Republicanismo Segun Gallardo

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 17

Araucaria.

Revista Iberoamericana de
Filosofía, Política y Humanidades
ISSN: 1575-6823
[email protected]
Universidad de Sevilla
España

Gallardo, Javier
Retrato conceptual y actualidad del republicanismo
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, vol. 14, núm. 28, 2012, pp. 3-
18
Universidad de Sevilla
Sevilla, España

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=28224469001

Cómo citar el artículo


Número completo
Sistema de Información Científica
Más información del artículo Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal
Página de la revista en redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
Retrato conceptual y actualidad del republicanismo 3

L as ideas . S u política y su historia :


los derechos humanos y sus prolemáticas

Retrato conceptual y actualidad del


republicanismo

Javier Gallardo
Universidad de la República (Uruguay)

Resumen
Este texto aborda una breve caracterización del pensamiento republicano,
poniendo especial énfasis en su fuerte compromiso con la vida política, con el
autogobierno colectivo y la política de la virtud. El texto discute también la ac-
tual vigencia del republicanismo y sus eventuales aplicaciones en el contexto de
las democracias contemporáneas. A partir del tratamiento descriptivo de ciertos
rasgos centrales del republicanismo se infieren algunos de sus lineamientos polí-
ticos más actuales, extrayéndose, de sus premisas conceptuales y valorativas, una
agenda republicana de profundización de las democracias, orientada hacia los
temas de deliberación pública, educación cívica y justicia.

Palabras claves: republicanismo, democracia, ciudadanía, deliberación pública.

Summary
This text deals with a brief characterization of republican thought,
emphasizing its strong commitment with political life, collective self-government,
and the politics of virtue. The text also discusses the present relevancy of
republicanism and its eventual applications in the context of contemporary
democracies. Thus, beginning with the descriptive treatment of certain key traits
of republicanism, some of its most important characteristics for present times
are deduced. From its conceptual and value premises, a republican agenda of
deepening of democracies is inferred. This agenda would be oriented towards the
topics of public deliberation, civic education and justice.
Keywords: republicanism, democracy, citizenship, public deliberation.

Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.
4 Javier Gallardo

Introducción

¿Qué puede aportar el republicanismo a la teoría y la práctica de la de-


mocracia? O mejor dicho, ¿qué tan democráticas son las nuevas lecturas aca-
démicas del pensamiento republicano? El objeto de este artículo es dar una
respuesta sumaria a estas preguntas, poniendo especial énfasis en la actualidad
de las ideas republicanas en el contexto de las democracias pluralistas contem-
poráneas. Dicho objetivo implica, por un lado, distinguir lo que diferencia al
republicanismo de otras familias de ideas políticas, y por otro, realizar algún
aterrizaje político de las ideas republicanas en el mundo actual. Lo primero
supone evitar algunos cortes o solapamientos conceptuales que dificulten una
clara comprensión del republicanismo, y lo segundo exige un pacífico rescate
de lo aún vigente o fecundo en el viejo ideario de las repúblicas. En consecuen-
cia, para dar cuenta de ambos aspectos, en la primera sección de este artículo
presentamos una breve caracterización del pensamiento republicano, y en el
segundo tramo abordamos, en términos expeditivos, la cuestión de su eventual
influencia en una agenda de profundización o de renovación de las democracias
contemporáneas.
Cabe precisar, in limine, que nuestra discusión conceptual del republican-
ismo y la consideración de su eventual vigencia en los contextos democráticos
contemporáneos, no supone ingresar en el plano de la validez de sus funda-
mentos filosóficos o de sus prescripciones normativas. No es nuestra intención
motivar una aceptabilidad racional de las bondades del republicanismo, a la luz
de un contraste sistemático con otras perspectivas rivales. Antes bien, nuestro
propósito es trazar un inventario descriptivo de algunos rasgos centrales del
republicanismo, con vistas a extraer, de su especial compromiso con la vida
política y ciudadana, algunos lineamientos actuales del pensamiento republi-
cano, internos, por así decirlo, a sus premisas conceptuales y a sus orientaciones
prácticas fundamentales.
Ciertamente, el republicanismo contiene un sustrato normativo, intrínseco
a cualquier caracterización conceptual del mismo, del cual se desprenden un
conjunto de prescripciones políticas, algunas de ellas constitutivas de una gen-
uina política republicana y otras de carácter más contingente o circunstancial.
De hecho, en base a nuestra breve descripción del ideario republicano, a lo
largo del texto nos permitimos formular algunas conjeturas sobre su adaptación
al contexto pluralista de los sistemas políticos modernos y sobre sus posibles
evoluciones futuras. No obstante, dejamos de lado la justificación de su dese-
abilidad o de su eventual superioridad frente a otras teorías políticas contem-
poráneas, cuestión que nos llevaría a transitar por un terreno de contrastes y
juicios normativos que escapan al propósito de este trabajo.

Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.
Retrato conceptual y actualidad del republicanismo 5

1. Breve bosquejo de la tradición republicana

Dada la variedad de notas distintivas que se han venido incorporando al


viejo ideario republicano, en función, no pocas veces, de preocupaciones políti-
cas inmediatas o de variados apremios ideológicos, algunas de sus reconstruc-
ciones conceptuales y narrativas parecen situarse en el mundo enigmático de las
ficciones teóricas. Algo que no debería sorprendernos, ya que el pasaje por el
republicanismo se ha constituido, en los últimos tiempos, en una suerte de im-
perativo teórico para pensadores e investigadores de las más diversas geografías
políticas y académicas, algunos de ellos disconformes con las actuales realidades
democráticas, otros desencantados con las corrientes centrales del pensamiento
político contemporáneo y otros preocupados, en fin, ante el hegemonismo liberal
en los principales centros de reflexión política.1
En todo caso, cualquier caracterización del republicanismo debe partir del
hecho de su pluralidad constitutiva, pues, al igual que el liberalismo, no consti-
tuye una doctrina política unificada, sino, más bien, una familia de principios e
ideas generales, de la que han ido surgiendo, en distintas épocas y circunstancias,
diversas recreaciones históricas y variadas trayectorias institucionales. Basta dar
una rápida ojeada a la tradición de las repúblicas para comprobar las diferencias
existentes entre el republicanismo antiguo, clásico y moderno (Audier, 2004),
entre una idea de república identificada con la armonía y la concordia cívica, a la
manera de Cicerón o Harrington, y otra centrada en la fecundidad política de un
conflicto sometido a la ley común, al modo de Maquiavelo. Incluso, si nos situa-
mos en el horizonte político de la modernidad, saltan a la vista las diferencias en-
tre los modelos del republicanismo norteamericano y el francés (Arendt, 1965). Y
tomados en conjunto, los relatos tradicionales del republicanismo invocan desde
sensibilidades conservadoras o aristocráticas, hasta liberales y democráticas, pas-
ando por un ancestral clivaje, transversal al conjunto del pensamiento político,
entre un republicanismo educacional o perfeccionista y otro más político o insti-
tucionalista, por no mencionar otras diferencias no menos relevantes, como las
existentes entre un constitucionalismo republicano “monista”, sujeto al principio
de soberanía popular, y otro pluralista o de división del poder.
Con todo, dejando de lado la variedad de perfiles conceptuales e históricos
de la añeja tradición republicana, de ella es posible extraer un núcleo de ideas y
lenguajes comunes, originariamente dirigido contra los regímenes monárquicos y

1
La lista de trabajos comprometidos con la reactivación teórica del republicanismo es muy vasta.
Entre ellos, puede consultarse: J. G. A. Pocock (1975), C. Nicolet (1982), F. Michelman (1986), C.
Sunstein (1988), Q. Skinner (1990), A. Oldfield (1990), J.F. Spitz (1995), K. Haakonsen (1995), R.
Dagger (1997), Ch. Taylor (1997), R. Tercheck (1997), Ph. Pettit (1999), B. Brugger (1999), Viroli
(1999) y Audier (2004). En español puede acudirse a H. Béjar (2000), F. Ovejero Lucas (2001), S.
Giner (2002), J. Rubio-Carracedo (2002), A. De Francisco (2007), y Martí J.L.-Pettit Ph. (2010). A lo
cual debe sumarse la edición de Res Publica Nº 9-10, del 2002, y la compilación de textos a cargo de
F. Ovejero-J. L. Martí-R. Gargarella (2004).

Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.
6 Javier Gallardo

a la vez consustanciado con una politeia robusta, con una libertas dependiente del
imperio de la ley, con la virtù cívica y l’esprit publique. Precisamente, la recuper-
ación del compromiso de la tradición republicana con la cosa común o de todos,
con la esfera pública y el activismo ciudadano, ha motivado un “giro republicano”
en la teoría política y una singular renovación de la filosofía política, en el marco
de la crisis del marxismo y de un arborescente debate en torno al liberalismo de
inspiración rawlsiana.
Y bien, a la hora de establecer un denominador común de las diversas pers-
pectivas republicanas, cabe mencionar, en primer lugar, su fuerte vocación pro-
política, esto es, su insistente reivindicación –superior, sin duda, a la de sus demás
congéneres− de la vida común y la integridad de la política para intervenir en los
más diversos dominios sociales, con independencia de un fundamento filosófico
último, epistémico o moral. Dejando de lado, en efecto, el polémico ideal aris-
totélico de una vida buena basada en la existencia política de un ser verdadera-
mente humano, el republicanismo no acude a un fundamento último de un bien
o saber supremos, sino a la idea de un bien común a las partes diferenciadas de
la sociedad. Se trata de un bien político, informado por una libertad exenta de
servidumbres o dependencias arbitrarias, cuyo ejercicio exige un espacio cívico
abierto a todos, en el que puedan determinarse públicamente los cursos de acción
común. De ahí que el republicanismo identifique el bien común con el régimen de
la ley y con una distribución justa o equilibrada de los recursos de autoridad po-
lítica, reivindicando el involucramiento ciudadano con los asuntos gubernativos,
de modo que estos últimos no se vean expuestos a la corrupción de un manejo
entre pocos o en manos privadas. Y de ahí también que el republicanismo insista
en la importancia de ciertas cualidades o virtudes ciudadanas, deliberativas y de
juicio, junto a las condiciones sociales de equidad o de justicia garantes de la in-
tegridad procedimental y sustantiva de las actuaciones políticas. En suma, sin la
intervención ciudadana en los asuntos gubernativos en el marco de una legalidad
común, sin un ethos cívico o una disposición actitudinal de los individuos hacia el
bien público, y sin las condiciones socio-económicas que aseguren una auténtica
y paritaria intervención de los ciudadanos en la dirección de los asuntos comunes,
las repúblicas no serían tales o caerían en un grave déficit de legitimidad.
Sobre esta base, el republicanismo reivindica la autoridad de la política para
intervenir en los más diversos ámbitos de la vida social. De hecho, la tradición
de las repúblicas contiene una amplia gama de esfuerzos políticos e institucio-
nales tendientes a fortalecer la autoridad común de los ciudadanos, con vistas
a preservar las sociedades humanas de la cruda fuerza y la arbitrariedad. Gran
parte, incluso, de los principales referentes republicanos vinieron a anteponer las
prácticas de decidir en conjunto, entre muchos o entre todos, a las tutelas tradi-
cionales o jerárquicas, a los saberes expertos, a las racionalidades burocráticas o
a los intercambios “naturales” o espontáneos de la economía y la sociedad civil.
Es natural, entonces, que el ciudadano ocupe un lugar central en el imagi-
nario político republicano, a quien se le reconoce, junto a su capacidad de ini-
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.
Retrato conceptual y actualidad del republicanismo 7

ciativa para actuar entre y con otros, sus facultades para darse la ley a sí mismo
y decidir las normas rectoras de la sociedad. Incluso, a la hora de conjugar una
íntegra relación entre la libertad individual y el autogobierno colectivo, el pensa-
miento republicano pondrá especial énfasis en la autonomía de los ciudadanos
para decidir en conjunto e interferirse mutuamente, sobre la base de genuinas
prácticas deliberativas, de una formación pública, discursiva o argumental, de las
voluntades políticas.
Ante la pregunta, más propia del mundo moderno que del antiguo, de inspi-
ración contractualista, también podría decirse, sobre cómo cuidarnos de los abu-
sos del poder gubernativo, de la corrupción de los gobernantes o del uso de recur-
sos estatales en beneficio propio y no del interés público, la respuesta republicana
iría por el lado del imperio de la ley y de un contacto fluido de los individuos
con la cosa pública, resaltando la importancia de los incentivos públicos a sus
disposiciones cívicas para intervenir en los asuntos comunes. En consecuencia, a
la hora de combatir la tiranía del poder político o de las mayorías, desde el punto
de vista republicano, no sería necesario construir barreras tradicionales, religiosas
o jerárquicas, ni apelar tampoco a un muro infranqueable de derechos independi-
entes del proceso político, colocados al margen de la deliberación común, superi-
ores o intangibles a las decisiones colectivas. Dicho de otra manera, la obligación
política, en sentido republicano, contiene un fundamento asociativo y participati-
vo más que delegativo o jurídico-contractual, aunque este último no deje de tener
su lugar en la tradición rousseauniana de las repúblicas, pero como acto fundante
de la sociedad, constitutivo de la vida civil o de las libertades fundamentales. En
definitiva, a las repúblicas no las uniría ni un vínculo de origen, étnico o cultural,
ni un contrato, hipotético o real, entre individuos independientes o pre-existentes
a la sociedad, sino la ley o el pacto ciudadano, junto a los relatos de una legítima
autoridad vinculante y a las promesas, siempre renovables, de un futuro común.
Llegados a este punto, es posible avanzar tres conclusiones básicas. La prim-
era es que el poder político y la ley no significan, para la tradición republicana,
instrumentos opresivos o invasores de la libertad individual, sino instancias de
ejercicio de la libertad y la autoridad comunes, constitutivas de las libertades
fundamentales de los individuos y de sus prácticas de autogobierno. La segunda
conclusión es que la política republicana no se justifica por su valor instrumental
o por sus resultados externos al proceso de decisión en conjunto, sean estos me-
didos en base a criterios bienestaristas o en razón de algún otro patrón de correc-
ción epistémica o moral. Antes bien, la política republicana constituye un bien in-
trínsecamente valioso, no sólo porque, dirán algunos, la actividad ciudadana está
estrechamente ligada a los intereses fundamentales de los individuos, sino porque,
dirán otros, contiene un valor realizativo o identitario, inherente al pleno disfrute
de una felicidad común. Y la tercera conclusión es que, tal como lo evidencian al-
gunos de los principales referentes de la tradición republicana, como Aristóteles,
Maquiavelo o Rousseau, el problema de la política no consiste en su amenaza a
las libertades privadas, sino en cómo expandir una saludable politización de la
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.
8 Javier Gallardo

vida social, en cómo asegurar una genuina interferencia de la ley y de los poderes
públicos en situaciones de dominio o de dependencias arbitrarias, latentes o mani-
fiestas, en los más diversos ámbitos de relacionamiento social. En otros términos,
las leyes republicanas no constituyen ni una amenaza para los individuos, ni una
disrupción arbitraria en la legalidad ética de las tradiciones, sino la condición de
posibilidad de las libertades individuales, del disfrute de los acervos tradicionales
y las acumulaciones históricas, de la práctica de autodeterminación de los ciu-
dadanos y de su seguridad frente a la coacción o la influencia arbitraria.
Ahora bien, dejando de lado la lectura maquiaveliana del ramal romano de
la tradición, sensible al valor público del conflicto y a la fecundidad política del
disenso, el republicanismo contiene, especialmente en su versión moderna o ilus-
trada, desde Harrington a la variante girondina de Condorcet, pasando por Rous-
seau y Kant, una mirada uniformizante de la ciudadanía, esto es, una tendencia a
asimilar la subjetividad del ciudadano a la de un sujeto cívico comprometido con
los asuntos públicos o colectivos, económicamente independiente, desligado de
los mundos concretos o particulares de la vida doméstica o civil. Sea invocando la
idea de una identidad política distante o escindida de los compromisos y valores
fundamentales de los individuos, sea instaurando un corte radical entre lo público
y lo privado, de suyo desdeñoso de las actividades y los emprendimientos extra-
políticos de los individuos, sea acudiendo, en fin, a una fórmula educacionista o
perfeccionista de los ciudadanos, el caso es que el republicanismo contiene un
concepto homogéneo y abstracto de la ciudadanía, llamado a instituir una frontera
discriminante o excluyente entre la virtud ciudadana y una “otredad” devaluada
en su condición cívico-moral. Gran parte del republicanismo moderno reivindi-
cará, de este modo, una ciudadanía en ruptura o a distancia con los valores tradi-
cionales o las prácticas de la sociedad civil, en nombre de una idea unificadora
de la comunidad política o de una razón emancipatoria, sectaria o uniformizante,
de la que no estará exento, por cierto, el liberalismo, la otra gran perspectiva
ciudadana, junto a la democrática, de la modernidad. Así, más allá de las abstrac-
ciones políticas del iluminismo y del linaje ilustrado de la “política de la razón”,
en el republicanismo habita una amplia gama de herederos del combate rousseau-
niano contra las “sociedades parciales”, dirigido a neutralizar los particularismos
o a abolir las corporaciones, en nombre de la voluntad común de los ciudadanos
o del interés general (Audier, 2004).
Sin embargo, la sensibilidad politizadora del republicanismo, su confianza
en la autoridad de la política para resolver los asuntos fundamentales de la so-
ciedad y su afinidad con el activismo legislativo, lo predisponen a intervenir en
múltiples situaciones de dominación social, ante variadas amenazas o violaciones
a la libertad e igualdad de los ciudadanos, habilitándolo a asumir una perspectiva
pluralista de la vida gubernativa y ciudadana, alentándolo a favorecer una íntegra
relación entre lo público y lo privado. Habida cuenta de su vocacional potencial
de expansión de la res pública, de la cosa común o de todos a múltiples esferas
de la vida social, el republicanismo podría activar su lado aperturista o pluralista,
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.
Retrato conceptual y actualidad del republicanismo 9

sensible a la diversidad social, dando acogida política, en un plano isonómico o de


igual habla pública, a diversos intereses y valores públicos, a diferentes reclamos
de justicia y reconocimiento mutuo. Si esto es así, el republicanismo estaría en
condiciones de abandonar sus perfiles más uniformizantes o neutralizantes de la
diversidad política, renovando sus credenciales democráticas y pluralistas, multi-
plicando sus aportes cívico-morales a la democracia del número o de negociación.
Sea como fuere, la idea republicana de la centralidad de la política remite a
otros cuatro aspectos que diferencian al republicanismo de las restantes familias
de ideas políticas. El primero es su fuerte adhesión al principio del autogobierno
colectivo, entendido como el control público y ciudadano, normativo y experi-
mental, del destino común de los miembros de la comunidad política. El autogo-
bierno republicano sin duda puede llegar bastante más lejos de lo que admitiría un
principio de trato imparcial a las creencias o preferencias de los individuos, pues
sus prioridades ciudadanas apuntan al cotejo público de las mismas y a la regla-
mentación de aquellas que afecten las condiciones de vida individual y colectiva,
trascendiendo cualquier conformidad complaciente con los resultados contingen-
tes de los diversos regímenes de coordinación social. Dicho de otra manera, el
ideal de autogobierno supone privilegiar, por encima de la independencia electiva
de los individuos y de los resultados agregados o aleatorios de sus preferencias
socialmente dadas, la autonomía de los ciudadanos para deliberar, para endoge-
neizar, por así decirlo, las preferencias externas al proceso político, e interferir los
intercambios sociales que afecten la justicia, la vida común y el significado in-
clusivo de los bienes y prácticas de mayor aprecio social. Por consiguiente, si las
repúblicas constituyen una fuente de individuación moral, esto se debe, en última
instancia, a la autoridad de los ciudadanos y de sus agentes para consagrar, me-
diante la Constitución y Ley, sus independencias e interdependencias legítimas.
El segundo aspecto distintivo del republicanismo remite a su reivindicación
del pleno ejercicio de las libertades de participación, de asociación y comuni-
cación política. En contraposición a las libertades negativas liberales, basadas
en la no interferencia coercitiva en el dominio de las elecciones autónomas de
los individuos, el republicanismo privilegia las libertades positivas, de acción
común y de autodeterminación colectiva, reconociendo las facultades de interfer-
encia mutua entre los ciudadanos en múltiples planos de la vida social y de la au-
tonomía individual. De hecho, la tradición de las repúblicas, fiel a sus principios
normativos, llevó la ley y las actuaciones ciudadanas bastante más lejos de lo que
aconsejaría un liberalismo contractualista o neutral ante la pluralidad de valores y
preferencias de los individuos.
En tercer lugar, el republicanismo pone especial énfasis en los requisitos le-
gitimadores o autoritativos de la deliberación pública, entendida como una instan-
cia de reflexión crítica, de cotejo y revisión común de las preferencias y opiniones
ciudadanas. Recordemos que toda deliberación colectiva implica el intercambio
de argumentos orientados a la resolución de conflictos o diferencias de opinión,
que las partes puedan contrastar, aceptar o rechazar, conforme a una reflexión
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.
10 Javier Gallardo

común, en un marco de respeto recíproco y de razones mutuamente referidas. Los


intercambios deliberativos, a diferencia de las motivaciones estratégicas del habla
disputativa o negociadora, requieren una disposición de las partes a revisar las
posiciones propias, a prescindir de razones autoafirmativas o maximizadoras del
interés propio, debiendo defender razones comprensivas o atentas a todas las cir-
cunstancias relevantes del caso. De ahí que la deliberación política opere, en las
versiones antiguas y modernas del republicanismo, como la fuente de legitimidad
del ejercicio del poder común, acaso más importante aún que el conteo iguali-
tario de las preferencias individuales o que el predominio del mayor agregado de
opiniones.
Adviértase que el modelo republicano de deliberación no implica un ideal
deliberativo etéreo o desencarnado, librado a problemáticas generalizaciones so-
bre las estructuras comunicativas o de racionalidad moral de los individuos. Esto
es así, porque, en primer lugar, la deliberación republicana no exige erogaciones
justificativas demasiado onerosas, tendientes a alcanzar acuerdos o unanimidades
racionalmente motivadas, sino que apunta, más bien, a formar mayorías que
cuenten con suficientes bases públicas de legitimación electiva. Y en segundo
lugar, porque el debate republicano tampoco demanda recortes excesivos al ejer-
cicio de la “razón pública”, de los temas y razones que puedan incluirse en la
deliberación política, al menos si nos atenemos a la sensibilidad del aristotelismo
hacia la composición plural del “demos” y a su defensa de la retórica como medio
legítimo de persuasión política. Lo que el deliberacionismo republicano reclama,
en todo caso, es que las asambleas políticas y los foros cívicos sigan reglas co-
munes de un debate justificativo y argumental, cuyos temas abarquen los más
variados asuntos públicos, contemplando no sólo el lenguaje de los derechos y de
una justicia no discriminatoria, sino también las valoraciones discordantes sobre
la naturaleza y los significados de los bienes y prácticas de aprecio común.
Por último, el cultivo de las virtudes cívicas conforma otro de los rasgos
más salientes de la tradición de las repúblicas, la cual se caracteriza por la impor-
tancia que le asigna a la calidad moral de las motivaciones humanas, con inde-
pendencia del valor práctico de los principios o reglas universales de conducta y
del papel controlador o sancionador de las instituciones públicas. Así, a la hora
de contrarrestar o neutralizar las inclinaciones egocéntricas de los individuos, el
pensamiento republicano pone especial énfasis en el carácter de las personas, en
su disposición a considerar la perspectiva de los otros y a cooperar en base a su
íntegra identidad moral. Incluso, la ética de la virtud republicana −desde Aris-
tóteles a Hannah Arendt− destaca el valor de la independencia y la capacidad de
juicio de los individuos ante las circunstancias cambiantes de la vida política y
social. Y si bien algunas versiones republicanas tienden a hacer la economía de la
virtud, confiando en la obtención de resultados valiosos mediante arreglos institu-
cionales compatibles con las motivaciones autorreferidas de los individuos, como
en el caso del republicanismo madisoniano, en líneas generales, los republicanos
insisten en la imposibilidad de desarrollar la vida gubernativa y ciudadana sin
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.
Retrato conceptual y actualidad del republicanismo 11

contar con cierta clase de gente o, como diría, Maquiavelo, sin aunar las buenas
leyes y las buenas costumbres. En suma, para el republicanismo, la integridad de
la vida política no puede confiarse a principios morales universales, ni depender
tampoco de la inteligencia de las instituciones controladoras o sancionadoras,
pues requiere de la disposición moral o identitaria de los ciudadanos o de sus
agentes para hacer frente a las injusticias y desmanes de la vida corriente. De ahí
que la tradición de las repúblicas le asigne tanta importancia a la educación y a los
hábitos ciudadanos, adjudicándole singular relevancia a las conductas de servicio
público y de ejemplaridad cívica, por encima del interés propio o de una morali-
dad abstracta, como fuentes motivadoras del ejercicio de las funciones públicas y
de la cooperación social.

2. Republicanismo y democracia

Cabe precisar, en primer lugar, que el ideal de república no siempre se llevó


bien con la democracia, entendida como la maximización de la participación igual-
itaria de los ciudadanos y el predominio de una regla mayoritaria. En rigor, la
igual autoridad política de todos los miembros adultos de la sociedad y la primacía
de las opiniones mayoritarias medidas en votos, fue negada “más de tres veces”
desde las más diversas tiendas filosóficas y políticas. Dejando de lado algunos
casos ejemplares, habrá que esperar hasta el último tercio del siglo XX para que la
democracia sea tratada, ante sucesivos fracasos de un pensamiento fundacional de
ordenamientos transparentes y armoniosos, de inspiración historicista, cientificista
o moral, como un bien valioso en sí mismo o como una regla de juego prudencial,
cuyo respeto sería menos oneroso que cualquier intento por suprimirla.
En segundo lugar, en términos clásicos y modernos, democracia significa un
régimen de gobierno basado en el poder del demos o en una soberana voluntad
popular. Sin embargo, bajo el paradigma dominante en la Ciencia Política con-
temporánea, la democracia ha pasado a ser vista como un régimen de competencia
política, regido por un igual trato a las preferencias individuales, sean estas exó-
genas o endógenas al proceso político, y por el predominio de los agregados may-
oritarios de preferencias, medidas en votos. Puestas las cosas así, la bondad y la
deseabilidad de la democracia dependen de sus libertades adversativas y del juego
contingente de alternancias entre gobernantes y opositores, más que del ejercicio
de un autogobierno deliberativo, del escrutinio público y abierto de las mejores
alternativas sometidas a la decisión colectiva. Por cierto que los principios y la
práctica de la democracia competitiva o agregativa no sólo han despertado críticas
u objeciones entre las corrientes participacionistas o tendientes a complementar
la democracia política con una democracia social, pues los cuestionamientos han
surgido también de la escuela de la elección social. Encabezado por Kenneth Ar-
row, dicho enfoque vino a llamar la atención, a mediados del siglo XX, acerca de
la imposibilidad de alcanzar, en contextos de pluralidad de alternativas y en condi-
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.
12 Javier Gallardo

ciones de transitividad de las preferencias individuales, un registro consistente y


racional de las preferencias agregadas de los ciudadanos, objetando también la
posibilidad de que dichos agregados reflejen alguna función de bienestar social.
Este emplazamiento a la racionalidad de las mayorías democráticas, acaso exce-
sivamente teórico o contrafáctico, vino a alentar diversas reacciones, algunas de
ellas francamente enemistadas con el “populismo” de las democracias mayoritar-
ias. Así, del lado liberal, se puso énfasis, simplificando un poco las cosas, en los
resguardos constitucionales de la democracia o en los derechos fundamentales de
los individuos, sea para inscribirlos en un contrato constitucional, sea para librar-
los a un garantismo judicial, priorizándose, en todo caso, las libertades básicas
de los individuos frente a las decisiones mayoritarias o a la maximización del bi-
enestar general. En cambio, el reciente revival republicano, pese a sustentarse en
encuadres constitucionalistas de la democracia, vino a jerarquizar la deliberación
pública y la política de la virtud como pilares fundamentales del pleno ejercicio de
las libertades democráticas y de la autoridad común de los ciudadanos.2
Recordemos que entre los institutos clásicos del republicanismo, tendientes
a combatir la enajenación política de la ciudadanía, contrarios a la política entre
pocos, a la profesionalización de los roles políticos y de la gestión estatal, figuran
el voto obligatorio, las elecciones frecuentes, la rotación en los cargos públicos,
las asambleas deliberantes, los plebiscitos, los jurados populares, las milicias ciu-
dadanas o la guardia nacional. Incluso, en la exégesis arendtiana de la tradición re-
publicana, la división de poderes y la revisión judicial de las leyes forman parte de
un repertorio institucional republicano tendiente a fortalecer, más que a refrenar,
el poder de la política y la democracia, activando prácticas discursivas o delibera-
tivas cuya bondad residiría en los vínculos cívicos y en los relatos favorecedores
de juicios ciudadanos, más que en la protección de derechos o en la satisfacción
de demandas bienestaristas. Y de acuerdo a un republicanismo de impronta “mo-
nista” o rousseauniana, atento a los controles internos, más que externos, de la
formación legítima de las voluntades políticas mayoritarias, las agencias estatales
de control o de regulación de ciertas prácticas económicas o sociales no deberían
independizarse del juego democrático de las opiniones públicas o de los cambios
de opinión del demos.
En cualquier caso, el fortalecimiento del lado deliberativo de la democracia
constituye un aspecto central de una agenda republicana para las actuales democ-
racias, siempre y cuando se trate de una deliberación política abierta a todas las
voces y a las más diversas temáticas públicas, tendiente a exigir argumentos com-
prensivos o generalizables, orientada a suministrar firmes bases públicas de le-

2
En este texto no nos detendremos en la consideración de otros dos tópicos típicamente
republicanos. Uno de ellos relacionado con la influencia de los poderes económicos o corporativos en
las prácticas democráticas, en las campañas electorales y en la democracia representativa; y el otro
vinculado a la asimetría de influencia política derivada de las diferentes competencias cognitivas de los
ciudadanos, del rol decisivo de los expertos en decisiones políticas fundamentales. Ambos problemas
acaso podrían inscribirse en la ancestral categoría republicana de “corrupción de la política”.
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.
Retrato conceptual y actualidad del republicanismo 13

gitimación a los disensos públicos y a las decisiones mayoritarias, sin costosas


escisiones entre las identidades cívicas y sociales de los ciudadanos, sin cortes
radicales entre la razón pública y privada de los individuos. La deliberación políti-
ca sería, en suma, la instancia crítica de la república ante los deseos y demandas de
la democracia competitiva, agregativa o confiada a la ley del número. Para cumplir
estos preceptos, los arreglos institucionales de una república democrática deberían
optimizar los intercambios discursivos o argumentales, incentivando en los in-
terlocutores políticos la disposición a explicarse, a escucharse y a seguir reglas
comunes de razonamiento público (de información, conocimiento e inferencias
legítimas), promoviendo un “careo adecuado” de todas las voces públicas, incen-
tivando la racionalidad argumental más que disputativa (la primera tendiente a
esclarecer, a justificar o resolver diferencias de opinión, la segunda, centrada en ra-
zones auto-afirmativas o pendiente de los resultados estratégicos de la discusión).
Por consiguiente, el fortalecimiento y la difusión de las deliberaciones públicas
en sedes parlamentarias, partidarias y mediáticas, junto a la consolidación de las
actuaciones −vinculantes o no− de las audiencias públicas, de las experiencias
de jurados ciudadanos y de los debates informales en la sociedad civil deberían
formar parte de una empresa republicana de enriquecimiento deliberativo de la
democracia.
Otra de las preocupaciones centrales del republicanismo, inscripta en la lógica
de sus compromisos normativos, remite a la cuestión de la educación cívica. Ya los
republicanos del siglo XVIII y XIX, como Rousseau, Jefferson y Condorcet, in-
sistieron en la importancia de acompañar el establecimiento del sufragio universal
con una educación orientada a forjar ciudadanos activos, capaces de ejercer plena-
mente sus derechos políticos y juzgar los asuntos públicos sin prejuicios ni egoís-
mos particularistas. De hecho, la instrucción pública será vista como un pilar de la
construcción de las repúblicas decimonónicas, invocando, en parte, un principio de
laicidad, de separación de la iglesia del Estado, y en parte también, la necesidad de
cimentar, mediante una educación pública común, una unión ciudadana, superior a
otros vínculos sociales o tradicionales (Audier, 2004).
Lo cierto es que el republicanismo no puede desentenderse del impulso a una
educación destinada a transmitirles a los ciudadanos los fundamentos del orde-
namiento institucional y los conocimientos necesarios para ejercer sus compe-
tencias cívicas o sus derechos democráticos. Que las instituciones democráticas,
como tales, contribuyan o no a la formación política de los ciudadanos, es un
problema empírico que requiere específicas verificaciones fácticas. Y que el buen
diseño de las instituciones políticas alcance para obtener conductas virtuosas de
los ciudadanos, con independencia de sus motivaciones internas, constituye un
razonamiento liberal, no exento, por cierto, de controversias en el propio seno del
liberalismo. De ahí que el republicanismo insista en la necesidad de forjar hábitos
y conocimientos que fortalezcan el compromiso ciudadano con las cosas políticas
y su capacidad de juicio público.

Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.
14 Javier Gallardo

De hecho, no son pocos los teóricos republicanos coincidentes con sus pares
democráticos en el diagnóstico del alto costo motivacional, de información y
conocimiento, que representa la política para el ciudadano común. Algo difícil de
revertir mediante la militancia de los partidos o de otros colectivos políticos. Par-
tiendo de esta constatación, desde diversas corrientes republicanas se han venido
impulsando, en nombre de la integridad de la política y del bien común, variados
instrumentos educativos, tendientes a suministrar a los ciudadanos conocimien-
tos necesarios para abordar las cuestiones políticas y desarrollar sus capacidades
como usuarios activos de las instituciones políticas, dotándolos de disposicio-
nes que les permitan ejercer sus derechos y cumplir con sus obligaciones cívi-
cas. Desde luego, tales conocimientos y capacidades vendrían inevitablemente
acompañados de una transmisión –crítica y reflexiva− de valores demo-políticos
(igualdad, libertad, civilidad), junto a otros estímulos a las motivaciones apropia-
das para desempeñarse, con autonomía y responsabilidad, en la vida ciudadana.
Difícilmente tales enseñanzas puedan desligarse del fomento de actitudes y dis-
posiciones de una conducta cívica robusta, requerida para el desempeño activo
de libertades adversativas y deliberativas, a salvo de corrupciones “privatistas”
o “decisionistas”. Algo que iría bastante más allá de la búsqueda de un proced-
imiento neutral ante las valoraciones y preferencias inscriptas en el territorio de
las libertades “negativas” de los individuos, o bien de una mera conformidad
legalista de los ciudadanos a las reglas de juego vigentes.
El tercer reto político del actual revival republicano se relaciona con la actu-
alidad, teórica o filosófica, de la justicia. Aunque el republicanismo clásico parece
más interesado en la justicia política que en la justicia social, siendo más ambig-
uas sus proposiciones de igualación socio-económica de los ciudadanos que sus
definiciones respecto a la igualdad y libertad políticas, la agenda republicana para
las actuales democracias no podría prescindir del lenguaje de la justicia. Contrari-
amente a las doctrinas liberales del laissez faire, sujetas a la justicia del mérito
o a un principio de responsabilidad individual ante las opciones propias, la idea
republicana invoca la solidaridad o fraternidad como complemento a la libertad
individual y a la igualdad ciudadana, al tiempo que advierte sobre la corrupción
política causada por la excesiva riqueza o el lujo de unos, y la indigencia o po-
breza de otros.
Puestas las cosas así, los deberes de la república no serían tanto “negativos”
u orientados a preservar la libertad de los individuos ante las injerencias compul-
sivas o arbitrarias de los cuerpos ciudadanos, cuanto “positivos”, vale decir, ten-
dientes a promover la intervención correctiva de los poderes públicos en beneficio
de la igualación de recursos u oportunidades para que los ciudadanos desarrollen
sus vidas, sin vulnerabilidades, opresiones o dependencias arbitrarias. En todo
caso, se trataría de asegurar las condiciones materiales e intersubjetivas de una
igual consideración y respeto a todos los ciudadanos, como miembros plenos de
la comunidad política o como usuarios de recursos acumulados por el conjunto
del colectivo social. Si el mérito y la eficiencia de la iniciativa privada deben tener
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.
Retrato conceptual y actualidad del republicanismo 15

un lugar en una república sensible a una pluralidad de motivaciones humanas y a


mercados guiados por decisiones descentralizadas, la reparación de desigualdades
y la solidaridad también deben ocupar un lugar destacado en la acción de las in-
stituciones republicanas, con vistas a neutralizar las interdependencias arbitrarias
o asimétricas, de modo de fortalecer las capacidades necesarias para convertir las
oportunidades y recursos sociales en efectivos desempeños realizativos de los
individuos, atendiendo las necesidades de los más vulnerables o dependientes,
reglamentando, en fin, los más opacos dominios arbitrarios de la vida privada.
Ahora bien, dejando de lado la tradición de las repúblicas agrarias, el repub-
licanismo no se basa en la identificación pre-política o privilegiada de sujetos
sociales portadores de progresos civilizatorios, de suyo acreedores a los deberes
morales de justicia. Bien pueden ser los individuos, indiferenciados o abstractos,
la unidad de medida de la distribución de cargas y beneficios sociales, o bien
pueden ser determinados grupos o categorías sociales los beneficiarios de legíti-
mas acciones afirmativas. Pero en cualquier caso, la agenda republicana para las
actuales democracias vendría a proyectar el lenguaje abstracto del bien común y
la fraternidad en un universo de justicia, en el que cabrían múltiples correcciones
republicanas a las desigualdades o asimetrías arbitrarias entre los ciudadanos.
Incluso, el ideal ciudadano de independencia económica, inscripto en la añeja
tradición de las repúblicas de propietarios, conllevaría, hoy por hoy, a una distri-
bución equitativa de los recursos productivos y monetarios, tendientes a asegurar
iguales oportunidades de emprendimiento económico y de bienestar básico. Algo
que iría bastante más allá de las batallas impositivas, socialdemócratas o del lib-
eralismo igualitario, en territorios redistributivos.

Conclusión

La reactivación del republicanismo refleja preocupaciones valorativas y


políticas, de ayer y de hoy, distintas a las de otras familias de ideas políticas. Se
trata de temas y problemas relacionados con el rescate de la vida política de ma-
nos privadas o despóticas, de reductos corporativos o de poder, de donde emanan
diversas aspiraciones consustanciadas con la integridad de la política, centradas
en el fortalecimiento del interés común de las partes políticas, en el activismo
deliberativo, en las virtudes ciudadanas y la justicia social.
Por otra parte, la actual recuperación de la tradición republicana se relaciona
con un lugar vacante dejado por dos de las principales teorías de la democracia:
la teoría agregativa, centrada en la sumatoria de preferencias individuales y en
los saldos positivos de bienestar general, y la idea de un pueblo dotado de una
voluntad unívoca o transparente, fusionado en torno a bien superior, u orientado
a combatir un status quo dominado por minorías recalcitrantes. Entre estas teo-
rías parciales de la democracia, hay lugar para una versión demo-pluralista de la
república, fundada en la idea de diversos espacios de libertad común, abiertos a la
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.
16 Javier Gallardo

acción de ciudadanos y agentes capaces de incidir en los cursos de la vida guber-


nativa y realizar sus fines, sin costosas escisiones entre sus identidades públicas
y privadas.
Un pacto renovado entre republicanismo y democracia, en sociedades plura-
les, complejas y diferenciadas, cuando no fragmentadas o socialmente disgrega-
das, no parece concebible en términos de una ciudadanía uniforme o abstracta,
escindida de sus intereses o de sus valores fundamentales, desconocida en sus
diversas identidades, en sus necesidades, vulnerabilidades o desventajas específi-
cas. De ahí que el compromiso democrático de los ciudadanos con la cosa pública
o de todos exija una república abierta a la sociedad, sensible a una ciudadanía
inclusiva y plural, compatible, en suma, con la democracia y el pluralismo. En tal
caso, la integridad de la política, caro ideal republicano, vendría a nutrirse de un
pluralismo robusto y equitativo, abonado por deliberaciones públicas abiertas a
todos los temas y razonamientos públicos, donde se reflejen debidamente, junto
a las más genuinas divisorias políticas, las disposiciones cívicas y el espíritu pú-
blico de los ciudadanos.

Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.
Retrato conceptual y actualidad del republicanismo 17

BIBLIOGRAFÍA CITADA:

ARENDT Hannah (1965): On Revolution. New York, Viking Press.


ARISTÓTELES (1997): Política. Madrid, Alianza.
AUDIER Serge (2004): Les théories de la république. Paris, La Découverte.
BEJAR Helena (2000): El Corazón de la República. Barcelona, Paidós.
BRUGGER Bill (1999): Republican Theory in Political Thought; Virtuous or
Virtual? New York, St. Martín’s Press, Inc..
DAGGER Richard (1997): Civic Virtues (Rights, Citizenship and Republican
Liberalism). Nueva York, Oxford University Press.
DE FRANCISCO Andrés (2007): Ciudadanía y democracia. Un enfoque
republicano. Madrid, Catarata.
GINER Salvador (2002): La estructura social de la libertad republicana;
en RUBIO-CARRACEDO J., ROSALES J.M., TOSCANO M. (ed.): Retos
pendientes en ética y política. Madrid. Trotta.
HAAKONSEN Knud (1995): Republicanism; en GOODIN Robert-PETTIT
Philip (eds.): A Companion to Contemporary Political Philosophy, Cambridge,
Blackwell Publishers.
MARTI José Luis−PETTIT Philip (2010): A Political Philosophy in Public
Life. Civic Republicanism in Zapatero’s Spain. Princeton University Press.
MICHELMAN Frank I. (1986): Traces of Self Government. Harvard Law
Review, V.100, Nº1.
NICOLET C. (1982): L’ idée républicaine en France, essai d’histoire critique.
Paris, Gallimard.
OLDFIELD Adrian (1990): Citizenship and Community. Civic Republicanism
and the Modern World, London and New York, Routledge.
OVEJERO LUCAS Félix ( 2001): Democracia Liberal y Democracias
Republicanas: para una crítica del elitismo republicano. Claves de Razón Práctica
Nº111, abril, p.18-30.
OVEJERO F.-MARTI J.L.-GARGARELLA R. (2004): Nuevas ideas
republicanas; autogobierno y libertad. Barcelona, Paidós.
PETTIT Philip (1999): Republicanismo: una teoría sobre la libertad y el
gobierno. Barcelona, Paidós.

Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.
18 Javier Gallardo

POCOCK J. G. A. (1975): The Maquiavellian Moment (Florentine Political


Thought and the Atlantic Republican Tradition). Princeton, Oxford,
Princeton University Press.
RUBIO-CARRACEDO José (2002): ¿Democracia republicana versus
democracia liberal?; en RUBIO-CARRACEDO J., ROSALES J.M., TOSCANO
M. (eds.): Retos pendientes en ética y política. Madrid. Trotta.
SKINNER Quentin (1990): The republican ideal of Political Liberty; en
BOCK G.-SKINNER Q.-VIROLI M. (comp): Machiavelli and Republicanism.
Cambridge, Cambridge University Press.
SPITZ Jean Fabien (1995): La liberté politique. Paris, Presses Universitaires
de France.
SUNSTEIN Cass (1988): Beyond the republican revival. The Yale Law Journal,
vol. 97, nº 8, Julio.
TAYLOR Charles (1996) [a]: La diversidad de bienes. La Política. Nº1.
Barcelona.
TERCHECK Ronald (1997): Republican Paradoxes and Liberal Anxieties
(Retrieving Neglected Fragments of Political Theory. New York, Rowman
& Littlefield Publishers, Inc.
VIROLI Mauricio (1999): Repubblicanessimo. Roma, Ed. Laterza.

Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.

También podría gustarte