La Jerarquización

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La jerarquización

Por Iván Navas. Agosto 26, 2017




Una vez tomado el caso, se procede a su análisis, que comprende la
jerarquización y los diagnósticos. La jerarquización es el proceso
de seleccionar y ordenar los síntomas subjetivos y objetivos según
su importancia o valor. Los pasos a seguir según Sánchez Ortega
son:
1. Se dividen los síntomas en característicos y en comunes, tal
como enseña el parágrafo 153 del Organón (ver cuadro al final):
“En esta búsqueda de un remedio homeopático específico, es
decir, en esta comparación de los síntomas y signos colectivos de
la enfermedad natural con la lista de síntomas de los
medicamentos conocidos, a fin de encontrar entre estos un agente
morbífico artificial que corresponda por semejanza a la
enfermedad que hay de curar, debemos tener en cuenta principal y
únicamente los signos y síntomas del caso patológico,
más notables, singulares, extraordinarios y peculiares
(característicos). Porque estos síntomas son principalmente los
que deben corresponder con los muy semejantes en la lista de
medicamentos con el fin de elegir el más apropiado para realizar la
curación. Los síntomas más generales e indefinidos (comunes),
como la pérdida del apetito, cefalalgia, debilidad, sueño inquieto,
malestar general, etc., merecen poca atención cuando presentan
este carácter vago e indefinido y no pueden describirse con más
exactitud, pues en casi todas las enfermedades y en casi todas las
drogas se observan síntomas de la misma naturaleza general”
(Hahnemann, 2004, pág. 312).
Un síntoma puede ser común para casi todas las enfermedades o
para una enfermedad específica. Dice Kent:
“Desde luego veréis que los síntomas comunes son los que
aparecen en todos los casos de sarampión; los que esperaréis
hallar siempre en el sarampión. Sería raro hallar sarampión sin
erupción: esto sería lo particular. De modo que la ausencia de los
rasgos llamativos de una enfermedad constituye una
particularidad relacionada con el paciente. Pues bien, lo que es
patognomónico es común, porque es común en aquella
enfermedad, pero la falta de lo que es patognomónico caracteriza
aquella enfermedad en particular en aquel paciente, y el remedio
específico será el simillimum. Es preciso conocer las
enfermedades, no por la patología ni por el diagnóstico físico, por
importantes que sean estas ramas de la medicina, sino por los
síntomas, el lenguaje de la naturaleza” (Kent, 1992, pág. 282).
Cada síntoma característico se define como:
– Notables o predominantes: “Serán aquellos que
corresponden a los sufrimientos más intensos o a las alteraciones
que más impresionan al paciente, los fácilmente definibles ya sea
por el paciente o por el médico. Ejemplo: Una fiebre que se
presenta intensa y con convulsiones” (Sánchez, 1992, págs. 350-
353).
– Extraordinarios: “Son aquellos que irrumpen en los
sucederes cotidianos del paciente; que no son habituales; que son
inusitados. Ejemplo: Una metrorragia que se presenta fuera de
tiempo” (Sánchez, 1992, págs. 350-351).
– Peculiares: “Los que son especiales de ese caso, que lo
identifican, son las modalidades”(Hahnemann, 2004, pág. 312).
“Derivan de la forma especial de modular sus reacciones el
individuo, dándole particularidades personales. Ejemplo: La
agravación por hacer esfuerzos de memoria” (Sánchez, 1992, págs.
350-351).
– Singulares, raros o extraños: “Que difícilmente se
encuentra otro igual, en un caso semejante”(Hahnemann, 2004,
pág. 312). Son síntomas poco comunes, escasos o únicos. “Parecen
extraños, raros, como ilógicos. Son coincidentes con los que
derivan de la naturaleza específica del medicamento. Ejemplo:
Que un paciente tenga la tendencia a olvidar todo excepto lo que
sueña” (Sánchez, 1992, págs. 350-353).
Al hacer la lista de los síntomas se deben anotar en el lenguaje del
repertorio, lo más exactamente posible, para su
posterior repertorización.
2. Los síntomas característicos se clasifican en mentales,
generales y particulares, siendo los de mayor valor los
mentales y los de menor valor los particulares. Esto siempre y
cuando los síntomas sean todos característicos, porque entre un
particular característico y un mental común, el síntoma más
importante es el particular característico.
Dentro de los mentales, los de mayor valor son los síntomas
del afecto (el yo siento), luego los síntomas de la voluntad (el yo
hago) y por último los síntomas del intelecto (el yo pienso).
“Ya hemos afirmado y está demostrado en los repertorios y las
materias médicas, que los síntomas mentales más importantes y
que inciden en la patología del hombre son los de la afectividad, o
sea, los del amor, en sus múltiples expresiones y en sus múltiples
grados. Desde el desprecio a sí mismo, a la inconformidad a sí
mismo por no saberse amar, hasta el ateísmo que es el negar el
amor a quien se lo mostró” (Sánchez, 2003, pág. 220).
“Cuando uno alcanza a comprender lo que es la afectividad, se da
cuenta que la syphilis es el miasma más destructivo, precisamente
porque ataca más la afectividad, mientras que a la voluntad la
ataca más la psora, así como la sycosis tiene mayor significado en
lo intelectivo… La sycosis precipita el intelecto, lo hace abandonar
el razonamiento, lo acelera y entonces tiene menos consistencia,
claro que decimos preferentemente porque al afectarse una cosa,
entonces se afecta por contrapeso la otra. La psora es a la
voluntad, porque vemos siempre que el psórico es el impotente, es
el incapaz de hacer, lo reflexiona bastante pero lo pospone, le falta
voluntad para realizarlo totalmente”  (Sánchez, 2000, págs. 22-
23).
3. Los síntomas mentales, generales y particulares a su vez se
dividen, cuando se trata de una enfermedad crónica (y
dependiendo del caso), en síntomas del hoy y en síntomas
del ayer o anteriores “del hoy”. Los síntomas del hoy son los
que está sufriendo el enfermo actualmente, su último momento
existencial, que puede ser de días, de años o de toda la vida. Dice
Sánchez Ortega:
“Los síntomas que seleccionaremos para elegir el medicamento,
deben tener la congruencia indispensable para que refleje la
actualidad morbosa que constituye el episodio presente o
momento existencial del paciente. Desde luego que tendrá relación
inequívoca con el ayer y con todos los episodios anteriores de la
vida del enfermo y de sus ancestros. Pero desde ahora señalamos
que es temerario e inconveniente tratar de eliminar con un
medicamento la totalidad de esa patología en sus diferentes
etapas. Buscaremos el ahora, el hoy que está viviendo el
enfermo” (Sánchez, 1992, pág. 174).
“En todos los casos, los síntomas que tienen mayor antigüedad
serán los menos tomados en cuenta, ya que perseguiremos
siempre la realización de la “ley de curación”, de lo último a lo
primero. Así, el miasma dominante en el “hoy” del paciente
corresponderá necesariamente a la última capa de la patología,
que es la primera que debemos eliminar, y los síntomas más
antiguos corresponderán a las primeras etapas de la enfermedad.
Estos síntomas viejos solo se tomarán en cuenta si en el último
periodo se han incrementado notablemente” (Sánchez, 1992, pág.
524).
4. Se indica a que estado o enfermedad crónica miasmática
pertenece cada síntoma clasificado. Para esto, Sánchez
Ortega asigna un número y un color a cada miasma, y da las
siguientes razones: El número 1 corresponde a la psora, por
considerarse por el mismo Hahnemann como el miasma más
antiguo y porque el trastorno inicial en la nutrición de la célula es
en forma de carencia. El número 2 a la sycosis, por ser la
segunda anomalía que puede descubrirse y comprobarse en todo
proceso patológico, especialmente en lo nutricional… Y
el número 3 a la syphilis, que es la perversión nutritiva, o sea, la
asimilación o el intento de asimilar lo que no corresponde a la
naturaleza del ser que lo pretende (Sánchez, 1992, págs. 451-452).
Respecto a los colores, caracteriza la psora con el azul, la sycosis
con el amarillo y la syphilis con el rojo, haciendo el siguiente
análisis:
“Una coincidencia también admirable con relación a los miasmas y
a los conocimientos de orden general es la relativa a los colores.
Los miasmas son tres: psora, sycosis y syphilis, y los colores
básicos son también tres: el azul, el amarillo y el rojo. Y
admirablemente también cada uno de estos colores básicos refleja
con una adecuación incontrovertible las características del
miasma. El azul como sabemos es un color frío, de templanza, de
pasividad, mientras que el amarillo es brillante, ostentoso, alegre,
y el rojo es cálido, pasional, con la destructividad del fuego… Cada
humano lógicamente tendrá un tinte peculiar en concordancia con
su peculiar mezcla miasmática” (Sánchez, 1983, págs. 66-67).
Si se señalan numéricamente los síntomas, en general se coloca el
o los números que simbolizan cada miasma entre paréntesis y al
final del síntoma; y si se prefiere los colores, se subraya o se
colorea el síntoma.



Referencias
Hahnemann, S. (2004). El Organón de la Medicina. (D. Flores
Toledo, Trad.) México, D. F.: Instituto Politécnico Nacional.
Sánchez, P. (1983). Apuntes sobre los Miasmas o Enfermedades
Crónicas de Hahnemann. Buenos Aires, Argentina: Albatros.
Sánchez, P. (1992). Introducción a la Medicina Homeopática,
Teoría y Técnica. México D. F.: Novarte.
Sánchez, P. (2000). Puntualización de la Clínica Integral
Homeopática, Considerando lo Miasmático – Cuernavaca,
Morelos, 1990. En P. Sánchez, Aplicación Práctica de la Clínica
Integral Homeopática Considerando lo Miasmático (págs. 1-24).
México D. F.: Homeopatía de México A. C.
Sánchez, P. (2003). Apuntes sobre Clínica Integral
Hahnemaniana. México D. F.: Corporativo Grupo Balo.

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