DQ en VERSO (Fagmento) Alexis Díaz Pimienta

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Alexis Díaz-Pimienta

EN UN LUGAR DE LA MANCHA
(Don Quijote en Verso)
PRÓLOGO

El Don Quijote cervantino y todo su abigarrado y novelesco acompañamiento de


personajes y peripecias han sido objeto ya de tantas versiones, inversiones, traducciones,
adaptaciones, reescrituras, recreaciones, continuaciones, que quien todavía no se haya
sumergido en las páginas de esta que nace ahora podrá albergar la duda de si será
oportuna y necesaria alguna más. Y de si estará a la altura de su excelso modelo, y de los
hitos mejores de la larguísima e irregular parentela que ha dejado sembrada en las letras (y
en el cine, la música, las artes figurativas) universales. La duda, si la hubiera, quedará
disipada tan pronto se introduzca el lector en las entrañas de este libro y pueda por sí
mismo apreciar que sí que queda a la altura, y que sí desprende el fulgor que toca a muy
pocos de los dobles que, desde muy temprano (desde el muy madrugador y malévolo
Quijote de Avellaneda) hasta hoy se han ido desglosando del Quijote de Cervantes.
El Don Quijoteque ahora alumbra Alexis Díaz-Pimienta es un canto de amor tan fiel
al Don Quijote de hace cinco siglos que nos hace sentir no como traición, sino como sutil y
gentil contrapunto que ha estado todo ese tiempo madurando, macerando, esperando su
momento, el espacio en blanco que sigue a la pausa versal y la traviesa inventiva que
destilan sus estrofas. Porque el Don Quijote de Alexis Díaz-Pimienta tiene en común con el
de Cervantes algo de lo que casi ningún otro de sus avatares se puede preciar: los dos son
hijos de ingenios y sensibilidades que vivieron inmersos en culturas esencialmente orales,
reminiscencias de mundos que fueron en buena medida sonoros antes de que se
desvanecieran, en el camino abajo que va de la voz a la letra, los timbres, tonos y ritmos —
y ruidos, gritos y estruendos— que no pueden encontrar reflejo fidedigno en la escritura.
Me explico: uno de los méritos que hacen grande al Quijote en prosa de Cervantes
es que logra imitar el ritmo de la voz oral como muy pocas obras de su tiempo: como los
más desenvueltos pasajes dialogados de La Celestina y del Lazarillo, acaso. Y que puede ser
percibido —también— como una cadena de paisajes sonoros que cubren desde el tono de
confidencia pausada de las frases iniciales —las de “En un lugar de La Mancha…”— hasta
los secos golpeteos, agravados por la noche, del capítulo de los batanes, o la barahúnda de
gritos plebeyos de la escena de la liberación de los galeotes, o el temblor desvanecido del
testamento y la muerte del agotado hidalgo. El Quijote de Cervantes está rebosante de
voces, ruidos, armonías (y disonancias) que ocupan a veces el primer plano y que son
otras veces fondo apenas intuido, que acaso solo podrá descodificar con precisión quien
haya sido testigo alguna vez de algún amanecer en algún pueblo manchego —con sones
lejanos de gallos, perros, ventanas y despertares—, o quien se haya reído en alguna
ocasión ante algún bullicioso manteo de peleles de los que todavía hoy son tradicionales
en algunos carnavales campesinos de La Mancha: Tomelloso, Miguelturra, Calzada de
Calatrava…
Cervantes fue hombre de muchas lecturas, pero mucho más lo fue de oído sutil y
atento. Y su tiempo fue de unos cuantos libros y de infinitas voces, ruidos y sones. A
su Quijote bien se le nota eso: que es una sucesión de conciertos y de desconciertos que
pugnan por evadirse de la reclusión silenciosa del libro impreso. De manera que el mudo
destilado que ha llegado hasta nosotros solo puede ofrecernos una imagen muy
disminuida —y, con todo, genial— de cómo sonaba la época en que él vivió.
Alexis Díaz Pimienta es hombre, como Cervantes, de muchas lecturas. Pero mucho
más lo es de oído despierto y de voz música. Y el tiempo y la geografía de los que viene —
la Cuba guajira y agreste, en que los niños aprenden primero, de oído, a componer y
cantar décimas, y después se enteran de que la décima puede ser puesta,
subsidiariamente, por escrito— son, también, celebraciones primarias de la voz, apoteosis
sin desmayo de lo sonoro. Experimento intrigante y fascinante el que se nos ofrece aquí: el
de poder contrastar, a la vuelta de cinco siglos, cómo dos (in)genios que vienen del mundo
y del ritmo de la voz han sido capaces de embutir el sonido que es la madre de todo en la
taquigrafía esquemática de lo escrito.
En el Quijoteen verso escrito de Alexis Díaz Pimienta se echa de menos,
posiblemente, el son de la guitarra, o el del tres, el laúd o el timple que, de tanto seguirle
en un sinnúmero de guateques campesinos cubanos, y en tantas veladas musicales que
han tenido por escenario el ancho mundo, se han quedado adheridos a la entraña más
profunda de sus versos. En realidad, cualquier instrumento muy bien manejado —hasta
un piano— le sentaría bien: el verso, y más el verso de Alexis Díaz Pimienta, pide música.
En el Quijote en prosa de Cervantes notamos el hueco, también, del timbre, la entonación,
los respiros que debería concederse, cuando disfrutase contándolo a sí mismo o a algún
próximo —porque, en el Quijote, la letra era el soporte del narrar—, la voz cansada de su
autor. Sueño sobre sueño: ¿qué voces características y qué ruidos y músicas que nunca
olvidó habría escuchado por ahí, en su vida dilatada y agitada, Cervantes? ¿Cuáles de
ellos habría seleccionado, trasvasado, impuesto con arte de ventriloquía, para sus
personajes y peripecias novelescas? ¿A qué inusitados conocidos suyos le habrían robado
las voces el don Quijote y el Sancho que él oía hablar en su imaginación? ¿Y de qué
manera pronunciaría él las palabras de ellos, en sus lecturas de viva voz?
“El placer de contar historias y el goce de escucharlas” es la etiqueta feliz con que la
maestra Margit Frenk, en un libro muy reciente —Don Quijote ¿muere cuerdo? y otras
cuestiones cervantinas, 2015— ha resumido el juego poético al que se entrega con pasión la
obra maestra cervantina. Al Don Quijote en verso de Alexis Díaz-Pimienta, que nace ahora,
añadiendo a una voz y a una pátina de siglos los tonos y los colores de una invención
nueva y desbordante, le cuadran muy bien todas y cada una de esas palabras, menos una.
Porque, en este Quijote, el “contar” se hace “cantar”.

José Manuel Pedrosa


(Filólogo y folclorista
Profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada
de la Universidad de Alcalá de Henares)
A mis hijos, Axel, Alex y Alejandro.

A mis amigos Abel Prieto e Iroel Sánchez,


culpables de que me aventurara
en esta empresa quijotesca
Sobre el ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

(dicen otros), porque en esto


es distinto lo supuesto
En un lugar de La Mancha, según la obra consultada.
de cuyo nombre no quiero
acordarme, un caballero Pero algunas conjeturas
de alto porte y mente ancha, sugieren de forma vana
de los de pleito y revancha, que se llamaba Quijana;
de los de arenga y motín, aunque estas nomenclaturas
de adarga antigua, rocín no importan a estas alturas.
flaco y galgo corredor, Lo importante en realidad
con lanza de gladiador es no alterar la verdad
y estampa de paladín, y contar que dicho hidalgo
si no estaba haciendo algo
no ha mucho tiempo vivía, leía con ansiedad
entre duelos y quebrantos,
sin más tesoros ni encantos libros de caballerías,
que su verbo y su hidalguía. y tantos y de tal modo
Una olla vieja tenía que leyendo olvidó todo:
de más vaca que carnero, las fiestas, las cacerías,
salpicón nocturno, austero la hacienda y sus monterías,
viernes de frías lentejas, y llegó a tal su locura
sábado de broncas viejas, por esta literatura
palomino dominguero. de episodios por entregas,
que vendió muchas hanegas
Tenía en casa una ama de tierra de sembradura
que pasaba los cuarenta,
una sobrina, parienta para comprar libros llenos
veinteañera, hermosa dama, de historias caballerescas.
y un mozo de surco y rama, Llenó su casa de frescas
de rocín y podadera. hazañas de hombres ajenos.
Pero nuestro hidalgo era
caballero cincuentón, Y cuando leía acción
de una recia complexión, de este tipo, enloquecía,
de carnes como madera, perdía el juicio, quería
dotarlas de comprensión.
enjuto, madrugador
y afecto a la cacería. Y fue tanta la lectura,
Quieren decir que tenía tantas noches sin dormir,
un sobrenombre el señor, tantos días sin salir
un alias definidor ni al aire ni al agua pura,
que no está claro: Quijada que lo atacó la locura,
(dicen unos) y Quesada su cerebro se secó,
su cabeza se llenó y la encajó en el morrión.
de todo lo que leía,
realidad y fantasía Ya está listo para el viaje:
trenzó, mezcló, confundió. adarga, lanza, armadura,
y aquella celada pura,
Se pobló de encantamientos, hecha «del más fino encaje».
de pendencias, de batallas,
de desafiantes murallas, Luego hacia el caballo vuela,
de heridas, requiebros, cuentos, aunque tenía más cuartos
amores, penas, tormentos, que un real, de tachas harto
imposibles disparates… cual caballo de Gonela.
Su mente tornó combates
de literaria invención Cuatro días duró aquel
en real conflagración, ejercicio de encontrar
tal como hacen los orates. cómo al caballo nombrar,
que estuviera a su nivel.
En efecto, rematado
ya su juicio, vino a dar Porque, según se decía
en el más raro pensar él a sí mismo, no era
de cuantos se hayan pensado. razón que el caballo fuera
de inferior categoría.
Decidió el hidalgo insano Si el rocín pertenecía
convertirse en caballero a un hidalgo tan famoso
andante, y andar ligero y tan bueno, era dudoso
por todo el mundo cercano. que no respondiera a un nombre
a la altura de ese hombre
Guerreando se imaginaba respetable y valeroso.
y entonces, ya sin leer,
se metió prisa en hacer Pensó mucho, convencido
posible lo que pensaba. de que era justo que hallase
un nombre que declarase
Y lo primero que hizo quién y qué cosa había sido
fue limpiar, ya decidido, el rocín antes que unido
unas armas que habían sido a él, un caballero andante,
de sus bisabuelos. Rizo se volviese un importante
moho y orín enfermizo cuerpo de cabalgadura.
las cubrían, pues llevaban Porque era lógica pura
(desde que no las usaban) la mudanza de talante.
siglos en aquel rincón.
Las limpió con devoción, Y al fin, en un solo instante,
vio cómo se aderezaban. y pensando en su pasado,
con una lista delante
Pero una falta notó: al flaco rocín amado
¿y su celada de encaje? vino a llamar Rocinante,
«Al morrión simple este viaje
le queda grande», pensó. un nombre alto, sonoro,
Pensando en su nueva acción excelente apelativo,
con cartón y tela usada nombre significativo
se inventó media celada de lo que fue, sin desdoro,
antes de ser el tesoro comprendió que al caballero
andante de un caballero. sólo una cosa faltaba,
Era rocín antes, pero necesaria, obligatoria,
ya no era un viejo rocín: y era buscarse una dama
su ijar, sus cascos, su crin joven para enamorarse
eran de corcel guerrero. y contarle sus hazañas,
porque un caballero andante
Puesto nombre y tan a gusto sin amores no era nada,
a su ex rocín, Rocinante, árbol sin hojas ni fruto,
quiso a sí mismo importante cuerpo carente de alma.
nombre, apelativo justo Decía: «—Si por pecados
o seudónimo robusto o por mi suerte sin manchas
ponerse, y pasó ocho días me encuentro con un gigante,
revisando nombradías, como de ordinario pasa
motes, alias, remoquetes, a los otros caballeros
apodos raros, nombretes, andantes, y con mi lanza
de varias categorías. le derribo de un encuentro,
o le parto en dos la espalda,
Y al cabo vino a llamarse si finalmente le venzo
don Quijote, razón esta y le rindo en la batalla,
que ya a dudas no se presta: ¿no será bien tener alguien
Quijada debió nombrarse. a quien de manera rauda
enviarle la noticia?
Creyó el nombre a secas gris ¿No será buena jugada
y añadió el de su terruño, que se hinque de rodillas
reino y patria, fama y cuño ante mi señora amada,
férreo ante cualquier mentís. y diga con voz humilde:
“—Señora, buena mañana.
E imitando al caballero Me llamo Caraculiambro,
que fuera Amadís de Gaula, de la ínsula Malindrania,
rompió del miedo la jaula soy un gigante famoso
y buscando un nombre entero a quien venció en la batalla
que afamara al verdadero el valiente caballero
lugar de llanura ancha don Quijote de la Mancha,
donde nació, en avalancha el cual me mandó venir
de complacencia y poder para que me presentara
dijo: «—Ya está, voy a ser, ante la vuestra merced,
¡don Quijote de la Mancha!» que es quien dispone y manda?”»

Limpias sus armas, y hecho Cómo se holgó el caballero


del morrión nueva celada, cuando acabó este discurso
puesto nombre a su rocín y más cuando halló el recurso
y él mismo con otra cara, de a quién nombrar «verdadero
no cara de don Alonso, amor», dama de «te quiero,
ni Quijada ni Quesada, te admiro y te esperaré».
sino cara del hidalgo Y a lo que creemos fue
don Quijote de la Mancha, que había una labradora
listo el galgo corredor, vecina, poseedora
listas la espada y la adarga, de un rostro muy hermoso, que
él un tiempo enamorado
anduvo de ella, aunque ella
jamás lo supo, ni huella
de ese amor tuvo a su lado.
Su nombre real, borrado
a partir de esta quimera,
Aldonza Lorenzo era,
del Toboso pobladora,
y desde ya la señora
de su mente aventurera.

Y puesto a buscarle nombre


que no desdijese al suyo,
que bien llenase de orgullo
al caballero y al hombre;
buscándole un sobrenombre
que fuera digno y vistoso
y la llevase al gustoso
trato de reina y señora,
decidió llamarla ahora
Dulcinea del Toboso.
Primera salida de don Quijote

que casi por el momento


dejara lo ya empezado.

Hechas estas prevenciones, Le vino un dato a la mente:


quiso poner en efecto no era armado caballero.
su aventurero proyecto Y según la ley vigente
de gentilhombre en acciones, era éste el paso primero.

sobre todo por saber Él sabía que según


qué falta hacía en el mundo la Ley de Caballería
y cada agravio profundo ni podía ni debía
que pensaba deshacer, tomar armas con ningún

entuertos que enderezar, caballero; y si lo hacía


deudas que satisfacer; sería con armas blancas.
abusos que reprender, Montado, o junto a las ancas
sinrazones que enmendar. de Rocinante podría

Y sin dar parte a persona mostrar que era corajudo


alguna de su intención, pero con espurio acero,
y sin que nadie en la zona como novel caballero
lo viese entrar en acción, sin empresa en el escudo.

una mañana temprano Esta idea un tanto oscura


se vistió de caballero: casi lo hace titubear;
armas largas, rostro fiero, mas pudiendo su locura
calentura de verano. más que otra razón vulgar

Subió sobre Rocinante, propuso raudo, ligero,


tomó su informe celada, sin mediar gesto ni frase
embrazose adarga y guante, hacerse armar caballero
y con su lanza empinada del primero que topase,
dio el primer paso adelante.
imitando lo vivido
Puerta falsa del corral. por otros de su hidalguía
Salida al campo. Sol. Viento. según había leído
Don Quijote ve contento en los libros que tenía.
que nada le sale mal.
¿Y las armas blancas? Bueno…
Mas, cuando se vio en el prado, pensó limpiarlas tan bien
lo sorprendió un pensamiento que parecieran de estreno,
de armiño o blanco satén. cautivo que ya anochece
y que tantas cuitas con
Con esto aquietó su hombría y por vuestro amor padece».
y prosiguió su camino,
que no era otro que el destino Con estos iba ensartando
que su caballo quería, otros muchos disparates,
amores, planes, combates
creyéndose en su locura como en los libros, tratando
que en aquello consistía siempre de estar imitando
la fuerza de la aventura de lo leído el lenguaje.
y de la caballería. Así, fue lento su viaje,
tan despacio caminaba
Yendo, entonces, caminando y el sol tan aprisa entraba,
el flamante aventurero con tanto ardor y fogaje
consigo mismo iba hablando
este diálogo altanero: que tal vez fuera bastante
para derretir sus sesos
«—¡Oh, tú!, sabio con euforia (si los tuviera). ¡Qué excesos
que ha de tocarte cronista los del Caballero Andante!
ser de esta increíble historia, Sin bajar de Rocinante
tendrás que ser altruista anduvo todo aquel día
y como no acontecía
con mi amigo Rocinante, cosa digna de contar
compañero eterno mío, lo empezó a desesperar
no olvides su alucinante su escasa caballería.
garbo y su gran poderío».
Quería un encontronazo,
Luego dijo con idea una bronca, una pendencia
de mancebo enamorado: con quien hacer experiencia
«—¡Oh, princesa Dulcinea, de la fuerza de su brazo.
señora de este cuitado Hay quienes dicen que acaso
fue su primera aventura
corazón! Inmenso agravio la de Lápice; hay quien jura
hecho me has en despedirme, que lo fue el pleito violento
en menear lengua y labio con los molinos de viento,
con afincamiento firme gran prueba de su locura.

de ordenar no aparecer Pero lo que yo he podido


ante vuestra fermosura. averiguar en los pliegos
¡Dignaos, dulce mujer!, de los anales manchegos,
¡dignaos, señora pura!, lo que está escrito y sabido
es que él anduvo subido
e invoca a este corazón todo el día en su rocín
y al anochecer, por fin, con chapiteles de plata,
muertos de hambre y cansados, puente levadizo y honda
miró para todos lados cava, con todos aquellos
de un confín a otro confín, aditamentos que adornan
castillos de los que siempre
por ver si así descubría los caballeros se antojan.
un castillo, una majada
de pastores, la morada Fuese llegando a la venta
donde terminar el día (que a él parecía castillo)
y remediar su sombría y a poco trecho detuvo
y mucha necesidad. a su cuadrúpedo amigo
Roído ya de ansiedad, esperando que un enano,
vio no lejos del camino o algún heraldo legítimo
una venta, del destino rompiera entre las almenas
la última oportunidad. a dar señal de su arribo,
anunciando la llegada
¿Una venta? Cual visión del caballero al castillo;
de que una sacra señal mas como vio que tardaban
lo guiara no a un portal y que Rocinante mismo
sino a alcázares (que son se daba prisa en llegar
muros de su redención), a donde el caballerizo,
entendió lo que veía. se llegó a la puerta y vio
La venta le parecía los semblantes distraídos
castillo de buena estrella. de las mozas que allí estaban,
Se dio prisa y llegó a ella que a él le parecieron lirios,
a tiempo que anochecía. hermosísimas doncellas,
graciosas damas que, a mimos,
Acaso junto a la puerta estábanse solazando
estaban dos hembras mozas, en la puerta del recinto.
de estas que ve mucha gente
y sin respeto las nombra, Y entonces aconteció
mozas que iban a Sevilla que andaba cerca un porquero,
con dos arrieros, y ahora recogiendo entre rastrojos
acertaban en la venta una manada de puercos
a hacerse de pan y olla. (con perdón, así se llaman),
Como a nuestro aventurero y el porquero tocó el cuerno
cuanto pensaba, con honra, a cuya sola señal
o imaginaba o veía, se recogen todos ellos,
le parecía ser obra y al instante don Quijote
acorde con lo leído, materializó un deseo:
al ver aquella ventorra el porquero era el enano,
le pareció un gran castillo y el cuerno, fino instrumento
con cuatro torres gloriosas, dándole la bienvenida.
Y contento fue al encuentro para todo, y frente a todos».
de la venta, de las damas,
las cuales en cuanto vieron El lenguaje no entendido
venir a un señor armado por las señoras, y el talle
de aquella suerte, con miedo del hidalgo acrecentaba
se iban a entrar en la venta; en ellas la risa al aire
pero don Quijote, viendo y en don Quijote el enojo;
su huida, alzó la visera y peor en lo adelante
de papelón descubriendo si a aquel punto no saliera
con un talante gentil el ventero, un hombre grande
su rostro polvoso y seco. y regordete que era
Y con la voz reposada, muy pacífico y amable,
dijo nuestro caballero: y que viendo la figura
«—Non fuyan, vuestras mercedes, contrahecha del andante,
no teman líos ni pleitos; viendo a un caballero armado
a la orden caballeresca con armas tan desiguales
que represento y profeso como la brida y la lanza,
no toca ni atañe hacerles la adarga y el miserable
daños a ninguno, menos coselete, estuvo a punto
a tan hermosas doncellas, de echar sus dientes al aire
como demuestra su aspecto». imitando a las doncellas;
mas temiendo que aquel alguien
Mirábanle las dos mozas usara tantos pertrechos
buscándole con los ojos cuando la risa sonase,
lo que la mala visera determinó sabiamente
le encubría tanto: el rostro; con comedimiento hablarle:
mas al oírlo llamarlas
«doncellas», cosa tan poco «—Si vuestra merced, señor,
común en su profesión, está buscando posada,
las dos jóvenes de pronto amén de lecho (no hay nada
no pudieron contener parecido en su interior),
la risa, y fue de tal modo, pase, que le juro por
que se vino don Quijote Dios que todo lo demás
a decirles: «—Falta noto se haya en abundancia. Es más,
de mesura en las fermosas, se haya en bastante abundancia.
y es mucha sandez e impropio Vuestra merced, sin jactancia,
que haya risa si de leve puede aquí dormir en paz».
causa procede; mas pongo Viendo don Quijote tanta
claro que no se los digo humildad en el alcaide
para tristezas ni odios, de la fortaleza aquella
ni en busca de mal talante, (tal le pareció el amable
que el mío, talante y rostro, ventero y la venta toda),
no es otro que el de serviros, le respondió con donaire:
porque ésta es la mejor pieza
«—Para mí, buen castellano, que come pan en el mundo».
cualquier cosa ha de bastar:
mis arreos son las armas Miró al caballo el ventero
y mi descanso el pelear». y no pareciole tanto
como Quijote decía,
Pensó el huésped que el llamarlo ni la mitad, sino un flaco
«castellano» había sido rocín como otro cualquiera
por haberle parecido de los que había en su campo,
de Castilla al observarlo. pero, por no contrariar
a aquel caballero armado,
Pero era él de Andalucía, fue hasta la caballeriza,
del litoral sanluqueño, lo acomodó en el establo
y al ser más Caco que dueño y volvió a ver qué mandaba
con sorna le respondía: el huésped recién llegado
al cual estaban las mozas
«—Según eso, vuestras camas (o doncellas) desarmando
deben de ser duras peñas; (que ya con él, a esta altura,
su dormir, velar; sus señas, se habían reconciliado).
andar rescatando damas; Las mozas, aunque le habían
quitado peto y respaldo,
y siendo así, puede con jamás pudieron quitarle
seguridad apear la gola, o desencajarlo
aquí su cuerpo; ha de hallar de la maltrecha celada
en esta choza ocasión que don Quijote, inspirado,
se atara con cintas verdes
para insomnios en un año, y era menester con algo
cuanto más en una noche. cortarlas, por no poder
Bájese ya, no se abroche quitarse todo lo atado;
a ese estribo tan extraño». mas él no lo consintió
y así se quedó el hidalgo,
Y dicho esto, fue a tener toda la noche embutido
del estribo a don Quijote, en la celada, «encelado»:
que se apeó dando un bote, la más graciosa y extraña
con dificultad, sin ver, figura era aquel milagro;
y al desarmarle, como él
como aquel que en todo el día se imaginaba en las manos
no había desayunado. de principales señoras
Y éste le dijo: «—Cuidado y damas de un alto rango,
con mi rocín, debería les dijo con galanura,
con voz templada y con garbo:
velarlo a cada segundo,
cuidarlo con gran destreza, «—Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido, de masa salada y seca,
como fuera don Quijote bacalao, curadillo,
cuando de su aldea vino; o en otras partes truchuela.
doncellas curaban de él,
princesas de su Rocino, Dijéronle: «—¿Por ventura
o Rocinante, que es éste vuestra merced comería
el nombre sonoro y digno truchuela?, ¿comer podría
de mi caballo, señoras, truchuela, aunque esté muy dura?»
como don Quijote el mío,
don Quijote de la Mancha, Sabía cada mujer
que puesto que no he querido al ser ya viernes pasado
descubrirme hasta que hazañas que no había otro pescado
hechas en vuestro servicio para darle de comer.
y favor me descubrieran,
fuerza fue ahora deciros «—Como haya muchas truchuelas
de memoria, damas mías, –respondioles don Quijote–
este romance muy antiguo podrían servir de truchas,
de la isla de Lanzarote, pues cuando hay hambre no hay nombre.
para que hubierais sabido Tal vez pase a las truchuelas
mi nombre antes que otra cosa; como a otras carnes: conoces
pero tiempo vendrá digno que la ternera es mejor
en que vuestras señorías que la vaca adulta, enorme,
me manden a los caminos, y el cabrito que el cabrón
y yo obedezca, y la fuerza que es mayor y no se come.
de mi brazo y de mi espíritu Pero sea lo que fuere
descubra el grande deseo la truchuela que me pone
que yo tengo de serviros». venga luego, que el trabajo
y el peso de armas tan nobles
Las mozas, no hechas a oír no pueden llevarse sin
retóricas semejantes, el gobierno del abdomen».
no le decían palabra;
sólo si tenía hambre. Puesta la mesa a la puerta
de la venta por el fresco,
«—Cualquier cosa yantaría trájole el huésped un poco
–dijo Quijote al instante–, de aquel bacalao seco,
pues me haría mucho al caso mal cocido y remojado,
lo que las damas preparen». y trájole un pan tan negro
que estaba como sus armas
Era viernes aquel día por lo duro y lo mugriento.
y no quedaba en la venta
sino unos pocos pescados Qué risa verle comer,
que en las castellanas tierras porque puesta la celada
suelen llamar abadejos, y con la visera alzada
no se podía poner hizo sonar su silbato.
nada en la boca sin ser Y eso bastó. En poco rato,
servido por otra mano. el hidalgo soñador
Qué risa ver a un humano
con aquella indumentaria acabó de confirmar
con la boca sedentaria, que estaba en algún castillo:
y el estómago tirano. música de caramillo
le ponían al yantar,
De las dos, una señora truchas de carne ejemplar
aceptó este menester; en vez de seco abadejo,
mas el darle de beber pan candeal, no pan viejo,
era imposible hasta ahora. dos bastardas vueltas damas,
De pronto, el ingenio aflora: un castellano sin camas,
coge una caña el ventero, pero con trato de espejo.
la horada muy bien primero,
le pone un cabo en la boca, Con esto daba por bien
y por el otro una poca empleada su salida.
de vino le echa al guerrero. Sólo tenía una herida:
no haber topado con quien
Todo aquello lo admitía lo armase de andante en
don Quijote con paciencia, esas tierras todavía.
por no romper la excelencia Sabía que no tendría
que su celada tenía. aventuras importantes,
Llegó, mientras él comía, si no recibía antes
a la venta un castrador la Orden de Caballería.
de puercos, que atronador
Don Quijote es armado caballero
cumplirá lo que pido de rodillas.

Y fatigado de este pensamiento, Me armará caballero en un segundo


abrevió su frugal y triste cena, para poder, como se debe, ir
llamó al ventero sin ninguna pena a buscar aventura y combatir
y encerrose con él por un momento por los cuatro costados de este mundo.

en la caballeriza y de rodillas Iré en pro de los menesterosos,


se hincó ante él, diciendo: «—No me voy como es deber de la caballería
jamás a levantar de donde estoy, y de los caballeros. Estaría
valiente paladín, si no me pillas dispuesto a pleitos harto peligrosos».

y me otorgas con toda cortesía El ventero, que como ya está dicho,


el don que hoy a pedir mi voz alcanza, era algo socarrón, y que tenía
el cual redundará en vuestra alabanza barruntos del delirio que sufría
y del género humano a cada día». el huésped de la adarga y el capricho,

El ventero lo vio a sus pies rendirse, acabó de creerlo al escuchar


escuchó semejantes sinrazones semejante razón, y por reír
y confuso pensaba: «¿Dar qué dones?» aquella noche, decidió seguir
No sabía qué hacer ni qué decirse. el humor, refrenando el carcajear;

El ventero porfiaba y le pedía y le dijo que andaba muy acertado


se levantase; mas no quiso oír, en lo que deseaba y le pedía,
hasta que hubo el ventero de decir y que tal prosupuesto de hidalguía
que le otorgaba el don que le pedía. era propio de un hombre preparado

«—No esperaba yo menos, señor mío, tal como él parecía y se mostraba,


de la gran magnificencia vuestra y que, asimismo, cuando él era mozo
se había dado al ejercicio honroso
de andante caballero, y siempre andaba
–respondió don Quijote–. Me demuestra
que es magnánimo y tiene poderío, en diversos lugares muy lejanos
buscando sus venturas y aventuras,
y así os digo que el don que os he pedido sin que hubiesen faltado las llanuras,
y de vuestro esplendor me ha sido dado, ni percheles de Málaga en sus manos.
es que mañana me dejase armado
caballero cual otros que he leído. Y díjole también que en su castillo
no había una capilla en que poder
Esta noche, señor, en la capilla velar las armas, pues la iba a hacer
de este castillo velaré las armas; nueva, distinta, con más luz y brillo;
y mañana, con todas las alarmas,
pero que en caso de necesidad a un pozo las dejó puestas
él podía velarlas dondequiera, embrazándose la adarga,
y esa noche podría, si quisiera, asiendo como un guerrero
velarlas de su patio en la mitad, de mil batallas su lanza,
y con gentil continente
y a la mañana, siendo Dios servido, se paseó enfrente del agua.
se haría la debida ceremonia En cuanto empezó el paseo,
de forma que con grave parsimonia la noche ya se cerraba.
quedase en caballero convertido.
Contó a todos el ventero
Preguntó si traía los dineros. la vela de aquellas armas,
Respondió don Quijote que ni blanca, la locura de su huésped
pues no había leído (frase franca) que, además de adarga y lanza,
en las historias de los caballeros armarse de caballero
por la mañana esperaba.
andantes que ninguno los trajese. Admirados del extraño
Y a esto dijo el ventero: «—Engaño ha sido, género de su vesania
si en los libros no está es que ha parecido fueron a verlo de lejos
a los autores o a quien lo escribiese y vieron que paseaba
con sosegado ademán,
que no era menester poner escrita o arrimándose a su lanza,
una cosa tan clara y necesaria los ojos abiertos, grandes
como el dinero o la camisa diaria y fijos sobre las armas.
que todo caballero necesita, Cerró la noche por fin
y era la luna tan clara
mas no por eso había de creerse que podía competir
que nunca los trajeron; dé por cierto con el que luz le regala,
que todo caballero es un experto de forma que cuanto hacía
en autoalimentarse y mantenerse. aquel caballero en armas
era observado por todos
Por esto le aconsejo en sus salidas los que en la venta se hallaban.
(como a un verdadero y noble ahijado)
que no ande sin dineros, tan menguado, Antojósele a un arriero,
y sin las prevenciones referidas». de pronto, salir afuera,
partir de la venta un rato
Prometiole don Quijote para dar agua a su recua,
hacer lo que aconsejaba, y se le ocurrió quitar
y sin dilatar aquello del sitio en que las pusiera
ordenó velar las armas las armas de don Quijote,
en medio de un corral grande quien viéndole, con mil fuerzas
que junto a la venta estaba. al arriero le gritó:
Y recogiéndolas todas, «—¡Eh, tú, quienquiera que seas,
sobre una pila cercana atrevido caballero,
que a tocar las armas llegas
del más valeroso andante para quitar las armas de la pila
que jamás pisó la tierra, y sin mover ni labio ni bigote
que jamás ciñó la espada, soltó otra vez la adarga don Quijote,
que jamás temió pelea, alzó la lanza, y con furia tranquila
mira qué haces, no las toques,
si no quieres dejar tiesa hizo pedazos, más de tres contados,
tu vida en forma de pago la cocorota del segundo arriero:
por tu maldita insolencia». golpes de lanza, voz de caballero
abriendo cráneo ajeno en cuatro lados.
No se curó el arriero de razones
(aunque fuera mejor que se curara, Ante el ruido acudió toda la gente
que era hacerlo en salud, al menos para de la venta, entre ellos el ventero.
un pleito de tan locas dimensiones); Viendo esto de pronto el caballero
embrazose su adarga nuevamente
antes, trabándolas de las correas,
las arrojó gran trecho de sí, lejos. y dijo echando mano de su espada:
Don Quijote lo vio. Con mil reflejos «—¡Señora Dulcinea del Toboso!,
alzó la vista al cielo, y con ideas ¡vigor de un corazón tan tormentoso!,
puestas en su señora Dulcinea ¡es tiempo de que vuelvas tu mirada
dijo: «—¡Acorredme, dama del Toboso,
en esta afrenta, oprobio doloroso a este cautivo y noble caballero
que a vuestro avasallado se le crea! que tamaña aventura está atendiendo!»
Y su ánimo con esto fue tremendo,
No desfallezca en este primer trance tanto que si atacase el mundo entero
vuestro favor y amparo, dueña mía»
–y diciendo ésta y otra fantasía con todos los arrieros mano a mano
soltó la adarga, y para darle alcance no volviera el pie atrás. Los compañeros
de los heridos, los demás arrieros,
alzó la lanza a dos manos y diole comenzaron de lejos, y temprano,
tal golpe al pobre arriero en la cabeza
que en el suelo maltrecho derribole, a llover piedras sobre don Quijote
probándole su fuerza y su destreza. quien tras su adarga se salvaguardaba
y de la pila no se separaba
Hecho esto sus armas recogió protegiendo las armas del azote.
y a pasearse volvió con el reposo
que primero tenía, ni nervioso El ventero pidió se le dejase,
ni preocupado por lo que pasó. que ya había advertido que era loco,
y que por loco penaría poco,
Al rato, sin saber lo allí pasado aunque a golpes a todos los matase.
(aún estaba aturdido el pobre arriero)
llegó otro a lo mismo que el primero, Entre tanto pedrusco y alarido
a dar agua a sus mulos. Preparado don Quijote los daba igual, mayores,
llamándolos aleves y traidores A todo dio el asenso don Quijote
y al señor del castillo mal nacido. y dijo estar dispuesto a obedecerle,
que abreviara el ritual para volverle
Hablaba con tal brío y tal denuedo caballero, y marcharse de allí al trote
que un terrible temor infundió en todos
los que le acometían. Por sus modos, pues si fuese otra vez acometido
y por las persuasiones que vertía y se viese él armado caballero,
pensaba no dejar vivo a un arriero
el ventero, dejaron de tirarle, ni a nadie en el castillo. Ya advertido
y él dejó retirar a los heridos,
y tornó a velar armas, ya sin ruidos, y medroso de esto el castellano
con la calma de antes de atacarle. trajo un libro, el mismito en que asentaba
la paja y la cebada que le daba
Bien no le parecieron al ventero a los arrieros desde muy temprano,
las burlas de su huésped, el desorden,
y decidió abreviar, darle la Orden, y a la luz de una vela que traía
y armar a don Quijote caballero un muchacho, y las dos dichas doncellas,
se vino a don Quijote con las huellas
del temor en la cara todavía.
antes que otra desgracia sucediese;
y llegándose a él se disculpó Lo mandó de rodillas a ponerse
de la insolencia con que lo trató y leyendo el manual cual si leyera
la gente baja, sin que lo supiese, una oración devota verdadera,
en el medio dispuso detenerse.
pero que, «como ve», bien castigado
quedaban por su burdo atrevimiento. Alzó la mano, y diole sobre el cuello
Y repitió, como al primer momento, un buen golpe, y tras él, tomó la espada
que aquel castillo estaba preparado del propio don Quijote, y le dio cada
espaldarazo que perdió el resuello.
aún sin capilla, para investidura
de un caballero tan extraordinario, Más tarde, mandó a una de las damas
para lo que restaba innecesario le ciñese la espada, y lo hizo con
era tener campilla; su armadura mucha desenvoltura y discreción,
pues era menester ir por las ramas
de caballero andante consistía
ya en pescozada, ya en espaldarazo, para no reventar, morir de risa,
según la ceremonia, y que en su brazo a cada punto de la ceremonia;
escudo de la Orden luciría, la hazaña (que detrás se testimonia
porque en mitad del campo se podía pone a raya la mínima sonrisa).
hacer el rito; ya había cumplido
lo de las armas: según lo entendido, Al ceñirle la espada, la señora
con dos horas de vela se cumplía. dijo disimulando lo nervioso:
«—Dios haga a su merced muy venturoso
caballero en las lides desde ahora».

Preguntó don Quijote por su nombre,


por saber de ese día en lo adelante
a quién agradecía como andante,
con quién partir sus honras como hombre.

Respondió humildemente que Tolosa,


hija de un zapatero de Toledo:
«—Tenerle por señor me agrada y puedo,
y de servirle voy a estar dichosa».

Le pidió don Quijote, por amor,


que le hiciese merced y en lo adelante
le pusiera a Tolosa un «don» delante:
«doña Tolosa», para su señor.

Ella lo prometió; y la otra doncella


lo calzó con la espuela, lo «espoleó»,
y el caballero armable recitó
idéntico coloquio para ella.

Viendo que era locura y era coña


dijo la otra llamarse Molinera,
hija de un molinero de Antequera,
y Quijote también la volvió doña.

Hecha entonces de trote y con premura


la hasta allí nunca vista ceremonia,
no vio hora en salir de esa colonia
don Quijote a buscar nueva aventura.

Ensillado el enjuto Rocinante


lo montó y abrazando al castellano
le habló tan raro que sería en vano
referir su discurso delirante.

El ventero, por ver que sin demora


saliera de la venta, brevemente
respondió, y sin cobrarle lo pendiente
dejó que se marchara a buena hora.
Don Quijote sale de la venta

Salía el sol cuando, al trote, al cielo que me da hoy


muy contento, alborozado ocasión tan milagrosa,
por ser caballero armado,
salió al mundo don Quijote. pues me pone ya delante
Brillaba como un lingote, donde yo pueda cumplir
el gozo le reventaba con mi profesión, e ir
las cinchas con que apretaba como caballero andante
el lomo de Rocinante. a recoger al instante
Mas, recordando al instante el fruto de mi deseo:
los consejos que guardaba estas voces, según creo,
son de algún menesteroso,
de aquel castellano amigo o de mendiga en un foso
sobre cuáles prevenciones, de sufrimiento y saqueo,
avituallas, provisiones
debía llevar consigo
(dinero, camisa, abrigo…), de alguien a quien menester
pensó a su casa volver, es mi favor y mi ayuda».
acomodarse y coger Y sin pensarlo, sin duda,
de todo: hasta un escudero, volvió la rienda a coger
teniendo en cuenta a un granjero e hizo al caballo volver
vecino suyo, que al ser hacia donde parecía
que aquel quejido salía;
pobre (aunque padre) sería y a pocos pasos que entró
el más útil entre mil al bosque, una yegua vio
para el arte escuderil flaca, que permanecía
que era hacerle compañía.
Tomando esta idea, guía atada a un árbol, y al lado
a Rocinante a su aldea, divisó a un joven desnudo
y éste al descubrir la idea de medio cuerpo, nervudo
con tanta gana echa a andar (quince años no pasado),
que parecía volar: y era él quien había dado
Pegaso que no aletea. las voces y no por gusto:
otro labrador robusto
Y mucho no había andado con una pretina estaba
en cuanto le pareció azotándolo. Golpeaba
que a su diestra mano oyó al muchacho y al arbusto
de un bosque espeso y cerrado
un ¡ay! hondo y delicado a la vez que reprensión
de persona quejumbrosa. y consejos le iba dando,
Y apenas oyó tal cosa mientras decía, jadeando:
cuando dijo: «—Gracias doy «—La lengua quieta, bribón,
los ojos listos, ladrón». pero es tan descuidado,
Y el muchacho respondía: ¡tan descuidado!, que cada
«—No lo haré más, no lo haría, mañana en plena alborada
señor, por Dios, se lo juro, me falta una oveja. Amigo,
y cuando cojo y castigo
no lo haré otra vez, seguro su falta o bellaquería
que éste es el último día. dice que es malicia mía,
que castigarlo consigo
Prometo tener ahora
más cuidado con el hato». por no pagar la soldada
Viendo Quijote aquel trato que le debo, ¡y por Dios!, ¡miente!»
(o maltrato, porque llora) Don Quijote de repente
con voz airada y sonora grita desde su celada:
dijo al otro: «—¡Descortés «—¿Miente, ruin villano? ¡Nada!
caballero, malo es ¡Por el sol que nos alumbra
golpear a quien no se puede que hoy esta lanza se herrumbra
defender de quien lo agrede! atravesándolo ahora!
¡Súbase ya de una vez ¡Pagadle ya sin demora,
dadle lo que no acostumbra!
en vuestra yegua cansina
y retome vuestra lanza» Si no, por Dios que nos rige,
–también el de la labranza que os concluyo y aniquilo.
tenía una lanza fina ¡Desatadlo ya, y tranquilo
y larga junto a la encina dejadlo con lo que exige!»
donde la yegua amarrada El hombre se autocorrige,
estaba–. ¡Tome su espada baja la cabeza, y sin
que yo os haré conocer responderle al paladín
que de ruines suele ser desata al joven criado,
lo que hace en esta jornada!» a quien al ver desatado
dijo Quijote: «—Por fin,
El labrador, que vio a aquel
hombre una lanza blandiendo ¿cuánto te debe el señor?»
sobre su rostro, temiendo Y él le dijo: «—Nueve meses,
una muerte rauda y cruel, a siete reales». «—¡Preces!»
con retórica de miel Y sacó la cuenta por
le respondió: «—Caballero, el joven agricultor:
este muchacho fullero siete reales por mes
que ahora mira castigado sumaban sesenta y tres.
es mi más joven criado, Y le dijo al avariento
quien me sirve el día entero que o le pagaba al momento,
o estiraría los pies.
para guardar la manada
de ovejas en este prado, Respondió el triste villano
que por el paso en que estaba porque en viéndose apartado
por todo lo que juraba me desollará, lo sé,
(falso juramento, vano) como a un san Bartolomé
no eran tantos, de antemano este granjero malvado».
había de descontar «—No hará tal –replicó airado
y en cuenta también echar don Quijote–, no hará tal;
los tres pares de zapatos basta que yo frene el mal
que le daba, aunque baratos para que tenga respeto,
buenos para caminar. basta que acate el sujeto
de estirpe perjudicial
Y un real de dos sangrías
que enfermo le preparó. la Ley de Caballería
«—Bien eso está –replicó tomada, y le dejaré
don Quijote–, mas las frías libre y aseguraré
cuentas se quedan vacías la paga que le debía».
por los azotes que atado «—Vuestra merced se confía
y sin culpa le habéis dado: –dijo el muchacho–; mi amo
si el cuero partiole en dos no es caballero, es un gamo,
a los zapatos que vos ni tiene orden oportuna
pagasteis, le habéis rajado de caballería alguna
que contenga su reclamo.
de su cuerpo el cuero igual;
y si le sacó el barbero Él es Juan Haldudo, el rico
sangre al enfermo, primero vecino del Quintanar».
vos sin llevarlo a hospital «—Poco importa: en tal lugar
(en sanidad irreal) habrá un caballero y pico,
también se la habéis sacado; cuanto más, según me explico,
así que por este lado si son hijos de su obra».
el joven no os debe nada. «—Así es verdad –con zozobra
La deuda se halla igualada dijo Andrés–, pero mi amo,
entre dueño y endeudado». ¿de qué obra es hijo? Proclamo
que quien lo ayuda no cobra,
«—El daño está, caballero,
en que yo no tengo aquí pues me niega mi soldada
dineros; que tras de mí y mi sudor y trabajo».
venga Andrés a casa. Espero «—No lo niego, chico majo
pagarle todo el dinero, –respondió como si nada
todo, real a real». el labrador–. ¡Aceptada!,
«—¿Irme yo con él?, ¡fatal! pero hacedme ahora un placer:
–dijo el muchacho–, ¡mal año! veniros conmigo a ver,
No, señor, que me hace daño, que yo juro al caballero
ni por pienso haría tal, pagaros todo el dinero
que haya quedado a deber
tan valeroso y buen juez,
y hasta reales sahumados». ¡vive Roque!, que si no
«—Del sahumerio os hago gracia me paga pronto, haré yo
–dijo Quijote–. ¡Falacia!, que vuelva aquí y efectúe
dadlo en reales contados lo que dijo, así que, actúe,
y estamos regocijados; cumpla con lo que juró».
y mirad el cumplimiento
de lo jurado, o violento «—Juro –dijo el labrador–
os juro que he de buscaros que por lo mucho que os quiero
dondequiera y castigaros voy a acrecentar primero
por el falso juramento. la deuda, para mejor
acrecentar el valor
Os juro que lo he de hallar de la paga, calzonazo»
aunque escondáis en un cuarto –y asiéndolo por el brazo
o cueva como un lagarto. le tornó a atar a la encina,
Y si queréis constatar donde le dio una azotina
quién os manda, por quedar tal, que lo dejó zarazo.
con más veras obligado,
sabed que soy el armado «—¡Eh, llamad, llamad ahora
don Quijote de la Mancha, –le decía el labrador–
un caballero que ensancha al flaco deshacedor
las proezas del pasado». de agravios, que se demora!
Llama, grita, gime, llora,
Dando su razón por buena y veréis que no desface
don Quijote en un instante aqueste agravio. Y me nace
picó sobre Rocinante que me falta desollaros
y se apartó de la escena. vivo, para no dejaros
ganas de hacer lo que hace».
Después de discurso y gesto Le soltó y le dio licencia
el labrador lo siguió para que fuese a buscar
con la vista, y cuando vio al «juez» que iba a ejecutar
que había el bosque traspuesto la pronunciada sentencia.
y parecía indispuesto Andrés partió con urgencia,
a volver, miró al criado algo mohíno, jurando
Andrés y dijo, taimado: buscarlo e irle contando
«—Venid, hijo mío, os quiero punto por punto qué había
pagar como el caballero pasado al final del día.
que se fue me lo ha mandado». El joven partió llorando.

«—Eso juró –dijo Andrés–, El amo quedó riendo.


y andará bien acertado Y así el agravio «deshizo»
en cumplir lo que ha jurado don Quijote, quien, rollizo
a un caballero que es de contentura, sintiendo
un alborozo tremendo que en cuatro se dividía.
por todo lo sucedido, A la mente le venía
pareciéndole haber sido la encrucijada, el destino
gran caballero en acción, cruzado donde con tino
con grande satisfacción los caballeros andantes
de sí mismo, andaba erguido, cavilaban, vacilantes,
cuál camino tomarían;
se iba acercando a su aldea, e imitando lo que hacían
diciendo: «—Dichosa eres estuvo varios instantes
sobre todas las mujeres,
mi querida Dulcinea, quedo, y al cabo de haber
pues como amada presea muy bien pensado soltó
te cupo en suerte tener rienda al rocín, lo dejó
sujeto a tu parecer a su voluntad hacer
y rendido a tu talante y éste siguió su primer
a un gran caballero andante impulso, que fue ir con prisa
como es y siempre ha de ser hacia la caballeriza.
Y a las dos millas de trote
don Quijote de la Mancha, localizó don Quijote
que ayer se armó caballero una cuadrilla insumisa
y hoy ha deshecho el primero de mercantes toledanos
y mayor agravio en ancha que iban a Murcia a comprar.
y criminal avalancha Eran seis, y hasta el lugar
de sinrazón y crueldad; llevaban los parroquianos
un látigo de maldad sus quitasoles livianos
quitó al brutal enemigo y cuatro criados que
que inflingía vil castigo iban a caballo. A pie,
a un mozo de corta edad». tres mozos, uno por mula.
Pero ninguno calcula
En esto llegó a un camino lo que ahora contaré.
Don Quijote y los mercaderes

A pesar de su premura,
apenas les divisó
don Quijote imaginó
ser cosa de otra aventura,
e imitando la lectura
le pareció allí venir
de molde una que vivir.
Pensaba así, y de repente,
con garboso continente
y denuedo y buen urdir

afirmose en los estribos,


apretó la lanza, arrecho,
llegó la adarga hasta el pecho,
y con los gestos altivos
de caballeros activos
esperó que, desafiantes,
los caballeros andantes
llegasen (que ya por tales
los tenía: por iguales);
y cuando en pocos instantes

se pudieron ver y oír,


don Quijote alzó la voz
y con ademán veloz,
marcial, empezó a decir,
a gritar, a proferir:
«—Todo el mundo se detenga
y que cada uno venga
a confesar que no existe
en este mundo tan triste
una doncella que tenga

un semblante más hermoso


y una belleza más ancha
que la reina de La Mancha,
Dulcinea del Toboso».
Parose el grupo, nervioso,
se detuvieron al son
de esta inaudita razón,
y al ver la extraña figura
del que hablaba tal locura,
al prestar más atención

a la figura y la cara
de quien pedía ese empeño,
supieron loco a su dueño,
mas pretendieron ver clara
la cuestión: ¿qué era esa rara
confesión que les pedía?
Y uno de ellos, que tenía
fama de ser muy burlón
y muy discreto, guasón,
le dijo: «—Su señoría,

nosotros no conocemos
quién es la buena señora
que decís; muéstrela ahora,
que si nosotros la vemos
y ella fuere los extremos
de la ya dicha hermosura,
de buena gana una pura
confesión de la verdad
daremos conformidad
de lo que pide y procura».

«—Si os la muestro –replicó


don Quijote–, ¿al confesar
una verdad tan impar
qué ganaréis?, digo yo.
La importancia está en que no
la veáis para creer,
confesar y defender
su belleza; si no, os digo,
habrá batalla conmigo
y me tendréis que vencer,

gentuza descomunal
y soberbia, de uno en uno,
como pide el oportuno
y respetado manual
de la no menos genial
Orden de Caballería;
o todos juntos, sombría
costumbre de mala usanza
entre los de vuestra holganza,
nula ralea y valía.

Aquí os aguardo y espero,


confiado en que la razón
está aquí, en mi corazón».
«—Pero, señor caballero
–dijo un mercader–, yo quiero
suplicar en nombre de estos
príncipes aquí dispuestos,
que, por no cargar conciencias
confesando unas querencias
ni vistas ni oídas, gestos

contra las emperatrices


y reinas de Extremadura
y la Alcarria, añadidura
sea mostrar las raíces
de su belleza, matices
de algún retrato de ella,
aunque sea simple huella,
que por el hilo el ovillo
se sacará, y con su brillo
quedaremos, si es tan bella,

satisfechos y seguros
como contento y pagado
vuestra merced; de su lado
creo que ya estamos, juro
que aun siendo el retrato oscuro,
que de un ojo sea tuerta
y del otro sangre muerta,
piedra azufre y bermellón
le manara, con razón
por complacer su despierta

voluntad, sólo diremos


aquello que vos quisiere».
«—¡No le mana, miserere,
canalla, jefe de memos!
–respondiole en los extremos
de la rabia don Quijote–;
no le mana, zopilote;
no le mana sino algalia,
ámbar, perfume de Italia;
le mana de luz un brote.

No es tuerta ni corcovada,
es más derecha que un huso
de Guadarrama; su abuso
pagaréis frente a mi espada;
la grande blasfemia usada
contra tamaña beldad
la pagaréis de verdad».
Y diciendo esto bajó
su lanza y arremetió
con grande agresividad

contra el que le había hablado,


con tanta furia y enojo
que si no es por un abrojo
o canto mal enterrado
con el que se vio enredado
tres pasos más adelante
el bueno de Rocinante,
mal lo pasara el resuelto
mercader, el desenvuelto
y decidido mercante.

De Rocinante cayó
don Quijote y fue rodando
por el campo. Iba intentando
levantarse, pero no,
jamás alzarse logró:
causaban mucho embarazo
la lanza, la adarga al brazo,
las espuelas, la celada,
la antigua y enorme espada
impidiendo cada paso.

Y entre tanto que pugnaba


por alzarse y no podía.
«—¡Non fuyáis! –les repetía–.
¡Gente cobarde! –gritaba–.
¡Atended mi estirpe brava
que no por mi culpa ha sido
que en el suelo estoy tendido,
sino por mi Rocinante».
Y un mozo de mulas ante
ese nuevo sinsentido,

ante tan alta arrogancia,


no pudo pasar sin darle
en las costillas, marcarle
la respuesta a su ignorancia.
Yendo hasta él, con prestancia
tomó la lanza, y después
de partirla en dos o tres
pedazos, con uno de ellos
comenzó a darle en el cuello,
en los brazos, en los pies,

tantos palos, tal ringlera,


que a despecho y a pesar
de sus armas, sin parar,
lo molió como cibera.
Voces oyó de que fuera
calmándose, de que tanto
no le diese, ¡por Dios Santo!
Pero ya picado estaba
el mozo y no abandonaba
el juego de vil encanto

hasta envidar todo el resto


de su cólera sin chanza.
Otros trozos de la lanza
cogió y con furioso gesto,
con enfado manifiesto
los acabó de romper
sobre el caído, que al ver
tantos palos no cerraba
la boca y amenazaba
al cielo, a la tierra, al Ser

y a esos turbios malandrines


(que tal cosa parecían).
Ya los brazos le dolían
al mozo, y cuando sus fines
alcanzó, a otros trajines
marchose altivo y cansino,
y siguieron su camino
los mercaderes con él,
llevando qué hablar de aquel
apaleado peregrino,

el cual, después que se vio


solo, comenzó a probar
si ya se podía alzar
sin ayuda; pero no,
si antes no lo consiguió
cuando estaba sano y bueno,
¿cómo alzarse del terreno
ahora, deshecho, molido?
Aunque estaba convencido
de ser dichoso: un estreno

como caballero andante


tal trance le parecía,
todo el mal lo atribuía
a su flaco Rocinante.
Roto el cuerpo, y el semblante
dolido, resquebrajado,
don Quijote siguió atado
al dolor, no a la derrota,
con la mente en blanco, rota,
y todo el cuerpo abrumado.

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