Samuel, Juez y Profeta (ANDRE WENIN) Figura en Las Páginas Del Antiguo Testamento Como Uno de Los Grandes Hombres Elegidos Por Dios Para Salvar Al Pueblo de Israel de Una Crisis Religiosa Provocada Por La Convivencia Con Naciones Paganas

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El profeta Samuel figura en las páginas del Antiguo Testamento como uno

de los grandes hombres elegidos por Dios para salvar al pueblo de Israel de
una crisis religiosa provocada por la convivencia con naciones paganas de
su vecindario. No fue rey, pero sí el auténtico instaurador de la monarquía,
ungiendo al primer rey que tuvo Israel, Saul.

Para Félix González “Samuel es una figura central en el Antiguo


Testamento. Reúne en su persona el triple ministerio de sacerdote, juez
y profeta”.

La biografía de Samuel que escribe define la personalidad de un profeta


elegido por Jehová desde niño para corregir las desviaciones religiosas del
pueblo rebelde contra el que escribió con dureza el profeta Isaías en el
primer capítulo de su libro. Aunque este que estoy comentando se trata de
un libro breve -no llega a las 200 páginas- el autor se muestra como un
excursionista bíblico deseoso de dar a conocer los pormenores de una vida
grande y consagrada.

La biografía recorre toda la vida del profeta. Fue hijo querido de una buena
madre llamada Ana. Una mujer de corazón puro y limpio, verdadera
adoradora de Jehová. Cuando nace el niño por intervención divina, apenas
tuvo edad lo pone a disposición del sumo sacerdote Eli, encargado del
tabernáculo en Silo.

Una noche que Samuel dormía en el templo oyó el llamamiento de Dios y


respondió: “Heme aquí”. Dice González que la historia de Samuel “nos
muestra que Dios utiliza a los niños para salvar a los hombres”. Refuerza
el argumento con el episodio vivido por Agustín de Hipona en el siglo VI,
en cuya conversión influyó la voz de un niño que en el patio de su casa
cantaba el texto de Romanos 13:13: “Andemos como de día, honestamente;
no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en
contiendas ni envidias”.

En el versículo veinte del tercer capítulo en el primer libro de Samuel,


leemos: “Todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era
fiel profeta de Jehová”. En aquellos tiempos, al igual que en nuestros días,
para desgracia del cristianismo, han existido y existen falsos profetas y
apóstoles. González pregunta en la página 65 de su biografía: “¿Cómo
podemos distinguir a un verdadero profeta de uno falso?”. Señala tres
características que deben diferenciar a uno de otro. El verdadero profeta
no elige serlo, no busca el ministerio religioso, es llamado por Dios a
ejercerlo. Segundo, el verdadero profeta permanece humilde y fiel a su
ministerio. Samuel permaneció fiel en las observaciones diarias, no se
ensoberbeció a pesar de haber oído la voz del mismo Dios. En tercer lugar,
González observa el efecto de sus palabras al pueblo. Todos los israelitas lo
reconocían como verdadero profeta de Jehová.

Después de las tres señales de un auténtico profeta Félix González escribe


un capítulo superior en el que trata de otras tres señales en torno a la
manera de alcanzar las bendiciones divinas, manteniéndose siempre en el
estudio del profeta Samuel.

La primera señal es un ejercicio de espiritualidad. Con frecuencia sentimos


que llevamos una carga pesada en el corazón y en la vida. Queremos que
alguien cerca de nosotros nos ayude. Pero antes de pedir ayuda exterior
hemos de permitir que Dios realice cambios en nuestro interior.

Cuando Israel deseaba ser liberado del yugo filisteo, Samuel dice al
pueblo: “Si de todo vuestro corazón os volvéis a Jehová, quitad los dioses
ajenos y preparar vuestro corazón” (1º Samuel 7:3). En la vida espiritual
existe un orden. Si queremos ayudar a otros se impone que Dios nos ayude
primero a nosotros. Que purifiquemos el corazón por medio de la
conversión y la entrega a Él.

González entiende que una segunda forma de alcanzar las bendiciones


divinas es confesando nuestra impotencia. El pueblo judío pide al profeta
Samuel: “No ceses de clamar por nosotros a Jehová nuestro Dios para que
nos guarde de la mano de los filisteos” (1º Samuel 7:8).

Impotencia y victoria. El pueblo es consciente de su impotencia frente al


enemigo. Y pide al profeta que invoque la intervención divina. Escribe
acertadamente González: “¿No ocurre lo mismo hoy? El que quiera recibir
poder y victoria de lo alto, que se deje revelar primero por su propia
debilidad. El que sienta de verdad su impotencia recibirá de Dios el
poder”.

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