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Constitución y Derechos
Francisco Domínguez Servién
Gobernador Constitucional
Paolo Comanducci
© Paolo Comanducci
isbn: 978-607-7822-29-5
Coordinación
Rogelio Flores Pantoja
Edición
Carolina Hernández Parra
Alfredo Pérez Guarneros
Diseño de portada
Antonio Rangel
Formación
Felipe Luna
Contenido
Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
I. Epistemología jurídica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
1. Conocer el derecho. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
2. Empirismo y constructivismo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
3. El objeto “derecho”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18
4. La teoría del derecho. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
III. El neoconstitucionalismo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
1. Neoconstitucionalismo teórico,
ideológico y metodológico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
1.1. Neoconstitucionalismo teórico . . . . . . . . . . . . . . . . 43
1.2. Neoconstitucionalismo ideológico . . . . . . . . . . . . . 45
1.3. Neoconstitucionalismo metodológico . . . . . . . . . . 52
2. Algunas consideraciones críticas . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
IV. Democracia
y derechos fundamentales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
1. Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
2. Diferentes enfoques y sentidos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60
3. Modelo de Estado
constitucional de derecho . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72
|9|
Paolo Comanducci
V. Problemas de compatibilidad
entre derechos fundamentales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
1. Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
2. Nivel teórico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
2.1. Teorías del derecho. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
2.2. (In)compatibilidad
entre derechos fundamentales. . . . . . . . . . . . . . . . . 89
2.3. (In)compatibilidad en abstracto. . . . . . . . . . . . . . . 91
2.4. (In)compatibilidad en concreto. . . . . . . . . . . . . . . . 99
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
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Prefacio
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Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
| 12
I. Epistemología jurídica
1. Conocer el derecho
| 13 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
1
Cfr. Samuel, G., Epistemology and Method in Law, Aldershot, Ashgate, 2003,
p. 12: “Legal epistemology will thus involve a reflection on the activity of
legal science or, if the notion of a legal science is unacceptable, on what it
is to have knowledge of law”.
2
Cfr. Calsamiglia, A., Introducción a la ciencia jurídica, Barcelona, Ariel,
1986; Nino, C. S., Algunos modelos metodológicos de ‘ciencia’ jurídica, Méxi-
co, Fontamara, 1993; Ratti, G. B., Sistema giuridico e sistemazione del diritto,
Turín, Giappichelli, 2008.
3
Cfr. al menos, acerca del debate en los siglos xix-xx: la clásica obra de
Larenz, K., Methodenlehre der Rechtswissenschaft, Berlín-Göttingen-Heide-
lberg, Springer, 1960; Carrino, A. (ed.), Metodologia della scienza giuridica,
Nápoles, Edizioni Scientifiche Italiane, 1989; Chiassoni, P., L’utopia della
ragione analitica. Origini, oggetti e metodi della filosofia del diritto positivo,
Turín, Giappichelli, 2005; y la síntesis muy ágil de Millard, É., Théorie géné-
rale du droit, París, Dalloz, 2006.
| 14
Epistemología jurídica
2. Empirismo y constructivismo
4
En muchas ocasiones estas posturas han sido también llamadas, respectiva-
mente, realismo y antirealismo. Prefiero no utilizar estas dos expresiones
en aras de evitar una confusión con otros “realismos” mencionados en el
texto: el metafísico y el jurídico.
5
Cfr. Anscombe, G. E. M., Intention, Oxford, Blackwell, 1957, sect. 32.
15 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
6
Cfr. Goodman, N., Ways of Worldmaking, Indianapolis-Cambridge, Hac-
kett, 1978; Piattelli Palmarini, M. (ed.), Livelli di realtà, Milán, Feltrinelli,
1984; Watzlawick, P. (ed.), L’invention de la réalité. Comment croyons-nous
ce que nous croyons savoir? (1981), París, Seuil, 1992.
| 16
Epistemología jurídica
7
Villa, V., “Alcune chiarificazioni concettuali sulla nozione di inclusive po-
sitivism”, en Comanducci, P. y Guastini, R. (eds.), Analisi e diritto 2000.
Ricerche di giurisprudenza analitica, Turín, Giappichelli, 2001, pp. 255-88,
en la p. 277. Cfr. también Villa, V., Costruttivismo e teorie del diritto, Tu-
rín, Giappichelli, 1999.
17 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
3. El objeto “derecho”
8
Quine, W. V. O., “Two Dogmas of Empiricism” (1951), en From A Logical
Point of View. 9 Logico-Philosophical Essays, 2a ed. rev., Nueva York-Hagers-
town-San Francisco-Londres, Harper & Row, 1961, pp. 20-46.
| 18
Epistemología jurídica
9
Cfr. entre otros: Williams, G., “The Controversy Concerning the Word
‘Law’ (1945)”, en Laslett, P. (ed.), Philosophy, Politics and Society, Oxford,
Blackwell, 1956; Tarello, G., Progetto per la voce “Diritto” di una enciclope-
dia, en “Politica del diritto”, II, 6, pp. 741- 47; Nino, C. S., Introducción al
análisis del derecho, 2a ed., Astrea, Buenos Aires, 1988.
19 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
10
Cfr. Comanducci, P., Diritto positivo: due esercizi di dissezione, en Zaccaria,
G. (ed.), Diritto positivo e positività del diritto, Turín, Giappichelli, 1991, pp.
113-24.
11
Hoy sin embargo, prefiero a esa tipología otra, un poco más sencilla, que
distingue entre discursos en el derecho (que agrupan los discursos del y
con el derecho) y discursos acerca del derecho.
| 20
Epistemología jurídica
12
Cfr. Raz, J., Pratical Reason and Norms, Londres, Hutchinson, 1975.
13
Sobre la cual véase al menos: Bayón, J. C., La normatividad del derecho. De-
ber jurídico y razones para la acción, Madrid, CEC, 1991; Redondo, M. C., La
noción de razón para la acción en el análisis jurídico, CEC, Madrid, 1996.
14
Cfr. Searle, J. R., The Construction of Social Reality (1995), Penguin Books,
Londres, 1996.
21 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
| 22
Epistemología jurídica
15
La dogmática es a veces llamada scientia iuris a veces iuris-prudentia, según
se quiera subrayar uno que otro aspecto de su metodología.
16
Cf., entre otros, Nino, C. S., op. cit.; R. Alexy, Teoría de la argumentación
jurídica (1978), CEC, Madrid, 1989.
17
Cf. Comanducci, P., op. cit.
23 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
| 24
Epistemología jurídica
18
Un ejemplo entre muchos está constituido por la reciente discusión entre
Ferrajoli, Jori, Guastini y yo sobre la cuestión de si la teoría del derecho
pueda o no, deba o no ser normativa, o si en cambio deba y pueda ser no-
valorativa. Discusión en la que, creo, ninguno de los cuatro ha logrado con-
vencer a los demás. Cfr. P. Comanducci, Problemi di compatibilità tra diritti
fondamentali, L. Ferrajoli, Diritti fondamentali e democrazia costituzionale,
L. Ferrajoli, La pragmatica della teoria del diritto, M. Jori, Pragmatica, scien-
za giuridica e diritti, R. Guastini, Rigidità costituzionale e normatività della
scienza giuridica, todos en Comanducci, P. y Guastini R. (eds.), Analisi e
diritto 2002-2003. Ricerche di giurisprudenza analitica, Turín, Giappichelli,
2004.
19
Cfr. Hart, H. L. A., “Philosophy of Law, Problems of”, en Edwards P. (ed. en
jefe), The Encyclopedia of Philosophy, Nueva York-Londres, The MacMillan
& The Free Press/Collier-MacMillan Limited, 1967, vol. VI, pp. 264-276.
25 |
II. El objeto “Constitución”
y su interpretación
1
Por un amplio panorama al respecto véase Ferrer Mac-Gregor, E. (coord.),
Interpretación constitucional, México, Porrúa-UNAM, 2005, 2 vols.
| 27 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
Esquema 1
“Naturaleza” de la in- Objeto de inter- “Naturaleza” del objeto de la
terpretación pretación interpretación
modelo descriptivo de
actividad cognitiva Constitución como norma
(p. ej.: formalismo, Constitución
Dworkin) modelo axiológico de Cons-
titución como norma
modelo descriptivo de
actividad decisio- Constitución como norma
nal (p. ej.: realismo, Constitución
Hart) modelo axiológico de Cons-
titución como norma
| 28
El objeto “Constitución” y su interpretación
2
Cfr. Comanducci, P., Hacia una teoría analítica del derecho. Ensayos escogi-
dos, ed. por R. Escudero Alday, Madrid, CEPC, 2010, cap. 8.
29 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
3
Dogliani, M., Introduzione al diritto costituzionale, Bolonia, Il Mulino, 1994,
p. 14.
4
Ibidem, p. 15.
| 30
El objeto “Constitución” y su interpretación
31 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
5
Cfr. Manin, B., “Les deux libéralismes: marché ou contre-pouvoirs”, en In-
terventions, núm. 9, 1984, pp. 10-24.
6
Cfr. p. ej. Gianformaggio, L., L’interpretazione della costituzione tra appli-
cazione di regole ed argomentazione basata su principi (1985), en Filosofia
del diritto e ragionamento giuridico, ed. por E. Diciotti y V. Velluzzi, Turín,
Giappichelli, 2008, pp. 173-204.
| 32
El objeto “Constitución” y su interpretación
7
Sobre estos temas véanse: en este mismo libro el cap. 4; Salazar Ugarte, P.,
La democracia constitucional. Una radiografía teórica, México, IIJ-UNAM-
FCE, 2006.
33 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
8
Cfr. en “Ragion pratica”, núm. 34, 2010, la parte monográfica sobre “Inter-
pretazione e diritto”, a cargo de P. Denaro e I. Trujillo, con contribuciones
de V. Villa, M. Atienza, I. Trujillo, Z. Bankowski y M. Troper.
| 34
El objeto “Constitución” y su interpretación
9
Cfr. Comanducci, P., Hacia una teoría analítica del derecho, cit., cap. 8.2.3.
35 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
10
Cfr. el ponderoso volumen de Vignudelli, A., Interpretazione e costituzione.
Miti, mode e luoghi comuni del pensiero giuridico, Turín, Giappichelli, 2011.
11
Cfr. Comanducci, P., Hacia una teoría analítica del derecho, cit., cap. 8.2.4,
que versa en particular sobre la “lectura moral” de la Constitución pro-
puesta por Ronald Dworkin.
12
Cfr. Marmor, A., Interpretation and Legal Theory, 2a ed., Oxford, Hart Pu-
blishing, 2005, cap. VI (“Constitutional Interpretation”).
13
La ponderación puede ser categórica o ad hoc: la primera se realiza, por
ejemplo, en las decisiones abstractas de las cortes sobre la constituciona-
lidad de una ley; la segunda se realiza cuando las cortes deciden un caso
específico. Cfr. Pino, G., Diritti e interpretazione. Il ragionamento giuridico
nello Stato costituzionale, Bolonia, Il Mulino, 2010, pp. 187-90. Véase tam-
bién Prieto Sanchís, L., Justicia constitucional y derechos fundamentales, Ma-
| 36
El objeto “Constitución” y su interpretación
37 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
16
Cfr. P. Comanducci, Hacia una teoría analítica del derecho, cit., cap. 5.2.
| 38
El objeto “Constitución” y su interpretación
17
En efecto se puede atribuir sentido a la constitución también a través de
actos que no son directamente interpretativos, como por ejemplo las con-
ductas institucionales.
39 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
| 40
III. El neoconstitucionalismo
1. Neoconstitucionalismo teórico,
ideológico y metodológico
1
Lo tomo en cuenta brevemente en el ensayo “Democracia y derechos fun-
damentales”, en este mismo volumen.
2
“Neoconstitucionalismo” es una etiqueta que, a finales de los años noven-
ta del siglo pasado, unos integrantes de la escuela genovesa de teoría del
derecho —Susanna Pozzolo, Mauro Barberis y yo mismo— han empezado
a usar, como forma de clasificar, para criticarlas, algunas tendencias pos-
positivistas de la filosofía jurídica contemporánea, que presentan rasgos
comunes pero también diferencias entre sí. La etiqueta ha tenido mucho
éxito, pero sobre todo se han multiplicado, en Europa —particularmente en
| 41 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
España e Italia— y Latinoamérica —particularmente en Argentina y Méxi-
co— los estudios de esas tendencias, y su comparación con el positivismo
jurídico.
3
Cfr. Bobbio, N., Giusnaturalismo e positivismo giuridico (1965), Comunità,
Milán, 19722. Véase, en español: Bobbio, N., El problema del positivismo
jurídico, trad. por E. Garzón Valdés, Buenos Aires, Eudeba, 1965 y Bobbio,
N., El positivismo jurídico, Madrid, Debate, 1993.
4
Sobre las relaciones entre positivismo jurídico, constitucionalismo y/o
neoconstitucionalismo, véase: Barberis, M., La heterogeneidad del bien. Tres
ensayos sobre el pluralismo ético, México, Fontamara, 2006; Carbonell, M.
(comp.), Neoconstitucionalismo(s), Madrid, UNAM-Trotta, 2003; Duarte,
É. O. R. y Pozzolo, S., Neoconstitucionalismo e positivismo jurídico. As fa-
ces da teoria do Direito em tempos de interpretação moral da Constituição,
São Paulo, Landy Editora, 2006; Mazzarese, T. (ed.), Neocostituzionalismo
e tutela (sovra)nazionale dei diritti fondamentali, Turín, Giappichelli, 2002;
Pino, G., “The Place of Legal Positivism in Contemporary Constitutional
States”, en Law and Philosophy, núm. 18, 1999, pp. 513-536; Pozzolo, S.,
Neocostituzionalismo e positivismo giuridico, Turín, Giappichelli, 2001; Prie-
to, L., “Costituzionalismo e positivismo”, en Comanducci, P. y Guastini, R.
(eds.), Analisi e diritto 1996. Ricerche di filosofia analitica, Turín, Giappi-
chelli, 1996, pp. 207-226; Prieto, L., Constitucionalismo y positivismo, 2a
ed., México, Fontamara, 1999; Sastre Ariza, S., Ciencia jurídica positivista y
neoconstitucionalismo, prólogo de L. Prieto, Madrid, McGraw-Hill, 1999.
| 42
El neoconstitucionalismo
5
No necesario, ya que han existido positivistas que si bien se han adherido
a la ideología constitucionalista, sin embargo han rechazado lo que podría-
mos llamar el “constitucionalismo metodológico”, es decir, la idea de que
las constituciones, y sobre todo los principios y los derechos fundamenta-
les en ellas contenidos, instituyen un puente entre el derecho positivo y la
moral.
6
La que existe entre positivismo y constitucionalismo como ideologías me
parece la principal contraposición que subyace en el pionero trabajo de
Matteucci, N., Positivismo giuridico e costituzionalismo (1963), Bologna, Il
Mulino, 1996. Sobre ello, y sobre la discusión que siguió entre Bobbio y
Matteucci, cfr. Margiotta, C., Bobbio e Matteucci su costituzionalismo e posi-
tivismo giuridico. Con una lettera di Norberto Bobbio a Nicola Matteucci, en
“Materiali per una storia della cultura giuridica”, 30, 2, 2000, pp. 387-425.
43 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
7
Cfr. en este mismo volumen el ensayo “El objeto ‘constitución’ y su inter-
pretación”.
8
Cfr., en general, Moreso, J. J., La indeterminación del derecho y la interpreta-
ción de la Constitución, Madrid, CEC, 1997.
| 44
El neoconstitucionalismo
45 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
9
Cfr. Hierro, L. L., Estado de derecho. Problemas actuales, México, Fontama-
ra, 1998.
10
Bobbio, N., Giusnaturalismo e positivismo giuridico, cit., p. 136.
| 46
El neoconstitucionalismo
11
Ibidem, pp. 113-14. Sobre los varios tipos de positivismo jurídico, cfr. tam-
bién: Bulygin, E., El positivismo jurídico, México, Fontamara, 2006; Dimoulis,
D., Positivismo jurídico. Introdução a uma teoria do direito e defesa do pragma-
tismo jurídico-político, São Paulo, Método, 2006; Escudero R., Alday, Los ca-
lificativos del positivismo jurídico. El debate sobre la incorporación de la moral,
Madrid, Thomson-Civitas, 2004; Jiménez Cano, R. M., Una metateoría del
positivismo jurídico, Madrid-Barcelona-Buenos Aires, Marcial Pons, 2008.
12
En efecto, pienso que no tiene demasiada utilidad la dicotomía, propuesta
por Bobbio entre dos distintos tipos de argumentación a través de los cua-
les se atribuiría una valoración positiva al derecho existente. Cfr. Bobbio,
N., Giusnaturalismo e positivismo giuridico, cit., p. 110: “1) el derecho po-
sitivo, por el solo hecho de ser positivo, es decir de ser emanación de una
voluntad dominante, es justo [...]; 2) el derecho [...] sirve, con su propia
existencia, independientemente del valor moral de sus reglas, para alcan-
zar ciertos fines deseables, como el orden, la paz, la certeza y en general la
justicia legal”. Es el segundo tipo de argumento y no el primero, el que en
mi opinión caracteriza de manera sobresaliente las distintas formas histó-
ricas de positivismo ideológico.
13
Esta tipología, por supuesto, no pretende ser exhaustiva, ya que no logra
enmarcar algunas formas “mixtas” de positivismo ideológico, que combi-
nan ciertos elementos típicos de posturas neoconstitucionalistas. Pienso
en particular a las opiniones expresadas por Campbell, T. D., The Legal
Theory of Ethical Positivism, Aldershot, Dartmouth, 1996.
47 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
14
Este último concepto es analizado en los detalles por Escudero Alday, R.,
Positivismo y moral interna del derecho, Madrid, CEPC, 2000.
| 48
El neoconstitucionalismo
15
Un análisis pormenorizado de las justificaciones morales que han sido pre-
sentadas a favor del deber de obediencia al derecho, y entonces de la así
llamada “obligación política”, se encuentra ahora en Vilajosana, J. M., Iden-
tificación y justificación del derecho, Madrid, Marcial Pons, 2007, cap. IV.
49 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
16
Cfr. por ejemplo: Bayón, J. C., “Derechos, democracia y constitución”, en
Discusiones, núm. 1, 2000, pp. 65-94; Waldron, J., Law and Disagreement,
Oxford, Clarendon Press, 1999; Waldron, J., The Dignity of Legislation,
Cambridge, Cambridge University Press, 1999.
17
Cfr. por ejemplo: Dworkin, R., La democrazia possibile. Principi per un nuovo
dibattito politico (2006), Milán, Feltrinelli, 2007, cap. 5; Ferrajoli, L., Dere-
cho y razón. Teoría del garantismo penal (1989), Madrid, Trotta, 1995, 4ª
ed., 2000, parte V; Ferrajoli, L., Principia iuris. Teoria del diritto e della de-
mocrazia, Roma-Bari, Laterza, 2007, espec. vol. II; Ferreres, V., El control
judicial de la constitucionalidad de la ley, México, Fontamara, 2008; Zagre-
belsky, G., El derecho dúctil. Ley, derechos, justicia (1992), Madrid, Trotta,
1995; Zagrebelsky, G., Il «Crucifige!» e la democrazia, Turín, Einaudi, 1995;
Zagrebelsky, G. La virtù del dubbio. Intervista su etica e diritto, ed. por G.
Preterossi, Roma-Bari, Laterza, 2007.
18
Que los participantes en la discusión compartan al menos algunos princi-
pios fundamentales de corte liberal es, en mi opinión, justamente lo que
hace posible y fructífero el debate.
| 50
El neoconstitucionalismo
19
Publicado por primera vez en The New York Review of Books, 21 mar 1996,
pp. 46-50; luego incluido, como introducción, en Dworkin, R., Freedom’s
Law, Oxford, Oxford University Press, 1996. Para una reconstrucción de
la posición de Dworkin en materia de interpretación constitucional, véase
en este mismo volumen el ensayo “El objeto ‘constitución’ y su interpreta-
ción”.
20
Cfr. Celano, B., “Diritti, principi e valori nello Stato costituzionale di di-
ritto: tre ipotesi di ricostruzione”, en Comanducci, P. y Guastini, R. (eds.),
Analisi e diritto 2004. Ricerche di giurisprudenza analitica, Turín, Giappiche-
lli, 2005, pp. 53-74.
51 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
21
Cfr. ibidem, p. 68.
22
Cfr. ibidem, p. 70.
23
Sobre el neoconstitucionalismo de Alexy y Dworkin, y su relación con el
positivismo jurídico, cfr. Bongiovanni, G., Teorie “costituzionalistiche” del
diritto. Morale, diritto e interpretazione in R. Alexy e R. Dworkin, Bologna,
CLUEB, 2000; Bongiovanni, G., Costituzionalismo e teoria del diritto, Roma-
Bari, Laterza, 2005; García Figueroa, A., Principios y positivismo jurídico. El
no positivismo principialista en las teorías de Ronald Dworkin y Robert Alexy,
Madrid, CEPC, 1998; Giordano, V., Il positivismo e la sfida dei principi, Ná-
| 52
El neoconstitucionalismo
53 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
25
Cfr., entre otros, Ferrajoli, L., “Derechos fundamentales”, en Derechos y ga-
rantías. La ley del más débil, Madrid, Trotta, 1999; “Los derechos fundamen-
tales en la teoría del derecho”, en Ferrajoli, L. et al., Los fundamentos de los
derechos fundamentales, Madrid, Trotta, 2001.
| 54
El neoconstitucionalismo
55 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
| 56
El neoconstitucionalismo
26
Pienso sobre todo en Zagrebelsky, G., El derecho dúctil. Ley, derechos, justi-
cia, Madrid, Trotta, 1995; La crucifixión y la democracia, Ariel, Barcelona,
1996.
57 |
IV. Democracia
y derechos fundamentales
1. Introducción
| 59 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
1
Hay por supuesto otros más: enfoques económico, sociológico general o
sistémico, antropológico, etc.
| 60
Democracia y derechos fundamentales
2
Cfr. Greppi, A., Concepciones de la democracia en el pensamiento político
contemporáneo, Madrid, Trotta, 2006.
61 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
3
Sobre estas últimas, y en general sobre las distintas concepciones procedi-
mentales de la democracia, véase Martí, J. L., La república deliberativa. Una
teoría de la democracia, Madrid-Barcelona, Marcial Pons, 2006.
| 62
Democracia y derechos fundamentales
4
Carta de Norberto Bobbio a Guido Fassò, del 14 de Febrero de 1972, pu-
blicada por C. Faralli, Presentazione de Fassò, G., La democrazia in Grecia
(1959), reimp. ed. por C. Faralli, E. Pattaro, G. Zucchini, Milán, Giuffrè,
1999, p. XI (cit. por Ferrajoli, L., Los fundamentos de los derechos fundamen-
tales, Madrid, Trotta, 2001, p. 346).
63 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
5
En las últimas décadas, las contribuciones más influyentes sobre el tema
de los derechos fundamentales, en el marco de la filosofía del derecho,
han sido probablemnte las de Ronald Dworkin y de Robert Alexy. Véase,
en particular: Dworkin, R., Los derechos en serio (1977), Barcelona, Ariel,
1984; Alexy, R., Teoría de los derechos fundamentales (1986), Madrid, Cen-
tro de Estudios Constitucionales, 1993; Alexy, R., Epílogo a la teoría de los
derechos fundamentales, Madrid, CEPC, 2004; Alexy, R., Teoría del discur-
so y derechos constitucionales, México, Fontamara, 2005. Sobre la teoría de
Alexy véase ahora Menéndez, A. J. y Eriksen, E. O. (eds.), Arguing Funda-
mental Rights, Dordrecht, Springer, 2006.
6
Cfr., entre las obras recientes sobre el tema: Cruz Parcero, J. A., El lenguaje
de los derechos. Ensayo para una teoría estructural de los derechos, Madrid,
Trotta, 2007; Rainbolt, G. W., The Concept of Rights, Dordrecht, Springer,
2006.
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Democracia y derechos fundamentales
65 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
| 66
Democracia y derechos fundamentales
7
Bobbio, N., L’età dei diritti, Turín, Einaudi, 1990, p. 16.
67 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
8
Extraigo este elenco de los arts. 1-21 de la Universal Declaration of Human
Rights, adoptada por la Asamblea General de la ONU el 10 de diciembre de
1948.
9
Extraigo este elenco de los arts. 22-27 de la Universal Declaration of Hu-
man Rights. En muchas cartas constitucionales, por ejemplo en la italia-
na, la lista es aún más amplia y comprende, entre otros, el derecho a la
salud.
| 68
Democracia y derechos fundamentales
10
Léase, por ejemplo, el art. 27 de la International Covenant on Civil and Politi-
cal Rights, adoptado por la Asamblea General de la ONU el 16 de diciembre
de 1966: “In those States in which ethnic, religious or linguistic minorities
exist, persons belonging to such minorities shall not be denied the right,
in community with the other members of their group, to enjoy their own
culture, to profess and practice their own religion, or to use their own lan-
guage”.
69 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
11
Los arts. 1.4, párrafos 2 y ss., y 5 de dicha Declaration prevén la tutela de
los derechos culturales positivos. Los arts. 2 y 4.1 afianzan, en cambio, la
tutela de los derechos culturales negativos.
12
Sobre los conflictos entre derechos fundamentales véanse las penetrantes
observaciones de Celano, B., “Diritti, principi e valori nello Stato costi-
tuzionale di diritto: tre ipotesi di ricostruzione”, en Comanducci, P. y Guas-
tini R. (eds.), Analisi e diritto 2004. Ricerche di giurisprudenza analitica,
Turín, Giappichelli, 2005, pp. 53-74. El tema viene profundizado también
en este mismo volumen, en el ensayo “Problemas de compatibilidad entre
derechos fundamentales”.
| 70
Democracia y derechos fundamentales
71 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
3. Modelo de Estado
constitucional de derecho
13
Cfr. Ferrajoli, L., Derecho y razón. Teoría del garantismo penal, Madrid,
Trotta, 1995, 4a ed., 2000, parte V. Véase también Ferrajoli, L., Garantismo.
Una discusión sobre derecho y democracia, Madrid, Trotta, 2006. Sobre va-
rios aspectos de su obra, Cfr. Carbonell, M. y Salazar, P. (eds.), Garantismo.
Estudios sobre el pensamiento de Luigi Ferrajoli, Madrid, Trotta-IIJ-UNAM,
2005.
14
Cfr. ibidem, pp. 855 y ss.
| 72
Democracia y derechos fundamentales
15
Cfr., sobre todo, Guastini, R., “La constitucionalización del ordenamiento:
el caso italiano”, en Guastini, R., Estudios de teoría constitucional, México,
IIJ-UNAM, Fontamara, 2001.
73 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
16
Cfr. Salazar Ugarte, P., La democracia constitucional. Una radiografía teórica,
México, IIJ-UNAM-FCE, 2006.
| 74
Democracia y derechos fundamentales
75 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
17
Cfr. sobre todo Waldron, J., Law and Disagreement, Oxford, Clarendon
Press, 1999, en especial la parte III, “Rights and Judicial Review”; The Dig-
nity of Legislation, Cambridge, Cambridge University Press, 1999. Véase
también Corso, L., Potere giudiziario e sovranità popolare, Turín, Giappiche-
lli, 2008, pp. 79 y ss.
18
Cfr. Bayón, J. C., “Derechos, democracia y Constitución”, en Discusiones,
núm. 1, 2000, pp. 65-94.
| 76
Democracia y derechos fundamentales
19
Bobbio, N., voz Democrazia, en Dizionario di Politica, dir. por N. Bobbio, N.
Matteucci, G. Pasquino, UTET, 2ª ed., Turín, 1983, pp. 308-18, en la p. 311.
77 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
20
Cfr. Rawls, J., Teoría de la justicia (1971), 2ª ed., México, FCE, 1995.
21
Cfr. Nozick, R., Anarquía, Estado y utopía (1974), México, FCE, 1988.
| 78
Democracia y derechos fundamentales
79 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
22
Cfr. Nozick, R., op. cit., pp. 280-81.
| 80
Democracia y derechos fundamentales
23
Cfr. Ferrajoli, L., Los fundamentos de los derechos fundamentales, Madrid,
Trotta, 2001, p. 355.
81 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
| 82
Democracia y derechos fundamentales
6. Conclusión
83 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
| 84
V. Problemas de compatibilidad
entre derechos fundamentales
1. Introducción
1
Cfr. Ferrajoli, L., “Los fundamentos de los derechos fundamentales”, en
Ferrajoli L. et al., Los fundamentos de los derechos fundamentales, ed. por A.
de Cabo y G. Pissarello, Madrid, Trotta, 2001, pp. 289-291.
| 85 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
2
Da manera muy tentativa, diría que en un nivel teórico hay incompatibili-
dad entre normas (generalmente principios) que confieren derechos fun-
damentales cuando los dos derechos no pueden ser satisfechos contempo-
ráneamente (en abstracto o en concreto). En un nivel filosófico-político
hay incompatibilidad absoluta entre derechos fundamentales si no se pue-
de brindar una justificación coherente de ambos en el interior de un mis-
mo sistema filosófico-político normativo; hay en cambio incompatibilidad
relativa si, en una situación concreta, ambos derechos no pueden ser satis-
fechos contemporáneamente.
| 86
Problemas de compatibilidad entre derechos fundamentales
2. Nivel teórico
3
Cfr. Jori, M., Ferrajoli sobre los derechos, en Ferrajoli L. et al., Los fundamen-
tos de los derechos fundamentales, cit., p. 118.
4
La expresión “metajurisprudencia” es usada por Bobbio para designar cual-
quier teoría que verse sobre las actividades desarrolladas —o que deberían
ser desarrolladas— por la dogmática jurídica.
5
La filosofía analítica del lenguaje distingue entre dos posibles objetos de
discurso: uno extralingüístico y otro lingüístico. Los objetos extralingüís-
ticos del discurso son hechos, eventos, estados de cosas, etc., y los objetos
lingüísticos del discurso son palabras, locuciones, enunciados, etc. No se
trata de una distinción con carácter concluyente ni mucho menos de una
duplicación del mundo: también los objetos lingüísticos son reducibles a
hechos o eventos. No obstante, con el fin de realizar un análisis del lengua-
je, parece oportuno introducir esta distinción para dar cuenta de los distin-
tos niveles lógico-semánticos en los que se coloca el discurso. Una cosa es
87 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
hablar de la casa y decir que tiene cuatro habitaciones; y otra cosa es hablar
de “casa” y decir que tiene cuatro letras. En el primer caso, el discurso
versa sobre una entidad física y se coloca en el primer nivel del lenguaje.
En el segundo caso, nuestro discurso versa sobre una palabra —y esto en
el lenguaje escrito, se señala habitualmente poniendo la palabra entre co-
millas— colocándose en un segundo nivel del leguaje. Los discursos que
versan sobre otros discursos —o sobre otras entidades lingüísticas— son
llamados metadiscursos, es decir, se colocan en un nivel metalingüístico.
Los discursos —o las otras entidades lingüísticas— acerca de los cuales se
habla son llamados discursos-objeto.
| 88
Problemas de compatibilidad entre derechos fundamentales
2.2. (In)compatibilidad
entre derechos fundamentales
Sea cual sea el enfoque elegido, en un nivel teórico, dada una de-
finición de derecho subjetivo y de derechos fundamentales —de-
89 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
| 90
Problemas de compatibilidad entre derechos fundamentales
6
Hohfeld, W. N., Conceptos jurídicos fundamentales, trad. por G. R. Carrió,
Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1968, de Hohfeld, W. N.,
“Some Fundamental Legal Conceptions as Applied to Judicial Reasoning. I”,
en Yale Law Journal, vol. 23, núm. 1, 1913, pp. 16-59.
91 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
7
Cfr. Hohfeld, W. N., Fundamental Legal Conceptions as Applied to Judicial
Reasoning and Other Legal Essays, ed. por W. W. Cook, New Haven, Yale
UP, 1923.
8
Carrió, G. R., “Nota preliminar”, en W. N. Hohfeld, Conceptos jurídicos fun-
damentales, cit., pp. 13-14.
9
Ibidem, p. 15.
| 92
Problemas de compatibilidad entre derechos fundamentales
93 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
10
Ferrajoli, L., Derecho y razón. Teoría del garantismo penal, 4ª ed., Madrid,
Trotta, 2000.
11
Ferrajoli, L., Derechos y garantías. La ley del más débil, 2ª ed., Madrid, Trotta,
2001.
12
Ferrajoli, L., Principia iuris. Teoría del derecho y de la democracia (2007),
Madrid, Trotta, 2011, vol. 2.
13
Ferrajoli, L., “Derechos fundamentales”, en Ferrajoli, L. et al., Los funda-
mentos de los derechos fundamentales, cit., p. 19.
14
Ibidem, pp. 291-292.
| 94
Problemas de compatibilidad entre derechos fundamentales
15
Ibidem, pp. 292-293.
16
Ibidem, p. 298.
95 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
de tales límites, protegida), por un lado por las leyes, y por otro
por los negocios jurídicos entre particulares. En un plano superior
están los poderes —privados y públicos, vinculados, unos directa y
otros indirectamente, a los derechos de autonomía, respectivamen-
te civiles y políticos— cuyo ejercicio, a través de leyes y negocios
jurídicos, limita siempre la libertad. Finalmente, en un plano supe-
rior a tales poderes se encuentran los derechos de libertad, sean de
rango constitucional, lo que es necesario para que operen como
límites frente al poder legislativo, sean de rango legislativo, lo que
es suficiente para que sirvan como límite a los poderes contractua-
les. Las libertades negativas y positivas del primer tipo son limita-
das de distintas maneras por el ejercicio de los derechos-poderes
de autonomía: de manera aproximadamente igual por las leyes, de
forma desigual por la contratación privada. Las libertades positivas
del segundo tipo, es decir, los derechos de autonomía, dado que
interfieren en las libertades del primer tipo, son, además poderes
limitados en cuanto tales por el derecho. Finalmente, las liberta-
des negativas del tercer tipo, o sea, los derechos de libertad, son
precisamente los límites impuestos a los derechos-poderes de au-
tonomía.17
17
Ibidem, pp. 310-311.
18
Cfr. Ibidem, pp. 317 y 362.
| 96
Problemas de compatibilidad entre derechos fundamentales
19
Pintore, A., “Derechos insaciables”, en Ferrajoli, L. et al., Los fundamentos de
los derechos fundamentales, cit., p. 350.
20
Cfr. Ferrajoli, L., Los fundamentos de los derechos fundamentales, cit.,
pp. 351-352.
21
Ibidem, p. 353.
22
Ibidem, p. 351.
23
Ibidem, p. 354.
97 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
24
Ibidem, p. 353.
| 98
Problemas de compatibilidad entre derechos fundamentales
99 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
25
Moreso, J. J., “Conflitti tra principi costituzionali”, en Ragion pratica, núm.
18, 2002, pp. 207-227.
| 100
Problemas de compatibilidad entre derechos fundamentales
101 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
26
Celano, B., “«Defeasibility» e bilanciamento. Sulla possibilità di revisioni sta-
bili”, en Ragion pratica, núm. 18, 2002, pp. 229-45. Véase la respuesta de Mo-
reso a estas críticas: A proposito di revisioni stabili, casi paradigmatici e ideali
regolativi: replica a Celano, en “Ragion pratica”, núm. 18, 2002, pp. 247-54.
| 102
Problemas de compatibilidad entre derechos fundamentales
103 |
Bibliografía
| 105 |
Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
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Bibliografía
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Bibliografía
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Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
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Estudios sobre Constitución y derechos fundamentales
de Paolo Comanducci
se terminó de imprimir en el mes
de noviembre de 2016, en los Talleres Gráficos
del Poder Ejecutivo del Estado de Querétaro,
dependientes de la Oficialía Mayor, bajo la
dirección del Lic. Álvaro Mondragón Pérez
su tiraje consta de
1 000 ejemplares.
Otras publicaciones
Constitución y Democracia
Constitución y Derechos
5
TEORÍA DEL ESTADO Y DERECHO CONSTITUCIONAL
Tercera Edición: Junio 2010
Tiraje:1000 Ejemplares
Diagramación de interiores:
José Luis Vizcarra Ojeda
[email protected]
Corrección ortográfica:
Editorial ADRUS S.R.L.
6
A mi esposa y compañera Chela,
A mi hijo y amigo José Víctor
7
8
PRESENTACIÓN
9
10
ÍNDICE
PRESENTACIÓN............................................................................
CAPÍTULO PRIMERO
EL HOMBRE Y LA SOCIEDAD POLÍTICA
1. LOS FUNDAMENTOS DE LA VIDA HUMANA...............
2. LA SOCIEDAD...........................................................................
2.1. El proceso de la vida social..................................................
2.1.1. La cultura...........................................................................
2.1.2. La civilización...................................................................
2.1.3. El progreso........................................................................
2.1.4. Las castas...........................................................................
2.1.5. Los estamentos.................................................................
2.1.6. Las clases............................................................................
2.1.7. El status..............................................................................
2.1.8. Los roles.............................................................................
3. LA TIPOLOGÍA SOCIAL..........................................................
3.1. Las sociedades prepolíticas..................................................
3.2. Las sociedades políticas........................................................
3.2.1. La formación de las sociedades políticas.....................
3.2.2. Los componentes de las sociedades políticas..............
3.2.3. Los factores, requisitos y tipología de las
sociedades políticas..........................................................
11
Víctor García Toma
CAPÍTULO SEGUNDO
LOS ELEMENTOS DEL ESTADO
1. EL PUEBLO.................................................................................
1.1. El pueblo, la nación y la patria............................................
1.2. El pueblo y el principio de libre determinación...............
1.3. La nacionalidad......................................................................
1.3.1. Los modos de adquisición de la nacionalidad............
1.4. El problema de la doble nacionalidad...............................
1.5. La pérdida y la renuncia de la nacionalidad....................
1.6. La recuperación de la nacionalidad...................................
1.7. La relación entre nacionalidad y ciudadanía....................
1.8. El caso de los extranjeros......................................................
2. EL PODER POLÍTICO...............................................................
2.1. Los componentes del poder.................................................
2.2. El poder, los gobernantes y el derecho..............................
2.3. El origen del poder................................................................
2.4. Las características del poder................................................
2.4.1. Los alcances de la soberanía...........................................
2.4.2. La distinción entre soberanía y poder constituyente.....
2.4.3. La soberanía, el dominio y la jurisdicción...................
2.4.4. La soberanía, la globalización y la noción de
supranacionalidad...........................................................
2.5. El papel institucional del poder..........................................
12
12
Índice
CAPÍTULO TERCERO
EL ESTADO DE DERECHO Y LA PERSONALIDAD
JURÍDICA DEL ESTADO
1. EL ESTADO Y EL DERECHO..................................................
1.1. Las relaciones entre el Estado y el derecho.........................
1.2. La preexistencia del derecho y su
entroncamiento con el Estado................................................
2. EL ESTADO DE DERECHO.....................................................
13
13
Víctor García Toma
14
14
Índice
CAPÍTULO CUARTO
LAS FUNCIONES Y FINES DEL ESTADO
CAPÍTULO QUINTO
EL ESTADO Y EL GOBIERNO
1. LAS FORMAS DE ESTADO.....................................................
15
15
Víctor García Toma
16
16
Índice
CAPÍTULO SEXTO
EL DERECHO CONSTITUCIONAL
1. EL PROCESO DE ESTUDIO DEL
DERECHO CONSTITUCIONAL............................................
2. LA METODOLOGÍA
EN EL DERECHO CONSTITUCIONAL................................
3. UBICACIÓN DISCIPLINARIA................................................
4. EL DERECHO CONSTITUCIONAL
Y SUS RELACIONES JURÍDICO
INTRADISCIPLINARIAS E INTERDISCIPLINARIAS.......
5. LAS FUENTES CONSTITUCIONALES.................................
5.1. La tipología de las fuentes constitucionales........................
5.2. La estructura del sistema de fuentes formales....................
5.3. La clasificación de las fuentes formales................................
5.3.1. Las fuentes formales directas...............................................
5.3.1.1. La legislación constitucional.............................................
5.3.1.2. La costumbre constitucional.............................................
5.3.1.2.1. La costumbre constitucional
y el uso constitucional.....................................................
5.3.1.2.2. El aporte de la costumbre constitucional.....................
5.3.1.3. La jurisprudencia constitucional......................................
5.3.1.3.1. La tipología y los efectos
de la jurisprudencia constitucional...............................
5.3.1.3.2. El precedente constitucional vinculante.......................
5.3.1.4. El derecho internacional público......................................
5.3.1.4.1. El proceso de incorporación
de los tratados al derecho estadual...............................
5.3.1.4.2. El rango jerárquico de los tratados................................
5.3.2. Las fuentes formales indirectas...........................................
5.3.2.1. La doctrina constitucional.................................................
5.3.2.2. Los principios constitucionales.........................................
17
17
Víctor García Toma
CAPÍTULO SÉTIMO
TEORÍA CONSTITUCIONAL
1. LA DEFINICIÓN Y LOS ALCANCES
DEL CONCEPTO CONSTITUCIÓN......................................
1.1. El derrotero histórico del concepto Constitución...............
1.2. Los contenidos de la Constitución........................................
1.3. El referente constitucional......................................................
1.4. La fundamentación conectiva: la fuerza normativa
de la Constitución....................................................................
1.5. Los criterios de estudio de la Constitución.........................
2. LA ESTRUCTURA DE LO CONSTITUCIONAL.................
3. LOS ORÍGENES DEL CONSTITUCIONALISMO...............
3.1. Los elementos constitutivos
del constitucionalismo inicial................................................
3.2. Las etapas del constitucionalismo........................................
4. LAS CONCEPCIONES
ACERCA DE LA CONSTITUCIÓN........................................
4.1. Las funciones de la Constitución..........................................
5. LAS PARTES DE LA CONSTITUCIÓN................................
5.1. El problema de la relación entre la parte dogmática
y la parte orgánica...................................................................
6. LA CLASIFICACIÓN DE LAS NORMAS
CONSTITUCIONALES.............................................................
7. LA TIPOLOGÍA DE LAS CONSTITUCIONES....................
7.1. Las constituciones morfológicas...........................................
7.2. Las constituciones ontológicas..............................................
8. EL CONTENIDO IN TOTUM
DE LA CONSTITUCIÓN..........................................................
18
18
Índice
9. LA CONSTITUCIÓN Y LA CONSTITUCIONALIDAD....
10. LA FORMACIÓN TÉCNICA
DE LA CONSTITUCIÓN.......................................................
11. LA EXTINCIÓN Y LA SUSPENSIÓN
DE LA CONSTITUCIÓN.......................................................
11.1. La extinción de Constitución...............................................
11.2. La suspensión de la Constitución.......................................
11.3. La abrogación inconstitucional...........................................
CAPÍTULO OCTAVO
EL PODER CONSTITUYENTE ORIGINARIO Y EL PODER
CONSTITUYENTE DERIVADO
19
19
Víctor García Toma
CAPÍTULO NOVENO
LOS VALORES, PRINCIPIOS, FINES
E INTERPRETACIÓN CONSTITUCIONALES
1. LOS VALORES CONSTITUCIONALES................................
1.1. La tipología de los valores constitucionales........................
1.2. Las características de los valores constitucionales.............
2. LOS PRINCIPIOS CONSTITUCIONALES............................
2.1. Las características de los principios constitucionales........
2.2. Los “contenidos” de los principios constitucionales.........
2.3. Las funciones de los principios constitucionales................
20
20
Índice
21
21
Víctor García Toma
CAPÍTULO DÉCIMO
LA JURISDICCIÓN CONSTITUCIONAL
1. LOS ALCANCES DE LA JURISDICCIÓN
CONSTITUCIONAL
1.1. Los presupuestos jurídicos de la jurisdicción
constitucional............................................................................
1.2. La naturaleza de la jurisdicción constitucional..................
1.3. Los ámbitos de la jurisdicción constitucional.....................
1.4. Los objetivos de la jurisdicción constitucional...................
1.5. Los orígenes de la jurisdicción constitucional....................
1.5.1. El caso Madison vs. Marbury..............................................
2. LOS SISTEMAS O MODELOS DE CONTROL
DE LA CONSTITUCIONALIDAD.........................................
2.1. Los modelos originarios.........................................................
2.1.1. El control orgánico político o no jurisdiccional................
2.1.2. El control orgánico jurisdiccional.......................................
2.1.2.1. El sistema americano o de jurisdicción difusa...............
2.1.2.2. El sistema europeo o de jurisdicción concentrada........
2.1.3. Los modelos originarios y las variables
de admisión, naturaleza del acto cuestionado
y tiempo de impugnación....................................................
2.2. Los modelos derivados...........................................................
2.2.1. El control orgánico mixto.....................................................
2.2.2. El control orgánico dual o paralelo.....................................
2.2.3. Nuestra opinión en relación al caso peruano...................
3. EL EXAMEN DE INCONSTITUCIONALIDAD..................
3.1. El examen de inconstitucionalidad
material o de fondo.................................................................
22
22
Índice
CAPÍTULO UNDÉCIMO
LA OBEDIENCIA CONSTITUCIONAL
1. EL ORIGEN DE LA OBEDIENCIA.........................................
2. LOS FUNDAMENTOS DE LA NO OBEDIENCIA..............
3. LA DESOBEDIENCIA CIVIL...................................................
23
23
Víctor García Toma
CAPÍTULO DUODÉCIMO
EL ESTADO Y LAS SITUACIONES
DE ANORMALIDAD CONSTITUCIONAL
1. EL RÉGIMEN DE EXCEPCIÓN..............................................
1.1. Los antecedentes históricos....................................................
1.2. Las características del régimen de excepción......................
1.3. Los elementos y las dimensiones
del régimen de excepción.......................................................
1.4. El régimen de excepción, la razón de Estado
y el estado de necesidad.........................................................
2. EL RÉGIMEN DE EXCEPCIÓN Y SUS
MODALIDADES DE EXCEPCIÓN........................................
2.1. El estado de sitio......................................................................
2.2. El estado de desorden interno o de emergencia................
2.3. El estado de calamidad...........................................................
2.4. El estado de crisis económica................................................
2.5. El estado de prevención..........................................................
2.6. El caso de los decretos de urgencia.......................................
3. EL RÉGIMEN DE EXCEPCIÓN Y LOS DERECHOS
FUNDAMENTALES..................................................................
3.1. El régimen de excepción
y las prerrogativas parlamentarias.......................................
3.2. El régimen de excepción y las acciones de garantía..........
24
24
Índice
CAPÍTULO DECIMOTERCERO
LOS GOBIERNOS DE FACTO
25
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Víctor García Toma
26
26
CAPÍTULO PRIMERO
SUMARIO:
1. LOS FUNDAMENTOS DE LA VIDA HUMANA. 2. LA SOCIEDAD. 2.1.
El proceso de la vida social. 2.1.1. La cultura. 2.1.2. La civilización. 2.1.3. El
progreso. 2.1.4. Las castas. 2.1.5. Los estamentos. 2.1.6. Las clases. 2.1.7.
El status. 2.1.8. Los roles. 3. LA TIPOLOGÍA SOCIAL. 3.1. Las sociedades
prepolíticas. 3.2. Las sociedades políticas. 3.2.1. La formación de las sociedades
políticas. 3.2.2. Los componentes de las sociedades políticas. 3.2.3. Los factores,
requisitos y tipología de las sociedades políticas. 3.3. Las sociedades políticas
iniciales. 3.4. La sociedad política estatal. 3.5. La definición del concepto de Es-
tado. 3.6. Las formas de institucionalización histórica del Estado. 3.7. El principio
de continuidad estatal. 3.8. La extinción estatal. 3.9. La naturaleza del Estado.
3.10. El estudio del Estado.
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Teoría del Estado y Derecho Constitucional
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Teoría del Estado y Derecho Constitucional
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2.- LA SOCIEDAD
Para la consecución de los fines antes citados, el ser humano tiene
la necesidad de un “medio” que haga posible un verdadero encuen-
tro con sus congéneres, ya que de estos depende, en gran medida, su
propia esencia. Ese “medio” es conocido con el nombre de sociedad.
La persona humana es un ser gregario de manera inevitable, dado
que no puede prescindir de la sociedad, pues siempre requiere del
concurso y del apoyo de los demás para ser genuinamente un ser hu-
mano. La sociedad viene a ser la unión de una pluralidad de hombres
que aúnan sus esfuerzos de modo estable para la realización de fi-
nes individuales y comunes [Gustavo Palacios Pimentel. Elementos de
derecho civil. Lima, 1971]. Ella existe por “mandato” de la naturaleza
humana. Ergo, plantea la trama de las relaciones intersubjetivas en un
mismo espacio y tiempo.
Alfredo Poviñe [Sociología. Córdova: Assendri, 1954] expone que
la sociedad alude a la reunión de individuos que obran en consuno
dentro de formaciones colectivas relativamente permanentes, con el
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toridad del jefe del clan, identificado como un tótem protector –un
animal, planta, objeto o elemento–, propio del anclaje, que caracteri-
zaba al grupo y era una especie de deidad protectora”.
Dentro del clan casi no existieron diferencias de rango. Entre las
excepciones aparecía la figura del varón más anciano, el mismo que
supuestamente sabio y experimentado ejercía la autoridad.
La autoridad desempeñaba actividades indiferenciadas (tareas reli-
giosas, militares, políticas, etc.), siendo su capacidad de aseguramiento
de la defensa del grupo, cuestión vital para la preservación del poder.
El clan tuvo una tendencia firme a la vida sedentaria, por lo que
podía ubicársele fijado a un área geográfica. Su actividad económica
se caracterizó por el laboreo de la tierra y la domesticación y crianza
de animales.
La filiación tomaba como referencia a la mujer; ello se explica por
la práctica de la sexualidad abierta y la consiguiente imposibilidad de
la identificación del progenitor paterno.
c) La tribu
Alude a aquel grupo social que abarcaba un gran número de cla-
nes. Se caracterizó por la posesión de un territorio delimitado y cier-
tamente más extendido que en las manifestaciones sociales anterior-
mente señaladas.
Dicha sociedad se caracterizó por la división de la tierra y el tra-
bajo. Implicó una forma de asociación más estructurada y piramidal-
mente organizada.
La tribu expresó la particularidad del uso de un dialecto común, la
pertenencia a una cultura homogénea, así como el establecimiento del
ejercicio de una autoridad colegiada.
Al respecto, José Mejía Valera [ob. cit.] señala que su conducción
estaba a cargo de un consejo integrado por los jefes de cada clan, de
entre los cuales se designaba a uno de ellos para su representación.
Este cuerpo colegiado deliberaba en forma pública y se ocupaba fun-
damentalmente de regular las relaciones con las tribus vecinas, de-
clarar la guerra o la paz, etc. Esta actividad estuvo dotada de algunos
rasgos específicos de juridicidad.
La regulación social se enraizó en la costumbre. Con la tribu nace
la denominada economía agraria.
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d) La confederación tribal
Alude a una liga o unión de varias tribus, una suerte de alianza
que surgió de la similitud de poderío bélico y de la vocación conjunta
para una defensa eficaz o para actos de conquista. Esta coalición tribal
–exigida para el éxito de empresas bélicas– creó diferencias significa-
tivas de rango y autoridad con los pueblos sometidos.
La confederación conservará gran parte de las características de la
vida tribal; empero debilitará el vínculo de sangre, emergiendo en su
reemplazo el vínculo de suelo.
El gobierno de la confederación también descansó sobre un cuer-
po colegiado, pero dotado de mayores atribuciones que en el caso
de la tribu. Asimismo, el dominio territorial se acrecentó de manera
significativa.
Señálese adicionalmente que los factores económicos promovie-
ron su consolidación: las transacciones, los cambios y los incipientes
mercados influyeron grandemente.
Esta modalidad de sociedad presentó una mayor evolución cul-
tural que las anteriores, amén de haberse convertido en la “puerta de
ingreso” a las denominadas sociedades políticas.
3.2.- Las sociedades políticas
Se trata de colectividades que aparecen como consecuencia del
proceso de una mayor y mejor delimitación territorial y poblacional,
así como de la aparición de dos grupos sociales: el primero encar-
gado de las funciones de organización y control de las actividades
socio-económicas mediante el uso de una energía social denomina-
da poder; y el segundo responsable de ejercitar per se las actividades
productivas. Por ende, la necesidad de institucionalizar el sistema de
producción, propiedad, reciprocidad, redistribución, intercambio de
los bienes económicos y el aseguramiento de la paz y el orden público
inspiró fuertemente su creación.
En estas colectividades emergieron tres instituciones básicas: el
fisco, la fuerza armada y el fomento de las obras públicas.
Fruto de lo anteriormente expuesto surgirán conflictos in-
ternos que obligarán a la institucionalización política de los roles:
unos se auparán como titulares de la autoridad, y los otros se
subordinarán a ella.
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a) La formación consensuada
Esta teoría plantea que la aparición de la sociedad política es el
resultado de una convención nacida –en mayor o menor medida– del
albedrío de los seres humanos, quienes deciden asociarse política-
mente para la consecución de fines compartidos y permanentes. Este
consenso parte de una voluntad colectiva basada en el reconocimien-
to de experiencias coexistenciales que justifican la convivencia aso-
ciada de signo político; la misma que permite la satisfacción de un
conjunto de necesidades de interés general.
Dentro de esta tesis pueden ser incluidas las consideraciones de
Tomás Hobbes (1588-1679) y Juan Jacobo Rousseau (1712-1867).
Tomás Hobbes –en su obra El leviatan– plantea la aparición del
cuerpo político como respuesta a la necesidad de someter y refrenar
los instintos arbitrarios de los hombres, lo cual consagra una amenaza
contra la integración y supervivencia de la sociedad.
Juan Jacobo Rousseau –en su obra El contrato social– plantea la apa-
rición del cuerpo político como expresión de voluntad libre de los
hombres de ceder parte de su soberanía personal, a efectos de concre-
tar democráticamente las expectativas comunes de bienestar, autode-
terminación en sociedad, seguridad y justicia.
b) La formación determinista
Esta teoría plantea que el instinto gregario y el paulatino proceso
de evolución en las relaciones coexistenciales, genera inevitablemente
la constitución de la sociedad política.
Así, se sostiene que siendo inherente a la persona humana la inte-
rrelación coexistencial con sus congéneres, la aparición del cuerpo po-
lítico es fruto de la progresiva, imprescindible e irremediable fuerza
del mero hecho de coexistir. En resumen, la libertad y el albedrío de
los seres humanos carecen de relevancia sustancial para el estableci-
miento de la sociedad política.
Dentro de esta tesis pueden ser incluidas las formulaciones de
Herbert Spencer (1820-1903) y las en consuno formuladas por Carlos
Marx (1818-1883) y Federico Engels (1820-1895).
Herbert Spencer –en su obra Principios de sociología– plantea la apa-
rición del cuerpo político como respuesta organicista o evolucionista
de un proceso natural y propio; el cual es análogo a lo que acontece
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existan, hay ciertos órganos, principios y normas que trascienden a cada go-
bierno y, muchas veces, a cada época”.
Señálese adicionalmente que este tipo de sociedades carecieron
de la concepción de ser unidades políticas soberanas; es decir, inde-
pendientes ante sus homólogos en el marco de las relaciones interna-
cionales y supra y centrípetas en el ejercicio del poder político en lo
relativo hacia el interior de sus propios dominios territoriales.
Como bien refiere Héctor Rodolfo Orlandini [Principios de ciencia
política y teoría del Estado. Buenos Aires: Plus Ultra, 1985], el Estado a
diferencia de las demás expresiones de sociedad política se caracteri-
za por ser una forma de poder político ordenado e institucionalizado
en coordinación con el territorio y el pueblo adscrito a él.
Entre las principales sociedades políticas iniciales destacan el im-
perio egipcio, la polis griega y el imperio romano. Dicho período
arranca en el año 3000 a.C. con la aparición de Menes como faraón de
Egipto y se extiende hasta el siglo XVI.
La relación cronológicamente anotada –como bien advierte Raúl
Ferrero Rebagliati [Ciencia política. Lima: Studium, 1975]– no tiene
necesariamente un carácter mecánicamente evolutivo; es decir, no es
un punto incontrovertible el que una sociedad anterior en el tiempo
constituya el presupuesto de otra posterior.
Prueba de ello fue la involución desde la perspectiva del poder
político, producido durante el período del medioevo.
a) El imperio egipcio
Alude a una organización política constituida alrededor del año
3000 a.C. gracias a Menes primer faraón de Egipto. Esta alcanzó su
mayor esplendor durante la conducción de Ramsés II (1290-1223 a.C.).
Entre sus principales características aparecen las cuatro siguientes:
- Existencia de un fundamento de organización despótica y teo-
crática. El faraón era considerado una divinidad; esta legitimi-
dad justificaba su poder, por lo cual el orden se vinculaba a su
mera voluntad.
- Existencia de cierto grado de estructuración jurídico-política en
lo relativo a la regulación de los intereses públicos.
- Presencia de una administración estatal profesionalizada. Desta-
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b) La polis griega
Alude a la organización política que se constituye, en sus rasgos
más significativos, entre los años 584-404 a.C. con el auge de Atenas y
Esparta. Esta alcanzó su mayor esplendor bajo la égida de Alejandro
Magno, quien a partir del año 336 a.C. emprendió sus famosas gue-
rras de conquista en Asia y África.
La expresión polis equivale a ciudad-Estado, e indica el área geo-
gráfica, social y cultural en el que se desenvolvía la vida de los grie-
gos. Entre estos no existió un sentimiento nacional, pues aún no apa-
recía en la historia la idea de Nación, por lo que la unión se forjaba de
la relación hombre-ciudad.
Entre sus principales características aparecen las siete siguientes:
- Extensión territorial exigua, hasta el extremo que Luis Sánchez
Agesta [Principios de teoría política. Madrid: Nacional, 1983] la ca-
lifica como una “aldea fortificada”. Esta modalidad política se
componía territorialmente de un centro poblado y una zona ale-
daña o tierra de nadie.
- Presencia de una minúscula población.
- Existencia de una cierta idea de limitar el ejercicio del poder po-
lítico a los cánones del derecho. Cabe aquí destacar al legislador
ateniense Dracón, quien inició la cancelación de la denominada
justicia privada, por el monopolio jurisdiccional del cuerpo polí-
tico, interpósito entre victimarios y víctimas.
- Existencia de un aparato político predominante, más no mono-
polizador del mando y la coacción.
- Posesión de una estructura administrativa integral y orientada
por personal especializado.
- Presencia de un gobierno sustentado en las costumbres sociales,
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c) El imperio romano
Alude a una organización política que se constituyó en sus rasgos
más significativos con la ascensión de Augusto en el año 27 a.C. Este
alcanzó su mayor esplendor bajo la égida de Diocleciano (gobernante
del 284 al 305 d.C.), el mismo que para impedir la anarquía militar
organizó la tetrarquía política.
Entre las principales características aparecen las seis siguientes:
- Existencia de un gobierno observado como res pública, es decir,
como cosa de todos. En ninguna etapa del proceso político roma-
no el ejerciente de la autoridad dejó de ser un mandatario, ya que
asumió el poder en nombre del conjunto de la sociedad política
y no por derecho propio (como sí fue el caso de los entes despó-
ticos orientales).
- Creación de la idea de la personalidad jurídica del cuerpo polí-
tico, así como de la delegación funcional como fundamento del
poder. Esta obligación funcional creó una compleja burocracia
con atribuciones político-administrativas.
- Establecimiento de un trípode orgánico: la potestad tribunicia, el
imperio proconsular y el sumo pontificado.
- Existencia de un vínculo nacional a consecuencia de la aplicación
del principio jurídico del ius sanguinis. Este derecho de sangre
consistía en que la nacionalidad y los derechos de una persona
se regían por la ley de su patria familiar de origen.
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mente en el tiempo.
Al respecto, son citables las experiencias históricas de Inglaterra,
Francia, Rusia, Irán, etc.
En el caso de Inglaterra, los primeros habitantes de origen romano
y anglosajón datan del siglo III a.C.; posteriormente la presencia nor-
manda se ubica en el siglo IX d.C.
En el caso de Francia la paulatina integración entre hellstatts, tenes
y celtas dio origen en el siglo I a.C. al pueblo galo.
En el caso de Rusia, la paulatina integración de escitas, sarmatas y
eslavos en el siglo V, dio origen al pueblo ruso.
En el caso de Irán, la paulatina integración de medos y persas, dio
origen en el siglo VII a. C. al pueblo iraní.
Cabe señalar –en relación a lo anteriormente expuesto– que la re-
lación y entroncamiento entre dominio territorial, población y poder
se produce desde períodos remotos de la historia universal.
b) Por el establecimiento de una población en un territorio no some-
tido a ninguna soberanía estatal
Al respecto, pueden citarse los casos de Liberia (1821) y Transvaal (1837).
En relación al caso de Liberia debe señalarse que en 1817 se fundó
en los Estados Unidos la denominada Sociedad Colonizadora Norte-
americana con el objetivo de devolverles a los negros afroamericanos
una parte de su originaria patria. Ello en razón al “franco reconoci-
miento” de que estos –fueran libres o esclavos– no tenían cabida en
dicha joven sociedad.
Para tal efecto la referida institución adquirió vastos terrenos a lo
largo de la denominada “Costa de la Pimienta” en África Occidental
(Costa de Guinea).
El primer contingente de negros “americanos” fue desembar-
cado en 1821.
El historiador Samuel Eliot Morrison [En: Breve historia de los Es-
tados Unidos. México: Fondo de Cultura Económica, 1997] señala que
“ya para 1847 varios millones [...] habían sido trasladados allí, en
donde organizaron la República de Liberia con una capital llamada
Monrovia en homenaje al presidente James Monroe (1817-1825)”, y
dictaron una Constitución basada en la aprobada por los insurrectos
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miento jurídico, y que operan en forma continua para dar vida y acción
al Estado”.
El propio Zarini expone que el derecho constitucional hace re-
ferencia a la organización del Estado, a las instituciones básicas del
ordenamiento y funcionamiento estatal, así como a la forma de go-
bierno desde una visión estrictamente jurídica; amén de ordenar las
relaciones recíprocas de los habitantes con el Estado y la de esos ha-
bitantes entre sí, para lo cual se determinan sus principales derechos,
obligaciones y garantías constitucionales.
Ahora bien, debe advertirse que el derecho constitucional no
solamente encara la investigación y valoración en el ámbito teóri-
co, sino que también considera la dinámica de la “vivencia” de las
instituciones políticas. El derecho constitucional no se agota en el
estudio de la Constitución Política de un Estado, ya que los proce-
sos históricos pueden originar la deformación del texto fundamen-
tal (gobiernos de facto, mutaciones constitucionales, habilitaciones
normativas, inaplicabilidad político-administrativa, etc.). Ello obli-
ga a ampliar el estudio a los aspectos reales de la organización y
funcionamiento del cuerpo político.
Esta disciplina intenta responder a las cinco interrogantes siguientes:
- ¿Cuáles son los fines específicos señalados en una Constitución?
- ¿Cuál es la estructura y organización estatal que permite cumplir
con los fines que persigue alcanzar el Estado, de conformidad
con lo establecido en una Constitución?
- ¿Cuáles son los mecanismos de designación o elección para es-
tablecer a los que ejercen el poder, así como sus competencias y
responsabilidades?
- ¿Cuáles son los derechos, obligaciones y garantías ciudadanas
establecidos en una Constitución?
- ¿Cuál es la relación existente entre el texto fundamental del Estado
y la realidad político-social que se desarrolla en el cuerpo político?
c) La ciencia política
Esta disciplina se encarga de estudiar la naturaleza y ejercicio de
la autoridad política. Prevé el conocimiento y valoración de una rela-
ción política dentro de la sociedad: la relación mando-obediencia.
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CAPÍTULO SEGUNDO
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c) El vínculo permanente
El enlace personal con el cuerpo político debe ser estable, constan-
te, persistente, firme y duradero. Por ende, no puede tratarse de una
relación incidental y meramente eventual.
Por tal motivo, no puede considerarse en dicha acepción a aque-
llos grupos humanos errantes o nómades.
Al respecto, es citable el caso de la tribu africana de los tuaregos
que históricamente se desplazan a lo largo y ancho del desierto del
Sahara (Marruecos, Mauritania, Egipto, Sudan).
d) El vínculo de correspondencia social
El enlace personal con el cuerpo político implica una recíproca inte-
racción con los demás integrantes del pueblo de un Estado.
Ahora bien, la calidad de miembro del pueblo de un Estado no im-
plica necesariamente el ejercicio de los denominados derechos políticos,
que se encuentran reservados a aquellas personas que han adquiri-
do el status de ciudadanos. A lo sumo, dicha calidad meramente hace
constar la existencia de un vínculo con el cuerpo estatal de naturaleza
político-jurídica, cuyos alcances quedan a merced del criterio de dis-
crecionalidad estatal.
Por otro lado, cabe advertir que el poder estatal no solo es aplica-
ble a aquellas personas que forman parte de su pueblo, sino que se
extiende al caso de los turistas o transeúntes, en tanto permanezcan
dentro del territorio del Estado.
1.1.- El pueblo, la nación y la patria
Desde nuestra perspectiva, pueblo, nación y patria expresan con-
ceptos distintos y claramente inconfundibles.
La expresión pueblo tiene una connotación político-jurídica, en tan-
to que la expresión nación tiene, además de lo anotado, un sustento
histórico y social.
El pueblo implica una multitud, masa o pluralidad de personas
consideradas uti signoli, es decir, se configura por la mera agregación
de unos individuos con otros; en suma, hace referencia a la simple
agrupación de seres humanos dentro de un territorio donde un Esta-
do ejerce poder político.
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1.3.- La nacionalidad
Se encuentra comprobado históricamente que desde los prime-
ros estadios de la coexistencia social el hombre sintió la necesidad
de fortalecer su vínculo con la tierra que le viera nacer. Empero
el origen de esta necesidad tuvo un marcado acento religioso; así,
cuando las familias, comunidades y tribus concordaron sobre la
necesidad de adoptar un culto común, fundaron inmediatamente
la urbe para establecer el santuario donde ofrecer el rito religioso
generalizado. Por eso se señala con acierto que la fundación de la
urbe siempre fue un acto religioso.
Al respecto, es dable advertir que, ciudad y urbe no eran ex-
presiones sinónimas en el mundo antiguo: la ciudad se manifestaba
como el área donde se forjaba la constitución de la asociación reli-
giosa de las familias y de las tribus; en cambio la urbe se expresaba
como el lugar del santuario de esa ciudad.
De ese entroncamiento nacerá el nacional, quien era aquel que
participaba del culto de la ciudad y a quien por serlo se le otorgaba
el ejercicio de los derechos existentes. Por ende, si renunciaba al
culto, perdía ipso facto el goce de tales derechos.
Isabel Kluger [Citado por Jorge Huamán tasco. La nacionalidad
en la Constitución peruana de 1979. Tesis de Bachiller. Lima: Uni-
versidad inca garcilaso de la vega, 1989] define al nacional en ese
marco histórico, como “aquel hombre que sigue la religión de la
ciudad; que honra a los mismos dioses de la ciudad”. En ese sen-
tido, el extranjero se caracterizaba por no tener acceso al culto, es
decir, era aquel que los dioses de la ciudad no protegían.
En predios estrictamente jurídicos, la nacionalidad expresa la
calidad o condición de nacional atribuida a una persona en razón
de su entroncamiento con la nación jurídicamente organizada a la
que pertenece.
Eduardo Jiménez de Arechaga [El derecho internacional contemporá-
neo. Madrid: Tecnos, 1980] la define como “una relación jurídica entre
una persona y el Estado, que se caracteriza por la existencia de dere-
chos y deberes recíprocos”.
Como afirma Klisberg López Martínez [Nacionalidad peruana y
Constitución. Lima, 1984], se trata de un vínculo entre la persona y la
nación jurídicamente organizada (Estado).
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ral o sus conceptos a los del resto de sus congéneres. Existe en los
hombres la creencia de la necesidad del poder. La realidad social
contiene en sí misma la idea del jefe, guía, autoridad o líder.
Fernando Silva Santisteban [ob. cit.] refiere que “es inherente
a la naturaleza de toda actividad humana que algunos individuos
puedan controlar el comportamiento de otros, puesto que ningún
grupo humano puede funcionar en forma efectiva a menos que
algunos individuos desempeñen la tarea de coordinar, dirigir e in-
tegrar los esfuerzos de los demás, asumiendo con ello la responsa-
bilidad propia de tales actividades”.
Al poder se le considera socialmente algo tan natural como el
agua, el fuego o la lluvia; la idea de que se pueda vivir sin jefes
parece absurda. Como afirma Maurice Duverger [Sociología de la
política. Barcelona: Ariel, 1975], se trata de un “dato inmediato de
la conciencia reforzado por la educación”. Desde su primera in-
fancia el niño es orientado a plegarse a la voluntad de sus padres;
posteriormente, la escuela –con sus profesores, vigilantes, directo-
res, régimen de sanciones, etc.– acrecentará ese sentido de la au-
toridad y la obediencia (el propio infante, a través del llanto o la
sonrisa, descubre rápidamente su capacidad de inducción sobre
sus padres).
A través del poder se distingue la existencia de un grupo gober-
nante y de una comunidad gobernada, en la irreductible distinción
lógico-práctica del mando y la obediencia. Al respecto, no debe
obviarse la afirmación expuesta por Luis Sánchez Agesta [Princi-
pios de teoría política. Madrid: Nacional, 1983], sobre que “no hay
poder sin obediencia; y que el poder es la capacidad de encontrar
obediencia”.
A su vez, André Hauriou [Derecho constitucional e instituciones
políticas. Barcelona: Ariel, 1980] afirma que el poder “es una ener-
gía de la voluntad que se manifiesta en quienes asumen la empresa
del gobierno humano y que les permite imponerse gracias al doble
ascendiente de la energía y la competencia”.
En ese orden de ideas, el poder político es aquel que ejerce el
Estado. Como tal, implica el conjunto de competencias que asu-
me el cuerpo político en aras de orientar y dirigir las actividades
de sus integrantes. Expone una capacidad exclusiva en la toma de
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co: Rof, 1988] señala que “no sería necesario el ejercicio del poder en
el caso de que el bien común pudiera conseguirse por los esfuerzos
directos de los individuos; mas tal consecuencia es moralmente im-
posible. Aun si todos los ciudadanos estuviesen resueltos a procurar
el bien común y no le antepusiesen su propio interés, siempre queda-
ría la posibilidad de errores y divergencias en la aplicación de lo que
constituye el bien común [...]”. Por ende, “es indispensable la inter-
vención de la autoridad para señalar decisoriamente a los ciudadanos
el bien al cual deben tender mediante acción común proporcional a
sus facultades y medios”.
Asimismo, Georg Jellinek [ob. cit.] establece que “toda unidad de
fines en los hombres necesita la dirección de una voluntad. Esta vo-
luntad, que ha de cuidar los fines de la asociación, que ha de ordenar
y dirigir la ejecución de sus ordenaciones, es precisamente el poder
de la asociación”.
Resulta obvio que el ejercicio del poder por parte del gobernante
debe encontrarse juridizado. En ese aspecto, el historiador y político
francés Francois Guizot [Citado por Jacques Pirenne. Historia univer-
sal. Barcelona: Océano, 1987] señaló con acierto:
“Concebid no digo un pueblo sino la reunión más pequeña de hombres;
concebidla sometida [...] a una fuerza que no tenga ningún valimiento
jurídico, sino el de la fuerza misma; que no gobierne absolutamente por
ningún título de razón, de justicia, o de verdad; pues al instante, la
naturaleza humana se rebelará contra esta hipótesis, ya que es menester
que ella crea en el derecho. Es el gobierno de derecho lo que busca; y es
el único al cual consiente en obedecer”.
El poder en las manos de un gobernante no es una energía
exenta de justificación y control; más bien, como señalara el Papa
Juan XXIII (1881-1963) [Encíclica Paz en la tierra. Lima: Ediciones
Paulinas, s.f.], “consiste en la facultad de mandar según la razón”.
En ese sentido, el derecho como representación de un orden, y el
poder como ejecutor de su efectividad, integran un ciclo que ex-
presa y resume los cambios y transformaciones que se producen
en la realidad social y política.
Como ha expresado Georges Burdeau [Derecho constitucional e ins-
tituciones políticas. Madrid: Editora nacional, 1981], alrededor del po-
der se reconcilian dos elementos de la realidad social que a menudo
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- Juan XIX, 11
“A Pilatos que se arrogaba con ostentación el poder de absolver y de
condenar, contestó Nuestro Señor Jesucristo: No tendrías poder alguno
sobre mí si no te fuera dado de lo alto”.
Esta doctrina cobra auge a través del Apóstol de los Gentiles, San
Pablo, y también a través de los Padres de la Iglesia.
Así, San Pablo (¿?-97 d.C.) [Citado por Jean Touchard. Historia de
las ideas políticas. Madrid: Tecnos, 1983] en su Epístola a los Romanos
XIII, 1-5 señaló:
“Toda persona está sujeta a las potestades superiores, porque no hay
potestad que no provenga de Dios; y Dios es el que ha establecido las que
hay pues en el mundo [...] por lo cual, quienes desobedecen a las potes-
tades, a la ordenación o voluntad de Dios desobedecen [...]. El príncipe
es un ministro de Dios puesto para tu bien; por tanto, es necesario que
le estéis sujeto no solo por temor al castigo, sino también por obligación
de conciencia”.
Por otro lado, San Agustín (354-430 d.C.) [Citado por Jean
Touchard. ob.cit.] había afirmado:
“Así como es el creador de la naturaleza; así es dador y dispensador de
todas las potestades”.
Y Santo Tomás de Aquino (1225-1274 d.C.) [Citado por Jean
touchard. ob. cit.] manifestó:
“El Estado, por ser una necesidad natural, es al mismo tiempo querido
por Dios, y la obediencia a sus mandatos constituye un deber, admi-
tiéndose que el fin del Estado es la adecuación del hombre para su vida
virtuosa; y en último término una preparación para unirse a Dios”.
La doctrina teocrática se expresa de dos formas, a saber:
- Doctrina del derecho divino sobrenatural.
- Doctrina del derecho divino providencial.
La esencia de la doctrina teocrática se inspira políticamente en las
ya citadas palabras de San Pablo:
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“Non est potestas nisi a Deo” (No hay potestad que no proven-
ga de Dios).
Los aportes de esta doctrina señalan que no cabe interpretación
sobre el fundamento del poder expuesto en las expresiones de San
Pablo, salvo en la manera como se manifiesta o plasma la delegación
de mandar o conducir a las sociedades políticas.
La doctrina del derecho divino sobrenatural es anterior histórica-
mente a la doctrina del derecho divino providencial, que surge cuan-
do el padre de la Iglesia de Oriente, San Juan Crisóstomo (344-407
d.C.) [Citado por Walter Theimer. Historia de las ideas políticas. Barce-
lona: Ariel, 1969], aclara el enunciado de San Pablo en el sentido de
que este no se había referido a que “todo príncipe viene de Dios, sino
a que toda potestad viene de Dios”.
Expliquemos brevemente cada una de las formas anterior-
mente citadas.
a.1) La doctrina del derecho divino sobrenatural
Defendida por el obispo, escritor y orador sacro francés Jacques
Benigne Bossuet (1627-1704) [Citado por Walter Theimer. ob. cit.], en
el libro La política. Esta se afirma en la idea de que Dios elige por sí
mismo a los gobernantes y los inviste de los poderes necesarios para
asegurar la coexistencia social. Establece que la divinidad deposita el
poder o facultad de mando directamente en determinadas personas,
quienes por este hecho se constituyen en representantes de Dios en la
tierra.
Con ello, Jacques Benigne Bossuet –adherente de la política reli-
giosa de Luis XIV– proclama el carácter sagrado y absoluto del po-
der monárquico. Así, atentar contra la majestad terrena de los reyes
deviene en un sacrilegio, hasta el extremo de que ni la impiedad de-
clarada ni la persecución eximirían a los súbditos de este deber de
obediencia, so pena de condenación celestial.
Bossuet afirmaba que “los súbditos no debían oponerse a la vio-
lencia de los príncipes más que con exhortaciones respetuosas, sin
sedición ni murmullos y con oraciones para su conversión”.
La fuente del poder del que se hallaban investidos los gobernantes
era consecuencia de una delegación suprahumana; solo a Dios debían
aquellos dar cuenta de sus actos.
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- Caso de España
Al frente del ejército de Canarias y Marruecos, el general Fran-
cisco Franco Bahamonde se alzó contra el gobierno republicano en-
cabezado por don Manuel Azaña, líder del Frente Popular. En 1939,
luego de una cruenta guerra civil, ascendió al poder como “Caudillo
de España por la gracia de Dios”.
Dentro del contexto de un constitucionalismo disperso, dictó
en 1947 la Ley de Sucesión en la Jefatura de Estado, donde se es-
tableció que “España como unidad política es un Estado católico,
social y representativo, que de acuerdo con su tradición se declara
constituido en reino”.
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zación y funcionamiento.
El acto convencional o contractual de que tratamos no tiene
categoría jurídica ni es la verificación práctica de la génesis histó-
rica del Estado, sino que es un postulado racional y un principio
deontológico.
En efecto, de manera figurada se expone que el ejercicio del poder
político es producto de una relación contractual. Así, de un estado de
naturaleza –en donde no existe sociedad– se forja un estado de comu-
nidad ordenado y regulado por reglas pactadas.
De lo expuesto se colige que dicha doctrina establece un cambio
cualitativo del Estado de naturaleza al Estado de comunidad, por la
vía del pacto social; ello a efectos de crear la ley y asegurar una vida
pacífica y ordenada.
La doctrina de la voluntad social hace hincapié en la necesidad de
la constitución del poder político a efectos de poder satisfacer el cum-
plimiento de determinados fines gregarios (seguridad, orden, justicia,
bien común), los cuales no podrían alcanzarse sin la existencia de una
autoridad encargada de la unidad y dirección social, amén de la nece-
saria especialización en el arte-ciencia de orientar y guiar la armónica
coexistencia social. Así, la motivación del nacimiento del poder políti-
co radicaría en la obtención de metas compartidas por el grupo social.
El fundamento del poder se sustenta en un alegórico acto de con-
vención social, por el cual, a cambio del aseguramiento y obtención
de determinados fines, un reducido grupo de personas ejercen por
delegación la capacidad de ordenación social. El postulado racional
y principio deontológico del nacimiento del poder político por la vía
contractualista, se apoya en la igualdad metafísica y jurídica de todos
los hombres, correspondiéndole a la sociedad –en resguardo de su
carácter instrumental para la realización humana– la selección o de-
terminación de sus gobernantes.
El poder pertenece a la colectividad, ámbito en el que encuentra
su fundamento. El gobernante lo recibe condicionadamente y por de-
legación consensuada.
Ahora bien, el poder político tiene la obligación de la verificación
práctica de los objetivos que legitiman su constitución, amén de que
la voluntad de mando debe desarrollarse con sujeción a la voluntad
general contenida en las leyes: en el entendido de que la ley es la ex-
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exista un poder político, pero para que este realmente exista se re-
quiere de la presencia del Estado.
Es por eso que carece de sentido hablar de dicho concepto sin que
exista un Estado con ejercicio pleno de su poder, así como es inope-
rante hablar de una soberanía que se ejerza más allá del territorio del
Estado. En resumen, ni antes ni fuera del Estado existe poder suscep-
tible de ser caracterizado con la propiedad de ser soberano.
Correspondió a Jean Bodin [Citado por Jean Touchard. ob. cit.]
el mérito de haber señalado en su obra Los seis libros de la República
(1576) que la soberanía era la calidad suprema del poder estatal, an-
tiguamente llamada “voluntad del príncipe”. Ella hace que el Estado
sea aquella organización que dispone de un poder propio, supremo o
irresistible que se impone en sus decisiones sin depender de ningún
otro, por su fuerza innata y con superioridad sobre los demás poderes
existentes en su entorno jurídico-político.
La palabra soberanía deriva del latín superanus y fue utilizada por
Jean Bodin en 1576 bajo la concepción de una potestad absoluta y
perpetua que se ejerce sin restricciones legales, más sujeta a ciertos
límites éticos que apuntan a cumplir la palabra empeñada; a saber: la
ley divina, las leyes naturales, las leyes fundamentales del reino, los
tratados internacionales y los contratos suscritos con los súbditos.
El citado la percibía como una energía política supra encarnada en
el rey y que operaba sobre los súbditos y vasallos.
Es evidente que la noción de soberanía comienza a elaborarse en
la época en que los estados europeos (XVI), se esforzaban por eman-
ciparse de la tutela política del papado y de los emperadores. Jorge
Sarmiento García [ob. cit.] consigna que se trataba de afirmar el poder
del rey frente a la Iglesia, al Sacro Imperio Románico Germánico, los
grandes señores feudales y las corporaciones de artesanos.
El propio Jean Bodin señala como actos propios de la soberanía los
ocho siguientes:
- El atributo de legislar.
- El atributo de decidir sobre la guerra y la paz.
- El atributo de designar a los altos funcionarios.
- El atributo supremo de administrar justicia.
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e) La supremacía
El poder estatal se encuentra por encima del resto de los poderes
existentes en el Estado, se centraliza y se superpone sobre estos, los
cuales quedan relegados, sometidos, absorbidos, subordinados, etc.
Esta “supremacía” asegura la existencia y unidad del Estado.
La soberanía conlleva a ser entendida como la potestad político-
jurídica que permite decidir libremente sobre los asuntos internos y
externos de un Estado.
Germán Bidart Campos [Derecho constitucional. Buenos Aires:
Ediar, 1968] señala que la única definición admisible sobre la sobera-
nía es aquella que inexorablemente se ofrece por negación:
“Se trata de una cualidad del poder que lo hace no dependiente ni subor-
dinado, y que garantiza la existencia y supremacía del Estado”.
Como cualidad objetiva del poder estatal –pues no es un atributo
personal del gobernante–, en modo alguno puede ser susceptible de
gradación o parcelación; así, no existe un Estado más o menos sobera-
no, como tampoco se puede concebir un Estado con soberanía absolu-
ta o relativa. En otras palabras: la soberanía existe o no existe.
El Estado, por ejercer un mando soberano, se encuentra en condi-
ción supraordinadora respecto de los demás poderes en lo interno;
por ende, es el más “vigoroso” en el ámbito de su competencia espa-
cial y personal. En lo relativo a sus relaciones externas –orden interna-
cional– goza de los atributos jurídicos de la libertad e isonomía.
Manuel Quigne [“Las partes del Estado”. En: Estado, sociedad y de-
recho, Nº 1. Lima: UPSMP, 1991] sostiene que en lo interno el Estado
manda sobre todos aquellos que componen su población, y en lo ex-
terno representa a sus miembros y comparece por ellos en sus relacio-
nes y compromisos con otros estados.
Los condicionamientos que pudieran provenir del iusnaturalismo
o de los valores éticos no se incluyen en su esfera, porque, en verdad,
ellos representan limitaciones suprapositivas.
A tenor de todo lo parcialmente reseñado es admisible establecer
una clasificación de la soberanía en interna o externa y en soberanía
político-territorial y político-económica.
Al respecto, veamos lo siguiente:
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arbitrariedad, tan solo por ser tal, resulta la plaga mayor que pueda su-
frir la sociedad. Ello porque aun en el caso de que el mandato arbitrario
se guiase por una buena intención, destruiría el elemento esencial de la
vida jurídica, cual es la fijeza y la inviolabilidad de las normas; en suma,
la seguridad”.
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3.4.2.- El subsuelo
Comprende aquella parte situada debajo de la superficie terrestre
o capa de labrantía de la corteza terrestre; es decir, alude a aquella
parte profunda e inferior de la superficie terrestre no apta para el cul-
tivo o laboreo de la tierra.
3.4.3.- El dominio marítimo
Comprende la extensión de masa líquida adjunta al suelo terrestre.
Al respecto, debe advertirse que planetariamente el mar constitu-
ye el setenta por ciento de la superficie de la tierra.
Jiménez de Arechaga [ob. cit.] señala que primicialmente los esta-
dos tuvieron en relación al mar una “visión de superficie”, al estimár-
sele reduccionistamente solo como un medio de comunicación. De
allí surgió la vocación de los estados ribereños –por razones de segu-
ridad– de asegurar el dominio sobre la franja adyacente a sus costas.
El dominio marítimo aparece como parte del territorio de un Es-
tado, a partir de la tesis planteada durante el predominio del Imperio
Romano (279 a.C.-479 d.C.), en donde se aludía al Mare Nostrum o
Mar de los Romanos.
En ese contexto, la autoridad romana ejercía su soberanía o juris-
dicción, a efectos de garantizar la defensa, la navegación y el comer-
cio imperial.
Así, el mar fue dividido en mar territorial sujeto a la soberanía
estatal y la alta mar regida por el principio de libertad.
Posteriormente aparecieron los intentos de las grandes potencias
europeas, de apropiarse de espacios marinos más amplios; lo que
provocó la confrontación entre los teóricos denominados expansio-
nistas y los reduccionistas.
Antonio Remiro Brottons [Derecho internacional. Madrid: Mc-Graw
Hill, 1997] expone que “la pretensión de ejercer una jurisdicción ex-
clusiva sobre amplios espacios oceánicos pretendía servir al mono-
polio del tráfico mercantil al que aspiraban las potencias navales con
posiciones ultramarinas. En cambio la libertad fue reivindicada por
quienes trataban de desarticular ese monopolio”.
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b) Zona contigua
Es aquella que comprende un área de doce millas computables
a partir de la finalización del mar territorial (dicha medición corre a
partir de la milla marina trece).
En esta zona el Estado ejerce la atribución siguiente:
- Ejercicio del derecho de policía; esto es, uso de las facultades de
fiscalización y control para preservar y, de ser el caso, sancionar
las infracciones de los reglamentos por él dictados en materia
aduanera, fiscal, sanitaria y migratoria.
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tes a las costas pero situadas fuera del mar territorial, hasta una pro-
fundidad de 200 metros o, más allá de límite, hasta donde las aguas
suprayacentes permitan la explotación de sus recursos naturales.
En esta zona el Estado de conformidad con las reglas del derecho
internacional público ejerce la atribución siguiente:
- Derecho a explorar, explotar y determinar el destino de los re-
cursos naturales que allí se encuentran. Tal facultad tiene el pri-
vilegio de la exclusividad, en atención a que aun cuando el Es-
tado no ejerciere el derecho anteriormente descrito, ningún otro
podría hacerlo sin su consentimiento.
e) Alta mar
Es aquella superficie acuática adyacente a la zona económica –
fuera de las doscientas millas marinas–, sobre la cual ningún Estado
ejerce ningún tipo de soberanía. En ese sentido, el mar queda abierto
a todos los estados in genere, es decir, sean ribereños o sin litoral. Ello
implica el derecho de cualquier cuerpo político a ejercitar la libertad
de navegación, el tendido de cables y tuberías submarinas, la pesca,
la investigación científica con sujeción a las normas internacionales
(Convención del Mar).
f) Fondos marinos
Es aquella área ubicada debajo y en profundidad de la alta mar.
Es decir, comprende lo subyacente a la superficie acuática situada a
partir de las doscientas millas marinas.
Esta zona no puede ser reivindicada, ni puede ejercerse en ella so-
beranía de ninguna especie. Los recursos allí ubicados se consideran
res communis humanitatis (patrimonio común de la humanidad).
A guisa de ejemplo cabe señalar que siendo esta zona patrimonio
de la humanidad, debe explotarse pacíficamente en beneficio común,
respetando los derechos y deberes de los estados ribereños cuando
quedan comprometidos sus recursos.
3.4.3.2.- El Estado peruano y la tesis de las doscientas millas
Como afirma Raúl Ferrero Rebagliati [Ciencia política. Lima: Stu-
dium, 1975], correspondió a los Estados Unidos ser el primer país en
extender su jurisdicción más allá del mar territorial. Esta acción se
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CAPÍTULO TERCERO
SUMARIO
1. EL ESTADO Y EL DERECHO. 1.1. Las relaciones entre el Estado y el derecho.
1.2. La preexistencia del derecho y su entroncamiento con el Estado. 2. EL ES-
TADO DE DERECHO. 2.1. Los principios básicos para la construcción del Estado
de Derecho. 2.2. Las condiciones de viabilidad para la construcción del Estado
de Derecho (El Estado Constitucional). 2.3. La conversión del Estado de derecho
en Estado Constitucional. 2.4. Las características del Estado de Derecho (El Esta-
do Constitucional). 3. EL ESTADO DEMOCRÁTICO DE DERECHO. 3.1. Las
notas propias de la democracia. 3.2. Los planos de la democracia. 4. EL ESTA-
DO SOCIAL DE DERECHO. 5. EL ESTADO DEMOCRÁTICO Y SOCIAL DE
DERECHO. 6. LA CONJUNCIÓN TELEOLÓGICA Y AXIOLÓGICA EN EL
ESTADO DEMOCRÁTICO Y SOCIAL DE DERECHO. 7. LA OTRA VARIABLE
TERMINOLÓGICA EN EL DERECHO COMPARADO. 8. EL ESTADO DE DE-
RECHO (EL ESTADO CONSTITUCIONAL) Y LA PERSONALIDAD JURÍDICA
DEL ESTADO. 8.1. Las razones de asimilación conceptual. 8.2. El ámbito y los
alcances del concepto de personalidad jurídica del Estado. 8.3. Las características
de la personalidad jurídica del Estado. 8.4. Los elementos de la personalidad ju-
rídica del Estado. 8.5. El carácter bifronte de la personalidad jurídica del Estado.
8.6. La voluntad y la responsabilidad personificadora del Estado. 8.7. Los efectos
de la personalidad jurídica del Estado.
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la naturaleza humana”.
El Estado tiene un poder limitado que no hace al individuo un ser
meramente dependiente de aquel. De allí que con acierto se consigne
que el Estado regula la libertad pero no puede sujecionarla.
Tal como expone Jorge Reynaldo Vanossi [ob. cit.] dicho crite-
rio estimula la fijación de límites entre la esfera pública y la esfera
privada, que obra como indicación de una separación entre socie-
dad y Estado.
b.4) El criterio de distribución horizontal de las competencias entre
los órganos del poder constituido
El gobierno se constituye en un trípode de unidades impersonales
que tiene a su cargo el desarrollo y expresión de una o varias funcio-
nes del Estado, a través de las cuales se revela su actividad volitiva.
Este trípode homólogo en jerarquía (Ejecutivo, Legislativo y Judi-
cial) se establece para asegurar la libertad y despojar la posibilidad de
la concentración del poder en un único titular.
b.5) El criterio de distribución vertical de las competencias del poder
constituido a los órganos descentralizados
Ello implica que los órganos centrales de gobierno se “despojan”
de determinadas competencias y las trasladan a otros entes autóno-
mos intra-territoriales para que desempeñen determinadas acciones
vinculadas con un desarrollo integral y equitativo en la organización
y distribución de recursos.
Por ende, la transferencia de competencias de los poderes cons-
tituidos (Ejecutivo y Legislativo) a los órganos descentralizados (go-
biernos regionales y municipales), hacen que estos últimos generen
determinadas acciones y sean objeto de transferencia de un parcial
grado de poder.
c) Existencia de un conjunto básico de derechos ciudadanos de ca-
rácter civil, político, social, económico y cultural; de garantías
jurídicas para el pleno goce o restablecimiento de su disfrute por
parte de los gobernados; así como la asignación de deberes, res-
ponsabilidades y cargas ciudadanas
En puridad, dicho conjunto expresa el reconocimiento de la digni-
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dad del ser humano y el carácter instrumental del Estado como ente
al servicio de la realización de aquel.
En ese sentido, Francisco Fernández Segado [ob. cit.] señala que
el Estado de Derecho se legítima en un conjunto de valores que a de
impregnar al plexo del ordenamiento jurídico.
Dicho orden valorativo se resume en libertad, igualdad, seguri-
dad y promoción de la realización existencial y coexistencial de los
gobernados.
Ahora bien, la realidad presente declara que el Estado de Derecho
es tal en sentido estricto, cuando se afilia a la democracia.
Al respecto, Alberto Borea Odría [ob. cit.] señala que:
“No parece probable la figura de un Estado de Derecho en una estruc-
tura de poder distinta a la democracia.
Así, una formación política que no atiende a este criterio reconoce de
alguna manera la superioridad de una persona o grupo sobre los demás;
y, por lo mismo, con privilegios que los coloca al margen de él. De esta
forma deja de cumplirse con la regla fundamental de la sumisión de las
personas –aún cuando sean autoridades– a las reglas jurídicas”.
En esa perspectiva se ha acuñado la expresión Estado Democráti-
co de Derecho, para graficar la interconexión entre el Estado de Dere-
cho (Estado Constitucional) y la democracia.
3.- EL ESTADO DEMOCRÁTICO DE DERECHO
Dicha noción alude a una comunidad política en donde sobre
las bases de las exigencias establecidas para el Estado de Derecho,
el ejercicio del poder se sustenta en la libre voluntad del pueblo
como base y fundamento de su establecimiento, así como en una
organización destinada a asegurar la vigencia plena de los dere-
chos fundamentales.
El Estado institucionaliza una forma de organización política, cu-
yos principios y valores se extienden a la sociedad civil.
Este modelo se ampara en la dignidad de la persona humana como
basamento de su institucionalización.
En efecto, como expone Jorge carpizio [“Tendencias constitucio-
nales en América Latina”. En: Memoria del X Congreso Iberoamericano
de Derecho Constitucional. Tomo I. Lima: Pontificia Universidad Católi-
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- Plano cultural
La democracia es percibida como el conjunto y la pluralidad de
prácticas sociales y comportamientos comunitarios que afirman su
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c) La identidad
El Estado actúa por sí mismo, es decir, de manera independiente
de los elementos que lo conforman. Es un ente distinto y con exis-
tencia propia e individual; de allí que se sostenga, válidamente, que
por sobre los gobernantes y gobernados existe otra “persona” que los
comprende integralmente.
d) La permanencia
El Estado se mantiene como institución responsable de la volun-
tad manifestada, a pesar del reemplazo en el tiempo, de las personas
encargadas de la conducción de sus órganos políticos, y comprende
a los pobladores que lo integraron, integran e integrarán en el futuro.
La capacidad del Estado se manifiesta en forma constante, más
allá de los cambios operados en su composición y dirección: el Estado
es una institución perdurable (como lo afirma el viejo aforismo políti-
co: “¡Ha muerto el rey!... ¡Viva el rey!”).
Los ciudadanos o súbditos nacen y mueren, sus dirigentes cesan
o renuncian, mas el Estado se prolonga en el tiempo; hay, pues, una
continuidad jurídica, consecuencia de su peculiar personalidad. El
Estado no queda asimilado a una persona física, sino que contiene
una idea de persona in genere (así por ejemplo, los compromisos con-
traídos por el ministro de Economía y Finanzas no se modifican por
su mero cese o dimisión en el cargo).
8.4.- Los elementos de la personalidad jurídica del Estado
Entre los elementos connotativos de la personalidad jurídica del
Estado destacan los cuatro siguientes:
a) Conjunto de órganos y organismos públicos.
b) Fin común de cumplir los deberes establecidos en la Constitución.
c) Pluralidad de medios políticos, jurídicos y administrativos para
la conservación de los fines establecidos en la Constitución.
d) Reconocimiento jurídico.
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derecho personal.
La responsabilidad estatal emana de su personalidad jurídica. Ella
se manifiesta cuando los actos y hechos ejercitados por los órganos u
organismos generan daño o perjuicio susceptible de apreciación pe-
cuniaria.
8.7.- Los efectos de la personalidad jurídica del Estado
El cuerpo político al ser dotado de personalidad jurídica produce
los cuatro efectos jurídicos siguientes [José Roberto Dromi. ob. cit.]:
a) La continuidad o perpetuidad de los derechos y obligaciones
contraídas en el ejercicio de su actividad personificada; ello con
prescindencia de los gobiernos y autoridades de turno.
b) El establecimiento de relaciones patrimoniales con organizacio-
nes homólogas, personales, etc.
c) Exteriorización de dicha personalidad mediante normas jurídi-
cas (leyes en sentido lato, resoluciones judiciales y administrati-
vas, actos administrativos, etc.).
d) Acreditación de responsabilidad contractual y extracontractual y
su consecuente obligación reparatoria, indemnizatoria, etc.
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der el asentimiento del pueblo. Así, para Locke existían dos órganos
estatales: el Legislativo y el Ejecutivo.
El Legislativo era concebido como el órgano supremo delegado
por la comunidad política. Estaba conformada por los parlamentarios
en conjunto y por el rey. El gobierno –el rey– debía realizarse por
medio de una legislación con visos de perennidad y a través de jueces
conocidos. Para hacer viable la ejecución de las normas era menester
la existencia del órgano Ejecutivo, el cual estaba caracterizado por un
accionar ininterrumpido y con fuerza permanente.
Debe advertirse que el Ejecutivo fue concebido para el ejerci-
cio de tres funciones: la ejecutiva propiamente dicha, la federativa y
la prerrogativa.
La función federativa consistía en el manejo de las relaciones in-
ternacionales y la seguridad externa. La prerrogativa aludía a la po-
testad de obrar a discreción cuando lo exigía el bien común, aun sin
prescripción de la norma o en contra de ella, ya que esta no podía
prever todas las situaciones especiales o de emergencia que podían
presentarse en el seno de la comunidad política.
Cabe recordar que cuando John Locke escribió su famosa obra
(1690) no se encontraba en vigencia el Act of Settlement o Acta de
Instauración (1700), que implícitamente fundamentó la independen-
cia de la magistratura, por lo que no tuvo necesidad ni elementos de
juicio suficientes para reconocer a la judicatura como un órgano pro-
piamente dicho.
Javier Pérez Royo [Curso de derecho constitucional. Madrid: Marcial
Pons, 2000] señala que habiendo sido Inglaterra el primer cuerpo po-
lítico en donde se inicia la “aventura” del Estado constitucional resul-
taba lógico que Locke utilizará la experiencia inglesa como punto de
partida para la construcción de la teoría de la división de poderes en
aras de defender la libertad.
Henry Saint-John, vizconde de Bolingbroke, hombre de Estado y
escritor inglés (1678-1751), fue quien forjó la concepción del equilibrio
de los poderes.
En su condición de ministro de la reina Ana Estuardo (1665-1714),
expuso la necesidad de un gobierno mixto, con control recíproco de
los órganos de poder estatal.
En su momento consideró que para contar con una Constitución
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fianza que tenía cada uno en su seguridad: y para que esta exista
era necesario que ningún ciudadano temiese a otro. Así, cuando
el Legislativo y el Ejecutivo se reunían en la misma persona o el
mismo cuerpo no existía libertad ni seguridad. Por el contrario,
surgía la desconfianza, porque “puede temerse fundadamente que
el gobernante formule leyes tiránicas y al mismo tiempo las ejecu-
te”. Planteaba que tampoco existía dicho binomio –libertad y se-
guridad– cuando el poder de juzgar no se encontrase plenamente
diferenciado de los órganos citados. Montesquieu [ob. cit.] consi-
deraba que “todo se habría perdido si el mismo hombre, la misma
corporación de próceres, o la misma asamblea del pueblo ejerciera
en sí los tres poderes: el de hacer leyes, el de ejecutar y el de juzgar
los delitos o los pleitos entre particulares”.
Carlos María Bidegain [Curso de derecho constitucional. Buenos Ai-
res: Abeledo Perrot, 2001] señala que Montesquieu “sobre la base de
una descripción no demasiado fiel a las instituciones inglesas que le
sirvieron de base para la formulación de su teoría, estableció que el
paradigma de las instituciones libres de dicho país se debía a tres ele-
mentos de su organización”, a saber:
a) La distinción de tres especies de poder público.
b) El desempeño de las funciones legislativas, ejecutivas y judicia-
les por parte de personas distintas: “Todo estaría perdido si el
mismo hombre o el mismo cuerpo de los principales o de los
nobles o del pueblo, ejerciese […]”.
c) El recíproco control: “Es necesario que, por la disposición de las
cosas, el poder detenga al poder”.
Correspondió a los inspiradores de las constituciones de Massa-
chusetts, Maryland y New Hampshire (Estados Unidos, finales del
siglo XVIII), que se diese acogida constitucional a los alcances de di-
cha doctrina. Los “Padres de la Nación Americana” la previeron en el
artículo primero de la Constitución Federal de los Estados Unidos en
donde consignaron:
“Todos los poderes legislativos aquí concedidos serán atribuidos a un
Congreso de los Estados Unidos que se compone de un Senado y una
Cámara de Representantes”.
En el artículo siguiente establecieron:
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a) Función normativa
Consiste en la elaboración de reglas jurídicas, ya sean de carácter
general, abstractas e impersonales; o individuales, concretas y perso-
nales. Implica la regulación de las conductas existenciales y coexis-
tenciales.
Juan Francisco Linares [Derecho administrativo. Buenos Aires: As-
trea, 1986] expone que dicha función “alude al comportamiento del
Estado consistente en dictar unilateralmente, mediante el uso de la
palabra escrita, normas jurídicas generales, así como las normas jurí-
dicas de alcance individual […]”.
Nicolás Pérez Serrano [Tratado de derecho político. Madrid: Civitas,
1984] expone que la función normativa “consiste en la creación de re-
glas jurídicas, de imperativos que implanten una organización social
y ordenen la conducta humana.
Javier Pérez Royo [ob. cit.] sostiene que es “la única función a tra-
vés de la cual se constituye la voluntad ordinaria del Estado”.
b) Función ejecutivo-administrativa
Consiste en la formulación global de la acción gubernamental y en
la adopción de las medidas fundamentales destinadas a su verifica-
ción en la realidad. Por ende, se dirige a la realización concreta de las
normas y a la conducción y dirección del Estado, fundamentalmente
en lo relativo a los servicios estatales en sus ámbitos interno y externo.
En suma, implica la formulación y la ejecución de medidas conducen-
tes a satisfacer las necesidades de la colectividad.
Dicha función exige acción para asumir la dirección general de
la actividad estatal; así como para ejecutar las decisiones dispuestas
por los órganos Legislativo y Judicial. En ese sentido, Juan Francisco
Linares [ob. cit.] expone que dicha función alude al acto de ejecutar
normas jurídicas de toda especie, fuera de situaciones contenciosas,
mediante decisiones normativas que se particularizan en casos con-
cretos. A lo cual habría que añadir el aspecto técnico-social o político
que involucra la satisfacción de las necesidades colectivas, el cumpli-
miento por vía directa o indirecta de los servicios públicos y la conse-
cución de ciertos fines convivenciales.
Félix Vicente Lonigro [“El Estado y sus elementos”. En: Institucio-
nes de derecho público. Buenos Aires: Mocchi, 1997] expone que dicha
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b) El derecho de conservación
Plantea la facultad de adoptar medidas tendientes a garantizar su
existencia e integridad territorial y la vida de sus habitantes por la vía
pacífica o violenta.
c) El derecho a la exigencia de contribución de sus miembros
Plantea la facultad de adoptar medidas tendientes a que cada uno
de sus miembros contribuya en pro de la realización de los objetivos
sociales que justifican la existencia del Estado.
Así, cada ciudadano –en función a sus capacidades– puede ser exi-
gido al pago de impuestos, cumplimiento de cargas públicas y hasta
de servir militarmente al Estado.
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CAPÍTULO QUINTO
EL ESTADO Y EL GOBIERNO
SUMARIO
1. LAS FORMAS DE ESTADO. 1.1. La tipología de las formas de Estado. 1.1.1.
El Estado unitario. 1.1.1.1. El Estado unitario stricto sensu. 1.1.1.2. El Estado
unitario desconcentrado. 1.1.1.3. El Estado unitario descentralizado. 1.1.1.4.
El deslinde entre desconcentración y descentralización. 1.1.2. El Estado comple-
jo. 1.1.2.1. La confederación. 1.1.2.2. La clasificación de las confederaciones.
1.1.2.3. El Estado federal. 1.1.2.4. Las diferencias entre el Estado confederado y
el Estado federal. 1.1.2.5. El Estado libre asociado. 2. LAS FORMAS DE GO-
BIERNO. 2.1. Las formas clásicas de gobierno. 2.1.1. La monarquía. 2.1.2. La
república. 2.2. Las formas modernas de gobierno. 2.2.1. Los sistemas políticos.
2.2.1.1. El gobierno absolutista. 2.2.1.2. El gobierno liberal. 2.2.1.3. El gobier-
no marxista-leninista. 2.2.1.4. El gobierno fascista. 2.2.1.5. El gobierno demo-
crático social. 2.2.2. Los regímenes políticos. 2.2.2.1. El gobierno de asamblea.
2.2.2.2. El gobierno directorial. 2.2.2.3. El gobierno parlamentario. 2.2.2.4.
El gobierno presidencial. 2.2.2.5. El gobierno mixto o compuesto. 2.2.2.6. El
gobierno sultanático.
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b) Autonomía administrativa
Establece la facultad de autoorganización interna, así como de de-
terminación y reglamentación de los servicios públicos de su respon-
sabilidad.
c) Autonomía económica
Establece la facultad de crear, recaudar y administrar sus ren-
tas e ingresos propios; así como la elaboración del presupuesto
institucional.
La descentralización puede adoptar las tres formas siguientes:
descentralización territorial administrativa, descentralización focal
especializada y descentralización territorial política.
Al respecto, veamos lo siguiente:
a) Descentralización territorial administrativa
Esta forma implica la traslación plural de competencias vincula-
das con la realización de actos administrativos relacionadas tanto con
la estructura del aparato estatal como con el conjunto de los agentes
estatales (funcionarios y servidores públicos).
Esta plantea una transferencia funcional o por servicios.
Ello conlleva el otorgamiento de facultades para adoptar decisio-
nes unilaterales realizadas en el ejercicio de una potestad adminis-
trativa, por lo que se crea, modifica o extingue una situación jurídica
individualizada. Por ende, se configuran como las declaraciones de
las entidades descentralizadas que en el marco de normas de derecho
público, están destinadas a producir efectos de naturaleza jurídica so-
bre los intereses, obligaciones o derechos de los ciudadanos adminis-
trados insertos dentro de una situación concreta.
Este tipo de descentralización –no ligada con facultades legislati-
vas ni jurisdiccionales– combina una serie de aspectos administrati-
vos de relevancia, por cuanto genera la constitución y desarrollo de
entes con cierto grado de autonomía e implica el desplazamiento es-
pacial de la toma de decisiones y la elección o nombramiento de auto-
ridades investidas de poder.
b) Descentralización focal especializada
Esta forma implica la transferencia específica de competencias de
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1.1.2.1.- La confederación
Alude a la unión permanente de estados independientes –que
descansa en una fuente normativa del derecho internacional públi-
co–, cuyo fin u objetivo consiste en la mutua cooperación en un de-
terminado rubro de materias y actividades, conservando cada cuerpo
político como título principal su “soberanía”. La confederación se en-
cuentra compuesta por unidades políticas que no pierden su calidad
de estados soberanos por el mero hecho de su asociación.
Como bien expone Josep M. Valles [ob. cit.] “En rigor, las confede-
raciones constituyen agrupaciones de estados previamente existentes
que –sin desaparecer– deciden actuar de manera mancomunada en
materias políticas determinadas: relaciones exteriores, defensa, régi-
men aduanero y comercial, moneda, etc.”.
El pacto confederativo, regulado a la luz de las normas y principios
del derecho internacional público, deja subsistente la personalidad e
independencia de los estados asociados; la confederación implica la
existencia o constatación de una pluralidad de diversas soberanías
internas provenientes de un poder internacional revocable.
Para Georg Jellinek [Teoría general del estado. Buenos Aires: Alba-
tros, 1954], “la confederación no disminuye jurídicamente la soberanía
de los estados confederados, sino que más bien estos se obligan mutua-
mente con el fin de conservarla, a ejercer ciertas funciones [...]”.
Su génesis histórica se vincula con la experiencia dinástica eu-
ropea, en donde se buscó proteger externamente el territorio de los
estados confederados y, subsidiariamente, garantizar la paz inte-
rior de los mismos.
Esta modalidad estatal requiere de una organización estable
donde no se discrimine jurídicamente la soberanía de los estados
miembros, sino que estos se obliguen mutuamente con el fin de
conservar la suya propia y ejercitar tareas de beneficio directo y
común. Esta concepción permite un ejercicio genérico e indiferen-
ciado de los derechos a la guerra y a la paz, acordar tratados, nom-
brar embajadores, etc.
La doctrina constitucional establece que en la confederación las
competencias de mayor amplitud e importancia corresponden a los
estados miembros, deviniendo las competencias asignadas al órgano
central en excepciones.
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En 1994 se asocia con los Estados Unidos para que este se ocupe de
su defensa y política externa.
2.- LAS FORMAS DE GOBIERNO
Los modelos o estructuras de carácter gubernamental –es decir,
los referidos al origen, fundamentos y finalidades de la organización
del ejercicio del poder político– se basan en tres aspectos:
a) Modo de selección de los gobernantes y la manera o estilo de
actuación política de estos.
b) Modo de ordenación, distribución, coordinación y control de las
competencias políticas de los órganos de poder estatal.
c) Modo de conexión de los postulados ideológicos y las institucio-
nes político-jurídicas.
Las formas de gobierno pueden clasificarse en formas clásicas y
formas modernas:
a) Las formas clásicas de gobierno
Aluden a las denominaciones primigenias de determinación de
las formas de gobierno. Estas concepciones han devenido obsoletas
por las mutaciones históricas que han sufrido los modelos guberna-
tivos desde su concepción en la Antigua Grecia hasta la actualidad.
Aristóteles [La política. Madrid: Espasa-Calpe, 1943], estableció el
primer criterio clasificador de las formas de gobierno. Este se funda-
mentó en el número de ejercientes del poder político; es decir, cuando
el filósofo estagirita buscaba distinguir una forma de otra, se afirmaba
en el concepto de la cantidad de titulares en el control del poder gu-
bernamental.
En esa perspectiva, estableció tres formas puras de gobierno que
podían ser contrastadas con tres configuraciones impuras:
- Monarquía o “monos”: gobierno de una sola persona; su degene-
ración prohijaba la tiranía.
- Aristocracia o “aristos”: gobierno de las mejores personas; su de-
generación prohijaba la oligarquía.
- Democracia o “demo”: gobierno de todas las personas; su dege-
neración prohijaba la demagogia.
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patrimonio del cuerpo político, pues lo tratará como propio. Las po-
siciones monárquicas más extremas le consignaban al rey derechos
hasta sobre los bienes y vidas de sus súbditos; al respecto, cabe citar la
lisonja ofrecida al rey Luis XIV [Citado por Jacques Pirenne. Historia
universal. Barcelona: Océano, 1987]:
“Todos vuestros súbditos os deberán su persona, sus bienes y su sangre
sin pretender nada. Sacrificando todo lo que ellos tienen, cumplen con
su deber y no os dan nada, porque todo es vuestro”.
Como se ha dicho antes, el rey no se encuentra sujeto a ningún con-
trol o limitación política, civil, penal o administrativa en el ejercicio
del poder, rindiendo cuenta solo al Supremo Hacedor. Esto descarta
la existencia de cualquier mecanismo de fiscalización y limitación de
la autoridad como serían la separación de los órganos de poder, el su-
fragio competitivo, las libertades públicas, la igualdad ante la ley, etc.
Ahora bien, la historia acredita la existencia de autolimitaciones
emanadas de la subordinación ética; la fidelidad al derecho divino; el
respeto a las reglas de sucesión y demás normas de organización de
la dinastía; así como el acatamiento por móviles políticos de las leyes
fundamentales pactadas o concedidas a sus súbditos.
Como también se ha señalado, la conducción del Estado es ejerci-
da de manera indeterminada en el tiempo. La transmisión del poder
únicamente se realiza en favor del primer descendiente del titular de
la corona, bien por renuncia o por muerte, en aplicación de un rígido
sistema de primogenitura.
Cabe aquí señalar que el ejercicio del poder es vitalicio y su trans-
misión post-morten o por propia autodeterminación del rey gobernan-
te se encuentra adjudicada predeterminadamente a favor de un here-
dero de la dinastía; por ende, el atributo del gobierno monárquico es
perpetuo a favor de este último
Guillermo Cabanellas de Torres [Diccionario de derecho usual. Bue-
nos Aires: Heliasta, 1979] sostiene –a manera de explicación– que “la
evolución humana desde la institución de la familia a la organiza-
ción entre espontánea y forzosa de la multiplicación de la especie y la
convivencia próxima, se mostró favorable al ejercicio de la autoridad
suprema con facultades omnímodas”.
Este modelo sufrirá mutaciones significativas a partir de la pe-
culiar experiencia inglesa tras la Declaración de Derechos (1689)
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toridad que no sea instituida por Dios, y los que existen por Dios han
sido ordenados. Así, el que se insubordina contra la autoridad se opone
a la ordenación de Dios; y los que se oponen su propia condenación re-
cibirán”.
En esa misma línea, el apóstol San Pedro [Citado por Jean
Touchard. ob. cit.] había afirmado en su primera epístola:
“Temed a Dios, honrad al rey”. Y de manera sentenciosa, solía señalar-
se: “De Dios procede el rey, y del rey la ley”.
Conforme con estas ideas, el monarca inglés Jacobo I (1566-1625)
llegaría a exclamar ante el Parlamento inglés:
“A los reyes se les reverencia [...] como si fueran dioses, porque ejercen
la autoridad a manera de un poder divino sobre la tierra”.
En las Memorias de Luis XIV se lee:
“Aquel que ha dado un rey a los hombres, ha querido que se le respetase
como su lugarteniente”.
Al respecto, debe recordarse que la entronización en el trono de
Francia se efectuaba en la Catedral de Reins, en donde el rey rodeado
de sus pares, prestaba juramento a la Iglesia y a su pueblo. Inmedia-
tamente era consagrado, es decir, ungido con aceite de la Santa Am-
polla, mientras el arzobispo pronunciaba la fórmula: “Sed bendecido
y constituido Rey en este reino que Dios te ha dado para regir”.
b) La tradición consiste en la transmisión intelectual y ética de acep-
tar el ejercicio del poder monárquico como un hecho natural, co-
tidiano y normal, avalado por la práctica política y social durante
largo tiempo.
c) La representación consiste en aceptar que la imagen y figura del
ejercicio del poder descansa sobre una dinastía.
Al respecto, Roland Mousnier [La monarquía absoluta en Europa
(del siglo V a nuestros días). España: Taurus, 1986] señala que con-
forme a lo expuesto la monarquía sería una institución de orden
divino y natural. Por consiguiente, el derecho a mandar es heredi-
tario e imprescriptible.
La sucesión monárquica se regula por la ley de la primogenitura.
Así, deviene en un derecho adquirido e irrevocable que por tales no
se pierde ni con la usurpación, la incapacidad o el derrocamiento.
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Roland Mousnier [ob. cit.] expone que “Dios impone a los súbdi-
tos obediencia al rey. Sean cuales fueren las circunstancias, la resis-
tencia al rey es un pecado que puede acarrear la condenación”.
Entre los principales teóricos que paulatinamente van imponien-
do dicha modalidad –con la variable del fenómeno de deseculariza-
ción del poder–, tenemos a Jean Bodin, Thomas Hobbes, Jacobo I y
Jacques Benigne Bosuet.
Al respecto, veamos lo siguiente:
a) Jean Bodin (1530-1596)
Jurista, economista y pensador francés. En su obra Los seis libros de
la República, no solo muestra su adhesión a una concepción política
absolutista, sino que la sustenta sobre la base del concepto soberanía.
Bodin sostiene que el ejercicio del poder monárquico encuentra
únicamente restricciones en el derecho divino, en las leyes imperii (la
ley sálica, el respeto a las propiedades de los súbditos) y en la obliga-
ción de observancia del pacta sunt servanda (o sea, en el acatamiento
de los contratos).
Para Bodin la soberanía consiste en el poder absoluto de hacer la
ley, sin el consentimiento de los súbditos; y es un imperativo categó-
rico de la existencia de la comunidad estatal; por tanto, es indivisible,
absoluta, perpetua, imprescriptible e inalienable.
b) Thomas Hobbes (1588-1679)
Filósofo inglés. Defiende la idea según la cual “el hombre es el
lobo del hombre” (homo lumini lupus) en razón de sus naturales im-
pulsos egoístas. De allí la necesidad de concretar un contrato social de
todos con todos, en favor de una instancia de poder último dotada de
atribuciones omnímodas, a fin de salvaguardar la conservación de la
paz y los intereses de los individuos.
Para Hobbes el surgimiento del Estado es una creación convencio-
nal –no es un fenómeno natural– por la cual el hombre renuncia a su
libertad absoluta, delegándola en el Estado-rey, a cambio de una co-
existencia pacífica. Este pacto o contrato implica renunciar a la liber-
tad natural y conlleva al sometimiento colectivo ante el poder estatal.
Frente a este poder los hombres no conservan ningún derecho.
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trece veces en el siglo XIV, ocho en el siglo XV, cinco en el siglo XVI y
una vez en el siglo XVII.
La Revolución Francesa a finales del siglo XVIII promoverá firme-
mente esta modalidad.
En este modelo se constituyó propiamente el poder ministerial –
como lo denominó el escritor inglés Benjamín Constant–, en oposi-
ción al llamado poder real, y surgió la responsabilidad de los ministros
ante el Parlamento, generándose así un auténtico bicefalismo en la
conducción del órgano Ejecutivo.
En un esquema de gobierno donde el Parlamento ejercía control
sobre el Ejecutivo, el rey conservaba solo parte de sus otrora signifi-
cativas prerrogativas. Así, retenía el poder de revocar a sus ministros
sin tener en cuenta ningún voto de confianza del Parlamento. Como
bien señalara el historiador y político francés Francois Guizot (1787-
1874) [Citado por Víctor Quintanilla Young y Vilma Cuba de Quin-
tanilla. Pensamientos y refranes seleccionados y clasificados. Lima, 1989]
–durante el reinado de Luis Felipe–, “el trono no es un sillón vacío”.
En esta fase de la historia francesa, los miembros del Gabinete con-
ducían la marcha política del Estado, pero sujetos a la aprobación del
rey en su condición de Jefe de Estado: este podía apartarlos de sus
funciones y encargárselas a un nuevo equipo, suscriptor de un pro-
grama de gobierno más acorde con su punto de vista personal.
Esta experiencia correspondería al retorno de los Borbones o pro-
ceso de Restauración Monárquica, luego del ciclo revolucionario y
napoleónico que abarcó de 1791 a 1830.
La monarquía orleanista recibirá esta denominación como conse-
cuencia de la asunción al trono real, en 1830, de Luis Felipe I, du-
que de Orleáns. Esta monarquía se gestó cuando el rey borbónico
Carlos X –monarca de 1824 a 1830– dictó las famosas Ordenanzas
de Saint Claud, mediante las cuales abrogó la libertad de prensa,
declaró disuelto el Parlamento y enmendó la ley electoral. La au-
daz protesta del historiador y político francés Adolfo Thiers (1797-
1877), planteada en los términos de que “el gobierno pierde hoy
su legitimidad y los ciudadanos no tienen por qué obedecerle”,
generaría la caída de Carlos X.
En ese contexto, Luis Felipe I, duque de Orleáns –hijo de Felipe
Igualdad y Luisa de Borbón–, aceptará la corona como “rey de los
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CAPÍTULO SEXTO
EL DERECHO CONSTITUCIONAL
SUMARIO
1. EL PROCESO DE ESTUDIO DEL DERECHO CONSTITUCIONAL. 2. LA
METODOLOGÍA EN EL DERECHO CONSTITUCIONAL. 3. UBICACIÓN
DISCIPLINARIA. 4. EL DERECHO CONSTITUCIONAL Y SUS RELACIO-
NES JURÍDICO INTRADISCIPLINARIAS E INTERDISCIPLINARIAS. 5. LAS
FUENTES CONSTITUCIONALES. 5.1. La tipología de las fuentes constitucio-
nales. 5.2. La estructura del sistema de fuentes formales. 5.3. La clasificación de
las fuentes formales. 5.3.1. Las fuentes formales directas. 5.3.1.1. La legislación
constitucional. 5.3.1.2. La costumbre constitucional. 5.3.1.2.1. La costumbre
constitucional y el uso constitucional. 5.3.1.2.2. El aporte de la costumbre cons-
titucional. 5.3.1.3. La jurisprudencia constitucional. 5.3.1.3.1. La tipología y los
efectos de la jurisprudencia constitucional. 5.3.1.3.2. El precedente constitucio-
nal vinculante. 5.3.1.4. El derecho internacional público. 5.3.1.4.1. El proceso
de incorporación de los tratados al derecho estadual. 5.3.1.4.2. El rango jerár-
quico de los tratados. 5.3.2. Las fuentes formales indirectas. 5.3.2.1. La doctri-
na constitucional. 5.3.2.2. Los principios constitucionales. 5.3.2.3. El derecho
comparado. 5.4. El bloque de constitucionalidad. 5.5. El sistema constitucional.
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Marcio Porcio Catón conocido como “el Censor” (234-149 a.C.), a raíz
de lo expuesto en su obra Orígenes; y finalmente de Marco Tulio Cice-
rón (106-43 a.C.), por lo planteado en su trabajo Tratado de la República.
Como afirma Nicolás Pérez Serrano [Tratado de derecho político. Ma-
drid: Civitas, 1984], durante la Edad Media no se encuentran manifes-
taciones que puedan considerarse como antecedentes para la materia.
El período de bosquejo se cierra con los importantes aportes del
pensador italiano Nicolás de Maquiavelo (1469-1527), expuestos en
su obra El Príncipe; el pensador francés Jean Bodino (1530-1596) en su
obra Los seis libros de la República; el pensador inglés John Locke (1632-
1704), en su obra Consideraciones sobre el gobierno civil; y del pensador
francés Carlos Luis de Secondat, barón de la Brede y Montesquieu
(1689-1758), en su monumental obra El espíritu de las leyes.
Este período se caracterizó por la manifestación de esfuerzos asis-
temáticos, aislados y refundidos, en muchos casos, en textos de ca-
rácter filosófico. Su valor histórico radica en el fomento del estudio
y desarrollo de instituciones y categorías pertenecientes a lo que hoy
conocemos como la disciplina del derecho constitucional.
b) El período de institucionalización de los estudios
Abarca desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX.
Se caracteriza por la incorporación del estudio científico de esta disci-
plina en las universidades.
El interés por la formación académica en materia constitucional,
se forja como consecuencia de la adopción de textos constitucionales
en Europa occidental y América. Ello obligará a que en los centros
superiores de enseñanza se establezca una nueva disciplina jurídica,
autónoma en su concepción, con contenidos curriculares propios y
con privativos métodos de investigación e interpretación.
Ahora bien, como señala Alessandro Pizzorusso [Lecciones de de-
recho constitucional. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales,
1984], dicho estudio se dirigirá específicamente a la divulgación de
aquel tipo de configuración político-constitucional conocido como go-
bierno constitucional.
Este tipo de configuración será adoptado inicialmente en Inglate-
rra, en el decurso del siglo XVII, y posteriormente será acogido por
los Estados Unidos, Francia, etc., tras la consolidación de las revolu-
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sus diversas fuentes formales, las mismas que no tienen entre sí ho-
móloga jerarquía, sino que se ubican en una escala u orden gradual
de importancia que cada ordenamiento constitucional determina con
claridad y rotundidad. Es decir, la Constitución ordena un escalafón,
rango o categoría entre las distintas normas del Estado.
Como bien señala Ignacio de Otto [ob. cit.], en este proceso de
jerarquización aparecen normas con distinto nomen juris; lo cual se
produce en atención al órgano del cual emanan (Ejecutivo, Legisla-
tivo, Judicial, Tribunal Constitucional, etc.) o por el procedimiento
establecido para su aprobación. A lo que habría que agregar el tipo
de contenido.
En ese sentido, aparecen las denominaciones de leyes orgánicas,
leyes, decretos, resoluciones, sentencias estimatorias de inconstitucio-
nalidad, etc.
A la idea de jerarquía debe sumarse el criterio de competencia.
Así, la articulación entre una y otra fuente no se encuentra sujeta ex-
clusivamente al lugar que ocupan en una pirámide normativa, sino a
la materia y asunto sobre los cuales pueden versar y ocuparse.
Por ende, puede encontrarse, en los estados modernos, que cier-
tos organismos constitucionales no pueden actuar o imponerse sobre
otros de menor rango institucional, en razón de que carecen de com-
petencia para regir una materia específica.
Un ejemplo clarísimo de lo expuesto se presentó en nuestro país
a raíz del conflicto suscitado entre el Congreso de la República y la
Municipalidad Metropolitana de Lima, cuando el primero invadió
competencias municipales al dictar la Ley Nº 26664, relativa a la pro-
piedad, posesión y administración directa de los parques metropoli-
tanos y zonales, olvidándose de que conforme lo establece el inciso 4
del artículo 192 de la Constitución, son las municipalidades las que
tienen competencia exclusiva para organizar, reglamentar y adminis-
trar los servicios públicos locales.
5.3.- La clasificación de las fuentes formales
Las fuentes formales pueden ser clasificadas en fuentes formales
directas y fuentes formales indirectas.
Al respecto, veamos lo siguiente:
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ley con jerarquía constitucional que tiene por objeto “regularizar” una
determinada situación política preexistente o “adecuar” una realidad
política concomitante o inmediatamente sucedánea en el tiempo a la
labor constituyente.
Al respecto de esto último son citables casos recientes, tales como:
- La Ley Constitucional de fecha 11 de enero de 1993 dictada por el
Congreso Constituyente Democrático en donde se estableció que
“en caso de ausencia o impedimento temporal o permanente del
presidente de la República, asume de inmediato sus funciones el
presidente del Congreso Constituyente Democrático […]”. Di-
cha regulación se planteó en el contexto de la coexistencia de un
gobierno de facto encabezado por el ingeniero Alberto Fujimori
Fujimori y las labores del ente constituyente.
- La Ley Constitucional de fecha 21 de diciembre de 1993 dictada
por el Congreso Constituyente Democrático en donde se estable-
ció que “la disposición contenida en el artículo 1 de la Ley Cons-
titucional de 11 de enero de 1993, referida a los casos de ausencia
o impedimento del presidente de la República, regirá hasta el 28
de julio de 1995 […]”.
- La Ley Constitucional de fecha 6 de enero de 1993 dictada por
el Congreso Constituyente Democrático en donde se estableció
que “los decretos leyes expedidos por el Gobierno de Emergen-
cia y Reconstrucción Nacional a partir del 5 de abril de 1992 has-
ta el 30 de diciembre del mismo año, mantienen plena vigencia
en tanto no eran revisados, modificados o derogados por dicho
ente”; amén de establecer que “el ciudadano Alberto Fujimori
Fujimori elegido presidente de la República en los comicios elec-
torales de 1990, es el jefe Constitucional del Estado y personifica
a la nación”.
Las leyes constitucionales se caracterizan por tener un procedi-
miento especial para su aprobación, ya sea que se trate de reformar
la Constitución; o de normar la “regularización” o “adecuación” polí-
tica. En ambas hipótesis tienen una jerarquía homóloga a las normas
constitucionales.
c) Las leyes constitucionalizadas
Dicha expresión hace referencia a aquellas leyes dictadas con an-
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b) Previsibilidad
Consiste en predeterminar las consecuencias político-jurídicas
tanto en los casos de aplicación como de vulneración de la normativi-
dad constitucional.
c) Economía
Consiste en que la fijación de criterios interpretativos permite
que las decisiones políticas se efectúen con el menor dispendio de
tiempo y energía.
d) Respeto
Consiste en el aseguramiento del cabal imperio de los principios,
valores, prácticas y normatividad constitucional.
La jurisprudencia constitucional genera el denominado preceden-
te vinculante. Esta por su carácter concatenante obliga, a gobernantes
y gobernados, a interpretar, aplicar o integrar la normatividad consti-
tucional de conformidad con lo dispuesto por el órgano jurisdiccional
con competencia en materia constitucional.
El precedente vinculante goza de una eficacia mayor a la existente
en relación con otras disciplinas jurídicas, hasta el extremo que Aldo
Sandili [Citado por Francisco Fernández Segado. ob.cit.] ha afirmado
que la jurisprudencia constitucional es verdadera y propiamente una
norma con fuerza de ley.
El papel de este tipo de jurisprudencia es tan relevante que algu-
nas de las sentencias que la conforman han brindado un aporte vital
para el desarrollo del derecho constitucional.
A guisa de ejemplo, presentamos tres jurisprudencias constitucio-
nales atinentes al continente americano.
- Caso Madison vs. Marbury (Estados Unidos, 1803)
El fallo que se pronunció en este caso, representa un hito en el
control judicial de la constitucionalidad. En su momento, volveremos
sobre este importantísimo precedente judicial.
- Caso Siri (Argentina, 1956)
El fallo que se pronunció en este caso, instauró la acción de ampa-
ro.
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“Artículo 20:
Las penas privativas de libertad establecidas en el presente Decreto Ley
se cumplirán, obligatoriamente, en un centro de reclusión de máxima
seguridad, con trabajo obligatorio por el tiempo que dure su reclusión.
Los sentenciados por delito de terrorismo tendrán derecho a un régi-
men de visita semanal estrictamente circunscrito a sus familiares más
cercanos. El Sector Justicia reglamentará el régimen de visita mediante
Resolución Ministerial”.
Las sentencias aditivas son aquellas en donde el órgano de
control de la constitucionalidad determina la existencia de una
inconstitucionalidad por omisión legislativa. En ese contexto
procede a “añadirle” algo al texto incompleto, a efecto de trans-
formarlo en plenamente constitucional.
En puridad, se expiden para completar leyes cuya redacción
rónica presenta un contenido normativo “menor” del exigible
constitucionalmente.
En ese sentido, la sentencia indica que una parte de la ley
impugnada es inconstitucional, en tanto no ha previsto o ha ex-
cluido algo. De allí que el órgano de control considere necesario
“ampliar” o “extender” su contenido normativo, permitiendo su
aplicación a supuestos inicialmente no contemplados, o a ensan-
char sus consecuencias jurídicas.
La finalidad en este tipo de sentencias consiste en controlar e inte-
grar las omisiones legislativas inconstitucionales; es decir, que a tra-
vés del acto de adición se evite que una ley cree situaciones contrarias
a los principios, valores o normas constitucionales.
Es usual que la omisión legislativa inconstitucional afecte el prin-
cipio de igualdad; por lo que al extenderse los alcances de la norma
primigeniamente no previstos para determinados sujetos, en puridad
lo que la sentencia consigue es homologar un mismo trato con aque-
llos que ya estaban comprendidos en la ley cuestionada.
El contenido de lo “adicionado” surge de la interpretación exten-
siva, de la interpretación sistemática o de la interpretación analógica.
Cabe insistir que en la emisión de una sentencia aditiva, la dis-
posición legal tiene un alcance normativo mayor al que primige-
niamente tenía.
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“Artículo 69:
Los presupuestos de adopción de los preceptos contenidos en un tratado
concertado entre Finlandia y una potencia extranjera y comprendida en
la órbita legislativa serán examinados […] con sujeción a lo dispuesto
en el artículo 66 –dictámenes, lecturas, etc.– y, si afectan a una Ley
Constitucional […].
Las propuestas de adopción por el Parlamento de preceptos contenidos
en algún tratado por el que el Estado se obliga a mantener vigentes por
cierto tiempo determinadas disposiciones legales […], requieren […] el
consentimiento de la Cámara […]”.
Constitución de Irlanda de 1937
“Artículo 29:
[…] 5.1. Se someterá a la Cámara de Representantes todo tratado
internacional en el que sea parte el Estado.
5.2. El Estado no estará obligado por acuerdo internacional alguno
que implique gravamen con cargo a fondos públicos, a menos
que los términos del acuerdo hayan sido aprobados por la Cá-
mara de Representantes […].
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5.6. Ningún acuerdo internacional podrá formar parte del derecho interno
del Estado sino en la medida que lo acuerda, en su caso, el Parlamento”.
“Artículo 28:
Las reglas de derecho internacional generalmente aceptadas, así como
las convenciones internacionales desde el momento en que son sancio-
nadas por la ley y entran en vigor de acuerdo a sus propios términos,
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a.2) Asia
Continente situado entre el Océano Ártico, el mar de Bering, el
Océano Pacífico, el Océano Índico; los mares Rojo y Mediterráneo,
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a.3) Oceanía
Continente situado entre el Océano Pacífico, el sur de Asia, Amé-
rica del Sur, el Océano Índico y la Antártida.
Comprende a Australia, Nueva Zelanda, Papúa y Nueva Guinea,
Nauru, Islas Salomón, Kiribati, Tuvalu, Vanuatu, Fidji, Tonga, Samoa,
Estados Federados de Micronesia e Islas Marshall.
a.4) América
Continente situado entre el Océano Ártico, el Océano Atlántico, el
Paso de Drake y el Océano Pacífico. Se subclasifica en:
- La América del Norte (estados ubicados en la parte norte del con-
tinente americano). Comprende a Canadá, Estados Unidos y
México.
- La América Central (estados ubicados equidistantes de los extre-
mos del continente americano). Comprende a Belice, Guatemala,
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a.5) África
Continente situado entre el Mar Mediterráneo, el Canal de Suez, el
Mar Rojo, el Océano Índico, el Océano Atlántico y el Océano Pacífico.
Se subclasifica en:
- El África Mediterránea (estados ubicados al norte del continen-
te africano). Comprende a Marruecos, Argelia, Tunicia, Libia y
Egipto.
- El Sahel (estados ubicados al sur del desierto de El Sahara). Com-
prende a Senegal, Gambia, Cabo Verde, Mauritania, Malí, Burki-
na Faso, Níger, Chad y Sudán.
- El África Occidental (estados ubicados en donde se pone el sol
en los días equinocciales). Comprende a Guinea, Guinea-Bis-
sau, Sierra Leona, Liberia, Costa de Marfil, Ghana, Togo, Be-
nin y Nigeria.
- El África Central (estados ubicados equidistantes de los extremos
del continente africano). Comprende a Camerún, Guinea Ecua-
torial, Santo Tomé y Príncipe, Gabán, Congo, República Demo-
crática del Congo y República Centroafricana.
- El África Oriental (estados ubicados al este de África). Compren-
de a Etiopía, Eritrea, Djlbouti, Somalia, Kenya, Uganda, Ruanda,
Burundi y Tanzania.
- El África Austral (estados ubicados cerca al Océano Antárti-
co). Comprende a Sudáfrica, Lesotho, Swazilandia. Namibia,
Botswana, Angola, Zambia, Zimbabwe, Mozambique, Malawi,
Madagascar, Mauricio, Comores y Seychelles.
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CAPÍTULO SÉTIMO
TEORÍA CONSTITUCIONAL
SUMARIO
1. LA DEFINICIÓN Y LOS ALCANCES DEL CONCEPTO CONSTITUCIÓN.
1.1. El derrotero histórico del concepto Constitución. 1.2. Los contenidos de
la Constitución. 1.3. El referente constitucional. 1.4. La fundamentación co-
nectiva: la fuerza normativa de la Constitución. 1.5. Los criterios de estudio de
la Constitución. 2. LA ESTRUCTURA DE LO CONSTITUCIONAL. 3. LOS
ORÍGENES DEL CONSTITUCIONALISMO. 3.1. Los elementos constitutivos
del constitucionalismo inicial. 3.2. Las etapas del constitucionalismo. 4. LAS
CONCEPCIONES ACERCA DE LA CONSTITUCIÓN. 4.1. Las funciones de
la Constitución. 5. LAS PARTES DE LA CONSTITUCIÓN. 5.1. El problema
de la relación entre la parte dogmática y la parte orgánica. 6. LA CLASIFICA-
CIÓN DE LAS NORMAS CONSTITUCIONALES. 7. LA TIPOLOGÍA DE LAS
CONSTITUCIONES. 7.1. Las constituciones morfológicas. 7.2. Las constitucio-
nes ontológicas. 8. EL CONTENIDO IN TOTUM DE LA CONSTITUCIÓN. 9.
LA CONSTITUCIÓN Y LA CONSTITUCIONALIDAD. 10. LA FORMACIÓN
TÉCNICA DE LA CONSTITUCIÓN. 11. LA EXTINCIÓN Y LA SUSPENSIÓN
DE LA CONSTITUCIÓN. 11.1. La extinción de la Constitución. 11.2. La sus-
pensión de la Constitución. 11.3. La abrogación inconstitucional.
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El Acuerdo del Pueblo fue elaborado por John Lilburne y demás lí-
deres del grupo de los Levellers o igualitarios que apoyaban la im-
plantación del sufragio universal de los varones y que hasta plantea-
ron la adopción de medidas cercanas a una revolución agraria (por
un argumento político dicho texto formalmente apareció redactado
por los representantes de los regimientos de infantería y caballería del
gobierno de Cronwell). Este documento fue desestimado por el Par-
lamento Largo. Su importancia radica en haber formulado una suerte
de declaración de derechos y de haber establecido supremacía nor-
mativa del texto sobre el statute law emanado del órgano legisferante.
El Instrumento de Gobierno que fue elaborado por el Consejo de Ofi-
ciales del Ejército de Oliverio Cronwell, es una Constitución escrita
de cuarenta y dos artículos y aplicada a Inglaterra, Escocia e Irlanda.
Estableció una magistratura ejecutiva bajo la denominación de Lord
protector; estableció un Consejo de auxilio al ente administrador; y
un Parlamento unicameral, con representantes elegidos por conda-
dos y sujetos a la acreditación de tenencia de doscientas libras en bie-
nes muebles o inmuebles. Rigió durante cuatro años (1653-1657).
De otro lado, el jurista y economista francés Jean Bodin (1530-1596)
llegó a plantear en su obra Los seis libros de la República la existencia
de ciertas leyes inderogables referidas al Estado y a la fundación del
reino; y que por tales significaban un límite al poder del monarca.
El filósofo y tratadista político inglés Thomas Hobbes (1588-1679)
afirmó en su obra El leviatán, que, el Estado surgido del contrato social
quedaría destruido si dicha convención fuese anulada.
A partir del siglo XVIII la palabra Constitución quedará entronca-
da con el origen mismo del poder. Como tal se cancelaba, en definiti-
va, aquella percepción vinculante con los sistemas de gobierno. Así,
el escritor angloamericano Thomas Paine (1737-1809) referirá en su
libro Los derechos del hombre, que la Constitución de un pueblo no es
fruto del acto de su gobierno, sino del pueblo mismo que instituye o
construye su gobierno. Por ende, la asociaba inescindiblemente con la
legitimidad democrática.
La Constitución será invocada como una exigencia ético-política
para determinar el origen del poder, para legitimar la finalidad del
Estado y para limitar las relaciones de mando y obediencia a favor del
resguardo de los derechos de la persona.
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c) La noción política
Aquí se hace hincapié en el concepto de Estado en cuanto alude
a la organización basada en determinados principios de orientación
política. Se plantea la Constitución como la explicitación de algunas
pautas basilares fundamentales operantes de la unidad política.
Ferdinand LaSalle [¿Qué es la Constitución? Bogotá: Temis, 1997]
ha señalado que la Constitución de un país es la suma de los factores
reales de poder, expresados por escrito en instituciones jurídicas. A lo
que habría que agregar que tras dichos factores aparecen los signos
ideológicos y doctrinarios que dan rumbo a la acción del Estado.
d) La noción jurídica
Aquí se hace hincapié en el concepto de Constitución en cuanto
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pible relación telúrica que surge del medio ambiente y el grupo social
que lo ocupa.
El continente geográfico y el grupo social se influencian mutua y
recíprocamente, de lo cual se erige un proceso simultáneamente po-
lítico, cultural y jurídico que necesariamente encierra una conciencia
social que deja constancia de una percepción particular de las reglas
de relación convivencial.
El engarce entre el espacio geográfico y el grupo social lleva a que
este último perciba psicológicamente la existencia de un tiempo subje-
tivo (Ivch Zeit). Este se forma frente a cada espacio geográfico y a las
condiciones de la vida comunitaria que en dicho territorio se produ-
ce; es decir, frente al específico grado de desarrollo económico, social
y político en el que se asienta.
Este tiempo subjetivo de la colectividad política se extrae de su fue-
ro interno; se fija con relación a la cadencia de la evolución histórica
que marca las condiciones de vida de una sociedad. Esta percepción
psicológica del tiempo por parte del grupo social, tiene que ver con el
grado de su desarrollo político, social, económico y cultural.
Este “lapso histórico” implica en sí mismo el ritmo o la cadencia
social que surge de la trama de relaciones entre el grupo humano y el
espacio que condiciona su grado de conciencia política.
Los grados de ese tiempo histórico se miden por la evolución y desa-
rrollo de las relaciones interindividuales, los cuales tienen mucho que
ver con la capacidad de dominio sobre la naturaleza y la aptitud para
satisfacer necesidades colectivas, sean estas naturales o espirituales.
El tiempo histórico no se mide por relojes, vale decir, por el lapso en
su longitud. Así, la distancia espacial directa entre Lima y Caracas es
mayor que la que existe entre nuestra ciudad capital y Tahuamanu
(Madre de Dios); empero, considerada como distancia en la historia o
lapso de evolución, Tahuamanu se encuentra más lejana de Lima que
la capital de la República de Venezuela.
En ese orden de ideas aparece el denominado escenario-tiempo
constitucional; el cual expresa la conciencia político-social del proce-
so político-cultural del pueblo de un Estado. Este deja constancia del
vínculo irrompible forjado entre un grupo social, su medio ambiente
y el grado de desarrollo alcanzado basándose en el dominio del há-
bitat, lo que promueve un proceso político-cultural con una forma
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específica de constitucionalización.
Ahora bien, el tiempo es inseparable del escenario; se trata de un
continuo indesligable, cuya conformación unitaria se genera a través
de la conciencia histórica.
Es evidente que el tiempo no es universal y sincrónico –no ocurre al
mismo momento– para todos los grupos sociales instalados en un es-
cenario histórico de constitucionalidad. En ese contexto, es claro que
la noción del tiempo histórico es diversa y variable según la trama de
relaciones políticas.
Cada escenario de constitucionalidad se basa en la relación consciente
del grupo humano con el espacio que ocupa, su tiempo subjetivo y el
histórico, los que son inseparables de su peculiar proceso político y
cultural. Esta relación consciente es el resultado de una prolongada
acción recíproca, cuya mayor o menor profundidad determina el su-
perior o ínfimo sentimiento de respeto de la Constitución.
Ahora bien, el espíritu constitucional se forja de la ligazón entre el
grupo social y el espacio geográfico del Estado, lugar donde se existe
y coexiste política y socialmente. Este implica la toma de conciencia
de la comunidad política, de integrar y reunir a los detentadores y
destinatarios del poder político en el marco de un orden comunitario
vinculante in totum, aun por encima de los antagonismos y tensiones
existentes derivadas de factores económicos, religiosos, políticos, etc.
Este “espíritu” lleva a internalizar el conjunto de normas, principios y
prácticas en el seno de la comunidad política.
En nuestro país, dicho “espíritu” tiene sus peculiaridades; y es, en
lo genérico, débil y hasta inconsistente. Así, los peruanos nos hemos
inclinado ya sea por estructuras políticas autoritarias o paternalistas,
o por ambas en una rara simbiosis, o hemos practicado el transplante
de instituciones foráneas, fruto de un deslumbramiento por Europa.
De otro lado, la esfera constitucional incluye la conducta políti-
co-jurídica de los gobernantes y gobernados en lo relativo al cumpli-
miento o desobediencia de las normas del plexo constitucional.
Esta interrelación entre conducta gubernamental o ciudadanía y
norma constitucional en sentido lato, es vital para la continuidad del
proyecto constitucional; máxime cuando el desacatamiento por su
grado de extensión, profundidad y continuidad en el tiempo genera-
ría la denominada “fábula de la vida constitucional”; vale decir, hace
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co, todo ello dentro del hálito interno de la razón de justicia que
acompaña al ser humano.
Igualmente, en la esfera de lo constitucional se hace imprescindi-
ble el estudio exhaustivo de las normas.
En ese sentido, la norma constitucional es aquella regla de conduc-
ta dictada en un tiempo y lugar determinado, y, que, con vocación de
plasmar valores de naturaleza político jurídica, señala la obligación
de hacer o no hacer algo u otorga la facultad de decidir sobre ello.
La norma constitucional enuncia algo que debe ser, en virtud de
haber reconocido dentro de un espacio histórico un valor coexisten-
cial como determinante para el señalamiento de un comportamiento
específico de cumplimiento obligatorio.
Ahora bien, en relación a un espacio histórico determinado las
normas pueden presentarse eficaces o ineficaces en lo que respecta a
su cumplimiento.
Las conductas pueden develarse como constitucionales o in-
constitucionales en función a su contrastación con lo previsto en
una norma. Estas, asimismo pueden revelarse como legítimas o
ilegítimas en función a su conformidad con los valores que ema-
nan de la Constitución.
3.- LOS ORÍGENES DEL CONSTITUCIONALISMO
En la historia del derecho se conoce con la denominación de cons-
titucionalismo inicial a aquel movimiento político-jurídico gestado
desde el siglo XIII hasta parte del siglo XIX; y, que, finalmente logró
consagrar para los estados el sancionamiento de una ley fundamental
llamada Constitución.
Dicho proceso tuvo como égida el paulatino proceso de sacraliza-
ción del ideario liberal-burgués y el secuencial destierro de cualquier
manifestación política o jurídica que emanase del orden caduco del
monarquismo absolutista.
El constitucionalismo inicial aparece como la partida de defunción
de un orden caracterizado por el poder omnímodo, la estamentaliza-
ción de la sociedad, y la cosificación de la persona humana; en cambio
se presenta como el receptáculo normativo de la libertad, la igualdad
ante la ley y la fraternidad como expresión de virtud cívica.
Desde una perspectiva teórica los postulados del constitucio-
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francesa respectivamente.
Recibe tal denominación por haber establecido alguna de las prin-
cipales características constitutivas del fenómeno constitucional; así
como haberse procesado al influjo del ideario liberal-burgués.
La Revolución Inglesa aportó el Acuerdo del Pueblo (1647) y el Ins-
trumento de Gobierno (1658); igualmente incorporó la Carta Magna
(1215), la Petición de Derechos (1620), la Declaración de Derechos (1689), y
el Acta de Establecimiento (1701).
La Revolución Norteamericana produjo la Constitución de Virgi-
nia –la primera Constitución propiamente dicha de la historia– (1776),
la Constitución de los Estados Unidos (1787), y las diez primeras en-
miendas constitucionales (1791).
La Revolución Francesa estableció la Declaración de los Dere-
chos del Hombre y del Ciudadano (1789) y las constituciones de
1791, 1793 y 1795.
Como puede observarse dicha etapa concluye con la consagración
de las constituciones escritas de corte liberal. Ellas instituyeron el re-
conocimiento formal de los derechos civiles y políticos, así como tam-
bién un modelo político-jurídico denominado de democracia liberal.
Entre los valores y principios rectores aparecen la libertad, la
igualdad y la legalidad. Esta última aseguró que los gobernantes y
gobernados quedaran sujetos a una sola y misma ley; el que los dere-
chos fundamentales solo pudieran ser limitados, restringidos o supri-
midos por imperio de la ley; así como el que nadie estuviera obligado
a hacer, ni privado de realizar aquello que la ley no prohíbe.
Entre sus principales características destacaron las nueve siguientes:
- Creó los elementos constitutivos del constitucionalismo.
- Reconoció y protegió los denominados derechos individuales de
carácter civil y político bajo la denominación de fundamentales
para la persona humana; aun cuando solo puso acentuado énfa-
sis en la vida, la libertad, la igualdad ante la ley y la propiedad.
- Estableció que la legitimidad para gobernar se sustentaba en la
soberana decisión del pueblo.
- Estableció el principio de legalidad como base y fundamento
para el ejercicio de las conductas coexistenciales.
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b) El constitucionalismo social
Dicha etapa embrionariamente aparece con la Segunda Revolu-
ción Republicano Francesa de 1848 y se concreta con la Revolución
Mexicana de 1910-1917, la Revolución Bolchevique de 1917-1918 y la
aparición de la primera experiencia republicana en la Alemania Uni-
ficada de 1919-1933. En puridad, puede afirmarse que dicho proceso
se gesta tras la finalización de la Primera Guerra Mundial.
Como bien expone Norberto Q. Martínez Delfa [ob. cit.]:
“Los acontecimientos políticos y sociales vividos en Occidente durante
el pasado siglo [se refiere al XIX] y las primeras décadas del presente [se
refiere al XX], mostraron la necesidad de recrear la concepción clásica
de los derechos, nutriéndola con el aporte de los aspectos sociales”.
El casi nulo énfasis puesto en las constituciones clásicas sobre las
cuestiones sociales registra su origen en una maniquea concepción de
la libertad individual. Esta tesis extrema es refutada solidariamente
por la Iglesia Católica y los movimientos políticos y sociales, lo que
provocará una re-creación del ideario liberal.
Como expone José cossío Díaz [Estado social y derechos de presta-
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d) La fórmula garantista
Hace referencia al conjunto de procesos constitucionales destina-
dos a defender el goce pleno de los derechos fundamentales, así como
la supremacía de la Constitución y la ley (Habeas Corpus, Acción de
Amparo, Acción de Inconstitucionalidad, Acción Popular, etc.).
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e) La fórmula económica
Hace referencia al conjunto de principios y normas destinadas a
fijar una ordenación económica; esto es, comprende los aspectos rela-
tivos al mercado.
f) La fórmula de revisión
Hace referencia al iter procedimental a seguirse para conseguir la
actualización de la Constitución; es decir, fija la ruta a seguir para
promover las reformas o enmiendas que permitan conciliar el texto
constitucional con la siempre dinámica realidad política.
g) La parte del apéndice
Hace referencia a aquello que se añade de manera accesoria o de-
pendiente. Esta parte está conformada por cláusulas complementa-
rias, reglas interpretativas, derogación expresa de normas infracons-
titucionales, disposiciones finales y/o transitorias, fecha de entrada
en vigencia y hasta la ratificación de los tratados internacionales.
En muchas ocasiones aparece como la “clave de bóveda” del trán-
sito de una Constitución a otra.
Por otro lado, en cuanto a la forma, la Constitución puede ser pre-
sentada de modos muy diversos, a saber:
- Por títulos, capítulos, artículos e incisos (Perú).
- Por partes, secciones, capítulos, artículos e incisos (Argentina).
- Por títulos, artículos e incisos (Mónaco).
- Por orden alfabético (Noruega).
Debe advertirse que los artículos usualmente se señalan por nú-
meros arábigos, aunque algunos países mantienen la tradición de uti-
lizar la numeración romana. En cuanto a los incisos, pueden expresar-
se por números o letras.
En algunos países, las reformas constitucionales se declaran a tra-
vés de los agregados bis, ter, quater, quinquies (es el caso de la Consti-
tución suiza).
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a) Constituciones morfológicas
- Constituciones rígidas y flexibles.
- Constituciones escritas y consuetudinarias.
- Constituciones formales y materiales.
- Constituciones codificadas y dispersas.
- Constituciones principistas y reglamentaristas.
- Constituciones unitarias y complejas.
- Constituciones otorgadas, pactadas y democráticas.
b) Constituciones ontológicas
- Constituciones originarias y derivadas.
- Constituciones normativas, nominales y semánticas.
- Constituciones ideológicas y utilitarias.
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necesidad de realización.
La comprensión global de la materia legislable consiste en promover
una normatividad constitucional asentada en el conocimiento de la
realidad social y de las categorías, ficciones, presunciones, conceptos,
instituciones, construcciones jurídicas vinculadas a la materia objeto
de regulación; así como información precisa de su utilización en otras
experiencias político-jurídicas.
La perfección de adaptación consiste en buscar la adaptación de las
normas constitucionales a la vida social; por ende, no debe promo-
verse una legislación que resulte impracticable por razón de su inade-
cuación con la realidad.
La necesidad de realización consiste en aspirar a plasmar claridad en
la determinación de los casos legislados, así como certeza de las con-
secuencias jurídicas derivadas de la norma elaborada.
b) Las reglas de lenguaje y estilo
El lenguaje tiene importancia capital en la Constitución, porque
esta debe ser inteligible y comprensible para los operadores y ciuda-
danos vinculados con ella.
En doctrina se recomienda el uso de un vocabulario de acceso
frecuente, y, por consiguiente, el rechazo de expresiones oscuras o
ambiguas. La utilización de expresiones técnicas es laudable única-
mente cuando ellas devienen en imprescindibles e insoslayables. Es
evidente, por otro lado, que deben aplicarse en grado sumo las reglas
de sintaxis establecidas por la Academia de la Lengua respectiva.
El lenguaje constitucional adopta una pluralidad de estilos, a sa-
ber: descriptivo, expresivo o directivo.
Al respecto, veamos lo siguiente:
El lenguaje descriptivo define los hechos, sucesos o acontecimientos
de naturaleza constitucional, por sus predicados no esenciales. Con
este estilo se pretende trazar, delinear o informar una realidad.
El lenguaje expresivo expone los sentimientos o invocaciones vincu-
lantes a los miembros de la comunidad política.
El lenguaje directivo promueve la manifestación de comportamien-
tos político-jurídicos activos o pasivos, en el seno de la comunidad
política.
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Canadá:
En el siglo XVI, Francia establece una colonia en Quebec. Entre
1756 y 1763 se produce la histórica “Guerra de los Siete Años” entre
dicho país e Inglaterra. A través del Tratado de París suscrito en 1763,
el rey Jorge III consolida la conquista de Canadá.
El 20 de marzo de 1867, el Parlamento británico mediante la famo-
sa Acta de Constitución de la América Británica del Norte, establece
la confederación canadiense.
Australia:
En 1770, Inglaterra establece colonias penitenciarias al sudoeste
de Asia.
El 1 de enero de 1901, a las colonias de Nueva Gales del Sur, Aus-
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Japón:
En 1945, los Estados Unidos lanzan bombas atómicas sobre las
ciudades de Hiroshima y Nagasaki, en los estertores de la Segunda
Guerra Mundial. Como consecuencia de ello, Japón capitula y su te-
rritorio es ocupado por las fuerzas aliadas.
En 1946, bajo impulso del general Douglas Mac Arthur y de la Su-
prema Comandancia de las Fuerzas Aliadas (SCAP), el Japón aprue-
ba una Constitución inspirada en la ideología liberal-democrática.
Al respecto, Giuseppe De Vergottini [Derecho constitucional com-
parado. Madrid: Espasa-Calpe, 1985] señala que el borrador de dicha
Constitución fue elaborado por los asesores del Comando Supremo
de las Fuerzas Aliadas de Ocupación en el Japón.
Filipinas:
En 1898, Estados Unidos derrota a España, la cual se ve obligada
a firmar un tratado donde cede el archipiélago situado al sudeste del
continente asiático (Filipinas).
En 1946, Filipinas proclama su independencia y dicta su Constitu-
ción bajo la tutela norteamericana.
Islas Marshall:
En 1947, la Organización de las Naciones Unidas reconoce la con-
dición de territorio tutelado de esta isla del Pacífico, bajo la adminis-
tración de Estados Unidos.
En 1979 se establece la independencia política de la isla y se aprue-
ba una Constitución vía referéndum. La elaboración de su texto es-
tuvo sujeta a una evidente influencia política de los Estados Unidos.
c) El poder constituyente monocrático
Este modelo se caracteriza por el hecho político de que el ejercien-
te u operador del poder constituyente originario es una sola persona.
Pueden citarse los casos siguientes:
Mónaco:
En 1308, la familia Grimaldi –de origen genovés– compra el peque-
ño principado de Mónaco a la República de Génova. Desde entonces,
dicha familia ha continuado reinando casi ininterrumpidamente en
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dicho Estado (con excepción del breve período de 1793 a 1815, en que
Francia lo anexionó).
La actual Constitución de Mónaco data de 1962, fruto de la deci-
sión del príncipe Rainiero III.
Al respecto, en la fórmula de promulgación de dicho texto, apare-
ce lo siguiente:
“Rainiero III, por la Gracia de Dios, Príncipe Soberano de Mónaco.
Considerando que las instituciones del Principado deben ser perfeccio-
nadas tanto para responder a las necesidades de una buena administra-
ción del país como para satisfacer las nuevas necesidades suscitadas por
la evolución social de su población. He acordado dotar al Estado de una
nueva Constitución, la cual, por ser esta MI Voluntad Soberana, será
considerada en lo sucesivo como Ley Fundamental del Estado y solo
podrá ser modificada en las formas que he decretado”.
Bahrein:
Entre 1507 y 1622, Portugal ocupa el archipiélago de Bahrein (su-
doeste asiático, frente a las costas de la península arábiga). Posterior-
mente es ocupado por Irán y Arabia.
En 1861, deviene en protectorado británico. En 1971, Inglaterra re-
conoce la independencia de Bahrein, imponiéndose la casa real de los
Sahman Al Califa.
En 1973, el emir Al Califa dicta la Constitución del país.
Kuwait:
En 1576 se funda una comunidad política ubicada en el noreste de
la península arábiga y al noroeste del golfo Pérsico.
En 1898, deviene en protectorado británico. En 1961, Kuwait al-
canzará su independencia política, reconociéndose como familia mo-
nárquica a la casa real de Al Sabah (cuya presencia histórica data del
siglo XVIII).
En 1962, esta casa real dicta la Constitución fundacional de Kuwait.
Libia:
En 1951, –luego de la segunda guerra mundial y de un período
de administración francesa– Libia proclama su independencia bajo el
mandato del soberano Mohamed Idriss Senoussi.
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d) La cuarta etapa
Dicho proceso se gestará a raíz de la conclusión de la Segunda
Guerra Mundial (1939-1945) con la victoria de las Fuerzas Aliadas
(Francia, Inglaterra, Estados Unidos). Ello promoverá la lucha abierta
entre las ideas democráticas y el auge del marxismo leninismo.
Los horrores del nazismo motivaran el reconocimiento y la protec-
ción de los derechos humanos; se afirmará el rol tuitivo del Estado; y
se gestarán los procesos de descolonización tras el principio de libre
determinación de los pueblos.
Los países derrotados refundarán sus estados y se consolidarán
las denominadas democracias populares.
Son expresiones de este período en la Europa Occidental, las cons-
tituciones de Francia (1946 y 1958), Italia (1947), Alemania Federal
(1949), Yugoslavia (1953 y 1963), Polonia (1952) y Hungría (1949).
En el África se aprobarán las constituciones de Marruecos (1972),
Argelia (1963), Tunicia (1957), Senegal (1963), Gambia (1970), etc.
En el Asia se aprobarán las constituciones de Vietnam (1955), Laos
(1949) y Singapur (1965).
e) La quinta etapa
Dicho proceso se gestará en el último cuarto del siglo XX a raíz
de la disolución de los regímenes autocráticos en Europa y Améri-
ca Latina. Asimismo tiene especial relevancia la “Caída del Muro
de Berlín” y con ello la hegemonía comunista en la Europa Central.
Asimismo, es importante destacar la aparición del fundamenta-
lismo islámico de clara tendencia antioccidental. Añádase que los
enfrentamientos interétnicos promoverán una diáspora estatalista
en la Europa Balcánica.
Son expresiones de este período en la Europa Occidental, las
constituciones de Portugal (1975), Turquía (1982), Grecia (1975)
y España (1978).
En la Europa Central y Oriental se aprobarán las constitucio-
nes de la República Checa (1992), Eslovenia (1991), Estonia (1992),
Lituania (1992), Eslovaquia (1992), Rumania (1991), Rusia (1993)
y Kazajstán (1993).
En la Europa Balcánica se aprobarán las constituciones de Croacia
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efectuadas a lo largo de dos siglos, que son las que han permitido
encontrar adaptabilidad a las condiciones sociales imperantes a lo
largo de dicho tiempo.
La robustez de la Constitución americana no proviene del texto
de 1787; ella es la emanación de otra fuente que nosotros conocemos
con el nombre de reforma. Este poder se mueve al interior del orden
jurídico preexistente, opera dentro de una legalidad constitucional, y
es oriundo de un derecho ya establecido. Su adecuación deviene de
su validez y eficacia.
3.2.- Las características del poder constituyente derivado
Entre las principales notas connotativas que presenta el poder
constituyente derivado o instituido, como ente con capacidad de re-
formar el texto fundamental, están las tres siguientes: la legitimación,
la limitación y la eficacia.
Al respecto, veamos lo siguiente:
a) La legitimación
El accionar de dicho poder deriva de la misma Constitución que
habrá de reformar. Esta es la base de su propia fundamentación y
consentimiento político.
Paolo Biscaretti di Ruffia [Derecho constitucional. Madrid: Tec-
nos, 1984] señala que se trata de una actitud normativa que se
despliega sobre la del particular procedimiento establecido por
la propia Constitución.
b) La limitación
El accionar de dicho poder parte de presupuestos establecidos por
el poder constituyente originario; es decir, se encuentra subordinado
al orden establecido en cuanto a su actuación y alcances de su labor.
Pedro de Vega [ob. cit.] señala que “el poder de reforma, en la me-
dida que aparece reglado y ordenado en la Constitución se convierte
en un poder limitado, lo que quiere decir que la actividad en revisión
no puede ser entendida como una actividad soberana y libre”.
Dicha limitación establece la distancia que separa la acción legal
de la acción revolucionaria.
Gonzalo Ramírez Cleves [Límite de la reforma constitucional en Co-
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nes, lo cual quiere decir que existen preceptos que no son materia
reformable.
Este tipo de disposiciones apoya lógicamente la imposibilidad de
realizar una reforma total. Ellas son el resguardo de la legitimidad
constitucional, ya que preservan los supuestos ideológicos y valorati-
vos en que descansa el régimen político.
Este tipo de normas puede ser de dos clases:
e.1) Las disposiciones de intangibilidad articulada
Son las que se sustraen expresamente a cualquier enmienda, por
medio de su prohibición constitucional. En verdad, se trata de medi-
das concretas y explícitas para proteger instituciones inscritas en el
magno texto.
La doctrina ha establecido que están referidas básicamente a la
inderogabilidad de la declaración de derechos, la división de los ór-
ganos del poder estatal y la irreversibilidad de la forma de gobierno y
del telos de la Constitución. Así, en la parte in fine del artículo 84 de la
Constitución francesa de 1958 se dispone:
“La forma republicana de Gobierno no puede ser objeto de revisión”.
Una disposición análoga se encuentra en el artículo 139 de la Cons-
titución italiana de 1947.
A mayor abundamiento, presentamos un sintético cuadro ilustrativo:
- Inderogabilidad de la declaración de derechos: Las constituciones de
Alemania Federal 1949, Puerto Rico 1952, Brasil 1988, Rumania
1991, Ucrania 1996.
- Irreversibilidad de la forma de gobierno: Las constituciones de Ale-
mania Federal 1949, Grecia 1952, Brasil 1988, Marruecos 1996.
- Inalterabilidad de los principios fundamentales o del espíritu de la
Constitución: Las constituciones de Alemania Federal 1949, Gre-
cia 1952, Camboya 1993.
En el ordenamiento constitucional peruano, las encontramos en
el artículo 12 de la Constitución de Cádiz (1812), que estableció que
la religión de la nación fuese perpetuamente la católica, apostólica
y romana; y en el artículo 183 de la Constitución de 1839, que fijó la
inalterabilidad la forma de gobierno popular representativa fundada
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tencia de una facultad para la reforma total. Más bien, ello indicaría
que el órgano legislador reformador y el de control de la constitu-
cionalidad asumen de consuno la responsabilidad de interpretar y
señalar por vía objetiva las normas que aluden a la fórmula basilar
y a los valores, los que, por ende, no pueden ser objeto de reforma.
Debe decirse que existen constituciones donde el legislador
constituyente ha declarado expresamente las zonas prohibidas de re-
forma; en tanto que en otras se ha establecido tácita y doctrina-
riamente que corresponde resolver –de conformidad con la legi-
timidad que subyace en el texto fundamental– al legislador y al
contralor constitucional la ubicación de dichas zonas. Empero, esta
demarcación se encuentra tácitamente inmersa en el seno mismo
de la Constitución.
Como bien expone Roberto Rodríguez Gaona [El control cons-
titucional de la reforma a la Constitución. Madrid: Dykinson, 2006]
existen ciertos contenidos que definen la obra de ingeniería consti-
tucional forjada por el poder constituyente originario; estos devie-
nen en los límites infranqueables al poder constituyente derivado.
Así, “la Constitución posee partes que […] en la praxis de la re-
gularidad jurídica no pueden alterarse o sustituirse, bajo pena de
producir un cambio de Carta”.
William Marbury [The limitation upon the amending power. Har-
vard: Law Review, 1919-1920] sostiene que el poder de reforma
tiene competencia para modificar la Constitución, lo que no posee
es competencia para destruirla.
Ahora bien, la única forma posible de eliminar las cláusulas de
intangibilidad es mediante la acción directa del poder constituy-
ente originario.
En ese contexto, es dable señalar que siguiendo a Ignacio de
Otto [ob. cit.] consideramos que el poder constituyente derivado
no puede autoreformarse. Es decir, que la norma que confiere un
poder de reforma no puede servir de fundamento para el estab-
lecimiento de un precepto modificador del proceso de enmienda.
Para tal efecto, debe recordarse que los alcances de dicha norma
no son aplicables a ella misma. De allí que aun cuando una Constitu-
ción pueda ser objeto de una reforma en razón de existir un precepto
que la permita y regule, en cambio este último no se encuentra sujeto
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a) Límites formales
Estos se encuentran referidos a los requisitos objetivamente reco-
nocidos por la Constitución para otorgar validez a la reforma. Entre
estos aparecen el órgano investido con la capacidad para ejercer la
potestad modificatoria y el íter legislativo.
b) Límites materiales
Estos se encuentran referidos a los contenidos de la Constitución:
es decir, implican el resguardo de los parámetros de identidad o esen-
cia constitucional, inmunes a toda posibilidad de reforma. Entre estos
aparecen las disposiciones de intangibilidad articulada y las disposi-
ciones de intangibilidad implícita.
El primer caso de control de la reforma de la Constitución fue el
Hollingsworth vs. Virginia (Corte Suprema de los Estados Unidos,
1798), en donde se declaró que la undécima enmienda era conforme
a la Constitución.
Esta enmienda había sido imputada por una supuesta infracción
formal consistente en no haber sido aprobada por el Presidente de la
República en los términos del artículo I, sección 7 de la Constitución.
Posteriormente han existido pronunciamientos en los casos Hawke
vs. Smith (enmienda decimoctava, 1920) y Leser vs. Garret (enmienda
decimonovena, 1922).
La Corte Suprema de la India en el caso Indira Gandhi vs. Shi Ray
Narain, anuló una enmienda constitucional (1976); y en el caso Mine-
ría Mills vs. Union of India, impidió la modificación de la fórmula de
revisión de la Constitución (1980).
En Colombia, es citable el caso Carlos Moreno Novoa y Álvaro
Echeverri Uruburu contra el Acto Legislativo Nº 2. Allí, la Corte Su-
prema en 1978, declaró la inconstitucionalidad de la convocatoria del
Congreso de la república, a una Asamblea Constituyente por vicio
de forma.
Posteriormente, la Corte Constitucional entre 1992 y el 2003 esta-
blecerá un control a los límites formales. Luego accederá al control
sobre los límites materiales, tal y conforme aparece de lo resuelto en
el caso reelección presidencial inmediata (2006).
En la Argentina, la Corte Suprema admitió a trámite el control de
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1861, que era muy buena, me la metí en este bolsillo; y la de 1868, que
es mejor, según estos doctores, ya me la metí en este otro”.
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Constitución argentina. Buenos Aires: Ediar, 1999] señala que “la ideo-
logía es el conjunto o sistema de juicios de valor que el hombre tiene
sobre el mundo. Los valores son elementos culturales que establecen
relaciones de preferencia y así se declara que hay determinados bie-
nes que son preferibles a otros”.
Así, en relación al sentido espiritual de los objetos culturales, Luis
Frescura y Candia [Introducción a la ciencia jurídica. Asunción: Marven,
2009] expone que se trata de “cualidades, ideales, inespaciales e in-
temporales que se captan mediante una intuición especial no sensible
llamada estimación”.
Los valores constitucionales son aquellos que los gobernantes y
los gobernados deben realizar en una sociedad política concreta, me-
diante normas y conductas cuyo cumplimiento puede exigirse coer-
citivamente. Cuando estos hacen referencia a las cosas, se les designa
bajo la calidad de bienes.
Rodolfo L. Vigo [Los principios jurídicos. Buenos Aires: Depalma,
2000] afirma que los valores constitucionales son aquellos que políti-
camente son apreciados, de lo que resulta una perfección o comple-
titud. Estos encuentran en la Constitución su condición necesaria y
suficiente de vocación de plasmación político-jurídica.
La inserción de valores políticos en un texto con fuerza normativa
apunta a que estos alcancen efectividad social.
Es evidente que los valores están impregnados de una racio-
nalidad moral que como bien afirma Marcelo A. López Alfonsín
[ob. cit.] es su “ambiente de nacimiento y hábitat de crecimiento,
y que el poder político puede luego incorporarlos. Empero, […]
jamás puede generarlos”.
Hacen referencia a la síntesis de lo “estimable” políticamente para
la comunidad; y por tanto, devienen en el debe ser gubernamental y
ciudadano que propugna el ordenamiento constitucional. El carácter
propositivo de dichos valores no se reduce a que sean percibidos con
una existencia in abstracto ni a ser contemplados como una especie de
“limbo dogmático” [J. Javier Santamaría Ibeas. Los valores superiores en
la jurisprudencia del Tribunal Constitucional. Madrid: Dykinson, 1997].
Ellos configuran los objetivos del orden constitucional; amén de
determinar y condicionar los cauces formales de su aplicación, ya que
como bien se interroga J. Javier Santamaría Ibeas [ob. cit.] ¿Cómo po-
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d) La determinación política
La interpretación constitucional tiene la responsabilidad de afir-
mar los principios y valores políticos contenidos en la Constitución;
vale decir, contribuye decididamente en asentar la ideología, la doc-
trina y el programa político inserto en dicho texto.
En ese sentido al definir, redefinir o integrar la Constitución
en puridad se cumple una actividad política ya que la actividad
interpretativa incide directamente en la gobernabilidad y admi-
nistración de un cuerpo político. Añádase a ello su actividad efec-
tivizadora de las cláusulas constitucionales y la armonización en-
tre las competencias de los operadores político-administrativos
y los derechos ciudadanos; amén de su labor dirimente en los
conflictos interorgánicos.
La interpretación constitucional lleva implícita la asunción de
una actividad política en el sentido de “gobierno” del Estado, en
la medida que deriva de un órgano encargado del control de la
constitucionalidad.
5.5.- La interpretación constitucional y las indeterminaciones cons-
titucionales
En atención a que la Constitución es elaborada con el objeto
de que rija los destinos de una sociedad política con vocación de
perdurabilidad, consecuentemente es redactada con un lenguaje lo
suficientemente vago y general que permita su permanente adap-
tación al “tiempo político” que se vive sucesivamente dentro de
una colectividad.
En ese aspecto, Carlos Santiago Nino [Fundamentos de derecho cons-
titucional. Buenos Aires: Astrea, 2002] justifica la vaguedad y genera-
lidad del lenguaje constitucional, a efectos que el texto constitucional
pueda sobrellevar “las contingencias y cursos futuros que no sean fá-
ciles de prever en el momento de la sanción”.
El propio Carlos Santiago Nino [ob. cit.] distingue varios tipos de
vaguedades o indeterminaciones constitucionales, a saber: la vague-
dad por gradiente, la vaguedad por combinación y la vaguedad por
textura abierta.
Al respecto, veamos lo siguiente:
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CAPÍTULO DÉCIMO
LA JURISDICCIÓN CONSTITUCIONAL
SUMARIO
1. LOS ALCANCES DE LA JURISDICCIÓN CONSTITUCIONAL. 1.1. Los
presupuestos jurídicos de la jurisdicción constitucional. 1.2. La naturaleza de la
jurisdicción constitucional. 1.3. Los ámbitos de la jurisdicción constitucional. 1.4.
Los objetivos de la jurisdicción constitucional. 1.5. Los orígenes de la jurisdicción
constitucional. 1.5.1. El caso Madison vs. Marbury. 2. LOS SISTEMAS O MO-
DELOS DE CONTROL DE LA CONSTITUCIONALIDAD. 2.1. Los modelos
originarios. 2.1.1. El control orgánico político o no jurisdiccional. 2.1.2. El
control orgánico jurisdiccional. 2.1.2.1. El sistema americano o de jurisdicción
difusa. 2.1.2.2. El sistema europeo o de jurisdicción concentrada. 2.1.3. Los
modelos originarios y las variables de admisión, naturaleza del acto cuestionado y
tiempo de impugnación. 2.2. Los modelos derivados. 2.2.1. El control orgánico
mixto. 2.2.2. El control orgánico dual o paralelo. 2.2.3. Nuestra opinión en
relación al caso peruano. 3. EL EXAMEN DE INCONSTITUCIONALIDAD.
3.1. El examen de inconstitucionalidad material o de fondo. 3.2. El examen
de inconstitucionalidad procedimental o de forma. 3.3. El caso del examen de
inconstitucionalidad indirecta. 3.4. El examen de inconstitucionalidad por omisión
legislativa. 3.4.1. Los elementos de la inconstitucionalidad por omisión legislativa.
3.5. Los efectos del control constitucional. 3.6. La jurisdicción constitucional y
los procesos constitucionales. 3.6.1. Los fines de los procesos constitucionales.
3.6.2. Los procesos para la defensa de los derechos fundamentales de la persona.
3.6.3. Los procesos para la defensa de la unidad, jerarquía y coherencia del orden
jurídico nacional. 3.7. La jurisdicción constitucional y las tendencias interpretati-
vas. 3.8. La jurisdicción constitucional y la denominada cuestión política. 3.8.1.
La determinación de la existencia de las cuestiones políticas. 3.8.2. El contenido
material de las cuestiones políticas. 4. LA JURISDICCIÓN SUPRANACIONAL
DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES DE LA PERSONA Y LA SUPREMA-
CÍA NORMATIVA INTEGRACIONISTA. 4.1. La jurisdicción supranacional de
alcance regional.
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ral, sino por la razón y juicios artificiales del derecho, el cual es un arte
que requiere largo estudio y experiencia, antes de que un hombre pueda
llegar a dominarlo; el derecho es la vara de oro de la virtud y la medida
para sentenciar las causas de sus súbditos [...]”.
La historia registra que ante la supina molestia del monarca, quien
exigía se le respondiese si él quedaba sometido al derecho, Coke in-
clinando todo el cuerpo ante el monarca –en su afán de suavizar el
grave momento– contestó: “El rey no debe estar sujeto a los hombres
sino solamente a la ley de Dios”.
En relación a las peculiaridades del caso presentado por Thomas
Bonham, Coke fijaría en su sentencia lo siguiente:
“Y se desprende de nuestros libros que en muchos casos, el common law
controla a las Leyes del Parlamento y en ocasiones debe juzgarlas como
inválidas: pues cuando una Ley del Parlamento está contra el derecho
y la razón tradicionales, o es repugnante o imposible de ser aplicada, el
common law debe controlarlo y juzgar a dicha ley como inválida […]”.
Al respecto, debe advertirse que dicha argumentación significaba
cambiar la interpretación judicial expuesta en el caso del cirujano Ro-
ger Jenkins (1596); el cual fue hallado culpable de ejercer la medicina
sin licencia. La judicatura convalidó la multa impuesta y el cese de
actividad.
En el fallo elaborado por Coke se declaró fundada la petición de
Bonam; para tal efecto, contó con la adhesión de los magistrados War-
burton y Daniel; el voto en minoría fue suscrito por Walmesley.
En el fondo del asunto se aprecia que la actitud de Coke se inspiró
en la necesidad de establecer un control de legitimidad de una ley por
ser contraria a los principios del common law; vale decir, intentó esta-
blecer la supremacía de este último sobre los actos del poder estatal.
Sobre la materia, cabe señalar que Coke sostuvo que no era ad-
misible que el Real Colegio de Medicina actuase en propia causa
como una suerte de Corte, asumiendo simultáneamente las veces
de demandante, fiscal y juez; amén que el referido ente termina-
ba beneficiándose con parte del pago de la multa que devenía en
recurso propio.
Así, en dicha histórica sentencia se consignó lo siguiente:
“La causa por la cual imponen una multa o detienen debe ser determinada
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(…)
Si queréis dar una salvaguarda a la Constitución, un freno saludable
que mantenga a cada acción representativa dentro de los límites de su
procuración especial, entonces estableced un Jurado Constitucional
[…]. Pido, pues, un verdadero cuerpo de representantes que tenga la
misión especial de juzgar las reclamaciones que se puedan hacer contra
todo atentado cometido contra la Constitución”.
La composición de dicho ente debía renovarse anualmente por
tercios, en las mismas fechas que el cuerpo legislativo. La elección de
dicho tercio (treinta y seis representantes) la llevaría a cabo el propio
Jurado Constitucional de entre doscientos cincuenta miembros que,
en la misma época actual, deberían salir de las cámaras legislativas.
La conformación primicial del referido Jurado la llevaría a cabo la
Convención mediante escrutinio secreto.
La propuesta de Sieyès fue rechazada con dureza durante los de-
bates de la elaboración de la constitución de 1795. De alguna manera
la propuesta será retomada en la Constitución de 1799, a través de la
creación del Senado Conservador.
Finalmente, cabe referir el caso de la instauración del concepto
de la Judicial Review en los Estados Unidos. Al respecto, cabe señalar
que dicha noción no fue explícitamente recogida por la Constitución
norteamericana de 1787; sino que surgió como expresión de un largo
proceso de “concienciación” por la vía jurisprudencial, el mismo que
se gestó con anterioridad al texto fundamental anotado (queda claro,
para la doctrina, que entre 1776 y 1787 se consolida el principio según
el cual existe una supremacía normativa).
Según plantea Francisco Fernández Segado [ob. cit.], la proclivi-
dad norteamericana hacia la Judicial Review se encuentra en la con-
cepción política que subyace en la Declaración de Independencia de
fecha 4 de julio de 1776. Esta declaración –invocada por Fernández
Segado como “ratio” para la adhesión norteamericana a la Judicial Re-
view– contiene en uno de sus párrafos lo siguiente:
“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son
creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos in-
alienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de
la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los
hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consenti-
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miento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno
se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene derecho a refor-
marla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos
principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá
las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad [...]”.
Ahora bien, en la jurisprudencia norteamericana anterior a la
constitución del Estado federal, podemos citar los tres anteceden-
tes siguientes:
- En 1776, en el Estado de Rhode Island, la Corte Suprema se negó
a aplicar una ley local que no preveía el juicio por jurado en casos
criminales, por considerar que esta era contraria a los principios
de la Constitución de dicho Estado.
- En 1782, el Tribunal de Apelaciones del Estado de Virginia, en
el caso Commonwealth vs. Caton, declaró la inconstitucionali-
dad de una ley local que anuló la facultad de otorgar indultos
al órgano Ejecutivo; la misma que había sido conferida por la
Constitución de dicho Estado. El mismo principio fue reafirma-
do por el Tribunal Superior de Nueva York en el caso Rutgers vs.
Waddington.
- En 1786, en el Estado de Carolina del Norte, en el caso Bayard vs.
Singleton, la Corte Suprema del Estado se negó a aplicar una ley
que suprimía el juicio por jurado.
Con posterioridad a la Convención de Filadelfia en 1787, Alexan-
der Hamilton [ob. cit.], en una saga de artículos escritos en El Federa-
lista, plantearía argumentos como los siguientes:
“No hay proposición que se apoye sobre principios más claros que la que
afirma que todo acto de una autoridad delegada, contrario a los térmi-
nos del mandato con arreglo al cual se ejerce, es nulo. Por tanto, ningún
acto legislativo contrario a la Constitución puede ser válido. Negar esto
equivaldría a afirmar que el mandatario es superior al mandante, que el
servidor es más que el amo”.
Como bien señala Francisco Fernández Segado [ob. cit.]:
“En lógica conexión con las consideraciones precedentes, Hamilton
atribuirá a los tribunales la trascendental función de interpretar las
leyes, prefiriendo la Constitución en el supuesto de que se produzca una
discrepancia entre esta y cualquier ley ordinaria”.
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siguientes:
a) Cuando existe una ley o norma con rango de ley que colisiona
con los principios y los valores que sirven de fundamentos polí-
ticos para la existencia del Estado; los mismos que son la causa y
razón de su institucionalización jurídica en el texto constitucio-
nal. En ese sentido, opera cuando se produce una ruptura con la
“manera” de concebir la convivencia política y la estructuración
del ordenamiento jurídico del Estado.
b) Cuando existe una ley o norma con rango de ley que colisiona
con las potestades o proposiciones técnico-jurídicas, vinculadas
a aspectos vitales de la estructura, organización o funcionamien-
to del Estado.
c) Cuando existe una ley o norma con rango de ley que al conec-
tarse lógicamente con otros preceptos ligados por razón de la
regulación de una materia, conforma un complejo normativo
contradictorio con los valores o principios constitucionales.
d) Cuando una ley o norma con rango de ley afecta una categoría,
presunción o ficción jurídica establecida en la Constitución.
e) Cuando una ley o norma con rango de ley dispone o permite
hacer algo o prohíbe realizar alguna acción de manera opuesta a
lo establecido en una norma constitucional.
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b) El proceso de amparo
Dicho proceso se promueve a raíz de un hecho u omisión de un
hecho perpetrado por un funcionario público o por una persona
natural o jurídica de derecho privado que implique una amenaza
o violación de los derechos reconocidos en la Constitución, salvo
aquellos que se encuentran protegidos por el hábeas corpus y el há-
beas data. Asimismo, se extiende su uso a los casos de afectación de
derechos por aplicación de normas autoaplicativas.
El Tribunal Constitucional en el caso Inversiones Dream S.A.
(Expediente Nº 02302-2003-AA/TC) ha señalado que “procede el
proceso de amparo cuando el acto lesivo es causado por normas
autoaplicativas, esto es, cuando no requieren de un acto posterior
de aplicación sino que la afectación se produce desde la vigencia de
la propia norma […]”.
c) El proceso de hábeas data
Dicho proceso se promueve a raíz de un hecho u omisión de un
hecho perpetrado por un funcionario público o por una persona na-
tural o jurídica de derecho privado que implique una amenaza o vio-
lación de los derechos de acceso a la información que obra en la admi-
nistración pública y dentro de ese contexto, el derecho a la intimidad
personal y familiar.
El Tribunal Constitucional en el caso Luis Távara Martín (Expe-
diente Nº 0666-1996-HD/TC) ha señalado que “en puridad constitu-
ye un proceso al que todo justiciable puede recurrir con el objeto de
acceder a los registros de información almacenados en centros infor-
máticos o computarizados, cualquiera sea su naturaleza, a fin de rec-
tificar, actualizar o excluir determinado conjunto de datos personales,
así como impedir que se propague información que pueda ser lesiva
al derecho constitucional a la intimidad”.
d) El proceso de cumplimiento
Dicho proceso se promueve a raíz de la renuencia de un funcio-
nario público a acatar lo establecido en una norma legal o un acto
administrativo.
El Tribunal Constitucional en el caso Maximiliano Villanueva Val-
verde (Expediente Nº 00168-2005-AC/TC) ha señalado que “El acata-
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transnacionales [...]”.
La adhesión estatal al proceso de transnacionalización de la defen-
sa de los derechos fundamentales de la persona humana, se plasma
por las dos siguientes vías [Juan Carlos Hitters. ob. cit.]:
a) Celebración de tratados internacionales –de conformidad con
las reglas establecidas en la Constitución– que permitan el acce-
so personal a la jurisdicción supranacional (ONU, Convención
Americana sobre Derechos Humanos o Pacto de San José de Cos-
ta Rica, 1969; Convenio Europeo para la Protección de los Dere-
chos del Hombre y de las Libertades Fundamentales o Tratado
de Roma, 1950; etc.).
b) Establecimiento de cláusulas constitucionales expresas en
donde se reconozca que, agotada la jurisdicción interna, se
permite a la persona recurrir a los organismos internacionales
vinculados con la defensa de los derechos humanos, en los
que el Estado tenga compromisos de promoción y defensa de
estos (Constituciones peruanas de 1979 y 1993, reforma costa-
rricense de 1968, etc.).
Entre los antecedentes más destacables que abonaron en pro de
este proceso paulatino de supranacionalización, pueden citarse los
siguientes:
a) La Corte Internacional de Justicia Centroamericana, creada en
1907, que tenía facultades para conocer las reclamaciones ciuda-
danas en conflictos con sus respectivos gobiernos. Este organis-
mo ejerció competencia sobre asuntos originados en la relación
persona-Estado, en Costa Rica, Guatemala, Honduras, Nica-
ragua y El Salvador. Dicho organismo tiene el mérito de ser el
primer ente de justicia supranacional de carácter permanente y
obligatorio, en el que los particulares podían plantear demandas
contra los estados miembros. Tuvo una existencia de diez años;
durante los cuales se resolvieron seis reclamos de particulares
contra un Estado y tres entre gobiernos.
b) Los Tribunales Arbitrales Mixtos Internacionales, creados en el
Tratado de Versalles de 1919, que permitió a los ciudadanos la
posibilidad de comparecer para la protección de sus libertades
fundamentales.
Ahora bien, las atrocidades cometidas por los estados nazifascis-
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CAPÍTULO UNDÉCIMO
LA OBEDIENCIA CONSTITUCIONAL
SUMARIO
1. EL ORIGEN DE LA OBEDIENCIA. 2. LOS FUNDAMENTOS DE LA NO
OBEDIENCIA. 3. LA DESOBEDIENCIA CIVIL. 3.1. Las características de la
desobediencia civil. 4. LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA. 4.1. Las característi-
cas de la objeción de conciencia. 5. LAS SEMEJANZAS Y LAS DIFERENCIAS
ENTRE LA DESOBEDIENCIA CIVIL Y LA OBJECIÓN DE CONCIENCIA.
6. EL PROBLEMA DE LA OBEDIENCIA FUNCIONAL. 7. EL CASO DE LA
ANARQUÍA.
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b) La teoría de la negación
Esta teoría plantea que el operador público subordinado conscien-
te que el cumplimiento de la orden verificaría la grave violación de
un principio, valor o norma de naturaleza constitucional se niega a su
ejecución en términos absolutos.
Para tal efecto, se hace necesario acreditar previamente que la or-
den recibida es notoria, evidente y objetivamente afectante del telos o
corpus del texto fundamental.
Dicha teoría ha ganado fuerza a raíz de la abrogación de la Ley
Nº 23521 sobre obediencia debida (Argentina, 8 de junio de 1987) en
la que se declaraba la presunción jure et de jure (sin admitir prueba
en contrario) que los oficiales y subalternos militares, policiales y pe-
nitenciarios argentinos operaran debidamente al limitarse a cumplir
una orden emanada por un superior jerárquico. En tal caso dicha ac-
ción era eximente de punibilidad.
La referida ley señalaba que los oficiales y subalternos de los ins-
titutos militares, policiales y penitenciarios habían obrado en estado
de coerción bajo subordinación a la autoridad superior y en cumpli-
miento de ordenes, sin facultad o posibilidad de inspección, oposi-
ción o resistencia a ellos en cuanto a su oportunidad y legitimidad.
La abrogada ley fue objeto de serios cuestionamientos doctrina-
rios y jurisprudenciales, lo que permitió consolidar la teoría de la ne-
gación, haciendo que se establezca una responsabilidad propia con
respecto al subordinado que hubiere cumplido ordenes conducentes
a la violación de los derechos humanos o infracciones al derecho in-
ternacional humanitario (genocidio, tortura, desaparición forzada,
ejecuciones extrajudiciales, etc.).
7.- EL CASO DE LA ANARQUÍA
Alude a la situación de una sociedad carente de cualquier forma
de coacción y cuyos miembros no se encuentran sujetos a reglas pre-
determinadas; el poder se encuentra diseminado entre todos ellos, sin
que su ejercicio sufra la imposición de límites heterónomos.
La proscripción absoluta de la coacción proviene de un rechazo
ideológico al Estado como supuesto defensor, a través de la fuerza
institucional, de los intereses de un grupo –los propietarios– y, por
ello, fomentador de la injusticia y la desigualdad social. Para Enri-
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a) La situación de anormalidad
Implica la existencia de una circunstancia fáctica peligrosa o ries-
gosa que exige una respuesta inmediata por parte del Estado. Esta si-
tuación anómala impone o demanda una solución casi instantánea, so
pena de producirse un grave daño que comprometería la estabilidad
o supervivencia del Estado.
b) El acto estatal necesario
Implica una respuesta imprescindible, forzosa o inevitable, a efec-
tos de enfrentar la situación de anormalidad. En esta circunstancia, el
Estado no actúa en razón de criterios de discrecionalidad, utilidad o
conveniencia, sino que se moviliza en virtud de lo inevitable, impe-
rioso o indefectible.
c) La legalidad excepcional
Implica la existencia de un marco normativo derivado de una
grave situación de anormalidad, lo cual, sin embargo, vincula al
acto estatal necesario con los valores y principios mismos del Es-
tado de Derecho.
En dicho contexto, si bien las normas que consagran los derechos
fundamentales de la persona son previstas para su goce pleno en si-
tuaciones de normalidad, en cambio durante los “tiempos de descon-
cierto” pueden convertirse en instrumentos para la destrucción del
propio orden constitucional que los reconoce y asegura. Por ende, en
vía de excepción, legislativamente es admisible la suspensión o limi-
tación de algunos de dichos derechos; sin que ello signifique llegar
al extremo de consagrar un estado de indefensión ciudadana y pros-
cripción de la actuación del Estado con sujeción a reglas, principios y
valores que justifican su existencia y finalidad.
Al respecto, mediante la absolución de la Opinión Consultiva
OC-8/87 de fecha 30 de enero de 1987, la Corte Interamericana de
Derechos Humanos estableció la legalidad excepcional, la cual se ex-
presa en que “estando suspendidas las garantías, algunos de los lí-
mites legales de la actuación del poder público pueden ser distintos
de los vigentes en condiciones normales, pero no deben considerarse
inexistentes ni debe […] entenderse que el gobierno esté investido de
poderes abstractos […]”.
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suficientes o impotentes”.
Ahora bien, el acto declarativo del estado de sitio debe reunir
cinco recaudos, a saber: motivos determinantes de la declaración,
finalidad perseguida, duración, extensión territorial y efectos de
dicha medida.
A modo de colofón, es oportuno consignar las diferencias exis-
tentes entre el estado de sitio y la ley marcial.
El estado de sitio es una institución surgida del sistema jurí-
dico románico-germánico, en tanto que la ley marcial proviene
del common law.
La ley marcial genera la suspensión temporal de la legisla-
ción ordinaria y de las competencias de las autoridades civiles
encargadas de su aplicación, colocando transitoriamente en su
lugar a la normatividad y autoridad castrense. En ese contex-
to, el conocimiento de los asuntos públicos queda a cargo de
los mandos militares.
En puridad, se trata de una institución anglosajona que sur-
ge con la llamada Munity Act o Ley de Sedición, que con el
tiempo se transformó en el Estatuto de las Fuerzas Armadas
de la Gran Bretaña.
En este caso la situación excepcional que se afronta es la guerra
y la ocupación militar.
Como bien expone Adolfo Gabino Ziulu [Estado de sitio. Buenos
Aires: Depalma, 2000], “la expresión ‘ley marcial’ se aplica
en el derecho constitucional para denominar la situación de
urgencia que se caracteriza por el sometimiento de los civiles
a la ley militar”.
Por su parte, Horacio J. Mayner [Ensayo de un derecho de guerra.
Buenos Aires, 1978] señala que la ley marcial consiste en un proce-
dimiento de derecho militar mediante el cual se otorga al mando
castrense atribuciones de dirección y orientación sobre la conducta
de civiles ubicados en un preciso dominio territorial. En suma, la
jurisdicción militar se hace extensiva a la civilidad.
En el estado de sitio la extensión de competencias extraordina-
rias a la autoridad política no enerva, en modo alguno, su sujeción
a la Constitución. En cambio, la ley marcial configura la suspensión
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c) Transitoriedad
Se trata de disposiciones que tienen un período de vigencia breve;
es decir, solo deben pertenecer al ordenamiento jurídico durante el
lapso estrictamente necesario para revertir la coyuntura adversa.
d) Generalidad
Se trata de disposiciones cuyos efectos no pueden circunscribirse a
intereses focalizados, sino que directa o indirectamente deben alcan-
zar a toda la comunidad en su conjunto.
e) Conexidad
Se trata de disposiciones que deben tener vinculación y entronca-
miento directo entre la medida aplicada y las circunstancias extraor-
dinarias existentes.
f) Valor integrador y/o suspensorio
Se trata de disposiciones que permiten cubrir un vacío o de-
fecto legislativo, o, en otra hipótesis, suspender los alcances de
una ley que regula una situación normal, hasta en tanto no cese
la situación anormal.
g) Dación de cuenta
Se trata de disposiciones que deben ser puestas en inmediato co-
nocimiento del Parlamento, a efectos del correspondiente control y la
subsecuente ratificación o no ratificación.
3.- EL RÉGIMEN DE EXCEPCIÓN Y LOS DERECHOS FUNDA-
MENTALES
De acuerdo con Florentín Menéndez [Instrumentos internacionales
sobre derechos humanos. México: Fundación Konrad adenauer, 2004]
la suspensión o limitación de los derechos fundamentales en el marco
del decretamieno de un régimen de excepción debe producirse den-
tro del marco siguiente:
a) Principio de proclamación
El Estado debe dar a conocer previamente la existencia de una si-
tuación de anormalidad que lo obliga a decretar alguna modalidad
del régimen de excepción.
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b) Principio de proporcionalidad
El Estado debe asegurarse que existe correspondencia entre las
medidas que adopta y la situación inminente o real de peligro.
c) Principio de provisionalidad o temporalidad
El Estado debe velar por evitar en lo posible a la renovación del
régimen de excepción.
d) principio de intangibilidad
El estado no puede suspender o limitar el goce de ciertos derechos
fundamentales.
En efecto, el goce efectivo o la limitación de los derechos constitu-
cionales dentro de alguna de las modalidades de estado de excepción,
puede presentarse de la siguiente manera:
a) Existencia de derechos fundamentales de la persona que no pue-
den ser objeto de suspensión bajo ninguna circunstancia. Entre
ellos están el derecho a la vida, el derecho a la integridad física, el
derecho al nombre, el derecho a la nacionalidad, el derecho a la
libertad de conciencia, la aplicación de los principios relativos a
la legalidad y retroactividad, así como la prohibición de la escla-
vitud y servidumbre. Como señala Daniel Zovatto G. [Los estados
de excepción y los derechos humanos en América latina. Instituto In-
teramericano de Derechos Humanos. Caracas: Editorial Jurídica
Venezolana, 1990], bajo ninguna consideración las referidas fa-
cultades pueden ser objeto de suspensión. Se trata de derechos
calificados de intangibles o inalienables, aun en circunstancias
de anormalidad constitucional.
b) Existencia de derechos fundamentales de la persona que tienen una
mínima y residual vinculación con las situaciones de anormalidad
constitucional (por ejemplo, los derechos de familia), razón por la
cual no es frecuente que sean objeto de alguna suspensión.
c) Existencia de ciertos derechos fundamentales de la persona es-
trecha e inequívocamente vinculados con el orden público y la
seguridad del Estado, los cuales por dicha razón son objeto de
suspensión en casos de situaciones de anormalidad constitucio-
nal. Es el caso de las libertades de asociación, de reunión, de ex-
presión, de tránsito, etc.
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encargadas de su ejercicio.
En lo relativo al control político, la doctrina constitucional
admite plenariamente la existencia de dicho proceso de fiscali-
zación en lo relativo al acto mismo de decretamiento del régi-
men de excepción y la forma de actuación del órgano Ejecutivo
en lo relativo a su ejecución.
Al respecto, es usual que el órgano parlamentario conozca
vía la denominada dación de cuenta acerca de las razones y de-
terminaciones adoptadas por el Ejecutivo durante una situación
de anormalidad.
A través de dicho instituto el Parlamento toma conocimiento ofi-
cial de los alcances de la situación de anormalidad, así como las me-
didas concretas para su conjuración, es decir, se verifica el principio
de rendición de cuenta.
En ese aspecto, la dación de cuenta permite efectivizar la atri-
bución congresal referida a velar por el respeto de la Constitu-
ción y las leyes.
Es dable advertir que los actos derivados del decretamiento de
alguna de las modalidades del régimen de excepción no enervan la
determinación posterior de la culpa o responsabilidad política, por el
uso indebido de las competencias de excepción.
A modo de colofón, debe señalarse que el régimen de excepción –
consecuencia de una situación de anormalidad– no autoriza en modo
alguno, a que el Estado pueda hacer uso de facultades o competencias
extraconstitucionales, sino a lo sumo implica el atributo de uso de
una legalidad excepcional prevista en el texto constitucional.
El uso de facultades extraconstitucionales aún para remediar una
situación de anormalidad configuraría una situación de crisis consti-
tucional; vale decir, una quiebra grave del pacto social, una actividad
ilegítima del poder estatal y la degradación de la relación política de
mando-obediencia por la mera sujeción mediante la fuerza bruta.
Por dichas consideraciones, el control judicial y el control político
precisan que el régimen de excepción esta dentro del Estado de Dere-
cho. Ello a mérito de la existencia de una legalidad –para el caso ex-
traordinario– una división de las funciones y un respeto a la dignidad
de las personas.
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c) Acción de autogolpe
Esta situación difiere de aquella en que se prolonga el mandato
más allá del período fijado expresamente por la Constitución, en ra-
zón de que aun cuando en los hechos ello pudiere producirse, la gé-
nesis del autogolpe tiene por objeto sustancial la disolución del Parla-
mento; por ende, su intención primigenia radica en dejar sin efecto el
control interórgano del Parlamento sobre el Ejecutivo.
Debe advertirse, que originalmente se utilizaba el concepto golpe
de Estado (coup d’etap) para referirse a dicha modalidad de gobierno
de facto. En efecto, en el siglo XVIII se describirá como tal al conjunto
de medidas adoptadas por el rey de Francia al margen del orden jurí-
dico, a efectos de deshacerse de sus adversarios políticos.
En esa orientación, aparece bajo el concepto de Bonapartismo.
En efecto, Carlos luis Bonaparte (1808-1873) protagonizó un au-
togolpe en 1851, con el expreso objetivo de perpetuarse en el poder.
Dicha situación fue “legitimada mediante un plebiscito impulsado
desde el gobierno.
Carlos Luis Bonaparte había sido elegido en 1848 Presidente de la
Segunda República francesa; yante el fracaso de una reforma consti-
tucional para promover la reelección presidencial, gestó la ruptura
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“La cuestión es ¿se ha establecido (el nuevo gobierno) de tal forma que
todos los que se hallan bajo su influencia reconocen su control y que no
existe otra fuerza que actúe en su lugar? ¿Desempeña sus funciones de
la forma en que normalmente lo hace un gobierno dentro de los límites
de su propia jurisdicción?”.
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imposible que el Congreso constitucional revise una por una cada nor-
ma contenida en los miles de decretos leyes existentes”. (Recuérdese
que durante el “Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas” de
1968-1980 se dictaron 1151 decretos leyes y en el lapso del “Gobierno
de Emergencia y Reconstrucción Nacional” de Alberto Fujimori Fuji-
mori se expidieron 745).
Puede citarse la experiencia de Argentina, donde el 6 de setiembre
de 1930, un movimiento militar encabezado por el general José Félix
Uriburu derrocó al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen. Pro-
movido por los sectores oligárquicos, el gobierno de facto disolvió el
Congreso y ejerció per se atribuciones legislativas irrestrictas.
El 10 de setiembre de 1933, la Corte Suprema argentina, al pronun-
ciarse en el caso Martiniano Malmonge Nebreda vs. Administración
de Impuestos Internos, en relación a la expedición de decretos leyes
de imposición de cargas tributarias, señaló que el gobierno de facto
carecía de facultades para legislar, salvo la excepción de la existencia
de una situación extraordinaria. Se determinó que en este residual
contexto se podían dictar decretos leyes, siempre que no contuvieren
aspectos represivos.
La propia Corte Suprema señaló que los decretos leyes solo tenían
vigencia durante el período de existencia del gobierno de facto, y de-
claró que, al cesar este, para mantenerla debían ser objeto de ratifica-
ción por el Congreso instaurado con el regreso del Estado de Derecho.
Asimismo, en el caso Municipalidad vs. Mayer (1945) señaló que
la legislación de facto perdía validez al finalizar el gobierno que la
dictó. Por dicha razón, sí el Estrado quería extender su vigencia debía
obtener una ratificación por parte del Congreso de la República. Tal
el caso de la llamada “ley Ómnibus” de 1947.
c) Teoría de la continuidad
Según esta teoría, los decretos leyes perviven o mantienen su vi-
gencia –surtiendo todos los efectos legales– no obstante producirse la
restauración del Estado de Derecho. Solo perderán tal condición en
caso de que el Congreso sucedáneo a un gobierno de facto dicte leyes
que los abroguen, modifiquen o sustituyan, según el caso.
Esta teoría se sustenta en la necesidad de preservar uno de los fi-
nes básicos del derecho: la seguridad jurídica. En el caso de los decre-
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ción de México, hecho laudable por ser el único país que, en ejercicio
cabal de su soberanía, continuó manteniendo relaciones diplomáticas
con Cuba.)
Rodrigo Borja [ob. cit.] plantea que en América Latina existen tres
grandes doctrinas en relación con el problema del reconocimiento o
no reconocimiento de los gobiernos de facto: la doctrina Tobar, la doc-
trina Estrada y la doctrina Betancourt. A ello nosotros agregamos la
doctrina Rodríguez Larreta y la novísima posición adoptada por la
Organización de los Estados Americanos.
8.1.- La doctrina Tobar
Elaborada por el escritor, gramático y político ecuatoriano Carlos
R. Tobar (1854-1920), esta doctrina –conocida como de “legitimidad
constitucional”– plantea que los estados latinoamericanos deben ne-
garse a reconocer a cualquier gobierno que hubiese nacido de una
acción de fuerza.
Carlos Tobar, en su condición de ministro de Relaciones Exterio-
res, en una declaración escrita de fecha 15 de marzo de 1907, dirigida
al cónsul de Bolivia en Bruselas, señaló:
“Las repúblicas americanas, por el buen nombre y crédito de todas ellas,
aparte de otras consideraciones humanitarias y altruistas, deben inter-
venir siquiera indirectamente en las discusiones internas de las repúbli-
cas del continente. Esta intervención pudiera ser, al menos, negándose
al reconocimiento de los gobiernos de hecho surgidos de las revoluciones
contra el orden constitucional”.
La doctrina Tobar tuvo una inmediata repercusión en Centroamé-
rica. Como anota Ezequiel Ramírez Novoa [Derecho internacional públi-
co. Lima: Amaru, 1992]: “Centroamérica constituía el nudo neurálgico
y la prédica unionista para preservar los gobiernos constitucionales”.
Así, en 1907, Honduras, Guatemala, Costa Rica, Nicaragua y El
Salvador suscribieron en Washington un Tratado de Paz y Amistad,
donde se obligaban a no reconocer “ningún gobierno que se establez-
ca en cualesquiera de las cinco repúblicas como consecuencia de un
golpe de Estado o de una revolución contra un gobierno reconocido,
mientras que la representación popular libremente elegida no haya
reorganizado el país en la forma constitucional”.
Posteriormente, en 1923, aquellos estados –con los auspicios de
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TEORÍA DEL ESTADO Y DERECHO CONSTITUCIONAL
Se terminó de imprimir en los Talleres Gráficos de
Editorial Adrus S.R.L.
en el mes de Mayo del 2010
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Estado
Profesor: Joseph Gabriel Campos Torres
Curso: Ciencia Política
• Es la máxima forma de
institucionalización del poder político.
• Max Weber señala que el Estado se
define por la coerción no por la
necesariamente por la función que
cumple.
• Ejerce, desde la teoría contractualista
Definición del poder, que soporta el pensamiento
constitucional, de manera legítima y
exclusiva la fuerza.
• Jellinek define jurídicamente al Estado
como “la corporación formada por un
pueblo, dotado de un poder de mando
originario y asentada en un
determinado territorio.”
Para Jellinek, el Estado, sobre todo en los
modelos democráticos constitucionales,
están sometidos al Derecho, en ese
sentido, se convierte en sujeto de
Elementos de derechos y deberes. Su existencia
jurídica es lo más próximo a una
la definición corporación, por eso la incluye en su
definición.
jurídica de En esta definición se advierten los
Estado siguientes elementos:
1. Pueblo o población
2. Poder
3. Territorio
El derecho consiste en un conjunto de reglas para
las acciones humanas, pero esto no lo distinguiría
de las prescripciones religiosas, morales o la
costumbre. Jellinek aporta como elemento
distintivo de los fines del derecho, respecto de
las otras prescripciones a lo siguiente:
EL DERECHO DE • 2021
LA
CONSTITUCIÓN
FUENTES QUE SOPORTAN LA TEORÍA
PACTISTA DEL PODER
• La teoría pactista del poder discute el poder regio sin atacar la
desigualdad entre las personas. La desigualdad es el paradigma
que organiza las relaciones entre las personas. La relación de la
persona con el poder y el Estado.
• Tiene diversas fuentes históricas que se inspiran en establecer
límites del poder: se pacta entre pares para limitar la posibilidad
de afectarse derechos entre ellos.
FUENTES DEL PACTISMO
1. CARTA MAGNA (1215). Rey que suscribe entre sus pares: Juan Sin
Tierra.
1.1 Establece por interpretación la proporcionalidad de las penas
1. 2 Prohibición de la detención arbitraria y sin juzgamiento (por sus
pares).
1.3 Si bien ya pre existía el “writ del habeas corpus” en 1154, lo cierto es
que la CM le proporciona los principios sólidos para su existencia. El “due
process ow law” surge como seguridad del individuo en lo penal.
FUENTES DEL PACTISMO
2. EDICTO DE NANTES (1598). ENRIQUE IV (París bien vale una misa)
Fue un decreto que autorizaba la tolerancia religiosa, libertad de culto
para los protestantes calvinistas (hugonotes).
Punto culminante del conflicto (Guerra de las religioness del siglo XVI)
entre protestantes y hugonotes: la Matanza de San Bartolomé.
Esta situación duró hasta el reinado de Luis XIV quien dicto el segundo
edicto determinante para prohibir el protestantismo (primero fue el
Edicto de Gracia de Alés): el Edicto de Fontainebleau.
FUENTES DEL CONTRACTUALISMO
3. PETITION OF RIGHTS. (1628) El rey inglés, Carlos I, la aprueba.
Contiene, fundamentalmente, lo siguiente:
1. Restricciones sobre impuestos no establecidos por el parlamento;
2. Límites al acantonamiento (o alojamiento forzado) de soldados en casas particulares;
3. La prohibición del encarcelamiento sin causa y
4. Las restricciones en el uso de la ley marcial. Se limita al caso de guerra exterior o rebelión.
Sobre estas situaciones concretas, ninguna autoridad (ni siquiera el Rey) puede afectar a ningún
subdito. Esta petición la escribe el juez Edward Coke, quien instala el primer precedente de
control judicial de la supremacía constitucional.
FUENTES DEL CONTRACTUALISMO
4. CUERPO DE LIBERTADES DE MASSACHUSSETS (1641) (USA)
• El primer “Código Legal en USA”, cuando era colonia británica.
Consagra:
• El principio de legalidad; la no discriminación (relativa); la libertad
laboral (la esclavitud fue legal hasta la Constitución de Massachussets);
la indeminización en caso de expropiación, la defensa por abogado en
causas penales.
• Instala el primer precedente del derecho animal, al sancionar por
pimera vez la crueldad animal.
FUENTES DEL CONTRACTUALISMO
5. BILL OF RIGTHS. (1689) INGLATERRA.
Establece los Derechos y Libertades de los ingleses, así como establece el
Orden de Sucesión a la Corona. Esto ocurre luego de la Revolución “Gloriosa”
de 1688, que acaba con la caída de Jacobo II y la asunción de Guillermo de
Orange y su esposa María. María era hermana de Jacobo II.
Consagra: el derecho de petición; establece el gobierno parlamentario en sus
diversas expresiones (que implican que el acto de gobierno requiere
autorización previa del Parlamento); derecho a portar armas; elecciones libres
de los miembros del Parlamento; prerrogativa parlamentaria de inmunidad
para sus miembros a ser, eventualmente, levantadas por sus pares;
proporcionalidad en las sanciones y las penas; garantías procesales;
FUENTES PARA EL CONTRACTUALISMO
6. DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL BUEN PUEBLO DE VIRGINIA.
(12/06/1776). USA
Centralmente, se proclama la igualdad e independencia de los hombres
y llama a la independencia de Gran Bretaña. Los derechos son innatos al
hombre igual. Se consagra, en la misma línea, el origen popular del Poder
Público (”los magistrados son los administradores legales y sirvientes –
pueblo-”). Se consagra que los “magistrados”, legislador o juez no
pueden ser cargos hereditarios. Se consagra expresamente el derecho
de participación política en libertad. Debido proceso legal. No
autoincriminación, el careo, libertad de culto, etc
FUENTES DEL CONTRACTUALISMO
No pasaría de ser una digresión impertinente por mi parte dedicarme, ahora, en un ejercicio
de ortodoxia prorocolaria, a consr¿rar acierros, ensalzar méritos y expresar agradecimientos a los
,rrganizadores de las Jomadas que hoy vamos a clausurar. Sin embargo, el reconocimiento la
1.
gratitlrd a Miguel Ángel García Herrera, a Javier Corcuera, a Gonzalo Maesrro, a Alberto López
llasaguren, ¡ en definitiva, a todos los componentes del área de Derecho Constitucional de la
Universidad de Bilbao, no pueden ni deben silenciarse. Con encomiable buen senrido han plan-
reado unas Jornadas para la discusión, permitiendo de este modo poner de manifiesto el valor y el
.rlcance de las ponencias presentadas en los ¡icos debates v en las amplias deliberaciones, a las que
r.rs mismas han dado lugar.
En un saludable retorno a la dialéctica platónica han logrado los amigos de Bilbao converrir el
:in-rposio en una aurénrica meditación colectiva, sanamente correcrora de los dogmatismos propios
-le las elucubraciones personales a los que todos somos proclives. Es en esras circunstancias
.,rbre todo para los que nos toca inrervenir al final- er.r las que hablar del Simposio y ensalzar-).el
rúrito de sus organizadores no constiruye un ¿cto de mera cortesí¿r protocolaria, sino una especie
e rrecesidad inexorable desde la que renemos que justificar el punto de partida y el sentido de
.re stras argumentaciones. De igual modo que Platón hizo del Banquete, título y argumenro de uno
.i sLls más penetrantes análisis del comportamiento humano! nos vemos obligados ahora nosorros
:r¡cer del Simposio (que etimológicamenre deriva de la palabra con la que los griegos designaban
rLrcllas comidas y banquetes (simposia) organizadas para dialogar), el primer referente de nuestras
¡sideraciones. Ernpleando un quiasmo rerórico, no se rrara, por mi parte al menos, de hacer una
',¡rtación de la problemática de un tema concreto del Derecho Constitucional a este Congreso,
r!r que, a tenor de cómo har-r ido sucediendo los acontecimientos, 1o que pretendo es asumir ia
,blemática surgida en las jomadas como referente y corrector de mis particulares razonamienros.
Era mi intención hablar del principio democrático y del principio liberal en la configuración
.oncepto moderno de Constitución. Después, sin embargo, de escuchar las ponencias de los
.:ir.rtos participanres me sienro en la obligación no ranro de cambiar el título como el sentido de
.rqumentación, en la medida en que la lógica puramenre descriptiva que pensaba emplear en
rntervención forzosamente debo acompañarla de un mínimo de ese r¿rzonamiento crítico, sagaz
.iriamente propiciado por los organizadores del Congreso, y no menos brillantemente m¿1nre-
- . por la mayoría de los asistentesa1 mismo.
Hablar de razonamiento crítico en Derecl-ro Constitr-rcional puede quizá resultar para algunos
Lrctulancia, aunque empiece a ser para todo el colectivo de profesores de Derecho Constitu-
',il una exigencia ineludible.
{rtículo publicado en García Herrera, Miguel Angel, El mnxitucion¿lismo en la crisis del Est¿do j-o¿¡zl Unive¡sidad
r Vasco, Bilbao, 1997.
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OBRAS ESCOGIDAS DE PEDRO DE VEGA GARCÍA
Nos enfrentamos los españoles a una situación singularmente paradójica y que no es nueva
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EN TORNO AI, CONCEPTO POLÍTICO
DE CONSTITUCIÓN
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OBTd{S ESCOCIDAS DE PEDRO DE VEGA GARCíA
Nadie discute que e1concepto político de Constitución elaborado por las revoiuciones bur- La lóg
guesas es el ¡esultado de laconfluencia histórica del principio democrático v del principio liberal. pueblo com
Conforme al primero, al asignar al pueblo e1 poder soberano del Estado, se le otorga lógicamente v aprobar la
también la titularidad del Poder Constituyente. En virtud del segundo, se entenderá que en la v como qui
tensión inevitable entre autoridad y libertad, entre el individuo y el Estado, la defensa de la libertad Constitucio
exige la inexcusable limitación del poder estatal.
¡.ente debe <
Sobre esos dos principios articuló la burguesía, en una construcción coherente y clara, una de la creacit
estructura del Estado con la que pretendió resolver definitivamente la vieja aspiración del someti- ga, en un p{
miento del gobernante a [a le1', convirtiendo al Estado Constitucional en el Estado legal por exce- la vigencia r
lencia. de sobera¡ú¿
Como es de sobra conocido, ya desde Ia Antigüedad clásica se venía repitiendo que la diferen- un Paine, u:
cia entre el buen y el mal gobernante residía en que el primero gobernaba conforme a Ia le¡ mien- es e1 Derech
tras el segundo [o hacía según su capricho y voluntad. A Píndaro corresponde la formulación de la afirmacione
expresión de lVomos Basilet*, que replesenta una de las primeras manifestaciones del soñado deseo sencia de u¡
de un gobierno de las normas frente al gobierno de los hombres. Recogiendo esa idea, Juan de porque los ¡
Salisbury escribiría en la Edad Media en e/ Policraticus: uque la única diferencia entre un tirano )¡ rución les pr
un príncipe, consiste en que el príncipe obedece a la leyr. sible hablar
Ahora bien, el dilema que ni en la Antigüedad clásica, ni en la Edad Media, se pudo resolver Se logr,
fue el que formulará el sofista en los siguientes términos; si los gobernantes hacen las leyes y pueden en el plano
modificarlas a su antojo, es claro que los gobernados estarán siempre sometidos a la caprichosa conseguida.
voluntad de quienes les gobiernan. No ha<
Para solucionar el dilema del sofista se hacía necesario e1 establecimiento de una norma que de la histori
estuviera por encima y obligara por igual a gobernantes y gobernados. Encuentra así su justifica- mente artict
ción más precisa Ia apelación, en la Edad Media, a la existencia de una Lex t€rrde, que colocaba en someddo a r
urr plano de igualdad a monarcas y súbditos, y en cuva virtud se contrajeron los primeros pactos que la gran r
de derechos, que dieror-r lugar a esos memorables documentos históricos como la Carta Magna o quico y el pr
el Estatuto de Thllagio non concedendo. trucción am
Sin embargo, constituiría una falsificación de la realidad y de la historia, el pensar en la exis- la lógica cor
tencia de leyes superiores en el mundo clásico y medieval. Todavía en los siglos xvI y xvrr, en los Para di
que se acuña el término Lex F'undamentalis, y se mantiene la doctrina dela heureuse impuissance Por una Pa¡l
del rey de violar esas leyes, el escepticismo ante las mismas es evidente' Los viejos aforismos extraí- a las exigen,
dos de las fuentes romanas oomnid jura habet Princeps in peúore suo", "quod Principi placuit legis Constirució
habet uigorem,, oercor Principisfacit jusr, etc., responden más a la realidad, que el comportamien- Poder Consr
to del monarca que pudiera derivar de una mínima eficacia en la práctica del concepto teórico de te, sólo exisr
Lex Fundamentalis. que el poder
A la negación en la realidad de 1a efectiva existencia de una 1ey superior, correspondió también ranro, no sol
un más que notable enmarañamiento teórico en el orden conceptual. Por doquier se hablaba de Ia Constituc
ieyes fundame ntales, pero no se sabía ni lo que eran, t-ti er-r qué consistían. A veces la ley fundamen- Nada d
tal se hacía coincidir con la ley divina. En otras ocasiones se la vincuiaba a la tradición medieval de ;ores del pri
la lex terrae. Con razón pudo escribir Hobbes en el Leuidthaic que: «aún no he encontrado en par- :onr.ersión c
te alguna una explicación de esta expresión de ley fundamentalr' [a docuina c
La explicación de una ley fundamental capaz de obligar por igual a gobernantes v gobernados, monárquico
que Hobbes no pudo encontrar, fue precisamente la que r¡frecieron las revoluciones burguesas al Lo que no e
convertir la Constitución, como se dice en el artículo VI, sección 2 de la Constitución Americana trataba de
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de 17 87 , en «the supreme larv of the landr. Esudo co¡ r
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FN TORNO AL CONCEPTO
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OBRAS ESCO(;IDAS DE PEI]RO DE VEGA (]ARCÍA
Por otro iado, cab¡ía igualmente señalar, cómo a la quiebra del sagrado principio del gobierno cias de respeto
de la ley frente al siempre despótico gobierno de los hombres no fue rampoco del todo ajena la y necesario cor
tradición democrática y jacobina que, haciendo suya la fórmula de Blackstone (the pouer of par- por fin, que nc
liamentis absolute and witbout contro/), no renunció fácilmente a la limitación del poder de las Estado el que d
Asambleas. De fo¡ma que si los defensores del principio monárquico pretendieron hacer del Se genera,
Jefe
del Estado el guardián de la Constitución, los paladines del principio democrático aspiraron, si- gica de ües supr
guiendo 1a formulación de Sieyés ulávolonté nationalé n'a besoin que de sa réalité pour érre tou- yentes burgues,
jours légale; elle est l'origine de route légalité,, a conyertir el Parlamento en una especie de poder por el que se cn
Constituyente permanenre queJ como poder soberano, únicamente podía y debía ser controlado politica; y, por r
por sí mismo. La creación técnica del referé législat$ como sisrema de cont¡ol de las Asambleas de poderes.
Ia ejecución de sus propias leyes, constituye el n.rás explícito y relevante resrimonio. Si en el pr
Será bien entradosiglo xx, una vez que el asentamiento definitivo del principio democráti-
e1 Churches), el rnr
co determinó que el esquema confo¡mador del Estado Constitucional dejara de ser objeto de Í con mayof col
confrontaciones políticas, cuando el concepto político de Constitución se convierte en un concep- rucional, en el I
to doctrinalmente pacífico e ideológicamente indiscutible. Son, precisamente, esos fenómenos de l:93, de Vald¡L
paci{icación ideológica y doctrinal los que, a pesar de todo, deberían romarse con cautela. Sin \ alga por todos
mayores escrúpulos, se sigue conside¡ando a los derechos fundamentales v a la división de poderes, los derec
al igual que hiciera el artículo 16 de la Declaración Universal de 1os Derechos del HombreT del rcial hay r
Ciudadano de 1789, como horizonte valorativo referencial desde el que se define el concepto po- ¡o debe s,
lítico de Constitución, y desde el que se da sentido y legitima a toda la organización constirucional. la que sir
Sucede, no obstante, que Ia equiparación de reaiidades históricas y supuesros conceptuales os. di6er<
diferentes, como son 1os del Estado Liberal del primer constirucionalismo y los del Estado Social por el qu,
del presente no pasa de ser un ejercicio históricamente falsificador e intelectualmente injustificable. . Hacer rr
Se hace por ello necesario volver al pasado y precisar con cla¡idad los criterios axiológicos que
condicionaron la organización constitucional liberal clásica, para poder entender las diferencias
que los separan de los nuestros.
Para empezar, no hay que olvidar que arranca la concepción liberal clásica de la nítida y ro-
tunda separación entre Ia Sociedad y el Estado, en la que, además, como habian proclamado los
6siócratas (Mercier de la Riviére, Dupont de Nemours), el elemento socierario prevalece siempre
sobre el elemento estatal. En contra de 1o que pudiera parecer (a pesar del enfrentamiento que el
pensamiento liberal pretendió realizar entre el principio democrático y el principio liberal, y que
obtuvo su manifestación más notoria en el Discurso de Benjamin Constant en el Ateneo de parí¡
en 1821, sobre ul-a libertad de los antiguos y la libertad de los modernos», es lo cierto que la
contraposición entre la Sociedad y el Estado, donde encuentra su primera y más rigurosa formu- :;¡Cmriux
Iación es en los teóricos del contractualismo (Althusius, Grocio, Pufendorf, Locke, Thomassius. s ¡t¡erriú¡
Rousseau, etc.) que, como es bien sabido, fueron los grandes fundamentadores de Ia idea demo-
'ffi!ryli$üt¿
c¡ática. me ¡¡¡ g5q"¡¡
Entendieron todos los contractualistas las únicas excepciones de Hobbes y Rousseau- mi-#-
que el pacto social, a cuyo través se efectúa -con
el tránsito de la sociedad natural a la sociedad civil. l,- n -{e¡¡¿
que en ningún caso podía erosionar era la libertad natural de la que el hombre dispone antes c. ffi+é
suscribir el contrato. Ese fue el gran dogma del iusnaturalismo conrractualista. E. E¡eC
Es desde ese dogma desde el que procedieron a la consagración de los derechos fundamen:.- m*m,i
les como un a priori conceptual e histórico a cualquier tipo de organización política, asenrando .. ÑÑr:1if
axioma de que no corresponde al Estado organizar ni definir derechos, sino simplemenre respe.::- üd@¡ ¡¡r§
los. A su vez, por ser Ia sociedad el ámbito donde los homb¡es desarrollan su existencia, las exis¡:- mñqr
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EN TORNO At,, CONCEPI'O POLÍ]'ICO DE CONST]'f UC]ÓN
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OBRAS ESCOGIDAS DE PEDRO DEVEGA GARCÍA
mundo de la teoría se desciende al mundo de la realidad, por un lado, Ias colisiones entre los dis- político (acto constit
tintos derechos y libertades, y, por otro, Ias fricciones entre esos derechos y los intereses comuni- la que 1o situaba Rc
tarios aparecen como fenómenos ineludibles. Para evitar el caos, es entonces cuando se hace nece- rousseauniana. A fin
sario proceder a su organización jurídica. los derechos fundan:
Ahora bien, como quiera que esa organización no se podía conferir a 1a Constitución sin Para evitar tent
romper con la lógica de todo el sistema, y como quiera que, a su vez, era en el marco de la sociedad ofrecía otro remedic
en el que los derechos fundamentales efectivamente se ejercitaban, se hacía necesario presenrar a contrato, como un 1
la sociedad con títulos bastantes para que fue¡a en su seno, y al margen del Estado, donde se esta- rechos y libertades r
blecieran todos los mecanismos reguladores. La apelación al pacto social se utilizaría de este modo za, una naturu¿, y no
como pretexto ideológico y justificador que iba a permitir transferir a ia legislación de derecho hace coincidir con e
privado la regulación que por principio quedaba vetada a la legislación consrirucional. A Ia l.ro¡- Battaglia, anuiándo
mativa constitucional le correspondía tan solo Ia función de impedir las interferencias de la acción como hizo Hobbes.
del gobernante en los presupuestos básicos y conformadores de la esrrllcrura del derecho privado sociedad, en lugar d
(Habermas). Con 1o cual, al igual que los derechos y libertades, en virtud de su autonomía funda- tados de un hipoté
mentadora se declararon zona exenta a cualquier tipo de acción de los poderes públicos, la propia objetiva del mundo
autonomía fundamentadora de Ia sociedad, obtenida a través del pacto, dete¡minaba también la cativo de Kant, con
obligada conversión en zona proregida y exenta a toda clase de injerencias estatales de los principios Pero se trataba
)urídicos rectores de su organizaciór-r y funcionamiento. Con razón, iusprivatisras ran norables toda injerencia en I;
como Thiemme o \Tiacker han podido sosrener que e1 Código Civil fue en la época del primer ;r 1a sociedad (surei,
constitLrcionalismo la auténtica y verdadera Constitución de la sociedad civil. rural) proceder a l,r
Ties son, básicamente, los principios a cuyo través la legislación privada procedería a 1a orde- Obvio es indic
nación normativa de los derechos fundamentales. Me refiero, cla¡o es, al principio de la generalidad iban a repercutir en
de la le¡ al principio de la igualdad ante la le¡ y ai principio de la autonomía de la voluntad en las :n cuanto derechos
relaciones tanto contractuales como extraconrractuales (Pugliatti, Feni). Satisfaciendo el cumpli- .r n-rismos, al marg<
miento de esos principios se acabaría entendiendo que la realización histórica concrera de los de- :l1¿nto derechos or
rechos fundamentales quedaba igualmente satisfecha. :gislación civil. El
No hace al caso detenerse ahora en los aciertos y en las falacias que este razonamiento pudie- .rnra, qllizá, el caso
ra comportar. Lo que sí interesa constatar es el significado y el alcance del pacto social que, en úl- Considerar Ia 1
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EN'fORNO AL CONCEPTO POLÍTICO DE CONSTII'UCIÓN
político (acto constitucional), dejando reducido el contenido del pacto a la pura dimensión social en
i" q,r. lo situaba Rousseau, pero sin enfrentarse al dilema subyacente en toda la argumentación
,ot-s..".,.irr-tr. A fin de cuentas el interrogar-rte que Rousseau no elude es el de que deben prevalece¡
los derechos fundamentales o el pacto social, la voluntad individual o Ia voluntad general'
Para evitar tener que pronunciarse ante ese dilema, al pensamiento contractualista no se le
ofrecía otro remedio que recurrir al entendimiento de la sociedad más que como resultado de un
contrato, como un fenómeno natural al que se le colocaba en el mismo plano que los propios de-
rechos y libertades naturales. La sociedad como la libertad acaba siendo así un hecho de naturale-
za, una tlutur/1, y no una natur¿t nllturdtí:. Lo qle equivaldría a decir que el estado de naturaleza
se
hace coincidir con e1 estado social. Con lo cual la teoría contractualista terminaría, como advirtió
Battaglia, anulándose a sí misma, ya que ni definió ni precisó el contenido del contrato político'
.orrrÁiro Hobbes, ni definió ni precisó el contenido del contrato sociai, como hizo Rousseau' La
sociedad, en lugar de regirse por im r.g1r, de un contrato, pasaba a funcionar conforme a los dic-
tados de un hipotético y -irterio.o ord.r, ,t"t.r.,l que expresaría por sí mismo la racionalidad
obietiva del mundo social. El pacto social más que como un ente de razón' según el clásico cali6-
cativo de Kant, como habría que entenderlo sería como un ente de ficción'
de
Pero se trataba de una ficción necesaria a cuvo través se podía colocar a1 Estado a1 margen
toda injerencia en la regulación de la libertad privada de los individuos, al tiempo que se permitía
a la soáedad (surgida Jel .orttr"to y, a su vez, ambivalentemente entendida
como fenómeno na-
tural) proceder a la ordenación jurídica de ios derechos fundamentales'
Obrio ., indicar que esa ambivalencia y esa ambigüedad donde primero e inexorablemente
lado'
iban a repercuti, .ra en la con{iguración de los propios derechos fundamentales que' Por un
derechos del estado de naturaleza se presentaban como derechos absolutos y válidos por
cn cuant;
ii mismos, al margen e independientes de la legislación positiva, mientras qLIe' Por otro lado.' en
de la
cuanto derechos ordenados v r.g.,lados por la sociedad, pasaban a ser auténticas creaciones
eqisiación civil. El derecho de propiedad, que tuvo en Locke a su más brillante expositot repre-
.eirta, quizá, el caso más significativo y paradigmático de esa situación'
Cánsiderar la propiedad como una institución de derecho natural tenía que resultar simple
y
no se
i¿namente una miitificación. A quien conoce mínimamente el pensamiento iusnaturalista
acertadamente que en el estado de naturaleza la pro-
.. oculta que los iusnaturalista..r-rt..tdi.ro,,
.redad como derecho se hace impensable, ya que en el originario stdtus naturtte todo es de todos'
:l derecho de propiedad comienia realmente a existir cuando esa totalidad de la naturaleza que en
.'rincipio pertenece a todos se parcela, otorgando a cada uno de los individuos fracciones de la
.-,ir-". Op..rción que sólo puede producirse, garantizarseyexplicarse como una creación de
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OtsRAS ESCOGIDAS DE PEDRO DE VEGA
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OBRAS ESCOGIDAS DE PEDRO DE \,TGA GARCÍA
lada igualmente al mundo sociai y político, donde se pensaba que el hecho en sí de la sociedad, al hcqrrhab,ríetÉr
margen de la actuación y de los deseos de los individuos que la componen genera un orden que thrlmogzri- ¿l
crea y sarisface el interés general. Era la creencia a la que se adhirió el propio Montesquieu con su aAattua"&h
Fábula de los trogloditasJ y que ruvo su formulación más conocida en la famosa Fdbuta de las abejas dcmmftlm-
de Mandeville, cuya conclusión, como es bien sabido, termina con la epigramática sentencia de r\¡lxrdc
uvicios privados, públicos beneficios,. ¡¡¡¡I¡z¡ita de L
Una reaiidad bastanre cruel, como fue la realidad social y política del siglo xrx, se encargaría ,or[¡kzr vmñÍe
por sí sola de desmontar tan espléndida colección de mitos y ensoñaciones (Neumann). Si en el m i¿mti¡. ¡cwi
orden económico y social, la mano inuisible delmercado en ocasiones múltiples más que producir ¡,¡neri.m ¡661¡¡i¡¡
milagros generaba auténricos cataclismos, en el orden político la sacrosanta doct¡ina de los Dere- s+x.Lüb¡¡ud
chos Naturales mostraba por doquier su inoperatividad más absoluta (Marcuse). u=rfoc¡dishr¡¡a
Pretender seguir manteniendo en esas circunstancias 1a doctrina del orden natural constiruía s =cdasinpla
un ejercicio intelectual imposibie. Por otro lado, el inexorable desarrollo del proceso democrático !l¡:s. q¡dl'r:¡rr-x
hacía que, con un criterio más realista, fueran las exigencias concreras de los individuos las que
habían de ser atendidas, en lugar de los apócrifos principios sobre los que el Estado liberal de
Derecho había pretendido cimentar slr esrrucrura. Es entonces cuando se establecen las condicio,
nes para operar el gran salto dei Estado libe¡al de Derecho al Estado den.rocrático y sociai de De-
recho recogido en la práctica totalidad de los actuales Textos Constitucionales.
No se trata, por supuesro, ahora de sinretizar la doctrina del Estado Social. Lo que importa
tan sólo es dejar constancia de cómo los cambios estructurales que e1 Estado Social y Democrático
de Derecho comporta frente al Estado de De¡echo Liberal clásico, forzosamente suponen un; u@¡E.1 FE
transformación en la mecánica consritucional, que no puede dejar de repercutir en el concepto B ¡;ffi
político de Constitución elaborado en los comienzos de la Democracia Constitucional por Ia.
revoluciones burguesas.
Frente a quienes interpretan, desde una simplicidad que llega en ocasiones a ser escandalos:.
que el Estado Social no es más que una prolongación histórica de1 Estado Liberal enriquecido co:,
los nuevos derechos sociales, habrá que convenir que si el Estado Social no tiene por qué implic.:.:
la negación radical dei Estado Liberal, a lo que sí conduce indefectiblemenre es a la creación c.
una realidad estatal diferente (Forsthof[).
No renuncia, ni tiene por qué hacerlo, el Estado Social al entendimiento de Ia Constitucir¡:.
como ley suprema a cuyo través es como únicamente se puede consumar aquel sueÁo ya explicir-.-
do por Píndaro de un gobierno de ias leyes frente al siempre arbitrario gobierno de los hombr¡,
Támpoco renuncia, ni podría hacerlo sin destruir su ve¡dadera esencia, a aquella genérica liber:.:
del status naturuze de la que hablaban los conrracrualistas, y sob¡e la que, a la posrre, se asien¡. .
concepto de la dignidad humana. Lo que significa que la verdadera tensión entre el Estado Lib¿:-
y el Estado Social, por paradójico que parezca, va a estallar más en Ia órbita del principio den. -
crático que en el ámbito del principio liberal.
Admitido teóricamente el principio democrático como supuesro inexcusable para ver¡tr::.-
lógicamente Ia esrrucrura del Estado Constitucional, el pensamiento liberal se afanaría lues,-- .-
demostrar que ese obiigado reconocimiento teórico no tenía por qué conllevar necesariam;:::
aparejada su puesra en práctica y su efectivo ejercicio. Para ello apela a la existencia de un ¡::.-
trascendente del mundo histórico-social (la doctrina del orden natural) del que la organiz.r; -
política forma parte y cuyos criterios rectores debe, en consecuencia, respetar. Para otorgar i .
tado la mayor racionalidad posible tenían que ser, por lo tanto, las exigencias y requerimr;-.
derivados de ese orden natural, y no los dictados por la voluntad democrática de los ciuda¿-:
254
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I
EN ]-ORNO AL CONCEPTO POLÍTICO DE
CONSTITUCIÓN
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OBR{S ESCOGIDAS DE PEDRO DE VEGA GARCÍA
Es un rasgo nada desdeñable de ias Constituciones del presente (frente al consrirucionalismo beltades los que fu
de la pasada centuria que terminaba no siendo consrirurivo de nada, ni siquiera del propio Estado cional.
a[ que se daba por presupuesto) que manifiesten esa volunrad autónoma, originaria y creadora de El reconocimie
los poderes constituyentes proclamando de¡echos, consagrando principios
¡
sobre todo, definien- Iógica contraria. Lor
do formas precisas de organización estatal. El artículo primero de nuestra Constitución represenra norma jurídica- lo
un ejemplo suficientemente gráfico y expresivo. lidad para su realizar
Clausurar, sin embargo, toda la problemática consrirucional del Estado Social con el soco¡ri- La escisión, sirr
do t¡árnite del principio democrático, consriruiría una muesrra de simplicidad intelectual y de derechos sociales prr
ceguera política inadmisible. El gran problema de la legitimidad constitucional no qr-reda, como nales del mundo, se.
algunos pretenden, definitivamente resuelto con la simple apelación a la voluntad popular. según la cual, todos I
Situó el constitucionalismo clásico la problemática de la legitimidad en el segundo momenro tadores deben tener l
en qr-re distribuyó la mecánica constirucional, esto es en el del Pacto Social. Obligatoriamente, es rios de jerarquía y es¡
a ese momento al que tiene que recurrir también el constitucionalismo del Estado Social. A fin de derechos sobre otros.
cuentasr ante un Poder Constituyente libre y autónomo, cabe formular una se¡ie de interrogantes Se generan de e
que el propio Poder Constituyente no puede responder. Por ejemplo: en virtud de qué criterios Por un lado, la lógic;
adopta unas decisiones y no las contrarias, por qué se definen unos derechos y no otros, por qué las que se intenta¡á o
en la jerarquía de las libertades se confiere preeminencia a algunas y se posrergan las demás, y así rrirá sin escrúpulos a
sucesivalrente. Para no dejar reducida Ia política a pura irracionalidad es enronces cuando la doc- de¡echos de libertad,
trina del Pacto Social reaparece de nuevo (Rawls). ordenamiento constit
La reconst¡ucción, no obstante, de la doctrina del pacto en el neoconrractualismo a través del sin mayores probiem,
consenso como criterio legitimador de la decisión constiruyente, ni supera las contradicciones del Con lo cual, ni los de
contractualismo clásico, ni ofrece elementos de legitimación suficientes al constitucionalismo ac- fortuna, sean los que t
tual. No deja de ser significativo qu€ el más penetrante de los neocontractualistas, me refiero, derechos sociales son
claro es, a John Rawls, consciente de las limitaciones de su teoría del consenso entrecruzado, acabe No reciben una e
apelando a los Tiibunales de Justicia como foros de asentamiento y de creación de lo que él de- namiento cons¡itucio
nomina urazón públicar. ejercicio queda condi<
Esa apelación de Rawls, y en general de todo el neocontractuaiismo al elemento garantista raleza se difumina eo I
(principio liberal), al que el ordenamiento constirucional obviamente no puede renunciar, no es, rución españoia aI dec
sin duda, una apelación inocente. Su entendimiento cabal sólo es posible en el marco de la po1é- do,, o son formulacior
niica ideológica sobre ei propio Estado Social. Reconocer una Iegitimidad precaria del acto cons- iurídica. Los derecho¡
tituyente, e intentar complementar esa legitimidad con el ¡ecurso a la Justicia, no supone una riene por qué causar so
colaboración a la consolidación y a la realización efectiva del Estado Social, sino abrir el portillo ies (teoría liberal, teori
para que la hete¡onomía sobre [a que el Estado Liberal cimentó su estrucrura pueda seguir manre- :engÍln que terminar ef
niéndose. Las debilidades del pacto social constituyen así el espléndido pretexro para, sin negar en ñrde). Para tal conclu
el plano teórico el principio democrático, poder justificar el incumplimiento de las consecuencias Por otro lado, los r
que de él necesariamente tendrían que derivar en el plano de la realidad. :aeer ese carácer previ,
Será en 1a fo¡mulación de la doctrina de los Derechos Fundamentales donde ia ambigüedad ;¿ciones metaftsicas. pr
y la contradicción que acabamos de delatar adquieran su máxima significación e importancia.
-,-tr ¡¡sir.amente del rec<
Frases como la de Herbe Krüger los derechos fundamentales sólo valían en el ámbito de - :.nientos consdtuciol
la ie¡ hoy las leyes sólo valen en el-«anres
ámbito de los derechos fundamentales»- consriruyen la expre- :.=nco de principios. I
sión más palpable de un razonamiento jurídico que no ha entendido lo que ocurrió en el pasado - -:-raos, Giannini tenr
y que entiende mucho menos 1o que sucede en la actualidad. Por nne apa¡entem
Se fundamenraron en el pasado los derechos y libertades como derechos absolutos en un r:-:¿l coincide con el a
ámbito ajeno y heterónomo al ordenamienro constirucional. No era la Constitución la que :oal burgu6. No se
establecía y consagraba Derechos, sino que se limitaba a protegerlos. Eran los Derechos y Li- :r:úiiada e,nnd¿ se ¡
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EN TORNO AL CONCEPTO POLÍTICO
DE CONSTITUCION
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OBRAS ESCOGIDAS DE PEDRO DEVEGA GARCÍA I
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haber derechos de libertad sin que los derechos sociales, en cuanto derechos de posición (Leibholdz), modo nos veremos I
se vean mínimamente satisfechos, Ia lógica de ambos tiene que ser por fuerza idéntica. La escisión enfermedad de los r,
de esa lógica y la consideración de unos y otros derechos como especies diferentes no significa sola- dec¡etaban su mue rr
mente que se otorgue una protección jurídica a los primeros mienüas que se olvida el establecimien- de un régimen den-ir
to de los mecanismos de actuación de los segundos, sino que, lo que es más grave, se reconocen y se terminar en
hacen efectivos los derechos de libenad para que los derechos sociales no puedan existir. Es un tema -como
manido y en el que no merece la pena insistir, ni traer a colación los multiples argumentos esgrimi-
dos el que el mantener como valor absoluto el sagrado principio de Ia igualdad ante la ley por
ejemplo, tratando como igual formalmente 1o que es desigual en la realidad, es el mejor camino para
institucíonalizar social y políticamente la desigualdad.
En cualquier caso, de lo que importa dejar constancia es de que la contradicción entre los
derechos de libertad y los derechos sociales, en donde más ostentosamente se expresa Ia crisis del
constitucionalismo social, obedece a unas razones más profundas que por lo general no se tienen
en cuenta y que intencionadamente se silencian. Son las razones que he venido llamando de hete-
ronomía o extrañamiento constitucional y que en definitiva se reducen a la aceptación o no, sin
equívocos ni resuicciones, del principio democrático. Si el principio democrático se asume plena-
mente, el ordenamiento constitucional es un ordenamiento autónomo que tiene en la voluntad
del pueblo su único y último referente. Cuando ese principio no se asume en su totalidad la hete-
ronomía y el extrañamiento se hacen inevitables.
No deja de ser sorprendente que se denuncien limitaciones a la legitimidad que en las socie-
dades pluralistas modernas proporciona el consenso y, en su nombre, recurriendo a los plantea-
mientos liberales clásicos, se deslegitime por principio la actuación del Estado en los procesos
económicos y sociales. Lo que no va a impedir, sin embargo, que al mismo tiempo y heterónoma-
mente, se le confiera una legitimidad plena para que intervenga en esos mismos procesos cuando
las exigencias del mercado así lo requieren. En nombre del mercado, como sucedía en los tiempos
de los fisiócratas, y al margen por supuesto del principio democrático, se pretenderá ahora recurrir
a la Constitución para, aprovechando su fuerza jurídica vinculante, imponer en la sociedad la razón
económica frente a Ia razón política democrática.
Es Io que hacen los teóricos del pretendido constitucionalismo fiscal cuando aspiran a encor-
setar toda la política económica y fiscal de los gobiernos (Buchanan, Tulloc§. En tiempo de des-
regulaciones sociales se reclama, paradójicamente, la regulación constitucional de toda Ia actuación
presupuestaria.
El problema no tendría mayor trascendencia si se tratara simplemente de una cuestión teóri-
ca. Lamentablemente, después de Maastricht, Ios europeos sabemos que las razones de convergen-
cia y los imperativos de los Bancos Centales tienen una significación más relevante, también en
el orden constitucional, que las razones derivadas del principio democrático.
Y voy aterminar recordando lo que decía al"inlcio de mi intervención. Es ante este convulso
panorama ante el que el razonamiento crítico tiene que ser una necesidad inexcusable para el
constitucionalista. No entraba, como es lógico, en mis intenciones proponer ni formular un nue-
vo concepto político de Constitución. Mis aspiraciones fueron desde el comienzo mucho más
modestas. Trataba de demostrar tan solo que el concepto político de Constitución la
-como
mayoríade los temas constitucionales- lejos de ser un tema concluso continúa, por el contrario,
siendo un tema sin resolver. No podemos los constitucionalistas, como aquellos médicos reales, de
Ios que hablaba Quevedo, que ocultaban las enfermedades de los reyes ylas convertían en enigmas,
ocultar los problemas de la vida constitucional haciendo de ellos auténticos misterios. Sólo de este
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EN TORNO AL CONCEPTO POLÍTICO
DE CONSTITUCIÓN
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13.
EN TORNO AL CONCEPTO POLÍTICO DE CONSTITUCIÓN1
No pasaría de ser una digresión impertinente por mi parte dedicarme, ahora, en un ejercicio
de ortodoxia prorocolaria, a consr¿rar acierros, ensalzar méritos y expresar agradecimientos a los
,rrganizadores de las Jomadas que hoy vamos a clausurar. Sin embargo, el reconocimiento la
1.
gratitlrd a Miguel Ángel García Herrera, a Javier Corcuera, a Gonzalo Maesrro, a Alberto López
llasaguren, ¡ en definitiva, a todos los componentes del área de Derecho Constitucional de la
Universidad de Bilbao, no pueden ni deben silenciarse. Con encomiable buen senrido han plan-
reado unas Jornadas para la discusión, permitiendo de este modo poner de manifiesto el valor y el
.rlcance de las ponencias presentadas en los ¡icos debates v en las amplias deliberaciones, a las que
r.rs mismas han dado lugar.
En un saludable retorno a la dialéctica platónica han logrado los amigos de Bilbao converrir el
:in-rposio en una aurénrica meditación colectiva, sanamente correcrora de los dogmatismos propios
-le las elucubraciones personales a los que todos somos proclives. Es en esras circunstancias
.,rbre todo para los que nos toca inrervenir al final- er.r las que hablar del Simposio y ensalzar-).el
rúrito de sus organizadores no constiruye un ¿cto de mera cortesí¿r protocolaria, sino una especie
e rrecesidad inexorable desde la que renemos que justificar el punto de partida y el sentido de
.re stras argumentaciones. De igual modo que Platón hizo del Banquete, título y argumenro de uno
.i sLls más penetrantes análisis del comportamiento humano! nos vemos obligados ahora nosorros
:r¡cer del Simposio (que etimológicamenre deriva de la palabra con la que los griegos designaban
rLrcllas comidas y banquetes (simposia) organizadas para dialogar), el primer referente de nuestras
¡sideraciones. Ernpleando un quiasmo rerórico, no se rrara, por mi parte al menos, de hacer una
',¡rtación de la problemática de un tema concreto del Derecho Constitucional a este Congreso,
r!r que, a tenor de cómo har-r ido sucediendo los acontecimientos, 1o que pretendo es asumir ia
,blemática surgida en las jomadas como referente y corrector de mis particulares razonamienros.
Era mi intención hablar del principio democrático y del principio liberal en la configuración
.oncepto moderno de Constitución. Después, sin embargo, de escuchar las ponencias de los
.:ir.rtos participanres me sienro en la obligación no ranro de cambiar el título como el sentido de
.rqumentación, en la medida en que la lógica puramenre descriptiva que pensaba emplear en
rntervención forzosamente debo acompañarla de un mínimo de ese r¿rzonamiento crítico, sagaz
.iriamente propiciado por los organizadores del Congreso, y no menos brillantemente m¿1nre-
- . por la mayoría de los asistentesa1 mismo.
Hablar de razonamiento crítico en Derecl-ro Constitr-rcional puede quizá resultar para algunos
Lrctulancia, aunque empiece a ser para todo el colectivo de profesores de Derecho Constitu-
',il una exigencia ineludible.
{rtículo publicado en García Herrera, Miguel Angel, El mnxitucion¿lismo en la crisis del Est¿do j-o¿¡zl Unive¡sidad
r Vasco, Bilbao, 1997.
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OBRAS ESCOGIDAS DE PEDRO DE VEGA GARCÍA
Nos enfrentamos los españoles a una situación singularmente paradójica y que no es nueva
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EN TORNO AI, CONCEPTO POLÍTICO
DE CONSTITUCIÓN
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OBTd{S ESCOCIDAS DE PEDRO DE VEGA GARCíA
Nadie discute que e1concepto político de Constitución elaborado por las revoiuciones bur- La lóg
guesas es el ¡esultado de laconfluencia histórica del principio democrático v del principio liberal. pueblo com
Conforme al primero, al asignar al pueblo e1 poder soberano del Estado, se le otorga lógicamente v aprobar la
también la titularidad del Poder Constituyente. En virtud del segundo, se entenderá que en la v como qui
tensión inevitable entre autoridad y libertad, entre el individuo y el Estado, la defensa de la libertad Constitucio
exige la inexcusable limitación del poder estatal.
¡.ente debe <
Sobre esos dos principios articuló la burguesía, en una construcción coherente y clara, una de la creacit
estructura del Estado con la que pretendió resolver definitivamente la vieja aspiración del someti- ga, en un p{
miento del gobernante a [a le1', convirtiendo al Estado Constitucional en el Estado legal por exce- la vigencia r
lencia. de sobera¡ú¿
Como es de sobra conocido, ya desde Ia Antigüedad clásica se venía repitiendo que la diferen- un Paine, u:
cia entre el buen y el mal gobernante residía en que el primero gobernaba conforme a Ia le¡ mien- es e1 Derech
tras el segundo [o hacía según su capricho y voluntad. A Píndaro corresponde la formulación de la afirmacione
expresión de lVomos Basilet*, que replesenta una de las primeras manifestaciones del soñado deseo sencia de u¡
de un gobierno de las normas frente al gobierno de los hombres. Recogiendo esa idea, Juan de porque los ¡
Salisbury escribiría en la Edad Media en e/ Policraticus: uque la única diferencia entre un tirano )¡ rución les pr
un príncipe, consiste en que el príncipe obedece a la leyr. sible hablar
Ahora bien, el dilema que ni en la Antigüedad clásica, ni en la Edad Media, se pudo resolver Se logr,
fue el que formulará el sofista en los siguientes términos; si los gobernantes hacen las leyes y pueden en el plano
modificarlas a su antojo, es claro que los gobernados estarán siempre sometidos a la caprichosa conseguida.
voluntad de quienes les gobiernan. No ha<
Para solucionar el dilema del sofista se hacía necesario e1 establecimiento de una norma que de la histori
estuviera por encima y obligara por igual a gobernantes y gobernados. Encuentra así su justifica- mente artict
ción más precisa Ia apelación, en la Edad Media, a la existencia de una Lex t€rrde, que colocaba en someddo a r
urr plano de igualdad a monarcas y súbditos, y en cuva virtud se contrajeron los primeros pactos que la gran r
de derechos, que dieror-r lugar a esos memorables documentos históricos como la Carta Magna o quico y el pr
el Estatuto de Thllagio non concedendo. trucción am
Sin embargo, constituiría una falsificación de la realidad y de la historia, el pensar en la exis- la lógica cor
tencia de leyes superiores en el mundo clásico y medieval. Todavía en los siglos xvI y xvrr, en los Para di
que se acuña el término Lex F'undamentalis, y se mantiene la doctrina dela heureuse impuissance Por una Pa¡l
del rey de violar esas leyes, el escepticismo ante las mismas es evidente' Los viejos aforismos extraí- a las exigen,
dos de las fuentes romanas oomnid jura habet Princeps in peúore suo", "quod Principi placuit legis Constirució
habet uigorem,, oercor Principisfacit jusr, etc., responden más a la realidad, que el comportamien- Poder Consr
to del monarca que pudiera derivar de una mínima eficacia en la práctica del concepto teórico de te, sólo exisr
Lex Fundamentalis. que el poder
A la negación en la realidad de 1a efectiva existencia de una 1ey superior, correspondió también ranro, no sol
un más que notable enmarañamiento teórico en el orden conceptual. Por doquier se hablaba de Ia Constituc
ieyes fundame ntales, pero no se sabía ni lo que eran, t-ti er-r qué consistían. A veces la ley fundamen- Nada d
tal se hacía coincidir con la ley divina. En otras ocasiones se la vincuiaba a la tradición medieval de ;ores del pri
la lex terrae. Con razón pudo escribir Hobbes en el Leuidthaic que: «aún no he encontrado en par- :onr.ersión c
te alguna una explicación de esta expresión de ley fundamentalr' [a docuina c
La explicación de una ley fundamental capaz de obligar por igual a gobernantes v gobernados, monárquico
que Hobbes no pudo encontrar, fue precisamente la que r¡frecieron las revoluciones burguesas al Lo que no e
convertir la Constitución, como se dice en el artículo VI, sección 2 de la Constitución Americana trataba de
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de 17 87 , en «the supreme larv of the landr. Esudo co¡ r
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FN TORNO AL CONCEPTO
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OBRAS ESCO(;IDAS DE PEI]RO DE VEGA (]ARCÍA
Por otro iado, cab¡ía igualmente señalar, cómo a la quiebra del sagrado principio del gobierno cias de respeto
de la ley frente al siempre despótico gobierno de los hombres no fue rampoco del todo ajena la y necesario cor
tradición democrática y jacobina que, haciendo suya la fórmula de Blackstone (the pouer of par- por fin, que nc
liamentis absolute and witbout contro/), no renunció fácilmente a la limitación del poder de las Estado el que d
Asambleas. De fo¡ma que si los defensores del principio monárquico pretendieron hacer del Se genera,
Jefe
del Estado el guardián de la Constitución, los paladines del principio democrático aspiraron, si- gica de ües supr
guiendo 1a formulación de Sieyés ulávolonté nationalé n'a besoin que de sa réalité pour érre tou- yentes burgues,
jours légale; elle est l'origine de route légalité,, a conyertir el Parlamento en una especie de poder por el que se cn
Constituyente permanenre queJ como poder soberano, únicamente podía y debía ser controlado politica; y, por r
por sí mismo. La creación técnica del referé législat$ como sisrema de cont¡ol de las Asambleas de poderes.
Ia ejecución de sus propias leyes, constituye el n.rás explícito y relevante resrimonio. Si en el pr
Será bien entradosiglo xx, una vez que el asentamiento definitivo del principio democráti-
e1 Churches), el rnr
co determinó que el esquema confo¡mador del Estado Constitucional dejara de ser objeto de Í con mayof col
confrontaciones políticas, cuando el concepto político de Constitución se convierte en un concep- rucional, en el I
to doctrinalmente pacífico e ideológicamente indiscutible. Son, precisamente, esos fenómenos de l:93, de Vald¡L
paci{icación ideológica y doctrinal los que, a pesar de todo, deberían romarse con cautela. Sin \ alga por todos
mayores escrúpulos, se sigue conside¡ando a los derechos fundamentales v a la división de poderes, los derec
al igual que hiciera el artículo 16 de la Declaración Universal de 1os Derechos del HombreT del rcial hay r
Ciudadano de 1789, como horizonte valorativo referencial desde el que se define el concepto po- ¡o debe s,
lítico de Constitución, y desde el que se da sentido y legitima a toda la organización constirucional. la que sir
Sucede, no obstante, que Ia equiparación de reaiidades históricas y supuesros conceptuales os. di6er<
diferentes, como son 1os del Estado Liberal del primer constirucionalismo y los del Estado Social por el qu,
del presente no pasa de ser un ejercicio históricamente falsificador e intelectualmente injustificable. . Hacer rr
Se hace por ello necesario volver al pasado y precisar con cla¡idad los criterios axiológicos que
condicionaron la organización constitucional liberal clásica, para poder entender las diferencias
que los separan de los nuestros.
Para empezar, no hay que olvidar que arranca la concepción liberal clásica de la nítida y ro-
tunda separación entre Ia Sociedad y el Estado, en la que, además, como habian proclamado los
6siócratas (Mercier de la Riviére, Dupont de Nemours), el elemento socierario prevalece siempre
sobre el elemento estatal. En contra de 1o que pudiera parecer (a pesar del enfrentamiento que el
pensamiento liberal pretendió realizar entre el principio democrático y el principio liberal, y que
obtuvo su manifestación más notoria en el Discurso de Benjamin Constant en el Ateneo de parí¡
en 1821, sobre ul-a libertad de los antiguos y la libertad de los modernos», es lo cierto que la
contraposición entre la Sociedad y el Estado, donde encuentra su primera y más rigurosa formu- :;¡Cmriux
Iación es en los teóricos del contractualismo (Althusius, Grocio, Pufendorf, Locke, Thomassius. s ¡t¡erriú¡
Rousseau, etc.) que, como es bien sabido, fueron los grandes fundamentadores de Ia idea demo-
'ffi!ryli$üt¿
c¡ática. me ¡¡¡ g5q"¡¡
Entendieron todos los contractualistas las únicas excepciones de Hobbes y Rousseau- mi-#-
que el pacto social, a cuyo través se efectúa -con
el tránsito de la sociedad natural a la sociedad civil. l,- n -{e¡¡¿
que en ningún caso podía erosionar era la libertad natural de la que el hombre dispone antes c. ffi+é
suscribir el contrato. Ese fue el gran dogma del iusnaturalismo conrractualista. E. E¡eC
Es desde ese dogma desde el que procedieron a la consagración de los derechos fundamen:.- m*m,i
les como un a priori conceptual e histórico a cualquier tipo de organización política, asenrando .. ÑÑr:1if
axioma de que no corresponde al Estado organizar ni definir derechos, sino simplemenre respe.::- üd@¡ ¡¡r§
los. A su vez, por ser Ia sociedad el ámbito donde los homb¡es desarrollan su existencia, las exis¡:- mñqr
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EN TORNO At,, CONCEPI'O POLÍ]'ICO DE CONST]'f UC]ÓN
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OBRAS ESCOGIDAS DE PEDRO DEVEGA GARCÍA
mundo de la teoría se desciende al mundo de la realidad, por un lado, Ias colisiones entre los dis- político (acto constit
tintos derechos y libertades, y, por otro, Ias fricciones entre esos derechos y los intereses comuni- la que 1o situaba Rc
tarios aparecen como fenómenos ineludibles. Para evitar el caos, es entonces cuando se hace nece- rousseauniana. A fin
sario proceder a su organización jurídica. los derechos fundan:
Ahora bien, como quiera que esa organización no se podía conferir a 1a Constitución sin Para evitar tent
romper con la lógica de todo el sistema, y como quiera que, a su vez, era en el marco de la sociedad ofrecía otro remedic
en el que los derechos fundamentales efectivamente se ejercitaban, se hacía necesario presenrar a contrato, como un 1
la sociedad con títulos bastantes para que fue¡a en su seno, y al margen del Estado, donde se esta- rechos y libertades r
blecieran todos los mecanismos reguladores. La apelación al pacto social se utilizaría de este modo za, una naturu¿, y no
como pretexto ideológico y justificador que iba a permitir transferir a ia legislación de derecho hace coincidir con e
privado la regulación que por principio quedaba vetada a la legislación consrirucional. A Ia l.ro¡- Battaglia, anuiándo
mativa constitucional le correspondía tan solo Ia función de impedir las interferencias de la acción como hizo Hobbes.
del gobernante en los presupuestos básicos y conformadores de la esrrllcrura del derecho privado sociedad, en lugar d
(Habermas). Con 1o cual, al igual que los derechos y libertades, en virtud de su autonomía funda- tados de un hipoté
mentadora se declararon zona exenta a cualquier tipo de acción de los poderes públicos, la propia objetiva del mundo
autonomía fundamentadora de Ia sociedad, obtenida a través del pacto, dete¡minaba también la cativo de Kant, con
obligada conversión en zona proregida y exenta a toda clase de injerencias estatales de los principios Pero se trataba
)urídicos rectores de su organizaciór-r y funcionamiento. Con razón, iusprivatisras ran norables toda injerencia en I;
como Thiemme o \Tiacker han podido sosrener que e1 Código Civil fue en la época del primer ;r 1a sociedad (surei,
constitLrcionalismo la auténtica y verdadera Constitución de la sociedad civil. rural) proceder a l,r
Ties son, básicamente, los principios a cuyo través la legislación privada procedería a 1a orde- Obvio es indic
nación normativa de los derechos fundamentales. Me refiero, cla¡o es, al principio de la generalidad iban a repercutir en
de la le¡ al principio de la igualdad ante la le¡ y ai principio de la autonomía de la voluntad en las :n cuanto derechos
relaciones tanto contractuales como extraconrractuales (Pugliatti, Feni). Satisfaciendo el cumpli- .r n-rismos, al marg<
miento de esos principios se acabaría entendiendo que la realización histórica concrera de los de- :l1¿nto derechos or
rechos fundamentales quedaba igualmente satisfecha. :gislación civil. El
No hace al caso detenerse ahora en los aciertos y en las falacias que este razonamiento pudie- .rnra, qllizá, el caso
ra comportar. Lo que sí interesa constatar es el significado y el alcance del pacto social que, en úl- Considerar Ia 1
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EN'fORNO AL CONCEPTO POLÍTICO DE CONSTII'UCIÓN
político (acto constitucional), dejando reducido el contenido del pacto a la pura dimensión social en
i" q,r. lo situaba Rousseau, pero sin enfrentarse al dilema subyacente en toda la argumentación
,ot-s..".,.irr-tr. A fin de cuentas el interrogar-rte que Rousseau no elude es el de que deben prevalece¡
los derechos fundamentales o el pacto social, la voluntad individual o Ia voluntad general'
Para evitar tener que pronunciarse ante ese dilema, al pensamiento contractualista no se le
ofrecía otro remedio que recurrir al entendimiento de la sociedad más que como resultado de un
contrato, como un fenómeno natural al que se le colocaba en el mismo plano que los propios de-
rechos y libertades naturales. La sociedad como la libertad acaba siendo así un hecho de naturale-
za, una tlutur/1, y no una natur¿t nllturdtí:. Lo qle equivaldría a decir que el estado de naturaleza
se
hace coincidir con e1 estado social. Con lo cual la teoría contractualista terminaría, como advirtió
Battaglia, anulándose a sí misma, ya que ni definió ni precisó el contenido del contrato político'
.orrrÁiro Hobbes, ni definió ni precisó el contenido del contrato sociai, como hizo Rousseau' La
sociedad, en lugar de regirse por im r.g1r, de un contrato, pasaba a funcionar conforme a los dic-
tados de un hipotético y -irterio.o ord.r, ,t"t.r.,l que expresaría por sí mismo la racionalidad
obietiva del mundo social. El pacto social más que como un ente de razón' según el clásico cali6-
cativo de Kant, como habría que entenderlo sería como un ente de ficción'
de
Pero se trataba de una ficción necesaria a cuvo través se podía colocar a1 Estado a1 margen
toda injerencia en la regulación de la libertad privada de los individuos, al tiempo que se permitía
a la soáedad (surgida Jel .orttr"to y, a su vez, ambivalentemente entendida
como fenómeno na-
tural) proceder a la ordenación jurídica de ios derechos fundamentales'
Obrio ., indicar que esa ambivalencia y esa ambigüedad donde primero e inexorablemente
lado'
iban a repercuti, .ra en la con{iguración de los propios derechos fundamentales que' Por un
derechos del estado de naturaleza se presentaban como derechos absolutos y válidos por
cn cuant;
ii mismos, al margen e independientes de la legislación positiva, mientras qLIe' Por otro lado.' en
de la
cuanto derechos ordenados v r.g.,lados por la sociedad, pasaban a ser auténticas creaciones
eqisiación civil. El derecho de propiedad, que tuvo en Locke a su más brillante expositot repre-
.eirta, quizá, el caso más significativo y paradigmático de esa situación'
Cánsiderar la propiedad como una institución de derecho natural tenía que resultar simple
y
no se
i¿namente una miitificación. A quien conoce mínimamente el pensamiento iusnaturalista
acertadamente que en el estado de naturaleza la pro-
.. oculta que los iusnaturalista..r-rt..tdi.ro,,
.redad como derecho se hace impensable, ya que en el originario stdtus naturtte todo es de todos'
:l derecho de propiedad comienia realmente a existir cuando esa totalidad de la naturaleza que en
.'rincipio pertenece a todos se parcela, otorgando a cada uno de los individuos fracciones de la
.-,ir-". Op..rción que sólo puede producirse, garantizarseyexplicarse como una creación de
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OtsRAS ESCOGIDAS DE PEDRO DE VEGA
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EN TORNO AL CONCEPTO POLÍTICO DE CONSTITUCiÓN
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OBRAS ESCOGIDAS DE PEDRO DE \,TGA GARCÍA
lada igualmente al mundo sociai y político, donde se pensaba que el hecho en sí de la sociedad, al hcqrrhab,ríetÉr
margen de la actuación y de los deseos de los individuos que la componen genera un orden que thrlmogzri- ¿l
crea y sarisface el interés general. Era la creencia a la que se adhirió el propio Montesquieu con su aAattua"&h
Fábula de los trogloditasJ y que ruvo su formulación más conocida en la famosa Fdbuta de las abejas dcmmftlm-
de Mandeville, cuya conclusión, como es bien sabido, termina con la epigramática sentencia de r\¡lxrdc
uvicios privados, públicos beneficios,. ¡¡¡¡I¡z¡ita de L
Una reaiidad bastanre cruel, como fue la realidad social y política del siglo xrx, se encargaría ,or[¡kzr vmñÍe
por sí sola de desmontar tan espléndida colección de mitos y ensoñaciones (Neumann). Si en el m i¿mti¡. ¡cwi
orden económico y social, la mano inuisible delmercado en ocasiones múltiples más que producir ¡,¡neri.m ¡661¡¡i¡¡
milagros generaba auténricos cataclismos, en el orden político la sacrosanta doct¡ina de los Dere- s+x.Lüb¡¡ud
chos Naturales mostraba por doquier su inoperatividad más absoluta (Marcuse). u=rfoc¡dishr¡¡a
Pretender seguir manteniendo en esas circunstancias 1a doctrina del orden natural constiruía s =cdasinpla
un ejercicio intelectual imposibie. Por otro lado, el inexorable desarrollo del proceso democrático !l¡:s. q¡dl'r:¡rr-x
hacía que, con un criterio más realista, fueran las exigencias concreras de los individuos las que
habían de ser atendidas, en lugar de los apócrifos principios sobre los que el Estado liberal de
Derecho había pretendido cimentar slr esrrucrura. Es entonces cuando se establecen las condicio,
nes para operar el gran salto dei Estado libe¡al de Derecho al Estado den.rocrático y sociai de De-
recho recogido en la práctica totalidad de los actuales Textos Constitucionales.
No se trata, por supuesro, ahora de sinretizar la doctrina del Estado Social. Lo que importa
tan sólo es dejar constancia de cómo los cambios estructurales que e1 Estado Social y Democrático
de Derecho comporta frente al Estado de De¡echo Liberal clásico, forzosamente suponen un; u@¡E.1 FE
transformación en la mecánica consritucional, que no puede dejar de repercutir en el concepto B ¡;ffi
político de Constitución elaborado en los comienzos de la Democracia Constitucional por Ia.
revoluciones burguesas.
Frente a quienes interpretan, desde una simplicidad que llega en ocasiones a ser escandalos:.
que el Estado Social no es más que una prolongación histórica de1 Estado Liberal enriquecido co:,
los nuevos derechos sociales, habrá que convenir que si el Estado Social no tiene por qué implic.:.:
la negación radical dei Estado Liberal, a lo que sí conduce indefectiblemenre es a la creación c.
una realidad estatal diferente (Forsthof[).
No renuncia, ni tiene por qué hacerlo, el Estado Social al entendimiento de Ia Constitucir¡:.
como ley suprema a cuyo través es como únicamente se puede consumar aquel sueÁo ya explicir-.-
do por Píndaro de un gobierno de ias leyes frente al siempre arbitrario gobierno de los hombr¡,
Támpoco renuncia, ni podría hacerlo sin destruir su ve¡dadera esencia, a aquella genérica liber:.:
del status naturuze de la que hablaban los conrracrualistas, y sob¡e la que, a la posrre, se asien¡. .
concepto de la dignidad humana. Lo que significa que la verdadera tensión entre el Estado Lib¿:-
y el Estado Social, por paradójico que parezca, va a estallar más en Ia órbita del principio den. -
crático que en el ámbito del principio liberal.
Admitido teóricamente el principio democrático como supuesro inexcusable para ver¡tr::.-
lógicamente Ia esrrucrura del Estado Constitucional, el pensamiento liberal se afanaría lues,-- .-
demostrar que ese obiigado reconocimiento teórico no tenía por qué conllevar necesariam;:::
aparejada su puesra en práctica y su efectivo ejercicio. Para ello apela a la existencia de un ¡::.-
trascendente del mundo histórico-social (la doctrina del orden natural) del que la organiz.r; -
política forma parte y cuyos criterios rectores debe, en consecuencia, respetar. Para otorgar i .
tado la mayor racionalidad posible tenían que ser, por lo tanto, las exigencias y requerimr;-.
derivados de ese orden natural, y no los dictados por la voluntad democrática de los ciuda¿-:
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I
EN ]-ORNO AL CONCEPTO POLÍTICO DE
CONSTITUCIÓN
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OBR{S ESCOGIDAS DE PEDRO DE VEGA GARCÍA
Es un rasgo nada desdeñable de ias Constituciones del presente (frente al consrirucionalismo beltades los que fu
de la pasada centuria que terminaba no siendo consrirurivo de nada, ni siquiera del propio Estado cional.
a[ que se daba por presupuesto) que manifiesten esa volunrad autónoma, originaria y creadora de El reconocimie
los poderes constituyentes proclamando de¡echos, consagrando principios
¡
sobre todo, definien- Iógica contraria. Lor
do formas precisas de organización estatal. El artículo primero de nuestra Constitución represenra norma jurídica- lo
un ejemplo suficientemente gráfico y expresivo. lidad para su realizar
Clausurar, sin embargo, toda la problemática consrirucional del Estado Social con el soco¡ri- La escisión, sirr
do t¡árnite del principio democrático, consriruiría una muesrra de simplicidad intelectual y de derechos sociales prr
ceguera política inadmisible. El gran problema de la legitimidad constitucional no qr-reda, como nales del mundo, se.
algunos pretenden, definitivamente resuelto con la simple apelación a la voluntad popular. según la cual, todos I
Situó el constitucionalismo clásico la problemática de la legitimidad en el segundo momenro tadores deben tener l
en qr-re distribuyó la mecánica constirucional, esto es en el del Pacto Social. Obligatoriamente, es rios de jerarquía y es¡
a ese momento al que tiene que recurrir también el constitucionalismo del Estado Social. A fin de derechos sobre otros.
cuentasr ante un Poder Constituyente libre y autónomo, cabe formular una se¡ie de interrogantes Se generan de e
que el propio Poder Constituyente no puede responder. Por ejemplo: en virtud de qué criterios Por un lado, la lógic;
adopta unas decisiones y no las contrarias, por qué se definen unos derechos y no otros, por qué las que se intenta¡á o
en la jerarquía de las libertades se confiere preeminencia a algunas y se posrergan las demás, y así rrirá sin escrúpulos a
sucesivalrente. Para no dejar reducida Ia política a pura irracionalidad es enronces cuando la doc- de¡echos de libertad,
trina del Pacto Social reaparece de nuevo (Rawls). ordenamiento constit
La reconst¡ucción, no obstante, de la doctrina del pacto en el neoconrractualismo a través del sin mayores probiem,
consenso como criterio legitimador de la decisión constiruyente, ni supera las contradicciones del Con lo cual, ni los de
contractualismo clásico, ni ofrece elementos de legitimación suficientes al constitucionalismo ac- fortuna, sean los que t
tual. No deja de ser significativo qu€ el más penetrante de los neocontractualistas, me refiero, derechos sociales son
claro es, a John Rawls, consciente de las limitaciones de su teoría del consenso entrecruzado, acabe No reciben una e
apelando a los Tiibunales de Justicia como foros de asentamiento y de creación de lo que él de- namiento cons¡itucio
nomina urazón públicar. ejercicio queda condi<
Esa apelación de Rawls, y en general de todo el neocontractuaiismo al elemento garantista raleza se difumina eo I
(principio liberal), al que el ordenamiento constirucional obviamente no puede renunciar, no es, rución españoia aI dec
sin duda, una apelación inocente. Su entendimiento cabal sólo es posible en el marco de la po1é- do,, o son formulacior
niica ideológica sobre ei propio Estado Social. Reconocer una Iegitimidad precaria del acto cons- iurídica. Los derecho¡
tituyente, e intentar complementar esa legitimidad con el ¡ecurso a la Justicia, no supone una riene por qué causar so
colaboración a la consolidación y a la realización efectiva del Estado Social, sino abrir el portillo ies (teoría liberal, teori
para que la hete¡onomía sobre [a que el Estado Liberal cimentó su estrucrura pueda seguir manre- :engÍln que terminar ef
niéndose. Las debilidades del pacto social constituyen así el espléndido pretexro para, sin negar en ñrde). Para tal conclu
el plano teórico el principio democrático, poder justificar el incumplimiento de las consecuencias Por otro lado, los r
que de él necesariamente tendrían que derivar en el plano de la realidad. :aeer ese carácer previ,
Será en 1a fo¡mulación de la doctrina de los Derechos Fundamentales donde ia ambigüedad ;¿ciones metaftsicas. pr
y la contradicción que acabamos de delatar adquieran su máxima significación e importancia.
-,-tr ¡¡sir.amente del rec<
Frases como la de Herbe Krüger los derechos fundamentales sólo valían en el ámbito de - :.nientos consdtuciol
la ie¡ hoy las leyes sólo valen en el-«anres
ámbito de los derechos fundamentales»- consriruyen la expre- :.=nco de principios. I
sión más palpable de un razonamiento jurídico que no ha entendido lo que ocurrió en el pasado - -:-raos, Giannini tenr
y que entiende mucho menos 1o que sucede en la actualidad. Por nne apa¡entem
Se fundamenraron en el pasado los derechos y libertades como derechos absolutos en un r:-:¿l coincide con el a
ámbito ajeno y heterónomo al ordenamienro constirucional. No era la Constitución la que :oal burgu6. No se
establecía y consagraba Derechos, sino que se limitaba a protegerlos. Eran los Derechos y Li- :r:úiiada e,nnd¿ se ¡
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EN TORNO AL CONCEPTO POLÍTICO
DE CONSTITUCION
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OBRAS ESCOGIDAS DE PEDRO DEVEGA GARCÍA I
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haber derechos de libertad sin que los derechos sociales, en cuanto derechos de posición (Leibholdz), modo nos veremos I
se vean mínimamente satisfechos, Ia lógica de ambos tiene que ser por fuerza idéntica. La escisión enfermedad de los r,
de esa lógica y la consideración de unos y otros derechos como especies diferentes no significa sola- dec¡etaban su mue rr
mente que se otorgue una protección jurídica a los primeros mienüas que se olvida el establecimien- de un régimen den-ir
to de los mecanismos de actuación de los segundos, sino que, lo que es más grave, se reconocen y se terminar en
hacen efectivos los derechos de libenad para que los derechos sociales no puedan existir. Es un tema -como
manido y en el que no merece la pena insistir, ni traer a colación los multiples argumentos esgrimi-
dos el que el mantener como valor absoluto el sagrado principio de Ia igualdad ante la ley por
ejemplo, tratando como igual formalmente 1o que es desigual en la realidad, es el mejor camino para
institucíonalizar social y políticamente la desigualdad.
En cualquier caso, de lo que importa dejar constancia es de que la contradicción entre los
derechos de libertad y los derechos sociales, en donde más ostentosamente se expresa Ia crisis del
constitucionalismo social, obedece a unas razones más profundas que por lo general no se tienen
en cuenta y que intencionadamente se silencian. Son las razones que he venido llamando de hete-
ronomía o extrañamiento constitucional y que en definitiva se reducen a la aceptación o no, sin
equívocos ni resuicciones, del principio democrático. Si el principio democrático se asume plena-
mente, el ordenamiento constitucional es un ordenamiento autónomo que tiene en la voluntad
del pueblo su único y último referente. Cuando ese principio no se asume en su totalidad la hete-
ronomía y el extrañamiento se hacen inevitables.
No deja de ser sorprendente que se denuncien limitaciones a la legitimidad que en las socie-
dades pluralistas modernas proporciona el consenso y, en su nombre, recurriendo a los plantea-
mientos liberales clásicos, se deslegitime por principio la actuación del Estado en los procesos
económicos y sociales. Lo que no va a impedir, sin embargo, que al mismo tiempo y heterónoma-
mente, se le confiera una legitimidad plena para que intervenga en esos mismos procesos cuando
las exigencias del mercado así lo requieren. En nombre del mercado, como sucedía en los tiempos
de los fisiócratas, y al margen por supuesto del principio democrático, se pretenderá ahora recurrir
a la Constitución para, aprovechando su fuerza jurídica vinculante, imponer en la sociedad la razón
económica frente a Ia razón política democrática.
Es Io que hacen los teóricos del pretendido constitucionalismo fiscal cuando aspiran a encor-
setar toda la política económica y fiscal de los gobiernos (Buchanan, Tulloc§. En tiempo de des-
regulaciones sociales se reclama, paradójicamente, la regulación constitucional de toda Ia actuación
presupuestaria.
El problema no tendría mayor trascendencia si se tratara simplemente de una cuestión teóri-
ca. Lamentablemente, después de Maastricht, Ios europeos sabemos que las razones de convergen-
cia y los imperativos de los Bancos Centales tienen una significación más relevante, también en
el orden constitucional, que las razones derivadas del principio democrático.
Y voy aterminar recordando lo que decía al"inlcio de mi intervención. Es ante este convulso
panorama ante el que el razonamiento crítico tiene que ser una necesidad inexcusable para el
constitucionalista. No entraba, como es lógico, en mis intenciones proponer ni formular un nue-
vo concepto político de Constitución. Mis aspiraciones fueron desde el comienzo mucho más
modestas. Trataba de demostrar tan solo que el concepto político de Constitución la
-como
mayoríade los temas constitucionales- lejos de ser un tema concluso continúa, por el contrario,
siendo un tema sin resolver. No podemos los constitucionalistas, como aquellos médicos reales, de
Ios que hablaba Quevedo, que ocultaban las enfermedades de los reyes ylas convertían en enigmas,
ocultar los problemas de la vida constitucional haciendo de ellos auténticos misterios. Sólo de este
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EN TORNO AL CONCEPTO POLÍTICO
DE CONSTITUCIÓN
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Joseph Gabriel Campos Torres
TEMA 1: EVOLUCIÒN Y
CARACTERÌSTICAS DEL DERECHO
CONSTITUCIONAL PERUANO
1. Evolución del reconocimiento constitucional de los
derechos: Generaciones de derechos
(…)
8.1. Principio precautorio
Marcos-Sánchez, José. Manual de Libertad Sindical. OIT. Oficina de Actividades para los Trabajadores. Oficina
Regional para América y el Caribe. En:
http://www.ilo.org/public/spanish/region/ampro/cinterfor/temas/worker/doc/otros/xviii/cap1/i.htm
3.3.Eficacia horizontal y directa de los derechos
fundamentales:
(…)
8.1. Principio precautorio
Marcos-Sánchez, José. Manual de Libertad Sindical. OIT. Oficina de Actividades para los Trabajadores. Oficina
Regional para América y el Caribe. En:
http://www.ilo.org/public/spanish/region/ampro/cinterfor/temas/worker/doc/otros/xviii/cap1/i.htm
3.3.Eficacia horizontal y directa de los derechos
fundamentales: