil que es para la sociedad civil perfilar rutas que permitan conciliar el
enfoque humanitario del jurídico en cuanto a la desaparición de personas se refiere.
El enfoque humanitario, anclado en el Sistema Humanitario Internacional, es
entendido como aquellas estrategias orientadas a reducir o aliviar el sufrimiento pro-
ducido por la desaparición de sus seres queridos a los familiares (López López 2019,
36). Mientras que el enfoque de judicialización es “el marco de investigaciones que
están dirigidas por un fiscal y organizadas en función de la sanción a los responsa-
bles de los crímenes cometidos” (Barrantes 2016, 15). Su principal diferencia radica
en que, en el primero, buscar y encontrar al desaparecido es el eje que determina
el diseño e implementación de las estrategias, los esfuerzos jurídicos sirven si están
encaminados a buscar, de otra manera están fallando; el castigo a los culpables y la
reparación del daño son ejes paralelos importantes, pero no centrales.
En el enfoque de judicialización, sustentado en el Sistema Internacional de Dere-
88 chos Humanos, encontrar al desaparecido es importante pero no central, los desapa-
recidos forman parte de un conjunto de pistas y elementos asociados con el proceso
para sancionar a los responsables. Por la necesidad de conocimientos especializados,
los protagonistas de la judicialización no son en su mayoría familiares, sino expertos
intermediarios, aunque muchos familiares han aprendido sobre la marcha para poder
presionar a las autoridades correspondientes, la mayoría utiliza sus conocimientos
para exigir la búsqueda por sobre el castigo a los culpables, pues “las familias espe-
ran respuestas primero y claramente esperan algún tipo de justicia luego” (Baraybar
2016, 5).
Un camino para superar la dicotomía es lo planteado por las familias con las que
se trabajó; para ellas, las acciones de judicialización son un modelo de búsqueda más.
Toda vez que sus migrantes siguen desaparecidos, interponer denuncias, dar segui-
miento, ir a reuniones con funcionarios, entre otras, son acciones de búsqueda y no
están centradas en castigar a los culpables, puede que esté incluido, pero es periférico.
Las familias consideran que las particularidades de cada enfoque o modelo de bús-
queda no los hacen excluyentes, incluso aunque tengan objetivos y procedimientos
que pudieran parecer/ser contradictorios.
Entre los actores solidarios hay quienes comparten la postura de las familias; otros
que reconocen que las diferencias no los hacen incompatibles, pero sí exigen que el
enfoque de judicialización sea la médula espinal de las estrategias impulsadas para
buscar a los desaparecidos, e incluso condicionan su apoyo y asesoría a que las fa-
milias emprendan dichos procesos; y hay otros que sostienen que las diferencias sí

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son excluyentes, ya que el enfoque humanitario contribuye a legitimar y reafirmar la


violencia de Estado a través de promover la impunidad.
Los comités ven en la judicialización, especialmente la centrada en casos em-
blemáticos, un riesgo que puede amenazar con dividir al colectivo y hacerlo perder
fuerza. Sin embargo, reconocen que cuando la judicialización se entiende y aplica
como una herramienta más dentro de un abanico de posibilidades, no es la única que
se lleva a cabo, no es la que más apoyo recibe y, además, implementarla y elegir los
casos son decisiones del colectivo, este enfoque puede generar procesos poderosos de
aprendizaje político.
Para profundizar en estas tensiones, también habría que contemplar la influencia
de las financiadoras en la confrontación y elección de los enfoques, pues apoyan
mayormente el modelo de judicialización (entrevista a Montserrat Castillo, 10 de
octubre de 2019), lo que genera un embudo para que las acciones de ONG y comités
se centren en lo jurídico si quieren recibir recursos. No hay que olvidar que el mundo
de la sociedad civil “se caracteriza por la desconfianza y la brutal competencia por los
recursos y el protagonismo” (Pearce 2002, 15).
Dentro del enfoque humanitario también se abren tensiones particulares, espe-
cialmente sobre el papel del Estado y de las familias en la búsqueda. Considerar que
la búsqueda es responsabilidad exclusiva del Estado y que el rol de las familias es solo 89
coadyuvante, frente a asumir que sin negar las obligaciones del Estado las familias
tienen derecho a participar activamente en la búsqueda e incluso a encabezarla. La
primera perspectiva es la que se ha construido como hegemónica permeada asimismo
fuertemente por el enfoque jurídico y de derechos humanos; mientras que la segunda
genera polémica porque ya no contempla al Estado como el interlocutor medular ni
como el centro del poder político; desde estas otras prácticas la reconstrucción del
tejido social o la recuperación del territorio ya no pasan necesaria y exclusivamente a
través de garantizar un Estado de derecho.

4. Conclusiones

Hasta este punto parece claro que la sociedad civil en la región experimenta un reaco-
modo a partir de que las personas que han vivido las violencias directamente se con-
figuran como protagonistas de sus propios procesos de exigencia de verdad y justicia,
y más aún, cuando ellas y ellos deciden generar formas para construir dicha verdad y
justicia que no tienen al Estado como actor principal, y aún así están funcionando.
En este reacomodo resulta también oportuno que los actores solidarios como ONG,
activistas, intelectuales, movimientos estudiantiles mestizos y urbanos, periodistas,
abogados, académicos cuestionemos nuestras presencias a partir de lo que Chandra
Mohanty llama “violencia epistémica, que se ejerce cuando una forma de ver el mun-

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do, de entender la justicia y la emancipación es reivindicada como la única forma de


‘liberarse’ de la dominación” (Hernández Castillo 2017, 34).
Seguir concibiendo las diferencias entre las búsquedas y la judicialización como
categorías excluyentes y fomentar sus quiebres contribuye a enfrentar a los colectivos
y las organizaciones en contextos donde ya de por sí la violencia política es usada
para atomizar las resistencias. Se vuelve imperativo abrirse a la posibilidad de recono-
cer que las prácticas que en algún momento fueron centrales, como las del derecho
y de los derechos humanos, en ciertas coyunturas se han vuelto complementarias/
periféricas. Dichas prácticas actualmente son solo parte de un repertorio mucho más
diverso de acciones del movimiento vivo que encarnan los colectivos de familiares de
desaparecidos y de migrantes desaparecidos de la región. Como lo describe Claudia
Interiano, abogada que acompaña a COFAMIDE desde hace varios años, “lo que ne-
cesitamos es seguir conversando para sanar juntos y sanar todos” (entrevista a Claudia
Interiano, 15 de enero de 2019).

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Desafíos y tensiones en la búsqueda de migrantes desaparecidos de Honduras y El Salvador

Entrevistas

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Entrevista a Zoyla, Tegucigalpa, 23 de octubre de 2017.

Cómo citar este artículo:

Martínez Castillo, Gabriela. 2020. “Desafíos y tensiones en la búsqueda de migrantes desa-


parecidos de Honduras y El Salvador”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 67: 75-93.
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.4199

93

ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 75-93


Libros de FLACSO Ecuador

Serie Foro
Resistencias noviolentas en América Latina.
Experiencias en Brasil, Colombia y México
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coordinadoras
Editorial FLACSO Ecuador
248 páginas
Los aportes que presenta este libro confirman la presencia y el carácter
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Sin embargo, los casos estudiados muestran que esta representa una
alternativa valiosa, muchas veces la única o la más idónea, para hacer
frente, contener, disminuir o transformar diversas violencias y así reducir los
desequilibrios de poder.
Desaparición de mujeres y niñas en México:
aportes desde los feminismos para
d o ssi e r de i nve sti ga ci ó n

entender procesos macrosociales


Disappearance of women and girls in Mexico: Contributions of feminisms
for understanding macrosocial processes

Mgtr. María de Lourdes Velasco-Domínguez. Candidata a doctora en Ciencias Sociales, FLACSO México.
([email protected]) (https://orcid.org/0000-0002-2301-4136)
Mgtr. Salomé Castañeda-Xochitl. Analista especializada, Fiscalía General de Justicia del Estado de México.
([email protected]) (https://orcid.org/0000-0003-1941-9402)

Recibido: 30/09/2019 • Revisado: 04/12/2019


Aceptado: 12/03/2020 • Publicado: 01/05/2020

Resumen
En México, a partir de 2007, se observa una tendencia al alza en los índices de desaparición de personas según datos del
Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED) de 2019, con una mayor prevalencia de
desapariciones de hombres que de mujeres. Sin embargo, en el grupo de personas menores de edad ocurre una tendencia
inversa, ya que las cifras de niñas desaparecidas son significativamente mayores a las de niños. El presente artículo propone
algunas hipótesis para tratar de entender por qué ha aumentado la desaparición de niñas en México. Se presenta una discu-
sión con algunas teorías feministas que han buscado comprender el aumento de la violencia para las mujeres jóvenes en el
marco de las políticas neoliberales. Se argumenta que el aumento en la desaparición de niñas está asociado con dos factores
centrales: la existencia de una economía de desposesión de vidas humanas para la acumulación de capital que produce
formas específicas de violencia contra mujeres y niñas, y la violencia sistemática contra las mujeres ejercida por agentes de
instituciones estatales de seguridad y justicia.

Descriptores: América Latina; desaparición; México, mujeres y niñas, procesos macrosociales; teorías feministas.

Abstract
According to the 2019 information from the National Registry of People Missing or Disappeared, beginning in 2007
the number of disappearances in the country has increased with more men missing than women. However, the opposite
tendency is true with minors because more girls than boys have gone missing. This article proposes some hypotheses
to understand this increase in girls who have disappeared in Mexico. A discussion of feminist theories, which seek to
understand the increased violence towards young women in the context of neoliberal policies, is presented. This re-
search argues that the increase in disappeared girls is associated with two main factors: an economy of dispossession of
human lives for the accumulation of capital, which produces specific forms of violence against women and girls, and a
systematic violence against women exercised by agents from state security and legal institutions.

Keywords: Latin America; disappearance; Mexico; women and girls; macrosocial processes; feminist theories.

ÍCONOS Revista de Ciencias Sociales • n.º 67 • vol. XXIV (2do. cuatrimestre) • ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065
mayo-agosto 2020 • www.revistaiconos.ec
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.4196 • Páginas 95-117
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María de Lourdes Velasco-Domínguez y Salomé Castañeda-Xochitl

1. Introducción

Durante las dictaduras militares en América Latina, la desaparición de personas fue


una estrategia para la eliminación de los opositores políticos en busca de la conso-
lidación de la hegemonía de una élite política y económica mediante el monopolio
estatal de la violencia ilegítima (Fregoso y Bejarano 2011). En México, esta forma de
violencia estatal tuvo lugar durante las décadas de 1960 y 1970 durante la llamada
“guerra sucia” (Robledo Silvestre 2016).
Las transiciones a la democracia ocurrieron en la mayoría de los países de América
Latina acompañadas del inicio de una serie de reformas estructurales de corte neoli-
beral. Con dicha transición, se esperaba avanzar en el establecimiento de un estado
democrático garante de los derechos fundamentales; sin embargo, en la actualidad la
región posee altos niveles de desigualdad económica y posee las tasas de homicidio
más elevadas a escala mundial.
En México, se observa un incremento de la violencia y la delincuencia que ha
tomado magnitudes catastróficas. Desde principios de 1990, la violencia homicida
que afecta tanto a hombres como a mujeres ha ido al alza y en 2007 esta tendencia
se aceleró (Silva Forné et al. 2017). En este mismo año se observa un aumento en las
96 desapariciones de personas con una prevalencia de desapariciones de hombres sobre
las de mujeres en una proporción de 2,89 hombres desaparecidos por cada mujer en
la misma condición. Sin embargo, la tendencia cambia para el caso de los menores
de edad, ya que por cada dos niños desaparecidos existen tres niñas en esta situación. 
A diferencia de lo ocurrido en las dictaduras latinoamericanas, durante las demo-
cracias neoliberales el uso de la violencia y del poder por el Estado busca la imposi-
ción de las políticas neoliberales (Arias y Goldstein 2010); pero se encuentra menos
centralizado y monopolizado por el Estado y, en cambio, el empleo de la violencia,
así como la regulación económica, han sido delegadas a actores privados con distin-
tos fines como empresas privadas, organizaciones criminales, grupos paraestatales,
organizaciones civiles, agentes estatales, entre otros (Hilgers y Macdonald 2019).
Asimismo, las víctimas de la violencia parecen haberse modificado, mientras que en
las dictaduras, la letalidad estatal se concentraba en los opositores políticos; en las
democracias neoliberales los grupos más afectados son hombres jóvenes, mujeres y
niñas de clases bajas y grupos racializados (para el caso de Ciudad Juárez, ver Wright
2011). Frente a este contexto regional, ¿cómo conceptualizar y entender la alta inci-
dencia de desaparición de niñas y adolescentes en México?, ¿qué procesos políticos,
económicos y sociales pueden ayudarnos a explicar esta forma de violencia focalizada
en este grupo?
Si bien ya existen algunas teorías que intentan explicar el incremento de la vio-
lencia en México a partir de factores políticos o económicos, no alcanzan a explicar
las formas de violencia específicas que se han recrudecido contra las mujeres como

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la violencia comunitaria, los feminicidios o la desaparición de niñas y adolescentes.


En cambio, las teorías con un enfoque feminista que abordan las violencias contem-
poráneas aportan nuevos marcos de entendimiento de las violencias generalizadas y
letales contra las mujeres que se experimentan en el país. El presente artículo busca
reflexionar en torno a algunas de estas teorías feministas con el fin de proponer hi-
pótesis innovadoras sobre los factores políticos, económicos y sociales que se asocian
con el fenómeno de la desaparición de niñas en México.
En primer lugar, se propone una discusión con un conjunto de teorías feministas
que piensan desde México y América Latina las formas contemporáneas de violencia
contra las mujeres. Enseguida se exponen nuestras hipótesis con base en algunos da-
tos empíricos disponibles para el caso de la entidad con mayor incidencia en desapa-
rición de mujeres, el estado de México, y se argumenta sobre dos factores clave en la
producción y reproducción de desaparición de niñas: la existencia de una economía
de desposesión de vidas humanas para la acumulación de capital que produce formas
específicas de violencia contra mujeres y niñas, y el ejercicio sistemático de violencia
sexista, racista y clasista por parte de los agentes estatales de las instituciones formal-
mente encargadas de atender la violencia de género. Finalmente se plantean algunas
interrogantes y algunos temas pendientes a incluirse en las agendas de producción de
datos oficiales y de investigación académica. 97

2. Desaparición y teorías feministas sobre violencia

Desde hace más de una década, México y América Latina mostraron un repunte en
los índices de violencia homicida y criminalidad, por lo que comenzaron a desarro-
llarse investigaciones desde las ciencias sociales para tratar de explicar este fenómeno
y entender sus implicaciones. Un primer conjunto de estudios asocia la violencia letal
sistemática con la formación del Estado y su reproducción en su versión neoliberal,
con la competencia entre organizaciones criminales, la competencia político-electoral
y la apropiación de recursos y territorios. Las teorías feministas sobre la violencia aña-
den a estas primeras explicaciones una perspectiva interseccional de las desigualdades
sociales.

2.1 Investigaciones explicativas de la violencia generalizada y sistemática en México

El uso de la violencia sistemática ha sido una constante en la conformación de los


estados latinoamericanos de acuerdo con Arias y Goldstein (2010); sin embargo,
durante los regímenes democráticos, la violencia es empleada para imponer las po-
líticas neoliberales y a su vez distintos actores hacen uso de la misma para resolver

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los problemas creados por estas políticas. Para el caso de México, se ha afirmado que
la “violencia pública” de parte de actores estatales y no estatales ha participado en la
conformación del Estado durante el siglo XX y hasta la actualidad, ya que la violen-
cia represiva del Estado contra activistas y disidentes políticos ha sido una constante
hasta nuestros días, a pesar de los procesos de democratización; pero además, en los
últimos años, a la violencia entre fuerzas de seguridad y grupos delincuenciales se
han sumado la violencia económica con fines de apropiación de territorios y explota-
ción de recursos naturales por parte de grandes empresas nacionales y transnacionales
(Pansters 2012).
Trejo y Ley (2018) han mostrado que el aumento acelerado en los niveles de vio-
lencia en ciertas regiones de México desde las décadas de 1980 y 1990 está asociado
con la disputa entre carteles de la droga en México que se disparó en las entidades
federativas a raíz de que nuevos partidos políticos asumieron los gobiernos estatales,
desplazando al partido hegemónico, el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Esto implicó una ruptura de las redes de protección de las élites gobernantes priistas
hacia ciertos grupos criminales, por lo cual estos últimos se vieron en la necesidad
de conformar sus propias milicias privadas para proveerse de protección y disputar el
control de nuevos territorios a otros carteles.
98 Los mismos autores han expuesto que en México, durante la primera década
del siglo XXI, fueron perpetrados diversos homicidios contra políticos, presidentes
municipales, altos funcionarios de gobiernos estatales y contra candidatos a este
tipo de puestos. Estos homicidios fueron perpetrados en delimitaciones políticas,
gobernadas por partidos políticos diferentes al dominante a nivel federal (el Par-
tido Acción Nacional, PAN), debido a que estos gobiernos estatales recibieron
menos recursos para seguridad pública por parte de instancias federales, lo cual
los condujo a encontrarse más débiles en términos de fuerza armada respecto a las
milicias de los grupos delincuenciales. Por lo tanto, estos últimos aprovecharon la
coyuntura de competencia política para acceder al control del poder político en
estas entidades y municipios, a fin de no solo facilitar el desarrollo de sus activi-
dades delictivas, sino, además, incidir en las decisiones públicas que afectan a la
ciudadanía (Trejo y Ley 2018).
De igual forma otra serie de estudios (Anaya 2014; Atuesta y Ponce 2016 y Silva
Forné et al. 2017) han puesto de manifiesto la relación entre las políticas de segu-
ridad a nivel federal implementadas en 2007 por el presidente Felipe Calderón y el
acelerado crecimiento de la tasa de homicidios que comienza a dispararse justo en ese
año. Debido a que la estrategia política de militarización del país se ha enfocado en
perseguir a las cabezas de las organizaciones criminales, cuando estas son capturadas o
asesinadas generan disputas por el nuevo liderazgo en el grupo criminal, lo cual lleva
a su fragmentación y a una competencia violenta por los liderazgos. Por otra parte,
estos grupos criminales han aumentado su nivel de defensa armada contra las fuerzas

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de seguridad estatales, mientras que estas últimas han sido acusadas de perpetrar
sistemáticamente violaciones graves a derechos humanos tales como torturas, tortura
sexual, desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales.
Estas investigaciones abordan de manera muy periférica el problema de la crecien-
te desaparición de personas en el país, y su perspectiva macrosocial ha dejado relega-
da la explicitación de quiénes son las víctimas directas, las víctimas indirectas y los
victimarios, y qué ejes de desigualdad social (género, clase social, pertenencia étnica,
racialización) y relaciones de dominación se juegan en la producción de la violencia
letal. En el campo de las investigaciones feministas y transfeministas, han emergido
teorías que intentan comprender la violencia desde la significación social otorgada a
los cuerpos violentados y los cuerpos ejecutores de la violencia, y a su vez enfatizan en
los procesos económicos y políticos involucrados en su producción.

2.2 Investigaciones feministas sobre las formas de violencia contemporáneas

En esta sección se discutirá con algunas investigaciones que buscan explicar los femi-
nicidios o la violencia feminicida (categorías en las que incluyen la desaparición de
mujeres) en América Latina y especialmente en México, a partir de sus vinculaciones 99
con el poder económico y criminal por una parte, y el político y coercitivo del Esta-
do, por otra.
Las investigaciones feministas sobre la violencia contra las mujeres que se presen-
tan a continuación pueden clasificarse como: primero, las que acentúan los vínculos
entre violencia contra las mujeres y economía neoliberal, y segundo, las investiga-
ciones centradas en los procesos políticos e institucionales asociados con la violencia
contra las mujeres.

a. Estudios feministas que acentúan las implicaciones económicas de la violencia

Desde una perspectiva que acentúa los vínculos entre la economía y la violencia
contra las mujeres, Jules Falquet (2011) considera que la globalización económica
neoliberal implica una reorganización de las formas de violencia contra las mujeres a
partir de los legados de las dictaduras militares. 
Según la autora, las reformas estructurales impuestas por los organismos interna-
cionales en los países periféricos a cambio del financiamiento de sus deudas externas,
implicaron medidas que incluyeron la reducción del gasto público, la entrega de
concesiones de empresas y recursos públicos a empresas privadas, la apertura de fron-
teras al comercio y la precarización de los espacios laborales. Estas medidas afectaron
particularmente a las mujeres precarizando sus condiciones laborales, aumentando

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su trabajo doméstico no remunerado (ya que suplen algunas funciones sociales que
antes realizaba el Estado en materia de salud, educación y provisión de servicios) y
aumentando su competencia laboral con los varones. Por lo tanto, con las reformas
neoliberales, “la articulación de flexibilidad, desregulación y movilidad de las inver-
siones, que son las pautas que troquelan las ‘reformas laborales’ en el mundo, tiene
su mejor insumo en el sector social de las mujeres” (Gutiérrez Castañeda 2018, 178).
En este contexto, en ciudades altamente globalizadas como en la frontera norte
de México, las mujeres con mayores desigualdades acumuladas por su edad, clase
social y pertenencia étnica son las más expuestas a la violencia extrema. Los feminici-
dios y desapariciones de mujeres y niñas en ciudades mexicanas como Ciudad Juárez
representan para la autora no solo una vía de comunicación del control territorial
entre grupos de hombres, sino, sobre todo, una forma de comunicación dirigida a
las mujeres para indicarles que, en caso de que salgan fuera del modelo de feminidad
tradicional e intenten desafiar el poder de los hombres sobre ellas, ya sea compitiendo
con los hombres en el ámbito laboral o decidiendo respecto de su cuerpo y sexuali-
dad, serán severamente castigadas.
En este contexto, tanto Falquet (2011) como Valencia (2010) coinciden en consi-
derar que los procesos de globalización neoliberal están basados no solo en la acumu-
100 lación de capital a partir de la apropiación de recursos públicos (recursos naturales,
fuerza laboral, los ahorros de los trabajadores por el capital financiero, los derechos
sociales como salud, educación, entre otros), sino que además la acumulación de
capital neoliberal se basa en diversas formas de violencia contra las mujeres que in-
cluyen la explotación de su fuerza laboral, la apropiación de su trabajo doméstico, su
explotación sexual y la obtención de una plusvalía a partir del control de su muerte.
Todas estas formas de violencia sistemáticas son el caldo de cultivo para las desapa-
riciones de mujeres y feminicidios. A su vez son productoras de subjetividades mas-
culinas hiperviolentas que Valencia (2010) denomina como “hombres endriagos”.
Por lo tanto, en las economías neoliberales de los países periféricos, un elemento
constitutivo es la explotación violenta de las mujeres a partir del “complejo conyu-
gal”, es decir, que el conjunto de trabajos y servicios que anteriormente las mujeres
prestaban a sus cónyuges y familias, tales como el trabajo doméstico y de cuidados
no remunerados y los servicios sexuales, ahora son explotados de manera colectiva
por empresas legales (por medio del sector de los servicios) o ilegales (mediante el
trabajo informal y por grupos delincuenciales) y por instancias estatales (con políticas
como las transferencias monetarias estatales condicionadas al trabajo gratuito de las
mujeres) (Falquet 2011). El sometimiento de las mujeres a este orden se logra a partir
del ejercicio de violencia contra ellas que, en sus formas más letales, ha heredado doc-
trinas de guerra de las dictaduras militares pasadas que incluyeron la violencia contra
las mujeres como arma de guerra junto con un repertorio de técnicas para la tortura,
la mutilación y explotación sexual del cuerpo de las mujeres.

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En esta misma línea, Wright (2011) agrega que la violencia feminicida y juvenicida
en Ciudad Juárez Chihuahua, de manera similar a como ocurrió en Medellín Colom-
bia, está fuertemente relacionada con los procesos de gentrificación de la ciudad, que
buscan el desplazamiento y exterminio de las clases pobres para dar paso al desarrollo
de una moderna ciudad turística. Bajo esta lógica, los discursos políticos justifican la
muerte de las personas pobres de la ciudad por considerarlas criminales o tacharlas de
prostitutas, propiciando que las instituciones de seguridad operen como tecnologías
violentas para la imposición del proyecto neoliberal de ciertas clases sociales.
El sistema capitalista y patriarcal recurre a diferentes mecanismos para llevar a
cabo el control de las mujeres, se refuerza la cosificación del cuerpo y su mercantiliza-
ción convirtiéndolo en objeto sexual de consumo o insumo primario en la industria
de belleza, lo que recrudeció la embestida del capitalismo patriarcal que no podría
dejar de estar encabezado por el fundamentalismo (Solís de Alba 2019).

b. Estudios feministas con énfasis en la dimensión política de la violencia

Una de las primeras voces críticas frente a la ola de feminicidios y desapariciones de


mujeres y niñas en Ciudad Juárez fue la de Marcela Lagarde, quien desde la academia 101
y el activismo político institucional propuso la categoría de feminicidio y violencia
feminicida a partir de una recuperación del vocablo inglés femicide, empleado por
primera vez por Diana Russell en la década de 1970 para hablar de la política invo-
lucrada en el asesinato de mujeres. A este respecto, Lagarde (2011) construye una
noción de feminicidio que pone en el centro la consideración de cualquier forma
de violencia contra las mujeres como constitutiva de una violación de derechos hu-
manos y, por lo tanto, resalta la responsabilidad de las instituciones estatales en su
ejecución. Por ende, al ser el feminicidio el resultado extremo de un continuum de
violencias contra las mujeres basadas en las jerarquías de poder por género, además de
poder involucrar subordinaciones por edad, clase social, orientación sexual o raciali-
zación, tales trayectorias de violencia únicamente han sido posibles por la permisivi-
dad, inacción, omisión, negligencia o complicidad de las instituciones estatales. De
esta forma, la autora concluye que el feminicidio es un crimen de Estado.
Para la autora, otras formas de violencia extrema que ponen en riesgo la vida de
las mujeres como las desapariciones, los abortos clandestinos, algunos suicidios, la
adquisición de VIH por dinámicas machistas, entre otras, deben ser consideradas
violencia feminicida que resultan de un continuum de incumplimiento de las obliga-
ciones del Estado en relación con las trayectorias de violencia que traen aparejadas.
En el mismo tenor de tratar de dar sentido a los atroces asesinatos y desapariciones
de mujeres ocurridos en Ciudad Juárez, pero avanzando hacia una explicación an-
tropológica, Segato (2016) propone una hipótesis que busca dar cuenta del carácter

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generalizado, sistemático (planeado o premeditado), estructural y semiótico de estas


formas de violencia. Para esta autora, los feminicidios acaecidos en la ciudad fron-
teriza, punto estratégico para el comercio legal e ilegal con Estados Unidos, hacen
parte de los códigos con los que se comunican diferentes grupos delincuenciales que
buscan el control del territorio de esta ciudad estratégica. Por lo tanto, sostiene la
hipótesis de que los asesinatos de mujeres son perpetrados por una cofradía o socie-
dad de hombres de grupos delictivos con dos finalidades: en primer lugar, demostrar
su virilidad violenta (basada en la destrucción de lo femenino) frente a su grupo de
pares, con el fin de alcanzar mayor estatus y reforzar la solidaridad entre hombres; y
en segundo lugar, al exponerlo a la vía pública se busca comunicar a otros grupos de-
lincuenciales, a los agentes estatales y a la ciudadanía en general su dominio y control
sobre ciertos territorios mediante el control del cuerpo y la vida de las mujeres. Esta
comunicación incluye el mensaje de impunidad, se comunica la ausencia de algún
poder soberano capaz de controlarlos y, por ende, dichos grupos criminales desafían
a las instituciones estatales y establecen un orden territorial y social denominado por
Segato (2016) como “segundo Estado”.
Por su parte, Fregoso y Bejarano (2011) extienden su mirada teórica hacia Améri-
ca Latina y consideran que la violencia contra las mujeres se ha presentado como un
102 fenómeno generalizado y sistemático en tiempos de guerra y en tiempos de paz. En el
primer caso, esta violencia ha sido usada como “arma de guerra integral y generaliza-
da” durante guerras internacionales, en guerras civiles o en enfrentamientos armados
al interior de un Estado. Las dictaduras militares en América Latina y la dictadura del
partido hegemónico PRI en México implementaron, de forma sistemática y genera-
lizada, violentas formas de represión contra disidentes políticos que en el caso de las
mujeres incluyeron: violación, esclavitud sexual, tortura física, mutilación, explota-
ción laboral, feminicidios y desapariciones. Mientras tanto, en tiempos de paz, otras
formas de violencia generalizada contra las mujeres ocurren en los ámbitos familiar,
escolar, laboral, comunitario e institucional.
Luego de los procesos de democratización, parecen haber subsistido legados del
pasado autoritario tales como: 1) “Militarización de la vida social”, ya que persiste
el comportamiento destructivo de integrantes y ex integrantes de fuerzas armadas;
2) una “estructura histórica de impunidad” contra los perpetradores de los crímenes
pasados; y 3) “represión arbitraria” sistemática perpetrada por los policías, paramilita-
res, policías militarizadas y milicias privadas de grupos delincuenciales como nuevas
formas de canalizar el terror estatal (Fregoso y Bejarano 2011).
Con el interés de explicar el caso de México, Estévez (2017) considera que los
altos niveles de violencia en el país acontecidos en las últimas décadas pueden ex-
plicarse a partir de la interdependencia entre dos tipos de guerras: una guerra por la
gubernamentalización necropolítica y una guerra por la desposesión de los cuerpos
de las mujeres.

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Desaparición de mujeres y niñas en México: aportes desde los feminismos para entender procesos macrosociales

La guerra por la gubernamentalización necropolítica del Estado implica

la delegación de autoridades estatales a bandas criminales, de las técnicas de domina-


ción de la población para actuar sobre sus acciones a través de prácticas que producen
muerte [además de que] usa discursos políticos como la guerra contra el narcotráfico o
la crisis de inseguridad como dispositivos de regulación de la muerte; la securitización
del espacio público como su estrategia central; y la economía criminal como su prin-
cipal motivación (Estévez 2017, 80).

Respecto a la otra guerra, es una en la que “la víctima de la guerra contra el narco
también es potencialmente victimario [hombres violentos y precarizados], porque lo
que está en juego no es el territorio ni el poder, ni control sobre el mercado de drogas
ilícitas, sino la desposesión de los cuerpos de las mujeres para dominarlos y lucrar con
ellos sexualmente” (Estévez 2017, 81).
Los dos conjuntos de teorías feministas permiten derivar hipótesis para tratar de
entender, desde una perspectiva macrosocial, las desapariciones de niñas y adoles-
centes en México y específicamente en el estado de México. Por lo tanto, nuestro
argumento es que la creciente incidencia de violencia feminicida y en particular de
desapariciones de mujeres y niñas en el contexto mexicano neoliberal es resultado la
103
reorganización de las formas de desposesión del cuerpo de las mujeres en contextos
de paz y de guerra por medio de la violencia, perpetradas por actores tradicionales
como parejas, familias y las instituciones estatales de seguridad y justicia, y por nue-
vos actores como empresas y grupos de delincuencia organizada nacionales y tras-
nacionales, con la finalidad de afianzar tanto las formas de acumulación del capital,
como el control social y el dominio político sobre los grupos sociales más vulnerables.

3. Metodología de análisis

El estudio empírico de los procesos macrosociales de la desaparición de mujeres presenta


grandes desafíos metodológicos debido a la precariedad de datos estadísticos existentes,
a la dificultad para lograr aproximaciones a los actores directamente involucrados que
han perpetrado estas formas de violencia extremas y debido a que, por el carácter del fe-
nómeno, persisten fuertes intereses en que no se descubra la verdad acerca del paradero
de las personas desaparecidas. Por lo tanto, para una aproximación a la contrastación
empírica del argumento esbozado, este estudio se sustenta en una metodología cuali-
tativa que se retroalimenta del concierto de distintas fuentes secundarias y primarias.
El uso de fuentes secundarias provenientes de informes de organizaciones civiles
u organismos internacionales, investigaciones periodísticas o informes gubernamen-
tales tiene la desventaja de que las fuentes consultadas fueron construidas con fines

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distintos a los de la investigación académica y, por ello, no están en sintonía con los
debates teóricos en la materia. Sin embargo, el empleo de un conjunto de fuentes
secundarias diverso permite la triangulación de algunos datos con el fin de poder dar
mayor certeza y soporte a las fuentes.
Entre las fuentes primarias empleadas, se encuentran el Registro Nacional de Da-
tos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED) que incluye únicamente a las
personas que fueron reportadas a las oficinas de procuración de justicia, omite a las
personas reportadas ante otras instancias estatales o cuya desaparición no se denun-
cia; de igual forma, la metodología de captación de datos excluye a las personas que
han sido encontradas a lo largo del período.
Además, se emplea información de la Encuesta nacional sobre la dinámica de las
relaciones en los hogares (ENDIREH) (INEGI 2016) y una serie de informes de orga-
nizaciones civiles. Para facilitar la contrastación de nuestro argumento, se propone su
organización en dos hipótesis generales:

a) Las desapariciones de mujeres y niñas están vinculadas con la desposesión del


cuerpo de las mujeres por organizaciones criminales y por feminicidios encubier-
tos para la acumulación de capital económico y el reforzamiento del estatus de
104 masculinidades hegemónicas.
b) Las desapariciones de mujeres y de menores de edad están fuertemente asociadas
con la violencia sistemática contra las mujeres ejercida por agentes de institucio-
nes de seguridad y justicia (Fuerzas Armadas, policías y agentes del Ministerio
Público), quienes tienen la obligación formal de erradicar la violencia contra las
mujeres y perseguir a sus perpetradores.

A continuación, se presentan elementos empíricos que permiten sostener estas hi-


pótesis para el caso de México y, más específicamente, para la entidad federativa con
mayor incidencia en desapariciones, el estado de México.

4. Desaparición de mujeres y niñas en contexto

Las autoridades mexicanas, frente al problema de desaparición de personas, han in-


tentado “explicarlas” como casos de falta de localización que fueron por su propia vo-
luntad, “no localizadas”, más bien que “desaparecidas”. Bajo la presión del movimien-
to de las familias (y de las organizaciones de la sociedad civil), las cosas gradualmente
cambiaron: en 2017, llegó la adopción de la Ley General sobre Desapariciones For-
zadas de Personas, Desapariciones Cometidas por Particulares y del Sistema Nacional
de Búsqueda de Personas. Pero su implementación ha sido tardía; las desapariciones
siguen ocurriendo y la impunidad sigue imperando (ONU-DH 2019).

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Desaparición de mujeres y niñas en México: aportes desde los feminismos para entender procesos macrosociales

De acuerdo con el RNPED, hasta abril de 2018 se registraron 36 266 personas


desaparecidas en el fuero común, desde 1968 a abril de 2018, según los registros de
las oficinas de procuración de justicia del país.

Gráfico 1. Personas desaparecidas por sexo de 1999 a 2017 en México

4000

3500

3000

2500

2000

1500

1000

500

0 105
1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015 2016 2017
Hombres Mujeres

Elaboración propia con datos RNPED (2019).

A lo largo del período, se observa que en 2007 hay una acelerada tendencia al alza,
con una mayor incidencia de hombres desaparecidos representando el 74,3% de los
casos (26 938 hombres), mientras que las mujeres representan el restante 25,7%
(9327 mujeres desaparecidas). El gráfico 1 muestra la incidencia de personas desapa-
recidas por sexo de 1999 a 2017. Vale destacar que las siguientes entidades federati-
vas poseen una mayor incidencia de mujeres desaparecidas que de hombres: Puebla,
Oaxaca, Tabasco y Quintana Roo. Otro grupo de entidades tienen un porcentaje de
mujeres desaparecidas de entre el 40% y el 49%: estado de México, Aguascalientes,
Tlaxcala, Baja California y Ciudad de México.
Respecto a los grupos de edad, la mayor prevalencia de hombres respecto a las
mujeres desaparecidas se invierte en el caso de los adolescentes (grupo de 12 a 17 años
de edad), ya que se registran 3419 mujeres adolescentes desaparecidas (60,1%) frente
a 2211 hombres (39,3%) (ver gráfico 2).
Se destaca que las entidades con mayor incidencia en desaparición de mujeres
adolescentes corresponden en primer lugar a las que ocupan el centro del país (estado
de México, Puebla y Ciudad de México); en segundo lugar, se ubican las entidades

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María de Lourdes Velasco-Domínguez y Salomé Castañeda-Xochitl

Gráfico 2. Edad de hombres y mujeres desaparecidos hasta abril de 2018

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Edad
Hombres Mujeres

Elaboración propia con datos del RNPED (2019).

de la frontera norte del país (Sonora, Tamaulipas, Baja California, Nuevo León y
Chihuahua); y en tercer lugar, los estados del pacífico (Sinaloa, Jalisco, Guerrero y
Colima) (ver gráfico 3).
106 Respecto las características victimológicas de las mujeres desaparecidas, el RNPD
permite acceder a algunas de sus características físicas. Respecto a la estatura, en 30%
de los casos se desconoce; en otro 30,6% va de 1,50 a 1,59 metros; y en 17,8%, de
1,60 a 1,69 metros, por lo tanto, de acuerdo con datos de la Cámara de Comercio

Gráfico 3. Adolescentes desaparecidos por sexo y entidad


federativa hasta abril de 2018

900

800

700

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500

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200

100

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Mujeres Hombres

Elaboración propia con datos del RNPED (2019).

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Desaparición de mujeres y niñas en México: aportes desde los feminismos para entender procesos macrosociales

del Vestido (en Jasso 2019), se puede observar que las mujeres desaparecidas tienden
a tener una estatura mayor al de la media de las mexicanas (Jasso 2019).
En cuanto a su complexión, en 30% no se reportan datos; en 38% la complexión
es delgada; en 15% media; en otro 15% robusta; y en 0,5% obesa. Por lo tanto,
predominan mujeres delgadas y de complexión media (Jasso 2019). Se destaca que
las tres características que muestran los datos de las mujeres desaparecidas coinciden
con los modelos occidentales contemporáneos de belleza femenina asociada con la
juventud, delgadez y altura.

5. Economía política de la violencia

En este apartado se aportan elementos empíricos que permiten sostener la primera


hipótesis: que las desapariciones de mujeres y niñas están vinculadas con la despose-
sión del cuerpo de las mujeres por organizaciones criminales y por las parejas íntimas
para la acumulación de capital económico y el reforzamiento del estatus de masculi-
nidades hegemónicas.
En relación con la desaparición de mujeres, existen dos mecanismos centrales que
operan para la desposesión violenta de sus cuerpos y su ocultamiento de la mirada
107
pública: los feminicidios encubiertos y la trata de mujeres con distintos fines; ambos
mecanismos productores de desapariciones resultan de un continuum de violencias
previas contra las mujeres.

5.1 Trata de mujeres y niñas

El diagnóstico nacional sobre la trata de personas en México (ONU 2014) sugiere


que la principal modalidad parece ser la trata de personas con fines de explotación
sexual, le siguen en importancia la trata de personas con fines de trabajos forzados,
la venta de niños y niñas, y el trabajo forzado en actividades relacionadas con la de-
lincuencia organizada que emplea menores de edad. Por ejemplo, según estimaciones
de UNICEF, hay 250 millones de niños y niñas de 5 años a 14 años de edad que
trabajan en los países [llamados] en desarrollo. En América Latina, la incidencia de
trabajo infantil es del 17% (ONU 2014).
Para comprender la posible relación entre la trata de personas y la desaparición de
mujeres y niñas, una de las organizaciones de la sociedad civil con mayor activismo
político en torno a las víctimas de desaparición en el estado de México ha afirmado que:

Un número relevante de casos de menores de edad desaparecidas entre los 10 y los 17


años de edad pueden estar vinculados con la trata de personas. A nivel nacional los
grupos ilegales asociados al narcotráfico han comenzado a controlar las redes de trata de

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personas. Esta situación señala, entre otras prácticas de abuso y violencia contra las mu-
jeres como la esclavitud sexual y prostitución infantil, someterlas a trabajo forzado y uti-
lización como informantes […]. Pueden ser también objeto de intercambio entre grupos
criminales usándolas para ‘establecer pagos o cuotas entre sí’ (I(dh)eas 2018, 23-24).

Las cifras oficiales coinciden en que el estado de México y Puebla no solo ocupan
los primeros lugares en desaparición de mujeres y adolescentes, sino también en
trata de personas. Durante el período de 2008 a 2017, se contabilizaron 4230
mujeres víctimas de trata de acuerdo con registros de acceso a la información so-
licitados a las Procuradurías y Fiscalías del país (REDTDT 2018). Los estados
con mayor incidencia de este delito fueron: Ciudad de México (1416); Puebla
(435); Baja California (246); y estado de México (179). Las mismas instituciones
informaron que no todos los casos están siendo investigados, únicamente se han
iniciado 1156 procesos penales y se han logrado 484 sentencias condenatorias en
todo el país (REDTDT 2018).
Algunos periodistas e investigaciones han mostrado la evolución de organizacio-
nes criminales en el estado de México dedicadas a la trata de menores juntos con otras
actividades delictivas:
108
La disputa del territorio por los carteles de la droga se intensificó en el estado de Méxi-
co en los últimos siete años, mientras que en el 2009 solo operaban 2 estructuras con
límites determinados, el cartel de los Beltrán Leyva y la Familia Michoacana, en los
años siguientes ambas estructuras se han fragmentado y los grupos independientes que
se formaron en el estado además de pelear el territorio se han dedicado a otras activi-
dades ilícitas como el secuestro, la extorsión, el narcomenudeo, la trata de personas, el
cobro del derecho de piso, entre otros (I(dh)eas 2018, 22).

Respecto a la trata con fines de explotación de menores de edad por parte de organi-
zaciones criminales, las organizaciones civiles han apuntado que:

Ya a partir de los 9-10 años, los niños y las niñas se involucran en delitos, sobre todo
en la trata de personas. Los niños más pequeños son utilizados como vigías o informa-
dores, o se les utiliza para abordar los trenes, monitoreando la cantidad de migrantes
que llegan cada día. A partir de los 12 años, se les utiliza para cuidar las casas de seguri-
dad y controlar que nadie se escape. Los más grandes, a partir de los 16 años, trabajan
en ejercicios más violentos, como los secuestros, los asesinatos, y todos portan armas.
En lo que se refiere al narcotráfico, los niños están involucrados en toda la línea de
la industria. Los más pequeños trabajan como vigilantes, los más grandes se ocupan
del traslado de la droga y a partir de los 16 empiezan a ser contratados como sicarios.
Las niñas están involucradas sobre todo en el empaquetamiento de la droga (REDIM
2011, 37, en CIDH 2015, 71).

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En este tipo de redes de trata, las niñas juegan los papeles más subordinados
asociados a las representaciones tradicionales de lo femenino, por lo tanto, son em-
pleadas en trabajos domésticos forzados, en la distribución de drogas, son objeto de
esclavitud sexual y son usadas para la explotación sexual comercial (CIDH 2015).

5.2 Feminicidios encubiertos

De acuerdo con la Encuesta nacional sobre dinámicas de las relaciones en los hogares
(INEGI 2016) de 2006, el 61% de las mujeres casadas o unidas en el estado de
México reportó que había sufrido uno o más tipos de violencia de pareja, cifra muy
superior al promedio nacional, que se ubica en 46,7%. Cinco años después, según
la ENDIREH 2011 (INEGI 2016) disminuyó en 3,8 puntos el porcentaje de las
mujeres en esta condición representando el 56,7% (a nivel nacional, 44,9% de las
mujeres casadas o unidas reportó haber sufrido violencia por parte de su pareja). En
ambas encuestas, el estado de México ocupó el primer lugar en este tipo de violencia
a escala nacional.
Las desapariciones de mujeres jóvenes pueden estar relacionadas con trayectorias
de violencia de género (continuum de violencia) vividas por las mujeres en diferen- 109
tes ámbitos: familiar, de la pareja íntima, violencia comunitaria o una combinación
de estas (incluido el acoso sexual), que desembocan en feminicidios cometidos por
personas conocidas o desconocidas por la víctima y que buscan ocultarlos del conoci-
miento público. Esta posible relación se observa también a nivel de cifras estadísticas.
En cuanto a las complejidades socioculturales y económicas del estado de México,
ejemplos de continuum de violencia que termina en feminicidio se han documentado
mediante testimonios en diferentes regiones del estado de México: Lucero decide re-
gresar a casa y al bajar por un inevitable lote baldío nota que un hombre alto, delgado
y blanco sale de las sobras: el Kiko… La viola en el mismo lugar. Luego de esperar dos
horas una mujer que se identifica como Agente del Ministerio Público pide a sus pa-
dres que se acerquen… Exige la cantidad de dos mil pesos para ordenar a sus policías
que salgan a detener al violador. Un mes después, Lucero sale para ver a su novio, ella
no regresa y su novio no sabe nada; a la mañana siguiente, sus padres se enteran que
en poblado próximo hallaron sin vida el cuerpo de una mujer; durante la búsqueda
se encontraron a los amigos de Lucero (el Salitre y el Maseca), les preguntaron si esa
mujer era su hija, lo negaron. Cuando llegaron al Ministerio Público les mostraron
fotografías de la mujer hallada sin vida, los padres la identificaron como Lucero, la
misma médica legista que le realizó la exploración cuando fue violada recibió el cuer-
po sin vida, pero nadie avisó a la familia. Luego de las investigaciones se determinó
que no fue Kiko, fueron sus amigos el Salitre y el Maseca, ambos la violaron antes de
asesinarla y le robaron sus pertenencias (en Padgett y Loza 2014, 299-309).

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Por su parte, las organizaciones de la sociedad civil hacen notar que en el estado
de México la situación de violencia generalizada y sistemática que se vive persiste
pese a la alerta de género emitida para 11 municipios en 2016. Por ejemplo, en 2018
se solicitó a la Secretaría de Gobernación la declaratoria de “alerta de violencia de
género” por los alarmantes niveles de desaparición de mujeres en siete municipios de
la entidad. Lo que se debe resaltar es que estos siete municipios también presentan
los mayores índices de feminicidios. En el diagnóstico de solicitud, se puntualiza que
el estado de México es la entidad con el mayor número de casos de mujeres, adoles-
centes y niñas desaparecidas del país con un total de 1790 casos oficialmente regis-
trados. Dicho diagnóstico mostró, entre otras cosas, cómo la violencia comunitaria y
la violencia institucional contra las mujeres están presentes en el estado de México e
indicó un contexto de impunidad y permisibilidad social y estatal.

6. Violencia de las instituciones encargadas


de proveer seguridad y justicia

La segunda hipótesis que se sostiene es que las desapariciones de mujeres en general,


110 y de menores de edad especialmente, se encuentran fuertemente asociadas con la vio-
lencia sistemática contra las mujeres ejercida por agentes de instituciones de seguri-
dad y justicia de los tres niveles de gobierno, quienes tienen la obligación de erradicar
la violencia contra las mujeres y perseguir a sus perpetradores.
Esta hipótesis entraña en sí misma una paradoja: ¿cómo es que agentes de se-
guridad y justicia encargados de atender y erradicar la violencia contra las mujeres
pueden ser los generadores de violencia sistemática contra las mujeres? La forma en
que las instancias de seguridad son productoras y reproductoras de desapariciones
de mujeres y niñas puede explicarse por medio de tres mecanismos institucionales;
mientras el primero es un mecanismo de producción de esta violencia, los dos últi-
mos operan como generadores de incentivos para el ejercicio de esta forma de vio-
lencia: 1) violencia por parte de Fuerzas Armadas y policías; 2) revictimización por
parte de agencias del Ministerio Público y/o policías de investigación; y 3) protección
a grupos delincuenciales.

6.1 Violencia por parte de Fuerzas Armadas y policías

De acuerdo con información de la Secretaría de Defensa Nacional (SEDENA), de


2006 a 2011 hubo un incremento constante de fuerzas federales en operativos de
seguridad, llegando a su punto más alto en 2011 con 52 690 elementos. En 2012 y
2013, hubo una disminución de los elementos desplegados y en 2014, un ligero

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aumento de estos (Silva Forné et al. 2017). Esta tendencia de crecimiento en el uso
de Fuerzas Armadas en labores de seguridad pública está asociada temporal y espa-
cialmente con la desaparición de personas y específicamente con la desaparición de
mujeres y niñas. En este último caso, la relación puede darse por tres vías: mediante
ejecuciones extrajudiciales encubiertas, detenciones arbitrarias acompañadas de tor-
tura sexual sistemática y por medio del comercio sexual de mujeres jóvenes en rela-
ción con organizaciones criminales.
Un indicador de la violencia letal probablemente constitutiva de ejecuciones ex-
trajudiciales e ilegítimas es la relación entre civiles muertos y fuerzas federales de
seguridad muertas en enfrentamientos. En el caso de la Policía Federal, las cifras
oficiales muestran un aumento progresivo desde 2007, llegando al punto más alto
en 2012 con 10,4 civiles muertos por cada policía muerto. Sin embargo, la prensa
confirma esta tendencia con cifras más graves: para 2012, la proporción fue de 16,2
y para 2014, de 17 (Silva Forné et al. 2017).
Respecto al Ejército, las cifras oficiales revelan que el punto más álgido ocurrió
en 2011 con 32,4 civiles muertos por cada militar muerto. Pero de acuerdo con la
prensa, el primer punto más alto estuvo en 2012 con 42,1; en 2013 bajó a 18,8 y
en 2014 aumentó hasta 53 civiles muertos por cada militar muerto. Las entidades
que presentaron un mayor índice de letalidad en 2013 y 2014 (número de civiles 111
muertos por cada civil herido) fueron Tamaulipas, Guerrero, Zacateca, Veracruz,
Coahuila y estado de México (Silva Forné et al. 2017). Un ejemplo de la violencia
letal y arbitraria con la que ha actuado el Ejército contra civiles en el estado de Mé-
xico es el caso de Tlatlaya, lugar donde fueron ejecutadas de manera “extrajudicial”
22 personas, entre las que se destaca una joven de 15 años y dos hombres menores
de edad.
Otra forma de violencia perpetrada por las fuerzas policíacas de distintos niveles
de gobierno y por las Fuerzas Armadas es la tortura. Organismos de Naciones Uni-
das han expresado al respecto que la tortura es una práctica sistemática perpetrada
por agentes de seguridad en todo el territorio mexicano. En el caso de las mujeres y
adolescentes, tiene repercusiones especiales, debido a que organizaciones civiles han
documentado que las detenciones arbitrarias por parte de este tipo de agentes han
desembocado de manera sistemática en violencias como: tortura sexual, violaciones
sexuales, violencia psicológica o mutilaciones (Centro PRODH 2018).
Estas violencias pueden dar lugar a desapariciones forzadas de mujeres e incluso a
ejecuciones extrajudiciales. Un caso ejemplar ocurrido en el estado de México fue la
represión de parte de policías federales y de la entidad contra organizaciones y pobla-
dores del municipio de San Salvador Atenco, quienes se oponían a la construcción de
un nuevo aeropuerto para la Ciudad de México; en este caso por lo menos 27 mujeres
fueron abusadas sexualmente, hubo alrededor de 200 detenidos y algunos muertos
(CNDH 2006).

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En los casos de las ejecuciones judiciales y la tortura sexual sistemática perpetrada


por policías y miembros de las Fuerzas Armadas, su ejecución puede responder, por
lo menos, a tres motivaciones: constituye un arma de guerra contra comunidades
para su control político y económico, busca engrosar las cifras de detenciones y ac-
ciones contra la delincuencia organizada con el fin de cumplir con las exigencias de
las instituciones y demostrar la virilidad ante el grupo de pares cuya identidad se
fundamenta en el modelo de masculinidad hegemónica.
La tercera forma de posible relación de las fuerzas de seguridad con la desaparición
de mujeres, niñas y adolescentes tiene que ver con la explotación sexual de mujeres por
organizaciones criminales. En el estado de México, se ha registrado una alta incidencia
de mujeres jóvenes y niñas desaparecidas en las colonias limítrofes de los municipios
de Tecámac y Ecatepec. Cerca de la zona, en el noreste del estado, se ha observado el
desarrollo esporádico de centros nocturnos para hombres, sobre todo en los alrededores
de los campos militares 37-A y 37-D, correspondientes a la Base Militar de Santa Lu-
cía, el quinto regimiento militar de San Juan Teotihuacán. Frente a estas convergencias
geográficas y teniendo en cuenta que, como han apuntado las investigaciones revisadas,
las Fuerzas Armadas se han constituido, por lo menos en el siglo XX, a partir de doc-
trinas misóginas que autorizan y adiestran en estrategias de violencia contra el cuerpo
112 de las mujeres como arma de guerra, se hace factible inferir que las Fuerzas Armadas
participan de la reproducción de la trata de mujeres con fines de explotación sexual en
colusión con organizaciones de la delincuencia organizada.
Un elemento clave que incentiva y hace posible la reproducción de toda esta gama
de violencias misóginas asociadas con la desaparición de mujeres es la impunidad
hacia los perpetradores.

6.2 Revictimización por parte de agencias del Ministerio Público

La normatividad mexicana en materia de acceso a la justicia en casos de desaparición


y de violencia de género es basta y más o menos acorde a los estándares internacio-
nales; sin embargo, su implementación sigue presentando serios obstáculos asociados
con las grandes brechas entre estas normas y las prácticas de los agentes de justicia
basadas en la discriminación por género, clase social y edad (CIDH 2015 y 2011).
Para el caso específico de las desapariciones, el estado de México enfrenta una
problemática similar a la de otras entidades respecto a la ausencia de un tipo penal
que permita incluir las desapariciones posiblemente cometidas por particulares o por
organizaciones criminales, por lo cual, los ajustes jurídicos para tratar de encuadrar
la desaparición en otros delitos conllevan impunidad estructural, ya que, al tratar de
emplear otra tipificación, se obstaculiza la debida investigación criminal y su acredi-
tación ante instancias judiciales.

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Al respecto de estos patrones de impunidad, la Comisión Interamericana de De-


rechos Humanos (CIDH) ha señalado que: “La falta de acceso a la justicia ha creado
una situación de impunidad de carácter estructural que tiene el efecto de perpetuar y
en ciertos casos impulsar la repetición de las graves violaciones a los derechos huma-
nos” (CIDH 2015, 15).
Por lo tanto, se piensa que los patrones de impunidad sistemática en materia de
violencia de género contra las mujeres y de desapariciones de mujeres alientan la
comisión de estos delitos, al enviar el mensaje a la sociedad de que, si se cometen, no
serán castigados. A su vez, la impunidad sistemática se explica en parte por la compli-
cidad de las autoridades estatales con redes criminales, al nivel de los altos y los bajos
mandos: “Organizaciones de la sociedad civil manifestaron que […], no solo hay
ausencia de debida diligencia en las investigaciones sobre los delitos de feminicidio,
desaparición y trata de mujeres, sino que existe también obstrucción de justicia y
colusión con el crimen organizado” (GIM 2015, 71).
En los casos de los cadáveres de mujeres encontrados en el dragado del río de los
Remedios ubicado en el estado de México, documentados por Carrión (2018), se evi-
dencia la impunidad sistemática: “Las averiguaciones previas avanzan entre errores,
confusión, negligencia. Siempre son los padres los que llevan la delantera, quienes
trasladan al escritorio del Ministerio Público los indicios, las pruebas, los cabos suel- 113
tos de una madeja que las autoridades se resisten a desenredar” (Petrich 2018, 10).
Errores grotescos: calculan mal la edad de un cuerpo, extravían pruebas y muestras
genéticas, se traspapelan partes de un expediente (Petrich 2018).

6.3 Protección a grupos de delincuencia organizada

Uno de los mecanismos macrosociales que opera como gran incentivo a la repro-
ducción de violencias feminicidas incluyendo la desaparición de mujeres y niñas es
la protección y alianza por parte de grupos criminales y agentes estatales de distinto
rango.
Trejo y Ley (2018) han mostrado que, en la etapa de hegemonía priista en las
entidades federativas previo a las alternancias, se mantenía operando una suerte de
alianza y protección por parte de los gobiernos estatales hacia ciertas organizaciones
criminales. Sin embargo, con las alternancias, las protecciones se rompen y comienza
a operar una reorganización en la forma de vinculación de las organizaciones crimi-
nales y las élites gobernantes.
El estado de México es un caso excepcional, ya que es una de las entidades
sin alternancia partidista en el gobierno, pero con procesos de incremento en su
incidencia criminal y de desaparición de personas en aumento desde 2007. Esto
parece indicar que las alianzas político-criminales se encuentran en reorganización

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y, sin embargo, a diferentes niveles de responsabilidad las complicidades continúan


ocurriendo, pues la operación de toda organización criminal requiere de nexos con
el poder político.
Al respecto, la investigación de Cacho (2004) ha revelado que las redes de por-
nografía infantil y explotación sexual de niñas, niños y mujeres tiene como nodo
central para su operación la participación de agentes estatales de distintos rangos, ya
que estos agentes no solo proveen protección y facilidades para la operación de la red,
sino además son consumidores del abuso sexual infantil.

7. Reflexiones finales

El presente artículo buscó responder a la pregunta ¿por qué ha aumentado la desa-


parición de mujeres y niñas en México? Por ello, se recurrió a una discusión con las
teorías feministas que han buscado explicar la oleada de violencia contemporánea en
América Latina y en México.
Se argumentó que dos procesos macroestructurales vinculados entre sí participan
en la producción de desapariciones de mujeres, niñas y adolescentes: la desposesión
114 de los cuerpos de las mujeres para la acumulación capitalista y para el reforzamien-
to de los modelos tradicionales de género por parte de organizaciones criminales y
agentes tradicionales como la familia; y la violencia sistemática contra las mujeres
perpetrada por fuerzas de seguridad y agentes del Ministerio Público, que involucran
diversas formas de complicidad entre la élite política y la operación de agentes cri-
minales, donde prevalece la impunidad y la colisión, con la finalidad de propiciar el
control social y político de las mujeres y otros grupos vulnerables, aunado a la repro-
ducción de esquemas de masculinidad hegemónica arraigada en estas instituciones.
El estado de México fue el caso de estudio que permitió dar sustento empírico a
nuestras hipótesis, ya que en esta entidad los niveles elevados de desaparición de ni-
ñas y adolescentes se pueden asociar con altos índices de trata de personas para fines
de explotación sexual y laboral, violencia de género y feminicidios sistemáticos. Estos
procesos se vinculan con nuestra primera hipótesis.
A su vez, en esta entidad han operado tres mecanismos institucionales que pro-
pician la violencia extrema contra mujeres, niñas y adolescentes: la militarización de
la seguridad pública asociada con el aumento de violaciones a derechos humanos
como detenciones arbitrarias, ejecuciones ilegales, tortura sexual, explotación sexual,
entre otras. En segundo lugar, la impunidad sistemática y la misoginia del sistema
de justicia generan incentivos a la violencia extrema contra las mujeres. Y finalmente
el reconocimiento de que los grupos criminales operan bajo la complicidad o pro-
tección de agentes estatales de distintos niveles jerárquicos, lo cual diluye los límites
entre instituciones estatales y grupos criminales.

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Desaparición de mujeres y niñas en México: aportes desde los feminismos para entender procesos macrosociales

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María de Lourdes Velasco-Domínguez y Salomé Castañeda-Xochitl

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Desaparición de mujeres y niñas en México: aportes desde los feminismos para entender procesos macrosociales

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Cómo citar este artículo:

Velasco-Domínguez, María de Lourdes y Salomé Castañeda-Xochitl. 2020. “Desaparición


de mujeres y niñas en México: aportes desde los feminismos para entender procesos macro-
sociales”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 67: 95-117.
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.4196

ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 95-117


Libros de FLACSO Ecuador

Serie Atrio
La supervivencia del pueblo cofán en los campos
petroleros de la Amazonía ecuatoriana
Michael L. Cepek
Editorial FLACSO Ecuador
312 páginas

Escasas son las obras sobre la destrucción petrolera que a la par despiertan
en quien lee sentimientos de conmoción y admiración. Con este libro,
originalmente publicado como LIFE IN OIL por University of Texas Press,
Michael L. Cepek lo logra.
Este estudio etnográfico conmueve porque el autor evidencia el asalto
del petróleo a las vidas del pueblo cofán. A la vez que documenta las
actividades de la corporación Texaco y el problema legal con Chevron,
muestra las relaciones de este pueblo con el Estado ecuatoriano, las ONG
y las agencias de desarrollo, entre otros actores. Se vale de las fotografías
tomadas por Roberto “Bear” Guerra para ilustrar tanto el desastre ecológico
en el territorio cofán como las transformaciones socioculturales derivadas de
la producción del crudo en la Amazonía ecuatoriana.
La obra también despierta admiración hacia la gente de Dureno porque Cepek
no solo presenta la confrontación con la industria petrolera, sino que narra
su adaptación a los desafíos globales y demuestra que el chamanismo, la
cosmovisión y las costumbres siguen siendo fuerzas clave en su cotidianidad.
Aun frente a estas circunstancias el pueblo cofán insiste en preservar su lengua
–el a’ingae–, su cultura y ese territorio “que llaman hogar”.
“¡Tu madre está en la lucha!” La dimensión de género
en la búsqueda de desaparecidos en Nuevo León, México
do ssi e r de i nve sti ga ci ó n

“Your mother is in the struggle!” The gender dimension of the search for
the disappeared in Nuevo Leon, Mexico

Mgtr. Nadejda Iliná. Investigadora independiente (México).


([email protected]) (https://orcid.org/0000-0001-7787-7685)

Recibido: 27/09/2019 • Revisado: 12/12/2019


Aceptado: 26/02/2020 • Publicado: 01/05/2020

Resumen
Las Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos(as) en Nuevo León (FUNDENL) son un grupo de madres y es-
posas de personas desaparecidas que desde 2012 se organizan de forma autónoma para encontrar a sus familiares,
continuando el legado de otras mujeres que históricamente se movilizaron contra la desaparición, como las Madres
de la Plaza de Mayo durante la dictadura en Argentina o las madres del Comité Eureka durante la llamada “guerra
sucia” en México. ¿Por qué son las mujeres quienes, en la mayoría de los casos, deciden buscar a sus seres queridos? El
objetivo de la presente reflexión es analizar las representaciones de la dimensión de género en la identidad colectiva
y activismo de las integrantes del grupo de mujeres buscadoras a partir de sus procesos de resistencia y empodera-
miento desde una mirada feminista. Se argumenta que prácticas presentes en su lucha política, como el bordado por
la paz, están relacionadas con sus propias experiencias como mujeres y madres. Este artículo se aproxima a dicha
experiencia vivida mediante la técnica de historias de vida y trabajo de campo cualitativo. Gracias al uso político de
prácticas tradicionalmente femeninas como el bordado, las madres y esposas de FUNDENL resignifican la mater-
nidad y el amor en la lucha por las y los desaparecidos para construir nuevas referencias del papel de las mujeres en
la movilización social.

Descriptores: desaparición; feminismo; género; maternidad; movilización social; mujeres.

Abstract
The United Forces for Our Disappeared in Nuevo Leon (FUNDENL) is a group of mothers and wives of people
who disappeared. FUNDENL organizes autonomously to find their family members. This group is maintaining
the legacy of women who have historically mobilized against disappearances, such as the Mothers of the Plaza de
Mayo during the dictatorship in Argentina or the mothers of the Eureka Committee during the “dirty war” in
Mexico. Why are women the ones who, in most cases, decide to search for their loved ones? The goal of this text
is to analyze the gender dimension in the representations of collective identity and activism of the members of
FUNDENL by observing their processes of resistance and empowerment through a feminist lens. The article ar-
gues the practices in their struggle, such as the embroidery for peace, are linked to their own experiences as women
and mothers. Life histories and qualitative field work are used to understand this issue. With traditionally feminine
practices, such as embroidery, the mothers and wives of FUNDENL resignify motherhood and love in the struggle
for the disappeared, constructing new references about the role of women in social mobilization.

Keywords: Disappearance; feminism; gender; maternity; social mobilization; women.

ÍCONOS Revista de Ciencias Sociales • n.º 67 • vol. XXIV (2do. cuatrimestre) • ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065
mayo-agosto 2020 • www.revistaiconos.ec
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.4172 • Páginas 119-136
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Nadejda Iliná

1. La lucha por nuestros desaparecidos(as) en México

A consecuencia de la “guerra contra el narcotráfico”, estrategia de seguridad milita-


rizada para combatir al crimen organizado que se implementó en México en 2006 y
perdura hasta la fecha, el fenómeno de la desaparición se ha multiplicado hasta con-
tabilizar, al menos, 61 637 personas desaparecidas hasta diciembre de 2019 (SEGOB
2020). En este contexto, el estado de Nuevo León, en el norte del país, se convirtió
en una plaza en disputa entre grupos del crimen organizado, lo que generó una crisis
de inseguridad que se tradujo en aumentos exponenciales de violaciones graves a los
derechos humanos, asesinatos y ejecuciones extrajudiciales (Martos 2017, 8).
Una problemática muy grave y silenciosa se apoderó de Nuevo León: la desapari-
ción de personas de forma involuntaria y forzada. Este es uno de los cuatro estados
con mayor cantidad de personas desaparecidas en el país, que registró 2919 casos en
la entidad entre 2006 y abril de 2018: 762 mujeres y 2157 hombres (SEGOB 2018).
Fue entre 2010 y 2012 que este delito alcanzó sus niveles más críticos, cuando se
registraron alrededor de 1500 desaparecidos en el estado (Martos 2017, 9).
Algunas de las características específicas del contexto local de violencia extrema en
que se expresó este arquetipo en el norte de México incluyen la participación de di-
120 versos grupos armados, estatales e ilegales, en el conflicto; desapariciones forzadas y a
manos de particulares; y una profunda estigmatización de las víctimas bajo la premisa
de que “las personas que desaparecen están vinculadas a actividades delictivas y son
víctimas de ajustes de cuentas” (Martos 2017, 22).
Conforme a los datos del Observatorio sobre Desaparición e Impunidad, los per-
files de los desaparecidos señalan que la mayoría de las víctimas de este delito son
hombres (86,7%) de entre 18 y 33 años de edad en el momento de su desaparición,
con estudios de secundaria o preparatoria, laborando en los ramos de conducción de
transporte, comercio, o estudiando. Las mujeres desaparecidas, que representan el
13,3% de los casos denunciados y analizados por el Observatorio, tenían en su ma-
yoría entre 18 y 25 años, con grado de escolaridad de secundaria, dedicadas al trabajo
doméstico o al estudio (Martos 2017, 28).
En la actualidad mexicana, así como en la historia de América Latina, las mu-
jeres son quienes en la mayoría de los casos toman el papel de liderar la búsqueda
para encontrar al familiar desaparecido: ¿por qué son las madres, abuelas, esposas,
hermanas e hijas quienes deciden buscar a sus seres queridos? Como respuesta a esta
interrogante, Maier (1990, 69) sostuvo que el fenómeno de los comités de madres
representa una de las formas mayoritarias de participación política y social femenina
en la región, reflejo de una realidad propia de las mujeres, pues las necesidades que las
orientan a movilizarse pública y políticamente responden a sus tradicionales papeles
genéricos de madres, esposas y amas de casa. En lo anterior la autora reconoce una
contradicción, puesto que la salida del encierro hogareño rebasa los límites de la de-

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finición tradicional del género femenino, desde la que se ha promovido la exclusión


de las mujeres de la actividad pública para confinarlas a lo privado y al mandato de
la familia (Maier 1997, 5). Se configuran así estereotipos como el de la madre cuida-
dora, que se imponen y reproducen en complejos procesos de socialización derivados
del orden sexo-género (Lagarde 1993, 169).
Al estudiar las dimensiones de género y familia en las memorias narrativas de
represión en el Cono Sur, Jelin (2011) considera que, como víctimas indirectas, el sis-
tema afectó a las mujeres en su identidad familiar como madres y esposas y que, para
sobrellevar estas responsabilidades ancladas en el parentesco, ellas movilizaron otro
tipo de energía con base en sus roles familiares “tradicionales”, en una lógica diferente
a la política, pues partía de los sentimientos, del amor y una ética de cuidado para
denunciar crímenes contra sus familias, dando pie al familismo y el materialismo en
la esfera pública:

La imagen paradigmática es aquella de la madre simbolizada por las Madres de la Plaza


de Mayo con sus pañuelos en la cabeza, la madre que deja la esfera privada “natural”
de su vida familiar para invadir la esfera pública buscando a su hijo o hija secuestra-
do/a-desaparecido/a (Jelin 2011, 562).
121
En 2012 surgió el colectivo Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos(as) en
Nuevo León (FUNDENL) –posteriormente oficializado en 2014 como Asociación
Civil– conformado por “un grupo de personas que tienen familiares desaparecidos
de manera forzada o que fueron secuestrados en Nuevo León” (FUNDENL 2012).
También está integrado por personas que, sin tener algún familiar desaparecido, se
han sumado a dicha búsqueda. “Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos”, el
lema de FUNDENL, deviene de la lucha histórica del Comité Eureka, organización
de madres y familiares de desaparecidos fundada por Rosario Ibarra de Piedra, cuyo
hijo fue desaparecido en el mismo estado de Nuevo León durante la “guerra sucia”
(Maier 1990, 70). Su objetivo como grupo es la presentación con vida de “nues-
tros desaparecidos y desaparecidas”, en alusión a la naturaleza social y colectiva del
problema generalizado de las desapariciones: “Somos un grupo de madres, esposas
y abuelas que estamos buscando a nuestros hijos, esposos, nietos y sufriendo las ca-
lamidades de un Estado indiferente, inepto, coludido, en una corrupción terrible en
México” (entrevista a Leticia Hidalgo, 13 de enero de 2019).
Sus estrategias incluyen el seguimiento jurídico de los casos de forma indepen-
diente, la participación en mesas de trabajo con el gobierno y el fomento a la capaci-
tación de las autoridades por parte de expertos solidarios, así como el bordado por la
paz en la Plaza de los Desaparecidos, lugar simbólico en el espacio público que resig-
nificaron y tomaron para hacer visible su lucha en 2014 (De Vecchi 2018, 180). La
preservación de la memoria de vida de los desaparecidos por medio de instrumentos

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Nadejda Iliná

sensitivos (Jasper 2011, 298), como pañuelos, murales o relatos, entrelazada con la
dimensión emocional del movimiento, es una respuesta activa contra la estigmati-
zación de sus seres queridos ausentes e interpela la indiferencia de la sociedad a esta
problemática que ha alcanzado a cerca de 3000 familias en la entidad entre 2006
y 2018, según cifras de los casos denunciados en el Registro Nacional de Datos de
Personas Extraviadas o Desaparecidas (SEGOB 2018), que suelen ser la minoría. En
protestas, universidades y medios de comunicación, las madres y esposas de FUN-
DENL se volvieron referentes de la lucha de las mujeres por los derechos humanos
en Nuevo León, así como portavoces de un poderoso mensaje de esperanza y respon-
sabilidad compartida que toca corazones y busca sensibilizar a la sociedad sobre esta
problemática común: las y los desaparecidos nos faltan a todos.
El estigma no solo alcanza a las y los desaparecidos por las acciones delictivas que
se les atribuyen de manera infundada, sino que se extiende a sus madres, por la res-
ponsabilidad simbólica que se les imputa en la formación moral en nuestra sociedad.
Como afirma De Vecchi (2018, 148), el discurso criminalizante que culpa a las vícti-
mas para justificar la negativa del gobierno para investigar estos crímenes obliga a las
y los familiares no únicamente a buscar a su pariente ausente y a los responsables de
su desaparición, sino a “probar”, de alguna manera, la inocencia de sus seres queridos.
122 Las mujeres aprendieron a canalizar su dolor para convertirlo en un problema
público haciendo uso del lenguaje de los derechos humanos (Hincapié Jiménez 2017,
99). Mediante la acción social y la capacitación, FUNDENL ha logrado extender
su agencia y alcance como grupo; sus integrantes, madres de familia y trabajadoras,
han desarrollado conocimientos técnicos en temas jurídicos, periciales y políticos al
tiempo que han fortalecido sus capacidades críticas para interpelar a las autoridades y
a la sociedad, oratoria, relaciones públicas y de acción social; incluso han diseñado y
puesto en práctica, con ayuda de expertos, su propia metodología para llevar a cabo
búsquedas ciudadanas de restos humanos en campo con el fin de adelantarse al go-
bierno, que solo simula investigar desde sus escritorios.
Las estrategias de organización, agendas, acciones y resultados de estos procesos
colectivos en la búsqueda de verdad y justicia liderados por mujeres han extendido
su alcance durante la década de la guerra contra las drogas en México, y se han posi-
cionado como parte importante de la sociedad civil mexicana. Desde una perspectiva
feminista, en el presente trabajo sostenemos que, aunque estas mujeres se movilizan
en primera instancia por un factor precipitante relacionado con su rol como madres
y esposas, una atención cercana a su proceso de conformación como sujetas políticas
y colectivos permitirá entrever que, si bien retoma las experiencias de vida de estas
mujeres, con los mandatos y tensiones de género que de ellas se derivan, el activismo
de las familiares de víctimas hace uso estratégico de los roles de la maternidad para
incorporarlos a su identidad colectiva, discurso y prácticas; de esta forma interpelan
política y emotivamente desde la plaza pública. Este proceso resignifica el quehacer

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de las madres ante la tragedia humanitaria, denota su capacidad de agencia individual


y colectiva y, a la vez, contribuye a la consolidación de otras formas de participación
política para las mujeres en América Latina.
La relación entre identidad política y dimensión de género es un elemento rele-
vante para las investigaciones feministas. Edkins (2011, 197) encontró que las mu-
jeres son agentes clave en la repersonalización de las víctimas debido a sus roles en
relación con las y los desaparecidos, como ocurrió con las Madres de la Plaza de
Mayo, quienes politizaron su parentesco y dolor con la misión de reunir familias.
La maternidad es un factor precipitante, clave para la movilización inicial de manera
individual, pero gracias a sus procesos de empoderamiento colectivos, las madres y
esposas de víctimas de desaparición devienen en defensoras de derechos humanos
por medio de sus procesos de organización y acción social, fundamentales en el mo-
vimiento por la paz en México.
La investigación en conjunto con sobrevivientes de la masacre de Naya, ocurrida
en 2001 en Colombia, revela que grupos afectados por la extrema violencia han cons-
truido una narrativa sobre el suceso traumático centrada en la categoría de víctima
como sujeto de derechos, con un contenido emocional y afectivo, más allá de una ca-
tegoría burocrática (Jimeno et al. 2018, 17). Aunque la politización de estas mujeres
tuvo su origen en esta condición, se han transformado en actoras políticas, agentes de 123
cambio, tras enfrentar limitantes como la negligencia institucional o las amenazas a
la seguridad individual para posicionar sus demandas colectivas de justicia.
Se parte de la idea de que la dimensión de género, presente en sus experiencias
de vida, influye en el proceso subjetivo en el que se construyen las identidades po-
líticas, desde las que ellas se insertan en el ámbito público y las motiva a enarbolar
estrategias de movilización social caracterizadas por prácticas tradicionalmente feme-
ninas en el orden sexo-género, como es la acción colectiva del bordado por la paz, la
incorporación de emociones como el amor en la protesta social y la reivindicación
de la maternidad en su discurso. Mediante su activismo, las madres de desaparecidos
resignifican prácticas consideradas femeninas por tradición que fortalecen su lucha
y contribuyen a redefinir concepciones limitantes sobre la maternidad y el rol de las
mujeres impuestas por la propia categoría de género.
El objetivo de la presente reflexión es comprender cómo la dimensión de género se
refleja en la identidad colectiva y activismo de las madres y esposas de desaparecidos
en el caso del grupo Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos(as) de Nuevo León
(FUNDENL), colectivo de mujeres que tienen familiares desaparecidos de manera
forzada o que fueron secuestrados en la entidad a consecuencia de la política de se-
guridad militarizada que se conoce como “guerra contra el narcotráfico”. Tomaremos
como fundamento las experiencias de seis integrantes de este grupo: Lourdes Huer-
ta, madre de Kristian Karim Flores Huerta, desaparecido el 12 de agosto de 2010;
Laura Delgado, mamá de Carlos Alberto Fernández Delgado, desaparecido el 30 de

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abril de 2011; Maricela Alvarado, cuyo hijo César Guadalupe Carmona Alvarado fue
desaparecido el 21 de julio de 2011; Leticia Hidalgo, madre de Roy Rivera, desapare-
cido el 11 de enero de 2011; Juana Solís, madre de Brenda Damaris González Solís,
desaparecida el 31 de julio de 2011 y posteriormente identificada como víctima de
feminicidio; y Luisa Castellanos, cuyo esposo y cuñado, Nicolás Flores Reséndiz y
Reyes Flores, respectivamente, fueron desaparecidos el 28 de marzo de 2011.1 Estas
experiencias fueron relatadas en entrevistas a profundidad mediante la técnica de
historias de vida entre julio de 2018 y enero de 2019; así como la observación parti-
cipante que compartimos en la Séptima y Octava Marcha de la Dignidad Nacional
(2018-2019), reuniones de trabajo con autoridades y acompañamiento a otras acti-
vidades del grupo en Monterrey, Nuevo León.

2. Género, poder e identidades

La teórica feminista Joan Scott definió el género con base en las diferencias percibi-
das entre los sexos, pero también como una estrategia de significación diferenciada
del poder; un vector que ha regido las relaciones sociales entre hombres y mujeres, y
124 cuyo reconocimiento trae implicaciones a la interpretación de la historia (Scott 1996,
266). Se puede intuir que esta función significante y jerarquizante del género ha
estado presente e influido en las biografías de las integrantes de FUNDENL al crear
significados diferenciados del papel que como mujeres habían de jugar en la casa,
familia, sociedad y la política, en contraste con aquellos mandatos destinados a lo
masculino. Esta diferenciación sexual a la que se somete a todas las mujeres mantiene
la estructura del orden de género, que perpetúa la subordinación de lo femenino y las
relaciones de poder desiguales ante los varones.
Antes de convertirse en las madres en lucha de personas desaparecidas, las in-
tegrantes de FUNDENL vivieron su vida cotidiana como mujeres, madres y espo-
sas; papeles en los que reconocen la experiencia derivada de mandatos sociales del
género como dispositivo de poder, que se entiende como la red de prácticas que
producen roles diferenciados para mujeres y hombres en las estructuras sociales de
acuerdo con el orden sexo-género (Piedra Guillén 2004, 133). Al igual que en el
caso del Comité Eureka documentado por Maier (1990, 72), previo a la desapa-
rición, la vida e identidad individual de muchas de ellas giró en torno al mandato
femenino del matrimonio y la maternidad: “Cuando me casé dejé de ser también
quien era; entonces luego, luego me convertí en la esposa de…, y luego en la mamá
de…”, comparte una de las madres de Nuevo León. Con base en una relación
de poder que se finca en el dispositivo de género para organizar a la sociedad en

1 Todas las participantes decidieron que sus nombres reales y los de sus hijos fueran plasmados en la investigación bajo un consentimien-
to libre e informado, argumentando que para ellas era importante dejar testimonios de su búsqueda por escrito.

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identidades inteligibles (Butler 2007, 89), estas mujeres pasaron por un proceso
de identificación (Jenkins 2014, 15) con los recursos culturales disponibles que su
entorno ofrece (Giménez 2016, 54).
El género como dispositivo de poder, desde la perspectiva de Amigot y Pujal
(2009, 116), consiste en dos operaciones interrelacionadas de producción de la pro-
pia dicotomía del sexo y de sus subjetividades y, al mismo tiempo, la regulación
de relaciones de poder entre mujeres y hombres. De acuerdo con Michel Foucault
(1979, 171), todo poder genera a su vez una resistencia. Por ello, gracias a su capaci-
dad de agencia, las mujeres resisten contra esta jerarquización derivada del dispositivo
de género, rechazan o resignifican roles asignados como herramientas para alcanzar
sus propios objetivos. Edkins (2011, 159) afirma que la agencia se manifiesta en cir-
cunstancias que las orillaron a actuar, pues sus hijos les fueron arrebatados de forma
tan violenta que llevan el peso de proteger sus recuerdos, documentando historias,
nombres, trabajos, hogares, hijos y amigos, como una forma de responder al trauma.
Conforme las mujeres que se encuentran en situaciones de violencia, debido a su
condición de género (Lagarde 1996, 3), despliegan más estrategias de resistencia y
aumentan su alcance, se puede decir también que expanden su capacidad de agencia
mediante procesos de empoderamiento. Tena Guerrero y López Guerrero plantean
el empoderamiento como “un proceso que se manifiesta en el ejercicio de derechos 125
y capacidades tanto en el ámbito familiar, social, como en el laboral” (2017, 380). A
esta reflexión, se puede añadir una dimensión política del ejercicio de los derechos y
capacidades, así:

los procesos de empoderamiento son posibles una vez que las mujeres han desarro-
llado conciencia de género y, de forma más amplia, una conciencia política, lo que
favorece el ejercicio de las propias capacidades, el control de recursos de todo tipo, la
definición de la propia agenda, la definición de una identidad emancipada y emanci-
padora, a la vez, que avances en términos de autonomía, poder de decisión y ausencia
de violencia (Tena Guerrero y López Guerrero 2017, 381).

El empoderamiento se manifiesta como una estrategia primordial para el cambio,


pues conduce a las mujeres a formular nuevas visiones sobre sus realidades de vida,
inmediatas y políticas, que forman las bases para la construcción gradual, pero con-
tinua de estas nuevas realidades. No se puede atribuir a un factor único o en especí-
fico; por ejemplo, no se trata de un resultado natural de la desaparición forzada de
un familiar. En cambio, es un proceso multidimensional y dinámico, por lo que sus
componentes variarán de acuerdo con las poblaciones de mujeres en quienes se ma-
nifiesta (Tena Guerrero y López Guerrero 2017, 382).
Hochschild (1983, 163) observó que, a falta de otros recursos o herramientas, que
el patriarcado reserva para la acción individual y colectiva de los varones, las muje-
res hacen uso de los sentimientos como recursos gracias a las habilidades de gestión

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emocional que desarrollan por la socialización de género, la cual les exige una mayor
labor emocional en contraste con sus pares masculinos. Los valores y roles asignados
a lo femenino en el ámbito privado se traducen en prácticas de labor emocional que,
mediante sus procesos de politización, se extienden a la esfera pública en el activismo
que desarrollan y les permiten echar mano de mecanismos emotivos para lograr sus
objetivos, enmarcándose o transgrediendo las normas del sentir.
Entendemos la identidad colectiva como un elemento que se construye a la luz de
un sistema complejo de negociaciones, intercambios y decisiones, definiendo cómo
puede ocurrir la acción social como resultado de determinaciones sistémicas y de
orientaciones individuales y grupales (Melucci 1985, 793). Las identidades definen
cómo puede ocurrir la acción social y generan manifestaciones retóricas para reclutar
nuevos miembros, así como para interpelar a otros actores y a la sociedad en general.
Las manifestaciones retóricas y emocionales están fuertemente ligadas con la identi-
dad del grupo, que sirve como un marco de referencia social y cultural para orientar
sus prácticas; es decir, para desplegarse efectivamente, el paquete retórico de un grupo
deberá tomar en cuenta las normas de sentir asociadas con dicha identidad, ya sea
para explotarlas o transgredirlas.

126
3. Madres y mujeres en lucha, identidad colectiva

FUNDENL es un espacio seguro en el que la identidad individual se cruza con la


colectiva, pues de acuerdo con Jenkins (2014, 79), éstas son inseparables. Al ser mu-
jeres con seres queridos desaparecidos, comparten experiencias de vida y emociones
similares en un grupo en el cual pueden encontrarse validadas y respaldadas, lejos de
las críticas que tienden a vivir con personas que no son sensibles ante la situación.
Estas emociones reflexivas, que parten de un ejercicio de gestión emocional, dotan
de identidad colectiva al grupo y lo fortalecen (Jasper 2011, 289). Por medio de su
acción política, las víctimas generan comunidades emocionales que se dotan de sen-
tido, enlazan a personas de distintos entornos, encausan la indignación y alimentan
la organización social (Jimeno et al. 2018, 213). Todas las integrantes de FUNDENL
distinguen a las mujeres como pioneras por la lucha de los derechos humanos en
México; lucha motivada por la esperanza. Por ello Leticia Hidalgo, integrante fun-
dadora de la organización, ahora procura nombrar al grupo en femenino como “las
Fuerzas Unidas”, con el fin de que esta transgresión de los mandatos de género con
un motor amoroso y político se escuche más fuerte y la lucha de las mujeres se vuelva
más visible.
Resultado del cúmulo de resistencias que las madres y esposas han construido
desde su agencia en respuesta a distintas violencias en sus vidas –derivadas del género
como vector de opresión y, posteriormente, de la desaparición de un familiar como

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violencia del Estado–, las integrantes de FUNDENL transitan y avanzan en procesos


de empoderamiento personal y colectivo, pues reconocen que han cambiado como
individuas y que, si bien toman posición desde la maternidad, su actitud se ha vuelto
de exigencia. Así lo relata “Lulú” cuando explica este cambio en su postura:

Es que ya no somos las típicas mamás que llegábamos al principio llore y llore, casi
suplicándoles porque nos buscaran a nuestros hijos, y que si tú ves miles de entrevistas
que nos hicieron en su momento en las redes nos ves completamente diferentes. Ahora
les hablamos con huevos. Les decimos “ustedes tienen que hacer esto” (entrevista a
Lourdes Huerta, 16 de julio de 2018).

Los cambios en sus identidades individuales y colectivas se desarrollan de la mano


con cambios en las configuraciones de sus relaciones de poder (Foucault 1979, 170),
en especial en el ámbito público, que repercuten a su vez en las relaciones del espacio
privado. Las resistencias que las integrantes de FUNDENL generan hacia distintos
tipos de violencias, del Estado y de género, se tejen en el avance de su empoderamien-
to (Tena Guerrero y López Guerrero 2017, 382) que modifica las propias relaciones
de poder. Esta transición se extiende mediante un proceso social, ya que –como
una de ellas recalcó– “le están demostrando” al Estado que son poderosas y pueden 127
participar en asuntos de leyes y seguridad de los que históricamente la ciudadanía en
general, y las mujeres en particular, han sido excluidas.
Gracias a la profesionalización, los conocimientos que utilizan para la búsqueda
y la ampliación en la conciencia de sus derechos, aunado al sentimiento moral de la
empatía de las y los colaboradores y aliados del activismo de FUNDENL, las madres
avanzan y generan transgresiones en los roles tradicionales de género de las muje-
res, que mandatan la pasividad. Desde la dimensión de género, se saben “guerreras,
chingonas y desmadrosas”, adjetivos con los que se describen reiteradamente como
grupo y se posicionan desde un nuevo poderío ante las violencias (Lagarde 1996, 16).
El proceso impacta al mismo tiempo en su dimensión emocional porque este sentir
se vuelve un factor que motiva a la acción social, incluso para enfrentar al propio
Estado. Es muy relevante que las madres reconozcan en sí mismas y en su identidad
esta ganancia de poder, como parte de un proceso de empoderamiento personal y
colectivo que conlleva emociones reflexivas y consolida la identidad grupal (Jasper
2011, 295).
Las identidades políticas y sociales son indisociables de la identidad y trayectoria
individual (Jenkins 2014, 68). El lazo de la familia configura una justificación bá-
sica que da legitimidad a la acción social (Jelin 2011, 562); así, su posicionamiento
político deviene de un vínculo familiar que tiene un papel clave en la cultura: la
maternidad. Entre las características culturales que por tradición se atribuyen a la
madre, están su entrega a los otros, una misión social reproductora, la feminidad, así

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como otras condiciones que repercuten en la estructuración subjetiva, no solo como


transmisora de ideologías hegemónicas, sino como ingredientes para la creación de
identidades colectivas y transformación social (Maier 1997, 87). Aunque las caracte-
rísticas de la maternidad que representan las madres de FUNDENL parten de algunas
de estas premisas, sus significados cambian a la luz de la consigna: “¡Hijo, escucha,
tu madre está en la lucha!”, presente en la Marcha de la Dignidad Nacional, pues la
dota de un significado político más amplio.
Al asumirse como “madres en lucha”, Juana reconoce esta expresión en su dimen-
sión colectiva, vivencial y emocional, pues para ella consiste en cometer errores, caer
y levantarse; ayudar siempre a quien se quede en el camino (entrevista a Juana Solís,
15 de enero de 2019). La constancia y el apoyo mutuo se pueden entender como ele-
mentos de gestión emocional desarrollados desde el dispositivo de género y ejercidos
por estas mujeres a modo de herramientas en sus procesos de empoderamiento, con
el fin de encauzar sus recursos psicoemocionales disponibles a su beneficio.
Como representación simbólica, afirman que la madre de un desaparecido es fuer-
te y lucha con amor para que el nombre de su hijo no se olvide. Laury piensa que
se convierten en “las madres de todos” (entrevista a Laura Delgado, 24 de julio de
2018) y los sentimientos de amor por sus hijos las motivan a continuar adelante
128 en su búsqueda, así como en otras acciones, dentro de sus comunidades, en las que
también desempeñan la maternidad como guía; por ejemplo, orientan a otros chicos
de sus comunidades para que vayan “por el buen camino”. Incluso, aunque Laura
Delgado busca a Carlitos, su único hijo, no ha dejado de procurar hacia otros jóvenes
los cuidados que aprendió de la maternidad en sus vivencias, aunque anhela volver a
escucharlo a él llamándola “mamá” con la voz que con cariño recuerda.
Es pertinente distinguir que las esposas de desaparecidos, aunque comparten la
pertenencia, objetivos y valores de FUNDENL, además de la experiencia de vida de la
maternidad, reivindican su identidad como “mujeres en lucha” de una forma diferen-
ciada en lugar de conformarse con la etiqueta de madres, establecida inicialmente en
el discurso por las integrantes fundadoras. Mediante un proceso de empoderamiento,
que implicó gestión emocional, y con apoyo de un especialista de salud mental, Luisa
Castellanos trabajó en el duelo por la desaparición de su esposo Nicolás Flores, al
comprender que no existe una jerarquía del dolor. Ella reflexiona sobre las diferencias
que se establecen, pero que no deben ser jerarquizadas: si bien las madres tienen una
conexión única con sus hijos, las esposas comparten un proyecto de vida por elección
que se ve interrumpido en forma abrupta (entrevista a Luisa Castellanos, 15 de enero
de 2019).
Las integrantes de FUNDENL han pasado a la búsqueda y a la exigencia, de esta
manera resignifican el papel que deben de jugar las madres y mujeres ante la tragedia
humanitaria (Delgado Huertas 2016, 211): de estar solas y en llanto, emergen jun-
tas como “madresposas” en lucha, incansables y persistentes, defensoras de derechos

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humanos, legitimadas por las normas del sentir social (Hochschild 1983, 157) que
dictan la responsabilidad de una mujer-madre de preocuparse por su familia. Aunque
parten de una norma comprendida por la sociedad, transgreden convenciones socia-
les o emocionales que victimizan: la pasividad que tradicionalmente se ha asociado
con lo femenino. Su quehacer político, tan vinculado con la dimensión emocional,
nos sensibiliza como sociedad y contribuye a modificar, poco a poco, el rol político
de la maternidad en nuestra cultura. Reconocen la norma social, el amor maternal,
pero en su praxis dan una carga movilizadora y lo reflejan en sus actividades como
colectivo (Jasper 2011, 296):

El objetivo es encontrarlos, y no solo al [desaparecido] de nosotros sino a quien salga.


Hemos ido a búsquedas pero no pensamos solo en el de nosotros. Somos felices si ayu-
damos a alguien a regresar a casa. A buscar lo que la autoridad no busca, no encuentra.
El otro es que si no es para nosotros, es para quienes vienen. (…) Entonces creo que
la finalidad desde nosotros obviamente que es encontrarlos a todos, a cualquiera. Al
que sea. Hay muchos que no están reportados como desaparecidos. Siento bonito de
que sé que traigo esta pena tan grande por ser una de las personas indicadas de estar
en esa asociación, con toda la gente que está fuera. Ojalá que se pueda lograr muchas
cosas. Yo voy a estar ahí siempre (entrevista a Maricela Alvarado, 24 de julio de 2018).
129
Bajo la premisa de que lo político es personal y lo personal es político (Millet 1970,
21), el activismo de las madres de desaparecidos cobra un papel clave en sus histo-
rias de vida personales y las de sus familias. La familia es un elemento de la esfera
simbólica del género que se asocia tradicionalmente con anhelos e ideales femeninos
(Lagarde 1996, 17) y florece en las relaciones personales que ellas construyen en el
grupo: “Yo por mi parte me siento como mi familia, o sea, somos una familia que
nos abrazamos y sabes que el abrazo es sincero porque tienen el mismo dolor, o sea,
estamos unidas por el mismo dolor” (entrevista a Juana Solís, 15 de enero de 2019).
Esta nueva familia ampliada y unida por sentimientos compartidos configura la
organización colectiva en torno al objetivo primario de localizar a las y los desapa-
recidos, para lo cual se aconsejan mutuamente al llevar sus casos individuales; pero
también de objetivos fincados en el acompañamiento, como el cuidado mutuo, la
gestión emocional y la unidad que describen como “un solo corazón”:

Es el corazón de todas juntas. Ahí se concentran todos los sentimientos. O sea, es nor-
mal, somos un grupo y todas tenemos diferente forma de pensar y de hacer las cosas.
Por eso cada quien maneja sus expedientes por su cuenta, cada quien trabaja con sus
cosas, y captas así de “ah, lo de ella puede ir también en el mío” eso es lo que nos ayuda
a intercambiar, a interpretar información, ese tipo de cosas. Pero tienes esa libertad de
hacerlo. No estás sometido a lo de otras organizaciones. A veces uno dice “espérame”,
porque agarran de aquí, y agarran de allá, y pues tranqui. […] Yo te diría que el punto

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principal son los muchachos, es encontrarlos. Pero sí, hay como una conexión entre
todas, muchas similitudes de vida, de vivencias, experiencias, como le quieras llamar,
de procesos, de cómo hemos vivido los procesos después de la desaparición. De cómo
son los hijos, de cómo son las familias, y creo que es eso lo que nos ha llevado a pro-
tegernos entre nosotras. Por eso te digo, somos un solo corazón, todas nos unimos. Es
algo muy impresionante porque son esos abrazos. Las ves, las abrazas y la calidez es
increíble. Es como: “Ahí te va tu inyección, para que le sigas chingando” (entrevista a
Lourdes Huerta, 16 de julio de 2018).

El dolor común, sin importar la diferencia de circunstancias y condiciones de la desa-


parición de cada familiar, refleja a las integrantes de FUNDENL y las une en procesos
de gestión emocional compartida para atenderlo. En las distintas relaciones indivi-
duales entre mujeres que conforman el grupo, las madres encuentran agradecimiento
y apoyo mutuo. Cuando cualquiera de las integrantes flaquea, debido a su situación
emocional o las problemáticas derivadas de su caso, otras la reconfortan, le recuerdan
el camino avanzado y su característica compartida: ser unas “chingonas”. La gestión
emocional del grupo se experimenta para ellas como un respaldo, una seguridad y
“un abrazo”, manifestación física del cariño. Laura Delgado, de forma muy sensible,
describe a FUNDENL como su salvavidas:
130
Pero FUNDENL fue así de ten tu salvavidas, ya no te estés ahogando. Yo aprendí a
ser fuerte, aprendí a levantar la voz, aprendí que no me debo guardar nada, aprendí a
abrazar a la gente con un dolor en común sin lastimarla, porque a veces hay alguien
que sufría lo mismo que tú, y abrazabas y querías que te escuchara y no podías escu-
char. Ahorita es diferente, me enseñaron a abrazar, a escuchar, y después hablas tú, si
la persona está disponible y entera para oírte, pero primero tú tienes que ser fuerte
para poder escuchar. Y eso aprendí, aprendí a abrazar y estar dispuesta a recibir lo que
quisieran compartir, y tú callarte. Puedes hablar, pero tienes que dar prioridad a esa
persona, eso yo lo aprendí. Entonces FUNDENL ha sido mi salvavidas (entrevista a
Laura Delgado, 24 de julio de 2018).

Al referirse a las Madres de la Plaza de Mayo, Thornton (2000, 286) encuentra que
uno de los factores cruciales para el éxito de su consolidación como un colectivo
político es que, en el fondo, se trató de un grupo de mujeres que se reunieron con
un objetivo inicial anclado a un proceso de exigencia de verdad y justicia, pero que
comenzaron a compartir sus vidas, logros, retos y su compañía, de este modo, crea-
ron incentivos emocionales como satisfacción por su labor y activismo; un proceso
similar al que constituyó y dotó de fuerza colectiva a FUNDENL.

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4. Bordado por la paz: lo femenino como estrategia

Durante el Primer Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan (2018), organi-


zado por el Consejo Nacional Indígena (CNI) y el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN), “Angie Gino” –como se hace llamar Angélica Ávila, la madre de
Gino Alberto Campos, estudiante de diseño gráfico a quien busca desde 2011– relató
que, en un principio, las familias que buscaban a sus hijos se reunían en el quiosco de
la Macroplaza de Monterrey con las fotos de sus desaparecidos, para pedir y ofrecer
información sobre el problema sin muchos resultados, ya que la gente no detenía su
paso para escucharlas y se encontraban con apatía, indiferencia o incluso miedo. Fue
la estrategia del bordado por la paz la que las llevó a ser escuchadas en el espacio pú-
blico y a consolidarse como grupo, al utilizar los recursos que les eran culturalmente
disponibles (Giménez 2016, 54) para sus tácticas de protesta social:

Nosotros nos empezamos a reunir y todavía no se nos ocurría decir que somos Fuerzas
Unidas ¿sí? Para eso tuvimos que pasar un tiempo juntas, bordando por la paz, que es
una actividad que descubro al haber salido del ostracismo en el que nos tenían, en el
Internet. O sea, me voy dando cuenta que hay otra gente que sí le interesamos, tanto
la gente, todos los miles y miles que ya se contaban en ese tiempo de asesinados, como 131
de desaparecidos, donde ellas están invitando a bordar por la paz. Cuando nosotros
teníamos ya dos o tres reuniones, ¿cómo se dice? O sea, no formales, sino que nos
estábamos reuniendo, las invito, o sea yo llevo pañuelos, llevo agujas, llevo lo que ellas
decían que deberíamos de tener y con qué fin, y les digo, porque yo no sabía si la gente
iba a querer ir a bordar, si les parecía una buena idea o no. Entonces, yo compro todas
estas telas, hilazas y todo lo que se necesitaba y les digo, y sorpresivamente para mí,
todas aceptan. O sea, a todas les pareció una idea, como muy sublime, como delicada,
en la cual podíamos nosotros llegar a donde queríamos llegar a una sociedad que se
atemorizaba cuando nosotros estábamos reunidas solamente con fotografías, con ve-
las. Cuando traíamos, creo que traíamos volantes, que les decíamos: es que nuestros
hijos están desaparecidos. Entonces la gente se asustaba más; entonces a través de los
bordados, era una actividad como más ligera, para la sociedad a la que queríamos
llegar y nos fuimos dando cuenta que así era, no sabíamos, nadie sabíamos que así po-
díamos hacer. Cuando empezamos nosotros a tender nuestros pañuelos, con un relato
de lo que había sucedido con nuestros hijos, fue una manera muy sublime, muy no
sé cómo llamarlo, de poder hacer que las personas se enteraran sin tanto miedo ¿no?
Sin tanto, o sea, ya ellas mismas se acercaban a ver qué decía ese pañuelo (entrevista a
Leticia Hidalgo, 13 de enero de 2019).

Con base en un código de colores, bordaban para devolver sus identidades e historias
a las personas desaparecidas, migrantes y víctimas para “traerlas de regreso” al espa-
cio público. Los bordados representan instrumentos sensitivos (Jasper 2011, 289)

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mediante los cuales las madres y esposas comunican su mensaje. Así, FUNDENL
hace uso de los roles de género aceptados por la sociedad y la cultura en un punto
de encuentro simbólico con otras luchas por los desaparecidos; por ejemplo, la de las
Madres de la Plaza de Mayo (Thornton 2000, 279) o las “Doñas” del Comité Eureka
(Maier 1997, 12). Si bien el bordado por la paz llegó a ellas por la comunicación con
otros grupos como Fuentes Rojas, de la Ciudad de México, cuya iniciativa replicaron
(Rizzo 2015), el sentido de esta actividad “sublime y delicada”, tradicionalmente
femenina, fue una estrategia para llegar a su audiencia ciudadana y coherente con las
identidades individuales de las madres (Giménez 2016, 69), quienes la aceptaron, se
organizaron y, por medio de la práctica, la hicieron parte de la identidad colectiva de
FUNDENL por su estratégica visibilidad y capacidad para romper el miedo a hablar
de la problemática de la desaparición y, en cambio, generar empatía. El bordado,
estrategia política, refleja su dimensión de género, socializada y leída por medio de
labores tradicionalmente femeninas, al tiempo que el ritual y efervescencia colectiva
que genera esta actividad se constituye como una táctica de gestión emocional para el
grupo, la cual, a su vez, se traduce en acción política (Jasper 2011, 296).
Otra batalla de género que ellas mantienen es por la producción de significados
en la dimensión del lenguaje. En el Primer Encuentro de Mujeres que Luchan del
132 Noreste, en marzo de 2019, las representantes de FUNDENL informaron sobre los
“campos de exterminio” localizados en las búsquedas y enfatizaron la importancia de
llamar a las cosas por su nombre. Esto se debe a que a tales sitios se los llama, colo-
quialmente, “cocinas”. Con ello se hace referencia a prácticas como la incineración
o disolución de restos humanos para desaparecer sus identidades. Las integrantes del
grupo rechazan de manera tajante esta expresión, ya que “‘campos de exterminio’ es
donde encuentras balazos, ropa, sangre y restos humanos; la ‘cocina’ es donde noso-
tras nos juntamos, cocinamos, platicamos y comemos”, sentenció Leticia Hidalgo,
madre de Roy Rivera (entrevista, 13 de enero de 2019). Basadas en sus experiencias
de género, asocian la cocina como un espacio femenino en donde ellas desarrollan
actividades de cuidado e interacción emocional. La cocina es un lugar donde se desa-
rrolla la vida, por lo que las madres resisten la violencia en su esfera simbólica.

5. Conclusiones

“¡Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, gritan al unísono decenas de
madres, esposas, hermanas, abuelas y otros familiares en búsqueda de todo el país
durante la VIII Marcha de la Dignidad Nacional el 10 de mayo de 2019. Esta con-
signa trasciende tiempo y espacio, pues evoca por igual nuestro presente inmediato
de familiares que buscan a sus desaparecidos a consecuencia de la guerra contra el
narcotráfico en México y a las Madres de la Plaza de los Desaparecidos en Monterrey,

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como a las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina o al Comité Eureka en el Méxi-


co de la guerra sucia, ejemplos de la historia de familismo y maternalismo en la esfera
pública como respuestas a contextos violentos en América Latina (Jelin 2011, 567).
Las experiencias de género vividas por las mujeres, aunadas al repertorio de recursos
culturales disponibles en América Latina, han sido claves para la existencia de estas
representaciones de maternidad política que son estandarte de lucha por los derechos
humanos, pues el estereotipo de género de la madre abnegada, entregada a sus hijos
y familias, es un mandato social inteligible desde el cual las mujeres han encontrado
espacios para expandir su agencia y exigir los derechos de sus hijos ausentes, los de
sus familiares y los propios.
Las Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos(as) en Nuevo León son un grupo
de madres y esposas de desaparecidos en búsqueda, con el apoyo de colaboradores
solidarios que, desde 2012, se organizaron de forma autónoma para encontrar a todas
y todos los que no están por desaparición. ¿Por qué son ellas quienes, en su mayoría,
deciden buscar a sus seres queridos? La respuesta a esta pregunta es multidimensional
y puede tener distintas interpretaciones. A partir de una perspectiva feminista, esta es
una decisión consciente de las mujeres, acostumbradas a enfrentar la adversidad deri-
vada de las relaciones desiguales de género, que han perdido el miedo a sentirse vul-
nerables ante distintas formas de dominación y, en cambio, construyen resistencias 133
que van desde la subjetividad y el simbolismo hasta la acción, con el fin de alcanzar su
objetivo, poderosamente enraizado en la dimensión de su identidad y valores como
madres y esposas: encontrar a sus seres queridos desaparecidos. Lo que muchas de
ellas perciben como una respuesta “natural”, enmarcada a su vez en el discurso social
tradicional que ve la maternidad como destino, se trata en realidad de una decisión
transgresora que cambia de modo radical sus historias de vida, en lo personal y en lo
político, pues las transforma en “madres y mujeres” en lucha contra el Estado.
La identificación con otras mujeres en esta situación, con quienes comparten ex-
periencias de género, una problemática y el objetivo de encontrar a las y los desapare-
cidos, tiene el poder de crear una nueva colectividad emocional y de búsqueda.
Se trata de fenómenos entrelazados, pues la conciencia de género que se desarrolla
dentro de procesos de empoderamiento da pie a la vinculación con otras mujeres y
madres que enfrentan la misma violencia. Dicha acción parte de su capacidad de
agencia y a su vez contribuye a expandirla, lo que les permite transitar hacia prácti-
cas políticas colectivas de transgresión en el ámbito público que cuestionan el papel
maternal en la sociedad, posicionadas desde la lucha por las y los desaparecidos. La
demanda de encontrarlos se colectiviza, pues ya no solo se busca al propio familiar,
sino a todos los ausentes.
Aunque hay quien maliciosamente las tacha de “locas” o “histéricas” con el fin
de desacreditar su lucha, ellas por el contrario se saben “madres coraje”: “Guerreras”,
“leonas”, “bravas” y “chingonas”, elementos reflexivos de su identidad en común que

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neutralizan las críticas misóginas y las conectan con su poder. Como señala Edkins
(2011, 168), las madres en búsqueda han exigido que su voz política se escuche como
iguales, rompiendo silencios. Desde la perspectiva feminista, al extrapolar los roles
de la maternidad a la esfera pública, como lo hacen al proteger y cuidar la vida, las
integrantes de FUNDENL resignifican su papel de “madres y mujeres en lucha” por
todas y todos los desaparecidos y ayudan a construir nuevas representaciones y refe-
rentes de protesta de las mujeres en nuestra sociedad; a su vez, cuestionan estereotipos
que limitan la acción política por motivos de género y las impulsan a seguir “hasta
encontrarles”.

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ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 119-136


ÍCONOS 67 • 2020

Nadejda Iliná

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Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades.
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https://journals.sagepub.com/doi/abs/10.2190/YVKV-7601-8VKD-VM5T

Entrevistas

Entrevista a Juana Solís, madre de Brenda Dámaris González Solís. Monterrey, 15 de


enero de 2019.
Entrevista a Luisa Castellanos, esposa de Nicolás Flores Reséndiz. Monterrey, 15 de
enero de 2019.
Entrevista a Leticia Hidalgo, madre de Roy Rivera Hidalgo. Monterrey, 13 de enero
de 2019.
Entrevista a Laura Delgado, madre de Carlos González Delgado. Monterrey, 24 de
julio de 2018.
136 Entrevista a Maricela Alvarado, madre de César Guadalupe Carmona Alvarado.
Monterrey, 24 de julio de 2018.
Entrevista a Lourdes Huerta, madre de Kristian Karim Flores Huerta. Monterrey, 16
de julio de 2018.

Cómo citar este artículo:

Iliná, Nadejda. 2020. “¡Tu madre está en la lucha!” La dimensión de género en la búsqueda
de desaparecidos en Nuevo León, México”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 67: 119-136.
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.4172

Páginas 119-136 ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065


El lenguaje como creador de realidades y opinión pública:
análisis crítico a la luz del actual ecosistema mediático
Language as a creator of realities and public opinion:
Critical analysis in the context of the current media ecosystem

Mgtr. Sabina Civila de Dios. Doctoranda en Comunicación, Universidad de Huelva (España).


([email protected]) (https://orcid.org/0000-0001-6059-9893)
Dr. Luis M. Romero-Rodríguez. Profesor del Departamento de Ciencias de la Comunicación y Sociología,
Universidad Rey Juan Carlos, Madrid (España). ([email protected])
(https://orcid.org/0000-0003-3924-1517)
Dr. Ignacio Aguaded. Catedrático de Comunicación y Educación, Universidad de Huelva (España).
([email protected]) (https://orcid.org/0000-0002-0229-1118)
te m a s

Recibido:18/04/2019 • Revisado: 17/07/2019


Aceptado: 30/09/2019 • Publicado: 01/05/2020

Resumen
Este trabajo analiza cómo los medios de comunicación construyen realidad social mediante el lenguaje. La
realidad social es revisada como un constructo discursivo fundamentado en el principio antrópico de la in-
formación y en el axioma watzlawickiano de que “es imposible no comunicar”. Se tiene como objetivo prin-
cipal analizar cómo el concepto de “opinión pública” ha evolucionado con el desarrollo de las Tecnologías de
Información y Comunicación (TIC). Para ello, se ha realizado una revisión crítica de la literatura científica,
realizando un mapeo por las bases de datos WoS y Scopus, para luego determinar a partir de un estado de la
cuestión cómo se forman las nuevas definiciones de opinión pública, entendiendo así el ecosistema mediático
y las interacciones de los individuos en el plano de la comunicación digital. Como conclusión principal se des-
taca que la opinión pública ya no es solo creada unidireccional y monopólicamente a través de los medios de
comunicación convencionales, sino también con la interacción y participación de la “audiencia prosumidora”
en el seno de las redes sociales. Sin embargo, esto no es indicativo de que se ha perdido por completo el rol de
los medios de comunicación en el control social a través de estrategias como el framing (encuadre) y priming
(priorización) e incluso han surgido, a partir de esta construcción interactiva de las realidades, nuevos vicios
informativos como las fake news (noticias falsas).

Descriptores: lenguaje; medios de comunicación; opinión pública; realidad social; redes sociales; TIC.

Abstract
This article analyzes how the media constructs social reality through language. Social reality is revised as a
discursive construct based on the anthropic principle of information and on Watzlawick's axiom that, “it
is impossible not to communicate”. The main objective is to analyze how the concept of “public opinion”
has evolved with the development of Information and Communications Technologies (ICT). To this end,
a critical review of scientific literature has been carried out, mapping the WoS and Scopus databases, and
determining, through a literature review, how the new definitions of public opinion are formed. This
increases the understanding of the media ecosystem and the interactions of individuals at the digital
communication level. The main conclusion of this study highlights how public opinion is no longer created
unidirectionally and monopolistically through conventional media, but with the interaction and participa-
tion of the “prosumer audience” within social networks. However, this does not mean the role of the media
in social control has been completely lost through strategies such as framing and priming. Indeed, new
informative vices, such as fake news, have emerged from this interactive construction of realities.

Keywords: Language; media; public opinion; social reality; social media; ICT.

ÍCONOS Revista de Ciencias Sociales • n.º 67 • vol. XXIV (2do. cuatrimestre) • ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065
mayo-agosto 2020 • www.revistaiconos.ec
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.3942 • Páginas 139-157
ÍCONOS 67 • 2020

Sabina Civila de Dios, Luis M. Romero-Rodríguez e Ignacio Aguaded

1. Introducción

Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho.


Todo lo que vemos es una perspectiva, no es la verdad.
(Marcus Aurelio 1811)

Teniendo en cuenta que la realidad se construye socialmente y es constructo de aparatos


discursivos, se puede decir que la realidad es producto del hombre (Berger y Luckmann
1967). Según Watzlawick (1994), el constructivismo parte de la premisa de que toda
realidad es la construcción de aquello que se intenta descubrir e investigar, mientras
que, en palabras de Berger y Luckmann (1967, 61): “La sociedad es un producto hu-
mano. La sociedad es una realidad objetiva y el hombre es un producto social”.
A pesar de las palabras de Berger y Luckmann (1967), la perspectiva del cons-
truccionismo social ha crecido considerablemente en las últimas décadas, tanto en el
campo de la psicología social como en el de la sociología (Rizo 2015), ya que debido
a las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) y los medios de comunica-
ción digitales que han surgido con ellas, los individuos están en permanente vínculo
e interacción.
140 El lenguaje permite construir la realidad social. Así pues, las realidades son cons-
tructos discursivos (Watzlawick 1979; Gilovich 1993; Searle 1998; Berger y Luck-
mann 1967; March y Prieto 2006), mientras que los medios de comunicación y las
industrias culturales fungen como canales de difusión masiva y engranaje sociocog-
nitivo para que estas realidades construidas por medio del discurso sean apropiadas,
socializadas e institucionalizadas en la opinión pública.
Los medios de comunicación utilizan mecanismos como la repetición de expre-
siones que llegan a convertirse en un discurso enardecido que distorsiona la visión
de quienes reciben esos mensajes, con el objetivo de construir sus propias vivencias
–fundamental para la comprensión de la opinión pública– (Romero-Rodríguez et al.
2015; Lotero-Echeverri et al. 2018).
La irrupción, auge y popularización de las TIC –y en especial el extensivo desa-
rrollo de las herramientas derivadas de la web interactiva (2.0, 3.0, 4.0…)– ha puesto
de manifiesto que existe un nuevo universo opinativo que es digital (Alonso 2016).
Así, la instauración de este ecosistema y el reinado de la televisión –aún como medio
masivo– afectan profundamente al proceso de formación de la opinión pública (Sar-
tori 2002). Por ello, Anstead y O’Loughlin (2015) afirman que, con la aparición de
los social media (redes sociales), se obliga a reinterpretar el significado de la expresión
“opinión pública”, más allá de la definición tradicional.
En este sentido, para entender las nuevas definiciones de opinión pública en el
marco del actual ecosistema reticular, descentralizado y complejo que crean las TIC,
se ha realizado una exploración por las bases de datos más relevantes, la Web of

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El lenguaje como creador de realidades y opinión pública

Science (WoS) y Scopus, bajo los criterios de búsqueda (booleanos) “opinión pública”
y “nuevos medios”. Una vez obtenido el listado primario (nSUM = 12 921), se limitó
la búsqueda solo a revistas de ciencias sociales, emergiendo un total de 5387 docu-
mentos, entre las dos bases de datos, desde 2016 a 2019. Con ello, se llevó a cabo una
revisión de la literatura y de teoría fundamentada con las que se correlacionarían las
mismas formas epistemológicas, ontológicas y teóricas.

2. Criterios de selección del corpus

La presente investigación tiene un carácter exploratorio y descriptivo ya que, para


alcanzar sus objetivos, se basa en la revisión de la literatura actual (2016-2019) sobre
la opinión pública. El desarrollo del estudio se ha estructurado en dos fases: i) la re-
copilación de la literatura especializada en medios de comunicación y nuevos medios
digitales; y ii) el análisis de la información extraída. El objetivo principal es conocer y
analizar el desarrollo del concepto de opinión pública e identificar si existe una evo-
lución en el citado concepto con el auge de los medios digitales. Por este motivo, y
para entender la nueva definición de opinión pública, se ha realizado una exploración
por las bases de datos más relevantes, en este caso WoS y Scopus. 141
En Scopus se realizó el criterio de búsqueda-término “public opinion” con algorit-
mo booleano “and” intersección con “media”. Para el refinado de búsqueda, se optó
por selección de documentos emergentes 2016-2019 del área de ciencias sociales;
Gráfico 1. Documentos emergentes (public opinion) “and” (media)
en Scopus y WoS, 2016-2019

Sin criba Con criba

10 000
9300
9000
8000
7000
6000
5000
3621
4000
2649 2738
3000
2000
1000
0
Scopus WoS

Elaboración de los autores con base en los resultados emergentes en WoS y Scopus.

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Sabina Civila de Dios, Luis M. Romero-Rodríguez e Ignacio Aguaded

tipo de documento artículo; y tipo de fuente revistas. Antes de la primera criba emer-
gieron 9300 documentos, que después del refinado se convirtieron en 2649. Por su
parte, en el caso de WoS se realizaron los mismos criterios de búsqueda, apareciendo
en el primer filtrado 3621 documentos. Para el refinado de búsqueda, se seleccionó
el período 2016-2019 solo en el ámbito temático de la comunicación (communica-
tion), tipo de documento artículo, obteniéndose de esta criba 2738 documentos.
Para evitar duplicidades, se eliminó uno de los registros duplicados por cada base de
datos, entendiendo que hay revistas que coinciden en ambas. El resultado de la criba
efectuada puede evidenciarse en el gráfico 1. Con ello, se llevó a cabo una revisión de
la literatura (mapping) y de teoría fundamentada con las que se correlacionarían las
mismas formas epistemológicas, ontológicas y teóricas.

2.1 Criterios de selección de los documentos (cribas)

• Relación temática: se analizaron en Scopus 9300 documentos y en WoS 3621


documentos, refinándose solo aquellos relacionados con el objeto de estudio.
Después de esta criba resultaron seleccionados 2649 en Scopus y 2738 en WoS
142 (gráfico 1).
• Proximidad temporal del documento: se tomó en cuenta el número de citas
emergentes en WoS y Scopus dentro del período 2016-2019, con especial énfasis
en los más novedosos (2016-2019), entendiendo que el objetivo de la presente
investigación es reflexionar acerca de los nuevos conceptos de opinión pública a la
luz del actual ecosistema comunicacional.
• Relevancia y factor de inmediatez: de todos los documentos emergentes, se to-
maron en cuenta solo aquellos más citados (factor de inmediatez 2016-2019),
entendiendo que son estos los que mayor peso tienen en la comunidad académica
internacional. De esta criba emergieron 44 documentos, pues solo se tomaron
aquellos con más de 20 citas recibidas dentro del período de estudio.

3. Resultados

3.1 El lenguaje y la creación de realidades socializadas a través de los medios


de comunicación social

Desde que el filósofo John Austin –dirigente en Oxford de la llamada filosofía del
lenguaje ordinario– mostró que el lenguaje no solo sirve para describir el mundo,
sino también para hacer cosas en el mundo, la filosofía del lenguaje se convirtió en
un tema de estudio no solo para filósofos, sino también para sociólogos, lingüistas,

Páginas 139-157 ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065


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El lenguaje como creador de realidades y opinión pública

psicólogos, antropólogos y toda clase de académicos interesados en los efectos del


lenguaje en la sociedad. En su obra Palabras y acciones (1971), Austin contrastó las
expresiones veritativas, esto es, los enunciados que en tanto describen hechos son
evaluados como verdaderos o falsos; enunciados constatativos, con aquel tipo de ex-
presiones que más que describir la realidad, crean nuevos hechos del mundo, lo que
los convierten en enunciados realizativos.
El lenguaje contribuye a distinguir al ser humano de las demás especies y por su
naturaleza simbólica y metafórica puede, al mismo tiempo, revelar y ocultar, insinuar y
negar, iluminar y oscurecer. Por eso, los silencios, las exclamaciones y los interrogantes,
además de sustantivos, verbos y adjetivos que forman parte de ese recurso expresivo,
favorecen la representación del pensamiento, pero dejan ver que “siempre existe una
zona de claroscuro inevitable entre las palabras y su sentido” (Chillón 2001, 35).
En relación con el lenguaje, Searle (2004, 17) sintetiza en una fórmula la manera
cómo la mente y el lenguaje construyen la realidad: “X se considera como Y en el con-
texto C”, donde X es un hecho bruto, ya sea un individuo o un objeto material; Y repre-
senta el estatus o los poderes que detenta ese individuo u objeto material; y C el contexto
o el lugar en el que vale ese poder (Posada et al. 2011). Los humanos, gracias al lenguaje,
pueden llegar a tener los mismos pensamientos, pueden compartir los mismos estados
mentales que portan la misma intencionalidad comunicativa. Searle (2004, 17) define 143
intencionalidad como “la propiedad de muchos estados y eventos mentales en virtud de
la cual estos se dirigen a, o son sobre o de, objetos y estados de cosas del mundo”.
Vale añadir además que el lenguaje, como canal y como protagonista de las in-
teracciones comunicativas, polariza los argumentos sobre un acontecimiento dado,
maneja la opinión de quien lo lee o escucha acerca de las declaraciones de los actores
legales e ilegales que intervienen en un conflicto (Correa-Jaramillo 2008; Rome-
ro-Rodríguez et al. 2015). Además, se exageran las informaciones al hacer comenta-
rios sin fundamentar lo que se expresa, manipulando la opinión que está formando
el lector acerca de un hecho noticioso. De esta forma, los mensajes pierden veraci-
dad y contribuyen a detonar el arma de la desinformación (Correa-Jaramillo 2008;
Romero-Rodríguez 2014). Evidentemente –y como lo explican Pareja y Echavarría
(2014)– los medios de comunicación son actores políticos los cuales estructuran la
realidad a partir de su jerarquización (agenda setting) y enfoque (framing) (Civila de
Dios y Romero-Rodríguez 2018).
Resulta sorprendente el hecho de que el periodismo, al ocuparse de lo que se ha
llamado “interés público informativo”, también persista en negar que esa idea es
y debe ser construida desde un modelo político de sociedad, donde no se tiene en
cuenta la objetividad, ya que por sí solos los hechos –como materia prima del modelo
informativo– no son asépticos y, en términos de ética pública, se trata de hacer visible
a los actores que inciden, los motivos desde los cuales se construye y los modos en que
se manifiesta ese interés público (Miralles 2002).

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Sabina Civila de Dios, Luis M. Romero-Rodríguez e Ignacio Aguaded

Los medios de comunicación son una fuente importante de más o menos conoci-
miento válido sobre hechos y procesos más allá del alcance de la experiencia personal
inmediata. En esta misma línea, Nöelle-Neuman (1977, 190) destacaba que:

Walter Lippmann desenmascara nuestro “autoengaño racionalista” sobre el modo en


que las personas supuestamente se informan y forman los juicios que guían sus accio-
nes en el mundo moderno: con madurez y tolerancia, observando, pensando y juzgan-
do como científicos en un esfuerzo incesante por examinar objetivamente la realidad,
ayudados en este esfuerzo por los medios de comunicación. A esta ilusión contrapone
una realidad completamente diferente, mostrando cómo forma sus concepciones real-
mente la gente, cómo selecciona parte de los mensajes que le llegan, cómo los procesa
y los transmite.

Los medios de comunicación abren ventanas hacia ese extenso mundo que queda
más allá de nuestra experiencia directa y que determina los mapas cognitivos que nos
hacemos de ese mundo. Asimismo, construyen los entornos de las cosas que no vivi-
mos directamente, lo que Lippmann (1965) refiere como “pseudoentorno”, el cual
no es más que nuestras percepciones privadas del mundo que nos rodea y son genera-
das por los medios informativos (McCombs 1996). Lippmann (1965) demostró que
144
los medios “graban” los estereotipos mediante innumerables repeticiones y que estos
sirven de ladrillos del mundo intermedio, de la “pseudorealidad” que surge entre la
gente y el mundo objetivo exterior.
Los mensajes son elaborados por un grupo de individuos y transmitidos a otros
que se encuentran, por lo general, ubicados bastante lejos del contexto original. Por
ello, los receptores de los mensajes mediáticos no actúan como participantes en un
proceso recíproco de intercambio comunicativo, sino más bien como participantes
en un proceso simbólico de transmisión estructurada (Pareja y Echevarría 2014).
Esto sucede incluso con el auge y popularidad que toman en estos tiempos los medios
digitales y las redes sociales.
Los medios de comunicación designan una forma de pensamiento social, es decir,
elaboran “representaciones sociales”. La representación social es una modalidad par-
ticular del conocimiento cuya función es la elaboración de los comportamientos y la
comunicación entre individuos. En palabras de Moscovici (1979, 17-18):

La representación es un corpus organizado de conocimientos y una de las actividades


psicológicas y cognitivas gracias a las cuales los hombres hacen inteligible la realidad
física y social, se integran en un grupo o en una relación cotidiana de intercambios, en
la que liberan los poderes de su imaginación.

Desde un punto de vista esquemático, las representaciones sociales aparecen cuando


se debaten temas de interés mutuo o cuando aparecen temas seleccionados como sig-

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ÍCONOS 67 • 2020
El lenguaje como creador de realidades y opinión pública

nificativos por aquellos que tienen el control de los medios de comunicación (Mora
2002). Así, las representaciones sociales tienen una función doble: por un lado, esta-
blecer un orden que permita a los individuos orientarse en su mundo material-social
y dominarlo; y por el otro, posibilitar la comunicación entre los miembros de una
comunidad, proporcionándoles un código para el intercambio social y un código
para nombrar y clasificar sin ambigüedades “los diversos aspectos de su mundo y de
su historia individual y grupal” (Farr 1983, 655).
Los medios de comunicación masivos son tradicionalmente conocidos como arti-
culadores centrales de los procesos de opinión pública (Thompson 1998). De hecho,
desde los albores del siglo XVIII, el periodismo y los medios de comunicación han
sido los instrumentos más importantes de la configuración de la opinión pública –de
la opinión publicada– y de la imagen colectiva que la sociedad tiene de las cuestiones
sociales (García 2010).
La comercialización de la comunicación –las informaciones como mercancía–
despolitizó la información convirtiéndola en sensacionalista a fin de obtener más
ventas, distribuciones y atención pública, dirigiéndose a sus audiencias más en
calidad de consumidores que de ciudadanía (Habermas 1994). Esta evolución
hacia la prensa-negocio permite la entrada de intereses ajenos al seno del diario y
coarta la libre redacción del medio, lo que afecta, indudablemente, al libre ejerci- 145
cio de la discusión pública, es decir, a la opinión pública. Los medios se ven fuer-
temente influidos por las cúpulas directivas y por los consejos de administración
de sus empresas propietarias, lo que coarta el libre ejercicio de la profesión perio-
dística y afecta inevitablemente al proceso de formación de la opinión pública.
En resumen, se asiste a una “privatización de lo público” y una “politización de
lo privado” (Sopena 2008).
Los medios de comunicación siguen desempeñando en las sociedades avanzadas
un rol hegemónico en la construcción social de la realidad, por encima de institucio-
nes como la escuela o la familia (Gómez-Mompart 2009), hegemonía consolidada
desde los años de desarrollo de la sociedad de masas hasta la actualidad y, sobre todo,
“a partir de entonces se ha venido reiterando la idea de que quien controle a los me-
dios controlará la sociedad” (Monzón 2001, 24).

3.2 De la opinión publicada a la opinión pública: revisión de los “clásicos”

En nuestra sociedad, las “masas” tienen una importancia significativa. La prensa, en


un primer momento, y luego los medios audiovisuales y digitales fungen, tal como
se mencionó ut supra, como grandes instrumentos creadores de opinión pública y
de públicos opinantes. Según Habermas (2002, 167), es en esta sociedad de masas
donde nace la opinión pública:

ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 139-157


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Sabina Civila de Dios, Luis M. Romero-Rodríguez e Ignacio Aguaded

La prensa de opinión, como institución de la discusión del público, se preocupa


primariamente por afirmar su función crítica. Solo con la consolidación del Estado
burgués de derecho y con la legalización de una publicidad políticamente activa se
desprende la prensa raciocinante de opinión; está ahora en condiciones de remover
su posición polémica y atender a las expectativas de beneficio de una empresa co-
mercial corriente.

El concepto de opinión pública es ambiguo, difícil de delimitar y siempre proble-


mático. No obstante, pocos conceptos han creado un interés social y político, y por
supuesto un debate intelectual tan intenso como el que ha suscitado el concepto de
opinión pública (Rubio 2009).
La esfera o el espacio de la opinión pública no pueden entenderse como institu-
ción y, ciertamente, tampoco como organización, pues no es un entramado de nor-
mas con diferenciación de competencias y roles o con regulación de las condiciones
de pertenencia. Tampoco representa un sistema, pues permite trazados internos de
límites, pero se caracteriza por horizontes abiertos, porosos y desplazables hacia el ex-
terior. El espacio de la opinión pública, como mejor puede describirse, es como una
red para la comunicación de contenidos y tomas de postura; es decir, de opiniones y
en ellas los flujos de comunicación quedan filtrados y “sintetizados de tal suerte que
146
se condensan en opiniones públicas agavilladas en torno a temas específicos” (Haber-
mas 1998, 440).
En La espiral del silencio, Nöelle-Neumann (1977) afirma que en las sociedades
la opinión pública es aquella línea de pensamiento de mayor presencia social. Las
opiniones públicas circulan a modo de espiral, agrupando los puntos de vista más
compartidos y silenciando a las opiniones minoritarias. Según la teoría de la citada
autora, se habla más claro y se defienden más las ideas cuando se percibe que éstas re-
presentan las de la mayoría y lo que será socialmente aceptado; y, a la inversa, se tiene
tendencia a callar cuando se percibe el poco seguimiento de sus opiniones o cuando
se detecta el rechazo social.
El estudio de la opinión pública ha de tomar en consideración “lo que opina la
gente, cómo formamos nuestros pensamientos acerca de los asuntos públicos, cómo
los transmitimos a los demás y cómo las opiniones que circulan entre las personas
llegan a ser una parte sustancial de la realidad social” (Mora 2005, 23). Las opiniones
no surgen de la nada, sino que son el resultado de uno o varios procesos de forma-
ción. Según Sartori (2005, 77), existen tres modalidades de procesos de formación
de la opinión pública:

1. Un descenso en cascada desde las élites hacia abajo.


2. Una agitación desde la base hacia arriba.
3. Una identificación de grupos de referencia.

Páginas 139-157 ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065


ÍCONOS 67 • 2020
El lenguaje como creador de realidades y opinión pública

Por su parte, de acuerdo con Price (1988), el proceso por el cual los individuos se
deciden por una opinión colectiva concreta consiste en:

a) Dinámica de la toma de decisión en un grupo: la discusión o polémica dentro de


un grupo de personas hace que los miembros del grupo intervengan en la discu-
sión, establezcan su opinión sobre el asunto o cambien de pensamiento.
b) Debate público en entornos sociales mayores: en este caso, el análisis es mucho
más difícil dado que los factores conducentes a una opinión son mucho más
amplios: el papel de los medios de comunicación es aquí de especial relevancia,
tanto por introducir comunicaciones prejuiciadas en el debate como porque
acaban implicándose activamente en el debate, sin limitarse a ser portadores de
información.

El ámbito en el que se desarrolla la opinión pública es el espacio público definido


como “el marco mediático gracias al cual el dispositivo institucional y tecnológico
propio de las sociedades postindustriales es capaz de presentar a un público los múl-
tiples aspectos de la vida social” (Ferry y Wolton 1992, 19). En esta línea, de acuerdo
con Prada et al. (2005), la creación de la opinión pública –con especial énfasis en
147
torno a los extranjeros– se nutre de varios ingredientes:

• En primer lugar, por la experiencia directa de la relación personal con las personas
migrantes.
• En segundo lugar, a través de las imágenes que se transmiten en los medios de
comunicación, en especial en la televisión y los periódicos de ámbito estatal.

Sin embargo, según Habermas (1998, 444-445): “Las opiniones públicas pueden
manipularse –generalmente bajo ejercicios de tergiversación informativa–, pero ni
pueden comprarse públicamente ni tampoco arrancárselas al público mediante un
evidente ejercicio de presión pública”.

3.3 El revulsivo de las TIC en la formación de la opinión pública

En los últimos cinco siglos, diversas tendencias y acontecimientos han determinado


el desarrollo de la opinión pública en el contexto conformador de las democracias
modernas. Nos referimos, en esencia, a la introducción de un conjunto de nuevos
paradigmas en el horizonte cultural de Occidente que transformaron la noción del
individuo y su relación con el entorno.

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Entre los más importantes podemos mencionar la aparición de la imprenta y la


consecuente socialización de la lectura y la escritura, las revoluciones ideológicas,
sociales e industriales, la expansión del capitalismo, la formación de los Estados mo-
dernos frente al ocaso del absolutismo y, recientemente, el surgimiento de la sociedad
de masas, la aceleración de los fenómenos de urbanización, el auge de las democracias
representativas, el incremento del poder de la prensa y los medios de comunicación
de masas, el desarrollo de las TIC y “los complejos procesos de globalización econó-
mica y cultural” (Vizcarra 2005, 3).
La prensa, la radio y la televisión han sido, durante muchos años, los únicos
medios de comunicación a través de los cuales conocíamos al mundo, pero hoy este
monopolio es compartido en el nuevo escenario digital con otros medios y tecnolo-
gías móviles (Aguado y Martínez 2008). En los últimos lustros se aprecia una cierta
ruptura en esa hegemonía de los medios de comunicación convencionales en la con-
formidad de la opinión pública (García 2010). Así pues, el uso, apropiación y popu-
larización de los medios digitales afecta de forma acentuada al proceso de formación
de la opinión pública (Sartori 2002).
Todo este universo de “mediamorfosis” (Aguaded y Romero-Rodríguez 2015) ha
puesto de manifiesto que existe un nuevo cosmos opinativo que es digital. Los me-
148 dios sociales han contribuido a democratizar la información, generando un proceso
comunicativo multidireccional que cambia de forma significativa la participación, ya
que se convierten en un “ágora virtual” donde la ciudadanía puede exponer proble-
máticas no recogidas en la agenda pública y mostrar sus opiniones de manera libre
(Alonso 2016).
De acuerdo con Alonso (2016), hasta la irrupción de internet, los medios de
comunicación tradicionales (prensa, radio y televisión) eran la única vía de acceso a
los acontecimientos, lo que les otorgaba poder para configurar a su gusto la realidad
política nacional e internacional. Sin embargo, el desarrollo de las herramientas deri-
vadas de la web 2.0 abre un nuevo abanico en el proceso comunicativo, ya que, como
afirma Baamonde (2011, 79): “Internet se ha erigido en un ágora digital donde todos
pueden participar”.
Si hasta finales del siglo pasado la opinión pública se formaba a partir de la opi-
nión publicada, es decir, de aquella que se encontraba en los medios de comunicación
convencionales (prensa, radio y televisión), en la actualidad eso está cambiando, pues
la opinión pública no se construye solo a partir de “lo que dicen los medios”, sino a
través de la “interacción con los medios” y, lo que es más importante, se construye
“al margen de los propios medios” (García 2010). Debido a esto, profesionales de la
información y ciudadanos han ocupado posiciones más horizontales en el debate pú-
blico, se ha quebrado la preponderancia del profesional como gatekeeper (controlador
de acceso) de la información, pues ésta puede también difundirse por otros canales
(Dahlgren 2018).

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El lenguaje como creador de realidades y opinión pública

Esta nueva cultura ha convertido la noticia en un relato que adquiere una pos-
terior dimensión a partir del propio uso social que se hace de ella, por lo cual, el
periodista no solo debe informar, sino que ha de asumir una responsabilidad más
directa sobre los efectos que dichas informaciones causen sobre la ciudadanía (Suárez
Villegas 2017).
Anstead y O’Loughlin (2015) afirman que con la aparición de los social media se
obliga a reinterpretar el significado de la opinión pública, más allá de la definición
tradicional y hoy más aceptada, según la cual la opinión pública es fundamentalmen-
te el conjunto de preferencias acumuladas de ciudadanos individuales, preferencias
detectadas por sondeos de opinión, de acuerdo con la perspectiva sociológica y epis-
temológica clásica de Gallup (1939) y Allport (1937).
Sin embargo, según Miyata et al. (2015, 1139), la expansión masiva de informa-
ción a través de estos nuevos medios y, sobre todo, de opiniones en torno a la infor-
mación, “amplifica los efectos de la espiral del silencio”. Otros autores han indagado
en la relación entre el clima de opinión percibido y la expresión de las opiniones pro-
pias en internet (verbi gratia, Price et al. 2006; Woong Yun y Park 2011), de modo
que el clima de opinión despierta una predisposición a hablar o a callar en la red,
siguiendo las directrices del modelo de Nöelle-Neumann (1977).
El actual ecosistema comunicativo y los hábitos de consumo, producción y di- 149
fusión de informaciones no han hecho más que aumentar el espectro, incidencia
y eficacia de la desinformación en forma de mainstreams, es decir, de corrientes de
pensamiento que transcurren por los canales digitales, convirtiéndose con meridiana
facilidad en matrices de opinión efectiva (Romero 2012; Tandoc et al. 2017).
Los movimientos de opinión mediante las redes sociales también obedecen a otro
modelo teórico tan interesante como preocupante: el modelo de los “nichos digita-
les” o “cámaras de eco” formulado por Sunstein (2009). Este modelo sostiene que
escuchamos lo que previa y selectivamente queremos escuchar, lo cual no hace sino
reforzar un sesgo cognitivo muy presente en los razonamientos cotidianos: el “sesgo
de autoconfirmación” (Baron 1998). En este sesgo cada cual se escucha a sí mismo a
través del reflejo de quienes piensan, sienten y opinan igual o de modo muy similar
en la red (Barberá et al. 2015), un efecto muy similar al ruido psicológico de la di-
sonancia cognitiva estudiada por León Festinger a mediados de la década de 1950 y
que algunos autores han advertido como una profundización de la “homofilia” y la
“asortatividad” digital (verbi gratia Valera Ordaz et al. 2018).
Hay informes que alertan que la experiencia pública ofrecida por las redes sociales
se asienta en la circulación de tópicos con un fuerte componente emocional acerca
de algún tema, aunque no son una representación fiable u opinión pública (Pew
Research Center 2013; Samuel-Azran y Hayat 2019). De acuerdo con esto, Bakir y
McStay (2017) señalan que la “economía de las emociones” expone la propagación
de las fake news, pues la capacidad de comprender mejor los sentimientos, estados de

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ánimos y emociones por parte de los creadores de contenidos aumenta de forma con-
siderable mediante los procesos de machine learning (aprendizaje mecánico o auto-
mático de los algoritmos). Esto ocurre especialmente con motivo de sucesos concre-
tos que intensifican las comunicaciones –ya se trate de un atentado, un referéndum o
un debate televisado– lo que deja ver con claridad las consecuencias más aparentes de
la digitalización de la esfera pública: en paralelo al suceso tiene lugar un debate por
medio de las redes sociales cuyos rasgos dominantes son la polarización ideológica y
la afectividad expresiva (Arias Maldonado 2016; Salcudean y Muresan 2017).
De acuerdo con García (2010), las TIC crean una sociedad “globalizada” donde se
tiende a generar igualmente una opinión “globalizada”. Pero no siempre es así, pues
“globalización” es un término utilizado actualmente en casi todos los ámbitos sociales
para indicar los procesos de integración acelerada del mundo contemporáneo (Vizcarra
2005), mientras que los grandes conglomerados mediáticos siguen controlando la ma-
yor parte de los flujos de comunicación internacional por medio de las agencias de in-
formación, por lo que siguen ejerciendo una gran influencia sobre la mentalidad social,
sirviendo de paraguas ideológico y conceptual de una opinión pública cada vez más
globalizada, al menos en relación con aquellos temas que no desean verse cuestionados.
Pero también bajo ese paraguas sobreviven diferentes niveles. En muchas ocasio-
150 nes, se producen resistencias nacionales frente a la uniformidad de la información
global, dando lugar, con el objetivo de no ser absorbido por ella, a una protección
informativa sobre todo cuando los hechos afectan la credibilidad de una nación y/o
Estado. Tampoco se puede olvidar, dentro de este complejo ecosistema, la estrategia
del encuadre (framing) que permite moldear y diseñar percepciones y opiniones para
posicionarlas en el debate real y en la opinión pública (Parenti 2001).
La aceleración del intercambio comunicativo, la explosión y banalización de los
mensajes, el consumismo acérrimo y la instrumentalización de las relaciones son, sin
duda, factores de riesgo que en un entorno digital pueden hacer perder la sensibilidad
hacia los demás y sumirnos por ello en una especie de ceguera moral virtualmente
potenciada (Bauman y Donskis 2015). Por ello, actualmente uno de los mayores re-
tos educativos de nuestra sociedad tecnológica es formar una opinión pública plural,
socialmente responsable y moralmente autónoma, capaz entre otras cosas de interve-
nir críticamente ante la propagación de bulos, manipulaciones o informaciones falsas
que enturbian la deliberación racional propia de la democracia (Bauman 2006).
En contraposición con los pensamientos de Bauman y Donski (2015), Zizi Papa-
charissi (2015, 4) explica que los nuevos medios inducen a interpretar las situaciones
“sintiéndonos como aquellos que las experimentan, incluso aunque en la mayoría
de los casos no podamos pensar como ellos”. De allí que, a su juicio, las estructuras
digitales reticulares que nos permiten expresarnos y conectarnos se caractericen por
su afectividad, dando lugar por ello a “públicos afectivos”: formaciones públicas en
red que son movilizadas mediante expresiones sentimentales.

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4. Conclusiones y discusiones

Tras el análisis de las epistemologías de la opinión pública, de cómo los medios de


comunicación designan una forma de pensamiento social, mayormente a través del
lenguaje, y de cómo las TIC han creado una nueva forma de construir la opinión
pública, surgen dos preguntas centrales que servirán para un mayor análisis crítico de
los aportes: ¿están realmente los medios de comunicación creando nuevas realidades
sociales más globalizadas y unitarias? ¿Está el concepto de opinión pública evolucio-
nando con los medios digitales? Si de algo no hay duda es que en la sociedad actual
los medios de comunicación de masas son decisivos en la formación de la opinión
pública, como se ha visto a lo largo de los epígrafes anteriores.
Se contempla la opinión pública como un fenómeno complejo, difícil de definir
y dinámico. Los medios de comunicación convencionales (prensa, radio y televisión)
utilizan el lenguaje y la unidireccionalidad para crear e influir en la opinión pública.
Al surgir nuevos modelos de comunicación, resulta menester cuestionarse una redefi-
nición de la opinión pública. Además, estos nuevos modelos crean una sociedad glo-
balizada donde se tiende a generar una “opinión globalizada” (García 2010), creando
nuevas formas de ciudadanía.
El impacto de la globalización en la ciudadanía exhibe, al menos, dos niveles muy 151
disímiles. El primero es de tipo político y cultural, y se traduce en la difusión cada
vez mayor, a escala global, de una cierta sensibilidad proclive a los valores de la de-
mocracia y el respeto a los derechos humanos, a veces asociada con lo que se ha dado
en llamar lo “políticamente correcto”. Por su parte, el segundo es de tipo comercial y
financiero. Para defenderse de estos efectos de la globalización, la ciudadanía tendrá
que asociarse globalmente con organizaciones que se movilizan, hacen noticia e im-
pactan a la opinión pública global (Hopenhayn 2001).
Se puede alegar que, en el pasado, la opinión pública era homogénea, ya que es-
taba formada por pocos medios y era unidireccional, tal y como corroboran algunos
autores a lo largo de la revisión de literatura (verbi gratia García 2010; Romero-Ro-
dríguez et al. 2015; Sopena 2008; Rubio 2009). Esto provocaba lo que es conocido
como “la espiral del silencio”, teoría desarrollada por Nöelle Neumann (1977) que
pone de manifiesto que, al haber una opinión dominante, el resto de las opiniones
son silenciadas por miedo a ser rechazadas socialmente.
Ahora bien, la comunicación de masas está siendo transformada por la apropia-
ción de internet y la web 2.0, así como la comunicación inalámbrica (Castells 2008).
Las TIC permiten integrar en un mismo marco cognitivo las diferentes maneras co-
municativas que existen en la sociedad, tanto la comunicación interpersonal como la
comunicación de masas. Junto a los medios de comunicación ya existentes, aparecen
otros desarrollados específicamente en y para internet, generadores de flujos comuni-
cativos radicalmente novedosos desde diversos puntos de vista (López-García 2005).

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De acuerdo con García (2010), en los últimos lustros se aprecia una cierta ruptura
de esa hegemonía de los medios de comunicación convencionales en la conformidad
de la opinión pública pues, con los avances de las TIC, la opinión pública no se cons-
truye solo a través de lo que dicen los medios, sino también mediante la participación
e interacción de la ciudadanía prosumidora. Así, conforme a Bauman (2006), vale
la pena apostar por una opinión pública interactiva y formada, una opinión pública
como institución social y política fundamental en la democracia, que requiere de la
formación y compromiso de los participantes, los cuales no habrían de conformarse
con el mero intercambio vertiginoso de opiniones.
Es en este punto cuando empiezan a surgir los “nuevos medios”, cuestión que se
ha pretendido resolver en la revisión teórica realizada ut supra, ¿hay un cambio en
la opinión pública como consecuencia de los nuevos medios digitales? Tras la revi-
sión de autores relevantes en el área de investigación (verbi gratia Rizo 2015; Vian y
McStay 2017; Anstead y O’Loughlin 2015), se puede afirmar que existe un cambio
epistemológico debido a dos factores: primeramente, a que hay mucha más informa-
ción y medios en los que se exponen los hechos noticiables y, en segundo lugar, a que
las personas pueden expresar su opinión y lograr ser visibles para multiplicidad de
usuarios (audiencia).
152 Teniendo esto en cuenta, se pueden defender dos teorías: por un lado, que la
opinión pública se globaliza y por lo tanto se intensifica “la espiral del silencio” y,
por otro lado, que gracias a los nuevos medios se rompe con la homogeneidad de la
opinión pública y se da lugar a nuevas formas de pensamiento. Por lo tanto, indiscu-
tiblemente hay un cambio en cómo se forma la opinión pública y en sus formas de
interacción con el discurso y el podio social.
Internet empezó como “tecnología de la libertad” (Castells 2003), como esperan-
za de un nuevo tipo de comunicación más horizontal, participativa, crítica con los
poderes establecidos, multidireccional, etc. La red inició su andadura como medio
para una nueva socialización intensificada, complemento de la tradicional, y enrique-
cedora de los vínculos de humanidad compartida; y sin duda es un nuevo cauce para
la praxis política y la movilización social. Pero tras dejar de ser una novedad y estar
instaurada por completo en la sociedad, han empezado a surgir fenómenos y vicios
como las fake news, la sobresaturación informativa y la infoxicación.1 En este sentido,
en los tiempos presentes en los que la producción de contenidos es tan alta, dispersa
y divergente, no se permite a la ciudadanía reflexionar sobre lo que se escribe, quién
lo hace o dónde se originó la idea principal (Marcos et al. 2017).
Por ello, muchos autores hablan de la importancia de la educación en los nuevos
medios de comunicación. Se debe enseñar a las nuevas generaciones a degustar aque-
llos valores radicalmente democráticos que son perfectamente deseables y aplicables
en el entorno-en-red o entorno digital: las libertades desde la responsabilidad cívica,
1 Infoxicación es un término que se utiliza para hacer referencia al daño que provoca el exceso de información.

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la igual dignidad y consideración que merecemos como interlocutores, el valor del


diálogo, el respeto activo y el compromiso solidario con las presentes y futuras gene-
raciones (Gracia y Gozálvez 2016).

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El lenguaje como creador de realidades y opinión pública

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Cómo citar este artículo:

Civila de Dios, Sabina, Luis M. Romero-Rodríguez e Ignacio Aguaded. 2020. “El lenguaje
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157
mediático”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 67: 139-157.
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.3942

ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 139-157


Libros de FLACSO Ecuador

Serie Savia Divulgación


Fundamentalismos religiosos,
derechos y democracia
Mónica A. Maher, coordinadora
Editorial FLACSO Ecuador /
Planned Parenthood Global, 2019
144 páginas

Enhorabuena la academia, con FLACSO Ecuador a la cabeza, brinda el


espacio y recopila las voces y experiencias de sus investigadoras y de
otros sectores, para abordar el impacto del fundamentalismo religioso
en la vida y en los derechos ciudadanos. Esta es una reflexión sentida y
necesaria en estos tiempos: cuestionar y mirar más de cerca el avance de
los movimientos religiosos conservadores en detrimento de la vida, la salud
y las libertades de las poblaciones más vulnerables.
Enhorabuena, también, este mismo espacio ilumina el ejercicio de la fe
basado en la solidaridad y el respeto que promueven muchos líderes
religiosos en las comunidades, una fe muchas veces invisibilizada por la
sombra del oscurantismo.

Francy Cifuentes
Planned Parenthood Global
Comunicación, patrimonio e identidad:
discurso de la prensa respecto a la Fiesta Nacional
del Cemento en Olavarría, Argentina
Communication, heritage, and identity: The media’s discourse about
the national party of cement in Olavarria, Argentina

Dra. María Vanesa Giacomasso. Becaria posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (INCUAPA UE-CONICET) y docente interina de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia
de Buenos Aires (Argentina). ([email protected]) (https://orcid.org/0000-0003-1754-877X)
Dra. Griselda Lemiez. Becaria posdoctoral de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica y
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (Argentina). ([email protected])
(https://orcid.org/0000-0002-2384-878X)
Dra. María Eugenia Conforti. Investigadora adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (INCUAPA UE-CONICET) y docente ordinaria de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia
de Buenos Aires (Argentina). ([email protected]) (https://orcid.org/0000-0003-4261-0272)
te m a s

Recibido: 23/04/2019 • Revisado: 12/06/2019


Aceptado: 30/10/2019 • Publicado: 01/05/2020

Resumen
El objetivo central del presente trabajo consiste en relevar los sentidos de identidad construidos en torno del territorio que
comprende el partido de Olavarría (provincia de Buenos Aires, Argentina), a partir de un análisis histórico que recupera el
discurso de los medios de comunicación como agentes fundamentales en la socialización y consolidación de imaginarios
sociales en la población. Para ello, se analiza la cobertura gráfica del Suplemento Especial del diario Tribuna que se publicó
con motivo de la realización de la II Fiesta Nacional del Cemento en Olavarría (1974). Se recurrió a una metodología de
análisis del discurso con el objetivo de identificar, en el relato periodístico, la manera en que se representan y se construyen
significados en relación con la identidad y el patrimonio cultural local. Los principales resultados del análisis realizado
demuestran el poder simbólico del relato mediático para construir, reforzar y reproducir una marca de identidad minera
vinculada con la industria del cemento en el partido de Olavarría, transformándose en una parte constituyente del patrimo-
nio histórico y cultural de la ciudad que se ha proyectado en el tiempo y que perdura hasta la actualidad. Se espera con este
trabajo contribuir a las discusiones acerca del rol protagónico que ha cumplido la prensa gráfica en diferentes momentos
históricos y su influencia en la identidad local.

Descriptores: análisis del discurso; diario Tribuna; Fiesta del Cemento; identidad; Olavarría; patrimonio cultural.

Abstract
The main objective of this work is to unveil the senses of identity built around the territory that comprises the Olavar-
ria party (Buenos Aires province, Argentina), based on a historical analysis which recovers the discourse of the media
as a fundamental agent in the socialization and consolidation of social imaginaries of the population. To accomplish
this task, the graphic coverage of the Special Supplement of the newspaper Tribuna, which was published for the II
National Cement Festival in Olavarria (1974), is analyzed. A methodology of discourse analysis was used to identify,
in the journalistic narrative, the way in which meanings are represented and constructed in relation to identity and
local cultural heritage. The main results of the analysis highlight the symbolic power of storytelling in the media to
build, reinforce and reproduce a mining identity brand linked to the cement industry in the Olavarria party, which has
become a constituent aspect of the historical and cultural heritage of the city, and has been projected over time and
remains alive today. This work is expected to contribute to the discussions about the leading role the graphic press has
played in different historical moments and its influence on the local identity.

Keywords: Speech analysis; daily Tribune; Cement Festival; identity; Olavarria; cultural heritage.

ÍCONOS Revista de Ciencias Sociales • n.º 67 • vol. XXIV (2do. cuatrimestre) • ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065
mayo-agosto 2020 • www.revistaiconos.ec
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.3944 • Páginas 159-174
ÍCONOS 67 • 2020

María Vanesa Giacomasso, Griselda Lemiez y María Eugenia Conforti

1. Introducción

El partido de Olavarría está ubicado en el centro geográfico de la provincia de Bue-


nos Aires, Argentina. Tiene una superficie de 7715 kilómetros cuadrados y una po-
blación que supera los 100 000 habitantes,1 distribuidos entre la ciudad cabecera y
diferentes localidades y parajes rurales2 (figura 1). Como todo territorio, no puede
comprenderse solo en términos físico-naturales, sino como una construcción socio-
cultural que forma parte de complejas redes de relaciones entre personas, cosas y
lugares (Bender 2001). En esa complejidad, se consolidan mecanismos simbólicos
mediante los cuales se demarcan y perciben los espacios, en un lapso de tiempo dado
y por una sociedad particular (Hernández Llosas et al. 2010). Desde esta perspectiva,
es posible identificar esquemas de pensamiento vinculados con significados, valores
y narrativas construidas acerca de Olavarría, que consolidan una imagen y memoria
social de sus habitantes. Esta cuestión relacionada con la identidad de un lugar pue-
de ser comprendida desde el concepto de patrimonio, el cual se entiende como una
construcción social en torno a bienes materiales (como las edificaciones y paisajes)
e inmateriales (como los saberes) que determinados grupos realizan para protegerlos
–por considerarlos de valor histórico, simbólico, artístico, económico e identitario– y
160 transmitirlos de generación en generación (Prats 2000 y 2007; García Canclini 1999;
Bonfil Batalla 2004; Ballart y Tresserras 2001).
Al respecto, en Olavarría, como parte del proceso de industrialización que atra-
vesó la ciudad en el contexto nacional, se consolidó una imagen que la identificó
como “la ciudad del cemento” (Gravano 2005). Ello se debe a la emergencia de la
industria cementera a escala nacional, a principios del XX, que repercutió en lo local
con la creación de tres principales empresas: la Compañía Argentina de Cemento
Portland en Sierras Bayas (1917) –inversión de empresarios ingleses– que comenzó
su producción en 1919 cuando tuvo su primer despacho; la empresa Loma Negra SA
(1926), propiedad del empresario argentino Alfredo Fortabat; y finalmente la em-
presa Calera Avellaneda (1932) –de capitales alemanes–, otra importante fábrica que
junto con las anteriores contribuyó a convertir a la ciudad de Olavarría en la primera
productora de cemento del país (Belini 2009). Como consecuencia de la instalación
de estas empresas, fue cada vez más necesario contar con obreros y/u otros empleados
que pudieran responder a las nuevas demandas de producción, lo que trajo aparejado
el incremento de la población local y, con ello, la construcción de barrios y vivien-
das que contaron con diversos servicios como clubes, escuelas, iglesias, proveedurías,
cine, entre otros, destinados a estas comunidades (Sierra Álvarez 1990). Se conformó
así un modelo denominado “Sistema de Fábrica con Villa Obrera”, que funcionó du-
1 Según el Censo nacional de población, hogares y viviendas de 2010, Olavarría cuenta con a 111 708 habitantes.
2 Sierra Chica, Colonia Hinojo, Hinojo, Sierras Bayas, Colonia San Miguel, Colonia Nieves, Cerro Sotuyo, La Providencia, Loma
Negra, Espigas, Recalde, Santa Luisa, Durañona, Pourtalé, Rocha, Mapis, Muñoz, Iturregui y Blanca Grande (Municipalidad de
Olavarría 2016).

Páginas 159-174 ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065


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Comunicación, patrimonio e identidad

rante el período 1940-1975, donde la esfera social y de producción –y reproducción


de la mano de obra– se encontraban estrechamente ligadas y se regían por relaciones
tanto laborales como comunitarias de tipo paternalistas (Neiburg 1988).3
Este proceso, que se consolidócon el tiempo, generó una marca de identidad para
sus habitantes relacionada con la actividad minera, alrededor de la cual se generó
también una serie de eventos sociales y festivos vinculados con dicha peculiaridad
local. Tal es el caso de la Fiesta Nacional del Cemento, realizada por primera vez en
1973, con sede en Olavarría y con el objetivo de manifestar la relevancia del cemento
como expresión industrial; de particular relieve en la ciudad, pero con fuerte impacto
a nivel regional y nacional.
El siguiente estudio tiene como objetivo central relevar los sentidos de identidad
construidos en torno del territorio de Olavarría, a partir de un análisis histórico que
recupera el discurso de los medios de comunicación como agentes fundamentales en
la socialización y consolidación de imaginarios sociales en la población. En este caso,
se analiza la cobertura gráfica del Suplemento Especial del diario Tribuna, único que
se publicó con motivo de la II Fiesta Nacional del Cemento en Olavarría en 1974,4
con el fin de identificar la manera en que se representan y construyen significados
en relación con lo local. Cabe destacar que este relevamiento se lleva a cabo en el
marco de los 100 años del Primer Despacho de Cemento Portland, conmemorados 161
en febrero de 2019.

Figura 1. Ubicación del partido de Olavarría

Fuente: Municipalidad de Olavarría 2016.

3 Este modelo no es un caso aislado, sino que se diseñó endiversas empresas industriales, en diferentes lugares del mundo, donde se llevó
a la práctica compartiendo características similares (Sierra Álvarez 1990).
4 El mencionado Suplemento Especial del diario Tribuna se encuentra disponible, solo para lectura, en:
https://issuu.com/jarabito/docs/suple2dafiestacemento1974

ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 159-174


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María Vanesa Giacomasso, Griselda Lemiez y María Eugenia Conforti

La metodología utilizada se sustenta en algunas herramientas de estudio propias


del análisis del discurso, a partir de las cuales es posible dilucidar cómo el relato
periodístico es utilizado para la producción y la reproducción de representaciones e
identidades en una coyuntura histórica determinada (Fairclough y Wodak 1997, y
a la vez para poner en escena las distintas voces y posicionamientos ideológicos en
torno a un tema. Esta perspectiva reconoce a los medios como recursos de poder
simbólico (Thompson 1997), motivo por el cual se considera aquí la centralidad
dada a particulares aspectos de la temática, así como los actores protagonistas y las
adjetivaciones y/u opiniones vertidas, que son las que permiten visualizar las repre-
sentaciones simbólicas que dicho medio transmite e instala, durante ese período,
en la esfera local.

2. Presentación del medio y Suplemento del diario Tribuna

El Suplemento aquí presentado pertenece al diario Tribuna, periódico de edición dia-


ria que funcionó en la ciudad de Olavarría durante casi 30 años (1955-1984). Cabe
destacar que se pudo acceder a estos documentos dado que se conservan en el Archivo
162 Histórico Municipal y son de acceso público.5 Para realizar un análisis discursivo del
Suplemento Especial, es necesario considerar algunas de sus particularidades. Esta
edición se publicó el sábado 2 de febrero de 1974, un día antes del inicio de la II
Fiesta Nacional del Cemento en Olavarría y su objetivo fue presentar en sociedad el
evento, a partir de enfatizar en la organización y en diversos aspectos, tales como la
participación de diferentes instituciones e invitados especiales, así como realizar una
revisión histórica y actual de la ciudad en vinculación con el evento. El Suplemento
se conforma por 11 páginas en las que se sintetizan aspectos centrales de los festejos.
Se presenta un total de 18 notas y se incluyen, además, 14 publicidades en adhesión
de diferentes empresas, comercios y entidades locales, regionales y nacionales, tales
como las propias cementeras, bancos, supermercados, cines, entre otras.
Sobre los contenidos de las notas, se destacan aquellas de presentación del evento,
detallando el cronograma de actividades sociales (cenas, bailes, elección de la reina);
culturales (concierto de la Sinfónica Nacional, recitales varios, exhibición de piezas en
el Museo Dámaso Arce); turísticas (visitas guiadas por el sector serrano y por las plan-
tas de las tres cementeras locales); y deportivas (competencias de diversas disciplinas
con referentes locales y nacionales, junto con el evento central con el automovilismo
de la categoría Turismo Nacional). Para ello, se realizan dos entrevistas centrales, una
a la representante de la Secretaría de la Comisión Ejecutiva del evento, titular de la

5 Recientemente el diario Tribuna fue digitalizado en alta calidad a partir del trabajo realizado en el marco de un proyecto de extensión
universitaria de la Facultad de Ciencias Sociales de Olavarría (Universidad Nacional del Centro de la Provincia de la Buenos Aires),
titulado “Procesos de memoria y olvido: relatos del periodismo gráfico en dictadura”.

Páginas 159-174 ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065


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Comunicación, patrimonio e identidad

Oficina de Turismo y Cultura Municipal de la época, Ida Cataldi de Gómez, y otra al


intendente municipal, Raúl Omar Pastor, también presidente de la misma Comisión.
Se hace además un fuerte hincapié en los aspectos históricos. Por un lado, en la
industria del cemento a nivel nacional para enmarcar el protagonismo de Olavarría
en la evolución del proceso de fabricación a gran escala que la ha llevado a constituir-
se en “la capital del cemento”, con el mayor volumen de producción en el país. Por
otro lado, se relatan diferentes sucesos de la historia local/nacional que el medio de
comunicación asocia a los recursos naturales locales que, antes de dar origen al asen-
tamiento de estas grandes industrias, fueron utilizados, primero, por los “primitivos
pobladores indígenas”, considerando entre ellos el uso de la sierra como “refugio de
tribus” y la talla de la piedra para la confección de herramientas y, segundo, por los
inmigrantes con el trabajo picapedrero artesanal.
Entre otros aspectos sobre los que se construye la información, se presentan las
tres firmas locales, tres empresas que se asientan en el partido de Olavarría: “Compa-
ñía de Cemento Portland” en Sierras Bayas; “Cemento Loma Negra” en la localidad
homónima; y “Calera Avellaneda” ubicada en la intersección entre ambos poblados
serranos. Se detalla y describe en cada una la cantidad de sedes que posee y su dis-
tribución en el país, algo de su historia y su situación actual. También, asociado con
la dinámica de estas tres fábricas, se detalla la sinopsis del proceso de fabricación del 163
cemento y el impacto que tiene la industria en la economía nacional.
Sobre este corpus de notas que conforman el Suplemento, se presenta a continua-
ción el análisis construido sobre los siguientes interrogantes: ¿cuál es el discurso del
medio sobre la importancia de la fiesta?, ¿cómo se relaciona con otros elementos que
marcan la identidad de Olavarría?, ¿quiénes son los protagonistas y qué lugar ocupan
en el relato?, ¿por qué se presenta a Olavarría como la “capital del cemento”?, ¿qué
recursos discursivos se utilizan en las notas para enfatizar algunos aspectos de la te-
mática?, ¿las fotos y publicidades que incluye el Suplemento contribuyen a reforzar
la identidad olavarriense?

3. Análisis del discurso de Tribuna en la construcción


de la identidad cementera olavarriense

Uno de los primeros aspectos a analizar remite al contenido general del Suplemen-
to y su vinculación con el evento. Si bien se imprime con motivo de la realización
de la II Fiesta Nacional del Cemento, es utilizado como un documento que resume
la historia de Olavarría vinculada con la industria del cemento; su auge a escala
provincial, nacional e internacional; los recursos naturales de la zona y las caracte-
rísticas de la productividad; entre otros aspectos directamente relacionados con la
actividad minera.

ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 159-174


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María Vanesa Giacomasso, Griselda Lemiez y María Eugenia Conforti

La construcción del relato se centra en una mirada verticalista de la industria, aso-


ciada principalmente a los empresarios y su modelo de organización. En este sentido,
se observa que la figura del trabajador aparece subsidiariamente relacionada con la
“obra social” que las empresas despliegan como parte de su planificación empresarial
paternalista instalada en la región, cuya base eran las estrategias políticas que los
“patrones” utilizaban para sostener su modelo económico. Por ejemplo, algunas de
estas notas lo mencionan con énfasis en diferentes partes del escrito: “La obra social
de Calera Avellaneda SA […] ha formado desde un principio un vínculo de empre-
sa-comunidad muy elogiable. La proyección de esta obra social en los ámbitos de la
vivienda, salud, cultura y deporte y una activa vida social de la comunidad que sirve,
la colocan en el más alto nivel de las organizaciones” (diario Tribuna, 2 de febrero
de1974, 9):6

Loma Negra ha puesto especial empeño en el aspecto social del hombre que está a su
servicio y contribuye a proveer riqueza al país. Así, nada se ha dejado librado al azar
y forma parte de una planificación que en los rubros vivienda, educación espiritual,
deportes y bienestar general ha contribuido al engrandecimiento de una comunidad
laboriosa (diario Tribuna, 2 de febrero de1974, 10).7
164
Del mismo modo se hace referencia a la compañía argentina de Cemento Portland
que “sirve al país como fuente de trabajo y bienestar social” (diario Tribuna, 2 de
febrero de1974, 6).8 Solo por medio de esa necesaria relación entre empresa-sociedad
se alude implícitamente al obrero, como parte de una “comunidad”, que los empresa-
rios se encargan de proteger en relación con sus intereses económicos de producción.
En otro orden, se analiza la construcción de un relato que posiciona a Olavarría
como la capital del cemento. En este sentido, se destaca que el Suplemento se inicia
con un título cuyo mensaje plantea la magnitud y el impacto de la producción ce-
mentera local y su repercusión a escala nacional: “Dadnos cemento y levantaremos
un mundo”. De ahí en adelante se expresa permanentemente la necesidad de justifi-
car a la ciudad de Olavarría como el lugar indicado para ser “la capital nacional del
cemento” y, por lo tanto, la ciudad ideal para que en ella se despliegue en 1974 la
Fiesta Nacional del Cemento.
Para su justificación, se construye el relato desde los inicios de la historia del
hombre y la relación que establece con los recursos naturales, para contarnos cómo
“la naturaleza fue abriéndose generosa a los deseos del hombre; la tierra, la piedra, los
vegetales”. En este punto, se recupera, por un lado, un discurso que remite a la dispo-
nibilidad de la piedra en Olavarríacomo recurso natural necesario para la producción

6 “Calera Avellaneda: una nueva fábrica para el país”.


7 “Loma Negra: Industria grande, nación próspera”.
8 “Cía. A. de Cemento Portland: 2 fábricas para grandeza del país”.

Páginas 159-174 ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065


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Comunicación, patrimonio e identidad

de cemento. Por el otro, “la habilidad del hombre” para aprovechar ese recurso dis-
ponible y así conformar con perspectiva histórica “una comunidad que de la piedra
sacó un imperio de potencia económica que pocos parangones tiene en la República,
dado su avance y su prosperidad”. Se destaca la labor de

miles de hombres, anónimos los más y conocidos, que han contribuido a que la obra
sea hoy maravillosa realidad. Los cuatro ciclos de la actividad económica, se han dado
idealmente en Olavarría: la naturaleza (pródiga por don de Dios), el trabajo (fecundo,
tesonero) y el capital (robusto, ascendente) y, vinculándolo todo, la empresa visionaria
(diario Tribuna, 2 de febrero de1974, 1).9

A continuación, se describe una historia de los primeros intentos del desarrollo de la


producción de Cemento Portland en Argentina, que data de 1872. El principalhito
que en ella se destaca es la “primera gran fábrica de cemento instalada en el país”
ubicada en Sierras Bayas, desde donde la industria se expandió rápidamente por el
territorio argentino. A partir de la relevancia de ser la sede de semejante aconteci-
miento, el relato amerita reconstruir la historia de Olavarría y lo que significó contar
con la disponibilidad del recurso de la piedra incluso para sus primeros pobladores,
los pueblos indígenas:
165

Desde sus lagunas a cuyas orillas hace miles de años los primitivos pobladores indíge-
nas tallaban sus armas y herramientas en piedras cuarcita, sus llanuras en las que hace
ciento cincuenta años correteaban los ñandúes y manadas de ciervos y guanacos, hasta
sus sierras refugio de tribus aucas y actualmente generadoras del magnífico presente
económico (diario Tribuna1974, 1).

Puede observarse que en esta narrativa se utiliza la versión oficial de la historia, de


carácter despectivo y discriminatorio sobre los pueblos indígenas (Bartolomé 2003;
Briones 1996 y 2004; Navarro Floria 1999), exacerbando la figura de los próceres
que construyeron la nación como es el caso del Cnel. Álvaro Barros, fundador de
Olavarría (1867):

La población de la provincia de Buenos Aires apenas llegaba la Río Salado con sus
escasos 10 000 pobladores, incluyendo la ciudad de Buenos Aires. Fue en esa época,
en 1741, que Cristóbal Cabral expedicionó hasta las tierras del actual partido de Ola-
varría donde los indios tenían sus guaridas y hasta donde nunca habían llegado por la
distancia y los tratados de paz firmados con los indios serranos (diario Tribuna, 2 de
febrero de1974, 2).10

9 “Dadnos cemento y levantaremos un mundo”.


10 “Cnel. Álvaro Barros: sobre esta piedra construiré mis sueños”.

ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065 Páginas 159-174


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María Vanesa Giacomasso, Griselda Lemiez y María Eugenia Conforti

De ahí en adelante, el relato histórico se centra en mencionar fechas concretas


de acontecimientos que marcaron el desarrollo de Olavarría y su relación con la in-
dustria de la piedra en sus escalas preindustrial e industrial, haciendo hincapié en la
intervención “heroica” de los inmigrantes en relación al avance del Estado sobre estas
tierras y sus pobladores.
Otra cuestión fundamental de las notas es que se destaca una búsqueda perma-
nente de mostrar la importancia de estas empresas cementeras para Olavarría y el
país: se difunden las siguientes ideas y mensajes: “Construimos las ciudades que usted
conoce”, pero además, “ayudamos a construir el país que usted quiere”; “Cía. A. de
Cemento Portland: 2 fábricas para la grandeza de un país [...] una gran fuente de tra-
bajo y de bienestar social” (diario Tribuna 1974, 6). Para este aspecto, aparece como
fundamento del éxito el “trabajo mancomunado de jefes y de obreros con una visión
de futuro y sorteando toda clase de obstáculos” (diario Tribuna 1974, 9).
En este marco, la fiesta también ocupa un lugar destacado en el discurso del diario,
en el cual se la presenta como la “fiesta del pueblo” caracterizada por la combinación
de aspectos artísticos, culturales, deportivos, informativos, turísticos y de homenajes,
y que culmina con el espectáculo central de coronación de la reina.
Se trata de un evento que cuenta con la adhesión de importantes empresas, asocia-
166 ciones, sindicatos y que tiene el apoyo de los vecinos y pobladores locales, además del
acompañamiento espiritual del obispo. En este sentido, se puede decir que integra a
diversidad de actores que, con distintos intereses y expectativas, se unen a partir de
una actividad común y peculiar de la ciudad. Por ello, el medio hace explícito que la
fiesta es “un acontecimiento fruto de esfuerzos mancomunados de todos los sectores
de Olavarría” (diario Tribuna 1974, 5). Desde esta perspectiva, dicha actividad festiva
puede considerarse de interés patrimonial como un bien común simbólico valorado
por la comunidad que participa por medio de distintos sectores en su planificación y
concreción, y con intenciones de preservarse y prolongarse a lo largo del tiempo. Por
eso, su denominación numérica de segunda fiesta tiende a pensar en la posibilidad de
dar continuidad a una tercera y así sucesivamente.
Como fiesta del pueblo, se explica que “pretende ser una expresión popular, alegre
y bulliciosa” mediante la cual se puede “ver a la gente feliz”, siendo su realización
“motivo de alegría popular”. En términos generales, la fiesta se considera la “progra-
mación máxima de Olavarría en materia de eventos festivos” cuyo principal objetivo
es “poner de manifiesto la relevancia del cemento como expresión industrial poderosa
del país” y “determinante del status” de la ciudad y también visibilizar “cómo vive la
gente vinculada a esta industria” (diario Tribuna 1974, 9).
Otra cuestión que se destaca en relación con la importancia de la fiesta es cómo
la misma “contribuye a mostrar las atracciones turísticas de la ciudad”, “permite dar
a conocer a Olavarría”, “trascender el mero marco de lo local” (diario Tribuna 1974,
9), teniendo este evento un fuerte potencial para visibilizar la zona y fomentar el

Páginas 159-174 ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065


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Comunicación, patrimonio e identidad

turismo local, regional y nacional. De hecho, casi 50 años después, Olavarría sigue
teniendo un principalreconocimiento fuera de la ciudad a partir de estas industrias
del cemento.
En el análisis también se identifica una serie de adjetivos que utiliza el medio a tra-
vés de los cuales se pueden visualizar las valoraciones que subyacen en las notas infor-
mativas. En las teorías de la enunciación, esta subjetividad del lenguaje se denomina
subjetivema (Kerbrat-Orecchioni 1997; Balmayor 2001), y su identificación permite
dar cuenta de las interpretaciones y simbolizaciones que, en el relato periodístico, se
otorga a determinadas acciones, espacios, sucesos y/o fenómenos de la realidad. En
este caso, al respecto del proceso de industrialización en la ciudad de Olavarría, la
industria del cemento es valorada como símbolo de “prosperidad”, “porvenir”, “gran-
deza”. En esta década, la misma se referencia como una empresa “maravillosa”, “visio-
naria” y capaz de construir una “comunidad rica y próspera en su visión de futuro”. El
fuerte hincapié en el crecimiento de la industria a través del tiempo es una constante
que, además, aparece directamente relacionada con el concepto de desarrollo local.
Olavarría se describe como una “ciudad empresaria y pujante”, con “espíritu de pro-
greso” que en su “ascendente camino” se va convirtiendo en “polo de desarrollo” y
“exponente de potencia y calidad”. El desarrollo de la ciudad, en este sentido, depen-
de del avance de la industria como “fuente de trabajo y bienestar social”. Cabe desta- 167
car la mención al “genio empresario”, en alusión a Alfredo Fortabat como conductor
de dicha industria, lo que evidencia la primacía dada a este actor social en particular,
en desmedro del resto de los involucrados en este proceso, como los trabajadores,
reforzando la idea paternalista anteriormente mencionada. Esto también se vuelve
visible en los testimonios que utiliza el diario en los que únicamente se recupera la
voz de estos empresarios, así como también de especialistas, historiadores locales que
refieren al recorrido histórico de la empresa cementera.
Por otra parte, es clara la relación discursiva que se presenta entre la industria local
y la “grandeza” y “riqueza” nacional mediante el eslogan “industria grande, nación
próspera”. En este punto, la ciudad de Olavarría aparece como epicentro de dicha
“prosperidad”.
Estos conceptos no solo se instalan a partir de la publicación especial sobre la fiesta
del cemento, sino que vienen reproduciéndose en el discurso del medio desde tiempo
atrás (décadas de 1960-1970), con la utilización de los mismos o similares adjetivos
que refieren al “mago” y “visionario Fortabat”, a la “enorme y potente”, “maravillosa”,
“grandiosa” y “pujante industria”, así como también a la “progresista” y “ciudad indus-
trial” con que se identifica a la localidad de Olavarría (Lemiez et al. 2019).
Otro de los ejes planteados intenta analizar cómo se relaciona a la “producción de
cemento” con otros elementos que marcan la identidad de Olavarría. Para ello, cabe
mencionar que, por un lado, se intenta establecer una vinculación con diversos as-
pectos que han significado, en épocas pretéritas, importantes hitos para el desarrollo

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de la actividad turística y el posicionamiento de Olavarría como una plaza relevante


a escala regional y nacional. El más destacado es el automovilismo, deporte que tuvo
su época dorada en la ciudad con la participación de los hermanos Emiliozzi en la
categoría Turismo Carretera, que atraía multitudes de todos los rincones del país (Bo-
ggi 2005). Apelar a un evento masivo y popular parecería ser, para los organizadores,
una apuesta por revivir esas épocas de gloria en las que Olavarría se vestía de fiesta de
la mano del deporte y se constituía en el destino de numerosos seguidores. Por ello
apuestan a traer otra categoría automovilística, de igual renombre que el Turismo Ca-
rretera: el Turismo Nacional, y que se convierta en una excusa para atraer multitudes
hacia esta ciudad en el marco de la Fiesta Nacional del Cemento.
De otra parte, se apela a establecer una relación entre la producción cementera y
la población inmigrante, por un lado, y la población indígena, por otro. En relación
con los inmigrantes, se enfatiza la fuerte identidad constitutiva de cada uno de los
poblados que conforman el partido de Olavarría, refiriendo, por ejemplo, al auge de
la inmigración europea asociada al trabajo de la piedra, primero artesanal (verbi gra-
tia, picapedrero en la localidad de Sierra Chica) y luego preindustrial con los hornos
caleros (en Sierras Bayas). También se hace mención al trabajo agrícola y ganadero
que realizaron los habitantes de las colonias de Alemanes del Volga en Colonia Hi-
168 nojo y Colonia San Miguel, a la vez que se alude a la importancia del ferrocarril en
el proceso poblacional del partido, otro elemento constitutivo de la identidad local/
regional. Como ya se ha mencionado, se recurre al recurso natural por excelencia de
la zona: las sierras (y por ende “las piedras”) reconociendo su uso milenario por parte
de “los primitivos” que habitaron esta zona y fueron corridos o cooptados por el Ejér-
cito nacional en su campaña de expansión de la frontera en el siglo XIX, así como en
el proceso de fundación del partido y su posterior desarrollo de la mano de la fuerza
de trabajo inmigrante. El uso de estos recursos asociados a la identidad local podría
pretender reforzar una imagen positiva de la industria, asociando su crecimiento a un
recurso natural que, de la mano de la labor humana, fue el cimiento que convirtió a
Olavarría en un territorio capital en cuanto a la producción de cemento.
Finalmente, el Suplemento incluye algunas imágenes y varias publicidades que
resultan interesantes destacar. En las fotos de la nota de tapa se muestran vistas aéreas
panorámicas del centro de la ciudad de una de las fábricas y de una voladura de una
cantera,11 también se incluye un primer plano de un horno de cocción de cemento.
Un detalle importante es que ninguna de estas fotos cuenta con epígrafe. En el in-
terior del Suplemento, las imágenes remiten directamente al contenido de las notas,
por ejemplo, se presenta a los entrevistados, los escenarios en preparación para los
festejos, las reinas salientes, materiales que conformarán la exposición del museo y el
monumento del fundador de Olavarría, Cnel. Álvaro Barros. En este sentido, sigue

11 Las “voladuras” son explosiones que se realizan a cielo abierto sobre las sierras para la extracción de materia prima (piedra), constitu-
yéndose así un pozo profundo denominado cantera.

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Comunicación, patrimonio e identidad

primando desde lo visual un recorte de elementos que interesa visibilizar ligados con,
por un lado, la fábrica y la producción y, por otro, con personalidades entrevistadas
que ocupan cargos de gobierno (vinculados con la organización de la fiesta) y/o a
materialidades que evocan a héroes de la historia, sin incluirse a obreros y vecinos
también partícipes en estos procesos.
Por otro lado, en las imágenes también se incluye un plano del recorrido que debe-
rán hacer los pilotos del Turismo Nacional el día de la carrera automovilística. Sobre
este punto cabe destacar que en esta época no existía autódromo profesional en la zona
y las competencias se realizaban en circuitos por las calles de la ciudad. En este último
caso, la imagen se considera como la más representativa del conjunto ya que es la única
que complementa y amplía la información de la nota (figura 2), a diferencia del resto
que son meramente ilustrativas y que marcan otro de los elementos identitarios de la
ciudad, asociados con este deporte y con sus referentes, los hermanos Emiliozzi.
Por otra parte, sobre las publicidades que incluye el Suplemento, se destaca que se
trata de adhesiones a la fiesta de diferentes referentes locales y nacionales. Del orden
local, se sumaron comercios y empresas de diversos rubros (figura 3), la Municipa-
lidad de Olavarría y otros sectores subsidiarios de la industria. Del orden nacional,

Figura 2. Plano del recorrido automovilístico a realizar por los pilotos 169
del Turismo Nacional el día de la carrera

Fuente: Suplemento del diario Tribuna, 2 de febrero de 1974.

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pueden mencionarse las empresas cementeras de Olavarría (figura 4) y los grandes


bancos con sede en la ciudad (figura 5), lo cual evidencia a los principales auspician-
tes y/o sectores de interés en el desarrollo de la industria local. El mensaje que estas
publicidades aportan abona también a la idea central del Suplemento de exaltar el va-
lor de la industria para el progreso y el crecimiento de Olavarría y su posicionamiento
como “capital nacional del cemento”.
Figura 3. Publicidades de comercios locales

170

Fuente: Suplemento del diario Tribuna, 2 de febrero de 1974.

Figura 4. Publicidades de las empresas cementeras

Fuente: Suplemento del diario Tribuna, 2 de febrero de 1974.

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Comunicación, patrimonio e identidad

Figura 5. Publicidades de entidades bancarias

Fuente: Suplemento del diario Tribuna, 2 de febrero de 1974.

4. Conclusiones 171

En relación con el análisis histórico sobre los elementos que construyeron la identi-
dad en la ciudad de Olavarría, a través del discurso de los medios de comunicación
se puede afirmar que en este proceso el diario Tribuna cumplió un rol fundamental
como agente facilitador para la consolidación, en la población de Olavarría, de dife-
rentes imaginarios sociales vinculados fuertemente con la industria. En el Suplemen-
to Especial de 1974, correspondiente a la II Fiesta Nacional del Cemento, el evento
se presenta como un símbolo necesario para reforzar una identidad local asociada
directamente con la actividad económica minera y cementera.
En este sentido, se pudo observar que en el relato se destaca la justificación de
la realización de la fiesta en la ciudad por considerar a “Olavarría la capital del ce-
mento”, ya que se proyecta como “el referente” a escala nacional. Esta construcción
se basó, a lo largo de la historia, en el potencial recurso natural de la piedra, pero
principalmente en la capacidad de explotación de dicho recurso que tuvieron tanto
los primeros habitantes indígenas, como los inmigrantes que llegaron en tiempos
posteriores al territorio.
En este marco, el motivo del Suplemento cobra relevancia como la expresión
máxima festiva de la ciudad en relación directa con el sector industrial, para la cual
diferentes actores de la comunidadtrabajaron en forma “mancomunada”. En este sen-
tido, se pudo identificar en la construcción del relato del diario cierta pretensión de
visibilizar en el discurso una idea de “comunidad” como “unidad común”, es decir,

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en términos armónicos. Este discurso no se estaría adscribiendo a una noción que su-
pera esa idea limitada y entiende a las comunidades en tanto redes de personas cuyo
sentido de identidad o vinculación surge de una relación histórica compartida, arrai-
gada en la práctica y en la transmisión de su patrimonio, o en su compromiso por el
mismo (Waterton y Watson 2011). No se trata de entidades uniformes, sino que es
intrínseco a su conformación la heterogeneidad, diversidad y el no ser una unidad co-
mún (“común unidad”), homogénea, estática y carente de conflicto (Crooke 2010).
Así, se podría relacionar el relato “sin conflictos” del diario Tribuna con el contexto
socioeconómico de la época, ya que a la hora de analizar la voz y participación de
los diferentes actores sociales en el Suplemento se observa una mayor visibilización y
protagonismo de los dueños, directivos y jerárquicos de las fábricas, en relación con
los obreros y sus familias, los cuales no ocupan un espacio en esta publicación, sino
que su rol es invisibilizado y/o despersonalizado, ocupando una mera mención al in-
terior del concepto de “comunidad”. Esto daría cuenta de una mirada verticalista que
se condice con el modo de producción y el modelo social de tipo paternalista vigente
en ese contexto (Lemiez 2012).
En suma, queda comprobado en el análisis realizado el poder simbólico del re-
lato mediático para construir, reforzar y reproducir una marca de identidad minera
172 vinculada a la industria del cemento en Olavarría, transformándose en una parte
constituyente del patrimonio histórico y cultural de la ciudad, que se ha proyectado
en el tiempo y que perdura hasta la actualidad.

Apoyos

Esta investigación fue financiada con fondos provenientes de la Agencia Nacional de


Promoción Científica y Tecnológica (ANPCyT) de Argentina por medio del proyec-
to PICT 0551/16 titulado: “Investigación, gestión y significación social del patri-
monio cultural en el centro de Buenos Aires y centro-este de San Luis”, dirigido por
María Luz Endere.

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174

Cómo citar este artículo:

Giacomasso, María Vanesa, Griselda Lemiez y María Eugenia Conforti. 2020. “Comu-
nicación, patrimonio e identidad: discurso de la prensa respecto a la Fiesta Nacional del
Cemento en Olavarría, Argentina”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 67: 159-174.
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.3944

Páginas 159-174 ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065


El proceso de sindicalización de los gremios
policiales en Uruguay
The unionization process of police
unions in Uruguay

Dra. Sabrina Calandrón. Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones


Científicas y Técnicas (Argentina). ([email protected])
(https://orcid.org/0000-0002-8758-8972)
Dr. Santiago Galar. Docente, Universidad Nacional de La Plata (Argentina). ([email protected])
(https://orcid.org/0000-0002-0604-9724)
Dra. Mariana Da Silva Lorenz. Becaria Fulbright, The New School (Estados Unidos).
([email protected]) (https://orcid.org/0000-0002-7208-9337)
te m a s

Recibido:13/05/2019 • Revisado: 23/08/2019


Aceptado: 03/02/2020 • Publicado: 01/05/2020

Resumen
En 2006, formalmente la Policía Nacional de Uruguay obtuvo el derecho a sindicalizarse. Este derecho tuvo
como precedente un intenso proceso de intervención de la Policía en la arena pública. Teniendo en cuenta el
contexto regional, el objetivo de este artículo es analizar las dimensiones vinculadas con la sindicalización de
la Policía uruguaya, atendiendo especialmente a las herramientas políticas desarrolladas y a las diversas ads-
cripciones gremiales que este proceso contiene. Entre los principales resultados, esta investigación evidencia
que el modelo sindical habilitado desde las esferas políticas –que dista de ser el del sindicato “único y por
rama”– posibilita la fragmentación y diversificación de organizaciones que conviven, se asocian o se disputan
el poder de acuerdo con las circunstancias y el posicionamiento político frente al Gobierno de turno. Este
trabajo se realizó con una metodología cualitativa y exploratoria, esto último como derivación de la ausencia
de investigaciones anteriores sobre el tema. Se realizaron entrevistas en profundidad con informantes clave
y se reveló información de dos diarios (período 2015-2018) que permitieron reconstruir hechos y dar voz a
actores significativos. Finalmente se registraron sitios web institucionales de los sindicatos, complementando
esta información con leyes y decretos relacionados con temas surgidos del análisis del corpus.

Descriptores: agremiación, Policía, política, protestas, sindicatos, Uruguay.

Abstract
The National Police of Uruguay obtained the right to unionize in 2006. This right was obtained after an
intense intervention process of the Police in the public arena. With the regional context considered, this
article seeks to analyze the unionization dimensions of the Uruguayan Police, paying close attention to
the political tools developed and the diverse union affiliation in this process. Among its key results, this
research highlights how the union model, which has been created by political sectors and is very different
from the “trade union”, makes the fragmentation and diversification of organizations possible. These
organizations coexist, associate with each other, and contest power according to the circumstances and
the political opportunities present with the incumbent government. This research was conducted with
a qualitative and exploratory methodology due to the lack of previous studies on this topic. In-depth
interviews with key informants were conducted, and the information from two newspapers (2015-2018
period) made it possible to reconstruct facts and to give voices to important actors. Finally, institutional
websites from unions were registered, which were complimented with information about laws and decrees
related to the themes of analysis of the corpus.

Keywords: Guild; police; policy; protests; unions; Uruguay.

ÍCONOS Revista de Ciencias Sociales • n.º 67 • vol. XXIV (2do. cuatrimestre) • ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065
mayo-agosto 2020 • www.revistaiconos.ec
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.3963 • Páginas 175-194
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Sabrina Calandrón, Santiago Galar y Mariana Da Silva Lorenz

1. Introducción

La República Oriental del Uruguay cuenta con la Policía Nacional de Uruguay, una
fuerza de seguridad compuesta por alrededor de 30 000 funcionarios y funcionarias
abocados a diversas tareas operativas y administrativas. De ellos, menos de 20 000
tienen estado policial. La fuerza se encuentra organizada en Jefaturas de Policía ubi-
cadas en cada uno de los 19 departamentos en los que se divide el país. La Policía
Nacional de Uruguay tiene a su cargo mantener el orden público, prevenir delitos y
ser auxiliar de la justicia. El personal policial, conforme a la Ley Orgánica vigente,1
se distribuye en dos escalas: una de oficiales, que incluye cadetes, oficiales subal-
ternos, oficiales jefes y oficiales superiores, y una escala básica, que incluye al resto
del personal policial. En la actualidad, siguiendo los datos aportados por Paternain
(2014), Uruguay posee una de las tasas de cantidad de policía por habitantes más
altas del mundo: un efectivo cada 144 habitantes. De los 30 000 funcionarios, cerca
de 22 000 se dedican a labores estrictamente policiales, es decir, un efectivo cada 155
habitantes, una tasa más alta que el promedio europeo y latinoamericano.
Según el trabajo realizado por Vila (2012), la Policía uruguaya atravesó tres fases
fundamentales. La primera se remonta a sus orígenes, caracterizada por una fuer-
176 te impronta clientelar con puestos directivos ocupados por figuras partidarias y una
estructura organizativa de carácter feudal. La segunda fase combinó los impulsos de
profesionalización con el autoritarismo reinante en el país, incluyendo la época de la
dictadura cívico-militar. Entonces se estableció un sistema de carrera y un reglamento
de disciplina. Según el autor, salvo pequeñas modificaciones, las jurisdicciones policia-
les y la organización funcional de la Policía Nacional de Uruguay instauradas con la
dictadura perduran en la actualidad. La tercera fase abarca el período que se abrió con
la recuperación democrática en 1985. En estos años, según la perspectiva del autor, la
Policía navegó bajo la bandera de la “resistencia corporativa”. Durante esta época, se
transfirieron responsabilidades de seguridad y vigilancia al sector privado, se dificultó la
renovación generacional, se empobrecieron los salarios y se retrocedió en los niveles de
formación, pero también se realizaron esfuerzos para revertir estas tendencias.
La Policía Nacional de Uruguay depende del Ministerio del Interior, órgano de
conducción política de la seguridad. Este organismo concentra diversas funciones: la
prevención, el control e investigación de delitos e incendios, la vigilancia de las rutas
nacionales y la custodia y tratamiento de adultos/as privados de la libertad. En 2008,
durante una de las gestiones del Frente Amplio, se formalizó el Esquema Integral de
Seguridad Ciudadana con la participación de cuatro ministerios y dos oficinas de la
Presidencia encargadas de la coordinación de acciones.2 Posteriormente, en 2011,
1 Ley 19 315. Acceso en abril de 2019. http://www.impo.com.uy/bases/leyes/19315-2015
2 El Frente Amplio es una fuerza política fundada en 1971 como fruto de la coalición de diversos partidos políticos de izquierda. Tabaré
Vázquez, primer presidente del Frente Amplio, gobernó entre 2005 y 2010, y también lo hace en la actualidad, con mandato entre
2015 y 2020. José Mujica, también del Frente Amplio, gobernó entre 2010 y 2015.

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El proceso de sindicalización de los gremios policiales en Uruguay

se creó el Gabinete de Seguridad que nucleó ministerios del Interior, Defensa, Re-
laciones Exteriores y Presidencia de la República. Dos años más tarde se modificó la
integración del Gabinete con la incorporación de carteras “sociales”, momento que
se caracterizó por un documento de diagnóstico sobre la violencia denominado “Es-
trategia por la vida y la convivencia”.3
En relación con la pregunta que guía nuestra investigación sobre las dimensio-
nes del proceso de sindicalización policial, es importante situar al caso de la Policía
Nacional de Uruguay en el contexto regional. En Argentina, país vecino con una
historia política en muchos aspectos compartida, la libertad sindical policial es obsta-
culizada por el poder político aduciendo la matriz militarizada de las policías, por el
temor a la partidización y por considerar la seguridad como un servicio público esen-
cial (Rodríguez Alzueta 2014). La negación del derecho colectivo a la sindicalización,
además, fue avalada por la Corte Suprema de Justicia en un reciente fallo judicial.4 En
Brasil, aunque restringidos en lo concerniente al derecho a huelga, los/as agentes de
la Policía Civil disponen de derechos sindicales en tanto es reconocida su condición
de trabajadores estatales. Los miembros de la Policía Militar de Brasil, en cambio, tie-
nen prohibido sindicalizarse y participar de protestas, cuestión que no ha impedido
la conformación de organizaciones y la convocatoria a movimientos huelguísticos,
como han documentado Rabelo de Almeida (2011) y Cardoso Alves (2013). Carabi- 177
neros de Chile, finalmente, constituye una fuerza militarizada que, con base en este
argumento, tiene prohibida la sindicalización. Canadá, Estados Unidos, Inglaterra y
los países de la Unión Europea cuentan con sindicatos policiales. También Uruguay,
el único en América Latina, pues Brasil solo reconoce a la Policía Federal. Ninguno
cuenta con derecho a huelga.
El objetivo del presente artículo, teniendo en cuenta este contexto regional,
es analizar dimensiones vinculadas con la sindicalización de la Policía uruguaya,
atendiendo especialmente a las herramientas políticas desarrolladas y a las diversas
adscripciones gremiales. En este marco, concretamente nos preguntamos por las
formas y alcances que adquirió el proceso de sindicalización de la Policía uruguaya,
así como por las características de esta fuerza de seguridad que este proceso permite
visualizar.
En términos teóricos, consideramos que las dinámicas que han desarrollado los
sujetos que son parte de la Policía –en relación con el Estado y con otros sujetos de la
sociedad– en el establecimiento de conocimientos, habilidades y relaciones que defi-
nen la acción de la Policía son propias del proceso de profesionalización. Siguiendo
3 “Estrategia por la vida y la convivencia”. Acceso en abril de 2019.
https://medios.presidencia.gub.uy/jm_portal/2012/noticias/NO_E582/Estrategia.pdf
4 El fallo validó la Ley 13 982 que dispone que los/as agentes de la Policía de la Provincia de Buenos Aires no pueden “desarrollar
actividades lucrativas o de cualquier otro tipo incompatibles con el desempeño de las funciones policiales”. Además, mencionó la
introducción realizada en 2013 a la Ley Orgánica de la Policía Federal Argentina (21 965) que prohíbe cualquier actividad gremial
de sus miembros. Acceso en 2019. https://bit.ly/2KsqwQb Para un análisis de la audiencia pública previa a este fallo, ver: Rodríguez
Games (2016).

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Sabrina Calandrón, Santiago Galar y Mariana Da Silva Lorenz

el planteamiento de González Leandri, proponemos pensar este complejo proceso


como “un sistema de competencias que pugnan por el establecimiento de jurisdiccio-
nes propias y campos de conocimiento específicos” (1999, 81) y alejarnos, al mismo
tiempo, de miradas funcionalistas o normativistas de la profesionalización que se re-
ducen a solo aspectos institucionales. Alfredo Hualde (2000) plantea en sus trabajos
que es el anclaje histórico el que debe orientar los debates acerca de las profesiones
y no un marco regulatorio general. La revisión de los estudios de las profesiones da
cuenta de críticas que permiten entender las profesiones más allá del liberalismo
económico (Panaia 2008) y asociadas con aspectos específicos como son los estudios
de género (Pozzio 2012), la relación con el Estado (Frederic et al. 2010), asociada al
oficio (Ramírez Rosales 2008) o a la composición de grupos y organizaciones (Dubar
1999). Bajo esta perspectiva colocamos el estudio de la sindicalización de la Policía en
Uruguay, esperando entender la conexión entre esta dinámica política y organizativa
con el despliegue y consolidación de la profesión policial.
Este trabajo se realizó con una metodología cualitativa y exploratoria, esto último
como derivación de la ausencia de investigaciones anteriores sobre el tema. Realizamos
entrevistas en profundidad con delegados del Sindicato Único de Policías de Uruguay
(SUPU), referentes del Sindicato de Funcionarios Policiales de Montevideo (SIPFOM)
178 y con un policía en actividad considerado informante clave. Asimismo, relevamos para
el período 2015-2018 los diarios El País y El Observador, con un total de 61 ítems de
prensa. Más allá de tratarse de dos diarios explícitamente opositores al partido de Go-
bierno, consideramos a estas fuentes pertinentes en tanto reconstruyen hechos y dan
voz a actores que son significativos para la presente investigación. Registramos, además,
páginas web institucionales de los sindicatos. Finalmente complementamos esta in-
formación con leyes y decretos relacionados con temas surgidos del análisis del corpus.

2. Antecedentes políticos para los sindicatos policiales

Durante el primer Gobierno de Julio María Sanguinetti (1985-1990), la Policía Na-


cional de Uruguay realizó una huelga que, además de otorgarle cierta atención públi-
ca a los problemas que denunciaban los agentes involucrados, tuvo como consecuen-
cia la exclusión de policías señalados como organizadores. Según Vila (2012), estas
acciones, que se enmarcan en los años posteriores al regreso de la democracia, estu-
vieron signadas por una profunda incertidumbre de cara a la organización policial.
El personal de base encontró una ventana de oportunidades políticas y se aventuró
a movilizarse en procura de reivindicaciones gremiales, fundamentalmente salariales,
pero el movimiento fue rápidamente reprimido. Tanto la inestabilidad institucional
como el temor a nuevas represalias alimentaron el contexto de demora en el que entró
el proceso de sindicalización policial.

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En el segundo quinquenio del regreso de la democracia, entre 1990 y 1995, se


desarrolló una nueva movilización con característica de huelga. La iniciativa tuvo
lugar en noviembre de 1992 y se sostuvo durante cinco días, con escenario principal
en el predio de Radiopatrulla de Prado. Luego de la manifestación, el conjunto de
los agentes de la Policía Nacional de Uruguay obtuvo aumentos salariales del 30% en
promedio, además de otros beneficios. Durante aquellos días de crisis, el Ministerio
del Interior acudió a las fuerzas militares para realizar el patrullaje en las calles de
Montevideo. Se trató de un evento político significativo que marcó la Presidencia de
Luis Alberto Lacalle (1990-1995). Los militares apoyaron la huelga policial y apro-
vecharon el contexto de inestabilidad para presionar a Lacalle a adoptar “medidas
prontas de seguridad”.5 Estos eventos, aunque con diferente grado de impacto, cons-
tituyen antecedentes de organización significativos que son retomados por los actores
que participaron del proceso de sindicalización posterior. De hecho, la intervención
pública en clave política de sectores de la Policía Nacional de Uruguay continuó en
aumento hacia finales de la década de 1990, articulándose con un reclamo por el
derecho a la sindicalización.
Los/as agentes de la Policía Nacional de Uruguay, retomando lo afirmado en la
Constitución Nacional, tenían prohibido participar de actividades políticas y ejecu-
tar actos públicos o privados de carácter político (salvo el voto). Esto constituía un 179
límite insalvable al ejercicio de los derechos sindicales por parte de los funcionarios
policiales, en particular al ejercicio de la huelga. A partir de 2005, con la llegada al
poder del Frente Amplio, la sindicalización policial fue primero tolerada de hecho y
luego regulada en el plano jurídico.6 En febrero de 2005, con el nombre de Sindicato
Único de Policías del Uruguay (SUPU), se fundó el primer sindicato que obten-
dría reconocimiento legal. En los años posteriores, se crearon otras organizaciones
de carácter sindical que llegaron a nuclear a alrededor de 20 000 policías. En 2009,
se conformó la Unión de Sindicatos Policiales del Uruguay (USIP) que se integró
al Plenario Intersindical de Trabajadores - Convención Nacional de Trabajadores,
conocido popularmente como PIT-CNT, central única de los sindicatos de todas las
ramas del Uruguay.7 En el PIT-CNT convergen diferentes variantes de la izquierda y
la centro-izquierda política, cuestión que posibilita cierta afinidad ideológica con los
gobiernos del Frente Amplio. Esta afinidad, como se verá en el caso de los gremios
policiales, genera tensiones hacia dentro y fuera de la central sindical. El único sindi-
cato policial que en la actualidad funciona por fuera de esta estructura es el SUPU,
con unos/as 5000 afiliados/as.

5 Sandra Dodera, entonces esposa de un policía que formó parte de la movilización y fue luego despedido de la fuerza, publicó en 1992
un libro sobre estos eventos titulado La huelga policial.
6 La garantía jurídica devino de la aprobación, en enero de 2006, de la Ley 19 740 (“Protección y promoción de la libertad sindical”) y,
en junio de 2009, de la Ley 18 508 (“Relaciones laborales en el sector público”). Al respecto, ver: Zapirain (2017).
7 Prácticamente la totalidad de los sindicatos en Uruguay están afiliados al PIT-CNT. Actualmente la central agrupa a más de 400 000
trabajadores/as afiliados/as.

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En 2015, varios años después de la aprobación de la sindicalización por parte


del Parlamento, se modificó la Ley Orgánica de la Policía 19 315, sumándose en su
artículo 35 la figura de la sindicalización entre los derechos laborales policiales. La
incorporación al cuerpo de la ley es, sin duda, un evento político de relevancia que
sienta las bases de la organización política como derecho. Sin embargo, en ese mismo
acto, se restringen algunas de las herramientas tradicionales de la discusión política
y gremial. Nos referimos al derecho a huelga y a la movilización, la cual solo se ad-
mite sin la vestimenta y elementos cotidianos del trabajo. En este punto, por cierto,
caben dos aclaraciones. Por un lado, que incluso en países con mayor tradición en
lo referente a la sindicalización policial, como Francia,8 el derecho a la huelga y otras
medidas sindicales se encuentran restringidos. Por otro lado, es pertinente destacar
que trabajadores/as de otras actividades, por el interés público de sus funciones, tam-
bién deben mantener servicios “de urgencia” en caso de protestas sindicales, siendo la
salud y el transporte los ejemplos típicos.

3. Hacia un mapa de organizaciones sindicales policiales

180 En Uruguay coexisten dos grandes colectivos sindicales policiales. Por un lado, el Sin-
dicato de Funcionarios Policiales de Montevideo (SIPFOM), integrante de la USIP,
organización con mayor fuerza política de las que integran la central sindical de traba-
jadores de Uruguay. Este gremio tiene una central nacional, ubicada en Montevideo,
así como delegados/as y asociados/as en los diferentes departamentos administrativos
del país. El SIPFOM asocia a policías con cargos subalternos y superiores, aunque
estos últimos no acceden a la conducción del sindicato. Patricia Rodríguez, dirigente
de ese sindicato, nos explicó por qué se generaron esas diferencias entre escalafones
al afirmar: “Acá el subalterno por muchos años fue muy doblegado por el personal
superior, fue tratado como número, se le vulneraban todos los derechos” (entrevista
a Patricia, diciembre de 2017). Por otro lado, por fuera de este armado nacional, se
encuentra el Sindicato Único de Policías del Uruguay (SUPU), una organización
con fuerte visibilidad pública conformada por policías en actividad y retirados/as,
personal de bomberos, seguridad privada, guardias de tránsito y penitenciarios/as.
Según lo expresado en las entrevistas que realizamos, es destacable en el SUPU el
componente de policías de la escala superior jubilados.
En relación con la cantidad de afiliados/as, según los datos con los que cuenta la
secretaría del SUPU, cerca del 35% de policías se encuentra sindicalizado. Los entre-
8 El sindicalismo policial francés no surgió de un proceso ordenado, sino que es el resultado de una larga historia marcada por un
contexto conflictivo. En un primer momento, la asociación policial fue la consecuencia directa de las disputas y de los reclamos
emergentes de la época que, desde finales del siglo XIX, permitieron que fueran organizándose colectivamente en torno a demandas
salariales y horas laborales con el fin de exigir una mejora de sus condiciones de vida y trabajo. Sin embargo, en sus comienzos, estas
primeras expresiones de sindicalismo policial solo concernían al Corps Commissarial (cuerpo de comisarios) bajo el Syndicat National
des Commissaires de Pólice creado en 1927. (Sobre este tema, consultar: Cindric 2001; Pabion 2016 e Urteaga 2010).

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vistados han desarrollado algunas teorías que explican este porcentaje de afiliación,
considerado de acuerdo con sus expectativas. Para ellos, los agentes policiales no
definen a su actividad como un trabajo, desalentando cualquier tipo de organización
de cara a la disputa por el cumplimiento de los derechos laborales. Los discursos insti-
tucionales, la reglamentación y algunos de los elementos que hacen a la organización
de las fuerzas de seguridad contribuyen a esa idea de una profesión permanente –una
misión, servicio o estado– que trasciende su vida pública para pautar también sus
vidas privadas. Estas instituciones intentan crear condiciones de socialización restrin-
gidas a la dimensión profesional borrando la diversidad y heterogeneidad de los indi-
viduos que la componen. Pero esto, según han documentado diversas investigaciones
empíricas (Garriga 2014; Galvani 2016; Lorenz 2017), no resulta posible en tanto el
mundo social de los policías desborda el laboral.
Uno de los referentes del SUPU identificó un momento de quiebre que marcó
diferencias entre las distintas organizaciones que nuclean a los/as funcionarios/as po-
liciales. El SUPU fue parte del PIT-CNT hasta 2010, cuando desde la central sindical
se firmó un acuerdo con el Ministerio del Interior para modificar el régimen de san-
ciones. El acuerdo establecía un descuento del 50% del día laboral por cada jornada
de sanción al policía, además de la imposibilidad de concurrir al lugar de trabajo. Más
tarde, de manera unilateral según la lectura del referente del SUPU, el Ministerio del 181
Interior dejó sin efecto ese convenio e impuso la llamada “Orden 12”. Esta Orden
establece el descuento del 100% del día de sanción, así como la obligación de asistir
al trabajo. Para Ricardo,9 el referente con quien conversamos, esta situación puso fin
a la colaboración con la central de trabajadores:
Ahí nosotros pusimos el grito en el cielo. ¿Un Gobierno que se jacta de ser progresista,
una fuerza política que peleó por los derechos de los trabajadores, un Gobierno de
izquierda, nada más ni nada menos, les impone el trabajo forzoso a los trabajadores
policiales? En 1940, el Uruguay lo había abolido. Ahora tenés que ir a trabajar y no te
pagan […] Agarramos nuestras cosas y nos fuimos para casa. Estamos por fuera de la
central de trabajadores (entrevista a Ricardo, diciembre de 2017).

Este evento, relatado por sus actuales integrantes en términos de una traición, consti-
tuyó el inicio de la independencia del SUPU. Para ellos, el suyo es un sindicato atípico
porque no tiene limitaciones en términos de jerarquías para el ingreso. Para distanciarse
de los ordenamientos jerárquicos, utilizan la categoría de “trabajadores policiales” y,
sobre ella, edifican la noción más romántica de “la familia policial”, una metáfora que
busca asociar las relaciones de parentesco con las que se construyen dentro de una
fuerza de seguridad.10 Pero, principalmente, se trata de un sindicato que, a diferencia
9 Los nombres de los afiliados a los sindicatos son ficticios con el fin de resguardar sus identidades y evitar comprometerlos, no obstante,
los nombres de dirigentes son reales ya que su visibilidad pública es parte importante para comprender el rol que ocupan en la disputa
política analizada.
10 Sobre la idea y usos de la “familia policial”, ver: Calandrón (2013).

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del SIPFOM, mantiene una autonomía del poder político que le permitiría representar
mejor los intereses de sus afiliados/as. De todos modos, Rodríguez, dirigente de SIP-
FOM, asegura: “No nos casamos con ninguna fuerza política y es la idea del sindicato:
no casarse con ninguna fuerza política porque eso te limita después la defensa del tra-
bajador” (entrevista a Patricia Rodríguez, diciembre de 2017).
La cuestión de la partidización, en relación con el Frente Amplio en el Gobierno y
como actor político que favoreció la regulación de los sindicatos policiales, es estruc-
turante del campo que aquí nos ocupa. Por un lado, que la central sindical sea afín al
oficialismo genera tensiones en el SIPFOM tanto a la hora de reclamar al Estado como
al momento de posicionarse de cara a sus afiliados/as sobre las falencias estatales. Una
fórmula para equilibrar estas tensiones es hablar de las falencias, pero en continuo diá-
logo con las autoridades y reconociendo los avances producidos en los últimos años. La
presidenta del sindicato, por ejemplo, se reunió en 2015 con el ministro del Interior
para reclamar porque “el salario es insuficiente y hace que el funcionario policial tenga
multiempleo” y por “las condiciones de trabajo, sobre todo para los compañeros de
cárceles, es insalubre” (El País 2015, 23 de marzo). Frente a este esquema, el SUPU
se muestra como independiente y autónomo del Gobierno, al tiempo que denuncia
la complicidad del SIPFOM por permitir que se perpetúen las malas condiciones de
182 trabajo. Por ejemplo, desde el SUPU se suele calificar como “humo”, como “hechos
políticos”, los resultados de reuniones entre los sindicatos que definen como “afines al
Gobierno” y el Ministerio del Interior (El País 2017b, 13 de julio).
Por otro lado, Roberto Cardozo, referente del SUPU, menciona a la “ideología”
como un motivo de discordia que provocó la fragmentación entre las entidades y ase-
gura que “la Policía se está tomando como una Policía del partido, se está haciendo
énfasis en ser gente del partido político y no hay ningún respaldo hacia el trabajador”
(Semanario Voces 2015, 2 de octubre). En un comienzo, como se señaló, el SUPU
estuvo dentro de la central sindical pero, según el referente, primó su pertenencia a la
Policía antes que al colectivo de trabajadores: “Entendimos que dentro o fuera de la
central íbamos a ser milicos”. Cabe recuperar, en este punto, primero, las resistencias
que la central obrera sostuvo al comienzo del proceso en torno a la incorporación de
policías, figuras asociadas con el ejercicio represivo, incluso al pasado dictatorial. Se-
gún Rodríguez, del SIPFOM, estas resistencias originales en la actualidad se encuen-
tran desandadas, al punto que en la actualidad el sindicato policial forma parte de
la conducción de la central obrera. Según la dirigente, fue determinante el volumen
de afiliados/as que el colectivo de policías atrajo a la central: “Entonces hoy, quieras
o no, somos uno de los sindicatos grandes dentro del PIT-CNT, cosa que también
influye en las elecciones internas de la central de trabajadores” (entrevista a Patricia
Rodríguez, diciembre de 2017).
Además, es importante destacar cierta resistencia de los actores vinculados con
la profesión policial para el ejercicio de la práctica sindical: el acompañamiento, en

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ocasiones callejero, a otras demandas de trabajadores/as integrantes de la central ge-


neraba incomodidad y contradicciones. El carácter pretendidamente apolítico de las
prácticas e intenciones de los actores, como documentó Galar (2018), es una cons-
tante en el mundo policial. La política es entendida como una sustancia ajena, sucia e
interesada en beneficios personales. Subyace a este tipo de valoraciones una narrativa
más amplia que diferencia una práctica interesada, en términos económicos, sociales
o políticos, de una práctica altruista, orientada exclusivamente a la búsqueda del
bienestar del personal policial. Esta narrativa, por lo demás, conecta con el sentido
sacrificial otorgado a la actividad policíaca, una profesión que, como decíamos, se
entiende en términos de servicio y/o misión.
Además de estas dos organizaciones sindicales de peso en el ámbito policial coexis-
ten otras, mucho más pequeñas en relación con la cantidad de asociados/as e influen-
cia política. Muchas de estas pequeñas organizaciones son departamentales e integran
la Coordinadora Nacional de Sindicatos Policiales, como el Sindicato Policial de Ca-
nelones, el Sindicato Policial de San José, el Sindicato Policial de Maldonado y Sindi-
cato Policial de Florida. En todo caso, un punto a destacar es que el modelo sindical
promovido desde el Gobierno, en consonancia con una política de “no intervención”
en relación al ordenamiento de estos actores, dista de ser el del sindicato “único y por
rama”, habilitando la fragmentación y diversificación de estas organizaciones. 183

4. Funciones, actividades y servicios

Una actividad destacada en el ámbito sindical policial, subrayada por los principales
sindicatos, es la asesoría legal para sus miembros. Como las organizaciones de perfil
sindical argentinas (Galar 2018), los gremios uruguayos disponen para sus miembros
de asesoramiento y patrocinio legal gratuito en el ámbito laboral, penal y administrati-
vo. Estas representaciones legales trabajan generalmente en la recusación de sanciones
recibidas por agentes policiales, aunque también realizan defensas de carácter penal.
La centralidad adquirida por este servicio es producto, según los funcionarios,
de la falta de protección ofrecida por el Ministerio del Interior. En este sentido,
según un informe del diario El País (2016, 19 de noviembre), desde enero de 2010
hasta octubre de 2016 fueron procesados 576 policías, el 2,4% del total de la fuerza
efectiva.11 Alaniz, un referente sindical, afirmó ante la prensa que los abogados de la
cartera ministerial “no tienen la vocación” de defender a los/as policías, por lo que
los/as agentes “prefieren abogados de sindicatos”. Luego se refirió en duros términos
a las autoridades ministeriales: “Al Ministerio no le cambia dar de baja a un oficial
11 Según este informe, en el 57% de los casos la Justicia determinó el procesamiento con la pena de prisión. Frente a esta cifra, los 38
uniformados encarcelados por homicidios son, ciertamente, una minoría, aunque la legítima defensa y el cumplimiento de la ley
también ingresan en los casos de lesiones graves. Por su lado, la corrupción, la violencia doméstica, el atentado violento al pudor, los
falsos testimonios y el desacato siguen siendo la mayoría de delitos.

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porque hay 50 haciendo cola para entrar en su lugar” (El País 2016, 19 de noviem-
bre). Con estas palabras, el referente señalaba un desprecio por la labor policial por
parte de la jefatura operativa y organizacional, en contraste con el valor personal que
para el sindicato significa cada uno/a de sus colegas. La tarea de los sindicatos en los
asuntos de asesoría legal responde a la fuerte desprotección que los/as uniformados/
as consideran que sufren por parte de las autoridades políticas.
De esta manera, los actores señalan la existencia de una institución que solo se
defiende a sí misma a expensas de expulsar injustamente a sus trabajadores/as. En
esta misma línea, en el cruce entre cuestiones operativas con las legales y los derechos
laborales, los sindicatos se consideran interlocutores con la Dirección de Asuntos
Internos de la Policía. Este sector de la institución se encarga de recibir e investigar
las causas que involucran a su personal. Desde la mirada de los referentes gremiales,
Asuntos Internos aplica de forma discrecional la ley y las sanciones. Una evaluación
que resultó interesante es aquella que encuentra mayor flexibilidad de esta oficina a la
hora de investigar a personal con cargos de jerarquía y menos con los/as subalternos/
as. Otro eje del trabajo de los sindicatos es el acompañamiento emocional o de con-
tención al personal (y su familia) luego de intervenciones de tintes traumáticos. La
presidenta del SIFPOM, Patricia Rodríguez, en declaraciones a un programa televisi-
184 vo, se refirió a su participación en las pompas fúnebres de un integrante de la fuerza,
acompañando a su familia. En esa oportunidad expresó: “El dolor de las víctimas
lo vivimos nosotros, que fuimos los únicos que estuvimos anoche en el velatorio” al
tiempo que enfatizó que la familia “estuvo muy sola”.
Otras actividades encaradas por estos colectivos se vinculan con la asistencia so-
cial, como la entrega de comida y medicamentos para los/as compañeros/as que están
“más sumergidos”, es decir, para quienes se enfrentan a mayores dificultades econó-
micas. La distribución de canastas de alimentos, actividad realizada particularmente
desde el SIFPOM, se basa en la evaluación acerca de las adversidades del contexto
económico y los magros salarios del trabajo policial. Si bien la cuestión salarial no
constituye una queja concreta, desde los sindicatos se evalúa al de los policías como
un salario bajo comparado con otros ingresos de la administración estatal y en rela-
ción con las horas de trabajo que demanda la tarea. En una línea similar, los sindica-
tos ofrecen ayuda con la atención médica y la adquisición de equipamiento para el
tratamiento de enfermedades.
Asimismo, en vinculación con esta evaluación acerca de las dificultades econó-
micas que enfrenta el personal policial, los sindicatos ofrecen servicios financieros.
Entre estos servicios se destaca el acceso a tarjetas de crédito y a descuentos en dife-
rentes comercios, principalmente de Montevideo. Como ayuda para quienes no son
propietarios/as, también ofrecen la garantía para el alquiler. Como dimos cuenta
en otros trabajos referidos a la Policía de la provincia de Buenos Aires (Calandrón y
Galar 2017), la apelación al dinero potencial en forma de créditos y deudas parece

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constituirse en ámbitos policiales como un circuito de integración de miembros que


provienen de diferentes territorios, familias, trayectorias laborales y educativas. Los
sindicatos, desde este punto de vista, parecen ser funcionales a estos mecanismos que
fijan a los miembros a la institución, que unen con deudas lo que en ocasiones no se
puede unir con vocación.
Las tareas de concientización o difusión de la situación de los policías también son
una de las funciones que los sindicatos toman como propia y llevan adelante. Estas
organizaciones se dedican a la difusión de noticias esencialmente entre el personal
policial, pero no excluyen al público en general. El SUPU cuenta con su propio
programa de televisión que, desde 2013, se emite semanalmente por la señal TVF. Es
una tarea asociada a la construcción de una comunidad, a alimentar la sociabilidad
policial y la difusión de información. La presencia de la referente del SIPFOM en los
medios de Uruguay es constante al punto que, según Patricia Rodríguez, su elección
al frente del sindicato fue una consecuencia de su capacidad para transmitir el sentir
de la familia policial y sus problemas públicos más amplios.

5. Herramientas sindicales para la manifestación pública


185
Como en toda organización sindical, como en todo espacio de defensa y demanda de
derechos, las herramientas disponibles para la disputa en la escena pública son de vital
importancia. La capacidad de analizar las condiciones de trabajo, de reclamar mejo-
ras, de visibilizar públicamente estas demandas, de ejercer la acción directa cuando
estas demandas son desoídas y de acceder a mesas de diálogo con el poder político son
elementales para los sindicatos.12 Como es sabido, los modos de la movilización calle-
jera constituyen expresiones colectivas que integran dimensiones simbólicas, prácticas
y discursivas. En este orden de cosas, ciertamente, una cuestión medular del debate en
torno a los sindicatos policiales uruguayos –y los sindicatos policiales en general– es la
posibilidad de estos actores de activar en el espacio público. En otras palabras, la discu-
sión es sobre los repertorios de lucha, en los términos de Tilly (1984), que son moral y
jurídicamente legítimos para este tipo de organización gremial.
Parte de este debate se expresa en lo dispuesto en la Ley Orgánica Policial uru-
guaya que, en consonancia general con lo dispuesto en los marcos normativos de los
países que regulan la sindicalización policial, prohíbe de forma explícita el ejercicio
de la huelga, la concentración o manifestación con armas o uniformes, y la ocupación
u obstaculización del ingreso a los lugares de trabajo. Concretamente esta Ley afirma:

[Derechos inherentes al Estado Policial]. El derecho a la sindicalización, estándole


expresamente prohibido tanto el ejercicio de la huelga como la concentración y la ma-

12 Acerca del análisis y definiciones del sindicalismo desde la sociología, consultar: Sánchez Díaz (2014).

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nifestación con armas o uniformes, o la ocupación de los lugares de trabajo, así como
impedir el libre acceso a los mismos y la obstaculización del normal desarrollo de las
actividades (artículo 35, inciso M, Ley Orgánica Policial 19 315).13

Entre las prohibiciones que nombra la Ley se destaca la imposibilidad de realizar re-
clamos en el espacio público, una práctica central en las negociaciones que entablan
las organizaciones sindicales. Los policías vinculados con los sindicatos manifiestan
la observancia de esta Ley: antes que letra muerta es una norma que citan y refieren
recurrentemente.
En nuestro trabajo de campo se manifiestan referencias sobre el modo particular
en que los actores piensan y promueven sus reclamos. Revisemos algunas de estas
valoraciones. Las organizaciones sindicales uruguayas, aunque no convocan a huelgas
o paros, realizan manifestaciones públicas de las que participan sus afiliados/as. En
la convocatoria a la acción colectiva, suelen solicitar que los/as afiliados/as asistan
sin armas ni uniformes. A este pedido se suma uno extra: que estén “de franco de
servicio”. Se busca, de esta manera, legitimar la acción colectiva de estos actores de
cara al resto del conjunto social en tanto no estarían afectando la prestación de un
servicio esencial como la seguridad. Antes de la concentración, los sindicatos envían
186 comunicados a la prensa con el objetivo de obtener cobertura mediática. Cuando es-
tas manifestaciones entran en tensión con lo prohibido por la Ley, las organizaciones
sindicales optan por no exponer a sus afiliados/as.
Los sindicatos que visitamos expresaron desacuerdo ante la imposibilidad de la huel-
ga, pero, al mismo, tiempo mostraron acatamiento a esta normativa. Si bien los princi-
pales gremios no llamaron en ninguna circunstancia a tomar una medida de este tipo,14
Patricia Rodríguez, del SIPFOM –que como se mencionó integra la central sindical
afín al oficialismo–, sostuvo que “el policía como trabajador debería tener el derecho
de huelga si lo ejerce de una manera que no pone en peligro la seguridad pública” (El
País s/f). Para mostrar los contrastes, en países donde la Policía no está sindicalizada,
la huelga policial es un modo de incidir en la política y hacer visible sus reclamos. En
Argentina, en diciembre de 2013, las policías de prácticamente la totalidad de las pro-
vincias, en tensión con la normativa que regula la actividad, demandaron públicamente
mejores condiciones salariales y laborales.15 En Brasil, por su parte, en el estado de Es-
píritu Santo, la Policía Militar realizó en febrero de 2017 una “huelga encubierta” con
las esposas de los agentes bloqueando las salidas de vehículos de cuarteles y comisarías.
Demandaban aumento de salarios, pagos extra en concepto de peligrosidad y mejoras
en las condiciones laborales. Simultáneamente, en Río de Janeiro, según la prensa local,

13 Ley 19 315 disponible online: https://www.minterior.gub.uy/images/19315.pdf [recuperada en abril de 2019].


14 En 2011, los gremios de menor tamaño nucleado en la CONASIP llamaron a un paro, aunque lograron un acatamiento muy limitado.
Los gremios mayoritarios no solo no se adhirieron al paro, sino que se dedicaron a informar sobre los riesgos y consecuencias legales
que podrían sufrir los funcionarios que paralizaran la actividad. Ver: El Observador (2011, 11 de abril).
15 Sobre estos hechos, consultar: Galar (2017).

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circularon rumores y movimientos en redes sociales sobre un posible levantamiento


de protesta durante el mundialmente famoso Carnaval de Río. Estas recientes huelgas
policiales evidencian de manera cabal la participación de estos actores en el más amplio
escenario de la conflictividad social nacional de estos países.
Los/as delegados/as de ambos sindicatos aseguran que tampoco tienen la opción de
negociar colectivamente, otra herramienta vital para el ejercicio sindical. Pese a encon-
trarse reconocido este derecho en la norma legal citada, los/as dirigentes/as aseguran que,
en los hechos, encuentran límites a esta práctica que son impuestos por el poder político.
Cardozo, referente del SUPU, afirmó en este sentido: “No puedo creer que gente que
dice que estudió tanto, y una fuerza que se dice de izquierda y democrática, imponga
y coarte el derecho a la negociación colectiva del trabajador policial” (Semanario Voces
2015, 2 de octubre). La referencia de Cardozo es a la adscripción política del Frente
Amplio en el marco del socialismo, señalando así una inconsistencia entre una identidad
política que se identifica con los/as trabajadores/as y sus derechos, con este modo de
materializar el sindicalismo policial que lo enajena de sus principales medios de lucha.
Resulta interesante entonces que los reclamos o demandas, en general, se realizan
de manera individual, incluso en aquellas causas que afectan a la totalidad del per-
sonal policial. La estrategia de los sindicatos en estos casos es hacer la presentación
con los representantes legales de las entidades y, de prosperar, reiterar la misma nota 187
para cada uno/a de quienes se ven afectados/as por la situación. Esto lleva a multi-
plicar esfuerzos por las vías administrativas y legales, mientras se restan o sacan de la
órbita de la política. Este procedimiento explica, además, el valor que la tarea de los/
as abogados/as tiene para los/as integrantes del sindicato, ya que buena parte de las
cuestiones políticas se dirimen por las herramientas del litigio.

6. Condiciones laborales y demandas sindicales

Un trasfondo fundamental, principal objetivo de debate y demanda, se vincula con la


situación salarial. Frente a las críticas que los sindicatos esgrimen por los bajos salarios
y por la informalidad de algunos pagos (que, por esto, no generan aportes jubilato-
rios), el Ministerio del Interior suele hacer hincapié en los aumentos otorgados desde
2005, cuando se iniciaron las gestiones del Frente Amplio. Desde el Ministerio, por
ejemplo, afirmaron que, en el caso de un agente recién ingresado a la Policía, el salario
aumentó 747% en los últimos 17 años (y su poder adquisitivo creció un 187,5%),
mientras que en el caso de los “agentes ejecutivos”, el salario se multiplicó por ocho
en 17 años.16 Frente a este tipo de expresiones, los sindicatos reconocen los aumentos
pero sostienen que, a su juicio, la remuneración continúa siendo insuficiente.
16 En términos nominales, según el comunicado del Ministerio, entre 2000 y 2004 el aumento de los policías fue de apenas $ 936 pesos
uruguayos, en tanto entre 2005 y 2009 fue de $ 5093 pesos uruguayos, y entre 2010 y 2014 fue de $ 14 240 pesos uruguayos. “Un
agente ejecutivo que ganaba $ 4301 en 2000, hoy recibe $ 32 072”, seguía el comunicado (El País 2017a, 16 de julio).

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Los delegados destacan el endeudamiento como una arista del problema salarial
que, según hemos documentado en otros trabajos (Calandrón y Galar 2017), tam-
bién se manifiesta entre el personal de policías en Argentina. “Los policías se endeu-
dan desde el día uno”, reflexionaba Cardozo, señalando que la administración de los
salarios, aunque individual, constituye un problema generalizado. En principio, la
compra de una parte del uniforme corre por cuenta de cada policía. Para amortiguar
este gasto, existen dos cooperativas policiales a las que acude el personal, una da prés-
tamos para la compra de accesorios y armas, y la otra presta dinero en efectivo, ambas
están manejadas por policías retirados.
Otro reclamo frecuente por parte de las organizaciones sindicales son las condi-
ciones laborales que se conectan, para sus referentes, con los elementos de trabajo con
los que cuentan los/as policías. Para Roberto Cardozo, miembro del SUPU, hubo
mejoras durante los últimos años en los elementos de trabajo provistos por el Estado,
pero de algún modo este cambio positivo perdió fuerza. “Lo que no nos dieron es
ropa para invierno, eso no dieron nada. El milico no tiene ni capa para la lluvia”,
contaba acerca del equipamiento de trabajo. Acerca de los automóviles, señaló algo
similar: “Mejoró la cantidad pero no la calidad, compraron todo tipo de porquerías”
(Semanario Voces 2015, 2 de octubre).
188 En otro orden de cosas, los sindicatos tienen en agenda el reclamo por la concre-
ción de los planes de vivienda para el personal prometidos por el Gobierno. En 2010,
se presentó por parte de los sindicatos un proyecto para hacer viviendas en terrenos
del Ministerio. Si bien la recepción fue buena al principio, al realizar el pedido formal
de cesión de los terrenos, recibieron una respuesta negativa. Según datos estimativos
del SUPU, cerca de 8000 trabajadores policiales viven en condiciones críticas y en
asentamientos. Por este motivo, según los entrevistados, el SUPU inició cooperativas
de viviendas mixtas, mitad trabajadores/as policiales y mitad civiles. En la actualidad,
estas cooperativas fueron autorizadas para empezar a edificar.
Otra cuestión que abre discusiones y pujas con el Gobierno del Frente Amplio es
el reclamo por el pago por nocturnidad. El Parlamento aprobó recientemente el pago
de un extra del 20% sobre el salario por el cumplimiento de tareas laborales después
de las 10 de la noche y hasta las seis de la mañana. Hasta el momento, el Ministerio
del Interior excluye a los/as policías de ese pago sin dar, desde la mirada de policías y
sindicalistas, demasiada explicación al respecto.
Las consideraciones sobre la insuficiencia salarial, como es de esperar en una dis-
puta gremial, se combinan con otros reclamos orientados a recomponer el salario
policial. El denominado “servicio 222”, con el que se refiere a la realización de horas
extra, es un elemento que hace al debate sobre el ingreso. Este nombre informal
deriva del artículo 222 de la Ley 13 318 que establece el servicio. En los albores del
Gobierno de José Mujica, en 2010, el Ministerio tenía identificados a 11 000 policías
que lo realizaban. El 45% tenía más de 120 horas mensuales asignadas, además de las

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El proceso de sindicalización de los gremios policiales en Uruguay

ocho diarias que cumplían en funciones públicas. En ese entonces, la cartera también
detectó que parte del horario en que los agentes hacían “222” coincidía con el que
debían estar patrullando o de guardia en alguna comisaría.17 Por estos motivos, con-
siderando que la situación afectaba el desempeño y la salud de los/as agentes, quienes
tenían muy pocas horas de descanso, el Gobierno impuso un techo de 50 horas extra
mensuales como máximo. La cartera defendió esta política argumentando que la re-
ducción de horas se compensaría con un incremento salarial. Un/a agente de segunda
que en 2010 ganaba $ 12 000 pesos uruguayos cobraba cerca de $ 25 000 pesos uru-
guayos hacia el final del quinquenio.18 Sin embargo, más allá de estos argumentos,
para los gremios el aumento salarial no alcanzó a compensar las pérdidas producidas
por la limitación del “servicio 222”. Al apoyarse en este tipo de situaciones concretas,
la demanda salarial, que es continua, adquiere renovados contornos tanto en el espa-
cio profesional como en la disputa pública de la cual participan los gremios.
Sin dudas, el tope para la realización del “servicio 222” potenció otro conflicto en
el mundo policial alrededor del denominado “servicio 223”, como se denomina al
trabajo de seguridad ilegal provisto generalmente en comercios. En pocas palabras,
frente al tope establecido por las autoridades ministeriales, los/as agentes policiales
continuaron haciendo horas extra, pero ilegalmente. Mientras esta práctica se exten-
día, la ocurrencia de una muerte avivó el debate sobre el “servicio 223”. En 2017, el 189
policía Wilson Coronel murió en un intento de asalto mientras realizaba “223” en
una pizzería de Pocitos, en Montevideo. Frente al hecho, los/as comerciantes sostu-
vieron la imposibilidad de afrontar los costos de la seguridad privada, así como sus
limitaciones en tanto los/as vigiladores/as no pueden utilizar armas de fuego. Los
sindicatos, por su parte, afirmaron que los policías no cobran una exclusividad y que
necesitan el “servicio 223”, aunque sea ilegal, para poder sustentarse (El Observador
2017, 5 de julio de 2017).
La presidenta del SIFPOM, Patricia Rodríguez, explicó en declaraciones televisi-
vas que desde el sindicato “se armó una propuesta que tiene que ver con regularizar y
no limitar el derecho al trabajo”. Advirtió además que, sin las modificaciones necesa-
rias, “los comerciantes van a seguir poniendo policías en otros rubros”: “Si vas a una
estación capaz que el pistero es policía. Es pistero pero si pasa algo va a ser policía, es
hacerse trampas al solitario que la ley quede así y que no se haga nada” (El País 2017c,
11 de julio). “Fijate que si yo hago solo 222, como puedo trabajar solo 50 horas, gano
$ 9000 pesos uruguayos; en cambio, por hacer 223, me llevó $ 50 000”, advirtió a
la prensa un policía en relación con este tema (El País 2017a, 16 de julio). Como
respuesta, las autoridades respondieron con el peso de la ley: “Cada vez de que nos
enteremos que hay un servicio 223 lo vamos a denunciar penalmente. Está prohibido
17 Paternain elabora un dato curioso: en 2009, 14 000 de los 22 000 funcionarios/as policiales ejecutivos cumplían horas “222”. En
promedio, cada uno/a realizaba 104 horas mensuales, es decir, unas tres horas y media por día en promedio, aunque casi 3600 policías
realizaban más de 150 horas mensuales. Ver: Paternain (2014).
18 Unos 730 dólares estadounidenses a la cotización de 2019.

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por ley”, dijo Jorge Vázquez, subsecretario del Ministerio del Interior (El País 2017b,
13 de julio). Por el momento, el procedimiento administrativo para los/as policías
sorprendidos/as ofreciendo “223” implica la apertura de sumarios que pueden termi-
nar en destitución. Según los sindicatos, sin embargo, se trata de un procedimiento
atípico en tanto desde 2011, cuando se puso el límite a las horas “222”, se abrieron
solamente tres sumarios.
Finalmente, un reclamo de la esfera punitiva es la aplicación de penas “más fir-
mes” a quienes matan policías y el otorgamiento de mayores posibilidades de uso de
la fuerza para los/as funcionarios/as que actúan en la calle. Estas demandas orientadas
al pedido de leyes más duras son sostenidas como si, de ejercerse, pudieran traducirse
inmediatamente en mejores condiciones para el trabajo policial. Esta condena a lo
ilegal, por cierto, se matiza en el discurso público a la hora de analizar la realización
del servicio “223”, que se busca justificar como medio para equilibrar las desventajas
económicas de los/as uniformados/as.

7. Reflexiones finales

190 Hemos tratado de abordar a lo largo de este artículo el proceso de sindicalización de


la Policía Nacional de Uruguay. En 2005, se logró el reconocimiento por parte del
Parlamento de los sindicatos policiales y se creó el primero de ellos: el SUPU. Sin
embargo, se trata de un proceso que puede rastrearse con anterioridad a esa fecha, en
las huelgas policiales de 1987 y 1992, y que se concretó formalmente con la modifi-
cación de la Ley Orgánica en 2015.
En lo que hace al mapa de las organizaciones, como hemos visto, se destacan
fundamentalmente el SIPFOM –integrante del PIT-CNT– y el SUPU, que se man-
tiene por fuera. Ambos sindicatos ofrecen servicios y sostienen demandas similares.
Entre los servicios encontramos la asesoría y patrocinio legal, el acompañamiento en
intervenciones de tipo traumático, la asistencia social y financiera. Respecto de los
reclamos, se evidencian los relacionados con el salario y las condiciones de trabajo, el
pago por nocturnidad, la regulación de los servicios adicionales, la implementación
de planes de vivienda para el personal y demandas punitivas vinculadas con “garan-
tías para trabajar” y castigar a quienes agredan al personal policial. Sin embargo,
como se remarcó, el derecho a manifestarse en la vía pública en pos de reclamar por
sus derechos, como en otros países que reconocen la sindicalización policial, se en-
cuentra altamente restringido para estos actores. No obstante, los actores difieren en
la caracterización de los procesos políticos en los que se enmarcan estas demandas.
Como se trató de mostrar a lo largo de este trabajo, la identificación partidaria o la
impugnación debido a esta identificación es estructurante en este campo, dado que
el Frente Amplio es una referencia para la central sindical, gobierna actualmente y

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El proceso de sindicalización de los gremios policiales en Uruguay

fue promotor de la regulación de los sindicatos, así como de la estructura propuesta,


que no es “única y por rama”, sino diversa, como resultado de una actitud de “no
intervención” con respecto a los sindicatos sostenida por el Gobierno.
Hasta aquí hemos tratado de dilucidar qué características adquirió el proceso de
sindicalización de la Policía uruguaya y entendemos que lo que este proceso tiene
para mostrar es una imbricación entre fuerzas de seguridad y la política. Por más que
los/as funcionarios/as intenten distanciarse de la escena política, atendiendo a las mo-
tivaciones espurias que le adjudican, se han constituido en un actor de importancia
en la misma. En estas páginas se reflexionó sobre las dinámicas que han desarrollado
los sujetos que son parte de la Policía –en relación con el Estado y con otros sujetos
de la sociedad– en el establecimiento de tareas, responsabilidades, derechos, habilida-
des y relaciones que definen la acción de la Policía. Así, los/as policías reformulan las
experiencias vividas (por ellos y por quienes demandan su intervención) y significan
la realidad, originando un campo en el que actúan y tienen injerencia. Esta forma
de desenvolverse es propia de la profesionalización tal como se la definió al inicio
(González Leandri 1999). Resulta interesante tener en cuenta que tal proceso no es
unívoco y no se consigue plenamente al lograr un aspecto formal concreto. Se trata,
en cambio, de una lógica diversa y compleja que, en su desarrollo, transforma los
límites y el peso de la profesión policial. Además de la institucionalización y los pro- 191
cedimientos formales de ingreso a la Policía, por ejemplo, la sindicalización generó
relaciones políticas, métodos de intervención en el debate público, definiciones acer-
ca de las responsabilidades policiales y visibilizó una serie de cuestiones en las que la
Policía se presenta y es vista como el sujeto legítimo a intervenir.
La sindicalización de la Policía Nacional de Uruguay sienta, sin lugar a duda, un pre-
cedente en la región, donde aún se debate sobre si otorgar o no el derecho de agremiarse
a los miembros de las fuerzas de seguridad, sobre sus riesgos y ventajas. Respecto a esto,
el proceso de sindicalización señala una paradoja política interesante de ser subrayada:
mientras el Gobierno, identificado con una orientación socialista, promueve la amplia-
ción de los derechos de los trabajadores, restringe los derechos de los agentes policiales
en tanto trabajadores. Particularmente, en lo referente a la expresividad pública de los
reclamos y las restricciones que operan en la práctica para la negociación colectiva.

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Entrevistas

Entrevista a Patricia Rodríguez, dirigente del Sindicato de Funcionarios Policiales de


Montevideo (SIPFOM), diciembre de 2017.
Entrevista a Ricardo, referente del SUPU, diciembre de 2017.

Cómo citar este artículo:

Calandrón, Sabrina, Santiago Galar y Mariana Da Silva Lorenz. “El proceso de sindicaliza-
ción de los gremios policiales en Uruguay”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 67: 175-194.
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.3963

Páginas 175-194 ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065


Organizaciones sociales y autogestión del hábitat
en contextos urbanos neoliberales
Social organizations and habitat self-management
in neoliberal urban contexts

Dra. María Carla Rodríguez. Profesora de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigadora del Conse-
jo Nacional de Investigaciones Científicas (Argentina). ([email protected])
(https://orcid.org/0000-0002-0124-5312)
Dra. María Cecilia Zapata. Profesora de la UBA e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas (Argentina). ([email protected]) (https://orcid.org/0000-0003-0580-6938)
te m a s

Recibido: 13/05/2019 • Revisado: 12/07/2019


Aceptado: 30/10/2019 • Publicado: 01/05/2020

Resumen
Este artículo analiza las características y efectos de la ejecución del Programa de Autogestión de la Vivienda (Ley 341/00)
de la Ciudad de Buenos Aires desde principio de siglo hasta la actualidad y, por medio de esta política, el derrotero his-
toriográfico de la disputa por la centralidad de los sectores populares. Para ello, el artículo problematiza la relación entre
autogestión y el derecho a la ciudad a partir de la identificación de marcos de oportunidad y limitaciones que se presentaron
en un contexto del neoliberalismo realmente existente. Se recurrió a una metodológica multi-método (cuali-cuantitativa) a
partir de la recuperación de resultados de las tesis doctorales de las autoras y fuentes primarias, mediante la aplicación de una
encuesta a 120 cooperativistas del Programa, ejecutada durante 2018. A partir de una muestra construida para tal efecto,
se logró una cobertura del 60% del total de familias involucradas en conjuntos habitados de la Ley 341 en ese momento.
Con la investigación, se verificó que la autogestión se configuró como un habilitante del habitar dignamente la centralidad
urbana por parte de los sectores populares y, a la vez, un campo en disputa por sus implicaciones y aperturas en términos de
horizonte de reorganización de las relaciones fundantes del orden social capitalista.

Descriptores: autogestión; centralidad; cooperativismo; hábitat; urbanismo; vivienda.

Abstract
This article analyzes the characteristics and effects of the execution of the Housing Self-Management Program (Law No.
341/00) in the City of Buenos Aires from the beginning of the century to the present and the historiographic course
of the dispute for the centrality of the popular sectors in this policy. To accomplish this task, the article problematizes
the relationship between self-management and the right to the city based on the identification of opportunity and
limitation frames present in a neoliberal context. Mixed methods were used in this research and primary sources and
the results of the doctoral theses of the authors, which involved a survey of 120 cooperative members of the Program
executed in 2018, were recovered. A sample created for this study covered 60% of the total families inhabiting the
areas were the Law 341 was applied. Through this research, it was apparent that self-management was configured as an
enabler of popular sectors seeking to inhabit urban central spaces. Self-management was simultaneously disputed due
to its implications and openness in terms of reorganization prospects for the founding relationships of the capitalist
social order.

Keywords: Self-management; centrality; cooperativism; habitat; town planning; housing.

ÍCONOS Revista de Ciencias Sociales • n.º 67 • vol. XXIV (2do. cuatrimestre) • ISSN: 1390-1249 • e-ISSN: 1390-8065
mayo-agosto 2020 • www.revistaiconos.ec
https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.3964 • Páginas 195-216
ÍCONOS 67 • 2020

María Carla Rodríguez y María Cecilia Zapata

1. Introducción

Este artículo reflexiona sobre las características y efectos de políticas de autogestión


del hábitat gestadas e implementadas durante el largo ciclo del neoliberalismo urbano
en la Ciudad de Buenos Aires (CABA), Argentina. Para ello, aborda la experiencia de
la Ley 341 y el Programa de Autogestión de la Vivienda de Ciudad de Buenos Aires,
cuya génesis y desarrollo está vinculado directamente con el activismo de movimien-
tos sociales urbanos recreado en el contexto de la recuperación democrática a finales
de la década de 1980 y sus posteriores modulaciones, partiendo de problemáticas
habitacionales de la población trabajadora de bajos ingresos, en barrios dotados de
centralidad y afectados por procesos de renovación urbana.
Esta investigación centra el hilo conductor del análisis en la relación entre au-
togestión y derecho a la ciudad. La primera comprendida como lógica y práctica
colectiva y organizada de producción de bienes de uso para habitar, que emerge con
matices, variaciones y dificultades en la recapitulación histórica del caso analizado; el
segundo, en términos de sus niveles de concreción como pleno acceso a la centralidad
urbana (objetiva y simbólicamente) (Lefebvre 1969).1 El análisis identifica marcos
de oportunidad y limitaciones que se presentaron en el contexto del neoliberalismo
196 realmente existente (Theodore et al. 2009).
Aunque el caso es relativamente conocido y existen diversas publicaciones –varias
de las propias autoras que hemos estudiado longitudinalmente el caso y también
desempeñando roles militantes en su implementación y defensa–, la originalidad
del presente escrito radica en la incorporación de resultados de un trabajo de cam-
po inédito desarrollado con población residente en cooperativas de la Ley 341, que
permite efectuar una recapitulación y análisis del ciclo completo, desde la génesis de
experiencias piloto que alumbraron su gestación, hasta la etapa del habitar los con-
juntos ejecutados en el marco de esta Ley y su programa operativo, el Programa de
Autogestión de la Vivienda (PAV).
En términos conceptuales, se aborda aquí la relación entre autogestión, derecho a
la ciudad y neoliberalismo urbano realmente existente, asumiendo la productividad
de la hipótesis de la urbanización total propuesta por Henry Lefebvre, con sus efectos
y alternativas (1972) (Rodríguez 2009; De Mattos 2010). Los cambios radicales que
afectaron al régimen de acumulación capitalista a partir de la Revolución Industrial,
condicionaron y acotaron el despliegue de una dinámica económica, social y terri-
torial que hizo estallar la antigua unidad de la ciudad y provocó un derrame espacial
continuo del tejido urbano, que tiende a la “extinción de los residuos de vida agraria”.
La entidad que hasta entonces había sido identificada como “ciudad”, va perdiendo
especificidad para dar paso a la sociedad urbana (Lefebvre 1972). Bajo esta dinámica,

1 No se desconocen y en otras publicaciones hemos trabajado el derrotero del concepto y sus apropiaciones y usos posteriores, pero aquí
nos interesa retomar elementos filosóficos y políticos planteados tempranamente por Lefebvre.

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Organizaciones sociales y autogestión del hábitat en contextos urbanos neoliberales

se establecieron las condiciones requeridas para impulsar la expansión geográfica y la


profundización del proceso de globalización financiarizada de la economía mundial,
en un proceso en el que paulatinamente se impuso una nueva configuración capita-
lista a escala planetaria (Michalet 2004).
En este contexto, el acceso a la centralidad urbana y la relación con la vida cotidia-
na definieron tensiones significativas para el destino de la humanidad que Lefebvre
identificó y denunció tempranamente, a partir de las consecuencias negativas de la
exacerbación de la segregación socioespacial, la fragmentación y la funcionalización
extrema que relacionó con los procesos concentradores del capital. “El derecho a
la ciudad” supone un tipo de actuación sociopolítica orientada a su recuperación,
comprendida como recuperación del habitar, del uso y goce cotidianos, renovando y
transformando las características de la vida urbana. Para Lefebvre, esto implica una
“reapropiación de las condiciones del ser humano en el tiempo, el espacio y los obje-
tos”, trascendiendo las lógicas mercantil y burocrática, una utopía orientadora y sig-
nificativa que “políticamente, no puede concebirse sin autogestión que abarque desde
la producción y las empresas hasta las unidades territoriales” (Lefebvre 1972, 184).
Nuestro análisis se basa en una estrategia metodológica cuali-cuantitativa y se nutre
de resultados de las tesis doctorales de las autoras –que permiten una recuperación lon-
gitudinal del proceso–, revisión de registros de cuadernos de notas (más ligados a roles 197
prácticos y militantes como materiales autobiográficos) y, como fuentes primarias, la
aplicación de una encuesta a 120 cooperativistas de la Ley 341, ejecutada entre enero y
abril de 2018,2 pertenecientes a nueve proyectos ubicados en diferentes localizaciones
que abarcan un universo aproximado de 600 familias (cerca del 60% del total de fami-
lias involucradas en conjuntos habitados de la Ley 341 en ese momento).
Para construir una muestra de la variedad de procesos de organización y desarrollo
autogestionario, los casos fueron seleccionados con el siguiente criterio teórico: a)
origen de la organización (si el grupo tiene su origen en un movimiento preexistente,
organización de base o política con un objetivo más amplio que la producción de
viviendas o si constituye un grupo que se formó específicamente a partir de los requi-
sitos del programa); y b) modelo de producción ejecutado (si la cooperativa asumió
de manera directa o asociada a unidades productivas autogestionarias la ejecución
de su conjunto o contrató empresas para los principales rubros de la obra). De este
modo, se abordó una pluralidad de modalidades dentro del programa con vistas a
captar variaciones y efectos diferenciados.
En cada proyecto, a partir del acuerdo con las referencias organizativas de cada
lugar, se estableció un cuoteo proporcional a la cantidad de familias residentes en
el conjunto. Se encuestaron personas que fueran el principal sostén económico del

2 En el marco del Proyecto “Alternative models of housing development programs in Buenos Aires, Argentina”, financiado por la
Universidad Johns Hopkins (dirigido por Valeria Procupez y María Carla Rodríguez) con el Área de Estudios Urbanos del IIGG y
Asociación Civil MOI, acordado con el Colectivo de Organizaciones por el Hábitat Popular.

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María Carla Rodríguez y María Cecilia Zapata

hogar, con su consentimiento informado, ubicadas en diversos pisos y localizaciones


de los inmuebles. Se aplicó un formulario de 143 preguntas (cerradas en su mayor
parte), involucrando dimensiones sociodemográficas, educativas, laborales y módu-
los referidos a participación, características de y percepciones sobre las viviendas,
conjuntos y barrios (servicios y equipamientos), características del proceso de ejecu-
ción de las obras y costos. En el siguiente cuadro se detallan los casos seleccionados
para el estudio.

Cuadro 1. Cooperativas en la Ley 341, participantes de la investigación. CABA, 2018

Proyectos cooperativos impulsados por movimientos/organizaciones


Proyecto / complejo Ubicación Entidad Viviendas

Movimiento
Monteagudo Territorial Liberación
592 326
Cooperativa
EMETELE
198

Movimiento de
Ocupantes e
- Pasaje
Inquilinos
Icalma 2007
- Pasaje
Cooperativas: 176
Icalma 2015
- La Fábrica
- Solís 1978
- Yatay
- Perú 770
- El Molino
- Perú

Organización Social y
Política Los Pibes
Lamadrid 208 35
Cooperativa
COVILPI

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Cuadro 1. (Continuación)

Proyectos cooperativos impulsados por movimientos/organizaciones


Proyecto / complejo Ubicación Entidad Viviendas
28

Federación de
Cooperativas Todos
Av. San
Juntos
Martín 2847
Cooperativa Manos
a la Obra Nueva
Imagen

Cooperativas de origen sectorial exclusivo en la necesidad de la vivienda

Virrey Loreto Asociación Civil 199


8
3761 Sembrar Conciencia

Cooperativa
Garay 324 26
Independencia

Elaboración propia.

Finalmente, en las conclusiones, se verifica que la autogestión fue un factor clave en


las posibilidades de habitar dignamente la centralidad urbana para los sectores po-
pulares y, a la vez, un campo permanentemente disputado, por sus implicaciones y
aperturas en términos de horizonte de reorganización de las relaciones fundantes del
orden social capitalista.

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2. Neoliberalismo, autogestión y ciudad

Durante las últimas cuatro décadas, el despliegue del desarrollo capitalista en su fase
neoliberal (Harvey 2007) ha producido una profunda transformación sobre las formas
de organización del territorio y de la población, redefiniendo las fronteras y áreas en que
se estructuran los nuevos centros de dinamismo del capital a escala planetaria (Bren-
ner 2004). En la actualidad, se asiste a un nuevo proceso de “acumulación primitiva”
(Federici 2010 [2004]), donde la reiniciada oleada de privatización de la tierra y otros
recursos comunales, el masivo empobrecimiento, el saqueo y el fomento de la división
de comunidades antes cohesionadas vuelven a formar parte de la agenda mundial, acen-
tuando formas de dominación más abstractas y lejanas a nuestro control, que expropian
los activos y los saberes populares, y que arrebatan o cancelan la capacidad productiva
autónoma de grandes sectores sociales. La lógica del sistema lo conduce a crecer a costa
de la depredación de la naturaleza y la explotación, la desposesión y la exclusión de gran-
des mayorías. “Para evitar su alzamiento y su protesta, se desarticulan los colectivos y se
individualizan los problemas y las soluciones. Se debilitan los Estados y se da un papel
protagónico a las ciudades, que compiten entre sí para captar los favores de los inver-
sionistas sin patria, subsidiándolos con los dineros del pueblo” (Ortiz Flores 2003, 1).
200 No obstante, el Estado continúa siendo el dispositivo fundamental tras la loca-
lización y relocalización de las personas, recursos, actividades e instituciones en la
ciudad; organizando activamente procesos de desposesión de familias trabajadoras de
bajos ingresos e implementando una potente estrategia discursiva para reinterpretar
su acción (Davidson 2008; Rousseau 2009; Herzer 2010; Díaz Orueta 2013). Mien-
tras unas pocas grandes ciudades se consolidan como los ejes de la nueva geografía
planetaria, se multiplica la “miseria” de manera inédita: incertidumbres, inestabili-
dad, nuevas formas de violencia e inseguridad, profundización de múltiples modali-
dades de segregación bajo la lógica de la exclusión, expansión excesiva de las periferias
y nueva pobreza intersticial en los centros urbanos (tomas de inmuebles, costosos
alquileres y subalquileres informales de piezas en tugurios, villas, entre otras).
Entre los escombros de esta geografía urbana neoliberal, han surgido procesos or-
ganizativos y de resistencia en numerosas ciudades, adoptando diversas modalidades
y formatos (Newman y Wyly 2006; De la Garza 2014; Casgrain y Janoschka 2013;
Delgadillo 2009; Rodríguez y Di Virgilio 2016). Entre ellas, emergió el cooperativis-
mo autogestionario de producción del hábitat (Rodríguez 2009).
En este contexto, la autogestión caracteriza el ensayo de formas de organización
asociativas basadas en relaciones sociales sin explotación donde trabajo manual e inte-
lectual, en principio, no se encuentran escindidos como premisa organizativa porque
el control y la direccionalidad del proceso de producción está en manos directas de los
trabajadores asociados, tras el objetivo de satisfacer determinadas necesidades sociales.
De este modo, la producción autogestionaria del hábitat pone en marcha procesos co-

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lectivos y organizados por sus productores/destinatarios directos que interactúan con-


tradictoriamente con la institucionalidad vigente, mercantil y estatal (Rodríguez 2009).
El derrotero histórico evidencia la estrecha relación que la autogestión tuvo, desde
sus orígenes, con el movimiento obrero, con el desarrollo de las luchas de sentido
revolucionario y con los ciclos de vida de esas luchas (de la Comuna de París a la
Guerra Civil Española). En ese curso histórico, la autogestión también formó parte
de los ensayos de vías socialistas en algunos Estados del siglo XX (como Yugoslavia,
China y Chile). Más recientemente, la autogestión impulsada a partir del Estado
también formó parte de algunas experiencias de gobiernos populares en América
Latina, mientras otra vertiente significativa la aportó la insurgencia zapatista y las
revueltas indígenas en Bolivia y Ecuador, que recuperan la vigencia de tradiciones
ancestrales de organización comunitaria, desde cosmovisiones que disputan la hege-
monía cultural occidental (Rodríguez y Ciolli 2011).3 En materia de hábitat, la Ley
Nacional de Vivienda de 1968 de Uruguay –surgida en un contexto sociopolítico
de gran movilización social, sindical y política–, dotó de un cauce institucional a
la producción habitacional autogestionaria de mayor envergadura y continuidad a
escala continental, apoyada en la emergencia y desarrollo de un movimiento social: la
Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (FUCVAM).
Las políticas que impulsan la autogestión, dentro del contexto del Estado capitalista, 201
constituyen un campo de disputa simbólico y material que expresa una actualización
explícita de la tensión del hábitat como bien de uso o como mercancía, motorizada por
la lucha social como expresión de la contingencia de un tipo de dominación basada en
una contradicción irresoluble dentro de los marcos del Estado capitalista. Las experien-
cias concretas permiten observar lo que representa dicha interacción con el Estado para
las organizaciones sociales, entre la superación del orden social vigente implícito en los
contenidos autogestionarios y su encuadramiento normalizador.

3. “Buenos Aires ciudad” neoliberal y resistencia autogestionaria

La Ciudad de Buenos Aires, como consecuencia de cuatro décadas de políticas urba-


nas neoliberales, vio reforzada su condición de ciudad central de la Región Metropo-
litana de Buenos Aires (RMBA), experimentando grandes transformaciones territo-
riales que aún hoy continúan en pleno desarrollo mediante procesos de renovación
y recualificación urbana de la ciudad construida, que involucran, en particular, su
centralidad histórica y urbana (Carrión 2005). Los gobiernos nacionales y locales
jugaron un papel relevante como gestores y habilitantes de estos procesos. La in-

3 En Cuba, fue motivo de intensas controversias y solo en las últimas décadas fue caracterizado como herramienta coherente con su
organización socioeconómica. En Venezuela, el Gobierno de Hugo Chávez lo definió como una de las formas para garantizar la demo-
cratización económica planteada en la Constitución Bolivariana.

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tervención pública se concentró en las mismas áreas –comunas 1, 4 y 8–,4 donde se


concentraron históricamente las tipologías del hábitat popular de la CABA (CEyS
2013). Las políticas habitacionales, de alcance acotado, se subordinaron al paradig-
ma privatizador y desregulador del suelo urbano, dado que no se implementaron
medidas o instrumentos específicos de regulación, producción, creación de bancos de
inmuebles o captación de plusvalías dirigidos a tornarlo accesible o mitigar los efectos
del incremento de precios (Cattenazzi y Reese 2017). La pobreza intersticial dispersa
(casas tomadas, inquilinatos, hoteles-pensión) fue persistentemente invisibilizada y
se priorizó la urbanización de villas, dinamizando el mercado informal allí donde
la precariedad y pobreza concentradas quedan enclavadas en medio de las grandes
transformaciones que impulsa el Estado5 (Rodríguez 2019).
Los procesos de resistencia gestados en este contexto contribuyeron a poner al-
gunos límites, forzaron a los gobiernos locales a gestar nuevas estrategias y prácticas
discursivas para disolverlas y, lo que resulta muy significativo, también lograron plan-
tear algunos lineamientos de disputa por la apropiación de la centralidad urbana. El
cooperativismo autogestionario de vivienda y hábitat ha jugado un papel significativo
en este aspecto, gestando y sosteniendo un proceso de creación instituyente de nor-
mativas y políticas. La Ley 341 sancionada en 2000 dio origen al Programa de Auto-
202 gestión de la Vivienda (PAV). Esta operatoria habitacional ejecutada por el Instituto
de la Vivienda de la Ciudad contempla el otorgamiento de créditos colectivos con
tasas de interés subsidiadas (entre el 0% y el 4%) y plazos de hasta 30 años de devo-
lución a organizaciones sociales para adquirir suelo, ejecutar obra nueva o reciclaje
y contratar asistencia técnica interdisciplinaria (Zapata 2017).6 De este modo, pone
en manos de los productores/destinatarios la conducción del proceso de ejecución
habitacional, habilitando un marco institucional de interacción con el Estado para
desarrollar prácticas autogestionarias. El origen de la Ley 341 y posterior implemen-
tación fue posible gracias a una confluencia de procesos que interesa señalar:

3.1 La masiva capacidad autoproductora de hábitat de los sectores populares y


su necesidad de acceder a la centralidad urbana

Durante el ciclo neoliberal, en la Ciudad de Buenos Aires, la población excluida por


el mercado y las políticas públicas, feminizada y empobrecida, produjo la ocupación
intersticial y masiva de inmuebles en plena ciudad, buscando el acceso a las oportuni-

4 Barrios en las comunas: 1 (Retiro, San Nicolás, Monserrat, Constitución, San Telmo y Puerto Madero); 4 (Barracas, Nueva Pompeya,
La Boca y Parque Patricios); y 8 (Villa Lugano, Villa Soldati y Villa Riachuelo)
5 Cerca de medio millón de personas habitan en villas, ocupaciones de edificios y hoteles pensión. Para su caracterización, ver: CEyS
(2013).
6 No tiene restricciones por nivel de ingresos familiar y reconoce como hogar al listado de personas convivientes declaradas por cada
socio/a titular, incluyendo unifamiliares.

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dades definidas por dicha localización (vivienda, trabajo, educación, salud, recreación,
entre otras) (Rodríguez 2005).
En esta configuración social y urbana, se gestaron las primeras cooperativas auto-
gestionarias de vivienda de la ciudad orientadas a su regularización dominial y rehabili-
tación edilicia, impulsadas por el Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI) (una
organización social constituida en este contexto sociopolítico “tolerante”, que expresaba
en su propia composición una confluencia de necesidades de la población ocupante con
militancia que aportaba conocimiento profesional especializado e intención de desarro-
llar una práctica política). Entre 1991 y 1998, unas 500 familias organizadas en estas
cooperativas MOI impulsaron procesos de regularización dominial ante el Gobierno
nacional, el Legislativo de la ciudad y compras de inmuebles en el mercado. Unas 200
familias, con aciertos y errores, concretaron ese objetivo –cooperativas Perú, La Unión,
Yatay, Fortaleza, Nueva Vida I y II, y Consorcio Eleodoro Lobos– en los céntricos ba-
rrios de San Telmo, San Cristóbal, Barracas y Caballito. Los militantes del MOI llega-
ban a esos edificios ocupados mediante contactos que establecían algunas familias. Im-
pulsaban tres ejes de trabajo: organización interna, gestión con el Estado y desarrollo de
contenidos específicos del proyecto. El proceso se sustentaba en reuniones asamblearias
sistemáticas y una intensa interacción cotidiana entre familias y militantes. Entre 1997
y 1999, también se ejecutó el primer reciclaje por autogestión en la Ciudad de Buenos 203
Aires, en San Telmo, límite con el barrio Puerto Madero (uno de los más suntuosos de
la ciudad). Se trataba de una antigua fábrica de hidrófugos, que Cooperativa La Unión
transformó en un conjunto de 20 viviendas cáscara, con financiamiento de un progra-
ma nacional piloto (Programa 17) a un costo un 50% inferior a los programas locales
por licitación empresarial del período. La superficie de las viviendas osciló entre los 50
y 100 metros cuadrados (Pucci 1998; Dirección Nacional de Políticas Habitacionales
2001). Ese aprendizaje “caso a caso” permitió acumular experiencia para transitar a una
práctica orientada a la generalización.

3.2 La dimensión regional latinoamericana

La Ley 341 fue alimentada por la propuesta del sistema de usuarios de la Federación
Uruguaya de Cooperativas de Viviendas por Ayuda Mutua (FUCVAM) y la partici-
pación e interacción con la Secretaría Latinoamericana de la Vivienda y el Hábitat
Popular (SELVIHP), formada en 1991 e integrada por organizaciones y movimien-
tos de diversos países que comparten la perspectiva autogestionaria de producción
del hábitat. Esta red alimentó de manera sostenida las agendas de impulso y sostén
de estas experiencias de políticas en distintos países de América Latina7 mediante su

7 Existen marcos de políticas de producción autogestionaria en Uruguay, Argentina, Chile, Brasil, Ecuador, Venezuela, Panamá, Nica-
ragua, Guatemala, El Salvador y Costa Rica.

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escuela, seminarios, encuentros, apoyo a procesos de gestión y pasantías educativas,


incluyendo a la Ciudad de Buenos Aires (Rodríguez 2009; Delgadillo 2014; Loza
2013). Esa dimensión regional latinoamericana y multicultural se expresa también
cotidianamente en la composición de las cooperativas que cuentan con una fuerte
presencia de diversas nacionalidades latinoamericanas (Perú, Chile, Bolivia, Uruguay,
entre otras).

3.3 La producción de conocimiento público en el impulso


de las políticas autogestionarias del hábitat

La producción pública de conocimiento y su interacción con los procesos de apren-


dizaje que atraviesan las prácticas autogestionarias de producción del hábitat ha te-
nido un fuerte impulso mediante distintos aportes y modalidades de la universidad
pública, la cual ha sido una matriz productora de estos procesos. Por ejemplo, varios
de los proyectos realizados en el marco de la Ley 341 son expresión de la escuela “ar-
quitectura-ciudad”,8 fundamental en sus planteos de la interacción entre conjuntos
y entorno vecinal-barrial, y muy particularmente, de la resolución de la espacialidad
204 y sus transiciones. Estas impresiones en la arquitectura autogestionaria definen ca-
racterísticas distintivas de una forma de habitar centrada en la vida cotidiana de las/
os habitantes y su participación. A su vez, la Investigación-Acción Participativa y la
Educación Popular han acompañado la conformación de los Equipos Profesionales
Interdisciplinarios (EPIs) y los procesos de adquisición de capacidades diversas en la
materialización del hábitat.

3.4 El contexto macropolítico como marco estructural


de oportunidades y restricciones

Las características del contexto macropolítico tuvieron efectos sustanciales en la di-


námica del hábitat popular de la ciudad. Durante la década de 1980, la “tolerancia”
hacia las ocupaciones de edificios fue parte del clima de recuperación democrática
(Relli 2018; Rodríguez 2005). La década de 1990 marcó una progresiva instalación
de la participación social como dimensión significativa de la institucionalidad de-
mocrática y a la vez una respuesta a la crisis de representación, producto de las po-
líticas neoliberales. En la Ciudad de Buenos Aires, esto se expresó en la sanción de

8 La escuela arquitectura-ciudad formada en la Universidad de La Plata en la década de 1960, con su mayor referencia en el arquitecto
Marcos Winograd, quien cursó varios seminarios con Henry Lefebvre, propuso una renovación de la definición del campo y sus re-
laciones. El Equipo Profesional Interdisciplinario (EPI) del MOI recreó esa perspectiva, en la cual también se formó el EPI Dolmen,
otro actor significativo (Rodríguez 2009).

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su Constitución local en 1996, que tuvo una amplia incidencia de organizaciones y


movimientos sociales. La promoción de la autogestión adquirió rango constitucional
por medio del artículo 31 referido al hábitat.9 La Ley 341, junto con otras leyes,10 fue
continuidad de ese proceso participativo, formulada por una mesa multiactoral que
funcionó a lo largo de 1999 motorizada por el MOI, la Mutual de Desalojados de La
Boca, delegados de ExAU3 y la Comisión de Vivienda de la Legislatura. Esta norma-
tiva, sancionada en diciembre de 2000, sintetizó el tránsito cooperativo desplegado
previamente por el MOI con el balance de las herramientas de gestión local –créditos
individuales– producidas en repuesta a la movilización de población en riesgo de
desalojo ante el proceso de renovación urbana iniciado en La Boca, a mediados de la
década de 1990.
La crisis de 200111 potenció la emergencia de organizaciones autogestionarias
(empresas recuperadas, cooperativas de trabajo y de vivienda, bachilleratos popu-
lares, entre otras) que interactuaron con el Estado para obtener transformaciones
institucionales y diversos recursos para su desarrollo. En este contexto, la Ley 341 y
su programa operativo –el PAV– fue apropiada por un amplio espectro de organiza-
ciones, movimientos, partidos políticos y cientos de familias ocupantes e inquilinas,
constituyéndose un escenario multiforme y diverso de 534 cooperativas (unas 12 000
familias) que se inscribieron al Programa para acceder a la vivienda. En términos ge- 205
nerales, la autogestión pugnaba por diferenciarse de la política habitacional masiva de
contención social. Sin embargo, a lo largo del período neodesarrollista (2003-2015),
las políticas estatales orientaron sus esfuerzos a la reactivación de la economía priori-
zando el protagonismo de actores tradicionales del capitalismo (Féliz 2015; Arqueros
Mejica 2018) y específicamente del sector productivo de la construcción pública. En
paralelo, se masificó un formato particular de políticas sociales bajo la forma coope-
rativa, pero desde una lógica que tendió a tornarlas una extensión informalizante del
trabajo estatal municipal (Ciolli 2016).
No obstante, a nivel local, la institucionalidad de la Ley 341 siguió funcionando
con una escala progresivamente acotada (Zapata 2013). Hasta 2007 se constituyó un
banco de 118 inmuebles localizados en barrios de renovación urbana –La Boca, San
Telmo, Barracas, Parque Patricios y Mataderos– y se inició el 49% de las obras que
conforman el universo finalizado o en construcción a diciembre de 2017. Entre 2001
y 2003, la Ley funcionó con una reglamentación construida en conjunto por el IVC
y las organizaciones que participaron de su diseño. Pero en 2004, con el cambio de
autoridades del organismo, se reformuló la reglamentación y se retornó a la dinámica

9 Con base en la definición clásica de Yujnovsky (1984), entendemos al hábitat como todos los bienes y servicios habitacionales que
definen un medio que permita una integración individual, familiar y colectiva plena a la ciudad.
10 La Ley 324/99 que estimuló la intervención estatal en el conflicto producido por la no construcción de la Autopista 3 y la Ley 148/99
que impulsa el marco normativo necesario para la urbanización de las villas de la ciudad son leyes del período.
11 Esta crisis se expresó en el estallido social, político y económico de diciembre de 2001, la movilización social de la población y la
renuncia del entonces presidente de la nación, Fernando De La Rúa.

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del Ejecutivo que decide a puertas cerradas, la implementación se fue burocratizando


y complejizando, la Comisión de Control y Seguimiento fue perdiendo injerencia, se
fue banalizando y finalmente fue sustituida por reuniones informativas, diluyendo las
particularidades participativas del PAV (Zapata 2016).
A partir de 2008, asumió un gobierno explícitamente neoliberal que transfor-
mó CABA en “Buenos Aires Ciudad”, cabecera de playa de una fuerza política que
arribó a la Presidencia nacional en 2015. Empezó el congelamiento de la Ley 341
con la suspensión de la compra de suelo y la reducción progresiva del presupuesto,
centrado en unas pocas obras. Las condiciones desmercantilizadas de los préstamos,
la participación decisoria y la desmercantilización del acceso al suelo urbano de lo-
calización central, contenidos asentados en el artículo 31 de la Constitución de la
CABA, tensionaron abiertamente el sentido de las políticas actuales. Aún en estas
condiciones, hasta enero de 2018 se construyeron casi 1050 viviendas en 35 con-
juntos habitacionales, 22 obras se encontraban paralizadas por diversos problemas
organizativos internos o financieros (Tejido Urbano 2017), nueve proyectos estaban
en condiciones de iniciar obras y 26 en diversas etapas de gestión (613 unidades). En
las obras finalizadas, el tiempo promedio de construcción a partir del “inicio de obra”
fue de cuatro años y medio (nueve años la más lenta). El tamaño promedio de los
206 conjuntos fue de 18 viviendas, insertos en la trama urbana y localizados en el 70%
de los casos en Comuna 4 (resto 1, 8, 9 y 15) (Zapata 2017; Tejido Urbano 2017).

Cuadro 2. La producción cooperativa autogestionaria del hábitat en CABA


1983-1999* 2000-2002 2003-2008 2009-2017 Total
Cooperativas 18 534 130 s/d
Terrenos 6 20 91 - 117
Obras en ejecución 1 - 28 29 57
Obras terminadas 1 - 8 32 40
Viviendas nuevas
24 - 390 737 1127
terminadas
Fuentes: Rodríguez 2009; Zapata 2017; Tejido Urbano 2017.
* Experiencias cooperativas de autogestión en CABA previas a la sanción de la Ley 341.

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Mapa 1. Cooperativas autogestionarias del hábitat con obras finalizadas. CABA, 2017

207

Elaboración propia.

3.5 La autogestión como horizonte de construcción de organizaciones


políticamente orientadas

La Ley 341 y sus hitos significativos no se comprenden sin la acción de un entrama-


do de movimientos sociales y políticos y sus liderazgos. Expresa la reinvención de
pensamientos y prácticas de tradiciones de izquierda revolucionaria de las décadas
de 1960-1970, que fueron recreadas en el contexto democrático, confluyeron terri-
torialmente en la centralidad urbana y resignificaron el horizonte autogestionario
mediante organizaciones como el MOI, el Movimiento Territorial de Liberación
(MTL) y la Organización Social y Política Los Pibes (OSYPLP). También se re-
conoce el papel clave de sectores de la Iglesia vinculados con el Movimiento de
Sacerdotes por el Tercer Mundo que, en las décadas anteriores, se había involucra-
do en la lucha de organizaciones villeras por la radicación,12 aportes de la Mesa de
Delegados de la ExAU3, gran ocupación territorial de la zona norte de la ciudad. Y
búsquedas por articular construcciones reivindicativas y perspectivas políticas más
12 Así, hacia finales de la década de 1980, el Padre Pichi vinculó al MOI con la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por
Ayuda Mutua (FUCVAM). Fue otro cura, el Padre Lapadula, quien promovió la conformación de la Asamblea de Desalojados de La
Boca, que resistió desplazamientos en la década de 1990 y confluyó en el impulso de la sanción de la Ley 341.

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Imagen 1. Cooperativa La Fábrica, Movimiento


de Ocupantes e Inquilinos (MOI), 2018

208

Fotografía realizada por Camila Moro.

generales (como la participación en centrales sindicales como la Central de Traba-


jadores Argentinos Autónoma (CTAA) desde los inicios de la década de 1990 por
MOI y MTL, y la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP)
por parte de Los Pibes).
En el mismo sentido, en otros territorios del país es significativa la experiencia au-
togestionaria de la Tupac Amaru, en la provincia de Jujuy (al norte del país), donde la
producción de barrios se articuló con una estrategia de acumulación de poder territo-
rial e institucional que los medios sistémicos llegaron a denominar “estado paralelo”.
Encabezada por una dirigente mujer, indígena, de origen pobre, que no casualmente
es la primera presa política del actual de Gobierno nacional: Milagros Sala. En di-
ciembre de 2015, todos los movimientos sociales autogestionarios de hábitat de la
ciudad –entre ellos, MTL, MOI, OSYPLP– se movilizaron exigiendo su liberación y
en esa interacción también gestaron la iniciativa del Colectivo de Organizaciones del
Hábitat Popular, que impulsa una normativa nacional de producción autogestionaria
del hábitat como perspectiva de resistencia y organización.13
13 En 2009, esta perspectiva había sido planteada en el contexto de una Constituyente Social que tuviera lugar en el barrio Alto Comede-
ro, provincia de Jujuy, sede de la Tupac Amaru, impulsando la construcción de un movimiento social, político y cultural de liberación,
pero por aquel entonces esta perspectiva no prosperó.

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3.6 La autogestión habitada. Características de la producción


material del hábitat autogestionario

Con base en una encuesta en cooperativas habitadas, citada anteriormente, las nueve
obras involucradas en el análisis cuantitativo ejecutaron 37 269 metros cuadrados
de obra en 599 viviendas, con un promedio de 71 metros cuadrados de superficie
por unidad habitacional (muy por arriba de los 45-50 metros cuadrados promedio
establecidos para la vivienda social). El mayor tamaño de las viviendas cooperativas
se explica en gran parte por tratarse de población activa que fue parte de la gestación
de los proyectos (incluso, en algunos casos, con altos niveles de participación en pro-
cesos de diseño participativo). El control social directo de la producción redundó en
una priorización del uso de las viviendas por sobre la posibilidad de maximización de
ganancia.14 En cuanto a las formas de producción, casi el 51% fueron producidas por
contratos con cooperativas de trabajo, 31% mediante ejecución directa (es decir, el
presidente y/o el consejo de la cooperativa realizó de manera directa la coordinación
de contrataciones de los diversos rubros) y un 17,5% eligió firmar contrato con pe-
queñas empresas constructoras familiares o contratistas. Casi la mitad de los coopera-
tivistas encuestados (el 46%) señaló que en sus organizaciones incorporaron activida-
des de ayuda mutua en los planes de obra o jornadas solidarias con el fin de abaratar 209
costos y maximizar la utilización del crédito recibido por el PAV en una mejora de las

Gráfico 1. Actores intervinientes en la producción


de las viviendas. CABA, 2018

30,8 %

51,7 %

17,5 %

En forma directa
Mediana/pequeña empresa/empresa familiar/contratistas
Cooperativa de trabajo

Elaboración propia.

14 En una vivienda social, el Estado maximiza ganancia mediante la reducción al mínimo de los tamaños de las viviendas para maximizar
la cantidad de unidades habitacionales a ofrecer como solución habitacional, esto a costa de incrementar el hacinamiento y reducir
calidades constructivas.

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calidades de los materiales constructivos, y en el 63% de los casos, además, aportaron


fondos propios complementarios a los del PAV durante las obras para sostener baches
del financiamiento o mejorar la calidad de las terminaciones.
El diseño participativo de conjuntos y viviendas –con diferentes modalidades e in-
tensidades– es un aspecto distintivo de esta operatoria: el 70% recuerda haber partici-
pado de dichas instancias. Asimismo, el 90% de los encuestados participó de acciones
públicas para garantizar la continuidad de sus obras o en reclamo por presupuesto
para la Ley 341.
En cuanto a las percepciones que tienen los cooperativistas sobre sus nuevas vi-
viendas, el 90% resaltó que le agrada mucho su vivienda. Valoran la buena ventila-
ción (93%) y la iluminación natural (96%), cuestiones que surgieron de importancia
para una población que proviene de inquilinatos u hoteles pensión atravesados por
la precariedad habitacional. Las mejoras en su calidad de vida se visualizaron en que
el 100% cuenta con agua de red, equipamientos de baño completos e instalaciones
para el gas de red. También el 76% declaró tener acceso a internet en su domicilio
y el 87,5% cable o Direct TV. El 90% de los casos cuenta con recolección diaria de
basura y los complejos de mayor escala diseñaron sistemas internos de recolección.

210 Imagen 2. Cooperativa EMETELE, Movimiento de Liberación


Territorial (MLT). CABA, 2018

Fotografía realizada por Camila Moro.

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Cuadro 3. Acceso a infraestructura urbana y comodidades


para el desarrollo de la vida cotidiana. CABA, 2018
% total de
Tenencia de infraestructura y comodidades
encuestados
Agua de red 100
Equipamiento de baño completo 100
Instalación de gas de red 100
Acceso domiciliario a internet 76
Celular 98
Cable o Direct TV 87,50
Elaboración propia.
* Experiencias cooperativas de autogestión en CABA previas a la sanción de la Ley 341.

El 76% de los encuestados considera muy buena la localización de su cooperativa en


relación con el resto de la ciudad. Tal como se pudo ver en el mapa 1, gran parte de
las cooperativas se ve beneficiada por el capital locacional (Abramo 2002) que ofrece
la centralidad. El 40% tiene a un minuto algún medio de transporte público. El
80% cuenta con escuelas, instituciones de salud, supermercados y cajeros bancarios
a menos de cinco cuadras. Todos registraron a su alrededor (a menos de 10 cuadras)
espacios de esparcimiento, centros culturales y museos. Estas características de la tra- 211
ma urbana de inserción garantizan condiciones de integración y acceso al derecho a
la ciudad para los cooperativistas destinatarios.

Cuadro 4. Características de empleo de


los encuestados cooperativistas. CABA, 2018

18,3 %
35,8 %
5%

40,8 %

Empleado (a) Trabajador(a) por cuenta propia

Cooperativista Ns/Nc

Elaboración propia.

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El 67% de los encuestados se integró a las cooperativas entre 2003 y 2006, con-
tando con una experiencia organizativa sostenida entre 15 y 12 años. La población
cooperativista involucra trabajadores empobrecidos: solo el 7% encuestado percibía
un ingreso familiar por encima de la línea de pobreza. El 44% son empleados, el 46%
cuentapropistas y un 6% cooperativistas. Los tipos de trabajo más frecuentes son
empleada doméstica, enfermera, acompañante terapéutico, albañil, mantenimien-
to, maestranza, seguridad y vendedores ambulantes. La mayoría trabaja en el sector
privado (81,5%) y muy pocos en el sector público (el 14% a escala nacional y el 2%
municipal). Un 53% sufre situaciones de informalidad o precarización (sin obra so-
cial ni jubilaciones).
La operatoria ha generado gastos soportables, con un costo promedio que no
supera el 22% de los ingresos familiares, incluyendo la cuota del crédito, fondo man-
tenimiento y los servicios. Casi la mitad señala que la participación en la cooperativa
les abrió puertas o les generó facilidades en lo laboral a partir del acceso a una red
de contactos (40%), sirvió de inspiración para aprender un oficio laboral (40%) o lo
habilitó para conseguir trabajo en una cooperativa de trabajo (23%).

212 4. Conclusiones: tensiones y desafíos

El artículo reflexiona sobre los efectos de políticas de autogestión del hábitat gestadas
e implementadas en el contexto del neoliberalismo urbano en la Ciudad de Buenos
Aires, Argentina. La experiencia de ejecución de la Ley 341 y el Programa de Auto-
gestión de la Vivienda (PAV) mostró el potencial de la autogestión para producir há-
bitat popular adecuado y bello sin necesidad de la lógica de la ganancia. A partir del
activismo de movimientos sociales urbanos, recreado en el contexto de la recupera-
ción democrática a finales de la década de 1980 y sus posteriores modulaciones, con
eje en su población trabajadora de bajos ingresos con problemáticas habitacionales,
se logró impulsar normativa y programas, captar suelo y ejecutar conjuntos habita-
cionales localizados en barrios dotados de las oportunidades que ofrece la centralidad.
La pertenencia a redes y organizaciones de base se configuró como un activo insusti-
tuible para el acceso al hábitat y a la ciudad, pero también para palear los procesos de
empobrecimiento y precarización ligados con las medidas de ajuste estructural pro-
pio de la ciudad neoliberal, y concomitantemente, abrir oportunidades para afrontar
distintas necesidades bajo esquemas poco asistenciales.
El desarrollo de una producción autogestionaria orientada por la satisfacción de
la necesidad y sin existencia de lucro (o con su mínima expresión y muy controla-
da) se tradujo en que el total de la inversión administrada de manera directa por las
cooperativas de vivienda en el marco de la Ley 341 se orientó a elecciones de locali-
zación que aseguran mayores oportunidades para la integración y mejorar la calidad

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habitacional: más superficie en las viviendas, mejores materiales, más terminaciones,


existencia de espacios comunes y acceso al “derecho a la belleza” para la clase traba-
jadora. Esto se maximiza entre quienes profundizaron las características de los mo-
delos de producción autogestionarios para la construcción de sus viviendas, pues se
enfrentaron al desafío de conformar un modelo económico-productivo alternativo al
establecido, el cual habilitó ensayar renovadas relaciones sociales de producción, sis-
temas productivos horizontales –sin patrón–, encadenados cooperativos y desarrollar
capacidades para administrar con eficiencia recursos del Estado.
Pero el derrotero tampoco estuvo exento de las tensiones propias de la relación
organización social-Estado. Pues sin conciencia política con orientación universalista
(que no emerge de manera espontánea y natural de cada proyecto cooperativo, sino
solo bajo determinadas condiciones de producción de la politicidad y reelaboración
colectiva de la experiencia vivida)–, este mecanismo relacional también generó acti-
tudes de “gestionismo” de los recursos estatales, reproducción de prácticas delegativas
antes desarrolladas por la estatidad y –en contextos de desarticulación estatal– terce-
rización de responsabilidades públicas en las organizaciones de base.
El desarrollo de la producción autogestionaria del hábitat debe ser interpretado en
su relación de relevancia con el contexto macro y, a partir de allí, comprender que el
desafío central y estratégico es la construcción política de la organización autogestio- 213
naria. Como instrumentos dinamizadores de estas organizaciones autogestionarias,
se configura la construcción y desarrollo de un conjunto interactuante de capacida-
des que maduran en el proceso colectivo, básicamente: “Capacidades organizativas,
capacidades propositivas, capacidades de gestión, capacidades de producción y, per-
manente, insoslayable y cotidianamente, capacidades de lucha (Jeifetz 2018). En el
sector habitacional, ha quedado demostrado –a pequeña escala, pero demostrado al
fin– que la organización autogestionaria motoriza acciones que implican la lucha por
conquistar la concreción del derecho a la ciudad, la lucha por construir territorios
democráticos y la lucha por concebir, construir y conquistar un hábitat más humano.

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216 Cómo citar este artículo:

Rodríguez, María Carla y María Cecilia Zapata. 2020. “Organizaciones sociales y autoges-
tión del hábitat en contextos urbanos neoliberales”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 67:
195-216. https://doi.org/10.17141/iconos.67.2020.3964

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Íconos agradece a los siguientes académicos/as e investigadores/as por
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y Estudios Superiores en Antropología Social paña.
(CIESAS), México. 21. Ignacio Irazuzta, Instituto Tecnológico y de Es-
2. Alberto Romero, Centro de Investigaciones tudios Superiores de Monterrey, México.
y Estudios Superiores en Antropología Social 22. Jaime Alberto Sandoval, Universidad Santo To-
(CIESAS), México. más, Colombia.
3. Allan Ortega Muñoz, Centro INAH Quintana 23. Juan Antonio García Galindo, Universidad de
Roo, México. Málaga, España.
4. Amarela Varela Huerta, Universidad Autóno- 24. Juan Luis Modolell, Universidad Alberto Hur-
ma de la Ciudad de México. tado, Chile.
5. Ana Milena Horta, Universidade Federal do 25. Julia Sanabria, Consejo Nacional de Investiga-
Rio Grande do Sul, Brasil. ciones Científicas y Técnicas, Argentina.
6. Andrés Pereira, Universidad Nacional de Cór- 26. Julieta Lampasona, Consejo Nacional de In-
doba, Argentina. vestigaciones Científicas y Técnicas, Argentina.
7. Ariadna Estévez, Universidad Nacional Autó- 27. Laura Marina Panizo, Universidad Nacional de
noma de México. General San Martín, Argentina.
8. Bruno Boti, Universidade de São Paulo, Brasil. 28. Liliana López, Centro de Investigaciones In-
9. Carlos Flores, Centro de Investigaciones y Es- terdisciplinarias en Ciencias y Humanidades
tudios Superiores en Antropología Social (CIE- UNAM, México.
SAS), México. 29. Luis Alberto Salinas Arreortua, Universidad
10. Carlos Oliva Marañón, Universidad Rey Juan Nacional Autónoma de México.
Carlos, España. 30. Marcos Supervielle, Universidad de la Repúbli-
11. Carolina Benavente Morales, Universidad Ca- ca, Uruguay.
tólica Silva Henríquez, Chile. 31. María Luz Endere, Universidad del Centro de
12. Cristina Bastidas, Universidad de Ámsterdam, la Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Países Bajos. 32. María Mercedes Eguiguren, Universidad Cen-
13. Daniel Pontón, Instituto de Altos Estudios Na- tral del Ecuador.
cionales, Ecuador. 33. Mercedes Mariano, Universidad del Centro de
14. Diego Zenobi, Universidad de Buenos Aires, la Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Argentina. 34. Mónica Elivier Sánchez, Universidad de Gua-
15. Dolores Figueroa, Consejo Nacional de Cien- najuato, México.
cia y Tecnología, México. 35. Nancy Postero, Universidad de California San
16. Elisenda Calvet Martínez, Universitat de Bar- Diego, Estados Unidos.
celona, España. 36. Natalia Verónica Bermúdez, Universidad Na-
17. Fábio Alves Araújo, Instituto Federal do Rio de cional de Córdoba, Argentina.
Janeiro, Brasil. 37. Paola Díaz Lizé, Centro de Estudios de Con-
18. Héctor Zapirain, Universidad de la República, flicto y Cohesión Social, Chile.
Uruguay. 38. Scherezada López Marroquín, Escuela Nacio-
19. Hiroko Asakura, Centro de Investigaciones y nal de Antropología e Historia, México.
Estudios Superiores en Antropología Social 39. Virginia Vecchioli, Universidade Federal de
(CIESAS), México. Santa Maria, Brasil.
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Referencias bibliográficas
a) Las referencias bibliográficas que aparezcan en el texto deben ir entre paréntesis indicando el apellido
del autor o autora únicamente con mayúscula inicial, año de publicación y número de página. Ejemplo:
(Habermas 1990, 15). En ningún caso utilizar op. cit., ibid., ibídem.
b) En el caso de varias obras del mismo autor o autora publicadas el mismo año, identificarlas como a, b,
c, etc. Ejemplo: (Romero 1999a), (Romero 1999b).
Romero, Marco. 1999a. “Se profundiza la recesión y la incertidumbre en Ecuador”. Ecuador Debate
47: 45-63.

________. 1999b. “Crisis profunda e inoperancia gubernamental”. Ecuador Debate 46: 56-78.

c) La bibliografía de un autor o autora se enlistará en orden descendente según el año de publicación, es


decir, del texto más reciente al más antiguo. Ejemplo:

Pzeworski, Adam. 2003. States and Markets: A Primer in Political Economy. Nueva York: Cambridge Uni-
versity Press.
________. 2000. Democracy and Development: Political Regimes and Material Well-Being in the World, 1950-
1990. Nueva York: Cambridge University Press.
________. 1993. Economic Reforms in New Democracies: A Social-Democratic Approach. Nueva York:
Cambridge University Press.

d) La bibliografía consta al final de cada artículo y debe contener todas las referencias utilizadas en el texto,
las cuales se enlistan siguiendo un orden alfabético por apellido de los autores. El nombre de la autora
o autor y no solo el apellido debe ser escrito de manera completa, no simplemente con la inicial del
nombre. La bibliografía debe realizarse de acuerdo con el Manual de Estilo de Chicago (Chicago Manual
of Style, CMS). Para ejemplos de las formas de documentación más comunes, se sugiere visitar nuestra
página web www.revistaiconos.ec.
Despojo(s), segregación social del espacio y
territorios en resistencia en América Latina
Dossier
01. Despojo(s), segregación social del espacio y territorios
de resistencia en América Latina
Presentación del dossier Ivette Vallejo, Giannina Zamora y William Sacher
02. De los frentes de expansión a los grandes proyectos de desarrollo:
emergencia en las comunidades de los sertões de Itacuruba Poliana de
Sousa Nascimento
03. Turismo y acumulación de capital: una mirada a la Reserva
de la Biosfera Sian Ka’an Alejandra Rojas Correa y Alejandro Palafox-Muñoz
Íconos 64 04. Mujeres me’phaa, resistencia y sentido del lugar ante los despojos
mayo-agosto del extractivismo y el narcotráfico Erika Sebastián Aguilar
2019 05. Racismo ambiental: muerte lenta y despojo de territorio ancestral
afroecuatoriano en Esmeraldas María Moreno Parra
06. Geografías violentadas y experiencias de reexistencia.
El caso de Buenaventura, Colombia, 2005-2015 Jefferson Jaramillo Marín,
Érika Parrado Pardo y Wooldy Edson Louidor

Temas
07. Ser diferente en un mundo de semejanzas: ensayo sobre la dimensión
simbólica de la vulnerabilidad Ducange Médor Bertho
08. Tercerización laboral en la siderurgia argentina: empresas de
ex trabajadores en Acindar Villa Constitución y Siderar Ensenada
María Alejandra Esponda y Julia Strada
09. “Disparen contra las olas”: securitización y militarización de
desastres naturales y ayuda humanitaria en América Latina
Alejandro Frenkel
10. Políticas indigenistas en la Argentina kirchnerista
Sofía Soria

Ensayo visual
Escribir las relaciones y el territorio Luis Campos Medina
y Víctor Suazo Pereda

Reseñas
El Taller Tzotzil 1985-2002. Un proyecto colaborativo de investigación
y publicación en Los Altos de Chiapas – Carolina Pecker Madeo
Sistema mundial, intercambio desigual y renta de la tierra
de Jaime Osorio – Héctor Martínez Álvarez
Para qué sirve la epistemología a un investigador y a un profesor
de Pablo Guadarrama – Ricardo Rizo Cruz
Controles democráticos y cambio
institucional en América Latina
Dossier de investigación
01. Controles democráticos y cambio institucional en América Latina.
Presentación del dossier Guillaume Fontaine y Adrián Gurza-Lavalle
02. Soberanía de los recursos naturales y rendición de cuentas.
El caso de la política hidrocarburífera boliviana, 2006-2018
César Augusto Camacho-Soliz
03. Innovación institucional para la rendición de cuentas:
el Sistema Nacional Anticorrupción en México
Alejandro Monsivais-Carrillo
Íconos 65 04. Democratizando la revocatoria para alcaldes en Ecuador y Colombia:
la gobernanza local en la encrucijada
septiembre-diciembre
Luis Carlos Erazo y Lorena Chamorro
2019 05. La transparencia como control democrático en los consejos ciudadanos:
el caso del municipio de León, Guanajuato, 2009-2012
José de Jesús Godínez-Terrones
06. Fiscalizando la autonomía. Estado, pueblos indígenas y rendición
de cuentas Víctor Leonel Juan-Martínez

Temas
07. Desde abajo: experiencia laboral de jóvenes en hogares
de bajos ingresos Margarita Estrada, Julieta Sierra y Lourdes Salazar
08. Tejedoras, bordadoras y armadoras en Yucatán: nuevas y antiguas
clases trabajo en casa Jimena Méndez-Navarro y María de Jesús
Ávila-Sánchez
09. Nociones de persona, lo político y las relacionalidades:
paradigmas de la antropología de la naturaleza
Geviller Marín, Francisco Neira, María Elena Ramírez, Diana Soto,
Javier Vásconez e Ivette Vallejo
10. Élites empresariales y proceso de democratización en Paraguay
Luis Ortiz-Sandoval y Guillermo Rojas

Diálogo
Teoría de la regulación en América Latina. Un diálogo con
Robert Boyer Julieta A. Almada y Emilia Ormaechea

Reseñas
Tramas de la desigualdad. Las políticas y el bienestar en disputa
de Estela Grassi y Susana Hintze, coordinadoras – Analía Minteguiaga
El Estado. Pasado, presente, futuro de Bob Jessop – Danilo Ricardo Rosero
Historia al margen. Historia del AH Canto Chico. Una comunidad
en el distrito de San Juan de Lurigancho de José Carlos Ernesto
Arenales Solís y Wilmer Mejía Carrión – Rafael Mora-Ramírez
Comunidad, vulnerabilidad y reproducción
en condiciones de desastre. Abordajes
desde América Latina y el Caribe
Dossier de investigación
01. Comunidad, vulnerabilidad y reproducción en condiciones
de desastre. Abordajes desde América Latina y el Caribe
Presentación del dossier Ana Gabriela Fernández, Johannes Waldmüller
y Cristina Vega
02. Desde la amenaza natural al desastre: una construcción histórica
del terremoto y tsunami de 1960 en Saavedra
Cristián Inostroza-Matus, Francisco Molina-Camacho y Hugo Romero-Toledo
Íconos 66 03. Habitando “no lugares”: subjetividad y capacidades familiares
enero-abril ante un desastre socionatural en Chile
2020 Luisa Rojas-Páez y José Sebastián Sandoval-Díaz
04. Reubicación y procesos de territorialización en la Ciudad Rural
Sustentable Nuevo Juan del Grijalva
Martha Liliana Arévalo-Peña
05. Afrodescendientes e indígenas vulnerables al cambio climático:
desacuerdos frente a medidas preventivas estatales ecuatorianas
Victoria Salinas, William Cevallos y Karen Levy
06. Procesos de recuperación posdesastre en contextos biopolíticos
neoliberales: los casos de Chile 2010 y Brasil 2011
Juan Saavedra y Victor Marchenzini

Temas
07. La indiferencia hacia la democracia en América Latina
Alejandro Monsivais-Carrillo
08. “La época de los esclavos se acabó”: género y condiciones de trabajo
en las empresas de limpieza en Argentina Lorena Capogrossi
09. La vitivinicultura en Mendoza desde 1990: entre la globalización
y el desarrollo regional Pehuén Barzola-Elizagaray y
Anabella Engelman
10. La independencia del banco central y su papel en el dominio
del capital financiero sobre el Estado
Matari Pierre Manigat
n.º 67, vol. XXIV (2do. cuatrimestre)
ISSN 1390-1249 / e-ISSN: 1390-8065
www.revistaiconos.ec

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