El Escepticismo
El Escepticismo
El Escepticismo
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Índice
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Introducción …................................................................................................ 3
Bibliografía …............................................................................................... 11
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Introducción
En la vida del pueblo griego antiguo se produjo un gran cambio político-social tras la con-
quista macedonia, que encontró su máxima expresión en la filosofía de las escuelas postaristotélicas,
e inauguró el llamado periodo helenístico de la historia de la Grecia antigua. Durante esta época se
formaron notables escuelas de pensamiento, destacando tres entre ellas, como las más importantes:
la estoa, el jardín de Epicuro y el escepticismo. El helenismo hace hincapié en el cómo comportarse
en la vida para encontrar la felicidad, es decir, busca la sabiduría referida a la forma de vida. Es una
búsqueda permanente y cada individuo elige su camino, por lo que nunca se alcanza del todo. Esto
vale para cualquier hombre -no solo para los sabios o los estudiosos- aunque no todos sean capaces
de lograrlo. Cada escuela trazará una forma para lograr ese ideal, pero todas perseguirán unos carac-
teres esenciales: mirada del hombre hacia sí mismo para alcanzar el autocontrol, el menosprecio de
la riqueza, la elevada importancia de la amistad y la búsqueda de la libertad:
Desde el punto de vista histórico, la más importante de las tres escuelas fue la estoica, que,
fundada por Zenón de Citium (336-264 a.C.) en el Pórtico Pintado (de ahí el nombre de estoi-
cos de sus discípulos), y, como continuadora de la doctrina cínica de su maestro Crates, pre-
conizaba la búsqueda no ya de la ciencia, sino de la felicidad por medio de la virtud, utilizando
para ello el dominio de las pasiones.
El epicureísmo fue fundado por Epicuro de Samos (341-270 a.C.) y tuvo como sede el llamado
jardín de Epicuro, de ahí que a sus seguidores se les conociera como “filósofos del jardín”. Es
una filosofía de rango moral que persigue el logro de la felicidad entendida como liberación
de las pasiones. Para Epicuro la filosofía es un instrumento que debe de ayudar al hombre a
librarse de la inquietud y el malestar buscando la imperturbabilidad.
La escuela escéptica aparece con su creador Pirrón de Elis (360-270 a.C.). La palabra escep-
ticismo deriva de la griega original sképtomai que significa observar examinando o indaga-
ción. Esta doctrina filosófica proclama que la verdad absoluta no existe, o que, si existe, no
es posible conocerla por parte del hombre. De esta forma, pretende llegar por el equilibrio de
las cosas y de los argumentos opuestos, primero a la suspensión del juicio (epojé) y después
a la indiferencia y a la tranquilidad de ánimo (ataraxia).
Será precisamente acerca de esta última escuela postaristotélica, sobre la que versará este tra-
bajo en las siguientes páginas. Además de intentar profundizar en la doctrina filosófica de los escép-
ticos griegos, haremos un repaso de los representantes más relevantes de esta corriente.
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Definición y conceptos
El Escepticismo Filosófico es una actitud crítica que cuestiona sistemáticamente la idea de
que el conocimiento y certidumbre absolutos sean posibles, ya sea en campos particulares o generales.
Es una corriente filosófica opuesta al Dogmatismo Filosófico, que sostiene que un conjunto de enun-
ciados son autoritativos, absolutamente inequívocos y verdaderos.
La palabra griega skeptikoi de la que procede escepticismo, significa buscar o investigar. Só-
crates afirmaba que lo único que sabía era que no sabía nada, y muy frecuentemente decía "Skepteok",
dando a entender que "debemos investigarlo".
Los filósofos escépticos buscaban la verdad, aun cuando la mayor parte del tiempo eso signi-
ficara buscar argumentos contrarios a las posturas dogmáticas adoptadas por otros filósofos, como
los estoicos y los epicúreos. Mantenían que, en asuntos donde la argumentación y la contra-argumen-
tación estuvieran equilibradas, se debía suspender el juicio. Aparentemente encontraron en esa pos-
tura su deseada meta de paz mental (ataraxia); ya que eran los dogmatistas quienes se agitaban si no
poseían la verdad que sabían deberían tener, o si otros rehusaban aceptar lo que ellos sabían que era
verdad. Dicho de otra forma: conforme a la visión general de la filosofía postaristotélica, el escepti-
cismo busca la felicidad como ataraxia, pero mientras el epicureísmo y el estoicismo ponen la condi-
ción de la misma en una doctrina determinada, el escepticismo pone esa condición en la crítica y la
negación de cualquier doctrina determinada. En resumen, según los escépticos, la felicidad se consi-
gue no ya aceptando una doctrina, sino rechazando cualquier tipo de doctrina; el medio para alcanzar
esa denegación y por tanto la ataraxia, es la indagación.
Esta concepción de la indagación por parte de los escépticos, cambió su sentido de una forma
radical y provocó incluso su profunda decadencia. Esta cuestión se puede constatar si comparamos lo
que para los escépticos era la indagación como herramienta de la ataraxia, con el concepto que Só-
crates y Platón tenían de la misma. Para estos últimos, la indagación debe de hallar su propia justifi-
cación de una forma organizada, profundizando en sí misma para definir los principios que la hacen
posible. Los escépticos no buscan esa justificación en sí misma, les basta con conducir al hombre a
rechazar cualquier doctrina para alcanzar la ataraxia; por eso utilizan constantemente la polémica
contra las otras escuelas, aplicándose en rechazar los diferentes puntos de vista, sin entrar en el fun-
damento y en el valor de su procedimiento.
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Para entender mejor el concepto se podría decir que el escepticismo tiene dos aspectos: uno
teórico y otro práctico. Desde el punto de vista teórico, el escepticismo es una doctrina del conoci-
miento según la cual no hay ningún saber firme, ni puede encontrarse ninguna opinión absolutamente
segura. Desde el punto de vista práctico, el escepticismo es una actitud que encuentra en la negativa
a adherirse a ninguna opinión determinada la suspensión del juicio (epojé), la salvación del individuo,
y por tanto la paz interior.
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Orígenes y desarrollo del estoicismo griego
Las primeras noticias del escepticismo filosófico son muy antiguas, ya el sofista Gorgias de
Leontino (483 - 378 a.C.) afirmaba que “Nada existe, o que si algo existe no puede ser conocido, o
que si algo existe y puede ser conocido, no puede ser comunicado”. El escepticismo de Gorgias se
basaba en su creencia de que todo el conocimiento se origina de la experiencia sensorial y de que esta
experiencia varía de persona a persona, momento a momento; sin embargo, Gorgias es más conocido
como un filósofo sofista que como un escéptico filosófico. Otro sofista que puede ser visto como
escéptico fue Protágoras de Abdera (480 - 411 a.C.) que decía que "El hombre es la medida de todas
las cosas", aseveración que a menudo se interpreta como que no existen estándares o valores absolutos
y que cada persona es el estándar o la verdad en todas las cosas; aplicada esta afirmación a las normas
morales se le conoce como Relativismo Moral, una clase de escepticismo filosófico que niega la
existencia de valores morales absolutos.
El escepticismo reaparece de una forma más aguda a finales del siglo I a.C., con
Enesidemo y Agripa que preconizaban una vuelta a la visión pirrónica
Los últimos escépticos están representados por Sexto, médico de la escuela empírica del
siglo II d.C., quien se propuso destruir toda clase de dogmatismo especulativo, adoptando
una actitud práctica empirista ante la realidad
La escuela de Pirrón
Pirrón nació en Elis en el Peloponeso griego (360-270 a.C.), donde pudo ya conocer la dia-
léctica de la escuela eleomegárica, que se puede considerar en muchos aspectos como antecedente
del escepticismo. Fue muy apreciado por sus conciudadanos hasta el punto de que le nombraron gran
sacerdote de la ciudad, se distinguió por su sencillez y austeridad. No escribió nada, solamente a
través de Diógenes de Laercio conocemos algo acerca de sus doctrinas, y por medio de su discípulo
Timón de Fliunte que expuso y defendió su pensamiento. Participó junto con Anaxarco de Abdera en
la campaña militar de Alejandro Magno por la India, durante la que se vio influido por la silenciosa
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sabiduría de los orientales. Fundó una escuela en su ciudad natal, que tuvo escasa continuidad tras su
muerte.
Su pensamiento se basaba en que la razón humana no puede penetrar hasta la esencia íntima
de las cosas. Lo único que podemos conocer es la manera como las cosas aparecen ante nosotros. Por
lo tanto, de nada podemos estar seguros, y el sabio debe abstenerse de juzgar. No podemos fiarnos ni
de las percepciones sensibles ni de la razón. No se deben admitir afirmaciones teóricas. Guardando
estos principios se consigue la tranquilidad de ánimo (ataraxia). La preocupación de Pirrón no era la
del mundo físico, era la virtud y la felicidad, como también la crítica dialéctica de las opiniones con-
trarias. La doctrina de Pirrón se puede reducir a lo siguiente: «No hay nada bueno sino la virtud, ni
malo, sino el vicio. La felicidad consiste en la paz y la tranquilidad del alma, todo lo demás es indi-
ferente.»
Pirrón se acogió a la distinción que habían propuesto los sofistas anteriormente -aquella que
oponía la naturaleza a la convencionalidad de las leyes-, pero solamente para negar que haya cosas
feas o bellas, buenas o malas, verdaderas o falsas, por su naturaleza. Todo lo que se juzga así se hace
por convención o costumbre, no por verdad o naturaleza en sí misma, lo que conduce a la única
posición legítima para el hombre: la suspensión de cualquier juicio. Esta actitud deriva en asumir que
cualquier cosa es indiferente para el hombre y evita adjudicar preferencia a una u otra de ellas, lo que
ya de por sí es un estado de ausencia de perturbaciones y pasiones, o lo que es lo mismo la ataraxia.
Para ser coherente con esta actitud, Pirrón (que no se fiaba de sus sentidos), iba por la vida sin mirar
y sin esquivar ningún obstáculo, tropezando con objetos si los encontraba en su camino.
Carnéades de Cirene (ca. 214 a. C. – ca. 129 a. C.) fue un hombre destacado en su tiempo,
poseía una gran elocuencia pero tampoco dejó nada escrito, conocemos sus doctrinas por sus discí-
pulos. Afirmaba que el conocer no es posible y que ninguna afirmación es absolutamente indudable.
En un discurso durante su estancia en Roma, a favor de la justicia como base de la vida civil, causó
gran impresión sobre todo en la juventud, hasta el punto de que Catón el Viejo rogó al Senado que lo
expulsara.
Fue un orador vigoroso, dialéctico crítico e implacable del dogmatismo de los estoicos, des-
tacando su oposición a las doctrinas básicas de aquellos, sobre todo las del destino y de la providencia,
rechazando que la razón o el sentido puedan servir como criterios de verdad.
Todo lo que sabemos de los filósofos escépticos antiguos se lo debemos a la obra de Sexto
(160-210), al que, como médico que era, se le conoció con el sobrenombre de Empírico. Se conservan
de él tres escritos que son: uno, un compendio de la doctrina escéptica; y los otros dos, un tratado
contra la ciencia, y un alegato contra el dogmatismo.
Sexto sostiene que debemos suspender el juicio porque tanto la afirmación como la negación
son igualmente persuasivas. No hay criterio de verdad, las demostraciones son relativas, la causa es
siempre incapaz de explicar los hechos. La única actitud racional es la abstención de todo juicio, sólo
así se logra la libertad del espíritu, pues no se sujeta a ninguna escuela o dogma. Sexto pretendía que
el escéptico debía de ser ante todo un observador, un buscador y un cuestionador, que no niega ni
afirma nada, teniendo en cuenta que el escéptico no pretende negar la realidad, pero sí los juicios
sobre ella.
Aparte de los modos (tropos) ya comentados en el punto anterior, Sexto hizo diversas refuta-
ciones de las que las tres más relevantes son:
La crítica del concepto de causa, en la que afirma que, si la causa provoca el efecto, aque-
lla debería preceder a este y existir antes que él. Pero si existe antes que el efecto, es causa
antes que causa
En defensa de su propuesta de los tropos afirmó que liberan al espíritu como un purgante
libera al intestino evacuándose a sí mismo. La conclusión no es pues "yo no sé nada", sino más bien
"yo me abstengo (de juzgar), examino, busco", o, mejor aún ¿qué es lo que sé?, fórmula de la que
hará su bandera el filósofo francés Miguel de Montaigne trece siglos más tarde, cuando vuelva a estar
de actualidad el escepticismo.
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Opinión y comentarios
La doctrina escéptica no deja de tener su atractivo para el autor de este texto, ya que, en clave
histórica y de una forma constante, se ha podido constatar que, verdades y afirmaciones categóricas
que se habían tomado como absolutamente ciertas en el pasado lejano y reciente, han dejado de serlo
tras aparecer datos novedosos o nuevos conocimientos con el paso del tiempo, que posiblemente a su
vez, puedan quedar demostrados como falsos en un futuro.
De la misma forma, creencias que estaban extensamente difundidas y aceptadas como indu-
dables, se manifiestan posteriormente como ciertamente falsas o de dudosa veracidad.
Pero eso sí, el escepticismo no lo entiendo como una forma única y exclusiva de enfocar
pensamientos y vida, sino que es una manera inicial de analizar las cuestiones, circunstancias y pro-
blemas que el vivir nos va enfrentando. No descarto que esta forma de actuar sea resultado de una
formación universitaria técnica y de un desarrollo laboral en el campo de la ingeniería, que quiérase
o no, estructura el pensamiento de una forma analítica y esto inexorablemente conduce a la duda y al
escepticismo; como decía Hume: "un verdadero escéptico desconfiará de sus dudas filosóficas", o lo
que es lo mismo, podemos decir que la duda escéptica surge naturalmente de una reflexión profunda
e intensa sobre la cuestión de los hábitos de pensamiento.
Pedro Bayle decía que: "En vez de discutir, hay que ser tolerante con todas las opiniones,
pasando de la contradicción a la duda, de la duda a la indiferencia y de la indiferencia a la tolerancia".
Para Ortega y Gasset, el escepticismo filosófico no debe ser una melancolía, ni un dolor inde-
finible, ni una inquietud difusa que vagabundea por nuestro pecho: " El escepticismo justificado como
objeción a toda teoría, es una teoría suicida."
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Bibliografía
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