Anormalidad Psiquica

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Armando Roa

LAS ANORMALIDADES PSIQUICAS •

LA PSIQUIATRÍA estudia diversas formas de anormalidades psíquicas con


el objeto de prevenirlas o curarlas; estas anormalidades derivan o de
anomalías de desarrollo con las cuales se nace o de perturbaciones que
causas muy variadas son capaces de originar en la compleja integración
psíquica en medio del curso vital posterior. Sin embargo, los conceptos
"anormalidad" y "psíquico" tan claros a un primer golpe de vista
como definitorios de los límites de la psiquiatría, se tornan vacilantes
en cuanto se enfrentan al material clínico concreto y se dilucida, por
ejemplo, si un acto fue o no realizado bajo un estado de anormalidad;
las exigencias imperiosas de la clínica nos obligan, entonces a orientarnos
de alguna manera respecto al alcance de ellos.
Anormal es, por cierto, cuanto desborda lo normal en cualquier
sentido, pero el concepto de lo normal usado tan a menudo en la vida
cotid1ana sin cuidado de circunscribirlo, es de esas nociones sim­
ples, que, usadas al pasar, se entienden de inmediato, pero se
obscurecen cuando uno se detiene a considerarlas. Gonseth dice a este
respecto: "Si nosotros pensamos definir lo normal, esta definición se
oculta. No insistamos: lo normal es indefinible. En su acepción autén­
tica es irreductible a otra cosa que a sí mismo. En el mundo de las ideas
es, un verdadero elemento primitivo" ••. Es un concepto de "carácter
elemental profundo" (Gonseth) y por tanto imposible de aclarar a
través de otros conceptos primarios como es legítimo exigirlo en una
buena definición.
El uso de este concepto en psiquiatría apunta de ordinario a dos
direcciones: una valorativa, otra empírico-estadística. La dirección va­
lorativa supone un cierto arquetipo perfecto de hombre y ve degrada­
ciones en todas las anormalidades en cuanto significan alejamiento de
ese modelo. El concepto empírico-estadístico incluye, en cambio, dentro
de la normalidad a quienes presenten en un ordenamiento habitual el
conjunto de cualidades o funciones poseídas también de hecho por
la mayoría de los hombres en épocas diversas.
Ambos modos de circunscribir presentan dificultades. El criterio
valorativo entrega el juicio sobre la normalidad a la opinión subjetiva
• Capítulo primero de su obra sobre Rev. Dialéctica. Vol. I, NQ 3, págs. 245
Psiquiatría, que se publicará próxima­ y 246, agosto 194 7. Presses U niversitaires
mente (N. de la R.) . de France.
•• F. Gonseth. La Notion du Normal.

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que un determinado investigador se hace sobre el arquetipo perfecto: de


esa manera un ateo podría considerar anormales las vivencias religiosas
y viceversa, riesgo claramente percibido por varios investigadores.
Pero, en acuerdo al principio estadístico de selección, aparecerán, a
su vez, como anormales las personalidades eminentes, cuantos aportan
algo nuevo, pues de, suyo caen fuera de las cualidades habituales al
término medio de la población; psiquiatras de la categoría de Kurt
Schneider aceptan este reparo y ubican de hecho a tales personalidades
entre los anormales psíquicos. Pero distinguen formas elevadas y for­
mas degradadas de anormalidad, reservando a estas últimas el carácter
de patológicas. Dice Schneider: "Desde ahora, y en atención al con­
cepto de normalidad media, definimos las personalidades anormales
del modo siguiente: Las personalidades anormales son variacione,s,
desviaciones, de un campo medio imaginado por nosotros, pero no exac­
tamente determinable, de las personalidades humanas. Desviaciones ha­
cia el más o hacia el menos, hacia arriba o hacia abajo. Es indiferente,
pues, que estas desviaciones de la normalidad media correspondan a
valores positivos o negativos en el aspecto ético o social. Partiendo de
esta anormalidad media, es exactamente tan anormal el santo o el gran
poeta como el criminal; los tres caen fuera del término medio de las
personalidades" •.
Sin embargo, repugna atribuir carácter anormal a los hombres emi­
nentes (aun cuando ello resulte estadísticamente), porque el concepto
de normalidad tiene en sí mismo un cierJo contenido de dignidad del
cual, al decir de Gonseth, sería vano despojarlo: "Algo protesta
en mí contra la "reducción" de lo normal a lo ordinario y regu­
lar. Esta pretendida definición hace decaer lo normal de una cier­
ta dignidad que le pertenece de una manera completamente legíti­
ma. El sentido de la palabra normal se encuentra esencialmente alte­
rado. Esta definición es peor que una traducción, es una verdadera
traición" • •. Pero, al adoptar el principio del término medio estadístico
se hace necesario distinguir luego anormalidades positivas (genios, san­
tos) y anormalidades negativas (criminales, psicóticos), de las cuales es­
tas últimas son las propiamente patológicas; sin embargo, las nociones
de "positivo" y "negativo" son ya valorativas y se establecen en relación
a una escala de ideales y valores; de ahí que el mismo Kraepelin admi-

• Kurt Schneider. Las personalidades psicopáticas, pp. 18 y 19, Ed. Morata, Madrid, 1948.
•• F. Gonseth, ensayo cit., p. 245.

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en última instancia ni por la regla del promedio estadístico, ni por


normas valorativas, sino por la norma que deriva de un concepto
fenomenológico de "hombre".
El concepto fenomenológico puede partir de los datos ptoporcio­
nados por la estadística en cuanto a número y ordenación de cualidades
en el término medio de la población, pero pretende en seguida intuir
desde los datos fácticos la necesidad íntima que los coordina y jerar­
quiza en una unidad con caracteres específicos capaces a su vez de dar
razón de las diferencias individuales. Edmundo Husserl de algún modo
alude a esto cuando afirma: "Pero en el sentido de esta contingencia,
que equivale, pues, a facticidad, se encierra el estar correlativamente
referida a una necesidad que no quiere decir la mera existencia fáctica
de una regla válida de la coordinación de hechos espacio-temporales,
sino el carácter de necesidad esencial, y que por ende se refiere a una
universalidad esencial" •.
El concepto fenomenológico se enriquece a medida del progreso
del concepto empírico-estadístico y éste encuentra nuevos caminos de
investigación a partir de los interrogantes que aquél le plantea en acuerdo
al modo cómo estructura jerárquicamente las funciones humanas y les
otorga más allá de su mera facticidad, un cierto carácter de necesidad in­
terior; ambos tipos de conceptos son igualmente importantes y de su
juego recíproco deriva el progreso en el conocimiento.
El concepto fenomenológico de "hombre" ve en éste un cierto núme­
ro de propiedades agrupadas en un orden y apoyadas mutuamente entre
sí, de tal manera que cada tina contribuye al desarrollo mejor de las
otras y recibe a su vez un apoyo similar. Lo anormal no es entonces
el grado expresivo exorbitante alcanzado por una propiedad determi­
nada, sino la medida en que perturbe el desenvolvimiento de las otras;
siendo fiel a la formalidad investigatoria propia de la clínica, nun­
ca se podrá decir, en principio, que determinados espíritus (poetas,
sabios, santos) son de suyo anormales psíquicos por estar más allá de
los caracteres comunes al término medio de los hombres, sino que en
cada caso se deberá precisar si las cualidades psíquicas de grado rele­
vante apagan o perturban la expresión de otras cualidades también
necesa-rias al correcto desenvolvimiento humano.
Normal para la psiquiatría será entonces todo lo que cae dentro
del concepto fenomenológico de psique percibido intuitivamente a
. partir del concepto empírico-estadístico; el que las funciones psíquicas
• E. Husserl. Ideas, pág. 12, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1949.

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Las anormalidades psíquicas / Revista de Filosofía

propendan a coger y desarrollar tales o cuales valores, religiosos, poéti­


cos, políticos o éticos, queda a su margen. Así la ausencia de valores
éticos, por ejemplo, sólo entra en el campo psiquiátrico en cuanto
perturba el desarrollo de aptitudes como la de convivencia social o la
de propia conservación. El concepto empírico-estadístico es operante en
clínica sólo a condición de verterse constantemente en el fenomenoló­
gioo apto para acoger en su seno lo común a todos y lo propio a cada
hombre.
El análisis de los conceptos anteriores lleva al problema no menos
arduo de delimitar el ámbito de lo psíquico mismo, cosa sobre la cual
de ninguna manera hay acuerdo. Durante una época se asignó a la
psiquiatría el estudio de enfermedades sin base orgánica aparente tales
como las neurosis, la esquizofrenia, la psicosis maníaco-depresiva y las
personalidades psicopáticas; se incluyeron en la neurología trastornos
del tipo de las afasias, apraxias y agnosias que, si bien perturban las
funciones efectoras o receptoras en directa relación con los procesos
psíquicos de conocimiento objetivo, obedecen a lesiones de predominio
focal a las cuales se suponía entonces capaces de comprometerse al mar­
gen del juicio, el razonamiento, las voliciones y los afectos; se compartió
por fin amigablemente entre neurología y psiquiatría los procesos or­
gánicos crónicos como la parálisis general, la epilepsia, la demencia
arterioesclerótica, las enfermedades de Pick y Alzheimer, en las cuales
se dan tanto destrucciones focales del sistema nervioso (afasias, apraxias
y agnosias) como trastornos psíquicos reveladores de una destrucción
difusa (amnesia, desorientación, fabulación, falso reconocimiento, rup­
tura de la personalidad).
A través de esa clasificación observamos cierta tendencia a circuns­
cribir lo psíquico a base de la existencia o inexistencia de lesiones anató­
micas encefálicas; serían psíquicas en principio las alteraciones de la salud
sin daño orgánico o con un daño difuso del sistema nervioso, y neuro- ·
lógicas las resultantes de lesiones focales delimitadas. Si es una manera
cómoda de abrirse al problema, tiene el inconveniente de dejarlo inso­
luto, pues considerados desde un ángulo fenoménico riguroso no perte­
necen a la misma categoría de hechos una alucinación o un delirio y
un trozo de materia cerebral destruida; de ahí que persistan latentes
preguntas similares a éstas: ¿Por qué es del dominio psiquiátrico una
percepción sin objeto (alucinación) y del neurológico la pérdida de la
identificación de las percepciones (agnosia)?; ¿en qué instante deriva­
mos el falso reconocimiento de las personas de un proceso psíquico

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patológico y no de un proceso neurológico por agnosia de fisonomías?


El clínico responde casi siempre sin atenerse a la probable presencia de
lesiones; discierne en los síntomas la existencia o no de alguna calidad
psíquica.
Sin embargo, investigadores memorables como Griessinger, Mey­
nert, Wernicke y Kleist, a los cuales la psiquiatría debe buena parte de
su estructura científica, han insistido en el criterio anatomopatológico;
ello se debe, es claro, al hecho innegable de que un cuadro patológico
es más fácilmente dominado por el médico cuando conoce los funda·
mentos orgánicos que lo originan y las causas que provocan la alteración
de esos fundamentos, pero se debe también a la falta de bases propor­
cionadas· por la psicología tradicional para ordenar todo lo que . a la
intuición del psiquiatra aparece como de naturaleza psíquica. La psico­
logía de hace algunos decenios reducía lo psíquico a la esfera de las
representaciones conscientes, poniendo con frecuencia en aprietos al
psiquiatra; muchos enfermos curados por él (una parálisis histérica de
los miembros, por ejemplo) no evidenciaban, por lo menos a una
simple mirada, alteración alguna de sus representaciones; en ausencia
de criterios más justos, se veía obligado a fundamentar la naturaleza
psíquica del trastorno en la exclusiva ausencia de lesiones orgánicas. Es
claro que en definitiva este .criterio no podía sostenerse, pues lo único
correcto desde el ángulo anátomo-patológico es la carencia de lesiones
en ciertos cuadros psíquicos para nuestros actuales métodos de obser­
vación.
La psicología del pasado, salvo excepciones, fue en esencia atomista
y representativa. Francisco Brentano, uno de los clásicos, decía: "Todo
lo psíquico es representación o se fundamenta en representaciones";
por tal se entiende esa condición de ciertos fenómenos de ser imágenes
exactas (calcos diría Descartes) de los objetos del mundo exterior o
de nuestro propio mundo interno; el hombre se convierte así por defi­
nición en el ente apto a autorrepresentarse su propia existencia objetiva
(conciencia) y a acoger por medio de imágenes-espejos la existencia
del mundo que le rodea.
Esta propiedad de lo psíquico de no darse sino en función de otra
cosa, fue llamada por Brentano, "intencionalidad": "Lo que ca­
racteriza a todo fenómeno psíquico es lo que los escolásticos de
la Edád Media han designado la presencia intencional (o todavía
mental) y lo que nosotros podríamos denominar -usando expresiones
que no excluyen todo equívoco verbal- relación a un contenido, direc-

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Las anormalidades psíquicas / Revista de Filosofía

ción hacia un objeto (sin que sea preciso entender por tal una reali­
dad) u objetividad inmanente. Todo fenómeno psíquico contiene en
sí alguna cosa a título de objeto, pero cada uno lo contiene a su manera.
En la representación es alguna cosa que es representada, en el juicio
alguna cosa que es admitida o rechazada, en el amor alguna cosa que
es amada, en el odio alguna cosa que es odiada, en el deseo alguna cosa
que es deseada, y así sucesivamente.
"Esta presencia. intencional pertenece exclusivamente a los fenóme­
nos psíquicos. Ningún fenómeno físico presenta algo semejante. Nos­
otros podemos, pues, definir los fenómenos psíquicos diciendo que son
los fenómenos que contienen en ellos intencionalmente un objeto" •.
En la inoperancia de la psicología tradicional dentro de la psiquia­
tría, ha inf�uido también su carácter atomístico; era un supuesto que
ideas, percepciones, juicios, sentimientos y deseos se engendran aislada­
mente entrando más tarde en contacto gracias a especiales operaciones
de. síntesis comparadas por Guillermo Wundt de una manera muy
gráfica a las síntesis químic;as.
El psiquiatra puede descubrir en efecto alteraciones en cada una
de las funciones psíquicas cuando se trata de psicosis, pero en la ma­
yoría de las neurosis y de los trastornos psicosomáticos el análisis por
separado revela al contrario sorprendente normalidad.
Por eso cuando en el curso del desenvolvimiento histórico de la
psiquiatría las neurosis adquirieron una importancia igual o superior
a las psicosis (dado su número), la psicología atomista dejó impercep­
tiblemente de �er considerada y hubo de recurrirse a otros arbitrios;
uno de ellos, de prolongada resonancia, fue el de Janet y Freud, quie­
nes supusieron que si bien en una neurosis en las capas visibles de la
psique puede no descubrirse ningún trastorno, ellos se encuentran en
zonas subterráneas inconscientes.
Pero una psicología estructuralista como la intentada en gran
estilo por Guillermo Dilthey y en la cual lo decisivo es ]a armonía
entre las diversas funciones, de tal modo que el desarrollo exorbitante
de algunas no marchite a las demás, permite descubrir aun en las neu­
rosis, graves desórdenes; así en los histéricos la imaginería y la necesi­
dad de figuración y afecto excesivos inhiben a las funciones psíquicas
encargadas del trato real con las personas ó las cosas llevándolos a suce­
sivos fracasos cuando la vida los obliga a entrar en contacto con ellas;

• Francisco Brentano: Psychologie du point de vue empirique, pág. 102. Ed. Aubier,
Paris, 1944.

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la parálisis de los miembros en un histérico es apenas algo episódico


dentro de una desarmonía perdurable. Desde este ángulo podría decirse
que las psicosis son alteraciones de las funciones mismas (de las per­
cepciones, del juicio, de los afectos) y las neurosis desórdenes en el
juego recíproco de ellas.
La desarmonía de las funciones no significa la existencia de un
cuadro médico psiquiátrico, sino en la medida en que altera las rela­
ciones interpersonales de coft'\fi.vencia; no sólo un esquizofrénico, sino
que un amputado de las piernas o un ulceroso se convierten en casos
psiquiátricos en el momento en que se retraen excesivamente o respon­
den con violencia a las solicitaciones del medio, de tal modo que su
trato personal se torna difícil o insoportable. Si toda enfermedad
envuelve un cambio en las relaciones ordinarias del hombre con su
medio (el cirrótico o el cardíaco, por ejemplo, no pueden tomar deter­
minados alimentos o ejercer ciertas actividades), las enfermedades men­
tales desde las neurosis a las demencias, aluden especialmente a un
trastorno en las relaciones con el medio humano.
Lo interpersonal es lo psíquico nuclear para la psiquiatría; a su
servicio están las diversas funciones representativas, afectivas y conati­
vas; anormalidad psíquica es) pues) equivalente a anormalidad en las
relaciones interpersonales.
Ludwig Binswanger, fundador de la psiquiatría existencialista,
derivó ya los cuadros mentales de cambios en las relaciones amorosas
entre los diversos "yo"; se objeta a semejante afirmación que alterada
la esfera amorosa que (necesita, además, ser definida), caben todavía re­
laciones soportables a base de otras esferas (preceptos éticos, temor, há­
bito), aun cuando bien cabe pensar en lo difícil de una convivencia
prolongada a base de puros preceptos o temores donde el ?!mor no
centra las relaciones con el prójimo sobre fundamentos más gratos y
reales.
Hay dos dimensiones básicas de lo humano a cuya formación con­
tribuye toda la actividad psíquica; una, vivencia la naturaleza entera
como un conjunto, dentro del cual entran ya como vocaciones particu­
lares el abocarse en detalle al conocimiento de determinado grupo de
cosas bajo cierta formalidad específica (científica, filosófica, poética o
práctica), la otra es la capacidad de ver en los demás hombres seres
variadamente ricos, pero de la misma dignidad, cuyo conocimiento a
través del diálogo se percibe como necesario no sólo para el conoci­
miento, sino que para el propio crecimiento. Merleau-Ponty afirma

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Las anormalidades psíquicas / Revista de Filosofía

justamente: "Nos es preciso redescubrir, después del mundo natural,


el mundo social, no como objeto o suma de objetos, sino como campo
permanente o dimensión de existencia; puedo volverme sobre mí mismo,
pero no por eso cesar de situarme por relación a él. Nuestra referencia
a lo social, es como nuestra referencia al mundo, más profunda que
toda percepción expresada o que todo juicio" •. Estas dos dimensiones
bien desarrolladas orientan y facilitan el destino humano; en las neu­
rosis se altera de preferencia la segunda y ambas en las psicosis; el
psicótico ya no intuye el mundo como un conjunto lo que le quita la
familiaridad con los objetos y lo inhibe a aventurarse en lo incógnito,
por eso en el mejor de los casos, se obtiene de él un rendimiento útil
dejándolo sumergirse en el refugio rutinario de lo conocido; la unidad
orgánica de la naturaleza se le escapa; olvida los sutiles hilos que van
de objeto a objeto y que en el hombre normal impulsan impercepti-
. blemente de lo antiguo a lo nuevo.
La esfera de las relaciones interpersonales, en la medida en que
destaca a los demás hombres no como meros objetos sino como otros
tantos sujetos de dignidad idéntica, crea al margen de una pura rela­
ción de dominio ·(así es frente a la naturaleza) toda una zona de deberes
y derechos que abren a un contacto acrecedor, sin amenazas ni destruc­
ciones recíprocas. En este sentido la relación interpersonal fundamenta
la vida social, pero es previa a ella; si aquélla se debilita, la vida colec­
tiva continúa mecánicamente y los derechos y deberes vividos antes
de un modo espontáneo, se convierten en algo fatigoso e incompren­
sible. Martín Buber tiene razón cuando escribe: "el hecho fundamental
de la existencia humana no es ni el individuo en cuanto tal ni la
colectividad en cuanto tal. Ambas cosas, consideradas en sí mismas,
no pasan de ser formidables abstracciones. . . El hecho fundamental de
la existencia humana es el hombre con el hombre. Lo que singulariza al
mundo humano es, por encima de todo, que en él ocurre entre ser y
ser algo que no encuentra par en ningún otro rincón de la naturaleza.
El lenguaje no es más que su signo y su medio, toda obra espiritual ha
sido provocada por ese algo", y más adelante: "También el gorila es un
individuo, también una termitera es una colectividad, pero el "yo" y
el "tú" sólo se dan en nuestro mundo, porque existe el hombre y el yo,
ciertamente, a través de la relación con el tú" • •.

• M. Merleau-Ponty: Phénoménologie de •• Martin Buber: ¡Qué es el hombre?,


la Perception, pág. 415, Ed. Librairie págs. 156, 157 y 160. Ed. Fondo de Cul­
Galimard, 1945, Paris. tura Económica de México, 1949.

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Las relaciones interpersonales se dan por cierto en planos ricos


y variados y no son equivalentes en la mujer y el hombre;. lo normal es
que dichos planos no se interfieren, y, al contrario, se refuercen por
mutua presencia; cada relación tiene a este respecto su propio estilo;
uno es el tipo de relación del hombre con Dios (ya sea positiva o nega­
tivamente de un creyente o un ateo), otro con 1a· mujer que ama, un
tercero con sus amigos, sus colegas de profesión, sus coterráneos, sus
familiares, etc. Si esta dimensión psíquica básica empieza a alterarse y
es lo que se observa muy nítidamente en las neurosis, relaciones inter­
personales de estilo diverso se confunden, der�chos y deberes lógicos
en un caso se aplican a otro y así surge el conflicto que conduce al
individuo transitoria o duraderamente a no entenderse con los demás
y a refugiarse en sí mismo.
La psiquiatría debe contar �ntre sus objetivos el estudio riguroso
de estos planos en ambos sexos y una vez delimitados buscar las causas
que conducen a su interferencia o desaparición; hasta ahora, ellos han
sido el objeto de la preocupación casi exclusiva de los filósofos; en la
psiquiatría los excesos del psicogenetismo, aun cuando han aportado
elementos útiles, desviaron la mirada de un estudio fenoménico exacto;
es necesario que ahora la ciencia diga a este respecto su palabra.
En todo caso, podemos decir mientras tanto, que las anormalidades
psíquicas abarcan primordialmente las alteraciones en las relaciones
interpersonales de acuerdo a los límites del concepto fenomenológico
de hombre.

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