DÓCIL AL TRANS Miller

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DÓCIL AL TRANS[1]

Por Jacques-Alain Miller


2021-04-22

La tormenta estalló. La crisis trans está sobre nosotros. Los trans están en trance (situémoslo de
inmediato que esto se esperaba) mientras que los psi, pro-trans y antitrans, se agarran del
entusiasmo de los partidarios de los Grandes Cascadores y los Pequeños Cascadores de huevos
en Gulliver.

Estoy bromeando.

Precisamente, qué indecencia bromear, reír y burlarse, cuando lo que está en juego de esta guerra
de ideas es lo más serio que hay, y que es nada menos que nuestra civilización, y su
famoso malestar,  o incomodidad, diagnosticado por Freud a principios de los años 30 del siglo
pasado. ¿El modo satírico es adecuado para un tema tan serio? Desde luego que no. Así que hago
las paces. No lo repetiré. 

Escribí "guerra de ideas". Este es el título del último libro de Eugenie Bastié. Volvió a mí
inesperadamente. No creo que ahí se encuentre la palabra "trans" ni una sola vez. El libro
concluye con la actualidad del feminismo radical y la guerra de los sexos. Dado que esta joven y
linda madre es también la más inteligente de los periodistas, es seguro que el estallido de la crisis
francesa de los trans es posterior de la escritura del libro. Encontremos la fecha del estreno en las
librerías, y sabremos que, tres meses antes, esta crisis aún no era tan perceptible a un punto de
vista mediático tan agudo como la de Eugenie B.

Veamos. Preordené por Amazon La guerre des idées. Enquête au cœur de l’intelligentsia française


[La guerra de las ideas. Investigación en el corazón de la intelligentsia francesa], y fue entregada el
11 de marzo. Así, a principios de este año, lo trans aún no había entrado en lo que el autor, autora,
autriz, llama "el debate público". Era invisible, o invisibilizado,  para usar una querida palabra por
los queridos decoloniales y otros wokes.  ¿O tal vez todos nosotros éramos, no autores, autoras,
autrices, sino avestruces?

¡Otro juego de palabras! ¡He vuelto! ¡incorregible! Me estoy declarando culpable. Pero con
circunstancias atenuantes: una infancia difícil, una adicción al significante, influencias perniciosas.
No puedo ir más lejos en el asunto trans sin defender mi caso.

Defensa pro domo

Desde muy joven, me gustaba jugar con y acerca de los nombres y palabras. Por ejemplo, a
Gérard, mi hermano menor, lo llamé Géraldine. Sin embargo, no se volvió trans y ahora ostenta su
barba en todos los canales de televisión. He estado leyendo desde que era un niño muy pequeño,
¿y cuáles fueron mis primeros libros favoritos? Viaje al centro de la Tierra,  de Julio Verne,
y El escarabajo  de oro, de Edgar Poe, dos historias con un mensaje secreto para descifrar. Me
encantaron las listas de Rabelais, las bromas de Molière, las bufonerías de Voltaire, las letanías de
Hugo, los absurdos de Alphonse Allais (no la "filosofía del absurdo" de Camus), Las Cuevas del
Vaticano, de Gide (no Los alimentos terrestres), el "cadáver exquisito" de los surrealistas, los
"ejercicios de estilo" de Queneau.

Cuando conocí el latín, leí los clásicos, obligatoriamente, pero secretamente atesoraba las sátiras
de Juvenal. Al no ser helenístico (mi padre me había exigido que aprendiera español, "tan
extendido en el mundo"), sólo leí Lucien de Samosate en francés. Nunca me perdí en Le Canard
enchaîné las inversiones burlescas de “Álbum de la Condesa”. Leí el libro de Freud sobre
el Witz  muy temprano.

Así que no tenía un ánimo muy serio. No respetaba a nadie, sino a los grandes escritores, los
grandes filósofos, los grandes artistas, los grandes guerreros y hombres de Estado, o más bien
personalidades de Estado, los poetas y los matemáticos. Incluso había concebido como Stendhal
un "entusiasmo" por las matemáticas, puede que haya llegado a mí también el "horror por la
hipocresía."

Luego, a la edad de veinte años, tuve la desgracia de caer en las redes de un médico, psiquiatra,
psicoanalista, de 63 años, conocido como el lobo blanco por ser una oveja negra. Con el tiempo se
convirtió en una oveja galante (¡transición!). Vivía en un sótano oscuro y de techos muy bajos, una
madriguera, una verdadero antro, en un edificio en eldistrito VII donde había vivido el banquero
de Isidoro Ducasse, por lo que es el único lugar en París que estamos seguros de haber recibido
una visita de Lautréamont. El Dr. Lacan, porque estoy hablando de él, era considerado de gran
importancia. Me dijo la primera vez que me recibió en su consultorio, cuya estrechez hacía
imposible cualquier "distancia social" entre los cuerpos, obligaba a una cercanía opresiva. 

Este personaje irregular, fuera de la norma, no escondía su juego. Mi horror stendhaliano por la
hipocresía no encontraba nada para reprocharle. Era un diablo a cara descubierta, aparentemente
burlándose de todo, entiéndase de todo lo que no era él y no era su causa. En la edad avanzada,
no se molestaba en decir a su Seminario: "No tengo buenas intenciones". La única vez que habló
en la televisión francesa, en horario estelar, dijo, refiriéndose al analista como un santo: " (...) la
justicia distributiva, le importa un bledo […] no ven adonde lo conduce eso”[2]. Empujó la
imprudencia hasta el punto de alardear en público, poco antes de su muerte, de haber pasado su
vida "siendo Otro a pesar de la ley". Una desgracia para mí, no sólo me protegió bajo su ala, ala
negra, ala demoníaca, sino que me convertí en su pariente: me concedió la mano de una de sus
hijas, la que tenía la belleza del diablo, y a quien había llamado Judith, jugando allí también sus
cartas sobre la mesa: el hombre que gozaría de ella debía saber que pagaría con un destino digno
de Holofernes.

¿Cómo me atrapó? Al poner en mis manos  Los fundamentos de la aritmética  de Gottlob


Frege, Die Grunlagen der Arithmetik, 1884, la elaboración lógica del concepto de número (según
él, la aritmética se basaba en la lógica). Él mismo, Lacan, había intentado tres años antes
demostrar a sus followers la similitud que existía entre la génesis dinámica de la serie de los
enteros naturales (0, 1, 2, 3, etc.) en Frege y el desenvolvimiento lo que él mismo llamó una
cadena significante. "Ellos sólo me han puesto trabas", dijo, "vamos a ver si tú lo haces mejor". Mi
sencilla presentación me valió un triunfo entre los psicoanalistas, sus discípulos, y al mismo tiempo
despertó muchos celos de su parte: "¿Pero cómo lo hizo? ¡Y pensar que ni siquiera está en
análisis!" Y ni siquiera era "el yerno" todavía, aunque ya se había forjado un idilio, discretamente,
entre Judith y yo.

Philippe Sollers, príncipe de las letras que empezaba a seguir el Seminario de Lacan, "encantador,
joven, robando todos los corazones después del propio", me pidió mi texto para su revista Tel
Quel. Tenía la frente para rechazarlo, queriendo reservarlo para el primer número, roído en la
Escuela Normal, Cahiers pour l’analyse,  que acababa de fundar con tres camaradas, Grosrichard,
Milner y Regnault. Un cuarto, por otro lado, Bouveresse, miembro del mismo Círculo de
Epistemología, todavía se arrebataba veinte años más tarde, como profesor en el Collège de
France, contra el descaro que había tenido que lacanizar el sacrosanto Frege de los lógicos.
Derrida, por otro lado, mi caimán (tutor) de filosofía, ponía malas caras: consideró mi
demostración abstrusa (estaba poco encasquillada en la lógica matemática). Curiosamente, por
vías que ignoro, mi pequeña charla titulada "La sutura", se convirtió en un clásico de los estudios
cinematográficos en los Estados Unidos (?). 

Así iba el mundo cuando el severo estructuralismo de Roman Jakobson y Claude Lévi-Strauss pasó
hacia el estado de epidemia intelectual en París y sus alrededores. El episodio hizo mi reputación,
la de un genio precoz de los estudios lacanianos. Desde entonces se me señaló como una mariposa
en el álbum de la intelligentsia parisina: Papilio lacanor perinde ac cadaver. Así me encontré a
merced de Jacques Marie Émile Lacan, un gran pescador de hombres ante el Señor.

Cincuenta años después de los hechos, es hora de que Metoo confiese. Horresco referens,  es


horrible decir, pero fui, durante años, víctima de abuso de autoridad por parte de mi suegro,
abusos indescriptibles e incesantes de autoridad, tanto públicos como privados, constitutivos de
un verdadero delito de incesto moral y espiritual. Cedí hasta lo que más pude. ¡Incluso consentí en
la vergüenza! como diría Adèle Haenel -en tomar en eso un cierto placer, un placer cierto. Me
quedé dividido para siempre. 

El monstruo que estiró la pata hace cuarenta años, las repercusiones que perjudicaron sólo
tendrían un alcance simbólico, pero cuan decisivas para curarme las heridas del alma y reparar el
daño causado a mi autoestima.

Reservo los detalles de mi testimonio ante las autoridades judiciales. Pero quiero que se lo sepa:
como fue el polvo que lo compuso lo que habló a través de la boca de San Justo, luchando contra
la persecución y la muerte, no lo olvides, lector, que es una proud victim,  una víctima orgullosa,
que habla a través de la mía. "Pero desafío a que se me arrebate esta vida independiente que me
he dado en los siglos y en los cielos."

Volvamos con nuestros trans. Son víctimas. Como yo.

La revuelta trans
Hay que creer que los actuales dirigentes de la Escuela de la Causa Freudiana, que antaño fue
dirigida por mí y los míos en las fuentes bautismales antes de ser adoptadas por Lacan, tenían una
nariz fina, ya que invitaron a tomar la palabra en las Jornadas Anuales 2019 de la Escuela, en el
Gran Anfiteatro del Palais des Congrès de París, al famoso trans, Paul B. Preciado, coqueluche de
los medios woke, quien aceptó de buena manera.

¿Por qué esta invitación sin precedentes que sorprendió a la comunidad psi? La crisis trans aún no
había estallado, pero era predecible. De hecho, para tomar las cosas en alto, para seguir a largo
plazo el proceso que culmina hoy en Francia en la revuelta de los trans, ¿qué vemos?

Digamoslo rápido. Debemos recordar que los enfermos, nuestros pacientes, todas estas personas
que sufren que se presentaban para ser atendidas  por cuidadores -los que fueran: enfermeras,
médicos, farmacéuticos, cirujanos, dentistas, acupunturistas, osteópatas, fisioterapeutas,
psiquiatras, psicólogos, psicoterapeutas, incluso psicopomposos, por no hablar de los curanderos,
videntes, brujas, tan profundamente escrutados una vez por una Jeanne Favret-Saada -entonces
lacaniana- en un estudio memorable, los marabutos, sanadores, desencantadores, etc., sin
olvidarnos a nosotros, not least, los psicoanalistas, lacanianos y otros -esta masa, por lo tanto,
de demandadores  de cuidados había permanecido pasmado durante milenios ante el "saber-
poder" (Foucault) de los dispensadores  de cuidados. No tenía derecho sino a callarse, excepto
entre los psi, por supuesto, y otros charlatanes de todo tipo. 

Un nuevo paradigma surgió después de la Segunda Guerra Mundial. Se les dio a estos dominados,
día tras día, año tras año, gobiernos de izquierda, gobiernos de derecha, gobiernos de centro:
"¡Hablen! ¡No se dejen callar! Tienen derechos. Por estar enfermos, no son menos ciudadanos.
Sólo hagan lo que hace todo el mundo: ¡Quéjense! ¡Reivindíquese! ¡Pidan que se les rinda
cuentas! ¡Hagan que les rembolsen su dinero! ¡Hagan que se les compense! ¡Se acabó la dictadura
sanitaria! ¡Den paso a la democracia sanitaria!" 

[1] J.-A. Miller. dócil Trans.  [En Lanea] : Jacques-Alain Miller, Dócil a trans - La Regla del Juego -
Literatura, Filosofía, Política, Artes (laregledujeu.org).

[2] J. Lacan. “Televisión”, in Otros escritos.  Buenos Aires: Paidós, 2012, p. 546.

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