Hamurabi
Hamurabi
Gobernaba casi toda la Mesopotamia, que incluía prácticamente todo lo que hoy es Irak y gran
parte de Siria e Irán. El rey babilonio más famoso fue Hammurabi, creador del código de
Hammurabi. Se trata de un compendio de leyes y decisiones judiciales cuyo objetivo era servir de
base para establecer un sistema legal uniforme para todo el Imperio babilonio.
El código de Hammurabi se basa en principios universales y eternos de justicia dictados por los
dioses. Según el código, las personas se dividen en dos géneros y tres clases: personas superiores,
plebeyos y esclavos. Cada miembro de género y de clase tiene valores diferentes. Por ejemplo, «si
un hombre superior golpea a una mujer de clase superior y le provoca que aborte a su feto, pagará
10 siclos de plata por su feto». «Si esa misma mujer muere, que maten a la hija del hombre». Sin
embargo, si la mujer es la hija de un plebeyo, pagará solo 5 siclos por el feto. Y si esa mujer muere,
pagará 30 siclos de plata. En cambio, si la mujer golpeada y muerta es una esclava, pagará 20 siclos
de plata. De ese modo, una mujer muerta vale distinto dependiendo de la clase social a la que
pertenezca.
Pero, incluso dentro de la misma clase social, la vida de una mujer vale mucho menos que la de un
hombre. El código establecía: «La vida de una plebeya vale 30 siclos de plata, mientras que el ojo
de un plebeyo vale 60 siclos de plata».
¿Qué tanto hemos avanzado desde el siglo XVIII a. C. y desde ese primer código de Hammurabi?,
me pregunto con poco optimismo. Es cierto que ahora tenemos leyes más justas y mayor equidad
de género, pero, en esencia, las desigualdades persisten. Por siglos y siglos los hombres han
ejercido su poder sobre las mujeres. Las leyes y la práctica social están hechas para mantener el
poder de aquellos y son muy pocos los que se lo cuestionan. Hoy en día, ningún país ha logrado la
equidad de género al cien por ciento. Cambiar esto va a ser doloroso y tardará muchas lunas,
muchísimas.
Del rey Hammurabi no queda ni el polvo, pero el orden social que quedó contenido en el código al
que él le dio vida nos sigue atormentando hasta nuestros días como si fuera una mala profecía.
Acá en Guatemala, a esta inequidad de género hay que agregar la de clase. En pleno siglo XXI d. C.,
la vida de una mujer indígena vale menos que la de una mujer de élite. Si una mujer maya pobre
es asesinada, es probable que ese delito quede en la impunidad. La justificación para este hecho
puede ser la falta de recursos del Estado, que se refleja en la poca presencia del Ministerio Público
en todos los rincones del país, pero la causa real y estructural es que a esta sociedad y al Estado
les importa poco la muerte de una indígena pobre.
Del rey Hammurabi no queda ni el polvo, pero el orden social que quedó contenido en el código al
que él le dio vida nos sigue atormentando hasta nuestros días como si fuera una mala profecía.
Los tiempos de la humanidad se miden en cuentas largas. Hace 4,500 millones de años se formó la
Tierra. Hace 2,500 millones de años aparecieron los primeros humanos en África. Hace 12,000
años fue la revolución agrícola. Hace 4,250 años surgió el primer imperio. Hace 200 años fue la
Revolución Industrial. Y hace apenas 72 años se firmó la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, que consigna que son derechos inherentes a todos los seres humanos, sin distinción
alguna de raza, sexo, nacionalidad, origen étnico, lengua, religión o cualquier otra condición.
Espero que, antes de que se extingan los humanos, hayamos alcanzado, como revancha contra
Hammurabi, la deseada equidad.