Jin Hui Liu, La Santificación Del Trabajo en El Magisterio Del Siglo XX (Tesis de Licencia)

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PONTIFICIA UNIVERSITÀ DELLA SANTA CROCE

FACOLTÀ DI TEOLOGIA

JINHUI LIU

LA SANTIFICACIÓN DEL TRABAJO EN EL


MAGISTERIO DEL SIGLO XX

Relatore:
Rev. Prof. Vicente Bosch

Roma, gennaio 2018


Índice

Siglas y abreviaturas.....................................................................................................3
Introducción..................................................................................................................5
Capítulo I. Inicio y desarrollo de un Magisterio sobre el trabajo.................................9
1. Punto de partida: la Rerum novarum de León XIII..............................................9
2. San Pío X y Benedicto XV.................................................................................15
3. Pío XI: Jesús y su trabajo redentor.....................................................................17
Capítulo II. Hacia una teología del trabajo.................................................................25
1. Pío XII................................................................................................................25
2. San Juan XXIII...................................................................................................36
Capítulo III. Concilio Vaticano II: consolidación y maduración de una doctrina sobre
el trabajo......................................................................................................................43
1. El sentido cristiano del trabajo...........................................................................44
2. El trabajo y la llamada universal a la santidad...................................................47
3. El trabajo y la vocación universal al apostolado................................................52
Capítulo IV. Interpretación y profundización posconciliar.........................................61
1. San Pablo VI.......................................................................................................61
2. San Juan Pablo II................................................................................................71
Conclusiones...............................................................................................................85
Bibliografía.................................................................................................................89
1. Fuentes...............................................................................................................89
2. Estudios..............................................................................................................96

1
Siglas y abreviaturas

AAS Acta Apostolicae Sedis, LEV (1909 ss).


ACLI Associazioni Cristiane Lavoratori Italiani.
Agip Azienda Generale Italiana Petroli.
apost. Apostólica.
ASS Acta Sanctae Sedis, LEV (1865-1908).
cart. Carta.
CEDP P. GALINDO (ed.), Colección de encíclicas y documentos pontificios,
Publicaciones de la Junta Nacional (19677).
cit. Obra citada anteriormente.
const. Constitución.
decr. Decreto.
DMCG Discorsi, messaggi, colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, TPV
(1960-1964).
DPIII F. RODRÍGUEZ (ed.), Doctrina pontificia III: documentos sociales, BAC
(1959).
DPXI D. BERTETTO (ed.), Discorsi di Pio XI, LEV (19852).
DRPXII Discorsi e radiomessaggi di sua Santità Pio XII, TPV (1941-1959).
enc. Encíclica.
exhort. Exhortación.
IGPII Insegnamenti di Giovanni Paolo II, LEV (1979-2006).
IPVI Insegnamenti di Paolo VI, LEV (1965-1979).
n(n). Número(s).
p(p). Página(s).
Vol(s). Volumen(es).

Tanto la traducción como las siglas y abreviaturas de los libros bíblicos


que utilizamos son las de la Sagrada Biblia de la versión oficial de la Confe-
rencia Episcopal Española (2011).

3
Introducción

El país del que provengo es conocido por su laboriosidad: los hombres y


mujeres de China son personas que dedican mucho tiempo y esfuerzo al traba-
jo. En mi opinión, esta característica nacional puede ser un buen vehículo para
la gran tarea evangelizadora que todavía debe realizarse. Por ese motivo, el
tema del trabajo me ha interesado desde los inicios de mi formación doctrinal-
religiosa, hasta el punto de adoptarlo como la cuestión fundamental en mi pro-
fundización teológica. Las páginas de esta tesis de Licencia son el resultado de
lo que acabo de afirmar.
El trabajo, por ser actividad humana, expresa el dominio del hombre so-
bre la naturaleza y afecta a la persona en su interioridad: el cómo y porqué de
trabajar transforma no sólo el mundo exterior sino también a la misma persona
humana.
En la historia de la espiritualidad cristiana, el trabajo no siempre ha sido
visto y valorado de la misma manera, pues se han hecho consideraciones y va-
loraciones muy distintas a lo largo del tiempo. En los primeros siglos los cris-
tianos, por un lado, trabajaban como los paganos, tenían los mismos oficios,
trabajaban juntos con ellos; por otro, se comportaban diversamente por el im-
pulso de la fe. En la época monástica el trabajo principalmente tenía un aspec-
to ascético; además de ser necesario para sustentarse y practicar la caridad, era
considerado como un medio de combatir el ocio. En la edad medieval las ta-
reas eclesiásticas eran consideradas como las únicas que podían ser realmente
santificadas y santificadoras, mientras el trabajo normal y corriente era visto
como obstáculo a la santificación. En la época del Humanismo y del Renaci-
miento surgió un renovado interés por el tema del trabajo humano, y a los fina-
les del siglo XX se produjo un profundo cambio en la consideración del traba-
jo.
Casi todas las ciencias humanas se ocupan hoy del trabajo, pero no siem-
pre fue así: la cuestión no fue objeto de reflexión filosófica hasta bien entrado
el siglo XIX, y la teología sólo inició a interesarse con motivo de la publica-
ción de la encíclica Rerum novarum (15-V-1891) de León XIII. Efectivamente,
el trabajo cae también en el campo de estudio de la teología, pues se trata de

5
INTRODUCCIÓN

una actividad del hombre —imagen y semejanza divina— que afecta al mundo
creado por Dios y a la historia que en Él finaliza. Aunque suele encuadrarse en
la teología de la Creación y de las realidades terrenas (dogmática), el trabajo
tiene también implicaciones morales y espirituales. La acción humana de tra-
bajar pone en juego una serie de virtudes que contribuyen al crecimiento y per-
feccionamiento de la persona, y cuando el fiel cristiano actúa buscando la glo-
ria de Dios y el servicio a los hombres convierte tal actividad en medio de san-
tificación. El objeto de esta tesina consiste en presentar el proceso mediante el
cual el Magisterio de la Iglesia ha ido exponiendo y desarrollando, a lo largo
del siglo XX, el valor redentor y santificador del trabajo. Nuestro estudio se
centra, por tanto, en una espiritualidad del trabajo —el trabajo como medio de
unión con Dios, como instrumento de santificación—, sin detenernos en otros
aspectos presentes en el Magisterio —moralidad de la actividad laboral, justi-
cia social, etc.—, que presuponemos. Para ello se ha realizado un trabajo de
búsqueda y selección de los textos del Magisterio, que luego se presentan en
torno a conceptos o ideas. Es mi intención dejar hablar a esos mismos textos,
sin añadir excesivas ideas o reflexiones propias.
La tesina se divide en cuatro capítulos, que, por el género del estudio, es
lógico y conveniente abordar cronológicamente. El primer capítulo expone las
enseñanzas del Magisterio en los primeros cuatro decenios del siglo XX par-
tiendo de la importante aportación de la Rerum novarum de León XIII; com-
prende el Magisterio de san Pío X, Benedicto XV y Pío XI. El segundo capítu-
lo contiene las enseñanzas magisteriales de los dos decenios que preceden al
Concilio Vaticano II, es decir, las de Pío XII y san Juan XXIII. El tercer capí-
tulo ofrece las grandes aportaciones del Concilio Vaticano II, que se encuen-
tran, de modo sistemático, en la constitución Gaudium et spes, pero que deben
completarse con importantes afirmaciones de otros documentos conciliares
como Lumen gentium, Apostolicam actuositatem, y Ad gentes. El cuarto y últi-
mo capítulo ofrece las interpretaciones pastorales y profundizaciones teológi-
cas de la teología del trabajo en el período posconciliar de san Pablo VI y de
san Juan Pablo II.
Quiero expresar mi sincero agradecimiento a la Facultad de Teología de
la Pontificia Universidad de la Santa Cruz; al profesor don Francisco Fernán-
dez, que me ha ayudado con alta profesionalidad en las técnicas tanto para el
texto como para las notas; al profesor don Manuel Belda y al gran amigo Fer-

6
INTRODUCCIÓN

nando Crovetto, que me han ayudado en la traducción y corrección de los tex-


tos; y en especial mi agradecimiento se dirige al director de esta tesina, reve-
rendo profesor don Vicente Bosch, por sus valiosas orientaciones y direcciones
que siempre me ha prestado con disponibilidad total y paciencia suficiente.

7
Capítulo I.
Inicio y desarrollo de un Magisterio sobre
el trabajo

1. Punto de partida: la Rerum novarum de León XIII


El tema del trabajo no ha sido habitualmente motivo de preocupación del
Magisterio de los Papas hasta bien entrado el siglo XIX. El proceso de indus-
trialización de la sociedad, con la consiguiente aparición de las clases obreras,
dio origen a una mentalidad capitalista preocupada de obtener las máximas ga-
nancias, muchas veces a costa de explotar a los obreros. Tal situación de injus-
ticia provocó, entre otras causas, el surgir de la ideología marxista que negaba
el derecho de propiedad y postulaba un colectivismo y una sociedad utópica a
la que se debería llegar por la vía de la revolución.
Ante la realidad de una injusticia social imperante, por una parte; y el pe-
ligro de fuga del proletariado hacia un marxismo que niega la transcendencia,
por otra, la Iglesia no se quedó pasiva o indiferente. Cuando, al final del siglo
XIX y el inicio del siglo XX, la situación de la sociedad se hacía particular-
mente aguda y difícil, el Papa León XIII salió al encuentro de los problemas
sociales para defender la dignidad y los derechos fundamentales de la persona,
sobre todo los del mundo obrero. El historiador Vicente Cárcel afirmó:
Cuando ya se veía claramente la gravísima injusticia de la realidad social, que
se daba en muchas partes, y el peligro de una revolución favorecida por las
concepciones llamadas entonces “socialistas”, León XIII intervino con una en-
cíclica que afrontó de manera orgánica la “cuestión obrera”1.
León XIII afrontó los problemas sociales en la encíclica Rerum novarum,
publicada el 15 de mayo de 1891. Con la encíclica Rerum novarum «por pri-
mera vez los derechos de los obreros y la injusticia del sistema liberal integral

1 V. CÁRCEL, Historia de la Iglesia III: la Iglesia contemporánea, Palabra, Madrid 1999, p.


245.

9
CAPÍTULO I. INICIO Y DESARROLLO DE UN MAGISTERIO SOBRE EL TRABAJO

fueron solemnemente proclamados por la más alta autoridad espiritual» 2. Su


publicación tiene mucho que ver con el Manifiesto comunista de Marx y En-
gels, publicado en el 1848, porque con el surgieron muchos problemas y cam-
bios tanto sociales como políticos en diversos países 3. Para entender bien la
Rerum novarum es necesario contemplarla en su contexto histórico:
[Es habitual] asociar el término capitalismo a un bloque de países del mundo y
el término socialismo a otro. Estos dos bloques de países se disputan la supre-
macía política y económica. El llamado Tercer Mundo (conocido también
como el Sur, frente a los otros dos, que constituyen el Norte), es el campo de
juego de los otros dos, donde desarrollan una incesante guerra de propaganda,
que a menudo degenera en violencia, en medio de una constante manipulación
religiosa, racial, cultural, política y social4.
Conviene recordar que la Rerum novarum es la primera encíclica social y
el texto fundador de la Doctrina social de la Iglesia 5. El documento, que reac-

2 R. AUBERT, L’encyclique Rerum novarum, point d’aboutissement d’une lente maturation,


en M. SCHOOYANS – R. AUBERT (eds.), De Rerum novarum à Centesimus annus, Typogra-
phie Vaticane, Cité du Vatican 1991, p. 26. La traducción es nuestra.
3 V. CÁRCEL, Historia de la Iglesia III: la Iglesia contemporánea, cit., pp. 245-246: «Marx
y León XIII partieron de la misma constatación: desigualdad económica creciente entre
plutocracia y proletariado (entonces entre individuos y hoy entre pueblos); entrambos
quisieron elevar la condición de los obreros, oprimidos por el capitalismo. Pero, mien-
tras Marx quiso resolver el conflicto suprimiendo el capital y reduciéndolo todo a traba-
jo en una economía puramente estatal, León XIII defendió el derecho del hombre a la
iniciativa individual a la independencia del núcleo familiar, con economía propia, limita-
da y subordinada, pero no oprimida o absorbida por el Estado; es más, toca al Estado
proteger los derechos legítimos y la actividad de todos, especialmente de los más débi-
les».
4 J. M. DE TORRE, La Iglesia y la cuestión social: de León XIII a Juan Pablo II, Palabra,
Madrid 1988, p. 15.
5 PONTIFICIO CONSEJO JUSTICIA Y PAZ, Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, BAC –
Planeta, Madrid – Barcelona 2005, n. 87: «La locución doctrina social se remonta a Pío
XI y designa el corpus doctrinal relativo a temas de relevancia social que, a partir de la
encíclica Rerum novarum de León XIII, se ha desarrollado en la Iglesia a través del Ma-
gisterio de los Romanos Pontífices y de los Obispos en comunión con ellos. La solicitud
social no ha tenido ciertamente inicio con ese documento, porque la Iglesia no se ha de -
sinteresado jamás de la sociedad; sin embargo, la encíclica Rerum novarum da inicio a
un nuevo camino: injertándose en una tradición plurisecular, marca un nuevo inicio y un
desarrollo sustancial de la enseñanza en campo social. En su continua atención por el
hombre en la sociedad, la Iglesia ha acumulado así un rico patrimonio doctrinal. Éste
tiene sus raíces en la Sagrada Escritura, especialmente en el Evangelio y en los escritos
apostólicos, y ha tomado forma y cuerpo a partir de los Padres de la Iglesia y de los
grandes Doctores del Medioevo, constituyendo una doctrina en la cual, aun sin interven-
ciones explícitas y directas a nivel magisterial, la Iglesia se ha ido reconociendo progre -

10
1. PUNTO DE PARTIDA: LA RERUM NOVARUM DE LEÓN XIII

ciona contra la miseria inmerecida de los trabajadores, fue punto de llegada de


una lenta maduración. Desde mediados del siglo XIX, hombres de Iglesia —
eclesiásticos y laicos— pensadores y emprendedores empezaron a luchar por
superar la visión del trabajo propia de la ideología hegeliana y marxista, e inte-
grarla en el contexto de la fe cristiana. Hablando del valor y significado histó-
rico de la Rerum novarum, Vicente Cárcel afirmó:
La encíclica leonina recogió los frutos de cincuenta años de estudios y discu-
siones, desde los discursos de Ketteler en la catedral de Maguncia hasta las
exhortaciones del cardenal Mermillod en la iglesia de Santa Clotilde de París;
desde las iniciativas de León Harmel a las de la Obra de los Congresos; desde
las conclusiones de la Unión de Friburgo y de la escuela de Lieja a las interven-
ciones del cardenal Manning durante la huelga de Londres y las del cardenal
Gibbons, arzobispo de Baltimore, en defensa de los caballeros del trabajo en
los Estados Unidos; desde las asociaciones del mutuo socorro y el corporativis-
mo de Volgelsang y de La Tour du Pin a los inicios del sindicalismo cristiano6.
Antes de ser elegido Papa, el cardenal Gioacchino Pecci, siendo arzobis-
po de Perusa, escribió dos cartas pastorales sobre la Iglesia y la sociedad mo-
derna. En ellas sostenía que la Iglesia puede ayudar a la sociedad moderna a
resolver los complejos problemas sociales. Dos meses después de su elección,
León XIII con su primera encíclica Inscrutabili dei consilio (21-IV-1878) se
propuso un objetivo muy claro y decisivo a su pontificado: recristianizar la so-
ciedad moderna y el mundo contemporáneo7.
Efectivamente,
[El] empeño del Papa era un auténtico reto, pues se planteaba precisamente
cuando surgían con fuerza de plenitud ideologías como el positivismo, el evo-
lucionismo, el idealismo, el marxismo y el nihilismo. Por la entraña antirreli-
giosa de estos humanismos sin Dios, todas estas ideologías reconocían en la
Iglesia católica a su enemigo natural, y la acusaban de ser el freno del progreso
y un reducto oscurantista8.

sivamente».
6 V. CÁRCEL, Historia de la Iglesia III: la Iglesia contemporánea, cit., pp. 250-251.
7 H. JEDIN (ed.), Manual de historia de la Iglesia VIII: la Iglesia entre la adaptación y la
resistencia, Herder, Barcelona 1978, p. 47: «León XIII es el Papa que introdujo a la Igle-
sia católica en el mundo surgido de la revolución y que con una disposición de ánimo
que sólo cabe definir como “optimista” emprendió la tentativa de conciliar con el espíri-
tu moderno la tradición sin mengua de la Iglesia».
8 J. PAREDES (ed.), Diccionario de los Papas y Concilios, Ariel, Barcelona 1988, p. 461.

11
CAPÍTULO I. INICIO Y DESARROLLO DE UN MAGISTERIO SOBRE EL TRABAJO

Con Rerum novarum León XIII demostró su gran preocupación por los
obreros para defender sus derechos fundamentales y su dignidad como perso-
nas; por eso, es denominado “Papa de los trabajadores”. La publicación de la
Rerum novarum marcó una fecha importante no sólo para el mundo de los tra-
bajadores, sino también para la Iglesia y la humanidad entera.
La Rerum novarum ha sido, para el Magisterio posterior, faro y base de
desarrollo y profundización:
Por la importancia de la Rerum novarum, los sucesores de León XIII se han re-
ferido continuamente a ella e incluso con motivo de sus aniversarios se han pu-
blicado nuevas encíclicas. Pío XI (1922-1939) afirmó que gracias a esta encí-
clica “los principios católicos en materia social han pasado poco a poco a ser
patrimonio de toda la sociedad humana”. Pío XII (1939-1958), en su cincuenta
aniversario, califica a la Rerum novarum como “la carta magna de la laboriosi-
dad cristiana”. Juan XXIII (1958-1963) se refiere a ella como “la suma de la
doctrina católica en el campo económico y social”. Pablo VI (1963-1978) reco-
noció que el mensaje de la Rerum novarum, a los ochenta años de su publica-
ción, “seguía inspirando la acción en favor de la justicia social”. Y Juan Pablo
II (1978) ha querido conmemorar su noventa aniversario y su centenario, con la
publicación de dos encíclicas: Laborem exercens y Centesimus annus9.
De hecho, la encíclica Rerum novarum ha sido verdaderamente un faro a
lo largo de todo el siglo XX, como se comprueba por los diversos documentos
pontificales posteriores, escritos en su conmemoración, para la actualización
de la Doctrina social de la Iglesia según la situación cambiante de cada pontifi-
cado. Por eso, Sergio Belardinelli afirma:
León XIII era bien consciente del hecho de que, en el momento en que tomaba
posiciones sobre una “cuestión difícil y peligrosa” como la obrera, la Iglesia no
podía limitarse a una denuncia genérica de la miseria de los trabajadores, ni
tampoco a una simple llamada a la caridad. Era necesario, más bien, enfrentar-
se con problemas como la división del trabajo, el salario, el capital [...]10.

9 Ibíd., p. 463. Los textos papales mencionados en esta cita se encuentran respectivamente
en PÍO XI, enc. Quadragesimo anno (15-V-1931), n. 21; PÍO XII, Radiomensaje en el
cincuenta aniversario de la Rerum novarum (1-VI-1941), n. 9; JUAN XXIII, enc. Mater
et Magistra (15-V-1961), n. 15 y PABLO VI, cart. apost. Octogesima adveniens (14-V-
1971), n. 1. En adelante, si no se señala una fuente específica, la versión española de los
textos del Magisterio está tomada del archivo electrónico de la Santa Sede (www.vati-
can.va).
10 S. BELARDINELLI, El contexto socio-económico y doctrinal en la época de la Rerum nova-
rum y en nuestros días, en T. LÓPEZ – UNIVERSIDAD DE NAVARRA (eds.), Doctrina social de
la Iglesia y realidad socio-económica en el centenario de la Rerum novarum, EUNSA,

12
1. PUNTO DE PARTIDA: LA RERUM NOVARUM DE LEÓN XIII

El tono de la encíclica Rerum novarum se mantiene en un nivel práctico


puesto que se intenta resolver el problema social. No se adentra, por tanto, en
reflexiones teológicas muy elaboradas. Sin embargo, podemos encontrar algu-
nas ideas sobre el carácter personal del trabajo que facilitan la comprensión de
su dignidad. Ese valor de la vida de trabajo es subrayado al presentar a Jesús
como trabajador pobre y humilde:
A los pobres les enseña la Iglesia que ante Dios la pobreza no es una deshonra,
ni sirve de vergüenza el tener que vivir del trabajo propio. Verdad que Cristo
confirmó en la realidad con su ejemplo; pues, por la salud de los hombres hízo-
se pobre él que era rico y, siendo Hijo de Dios y Dios mismo, quiso aparecer y
ser tenido como hijo de un artesano, y trabajando pasó la mayor parte de su
vida11.
También encontramos en el texto de León XIII una referencia —será lue-
go constante en otros Papas— al tema de la fatiga y del esfuerzo que el trabajo
comporta como consecuencia de la culpa original, en un contexto de creci-
miento de virtudes y de esperanza de vida eterna, es decir, de santificación:
Jesucristo —mediante su copiosa redención— no suprimió en modo alguno las
diversas tribulaciones de que esta vida se halla entretejida, sino que las convir-
tió en excitaciones para la virtud y en materia de mérito, y ello de tal suerte que
ningún mortal puede alcanzar los premios eternos, si no camina por las huellas
sangrientas del mismo Jesucristo12.
Las intervenciones magisteriales respecto a los problemas sociales tie-
nen, en el fondo, un motivo espiritual y sobrenatural: la salvación de las almas.
Por eso, el Papa nos recuerda que para el trabajador lo más importante no es el
bien material, sino el espiritual, aunque gane mucha abundancia de cosas ma-
teriales, si se pierde su alma, la ganancia material no le servirá para nada (cfr.
Mt 16,26)13. Por tanto, el fin del trabajo no consiste sólo en las ganancias ma-
teriales, sino más bien en los bienes espirituales; en otras palabras, para el
hombre el trabajo debe ser un medio e instrumento para conseguir su fin últi-
mo: la salvación eterna.

Pamplona 1991, pp. 67-68.


11 LEÓN XIII, enc. Rerum novarum (15-V-1891), n. 20, en P. GALINDO (ed.), Colección de
encíclicas y de documentos pontificios (=CEDP), Vol. I, Publicaciones de la Junta
Nacional, Madrid 19677 , pp. 603-604.
12 Ibíd., n. 18, en CEDP, Vol. I, p. 602.
13 Cfr. Ibíd., n. 44, en CEDP, Vol. I, p. 615.

13
CAPÍTULO I. INICIO Y DESARROLLO DE UN MAGISTERIO SOBRE EL TRABAJO

En definitiva, la cuestión de la santificación del trabajo está ya apuntada


en el Magisterio de León XIII, como demuestran las palabras de algunos dis-
cursos.
En primer lugar, el trabajo ha sido divinizado, es decir, santificado por
Jesucristo que escogió la modesta condición de trabajador para ser más íntima-
mente unido a los trabajadores de todos los tiempos, y con sus propias manos
ha santificado y divinizado el trabajo en el taller de artesano:
Entre tanto, muy queridos hijos, esforzaos, por vuestro espíritu de humildad, de
disciplina y de amor al trabajo, mostraros siempre dignos de vuestro noble títu-
lo de obreros cristianos. […] En las horas en que el peso de vuestros rudos tra-
bajos gravita más pesadamente sobre vuestros brazos fatigados, fortificad vues-
tro valor mirando hacia el cielo. Recordad al divino Obrero de Nazaret. Volun-
tariamente, Él ha escogido esta modesta condición a fin de ser más íntimamen-
te de los vuestros y divinizar de algún modo el trabajo de las manos y del ta-
ller14.
Además, según el Pontífice, la Iglesia ha enseñado al obrero el modo de
santificar el trabajo:
[La Iglesia] por la predicación de las doctrinas de que es fiel depositaria, ha en-
noblecido el trabajo, elevándolo a la altura de la dignidad y de la libertad hu-
manas; lo ha hecho meritorio delante de Dios, enseñando al obrero a santificar-
lo por consideraciones sobrenaturales y a soportar con resignación y en espíritu
de penitencia las privaciones y fatigas que le impone15.

* * *
En definitiva, estos textos demuestran que León XIII ya hablaba de la
santificación del trabajo, aunque no fuera un tema que desarrollara en su Ma-
gisterio. Se puede afirmar que la doctrina sobre la santificación del trabajo se
encuentra ya en embrión en el Magisterio de León XIII, aunque todavía queda-
rá un largo camino de desarrollo para llegar a su madurez. Como nuestra in-
tención es estudiar el tema según el Magisterio del siglo XX, no vamos a se-
guir profundizando en la enseñanza de este Pontífice16.

14 LEÓN XIII, Discurso a los obreros de Francia (8-X-1898), n. 3, en F. RODRÍGUEZ (ed.),


Doctrina pontificia III: documentos sociales (=DPIII), BAC, Madrid 1959, p. 416.
15 ÍDEM, Discurso a los obreros franceses (16-X-1887), n. 3, en DPIII, pp. 247-248.
16 El Magisterio de León XIII se puede consultar en Leonis XIII Pontificis Maximi Acta, 23
Vols., Akademische Druck – und Verlagsanstalt, Graz 1971. Como hemos dicho, desde
la Rerum novarum el tema del trabajo ha cobrado un peso importante en el Magisterio

14
2. SAN PÍO X Y BENEDICTO XV

2. San Pío X y Benedicto XV


Hemos de constatar ante todo que las enseñanzas de san Pío X (1903-
1914) y Benedicto XV (1914-1922) no afrontan directamente la cuestión del
trabajo. Sin embargo, sería injusto presentarlas como ajenas a la cuestión so-
cial. El primero de ellos tuvo como programa de su pontificado “Instaurare
omnia in Christo” (restaurar todas las cosas en Cristo), y Benedicto XV no
dejó de insistir en las enseñanzas de la Rerum novarum.
En su primera encíclica E supremi apostolatus (4-X-1903) san Pío X ex-
presaba que el mundo sufría un mal: la lejanía de Dios, sobre todo en el orden
político y social; y las graves situaciones sociales eran consecuencias del olvi-
do del Señor. Ante esta realidad él decidió dedicar todas sus fuerzas a procurar
que los hombres se volvieran a Dios. La finalidad de su empeño pontifical es,
en el fondo, la santificación de los hombres.
San Pío X en la encíclica Singulari quadam (24-IX-1912) mencionó im-
plícitamente la santificación del trabajo:
Y precisamente en cualquier cosa que haga un cristiano, incluso en el orden de
las cosas terrenas, no le es lícito descuidar los bienes sobrenaturales; sino debe,
conformemente a las reglas de la doctrina cristiana, dirigirlo todo al bien supre-
mo como a fin último. [...] Todos aquellos que se glorían del nombre de cristia-
nos, deben, ya sea individualmente o en sociedad, [...] alimentar no las enemis-
tades y rivalidades entre las clases sociales, sino la paz y el amor mutuo17.
El trabajo humano evidentemente entra en el ámbito del orden de las co-
sas terrenas. El cristiano debe, según el Papa, dirigirlo a los bienes espirituales
y sobrenaturales como fin último. Esta enseñanza de san Pío X coincide con la
de León XIII, antes mencionada, acerca de que el trabajo humano debe ser me-
dio e instrumento para obtener la salvación eterna. Efectivamente, por ser cria-

posterior. Para tener un mayor conocimiento de la doctrina del trabajo a lo largo del si-
glo XX recomendamos estos libros como fuentes que pueden ser útiles: F. RODRÍGUEZ
(ed.), Doctrina pontificia III: documentos sociales, cit.; E. BENAVENT – J. IRIBARREN – J. L.
GUTIÉRREZ (eds.), Ocho grandes mensajes, BAC, Madrid 197911; R. GÓMEZ (ed.), El men-
saje social de la Iglesia, Palabra, Madrid 19913; R. SPIAZZI (ed.), I documenti sociali de-
lla Chiesa: da Pio IX a Giovanni Paolo II, 2 Vols., Massimo, Milano 1988; R. BAIONE –
D. MAUGENEST – B. SORGE – CERAS (eds.), Il discorso sociale della Chiesa: da Leone XIII
a Giovanni Paolo II, Queriniana, Brescia 1988; P. GALINDO (ed.), Colección de encícli-
cas y de documentos pontificios, cit. y F. GUERRERO (ed.), El Magisterio pontificio con-
temporáneo, 2 Vols., BAC, Madrid 1991-1992.
17 PÍO X, enc. Singulari quadam (24-IX-1912). La traducción es nuestra.

15
CAPÍTULO I. INICIO Y DESARROLLO DE UN MAGISTERIO SOBRE EL TRABAJO

tura de Dios, todo lo que tiene el hombre es recibido de las manos del Señor;
incluso el trabajo es un don recibido de Dios. Todo lo normal y corriente de la
vida del hombre puede entrar en la dinámica de la tendencia de dirigirlo a Dios
como a su último fin, porque la finalidad de la vida terrena del hombre consis-
te en dar gloria a Dios, también a través del trabajo.
En cuanto el Magisterio de Benedicto XV, a pesar de que una buena parte
de su pontificado transcurrió durante los años de la primera guerra mundial y
la dura posguerra, no por ello se descuidó de los problemas sociales.
En su encíclica Spiritus Paraclitus (15-IX-1920), escrita con ocasión del
XV centenario de la muerte de san Jerónimo, presenta al santo como alguien
que supo equilibrar la vida espiritual con el estudio y la enseñanza de la
Sagrada Escritura. La regla de san Benito “Ora et labora” puede ser como
síntesis de su vida: «el tiempo que le restaba después de la oración lo consu-
mía totalmente en el estudio y enseñanza de la Biblia»18. Entre las dos cosas
Jerónimo buscó y consiguió su propia santificación, el trabajo intelectual, es
decir, el estudio y la enseñanza de la Sagrada Escritura, también le sirvió
como medio e instrumento para alcanzar el fin último de la vida humana. De
aquí se puede deducir que el trabajo, sea manual sea intelectual, es medio e
instrumento para obtener la salvación, es decir, la santificación. De hecho,
algo más adelante, el Papa hace implícita referencia a la santificación del tra-
bajo al afirmar que el primer precepto de la religión cristiana es «el precepto
de la caridad unida al trabajo»19. Si para Benedicto XV la caridad y el trabajo
constituyen una unidad como precepto para el hombre, no pasa desapercibido
que el trabajo debe realizarse con caridad, es decir, cumpliendo la voluntad de
Dios y en servicio a los demás. De todos modos, se trata de una idea que será
desarrollada en el Magisterio de los Papas posteriores.

* * *
En resumen, el Magisterio de san Pío X y Benedicto XV no ha profundi-
zado ni desarrollado la cuestión, pero sí menciona la santificación del trabajo.
Pasamos a continuación al Magisterio de Pío XI, en el que la presencia de
nuestro tema será constante y abundante.

18 BENEDICTO XV, enc. Spiritus Paraclitus (15-IX-1920), n. 7.


19 Ibíd., n. 60.

16
3. PÍO XI: JESÚS Y SU TRABAJO REDENTOR

3. Pío XI: Jesús y su trabajo redentor


El pontificado de Pío XI (1922-1939) duró diecisiete años, y con él las
consideraciones sobre el trabajo tomaron poco a poco un cariz más teológico y
espiritual20. Pío XI estimaba al trabajador, porque para él «el nombre de traba-
jador tiene una altísima dignidad e importancia en la sociedad cristiana»21. Él
mismo fue un trabajador: «Nos gusta recordar que hemos nacido y pasado los
primeros años de nuestra juventud entre numerosos obreros»22.
El interés teológico y espiritual de Pío XI por el trabajo está influido o
acompañado por otro tema de fondo: no es casualidad que el primer Pontífice
en tratar explícitamente de la llamada universal a la santidad —posible para
los hombres y mujeres que cumplen sus obligaciones sociales y familiares 23—
haya dado un significativo peso al tema de la santificación del trabajo como
cuestión importante de la vida cristiana. Efectivamente, en el campo de las
obligaciones sociales se inscriben las del trabajo. En un discurso a jóvenes
obreras, Pío XI afirmó:
Cuando se trabaja se necesita poco para santificarse: basta la intención de diri-
gir el trabajo a Dios y que tenga unido a Dios […]. Basta pensar en lo que ha
hecho nuestro Señor Jesucristo […]. ¿Cómo ha salvado Jesús el mundo? Traba-
jando, sufriendo, enseñando […]. Pero a la predicación, al sufrimiento y a la
Pasión Él ha dedicado poco tiempo, pocos años, los últimos tres años, los últi-
mos días de su vida; todo el resto de su vida la trascurrió trabajando, dando
ejemplo para que le imitemos todos, haciendo lo que los trabajadores, los obre-
ros, hacen cada día24.

20 El Magisterio de Pío XI se puede consultar en D. BERTETTO (ed.), Discorsi di Pio XI


(=DPXI), 3 Vols., LEV, Città del Vaticano 19852. La traducción de esta fuente será nues-
tra.
21 PÍO XI, Discurso a los trabajadores de Bolonia (4-XI-1925), en DPXI, Vol. I, p. 485.
22 ÍDEM, Discurso a las jóvenes trabajadoras bélgicas (6-IX-1931), en DPXI, Vol. II, p.
594.
23 ÍDEM, enc. Rerum omnium (26-I-1923): «Es propio de la naturaleza de la Iglesia, fundada
por Jesucristo santa y fuente de santidad, el que cuantos la toman por guía y maestra, de-
ban, por voluntad divina, tender a la santidad de vida [...]. El mismo Señor lo declara di-
ciendo: “sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Que nadie
piense que esto concierne a unos pocos elegidos mientras se mantiene en un grado infe-
rior de virtud. Esta ley nos obliga a todos sin excepción». La traducción es nuestra.
24 ÍDEM, Discurso a jóvenes obreras (31-I-1927), en DPXI, Vol. I, p. 675.

17
CAPÍTULO I. INICIO Y DESARROLLO DE UN MAGISTERIO SOBRE EL TRABAJO

Se trata de un texto que afirma explícitamente la posibilidad de santifi-


carse a través del trabajo, señalando la vía de la imitación de Cristo en su tra-
bajo en Nazaret. Cristo, siendo Redentor divino, por su querer bondadoso y li-
bre elección, ejerció un trabajo humano, y de este modo elevó el trabajo huma-
no a un nivel divino. Pío XI afirma que:
El Redentor ha querido ser un trabajador, y ha elevado el trabajo a instrumento
de redención. Toda su vida fue una vida de trabajo, y Él elevó el trabajo a una
dignidad inmensurable realmente divina: fue el Trabajador divino25.
El Papa reacciona ante una visión peyorativa del trabajo que ha llenado
siglos de historia. Un ejemplo lo tenemos en el famoso filósofo romano Cice-
rón, cuando afirmó que «Todos los artesanos se ocupan en oficios desprecia-
bles; y en un taller no puede haber nada noble» 26. Poco tiempo después, preci-
samente en el taller de Nazaret, una pequeña aldea, el trabajo fue ennoblecido,
elevado y santificado por Jesús:
Hijo de Dios hecho hombre por amor de los hombres y convertido en hijo del
artesano, más aún, hecho artesano Él mismo (Mt 13,55; Mc 6,3), el que elevó
el trabajo del hombre a su verdadera dignidad27.
Por eso, para Pío XI todo trabajo honesto es digno, como recordó a los
empleados de los servicios de limpieza de las calles de Roma:
todos los trabajos útiles y honestos son una gran cosa, son honorables, dignos
de consideración y respeto. El trabajo es, en efecto, la gran ley que Dios ha im-
puesto a los hombres; y el trabajo es también la parte que el divino Redentor ha
elegido para Sí mismo cuando ha venido al mundo28.
Es decir, Pío XI presenta el trabajo como «una actividad divinizada por
Aquél que quiso llamarse filius fabri y gastó en el trabajo la mayor parte de su
vida»29. Del ejemplo de Cristo al uso de la expresión “santificación del traba-
jo” el paso es muy corto:
Jesús quiso ser trabajador en el verdadero sentido de la palabra. Y por eso la
condición de trabajador fue santificada por Él no sólo en el nombre sino tam-

25 ÍDEM, Discurso a los trabajadores de Legnano (8-V-1934), en DPXI, Vol. III, p. 122.
26 M. T. CICERO, De officiis, I, 42, ed. bilingüe latino-italiana preparada por D. ARFELLI, Ar-
noldo Mondadori, Milano 1994, p. 118. La traducción es nuestra.
27 PÍO XI, enc. Divini Redemptoris (19-III-1937), n. 36.
28 ÍDEM, Discurso a los empleados de la limpieza urbana de Roma (25-VI-1934), en DPXI,
Vol. III, p. 171.
29 ÍDEM, Discurso a los capellanes del trabajo (14-X-1938), en DPXI, Vol. III, p. 837.

18
3. PÍO XI: JESÚS Y SU TRABAJO REDENTOR

bién de hecho; de modo que Él se ha convertido en el modelo divino, para la


gloria de Dios y para consuelo de los que se sustentan con el producto de sus
manos y con mente cristiana santifican el trabajo30.
Posiblemente la consideración del trabajo santificado por Jesús y suscep-
tible de ser santificado por el trabajador sea la aportación más significativa de
Pío XI al tema del trabajo. En otro lugar, el Papa dirigiéndose a los capellanes
del trabajo, afirmó con mucha claridad: «[El trabajo] le facilita [al trabajador]
los medios de santificarse y salvarse»31.
Para Pío XI, el trabajo puede convertirse en vía de santificación porque
en el «la Providencia divina ha puesto el secreto de la Redención»32:
el trabajo ha sido ennoblecido, santificado, divinizado por el divino Redentor
en persona, por el Hijo de Dios que ha consagrado toda su vida al trabajo, ha-
ciendo de él uno de los instrumentos más potentes de nuestra redención33.
Y más aún, «desde los primeros designios del Dios Creador [...] el traba-
jo es el primer medio de [la redención]»34; es decir, «la Redención es comen-
zada propiamente con la vida de trabajo del Carpintero divino» 35. Por tanto, si
el trabajo en manos de Cristo es instrumento de Redención, en manos de los
hombres puede ser instrumento de santificación:
Esta transformación que ellos [los obreros] realizan en la materia, han de reali-
zarla también en su vida, en la industria traída al mundo por el divino Obrero,
en esa industria que es el tesoro infinito de la fe […]; esa fe que es la virtud di-
vina que todo transforma; esa fe por la que las tribulaciones se convierten en
fuente de mérito y de santificación36.
En otra ocasión, dirigiéndose a las trabajadoras que pertenecen a la Liga
católica de los trabajadores, el Papa enseñó algunos medios concretos para
santificar el trabajo:

30 ÍDEM, Discurso a los trabajadores de Bolonia (4-XI-1925), en DPXI Vol. I, p. 485. El


cursivo es nuestro.
31 ÍDEM, Discurso a los capellanes del trabajo (14-X-1938), en DPXI, Vol. III, p. 838.
32 ÍDEM, Discurso a los trabajadores de la Viscosa (4-IX-1927), en DPXI Vol. I, pp. 728-
729.
33 ÍDEM, Discurso a los trabajadores franceses (20-V-1929), en DPXI Vol. II, p. 46.
34 ÍDEM, Discurso a los ciegos de guerra (3-VII-1935), en DPXI, Vol. III, p. 355.
35 ÍDEM, Discurso a los trabajadores de Valdagno (20-III-1933), en DPXI, Vol. II, p. 878.
36 ÍDEM, Discurso a los trabajadores de la Viscosa (4-IX-1927), en DPXI Vol. I, p. 729.

19
CAPÍTULO I. INICIO Y DESARROLLO DE UN MAGISTERIO SOBRE EL TRABAJO

[la Liga quiere] promover la santificación del trabajo sobre todo a través de la
oración, de las buenas lecturas, de la edificante, correcta y buena conversación,
del comportamiento y sentido cristiano de la vida familiar, de la vida del traba-
jo y de la vida social, siempre y en cualquier lugar promoviendo una santa acti-
vidad de trabajo, un ejemplo de modestia, de abnegación y de toda saludable
virtud37.
Por este texto se ve que la santificación del trabajo es inseparable de una
vida verdaderamente cristiana. En la encíclica Rerum omnium (26-I-1923) —a
la que hemos aludido como primer precedente del Magisterio sobre la doctrina
de la universal vocación a la perfección—, Pío XI afirma que «la santidad es
perfectamente conciliable con cualquier tipo de profesión y de condición en la
vida civil»38. La misma idea es expresada con más decisión en la encíclica
Quadragesimo anno (15-V-1931), —segunda gran encíclica social sobre el tra-
bajo— publicada para conmemorar el cuarenta aniversario de la Rerum nova-
rum:
El hombre, en efecto, dotado de naturaleza social según la doctrina cristiana, es
colocado en la tierra para que, viviendo en sociedad y bajo una autoridad orde-
nada por Dios (cfr. Rom 13,1), cultive y desarrolle plenamente todas sus facul-
tades para alabanza y gloria del Creador y, desempeñando fielmente los debe-
res de su profesión o de cualquier vocación que sea la suya, logre para sí junta-
mente la felicidad temporal y la eterna39.
En diversos discursos Pío XI relacionó el trabajo con algunos temas de la
vida cristiana, por ejemplo, la lucha contra la desocupación y el ocio, la expia-
ción de los pecados y la penitencia, etc., que están vinculadas con la santifica-
ción personal del hombre. El trabajo, según Pío XI, no sólo es para ganar el
pan, sino también «para huir de la desocupación y del peligro del ocio, que es
el padre de todos los vicios»40. Cristo utilizó el trabajo, además de la cruz, para
expiar los pecados de la humanidad: «Jesús ha expiado los pecados del mundo
también con el trabajo, antes con el trabajo y después con su sangre» 41. Si
Cristo lo usó como medio de expiación, también lo será para los hombres: «Es
un gran consuelo saber que nada se pierde en el trabajo santificado, que se al-

37 ÍDEM, Discurso a la Liga católica de los trabajadores (19-III-1932), en DPXI, Vol. II, p.
670.
38 ÍDEM, enc. Rerum omnium (26-I-1923). La traducción es nuestra.
39 ÍDEM, enc. Quadragesimo anno (15-V-1931), n. 118.
40 ÍDEM, Discurso a los obreros de la Santa Sede (14-II-1932), en DPXI, Vol. II, p. 652.
41 ÍDEM, Discurso a los capellanes del trabajo (14-X-1938), en DPXI, Vol. III, p. 837.

20
3. PÍO XI: JESÚS Y SU TRABAJO REDENTOR

canzan méritos, que sirve como expiación de los pecados del mundo, de aquel
pecado que es la gran fuente del mal» 42. Es decir, para Pío XI: «El trabajo es
un gran medio de penitencia y por tanto de salvación eterna, cuando es acepta-
do con plena obediencia de la mano de Dios»43.
La fe es, en la vida cristiana, una gracia infusa directamente por Dios,
que tiene un importante papel en la santificación del hombre. El cristiano por
la fe supera la visión solamente humana del trabajo, por la luz de la fe consi-
gue una visión sobrenatural para unirse a Cristo. Pío XI animaba a los hom-
bres y mujeres a trabajar siempre con espíritu de fe, y con estas palabras se di-
rigía a los trabajadores franceses:
vosotros representáis el trabajo iluminado y santificado por la fe mediante la
vida cristiana. Trabajad siempre con espíritu de fe. Trabajad siempre por la fe.
Porque es bueno todo lo bello que se encuentra en vuestro trabajo, así santifica-
do por la fe. [...] Este trabajo, con el espíritu de fe, une vuestro trabajo al del di-
vino Trabajador, al del divino Obrero, que cum in forma Dei esset, viniendo a
salvar al mundo, proposito sibi gaudio, ha querido sin embargo consagrar una
parte importante de su vida al trabajo más humilde44.
La fe de la que habla el Papa se manifiesta en la oración, y en la mente
de Pío XI oración y trabajo están en mutua relación:
Para que el trabajo se convierta en medio de santificación es necesario que sea
realizado con la idea, con la mente y la voluntad cristianas, de manera que ten-
ga las características de lo que es más grande para el hombre: la oración45.
Para Pío XI el trabajo puede convertirse en oración. Una aportación del
Pontífice en este campo sería el cambio del Ora et labora en Qui laborat orat.
En la teología y espiritualidad católica este salto es muy significativo. Según la
máxima de san Benito, la oración y el trabajo son dos cosas distintas y separa-
das; pero en la mente de Pío XI: «Qui laborat orat, el que trabaja reza, que
significa hacer del trabajo oración»46. El Pontífice también ha enseñado un
modo concreto de convertir el trabajo en oración: «Para rezar, basta trabajar
con espíritu de fe, para hacer del trabajo una verdadera y elocuente oración» 47.

42 ÍDEM, Discurso a los obreros franceses (28-III-1932), en DPXI, Vol. II, p. 674.
43 ÍDEM, Discurso a los capellanes del trabajo (14-X-1938), en DPXI, Vol. III, p. 837.
44 ÍDEM, Discurso a los obreros franceses (28-III-1932), en DPXI, Vol. II, p. 674.
45 ÍDEM, Discurso a los obreros del Vaticano (15-XII-1929), en DPXI, Vol. II, p. 223.
46 ÍDEM, Discurso a jóvenes obreras (31-I-1927), en DPXI, Vol. I, p. 675.
47 ÍDEM, Discurso a los obreros franceses (28-III-1932), en DPXI, Vol. II, p. 674.

21
CAPÍTULO I. INICIO Y DESARROLLO DE UN MAGISTERIO SOBRE EL TRABAJO

En la mente del Romano Pontífice el mismo trabajo tiene características


de oración, capaz de ser ofrecido a Dios:
Al trabajo hay que añadir la oración, no sólo la oración vocal, sino también la
mental y la del corazón, y también el mismo trabajo, ofrecido a Dios, puede
llegar a ser una oración, especialmente si en ese ofrecimiento están incluidas
las asperezas, los dolores y las dificultades que siempre conlleva48.
Por eso para Pío XI el trabajo está abierto a la vida litúrgica y espiritual:
«[El trabajo está destinado] al altar, a la sagrada Liturgia, a la santa Misa y al
santísimo Sacramento»49. El trabajador une a los sufrimientos de Cristo en la
cruz las propias penalidades que comporta el trabajo, que son, además, medio
de expiación y penitencia. Trabajando en Nazaret, Cristo dio sentido sobrena-
tural a la fatiga y al cansancio del trabajo. La fatiga y el sudor del trabajo Cris-
to los aprovechó para pagar el precio de los pecados de todos los hombres. Por
eso, el trabajo, que conlleva fatiga y cansancio, es, según el Papa, expiación
divinamente impuesta para el pecado de la humanidad50. Para el hombre la fa-
tiga y el cansancio del trabajo pueden convertirse en medio de penitencia por
los pecados propios y por los ajenos: «El trabajo es un gran medio [...] de puri-
ficación, de expiación, si fuera necesario, y de penitencia que el mismo Crea-
dor ha propuesto a sus pobres e infieles criaturas»51.
El trabajo es algo querido por Dios para el hombre, que fue creado ut
operaretur (cfr. Gén 2,15). Por tanto, el hombre debe aceptarlo con el espíritu
de obediencia a la voluntad divina. Recibiendo lo que conlleva el trabajo el
hombre puede convertirlo en materia de la realización de la voluntad de Dios.
Por eso, el Papa afirma que «El trabajo es un gran medio de penitencia y en-
tonces de salvación eterna, cuando es aceptado con plena obediencia de la
mano de Dios»52.
En fin, las mismas palabras con las que Pío XI se dirigió a las trabajado-
ras tejedoras nos pueden servir como un breve resumen de su Magisterio sobre
nuestro tema:

48 ÍDEM, Discurso a los trabajadores de Valdagno (20-III-1933), en DPXI, Vol. II, p. 878.
49 ÍDEM, Discurso a jóvenes romanas (10-V-1930), en DPXI, Vol. II, p. 320.
50 Cfr. ÍDEM, Discurso a los trabajadores franceses (20-V-1929), en DPXI, Vol. II, p. 45.
51 ÍDEM, Discurso a las jóvenes trabajadoras bélgicas (6-IX-1931), en DPXI, Vol. II, p.
594.
52 ÍDEM, Discurso a los capellanes del trabajo (14-X-1938), en DPXI, Vol. III, p. 837.

22
3. PÍO XI: JESÚS Y SU TRABAJO REDENTOR

nuestro Señor Jesucristo, [...] a pesar de ser Dios, se ha unido a los humildes
trabajadores y con su trabajo divino y su fatiga ha santificado, ennoblecido y
divinizado el trabajo, transformándolo en instrumento de Redención, de expia-
ción y de elevación, enseñando aquello que el trabajo debe ser para las almas:
una ocupación que hay que elevar a Dios, que también debe servir como peni-
tencia por nuestros pecados y como ejercicio de las virtudes cristianas, e inclu-
so como oración nuestra a Dios para lucrar las gracias que necesitamos para
llegar a ser ricos en méritos y obras santas hasta el día de las recompensas eter-
nas53.
* * *
En conclusión, la santificación del trabajo en el Magisterio de Pío XI tie-
ne sus temas clave en: unión a Cristo trabajador, dignidad del trabajo santifica-
do por la fe, conversión del trabajo en oración, posibilidad de ser ofrecido a
Dios como culto, ocasión de expiación y penitencia. Estos temas serán fre-
cuentemente repetidos por el Magisterio posterior de los sucesivos Papas.
En la actualidad las afirmaciones de Pío XI constituye un patrimonio teo-
lógico ya consolidado gracias al Concilio Vaticano II, pero en el momento en
que fueron pronunciadas eran bastantes novedosas y en algunos casos sobrepa-
saban los esquemas teológicos de la época. Podemos concluir señalando que
con Pío XI encontramos en estado embrional una doctrina que concilia trabajo
profesional y búsqueda de la santidad, y ello es posible a partir del ejemplo de
Jesús, que llevó a cabo su misión redentora gastando la mayor parte de su exis-
tencia terrena trabajando en el taller de Nazaret54.

53 ÍDEM, Discurso a trabajadoras tejedoras (6-VI-1932), en DPXI, Vol. II, p. 357.


54 V. BOSCH, El trabajo como medio de santificación en el Magisterio del siglo XX, en J.
LÓPEZ – F. M. REQUENA (eds.), Verso una spiritualità del lavoro professionale: teologia,
antropologia e storia a 500 anni dalla Riforma, EDUSC, Roma 2018, p. 318.

23
Capítulo II.
Hacia una teología del trabajo

1. Pío XII
El pontificado de Pío XII (1939-1958) duró casi veinte años. En su Ma-
gisterio encontramos abundantes referencias al trabajo en sus radiomensajes y
discursos dirigidos a diversos grupos de trabajadores 1. Entre sus radiomensa-
jes, destaca aquel del 1 de junio de 1941, con el cual celebraba el cincuenta
aniversario de la Rerum novarum.
En el Magisterio de Pío XII la noción del trabajo humano supera la pro-
blemática del obrero industrial y se extiende a toda actividad profesional ma-
nual o intelectual: médicos, artistas, juristas, empresarios, políticos, etc., en-
contraron en sus discursos respuesta a concretos problemas de deontología 2.
Su Magisterio sobre el trabajo puede ser dividido en dos períodos: en sus pri-
meros diez años (1939-1949), generalmente, repite las enseñanzas ya expues-
tas por sus predecesores León XIII y Pío XI; y desde el 1949 hasta su muerte
el Pontífice extiende la mirada hacia el futuro y afronta con empeño los nue-
vos desafíos planteados por el progreso tecnológico, exponiendo más sus ideas
y enseñanzas propias acerca del verdadero crecimiento del hombre abierto a
un destino sobrenatural3.

1.1. La dignidad del trabajo


Antes que nada, queremos exponer algunas enseñanzas fundamentales
del Magisterio precedente recordadas por Pío XII sobre nuestro tema: el traba-

1 El Magisterio oral de Pío XII se puede consultar en Discorsi e radiomessaggi di Sua


Santità Pio XII (=DRPXII), 20 Vols., TPV, Città del Vaticano 1941-1959. La traducción
de esta fuente será nuestra.
2 Cfr. H. FITTE, Lavoro umano e redenzione: riflessione teologica dalla Gaudium et spes
alla Laborem exercens, Armando, Roma 1996, p. 33.
3 Cfr. D. COMPOSTA, Il lavoro cristiano nell’insegnamento di Pio XII, en «Salesianum» 21
(1959), p. 532.

25
CAPÍTULO II. HACIA UNA TEOLOGÍA DEL TRABAJO

jo es colaboración al bienestar de todos4 y de la sociedad5; el trabajo es santifi-


cado por Jesús6; la actividad humana es continuación de la obra creadora de
Dios7; el trabajo se puede convertir en oración8, etc.
Según Pío XII, el trabajo, además de ser una cosa digna, está muy vincu-
lado con el perfeccionamiento del hombre: «Como medio indispensable para
el dominio del mundo, querido por Dios para su gloria, todo trabajo posee una
dignidad inalienable y al mismo tiempo una estrecha relación con el perfeccio-
namiento de la persona»9.
En el discurso dirigido a los participantes en la XXV Semana social de
Italia, Pío XII afirmó: «el trabajador llegará a encontrar en su actividad [...]
una verdadera satisfacción de su espíritu y un poderoso estímulo hacia su per-
feccionamiento»10. Porque el trabajo no es una realidad que está cerrada o ais-
lada, sino bien conectada y relacionada con la vida entera del hombre para su
realización y perfeccionamiento. Como el hombre es un ser abierto a Dios, y
tiende hacia Él como a su finalidad, el trabajo, siendo actividad humana, no
sólo tiene un fin material y temporal —ganar el pan cotidiano y sostener la
vida— sino también un fin espiritual y eterno: satisfacer su espíritu y perfec-
cionar su personalidad; es decir, ayudarle a llegar su plena realización como
persona, y conseguir su fin último. En el mismo discurso el Papa decía:

4 PÍO XII, Discurso a los obreros (27-III-1949), n. 2, en CEDP, Vol. I, p. 697: «[El trabajo
en sí mismo es] hermoso y capaz de ennoblecer al hombre, [...] es la generosa colabora-
ción de cada uno al bienestar de todos».
5 ÍDEM, enc. Fulgens radiatur (21-III-1947): «no sólo los que se dedican al estudio de las
letras y de las ciencias, sino también los que se afanan en los trabajos manuales para ga-
narse el sustento diario, que hacen una cosa nobilísima, con la que no solamente atien-
den a su provecho particular, sino que colaboran para el bien de toda la sociedad».
6 Ibíd.: «El mismo Jesús adolescente, cuando todavía estaba escondido en la casa de Na -
zaret, en el taller de su padre nutricio, se dignó ejercer el oficio de carpintero, y con su
sudor divino quiso consagrar el trabajo humano».
7 PÍO XII, Discurso a los obreros (27-III-1949), n. 2, en CEDP, Vol. I, p. 697: «[El trabajo]
continúa, en todo cuanto produce, la obra iniciada por el Creador».
8 ÍDEM, Discurso al personal civil del Ministerio de la Defensa (18-V-1952), n. 7, en
CEDP, Vol. I, p. 718: «el trabajo hecho con Dios y por Dios es obra humana que se
transforma en obra divina. Es oración».
9 ÍDEM, Radiomensaje navideño a los pueblos del mundo entero (24-XII-1942), n. 34, en
CEDP, Vol. I, p. 356.
10 ÍDEM, Discurso con motivo de la XXV Semana social de Italia (19-IX-1952), n. 7, en
CEDP, Vol. I, p. 726.

26
1. PÍO XII

[Es necesario] ofrecer al trabajador una instrucción profesional adecuada [...]


para que el trabajador considere su obra como una colaboración a la acción
creadora y redentora de Dios y, por lo tanto, como un medio para el propio per-
feccionamiento espiritual11.
Ciertamente, para ser un buen trabajador el hombre debe recibir una ade-
cuada y buena formación profesional. Para el cristiano esta formación no con-
siste sólo en la humana, sino también en la religiosa y espiritual. La conciencia
religiosa del trabajo lo eleva a un nivel espiritual y sobrenatural.
En otro discurso, Pío XII declaró: «Las más humildes actividades huma-
nas, como las más brillantes, se juzgan en definitiva por la contribución que
representan para la elevación espiritual del individuo y de la sociedad» 12. Ya
que la verdadera dignidad y grandeza de las actividades humanas no consiste
absolutamente en el resultado material y temporal, sino en el valor espiritual y
eterno. La elevación espiritual, tanto del individuo como de la sociedad, es el
verdadero y definitivo valor del trabajo humano.
La grandeza del hombre consiste en poder entrar en contacto con Dios ya
en esta vida terrena antes de la definitiva y eterna. Para establecer la relación
con Dios, el hombre dispone de muchos medios, y prestar un servicio a Dios
es un medio muy concreto. Los medios de servir a Dios también son muchos,
y entre ellos se encuentra el trabajo, como afirma Pío XII: «El trabajo profe-
sional es para los cristianos un servir a Dios» 13. Este servir a Dios mediante el
trabajo profesional no es de tipo servil como esclavos sino se trata de un servir
amoroso como amigos, porque Cristo nos ha dicho: «Ya no os llamo siervos
[...] a vosotros os llamo amigos» (Jn 15,15); más aún, como hijos, ya que «so-
mos hijos de Dios» (Rom 8,16; 1 Jn 3,2). Además, este servir a Dios no es so-
lidario, sino comunitario: «el trabajo cotidiano asocia y une íntimamente a los
hombres en un solo servicio ante Dios, tanto para el propio bien temporal y
eterno, como para aquél de todo el pueblo» 14. Para servir a Dios mediante el
trabajo, además de la gracia divina, las cualidades profesionales también son

11 Ibíd., n. 3, en CEDP, Vol. I, p. 724.


12 PÍO XII, Discurso a los participantes de un congreso (21-IX-1957), en DPIII, p. 1056,
nota c.
13 ÍDEM, Discurso a los directores y empleados del Banco de Italia (25-IV-1950), n. 1, en
CEDP, Vol. I, p. 733.
14 ÍDEM, Discurso a un grupo del Banco nacional del trabajo (18-III-1951), en DRPXII,
Vol. XIII (1952), p. 12.

27
CAPÍTULO II. HACIA UNA TEOLOGÍA DEL TRABAJO

necesarias: «Conciencia, honradez, exactitud: estas cualidades de todo buen


trabajo son mucho más inseparables del trabajo entendido como servicio de
Dios, y es así como llegan a ser fructíferas para el bienestar de la comuni-
dad»15. Es decir, para servir a Dios con el trabajo es necesario que sea un tra-
bajo bien realizado, aunque no siempre haya buen resultado objetivo, pero sí
con una buena intención, o mejor dicho, con un motivo sobrenatural.
En la enseñanza de Pío XII, otro aspecto del trabajo humano es su condi-
ción de medio para glorificar a Dios: «[la humanidad trabajadora es] una so-
ciedad que no sólo produce cosas, sino también glorifica a Dios»16. En otro ra-
diomensaje de Navidad el Papa afirma con un mayor peso teológico:
[Cristo], Redentor del género humano, que con su gracia penetra en nuestro ser
y en nuestro obrar, eleva y ennoblece todo trabajo honrado, alto y bajo, grande
y pequeño, agradable y penoso, material e intelectual, hasta un valor meritorio
y sobrenatural ante Dios, uniendo de esta suerte todas las formas de la multifor-
me actividad humana en una constante glorificación del Padre celestial17.
Lo que siempre impulsaba a Cristo en su vida terrena era la búsqueda de
la gloria de Dios: no ha buscado nunca su propia gloria (cfr. Jn 8,50), sino
siempre «la gloria del que lo ha enviado» (Jn 7,18; cfr. 14,13; 17,1). Esta bús-
queda también ha estado presente en el taller de Nazaret. En su trabajo coti-
diano Cristo ha sabido ver y buscar la gloria de Dios, porque este también en-
tra en el plan salvífico del Padre. Como Jesucristo, el hombre también debe
dar gloria a Dios: en esto consiste en dar «fruto abundante» (Jn 15,8). El ver-
dadero discípulo de Cristo dará mucho fruto, ya que Él ha dicho: «Yo soy la
vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto
abundante; porque sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Los trabajadores
que siguen el ejemplo de Cristo, serán como aquellos que «dan una cosecha
del treinta o del sesenta o del ciento por uno» (Mc 4,20; cfr. Mt 13,23). Es de-
cir, cada uno según las gracias recibidas y sus propias posibilidades y condi-
ciones mediante el trabajo bien realizado dará gloria a Dios, así que será ver-
daderamente una luz brillante que iluminará a los demás: «Brille así vuestra

15 ÍDEM, Discurso a los directores y empleados del Banco de Italia (25-IV-1950), n. 3, en


CEDP, Vol. I, p. 733.
16 ÍDEM, Radiomensaje navideño a los pueblos del mundo entero (24-XII-1955), n. 36, en
DPIII, p. 1176.
17 ÍDEM, Radiomensaje navideño a los pueblos del mundo entero (24-XII-1943), n. 14, en
CEDP, Vol. I, p. 364.

28
1. PÍO XII

luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vues-
tro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16; cfr. 1 Pe 2,12). Así se ve claramente
que el trabajo humano es un medio muy adecuado y oportuno de dar gloria a
Dios. No sólo es algo para uno mismo, sino que el trabajo bien hecho puede
ser estímulo y causa para que los otros también den gloria al Padre.

1.2. Sentido religioso del trabajo y su santificación


En el Magisterio de Pío XII la consideración “religiosa” de la actividad
profesional es frecuente, es decir, para él el trabajo tiene un sentido religioso y
espiritual. La primera manifestación de ese sentido espiritual del trabajo es, se-
gún el Pontífice, la capacidad de convertir el trabajo profesional en instrumen-
to de la propia santificación:
El hombre puede considerar su trabajo como un verdadero instrumento de la
propia santificación, puesto que trabajando perfecciona en sí la imagen de
Dios, cumple el deber y el derecho de procurar para sí y para los suyos el nece-
sario sustento, y se convierte en elemento útil para la sociedad18.
Para el hombre la clave de la santificación del trabajo consiste en tener
una clara conciencia de su misma naturaleza, pues él no es una máquina pro-
ductiva, sino un ser espiritual, creado a imagen y semejanza de Dios; y un ser
social, llamado a procurar el sustento necesario y servir a la sociedad mediante
el trabajo.
Según el Papa, es necesario recuperar el sentido original del trabajo para
que sea de verdad instrumento de santificación del hombre: es decir, hay que
dar «al trabajo el lugar que Dios le señaló desde el principio»19. Efectivamente,
el trabajo tenía en el designio eterno de Dios una dignidad muy elevada, pero
por el pecado y sus consecuencias esa dignidad se ha oscurecido. La influencia
del cansancio y la fatiga del trabajo dificultan que el hombre pueda descubrir
con facilidad el sentido original del trabajo, y muchas veces lo ve como un
peso impuesto por el mismo Dios, cuando en realidad no es así. Para descubrir
la grandeza y nobleza del trabajo el hombre debe devolver al sentido original
que Dios le ha dado desde el principio, es decir, antes de la caída del hombre.

18 ÍDEM, Radiomensaje navideño a los pueblos del mundo entero (24-XII-1955), n. 36, en
DPIII, pp. 1176-1177.
19 ÍDEM, Radiomensaje navideño a los pueblos del mundo entero (24-XII-1942), n. 34, en
CEDP, Vol. I, p. 356.

29
CAPÍTULO II. HACIA UNA TEOLOGÍA DEL TRABAJO

Pío XII también afirma que Cristo dispone cada vez mejor al hombre a consi-
derar el trabajo «según su verdadera dignidad y su profundo valor» 20. Es decir,
Cristo es modelo del trabajador, y con su vida de trabajo enseña al hombre
cómo realizarlo bien y convertirlo en acto santificante y santificador, descu-
briendo así su alta dignidad y elevado valor. El Papa recordó a los participan-
tes a un congreso de la Confederación nacional de agricultores de Italia el va-
lor original del trabajo:
El pecado, en efecto, ha hecho penoso el trabajo de la tierra, pero no lo ha in-
troducido en el mundo. Antes del pecado Dios había dado al hombre la tierra
para que la cultivase como ocupación más bella y la más honrosa en el orden
natural21.
Por la Sagrada Escritura sabemos que el trabajo es anterior al pecado,
pero después de cometer el error y violar la autoridad de Dios, las condiciones
del trabajo se hicieron difíciles para el hombre (cfr. Gén 3,17-19). Antes que el
hombre cayera, Dios le había confiado la misión de dominar y someter todo el
universo permitiendo la participación humana en su señorío divino. En otra
ocasión Pío XII declaró con más claridad el verdadero sentido cristiano del
trabajo, merece la pena citar sus palabras aunque se trate de un texto un poco
largo:
Tal vez para otros [el trabajo] puede no sea sino un peso del que se huye cuanto
es posible, o bien un fin en sí mismo, un ídolo, del que se hace esclavo el hom-
bre. Para nosotros, no. Aunque el trabajo profesional llegara a ser, con el andar
del tiempo, monótono, o si, por obedecer a la ley de Dios, cargase como una fa-
tiga molesta y un pesado fardo, él, sin embargo, permanecería para vosotros,
cristianos sobre todo, uno de los medios más importantes de santificación, uno
de los modos más eficaces para ajustaros a la voluntad divina y merecer el cie-
lo. Ningún cristiano puede ver el trabajo de otra manera. Por ello existe hoy
tanto descontento, tanta inconsideración, tanta indiferencia, porque no se tiene
la verdadera idea del valor cristiano del trabajo, o, al menos, no es verdadera-
mente ya tan viva en las almas. [...] ¿Se puede, por lo tanto, imaginar un más
fuerte estímulo para una recta ordenación de la vida diaria que esta cristiana
concepción del trabajo?22.

20 ÍDEM, Discurso a los directores y empleados del Banco de Italia (25-IV-1950), n. 1, en


CEDP, Vol. I, p. 733.
21 ÍDEM, Discurso a los participantes de un congreso (15-XI-1946), n. 5, en CEDP, Vol. I,
p. 813.
22 ÍDEM, Discurso a los directores y empleados del Banco de Italia (25-IV-1950), nn. 1-2,
en CEDP, Vol. I, p. 733.

30
1. PÍO XII

Una vez captado el sentido cristiano del trabajo, para su santificación, o


mejor, para la santificación de la persona a través del trabajo, es importante la
conciencia de la presencia de Cristo en el mismo trabajo. El hombre no trabaja
solo, sino tiene la asistencia de Cristo:
Pensad en que [a Cristo] lo veis en los lugares de vuestro trabajo moviéndose
en medio de vosotros, viendo vuestra fatiga, escuchando vuestras conversacio-
nes, consolando vuestros ánimos, calmando vuestras desavenencias, y veréis
cómo el taller se transforma en el santuario de Nazaret23.
Si Nazaret fue el lugar donde Cristo santificó el trabajo, su presencia en
los lugares del trabajo del hombre hace que también puedan convertirse en lu-
gares de santificación del trabajador. Por eso, Pío XII exhortaba a las mujeres
de las asociaciones cristianas de trabajadores italianos (ACLI) diciendo: «Las
ACLI deben, pues, hacer sentir la presencia de Jesucristo [...] a todos cuantos
viven en el mundo del trabajo» 24. En el trabajo Cristo acompaña al hombre,
porque Él es una Persona viva, se interesa por la suerte del hombre, entiende
perfectamente las situaciones del trabajo humano, ya que Él también experi-
mentó el trabajo durante mucho tiempo. En otro discurso el Papa animaba a
sus oyentes:
Probad a hacer que Dios entre en ellos [en vuestros lugares de trabajo]; probad
a pensar, a hablar, a obrar en su presencia; con Él, que no sólo vigila, sino que
sugiere y casi guía vuestros movimientos. En las oficias, donde Dios está en el
lugar que le corresponde, no entra fácilmente el mal hablar, no se arroja fango
sobre las cosas más santas, no hay lugar para la ociosidad con grave daño del
bien público. Haced que Dios esté en medio de vosotros; no habrá peligro de
que los asuntos que se os confiaren y por largo tiempo sobre vuestra mesa de
trabajo, en espera de ser llevados a término. Si, por lo contrario, fuese Dios
considerado como extraño, tal vez como intruso y aun como enemigo, habría
desorden en vuestro trabajo. Y entonces el trabajo no ennoblece, sino que de-
grada25.
Trabajar siendo consciente de la presencia de Dios es medio de santifica-
ción del trabajo. Dios es Aquél que da el sentido al trabajo, ya que este tiene su
principio y fin en Dios. Si el hombre pierde esta perspectiva, no sabrá levantar

23 ÍDEM, Discurso a los trabajadores de Italia (13-VI-1943), n. 18, en DPIII, p. 977.


24 ÍDEM, Discurso en la festividad de san José Obrero (1-V-1955), n. 1, en CEDP, Vol. I, p.
851.
25 ÍDEM, Discurso al personal civil del Ministerio de la Defensa (18-V-1952), n. 7, en
CEDP, Vol. I, p. 718.

31
CAPÍTULO II. HACIA UNA TEOLOGÍA DEL TRABAJO

el espíritu hacia arriba, no podrá ver ni alcanzar el sentido y valor elevado del
trabajo. De este modo el trabajo humano solamente se quedará en el horizonte
humano, se reducirá a una actividad meramente humana. En la vida real no re-
sulta novedoso ni extraño considerar el trabajo solamente desde la perspectiva
humana: sucede cuando la finalidad del trabajo es solamente económica o de
búsqueda de gloria humana. La plena conciencia de la presencia y asistencia
de Dios es la que eleva el trabajo al nivel sobrenatural, porque cuando el hom-
bre es consciente de trabajar en la presencia de Dios, pedirá la ayuda divina
para realizar bien el trabajo; mientras trabaja sabrá que en realidad es Dios que
actúa en él dándole todas las cualidades y energías necesarias; una vez termi-
nado el trabajo lo ofrecerá a Dios como un don recibido de sus manos provi-
dentes y generosas.
Otra manifestación del sentido espiritual del trabajo en el Magisterio de
Pío XII lo constituye la introducción de un novedoso término aplicado al tra-
bajo: su “consagración religiosa”. Este término en sí tiene un significado
sagrado, porque la consagración consiste en separar algo o alguien del uso co-
mún o del ámbito profano para ofrecerlo absolutamente al Señor como propie-
dad suya o perteneciente exclusivamente a Él para siempre. El Papa exhortaba
a los directores y empleados del Instituto Poligráfico del Estado diciendo:
Conservad este pensamiento de dignidad ética en vuestra vida profesional y
dadle el coronamiento y casi la consagración religiosa, es decir, meted vuestro
trabajo cotidiano al servicio de Dios y en el amor purificador y santificador de
Jesucristo26.
La consagración del trabajo consiste en convertir la actividad humana en
obra divina, es decir, divinizar el trabajo humano, transformarlo en actividad
sobrenatural, ya que el trabajo consagrado a Dios es una propiedad suya, está
divinizado por la fuerza santificadora del Espíritu de Cristo. Para realizar esta
consagración del trabajo, el hombre debe ponerle un motivo sobrenatural
como principio; realizarlo con una intención sobrenatural como fundamento y
ofrecerlo con un afecto sobrenatural a Dios como finalidad.
Además, el trabajo del cristiano está abierto, según Pío XII, al mundo del
más allá:

26 ÍDEM, Discurso a los directores y empleados del Instituto Poligráfico del Estado (8-IV-
1951), en DRPXII, Vol. XIII (1952), p. 40.

32
1. PÍO XII

el trabajo de un hombre que vive en gracia santificante debe manifestar la filia-


ción de Dios como una fuente sobrenatural de energía cotidiana y de cotidianos
méritos para el cielo y para los vastos y elevados fines del Reino del Padre. Así
es como la jornada del trabajo de un verdadero cristiano —exteriormente no
distinta de las de otros hombres y dedicada también a las cosas de acá abajo—
está desde ahora sumergida en la eternidad. El trabajador cristiano está y traba-
ja con toda su energía y voluntad en este mundo; pero vive del de allá y para el
de allá, hasta la hora en que plazca al Señor llamar a su siervo fiel a la eterna
paz27.
Aunque el trabajo humano conlleva sus cualidades propias, el hombre,
mediante la gracia santificante y santificadora, puede convertir lo material en
espiritual, lo temporal en eterno, lo humano en divino. De modo que el verda-
dero cristiano trabaja exteriormente como los demás, pero en realidad toda su
actividad está sumergida en la perspectiva sobrenatural y eterna.
Pío XII anticipa una doctrina que será más desarrollada y profundizada
en los documentos del Concilio Vaticano II: el trabajo profesional es medio de
ejercer el apostolado. Según el Pontífice algunas profesiones por sí mismas es-
tán estrechamente vinculadas con el apostolado:
Hay artes y oficios a los que el ejercicio del apostolado parece casi inherente
por instinto natural. Mirad al profesor, al maestro, al escritor, al médico, al en-
fermero […] ¿Quién pondría en duda que ellos pueden practicar también el
celo de las almas?28.
Además, todos pueden ejercer el apostolado mediante el mismo trabajo
profesional en el lugar y puesto donde estén. En el mismo discurso el Papa de-
cía a los miembros de la Acción Católica Italiana:
Nos dirigimos a todos vosotros, y no sólo a algunos privilegiados, a aquellos
héroes a quienes las circunstancias de la vida o dones extraordinarios predesti-
nan y preparan para una particular y espléndida misión. A todos vosotros, sin
excepción alguna, decimos Nos que podéis mucho. No es menester para ello
salir del círculo de vuestras amistades, de vuestras relaciones profesionales, de
carrera, de oficina, de trabajo y de labor, en que ordinariamente y de continuo
pasáis vuestra acostumbrada jornada; ni es necesario que hagáis cosas grandes
y extraordinarias fuera y sobre vuestros deberes de estado; [...] todos podéis, en

27 ÍDEM, Discurso a los directores y empleados del Banco de Italia (25-IV-1950), n. 5, en


CEDP, Vol. I, p. 734.
28 ÍDEM, Discurso a la Acción Católica Italiana (20-IX-1942), n. 12, en CEDP, Vol. II, p.
2023.

33
CAPÍTULO II. HACIA UNA TEOLOGÍA DEL TRABAJO

el conjunto social en que la divina Providencia os ha colocado, ejercer un apos-


tolado verdadero y fecundo29.
Para el trabajador cristiano el modo más eficaz de hacer el apostolado es
la coherencia entre la vida profesional y la vivencia cristiana, es decir, la uni-
dad de vida. Dirigiéndose a los jóvenes universitarios y a los laureados de la
Acción Católica Italiana Pío XII afirmó: «lo que más conquista estimación y
crédito [...] es la concordancia entre vuestra perfección intelectual [es decir,
profesional] y vuestra perfección moral y espiritual»30. En otro discurso tam-
bién dirigido a la Acción Católica Italiana la idea se repite con una mayor fuer-
za teológica:
dondequiera que vayáis, dondequiera que os paréis, con cualquiera que tratéis,
podéis llevar con vosotros la dignidad de cristiano, la cual unida a la dignidad
profesional, se manifiesta y se reviste con una fuerza muy influyente y eficaz
[para ejercer un apostolado verdadero y fecundo]31.

1.3. La institución de la fiesta de san José Obrero


En el Magisterio de Pío XII otra manifestación de ese sentido religioso
del trabajo consiste en la institución en el primer día de mayo de 1955 de la
Fiesta de san José Obrero32, para dar un sentido cristiano a la Fiesta o Día in-
ternacional del trabajo, que ya se celebraba con origen profano. Este aconteci-
miento para el mundo del trabajo ha sido muy significativo, como recuerda
Pascalina Lehnert:
El primero de mayo de 1955 sorprendió al mundo con una nueva fiesta litúrgi-
ca: el día festivo de los trabajadores tenía que ser dedicado al padre putativo
del Señor, que durante toda la vida, con un duro trabajo, había ganado el pan
para sí y para los suyos. En la dedicación de esta jornada también se revelaba el

29 Ibíd., n. 8, en CEDP, Vol. II, p. 2019.


30 PÍO XII, Discurso a la Acción Católica Italiana (20-IV-1941), n. 8, en CEDP, Vol. II, p.
2014.
31 ÍDEM, Discurso a la Acción Católica Italiana (20-IX-1942), n. 15, en CEDP, Vol. II, p.
2024.
32 ÍDEM, Discurso en la festividad de san José Obrero (1-V-1955), n. 10, en CEDP, Vol. I, p.
854: «Nos place anunciaros Nuestra determinación de instituir —como de hecho la insti-
tuimos— la fiesta litúrgica de san José Obrero, señalando para ella precisamente el día 1
de mayo. [...] el humilde obrero de Nazaret no sólo encarna delante de Dios y de la Igle -
sia la dignidad del obrero manual, sino que es también siempre el próvido guardián de
vosotros y de vuestras familias».

34
1. PÍO XII

gran cuidado de Pío XII, en observancia del mensaje cristiano de salvación, por
proteger la dignidad del trabajador contra cualquier tendencia que lo convirtie-
ra en esclavo de la producción y de la sociedad y terminara torciendo el sentido
original del trabajo33.
Un par de años antes Pío XII ya había cristianizado la Fiesta del trabajo
mediante un discurso dirigido a diversos grupos de trabajadores:
El mundo celebra hoy, primero de mayo, la “Fiesta del trabajo”. ¿Quién mejor
que el verdadero cristiano puede dar a la misma un profundo sentido? Para él
es un día en que venera mucho más intensamente y adora al Hombre -Dios,
nuestro Señor Jesucristo, que para ser nuestro modelo, para nuestro consuelo y
santificación, pasó la mayor parte de su vida en el ejercicio de un oficio ma-
nual, como un simple obrero (cfr. Mt 13,55; Mc 6,3); es el día del agradeci-
miento a Dios por parte de todos aquellos a quienes ha sido dado, por medio
del trabajo, asegurarse para sí y para los suyos una vida tranquila y pacífica; es
el día en que se robustece la voluntad de vencer la lucha y el odio de clase con
la fuerza que se deriva de la realización de la justicia social, con la estimación
recíproca y con la mutua caridad fraterna por amor de Cristo; es el día, final-
mente, en que la humanidad creyente promete de una manera solemne crear
con el trabajo de su espíritu y de sus manos una cultura para la gloria de Dios,
una cultura que, lejos de apartar al hombre de Dios, lo aproxime a Él cada vez
más34.
San José es un personaje muy significativo en la espiritualidad cristiana
por ser el padre putativo de Jesús, el “pater familias” del hogar de Nazaret, el
custodio de Jesús y María: «Ningún trabajador ha estado jamás [tan unido a
Dios] como aquél que vivió con Cristo en la más estrecha intimidad y comuni-
dad de familia y de trabajo, su padre putativo, san José» 35. Su figura será tam-
bién constante en el Magisterio posterior.

* * *
En definitiva, podemos afirmar que a Pío XII le interesa cualquier hones-
ta profesión, pero más que preocuparse por el aspecto productivo, pone de re-
lieve el crecimiento y perfeccionamiento de los trabajadores. Concluimos este
apartado indicando que con el Magisterio de Pío XII estamos

33 P. LEHNERT, Una festa, un simbolo: san Giuseppe lavoratore, en ÍDEM, Pio XII: il privile-
gio di servirlo, Rusconi, Milano 1984, p. 185. La traducción es nuestra.
34 PÍO XII, Discurso a los trabajadores (1-V-1953), en DPIII, p. 1056, nota c.
35 ÍDEM, Discurso a los trabajadores de las ACLI (11-III-1945), n. 8, en CEDP, Vol. I, p.
840.

35
CAPÍTULO II. HACIA UNA TEOLOGÍA DEL TRABAJO

ante un desarrollo de la doctrina del trabajo mucho más teologal y espiritual.


Hay en sus enseñanzas un evidente deseo de profundizar en el significado hu-
mano y cristiano del trabajo, señalándolo como eficaz instrumento de perfec-
cionamiento interior y de mérito sobrenatural36.

2. San Juan XXIII


En comparación con los anteriores Pontífices del siglo XX, el pontifica-
do de san Juan XXIII ha durado poco: menos de cinco años (1958-1963). El
tema del trabajo lo encontramos también en su Magisterio, tratado, sobre todo,
en la festividad de san José Obrero de cada año, y también en bastantes otros
discursos37. El Pontífice pronunció un largo discurso ante trabajadores de todo
el mundo el día 14 de mayo de 1961, en conmemoración del setenta aniver-
sario de la encíclica Rerum novarum, y al día siguiente hizo pública la encícli-
ca Mater et Magistra (15-V-1961), que trata del desarrollo de la cuestión so-
cial a la luz de la doctrina cristiana, y en donde aparece el tema del trabajo,
que es la clave de la cuestión social. Dos años más tarde san Juan XXIII publi-
có otra encíclica social, la Pacem in terris (11-IV-1963), ofreciendo los funda-
mentos esenciales para construir la paz entre todos los pueblos, y ahí también
se hace referencia al tema del trabajo.
Antes que nada queremos subrayar que san Juan XXIII estima mucho el
trabajo, como ha expresado en numerosas ocasiones: «El trabajo es una noble-
za»38; «El trabajo es la gran riqueza de la vida» 39; «El trabajo del hombre es
sagrado, porque es obra de una criatura racional elevada a la dignidad de Hijo
de Dios»40; etc. En la Pacem in terris el Pontífice pone de relieve la elevación

36 V. BOSCH, El trabajo como medio de santificación en el Magisterio del siglo XX, en J.


LÓPEZ – F. M. REQUENA (eds.), Verso una spiritualità del lavoro professionale, cit., p. 319.
37 El Magisterio oral de san Juan XXIII se puede consultar en Discorsi, messaggi, colloqui
del Santo Padre Giovanni XXIII (=DMCG), 5 Vols., TPV, Città del Vaticano 1960-1964.
La traducción de esta fuente será nuestra.
38 JUAN XXIII, Discurso en la festividad de san José Obrero (1-V-1961), en DMCG, Vol.
III (1962), p. 259.
39 ÍDEM Discurso a los trabajadores de Barcelona (21-VIII-1961), en DMCG, Vol. III
(1962), p. 592.
40 ÍDEM, Discurso a los participantes de un congreso (19-IV-1961), en CEDP, Vol. II, pp.
2359-2360.

36
2. SAN JUAN XXIII

del mundo laboral como una de las notas más características de la época mo-
derna:
en la actualidad, los trabajadores de todo el mundo reclaman con energía que
no se les considere nunca simples objetos carentes de razón y libertad, someti-
dos al uso arbitrario de los demás, sino como hombres en todos los sectores de
la sociedad41.
En lo relativo al trabajo san Juan XXIII recordó algunos puntos funda-
mentales del Magisterio precedente: el trabajo como actividad ennoblecida y
santificada por Jesús42; la actividad humana como colaboración en la obra
creadora de Dios43 y continuación de la obra de Cristo 44; la ley del trabajo
como condición de vida que perfecciona al hombre 45; el trabajo profesional es
susceptible de ser convertida en oración 46; la actividad humana tiene una di-
mensión y perspectiva sobrenatural47, etc.

41 ÍDEM, enc. Pacem in terris (11-IV-1963), n. 40.


42 ÍDEM, Discurso en el Santuario de Loreto (4-X-1962), n. 3, en DMCG, Vol. IV (1963), p.
560: «El hombre, en efecto, está llamado a cooperar con los designios de Dios Creador y
tal nobleza de la fatiga humana, incluso de la más humilde, es recordada y sublimada
por el trabajo de Jesús en el taller de Nazaret».
43 ÍDEM, Radiomensaje en la festividad de san José Obrero (1-V-1960), n. 2, en CEDP, Vol.
II, p. 2341: «[El trabajo] es para el hombre como una colaboración inteligente y efectiva
con Dios Creador, del cual recibió los bienes de la tierra para cultivarlos y hacerlos pros -
perar».
44 ÍDEM, enc. Mater et Magistra (15-V-1961), n. 259: «cuando el cristiano está unido espiri-
tualmente al divino Redentor, al desplegar su actividad en las empresas temporales, su
trabajo viene a ser como una continuación del de Jesucristo, del cual toma fuerza y vir -
tud salvadora: “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto” (Jn 15,5)».
45 ÍDEM, Radiomensaje en la festividad de san José Obrero (1-V-1960), n. 2, en CEDP, Vol.
II, p. 2341: «Presentando el ejemplo de san José a todos los hombres, que en la ley del
trabajo encuentran marcada su condición de vida, la Iglesia procura llamarles a conside-
rar su gran dignidad y les invita a convertir su actividad en un poderoso medio de per-
feccionamiento personal».
46 ÍDEM, Discurso a los participantes de un congreso (17-X-1959), en DMCG, Vol. I
(1960), p. 482: «Y, sobre todo, que la oración sea vuestro respiro y vuestro alimento se-
gún la máxima de san Benito de Nursia Ora et labora, considerando que las actividades
humanas, incluso las más altas y admirables, no se agotan en un horizonte terreno, sino
que tienden hacia la Ciudad de Dios».
47 ÍDEM, Discurso a los participantes de un congreso (27-IV-1960), n. 4, en CEDP, Vol. II,
p. 2339: «Por consiguiente, es precisa una visión clara de la realidad actual, y al mismo
tiempo la mirada dirigida al cielo. El cristiano está situado en esta halagüeña perspecti-
va. El trabajador cristiano, que desea mantenerse fiel a Jesucristo y a la Iglesia sabe que
aquí abajo nunca podrá haber felicidad permanente; que no hay paz en los corazones y
en las familias, si la prosecución de una prosperidad terrena no va unida con el santo te-

37
CAPÍTULO II. HACIA UNA TEOLOGÍA DEL TRABAJO

La encíclica Mater et Magistra es un importante documento social de san


Juan XXIII, que en gran parte resume las enseñanzas magisteriales de los se-
tenta años transcurridos desde la gran encíclica social leoniana. En su última
parte aporta más sus ideas propias, donde aparece un argumento que interesa
mucho a nuestro tema: se trata de una interesante referencia a la relación entre
santidad y realidades terrenas. El decía:
Nadie debe, por tanto, engañarse imaginando una contradicción entre dos cosas
perfectamente compatibles, esto es, la perfección personal propia y la presencia
activa en el mundo, como si para alcanzar la perfección cristiana tuviera uno
que apartarse necesariamente de toda actividad terrena, o como si fuera imposi-
ble dedicarse a los negocios temporales sin comprometer la propia dignidad de
hombre y de cristiano. Por el contrario, responde plenamente al plan de la Pro-
videncia que cada hombre alcance su propia perfección mediante el ejercicio
de su diario trabajo, el cual para la casi totalidad de los seres humanos entraña
un contenido temporal48.
Se puede afirmar con razón que éste es el núcleo de la noción de trabajo
en el Magisterio de san Juan XXIII. En la historia de la espiritualidad se ha
creído durante mucho tiempo, según una mentalidad popular y errónea, que la
posibilidad de alcanzar la perfección era reservada como privilegio de unos
pocos: la santidad era cosa de religiosos y sacerdotes, y para los seglares algo
abstracto e incluso inalcanzable. Pero desde Pío XI el Magisterio ha predicado
que todos están llamados a la perfección y a la santidad: esta doctrina tuvo en
el Concilio Vaticano II su culmen y plenitud. La perfección no sólo se busca
en el templo y en la prácticas religiosas, sino también se puede encontrar en
medio del mundo y en los quehaceres cotidianos.
Además, en la última parte de la encíclica Pacem in terris el Pontífice
exhorta a los cristianos a participar activamente en la vida pública:
Iluminados por la luz de la fe cristiana y guiados por la caridad, [los cristianos]
deben procurar con no menor esfuerzo que las instituciones de carácter econó-
mico, social, cultural o político, lejos de crear a los hombres obstáculos, les
presten ayuda positiva para su personal perfeccionamiento, así en el orden na-
tural como en el sobrenatural49.

mor de Dios, el respeto a su Ley eterna, y la estima de la gracia divina».


48 ÍDEM, enc. Mater et Magistra (15-V-1961), nn. 255-256.
49 ÍDEM, enc. Pacem in terris (11-IV-1963), n. 146.

38
2. SAN JUAN XXIII

Un poco más adelante en ese mismo texto san Juan XXIII afirma con
claridad que los hombres, obedeciendo a los designios providenciales de Dios
relativos a la salvación eterna, tienen que consagrarse a la acción temporal,
«conjugando plenamente las realidades científicas, técnicas y profesionales
con los bienes superiores del espíritu»50.
Si para todo hombre el trabajo profesional es medio de perfeccionamien-
to personal, para un cristiano es además instrumento de santificación:
todo lo que para él [el hombre] es fatiga y dura conquista pertenece al designio
redentor de Dios, que habiendo salvado al mundo mediante el amor y los dolo-
res de su Hijo Unigénito, convierte los sufrimientos humanos en precioso ins-
trumento de santificación cuando se unen a los de Cristo51.
Algunas afirmaciones referentes a este punto fueron realizadas en la fes-
tividad de san José Obrero, día en la que los trabajadores celebran «el valor
precioso y santificante del trabajo»52. Si para el cristiano el trabajo profesional
es instrumento de santificación, también lo es para alcanzar la vida eterna: «[A
los trabajadores la Iglesia] les invita a convertir su actividad en un poderoso
medio [...] de mérito eterno»53.
Para san Juan XXIII, el trabajo, además de medio de perfeccionamiento
personal y espiritual del hombre, tiene también valor corredentor:
el trabajo humano se eleva y ennoblece de tal manera que conduce a la perfec-
ción espiritual al hombre que lo realiza y, al mismo tiempo, puede contribuir a
extender a los demás los frutos de la redención cristiana y propagarlos por to-
das partes54.
Según san Juan XXIII, a través de su actividad profesional los trabajado-
res no sólo pueden realizar, la perfección de su ser, es decir, santificarse, sino
también «convertirse en apóstoles»55. El significado de esta doctrina será desa-
rrollada y profundizada en los documentos del Concilio Vaticano II.

50 Ibíd., n. 150.
51 JUAN XXIII, Radiomensaje en la festividad de san José Obrero (1-V-1960), n. 2, en
CEDP, Vol. II, p. 2341.
52 ÍDEM, Discurso a los trabajadores de las ACLI (1-V-1959), n. 2, en CEDP, Vol. I, p. 869.
53 ÍDEM, Radiomensaje en la festividad de san José Obrero (1-V-1960), n. 2, en CEDP, Vol.
II, p. 2341.
54 ÍDEM, enc. Mater et Magistra (15-V-1961), n. 259.
55 ÍDEM, Discurso a las juventudes femeninas católicas (23-IV-1960), n. 3, en CEDP, Vol.
II, p. 2183.

39
CAPÍTULO II. HACIA UNA TEOLOGÍA DEL TRABAJO

Sobre la figura de san José, Juan XXIII destacó su papel de protector:


«[San José es el] protector de la inmensa serie de artesanos y obreros, y de to-
dos los trabajadores»56. En la fiesta de san José Obrero de 1959, el Pontífice
dirigió al glorioso Patriarca una oración, en la que además de mostrarlo como
modelo, pidió su protección, instrucción y ayuda para que todos los trabajado-
res hagan del trabajo un instrumento de santificación:
Glorioso san José […] protege con amable poder a los hijos que singularmente
te están confiados. Tú conoces sus angustias y sus sufrimientos, porque tú mis-
mo los probaste, al lado de Jesús y de su Madre. No permitas que, oprimidos
por tantas preocupaciones, olviden su fin, para el que han sido creados por
Dios; no dejes que los gérmenes de la desconfianza se apoderen de sus almas
inmortales. Recuerda a todos los trabajadores que en los campos, en las fábri-
cas, en las minas, en los laboratorios científicos, no están solos en el trabajar,
gozar y sufrir, porque junto a ellos están Jesús, con María, Madre suya y nues-
tra, para sostenerlos, enjugarles el sudor, enriquecer sus fatigas. Enséñales a ha-
cer del trabajo, como Tú lo has hecho, un instrumento altísimo de santifica-
ción57.
El trabajo es considerado, en el Magisterio de Juan XXIII, como servicio
al prójimo. El Pontífice dirigiéndose a los trabajadores italianos decía:
Os exhortamos, por tanto, a considerar siempre vuestro trabajo como un servi-
cio, que se debe cumplir en la caridad más sincera y ardiente, según las pala-
bras del apóstol san Juan: “Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino
de verdad y con obras” (1 Jn 3,18). Siempre dispuestos a donaros para el bien
de los demás, que a veces de vosotros esperan una ayuda improlongable: gene-
rosos, serenos y pacientes, pensando que nada va perdida de cuanto se cumple
[el trabajo] por amor de Dios y del prójimo58.

56 ÍDEM, Audiencia general (1-V-1963).


57 ÍDEM, Discurso a los trabajadores de las ACLI (1-V-1959), n. 6, en CEDP, Vol. I, p. 871.
También al año siguiente el Pontífice insistió en mostrar a san José Obrero como protec-
tor de los trabajadores: «¡Oh san José, [...] protege benigno a quienes confiadamente se
dirigen a ti. [...] Haz también que tus protegidos comprendan que no están solos en su
trabajo, sino que sepan ver a Jesús junto a ellos, acogerlo con la gracia y protegerlo fiel -
mente, como tú lo hiciste. Y obtén que en cada familia, en cada oficina, en cada labora -
torio, dondequiera que trabaje un cristiano, sea todo santificado en la caridad, en la pa -
ciencia, en la justicia, y en la prosecución del bien obrar, para que desciendan abundan-
tes dones de la celestial predilección» (Radiomensaje en la festividad de san José Obre-
ro [1-V-1960], en DMCG, Vol. II [1961], p. 326).
58 ÍDEM, Discurso a los trabajadores italianos (31-V-1959), en DMCG, Vol. I (1960), p.
358.

40
2. SAN JUAN XXIII

Mediante el trabajo el hombre puede ofrecer una ayuda real como un ser-
vicio para el desarrollo y enriquecimiento de los demás. Nadie trabaja sola-
mente para sí mismo, ni tampoco vive sin los demás. Por tanto, con el trabajo
bien realizado cada uno ofrece un servicio a los demás; mientras tanto, tam-
bién recibe un servicio de parte de los demás. Así que el trabajo es un medio
para el servicio y enriquecimiento mutuo entre los seres humanos. El hombre
crece y se enriquece dándose a los demás, y la donación de sí mismo de cada
hombre es un enriquecimiento mutuo. Mediante la donación de sí mismo el
hombre se hace más hombre. El trabajo además de ser un servicio caritativo al
prójimo, también es como servicio a Cristo. En efecto, el servicio al prójimo
no se puede separar del servicio a Cristo, pues servir al prójimo es servir a
Cristo: «cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más peque-
ños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).

* * *
En resumen, después de este recorrido podemos señalar que en el período
del Magisterio precedente del Concilio Vaticano II encontramos abundantes
enseñanzas bastante claras sobre la santificación del trabajo, las ideas sobre
esta doctrina forman una prematura “teología” del trabajo, que está diseminada
entre los diversos discursos y radiomensajes dirigidos a distintos grupos de
trabajadores, que está a la espera de madurar en un cuerpo doctrinal que le
dará el Magisterio conciliar. Esto es lo que vamos a tratar en el próximo capí-
tulo.

41
Capítulo III.
Concilio Vaticano II: consolidación y
maduración de una doctrina sobre el
trabajo

El Concilio Vaticano II (1962-1965) ha sido el acontecimiento más im-


portante y significativo de la Iglesia en el siglo XX. Sus documentos han mar-
cado una dirección clara para el caminar del Pueblo de Dios, y sobre nuestro
tema han dado forma y cuerpo doctrinal a una teología del trabajo 1. La idea de
celebrar un concilio ecuménico, o mejor, de proseguir y concluir el Concilio
Vaticano I, estuvo ya en la mente de algunos Pontífices: Pío XI consultó al
Episcopado mundial sobre este asunto al inicio de su pontificado; Pío XII vol-
vió sobre el mismo asunto, llegando incluso a crear comisiones preparatorias.
Finalmente el Concilio Vaticano II fue anunciado por san Juan XXIII durante
la homilía de la santa Misa en la basílica de san Pablo Extramuros el 25 de
enero de 1959; convocado con la constitución apostólica Humanae salutis el
25 de diciembre de 1961; inaugurado en la basílica de san Pedro el 11 de octu-
bre de 1962 por el mismo Papa, y clausurado con el breve apostólico In Spiri-
tu Sancto en la plaza de san Pedro el 8 de diciembre de 1965 por san Pablo
VI2.
Se ha señalado con acierto que
la doctrina conciliar del trabajo se encuentra, sobre todo, en la constitución pas-
toral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual (7-XII-1965), pero, a
nuestros efectos, de nada serviría si no se pusiera en relación con los preceden-
tes textos sobre la llamada universal a la santidad del capítulo quinto de la
constitución dogmática Lumen gentium (21-XI-1964), y la doctrina sobre la vo-
cación y misión de los laicos en la Iglesia, presente en el capítulo cuarto de esa
misma constitución, y en los decretos Apostolicam actuositatem, sobre el apos-

1 Los textos conciliares que utilizamos son los de la nueva edición bilingüe promovida
por la Conferencia Episcopal Española: Concilio Ecuménico Vaticano II: constituciones,
decretos, declaraciones, UPS – BAC, Madrid 20142. En las citas de los textos concilia-
res, el número árabe indica el número dentro del documento y la letra inglesa, el párrafo.
2 Cfr. J. PAREDES (ed.), Diccionario de los Papas y Concilios, cit., pp. 636-639.

43
CAPÍTULO III. CONCILIO VATICANO II: CONSOLIDACIÓN Y MADURACIÓN DE UNA DOCTRINA
SOBRE EL TRABAJO

tolado de los laicos (18-XI-1965), y Ad gentes, sobre la actividad misionera de


la Iglesia (7-XII-1965)3.

1. El sentido cristiano del trabajo


La constitución Gaudium et spes es un documento muy importante para
nuestro tema, pues el capítulo tercero de la primera parte trata de la actividad
humana en el mundo (nn. 33-39), y el tercero de la segunda parte, de la vida
económico-social (nn. 63-72). En estos dos capítulos nos ofrece su doctrina
sobre el trabajo.
Antes que nada queremos exponer algunas ideas fundamentales relativas
a nuestro tema y que han sido recordadas por la Gaudium et spes: el mismo
Cristo fue trabajador4; el trabajo como servicio a la sociedad y al prójimo 5; la
actividad humana responde al plan de Dios y lo lleva a cabo 6; mediante el tra-
bajo el hombre desarrolla y perfecciona la obra creadora de Dios 7; el trabajo es

3 V. BOSCH, El trabajo como medio de santificación en el Magisterio del siglo XX, en J.


LÓPEZ – F. M. REQUENA (eds.), Verso una spiritualità del lavoro professionale, cit., pp.
321-322.
4 CONCILIO VATICANO II, const. Gaudium et spes (7-XII-1965), n. 22/b: «[Cristo, el Dios en-
carnado,] trabajó con manos de hombre».
5 Ibíd., n. 34/b: «En efecto, los hombres y mujeres que, mientras se ganan el sustento para
ellos y sus familias, ejercen su actividad de tal modo que sirven adecuadamente a la so-
ciedad»; 57/b: «[Mediante el ejercicio del trabajo el hombre] guarda el gran mandamien-
to de Cristo de consagrarse al servicio de los hermanos».
6 Ibíd., n. 34/a: «la actividad humana individual y colectiva, es decir, aquel ingente esfuer-
zo con el que los hombres pretenden mejorar las condiciones de su vida a lo largo de los
siglos, considerado en sí mismo, responde al plan de Dios. Pues el hombre, creado a
imagen de Dios, ha recibido el mandato de regir el mundo en justicia y santidad, some-
tiendo la tierra con todo cuanto en ella hay (cfr. Gén 1,26-27; 9,2-3; Sab 9,2-3), y, reco-
nociendo a Dios como Creador de todas las cosas, de relacionarse a sí mismo y al uni-
verso entero con Él»; y 57/b: «cuando el hombre con el trabajo de sus manos o con ayu-
da de la técnica cultiva la tierra para que dé fruto y llegue a ser una morada digna para
toda la familia humana, y cuando asume conscientemente su papel en la vida de los gru-
pos sociales, cumple el plan de Dios, manifestado al comienzo de los tiempos, de some -
ter la tierra (cfr. Gén 1,28)».
7 Ibíd., n. 34/b: «[Los hombres y mujeres] pueden pensar con razón que ellos con su tra-
bajo desarrollan la obra del Creador, velan por el bien de sus hermanos y contribuyen
con su diligencia personal al cumplimiento del designio divino en la historia»; 57/b:
«[El hombre mediante su trabajo cumple el designio divino], manifestado al comienzo
de los tiempos, de [...] perfeccionar la creación»; y 67/b: «[El hombre] asocia su labor al

44
1. EL SENTIDO CRISTIANO DEL TRABAJO

medio de ejercer la caridad8; mediante su actividad el hombre se perfecciona 9;


cualquier actividad humana puede ser ocasión de dar gloria a Dios 10; el trabajo
humano tiene un valor sobrenatural y escatológico11, etc.
La Gaudium et spes afirma que el trabajo humano es superior a los res-
tantes elementos de la vida económica (cfr. n. 67/a), y pone de relieve el carác-
ter personal del trabajo: «[El trabajo], asumido por cuenta propia o contratado
por cuenta ajena, procede inmediatamente de la persona que marca con su se-
llo las cosas de la naturaleza y las somete a su voluntad» (n. 67/b). El texto
quiere subrayar que la persona es quien realiza el trabajo, el sujeto de la activi-
dad laboral es el hombre y, por tanto, los obreros, al ser personas libres y res-
ponsables, nunca deben ser tratados como meros instrumentos de lucro (cfr. n.
27/c) o de producción (cfr. n. 66/b), ni esclavos de su propio trabajo (cfr. n.
67/c): «La actividad humana, así como procede del hombre, está también orde-
nada al hombre» (n. 35/a). En otras palabras, el trabajo ofrece al trabajador
una «posibilidad de desarrollar sus cualidades propias y su persona» (n. 67/c).
Por tanto, todo desarrollo y progreso técnico, en el fondo, debe siempre servir
integralmente a todo el género humano:
La finalidad fundamental de [la actividad productiva agrícola e industrial no
consiste en] su mero incremento, ni el beneficio o el dominio, sino el servicio
del hombre, del hombre íntegro, teniendo en cuenta el orden de sus necesidades
materiales y de las exigencias de su vida intelectual, moral, espiritual y religio-
sa; de cualquier hombre, decimos, de cualquier grupo de hombres, de cualquier
raza o región del mundo12.

perfeccionamiento de la creación divina».


8 Ibíd., n. 67/b: «Con su trabajo, el hombre […] puede ejercer la caridad verdadera».
9 Ibíd., n. 35/a: «el hombre, cuando actúa, no sólo cambia las cosas y la sociedad, sino que
también se perfecciona a sí mismo».
10 Ibíd., n. 43/a: «Siguiendo el ejemplo de Cristo, que ejerció un trabajo manual, alégrense
más bien los cristianos de poder ejercer todas sus actividades terrestres, uniendo en una
síntesis vital los esfuerzos humanos, domésticos, profesionales, científicos o técnicos
con los bienes religiosos, bajo cuya altísima ordenación todo se coordina para la gloria
de Dios».
11 Ibíd., n. 39/b-c: «la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la
preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia huma-
na, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo […], es decir, todos estos fru-
tos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia [...], los encontramos después de
nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al
Padre el Reino eterno y universal».

45
CAPÍTULO III. CONCILIO VATICANO II: CONSOLIDACIÓN Y MADURACIÓN DE UNA DOCTRINA
SOBRE EL TRABAJO

También afirma la Gaudium et spes que la actividad humana ha sido co-


rrompida por aquel espíritu de vanidad y malicia que la ha cambiado en instru-
mento de pecado (cfr. n. 37/a-c), pero purificada y llevada a la perfección por
la Cruz y Resurrección de Cristo (cfr. n. 37/d). Más aún, con la Encarnación
del Verbo, toda la historia de la humanidad ha sido asumida y recapitulada por
Cristo, por consiguiente, entra en el plan divino de la redención universal (cfr.
n. 38). Además, la Constitución ofrece una norma para cualquier actividad hu-
mana: «que [toda actividad humana], según el designio y la voluntad divina,
concuerde con el bien genuino del género humano y permita al hombre indivi-
dual y socialmente cultivar y realizar plenamente su vocación» (n. 35/b). Evi-
dentemente, esa norma incluye el trabajo profesional en cuanto actividad prin-
cipal del hombre. En el n. 19/a la Constitución ha afirmado que «La razón más
alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión
con Dios». La participación en la vida divina se realizará de una manera plena
en la vida futura, pero en la presente el hombre ya puede entrar en comunión
con Dios mediante la fe, la esperanza y la caridad. Por tanto, toda actividad en
esta vida está relacionada con la vida futura. Todo lo que hace el hombre debe
tender hacia su meta, hacia la plena realización de su vocación. Es decir, según
la voluntad de Dios el trabajo es un modo concreto y adecuado que tiene el
hombre de realizar su vocación a la comunión con la Santísima Trinidad.
La Constitución aporta una novedad al ámbito del trabajo: el suficiente
descanso. Los trabajadores, además de aplicar al ejercicio de su actividad pro-
fesional su tiempo y esfuerzo con la debida responsabilidad, «deben gozar to-
dos también de un reposo y ocio suficientes para cultivar la vida familiar, cul-
tural, social y religiosa» (n. 67/c). El trabajo y el descanso están muy relacio-
nados, se completan y se ayudan mutuamente, el uno lleva al otro con la mis-
ma finalidad: el perfeccionamiento del hombre para la gloria de Dios.
La afirmación del carácter corredentor del trabajo realizada por la Gau-
dium et spes es de capital importancia en nuestro estudio: «mediante su traba-
jo, ofrecido a Dios, el hombre se asocia a la obra misma de Redención de Jesu-
cristo, quien dio al trabajo una dignidad eminente trabajando con sus propias
manos en Nazaret» (n. 67/b). Efectivamente, importa subrayar que la salvación

12 Ibíd., n. 64.

46
1. EL SENTIDO CRISTIANO DEL TRABAJO

de la humanidad se ha realizado a través de toda la vida de Cristo. Todo lo que


ha hecho durante su vida terrena tiene un valor redentor para el género huma-
no. La gran parte de la vida redentora de Cristo ha transcurrido trabajando
como un humilde y simple carpintero. Por tanto, el trabajo que ha realizado
durante la mayor parte de su vida también tiene un valor redentor, ya que su
misión es la salvación de la humanidad. Cristo ha unido su cotidiana vida de
trabajo en Nazaret a su misión salvadora, ha ofrecido toda su vida como precio
de la redención de la humanidad. La gracia redentora de Cristo hace posible
que el trabajo del hombre, unido al de Cristo, tenga valor corredentor, santifi-
que a quien lo realice y constituya un sacrificio valioso y agradable a Dios Pa-
dre.

2. El trabajo y la llamada universal a la santidad

2.1. El trabajador y la santidad


Lo que hasta ahora nos ha señalado la Gaudium et spes sobre el trabajo
habría que completarlo con otros textos conciliares, empezando por los refe-
rentes a la llamada universal a la santidad del capítulo quinto de la constitu-
ción dogmática Lumen gentium (nn. 39-42).
La solemne declaración de la llamada universal a la santidad ha sido una
aportación particularmente importante del Concilio Vaticano II a la teología y
espiritualidad católica. Durante mucho tiempo la santidad era considerada
como un privilegio reducido a un pequeño grupo de personas que han recibido
dones y gracias especiales. En la mentalidad popular durante muchos siglos la
perfección estaba reservada para los religiosos y sacerdotes mientras los laicos
corrientes ya hacían bastante con salvarse si vencían las tentaciones del mun-
do, de la carne y del demonio. El Concilio ha querido recordar, en base a la
Revelación, que la llamada a la santidad y a la perfección Cristo la ha dirigido
a todos sus seguidores:
El Señor Jesús, Maestro divino y modelo de toda perfección, predicó a todos y
a cada uno de sus discípulos, de cualquier condición que fueran, la santidad de
vida, de la que Él es el autor y consumador: “Sed, pues, perfectos como vuestro
Padre del cielo es perfecto” (Mt 5,48). [...] Para todos, pues, está claro que to-

47
CAPÍTULO III. CONCILIO VATICANO II: CONSOLIDACIÓN Y MADURACIÓN DE UNA DOCTRINA
SOBRE EL TRABAJO

dos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud


de la vida cristiana y a la perfección de la caridad13.
La universalidad de esta llamada suele ser entendida en su dimensión
subjetiva, es decir, que esta llamada está dirigida a todos los hombres y muje-
res, pero esto no sería posible si no existiera también «una dimensión objetiva
de la universalidad de la vocación, constituida por el hecho de que todas las
circunstancias de la vida de cada uno pueden ser lugar y medio de santifica-
ción»14. De ahí que el n. 41, al tratar de la santidad en la variada diversidad de
estados de vida (obispos, presbíteros, esposos y padres cristianos, viudos,
solteros, trabajadores, enfermos, etc.), finalice con estas palabras:
Todos los cristianos, por tanto, con sus condiciones de vida, trabajo y circuns-
tancias, serán cada vez más santos a través de todo ello [et per illa omnia] si
todo lo reciben con fe de manos del Padre del cielo y colaboran con la voluntad
de Dios, manifestando a todos, precisamente en el cuidado de lo temporal, el
amor con el que el Padre amó al mundo15.
Ese extenso número comenzaba así: «En los diversos géneros de vida y
ocupación, todos cultivan la misma santidad» (n. 41/a). Entre ellos se encuen-
tra la condición de trabajador:
Los que se ocupan de trabajos a menudo duros deben encontrar en esas ocupa-
ciones humanas su propio perfeccionamiento, ayudar a sus conciudadanos y
mejorar la condición de toda la sociedad y de la creación. Han de imitar tam-
bién con su caridad operativa a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en los traba-
jos manuales y que trabaja siempre con el Padre para la salvación de todos. Há-
ganlo con esperanza gozosa, ayudándose unos a otros a llevar sus cargas y ele-
vándose a una mayor santidad, también apostólica, por medio del trabajo coti-
diano16.

13 CONCILIO VATICANO II, const. Lumen gentium (21-XI-1964), n. 40/a-b. El n. 11/c del capí-
tulo segundo, que trata del Pueblo de Dios, ya había anticipado esta doctrina: «todos los
cristianos, de cualquier estado o condición, son llamados por el Señor, cada uno por su
propio camino, a esa perfección de la santidad por la cual el mismo Padre es perfecto».
14 F. OCÁRIZ, Vocación a la santidad en Cristo y en la Iglesia, en M. BELDA – J. ESCUDERO –
J. L. ILLANES – P. O’CALLAGHAN (eds.), Santidad y mundo, EUNSA, Pamplona 1996, p.
41.
15 CONCILIO VATICANO II, const. Lumen gentium (21-XI-1964), n. 41/g. El cursivo es nuestro.
16 Ibíd., n. 41/e.

48
2. EL TRABAJO Y LA LLAMADA UNIVERSAL A LA SANTIDAD

2.2. El trabajo y la vocación-misión de los laicos en la Iglesia


Es oportuno ahora completar lo que hasta ahora nos han enseñado la
Gaudium et spes y la Lumen gentium con algunos textos referentes a los laicos
del capítulo cuarto de esa misma constitución (nn. 30-38).
Uno de los méritos más grandes y notables del Concilio Vaticano II ha
sido haber declarado la vocación y misión de los laicos en la vida de la Iglesia.
Durante mucho tiempo los laicos eran considerados cristianos de segunda ca-
tegoría, aquellos que, por no “tener vocación”, constituían la clase pasiva de la
Iglesia. El Concilio ha recuperado e iluminado el significado original y au-
téntico del laicado dentro de la Iglesia.
La Lumen gentium ha señalado ante todo que los laicos tienen la común
vocación cristiana, ya poseedora de fuerte contenido y sustancia:
Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del or-
den sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son pues, los cris-
tianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo
de Dios y que participan de las funciones de Cristo: Sacerdote, Profeta y Rey17.
Pero además, ha especificado para ellos una vocación con una modalidad
y características propias:
Los laicos tienen como vocación propia [ex vocatione propria] el buscar el
Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según
Dios. Viven en el mundo, en todas y cada una de las profesiones y actividades
del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, que for-
man como el tejido de su existencia. Es ahí donde Dios los llama [a Deo vo-
cantur] a realizar su función propia, dejándose guiar por el Evangelio para que,
desde dentro, como el fermento, contribuyan a la santificación del mundo […].
A ellos de manera especial les corresponde iluminar y ordenar todas las realida-
des temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que éstas
lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza del Creador y
Redentor18.
Señala Bosch que «el texto realiza una descripción —necesariamente
algo genérica— de la tarea de los laicos, pero sobre todo incluye una doble re-
ferencia a la dimensión vocacional, al origen divino de la misión confiada» 19.

17 Ibíd., n. 31/a.
18 Ibíd., n. 31/b.
19 V. BOSCH, Santificar el mundo desde dentro: curso de espiritualidad laical, BAC, Ma-
drid 2017, p. 104.

49
CAPÍTULO III. CONCILIO VATICANO II: CONSOLIDACIÓN Y MADURACIÓN DE UNA DOCTRINA
SOBRE EL TRABAJO

Lógicamente la misión de los fieles laicos se inserta en la misión de la


Iglesia, que «no consiste sólo en ofrecer a los hombres el mensaje y la gracia
de Cristo, sino también en impregnar y perfeccionar con el espíritu evangélico
el orden de las realidades temporales»20.
La Lumen gentium expone con cierta extensión que la responsabilidad de
los laicos en la misión de la Iglesia se fundamenta en el sacerdocio común de
todos los fieles, en su participación en la triple función mesiánica de Cristo: la
función sacerdotal (cfr. n. 34), la función profética (cfr. n. 35), y la función
real (cfr. n. 36). En los textos de los números señalados hay menciones explíci-
tas al trabajo. De particular importancia para nuestro tema es la referencia a la
función real, que consiste en colaborar con Cristo en la instauración de su
Reino:
A Él [a Cristo] le están sometidas todas las cosas hasta que Él mismo se someta
al Padre junto con todo lo creado para que Dios sea todo en todo (cfr. 1 Co
15,27-28). Él comunicó este poder a sus discípulos para que también ellos dis-
pusieran de una libertad soberana y vencieran en sí mismos (cfr. Rm 6,12), con
la propia renuncia y una vida santa, al reino del pecado. [...] El Señor, en efec-
to, desea extender su reino también por medio de los laicos […]. En este reino
la creación misma se verá libre con la libertad gloriosa de los hijos de Dios, sin
ser esclava de la corrupción (cfr. Rm 8,21)21.
Como fácilmente puede deducirse, la participación de los fieles laicos en
la instauración del Reino está muy relacionada con la santificación del mundo,
es decir con una actividad laboral que elevada por la gracia “libere a la crea-
ción de la corrupción” o, en otras palabras, colabore a la instauración del
Reino.
En cuanto a la función sacerdotal de los laicos, esta se ejerce principal-
mente con su participación en el culto de la Iglesia, en la que el Sacrificio eu-
carístico tiene un lugar especial:
A los laicos, en efecto, los une [Cristo] íntimamente a su vida y misión,dándo-
les también parte en su función sacerdotal para que ofrezcan un culto espiritual
para gloria de Dios y salvación de los hombres. Por eso, los laicos, consagrados
a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente llamados y
preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. En
efecto, todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y fami-

20 CONCILIO VATICANO II, decr. Apostolicam actuositatem (18-XI-1965), n. 5.


21 ÍDEM, const. Lumen gentium (21-XI-1964), n. 36/a.

50
2. EL TRABAJO Y LA LLAMADA UNIVERSAL A LA SANTIDAD

liar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Es-


píritu, incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se
convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo (cfr. 1 Pe
2,5), que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eu-
caristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor. De esta manera, también
los laicos, como adoradores que en todas partes llevan una conducta sana, con-
sagran el mundo mismo a Dios22.
Se afirma con claridad que el trabajo cotidiano puede ser convertido en
“sacrificio espiritual, aceptable a Dios por Jesucristo”, es decir a través del sa-
crificio eucarístico. Aquí entra en juego un aspecto importante en la santifica-
ción del trabajo: el descanso dominical. Para la vida cristiana el domingo tie-
ne, según la Sacrosanctum Concilium, una importancia primordial, porque la
abstinencia del trabajo ordinario tiene como fin ofrecerlo a Dios en el Sacrifi-
cio del altar; el descanso —en imitación del Creador— tiene como fin de dar
sentido a la actividad de los días laborables:
La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de
la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día
que se llama con razón “día del Señor” o domingo. [...] Por consiguiente, el do-
mingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de
los fieles, de modo que sea también un día de alegría y de liberación del traba-
jo23.
Dios creó el universo y al hombre en seis días, y en el séptimo descansó,
bendijo el día séptimo y lo consagró (cfr. Gén 1,1-2,3). La creación hecha en
seis días está orientada hacia el séptimo, porque es el culmen de la creación y
otorga sentido a todo lo realizado. El séptimo día se concluye la primera crea-
ción, pero para los cristianos ha surgido un nuevo día, que es el octavo día, “el
primer día de la semana” (Mt 28,1; Mc 16,2; Lc 24,1; Jn 20,1), es decir, el día
de la Resurrección del Señor, con este nuevo día comienza la nueva creación.
El domingo es un día para demostrar que el hombre no es esclavo del trabajo,
sino su dueño. El hombre puede no sólo convertir el trabajo en materia de san-
tificación, sino también santificarse en el domingo, día de descanso, dedicado
a la oración y al culto de Dios. Para el cristiano el domingo también es el día
que anuncia y anticipa su descanso eterno en Dios.

22 Ibíd., n. 34/b. El cursivo es nuestro.


23 CONCILIO VATICANO II, const. Sacrosanctum Concilium (4-XII-1963), n. 106.

51
CAPÍTULO III. CONCILIO VATICANO II: CONSOLIDACIÓN Y MADURACIÓN DE UNA DOCTRINA
SOBRE EL TRABAJO

En cuanto a la función profética o de testimonio, también esta se cumple


a través de los laicos, a quienes «[Cristo] los hace sus testigos y les da el senti-
do de la fe y la gracia de la palabra (cfr. Hch 2,17-18; Ap 19,10) para que la
fuerza del Evangelio brille en la vida diaria, familiar y social»24. Es decir, el
texto señala que la transmisión del Evangelio por parte de los laicos consiste
en el testimonio de su vida, en predicar a Cristo con palabras y, sobre todo,
con obras25. El tema, apenas esbozado, nos introduce en el siguiente apartado.

3. El trabajo y la vocación universal al apostolado

3.1. Los laicos y el apostolado


En el apartado anterior hemos hablado de la vocación laical de alcanzar
la santidad propia mediante el trabajo profesional en medio del mundo, y en
este trataremos del apostolado laical, de la posibilidad de conseguir la santifi-
cación ajena también mediante el trabajo profesional, ya que «la vocación cris-
tiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado» 26. Es decir,
completamos la doctrina conciliar sobre el trabajo expuesta en los dos aparta-
dos anteriores con su enseñanza sobre el apostolado de los laicos mediante su
trabajo profesional. El apostolado laical mediante el trabajo profesional es,
respecto al Magisterio precedente, una gran aportación y profundización de la
teología del trabajo.
Los documentos conciliares específicos que nos servirán de guía son: el
decreto Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, y el decreto
Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos. Los dos están es-
trechamente vinculados y se complementan recíprocamente. Para tener una vi-
sión integral del apostolado de los laicos también hemos de completar estos

24 ÍDEM, const. Lumen gentium (21-XI-1964), n. 35/a. El cursivo es nuestro.


25 Ibíd., n. 35/b: «De la misma manera, los laicos se convierte en eficaces predicadores de
la fe en las cosas que esperamos (cfr. Hb 11,1) si unen sin vacilaciones la profesión de la
fe con la vida de fe. Esta predicación del Evangelio, es decir, el anuncio de Cristo comu-
nicado con el testimonio de la vida y con la palabra, adquiere una nota específica y una
eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de nuestro
mundo».
26 CONCILIO VATICANO II, decr. Apostolicam actuositatem (18-XI-1965), n. 2.

52
3. EL TRABAJO Y LA VOCACIÓN UNIVERSAL AL APOSTOLADO

dos decretos con las afirmaciones del capítulo cuarto (De laicis) de la constitu-
ción Lumen gentium.
Antes que nada, queremos exponer el significado de la noción de aposto-
lado que nos ha ofrecido el decreto Apostolicam actuositatem:
La Iglesia ha nacido con la finalidad de propagar el Reino de Cristo por toda la
tierra para gloria de Dios Padre y, de esa forma, hacer partícipes a todos los
hombres de la redención salvadora, y, por medio de esos hombres ordenar real-
mente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo místico, dirigi-
da a este fin, recibe el nombre de apostolado, que la Iglesia ejerce a través de
todos sus miembros, aunque de diversas maneras27.
En la realización de la misión evangelizadora de la Iglesia durante mu-
cho tiempo los laicos eran considerados como parte pasiva e insignificante; la
Jerarquía tenía la función dirigente y dominante y, con la colaboración de las
órdenes religiosas, asumía el empeño de evangelizar a los hombres. Pero como
ya hemos visto, por el sacerdocio común también los laicos participan en la
triple función mesiánica y, por tanto, de su misión salvadora:
[Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote] ha hecho del nuevo pueblo [es decir, la
Iglesia] “un reino de sacerdotes para Dios, su Padre” (Ap 1,6; cfr. 5,9-10). Los
bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu San-
to, […] deben dar testimonio de Cristo en todas partes28.
El decreto Apostolicam actuositatem también confirma esa idea: «los lai-
cos, partícipes de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cumplen en
la Iglesia y en el mundo la parte que les corresponde en la misión de todo el
Pueblo de Dios»29. El mismo decreto afirma que el fundamento del apostolado
seglar consiste en la unión con Cristo:
El deber y el derecho de los laicos al apostolado derivan de su misma unión
con Cristo Cabeza. Incorporados por el bautismo al Cuerpo místico de Cristo y
fortalecidos con la fuerza del Espíritu Santo por medio de la confirmación, son
destinados al apostolado por el mismo Señor. Han sido consagrados como
sacerdocio real y nación santa (cfr. 1 Pe 2,4-10) para ofrecer hostias espiritua-
les por medio de todas sus obras y para dar testimonio de Cristo en todo el
mundo30.

27 Ibíd.
28 CONCILIO VATICANO II, const. Lumen gentium (21-XI-1964), n. 10/a.
29 ÍDEM, decr. Apostolicam actuositatem (18-XI-1965), n. 2.
30 Ibíd., n. 3/a.

53
CAPÍTULO III. CONCILIO VATICANO II: CONSOLIDACIÓN Y MADURACIÓN DE UNA DOCTRINA
SOBRE EL TRABAJO

Efectivamente, como declara el decreto Ad gentes, el laicado propiamen-


te dicho tiene un papel y función imprescindible en la vida y misión de la Igle-
sia:
La Iglesia no está verdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es un signo
perfecto de Cristo entre los hombres, mientras no exista y trabaje con la Jerar-
quía un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede quedar pro-
fundamente grabado en las mentes, la vida y el trabajo de un pueblo sin la pre-
sencia activa de los laicos31.
En una palabra, «El apostolado de los laicos, que surge de su misma vo-
cación cristiana, no puede faltar nunca en la Iglesia»32.
Hay que tener en cuenta que «El apostolado de los laicos es una partici-
pación en la misión salvadora misma de la Iglesia. Todos están destinados a
este apostolado por el Señor mismo a través del bautismo y de la confirma-
ción»33. Por el bautismo los laicos están insertados en la vida divina y misión
salvadora de Cristo y por la confirmación, son fortalecidos por los dones del
Espíritu Santo para dar testimonios de Cristo en todas las circunstancias y en
cualquier lugar:
Todos los laicos, por tanto, tienen la sublime tarea de trabajar con empeño para
que el designio divino de salvación llegue cada vez más a todos los hombres de
todos los tiempos y lugares. Por tanto, hay que abrirles el camino en todas par-
tes para que también ellos, según sus posibilidades y las necesidades de los
tiempos, tomen parte activa en la misión salvadora de la Iglesia34.

3.2. El trabajo, instrumento de apostolado


Después de subrayar la responsabilidad de los laicos en el apostolado de
la Iglesia, en este apartado observaremos cómo se realiza este apostolado me-
diante el trabajo profesional de los laicos en medio del mundo.
Ante todo, el decreto Apostolicam actuositatem destaca que el apostolado
a través de las realidades temporales en medio del mundo es una vocación es-
pecífica de los laicos:

31 CONCILIO VATICANO II, decr. Ad gentes (7-XII-1965), n. 21/a.


32 ÍDEM, decr. Apostolicam actuositatem (18-XI-1965), n. 1/a.
33 ÍDEM, const. Lumen gentium (21-XI-1964), n. 33/b.
34 Ibíd., n. 33/d.

54
3. EL TRABAJO Y LA VOCACIÓN UNIVERSAL AL APOSTOLADO

[Los laicos] ejercen verdaderamente el apostolado con su empeño por evangeli-


zar y santificar a los hombres y por empapar y perfeccionar con espíritu evan-
gélico el orden de las cosas temporales, de modo que su actividad en este orden
dé claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los hombres. Siendo
propio del estado de los laicos vivir en medio del mundo y de los negocios
temporales, Dios les llama a que, movidos por el espíritu cristiano, ejerzan su
apostolado en el mundo a manera de fermento35.
Se trata de un texto que afirma explícitamente que el apostolado en me-
dio y desde dentro del mundo es una misión natural de los laicos. No estamos,
por tanto, ante una invitación o sugerencia, sino ante una responsabilidad y
obligación connatural al modo de ser cristiano de los laicos. Así lo confirma
algo más adelante el texto conciliar:
se impone a todos los cristianos la obligación gloriosa de colaborar [con la mi-
sión evangelizadora de Cristo confiada a la Iglesia] para que todos los hom-
bres, en todo el mundo, conozcan y acepten el mensaje divino de salvación36.
Cuando habla de los diversos campos del apostolado laical, el decreto
confirma la misma idea:
El apostolado en el ambiente social, es decir, el afán por informar con espíritu
cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la co-
munidad en la que cada uno vive, es hasta tal punto un deber y una obligación
propia de los laicos que nunca podrá ser realizada convenientemente por
otros37.
De esta vocación natural y de la obligatoriedad de su realización se pue-
de deducir la idea de que para los laicos el trabajo profesional constituye su
modo propio de cumplir la misión evangelizadora y salvadora de Cristo con-
fiada a la Iglesia:
[Los fieles] deben también ayudarse entre sí a crecer en santidad a través de las
actividades, incluso de las profanas, de tal manera que el mundo se impregne
del Espíritu de Cristo y consiga más eficazmente su fin en la justicia, en la cari-
dad y en la paz. En la realización universal de esta tarea, los laicos ocupan el
puesto principal. Gracias a su competencia en materias profanas y a su activi-
dad, elevada desde dentro por la gracia de Cristo, deben, pues, dedicarse con
empeño a que los bienes creados por el trabajo humano, por la técnica y por la
civilización se desarrollen según el plan del Creador y la iluminación de su
Verbo al servicio de todos los hombres sin excepción […]. Así Cristo, por me-

35 CONCILIO VATICANO II, decr. Apostolicam actuositatem (18-XI-1965), n. 2.


36 Ibíd., n. 3/c.
37 Ibíd., n. 13/a.

55
CAPÍTULO III. CONCILIO VATICANO II: CONSOLIDACIÓN Y MADURACIÓN DE UNA DOCTRINA
SOBRE EL TRABAJO

dio de los miembros de la Iglesia, iluminará cada vez más a toda la sociedad
humana con su luz salvadora38.
Se puede afirmar con razón y certeza que para los laicos su actividad la-
boral se constituye en instrumento de evangelización y santificación de los de-
más, como señalará el decreto Apostolicam actuositatem:
Los laicos cumplen en el mundo esta misión de la Iglesia, ante todo, con la co-
herencia entre su vida y su fe, por la que se convierten en luz del mundo; con la
honradez en cualquier negocio, con la que atraen a todos al amor de la verdad y
del bien y, finalmente, a Cristo y a la Iglesia; con la caridad fraterna, por el que,
participando de las condiciones de vida, los trabajos, dolores y aspiraciones de
los hermanos, disponen, casi sin hacerlo notar, los corazones de los demás para
la acción de la gracia salvadora; con la plena conciencia de su participación en
la construcción de la sociedad, por la que se esfuerzan en desempeñar su activi-
dad doméstica, social y profesional con magnanimidad cristiana. De este modo,
su forma de actuar impregna paulatinamente el ambiente de su vida y de su tra-
bajo39.
El presente texto habla explícitamente de la actividad laboral como testi-
monio de vida de los laicos mediante su actividad laboral, algo a lo que el mis-
mo decreto había aludido veladamente con anterioridad40. Pero además, para
una plena realización de la misión evangelizadora no basta el testimonio de
vida, también es necesaria la palabra en el anuncio de Cristo y de su mensaje
evangélico41. Palabra y testimonio de vida se complementan y se ayudan mu-
tuamente: «[en el campo del trabajo, los laicos] complementan el testimonio
de la vida con el testimonio de la palabra. [...] los verdaderos apóstoles [...] se
esforzarán en anunciar a Cristo al prójimo también con la palabra»42.

38 CONCILIO VATICANO II, const. Lumen gentium (21-XI-1964), n. 36/b.


39 ÍDEM, decr. Apostolicam actuositatem (18-XI-1965), n. 13/b.
40 Ibíd., n. 6/b: «A los laicos se les presentan innumerables ocasiones para ejercer el apos-
tolado de evangelización y santificación. Ya el mismo testimonio de vida cristiana y las
obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres
a la fe y a Dios; pues dice el Señor: “Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, que,
viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos” (Mt
5,16)».
41 Ibíd., n. 6/c: «Sin embargo, este apostolado no consiste sólo en el testimonio de vida; el
verdadero apóstol busca ocasiones para anunciar a Cristo con su palabra, tanto a los no
creyentes, para llevarlos a la fe, como a los fieles, para instruirlos, confirmarlos y esti -
mularlos a una vida más fervorosa».
42 Ibíd., n. 13/a-b.

56
3. EL TRABAJO Y LA VOCACIÓN UNIVERSAL AL APOSTOLADO

Además, el decreto afirma que en el ambiente y campo del trabajo los


laicos son los más aptos para realizar el apostolado:
[En el ambiente del trabajo] los laicos pueden ejercer el apostolado del seme-
jante al semejante. […] en el campo del trabajo, de la profesión, del estudio, de
la vecindad, del descanso, de la convivencia, [los laicos] son los más aptos para
ayudar a los hermanos. […] Pues muchos hombres sólo pueden recibir el Evan-
gelio y conocer a Cristo a través de los laicos que les están cercanos43.
Efectivamente, el campo del trabajo es, como confirma el decreto Ad
gentes, un lugar privilegiado para realizar el apostolado porque mediante el
trabajo el hombre establece una serie de relaciones personales —directores,
colegas, clientes, etc.— que constituyen potenciales receptores del mensaje
cristiano presente en un trabajo bien hecho:
La obligación principal de los laicos, hombres y mujeres, es el testimonio de
Cristo que están obligados a dar con su vida y su palabra en la familia, en su
grupo social y en el ámbito de su profesión. [...] Siembren también la fe de
Cristo en aquellos con quienes viven y trabajan; esta obligación urge tanto más
cuanto que muchos hombres no pueden oír el Evangelio y conocer a Cristo más
que por sus vecinos laicos44.
Señala Bosch que un trabajo bien hecho y santificado «tiende a la refor-
ma de los modos y estructuras de la convivencia, favoreciendo el desarrollo
humano y sobrenatural de los hombres que participan en aquellas actividades y
estructuras. Es decir, la capacidad que tiene el trabajo santificado de perfeccio-
nar a la persona que lo realiza alcanza, también, a quienes son testigos de ese
actuar y a quienes se benefician del producto de ese trabajo. El fruto de mi tra-
bajo no sólo permanece en mí, en mi perfección, sino que se expande a las per-
sonas y a las cosas»45.
Además, el mismo decreto afirma que en los lugares o países donde la
Iglesia no tiene plena libertad o está perseguida, ahí los trabajadores cristianos
pueden ejercer un verdadero y fecundo apostolado mediante el mismo trabajo
bien hecho:

43 Ibíd.
44 CONCILIO VATICANO II, decr. Ad gentes (7-XII-1965), n. 21/c.
45 V. BOSCH, Santificar el mundo desde dentro, cit., p. 234.

57
CAPÍTULO III. CONCILIO VATICANO II: CONSOLIDACIÓN Y MADURACIÓN DE UNA DOCTRINA
SOBRE EL TRABAJO

Unidos íntimamente en su vida y en su trabajo con los hombres, los discípulos


de Cristo esperan poder ofrecerles el testimonio verdadero de Cristo y trabajar
por su salvación, incluso allí donde no pueden anunciar plenamente a Cristo46.

3.3. Una espiritualidad laical


El decreto Apostolicam actuositatem ofrece en el n. 4 una específica es-
piritualidad en la que encuadra el apostolado de los laicos:
Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Igle-
sia, es evidente que la fecundidad del apostolado de los laicos depende de la
unión vital con Cristo, pues, según dice el Señor, “el que permanece en mí y yo
en él, ése da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer” (Jn 15,15). Esta
vida de íntima unión con Cristo en la Iglesia se alimenta con los auxilios espiri-
tuales que son comunes a todos los fieles, principalmente con la participación
activa en la sagrada liturgia; los laicos han de utilizar esos medios de modo
que, mientras desempeñan rectamente la tarea del mundo en las circunstancias
ordinarias de la vida, no establezcan una separación entre su vida y la unión
con Cristo, antes bien, crezcan en esa unión al ejercer su trabajo según la vo-
luntad de Dios. Es necesario que, por este camino, los laicos avancen en santi-
dad, con espíritu decidido y alegre, esforzándose por superar las dificultades
con prudencia y paciencia. Ni las preocupaciones familiares ni los demás asun-
tos temporales deben ser ajenos a la dimensión espiritual de su vida, según las
palabras del Apóstol: “Todo cuando hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo
en nombre del Señor Jesucristo, dando gracias a Dios Padre por Él” (Col
3,17)47.
Se trata de una aportación sumamente importante del Vaticano II a nues-
tro tema. El texto pone de relieve la unión íntima de los laicos con Cristo, que
es el fundamento de la fecundidad de su apostolado; y destaca la unidad entre
la dimensión temporal y la espiritual de su vida, que es la clave de su vida es -
piritual. La unión con Cristo y la actividad temporal —en la que destaca el tra-
bajo—, unidas en síntesis vital, constituyen el fundamento de la espiritualidad
laical.
Esta espiritualidad exige un ejercicio continuo de fe, esperanza y caridad
(cfr. n. 4/b). Con la luz de la fe los laicos pueden encontrar la voluntad de Dios
en todos los acontecimientos cotidianos y valorar rectamente el sentido y valor
de las realidades temporales (cfr. n. 4/c). La fe impulsa a los laicos a informar

46 CONCILIO VATICANO II, decr. Ad gentes (7-XII-1965), n. 12/e.


47 ÍDEM, decr. Apostolicam actuositatem (18-XI-1965), n. 4/a. El cursivo es nuestro.

58
3. EL TRABAJO Y LA VOCACIÓN UNIVERSAL AL APOSTOLADO

y perfeccionar con ánimo el orden de las cosas temporales con espíritu cristia-
no, en medios de las dificultades y adversidades, encuentran fortaleza en la es-
peranza para superarlas (cfr. n. 4/e). Los laicos, impulsados por la caridad, ha-
cen el bien a todos, sobre todo a los hermanos en la fe, atrayéndoles así hacia
Cristo (cfr. n. 4/f). Este estilo de vida asume características peculiares por ra-
zón del estado de vida y de la actividad profesional y social (cfr. n. 4/g), y con-
cede gran importancia a la pericia profesional y a todas las virtudes relativas a
la convivencia social, porque sin ellas no se da una vida auténticamente cris-
tiana (cfr. n. 4/i). Estos son los elementos fundamentales que constituyen el ca-
ñamazo de esta espiritualidad laical.
Sin duda, el alma de esta espiritualidad laical, como en cualquier otra es-
piritualidad (presbiteral, religiosa, etc.), es la caridad. La constitución Lumen
gentium afirma: «[La caridad] es el alma de todo apostolado» (n. 33/b). El de-
creto Apostolicam actuositatem confirma la misma idea: «Toda actuación
apostólica debe tener su origen y su fuerza en la caridad» (n. 8/b). El decreto
Ad gentes especifica que esta caridad es aquella misma con la que nos amó
Dios y con la cual debemos amar a los demás: «La presencia de los cristianos
en los grupos humanos debe estar animada por aquella con la que nos amó
Dios, que quiso que también nosotros nos amáramos mutuamente con esa mis-
ma caridad (cfr. 1 Jn 4,11)» (n. 12/a).
Cristo hizo suyo ese antiguo mandamiento de amar a Dios (cfr. Dt 6,5) y
al prójimo (cfr. Lev 19,18) y le dio un sentido nuevo uniéndoles inseparable-
mente, de modo que amar al prójimo es a amar a Él mismo:
El mandamiento supremo de la ley es amar a Dios de todo corazón y al prójimo
como a sí mismo (cfr. Mt 22,37-40). Cristo hizo suyo este mandamiento de la
caridad al prójimo y lo enriqueció con un nuevo sentido al hacerse una sola
cosa con los hermanos en cuanto objeto de amor, pues dijo: “Cuantas veces hi-
cisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt
25,40)”48.
El decreto Apostolicam actuositatem afirma que la finalidad de esta espi-
ritualidad es la santificación propia de los laicos (cfr. n. 4/a) y la salvación
eterna de todos los hombres: «[la caridad] urge a todos los cristianos a procu-
rar la gloria de Dios por el advenimiento de su reino y la vida eterna para to-
dos los hombres» (n. 3/b).

48 Ibíd., n. 8/b.

59
CAPÍTULO III. CONCILIO VATICANO II: CONSOLIDACIÓN Y MADURACIÓN DE UNA DOCTRINA
SOBRE EL TRABAJO

En esta espiritualidad, como en cualquier espiritualidad, la Virgen María


es el modelo más perfecto:
El modelo perfecto de esta vida espiritual y apostólica es la Santísima Virgen
María, Reina de los Apóstoles, que llevó en esta tierra una vida igual a la de to-
dos; llena de trabajo y preocupaciones familiares, estuvo siempre íntimamente
unida a su Hijo y cooperó de modo muy particular en la obra del Salvador49.

* * *
En resumen, nos parece más que suficiente esta selección de textos con-
ciliares sobre el trabajo, que ofrece un cuadro general de las principales apor-
taciones del Concilio Vaticano II a nuestro tema 50. Entre ellas, la más impor-
tante es, sin duda alguna, ésta:
el trabajo profesional, por ser determinante en la vida y en la inserción de los
fieles laicos en el mundo, constituye un elemento determinante de su fisiono-
mía espiritual. En el caso de los cristianos corrientes no sería posible edificar
una vida espiritual al margen de sus ocupaciones seculares, y más concreta-
mente de su trabajo profesional51.
Concluimos señalando que a lo largo de las diversas sesiones del Conci-
lio el tema del trabajo ha sido elaborado, discutido y reflexionado, y por tanto,
ha podido ofrecer una teología del trabajo ya madura, pero diseminada entre
los diversos documentos conciliares. Aún así, la doctrina conciliar representará
un punto de referencia para el sucesivo Magisterio sobre el trabajo, que encon-
trará su cumbre en la gran encíclica Laborem exercens de san Juan Pablo II,
que trataremos en el próximo capítulo.

49 Ibíd., n. 4/j. El cursivo es nuestro.


50 Las ideas contenidas en estos textos conciliares pueden ser resumidas en estas palabras
de san Josemaría Escrivá en una entrevista concedida en el inmediato posconcilio: «Para
la gran mayoría de los hombres, ser santos supone santificar el propio trabajo, santificar -
se en el trabajo, y santificar a los demás con el trabajo, y encontrar así a Dios en el ca -
mino de sus vidas» (JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer,
n. 55, ed. crítico-histórica preparada por J. L. ILLANES – A. MÉNDIZ, Rialp, Madrid 2012,
p. 284).
51 V. BOSCH, El trabajo como medio de santificación en el Magisterio del siglo XX, en J.
LÓPEZ – F. M. REQUENA (eds.), Verso una spiritualità del lavoro professionale, cit., p. 326.

60
Capítulo IV.
Interpretación y profundización
posconciliar

1. San Pablo VI
El pontificado de san Pablo VI duró quince años (1963-1978). Este espa-
cio de tiempo le permitió recoger y saborear el fruto doctrinal del Concilio Va-
ticano II, convirtiéndolo en instrumento de servicio pastoral para el bien de las
almas. A lo largo de su pontificado trató de muchos temas, entre ellos el del
trabajo, cuestión que le atraía e interesaba 1. Su Magisterio sobre el trabajo,
tanto escrito como oral, es abundante 2. En cuanto al escrito, destacamos la en-
cíclica social, la Populorum progressio, publicada el 26 de marzo de 1967,
poco tiempo después de la clausura del Concilio Vaticano II, y centrada en
promover un progreso justo en favor del desarrollo integral del hombre y del
desarrollo solidario de la humanidad (la Gaudium et spes es citada en quince
ocasiones). También escribió la carta apostólica Octogesima adveniens, el 14
de mayo de 1971, con ocasión del ochenta aniversario de la encíclica Rerum
novarum (la Gaudium et spes es citada en diecisiete ocasiones). En cuanto a su
Magisterio oral, contamos con muchos discursos y homilías, especialmente en
la fiesta de san José Obrero, y en otras muchas ocasiones en que entró directa-
mente en contacto con los trabajadores de diversa profesión.
En lo relativo a nuestro tema san Pablo VI recordó algunos puntos funda-
mentales del Magisterio precedente: Cristo fue trabajador 3; el mundo del traba-

1 PABLO VI, enc. Ecclesiam suam (6-VIII-1964), n. 21: «la ciencia, la técnica, y especial-
mente el trabajo en primer lugar, se convierten para Nos en objeto de vivísimo interés».
2 El Magisterio oral de san Pablo VI se puede consultar en Insegnamenti di Paolo VI
(=IPVI), 16 Vols., LEV, Città del Vaticano 1965-1979.
3 PABLO VI, Discurso (10-VI-1969): «el Hijo de Dios, haciéndose uno de nosotros (cfr. Jn
1,14), se convirtió también en un trabajador al que se designaba sencillamente, en su
ambiente, por la profesión de los suyos: Jesús es conocido como “el Hijo del Carpinte-
ro” (Mt 13,55)».

61
CAPÍTULO IV. INTERPRETACIÓN Y PROFUNDIZACIÓN POSCONCILIAR

jo ha sido santificado por Cristo4; con el trabajo el hombre perfecciona la crea-


ción5; mediante el trabajo el hombre se perfecciona humana y espiritualmente 6;
el trabajo puede convertirse en oración7; la actividad profesional es vínculo de
solidaridad8; el trabajo profesional como instrumento de apostolado laical 9; el
valor espiritual de la fiesta de san José Obrero 10; la dimensión sobrenatural de
la actividad humana11, etc.
En cuanto a la expresión de la participación humana en la obra creadora
de Dios, san Pablo VI introduce un modo nuevo: “todo trabajador es un crea-

4 ÍDEM, Radiomensaje con motivo del XIX centenario de la llegada de san Pablo a España
(26-I-1964), en IPVI, Vol. II (1964), p. 102: «[El mundo laboral fue] santificado por
Cristo».
5 ÍDEM, enc. Populorum progressio (26-III-1967), n. 22: «La Biblia, desde sus primeras
páginas, nos enseña que la creación entera es para el hombre, quien tiene que aplicar su
esfuerzo inteligente para valorizarla y, mediante su trabajo, perfeccionarla».
6 ÍDEM, Homilía en la festividad de san José Obrero (1-V-1970), en IPVI, Vol. VIII (1970),
p. 403: «mediante el trabajo [la persona] desarrolla su ingenio y sus energías y se perfec-
ciona a sí misma, conquista el dominio sobre las cosas y las pone a su servicio» (la tra-
ducción es nuestra); Audiencia general (20-III-1971), en IPVI, Vol. IX (1971), p. 206:
«en la nueva economía de la redención el trabajo encuentra todo su valor de ascesis y de
perfección espiritual». La traducción es nuestra.
7 ÍDEM, Discurso a los empleados de la limpieza urbana de Roma (15-II-1966), en IPVI,
Vol. IV (1966), p. 988: «el secreto [de hacer del trabajo cotidiano una ofrenda agradable
a Dios] consiste en afrontar el trabajo según el espíritu de Jesús y transformarlo en una
oración cotidiana» (la traducción es nuestra). En otra ocasión el Papa expresó la idea de
convertir los puestos de trabajo en lugares de oración: «también en los lugares del traba-
jo, donde el hombre da lo mejor de sí mismo, de sus capacidades y energías, debe subir
a Dios el himno de gratitud y de amor» (Discurso [23-XI-1966], en IPVI, Vol. IV
[1966], p. 917). La traducción es nuestra.
8 ÍDEM, Discurso (23-XI-1966), en IPVI, Vol. IV (1966), p. 917: «[La actividad profesio-
nal es] vínculo de solidaridad hacia los hermanos y la sociedad». La traducción es nues-
tra.
9 ÍDEM, exhort. apost. Evangelii nuntiandi (8-XII-1975), n. 70: «Los seglares, cuya voca-
ción específica los coloca en el corazón del mundo y a la guía de las más variadas tareas
temporales, deben ejercer por lo mismo una forma singular de evangelización». En el
mismo número el Papa afirma con claridad que el trabajo profesional es una realidad
abierta a la evangelización. En otra ocasión el Pontífice dice a diversos grupos de traba -
jadores: «que [Cristo] os enseñe a ser amigos y apóstoles entre vuestros compañeros»
(Homilía en la festividad de san José Obrero [1-V-1964]).
10 ÍDEM, Homilía en la festividad de san José Obrero (1-V-1964): «[El Día del trabajo la
Iglesia] lo hace propio para tributar al trabajo el honor que le es debido y para santificar -
lo con el ejemplo y la protección del querido y santo obrero José de Nazaret». En la ho -
milía de la fiesta de san José Obrero de 1975 el Pontífice afirma: «nuestro modo de cele-
brar el uno de mayo no deforma el aspecto de celebración del trabajo, sino que le otorga

62
1. SAN PABLO VI

dor”12. La colaboración humana con la obra creadora divina, según el Pontífi-


ce, no se limita al mundo material, sino que también se extiende hasta la cons-
trucción del mundo espiritual:
el trabajo de los hombres, mucho más para el cristiano, tiene todavía la misión
de colaborar en la creación del mundo sobrenatural, no terminado hasta que lle-
guemos todos juntos a constituir aquel hombre perfecto del que habla san Pa-
blo, “que realiza la plenitud de Cristo” (Ef 4,13)13.
Sobre la doctrina magisterial de la santificación del trabajo profesional el
Papa da un paso muy significativo: «no sólo hay que hacer buena y santificar
la profesión, sino que hay que considerarla como santificadora, perfeccionado-
ra en sí misma»14. Esta idea de que “la profesión en sí misma es santificadora y
perfeccionadora” está llena de sentido teológico y espiritual.

1.1. Fatiga humana y redención divina


La fatiga que conlleva el trabajo humano, sea manual o intelectual, es co-
nocida y experimentada por todos los hombres que trabajan. Como la vocación
del hombre consiste en alcanzar la santidad, por querer de Dios, todas las co-
sas de la vida cotidiana pueden servir para la santificación. También la fatiga
de la actividad profesional puede ser aprovechada como respuesta a la llamada
a la perfección cristiana. El tema de «la ley severa y redentora de la fatiga hu-

una espiritualidad que da vida y redime» (Homilía en la festividad de san José Obrero
[1-V-1975], en IPVI, Vol. XIII [1975], p. 376). La traducción es nuestra.
11 ÍDEM, Discurso a los emigrantes españoles (26-VI-1965), en IPVI, Vol. III (1965), p.
376: «No olvidéis que el trabajo [...] tiene una meta y una recompensa primordiales:
Dios y el Cielo».
12 ÍDEM, enc. Populorum progressio (26-III-1967), n. 27: «Creado a imagen suya, “el hom-
bre debe cooperar con el Creador en la perfección de la creación y marcar, a su vez, la
tierra con el carácter espiritual que él mismo ha recibido”. Dios, que ha dotado al hom-
bre de inteligencia, le ha dado también el modo de acabar de alguna manera su obra; ya
sea el artista o artesano, patrono, obrero o campesino, todo trabajador es un creador». La
cita interna proviene de la Carta a la Semana social de Lyon (25-VI-1964), n. 4, firmada
por el cardenal Cicognani, Secretario del Estado (en CEDP, Vol. II, p. 3143).
13 ÍDEM, enc. Populorum progressio (26-III-1967), n. 28. En otra ocasión también afirmaba
el Pontífice: «[El trabajo humano] no es sólo la prolongación de la actividad creadora de
Dios, sino que se convierte en medio de elevación y de purificación» (Audiencia gene-
ral [20-III-1971], en IPVI, Vol. IX [1971], p. 206). La traducción es nuestra.
14 ÍDEM, Homilía a los juristas católicos italianos (15-XII-1963), en IPVI, Vol. I (1963), p.
609. La traducción es nuestra.

63
CAPÍTULO IV. INTERPRETACIÓN Y PROFUNDIZACIÓN POSCONCILIAR

mana»15 fue tratado por san Pablo VI mucho más que otros Pontífices. En este
apartado expondremos brevemente sus principales enseñanzas sobre este as-
pecto de la actividad humana.
La fatiga del trabajo es, como confirma la Biblia en sus primeras páginas,
una consecuencia del pecado original (cfr. Gén 3,19). Desde entonces forma
parte de la condición humana, y es un hecho en el mundo laboral. Ante esta
realidad, Pablo VI invita a «dar a la fatiga ordinaria un sentido y valor espiri-
tual»16; y exhorta a unir la fatiga cotidiana a la fe que trasciende al hombre a
nivel sobrenatural y espiritual17.
En Cristo el hombre puede encontrar el gran valor del trabajo, y en Él el
trabajador descubre el noble significado del cansancio humano 18. La antigua
condición de la fatiga ha sido transformada por el humilde trabajo de Jesús en
Nazaret: «[Cristo convirtió] la fatiga humana no sólo en honesta y digna, sino
también en meritoria»19. En Cristo el trabajo humano no sólo ha recuperado su
sentido original de colaboración con la obra creadora de Dios, sino también se
ha convertido en medio de participación en su obra redentora. La fatiga huma-
na del trabajo ya no es como un castigo imputado al hombre por Dios, sino
que ha adquirido un valor sobrenatural y eterno. De aquí el Pontífice deduce
que el trabajo humano, a pesar de ser duro y difícil, puede convertirse, a imita-
ción de Cristo, en redentor:
Si lo que era hermosa actividad creadora en el plan de Dios se convirtió por el
pecado en trabajo austero y carga difícil de llevar, ahora ese rudo combate dia-
rio, humildemente aceptado, se convierte en redentor, a imitación del trabajo de
Jesús en Nazaret20.

15 ÍDEM, Discurso en la Basílica de la Anunciación de Nazaret (5-I-1964).


16 ÍDEM, Ángelus (12-IX-1976), en IPVI, Vol. XIV (1976), p. 707. La traducción es nuestra.
17 ÍDEM, Discurso a los trabajadores (21-VI-1975), en IPVI, Vol. XIII (1975), p. 662: «Vo-
sotros, queridos trabajadores, sabed unir siempre vuestras fatigas cotidianas a la fe que
os hace cristianos e hijos de Dios y da esperanzas que trascienden el nivel del tiempo y
los confines de la materia». La traducción es nuestra.
18 ÍDEM, Radiomensaje (30-VIII-1965), en IPVI, Vol. III (1965), p. 432: «¡Oh hijos amadí-
simos del mundo del trabajo! Si a Cristo acudís, la carga no se os hará pesada (cfr. Mt
11,30) y vuestro espíritu se verá ennoblecido con la dignificación que el humilde Traba-
jador de Nazaret confirió a la fatiga humana».
19 ÍDEM, Discurso (1-V-1964), en IPVI, Vol. II (1964), p. 298. La traducción es nuestra.
20 ÍDEM, Carta a la Semana social de Lyon (25-VI-1964), n. 4, en CEDP, Vol. II, p. 3143.

64
1. SAN PABLO VI

En otra ocasión, dirigiéndose a los trabajadores, el Pontífice afirmó con


más claridad:
las inevitables fatigas vinculadas al trabajo mismo se convertirán en preciosas
y fecundas [...] si sabéis convertir vuestra fatiga en [...] instrumento de reden-
ción, uniéndolo a las fatigas, sufrimientos y la Cruz de nuestro Señor Jesucris-
to21.
Unidos con Cristo y en Cristo, mediante la fatiga humana de su actividad
profesional, los cristianos se convierten en corredentores, colaboradores de
Cristo en la salvación que abarca a todos los hombres. Si la fatiga del trabajo
humano unida a la Cruz de Cristo puede convertirse en instrumento de reden-
ción, será también medio de santificación del hombre. En definitiva, a la luz
del misterio de Cristo, san Pablo VI ha descubierto y recuperado el elevado
significado y valor de la fatiga humana del trabajo.

1.2. Dignidad y vocación del trabajador


Del valor meritorio y santificador de la fatiga del trabajo humano Pablo
VI deduce la alta dignidad de los trabajadores: «La Doctrina social cristiana
exalta, como ninguna otra al mundo, la dignidad de la persona humana de los
trabajadores, su grandeza ante Dios y el mundo» 22. El cristianismo tiene una
clara conciencia de la persona humana, mira a las personas desde el punto más
profundo de su ser, ve el trabajo como un acto verdaderamente humano: «la
Iglesia honra el trabajo, cada trabajo, en el cual ve reflejarse la gloria del pri-
mer hombre, creado a imagen de Dios»23. La Iglesia ve a los trabajadores por
lo que son, no por lo que tienen o parecen. El trabajo de limpiar las calles es
considerado, generalmente, humilde, y quienes lo realizan, de un nivel social
bajo. Pero en un encuentro con los barrenderos, Pablo VI no los ve como sim-
ples trabajadores, sino criaturas e hijos de Dios, a los que dirige estas palabras:
[El Papa mismo debe inclinarse] ante cada criatura humana que lleva imprimi-
da en su frente la imagen de Dios. En cada uno de ustedes el Papa debe ver a
un hijo de Dios, un hermano, un candidato a la vida superior, a la vida eterna.
Con respeto indecible él viene en medio de los trabajadores y declara a cada

21 ÍDEM, Discurso a los trabajadores (21-VI-1975), en IPVI, Vol. XIII (1975), pp. 662-663.
La traducción es nuestra.
22 ÍDEM, Discurso (23-XI-1966), en IPVI, Vol. IV (1966), p. 917. La traducción es nuestra.
23 ÍDEM, Homilía (1-V-1969), en IPVI, Vol. VII (1969), p. 279. La traducción es nuestra.

65
CAPÍTULO IV. INTERPRETACIÓN Y PROFUNDIZACIÓN POSCONCILIAR

uno su nobleza, su vocación a la grandeza, a la dignidad, a la belleza de la vida


humana, a su destino trascendente y eterno. Por esto cuando se afirma la digni-
dad del trabajo con voz cristiana, se lanza un penetrante grito de victoria y de
salvación24.
Efectivamente, la verdadera dignidad del trabajo consiste en la posibili-
dad de que el hombre lo utilice como instrumento para conseguir la salvación
eterna. En su Magisterio san Pablo VI subraya mucho el valor cristiano de la
actividad laboral, pues en el mandato de someter la tierra y gobernar el mundo
el trabajador cristiano ha de encontrar su vocación fundamental:
en la comprensión cristiana del trabajo tenemos la puerta, tenéis la llave para
entrar, vosotros los trabajadores, en el mundo del espíritu, de la fe, de la luz re-
ligiosa que da a la vida su sentido, su dignidad y su destino. Para otros, el tra-
bajo es la introducción en el mundo de la materia; para vosotros, cristianos, es
una iniciación en la vida superior del alma25.
A la luz de la fe cristiana el trabajo humano es ciertamente un instrumen-
to que le introduce al hombre en el mundo espiritual. El trabajo no sólo es para
el hombre un mandado de Dios que se debe cumplir, sino más bien su voca-
ción fundamental por naturaleza. La dedicación a una profesión forma parte de
la vocación del hombre, o mejor dicho, en la mente de Pablo VI, ser trabajador
en sí mismo es una vocación. En el discurso dirigido a los miembros de dos
sociedades de trabajadores el Pontífice les exhorta: «Recordad siempre vuestra
vocación que os ha predestinado Dios en el cumplimiento del deber cotidiano;
sois llamados a cumplir […] la síntesis completa y gozosa de vuestra vocación
de hombres, trabajadores y cristianos»26. Los seres humanos, por naturaleza,
son racionales y libres; por gracia, cristianos; y por vocación, trabajadores. En
realidad, para los trabajadores cristianos estas tres dimensiones forman su úni-
ca vocación cristiana, que se complementan y se enriquecen mutuamente. En
otra ocasión el Papa afirmó con más claridad: «[La ley de la vida de los traba-
jadores consiste en] dar un alma al propio trabajo y sentir la grandeza de la
propia vocación de trabajadores»27. Los cristianos que viven en el mundo y se

24 ÍDEM, Discurso a los empleados de la limpieza urbana de Roma (15-II-1966), en IPVI,


Vol. IV (1966), p. 986. La traducción es nuestra.
25 ÍDEM, Homilía en la festividad de san José Obrero (1-V-1964).
26 ÍDEM, Discurso (28-V-1965), en IPVI, Vol. III (1965), p. 305. La traducción es nuestra.
27 ÍDEM, Discurso a los trabajadores (19-VI-1965), en IPVI, Vol. III (1965), p. 959. La tra-
ducción es nuestra.

66
1. SAN PABLO VI

empeñan en algún trabajo profesional, deben tener siempre en cuenta su gran-


deza: no son simples trabajadores como los demás, sino que están enriqueci-
dos con la identidad cristiana. En el discurso pronunciado a emigrantes espa-
ñoles el Pontífice les exhortaba: «Sed, pues, trabajadores conscientemente
cristianos»28. Cuando se tiene una conciencia viva de la fe cristiana, segura-
mente se infunde el espíritu cristiano en el propio trabajo profesional. En la
homilía de la fiesta de san José Obrero dirigiéndose a los presentes el Papa les
explica que el significado de “ser trabajadores conscientemente cristianos”
consiste en: «encontrar en vuestra adhesión a Cristo vuestra originalidad, vues-
tra razón de ser, vuestra fuerza, vuestro estilo y la seguridad y el entusiasmo de
vuestras actividades sociales»29. En una palabra, Cristo es el perfecto modelo
de los trabajadores cristianos.
A mi parecer, cuando san Pablo VI habla de la dignidad del trabajador, en
el fondo, está afirmando su grandeza como persona, es decir, el haber sido
creado a imagen y semejanza de Dios; y cuando destaca la vocación del traba-
jador cristiano, está llamando a la unidad de vida en el sentido de que toda su
vida sea informada y animada por el espíritu cristiano.

1.3. Trabajo profesional y vida cristiana


El tema de la íntima relación entre el trabajo y la religión es frecuente en
las enseñanzas de san Pablo VI. En la fiesta de san José Obrero de 1975, el
Pontífice decía: «Debemos comprender el parentesco entre el trabajo y la reli-
gión, un parentesco que refleja la alianza misteriosa» 30. Pero ese estrecho vín-
culo entre el trabajo y la religión, desgraciadamente, no es captado ni entendi-
do por muchos, y en la sociedad moderna existe, como señala el Pontífice, un
lamentable divorcio entre los dos:
el trabajo y la religión, en nuestro mundo moderno, son dos cosas separadas,
divididas y tantas veces opuestas. [...] Pero esta separación, esta incomprensión
mutua no tiene razón de ser. [...] Hemos venido aquí entre vosotros para deci-

28 ÍDEM, Discurso a los emigrantes españoles (26-VI-1965), en IPVI, Vol. III (1965), p.
376.
29 ÍDEM, Homilía en la festividad de san José Obrero (1-V-1964).
30 ÍDEM, Homilía en la festividad de san José Obrero (1-V-1975), en IPVI, Vol. XIII (1975),
p. 376. La traducción es nuestra.

67
CAPÍTULO IV. INTERPRETACIÓN Y PROFUNDIZACIÓN POSCONCILIAR

ros que esta separación entre vuestro mundo del trabajo y el religioso, el cris-
tiano, [...] no debe existir31.
En la ceremonia de la beatificación de Nuncio Sulprizio el Papa expresó
la misma idea con más claridad:
el trabajo no puede separarse de su gran complemento, la religión; [...] la reli-
gión que da descanso, interioridad, nobleza, purificación y consuelo al trabajo
físico y a la actividad profesional; la religión que humaniza la técnica, la eco-
nomía, el orden social; la religión hace grandes, buenos, justos, libres y santos
a los hombres laboriosos32.
En otro discurso Pablo VI afirmó: «el trabajo debe ser siempre vivificado
por la religión»33. Efectivamente, la presencia de la relación con Dios da sere-
nidad y mérito a la misma fatiga humana propia de cualquier trabajo, y hace
honesto y fuerte al trabajador.
Además, el Pontífice anima a los trabajadores a dar testimonio con su
propia vida equilibrada entre el trabajo y la religión:
Con vuestro ejemplo demostrad [...] que la religión tiene hoy más que nunca su
función iluminadora y de elevación, porque sólo la visión religiosa puede dar a
la vida terrena su significado y dignidad, orientándola hacia su destino inmor-
tal34.
La Liturgia de las Horas es una oración común de todo el Pueblo de
Dios, que no está reservada solamente para los clérigos y religiosos, sino que
también es muy recomendable para los mismos laicos. Con la reforma del Ofi-
cio Divino llevada a cabo después del Concilio, el Pontífice dio mucha impor-
tancia a la relación entre el trabajo y la vida cristiana: «A las Laudes de la ma-
ñana [una de las dos partes fundamentales de todo el Oficio] han sido añadidas
unas preces, con las cuales se quiere consagrar la jornada y el comienzo del
trabajo cotidiano»35. Para Pablo VI esta reforma tiene una clara intención: que

31 ÍDEM, Homilía en la Misa de medianoche (24.25-XII-1968), en IPVI, Vol. VI (1968), pp.


694-695 (la traducción es nuestra). Aquí Pablo VI hace referencia al n. 43/a de la consti-
tución Gaudium et spes: «La separación entre la fe que profesan y la vida cotidiana de
muchos debe ser considerada como uno de los errores más graves de nuestro tiempo.
[…] Por consiguiente, no deben oponerse falsamente entre sí las actividades profesiona -
les y sociales, por una parte, y la vida religiosa por otra».
32 ÍDEM, Alocución (1-XII-1963).
33 ÍDEM, Discurso a los agricultores (19-IV-1972), en IPVI, Vol. X (1972), p. 405. La tra-
ducción es nuestra.
34 ÍDEM, Discurso a varios grupos de trabajadores (29-IV-1972), en IPVI, Vol. X (1972), p.
430. La traducción es nuestra.
35 ÍDEM, const. apost. Laudis canticum (1-XI-1970), n. 8.

68
1. SAN PABLO VI

mediante el rezo de las Laudes, desde el primer momento de la jornada, todos


los cristianos —sacerdotes, religiosos y laicos— ofrezcan todo el día en las
manos del Señor; y aquellos que llevan a cabo una actividad profesional con-
sagren y conviertan su trabajo en una ofrenda perfecta a Dios, que se realizará
durante toda la jornada. De este modo el trabajo profesional entra en la
perspectiva sobrenatural de la vida cristiana, y forma parte de la vida que el
fiel ofrece al Señor. El trabajo humano, informado y vivificado por el espíritu
cristiano, será una constante alabanza elevada a Dios.
Sobre el encuentro del cristiano con Cristo, san Pablo VI ha enseñado
que los caminos son muchos, y cualquiera de ellos puede ofrecer la posibilidad
de este encuentro:
por cualquier camino podemos encontrar al divino Caminante que viene hacia
nosotros. Esto significa: no es necesario hacerse anacoretas, o formular un pro-
grama de vida apartado de todo lo profano o de las ocupaciones temporales
para encontrarse con Cristo. Los caminos del Señor son muchos; el Santo Pa-
dre quiere decir algo más: son todos. Cualquier estado de vida, con tal de que
sea recto y como tal se mantenga, puede ser un encuentro con Dios36.
De este texto podemos deducir que cualquier trabajo honesto puede ser
camino y medio del encuentro personal con Cristo. El hombre no necesita bus-
car a Cristo fuera de su vida cotidiana, pues en los quehaceres corrientes —so-
bre todo, en su actividad laboral— puede encontrarle con facilidad si está aten-
to a la actuación silenciosa y misteriosa del Espíritu Santo.
San Pablo VI también habló con frecuencia del amor al trabajo. En diver-
sas ocasiones exhortó a los trabajadores: «Amad vuestro trabajo»37; «Debemos
amar el trabajo»38, etc. El trabajador puede unir los pesos y fatigas del trabajo
cotidiano a la Cruz de Cristo convirtiéndolos en ocasión de amarle. Dirigién-
dose a varios grupos de peregrinos italianos el Pontífice afirmaba: «Sois capa-
ces de descubrir, entender y amar a Jesucristo porque tenéis sobre los hombros
la cruz de vuestra condición social, de vuestra fatiga y vuestras penas» 39. Más

36 ÍDEM, Homilía a los juristas católicos italianos (15-XII-1963), en IPVI, Vol. I (1963),
pp. 608-609. La traducción es nuestra.
37 ÍDEM, Discurso a los trabajadores (21-VI-1975), en IPVI, Vol. XIII (1975), p. 662. La
traducción es nuestra.
38 ÍDEM, Homilía (14-II-1965), en IPVI, Vol. III (1965), p. 1167. La traducción es nuestra.
39 ÍDEM, Discurso a los peregrinos italianos (14-II-1965), en IPVI, Vol. III (1965), p. 87.
La traducción es nuestra.

69
CAPÍTULO IV. INTERPRETACIÓN Y PROFUNDIZACIÓN POSCONCILIAR

aún, en la mente del Pontífice el trabajo es ocasión de amar a Dios, al prójimo


y al universo:
amad vuestro trabajo y dadle un sentido interior de altos y nobles pensamien-
tos, de honrada amistad, fraternidad y solidaridad. Y con vuestro trabajo amad
a vuestras familias, a vuestros ancianos, a vuestros hijos, a vuestros compañe-
ros; amad vuestros campos, vuestro mar, vuestro campo de trabajo y de cansan-
cio40.
Cuando el amor a Dios y al prójimo e incluso al universo anima e impul-
sa al hombre a trabajar, la caridad vivifica esa obra humana, convirtiéndola en
acto sobrenatural y meritorio. El ejemplo más excelente de trabajar por amor
es el del mismo Jesucristo, el Trabajador divino, que trabajó con mucho amor,
consciente de que en el taller estaba cumpliendo la misión salvadora y reden-
tora de la humanidad, que le fue confiada por el Padre celestial. Toda su vida
terrena ha sido una vida llena de amor, pues ha amado al hombre con el mismo
amor con el que el Padre le ha amado: «Como el Padre me ha amado, así os he
amado yo» (Jn 15,9).
Otra novedad que ha introducido san Pablo VI en el ámbito del trabajo es
una máxima, sencilla pero llena de sentido: «Las manos en el trabajo, el cora-
zón en Dios»41. “Las manos al trabajo” significa poner todas las fuerzas y
energías posibles en el trabajo para obtener un buen resultado; y “el corazón a
Dios”, poner a Dios como principio y finalidad del trabajo, sea manual o inte-
lectual. Cuando el hombre pone su corazón en Dios y trabaja por Él, todo lo
que realiza cobrará un valor sobrenatural e infinito. Podemos afirmar con ra-
zón que esta máxima de Pablo VI puede servir al hombre como modo concreto
para santificar cualquier actividad laboral.
Además, el Pontífice enseñó que el trabajo humano puede participar en la
obra total de la Santísima Trinidad, es decir, cualquier trabajador puede coope-
rar con la obra santificadora del Espíritu Santo además de participar en la crea-
dora del Padre y la redentora del Hijo:

40 ÍDEM, Discurso a los trabajadores de Nápoles (25-IV-1964).


41 ÍDEM, Discurso a los trabajadores de Holanda (18-VIII-1963), en IPVI, Vol. I (1963), p.
477. La traducción es nuestra.

70
1. SAN PABLO VI

cooperando a la erección de la “ciudad” terrenal, cada trabajador […] se unirá a


la obra creadora del Padre, a la obra redentora del Hijo y a la obra santificadora
del Espíritu, y se preparará para la manifestación gloriosa del Señor42.

* * *
En conclusión, en san Pablo VI hay un fuerte deseo de recordar y poner
en práctica la doctrina conciliar sobre el trabajo. Por las abundantes citas ex-
plícitas e implícitas de los textos y doctrinas conciliares en su Magisterio, oral
y escrito, se ve su gran empeño en actualizar y profundizar la teología del tra-
bajo. Durante su pontificado el Papa ha tenido un gran interés en transmitir un
mensaje positivo y animador al mundo del trabajador, especialmente en lo re-
ferente a la fatiga humana que conlleva el trabajo. Con sus abundantes ense-
ñanzas el Pontífice ha expresado el altísimo valor espiritual del trabajo en la
nueva economía de redención y salvación.

2. San Juan Pablo II


El pontificado de san Juan Pablo II (1978-2005) ha sido uno de los más
largos y fecundos en la historia de la Iglesia. Su Magisterio sobre el trabajo es
inmenso, y contamos con muchos discursos y homilías dirigidos a diversos
grupos de trabajadores, además de las tres encíclicas sociales Laborem exer-
cens, Sollicitudo rei socialis y Centesimus annus43. El documento magisterial
de más importancia doctrinal y peso teológico respecto a nuestro tema es, sin
duda alguna, la encíclica Laborem exercens, cuya publicación estaba prevista
para el 15 de mayo de 1981 —celebración del noventa aniversario de la Re-
rum novarum—, y que no llegó a publicarse hasta el 14 de septiembre de 1981
debido al atentado sufrido por el Papa el 13 de mayo en la plaza de san Pedro.
Por esta causa, el día del noventa aniversario de la Rerum novarum solamente
fue posible comunicar a los trabajadores procedentes de toda Europa un dis-
curso del Pontífice que leyó el cardenal Agostino Casaroli. Con ocasión del
veintésimo aniversario de la Populorum progressio, san Juan Pablo II publicó
la encíclica Sollicitudo rei socialis (30-XII-1987) para rendir homenaje a la

42 ÍDEM, Carta a la Semana social de Lyon (25-VI-1964), n. 6, en CEDP, Vol. II, p. 3144.
43 El Magisterio oral de san Juan Pablo II se puede consultar en Insegnamenti di Giovanni
Paolo II (=IGPII), 28 Vols., LEV, Città del Vaticano 1979-2006.

71
CAPÍTULO IV. INTERPRETACIÓN Y PROFUNDIZACIÓN POSCONCILIAR

enseñanza de su predecesor san Pablo VI, y afirmar la continuidad de la Doc-


trina social junto con su constante renovación. Y al cumplirse cien años de la
gran encíclica social leoniana, san Juan Pablo II la conmemoró con la Centesi-
mus annus, publicada el 1 de mayo de 1991, festividad de san José Obrero, pa-
trón de los trabajadores.
Antes que nada, queremos mencionar algunas ideas sobre la santificación
del trabajo provenientes del Magisterio precedente y que san Juan Pablo II
quiso recordar: el trabajo es camino de santificación y perfección 44; el sentido
más alto del trabajo consiste en la búsqueda de la santidad 45; el trabajo es me-
dio de santificación y de apostolado46; los trabajadores son corredentores de la
humanidad y del cosmos47, etc.

2.1. Laborem exercens: “evangelio” y espiritualidad del trabajo


Particular importancia para nuestro estudio tiene la Laborem exercens.
Antes que nada, queremos decir que esta encíclica es fruto de la amplia expe-
riencia personal y pastoral de Karol Wojtyla y de su profunda reflexión teoló-
gica del Magisterio precedente:
En la redacción del texto confluyen diversos elementos característicos del au-
tor: su condición de obrero en Polonia; su formación filosófica que compatibi-
liza tomismo y fenomenología; su indudable protagonismo en la redacción de
la Gaudium et spes; y su experiencia de pastor48.

44 JUAN PABLO II, exhort. apost. Christifideles laici (30-XII-1988), n. 43: «los fieles laicos
han de cumplir su trabajo con competencia profesional, con honestidad humana, con es-
píritu cristiano, como camino de la propia santificación»; Discurso a los trabajadores
(19-III-1986), n. 10, en IGPII, Vol. IX/1 (1986), p. 775: «En el signo de Cristo, el traba-
jo es camino de perfección humana y de elevación sobrenatural, vehículo de santidad».
La traducción es nuestra.
45 ÍDEM, Discurso (29-III-1983), n. 3: «Ahora ya podemos captar cuál es el significado más
profundo del estudio y del trabajo al mismo tiempo: la búsqueda de la santidad».
46 ÍDEM, Homilía (17-V-1992), n. 3, en IGPII, Vol. XV/1 (1992), p. 1470: «Cristo convoca a
todos a santificarse en la realidad de la vida cotidiana; por ello, el trabajo es también
medio de santificación y de apostolado cuando se vive en unión con Jesucristo». La cur-
siva es del original.
47 ÍDEM, Homilía a los agricultores (21-II-1981), n. 7: «[Cristo] santificó el trabajo huma-
no, confiriendo así a los trabajadores una solidaridad especial consigo mismo y hacién-
doles partícipes de su propia obra redentora de enaltecimiento de la humanidad, trans-
formación de la sociedad y conducción del mundo a la alabanza de su Padre del cielo».

72
2. SAN JUAN PABLO II

Se trata de una encíclica totalmente dedicada al trabajo, o mejor, al hom-


bre trabajador, como el mismo Pontífice expresa explícitamente en las prime-
ras líneas de la encíclica: «deseo dedicar este documento precisamente al tra-
bajo humano, y más aún deseo dedicarlo al hombre en el vasto contexto de esa
realidad que es el trabajo»49. Basándose en las enseñanzas del Pontífice, un au-
tor ha definido el trabajo como «actividad humana que transforma directa o in-
directamente lo externo (el cosmos en general), y por la cual el hombre se
transforma y se perfecciona a sí mismo en tanto que ser individual y social»50.
Iniciamos el análisis de la encíclica señalando una importante novedad
que nos ofrece su autor: se trata de la introducción del concepto “evangelio del
trabajo”. Este término, lleno de valor teológico y sentido espiritual, aparece
seis veces en la encíclica, demostrando que se trata de una expresión apreciada
por el Papa. La descripción de la creación en las primeras páginas del libro del
Génesis es considerada por el Pontífice como el primer “evangelio del trabajo”
(n. 25/c). El hecho de que Cristo consagró la mayor parte de su vida terrena en
el taller de Nazaret, para cumplir su misión salvífica y redimir el trabajo desde
dentro, constituye por sí solo el elocuente “Evangelio del trabajo” (n. 6/e). To-
das las doctrinas cristianas sobre el trabajo se basan en este elocuente Evange-
lio del trabajo, creando el fundamento del nuevo modo de pensar, valorar y ac-
tuar el mismo trabajo humano (n. 7/a).
Para nuestro estudio, nos interesan, especialmente, los capítulos segundo
y quinto de la encíclica: el segundo centra en el vínculo estrecho entre el traba-
jo y el hombre (nn. 4-10); y el quinto, ofrece algunos elementos fundamentales
para una espiritualidad del trabajo (nn. 24-27).
En primer lugar, veamos las grandes aportaciones del capítulo segundo.
Para hablar del vínculo entre el trabajo y el hombre esta parte de la encíclica
inicia con una profunda reflexión del capítulo primero del Génesis:

48 V. BOSCH, El trabajo como medio de santificación en el Magisterio del siglo XX, en J.


LÓPEZ – F. M. REQUENA (eds.), Verso una spiritualità del lavoro professionale, cit., p. 328.
49 JUAN PABLO II, enc. Laborem exercens (14-IX-1981), n. 1/a. En las citas de la Laborem
exercens, el número árabe indica el número dentro de la encíclica y la letra inglesa, el
párrafo.
50 J. CHOZA, Sentido objetivo y sentido subjetivo del trabajo, en F. FERNÁNDEZ (ed.), Estu-
dios sobre la encíclica Laborem exercens, BAC, Madrid 1987, p. 233.

73
CAPÍTULO IV. INTERPRETACIÓN Y PROFUNDIZACIÓN POSCONCILIAR

La Iglesia halla ya en las primeras páginas del libro del Génesis la fuente de su
convicción según la cual el trabajo constituye una dimensión fundamental de la
existencia humana sobre la tierra. [...] El hombre es la imagen de Dios, entre
otros motivos por el mandato recibido de su Creador de someter y dominar la
tierra. En la realización de este mandato, el hombre, todo ser humano, refleja la
acción misma del Creador del universo51.
Las diversas ciencias dedicadas al estudio del hombre testimonian y con-
firman esa convicción de la Iglesia, pero para Ella esa convicción se funda so-
bre todo en la Palabra de Dios revelada (n. 4/a). Este hecho debe ser la base y
el fundamento de toda reflexión sobre el trabajo humano. Ese dominio del
hombre sobre la naturaleza, realizado en el trabajo y mediante el trabajo, pue-
de ser entendido como una actividad “transitiva”, en el sentido de que empieza
en el sujeto humano y se dirige hacia un objeto externo (n. 4/c). Se trata de un
proceso de desarrollo que va desde la agricultura y la industria hasta la tecno-
logía informática y telemática. En tal proceso de dominio el hombre se descu-
bre protagonista de los cambios progresivos en la naturaleza: es lo que san
Juan Pablo II ha denominado “trabajo en sentido objetivo” (n. 5/a). E inmedia-
tamente después, el Pontífice expone el significado antropológico del “trabajo
en sentido subjetivo” (n. 6). Es decir, ese dominio del hombre es entendido
como un acto humano “no transitivo”, en el sentido de que inicia por el sujeto
y permanece en él mismo:
Como persona, el hombre es pues sujeto del trabajo. Como persona él trabaja,
realiza varias acciones pertenecientes al proceso del trabajo; éstas, indepen-
dientemente de su contenido objetivo, han de servir todas ellas a la realización
de su humanidad, al perfeccionamiento de esa vocación de persona, que tiene
en virtud de su misma humanidad52.
Este sentido subjetivo constituye el meollo fundamental y permanente de
la doctrina cristiana (n. 6/d) y el punto clave y culminante del Magisterio con-
temporáneo sobre el trabajo:
esta dimensión [subjetiva] condiciona la misma esencia ética del trabajo. En
efecto no hay duda de que el trabajo humano tiene un valor ético, el cual está
vinculado completa y directamente al hecho de que quien lo lleva a cabo es una
persona, un sujeto consciente y libre, es decir, un sujeto que decide de sí mis-
mo. [...] Las fuentes de la dignidad del trabajo deben buscarse principalmente
no en su dimensión objetiva, sino en su dimensión subjetiva. [...] Con esta con-

51 JUAN PABLO II, enc. Laborem exercens (14-IX-1981), n. 4/b.


52 Ibíd., n. 6/b.

74
2. SAN JUAN PABLO II

clusión se llega justamente a reconocer la preeminencia del significado subjeti-


vo del trabajo sobre el significado objetivo53.
De este modo, el fundamento que determina el valor del trabajo humano
no es el tipo de trabajo que se realiza, sino el hecho de que quien lo ejerce es
una persona (n. 6/e). El trabajo humano, aunque pueda ser, de algún modo, va-
lorizado y cualificado desde el punto de vista objetivo, tiene siempre el funda-
mento primordial de su valor en el mismo hombre. Es decir, el valor del traba-
jo se mide con el metro de la dignidad de la persona; y la finalidad del trabajo
recae siempre en su sujeto (n. 6/f). Analizando las diversas amenazas del senti-
do y valor original del trabajo humano, el Pontífice reafirma con claridad que
en cualquier situación social el hombre debería ser considerado y tratado como
sujeto eficiente y artífice verdadero de todo trabajo (n. 7). Ante tantas injusti-
cias sociales en el ámbito del trabajo, la Iglesia está vivamente comprometida
en salvaguardar la dignidad de la persona y promover condiciones más ade-
cuadas del trabajo solicitando una mayor solidaridad entre los trabajadores y
con los trabajadores (n. 8). Además, el trabajo es un bien para el hombre, no
sólo en el sentido de utilidad sino también de dignidad, que corresponde a su
dignidad de persona: se trata de un bien que expresa y enriquece su dignidad.
Mediante el trabajo la persona realiza su humanidad, se hace más hombre (n.
9/c). La laboriosidad, como virtud, se funda en la dignidad de la persona (n.
9/d). El Papa concluye este segundo capítulo señalando que los ámbitos perso-
nal, familiar y nacional conservan perennemente su importancia para el trabajo
humano en su dimensión subjetiva, y reafirmando que en el trabajo humano la
dimensión subjetiva tiene prioridad sobre la objetiva (n. 10).
El capítulo quinto de la encíclica constituye el primer texto del Magiste-
rio —y hasta ahora, el único— que expone una espiritualidad del trabajo hu-
mano. A pesar de ser muy breve y solamente ofrece algunos elementos funda-
mentales, sirve de cañamazo para una profundización posterior. La constitu-
ción Gaudium et spes, el primer documento con una propuesta concreta de la
teología del trabajo, es citada en ocho ocasiones en tan sólo estos cuatro núme-
ros de esta encíclica. Se ve el fuerte deseo e intención de san Juan Pablo II de
recordar y profundizar la doctrina conciliar de la teología del trabajo. Veamos
ahora sus principales ideas sobre la espiritualidad del trabajo.

53 Ibíd., n. 6/c, e-f.

75
CAPÍTULO IV. INTERPRETACIÓN Y PROFUNDIZACIÓN POSCONCILIAR

Dado que el trabajo, sea manual o intelectual, en su aspecto subjetivo es


siempre una acción personal (actus personae) se sigue necesariamente que en
él participa el hombre completo, con cuerpo y espíritu (n. 24/a). En el ámbito
del trabajo, según san Juan Pablo II, la Iglesia tiene un deber peculiar de for-
mular una «espiritualidad del trabajo, que ayude a todos los hombres a acer-
carse a través de él a Dios, Creador y Redentor, a participar en sus planes sal-
víficos respecto al hombre y al mundo» (n. 24/b). En ese mismo número el
Pontífice recuerda que el trabajo humano es participación, continuación y per-
feccionamiento de la obra creadora de Dios (n. 24/b). El hombre tiene que imi-
tar a Dios en el trabajo y en el reposo; y por la voluntad divina el hombre está
destinado al descanso eterno (n. 24/c). En el n. 26, san Juan Pablo II supera la
perspectiva del Magisterio precedente que solamente veía a Jesús como “mo-
delo de trabajador”: ahora Cristo, el hombre del trabajo, no sólo cumple su
misión salvadora mediante su vida de trabajador sino que también predica el
misterio redentor a través de su doctrina sobre el trabajo (n. 26/a-b). Esa doc-
trina de Cristo acerca del trabajo es confirmada y completada por las enseñan-
zas del Apóstol san Pablo (n. 26/c-d). El Papa concluye este número afirmando
que todo progreso y desarrollo técnico, como servicio al hombre, debe reali-
zarse sobre la base de la espiritualidad del trabajo (n. 26/g). En el último nú-
mero (n. 27) san Juan Pablo II contempla el trabajo humano a la luz de la Cruz
y Resurrección, o mejor dicho, a la luz del misterio pascual de Cristo 54. Basán-
dose en el capítulo primero del Génesis, el Pontífice hace una reflexión sobre
la fatiga del trabajo confirmando una enseñanza particularmente importante de
su predecesor Pablo VI: la fatiga humana del trabajo, unida a Cristo, se con-
vierte en instrumento de corredención de la humanidad (n. 27/c). El misterio
del trabajo humano puede encontrar su última palabra solamente en el misterio
pascual de Jesucristo, porque ahí contiene el misterio de la Cruz y de la Resu-
rrección de Cristo (n. 27/b). En el trabajo el cristiano descubre su cruz cotidia-

54 Respecto a este punto, el Papa había acuñado una nueva expresión: “la mística pascual
del trabajo”. A la luz y a ejemplo de Cristo, el trabajo humano ciertamente puede entrar
en su misterio pascual: «El misterio central de nuestra vida cristiana que es el de la Pas-
cua, nos hace mirar al cielo nuevo y a la tierra nueva. En el trabajo debe existir esa mís -
tica pascual, con la que los sacrificios y fatigas se aceptan con impulso cristiano para ha-
cer que resplandezca más claramente el nuevo orden querido por el Señor y para hacer
un mundo que responda a la bondad de Dios en la armonía, el amor y la paz» (Discurso
a los obreros de Guadalajara [30-I-1979], en IGPII, Vol. II/1 [1979], p. 277).

76
2. SAN JUAN PABLO II

na que le hace verdadero seguidor de Cristo, aceptándola con el mismo espíri-


tu de redención con el cual Cristo aceptó su cruz por nuestra redención (cfr. Lc
9,23). Para concluir la encíclica el Papa no deja de mencionar la dimensión es-
catológica del trabajo humano, que es medio para prever y alcanzar la vida
eterna (n. 27/e).
En definitiva, la encíclica Laborem exercens constituye, respecto al Ma-
gisterio precedente, una evidente progresión en la teología del trabajo: al refle-
xionar y profundizar en la dimensión subjetiva del trabajo, pone de relieve su
aspecto antropológico, y así recupera su significado original según el designio
eterno de Dios. Otra importante aportación de la encíclica, respecto a la doctri-
na precedente, consiste en la “espiritualidad del trabajo”. Es decir, aquella “es-
piritualidad seglar en orden al apostolado” del Concilio es ahora completada
por esta “espiritualidad wojtyliana del trabajo”. La espiritualidad del trabajo,
confirmada en su Magisterio posterior —como veremos en el próximo aparta-
do— es, por su misma naturaleza, una espiritualidad laical. Por tanto, ya con-
tamos no sólo con una madura teología del trabajo sino también con una espi-
ritualidad completa y propia del trabajo profesional para los laicos.

2.2. Profundización en el Magisterio posterior


Una vez analizadas las principales ideas de la Laborem exercens, escrita
al inicio de su pontificado (tercer año), queremos mostrar sus profundizaciones
en su largo Magisterio posterior (veinticuatro años) diseminadas entre numero-
sos discursos y homilías dirigidos a grupos de trabajadores en diversas ocasio-
nes.
Sobre el “evangelio del trabajo” en su Magisterio posterior, el Pontífice
expresó con claridad el papel imprescindible de la Iglesia para testimoniarlo y
anunciarlo:
la Iglesia se siente fuertemente llamada a anunciar y testimoniar el “evangelio
del trabajo”, su dignidad, sus derechos y deberes, según el diseño ampliamente
desarrollado por el Magisterio de la Iglesia, desde la Rerum novarum hasta la
Centesimus annus55.

55 ÍDEM, Discurso (12-XII-1992), n. 3, en IGPII, Vol. XV/2 (1992), p. 890. La traducción es


nuestra.

77
CAPÍTULO IV. INTERPRETACIÓN Y PROFUNDIZACIÓN POSCONCILIAR

En otra ocasión, san Juan Pablo II expresó la misma idea con más preci-
sión:
En una época como la nuestra, marcada profundamente por el dinamismo del
trabajo humano, la Iglesia siente la urgente necesidad de proclamar la Palabra
de Dios, el Evangelio, de modo particular a los hombres del trabajo y precisa-
mente sobre el tema del trabajo. Los tiempos actuales reclaman de manera
apremiante que siga anunciándose el “evangelio del trabajo”56.
Efectivamente, testimoniar y anunciar el mensaje evangélico del trabajo
humano es una vocación y misión intrínseca de la Iglesia y de todos sus miem-
bros.
Sobre la espiritualidad del trabajo, san Juan Pablo II especificó en su Ma-
gisterio posterior su aspecto laical. Según él, se trata de una espiritualidad que
se va divulgando y está necesitada de una mayor profundización:
En la maduración del laicado católico, que es un fruto del Concilio, se va di-
fundiendo la espiritualidad del trabajo. Es una espiritualidad que necesita pro-
fundizar en la búsqueda de modos más idóneos de valorar el fermento cristia-
no, para transformar al individuo y llevar en el ambiente laboral el amor, la fra-
ternidad y la paz de Cristo57.
La Iglesia considera la espiritualidad del trabajo como una espiritualidad
de los laicos y para los laicos:
La Iglesia es consciente de la importancia que tiene el trabajo en la vida huma-
na, y reconoce su carácter de elemento esencial de la sociedad, tanto al nivel
socio-económico y político, como al nivel religioso. Bajo este último aspecto,
lo considera como expresión primaria del “carácter secular” (const. Lumen
gentium, n. 31/b) de los laicos, que en su mayor parte son trabajadores y pue-
den encontrar en el trabajo el camino de la santidad58.
En el discurso dirigido a los miembros del Movimiento trabajadores de la
Acción Católica el Pontífice expresa con una mayor claridad: «Cultivad, siem-
pre, [...] una sólida espiritualidad laical, centrada en Cristo, modelo perfecto de
cada hombre y de cada trabajador»59. En definitiva, en el Magisterio de san
Juan Pablo II la espiritualidad del trabajo es considerada como una espirituali-

56 ÍDEM, Homilía a los agricultores, mineros y emigrantes (12-V-1990), n. 3, en IGPII, Vol.


XIII/1 (1990), p. 1243.
57 ÍDEM, Discurso a los trabajadores (19-III-1986), n. 10, en IGPII, Vol. IX/1 (1986), p.
775. La traducción es nuestra.
58 ÍDEM, Audiencia general (20-IV-1994), n. 1, en IGPII, Vol. XVII/1 (1994), p. 958. La tra-
ducción es nuestra.

78
2. SAN JUAN PABLO II

dad propiamente para los laicos. Para la mayor parte de los laicos la santifica-
ción mediante el trabajo, tanto la propia como la ajena, es el modo ordinario y
propio de realización de su vocación a la perfección y a la santidad.
La fecha de publicación de la encíclica Laborem exercens, —el 14 de
septiembre, fiesta de la exaltación de la santa Cruz— no fue, a mí modo de
ver, una pura casualidad. En el n. 27 de la encíclica el trabajo humano es con-
templado a la luz del misterio de la Cruz de Cristo, y san Juan Pablo II en su
Magisterio posterior exaltó más la estrecha relación entre la teología del traba-
jo y la de la Cruz. Según el Pontífice la cruz es el punto culminante de la teo-
logía del trabajo: «[El crucifijo] nos dice mucho, nos explica, diría, toda la teo-
logía del trabajo, porque la teología del trabajo culmina en la Cruz de Cris-
to»60. En otra ocasión el Pontífice afirmó con una mayor decisión teológica:
«el trabajo es, en modo particular, una forma muy valiosa de participación en
la Cruz redentora de Cristo»61. Además, «en la Cruz de Cristo [el cristiano] en-
contrará la fuerza […] para dar a todos un testimonio eficaz y coherente»62.
En la Laborem exercens antes de concluir su reflexión san Juan Pablo II
expresa la idea de que el trabajo es medio para desarrollar el Reino de Dios:
«El cristiano […], uniendo el trabajo a la oración, sepa qué puesto ocupa su
trabajo no sólo en el progreso terreno, sino también en el desarrollo del Reino
de Dios, al que todos somos llamados» (n. 27/g). Ciertamente todos los hom-
bres son llamados a buscar el Reino de Dios y su justicia (cfr. Mt 6,33), consti-
tuyendo una tarea primordial para toda la vida y en todas las circunstancias:
«también el trabajo ha de formar parte del esfuerzo que ponemos en buscar el
Reino de Dios»63. Buscar el Reino de Dios equivale a buscar a Dios mismo,
reinando en un mundo reconciliado. En una homilía dirigida a los agricultores
el Santo Padre les animaba a buscar a Dios en su trabajo mismo: «Buscad a

59 ÍDEM, Discurso (6-XII-1992), en IGPII, Vol. XV/2 (1992), p. 839. La traducción es nues-
tra.
60 ÍDEM, Discurso a los representantes del mundo del trabajo (19-III-1992), n. 6, en IGPII,
Vol. XV/1 (1992), pp. 661-662. La traducción es nuestra.
61 ÍDEM, Discurso a los obispos brasileños (24-VI-1995), n. 5, en IGPII, Vol. XVIII/1
(1995), p. 1817. La traducción es nuestra.
62 ÍDEM, Carta a los trabajadores, profesionales y artesanos de la ciudad de Roma (8-XII-
1998), n. 4.
63 ÍDEM, Homilía al mundo del trabajo (10-V-1990), n. 5, en IGPII, Vol. XIII/1 (1990), p.
1214.

79
CAPÍTULO IV. INTERPRETACIÓN Y PROFUNDIZACIÓN POSCONCILIAR

Dios en vuestro trabajo, en las circunstancias de la vida diaria. [...] Buscad a


Dios en el trabajo bien hecho, para poder ofrecerle algo que sea digno de Él:
lo mejor de vuestras energías»64.

2.3. La cumbre de la espiritualidad del trabajo en san Juan Pablo II


El estrecho vínculo entre el trabajo humano y la Cruz de Cristo tiene su
continuidad y concreción en la santa Misa, tema en el que san Juan Pablo II se
ha detenido frecuentemente a lo largo de su pontificado, y en el que nos parece
encontrar el punto culminante de sus enseñanzas sobre la santificación del tra-
bajo humano.
Según el Papa, el cristiano debe considerar el trabajo mismo como oca-
sión de rendir gracias al Señor. Dirigiéndose a un grupo de dirigentes de la
empresa Agip (=Azienda Generale Italiana Petroli) afirmó:
El creyente debe vivir todas las actividades humanas, y también el trabajo,
como acción de gracias a Dios. Esta acción de gracias, con una antigua palabra
griega que se ha convertido en sagrada para los cristianos, se llama “eucaris-
tía”65.
Este término ha cobrado su pleno sentido en la fe católica, ya que el Sa-
cramento de la Eucaristía es «fuente y cima de toda la vida cristiana» 66. En la
liturgia eucarística el trabajo humano encuentra, según san Juan Pablo II, su
plena expresión de santificación: «La verdad sobre la santificación del trabajo
humano halla en esta bendición su expresión más sencilla y, a la vez, más ple-
na»67. “La bendición” que ha mencionado el Papa se refiere a aquella oración
que recita el sacerdote en la presentación del pan y el vino al Señor por la cual

64 ÍDEM, Homilía a los agricultores (17-V-1988), n. 7, en IGPII, Vol. XI/2 (1988), p. 1511.
65 ÍDEM, Discurso los dirigentes de la Agip (4-V-2000), n. 3.
66 CONCILIO VATICANO II, const. Lumen gentium (21-XI-1964), n. 11/a.
67 JUAN PABLO II, Homilía a los fieles de Asturias (20-VIII-1989), n. 1, en IGPII, Vol. XII/2
(1989), p. 312.

80
2. SAN JUAN PABLO II

estos serán ofrecidos como dones agradables a Dios 68. Por tanto, entre el traba-
jo humano y la santa Misa —Sacrificio de Cristo— existe un estrecho vínculo:
En cada santa Misa, Sacrificio de nuestra redención, entra el fruto “del trabajo
del hombre”, de cada trabajo humano: el pan es una expresión “sintética” y el
vino también. Cada día el trabajo humano se inserta en la Eucaristía, en el Sa-
cramento de nuestro Redentor y en el “gran misterio de la fe”. Cotidianamente,
en tantos lugares de la tierra, delante del trabajo humano se abren las perspecti-
vas divinas69.
En la celebración de la Eucaristía el hombre puede ofrecer toda su vida
—y su actividad laboral— junto con el pan y el vino, y así, unido al Sacrificio
del altar, todo cobrará un valor corredentor:
En la celebración de la Misa el sacerdote ofrece el pan, “fruto de la tierra y del
trabajo del hombre”, y el vino, “fruto de la vid y del trabajo del hombre”. Junto
a ese pan y ese vino podéis ofrecer todo vuestro día y vuestras vidas: el trabajo
y el descanso, el sueño y la vigilia, las tristezas y las alegrías. Todo esto, unido
al sacrificio de Cristo en la Cruz, adquiere su valor más profundo, un valor co-
rredentor70.
En otra ocasión el Pontífice afirmó con un mayor peso teológico: «Ojalá
que todas vuestras tareas, se conviertan por medio de Cristo en “hostias vi-
vas”, en trabajo redentor y santificador» 71. Efectivamente, toda actividad labo-
ral del cristiano ofrecida “por Cristo, con Cristo y en Cristo” a Dios Padre
como sacrificio agradable se convierte en redentora y santificadora.
En la celebración litúrgica de la Eucaristía los frutos del trabajo humano,
sintetizados en el pan y el vino, se convierten verdaderamente en el Cuerpo y

68 Misal Romano, Ofertorio: «Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto
de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presen-
tamos; él será para nosotros pan de vida. Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este
vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora
te presentamos; él será para nosotros bebida de salvación». Los textos del Misal Roma-
no corresponden a la edición típica aprobada por la Conferencia Episcopal Española
(2017).
69 JUAN PABLO II, Homilía al mundo del trabajo (12-VI-1987), n. 8, en IGPII, Vol. X/2
(1987), pp. 2172-2173. La traducción es nuestra.
70 ÍDEM, Homilía a los agricultores (17-V-1988), n. 7, en IGPII, Vol. XI/2 (1988), pp. 1511-
1512. Después de presentar el pan y el vino el sacerdote invita a los participantes a rezar
junto con él: «Orad, hermanos, para que, llevando al altar los gozos y las fatigas de cada
día, nos dispongamos a ofrecer el sacrificio agradable a Dios, Padre todopoderoso» (Mi-
sal Romano, p. 448, la tercera fórmula de libre elección).
71 ÍDEM, Homilía (6-IV-1987), n. 4, en IGPII, Vol. X/1 (1987), p. 1129.

81
CAPÍTULO IV. INTERPRETACIÓN Y PROFUNDIZACIÓN POSCONCILIAR

la Sangre de Cristo, y de esta manera también el Reino de Dios se hace presen-


te entre nosotros:
[En la celebración del Sacramento de la Eucaristía] los frutos de la tierra y del
trabajo humano —el pan y el vino— son transformados misteriosa, aunque real
y substancialmente, por obra del Espíritu Santo y de las palabras del ministro,
en el Cuerpo y Sangre del Señor Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María, por
el cual el Reino del Padre se ha hecho presente en medio de nosotros72.
El trabajo humano encuentra en este Misterio su valor sublime: el fruto
del trabajo humano se transforma sustancialmente en una realidad divina, o
con más precisión, en Dios mismo. La Transubstanciación constituye la máxi-
ma expresión de “la actividad humana convertida en divina”. Además, el pan y
el vino unidos al Sacrificio del altar sirven para la venida definitiva del Reino
de Dios:
Los bienes de este mundo y la obra de nuestras manos —el pan y el vino— sir-
ven para la venida del Reino definitivo, ya que el Señor, mediante su Espíritu,
los asume en Sí mismo para ofrecerse al Padre y ofrecernos a nosotros con Él
en la renovación de su único Sacrificio, que anticipa el Reino de Dios y anun-
cia su venida final73.
En esta línea el Pontífice destacó el significado y el deber de la participa-
ción en la Misa dominical:
El hombre es un ser llamado al trabajo. El hombre es un ser llamado a la gloria.
Con este espíritu es necesario renovar hoy la conciencia y sensibilidad del
mandamiento: “Recuerda santificar el día de fiesta” (cfr. Éx 20,8-10). La Euca-
ristía dominical es un modo especial y además necesario de insertar la vida y el
trabajo del hombre en las perspectivas de Dios74.
En la celebración de la Eucaristía, Cristo verdaderamente actúa en noso-
tros para nuestra santificación, sobre todo por la comunión que nos une más
íntimamente a Él, concediéndonos la gracia para transformar el mundo con el
trabajo. Por esta unión con razón podemos decir con san Pablo: «vivo, pero no
soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20). Aquí encontramos,
a nuestro parecer, la cumbre de la espiritualidad del trabajo de san Juan Pablo

72 ÍDEM, enc. Sollicitudo rei socialis (30-XII-1987), n. 48.


73 Ibíd.
74 JUAN PABLO II, Homilía al mundo del trabajo (12-VI-1987), n. 8, en IGPII, Vol. X/2
(1987), p. 2173. La traducción es nuestra.

82
2. SAN JUAN PABLO II

II, que podemos sintetizar en un triple perfeccionamiento: el del mismo traba-


jador, el de los demás y el del mundo.

* * *
En resumen, subrayando el sentido subjetivo del trabajo humano, san
Juan Pablo II puso en evidencia que la base de toda reflexión y profundización
teológico-espiritual de la actividad laboral consiste en la persona misma, crea-
da a imagen y semejanza de Dios y llamada a participar en la vida divina de la
Santísima Trinidad. Su Magisterio ofreció una espiritualidad propia del trabajo
profesional a los fieles laicos, mediante la cual estos pueden realizar su voca-
ción a la santidad y alcanzar la salvación eterna. El Pontífice descubre como
punto cumbre de esa espiritualidad del trabajo el Sacramento de la Eucaristía
—Sacrificio de Cristo—, que es la cima de la vida cristiana y fuente de toda
santificación.

83
Conclusiones

Después de haber realizado este recorrido doctrinal de las enseñanzas del


Magisterio pontificio a lo largo del siglo XX, podemos deducir algunas ideas
fundamentales, que sirven como síntesis de este trabajo:

1. El tema del trabajo humano fue objeto de atención del Magisterio de


casi todos los Pontífices del siglo XX. Aunque san Pío X y Benedicto XV no
afrontaron directamente la cuestión del trabajo, no podemos decir que fueran
insensibles a la cuestión social: el primero de ellos adoptó como programa de
su pontificado la restauración de todas las cosas en Cristo, y Benedicto XV
reiteró las enseñanzas de la Rerum novarum. En cuanto a Juan Pablo I, no le
dio tiempo su breve pontificado para tratar del tema.
Inicialmente León XIII intervino en la defensa de la dignidad de los
obreros, con una clara intención de resolver la injusta situación de los trabaja-
dores. Pío XI retomó esa enseñanza magisterial, convirtiéndola en atención
pastoral de los trabajadores cristianos. A partir de los años cincuenta, Pío XII
llevó a cabo una profundización teológica sobre el trabajo con el objetivo de
ofrecer una atención espiritual a los trabajadores cristianos. San Juan XXIII si-
guió en esa misma línea, profundizando en el significado teológico del trabajo,
favoreciendo y promoviendo la lenta formación y sistematización de una teo-
logía del trabajo, que desembocaría en los textos conciliares. Por su parte, san
Pablo VI fue el primero en reiterar y profundizar la doctrina conciliar sobre el
trabajo, impulsado por su fuerte deseo de dialogar con los trabajadores para in-
troducirles en una perspectiva positiva de la fatiga humana y transmitirles un
mensaje animador del mismo trabajo. Finalmente, san Juan Pablo II ofreció al
hombre trabajador una espiritualidad del trabajo como ayuda segura y medio
eficaz para la santificación propia y ajena, mediante la vivencia y el testimonio
del “evangelio del trabajo”.

2. Algunos presupuestos e ideas sobre el trabajo se han repetido cons-


tantemente a lo largo del Magisterio: el trabajo entra en el plan eterno de Dios
para que el hombre continúe y perfeccione la obra creadora de Dios; el trabajo

85
CONCLUSIONES

es actividad ennoblecida y santificada por el mismo Jesús, que durante la ma-


yor parte de su vida fue trabajador humilde en el taller de Nazaret; el esfuerzo
y la fatiga que conlleva el trabajo pueden constituirse en mérito espiritual y so-
brenatural; Jesús es el modelo perfecto de todo trabajador cristiano; san José
Obrero, cuya fiesta institucionalizó Pío XII el 1 de mayo de 1955, es un gran
ejemplo y glorioso patrón y protector del mundo del trabajo; el trabajo huma-
no puede convertirse en oración y sacrificio espiritual agradable a Dios; me-
diante el ejercicio del trabajo el hombre se perfecciona a sí mismo; el trabajo
como medio de santificación del hombre; el trabajo como medio para conse-
guir la salvación y la vida eterna, etc.

3. Aunque los temas se reiteren, se puede apreciar una evidente progre-


sión en la concepción cristiana del trabajo y del trabajador. En los inicios, el
principal destinatario del Magisterio social de León XIII es el obrero manual,
sin defensa en la concreta situación de injusticia social de aquel entonces. El
mensaje que recibe es el de paciencia y aceptación divina, mientras se subraya
la dignidad del trabajo presentando a Jesús como trabajador pobre que escogió
la modesta condición de un oficio manual en un taller. Pío XI afirmó explícita-
mente que cualquier actividad laboral ha sido santificada y divinizada por Je-
sús, el “divino Trabajador”. Con Pío XII se amplió el concepto de trabajador al
sujeto de toda actividad laboral, sea manual o intelectual, y se consideró el tra-
bajo como verdadero instrumento para conseguir la santificación del hombre y
al trabajador como colaborador de la obra creadora y redentora de Dios. San
Juan XXIII especificó que corresponde al plan de la Providencia divina consi-
derar el trabajo profesional como medio adecuado para que el hombre alcance
su perfección. Por su parte, san Pablo VI contempló el trabajo profesional
como realidad que perfecciona al hombre en su naturaleza y lo santifica en el
plano sobrenatural. Finalmente, san Juan Pablo II, considerando el trabajo en
su “sentido subjetivo” y a la luz del misterio pascual de Cristo, ve el trabajo
humano como actividad corredentora y, por consiguiente, a los trabajadores
como corredentores de la humanidad y del universo.

4. El Concilio Vaticano II tuvo un papel decisivo en la maduración teo-


lógico-espiritual de la doctrina sobre el trabajo humano. A través de la consti-

86
CONCLUSIONES

tución pastoral Gaudium et spes y de las afirmaciones de otros documentos so-


bre la llamada universal a la santidad y sobre la vocación y misión de los lai-
cos en la Iglesia, el Concilio ofreció un cuerpo doctrinal en el que está presen-
te una teología del trabajo que descubre y recupera el valor y sentido original
de toda actividad temporal y secular como ocasión de santificación e instru-
mento de corredención. Con sus afirmaciones el Concilio presenta en embrión
una propuesta que proyecta las actividades humanas al nivel superior de la di-
mensión espiritual, a una espiritualidad de la profesión.

5. El Catecismo de la Iglesia Católica (11-X-1992), en cuanto síntesis de


la doctrina de la fe a la luz de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, ofrece
un buen resumen de la doctrina sobre el trabajo. Reafirma que el trabajo es
«la colaboración del hombre y de la mujer con Dios en el perfeccionamiento
de la creación visible» (n. 378; cfr. n. 307); recuerda el sujeto y el valor reden-
tor del trabajo: «El valor primordial del trabajo atañe al hombre mismo que es
su autor y su destinatario. [...] Unido a Cristo, el trabajo puede ser redentor»
(n. 2460); y confirma el valor santificador y animador del trabajo humano en
medio del mundo: «El trabajo puede ser un medio de santificación y de anima-
ción de las realidades terrenas en el espíritu de Cristo» (n. 2427). Además, el
Compendio de la Doctrina social de la Iglesia ha dedicado un capítulo entero
(el sexto) al trabajo humano, en el que recuerda que el descanso para el hom-
bre es tan importante como el trabajo: «El descanso permite a los hombres re-
cordar y revivir las obras de Dios, desde la Creación hasta la Redención, reco-
nocerse a sí mismos como obra suya (cfr. Ef 2,10), y dar gracias por su vida y
su subsistencia a Él, que de ellas es el Autor» (n. 258).

6. La evolución del Magisterio en la concepción del trabajo y del traba-


jador, que hemos podido comprobar, no terminará nunca. La Iglesia deberá
continuar y profundizar su reflexión teológico-pastoral sobre el trabajo huma-
no al ritmo del rápido desarrollo y la continua transformación del ámbito la-
boral. En los últimos decenios (final del siglo XX e inicio del XXI) el ámbito
laboral está cambiando con rapidez: la continua progresión de las máquinas
dejan cada vez menos espacio a las manos del hombre en la industria, y dentro
de poco también en el transporte; por el rápido desarrollo informático los in-

87
CONCLUSIONES

tercambios de bienes y servicios se realizan cada vez más en el mundo digital,


disminuyendo el contacto directo interpersonal y aumentando el tiempo libre.
Ante estos grandes cambios el Magisterio deberá adaptarse a las nuevas situa-
ciones. Pero, independientemente de cómo se configure la actividad laboral de
transformar el mundo y la sociedad, en el fondo, quien la lleva a cabo es siem-
pre la persona, el único ser creado a imagen y semejanza de Dios. La finalidad
del continuo desarrollo del ámbito laboral debe recaer siempre en el hombre,
en el progreso humano y en su perfeccionamiento como persona. En definiti-
va, la actividad laboral del hombre siempre podrá y deberá ser animada e in-
formada por el espíritu cristiano convirtiéndose en instrumento de santifica-
ción de la persona y de perfeccionamiento del universo.

88
Bibliografía

1. Fuentes

1.1. Índice cronológico de documentos magisteriales

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89
BIBLIOGRAFÍA

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