2010 La Dificil Construcción de La Identidad Latinoamericana

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CAEI

Centro Argentino
de Estudios
Internacionales

La difícil construcción de La
Identidad Latinoamericana

by Rosalía Inés Lenguitti

Working paper # 21
Programa Historia de las Relaciones Internacionales
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Todos los derechos reservados. - Pág. 1
La difícil construcción de La Identidad Latinoamericana1
Por Rosalía Inés Lenguitti2

Esta presentación realiza un buceo bibliográfico, recorriendo la formación sinuosa de la polifacética,


caleidoscópica identidad latinoamericana a través del fluidodevenir de los tiempos, hundiendo la mirada
en diferentes presentes históricos de nuestro Continente y en la búsqueda de un sustrato cohesivo
identitario que marcó modelos de prácticas políticas ciudadanas peculiares, propias, ensayadas en los
diferentes espacios latinoamericanos.

A partir que la historia no es solo pasado, sino también y principalmente presente y futuro, es intención
realzar el complejo proceso de nuestra identidad, promoviendo a la reflexión inacabada a partir de los
momentos de rupturas y quiebres, de integración, de autismo-, desde la discontinuidad sufrida en las
diferentes comunidades de pueblos originarios, que conformaron el primer sustrato social de América, la
destrucción trágica de los Imperios Latinoamericanos, con su cosmovisión y percepción del mundo, a
partir del proceso de la conquista, el cualderivó en la inclusión de América en el sistema mundo bajo
lazos coloniales a partir del Siglo XVI, con las claras consecuencias, -muchas veces analizadas, que
marcó el comienzo de un difícil proceso de construcción político – ciudadano para los futuros Estados
Latinoamericanos.

La identidad colectiva es un complejo proceso que enraíza características particulares formadas a través
del tiempo, en distintas configuraciones espaciales, retroalimentando vivencias colectivas e identidades
individuales, reconociendo -en esta construcción- a nosotros y a los otros. Relaciones sociales,
complejas y variables, que integran una multiplicidad de expectativas en una coherente y consistente
estructura con definidas tendencias, valores, formas de vida.Incluye la búsqueda de reconocimiento del
otro y la internalización de nuestra funcionalidad para auto-reconocernos y recrearlas continuamente.

1 El presente trabajo participó en las II JORNADAS INTERNACIONALES DE ENSEÑANZA DE LA HISTORIA Y XI

JORNADAS DE INVESTIGACIÓN Y DOCENCIA DE LA ESCUELA DE HISTORIA, en Salta durante las jornadas del 17,
18 y 19 de noviembre del año 2010 auspiciadas por el Instituto de Estudio e Investigación Histórica y Escuela de
Historia de la UNIVERSIDAD NACIONAL DE SALTA, bajo la aprobación de las profesoras Marta Barbieri y Norma Ben
Altabef del Instituto de Historia dependiente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de
Tucumán.
2 Profesora Didáctica de las Ciencias Sociales en el Instituto Superior de Formación Docente Nº 119 . Dirección General

de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires. Capacitadora Docente de los Equipos Técnicos Regionales de
la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires en Historia. Participante en Grupo de
Investigación en Ciencias Sociales CAICYT- Conicet. Centro Argentino de Información Científica y Tecnológica.
Saavedra 15 - Piso 1 (C1083ACA) - Ciudad Autónoma de Buenos Aires

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Este complejo, delicado y permeable proceso, genera ...” una identidad colectiva, ... vale decir,un
artefacto cultural, una comunidad imaginada , cuyos miembros no se conocen entre sí, sin embargo
comparte la imagen de su comunión, con un devenir compartido y con proyectos similares”...(1).El
pensamiento de Levinas aporta y resalta que sólo conformamos nuestra propia identidad a partir de la
relación con el otro, en sus palabras …”el yo se hace del otro”…., reconociendo la finitud del hombre, que
su existir sólo depende del encuentro con el otroen una relación intersubjetiva, y se manifiesta a través del
lenguaje, la tradición, las costumbres, el trabajo, y las múltiples interacciones propias de la dinámica
social, que genera lazos interrelacionales perpetuando la identidad. Sin embargo, Levinas nos alerta
que en la relación Otro-Mismo no se da en términos de identidad intrínsica, vale decir que se distancia de
la prédica liberal “que todos somos iguales”, sino que se da en la diferencia, con el rico/pobre, el
extranjero/nativo, originario/cosmopolita, etc., e implica también que esta relación no se viva en el
anonimato, sino que conforma una genuina interrelación existencial.

Bajo este concepto, compartido por muchos pensadores, se remarca el concepto de identidad cualitativa,
vale decir que el medio social juega un rol fundamental en la construcción de la identidad ya que las
expectativas sociales juega un rol primordial (George Mead). Las expectativas que los otros tienen de uno
mismo conforma parte de la identidad individual que redundará en la identidad colectiva del grupo. El
medio social no sólo nos rodea sino que también está dentro de nosotros. Según Honneth el auto -
reconocimiento hace posible la identidad y nos brinda autoconfianza, autorrespeto y autoestima. La falta
de éstos, bajo diferentes formas de discriminación -abuso físico, violación de derechos, devaluación
cultural, aculturación, etc - trae conflictos sociales al generar lucha por el reconocimiento social. Siempre
se lucha en movimientos colectivos para expandir nuevos derechos y el reconocimiento para lograr
autonomía y respeto. Este proceso de identificación reconoce al otro marcando las diferencias, por
oposición, y siempre ha existido, desde los griegos que reconocían a los otros como bárbaros, como así
también, en los pueblos precolombinos, el caso de la discriminación que realizaban los nahuas a los
otomíes, formando parte del proceso de identidades colectivas.

Bajo esta conceptualización, la identidad latinoamericana constituye una suerte de entelequia de frondosa
diversidad que a veces aparece como caótica en una superficie abigarrada y brillante pero que no impide
ver una unidad subyacente, un complementación de lo diverso, integración dinámica de manifestaciones
diversas recurrentes, de eterno retorno que actúan como factores de equilibrio. Estos caracteres se basan
en una poderosa presencia de un mundo natural sacralizado, la prevalencia de lo comunitario sobre lo
individual, la silenciosa concepción de que la existencia es la integración de fuerzas antagónicas, la

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primacía del sentimiento, lo espontáneo, lo vital sobre lo racional y lo premeditado. Estas riquezas
emergen en la dinámica social como –identidades fragmentadas –multiculturalismo- transformadas, a
veces en grupos de presión que reclaman ser valoradas e incluidas como tales con propuestas disimiles,
salvando desgarramientos sociales actuales. Por lo tanto, el tema de la identidad colectiva de nuestro
Continente abre el análisis constante, discurriendo si enfatizamos la identidad de una de las repúblicas del
Continente, o al Continente como unidad histórica y cultural, o política.

Las distintas denominaciones advierten las fluctuaciones; Latinoamerica, Hispanoamérica, Indoamerica.


Por ejemplo, Haya de la Torre, peruano, justifica esta última denominación, - Indoamérica a partir de que
subraya y sobrevalora la constitución étnica originaria – 75%-, de la América al sur del Río Bravo,
conformando un entramado social, cultural y político particular.

Los intentos recurrentes de conceptualizar esta compleja Identidad implica, a veces una dramatización, a
partir de la intelectualidad transformando en un topos obsesivo.

Nuestra identidad según pasan los siglos……

Echar una mirada al proceso identitario latinoamericano, en la búsqueda de su comprensión, implica


reconocer, a prima facie, coyunturas, o presentes históricos traumáticos, incisiones culturales que
desarticularon procesos que, normalmente debieron ir plasmándose en el devenir de los tiempos, en
correspondencia a cambiosimperceptibles y suaves…….. Es abrir la caja de Pandora, es bucear en
los recónditos de nuestra Identidad que invita a ser analizada, desglosada para acercarnos a su
realidad.

La experiencia histórica latinoamericana marca una profunda incisión en la Conquista. - Un antes y un


después- que definen culturalmente estos territorios enmarcándolos en un proceso de consolidación
pre-capitalista desde los países centrales, en donde Latinoamérica y África ingresaron a la economía
mundo prescripta como territorios periféricos o subsidiarios de las economías centrales. A partir de esta
realidad histórica, Latinoamérica acomoda su identidad, integrando su riqueza, sus siglos de historia, sus
enjambres de aportes culturales de más de cien pueblos originarios, donde se desatacaba la perfecta
adaptabilidad a los distintos ambientes, sean selváticos, de montaña, etc. con la carga de la cultura
occidental, rica por definición, con legados tan presentes, como la lengua, religión, ordenamientos
sociales, institucionales, políticos que arrastraban, también, siglos de aportes de variados pueblos que

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fueron constituyendo etapas de la cultura emergente que trajo el europeo a partir del Siglo XVI.
Sumándose a este traumático proceso, que aún hoy está vigente redefiniéndose, el distintivo aporte de
otras emblemáticas culturas como la africana, y asiática, -con menor incidencia- entre otras,
constituyeron la abonada cultura latinoamericana

Las 100 etnias originarias de la América precolombina mostraban un mosaico de identidades alejadas del
tronco occidental que comenzaron a mestizarse, a partir del Siglo XVI, aportando ancestrales
costumbres donde la tierra, el bien más preciado, era y, aún hoy es,sello de la pervivencia pretendiendo
ser comunal en extensos espacios de América, brindando un signo identitario genuino, interpretado, bajo
los cánones occidentales como una sociedad ahistórica, a contramano del devenir. Sin embargo, los
pueblos americanos estrechan, de esta manera, lazos sociales fuertemente arraigados, profundizados
por la historia de olvidos y vejaciones, sojuzgados, en diferentes tiempos, por diferentes culturas, que se
perpetúa en el presente

Como se sostiene la relación de los originarios con la tierra marca fuertemente un rasgo distintivo de esta
identidad, a pesar de las diferencias étnicas regionales del continente que estuvieron fuertemente
relacionadas con lo ecológico, creando fronteras culturales, reforzadas en el tiempo. Esta dependencia a
la tierra marcaron la organización social y económica de las culturas nucleares que pervivieron en la mita y
régimen de tributos que, a su vez, decantaron en la sociedad colonial, derivando, además, en haciendas
y tierras comunales que se fueron configurando en este período y continuaron como rémora fuerte en el
Siglo XIX, cuando se formaron los estados independientes y se consolidan a mediado del siglo, durante el
período del nuevo pacto colonial.

En su bagaje, las culturas americanas reivindican sus antiguos ayllu, comunidades agrarias, en posesión
de una marka(2) que les confería cohesión reforzada por obligaciones mutuas, creencias y tradiciones.
Emblema de esta pervivencia, rescatamos el culto de la Pachamama en las culturas andinas y el
calendario de tradiciones del altiplano que reivindican sus ancestrales y no renunciantes rasgos
identitarios., que se transforma en un fenómeno contra la aculturación.

Ya, los filósofos del Siglo XIX, intentaron definir con sus debates los males de la sociedad capitalista, -
ajena a nuestro Continente-, por lo tanto la identidad latinoamericana originaria y mestiza, bajo la
influencia de este sistema/estructurase vio repentinamente marcada por el interés personal y la lucha para
la obtención de riquezas, marcando diametralmente las dinámicas sociales americanas en donde la tierra

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era sólo importante a partir de su condición para asegurar la subsistencia. Son estos mismos males por lo
que la resistencia indígena complotó y aún hoy levanta su voz.

Las conclusiones negativas de algunos pensadores clásicos, como Emilie Durkheim, Max Weber y Carl
Marx arrasaban la positiva visión dibujada desde el Siglo XVIII, cuando los postulados del Iluminismo
anunciaban “la realización del paraíso sobre la tierra” a través de la supremacía de la razón.

Un breve reconto de estas posiciones profundizan sobre las contradicciones de la sociedad capitalista.
Durkheim (1858-1917) nos remite a una interesante reflexión sobre la dinámica de las sociedades
modernas. En su obra “El Suicidio”, alertaba y analizaba las manifestaciones de la conciencia colectiva,
deteniéndose en los comportamientos personales bajo las influencias sociales, de esta manera
observaba la tensión entre el sujeto y la estructura social, ya que los individuos no podían moverse
independientemente porque el peso social los condicionaba. Este lazo social que vincula al sujeto con su
grupo de pertenencia, es una relación asimétrica donde el sujeto está en la posición desventajosa y se
reproduce entre los diferentes grupos y el conjunto social. Cada sujeto lucha por encontrar un estado de
equilibrio con la estructura social y libra, en toda sociedad capitalista, una batalla con el deseo de poseer
bienes sociales, materiales o simbólicos. El desencuentro entre lo subjetivo y lo social se expresa en el
concepto de anomia, es decir, la ausencia de normas sociales que regulen la convivencia colectiva,
provocando la insatisfacción que genera la sociedad capitalista moderna, con el pernicioso resultado del
excesivo confort y la siempre búsqueda del bienestar material, propio de las sociedades de hoy.

Weber concluye que el progreso de las sociedades basadas en la ciencia y en la tecnología –triunfo del
racionalismo extremo- no resuelve el paradigma de la libertad sino que hace prevalecer el dominio de las
fuerzas económicas y burocráticas organizadas, denominando a esta sociedad como una “jaula de hierro”
que condena a vivir de la manera impuesta. Dable es destacar sus reflexiones en su ensayo “ La Éica
Protestante y el Espíritu del Capitalismo” en donde interpreta el origen de este sistema en el andamiaje
religioso protestante como fundamento del sistema económico, pues propiciaba a la individualidad
extrema, germen de la libre competencia.

Marx, se suma a esta visión condenatoria y desencantada de las sociedades modernas, posicionándose
en forma absolutamente crítica ante el desarrollo capitalista interpretando el devenir histórico a través de
causas económicas y en donde las dinámicas sociales surgidas se reducen a la explotación de la fuerza
de trabajo del hombre y la plusvalía usufructuada por los dueños de los medios de producción, por lo

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tanto descree de ninguna solución sino es el cambio revolucionario provocado, por la insurgencia de la
fuerza de trabajo que inevitablemente, -pensaba-, se impondría sobre el capital generando la utopía
socialista.

Estas posiciones, junto a otras propias de la cultura americana, surgidas de su discriminada realidad a lo
largo del devenir histórico, fueron las que justificaron las rebeliones y/o revoluciones indígenas, en
diferentes momentos, contra el paradigma occidental-capitalista, mutando en movimientos de liberación a
mediados de los 70.

La intelectualidad, vocero de las sociedades, se preocuparon de subrayar la particular identidad


latinoamericana desde las épocas tempranas de la colonización, desde la oposición, la alteridad, a partir
de la contrastante diferencia con las sociedades europeas, y cuando la voz autóctona originaria se
buscaba acallar, someter, olvidar. En el Siglo XVI, las especulaciones teológicas del clero, que
justificaban desde su propio seno el sometimiento de los originarios al poder europeo, también tuvo voces
denunciantes de esta aberrante realidad, entre ellas la de Bartolomé de las Casas, quien rescató la
identidad de los pueblos americanos ante el avasallamiento y mostró la riqueza latinoamericana, ya que
todo pueblo –consciente o inconscientemente pone de relieve matices identitarios.

Esta denodada preocupación de la intelectualidad, a través de los tiempos fue y es casi una obsesión, e
indica la conflictividad del tema a tratar, no resuelto, y que recrudece en estos tiempos presentes de
globalización

Por lo tanto, en el Siglo XVIII, espacio temporal en donde se gestaron el aluvión de nuevas ideas y teorías
socioculturales, políticas, económicas que provocaron y avecinaron transformaciones neurálgicas en los
países centrales, y por ende en América definiendo ideología motoras que sustentaron procesos, tales
como la Independencia de Estados Unidos, la Revolución Industrial, la Revolución Francesa, y
extendieron su dialéctica filosófica hacia el análisis de la naturaleza humana, su propensión en la
búsqueda de la felicidad de los individuos que conformaban las sociedades, dando vuelta de página a la
concepción de la época, al instaurar, entre otras, la idea de la construcción ascendente del poder, que
implicaba el concepto de soberanía y justicia, debatidos en la época.

El caudal ideológico permitió cambios profundos en los procesos de dominación española, ajustándose a
nuevas políticas coloniales, que en América Latina significó movimientos de rebelión, en los cuales se
enmarcan los primeros procesos de ruptura de la dominación colonial, según la interpretación de algunos
autores, y según otros marcando movimientos contestatarios a una nueva política de control y ajuste

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sobre los recursos y espacios americanos, remarcando aristas particularísimas de la identidad americana.
Sin excedernos sobre este tema, es interesante observar los movimientos tardo-coloniales que estallaron
como consecuencia de una continencia forzada a lo largo de los tiempos. Mencionamos la revuelta de los
cultivadores de tabaco (vegueros) canarios de Cuba, entre 1718/23, la revuelta de los comuneros en el
Paraguay contrarios a los intereses comerciales ligados a Buenos Aires, la rebelión de los cultivadores de
cacao canarios en Venezuela (1740) protegiéndose del monopolio comercial de Caracas, la revuelta
popular de la ciudad de Quito contra la tiranía de los aduaneros coloniales , y así mucho conflictos étnicos
y sociales latentes, que se manifestaron contra corregidores, protestas contra la mita, motines contra
impuestos como antecedentes de la gran rebelión de Tupc Amaru en 1780, acompañada con otros como
el de Tupac Catari, más radical aún , en la misma época.

Estos movimientos, precursores, concluyeron con la ruptura del pacto colonial en el Siglo XIX y, entonces,
nuestro Continente incluido ya en los sistemas políticos, sociales, culturales de los países centrales
europeos, remoza, su identidad y construye su dimensión política ciudadana en composé con las
ideologías y corrientes filosóficas en boga.

De la mano del torrente ideológico que transformó al Siglo XIX, en procesos impactantes, los
latinoamericanos concebimos la formación de nuestros estados independientes, que a pesar de las
promisorias teorías sobre igualdad, libertad y solidaridad no lograron devenir en sociedades justas, tal
como aquellos principios eran supuestos a imprimir. Así resultó en Europa, y cuanto más en América
Latina, que a partir de la formación de los Estados decimonónicos escondieron y ocultaron las terribles
contradicciones, incontinencias injustas sufridas a lo largo de los 300 años de sometimiento europeo y
que, más tarde, lucharon en adaptarse bajo un neocolonialismo informal adoptando las estructuras
políticas, económicas y culturales de las agresivas imposiciones imperialistas de los países. Al decir de
Philips Àries “ Los derechos del hombre, invocados en todos los discursos políticos, jamás fueron los
derechos de todos los hombres” . Dable es entender la importancia, como ya se mencionó, de los ideales
de la Ilustración, que imponía a la razón, como rectora en el buceo del conocimiento y la reflexión en la
construcción del poder político y de las sociedades. El reinado de la razón, -el poder del pensamiento-,
para resolver los conflictos, denostando otros aspectos de la dimensión humana, fue ganando
posicionamiento a partir del anterior pensamiento cartesiano. Sin embargo, las sociedades construidas, a
partir de este pensamiento rector, el Estado, la ley, la justicia, la libertad, la fraternidad naufragaron en casi
todas las sociedades, y pocas pudieron imprimir el espíritu iluminista en su organización social y política a
lo largo del fundante Siglo XIX, que para América significó la liberación del dominio español.

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Como estamos analizando, aquellos altos postulados iluministas fueron y son de difícil concreción ya que
las elites dirigentes, a pesar de sus declamaciones, nunca comulgaron con la apertura participativa de los
amplios sectores sociales, por siempre desplazados que conformaban y conforman proletarios,
campesinos, inmigrantes, desposeídos, clases populares urbanas y rurales, -en general-. Por el contrario,
esta ideología ha generado procesos de conflictividad, y acuerdos, para lograr la gobernabilidad y la
coincidencia de intereses multiclasistas y multisectoriales.

También, este pensamiento acercó a líderes latinoamericanos en la búsqueda de la liberación pero no


pudieron rescatar la base autóctona de las sociedades latinoamericanas, priorizándola, aún en procesos
revolucionarios virulentos, como lo ocurrido en México con Hidalgo y Morelo, revolución con una base de
campesinos que pugnaban por rescatar su espacio fueron tornándose confusos y los auténticos ideales de
reivindicación provocaron procesos que conformaron estados con constituciones liberales impecables pero
que burlaban los intereses de las capas campesinas mestizas auténticas y originarias. Paralelos procesos
ocurrieron a lo largo y a lo ancho de nuestra América, los ideales americanistas de Artigas, San Martín,
Bolivar, sueños de la patria grande fueron generando proyectos híbridos donde los proyectos
americanistas se entremezclaban con propuestas foráneas.En este contexto de la realidad, la identidad
latinoamericana cobra nuevas particularidades ya que debe adecuarse a una dinámica política en la que
muchos derechos inherentes a nuestra condición ciudadana proclamados son de nula, o al menos de
difícil aplicación, como por ejemplo los derechos políticos, específicamente, que fueron abiertamente
limitados y violados bajo prácticas corruptas.

Esta realidad fue acentuándose a medida que transcurría el Siglo XIX, observándose dos períodos
definitorios. El primer período fue marcado por la irrupción de la praxis iluminista, en donde la influencia
de los revolucionarios franceses fue emblemática, generando dos posicionamientos, los que postulaban
ideas republicanas, democráticas y el mundo viejo, de monarquías autoritarias obsoletas. En el espacio
americano pudo observarse entre los revolucionarios quienes proponían revolución a ultranza, y aquellos
conservadores que sólo pretendían consolidar el poder político entre los criollos o americanos que
poseían el poder económico. “La primera, la más grande y gloriosa página de nuestra historia pertenece a
la espada” alertaba Echeverría. Pero aún los más progresistas dudaban de la inclusión de los amplios
bolsones de población originaria con sus costumbres, cosmovisiones, tradiciones y lo que es más aceptar
sus organizaciones sociales. El segundo período correspondiente a las décadas de mediados de Siglo,
“las del pensamiento organizador… de la consolidación de un orden político permanente, los elementos de
nuestra existencia como pueblo y nación distinta de las demás”…, arengaba Echeverría , período en el

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cual el neocolonialismo informal británico desplegó el disciplinamiento social decimonónico surgido como
esencial y funcional a la ideología fundante, para cumplimentar el rezo “orden y progreso” que implicaba
consagrar la idea de igualdad, por encima de la idea de fraternidad, para homogeneizar y lograr la
sujeción de ciudadanos al Estado. El sistema educativo homogéneo creaba vínculos de pertenencia y de
identificación a su patria generando raíces identitarias conformadas, entre otros, por una misma lengua,
religión, por compartir una misma tierra, un mismo pasado, siempre mistificado en procesos donde las
proezas y héroes cohesionaban la sociedad.En este contexto, la acción disciplinadora de la escuela,
siguiendo las corrientes de pensamiento de la época, tomó relevancia para generar la lealtad nacional, y
desde donde la historia oficial contada cobró trascendencia social en la conformación de la identidad. Los
niños escolarizados tomaron el rol de reproductores de consignas nacionalistas, a prima facie inocentes,
pero con fuerte intencionalidad, a través de canciones y gestas que llevarán a sus hogares y que sus
mayores, a su vez, tomaron de sus niños, conformando las identidades dirigidas por la potestad del
Estado.

La producción de ciudadanos en serie fue esencial para los regímenes de democracia formales y para el
dominio de las masas emergentes, irrumpidas y generadas a partir del proceso de industrialización
europeo a fines del Siglo XIX. Se temía por la ingobernabilidad y por la amenazante irrupción de las
ideologías marxistas que cobraban adeptos entre los proletarios y desposeídos de Europa. La
conformación de los Estados Nacionales en países centrales, significó, por lo tanto renunciar a los ideales
universalistas de la Revolución Francesa, cerrar puertas adentro, imponer políticas proteccionistas,
nacionalistas que derivó en fuertes xenofobias.

La intelectualidad Latinoamericana analizó y se desglosó en diferentes posicionamientos interesantes de


analizar, que surgieron como respuestas a procesos en América, o en los países centrales, que invitaron
a los pensadores a delinear, -a partir del otro-, las características de la identidad americana.

Al resolver la independencia americana, voceros vernáculos, se preocuparon por subrayar nuestra


Identidad, algunos desde los propios países centrales, tomaron cuenta de las diferencias notables con las
apreciadas culturas europeas, -que se definían como civilizadas-, otros cayeron en la cuenta ante
situaciones coyunturales y procesuales que provocaron un despertar de la identidad latinoamericana, tal
fue el caso de la explosión provocada por la intervención norteamericana en la guerra por la

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independencia cubana en 1898, que despertó una serie de interpretaciones y análisis resaltando la fuerte
diferencia con la América Anglosajona.

Vuelve a ponerse sobre el tapete la dualidad, el contraste, la oposición, la antítesis de nuestra cultura
latinoamericana, que surgió desde la marcación de la diferencia, o bien, como se ha definido
anteriormente desde la arista de la búsqueda del reconocimiento del otro.Ese otro, siempre
sobrevalorado, el civilizado, el de la cultura occidental, el del norte industrializado, desarrollado, mientras
Latinoamérica carga –desde su inserción al sistema mundo- con la carga peyorativa de subcontinente, del
legado hispano - decadente, del mundo latino atravesado por cánones y dogmas religiosos, que
construyeron poder a partir de la anulación de la autodeterminación de los pueblos.

Imposible soslayar, como argentinos, la influencia rectora de la Generación del 37, que inauguró con el
aporte del ya mencionado Esteban Echeverría, propulsor del movimiento romántico que dió una visión y
una comunidad imaginada que debía trabajarse desde la dirigencia política rectora de las elite urbanas,
precisamente rioplatenses. Su poema La Cautiva describe magistralmente la fuerza de la naturaleza
sobre las sociedades, y si bien esa materia prima debía moldearse, europeizarse, marca la clara diferencia
entre la realidad latinoamericana y el mundo “civilizado” europeo. Siguiendo esa misma escuela,
Sarmiento con su Civilización y Barbarie muestra las antípodas de lo deseable y lo indeseable, y, por su
parte, el pensamiento alberdiano subraya con la necesidad de conformar un país poblado por
inmigrantes anglosajones, denostando las raíces españolas y marca, desde la alteridad deseada,
debilidades de la conformación socio-política americana.

El pensamiento, entonces, recorre en búsqueda de definir la identidad Latinoamérica interesantes aristas.


Es importante detenerse en el movimiento indigenista generado a partir de fines Siglo XIX, bajo el
cimbronazo de la Guerra del Pacífico entre Chile y Perú, o en ocasión de la intervención estadounidense
en el proceso de independencia de Cuba (1898), como antes se mencionó, o partir de procesos ocurridos
a principio de Siglo XX, un mundo en crisis de las ideas liberales, - las Guerras Mundiales, los
Totalitarismos, la Revolución Rusa -, procesos que se escurrieron en nuestro espacio, a partir de la
Revolución Mexicana provocando una rectora influencia en el continente, en donde la posesión de la
tierra marcó el ingrediente esencial de irrupción..

Aquel agresivo imperialismo europeo dio paso al peso que significó el proceso de sumisión
latinoamericana bajo el poder norteamericano en políticas disruptoras como la aplicada en México, -ya a
mediado Siglo XIX, cuando pierde el 50% de su territorio, o cuando conspiran contra la insurrección social

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campesina de 1910, como la agresión hacia Nicaragua y la imposición de los Somoza, y así siguiendo en
cada espacio latinoamericano bajo la política del Garrote, primero, y luego la política del Buen Vecino.
Esta nueva coyuntura agudizó una conciencia latinoamericana antiimperialista, antinorteamericana,
imaginando una comunidad de destino que marcaba la rebelión contra la nueva sujeción.

En Perú, como se mencionó, ante la humillación de la derrota de la Guerra del Pacífico (1879-1893),
González Prada inauguró el movimiento indigenista que luego tornará en una propuesta política. Perú,
entonces, tomó conciencia de su población mayoritariamente autóctona y de la condición social de
sujeción, sometimiento, explotación y del estado de ignorancia en que se encuentraba bajo la ceguera del
progreso impuesto desde occidente. Ya en el siglo XX, los acontecimientos de la urbe mundial empujó a la
intelectualidad latinoamericana a profundizar esta posición. Juan Carlos Mariátegui publicará la célebre
revista Amauta (sabio en quechua) (1926) arengando “Perunicemos el Perú” en donde el autor dió cuenta
de su posición socialista marcando el protagonismo de la masa campesina e indígena peruana.

Por lo tanto el movimiento indigenista tuvo y tiene varios matices, a partir de la ligazón del indígena a
su tierra, es decir se lo analiza a partir de sus características sociales. Otro aspecto es, la
valoración del mestizaje ocurrido en América Latina confrontándolo con la impronta sajona. José
Vasconcelos rescató en lo que el llama la raza cósmica, -el ventajoso hecho del mestizaje, propio
de los pueblos iberoamericanos-, generando una raza nueva, síntesis de culturas a través de los
espacios y los tiempos. Si bien admira a los sajones, por su espíritu práctico, -“es como un
interrumpido y vigoroso allegro de marcha triunfal”… reniega a la vez de su lucha feroz contra el
indio, con quien no aceptó unirse exterminándolo y empobreciendo su identidad. Su ensayo estriba
en primera facie en contraponer la colonización latina a la sajona, para luego enaltecer el mestizaje
latinoamericano como raza de destino.

¡Cuán distintos los sones de la formación iberoamericana! Semejan al profundo scherzo


de una sinfonía infinita y honda; voces que traen acentos de la Atlántida, abismos
contenidos en la pupila del hombre rojo, que supo tanto, hace tantos miles de años, y
ahora parece que se ha olvidado de todo. Se parece su alma al viejo cenote maya, de
aguas verdes, profundas, inmóviles, en el centro del bosque, desde hace tantos siglos
que ya ni su leyenda perdura. Y se remueve esta quietud de infinito, con la gota que en
nuestra sangre pone el negro, ávido de dicha sensual, ebrio de danzas y desenfrenadas
lujurias. Asoma también el mogol con el misterio de su ojo oblicuo, que toda cosa la mira

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conforme a un ángulo extraño, que descubre no sé qué pliegues y dimensiones nuevas.
Interviene asimismo la mente clara del blanco, parecida a su tez y a su ensueño. Se
revelan estrías judaicas que se escondieron en la sangre castellana desde los días de la
cruel expulsión; melancolías del árabe, que son un dejo de la enfermiza sensualidad
musulmana; ¿quién no tiene algo de todo esto o no desea tenerlo todo? He ahí al hindú,
que también llegará, que ha llegado ya por el espíritu y aunque es el último en venir
parece el más próximo pariente. Tantos que han venido y otros que vendrán, y así se nos
ha de ir haciendo un corazón sensible y ancho que todo lo abarca y contiene y se
conmueve; pero, henchido de vigor, impone leyes nuevas al mundo. Y presentimos como
otra cabeza, que dispondrá de todos los ángulos para cumplir el prodigio de superar a la
esfera.(3)

A esta romántica interpretación, donde realza el espacio latinoamericano, los variados ambientes y ricos
recursos, Vasconcelos será rector en la construcción de esta identidad deseada, imaginada
latinoamericana, por la que comulgan y coinciden aquellos pensadores que surgen de los ambientes
americanos en donde la población originaria y mestiza es mayoritariamente superior. En México, la labor
de Vasconcelo, en la década de 1920, se extendió hacia una política pública desde la Universidad y como
Ministro de Educación, concitando artistas e intelectuales que marcaron una definida identidad del
Continente, como la rica producción de los muralistas, Rivera, Orozco, y Siqueiros que son muestra
fehaciente de su propuesta. Dable es destacar, que se suma a lo anterior el legado de Gabriela Mistral
que subrayó en su obra la raíz cultural oral indígena, rescatando la importancia agrarista de la condición
latinoamericana, vale decir, el siempre eterno apego a la tierra del americano originario con sus
costumbres telúricas.

En otra vertiente, casi en oposición, rescatamos el pensamiento de Manuel Gamio, también mexicano,
en su ensayo Forjando Patria, en 1916, quien valoró la fuerza de los pueblos originarios, pero marcalo
negativo de la fusión étnica sucedida en el Continente a partir de la llegada del europeo y la posterior
hibridización de las repúblicas instaladas que no asimilaron la esencia de la raíz americana, ni permitieron
una cultura enriquecida desde los aportes positivos originarios sino que la denigraron y arengaron - y
arengan, hoy, en el presente-, a una concienzuda labor de integración social. Gamio giró su pensamiento
y se centró en un nacionalismo deseado, coherente, definido, poderoso que buscaba construir, basado en
una cultura autóctona, originaria, que redimiera al campesino y proponga una sociedad igualitaria y

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próspera. En esta visión, surge constantemente la evocación a los ayllus(4) incaicos, como rémora de lo
perdido.

El amplio pensamiento intelectual acompañó esta búsqueda de definición de la identidad, abriéndose en


diferentes posturas, marcando posiciones regionalistas más definidas como, por ejemplo, entre otros, las
de Manuel Ugarte, de tendencia socialista, que denunció las aspiraciones imperialistas de Estados
Unidos, y curiosamente, -siendo fiel a las tendencias rioplatenses- apostó al neocolonialismo británico,
como valioso y aliado a los intereses de las elites gobernantes de los países meridionales. De esa
manera, este pensador, sugirió que a partir de ese bionomio, -aporte extranjero/elites patricias- y su
influencia, se conformaron los aparentes sólidos estados rectores para monitorear una América Latina
progresista y diferente.

Puede observarse, que la especialidad (5) sudamericana permite disonancia, en este caso, los
pensadores meridionales se diferenciaron con aquellos que su patria chica era las de las extensas
regiones andinas, o las de las mesetas mexicanas, espacios definidos por la abrumadora población
mestiza e indígena.

A principio de Siglo XX, el pensamiento argentino se verá conmovido por el movimiento de la Reforma
Universitaria de 1918 y de la Unión Latinoamericana de 1925 fundada bajo inspiración de José Ingenieros
que promovió un vasto movimiento intelectual sobre esta cuestión de la Identidad Latinoamericana.

A partir del movimiento reformista de Córdoba, en 1918, y la política decidida de Yrigoyen en cuanto la
intención de lograr una participación social ampliada, el período marcó un fuerte movimiento cultural con
principios y fundamentos de la Reforma Universitaria, tales como la relación de los intelectuales con el
pueblo y la clase obrera, el sentimiento de unidad indoamericana y latinoamericana, el impulso del
laicismo en la ciencia, la extensión de la universidad a la sociedad, la defensa de toda forma de
democratización de la cultura, etc. Son ejemplo de este movimiento envolvente en Sudamérica, la
producción cultural de Pablo Neruda, Homero Manzi, quien unió la poesía culta y el arrabal, Juan Carlos
Mariátegui con su revista Amauta, Alfredo Palacios, Siqueiro, Rivera, Ingenieros entre tantos intelectuales
de la época, que ya se han mencionado por su aporte sobre el tema.

Vale la pena, subrayar que unos y otros, antes – despertando el debate- o después -bajo su influencia-,
rondan el pensamiento rector del uruguayo José Enrique Rodó en 1900 en su ensayo Ariel, donde definió
la otredad, basándose en la producción literarias del pensamiento universal, -La Tempestad de
Shakespeare-, rescatando las propias raíces de la cultura occidental, en este caso, latina, a partir de

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figuras míticas con fuerza ideológicas fuertes, definiendo desde siempre una mirada etnocéntrica del
comportamiento de las sociedades más allá del espacio europeo. Rodó resalta el rico aporte latino en las
identidad latinoamericano que debería valorarse oponiéndola a la cultura sajona, utilitaria y empobrecida,
Vinieron, más tarde, otras relecturas del clásico shakeaspiano, como la de Fernández Retamar, en la
cual el personaje Calibán de La Tempestad, un esclavo salvaje y deforme que intenta abusar de la hija de
Próspero, su dueño, encierra, ya, desde su semántica, la idea de caribe, antropófago, canibal
trasuntando el etnocentrismo unidireccional occidental, justificando la conquista. Esta carga ideológica
con la que el europeo llegó a América, se traslada y continúa en el originario africano que aparece como
extremo peligroso en los relatos de ficción de la industria del cine en Tarzán, justificando nuevamente la
mirada etnocéntrica occidental sobre los territorios llamados periféricos, a partir, en este caso, de la
invasión imperialista de fines de Siglo XIX y la necesidad de exterminio.

Más tarde, el espíritu occidental se encarnó en la política invasora yankee y los intelectuales levantaron su
voz alertando sobre éste, intentando rescatar la identidad mestiza a partir del aporte latino de nuestra
identidad. Se realizó, entonces, una nueva lectura de La Tempestad y Rodó perpetuará una frase “ los
admiro, pero no los amo” refiriéndose a Estados Unidos. Bajo esta concepción, los aportes para marcar
esta nueva incisión en nuestro continente son varios, por ejemplo Paul Groussac en Buenos Aires y el
propio Vasconcelo como ya se definió. Siguieron muchas interpretaciones de La Tempestad, bien
traspasamos los espacios temporales, llevando a considerar a Calibán como a todos los pueblos
explotados, que a veces, reniegan ser socializados, tal vez aculturados, bajo el rector unidireccional de la
cultura etnocéntrica europeizante occidental

En las postrimerías del Siglo XX, la identidad latinoamericana, una vez más, sufrió fuertes conmociones a
partir de que el planeta se transforma en una aldea global dominado por la última etapa de la evolución
capitalista, en la cual el mercado afirma su dominio, mutando decisiones de instituciones políticas a los
nuevos centros de poder, -órganos transnacionales-, con tecnologías que permiten la interconexión, y
comunicación entre todos los espacios del planeta, y el movimiento, -de lugar a lugar-, de capitales,
bienes, personas generando un espacio aparentemente compartido por toda la humanidad.

Esta compleja realidad pesa más en el mundo periférico, por ende involucra a nuestra América Latina,
generando, desde una construcción-mundo, en donde se encuadran poderes hegemónicos,
transnacionales que diluyen y sobrepasan al Estado- Nación, conformado a lo largo de los siglos XIX y XX,
provocando una economía achicada, subsidiaria, que envuelve cíclicamente nuestra identidad y recrudece

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la dependencia al sistema mundo. También se observa la búsqueda, nunca abandonada, a veces
contradictoria, desde el seno de nuestro Continente, del deseado y rumiado imaginario de integración a
la economía mundo y el ingreso definido al paradigma de progreso y expansión, como fundante pasaje al
concepto de “civilizado” y actual denominación de “regiones del primer mundo”.

Bajo esta luminaria, bajando a las intrínsicas dinámicas sociales, emergentes desde este sistema mundo,
-envolvente-, surge un aspecto eclipsado y no declarado positivamente, que es la marginación social,
exclusión, de vastos bolsones de pobreza, donde emerge el sentimiento de no pertenencia a ese cuerpo
social de la aldea mundo, que pugna por entrar y ser considerado, y se aggiorna, en esa búsqueda, a los
dictados espurios del mercado signados por el siempre postulado capitalista de la generación de riquezas,
que no reconoce límites éticos de ninguna índole.

Nuestra matriz identitaria sufre una nueva disonancia al percibirse que queda excluida de la trama
social, al no pertenecer a ella. En este sentido, cobra sentido el concepto de “matriz civilizatoria” de la
sociedad global y de la cultura mundial al referirse la tendencia a superar fronteras nacionales generando
dinámicas sociales mundiales, plasmando un nuevo orden de valores y legitimaciones pero,
indudablemente, afectando a identidades vernáculas.

Generando una antítesis, y provocando una nueva realidad, resurge como respuesta una reidentificación
de nuestras identidades –otra vez avasalladas- profundizando raíces vernáculas y dando a luz al llamado
multiculturalismo, que se instala como contra cara de la matriz civilizatoria, marcando, nuevamente la
“otredad”, profundizando nuestras aristas culturales y distanciándonos de la matriz cultural de la
mundalización. Puede observarse, fuertemente, la eclosión del movimiento de pueblos originarios, cada
cual buceando en sus raíces, marcando sus tradiciones ancestrales, revalorizándolas, reclamando por sus
espacios siempre avasallados. Esto marca que nuestras raíces no están vencidas, sino remozadas.

Nuevamente, es posible observar esta identidad múltiple y plural como múltiple y plural es el espacio
latinoamericano, la cual es nuevamente sometida a procesos de hibridación, pero la esencia, la raíz
originaria mantiene el ser latinoamericano, superando como en otros muchos, -lejanos y cercanos-
procesos históricos, su desaparición y la aculturación de su propio ser.

Bajo esta realidad, el concepto de identidad es reinterpretado como un proceso dinámico, no exento de
contradicciones, de producción simbólica socialmente construido, y no precisamente de legados
pasivamente heredados.

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Se concluye, por lo tanto, que esta cultura, ya amasada, como unidad de destino, integrada, rearmada,
en la actual dinámica planetaria de la aldea global en el proceso de globalización del Siglo XXI,con
remozados aportes culturales de otras latitudes, luchando por ser reconocida y valorada en su
profundidad, vuelve a erupcionar antípodas;viejos y nuevos sustratos culturales, vernáculos y foráneos,
economías de subsistencias y economías de mercados generando valores y formas de vida diversas,
contradictorias, a veces, e integradas, otras, invitando una y mil veces a la recurrente e inacabable
exploración intelectual, remozando y buscando el pensamiento de una unidad colectiva de América
Latina que siempre está en el complicado y sinuoso laberinto de nuestro devenir histórico.

CITAS

(1) B.Anderson, “Imagined Communities, London, 1983 en Larrain, Jorge “El concepto de
Identidad, Ed Lom, 2001 Santiago de Chile.
(2) Marka ; voz quechua que define territorio en las culturas andinas que implicaba , a partir
de su posesión, obligaciones mutuas , creencias, tradiciones, adoración a deidaes protectoras,
cohesionando los clanes patrilineales.
(3) Vasconcelo, José; La raza cósmica”, Espasa-Calpe, México, 1985, pág 87
(4) Ayllu comunidades que prosperaron a partir de una agricultura intensiva y ganadería en
las culturas andinas
(5) Espacialidad : Voz que define al espacio socialmente construido.

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