Republicanismo Segun Gallardo
Republicanismo Segun Gallardo
Republicanismo Segun Gallardo
Revista Iberoamericana de
Filosofía, Política y Humanidades
ISSN: 1575-6823
[email protected]
Universidad de Sevilla
España
Gallardo, Javier
Retrato conceptual y actualidad del republicanismo
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, vol. 14, núm. 28, 2012, pp. 3-
18
Universidad de Sevilla
Sevilla, España
Javier Gallardo
Universidad de la República (Uruguay)
Resumen
Este texto aborda una breve caracterización del pensamiento republicano,
poniendo especial énfasis en su fuerte compromiso con la vida política, con el
autogobierno colectivo y la política de la virtud. El texto discute también la ac-
tual vigencia del republicanismo y sus eventuales aplicaciones en el contexto de
las democracias contemporáneas. A partir del tratamiento descriptivo de ciertos
rasgos centrales del republicanismo se infieren algunos de sus lineamientos polí-
ticos más actuales, extrayéndose, de sus premisas conceptuales y valorativas, una
agenda republicana de profundización de las democracias, orientada hacia los
temas de deliberación pública, educación cívica y justicia.
Summary
This text deals with a brief characterization of republican thought,
emphasizing its strong commitment with political life, collective self-government,
and the politics of virtue. The text also discusses the present relevancy of
republicanism and its eventual applications in the context of contemporary
democracies. Thus, beginning with the descriptive treatment of certain key traits
of republicanism, some of its most important characteristics for present times
are deduced. From its conceptual and value premises, a republican agenda of
deepening of democracies is inferred. This agenda would be oriented towards the
topics of public deliberation, civic education and justice.
Keywords: republicanism, democracy, citizenship, public deliberation.
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
2012. Pp. 3–18.
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Introducción
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La lista de trabajos comprometidos con la reactivación teórica del republicanismo es muy vasta.
Entre ellos, puede consultarse: J. G. A. Pocock (1975), C. Nicolet (1982), F. Michelman (1986), C.
Sunstein (1988), Q. Skinner (1990), A. Oldfield (1990), J.F. Spitz (1995), K. Haakonsen (1995), R.
Dagger (1997), Ch. Taylor (1997), R. Tercheck (1997), Ph. Pettit (1999), B. Brugger (1999), Viroli
(1999) y Audier (2004). En español puede acudirse a H. Béjar (2000), F. Ovejero Lucas (2001), S.
Giner (2002), J. Rubio-Carracedo (2002), A. De Francisco (2007), y Martí J.L.-Pettit Ph. (2010). A lo
cual debe sumarse la edición de Res Publica Nº 9-10, del 2002, y la compilación de textos a cargo de
F. Ovejero-J. L. Martí-R. Gargarella (2004).
Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, año 14, nº 28. Segundo semestre de
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a la vez consustanciado con una politeia robusta, con una libertas dependiente del
imperio de la ley, con la virtù cívica y l’esprit publique. Precisamente, la recuper-
ación del compromiso de la tradición republicana con la cosa común o de todos,
con la esfera pública y el activismo ciudadano, ha motivado un “giro republicano”
en la teoría política y una singular renovación de la filosofía política, en el marco
de la crisis del marxismo y de un arborescente debate en torno al liberalismo de
inspiración rawlsiana.
Y bien, a la hora de establecer un denominador común de las diversas pers-
pectivas republicanas, cabe mencionar, en primer lugar, su fuerte vocación pro-
política, esto es, su insistente reivindicación –superior, sin duda, a la de sus demás
congéneres− de la vida común y la integridad de la política para intervenir en los
más diversos dominios sociales, con independencia de un fundamento filosófico
último, epistémico o moral. Dejando de lado, en efecto, el polémico ideal aris-
totélico de una vida buena basada en la existencia política de un ser verdadera-
mente humano, el republicanismo no acude a un fundamento último de un bien
o saber supremos, sino a la idea de un bien común a las partes diferenciadas de
la sociedad. Se trata de un bien político, informado por una libertad exenta de
servidumbres o dependencias arbitrarias, cuyo ejercicio exige un espacio cívico
abierto a todos, en el que puedan determinarse públicamente los cursos de acción
común. De ahí que el republicanismo identifique el bien común con el régimen de
la ley y con una distribución justa o equilibrada de los recursos de autoridad po-
lítica, reivindicando el involucramiento ciudadano con los asuntos gubernativos,
de modo que estos últimos no se vean expuestos a la corrupción de un manejo
entre pocos o en manos privadas. Y de ahí también que el republicanismo insista
en la importancia de ciertas cualidades o virtudes ciudadanas, deliberativas y de
juicio, junto a las condiciones sociales de equidad o de justicia garantes de la in-
tegridad procedimental y sustantiva de las actuaciones políticas. En suma, sin la
intervención ciudadana en los asuntos gubernativos en el marco de una legalidad
común, sin un ethos cívico o una disposición actitudinal de los individuos hacia el
bien público, y sin las condiciones socio-económicas que aseguren una auténtica
y paritaria intervención de los ciudadanos en la dirección de los asuntos comunes,
las repúblicas no serían tales o caerían en un grave déficit de legitimidad.
Sobre esta base, el republicanismo reivindica la autoridad de la política para
intervenir en los más diversos ámbitos de la vida social. De hecho, la tradición
de las repúblicas contiene una amplia gama de esfuerzos políticos e institucio-
nales tendientes a fortalecer la autoridad común de los ciudadanos, con vistas
a preservar las sociedades humanas de la cruda fuerza y la arbitrariedad. Gran
parte, incluso, de los principales referentes republicanos vinieron a anteponer las
prácticas de decidir en conjunto, entre muchos o entre todos, a las tutelas tradi-
cionales o jerárquicas, a los saberes expertos, a las racionalidades burocráticas o
a los intercambios “naturales” o espontáneos de la economía y la sociedad civil.
Es natural, entonces, que el ciudadano ocupe un lugar central en el imagi-
nario político republicano, a quien se le reconoce, junto a su capacidad de ini-
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ciativa para actuar entre y con otros, sus facultades para darse la ley a sí mismo
y decidir las normas rectoras de la sociedad. Incluso, a la hora de conjugar una
íntegra relación entre la libertad individual y el autogobierno colectivo, el pensa-
miento republicano pondrá especial énfasis en la autonomía de los ciudadanos
para decidir en conjunto e interferirse mutuamente, sobre la base de genuinas
prácticas deliberativas, de una formación pública, discursiva o argumental, de las
voluntades políticas.
Ante la pregunta, más propia del mundo moderno que del antiguo, de inspi-
ración contractualista, también podría decirse, sobre cómo cuidarnos de los abu-
sos del poder gubernativo, de la corrupción de los gobernantes o del uso de recur-
sos estatales en beneficio propio y no del interés público, la respuesta republicana
iría por el lado del imperio de la ley y de un contacto fluido de los individuos
con la cosa pública, resaltando la importancia de los incentivos públicos a sus
disposiciones cívicas para intervenir en los asuntos comunes. En consecuencia, a
la hora de combatir la tiranía del poder político o de las mayorías, desde el punto
de vista republicano, no sería necesario construir barreras tradicionales, religiosas
o jerárquicas, ni apelar tampoco a un muro infranqueable de derechos independi-
entes del proceso político, colocados al margen de la deliberación común, superi-
ores o intangibles a las decisiones colectivas. Dicho de otra manera, la obligación
política, en sentido republicano, contiene un fundamento asociativo y participati-
vo más que delegativo o jurídico-contractual, aunque este último no deje de tener
su lugar en la tradición rousseauniana de las repúblicas, pero como acto fundante
de la sociedad, constitutivo de la vida civil o de las libertades fundamentales. En
definitiva, a las repúblicas no las uniría ni un vínculo de origen, étnico o cultural,
ni un contrato, hipotético o real, entre individuos independientes o pre-existentes
a la sociedad, sino la ley o el pacto ciudadano, junto a los relatos de una legítima
autoridad vinculante y a las promesas, siempre renovables, de un futuro común.
Llegados a este punto, es posible avanzar tres conclusiones básicas. La prim-
era es que el poder político y la ley no significan, para la tradición republicana,
instrumentos opresivos o invasores de la libertad individual, sino instancias de
ejercicio de la libertad y la autoridad comunes, constitutivas de las libertades
fundamentales de los individuos y de sus prácticas de autogobierno. La segunda
conclusión es que la política republicana no se justifica por su valor instrumental
o por sus resultados externos al proceso de decisión en conjunto, sean estos me-
didos en base a criterios bienestaristas o en razón de algún otro patrón de correc-
ción epistémica o moral. Antes bien, la política republicana constituye un bien in-
trínsecamente valioso, no sólo porque, dirán algunos, la actividad ciudadana está
estrechamente ligada a los intereses fundamentales de los individuos, sino porque,
dirán otros, contiene un valor realizativo o identitario, inherente al pleno disfrute
de una felicidad común. Y la tercera conclusión es que, tal como lo evidencian al-
gunos de los principales referentes de la tradición republicana, como Aristóteles,
Maquiavelo o Rousseau, el problema de la política no consiste en su amenaza a
las libertades privadas, sino en cómo expandir una saludable politización de la
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vida social, en cómo asegurar una genuina interferencia de la ley y de los poderes
públicos en situaciones de dominio o de dependencias arbitrarias, latentes o mani-
fiestas, en los más diversos ámbitos de relacionamiento social. En otros términos,
las leyes republicanas no constituyen ni una amenaza para los individuos, ni una
disrupción arbitraria en la legalidad ética de las tradiciones, sino la condición de
posibilidad de las libertades individuales, del disfrute de los acervos tradicionales
y las acumulaciones históricas, de la práctica de autodeterminación de los ciu-
dadanos y de su seguridad frente a la coacción o la influencia arbitraria.
Ahora bien, dejando de lado la lectura maquiaveliana del ramal romano de
la tradición, sensible al valor público del conflicto y a la fecundidad política del
disenso, el republicanismo contiene, especialmente en su versión moderna o ilus-
trada, desde Harrington a la variante girondina de Condorcet, pasando por Rous-
seau y Kant, una mirada uniformizante de la ciudadanía, esto es, una tendencia a
asimilar la subjetividad del ciudadano a la de un sujeto cívico comprometido con
los asuntos públicos o colectivos, económicamente independiente, desligado de
los mundos concretos o particulares de la vida doméstica o civil. Sea invocando la
idea de una identidad política distante o escindida de los compromisos y valores
fundamentales de los individuos, sea instaurando un corte radical entre lo público
y lo privado, de suyo desdeñoso de las actividades y los emprendimientos extra-
políticos de los individuos, sea acudiendo, en fin, a una fórmula educacionista o
perfeccionista de los ciudadanos, el caso es que el republicanismo contiene un
concepto homogéneo y abstracto de la ciudadanía, llamado a instituir una frontera
discriminante o excluyente entre la virtud ciudadana y una “otredad” devaluada
en su condición cívico-moral. Gran parte del republicanismo moderno reivindi-
cará, de este modo, una ciudadanía en ruptura o a distancia con los valores tradi-
cionales o las prácticas de la sociedad civil, en nombre de una idea unificadora
de la comunidad política o de una razón emancipatoria, sectaria o uniformizante,
de la que no estará exento, por cierto, el liberalismo, la otra gran perspectiva
ciudadana, junto a la democrática, de la modernidad. Así, más allá de las abstrac-
ciones políticas del iluminismo y del linaje ilustrado de la “política de la razón”,
en el republicanismo habita una amplia gama de herederos del combate rousseau-
niano contra las “sociedades parciales”, dirigido a neutralizar los particularismos
o a abolir las corporaciones, en nombre de la voluntad común de los ciudadanos
o del interés general (Audier, 2004).
Sin embargo, la sensibilidad politizadora del republicanismo, su confianza
en la autoridad de la política para resolver los asuntos fundamentales de la so-
ciedad y su afinidad con el activismo legislativo, lo predisponen a intervenir en
múltiples situaciones de dominación social, ante variadas amenazas o violaciones
a la libertad e igualdad de los ciudadanos, habilitándolo a asumir una perspectiva
pluralista de la vida gubernativa y ciudadana, alentándolo a favorecer una íntegra
relación entre lo público y lo privado. Habida cuenta de su vocacional potencial
de expansión de la res pública, de la cosa común o de todos a múltiples esferas
de la vida social, el republicanismo podría activar su lado aperturista o pluralista,
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contar con cierta clase de gente o, como diría, Maquiavelo, sin aunar las buenas
leyes y las buenas costumbres. En suma, para el republicanismo, la integridad de
la vida política no puede confiarse a principios morales universales, ni depender
tampoco de la inteligencia de las instituciones controladoras o sancionadoras,
pues requiere de la disposición moral o identitaria de los ciudadanos o de sus
agentes para hacer frente a las injusticias y desmanes de la vida corriente. De ahí
que la tradición de las repúblicas le asigne tanta importancia a la educación y a los
hábitos ciudadanos, adjudicándole singular relevancia a las conductas de servicio
público y de ejemplaridad cívica, por encima del interés propio o de una morali-
dad abstracta, como fuentes motivadoras del ejercicio de las funciones públicas y
de la cooperación social.
2. Republicanismo y democracia
2
En este texto no nos detendremos en la consideración de otros dos tópicos típicamente
republicanos. Uno de ellos relacionado con la influencia de los poderes económicos o corporativos en
las prácticas democráticas, en las campañas electorales y en la democracia representativa; y el otro
vinculado a la asimetría de influencia política derivada de las diferentes competencias cognitivas de los
ciudadanos, del rol decisivo de los expertos en decisiones políticas fundamentales. Ambos problemas
acaso podrían inscribirse en la ancestral categoría republicana de “corrupción de la política”.
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De hecho, no son pocos los teóricos republicanos coincidentes con sus pares
democráticos en el diagnóstico del alto costo motivacional, de información y
conocimiento, que representa la política para el ciudadano común. Algo difícil de
revertir mediante la militancia de los partidos o de otros colectivos políticos. Par-
tiendo de esta constatación, desde diversas corrientes republicanas se han venido
impulsando, en nombre de la integridad de la política y del bien común, variados
instrumentos educativos, tendientes a suministrar a los ciudadanos conocimien-
tos necesarios para abordar las cuestiones políticas y desarrollar sus capacidades
como usuarios activos de las instituciones políticas, dotándolos de disposicio-
nes que les permitan ejercer sus derechos y cumplir con sus obligaciones cívi-
cas. Desde luego, tales conocimientos y capacidades vendrían inevitablemente
acompañados de una transmisión –crítica y reflexiva− de valores demo-políticos
(igualdad, libertad, civilidad), junto a otros estímulos a las motivaciones apropia-
das para desempeñarse, con autonomía y responsabilidad, en la vida ciudadana.
Difícilmente tales enseñanzas puedan desligarse del fomento de actitudes y dis-
posiciones de una conducta cívica robusta, requerida para el desempeño activo
de libertades adversativas y deliberativas, a salvo de corrupciones “privatistas”
o “decisionistas”. Algo que iría bastante más allá de la búsqueda de un proced-
imiento neutral ante las valoraciones y preferencias inscriptas en el territorio de
las libertades “negativas” de los individuos, o bien de una mera conformidad
legalista de los ciudadanos a las reglas de juego vigentes.
El tercer reto político del actual revival republicano se relaciona con la actu-
alidad, teórica o filosófica, de la justicia. Aunque el republicanismo clásico parece
más interesado en la justicia política que en la justicia social, siendo más ambig-
uas sus proposiciones de igualación socio-económica de los ciudadanos que sus
definiciones respecto a la igualdad y libertad políticas, la agenda republicana para
las actuales democracias no podría prescindir del lenguaje de la justicia. Contrari-
amente a las doctrinas liberales del laissez faire, sujetas a la justicia del mérito
o a un principio de responsabilidad individual ante las opciones propias, la idea
republicana invoca la solidaridad o fraternidad como complemento a la libertad
individual y a la igualdad ciudadana, al tiempo que advierte sobre la corrupción
política causada por la excesiva riqueza o el lujo de unos, y la indigencia o po-
breza de otros.
Puestas las cosas así, los deberes de la república no serían tanto “negativos”
u orientados a preservar la libertad de los individuos ante las injerencias compul-
sivas o arbitrarias de los cuerpos ciudadanos, cuanto “positivos”, vale decir, ten-
dientes a promover la intervención correctiva de los poderes públicos en beneficio
de la igualación de recursos u oportunidades para que los ciudadanos desarrollen
sus vidas, sin vulnerabilidades, opresiones o dependencias arbitrarias. En todo
caso, se trataría de asegurar las condiciones materiales e intersubjetivas de una
igual consideración y respeto a todos los ciudadanos, como miembros plenos de
la comunidad política o como usuarios de recursos acumulados por el conjunto
del colectivo social. Si el mérito y la eficiencia de la iniciativa privada deben tener
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Conclusión
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BIBLIOGRAFÍA CITADA:
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