Conocimientos Tradicionales y Ciencia Occidental

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Conocimientos Tradicionales y Ciencia Occidental

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Escrito por  Jorge Soberon Mainero
Viernes, 16 Agosto 2019 04:14

Vivimos tiempos de mucha confusión. En vez de que las sociedades avancen con
ciudadanías más educadas, informadas y racionales, pareciera que nos movemos en
sentido contrario. Las supersticiones, las formas más extremas de religiosidad, y la
charlatanería desbocada ganan terreno. Un ejemplo es el renacimiento de prácticas
curativas disfrazadas o vendidas como “conocimientos ancestrales” o “saberes
tradicionales.”
Hay varios puntos que valdría la pena analizar respecto de este tema de los
“saberes tradicionales,” uno de ellos es que, en muchos casos, ni son
saberes ni son tradicionales. Esto es, a menudo un charlatán cualquiera
adopta una serie de palabras, ropajes y rituales inspirados en una práctica
realmente tradicional, y los vende sin importar que el contenido o la forma
correspondan a una verdadera tradición indígena o ancestral. Venden (y les
compran) chucherías y baratijas disfrazadas de “sabiduría ancestral”. Este
tipo de estafas son  tema para el Ministerio Público y las autoridades de
salud, por lo cual no lo encuentro particularmente interesante. 
 Sin embargo, hay otro punto que probablemente sea de mayor interés.
¿Existen realmente los saberes tradicionales? Es evidente que las culturas
tradicionales del mundo sabían bastantes cosas, de lo contrario no habrían
sobrevivido (más adelante  daré algunos ejemplos). Entonces cabe
preguntarse sobre las características de estos saberes y su relación con el
así llamado conocimiento científico (el “saber” de la corriente cultural del
occidente moderno). ¿En qué se parecen los distintos saberes? ¿En qué se
diferencian? Finalmente, ¿cómo se pueden comunicar entre sí? Estos
temas son profundos y ricos, e incluso de relevancia gubernamental. Por
ejemplo, las autoridades del CONACyT consideran que se debe dar un
diálogo entre los “saberes tradicionales” y la ciencia occidental. El tema,
pues, es importante; pero me temo que yo solamente podré aportar algunas
observaciones desde mi periferia de ecólogo al estilo occidental; esto es,
alguien que no tiene entrenamiento como antropólogo, filósofo ni historiador.
Voy a utilizar ciertas ideas de nuestro actual Secretario del Medio Ambiente,
Víctor Toledo, quien es una autoridad sobre este tema.
¿Existen los conocimientos tradicionales?
La respuesta inmediata es que sí existen. Toda sociedad necesita saber
cómo producir comida, cómo curarse, cómo elaborar ropa, armas,
edificaciones; predecir ciclos naturales, viajar y regresar, etc., y todo esto
requiere de “conocimientos válidos.” Qué es un “conocimiento válido” es
asunto de un debate filosófico que no estoy calificado para desarrollar, y me
apresuro a aclarar que existe una distinción entre “conocimientos” y
“ciencia,” pero para los fines de este ensayo, y de manera muy simplista,
consideraremos un conocimiento como válido si éste permite resolver
exitosamente un problema práctico; o sea, conocimiento como tecnología
(hay teoría válida también; no me meto en ese tema, ni en su problema de
demarcación).
Los casos mejor conocidos se refieren a la herbolaria, la producción de
alimentos y la astronomía. Las comunidades tradicionales llegan a tener
conocimientos extremadamente detallados y profundos, lo cual está
amplísimamente documentado. Por ejemplo, cientos de plantas medicinales
han originado productos de la industria médica de Occidente, tanto que
dieron origen a la así llamada bioprospección (Gamez 2012) y su abuso
criminal a la biopiratería (Neimark, 2016). En el caso de México el
conocimiento etnobotánico es extensísimo (Boege 2010; Medicina
Tradicional) y real, en el sentido que expuse anteriormente: existe una
correspondencia entre la utilidad que se le atribuye a muchas plantas y los
resultados que se obtienen.  Parafraseando a Richard Dawkins, estos
conocimientos “funcionan”.
Otro ejemplo fascinante es la forma en la cual las comunidades indígenas
periárticas se han dado cuenta, desde hace décadas, de la realidad del
cambio climático: a consecuencia de su íntimo conocimiento de los tipos de
hielo, los tipos de nieve y su estacionalidad, en relación con la pesca y la
caza (Krupnik et al., 2002). La íntima asociación entre el tipo del hielo que
permite la presencia de focas o de osos, y el hecho de que estos pueblos
cuentan con cientos de términos para describir la clase de nieve o de hielo,
permite que se exprese de manera muy directa y precisa la percepción de
que el mundo está cambiando.
La estructura de los conocimientos tradicionales
Podría seguir acumulando multitud –literalmente– de ejemplos. Pero para
retomar el tema de cómo es que se relacionan los conocimientos
tradicionales con la ciencia moderna, hay que analizar brevemente la
articulación y composición de estos conocimientos. Toledo (1998) propuso
un esquema para entender los conocimientos tradicionales. Ese esquema
se puede aplicar también a la ciencia occidental. Hay tres ángulos
principales: el corpus, que se refiere al conocimiento como tal. Por ejemplo,
si uno mastica hojas de Toloache (Datura stramonium, y D. metel) se
sufrirán alucinaciones y en casos extremos hasta la muerte. Esto es sabido
por múltiples culturas de todo el mundo, forma parte de los corpora de
conocimientos de esas culturas. El segundo ángulo es la praxis, que es la
perspectiva de para qué se usa el conocimiento. En el caso de Datura,
básicamente son propósitos medicinales y/o rituales. En la medicina
occidental, la praxis incluye usos institucionales y comercializados. Y
finalmente se tiene el kosmos, que es la interpretación: las narrativas, mitos,
relatos... en fin, la estructura conceptual que actúa como organizador social
y mental del corpus y la praxis. En el caso de las Daturas, cada cultura
describe de manera diferente los usos y el sentido de la experiencia de
consumir la planta, pero casi universalmente es en un contexto religioso. La
excepción es la ciencia occidental, cuyo kosmos es explícitamente
secular. Datura produce alucinaciones porque contiene escopolamina, cuya
estructura química es conocida y se entiende su mecanismo de acción
neurológica. No hay religiosidad en este kosmos. El corpus puede muy bien
ser compartido entre culturas (múltiples sociedades saben
que Datura causa alucinaciones; que la corteza de la Quina baja la fiebre;
que la estrella polar no se mueve o se mueve muy poco; que sembrar fuera
de temporada conduce al fracaso del cultivo…), las praxis se comparten
menos, y los kosmos, nada, o muy poco. El no realizar estos simples
distingos conduce a debates verdaderamente estériles, donde a menudo
alguien está hablando de un corpus,pero el adversario se dedica a denostar
el kosmos. Por ejemplo, esto sucede al denunciar la herbolaria tradicional
como una práctica supersticiosa sin aceptar que muchas plantas son
usadas porque tienen efectos biológicos, independientemente de la
narrativa sobrenatural al respecto.
Por lo anterior, cuando CONACyT dice  que se pondrá a punto un “…
diálogo horizontal de saberes con el conocimiento autóctono…” (Plan de
Trabajo 2019) parecería evidente que el CONACyT se refiere a
los corpora sobre herbolaria, agrotecnologías, etc., que probablemente
contienen elementos valiosos desde una perspectiva gubernamental. Por el
contrario, sería verdaderamente alarmante que el texto se refiriera a
los kosmos, que por definición son expresiones culturales y religiosas
singulares, características de una etnia, su lengua, territorio e historia. Sin
embargo, a menudo es difícil separar estos tres ángulos (Barrera-Bassols, y
Toledo. 2005) por lo que el propósito de establecer un “diálogo entre
saberes” es realmente muy difícil.
Antes de señalar algunos problemas del diálogo entre la “ciencia” y los
“saberes”, conviene señalar algunas diferencias, pues existen entre ellos
varias desemejanzas esenciales. La primera es que la mayor parte de los
conocimientos o saberes tradicionales están ligados al territorio, lengua y
cultura de un grupo étnico; esto es, tienden a ser locales. El detalladísimo
conocimiento sobre plantas medicinales de un Huambisu de la Amazonia
Peruana no tiene mucho que ver con el de un chamán Wixáritari de Nayarit.
No sólo los kosmos son distintos (aunque profundamente religiosos, y con
motivos comunes: en ambos casos hay “nahuales”), sino que
los corpora son distintos también (Ayahuasca vs. Peyote, por ejemplo). La
tecnología del maíz Chol de pantano es inaplicable a el semidesierto de
Nuevo León, etc. Por el contrario, la ciencia occidental enfatiza y busca la
generalidad, a veces a costa de los detalles. El kosmos de la ciencia
occidental implica universalidad e interconectividad, lo que desarrolló
un corpus muy extenso, pero a veces somero (por ejemplo, en la taxonomía
científica se han nombrado cerca de dos millones de especies, de la mayor
parte de las cuales no conocemos más que la existencia del ejemplar tipo).
Es en física, sobre todo, que la ciencia occidental tiene al mismo tiempo
profundidad y extensión. En ecología, por ejemplo, ocurre lo contrario.
Caricaturescamente, nos encontramos ante la profundidad en los saberes
locales vs. la extensión en la ciencia occidental.
Una segunda diferencia es que la ideología de la ciencia occidental,
su kosmos, exige que todas las áreas de conocimiento deben ser
consistentes entre ellas. La datación radioactiva de estratos geológicos es
compatible, es decir, consistente, con la cronología biológica de los fósiles;
se apoyan mutuamente. La biogeografía y la deriva continental se
complementan (¡sabemos ahora!). La famosa predicción de Darwin de que
la tierra debería ser miles de millones de años de vieja fue ridiculizada por
Lord Kelvin sobre la base de un entendimiento físico incompleto. Cuando se
añadió el efecto de la descomposición radioactiva a la dinámica térmica del
planeta, la biología y la física se armonizaron. Me atrevo a sugerir que en
los conocimientos tradicionales este objetivo de armonía entre disciplinas tal
vez no tenga la importancia que en la ciencia occidental. En los
conocimientos tradicionales esta espina vertebral ontológica (la unidad y
comunidad de lo real y la unidad y comunidad de la razón. Ver Nicol, 1974)
no se usa. Peor aún, puesto que muchos de los kosmos son esencialmente
religiosos, existe un profundo sentido de arbitrariedad en las explicaciones,
lo que las hace incompatibles. En otras palabras, la explicación en la ciencia
occidental es racional, de preferencia matemática (al menos formalizada), y
debe ser consistente entre las diferentes disciplinas. Las “explicaciones” en
muchos kosmostradicionales son narraciones cuya consistencia es, cuando
existe, primordialmente interna. Otra vez caricaturescamente, es la razón
vs. la imaginación.
Una tercera diferencia se refiere al ideal de la ciencia occidental (muchas
veces traicionado) de que el conocimiento debe ser accesible a todo
público. Esto este punto está directamente relacionado con el ideal de
exponer a la crítica toda idea, todo resultado y toda teoría. En los
conocimientos tradicionales, por el contrario, no es nada raro que existan
porciones completas de corpus, praxis y kosmos que son secretas,
misteriosas, y accesibles solamente a los iniciados, miembros de un clan,
grupo o gremio; son conocimientos esotéricos. En algunos casos, los
conocimientos son accesibles solamente a miembros de un sexo. Esto no
significa que las praxes difieran entre los sexos, aunque esto ocurre
frecuentemente (por ejemplo, ver Camou-Guerrero et al., 2008), sino que
el kosmos determina que hay una diferencia entre quien tiene derecho a
conocer diferentes partes del corpus, como pasa, por ejemplo, con el
conocimiento de algunos grupos australianos (Maher, 1999), donde se
acepta como natural que exista conocimiento femenino y masculino,
incomunicables. Aunque es obvio que mucho de los conocimientos
tradicionales son públicos y compartidos en una etnia cualquiera, es
solamente el kosmos occidental el que enfatiza el ideal del conocimiento
como público y criticable, aunque reconociendo la lamentable tendencia a
mantener secretos conocimientos con valor económico y militar. Tenemos
así otra antinomia: público vs. iniciático.
Existen muchísimas otras diferencias, que incluyen los supuestos
ontológicos, las metodologías, la institucionalidad, y hasta el talante
psicológico. La así llamada “actitud científica”. Es el proceso completo,
incluyendo las narrativas, las instituciones, y la actitud lo que define a un
“saber,” y no solamente el resultado. De ahí se sigue que los conocimientos
(los corpora) de diferentes culturas pueden contener elementos idénticos,
pero ser el producto de kosmos totalmente diferentes, y tener praxis hasta
opuestas (medicinas con fines comunitarios vs. patentes sobre productos
activos). Por estas razones, dialogar entre saberes no es, para nada, algo
sencillo.
El tema de las similitudes y diferencias entre los conocimientos tradicionales
y la ciencia occidental es inagotable (hay tantos conocimientos tradicionales
como sociedades tradicionales). Levy-Strauss y Foucault, y más
específicamente autores como Agrawal (1997), han estudiado
filosóficamente este tema, el cual ha sido incluso objeto de reportes
institucionales como el de la Unión Internacional de Ciencias (Nakashima,
2002), o más recientemente el de Panel Internacional de Biodiversidad
(IPBES; IPBES/1/INF/5). El tema es complejo y la literatura es amplísima y,
por lo tanto, antes de iniciar un “diálogo entre saberes” conviene aclarar
ciertos puntos. Voy a dejar aquí algunas preguntas, dedicadas a nuestras
autoridades del CONACyT.

1. ¿Cuál es el objeto de establecer este “diálogo entre saberes”? Si se


trata de obtener partes de los corpora que sean útiles para la
medicina, la agricultura o la industria, hay que recordar las bien
dolorosas experiencias de la biopiratería. Para muchas ONGs un
poco radicales, y muchos grupos indígenas, cualquier intento externo
de acceder al corpus de su conocimiento tradicional es biopiratería,
independientemente de las buenas intenciones declaradas. Las
experiencias negativas en México y en todo el mundo son muy
frecuentes. No se puede simplemente suponer que un grupo
tradicional esté interesado en “dialogar” con otros. El corpus puede
valer dinero e incluso ser sagrado; luego entonces ¿por qué razón se
debería compartir con el Gobierno?

2. ¿Cuál será la posición de privilegio? ¿La ciencia occidental? Según


Agrawal (1997), la ciencia occidental siempre es asumida como la
postura privilegiada, y siempre se porta como tal. En efecto, vamos a
establecer un diálogo entre científicos  occidentales” y... ¿cada etnia?
¿o también entre etnias? ¿Esto es, también habrá un diálogo entre
Rarámuris y Tzotziles? ¿O solamente entre el CONACyT y los
Tzotziles, y el CONACyT y los Rarámuris? El que sea el CONACyT
quien propone el diálogo sugiere sutilmente que de manera implícita
se asume la postura privilegiada. En un caso interesante, los
Zapatistas recientemente intentaron una comunicación y si bien
hubieron algunas respuestas (incluyendo algunas de participantes
de Verificiencia), y un foro, en donde participó la actual directora del
CONACyT, la cosa no pasó de allí, hasta donde yo sé. Esto es, no
estoy enterado de si a consecuencia del foro se alcanzó algún
entendimiento entre científicos y Tzotziles, Choles y Tojolabales que
condujera a algún resultado práctico.

3. ¿Qué modos de comunicación se utilizarán? El modo “simposio


académico” no se acostumbra entre los grupos indígenas. Los
tiempos, formas de registro y de difusión, aceptación de participantes,
etc., tienden a ser muy diferentes entre distintas etnias. Un “diálogo
entre saberes” requerirá años de trabajo, empezando por establecer
lazos de confianza. Los antropólogos tienen este entrenamiento. La
mayoría de los biólogos no. No se diga los químicos o físicos.

La idea de estudiar de manera respetuosa las similitudes y diferencias entre


los modos de conocer a la naturaleza es muy interesante. Los humanos
conocemos el mundo de maneras muy contrastantes. Es claro que existe un
núcleo común y un gigantesco abanico de diferencias entre los distintos
modos de conocer. Me atrevo a sugerir que si el CONACyT considera el
tema como prioritario, debería apartar un presupuesto más o menos
significativo, así como crear un programa de investigación de diez o quince
años. Posteriormente, debemos dejar que los antropólogos, los sociólogos y
otros hagan su tarea, se den de golpes con la realidad y publiquen sus
resultados. Lo que dudo mucho es que el gobierno de ningún país vaya a
resolver problemas de salud pública o de producción de alimentos, en el
corto plazo, sentando a indígenas a compartir sus conocimientos con
universitarios. Sin duda muchos universitarios, y algunos funcionarios, lo
desearían; aunque no me queda tan claro que los indígenas piensen lo
mismo.
 

Jorge Soberon
Julio 2019
Departamento de Ecologia y Biologia Evolutiva,
Universidad de Kansas

Bibliografía
Agrawal, D.P., 1997. Traditional knowledge systems and western
science. Current Science, 73(9): 731-733
Barrera-Bassols, N. y V. Toledo 2005. Ethnoecology. Journal of Latin
American Geography 4: 9-41
Boege, E. 2010. El reto de la conservación de la biodiversidad en los
territorios de los pueblos indígenas. En Dirzo, R., R. Gonzalez e I.
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Camou-Guerrero, A., Reyes-García, V., Martínez-Ramos, M. and Casas, A.,
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Gámez, R. 2012 The link between biodiversity and sustainable development:
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Krupnik, I. et al. 2012. The Earth Is Faster Now: Indigenous Observations of
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Modificado por última vez en Sábado, 17 Agosto 2019 00:28

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