Tras La Honorable Fachada

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competitividad/lealtad y premio/castigo, que, de una forma u otra, deberán ser tenidos en cuenta por el terapeuta

a la hora de la intervención.
5. UN CASO DE DISTIMIA: EULALIA
v a a 6i
Figura 4.4. La narrativa del distímico
La pareja constituida por Eulalia y Pepe ilustra bien la interacción distímica, incluyendo el manejo de unos
síntomas que, dentro de la gama neurótica, han evolucionado desde la histeria hasta la situación actual. Las
circunstancias biográficas sirven de marco coherente a esa evolución.
La familia procede del medio rural y se expresa con abundantes modismos que, sobre todo en el caso de Eulalia,
se adecuan muy bien a la comunicación de los síntomas y de los problemas relacionales vividos. Por eso se han
mantenido, al menos parcialmente, para preservar algo del rico colorido expresivo que emana el caso.
El terapeuta interviene muy ligeramente, adaptando en parte su lenguaje al de la pareja, pero, sobre todo,
participando poco, lo cual puede sorprender dada la magnitud del material relacional que brota en las sesiones.
Hay que tener presente que se trata de una intervención de evaluación y no definida como terapéutica.
5.1. PRIMERA SESIÓN
Terapeuta: Bueno, vamos a ver... ¿Cuál es el problema?
Eulalia: Estoy siempre muy nerviosa. Hay temporadas en que estoy un poquito mejor. Me altero por cualquier
cosa. Todo me lo sufro.
(La primera definición de su problema es en términos de nerviosismo, recurrencia y reconocimiento explícito de
la reactividad a los estímulos externos: la esencia de los síntomas distímicos... Y, tal como acostumbra a suceder
en estos trastornos, es la propia paciente quien toma la palabra.)
Mi marido es buenísimo, muy bueno, todo lo que diga es poco, de ayudarme, de estar por mí; pero, a veces, yo
pienso que no me quie-
re. Yo le hablo de cualquier cosa y me parece que no me escucha, y de pronto me dice: «¡Ya no se hable más!».
Me habla como si estuviera mandándome, como si me aborreciera, con despecho. Yo sé que no tengo ningún
motivo porque, la verdad, es muy bueno. Quizás sea esa condición que él tiene. Ahora, desde que vinimos al
psiquiatra, él está bastante mejor, mi marido ya no se ha irritado ni una sola vez, no se ha descontrolado así y me
trata mejor. Como yo estoy mala de la cabeza, que tengo una lesión cerebral, los ruidos así y el hablar fuerte...
(Enseguida, entra de pleno en el terreno relacional, centrando las dificultades en la pareja. Antes que nada, él «es
buenísimo» como emblema de la ambivalencia. Sin ese ingrediente, el conflicto sería demasiado abierto y nos
situaría, probablemente, en el campo de los conflictos conyugales no enmascarados por síntomas. Luego, ya la
crítica, en la que se manifiesta la metáfora del poder: marido autoritario, que la «manda», no puede quererla y al
que apunta como causa de su malestar.
Ante esta situación, es importante buscar aliados que quedan fácilmente triangulados, y ¿quién mejor que el
médico/terapeuta individual? En este caso, de momento, el aliado parece funcionar, pero ¿durante cuánto tiempo
aceptará el marido que el psiquiatra le tire de las orejas? De todas formas, el médico no es un aliado cualquiera
y, muchas veces, no necesita mediar directamente a favor de la paciente: basta con que refrende su status de
enferma y refuerce la condición «natural» [no relacional] de los síntomas. Como muestra, el ejemplo que sigue
de utilización de un supuesto síntoma orgánico: la «lesión cerebral».)
T.: ¿Usted tiene una lesión cerebral? E.: Sí, una irritación en el cerebro. T.: ¿Qué síntomas tenía usted?
E.: Me daban ataques, que no podían sujetar. T.: ¿Y usted se daba cuenta o no?
E.: Sí, me daba cuenta. Yo sentía lo que decían. A veces me daban en la cama los ataques y él me tenía que
despertar. Estaba acostada y el techo me ahogaba; se me caía encima y yo tenía mucho miedo.
T.: ¿Qué medicamentos toma? ¿Para eso de la cabeza toma algo?
E.: El doctor García es el que me llevaba de la cabeza, pero ahora ya lo hemos anulado y ahora sólo hacemos el
tratamiento aquí, en el hospital, desde hace más o menos dos años.
T.: ¿Han ido de urgencias alguna vez? Pepe: Sí, pero no ha sido por esto.
E.: Es que me daban muchos dolores en el pecho, yo me pensaba que eran del corazón y han sido los nervios.
P.: Ella tiene miedo, también, doctor, porque su madre ha muerto del corazón, un tío también y otro está
mal del corazón. Cuando ella ha averiguado que es de los nervios ha sido después, cuando los médicos la han
mirado...
T.: Aparte de esas cosas de los nervios, que es como si se le metieran en el corazón, y aparte de esos ataques,
¿qué otras molestias tiene?
E.: Mucho cansancio, que no puedo con el cuerpo, sin gusto, sin ganas de salir. Me sale de dentro ese ¡ayl, como
si tuviera una pena... Yo siempre tengo en mi cuerpo esa pena, un malestar, como si me pa
sara algo. Yo no sé por qué, aunque no estemos enfadados, ni nada.
(Se pone de manifiesto la plasticidad de los síntomas: primero, ataques de clara estirpe histérica; luego,
somatizaciones en el corazón, y, por fin, los síntomas depresivos, que tienen mayor vigencia en la actualidad...
La ambigüedad relacional, además, se evidencia en el «yo no sé por qué, aunque no estemos enfadados...». Es el
no pero sí.)
T.: Y eso ¿desde cuándo?
E.: Desde hace mucho tiempo, pero desde hace un tiempo a esta parte, más.
T.: ¿De dónde son ustedes?
E./P.: De Granada, de un pueblo cerca de Motril. T.: ¿Cuánto tiempo llevan por aquí?
E.: Treinta y un años.
P.: Yo llevo mucho tiempo. Yo salía solo a trabajar y a buscarme la vida por aquí, iba y venía. Luego me
los traje. Estábamos casados y teníamos tres híjos, aquí nació la pequeña.
T.: Ustedes se han quedado solos hace dos años. Los hijos se han ido yendo poco a poco. Ley de vida ¿no?
Usted, durante este tiempo, ¿cómo ha ido evolucionando? ¿Cuándo empezó a estar mal usted?
(Los síntomas distímicos han prevalecido en relación con pérdidas recientes y, sobre todo, probablemente con la
marcha de los hijos.)
E.: Yo empecé a estar mal cuando tenía veintiséis años y me daban los ataques fuertes. Me pusieron tratamiento
por el reuma en las rodillas y las pastillas no me sentaron bien y mi cuerpo explotó. Me die
ron unos ataques, mi marido llamó a mi madre, a su hermana... Yo maullaba como si fuera un gato; se pusieron
cuatro o cinco mujeres encima de mi y yo las levantaba. Mi madre pensó si era de las pastillas, después mí
marido también pensó que podía ser de la medica-
ción. De ahí he cogido yo muchos nervios. Mi marido es muy bueno, pero siempre ha tenido y tiene mucho
genio. Él tiene esa condición que no lo puede remediar y dice que me tengo que amoldar a su modo de ser. Yo
quisiera amoldarme, pero no puedo. Él me dice: «Si ya sabes que soy así». No es por el modo de hablar, aunque
habla recio. Desde que me casé, ya lo sé que ha sido siempre así.
(En cambio, retrocediendo en el tiempo, resurgen los síntomas histéricos, que son explicados con gran
expresividad por la paciente. En la naturaleza misma de los síntomas neuróticos, en su dimensión relaciona) al
servicio de la simetría inestable, está la necesidad de incorporar elementos extrarrelacionales que los legitimen.
En este caso, el recurso a los efectos negativos de «las pastillas».
Luego, rápidamente, entra de nuevo el marido en escena [simetría inestable ilustrada sobre la marcha]: él le pide
que ella se adapte, aceptándolo como es [propuesta de complementariedad], y ella, directamente dice que no
puede [si dijera que no quiere, el pulso sería más abierto].)
T.: ¿Desde que se casó?, ¿antes no?
P: De siempre, desde que nació.
(El marido tercia contradiciéndola y, a la vez, intentando sacar balones fuera para eludir la responsabilidad que
ella le atribuye.)
E.: Sí, sí, me casé con mi marido sabiendo... que me dijeron que no me casara, que tenía mucho genio, pero el
amor es ciego y yo lo quería como a la niña de mis ojos.
P: Yo he tenido mucho genio, el que más de mis hermanos. Todos contaban conmigo para todo. Yo me
pongo muy activo, pero luego no hay nada.
T.: Pero ella no se ha acostumbrado.
E.: Ya lo estoy, ya...
P: Yo le digo: vamos a ver, si llevamos ya tanto tiempo juntos día a día, incluidos los cuatro años de
novios, tú te tenías que haber hecho a mí, ¡yo ya no puedo cambiar más! Yo, antes, de joven, he sido
muy machista, pero eso ya se ha acabado. Ahora lo hago todo, si hay que planchar, plancho; por quitarle trabajó
y por mirar por ella. Pero soy muy activo y eso no lo puedo cambiar.
(Otras defensas del marido son la reiterada propuesta de complementariedad [«acéptame como soy»] y la
reformulación en positivo, manifiestamente edulcorada, de su mal genio en actividad y hasta en capacidad de
trabajo.)
La cosa empieza a los veintiséis años con unas pastillas que le sientan mal y que le descolocan un poco los
nervios y luego, ¿qué otras cosas le alteran los nervios?
Mayormente mi marido, que tenía mucho genio y por cualquier cosa que hacía me perdía el respeto. Hasta me
ha llegado a pegar, muchas veces, guantadas.
T.: ¿De eso cuánto tiempo hace?
P: De eso hace ya más de treinta años, en el pueblo.
E.: No, no, no, tantos años no hace.
P.: ¿Aquí también te he dado leña? E.: Alguna vez.
T.: ¿Se ha arrepentido?
P: Siempre, siempre. Es más, el que tengo que «llamarla» y «buscarla» soy yo. Ella a mí nunca me lo
dice. Por cualquier cosa que discutimos. Por la tele, por ejemplo, ella me dice: «¡Cállate!». Ella a
mí; yo a ella no. Y se pone con los morros y ya tengo que ir a buscarla.
E.: Nosotros discutimos y él se desahoga. Pero si me ofende y me dice alguna mala palabra, luego no me deja
explicarme y me dice: «¡A callar!».
P.: Dile las palabras que yo te digo, porque yo no creo que te ofenda... E.: Me ha dicho alguna vez «puta»,
aquí, en Mataró. No me pides perdón nunca.
P.: Yo sí que te he pedido perdón y te digo que ya sabes que yo soy así. Habla lo que sea verdad, no te
pases; no estoy de acuerdo.
T.: Lo que pasa es que, a veces, a las personas les parece que lo que están diciendo el otro lo entiende
igual; a veces, no es así: lo que usted cree que es pedir perdón, a lo mejor para ella no es suficiente y no le llega.
E.: Doctor, una palabra de perdón sí llega, el perdón es muy bonito y llega a todos los sitios; el perdón y el te
quiero. Yo le digo, pero Paco, si tú me has criado, si me cogiste con quince años, ¡háblame
de otra manera! Nunca en la vida hemos tenido una conversación, porque, si empezamos a tenerla, como no me
deja que le explique, que me desahogue y le exponga lo que a mí me parece...
(Ejemplo de escalada simétrica en la que la referencia a la seudodemanda de perdón es una mistificación por
parte del marido, como la descripción eufemística «no me deja que le explique, que me desahogue...» lo es de la
mujer. En el fondo, ambos usan las armas de que disponen para intentar ganar el pulso: ella verbales y él físicas.
Al final, naturalmente, ella introduce también los síntomas.)
T.: ¿Hay algún momento, después, que se pusiera peor?
E.: ¡Claro! Yo he estado muy mala. Fuimos a Granada a un médico, muy bueno y muy caro. El me llevó con
mucho gusto. Sus hermanas nos dieron el dinero. El médico nos dijo: «No es nada de morir, pero si que es algo
de mucho sufrir, ella y el que está a su lado. Tiene usted mujer para rato», le dijo el médico a mi marido, porque
él se volvió a hablar con el médico y luego me lo explicó. Yo no podía con mi alma.
P.: Yo me volví y le dije al médico si lo de mi mujer tenía cura o no: «Porque yo soy pobre pero si es
preciso, vendo la casita que tengo para pagarle a usted». Miré que ella no estuviera delante para que
no la dañara, por la pregunta que le tenía que hacer. Él me dijo que el dinero no la salvaría de eso, porque mi
mujer no tenía cura. Que viviría muchos años, que no moriría de esa enfermedad, pero que era de sufrir mucho,
ella y el que estaba a su lado. Ya después seguimos en los médicos del seguro; unas veces un poquito mejor,
otras veces un poquito peor.
(La cronicidad se cumple, tras haber sido anunciada como algo inevitable, sin solución. La polífarmacia es una
buena ilustración de la impotencia con que la psiquiatría tradicional afronta este tipo de problemas.)
T.: ¿Siempre tomando pastillas? ¿Ha tenido que ingresar alguna vez? E.: Sí, siempre tomando pastillas. Y
estuve ingresada unos días en una ocasión.
T.: Cuando estaban los hijos, ¿cómo influían ellos en la situación suya?, ¿usted se sentía aliviada y ayudada por
ellos o se sentía muy sobrecargada y agotada?
E.: Me daban trabajo, claro, siempre enferma. Pero yo atendí a mi nieta mayor durante un año y medio, hasta
que mi marido le dijo a mi hija que ya no podía ser, que a mí me podía dar un ataque es
tando yo sola en casa con la niña. Ella tenía una peluquería y estaba de nuevo embarazada. Yo estaba contenta
con mi nieta y mí marido me dijo que no me comprometiera a cuidar a otro nieto recién nacido. Entonces mí
hija dejó de trabajar porque tuvo al niño.
(«Yo estaba contenta con mi nieta...», dicho con cierta entonación, sugiere una provocación del marido [que le
hubiera retirado el acceso a los nietos] que, en realidad, ella le sirvió en bandeja. Es una pequeña muestra de la
comunicación simétrica inestable.)
T.: Si usted estaba contenta cuidándola, ¿estaba de acuerdo con que le dijera su marido que ya no podía cuidar a
la nieta? ¿Le supo mal?
No me supo mal, lo habíamos comentado entre nosotros y como él estaba también enfermo... No me supo mal,
no. Yo también estaba de acuerdo.
¿Usted está enfermo?.
Sí, a un treinta y seis por ciento de respiración, estoy acabado. Tengo los bronquios mal. He tenido resfriados
que nunca me he curado, fumaba, bebía con los amigos porque estábamos trabajando fuera de casa e íbamos al
bar. Me ponía nervioso y dije: «¡Se acabó!», y se acabó.
E.: Yo quisiera que igual que él dejó todo esto, que hiciera un poquito de sacrificio y que me deje que yo hable.
T.: P:
(La reivindicación de «hablar» como su arma. Sería ingenuo el terapeuta que no reparara en el carácter
beligerante de este «hablar», más allá del legítimo derecho a la expresión. Es en ese terreno donde ella siente
que puede ganar y ésa es una diferencia importante en la distimia respecto de la depresión mayor. En a
depresión mayor la verbalización de los sentimientos es útil y morfogenéticá, mientras que en la distimia suele
encerrar un morfostático «más de lo mismo». Los terapeutas, con obvios sesgos verbalistas por formación, no
deben dejarse arrastrar a una coalición no deseada.)
P: Yo creo que tendríamos que poner los dos un poquito de nuestra parte. Yo he cambiado muchísimo. He
trabajado mucho en la vida, y ahora hago en la casa más faena que ella. Porque yo, aunque estoy enfermo, me
encuentro más capaz que ella.
E.: Sí, ha cambiado; si no, no hubiéramos podido seguir con él, tanto yo como los hijos. Es un hombre muy
activo, no puede estar quieto.
(Esta alusión a una posible separación, en supuesta alianza con los hijos, le quita mérito al cambio de él y es una
típica andanada simétrica.)
P.: Le digo las cosas de una manera activa y ella se cree que no la quiero por eso. Yo, a mi mujer, la
quiero, lo sabe ella y lo saben los hijos. Yo la quiero en todas las cosas, se compra lo que quiere, porque es la
dueña, hago todo lo que quiera.
T.: [Dirigiéndose a Eulalia.1 Yo creo que usted sí que sabe que la quiere, pero no quiere que le chille.
E.: Aunque me chillara, pero que me lo diga de otra manera. Yo sufrí mucho era una ocasión, hace más o menos
cuarenta años, cuando estábamos en el pueblo. Hace muchos años, pero es algo que no se me olvida. Yo quisiera
que se me olvidara, lo tengo en la mente y me viene cuando se pone él de esa manera. Él nos envió al campo a
sembrar y entonces empezó una tormenta fuerte. El río iba crecido y nos ayudaron a cruzarlo unos hombres.
Cuando llegamos a casa con el pelo mojado él pensó que me había hecho la permanente y, como él me había
dicho que no me la hiciera (entonces él no quería que me arreglara), empezó a buscar las tijeras para cortarme el
pelo. Estaba como loco. A mí me dieron esos ataques y me acosté. Vino toda la gente del pueblo y alguna pensó
que si me quería pegar era porque algún motivo tendría. Yo jamás le he faltado a mi marido, ni siquiera con el
pensamiento. El decía que me daban los ataques por los «cojones» que yo tenía, que me iba a matar. Estuve
unos días en la cama.
P.: Ya estás hablando muchas cosas que no son verdad.
E.: Yo ya sé que esto va a traer muchos disgustos.
T.: No, no tiene por qué; lo que aquí se hable no tienen que tenérselo en cuenta.
(El terapeuta incide, con el comentario sobre el querer y el chillar, en el espacio de confusión entre amor y
ejercicio del poder. La paciente, entonces, incursiona en el pasado para, con un ejemplo, conflictualizar el
presente, desvalorizando los gestos positivos actuales del marido. El contenido de la anécdota histórica es, por
otra parte, expresivo de la intuición de los partners de los distímicos sobre la lucha de poder subyacente a los
síntomas (metáfora de «los cojones»). El conflicto se produce y el tono de él se hace amenazador, justificando la
queja temerosa de ella.)
E.: Esto de los ataques me pasaba por cosas de estas; sin embargo, no me pasó cuando mi hija casi se ahoga.
Estuvimos enfadados quince días, ni me veía ni nada, ni me hablaba. Al cabo de quince días fuimos al campo a
recoger la almendra, él se puso «tontíllo» y me pidió perdón porque yo le dije que cómo quería que yo olvidara
todo lo que me había dicho.
(Clarividencia relacional de la paciente en cuanto al sentido de los síntomas. No son consecuencia del estrés,
sino instrumentos de presión.)
P.: Yo le he pedido perdón muchas veces, lo juro por la gloria de mi padre.
(El sexo es, también, un elemento regulador de la simetría inestable que suele colocar a la esposa en condición
de superioridad. Pero al convertir el placer en instrumento de poder, se genera una paradoja neurótica: ganando
se pierde. En este caso la situación se resuelve de forma más benévola: la reconciliación temporal.)
T.: Yo veo que ha habido mucha pasión entre ustedes y que todavía la hay; y las pasiones tienen toda clase
de emociones, las buenas y las no tan buenas. La pasión es fuego y el fuego calienta, pero también quema. P.:
Yo sé que le he faltado al respeto, que le he puesto las manos encima, pero ya hace muchos años que
no, y he cambiado. He recapacitado para ser menos malo y no tiene que acordarse de eso, de lo que había antes,
sino acordarse de todo lo que hay ahora, de que todo lo que hago es para quitarle a ella trabajo, faena y fatiga.
He de reconocer que soy activo, pero ya hace muchos años que no pasa nada de eso. Hay que reconocer y
acordarse de las cosas buenas, más que de las malas, y las malas olvidarlas ya. Yo siempre he trabajado mucho y
después he echado más horas para que ella no trabaje y se cuide de los niños y de la casa. Pero, ¡claro!, si
empiezas a atacarme, me pongo más enfadado.
(El discurso de él es aparentemente complementario y conciliador, pero al final se pone de manifiesto la simetría
aún vigente: ¡si me atacas, me enfado!)
T.: Si usted dice: «Yo soy así y no lo puedo evitar», ella tampoco.
E.: Es que él no me escucha y siempre dice: «¡A callar!», y yo siempre me quedo con esto aquí dentro y no me
desahogo.
P.: Digo ¡a callar! y ¡a cortar! porque si empezamos y seguimos la conversación, llegamos a esto; los dos
queremos tener la razón; pues así, ni tú ni yo.
E.: Viene de atrás esto, si me he tenido que poner mala y estoy mala de las depresiones es porque me tiene
que pasar; porque ahora en casa yo no tengo motivos para tener esto. Aunque yo me acuerde o no, esto lo he
dicho y se lo he contado porque he de contarle mi vida, por sí viene de atrás. Yo a él lo he querido mucho
porque no he conocido a otro hombre en mi vida y lo querré mientras estemos vivos. Mi hija mayor me lo dice:
«Eso lo tenías que haber hecho cuando tú eras más joven. Sí tú sufrías con mi padre, haberlo dejado; pero, a sus
años, ¿vas a cambiar tú a mi padre? Ahora ya no lo cambias». Nunca lo he intentado de mala manera porque no
me ha dejado. Si yo le digo: «Mira, Pepe, escúchame», él ya me rompe por la mitad y yo ya me quedo con
«esto» así. No me he desahogado; él se desahoga y se queda su cuerpo tan a gusto.
(La hija expresa lo que hubiera podido ser una salida menos disfuncional de la relación simétrica, si las
circunstancias socioculturales lo hubieran permitido: la separación. Probablemente, en ese caso, los síntomas
habrían sido menos necesarios.)
P.: Pues no me desahogo porque corto la conversación.
T.: Cuando usted decide cortar, ella lo vive como si le tapara la boca y se la comen los demonios. ¡Me
temo que no es una solución! Cuando los hijos vivían con ustedes, ¿cómo participaban ellos de estas
discusiones? ¿ellos qué hacían?
E.: Ellos, o estaban en el colegio o estaban luego trabajando. Pero siempre no discutíamos. Ni delante de ellos
me pegaba. Pero sí que lo han sabido porque con ellos ha habido también un poquito de conversación, porque ha
habido que criarlos y...
T.: Ellos ¿cómo reaccionaban?, ¿se ponían en medio o no?
P: ¡Si no ha llegado la sangre al río, doctor!, si no ha habido motivos para eso. Ellos no han visto nada de
esto. Me gustaría que vinieran ellos aquí.
T.: ¡Ya lo sé hombre! No hace falta que llegue la sangre al río para que los niños estén participando de las
cosas; pero, ¿cómo son los hijos?, ¿cómo participan de la familia? ¿cómo se llevan con ustedes? P.: Muy
buenos los cuatro.
E.: El chico soltero se llevaba un poquito mal con su padre porque era más revoltoso, más rebelde y él le
regañaba. Pero muy bien; son y han sido buenísimos. La hija mayor, yo, a veces, he hablado con ella como si
fuera mi hermana, como si fuera mi madre y se lo he contado y me he hartado de llorar. Era con la que más
confianza tenía y la que más sabe. Habló con su padre y le dijo: «Pero, papá, deja que mamá venga a mi casa
cuando ella quiera».
T.: Entonces la hija mayor ha sido un poco como confidente de usted. E.: Sí, porque era muy responsable. Con
la otra, la pequeña, nunca hablamos de nada porque es de otra manera; pero a la mayor U decía: «¡Hay que ver
con papá!». Ahora ya no le digo nada.
T.: ¿La pequeña cómo juega en esto?
E.: Ella me dice: «Ya sabes que mi padre es así, pero te quiere mucho, mira cómo te ayuda en casa». Y ¡dale con
lo de que me ayuda! Pero sí me ayuda y luego...
T.: O sea, que la pequeña apoya un poquito a su padre. E.: Sí, porque ella no sabe lo que ha pasado.
T.: ¿Hay alguno de ellos que tenga problemillas de nervios?
E.: Sí, la chica tiene problemas de nervios, Dionisio es muy nervioso. Sí, los cuatro. La grande y el mayor no lo
echan fuera, hacen como yo, se lo aguantan. Yo porque no he podido por mi marido, porque si no se lo hubiera
dicho. Todos son muy nerviosos.
(La vía de transmisión relacional de los síntomas neuróticos, apoyada en triangulaciones manipulatorias, tiene
en esta secuencia un ejemplo
muy ilustrativo. La hija mayor, probable confidente preferente de la madre, parece haber desempeñado un papel
más claro en esa línea, pero, a pesar de las protestas de inocencia de los padres, todos han debido ser tironeados
en algún momento y todos son «nerviosos». Cabe especular que se trata de una predisposición neurótica que,
por otra parte, es muy general e inespecífica, no les impide desarrollar su vida y generará o no problemas
mayores dependiendo de otras circunstancias del ecosistema.)
T.: Usted, ¿hay veces que está mejor y otras peor? o ¿qué pasa? ¿La llegada de los hijos le ayudó a mejorar
o le empeoró?
E.: Sí, hay días mejores y peores. Los hijos no, no. No me empeoró ni me ayudó. La primera fue buscada y el
segundo no lo esperábamos porque me dijo el médico que no podía tener familia y nos confia
mos. Y los otros no fueron buscados porque yo estaba enferma de pleura y tenía el niño pequeño. Yo no sabía
que estaba en estado, que iba a tener otro hijo.
P: Ella no quería tener el tercero, le cayó muy mal, lloró. No había posibilidades, la cosa no estaba muy
bien, ya teníamos dos niños; en fin, le cayó muy mal.
T.: Cuando los hijos se han empezado a ir, ¿cómo se lo han tomado ustedes?
E.: Bien. Yo tenía miedo de que me pasara algo, con la cabeza que tenía, pero no, no pasó nada.
T.: Cuando se encuentra muy mal, muy mal, ¿qué hacen los demás?, ¿su marido se calma?
E.: Sí, sí, ibuenooo! Se calma cien por cien, me trae mi tila a la cama, me trata muy bien, me lleva al médico y si
vamos de urgencias, también. Cuando me da el ataque en la cama me despierta como le dijeron los médicos, me
levanta, me coge y no se quita de mi lado.
(Si hay una descripción espontánea y expresiva de la dimensión relacional del síntoma, en un contexto de
simetría inestable, es ésta. Obviamente, el principal destinatario es el marido y, en este caso [no en otros], los
hijos parecen quedar más lejos del juego.)
Y los hijos, ¿cómo han reaccionado?
Ellos han estado en el colegio y han hecho su vida y no se han enterado de casi nada. A veces no saben ni la
mitad de lo que tenemos. Cuando nos vemos, hablamos y me dicen: Como ya llevas más de diez años diciendo
que te vas a morir, pues ya no ...».
Ellos son jóvenes y...
baile se queda como nueva. La compartimentación del circuito potencía la del discurso y acaba ofreciendo
desproporcionados refuerzos a conductas disfuncionales.)
T.: ¿Alguna otra cosa que les preocupe?, ¿algún otro problema?
P: El único problema que nos preocupa es mi hijo Dionisió, que está
en el paro. A veces tiene trabajo y otras veces no, o tiene trabajo sin
contrato. Pero no nos da problema; le ayudamos en lo que pode

mos.
T.: ¿Dionisio es el tercero?
E.: Sí, pero, bueno, doctor, yo digo que, a veces, por mucho que pase,
no pasa nada. Porque cuando mi hija se cayó a la bañera, ¡yo más 5.T.:
que sufrí! Yo me echaba la responsabilidad y ¡eso sí que es padecer!
Yo creía que se me moría. Y mire usted que no me enfermé. Sin em
P:
bargo, me da cuando me tiene que dar y me pongo peor cuando me E.:
tiene que pasar...
P.: Otras veces estamos tranquilos y nos ponemos a discutir por tonte
T.:
rías, por la tele. La dueña del mando a distancia es ella. E.:
T.: Usted, fuera de casa no ha trabajado aquí, ¿verdad? En cambio, en T.:
el pueblo, en el campo, sí... E.:
E.: Aquí no me dejó él.
(En este caso, el «no me dejó él» no es una queja. En efecto, por
razones sociales, ella vive como una liberación haber dejado de tra

bajar.)
T.: Y usted, cuando vino, ¿en qué trabajaba?
P: En estampados. He trabajado en líneas de alta tensión, en la cons

trucción de carreteras y en la estampación diecisiete años. Me jubi

lé por los bronquios. Soy pensionista por los bronquios.


T.: Usted, de salud, aparte de los nervios...
E.: De los huesos estoy muy mal. La doctora me dijo: «Es muy malo lo
que tienes, pero no era lo que pensábamos». Me han enviado a la
clínica del dolor. Tengo los huesos como si tuviera noventa años.
Mucho desgaste en los huesos.
T.: ¿Y aficiones? Ya me ha dicho que le gusta bailar.
E.: Sí, viajes, excursiones, el baile.
T.: ¿Alguna otra aficaön?
E.: Él es un «manitas», siempre está haciendo algo.
P.: Pero no tengo na'nguna afición, ni fútbol, ni nada.
E.: Yo, el baile y la tele.
P: Ella, el baile; a veces se está muriendo y llega al baile y se pone
buena. Tenemos 3 o 4 días de baile a la semana y ya está bien.
T.: Pues eso está muy bien también.
(¡Una reflexión sobre las incongruencias del circuito sanitario! Está
yendo a la clínica del dolor [costosísima], cuando con tres sesiones de
2. SEGUNDA SESIÓN
¿No se pelearían después de la sesión del otro día, no? No. Yo cuando salgo ya se me ha olvidado.
Él me ha tratado muy bien. Ha habido dos o tres cosillas y él no me ha hablado de malas maneras.
Hoy hablaremos de sus familias, del pasado.
Muy bien, muy bien, también tengo que contar, por desgracia. ¿Cómo era su familia?
Mi madre era buenísima y mi padre también; pero mi padre tenía una falta, que era muy mujeriego, y yo he
visto, en mi infancia, sufrir mucho a mi madre; en silencio, en silencio. Yo ya tenía once años cuando nació mi
hermano, mi padre tenía una querida en el pueblo y estaba tan ilusionado y tan entusiasmado... Me alegro de que
me pregunte usted porque también aquí hay motivo de que yo tenga esta cosa en la cabeza. Cuando nació mi
hermano, mi padre se había ido a una finca. Mi madre estaba sola para tener al niño y se puso a morir. Yo la oía
decir: «Ya no puedo más». Yo lloraba como una magdalena porque aquello me afectaba. He sido muy tonta,
muchas veces mi hermano me lo ha tirado en cara: «¿Cómo tú, cuando ya eras mayor, has dejado que papá se
portara así con mamá?» Luego tuvo otra querida que tenía una niña con toda la cara de mi padre. Él hacía una
choza en el campo para el verano y allí nos íbamos todos. Había una habitación con una cama que hizo mi
marido, porque es un manitas, y allí se acostaban la querida y mi madre, en la misma cama. Y le decía a la niña:
«Lo que yo quiero a mi niña». Y yo sufría porque mi madre no era de hablar mucho, era muy educada, muy
tranquila, no le podía decir nada a mi padre por no pelear. Porque mi padre, si no se metían con él, era un santo.
A mi madre la quería como a la niña de sus ojos, pero, claro, ella no era de hierro, sufría y sufría por dentro, y
eso acabó saliéndole.
(En el universo relacional de la familia de origen del distímico impera la triangulación manipulatoria, que se
pone espectacularmente de manifiesto en esta secuencia. Eulalia, en un clima de desbordamiento emo-
cional, aprende precozmente a intervenir en los conflictos entre su padre y su madre expresando intensamente
sus sentimientos. En el espacio relacional neurótico, la expresión de las emociones está legitimada y se vive
como útil. En este caso, la atmósfera de seducción ligada a la figura del padre es el principal revestimiento
inicial de los juegos triangulares neuróticos y ello es coherente con la primera sintomatología histérica de
Eulalia (los «ataques»). Luego, de la mano de las desilusiones y las pérdidas, vendrán la tristeza y los síntomas
distímicos como frutos tardíos.)
T.: ¿Cómo le salió?
E.: Se le salió el corazón de la caja y sufrió mucho. En tiempos de la guerra, yo también me acuerdo que mi
madre tuvo problemas con los falangistas por mi padre y yo sufría y decía: «¿Qué le van hacer a mi madre?».
Así que desde la infancia he tenido eso, que no he podido decir esto o lo otro, ni discutir, porque me lo he
callado.
(Es evidente que han existido obstáculos a la metacomunicación en el abordaje de los grandes temas
conflictivos, pero la queja de Eulalia, que utiliza esa dificultad como pretexto, es de carácter retórico: resulta
obvio escuchándola que su expresividad es muy rica.)
T.: ¿Qué ambiente había en casa? ¿Su madre cómo encajaba todo esto?
E.: Mi madre lloraba y sufría mucho sin decirle a nadie nada. T.: Ella, ¿no intentaba que su padre dejara a
esa mujer?
E.: Sí, lo intentaba, pero él.: «¡A callar y a callar!». T.: ¿Se ponía violento? ¿Se le iba la mano?
E.: Se ponía violento. La mano sólo se le iba alguna vez, pero muy pocas veces. Una vez, yo tenía quince años,
estábamos en otra finca con la primera querida que tuvo mi padre, y mi hermano, que era pequeñito, vio a mi
padre que la besaba. Mi hermano, inocentemente, se lo dijo a mi madre y ella le dijo a mi padre si no le daba
vergüenza que su hijo lo hubiera visto. Entonces él le pegó. Fue la primera vez que yo, con quince años, salía
defender a mi madre y le dije a mi padre: «Por una puta no le pega usted a mi madre». Ésa es la única vez que
me enfrenté a él. Mi hermano me dice: «Así tenías que haber sido tú, porque yo era pequeño y tú eras casada y
estabas protegida por tu marido, ¿por qué no le decías nada a papá?». Nunca me he enfrentado a él, sólo esa vez.
T.: ¿Cómo diría que eran sus padres, muy iguales o muy diferentes? E.: Eran muy diferentes, se llevaban muy
bien. Mi padre quería mucho a mi madre y a mí y mi hermano también. Sí a mi padre no le decíamos nada, él no
se metía ni decía nada.
(La compleja triangulación a que estuvo sometida Eulalia se evidencia en estas expresiones referidas al padre:
lo critica con la benevolencia y la seguridad de una aliada y, en definitiva, lo justifica. La voz en off del hermano
muestra un panorama más sencillo, coherente con la constelación edípica, de alianza hijo-madre, mientras que
Eulalia ocupa una posición más difícil, en una especie de conflicto de atracción-atracción: tironeada por la
seducción del padre y por la compasión por la madre.)
T.: ¿Se peleaban, discutían?
E.: No. ¡Claro! Algo discutirían, pero, ella... ella, sí que ha llorado mucho.
T.: ¿Ella se rebelaba?
E.: No, no se rebelaba porque no podía, porque si lo hacía ya «la» tenía encima de la cara.
T.: ¿Usted diría que uno de los dos mandaba?
E.: Mandaba mi padre, pero mi madre lo llevaba todo porque ella sabía leer y escribir y mi padre no. ¡Mire!, ella
no dio su brazo a torcer porque mi padre era de una familia pobre, con muchos hijos, muy trabajadores. Mi
padre no era alto, pero era muy guapo, más que mi madre. La familia de mi madre era gente bien y no querían a
mi padre. Mi padre se acercó a mi madre y ella le dijo que sí y ya está, porque mi madre tenía un defecto, un
complejo, que le faltaba un ojo desde pequeña.
T.: ¿Fue un matrimonio por amor?
E.: Sí, sí. De pequeñita, cuando mis padres tenían cualquier conversación, un día mi padre le dio una guantada a
mi madre, y mi abuela (la madre de mi padre) le dio una guantada a mi padre y le dijo: «A ella no le pegas tú
porque es de lo mejorcito». Yo me acuerdo de muchas cosas de cuando era pequeña.
T.: Entonces, ¿mandaba su padre? E.: Sí.
T.: ¿En todas las cosas?
E.: Sí, en todas las cosas. Una vez mi padre vendió una bestia y con el dinero que sacó compró un coche, pero lo
engañaron. Mi madre enseguida sabía detectar cuándo a mi padre le había pasado algo. Él me explicó a mí lo
que le había pasado, el mal negocio que había hecho; me explicaba los problemas que tenía a mí, con trece o
catorce años. Si mi madre le recriminaba, él amenazaba con que se iba a ahorcar y entonces mi madre ya no
hacía mención de ese tema y callaba para que él no dijera que se iba a matar. Mi madre hacía lo que él decía,
pero no mandaba, le ayudaba a mi padre.

T.: ¿Usted diría que uno dependía del otro? o ¿ninguno dependía? o ¿los dos dependían?
E./P.: Ella dependía de él.
(Las preguntas directas que se han ido vertiendo obtienen respuestas calificables de «ingenuas»: «¿Cómo eran
sus padres?». «Muy diferentes». «¿Se peleaban?» «No». «¿Alguien mandaba?» «Mi padre».
«¿En todas las cosas?» «Sí». «¿Alguien dependía del otro?» «Ella de él». Y así sucesivamente.
Si nos atuviéramos a esas respuestas simples, construiríamos una realidad lineal coincidente con los estereotipos
culturales [de género] y personales [de triangulación manipulatoria] de Eulalia. Por suerte no se está rellenando
un cuestionario, sino manteniendo una entrevista, y Eulalia es una mujer comunicativa. Gracias a eso tenemos la
oportunidad de enterarnos de que el matrimonio de sus padres era fruto de un equilibrio sutil que se sustentaba
en recursos importantes de ambos: él, pobre, pero atractivo, y ella tuerta, pero de buena familia; él fuerte, pero
analfabeto, y ella débil, pero culta. Uno y otro pugnaban por controlar la situación y ambos conocían
experiencias de éxito y de fracaso. Ella debía aceptar las infidelidades de él so pena de sufrir violencia física y
de quedar fuera de los patrones culturales vigentes, pero era capaz de descubrirle los errores y ponerlo en
evidencia. Quizá ninguno de los dos hizo síntomas, pero ambos llegaron a insinuarlos como recursos
relacionales en un forcejeo continuo: ella lloraba desesperadamente y él amenazaba con suicidarse.)
E.: Mi padre le recriminaba a mi madre que vivían gracias a su paga.
Mi madre me decía: «Aunque Pepe no es como papá, tú págate un
seguro...».
T.: ¿Y lo hizo?
E.: ¡Claro!
T.: ¿Se ha alegrado?
E.: ¡Claro, vivimos mejor!
T.: ¿Diría que estaban casi siempre enfadados?
E.: Sí, casi siempre. Luego se hablaban porque mi padre no guardaba
rencor. Pero mi madre lo sentía y se lo guardaba. T.:
T : ¿Alguno de los dos pasó por una época que estuviera mal de los
nervios?
E.: Mi madre los nervios los tenía por dentro, no los sacó nunca. Como
yo no; eso que me da a mí, a ella no le pasaba.
T.: ¿Cómo le trataban a usted sus padres?
E.: Regular. Mi madre, como no tenía con quien pagar lo que ella su

fría con mi padre, a veces me lo hacía pagar a mí y se desahogaba.


T.: Injustamente, a lo mejor.
E.: Sí, injustamente. Pero yo tanto quería a mi madre que para mí era la Virgen María.
T.: ¿Su madre era cariñosa con usted?
E.: Sí, sí, y yo muy cariñosa también con ella.
T.: ¿Y su padre era cariñoso con usted?
E.: No ha sido muy cariñoso. Con mi hermano sí era más cariñoso. Mi padre ha querido a mi hermano más que
a mí. Mi hermano ya me lo decía que yo era de la mamá y él del papá. Yo he tenido cuatro hijos y él hubiera
querido que yo le hubiera puesto su nombre a alguno de mis hijos, pero a mí no me gustaba su nombre.
T.: ¿Diría que se sentían orgullosos de usted?
E.: Yo creo que sí; sí, me han querido.
T.: ¿Eran muy exigentes con usted?
E.: No. Mi madre algo debía de sentir y lo agradecía. T.: ¿Cuándo murieron sus padres?
(Aunque a Eulalia no le han faltado atención y cariño de sus padres, la vivencia subjetiva de la manipulación
empaña su percepción. Ella ha nadado entre dos aguas y, probablemente, tanto el padre como la madre le han
hecho pagar su indefinición. La ambigüedad aparece tanto cuando acusa a su madre de injusta como cuando
dice que su padre no la quería. Tampoco la voz en off del hermano aclara aquí mucho las cosas al decir que ella
era más de la madre y él del padre. Probablemente es una opinión al servicio de lo convencional, encubridora
del perfume preincestuoso que emanaría de una declaración más edípica.
Estas ambigüedades, que en ningún momento se corresponden con verdaderas carencias de nutrición emocional,
son parte del equipaje de la modalidad de triangulación manipulatoria que ha practicado Eulalia, sin una clara
definición de alianzas: seducida por el padre, pero confidente de la madre. Quizá también tengan relación con
las pérdidas secundarias que han acabado tiñendo de tristeza su vida y provocando la aparición de los síntomas
distímicos por encima de los histéricos.)
¿Con la familia de su marido cómo se ha llevado?, ¿cómo la han tratado?
Bien, me han tratado bien. ¿No tiene queja?
No, no.
¿Fue bien recibida?
Sí. Al principio, una cuñada, una hermana de él, como había tenido una novia, quería que se casara con la otra;
pero como yo estaba tan empeñada en casarme con éldije: «¡Me caso con él como sea!
T.: ¿No se han metido mucho en sus cosas? E.: Bueno, no; mucho, mucho, no.
(Como es característico en los trastornos neuróticos, las familias de origen se retiran razonablemente una vez
establecida la pareja y no suelen desempeñar un papel tan importante ni tan significativo como en las
depresiones mayores.)
T.: [A Pepe.] ¿Cómo era su familia?
P.: Para mí era muy buena mi familia. Todos muy buenos. Yo tenía más o menos diez años cuando murió mi
padre.
T.: ¿Se llevaban bien sus padres?
P: Sí, muy bien.
T.: ¿No se peleaban?
P: Yo era muy niño, no he sentido nunca nada de peleas, tendrían sus cosillas, como todos los
matrimonios.
T.: ¿ Uno de los dos mandaba?
P: Es que yo no me acuerdo mucho de mi padre, murió joven y no recuerdo su fisonomía; no dejó ninguna
foto suya; sí recuerdo cómo iba vestido. Yo, con la que me he criado ha sido con mi madre.
T.: ¿Tiene buen recuerdo de su padre?
P: Sí, decían mis hermanos que él era muy bueno. T.: ¿Cómo se quedó la familia sin el padre?
P: Muy mal, la labor la llevábamos nosotros. Estalló la guerra, los hermanos mayores estaban en el frente. No
quedaban más que las mujeres y yo era el único varón. Mi madre sufrió mucho y yo también. Además, como yo
era muy nervioso y con mucho genio, le daba mucho trabajo a mi madre. Sufrió mucho. ¡Criar y casar a tantos
hijos!
T.: ¿Cómo lo trataba su madre a usted?
P: Muy bien; ella me trataba mejor que yo a ella. Yo era muy delicado y a mí me hacía comida aparte.
T.: ¡Era el señorito de la familia!
P: Yo me crié entre mujeres, me lo hacían todo y me acostumbré mal, eso fue lo malo para mí, me
acostumbraron mal; era el único hombre de la familia y eso fue lo malo para mí.
T.: A lo mejor el genio se le desarrolló por eso, porque lo mimaban mucho.
P: Puede ser.
(El cónyuge, en una pareja como ésta, simétrica inestable, muestra también algunos rasgos susceptibles de
evolucionar en un sentido neurótico. José fue un niño mimado y ello tiene que ver con sus rasgos au
toritarios y exigentes. Sus expectativas son de que su mujer lo trate tan «bien» como lo hicieron su madre y
hermanas, lo cual tiene obvias repercusiones en la pugna por el poder en el seno de la pareja.)
T.: Que usted pueda reconocer eso dice mucho de usted.
P: Lo que yo he hecho pues hecho está... Yo, si mi madre viviera, la tendría en un altar; porque ella ha
sido muy buena, sin hombre en la casa sacó adelante a tantos hijos y los casó.
T.: ¿No se volvió a casar su madre?
P.: No, ni puso los ojos en otro hombre. Mi madre quería a mi padre con delirio.
T.: Ahora, ¿cómo se lleva con sus hermanos?
P: Bien, me llevo estupendamente. Lo que pasa es que ellos están allí y yo aquí. Pero cuando nos vemos,
estupendamente.
E.: Cuando vivías con tu hermano sí hubo problemas; y con tu hermana también.
(Los cónyuges se contradicen, acostumbrados a la simetría. En este caso, Eulalia tercia mostrando una faceta
más conflictiva en la familia de Pepe.)
P: Sí, pero eso son cosas... por cuestiones de la herencia. Eso ya se olvidó.
T.: ¿Alguno de sus padres tuvo problemas de nervios? P.: Que yo sepa, no.
T.: ¿Y con la familia de su mujer?
P: Mi suegra me quería mucho y mi suegro yo creo que también. T.: ¿No se han entrometido más de la
cuenta?
P.: No se han entrometido en nuestras cosas.
T.: Bueno, dejemos el pasado y volvamos al presente. Que sea un presente bueno, el que ustedes se merecen.
5.3. TERCERA SESIÓN
T.: Hoy nos centraremos en la pareja. ¿Cómo y cuándo se conocieron? P.: De toda la vida, desde
pequeñitos.
E.: Nooo... De pequeñitos no. Yo lo conocí a él que tenía novia, tenía dieciocho años.
P: Y tú tenías quince años.
E.: Yo tenía catorce años cuando tú... Era un chico de estos que iban de flor en flor y no se quedaba en ninguna.
Él me quería y yo lo quería con locura. Yo ya estaba enamorada de él cuando tenía novia.

T.: Y usted, Pepe, ¿no estaba enamorado de ella? decirme: «Como tú me dejes, salgo al
camino, te hago una barriga y
P.: Ella era una cría. tienes que llorar lágrimas por mí y vas a dar que hablar».
E.: Él no. Tenía novia. Era un niño muy suelto, se había criado sin pa

dre, con las hermanas y la ma¿re, los hermanos en la guerra. Se crió (El primer pulso
simétrico, incluso antes del matrimonio, que gana
como un «árbol silvestre». él recurriendo a la amenaza de violencia física.)
T.: ¿Y usted se enamoró de un árbol silvestre?
E.: Sí, señor. P.: ¡Buenooo... !
T.: ¡Que bonito! ¿Y consiguió que se fijara en usted a pesar de que era E.: Yo me lo creí porque
era tan cobarde. ¡Si era una niña de quince
una cría? años!
P.: Ella era joven, pero no era una cría. Yo no me había fijado mucho T.: Entonces, de esa
pelea, usted se echó atrás por la amenaza.
en ella. E.: Sí, eso sí es verdad.
T.: ¿Cómo consiguió que él le hablara, le pidiera de salir? P.: ¿Entonces tú te casaste sin
querer?
E.: No sé, en el baile... E.: No. Yo sí te quería; sí lo quería, si no lo hubiera dejado; pero ya me
P.: Yo me disgusté con la novia, rompamos los tiestos. Fue cuando me daba a mí miedo. De
todas maneras, doctor, es que lo quería mu
fijé en ella un poquito más. En el baile nos hablamos, nos gustamos cho, yo aguantaba, no
lo hubiera dejado, aunque no me hubiera he
un poquito más. Aunque estaba muy adelantadilla, para mí era T.: cho...
¿Cómo se fijó la fecha de la boda?
muy joven. Ella tenía catorce años y yo cinco años más. P.: Yo la fijé.
T.: ¿Qué les gustó a uno del otro? ¿,4 usted, Eulalia que le gustó de él? E.: Él, Y también
E.: Yo que sé; me gustó todo. Era nuy apañado, con su bigotillo, delga
pero muy rápido. me engañó.
do, muy bien arreglado que iba siempre, era de una familia buena... P.: Note engañé, no. Y si
hablas tonterías no... Hay que hablar la rea
T.: ¿Y de carácter? lidad. Nosotros conocíamos a un señor de los juzgados comarcales y
E.: ¡Huy!..., ¡del carácter no sabía nada todavía!, no se lo había visto, me dijo que me casara
antes de que acabara el año para que mi her
cuando se lo vi ya era muy tarde. mano se labrara de la mili también (como éramos hijos de
viuda, él
T.: ¿Y usted, Pepe, qué le gustó de ella? me hacía el expediente con prórroga para no ir a
la mili). Entonces
P: Era muy apañadita y me gustó y fui a por ella. fui; se lo dije a mi madre y a ellos y
arreglamos la boda. Después
E.: También era de buena familia nos enteramos que aunque no nos casáramos no pasaba
nada, por
T.: ¿Qué destacaría? eso dice que la engañé.
P.: No sé, que la veía de una forma..., que no sé, pero que me gustaba. E.: Pero como ya estaba
todo preparado...
No sé explicarlo, era físicamente, me gustaba su personalidad, su T.: ¿Usted había perdido
el interés por casarse?
modo de ser, todo. E.: No, yo no; pero era muy joven y no podíamos entonces.
T.: ¿Qué le gustaba de su modo de ser? T.: ¿Usted habría esperado?
P.: Estaba contento con ella, por lo que me hacía, por lo que me de
E.: Sí, claro que habría esperado, yo era muy joven.
cía... ¡todo! P: Yo no te obligué a que te casaras.
T.: Un flechazo de aquéllos... E.: No, no, ¡claro!
E. El flechazo fue mío, no de él. Yo sí que lo tuve fuerte, no lo de él. P: Lo hablamos con su
familia y todos dijeron que no había problema.
Porque él ya tenía novia, que fambién era muy apañada. (Otro pulso prematrimonial.
Cabe pensar que ella va sintiendo que
T.: Dice usted que de carácter..., pero en cuatro años de noviazgo se co
necesitará más recursos si quiere mantener las expectativas igualitarias.)
noce el carácter.
P: Sí, y se lo dijeron también, que yo tenía mucho genio.T.: ¿Cómo se organizaron la convivencia?
Usted trabajaba en el cam
E.: Pero yo estaba ciega; ni genio, ni que me dijeran, ni que no me di
po...
jeran; yo veía nada más por los ojos de él. Después sí, tuve un dis
P: Sí, mucho, demasiado.
gusto y le dije que se retirara de mí, que yo no lo quería y llegó a T.: ¿Y usted se quedaba
en casa?, ¿no iba al campo?
E.: No, vino la niña enseguida; luego, sí iba al campo, pero, a trabajar, trabajar, no.
P.: Yo llevaba y trabajaba lo mío y después iba a otras fincas, porque no era suficiente para vivir. .
E.: Él, trabajador ha sido mucho. Ha ido donde sea, en busca del dinero para mandárnoslo a nosotros.
T.: ¿De divertirse, ya de casados?
E.: No, nada. Íbamos al baile cuando la niña ya se puso grande y a él no le ha gustado el baile.
P.: Sí, al baile íbamos de recién casados. Tú te ponías a bailar y yo con mis amigos a jugar a las cartas, a
entretenernos.
T.: Y en eso de cómo organizar las cosas de la casa, usted se ocupaba de los hijos y de la casa y usted de
trabajar fuera.
P: Ella, de los hijos, de la casa, de comprar. Yo, cuando llegaba a mi casa le daba el sobre y ya se apañará ella.
Ella administraba la casa en todo.
T.: Y él ¿la dejaba administrar? 0... E.: Sí, sí. Nunca me ha pedido a mí. .. P.: Ni cuentas le he
pedido.
E.: Yo no he trabajado y él ha ganado. Yo he sabido administrar y siempre he tenido mi «rinconcito», compré un
piso, he casado a mis hijos y les hemos dado todo lo que hemos podido.
P: Jamás me ha gustado que trabajara con nadie. «Tú no tienes que estar dando la cara a la gente, bastante tengo
yo con dar la cara a todo el mundo.» Tú ya tienes bastante con la casa, los hijos y conmigo. ¡Ya tienes de sobra!
(En este caso la especialización en los roles sociales tradicionales está perfectamente asumida y no se
constituye, como en otras parejas, en área conflictiva.)
T.: Tenemos que meternos en el terreno de las intimidades. ¿Cómo fueron esas cosas de la vida de matrimonio?
E./P: Han ido bien, siempre.
T.: ¿Nunca ha habido problemas por este tema?, ¿nunca han discutido por eso?
E.: Yo he estado con mi marido disgustada y él me ha pedido mi cuerpo y nunca se lo he negado.
T.: ¿Eso quiere decir que sólo ha disfrutado él?
E.: No, sí yo estaba un poquito enfadada, no es lo mismo que si estás a gusto, ¿no?, pero también he disfrutado.
T.: Pues muy bien, porque eso es un tesoro que han tenido ustedes, ¿no? ¡Magnífico!
P:
T.: ¿Y los hijos han venido porque los han buscado de acuerdo los dos o ha habido alguien que quisiera más
tenerlos y otro que no?
E.: Los dos mayores han sido buscados y los otros dos pequeños venido de rebote.
T.: Pero, en ese buscados los dos mayores, ¿estaban dos?
E./P.: Sí, sí.
T.: ¿Y el rebote fue sorpresa para los dos también? E.: Sí.
T.: P.:
han
de acuerdo los
¿Y los primeros nubarrones en la relación cuándo empezaron? Mire, sí nosotros no hemos tenido esos
nubarrones. Yo la he querido mucho siempre, nos hemos querido mucho los dos. Lo que pasa es que hemos
creado una polémica por nada. Pero hemos estado tranquilos y le han dado los ataques.
Los primeros problemas de nervios le dieron cuando tenía veintiséis años.
Cuando tuve al niño, ése que vino de rebote, el tercer hijo. ¿Entonces fueron los primeros nervios?
Sí.
¿Por qué?
Nosotros lo achacábamos a las pastillas aquellas. Ella tenía ataques desde muy joven.
¿En general esos ataques le daban cuando tenía disgustos? No.
Bueno, a veces...; en general, los disgustos me han afectado mucho. Pero, a veces, he estado acostada con mi
marido tranquilamente...
Y me ha dado un guantazo, así, íplaf! Sin querer.
Sí, me ha dado un guantazo sin querer y entonces me he despertado, de buenas maneras; ¿entiende lo que yo
estoy diciendo? Ella, lo
Mire, ya hace tiempo la operaron de ovarios, y una mujer ya no queda igual. Pero si no le apetecía, yo no me
disgustaba por eso; ¡tranquila! Si hoy no le apetece, pues mañana habrá tiempo, y si no, pasado mañana. Sobre
este particular no ha habido nunca problemas. Ni por ella ni por mí.
(Tampoco el sexo, que tan a menudo brinda pretextos a otras parejas para escalar conflictos, resulta aquí un área
problemática. Probablemente hay un buen equilibrio entre la atracción física mutua y la aceptación de los
reguladores externos [el débito conyugal y la operación de ovarios].)
que pasa es que no chilla hablando, pero, con sus palabritas, a veces, ofende. Ella se cree que no daña, pero con
sus palabritas me está dañando.
(Cobra coherencia la reivindicación de ella de que la deje hablar... Para él, «las palabritas ofenden». Se
comprende que en las escaladas simétricas la haga callar.)
T.: ¿En alguna de éstas estuvieron pensando en la posibilidad de separarse?
E./P: No.
T.: Ni tampoco han dicho que van a coger la puerta...
E.: Ahora, de mayores, tres o cuatro veces. A veces me dice: «Sí no puedes estar conmigo, nos separamos». Pero
yo le digo: «¿Cómo puedes decir eso?, ¿no tienes lástima de decir esas palabras? Ya mayores y...»
P.: Porque siempre estamos discutíendo, de cualquier tontería hacemos una montaña.
E.: Es que no quiere escucharme. Yo no me desahogo con él. Él me dice: «¡A callar!», y a callar. Una vez nos
pusimos... Yo le cogí, nos sentamos en el sofá y hablamos: que íbamos a destrozar a nuestros hijos, que me
duele que digas eso... Yo quiero que me escuche, yo me desahogo hablando.
T.: Pero, ¿usted piensa en serio lo de separarse?
P: No, es sólo por decirlo. La quiero demasiado para hacer eso. Además, mis hijos no esperarían eso de
mí.
E.: Pero él ya lo había planteado muy bien, que si el dinero, que si los réditos...
P.: Yo le digo, si no puedes con mi condición, ¡nos separamos! Porque yo no puedo cambiar ya a mis años.
Mi modo de hablar es éste. He cambiado, pero esto no lo puedo cambiar. Yo quisiera, pero no puedo.
E.: Él ha cambiado mucho.
P: Ella quíere que yo cambie, pero no puedo. Yo, en mi casa, no hacía nada porque eran todo mujeres. Sin
embargo, ahora en casa lo hago todo.
T.: ¿No hay problemas con ninguno? E./P: No.
E.: Problemas, lo único el que está parado.
P.: Pero eso no es un problema con nosotros, sino que es un problema de él. Nosotros sentimos los
problemas de él. Tiene un trabajo que no es fijo y es por lo que nos preocupamos.
T.: Bueno, nos han hecho ver que son ustedes buena gente, buenas personas y que se quieren y que lo
fundamental lo tienen muy bien.
(Es cierto que el conflicto simétrico se plantea, en este caso, a un nivel muy abstracto de lucha por el poder, que
no se extiende a las áreas relacionales más importantes [trabajo, sexo, hijos, sociabilidad, etc.], donde es
frecuente que combatan otras parejas neuróticas.)
T.: ¿Usted está mejor que hace unos años, no? E.: Los ataques, sí, pero las depresiones, no. P.: Por
lo menos, los ataques no los tiene. E.: Pero las depresiones sí.
P.: Pero las depresiones también menos que otras veces. Otras veces ha estado mucho peor.
T.: ¿Usted siente que está peor que nunca? E.: Yo sí.
T.: ¿Peor que nunca?
E.: ¡Hombre! Por él estoy más tranquila, pero por mí misma no.
(En el terreno de los síntomas, Eulalia no cede fácilmente: son su más seguro baluarte y, aunque otros puedan
opinar que está mejor, ella se aferra a su condición de enferma.)
(Es cierto que él ha cambiado mucho: hace cosas en casa inimaginables en su contexto cultural de origen. Pero
la naturaleza de la relación simétrica es insaciable y supone un pulso sin fin.)
E.: Si yo estuviera bien, no pasaría nada, pero como estoy delicada... T.:Y ahora, con los hijos, ¿hay buena
relación?
E. /P.: Sí.
6. LA INTERVENCIÓN EN LA DEPRESIÓN MAYOR
Las intervenciones que proponemos para el abordaje psicoterapéutico de la depresión mayor suponen tener en
cuenta las características de los trastornos depresivos en general, así como las hipótesis descritas en los
anteriores capítulos acerca de la naturaleza específica de dicho trastorno. Por ello, el manejo de los dos
trastornos básicos que describimos, la depresión mayor y la distimia, plantea, desde los primeros contactos,
estrategias y modalidades diferentes de intervención.
6.1. LA ACOMODACIÓN

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