Según Bowlby
Según Bowlby
En los seres humanos el vínculo de apego tarda unos meses en aparecer, ya que conlleva
una compleja mezcla de conductas entre la madre y su hijo y adquiere una gran variedad de
formas. El establecimiento del lazo afectivo evoluciona a través de cuatro etapas:
1. Fase de preapego.
Abarca desde el nacimiento hasta las seis primeras semanas aproximadamente. Durante este
periodo, la conducta del niño consiste en reflejos determinados genéticamente que tienen
un gran valor para la supervivencia. A través de la sonrisa, el lloro y la mirada, el bebé
atrae la atención de otros seres humanos; y, al mismo tiempo, es capaz de responder a los
estímulos que vienen de otras personas. Tratan en muchas ocasiones de provocar el
contacto físico con el resto de los seres humanos.
Abarca desde las seis semanas hasta los seis meses de edad. En esta fase, el niño orienta su
conducta y responde a su madre de una manera más clara de cómo lo había hecho hasta
entonces. Sonríe, balbucea y sigue con la mirada a su madre de forma más consistente que
al resto de las personas. Sin embargo, todavía no muestran ansiedad cuando se les separa de
la madre a pesar de reconocerla perfectamente. No es la privación de la madre lo que les
provoca enfado, sino la pérdida de contacto humano como cuando, por ejemplo, se les deja
solos en una habitación.
Esta fase comprende desde los 18-24 meses en adelante. Una de las características
importantes a estas edades es la aparición del lenguaje y la capacidad de representarse
mentalmente a la madre, lo que le permite predecir su retorno cuando ésta está ausente. Por
tanto, decrece la ansiedad porque el niño empieza a entender que la ausencia de la madre no
es definitiva y que en un momento dado, regresará a casa.
En esta fase, los niños a los que su madre les explica el por qué de su salida y el tiempo
aproximado que estará ausente suelen llorar mucho menos que los niños a los que no se les
da ningún tipo de información. A partir de los tres años, el niño despliega una serie de
estrategias con las que intenta controlar la interacción con su madre "obligándola" en
determinados momentos a pactar las entradas y salidas del hogar.
El final de estas cuatro fases supone un vínculo afectivo sólido entre ambas partes que no
necesita de un contacto físico ni de una búsqueda permanente por parte del niño, ya que
éste siente la seguridad de que su madre responderá en los momentos en los que la necesite.
Bowlby, J. (1998) :”El apego”. Tomo 1 de la trilogía “El apego y la pérdida”. Barcelona,
Paidós.