La Fe Como Un Bastón

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La fe como un bastón

Por Rafael Pérez en Diciembre 19, 2007 | Compañerismo, Cristianismo, Discipulado

Estoy compartiendo una serie de enseñanzas sobre discipulado todos los miércoles de
diciembre en la Iglesia Vida Abundante. El hecho de que sea esta una congregación
relativamente nueva hace sumamente especial la ocasión, pues lo que una iglesia
aprende en sus primeros tiempos determina grandemente lo que será el día de mañana.
A continuación comparto parte de la enseñanza que les llevaré hoy.

El cristianismo te puede liberar o encerrar, expandir o detener, impulsar o estancar. La


forma en asumas ésta fe determinará lo que ella será para ti: una escalera (que te
elevará, haciéndote mirar hacia arriba con optimismo) o un bastón (que te encorvará,
dirigiendo tu mirada hacia el suelo). Un argumento que constantemente esgrimen los
detractores del cristianismo es que nuestra fe no es más que un refugio para los hombres
débiles, que en ella se esconden sólo aquellos que no tienen la valentía de enfrentar la
vida tal y como es, con sus sinsabores, injusticias y reveses. Su percepción —la cual es
sólo parcialmente cierta— se construyó con el ejemplo de aquellos que tomaron la fe
como un bastón.

Es muy común encontrar personas acercarse a la iglesia luego de una crisis de salud,
emocional, económica o existencial. Esto es sumamente natural y esperable: cuando las
personas están atravesando momentos de cambios o dificultad, se muestran mucho más
abiertas. Lo que no es ni normal ni conveniente es que sólo se queden en el primer paso
(acercamiento). Gran parte de ellos no dan el siguiente paso, que es comenzar a
enfrentar sus problemas con la ayuda de Cristo, sino que los ignoran y empiezan a
actuar como si ya no existieran; a esto comúnmente se le llama, erróneamente, fe.
Memorizan uno o dos versículos y clichés y los utilizan como interruptores mentales
para condicionar sus pensamientos. Cuando los problemas florecen, cuando comienzan
a amontonarse las facturas o el cobrador toca la puerta, ellos recitan como un mantra
Filipenses 4:13, Todo lo puedo en Cristo que me fortalece, y se quedan de brazos
cruzados.

Convertirse a Cristo no se trata de meter todos nuestros trastes sucios en un estante y


cerrar la puerta esperando que se laven solos, tampoco de arrastrarse con un bastón; no
consiste en «suspender» la realidad, sino en definirla para poder enfrentarla desde una
nueva perspectiva. Tus deudas deben ser pagadas, tus relaciones restauradas (algunas de
ellas suspendidas o reformadas) y sobre todo, es imprescindible tomar decisiones, en
especial aquellas que son incomodas. Encerrarte a orar en el templo no detendrá el
transcurrir del tiempo, y aquellos que vayas dejando para mañana, con la excusa de que
por fe se resolverá, tarde o temprano te alcanzará, aumentado por el interés compuesto.
Tal como dice Proverbios: tus pecados te alcanzarán.

Venir a Cristo no se trata de tomarse una aspirina para simplemente calmar el dolor,
sino de enfrentar el problema por la misma raíz: primero se trabaja con el pecado, que
nos llevó a tomar decisiones desacertadas, y luego con nuestro carácter, el cual se formó
con nuestras decisiones. Pero revertir los efectos negativos de toda una vida andando de
espaldas a Dios requiere tiempo, esfuerzo y sacrificio; es un proceso peliagudo —una
parte de nosotros quiere volver a hacer las cosas del modo más fácil y la otra del modo
correcto— y doloroso que sólo los valientes pueden atravesar. Nos aferramos con uña y
diente de aquellos que nos es cómodo y habitual y sólo con un doloroso
desprendimiento podemos comenzar a crecer. Siempre será más fácil pretender que todo
está bien, repetir los versículos, los clichés o poner un CD de música cristiana positiva,
que trabajar para conseguirlo. La primera opción «relaja», pero la segunda duele.
Cuando hemos vencido sentimos como que se rompe algo: dejamos de mirarnos los pies
o el ombligo y miramos hacia arriba.

Cuando vengas a Cristo y seas parte de su iglesia, tu carácter será fortalecido; tendrás
una estructura de valores y verdad firme y sólida sobre la cual podrás en lo adelante
construir con seguridad; una comunidad de fe, esperanza y amor que te apoyará y
respaldará en el camino. Pero serás tú mismo, aunque con la ayuda de estos tres
elementos (carácter, estructura, comunidad), quien tendrá que enfrentar tus propios
problemas. Dios ya hizo por nosotros aquello que, aunque hiciéramos nuestro mejor
intento, nosotros no podríamos hacer, pero dejó la otra parte en nuestras manos. Nuestra
fe no es un bastón, sino una escalera, no sólo te sostiene, sino que también te eleva.
Desde arriba todo se ve mejor, más fácil y más cerca. En Cristo estamos mejor
posicionados para enfrentar nuestra lista de pendientes.

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