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Reflexión para la Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe

México, 22 de Noviembre de 2021


P. Fidel Oñoro cjm

La centralidad de Jesucristo y su Palabra en nuestra acción pastoral

Permítanme comenzar con una pregunta elemental, pero decisiva. ¿Por qué estamos
aquí? ¿Qué es lo que convoca y la jalona esta Asamblea Eclesial de América Latina
y el Caribe, siempre en comunión con la Iglesia entera?

¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué existe todo lo que tenemos? ¿Por qué hay Palabra
de Dios? ¿Por qué hay Iglesia? ¿Por qué somos llamados? ¿Por qué hablamos de
misión? ¿Por qué nos empeñamos en un discernimiento comunitario? ¿De dónde
nace? ¿Cuál es la fuente? ¿Qué se propone fundamentalmente?

Estamos aquí porque hay un proyecto, un proyecto que nos antecede. Ese proyecto
maravilloso es la voluntad divina.

El proyecto divino no son cositas: que para dónde me mandaron, que me dijeron que
hiciera esto, que me nombraron para tal o cual encargo. Todo eso obedece a una
realidad fundamental: al plan salvador de Dios.

¿En qué consiste?

En que Dios nos llama a compartir su vida y su felicidad. Dios nos llama a estar con
él, a hablar con él, a vivir de su vida, a trabajar con él. Esa vida en plenitud, que se
resiste a la muerte; esa alegría desbordante porque es amor que abraza y que eleva,
se nos ofrece por un llamado. De ahí nace todo.

Eso es lo nuestro: ser parte de él, saber leer y traducir ese proyecto.

Desde ese punto de vista se mira todo, desde el plan salvador de Dios.

Sin ese plan salvador de Dios, la Iglesia no existiría. La ekklesía es el encuentro de


todos los que respondemos a la llamada y nos hacemos un sola familia en él, los que
caminamos juntos contemplando el mismo horizonte, cada quien desde su
particularidad, dialogando con él, dejándolo ser el Señor, el Kyrios, y colaborando
en su proyecto con todas nuestras energías.

¿Por qué hay teología? La teología no está llamada a inventar cosas, sino a hacer el
diálogo entre esta experiencia de fe y la cultura, las culturas. Lo suyo es interpretar,
leer los signos, desarrollar ese plan salvador de Dios.
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¿Por qué hay moral? Porque estamos llamados a una forma de vivir conforme al
plan salvador de Dios y ese estilo nos da identidad.

¿Por qué hay liturgia? Porque ese plan salvador de Dios hay que celebrarlo como
memoria viviente.

¿Por qué hay pastoral? Porque la misión de la Iglesia es darle concreción en todos
los niveles de lo humano, en lo individual y en lo comunitario de la persona.

La pastoral acompaña, canaliza todas las energías para que se realice el plan
salvador de Dios.

El pastor en la Biblia en primer lugar es Dios. Él se dio a conocer como tal en una
travesía, conduciendo a su pueblo por el camino del desierto, de una tierra a otra
tierra. Lo hizo llamando a servidores que compartieran su visión, que comunicaran
sus criterios para hacer la travesía juntos.

La pastoral es siempre un ejercicio de travesía, de éxodo. La palabra “éxodo” en


griego significa salida. La pastoral es siempre exodal y lo suyo es trazar el horizonte,
estimular los pasos, superar los obstáculos, acompañar saltos cualitativos.

Y en el éxodo la escucha siempre se traduce en ruta. Es lo que hace Moisés y luego


todos los profetas, escuchar y traducir en caminos, abrir caminos, los caminos de
Dios. Dios los conducía hablando el lenguaje de la vida, al interior de una misma
historia que requería ser interpretada.

Y Dios mismo se hace caminante. Hay un detalle que está en el corazón del Salmo
del pastor, es la frase que le da sentido a todo: “Ki Attah Inmadi”, por tú está
conmigo, porque tú caminas a mi lado (Sl 23,4). El orante personaliza “inmadi”,
luego se dirá comunitariamente “con nosotros”, inmanuel (Is 7,14).

Y dando un salto gigante tenemos que decir que porque existe un plan de Dios hay
encarnación. Todas las voces de los profetas confluyeron en una palabra, en aquel
que es la Palabra.

El plan de Dios consiste en que Dios entra y entra vivo en el mundo. Eso es la
encarnación.

La centralidad está en la encarnación, en esa bendita humanidad cargada de lo


divino. Y Cristo recoge a toda la humanidad y se la entrega al Padre. Sale de Padre y
viene al mundo, sale del mundo y nos lleva al Padre (Jn 16,28). De nuevo, éxodo,
siempre en salida.
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1 Corintios 15: Jesucristo recoge todo y se lo entrega al Padre, como presencia viva.

Juan 13,1: Nos lleva al Padre por el camino de la Cruz como humanidad redimida.

Por eso en la plenitud de los tiempos todo se realiza en torno a Jesús. Todo,
absolutamente todo. Jesús es la Palabra, no sólo tiene palabras, él es la Palabra.
Jesucristo es el Evangelio y el Evangelio es Jesucristo.

Todos los sabemos de memoria, pero permítanme evocarlo brevemente. Viene de


Dios, nace en Belén, vive en Galilea. Pasa entre nosotros haciendo el bien,
predicando la buena noticia del Reino, ganándole terreno al mal.

El narrador del evangelio de Lucas llama a este camino de Jesús “el éxodo” (Lc
9,31).

El evangelio nos narra el paso a paso de Jesús en una serie de encuentros con
personas que van gritando –muchas veces sin palabras- sus necesidades más
profundas.

Cuerpos postrados, minusválidos, maltratados o negados; portadores de


enfermedades incurables, gente sin estética personal; madres y padres desconsolados
por la pérdida de sus hijos, mujeres de vida alegre, ladrones de cuello blanco,
muchachos malagente, personas sin derechos y abusadas, autoridades corruptas e
inmorales, gente pudiente pero sin responsabilidad social, en fin, ese reverso de la
historia que uno no siempre quiere ver.

Una convicción de fondo repica en cada trecho del camino misionero de Jesús: ¡La
vida de cada persona vale mucho, hay que salvarla! (Lc 5,32; 6,9; 13,16;
15,7.10.32). Ese es el proyecto creador, liberador y de alianza de Dios.

El evangelio da cuenta del impacto, del profundo impacto de Jesús. Sin ninguna
duda podemos decir que Jesús siempre fue una persona tremendamente fascinante.

A su paso se dejan oír gritos de alegría y alabanzas porque el misionero de Nazaret


se detuvo ante cada uno -¡uno por uno!- para mostrarles lo importantes que son para
Dios y para hacerles sentir de forma concreta el poder de su amor transformador de
todo mal, allí donde la vida es negada. “¡Dios ha visitado a su pueblo!” (7,16),
gritaba la gente y con razón.

Ese es su camino de evangelizador. Los discípulos fueron llamados para compartir


su vida y su misión, esa misma misión. Al final del evangelio Jesús Resucitado, en
el día pascual, les dice: “Ustedes son mis testigos” (Lc 24,48).
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Ese testimonio no consistía simplemente en dar cuenta de lo que habían visto y oído,
tuvieron que aprender a hacer un ejercicio que les costó lágrimas: aprender a leer la
cruz. Es la gran lección a los caminantes de Emaús.

Quien aprende a leer la cruz desde la experiencia del Resucitado es el que puede
anunciar a Jesucristo.

Ese es el entrenamiento fundamental del discípulo misionero. La cruz no sólo


denuncia hasta dónde es capaz de ir la violencia humana, matando al inocente, Jesús
la convirtió en lugar de transformación descendiendo hasta las honduras del mal que
apaga toda vida.

Y esto nos da una nueva manera de mirar la historia, de interpretarla, de


acompañarla desde un fundamental anuncio de esperanza. Detrás de cada cruz se
anuncia una resurrección, una nueva posibilidad, incluso más completa.

La cruz pascual nos da una gramática, con ella leemos la historia que vivimos y
vislumbramos el nuevo horizonte al que estamos llamados.

Nos da una mirada y nos da un programa. Discípulo misionero no es el que denuncia


los signos de muerte, es el que sabe reconocer también los signos de éxodo, de vida
nueva que están brotando, aunque a veces parezcan imperceptibles.

Los tiempos de crisis también son tiempos de belleza porque son creadores.
Tenemos confianza. Siempre es posible algo nuevo en cada momento de la historia.

Y es aquí donde entra la Escritura. ¿Qué lugar ocupa la Escritura?

¿Es el libro que tenemos cerquita para buscar frases inspiradoras y colorear los
documentos pastorales que elaboramos? Claro que no.

La Sagrada Escritura se sitúa dentro de un horizonte vital. Porque existe ese plan
salvador de Dios existe la Biblia. Sin ese plan salvador de Dios la Biblia no existiría
o no tendría mucho que decir. Cada página de la Escritura nos abre ventanas de
observación y de compresión más profunda. La Biblia es el testimonio escrito de la
lectura que el Pueblo de Dios aprendió a hacer en la historia, siempre bajo el influjo
del Espíritu Santo.

La Biblia nos saca del analfabetismo espiritual. Porque con nuestra sola mirada sólo
seríamos profetas de desgracias, resentidos por el peso del mal que nos supera.

Es con ella que leemos los códigos de la intervención creadora, liberadora y siempre
constructora de Dios en nuestra historia. Con ella tenemos luz para percibir los
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caminos del Espíritu dentro de las tribulaciones que vivimos. Es lo que se le dice
siete veces a la comunidades del entorno del Apocalipsis de Juan, perseguidas por su
testimonio profético: “El Espíritu dice a las Iglesias”.

No sólo las comunidades del último libro del Nuevo Testamento y de la Biblia.
Todas, por todos lados, nos dicen que hay una potencialidad que la precariedad.
Todas nos repiten a su manera la misma convicción:

Somos una Iglesia enamorada de Jesús, que no juega al poder, que sabe que sólo
tiene fuerza y capacidad transformadora en la historia cuando se hace humilde y
auténtica, cuando se hace servidora sin pedir nada a cambio. Esa es la pasión por
Jesús y el proyecto.

Como le dice Pablo a una de sus comunidades más entusiastas, pero con gente muy
pelionera dentro de ella: verifiquen, evalúense si realmente están en sintonía con
Jesús. No de boca, sino con actitudes que hagan ver su identificación con Jesús.
“Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2,5).

Τοῦτο φρονεῖτε ἐν ὑμῖν ὃ καὶ ἐν Χριστῷ Ἰησοῦ

Sentimientos aquí no se refiere a impulsos emocionales. El término griego, “froneo”,


además un verbo, quiere decir apropiar las opciones de Jesús: el que no se aferró al
bienestar que le podía dar su condición divina, sino que se rebajó, se vacío, se hizo
hombre, se hizo pobre, esclavo con los esclavos, pobre con los más pobres, como
uno de ellos, y se vació hasta la muerte en cruz.

Pensar con Jesús, sentir con Jesús, actuar con Jesús, haciendo nuestras las opciones
que nos describen los evangelios y el resto del Nuevo Testamento.

Si queremos esta semana hacer un ejercicio que valga la pena tenemos que ponernos
a la escucha de la Palabra. La escucha de todas las demás realidades que vivimos en
América Latina pueden encontrar salida si las abordamos desde este primer y
fundamental registro: el proyecto de Dios.

No estoy tratando de decir que nuestros análisis de la realidad no sean importantes.


Lo que quiero decir es que necesitamos una gramática para leer la vida, para percibir
los caminos del Espíritu y secundarlos en una acción pastoral más vigorosa, con el
temple de los mártires, con la visión de los profetas, con la inteligencia espiritual de
los que construyeron comunidades alternativas en medio del mundo desde los
orígenes.

Para servir al Reino, primero hay que escuchar al Rey. Si no haremos cosas
interesantes, incluso desgastantes, como le pasó a Marta de Betania, irritada fue
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donde a Jesús para darle órdenes, en cambio su hermana había entendido que el
primer servicio era la escucha, era dejar a Jesús ser el Maestro y el Señor.

Podríamos decir con el Evangelio de Juan: “En el principio la Palabra” (Jn 1,1).
Poner la Palabra en el principio de esta asamblea, de cada jornada de nuestra vida,
de cada etapa que inauguramos.

Ese es el ejercicio del que la Iglesia en América Latina se volvió pionera, desde las
comunidades eclesiales de base y a todos los niveles con la lectura popular de la
Biblia y la Lectio Divina adaptada a todos los ámbitos de la vida eclesial. Partimos
de la realidad, sí, pero partimos también de la Palabra.

Partir de la Palabra. La ABP, y esta asamblea es una experiencia concreta de ella,


consiste hacer circular el evangelio por todas las venas de la Iglesia, para que el
cuerpo sea vital, para que mantenga fresca su identidad, para que tenga el vigor de
Jesús, para que siga adelante con pasos nuevo el proyecto divino.

Este es el principio y fundamento: Por eso hoy nos acompaña, y lo seguirán


haciendo, la palabra de Jesús: “Mi madre y mis hermanos son los que oyen la
palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21)

Este el impulso de esta histórica Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe.

La escucha es el comienzo de todo acto, de toda acción, de todo pensamiento. Sólo


escuchando la Palabra podemos percibir qué es lo que Dios nos dice y nos pide,
podemos llegar a descubrir nuestra misión y a qué somos llamados.

Partir de la escucha de la Palabra hace ya seguro nuestro camino, porque hace de él


un camino de comunión el proyecto del Padre y con los anhelos de nuestros
hermanos.

Escuchar, meditar, hacer entrar la Palabra en nosotros, nos permite actuar en


sintonía con su voluntad.

Una escucha así debe traducirse en nuevos rumbos, dándole voz al sentir de los que
se atreven a soñar.

Vivir según su Palabra es ser felices, porque es ser partícipes de un proyecto más
grande y más elevado de cuanto pueda existir sobre la tierra y en nuestras vidas.

Iglesia oyente es Iglesia en camino exodal, desinstalada, peregrina, aprendiz,


siempre discípula, agradecida, auscultadora de la vida que quiere nacer, que escucha
lo que late dentro de las personas, de las cosas, pero sobre todo de Dios.
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Como dice Pablo a los presbíteros de Mileto: los encomiendo a la Palabra. “Ahora
los encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que es poderosa para edificar y
conceder la herencia a todos los santificados” (Hch 20,32)

No es que la Palabra sea puesta en nuestras manos, es al revés, somos puestos en las
manos de ella para que nos dirija.

Y los invito a pedir hoy con Salomón: “Dame, Señor, un corazón que sepa
escuchar”.

Permítanme terminar con una breve invitación que nos hizo el Papa Francisco en EG
266, donde se puede notara el eco de Aparecida. Es una fuerte invitación para poner
en el centro a Jesucristo y su Palabra en el corazón propulso de una acción pastoral:

“No es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar


con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su
Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder
hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo
sólo con la propia razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más
plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo. Por eso
evangelizamos”

Es lo que vamos a hacer en esta semana.

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