Veinte Matemc3a1ticos Cc3a9lebres
Veinte Matemc3a1ticos Cc3a9lebres
Veinte Matemc3a1ticos Cc3a9lebres
Presentación
Las páginas de este libro exponen en forma clara y didáctica la vida y obra de los
matemáticos más célebres, ubicándolos como seres de carne y hueso, buscando en
el curso paralelo que siguieron sus trabajos, y en otras el contraste u oposición en
que se desarrollaron.
De esta manera, el lector logrará una fácil comprensión del valor y las influencias de
unas tendencias sobre otras, y de sus puntos de convergencia, a veces
aparentemente paradójicos.
El profesor Francisco Vera de vasta y reconocida autoridad en la materia, ha escrito
“20 matemáticos célebres” con un criterio ágil, a la vez que esclarecedor, que
posibilita el acceso de vastos sectores de público a una actividad científica
realmente fascinadora.
Prólogo
En mayo de 1941, cuando apenas mis pulmones habían empezado a respirar el aire
cimero de la sabana santafereña, en un nuevo avatar de mi exilio, el Ministerio de
Educación Nacional de Colombia me hizo el honroso encargo de consumir un turno
en el cielo de conferencias que acababa de organizar la Dirección de -Extensión
Cultural y Bellas Artes, tendientes a "liquidar la etapa de la cultura esotérica y
misteriosa que no quiere rebasar jamás el limite inamovible de los cenáculos o los o
de los salones exclusivistas".
Al conocer este criterio, públicamente expresado por el ministerio del que depende
la instrucción oficial colombiana, y debiendo versar mis conferencias sobre
Matemática, se me planteó el problema de cómo hablar de esta ciencia sin lanzarme
tiza en ristre contra el tablero y de espaldas al público, porque se trataba,
precisamente, de todo lo contrario: volver la espalda al tablero y dar la cara al
público.
De todas las disciplinas científicas la Matemática es, acaso, la más difícil de exponer
ante un auditorio no profesional tanto por el lenguaje propio de ella como por el
inevitable empleo de símbolos, cuya significación precisa exige una preparación por
parte del que escucha para que el que habla no corra el riesgo de propagar ideas
falsas ni incurra en la responsabilidad de producir un poco de barullo mental aunque
le guíen las mejores intenciones.
Para soslayar estas dificultades en cuanto a las líneas generales de mi faena, y para
no salirme del tono impuesto por su carácter divulgador, huí de las cuestiones
propias de lecciones de cátedra y no de conferencias enderezadas a un público
culto, pero heterogéneo.
Ahora bien; huir de las cuestiones matemáticas no es lo mismo que huir de los
matemáticos, el conocimiento de los cuales,, como hombres de carne y hueso, tiene
el mismo y, a veces, mayor interés que su conocimiento como matemáticos, pues
que la Matemática no es una creación ex nihilo, sino un producto de fabricación
humana que depende, por tanto, del contenido biológico del productor; y si es
Francisco Vera
Buenos Aires, noviembre de 1959
Capítulo 1
ABEL Y GALOIS
Los dos matemáticos más jóvenes de la historia
Este ensayo está dedicado a dos matemáticos ilustres entre los más ilustres,
geniales entre los más geniales, conocidos, naturalmente, de todos los que se
dedican a la Matemática; pero desconocidos, en general, de los no matemática, por
la sencilla razón de que las creaciones, que tal es el nombre adecuado a sus partos
sublimes, caen en el campo del Análisis, disciplina al margen de los estudios básicos
de la cultura media.
Las vidas de estos dos matemáticos son vidas poco extensas y muy intensas, que
vale la pena divulgar; vidas ligeramente asincrónicas, pero de tal paralelismo que
están pidiendo la pluma de un nuevo Plutarco que sepa, además, calar hondo en los
recovecos psicológicos de la personalidad humana. Son dos vidas pequeñitas: de
veinte años la una, de veintiséis la otra; pero la una produce una teoría de grupos
que invade hoy todas las ramas de la Matemática y empieza a invadir la Física; la
otra produce un teorema que "abre un nuevo” capítulo en la historia del Álgebra, y
las dos están llenas de episodios que, como los de la, vida de Nuestro Señor Don
Quijote, unas veces nos hacen reír y otras veces nos hacen llorar. Aludo a Galois y a
Abel, muertos ambos en plena juventud. Los segmentos que gráficamente,
representan sus vidas tienen un trozo superpuesto que dura dieciocho años: desde
1811, fecha del nacimiento de Galois, hasta 1829, fecha de la muerte de Abel, trozo
que constituye, al propio tiempo, uno de los períodos más densos de la historia de
Europa: período de revoluciones políticas, de luchas filosóficas, de mejoramientos
económicos, de adelantos científicos y de ansias de libertad en la plena eclosión
romántica del primer tercio del siglo XIX.
En ente ambiente nació, vivió y murió Galois y este ambiente respiró también Abel
durante sus viajes por el centro de Europa, cuando hasta los fríos fiordos de su
Noruega natal aún no habían llegado las chispas encendidas del romanticismo: esa
brillante rosa pomposa cultivada en los jardines amables de Francia patria de
Galois- como reacción contra el falso idealismo de la época inmediatamente
anterior.
y profundos ojos inteligentes que tenían siempre una mirada vaga y lejana: mirada
de ensueño que quiere diluirse en la tristeza infinita de un ideal inasequible.
En 1818 conoce al profesor Bernt Holmboë, su primer maestro, su mejor amigo y
editor después de sus obras póstumas, el cual, viendo que Abel estaba dotado de
excepcionales cualidades para la investigación matemática, le dio algunas lecciones
particulares y lo preparó para el ingreso en la Universidad. Ya había pasado el
periodo de clasificación y sistematización de los conocimientos matemáticos iniciado
por Euler, cuyas obras dio Holmboë a leer a Abel, y ambas, maestro y discípulo,
comentaron el Tratado de Cálculo Diferencial o Integral de Lacroix, la Geometría de
Legendre y las Disquisitiones arithmeticae de Gauss, obra de difícil lectura a causa
de su estilo sintético que ha hecho decir con razón que es un libro cerrado con siete
sellos, como el del Apocalipsis. La obra de quien ha pasado a la historia de la
Ciencia con el justo calificativo de princeps mathematicorum, impresionó
profundamente a Abel, que sintió tanta admiración por el matemático como
aversión por el hombre. "Gauss, decía, hace lo que el zorro: borra con la cola la
huella de sus pasos", aludiendo a la forma de los trabajos del matemático alemán,
que suprimía deliberadamente muchas de las proposiciones intermedias utilizadas
para llegar a sus conclusiones, punto de vista completamente opuesto al de otro
gran matemático: Lagrange, que decía que un matemático no ha comprendido su
propia obra hasta que no la ha hecho suficientemente clara para podérsela explicar
a la primera persona que vea al salir a la calle.
Con el bagaje científico a que se acaba de aludir, el joven Abel se preparaba para su
ingreso en la Universidad cuando murió su padre, el año 1820, dejando a su
numerosa familia: esposa, seis hijos (Niels-Henrik era el segundo) y una hija, en la
más angustiosa situación económica.
Era preciso un gran amor, una verdadera pasión por la Matemática, ciencia tan
escasamente productiva, para perseverar en su estudio en aquellas condiciones, a
las que se agregaba la pobreza de la Universidad de Cristianía, cuyas cátedras -
único puesto a que podía aspirar un matemático puro- estaban mal retribuidas;
pero Abel, que llevaba encendida en la frente la antorcha de la inquietud espiritual y
sentía en su alma un ansia incontenible de superación, no cejó en su empeño, y en
medio de las mayores dificultades y de apuros económicos sin cuento, ingresó en la
Universidad en julio de 1821, y dos años más tarde empezó a publicar sus primeros
trabajos en francés, convencido de la importancia científica de este idioma y de la
inutilidad del suyo materno para darse a conocer en el mundo matemático.
Este mismo año, 1823, Galois ganó media beca en el Colegio de Reims y poco
después se trasladó a Parla para estudiar en el Liceo Louis-le-Grand, donde tuvo
lugar el primer incidente de su azarosa vida. En su expediente escolar, iniciado al
empezar la enseñanza secundaria, se lee esta nota: "Es dulce, lleno de candor y de
buenas cualidades, pero hay algo raro en él."
En efecto, Galois era un raro. A pesar de sus doce años, discutía violentamente
sobre política, interesándose por la situación de Francia. Sus frases, que salían
como saetas de sus labios pueriles, tenían trémolos de emoción y palpitaba en ellas
un ansia de libertad que hacía torcer el gesto al director del Liceo, terrible realista.
Cuando no hablaba de política, tema que lo volvía agresivo, Galois era un
adolescente dulce y soñador. Pocos meses después de su entrada en el Liceo, dice
su expediente: "Nada travieso; pero original y singular; razonador"; y en las notas
de fin de curso se consignan estas frases: "Hay algo oculto en su carácter. Afecta
ambición y originalidad. Odia perder el tiempo en redactar los deberes literarios.
Sólo es verdad, en parte, este juicio. Cierta la originalidad y la ambición; falsa su
aversión por la literatura. Galois leía no sólo a los escritores de su tiempo, sino
también a los clásicos, y discutía en las tertulias literarias de la época.
Vernier, profesor de Matemática del Liceo, fue quien descubrió al futuro genio. "La
locura matemática domina a este alumno escribía en su informe de fin de curso, y
sus padres debían dejarle estudiar Matemática. Aquí pierde el tiempo, y todo lo que
hace es atormentar a sus profesores y atormentarse a sí mismo”
Tenía razón Vernier. A poco de estar en el Liceo, Galois inspiraba a sus profesores y
condiscípulos una mezcla de temor y cólera. Suave y violento, dulce y agresivo a un
mismo tiempo, aquel niño de doce años era la encarnación de una paradoja viva.
Por aquellos días, las enconadas luchas políticas de la calle tuvieron eco en el Liceo,
y Galois capitaneó un grupo de revoltosos. Fácil es adivinar la consecuencia: el
joven Evaristo fue expulsado del Liceo.
fue el origen del teorema que lo ha hecho inmortal, error fecundo como el cometido
después por Kummer, que le guió al descubrimiento de sus números ideales.
El año en que Abel hizo su primera genial incursión en el campo del Análisis, cayó
en manos de Galois la Geometría de Legendre. Tenía entonces trece años y leyó con
avidez y de un tirón la obra, asimilando en pocos meses lo que costaba dos años a
los buenos estudiantes. En Álgebra fue otra cosa: sólo disponía de un manual
vulgar. Lo tiró descorazonado, y se dedicó por su cuenta a leer a Lagrange.
Y la revelación fue. Legendre y Lagrange precipitaron su vocación. Como el pintor
florentino, Galois pudo también exclamar: "Anch'io sonno, matematico". Si José
Enrique Rodó, que tan bellísimas páginas ha escrito en sus Motivos de Proteo sobre
el Anch'io, hubiera conocido la vida de Galois, habría inmortalizado el momento en
que éste, leyendo a Legendre, comprendió que "la vocación es la conciencia de una
aptitud determinada".
Entonces, decidió prepararse para el ingreso en la Escuela Politécnica, labor que
simultaneaba con otras actividades. Intervenía en las discusiones artísticas, dividida
la opinión en dos bandos: los partidarios del viejo Ingres, que había expuesto El
voto de Luis XIII, y los adictos al joven Delacroix con su Matanza de Scio,
discusiones que en vano intentó cortar el Gobierno adquiriendo el cuadro del joven
y concediendo la Legión de Honor al viejo; leía las odas lacrimógenas de Lamartine,
que acababan de aparecer, y odiaba por igual a los bonapartistas, para quienes era
sagrada la memoria de Napoleón, cuya carne se pudría ya en Santa Elena, y al
conde de Artois, viejo testarudo y fanático, de poca inteligencia y mucha mala
intención, que acababa de suceder a Luis XVIII, como si el matemático en cierne
hubiera adivinado lo caro que iba a pagar Europa el delirio imperialista del corso
audaz y la sangre francesa que haría verter Carlos X.
Abel, por su parte, había conseguido que le ampliaran a seiscientos speciedaler su
pensión durante otros dos años y marchó a Berlín, adonde llegó a fines de 1825.
Inmediatamente fue a visitar a Adam Crelle, a quien entregó un ejemplar de su
memoria sobre la ecuación de quinto grado. Crelle lo recibió fríamente. Aquel joven
pálido, de mediana estatura, débil complexión, ojos profundos y aspecto
melancólico, predisponía a la simpatía, pero su descuidado atuendo personal puso
en guardia a Crelle, que se apercibió a un inminente asalto a su bolsillo. Se
x5 - 10qx2 = p
dependía de una cierta ecuación de décimo grado; pero también supo que el gran
matemático prusiano dijo con plausible honestidad científica: "Abel está por encima
de mis elogios y por encima de mis propios trabajos". Después, al correr de los
años, ambos habrían de compartir la gloria de la creación de la teoría de funciones
elípticas y el Gran Premio de Matemática de la Academia de Ciencias de París:
demasiado tarde para Abel porque el Premio se adjudicó al año siguiente de morir y
lo cobró su madre.
La amistad con Adam Crelle fue estrechándose. Muchas tardes paseaba con él y con
Steiner por los alrededores de Berlín, y las gentes, al verlos, solían decir: "Ahí va
Adam con Caín y Abel". El papel de Caín le tocaba a Steiner que, por cierto, era un
infeliz. De esta amistad nació la primera revista del mundo dedicada exclusivamente
a la investigación matemática: el Journal für reine und angewandte Matematik, que
todavía se publica.
Durante aquel año y parte del siguiente, Abel viajó por Alemania. "Acaso me decida,
escribe Holmboë, a quedarme en Berlín hasta fines de febrero o marzo, en que iré,
por Leipzig o Halle, a Gotinga, no por ver a Gauss, que debe tener un orgullo
insoportable, sino por estudiar en la excelente biblioteca de su Universidad."
Por aquellos días vacó una cátedra de Matemática en Cristiania y se pensó en él;
pero estaba en el extranjero y, además, dice el informe, "no podría ponerse al
alcance de la inteligencia de los jóvenes estudiantes". Se la dieron a Holmboë.
Luego de visitar varias ciudades alemanas, se sintió atraído por el prestigio de París
y se dirigió a la capital de Francia, adonde llegó en junio de 1826. Su nombre era ya
conocido de Galois, que había leído algunos de sus trabajos, pero su estancia en la
vieja Lutecia pasó inadvertida. Apenas le hicieron caso por creerle oriundo de un
país semisalvaje, lo que hizo despertar en él tal sentimiento patriótico que, en lo
sucesivo, firmó sus trabajos N.-H. Abel, noruego, declarando su nacionalidad con el
mismo orgullo con que los súbditos de Augusto declaraban su ciudadanía romana.
En París trabajaba por restablecer el Análisis sobre bases sólidas, y su proyecto se
encuentra claramente expresado en una carta al astrónomo Hansteen. "Pocas
proposiciones, dice, están demostradas con rigor perentorio en el Análisis superior.
Por todas partes se encuentra el lamentable método de razonar que consiste en
concluir de lo particular a lo general. Es un milagro que a pesar de esto sólo se
caiga rara vez en lo que se llaman paradojas, y es muy interesante buscar la causa
que, a mi parecer, está en que la mayor parte de las funciones de las que hasta
ahora se ha ocupado el Análisis, se pueden expresar por potencias. Cuando se
aplica un procedimiento general no es muy difícil evitar los escollos; pero he tenido
que ser muy circunspecto con las proposiciones, una vez admitidas sin una prueba
rigurosa, o sea: sin ninguna prueba, que han echado tales raíces en mí que me
expongo a cada momento a servirme de ellas sin otro examen."
El 14 de octubre del mismo año, 1826, Abel escribe, también desde París, una carta
a Holmboë en la que le dice: "Acabo de terminar un trabajo sobre cierta clase de
funciones trascendentes que presentaré al Instituto [Academia de Ciencias] el lunes
próximo. Se lo he enseñado a Cauchy, quien apenas se ha dignado mirarlo."
Cauchy estaba entonces en la cima de su gloria. Hacía diez años que ocupaba el
sillón que los Borbones obligaron a dejar vacante a Monge por su fidelidad a
Napoleón, con gran escándalo del mundo científico, que protestó contra el atropello
de que fue víctima el creador de la Geometría Descriptiva; pero Cauchy dijo que
aquello no tenla nada que ver con él. Políticamente era un ingenuo: creía en la
buena fe de los Borbones, y aunque Carlos X era un bufón inepto forrado de
sum quia non intelligor illis. [Soy un bárbaro porque no me comprenden.]1. Los
exámenes son misterios ante los cuales me inclino. Como los misterios de la
Teología, la razón humana debe admitirlos con humildad, sin intentar
comprenderlos."
En este artículo, Terquem sostenía que la controversia sobre el fracaso de Galois no
estaba cerrada aún. Y tenía razón: los exámenes son, en efecto, algo acerca de lo
cual no han dicho todavía su última palabra los pedagogos.
En aquellos días París hervía de emoción política, y Galois, con sus buenos dieciséis
años, se prendió en ella. La hostilidad contra el déspota consagrado en la catedral
de Reims con ritos arcaicos, crecía por momentos. Reformada la ley electoral, que
permitía votar dos veces a los ricos; encadenados los periódicos, que tenían que
presentar sus ejemplares a la censura cinco días antes de su publicación;
clausuradas las Facultades de Derecho y de Medicina; suprimida la Escuela Normal
Superior por su enseñanza liberal; colocada la Universidad bajo la vigilancia del
Clero; suspendidos los cursos de Guizot, de Villemain y de Cousin, y flotando sobre
todas las cabezas, como la espada de Damocles, la llamada "ley del sacrilegio", los
bonapartistas se unieron a los republicanos en su lucha contra la monarquía
borbónica, y Galois se hizo jefe de un grupo de estudiantes.
¿Qué pasaba, en tanto, en Noruega? En el otoño de aquel año, 1828, cuando
empezaban a amarillear los castaños de las Tullerías, los fríos y las nieves se habían
adueñado ya de Cristianía, y un soplo, traidor como un puñal asesino, penetró en
los pulmones de Abel. Su débil constitución era terreno abonado para la
tuberculosis, y en diciembre, haciendo un gran esfuerzo, marchó a Froland para
pasar las fiestas navideñas al lado de su prometida, Cristina Kemp, institutriz de
una familia inglesa, la de S. Smith, propietario de los talleres metalúrgicos de
Froland, en cuya casa se alojó Abel.
Crelle, en tanto, trabajaba para que la Universidad de Berlín le diera una cátedra. Y
lo consiguió. Pero ¡trágicas ironías del destino!, el nombramiento llegó a Cristianía
dos días después de morir Abel. Sin embargo, hay que hacer justicia a Berlín de
haber sabido escuchar a Crelle; y, al convencerse de que el matemático noruego de
veintiséis años era un genio, Berlín que quería tener en su Universidad al mejor
1
La cita correcta es: "Barbarus hic ego sum quia non intelligor illis”. Ovidio: Tristium, libro V, elegía X.
entre los mejores en cada rama de la Ciencia, como el mejor entre los mejores en
Matemática se llamaba Abel, solicitó a Abel, que no era alemán. Justamente un siglo
después el mejor entre los mejores en Física se llamaba Alberto Einstein y era
alemán, pero también era judío, y el antisemitismo de Hitler lo expulsó de la
Universidad de Berlín y hubo de exilarse en los Estados Unidos, donde vivió hasta su
muerte, acaecida en 1955.
La vida de Abel en Froland fue dura y triste: vida de tuberculoso que sabe que sus
días están contados y quiere aprovecharlos para dar salida precipitada a las ideas
que bullen en su cerebro. Trabajaba con una intensidad incompatible con su
dolencia y sólo descansaba breves momentos para hablar con su novia y hacer
proyectos que sabía irrealizables.
Una mañana se sintió desfallecer. Le faltaron las fuerzas; un sudor frío inundó su
frente abombada, corno vientre grávido de mujer fecunda, y cayó en la cama donde
se fue consumiendo poco a poco, hasta que un día de primavera, el 6 de abril de
1829, mientras su novia le preparaba una taza de blanca leche tibia, exhaló un
suspiro muy débil, pero que el fino oído atento de Cristina percibió como un eco
lúgubre que puso espanto en su corazón. Rápida, acudió a la cabecera del enfermo
y quedó aterrada. El amado, que era para ella como el príncipe azul de un cuento de
hadas, se moría; el matemático genial se moría; se moría dulcemente, suavemente,
silenciosamente, como había vivido: sin una queja, sin un odio, sin un rencor. Los
brazos blancos de mujer triste de Cristina rodearon el cuello de Abel, y Abel
entonces, en un rapidísimo momento, supremo y único, abrió los ojos buscando los
ojos claros de la novia, en los que temblaba el ansia callada de un ideal roto, y le
dirigió una mirada: la última, que envolvió a Cristina en una luz de alma, reflejo de
su alma bañada ya en una nueva luz: la luz de la inmortalidad.
En la necrología que publicó Crelle en su Journal, tomo IV, se leen estas palabras
que sintetizan la obra del matemático noruego: "Todos los trabajos de Abel llevan la
huella de una sagacidad y de una fuerza mental extraordinaria, y a veces
asombrosa, a pesar de la juventud del autor. Penetraba, por decirlo así,
frecuentemente hasta el fondo de las cosas con una intensidad que parecía
irresistible, las tomaba con una energía tan extraordinaria, desde lo alto, y se
elevaba de tal modo por encima de su estado actual que las dificultades parecían
desvanecerse ante la potencia victoriosa de su genio."
Hasta Abel se conocía la expresión general de las raíces de las ecuaciones de los
cuatro primeros grados y se creyó que se podría encontrar un método uniforme
aplicable a una ecuación de cualquier grado. Los matemáticos se ponían a resolver
las ecuaciones sin saber si esto era posible, y unas veces encontraban la solución y
otras no. Abel siguió otro camino. En vez de buscar una relación que se ignoraba si
existía o no, se preguntó si tal relación era posible y en esta pregunta estaba ya el
germen de la solución.
Abel se propuso dos problemas:
En el fondo los dos problemas son uno mismo, ya que la solución del primero debe
conducir a la del segundo.
Para atacar de frente la cuestión, lo primero era precisar qué se entiende por
resolver algebraicamente una ecuación, punto que Abel definió sin ambigüedad
diciendo que consiste en expresar sus raíces por medio de funciones algebraicas de
sus coeficientes, es decir: que sólo contengan un número finito de operaciones de
sumar, restar, multiplicar, dividir y extraer raíces de índices primos.
Planteado así el problema de la resolución de ecuaciones, Abel llegó a estas dos
conclusiones:
lanzado en el prefacio del Cromwell, estreno tumultuoso que agitó más aún la ya
agitada atmósfera, preludio de la revolución de julio que había de arrebatar la
corona a Carlos X para ceñirla a las sienes de Luis Felipe; y Galois, olvidando su
promesa, volvió a la política, esta vez con más ardor, pero sin dejar por eso de
cultivar la Matemática y publicando el resultado de sus investigaciones en el Bulletin
de Férussac y dando cursos privados de Álgebra superior, teoría de números y
funciones elípticas, que hacía compatibles con la asistencia al Cenáculo: la famosa
sociedad literaria que, en torno a Víctor Hugo, se reunía en el salón de Charles
Nodier, en el Arsenal, ajenos todavía sus socios a la trascendencia que había de
tener la palabra romanticismo introducida en el mundo de las letras por Mme. Staël.
Se acercaba el verano. La hostilidad contra Carlos X, que crecía por momentos,
llegó a un límite incontenible al publicarse, el 26 de julio en el Monitor, las famosas
Ordenanzas que pretendían anular el triunfo electoral de los liberales y sostener en
el Gobierno al reaccionario Polignac, hechura de Carlos X y funesto teomegalómano
que afirmaba actuar por inspiración directa de la Virgen.
Con la misma espontaneidad que el 14 de julio de 1789, el pueblo de París se lanzó
a la calle cuarenta y un años después, para defender sus libertades amenazadas.
Como por arte de magia se alzaron barricadas para contener a las fuerzas realistas
del mariscal Marmont, y frente al Hôtel de Ville, subido en lo alto de una diligencia
desvencijada y rodeado de los más absurdos y heterogéneos objetos, cómodas,
sillas, latas de petróleo, piedras y paquetes de periódicos, Galois arengaba al pueblo
y arrancaba aplausos delirantes a la multitud, a la que se habían unido los
orleanistas por el deseo común de acabar con los Borbones. Expulsado Carlos X, fue
proclamado rey de Francia Luis Felipe el 9 de agosto, con gran disgusto de los
republicanos, verdaderos autores de la revolución, cuyo éxito aprovecharon los
orleanistas en beneficio de su candidato al trono. Con este motivo, Galois dirigió
una violenta carta al director de la Escuela Normal, partidario de Luis Felipe, y
sucedió lo que tenía que suceder. Fue expulsado de la Escuela.
Poco después ingresó en la artillería de la Guardia Nacional. "Si hace falta un
cadáver para amotinar al pueblo, contad con el mío", dijo cuando, acusados los
artilleros de haber querido entregar los cañones a los republicanos, fue disuelto el
Cuerpo que primero comprendió que Luis Felipe, renegando del origen
Aquella noche trágica tomó forma definitiva la teoría de funciones algebraicas y sus
integrales, y sobre todo, quedaron establecidos para siempre los conceptos de
grupo, subgrupo, invariante, transitividad y primitividad que habían de servir
después a Sophus Lie, compatriota de Abel, para crear la teoría de las
transformaciones, y a un alemán, Félix Klein, para sistematizar todas las
Geometrías.
En uno de los márgenes de aquellos papeles, que son hoy una reliquia, se leen
estos versos:
Al amanecer del otro día acudió al estúpidamente llamado "campo del honor". Duelo
a pistola a veinticinco pasos. Un certero disparo de su adversario le hirió en el
vientre. No habían llevado médico y lo dejaron tendido en el suelo. A las nueve de la
mañana un campesino, que pasaba por allí, avisó al hospital Cochin, a donde fue
trasladado. Viendo los facultativos su fin inmediato, le aconsejaron que recibiera los
auxilios espirituales. Galois se negó. Es probable que en aquel momento se acordara
de su padre. Su hermano, único familiar que fue avisado, llegó con lágrimas en los
ojos, y Galois le dijo con gran entereza: "No llores, que me emocionas. Necesito
conservar todo mi valor para morir a los veinte años”
Al día siguiente, el 31 de mayo de 1832, se declaró la peritonitis y murió a las diez
en punto de la mañana, siendo enterrado en la fosa común del cementerio del Sur.
Sus restos se han perdido, pero su pensamiento es inmortal.
Capítulo 2
MONGE Y FOURIER
Dos amigos de Napoleón
El parto mellizo del Cálculo Infinitesimal, en la segunda mitad del siglo XVII,
produjo tal revolución en el Análisis que todos los matemáticos del siglo XVIII se
apercibieron a investigar en la rama analítica, dando de lado a la geométrica que
permanecía estacionaria desde Pascal, discípulo de Desargues, que es verdadero
precursor de los estudios modernos de la Geometría por la Geometría.
Y cuando el año 1795 inicia Gaspar Monge sus conferencias sobre el sistema
diédrico en la Escuela Normal Superior de París, Europa no tiene, en realidad, más
que un solo geómetra digno de este nombre: Jorge Juan, a quien sus
contemporáneos llamaban "el sabio español" por antonomasia, y cuyo perfil
matemático fue dibujado por Antonio Sánchez Pérez en un artículo periodístico,
recogido después en sus Actualidades de Antaño, Madrid, 1895.
Dice Sánchez Pérez: "Euler, primer matemático de la humanidad, publicó una
notabilísima obra titulada Ciencia Naval en 1749, época en que el sabio había
llegado al apogeo de su gloria. Quien sepa que los primeros trabajos que dieron
celebridad a Euler versan ya sobre cuestiones navales, comprenderá hasta qué
punto se había esmerado en dicha obra y cuántos años de afanes representaba.
Ahora bien, en 1771, publica Jorge Juan su Examen marítimo y asombra al mundo.
Empieza por observar que los geómetras que le han precedido han admitido con
ligereza algunas proposiciones de los nuevos principios de filosofía natural, y los
corrige. Necesita más conocimientos de mecánica que los que hay en su época y
crea la mayor parte de la mecánica de los sólidos. Corregido Newton, creada así casi
por completo la nueva ciencia, empieza a rehacer la ciencia antigua, y tiene que
abandonar el camino seguido por sus predecesores. Así llega, por fin, a fórmulas
que concuerdan perfectamente con la experiencia. Para probar el rigor de sus
teorías crea otra que, si bien carece de importancia práctica, la tiene muy grande
para los que aprecian la ciencia por la ciencia: esta es la teoría de los voladores o
cometas. La opinión del mundo sabio se había rebelado contra las conclusiones de
todos les geómetras. Habla Jorge Juan y la Europa calla. Y, sin embargo, el autor
del Examen señala a cada geómetra sus errores; y en cuanto a los de Newton, los
hace recaer sobre las Academias que, con su autoridad, sostenían la de Newton.
Levéque traduce el Examen al francés y la Academia de París obtiene del Gobierno
el privilegio de la publicación."
Después de la obra de Jorge Juan aparecieron: los “Freyen Perspective” de Lambert,
Zurich, 1774; los “Eléments de Géométrie” de Legendre, París, 1794, y la
“Geometria di compasso” de Mascheroni, Pavía, 1797; pero el progreso máximo de
la Geometría corresponde a los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX que
llenan tres nombres, franceses los tres, y los tres hijos de la Revolución, que hacen
brotar del viejo tronco euclídeo sendas ramas nuevas: Gaspar Monge, varias veces
ministro, que da al mundo la Geometría Descriptiva; Lázaro Carnot, llamado con
justicia el Organizador de la Victoria, que funda la Geometría de la Posición, y Víctor
Poncelet, prisionero de los rusos en Saratov, que crea la Geometría Proyectiva.
Hablemos del primero, que tiene en otro compatriota y coetáneo, Fourier, el
complemento de su vida.
Gaspar Monge nació en Beaune, Borgoña, el 10 de mayo de 1746, y fue hijo de un
afilador, hombre aficionado a la cultura, que quería que sus retoños llegaran a
ocupar la posición social que a él le había sido imposible. Se comprende, pues, la
alegría del afilador cuando Gaspar ganó el primer premio en el colegio, al que
siguieron después otros muchos, lo que le valió el honroso título de puer aurcus,
que fue el orgullo de su padre.
Apenas contaba catorce años cuando inventó una bomba de incendios. Sus
conterráneos quedaron maravillados del talento de aquel niño, que contestaba
invariablemente a las preguntas que le hacían sobre su invento: "He empleado dos
medios infalibles: una tenacidad a toda prueba y mis dedos, que han reproducido mi
pensamiento con fidelidad geométrica", palabras que caracterizan el genio de
Monge: la perseverancia y la habilidad manual. La primera, de acuerdo con la
concepción goethiana, le condujo a dar una nueva dirección a la Geometría, y la
segunda le permitió ser ejemplo vivo de los obreros que estuvieron a sus órdenes
en uno de los momentos más dramáticos de la historia de Francia.
A los dieciséis años levantó el plano de Beaune, trabajo que fue el origen de su
carrera. Sus profesores, que dependen del Oratorio de Lyon, lo propusieron que
Monge respondió: "No se preocupe por eso. Yo he resuelto muchos problemas más
difíciles". Y en efecto, se casó con ella.
Esto ocurría el año 1777, cuando ya su nombre era conocido en los centros
científicos de París. Sus trabajos sobre las ecuaciones en derivadas parciales
utilizando originales consideraciones geométricas, habían llamado la atención de los
matemáticos, y con razón dijo Lagrange: “Avec son aplication de l'Analyse á la
representation des surfaces, ce diable d'homme sera immortel”.
Por entonces empezó a bullir en su cerebro la idea de la que con feliz neologismo
llamó Geometría Descriptiva; pero la rivalidad entre las Escuelas Militares francesas
del antiguo régimen retrasó el conocimiento de sus métodos.
Tres años más tarde, Condorcet y D'Alembert aconsejaban al Gobierno la fundación
de un Instituto de Hidráulica en el Louvre, y Monge fue llamado a París con la
obligación de residir la mitad del año en la capital y la otra mitad en Mezières.
Y aquí termina la primera época de la vida de Monge, época dedicada a la
enseñanza y a la gestación de su obra inmortal.
La segunda época es dinámica y tumultuosa. Nacido del pueblo, Monge abrazó con
entusiasmo los principios de la Revolución; y cuando después de la batalla de
Valmy, 20 de septiembre de 1792, que, al decir de Goethe, abrió una nueva era en
la Historia, quedó abolida la Monarquía e implantada la República en Francia, la
Asamblea Legislativa le nombró ministro de Marina, cargo que desempeñó hasta el
13 de febrero de 1793 en que dimitió porque creyeron que no era suficientemente
radical; pero fue reelegido el 18 al convencerse la Convención de que quien iba a
producir una revolución en la Geometría era un perfecto revolucionario en el sentido
que daban a esta palabra los hombres del 89.
Fue un ministro incorruptible. No ignoraba que su cabeza podía caer en el cesto
fatal, pero nunca claudicó ante los ignorantes ni ante los ineptos, y su encendida fe
en los destinos de Francia sólo abrigaba un temor que las disensiones internas de su
país, que estaba, además, desarmado, facilitaran la ofensiva del extranjero y
redujesen a la nada las conquistas de la Revolución.
Con perfecta acuidad política, Monge denunció el peligro; y cuando se produjo la
ofensiva, la Convención le autorizó, con fecha 10 de abril de 1793, para poner en
práctica sus ideas salvadoras. La primera preocupación de Monge fue abastecer los
sesión, presidida por jueces parciales, subiría a la carreta trágica para que la hoja
de la guillotina realizara la mortal ablación del cuello que tantas veces había ella
rodeado con sus brazos.
Cuando Monge, al llegar a su casa por la noche, la encontró convertida en un mar
de lágrimas y conoció la causa de su inmensa tristeza, le dijo sencillamente: “No
sabía nada de eso. Lo único que sé es que mis fábricas marchan estupendamente."
Pero algo había de verdad en el rumor, porque poco después el "ciudadano Gaspar
Monge fue denunciado por su portero, lo que le obligó a ausentarse de París hasta
que pasara la tormenta, que, afortunadamente, duró poco, y cuyo final coincide con
el principio de una nueva etapa de su vida.
El 9 de brumario del año II, 30 de octubre de 1793, "la Convención Nacional,
queriendo acelerar la época en que pudiera hacer extender de una manera uniforme
en toda la República la instrucción necesaria a los ciudadanos franceses", creó la
Escuela Normal, en la que ingresarían “los ciudadanos ya instruidos en las ciencias
útiles, para aprender, bajo la dirección de los profesores más hábiles, el arte de
enseñar”.
Los alumnos eran designados por los municipios a razón de uno por cada veinte mil
habitantes; debían tener veinticinco años cumplidos, y "unir a costumbres puras el
más probado patriotismo". Cobrarían, además, un sueldo de mil doscientos francos
anuales.
La Convención empezaba a poner en práctica el lema: "Después del pan, la
educación es la primera necesidad de un hombre", que fue la divisa de Danton,
equivalente al "Despensa y escuela" que Joaquín Costa había de defender en la
España sin pulso de fines del siglo XIX, después del colapso del 98.
En nombre del Comité de Instrucción Pública, Lakanal redactó el reglamento interior
de la Escuela en que, además de las lecciones magistrales, habría conferencias y
discusiones en las que tomarían parte maestros y discípulos.
Monge fue nombrado profesor de Matemática y se autorizó para explicar
públicamente sus nuevas concepciones que cristalizaron en la creación de la
Geometría Descriptiva, cuyo tratado no publicó hasta el año 1800. Aunque según su
autor, la nueva ciencia tenía por objeto "tirer la nation française de la dépendence
oú elle a été jusqu’á présent de l’industrie étrangère”, toda la obra tiene carácter
científico puro.
Los dos objetivos que perseguía Monge, eran, según sus propias palabras: "El
primero, dar métodos para representar en una hoja de dibujo, que no tiene más
que dos dimensiones, largo y ancho, todos los cuerpos del Naturaleza, que tienen
tres: longitud, anchura y profundidad, siempre que estos cuerpos se puedan definir
rigurosamente. El segundo objeto es proporcionar el medio de reconocer las formas
de los cuerpos luego una descripción exacta, y deducir de aquí todas las verdades
que resulten en su forma y en sus posiciones respectivas. Además, de igual modo
que una vez planteado un problema el Análisis da procedimientos para resolver las
ecuaciones y deducir los valores de cada incógnita, en la Geometría Descriptiva
existen métodos generales para construir todo lo que resulta de la forma y de la
posición de los cuerpos. Esta comparación de la Geometría Descriptiva con el
Álgebra no es gratuita, puesto que ambas ciencias están en íntima relación. No hay
ninguna construcción de Geometría Descriptiva que no tenga una traducción
analítica, y cuando las cuestiones no tienen más de tres incógnitas, cada operación
se puede considerar como la escritura de un espectáculo en Geometría. Sería de
desear que estas dos ciencias estudiasen simultáneamente: la Geometría
Descriptiva llevaría a las más complicadas operaciones analíticas la evidencia que
las caracteriza y, a su vez, el Análisis llevaría a la Geometría la generalidad que le
es propia.
La idea de Monge, como todas las ideas geniales, es muy sencilla. Supongamos dos
planos: uno horizontal otro vertical, en ángulo recto, a la manera de un libro abierto
apoyado contra una pared. Si imaginemos cuerpo, un cilindro, por ejemplo, para
fijar las idea y lo proyectarnos sobre los dos planos, tendremos, circulo sobre el
horizontal y un rectángulo, de igual anchura que el diámetro del círculo, sobre el
vertical. Abatiendo ahora este plano sobre aquél, resulta un solo plano, como el
libro abierto sobre la mesa, y en él las dos proyecciones, de dos dimensiones, del
cilindro, que tiene tres.
Este es un método descriptivo que permite representar sobre una hoja de papel los
cuerpos del mundo exterior, y basta un pequeño entrenamiento para leer en el
plano con la misma facilidad con que se lee una fotografía aérea. Claro es que la
que corregía las pruebas de imprenta de su obra sobre ecuaciones numéricas, fruto
de cuarenta años de estudios y meditaciones.
El final de Monge fue más lento. Aunque apenas se le veía, retirado casi siempre en
su casa de campo, no dejó de ejercer influencia sobre Napoleón, a quien siguió
admirando -no así Fourier- después de Waterloo.
La primera Restauración produjo en su imperial amigo un hondo sentimiento de
rencor hacia los que habían cambiado de ideario político; pero atendió a los
sentimientos de piedad que le invocó Monge, cuya doble carrera de revolucionario y
de favorito de Napoleón hizo de su cabeza, en el final de su vida, un objeto
codiciado por los Borbones, lo que le obligó a cambiar de domicilio varias veces para
huir de los esbirros que lo perseguían.
He aludido antes a la idea napoleónica de conquistar América, punto en que parecen
estar de acuerdo todos los historiadores. Sin embargo, la referencia de Monge
difiere. Su intimidad con Napoleón le presta caracteres de verosimilitud.
Según Monge, además de sus ambiciones de conquistador, Bonaparte tenía
ambiciones científicas. Quería ser un segundo Humboldt.
-Voy a empezar una nueva etapa en mi vida -le dijo en una ocasión, poco antes de
Waterloo- y quiero dejar obras y descubrimientos dignos de mí, para lo cual
necesito una persona que primero me ponga al corriente del estado actual de la
Ciencia y sea luego mi compañero de viaje al Nuevo Mundo. Ambos recorreremos
toda América, desde Alaska al cabo de Hornos para estudiar su fauna y su flora, así
como los prodigiosos fenómenos de la Física terrestre acerca de los cuales no han
dicho todavía su última palabra los científicos.
-Yo seré ese compañero -repuso Monge que tenía ya cerca de setenta años.
-Usted es demasiado viejo. Necesito un hombre joven.
Monge pensó en Arago; pero los ingleses interrumpieron las negociaciones metiendo
a Napoleón en el Belerophon y mandándolo a Santa Elena.
El gran geómetra murió el 28 de julio de 1818, causando gran consternación en el
mundo científico. Los politécnicos pidieron permiso para asistir a su entierro; pero el
rencoroso Borbón que detentaba entonces el trono de San Luis, lo negó. Al día
siguiente los estudiantes acudieron en masa al cementerio, y sobre la tumba del
maestro depositaron una corona de rosas rojas, como la sangre de quien nunca
renegó de ser un humilde hijo del pueblo.
Capítulo 3
TARTAGLIA Y CARDANO
Un desafío matemático
En la época en que florecen los dos matemáticos a quienes se contrae este ensayo,
había desaparecido ya la separación entre la Aritmética práctica, que se enseñaba
por medio del ábaco, y la Aritmética teórica, que comprendía las propiedades de los
números y las proporciones con arreglo a la tradición romana, y se hablaba de una
Aritmética universal que participaba del Álgebra: Aritmética algorítmica, a cuyo
desarrollo contribuyó en gran parte la difusión de los calendarios, tanto para usos
eclesiásticos como astrológicos y médicos porque tenían las fechas indicadas en
caracteres indios, impropiamente llamados arábigos, los cuales derrotaron
definitivamente a las cifras romanas en toda Europa, excepto en Italia, hasta el
siglo XV, a pesar de ser ésta la cuna de la Aritmética mercantil, una de cuyas
primeras conquistas fue el sistema de contabilidad por partida doble, y a pesar de
los esfuerzos de Leonardo de Pisa, que dedica un capítulo de su famoso Líber Abacci
a cantar las excelencias de los diez guarismos, incluyendo el cero: quod arabice
zephirum apellatur.
Triunfante, al fin, la enumeración india y destruida la barrera que separaba las dos
Aritméticas, renace el Álgebra sincopada que desde Diofanto de Alejandría, su
verdadero iniciador, había permanecido en estado larval durante la Edad Media.
Aprovechando las fuentes árabes de origen indio y prescindiendo de las inspiradas
en las obras didácticas griegas, que no sólo no sustituyen el cálculo de cantidades
por combinaciones imaginadas con éstas, sino que tampoco explican ni aun las
fórmulas de las áreas, por medio de la medida de sus magnitudes, las reglas del
Álgebra extraían su demostración de las construcciones geométricas.
Como concepción sintética de la Matemática, el Álgebra es una técnica de cálculo sin
contenido, un método Matemático por excelencia, en el sentido luliano, cuyo papel
se reduce a asociar elementos simples de tal modo que, formando progresivamente
compuestos cuya estructura es cada vez más complicada, tiende a hacer inútil la
inteligencia y a reducir el razonamiento a reglas que se dejan aplicar
Sucesivamente, pero como auxiliar de la Geometría, produjo frutos en el
algunos errores que no fueron advertidos hasta 1590, en que Diego de Alava,
gentilhombre de cámara de Felipe II, publicó en Madrid una obra con el mismo
título, Nueva ciencia, que la de Tartaglia, en la que, a diferencia de éste, consideró
que podían combinarse el movimiento natural y el violento de los proyectiles,
deduciendo de aquí que su trayectoria era una línea curva, estudiada
matemáticamente por Jerónimo Muñoz, catedrático de la Universidad de Salamanca.
Otro libro famoso de Tartaglia es el ya citado Quesiti o inventioni diverse, Venecia,
1546, dedicado a
A petición de los magistrados de Verona, Tartaglia estableció una escala móvil que
permitía determinar el precio del pan en función del valor del trigo, y discurrió
ampliamente sobre los principios que se aplicaban en su época para reglamentar la
cuestión.
De Jerónimo Cardano se sabe más. Nació en Pavía el 24 de septiembre de 1501 y
su vida es una serie de actos incoherentes que pertenecen tanto a la historia de la
Matemática como a la de la Astrología y a la de la Patología.
Hijo de un jurisconsulto milanés, Cardano estudió primero en su ciudad natal y
después en la Universidad de Padua, donde alcanzó la licenciatura en Medicina, que
ejerció en Sacco y en Milán en el período 1524 - 1556 durante el cual estudió
Matemática y publicó sus principales obras. Después de viajar por Francia,
Inglaterra y Escocia, regresó a Milán ocupando, en 1534, una cátedra en la
Academia Palatina, donde pronunció un Encomium geometriae, recogido después en
la edición de sus obras completas pero perdió la cátedra en un concurso contra
Zuanne del Coi y se trasladó a Pavía.
Gracias al apoyo del cardenal legado consiguió un puesto en la Universidad de
Bolonia; pero, como dice Marie en su Histoire des sciences mathématiques, "no muy
honesto, un poco astrólogo y charlatán y otro poco ateo y soplón", hizo el
horóscopo de Jesucristo y, naturalmente, dio con sus huesos en la cárcel el 14 de
octubre de 1570, de la que salió un año después bajo palabra de no volver a dar
lecciones públicas en ninguno de los Estados pontificios, y marchó a Roma, donde
ejerció la Astrología con tanto éxito que llegó a ser el astrólogo más renombrado de
su época. Este renombre le fue fatal, porque habiendo pronosticado el día de su
muerte, se suicidó, 21 de septiembre de 1576, para dejar a salvo su reputación.
En De vita propia hace su autobiografía con estas palabras: "He recibido de la
Naturaleza un espíritu filosófico e inclinado a la Ciencia. Soy ingenioso, amable,
elegante, voluptuoso, alegre, piadoso, amigo de la verdad, apasionado por la
meditación, y estoy dotado de talento inventiva y lleno de doctrina. Me
entusiasman los conocimientos médicos y adoro lo maravilloso. Astuto,
investigador y satírico, cultivo las artes ocultas. Sobrio, laborioso, aplicado,
detractor de la religión, vengativo, envidioso, triste, pérfido y mago, sufro mil
contrariedades. Lascivo, misántropo, dotado de facultades adivinatorias, celoso,
x3 + px = q
x3 = px + q
y que la
x3 +q = px
Fijándonos en el primer caso, que basta para captar la regla de Tartaglia, los versos
mnemotécnicos dicen traducidos literalmente:
volvió a un punto muerto aparente, puesto que Tartaglia seguía trabajando en ello,
pero sin dar a conocer el resultado de sus investigaciones. .
Y en 1539 entra en escena Cardano enviando a Tartaglia, con fecha 2 de enero, una
carta por intermedio de un librero, en la que le dice que, conocedor del resultado de
su disputa con Fiore y estando a punto de publicar una obra, quería incluir en ella la
fórmula de la ecuación de tercer grado y consignar el nombre de su descubridor, por
lo cual le rogaba que le comunicase todo lo que se relacionara con el asunto y muy
especialmente los enunciados de los famosos treinta problemas.
Tartaglia se negó a ello y entonces Cardano, irritado, le envió por el mismo
conducto, el 12 de febrero de 1539, otra carta llena de reproches; pero,
comprendiendo que no era éste el camino adecuado para conseguir lo que quería,
cambió de táctica y, con amables palabras, le instó el 13 de marzo del mismo año a
pasar unos días en Milán, donde le decía que le esperaba con impaciencia el
marqués del Vasto, protector suyo y mecenas de los científicos.
Aceptó Tartaglia la invitación, y el 25 de marzo se dirigió a Milán, hospedándose en
casa del propio Cardano luego de saber que el marqués se había marchado a
Vigevano. El matemático milanés procuró convencer por todos los medios a su
colega para que le dijera el secreto de la ecuación cúbica. "Os juro sobre los Santos
Evangelios, le dijo, que si me comunicáis vuestros descubrimientos no los publicaré
jamás y los anotaré sólo para mí en cifra, a fin de que nadie pueda comprenderlos
hasta después de mi muerte."
Tartaglia cedió, al fin, a tan insistentes ruegos y regresó a Venecia, desde donde se
carteó con Cardano, 12 y 17 de mayo; 10 y 19 de julio; 4 de agosto y 18 de octubre
de 1539, sobre algunos desarrollos complementarios.
A través de esta correspondencia se advierte que las relaciones entre ambos se iban
enfriando, y la carta de Cardano del 5 de enero de 1540 quedó ya sin respuesta.
Auxiliado por su discípulo Ferrari, aquél consiguió ampliar las reglas de Tartaglia, y
en 1545 publicó su famosa Ars Magna, en cuyo primer capítulo dice lo siguiente:
"Escipión del Ferro, de Bolonia, encontró hace tiempo nuestro capítulo
verdaderamente bello y admirable Del cubo y de las cosas iguales a número. Tal
arte, superando a toda humana sutileza y al esplendor de todo ingenio mortal,
atestigua el valor de su mente, y es cosa de tanta maravilla que quien la ha
Escipión del Ferro facilitada confidencialmente por Aníbal de la Nave cuando ambos,
de paso para Florencia, se detuvieron en Bolonia, 1542.
En posesión de este dato, Cardano, cuyo perfil moral deja mucho que desear, faltó
al juramento prestado y publicó la solución de la ecuación en su Ars Magna
haciéndola preceder de palabras que indignaron a Tartaglia, quien desafió a
Cardano; pero éste no sólo rehusó el debate (fue su discípulo Ferrari quien,
manejado por él, lo sostuvo), sino que, acosado para que asistiese a la controversia
pública, huyó cobardemente de Milán a uña de caballo.
Es indudable, pues, que Tartaglia fue quien resolvió la ecuación de tercer grado tal
como ha llegado a nosotros, con absoluta independencia del método empírico que
Escipión del Ferro consignó en el cuaderno que todavía no se ha encontrado a pesar
de las pacientes y minuciosas búsquedas de matemáticos e historiadores; pero
como fue Cardano quien la dio a conocer y además en latín, que era el idioma
científico de la época, ha pasado a la Historia con el injusto título de fórmula
cardánica, negándosele a Tartaglia incluso la reparación póstuma a que tiene
indudable derecho.
Capítulo 4
WEIERSTRASS Y SONJA KOWALEWSKI
El maestro y la discípula
Durante los seis años que siguieron al de 1848, Weierstrass trabajó intensamente
hasta el de 1854 que fue el de su consagración como matemático. El Journal de
Crelle publicó su memoria sobre las funciones abelianas y eran tan nuevas y tan
profundas las ideas de Weierstrass que Richelot, que ocupaba en Königsberg la
cátedra que Jacobi había dejado vacante al morir tres años antes, consiguió que le
nombraran Doctor honoris causa y él mismo fue a Braunsberg para entregarle el
diploma. En la cena que el director del Gimnasio organizó en su honor, Richelot dijo:
"Hemos encontrado en Weierstrass a nuestro maestro", y Brochard, editor del
Journal de Crelle, que también acudió al homenaje, lo llamó "el mejor analista del
mundo", título que ha recogido la Historia.
El Ministerio de Instrucción Pública le concedió una licencia de un año para que se
dedicara a la investigación pura y poco después fue profesor de la Escuela
Politécnica, de la Universidad, académico, etc., en una ininterrumpida sucesión de
triunfos que nunca le envanecieron. Weierstrass fue siempre un hombre modesto.
Ante un vaso de cerveza y acompañado de unos cuantos discípulos, se sentía feliz.
Además, era siempre él quien pagaba las consumiciones.
En cátedra no escribía jamás en la pizarra. Dictaba a un alumno, y si éste se
equivocaba, borraba tranquilamente y volvía a dictar. Nada desconfiado, prestaba
sus manuscritos a todo el mundo, de lo que se aprovecharon algunos para tomar
notas y publicarlas como suyas, sin que Weierstrass protestara nunca. Era, además,
lento en publicar, y si no hubiera sido por sus discípulos se habría retrasado su
influencia en el desarrollo de la Matemática.
No es posible hablar de Weierstrass, sobre todo dado el carácter de estos ensayos,
sin decir algunas palabras acerca de su teoría del número irracional. Sus otras
contribuciones exigen conocimientos de Matemática superior, fuera de los límites de
este cursillo de vulgarización.
El antes citado Eudoxio de Cnido, que había heredado de Zenón lo que el jefe de los
eleáticos legó al mundo, y nada más, y cuyo concepto de la realidad matemática le
hizo alzarse contra su maestro Platón, sostuvo que, en Matemática, no hace falta
suponer la existencia de cantidades infinitamente pequeñas, sino que basta
conseguir una magnitud tan pequeña como queramos mediante la división continua
de una magnitud dada. Esta idea genial que permitía tratar los números irracionales
con la misma precisión que los racionales, pasó inadvertida durante veintitrés
siglos, y aún hoy, medio siglo después de muerto Weierstrass, todavía tropieza con
la pereza dogmática de muchos profesores que sigue teniendo la opinión de que la
Matemática moderna es la Matemática superior y que las ideas actuales no deben
llevarse a la Matemática elemental. Con este criterio se consiguen, entre otras
cosas, todas ellas perjudiciales estas cuatro:
y se creía aún que la mujer tenía los inconvenientes que señaló Quevedo en un
soneto famoso:
On revient toujours
á ses premiers amours
resultados eran tan interesantes que la Academia elevó de 3000 a 5000 francos su
recompensa en metálico.
La concesión de este premio fue una de las mayores alegrías de Weierstrass, quien
recibió la noticia el día 24 de diciembre de aquel año, cuyas fiestas navideñas
tuvieron para el ya sexagenario profesor una nueva emoción. El premiado era él en
su discípula, a la que consideraba como una prolongación de sí mismo. Lo mejor de
su pensamiento se lo había comunicado a ella y ella lo había sublimado haciéndolo
pasar por el crisol de su inteligencia privilegiada.
Seis años le sobrevivió. Al cumplir los setenta, Weierstrass recibió el homenaje de
todo el mundo científico y a los ochenta y dos, pocos antes de morir, el 19 de
febrero de 1897, la Universidad de Berlín celebró su jubileo con solemnidad
excepcional.
No se puede hoy andar por la ancha superficie del Análisis matemático sin encontrar
el nombre de Weierstrass a cada paso. En todos los capítulos ha dejado impresa,
con caracteres imborrables, una muestra de su genio.
Weierstrass era también poeta en el más noble y elevado sentido de esta palabra.
En una de sus cartas a Sonia, y hablando de Jacobi, dice: "Hay en él [Jacobi] un
defecto que se encuentra en muchos hombres muy inteligentes, sobre todo en los
de raza semítica: no tiene imaginación suficiente y un matemático que no es un
poco poeta no será nunca un matemático perfecto. Las comparaciones son
instructivas. La visión que abarca todo, dirigida hacia las cumbres, hacia el ideal,
designa a Abel como superior a Jacobi... de una manera definitiva."
A estas palabras pone Mittag-Leffler el siguiente comentario digno de ser traducido:
"La opinión de Weierstrass es de gran interés por muchos conceptos. Al lado de la
escuela del rigor matemático, cuyos más ilustres representantes modernos son
Gauss, Cauchy, Abel y el mismo Weierstrass, se ha desarrollado poco a poco otra
escuela que pretende percibir, gracias a ciertos aspectos geométricos, caminos
transversales en las verdades matemáticas. Se presenta de buena voluntad en esta
escuela el método de Weierstrass como una especie de lógica aritmética casi
escolástica, y se profesa que las verdades descubiertas no se hacen jamás por vía
puramente deductiva, en que cada proposición está ligada inflexiblemente a la que
le precede. Esto es absolutamente justo, pero el ejemplo de Abel demuestra que es
Capítulo 5
DESCARTES Y FERMAT
Celos mal reprimidos
La época a que se contrae este trabajo, primera mitad del siglo XVII, tiene muchos
puntos de contacto con la actual. Terminaba entonces el Renacimiento, como
termina hoy la Edad Moderna, en el colapso que empezó en 1914, tuvo una recidiva
en 1939 y todavía no ha salido de él. En los días que vivieron Descartes y Fermat,
protagonistas del presente ensayo, como en los días que vivimos, se hundía
rápidamente un estado de cosas y no se había cimentado aún uno nuevo. Como
hoy, el mundo estaba incómodo.
El siglo anterior había despertado al encanto de las musas griegas redescubiertas, y
el ideal medieval de morir para este mundo quedó sustituido por el ideal
renacentista de vivir para este mismo mundo, cumpliéndose así la exclamación del
Petrarca: "Juliano renace”. Una luz inédita bañó las condiciones de vida; se exaltó el
individualismo; la conciencia humana protestó contra la tiranía colectiva; Gutenberg
coronó la obra de Colón y, al difundirse las ideas nuevas, todos los valores
espirituales se quebrantaron. La Roma papal vio alzarse contra ella la figura de
Lutero, y Francisco I de Francia, rey cristiano, combatía al católico Carlos I de
España, buscaba la amistad de los protestantes de Alemania y se aliaba con los
turcos.
El ansia de saber, el apetito de curiosidad que caracterizó al Renacimiento, se
prolongó hasta el, siglo XVII, que es el de los grandes matemáticos, cuya primera
mitad ilustran especialmente los nombres de Fermat y de Descartes.
Nace Descartes en 1596 y Fermat en 1601; muere Descartes en 1650 y Fermat en
1665. Tienen, por tanto, los dos un período común de cuarenta y nueve años:
medio siglo fecundo y denso, que vio crear la Geometría Analítica con Descartes y la
teoría de números con Fermat.
Ambos pertenecían a familias de parlamentarios y ambos estudiaron Jurisprudencia:
Descartes en Poitiers, Fermat en Toulouse; pero éste ejerció la abogacía y aquél no.
Descartes abrazó la carrera de las armas porque se aburría en París, y Fermat fue
magistrado en Toulouse porque tenía espíritu burgués; Descartes fue filósofo y
Fermat jurisconsulto y los dos dedicaron a la Matemática sus ratos de ocio. Nada
más, ni nada menos.
Descartes publicó su Geometría como un ejemplo de su método, y su labor
matemática sólo fue un episodio de su carrera de filósofo; Fermat escribió mucho,
mas fue su hijo Samuel quien editó la mayor parte de sus trabajos. Ambos se dieron
a conocer a través de su correspondencia con los sabios de su tiempo; pero
mientras la época de Descartes ha sido adjetivada con su apellido, el nombre de
Fermat, aunque parezca extraño, no aparece citado por Voltaire entre los que
ilustraron el que, con evidente cortesanía, llamó siglo de Luis XIV.
Descartes y Fermat tienen de común su admiración por los griegos, franca en
Fermat, oculta en Descartes. Fermat reconstruye los Lugares planos de Apolonio y
traduce la Aritmética de Diofanto; Descartes quiere romper con la tradición griega,
pero su obra no es, en el fondo, sino un retorno a Grecia, y ambos tienden un
puente entre lo abstracto y lo concreto haciendo que la Matemática pierda su rigidez
antigua para asumir una categoría intelectual independiente de toda representación
empírica, y determinando un nuevo aspecto de la Geometría que proyecta su
influencia sobre el monismo de Spinoza y sobre el dualismo de Malebranche,
quienes inician una etapa de filosofía matemática empapada de
fermatcartesianismo.
Spinoza construye su ética more geometrico y espiritualiza la ciencia de la extensión
hasta considerarla como la ciencia de las ideas puras, y Malebranche estudia la
extensión inteligible "con todas las líneas y figuras que se puedan descubrir en ella",
eliminando por completo la imaginación. Spinoza se apoya en el número
inconmensurable para descartar las objeciones clásicas contra el infinito actual;
Malebranche defiende el concepto de número como relación, y ambos tienden a
satisfacer las exigencias de las ideas "claras y distintas", diferenciándose
únicamente en que Spinoza dirige su pensamiento hacia el hontanar del que manan
las verdades científicas y Malebranche hacía el objeto de la Ciencia.
Descartes publica su Geometría en 1637 y Fermat escribe su Isagoge el mismo año,
mas no lo da a conocer. Son dos obras de orientaciones distintas, pero de igual
contenido técnico. Fermat, fiel a la tradición griega, parte de las proposiciones de
los antiguos y les da mayor elegancia y sencillez; Descartes, tomando como punto
Fermat, en tanto, trabaja como magistrado y apenas hace alguno que otro viaje a
París, donde conoce en una ocasión a Carcavi, el cual lo presentó al P. Mersenne, en
su celda del convento de los mínimos que frecuentaba Descartes, cuya amistad con
Mersenne era vieja.
Cuando Descartes tenía ocho años, su padre lo envió al colegio de La Flèche, Anjou,
que acababan de fundar los jesuitas, y allí estudió idiomas y ciencias exactas y
filosóficas, sintiéndose inmediatamente atraído hacia la Matemática porque era la
disciplina que le producía más satisfacción espiritual, aunque luego, al correr de los
años, la colocase en un plano subalterno respecto de la Filosofía. En La Flèche
conoció al P. Mersenne; y en el mismo colegio adquirió una costumbre que conservó
hasta sus últimos años: la de levantarse tarde, que los jesuitas le consintieron a
causa de su naturaleza enfermiza. Hasta tal punto arraigó en él este hábito que
cuando en 1647 le visitó Pascal, le dijo que la única manera de producir un buen
trabajo era no recibir visitas por la mañana para no tener que levantarse.
La celda del P. Mersenne era una verdadera academia científica. A ella se habían
trasladado las conferencias contradictorias semanales que se verificaron en el
Bureau d'adresse de Teofrasto Renaudot hasta el 1° de septiembre de 1642 en que,
muerto Richelieu, ya no tenía Renaudot quien le defendiera de los ataques de la
Facultad de Medicina, y como su otro protector, Luis XIII, no tardó en seguir a la
tumba al cardenal, las reuniones fueron presididas en lo sucesivo por el P.
Mersenne, hasta la muerte de éste: 1648, que coincidió con sucesos políticos que
perturbaron la vida de aquellos coloquios sabios, hasta 1657, año en que se
reanudaron en el palacio de Habert de Montmor, mecenas y protector de Gassendi
y, finalmente en 1666 y obedeciendo a sugestiones de Perrault y de Colbert, Luis
XIV elevó aquella tertulia a la categoría de Academia de Ciencias, cuyos estatutos
definitivos se aprobaron en 1669. La Academia fue disuelta en 1793; pero no tardó
en renacer como parte principal del Instituto de Francia.
Se puede, pues, decir, que la Academia de Ciencias nació en la celda del P.
Mersenne, en la que estaba Descartes como en su propia casa, y adonde fue Fermat
con una acaso imperceptible timidez provinciana. Descartes y Fermat contrastaban
incluso en el aspecto exterior. Descartes era un elegante: vestía trajes de impecable
corte, espada al cinto, y sobre su chambergo de anchas alas cimbreábase una
fue creciendo hasta adquirir proporciones de libro. Tal es el origen del Discours de la
méthode pour bien conduire sa raison et chercher la verité dans les sciences, en el
que, por lo que toca a la Matemática, dice: "El Análisis de los antiguos y el Álgebra
de los modernos, aparte de que sólo se extienden a materias muy abstractas y que
no parecen tener ningún uso, el primero está siempre tan constreñido a la
consideración de las figuras que no puede actuar sobre el entendimiento sin fatigar
mucho la imaginación, y en la segunda se está tan sujeto a ciertas reglas y ciertas
cifras que se ha hecho de ella un arte confuso y oscuro que embarazaba el espíritu,
en vez de una ciencia que lo cultiva, lo que me obligó a pensar que era necesario
buscar otro método que, teniendo la ventaja de estos tres [el tercero a que alude es
la Lógica], careciese de sus inconvenientes."
La idea de unir el Álgebra y la Geometría la había apuntado ya en sus Reglas para la
dirección del espíritu cuando habla de una Matemática universal que fundiera el
Análisis geométrico de los antiguos con el Álgebra de los modernos. "Me parece,
dice en la regla IV, que vestigios de esta verdad matemática se ven en Pappo y en
Diofanto, los cuales vivieron si no en los primeros tiempos, al menos muchos siglos
antes de ahora y me inclino a creer que los escritores mismos la han suprimido por
cierta audacia perniciosa, pues así como es cierto que lo han hecho muchos artífices
respecto de sus inventos, así ellos temieron quizá que, siendo tan fácil y sencilla, se
envileciese después de divulgada; y para que les admirásemos prefirieron
presentarnos en su lugar, como productos de su método, algunas verdades estériles
deducidas con sutileza, en vez de enseñarnos el método mismo que hubiera hecho
desaparecer por completo la admiración. Ha habido, finalmente, algunos hombres
de gran talento que se han esforzado en este siglo por resucitarla; pero ese método
que, con nombre extraño, llaman Álgebra, no es otra cosa, al parecer, con tal que
pueda desembarazarse de las múltiples cifras e inexplicables figuras de que está
recargado a fin de que no falte ya aquella claridad y facilidad suma que suponemos
debe haber en la verdadera Matemática", y entiende por Matemática universal "la
que contiene todo aquello por lo que otras ciencias se llaman parte de la
Matemática".
La Matemática universal de Descartes con reminiscencias lulianas, y el propio
Descartes cita al filósofo mallorquín, si bien con el desdén que le inspiraban todos
sus antecesores, tiene una doble trascendencia según que se considere desde el
punto de vista filosófico o matemático; y tanto en un caso como en otro partiendo
del concepto de espacio que, para el cartesianismo ortodoxo, desempeña el doble
papel de reducir la cantidad a la cualidad en Física, y la cualidad a las formas
abstractas e intelectuales de la cantidad en Matemática.
Creyendo que si publicaba el resultado de sus meditaciones se turbaría su
tranquilidad, Descartes se resistió mucho tiempo a dar a la imprenta sus escritos y
cuando, por fin, obedeciendo a impulsos de su vocación, se decidió a ello, surgieron
los adversarios, las luchas y las persecuciones, distinguiéndose entre éstas la
capitaneada por el ministro luterano Voecio, rector de la Universidad de Utrecht,
quien, acusando a Descartes de ateo, lo presentó como un individuo peligrosa para
la seguridad del Estado.
El famoso Discurso, sobre todo, levantó las más apasionadas discusiones durante
tres años que, para su autor, transcurrieron en la ingrata labor de contestar, unas
veces directamente y otras por intermedio del P. Mersenne, las objeciones que se le
hacían.
Entre sus detractores merece mención especial Juan de Beaugrand, quien,
abusando de la alta posición que ocupaba en la corte del rey de Francia, retuvo la
Dióptrica durante cuatro meses cuando el P. Mersenne llevó los pliegos impresos en
Leyden a la cancillería de París para solicitar el privilegio de impresión. Descartes
escribió al P. Mersenne una carta en la que llamaba "geóstato" a Beaugrand,
aludiendo a la obra Geostatice, de éste que, dado su escaso valor científico,
permanecería ignorada si Descartes no hubiera derivado de ella el remoquete de su
autor. Beaugrand pagó en la misma moneda llamándole "metódico" y éste a aquél
'tramposo" porque, terminado el libro, se quedó con un ejemplar y no lo pagó.
Mientras Descartes escribía y meditaba en Holanda, Fermat escribía y meditaba en
Toulouse; pero si a aquél le preocupaban todos los conocimientos humanos, a éste
le interesaba casi exclusivamente la Aritmética.
Fermat es el creador de la moderna teoría de números, cuyos fundamentos
estableció Diofanto. "No tuvo par en la teoría de números y estaba en posesión,
indudablemente, de un método sencillo que desconocemos a pesar de los grandes
descubrimientos que ha recibido el Análisis indeterminado", dice Chasles, opinión
que sostiene también Libri: "Fermat, escribe el historiador italiano, sabía cosas que
nosotros ignoramos, y para llegar a él se precisan métodos más perfectos que los
inventados después. En vano se dedicaron a ello los más esclarecidos ingenios y en
vano redoblaron los esfuerzos Euler y Lagrange. Sólo Fermat tuvo el privilegio de
adelantarse a sus sucesores."
Fermat tenía la costumbre de escribir sus observaciones en las márgenes de los
libros que leía y, comentando el problema VIII de Diofanto en la edición de Bachet
de Méziriac, que pide la solución de la ecuación
x2 + y2 = a2,
xn + yn = an
Fermat, como todos sus antecesores, consideraba que los problemas relativos a las
figuras son geométricos y en ellos interviene el Álgebra como medio auxiliar,
mientras que con Descartes el Álgebra figura en primera línea como técnica, como
método de combinación y construcción, de tal modo que es el cálculo algebraico el
que legitima los resultados de la nueva Geometría, destruye los escrúpulos de los
griegos relativos a la definición de las curvas y hace inútil la teoría de la
construcción geométrica, que queda sustituida por la síntesis de la construcción
algebraica.
Liard, que ha calado profundamente en el pensamiento matemático cartesiano, ha
hecho observar que Descartes pretendió construir un Álgebra más que una
Geometría. "Descartes, dice fue el primero en ver que la forma de una figura resulta
de la posición de los puntos que la componen por medio de magnitudes, abstracción
hecha de toda idea de forma, de modo que reduce la forma a la magnitud mediante
la posición."
Descartes, que alude muchas veces a su Geometría, insiste en los resultados
obtenidos que refiere siempre a su método, el cual no debe confundirse con el
procedimiento analítico de representar las líneas por ecuaciones; y así escribe
Mersenne: "Con la Dióptrica y los Meteoros he querido únicamente convencer de
que mi método es mejor que el ordinario y creo que lo he demostrado con mi
Geometría."
Se comprende, pues, el efecto que le produjeron las objeciones de Fermat, tanto
más cuanto que Descartes profesaba un profundo desprecio no sólo por sus
antecesores, sino también por sus contemporáneos. Era ególatra y vanidoso; pero,
a pesar suyo, no pudo prescindir de unos ni de otros, lo que demuestra, una vez
más, que el pensamiento matemático evoluciona lentamente y que la Geometría
Analítica, como todos los capítulos nuevos de la Matemática, tuvo una laboriosa
gestación, cuyo feliz resultado no hubiera sido posible sin el análisis geométrico de
los griegos y el análisis algebraico de Viéte.
Descartes era, además, oscuro escribiendo. "He prescindido en mi Geometría, dice,
de muchas cosas que pueden servir para facilitar la práctica lo he hecho y
deliberadamente, excepto en el caso de la asíntota, que lo olvidé. Había previsto
que ciertas gentes, que se vanaglorian de saberlo todo, no hubieran dejado de decir
que yo no había escrito nada que ellos no supieran si lo hubiese hecho en forma
más inteligible", soberbias palabras que denuncian su carácter, el cual no podía
tolerar la crítica fermatiana de sus investigaciones aunque fuese guiada por la noble
idea de aportar perfeccionamientos a una teoría.
Entre ambos matemáticos se cruzaron carteles de desafíos en forma de problemas
para resolver y teoremas para demostrar, mezclados con palabras irónicas y
descorteses por parte de Descartes, quien no podía disimular sus celos.
Algo bueno resultó de esta discusión: un notable progreso en el conocimiento de la
parábola y de los sólidos engendrados por su rotación; varias e interesantes
cuestiones relativas a la teoría de números, y el principio de las investigaciones
sobre la cicloide cuya historia es muy embrollada a causa de la intervención del
propio Descartes en otra disputa entre Roberval y Torricelli, quienes se acusaron
mutuamente de plagiarios.
Descartes tuvo dos discípulas de regia estirpe: la princesa palatina Isabel, a quien
conoció en Francfort siendo niña y que vivía con su madre, exilada en Holanda,
donde recibió de aquél lecciones que mitigaron el dolor de unos amores
contrariados, y sostuvo con él una copiosa correspondencia científica cuando el
filósofo abandonó su retiro de Egmond para ser maestro de la reina Cristina de
Suecia.
Esta interesante mujer, de diecinueve años, un poco masculina, amazona, cazadora,
tuvo el deseo de legar al mundo algo más que una fecha en la cronología de los
reyes y llamó a Descartes, quien, gracias a la habilidad de Chanut, embajador de
Francia en Suecia, accedió a ir a Estocolmo adonde llegó en el otoño de 1649,
siendo objeto de una fastuosa recepción.
Poco duró su estancia en la capital sueca. La reina tenía caprichos absurdos.
Insensible al frío, jamás cerraba las ventanas de sus habitaciones, por lo cual sus
ministros siempre estaban de acuerdo con ella. Cuando acudían a despachar
tiritaban, y lo único que querían era marcharse cuanto antes.
A Cristina no le pareció mejor hora para recibir las lecciones de Descartes que la de
las cinco de la mañana: terrible suplicio para aquel hombre que no estaba
acostumbrado a madrugar y una pulmonía le causó la muerte el 11 de febrero de
1650, a los cinco meses de haber comenzado a iniciar a su regia discípula en los
secretos de la Matemática y de la Filosofía.
Diecisiete años después, cuando Cristina ya había perdido la corona, los restos de
Descartes fueron trasladados a París, excepto los huesos de la mano derecha que
conservó el representante de Francia como recuerdo por el éxito de sus
negociaciones. Fueron inhumados el 24 de junio de 1667 en la iglesia de Santa
Genoveva, de donde pensó trasladarlos la Convención, por decreto de 4 de octubre
de 1793, al Panteón, y, mientras llegaba este momento, fueron llevados al jardín
del Elíseo. Acordada poco después la desaparición de éste, los despojos de
Descartes encontraron reposo, esta vez parece que definitivo, en la iglesia de Saint-
Germain-des-Prés, donde se encuentran actualmente.
Mucho viajó Descartes en vida y no poco después de muerto. Fermat, en cambio,
apenas viajó en vida y tampoco muerto. Su alma sencilla se desprendió de su
cuerpo el 12 de enero de 1665, en Chartres, donde ejercía a la sazón su profesión
de jurisconsulto.
Capítulo 6
NEWTON Y LEIBNIZ
Luchas políticas en la matemática
Uno de los debates más agrios que registra la historia de la Ciencia es el que
sostuvieron Newton, Leibniz y sus respectivos partidarios sobre la prioridad del
descubrimiento del Cálculo infinitesimal; y lo más curioso del caso es que el asunto
en litigio no existía realmente, puesto que las investigaciones de Leibniz y de
Newton eran completamente distintas.
Newton y Leibniz son dos espíritus diferentes. Newton es inglés y Leibniz alemán:
Newton permanece fiel a la tradición griega, como lo demuestra el elogio que hizo
del Análisis geométrico, del español Hugo de Omerique, y Leibniz sueña con una
combinatoria universal, de ascendencia luliana, como estudio a priori de las
diferentes combinaciones que dan origen a las operaciones aritméticas; Newton es
un poco arbitrario y artificial y Leibniz es un metodista que se acerca más a
Descartes que su ilustre adversario; Newton es un enamorado de lo bello y
armonioso, lo que le obliga a oponerse al carácter mecánico del Álgebra y Leibniz se
siente irresistiblemente atraído por el idioma universal simbólico de las
generalizaciones algebraicas, que le conduce a hacer asumir al racionalismo
categoría de dogma.
Para centrar la famosa polémica, recordemos brevemente la correspondencia
cruzada entre ambos matemáticos durante los años 1673-1676 por intermedio de
Oldenbourg, secretario de la Royal Society.
En su primera carta, fecha 3 de febrero de 1673, Leibniz habla de su teoría de las
diferencias finitas, y en la segunda, de 15 de junio de 1674, dice que ha hecho
construir una máquina que permite calcular rápidamente el producto de un número
de diez cifras por otro de cuatro y que ha encontrado que el segmento de cicloide
comprendido entre la curva y la recta trazada desde el vértice a un punto que diste
de la base el radio del círculo generador, es igual a la mitad del cuadrado construido
sobre el radio, añadiendo que este teorema se funda en una teoría que dará a
conocer más adelante.
La tercera carta, sin fecha, pero de 1674 como la anterior, es más interesante
porque contiene un párrafo en el que habría de apoyarse Newton para esgrimir
argumentos contra su rival.
Decía Leibniz: "Como es sabido, lord Brouncker y Nicolás Mercator han encontrado
series indefinidas de números racionales para representar el área de la hipérbola
referida a sus asíntotas; pero nadie hasta ahora ha podido hacer lo propio para el
círculo. Aunque Brouncker y Wallis hayan propuesto sucesiones de números
racionales que se acercan cada vez más a su superficie, nadie ha dado una serie
indefinida de tal clase de números cuya suma sea exactamente igual a la
circunferencia del círculo. Por fortuna para mí, he encontrado una serie que
demuestra las maravillosas analogías entre el círculo y la hipérbola y permite
trasladar el problema de la triangulación del círculo de la Geometría a la Aritmética
de los infinitos, de modo que lo único que hay que hacer ya es perfeccionar la
sumación de series. Los que hasta ahora han buscado la cuadratura exacta del
círculo no habían visto el camino por el que se puede llegar a ello. Me atrevo a
afirmar que soy el primero que lo ha encontrado, y el mismo método me da el
medio de obtener geométricamente un arco dado su seno".
Lo que Leibniz creía nuevo ya había sido encontrado por Gregory cuyas
investigaciones, aunque inéditas, eran conocidas de los matemáticos ingleses y,
sobre todo, de Newton, que estaba en posesión de métodos más generales que los
de su compatriota, lo que le inspiró, sin duda, la idea de aprovechar este
conocimiento contra Leibniz y, de acuerdo con su perfil psicológico, no contestó a
esta carta y siguió esperando nuevos datos que la ingenuidad de Leibniz no habría
de dejar de facilitarle.
Y, en efecto, a fines de 1674 o principios de 1675, Leibniz escribió una carta a
Oldenbourg en la que decía, entre otras cosas: "Creo que el método del ilustre
Newton para hallar las raíces de una ecuación difiere del mío, en el que, por cierto,
no sé para qué puedan servir los logaritmos o los círculos concéntricos; pero como
la cosa parece interesante, intentaré resolverla y le remitiré la solución.
Sin esperar respuesta, una quinta carta salió de su pluma el 28 de diciembre de
1675 anunciando el envío de algunas comunicaciones matemáticas, pero sin entrar
en detalles.
6a2cdae13e2f7i319n4oq2r4s8t12vx
en el que se ha querido ver nada menos que el Cálculo diferencial, pero que lo único
que denota es la mala fe de Newton de no descubrir su método, y sólo mucho
después, en 1687, dio la traducción del jeroglífico: Data aequatione quotcunque
fluentes quantitates involvente, fluxiones invenire, et vice versa, frase que, en
efecto, contiene seis a, dos c una d, etc., y que quiere decir: Dada una ecuación en
la que se encuentran mezcladas diversas fluentes, hallar las fluxiones de estas
variables.
Ahora bien, como Leibniz no conocía el método de Newton, imposible, además, de
comprender ni aun con la traducción del anagrama, antes de publicar su Nova
5a2dae10e2fh12i413m10n6o2qr7i11t10v3x:
11ab3c2d10eaeg1oi214m7n6o3p3q6r5f1177uvx, 3acae4egh6i414m5n80q4r3s6t4v,
2a2dae5e3i2m2n20p3r5s2t2u,
noticia cuando ya estaban impresos todos los pliegos de mi libro, excepto una parte
del prefacio, así es que lo único que puedo hacer es intercalar la cosa, no sólo por
su reputación, sino porque no deben quedar en su gabinete de estudio piezas de
tanto valor, a fin de evitar que otros se atribuyan su fama."
¿Quién, sino el propio Newton, pudo facilitar a Wallis la copia de las famosas cartas
y quién sino él mismo le autorizó a reproducirlas y a cambiar apenas algunas
palabras?
Maliciosamente se envió a Leibniz un resumen del prefacio de Wallis para que no
pudiera alegar ignorancia, pero no una copia de la carta del 10 de abril que el
matemático alemán no conoció hasta que la vio publicada en el Commercium
epistolicum.
Al recibir aquel prefacio, las Acta Eruditorum dieron cuenta con estas frases: "El
propio Newton, tan notable por su candor como por sus insignes méritos como
matemático, ha reconocido públicamente, lo mismo que en sus relaciones privadas,
que cuando Leibniz se carteaba con él por medio de Oldenbourg, es decir, hace
veinte años o más, poseía la teoría de su Cálculo Diferencial, la de las series
infinitas y los métodos generales para una y otra, que Wallis ha silenciado en el
prefacio de sus obras, porque, sin duda, no estaba suficientemente enterado,
quoniam de eo fortasse non satis ipsi constabat, y en cuanto a la consideración
leibniziana de las diferencias, punto al que alude Wallis diciendo que lo hace para
que no se pueda argumentar no haber dicho una palabra del Cálculo Diferencial,
suscitó meditaciones que de otro modo no se producían tan fácilmente:
meditaciones aperuit quae aliunde non aeque nascebantur."
El redactor de esta nota era, por lo menos, tan candoroso como ingenuamente creía
que lo era Newton; y en cuanto a las meditaciones que inspiraban la teoría
leibniziana de las diferencias, es claro que no nacían tan fácilmente del cálculo de
las fluxiones: aliunde; pero bien se advierte que Leibniz estaba muy lejos de
sospechar la tormenta que se cernía sobre él.
El encargado de desencadenarla fue Nicolás Fatio de Duillier, mediano matemático
de origen suizo, a quien Leibniz había protegido en sus primeros años y que,
establecido en Inglaterra, vivía a la sombra de Newton y a fuerza de arrastrarse
consiguió ingresar en la Royal Society.
Ana I, que poco antes, 1702, había sucedido a su cuñado Guillermo III, muerto sin
sucesión.
La polémica científica empezó a degenerar en debate político, sacando a relucir el
testamento de Carlos II de España y la subida al trono de Felipe V, primer Borbón
que pisó las calles de Madrid, y los celos implacables que en lo referente a intereses
mercantiles tenían mutuamente Inglaterra, España y Holanda, que rivalizaban en la
explotación de las riquezas de América.
Naturalmente que nada de esto tenía que ver con el Cálculo Infinitesimal; pero
como Guillermo III había visto el peligro que suponía para Europa el monstruoso
crecimiento del poder borbónico por obra de Luis XIV de Francia, que ya
sexagenario seguía teniendo la misma insolencia que de joven, consiguió arrastrar a
Inglaterra a una política antifrancesa y pensó asegurar la sucesión para que al morir
él, último miembro de los Estuardos, los destinos de Inglaterra fueran regidos por
un protestante que contrarrestara la influencia católica de la combinación fraguada
por Luis XIV; y cuando el 7 de septiembre se firma en El Haya la llamada Gran
Alianza, Europa quedó dividida en dos secciones: la germánica y la romana la
primera de las cuales representaba y defendía la independencia y la libertad, y la
segunda todo lo contrario.
Y por si era poco todo este barullo político, el matemático inglés enredó a Leibniz en
otra discusión de tipo religioso, mejor dicho, se las arregló de manera que sus
partidarios atacasen a Leibniz en el terreno de la Teología. Newton intentaba
demostrar la existencia de Dios diciendo que la admirable ordenación, elegantissima
compages, de nuestro sistema planetario no podía explicarse por leyes mecánicas ni
desarrollarse de una manera natural, y que sólo una fuerza sobrenatural tenía que
impedir que los astros se precipitaran sobre el Sol; pero reconoce que la máquina
universal no era perfecta, por lo cual Leibniz decía que el sistema newtoniano del
mundo era como un péndulo que necesitaba de vez en cuando que lo corrigiera el
relojero. "El catecismo anuncia a Dios a los niños y Newton lo demuestra a los
sabios", dijo Voltaire, finalista como el autor de los Principia, que en sus últimos
años se dedicó a comentar ridículamente el Apocalipsis, con gran regocijo de Halley,
que gustaba embromarse y no se recataba para pronunciar frases cáusticas sobre
años después de ser del dominio público el cálculo de las diferencias. Otro indicio de
que el método de las fluxiones no ha nacido antes que el de las diferencias es que el
verdadero modo de considerar las fluxiones, es decir: de diferenciar las diferencias,
no era conocido de Newton, como demuestran sus mismos Principia, en donde no
sólo el incremento constante de la magnitud x, que ahora representa por un punto,
está simbolizado por un cero, sino que se da una regla falsa para determinar los
grados ulteriores de las diferencias; de donde resulta que el verdadero método de
diferenciar las diferencias le era desconocido cuándo ya lo empleaban otros
muchos."
Es fácil suponer el efecto que produjo a Newton la publicación de esta carta. Su
olímpica soberbia se revolvió contra el reproche de haber tomado los coeficientes
sucesivos de los términos de una serie ordenada según las potencias crecientes de
la variable, por las derivadas sucesivas de la función representada por esta serie, y
presionó más aún a los miembros de la sociedad que presidía y a sus colegas
alemanes, sirviéndose para ello de la política en el sentido peyorativo de esta
palabra.
Acababa de morir la reina Ana, y como no había dejado sucesión, la Casa de
Hannover aspiraba al trono inglés. Leibniz, que tenía actividades políticas
internacionales, apoyaba al candidato alemán cuyas ideas liberales eran bien vistas
por el partido whig, en contra del tory al que pertenecía Newton, y así cuando en
1714 un acta del Parlamento inglés da fin a la dinastía de los Estuardos y eleva al
trono a Jorge I de Hannover, que nombra primer ministro a Stanhope, jefe de los
whigs, Newton y los suyos se encontraron un poco desorientados desde el punto de
vista político; pero el mal estaba hecho y el gran público interesado en la polémica
científica.
Los que en Alemania trabajaban de acuerdo con los conservadores ingleses por la
restauración de los Estuardos, llevaron su intriga hasta el punto de que,
aprovechando una ausencia de Leibniz, le despojaron de la dirección de la Academia
de Ciencias, que él había fundado.
Y la lucha continuó cada vez más enconada, presentando nuevos aspectos. En el
informe de la Royal Society se había dicho que "de los documentos examinados
parece deducirse que Collins comunicaba con demasiada libertad a gentes hábiles
los escritos de que era depositario".
Leibniz había conocido a Juan Collins la segunda vez que estuvo en Inglaterra en
1676 y éste le enseñó una parte de su correspondencia con Gregory y Newton, en la
que éste confesaba su ignorancia de ciertas cuestiones y, entre otras cosas, decía
que "de las dimensiones curvilíneas célebres sólo había encontrado la de la
cicloide", según escribió Leibniz al abate Conti en 1715.
La irritación de Newton se desbordó, y en carta dirigida también al mismo abate el
26 de febrero de 1716 dice: "Leibniz cita un párrafo de una de mis cartas en el que
confieso mi ignorancia y no me avergüenzo de tal confesión; pero, puesto que
Collins se lo ha dado a leer cuando estuvo por segunda vez en Londres, es decir, en
el mes de octubre de 1676, es claro que tuvo que ver la carta que contenía tal
pasaje, fechada el 24 de aquel mes y año, y en la cual, así como en otros escritos
anteriores, hay una descripción de mi método de las fluxiones. En esta misma carta,
yo había explicado también dos métodos generales para las series, sobre uno de los
cuales tiene Leibniz ciertas pretensiones."
Como agudamente dice Marie, "es cierto que si Leibniz vio el pasaje, también vio la
carta, es decir: el papel de la carta; pero ver y leer son dos cosas distintas. Se
puede muy bien leer el párrafo de una carta referente a un asunto sobre el cual ha
recaído la conversación, sin leer la carta entera; y si Newton hubiera siempre
razonado así, no habría sido tan gran geómetra”.
Es absurdo suponer que Collins leyera a Leibniz toda la carta, que tiene
precisamente la misma fecha: 24 de octubre de 1676, que la dirigida a Oldenbourg
en la que le comunica su método bajo la luminosa forma de dos anagramas, por la
sencilla razón de que Newton, “insidioso, ambicioso y excesivamente ávido de
alabanzas", según el rebato moral que de él hizo Flamsteed, que lo trató mucho, y
"el carácter más desconfiado que he conocido", en opinión de G. Whiston, su
sucesor en Cambridge, no dejaría de recomendar el silencio a Collins quien, por otra
parte, no se concibe que, no habiendo podido recibir tal carta antes del 25 de
octubre y estando Leibniz en Londres durante este mes, se apresurara a aprovechar
los seis días que hay entre el 25 y el 31 para traicionar a su amigo, revelando un
secreto que éste no dio a conocer hasta 1695, es decir, veinte años después.
que, como dicen Biot y Lefort, "denuncian la mano de Newton y la mano de Keill,
llevada por Newton".
Cuatro años después, éste publicó una nueva edición, la tercera, 1726 de sus
Principia, suprimiendo en ella la nota, ya modificada en la segunda, 1713, en que
reconocía los derechos de Leibniz, y escribiendo en su lugar estas palabras: "Con
respecto al escolio que puse a continuación del lema 29 del libro II de mi obra, y
que tanto se ha citado contra mí, debo decir que no lo escribí con objeto de hacer
honor a Leibniz, sino para asegurarme la posesión del mismo."
Por último, Biot y Lefort hicieron en 1856, más de un siglo después de la muerte de
los protagonistas de este episodio, una nueva edición del Commercium epistolicum,
aportando todos los documentos necesarios para el examen imparcial del asunto, y
terminan sus conclusiones con estas sensatas palabras: "Si los comisarios
nombrados por la Royal Society hubieran apreciado en su justo valor el poder de
abstracción, el auxilio del algoritmo y la fuerza de las ecuaciones diferenciales,
habrían visto que no había ni podía haber en ello primero ni segundo inventor y
hubiesen declarado que Newton era dueño del método de las fluxiones antes que
Leibniz estuviese en posesión del Cálculo Diferencial, y proclamado en voz alta que
el descubrimiento de Leibniz era independiente del de Newton y que lo publicó antes
que éste”.
Capítulo 7
CAYLEY Y SYLVESTER
Los invariantes
a+b=b+a
ab=ba
decir: operaciones que dejan las relaciones que se pueden establecer entre los
elementos del grupo y cuya ley de composición constituye su estructura.
Un ejemplo aclarará estas ideas. Tracemos en una hoja de papel una figura
cualquiera, sencilla o complicada, compuesta de rectas y curvas que se entrecrucen,
y doblemos el papel en la forma que nos plazca, pero, sin desgarrarlo. ¿Tendrá esta
figura alguna propiedad que sea la misma antes y después de plegar el papel?
Tracemos ahora la misma figura sobre un trozo de caucho y luego estiremos el
caucho en todas las direcciones que queramos, pero sin desgarrarlo. Se comprende
sin dificultad que las longitudes de las líneas han variado; que los ángulos que
formaban no son los mismos, ni las áreas tampoco; que algunas de las curvas se
habrán complicado y otras, en cambio, han podido convertirse en rectas y, al revés,
algunas rectas en curvas, y, sin embargo, hay algo en la figura que no ha cambiado,
algo tan sencillo que, precisamente por eso, puede pasar inadvertido: ese algo es el
orden de los puntos en que una línea cualquiera de la figura, recta o curva,
encuentra a otra línea cualquiera, de modo que si, por ejemplo, para ir de un punto
A a otro C, siguiendo una cierta línea, teníamos que pasar por un punto B de esta
línea antes de deformarla, también tendremos que pasar por B para ir de A a C
después de deformada, es decir: ese orden es un invariante en las transformaciones
particulares que han plegado la hoja de papel y estirado la hoja de caucho.
Y ahora es fácil ver que la Geometría se reduce al estudio de los invariantes del
grupo de los movimientos, esto es: de las relaciones que no cambian en el
movimiento de los cuerpos sólidos, independientemente de las que tengan con el
mundo exterior, límite alcanzado por un doble proceso psicológico de abstracción de
las sensaciones y de generalización de la idea de cuerpo hasta hacerle asumir la
categoría de figura geométrica, de tal modo que cuando decimos, por ejemplo, que
en un triángulo isósceles los ángulos opuestos a los lados iguales son iguales, no
pensamos un triángulo determinado, sino un triángulo isósceles cualquiera, con
absoluta independencia de su magnitud y de su posición.
Obsérvese, en efecto, que los objetos del mundo exterior producen en nosotros
diversas sensaciones que situamos en un cierto continente, de tal modo que la
noción de éste queda aislada de las de orden, peso , contacto, etc. hasta llegar al
concepto de extensión concreta primero y al de espacio vacío después. Si aquellas
El grupo formado por todos los movimientos, todas las semejanzas y todas las
simetrías es el grupo fundamental de Félix Klein, en cuyo famoso Programa de
Erlangen estableció que la Geometría estudia las propiedades invariantes respecto
de un grupo cualquiera de transformaciones, de donde resulta que hay tantas
Geometrías corno grupos de transformaciones.
Pero estos grupos se pueden reducir a tres: Análisis Situs, Geometría Proyectiva y
Geometría Métrica, cada uno de los cuales corresponde a tres grupos de
transformaciones fundamentales y estudia las propiedades invariantes respecto de
estos grupos.
El concepto de grupo, surgido, de la experiencia, ha conseguido sistematizar las tres
Geometrías que nacen de tres conjuntos de sensaciones: musculares, visuales y
táctiles, estudiando cada una de ellas las propiedades invariantes respecto de un
grupo de transformaciones fundamentales que responden a necesidades
biológicamente inmediatas, puesto que todas las sensaciones espaciales, de espacio
psicológico, tienden a nuestra conservación individual provocando las adecuadas
reacciones corporales, directas o reflejas, que permiten el paso de la representación
psicológica a la Geometría por medio de una eliminación de los datos heterogéneos
de los sentidos, sin que nos asombren las desigualdades entre los espacios
psicológicos: anisótropos, heterogéneos y limitados, y el espacio geométrico:
isótropo, homogéneo e ilimitado, por razones de utilidad, como no nos chocan los
bailes y las funciones de teatro en favor de los tuberculosos pobres, a causa de la
diferencia entre el concepto y la representación sensible, que queda anulada por el
imperativo biológico.
La labor de Cayley y de Sylvester fue más analítica que geométrica, pero, dado el
carácter de este cursillo, es más fácil trasladar al campo de la Geometría el
concepto de invariante, que dejarlo en el dominio del Álgebra.
Los dos matemáticos se conocieron el año 1850, no como matemáticos, sino como
abogados, y en verdad que debió de ser curiosa la entrevista. Cada uno de ellos
conocía la labor del otro y ambos se profesaban mutua admiración, de la que nació
en aquel momento una amistad perdurable.
La relación personal de ambos tuvo recíproca influencia de la que salió beneficiada
la Matemática y perjudicada la Jurisprudencia. Sylvester pidió un puesto de profesor
Capítulo 8
RIEMANN Y BOOLE
Una revolución en geometría y un pronunciamiento en álgebra
Los matemáticos ingleses de la primera mitad del siglo XIX sólo estudiaban lo que
les interesaba particular y personalmente, como para distraerse, sin dar ninguna
importancia a los problemas que preocupaban al resto de Europa, separada de ellos
por una cinta de mar. Además de isla geográfica, Inglaterra era una isla matemática
que vivía del jugo newtoniano. Un nacionalismo estrecho le impidió aceptar las
teorías dé Leibniz, y la consecuencia fue que la Matemática inglesa quedó estancada
durante un siglo: exactamente hasta el año 1812, en que se fundó la Sociedad
Analítica de Cambridge, que puso remedio a tan lamentable estado de cosas. Claro
es que sus fundadores tuvieron que enfrentarse con políticos de ignorancia
ejemplar. Sirva de muestra el siguiente botón:
A principios del siglo XVII el Ministerio, de Hacienda inglés adoptó los bastoncitos de
Neper para hacer las operaciones contables. Estos bastoncitos consistían en unas
tiras rectangulares de madera de unos siete centímetros de largo por ocho,
milímetros de ancho, divididas en nueve cuadrados por medio de líneas
transversales, cada una de las cuales estaba encabezada por una cifra, y debajo de
ésta sus productos por los números dígitos, escritos en los sucesivos cuadrados de
modo que si el producto tiene dos cifras, la de las decenas se coloca en el triángulo
superior de los dos en que cada diagonal divide el cuadrado. Mediante una
manipulación engorrosa se hacía la multiplicación de los números de varias cifras; y
en cuanto a la división tan complicada que constituía una verdadera tortura, hasta
el punto de que solo la abordaban hábiles calculadores. Para ente absurdo sistema
de operar, la burocracia inglesa creó una nube de escribientes, tenedores de libros y
actuarios que se sucedieron por generaciones en las covachuelas del Ministerio
hasta que un día, en tiempo de Jorge III (1760 - 1820), un ministro "revolucionario"
tuvo la audacia de incoar un expediente para saber si debían seguir llevándose las
cuentas por aquel procedimiento, análogo al de Robinson para tener al día el
calendario en su isla desierta o cambiarse por otro más moderno. Se levantó tal
tempestad de protestas que hubo que esperar hasta el año 1826 para que se
Un año después fue nombrado profesor del Queen’s College, que acababa de
inaugurarse en Cork, Irlanda, y allí intimó con el catedrático de griego, con cuya
hija María Everest se casó.
Riemann, en tanto, se doctoraba en Gotinga el año 1851, con una tesis titulada
Grundlagen einer allgemeinen Theorie der Functionen einer veränderlichen
complexen Grosse, de la que Gauss dijo en su informe oficial: "Esta tesis es una
prueba fidedigna de las profundas y penetrantes investigaciones del autor en el
punto de que se trata y denuncia, al propio tiempo, un espíritu creador, activo,
realmente matemático, y de fecunda originalidad. El lenguaje es claro y conciso y,
en algunos pasajes, bello y elegante. La mayoría de los lectores hubieran preferido,
sin duda, mayor claridad en la exposición; pero, en su conjunto, este trabajo es un
estudio sustancial cuyo valor intrínseco no sólo satisface las condiciones exigidas en
una tesis para el Doctorado, sino que las supera ampliamente."
Poco después empezó a preocuparse por los problemas de Física matemática.
Antinewtoniano, Riemann dice que "se puede establecer una teoría matemática
completa y bien determinada, que progrese partiendo de las leyes elementales de
los puntos individuales hasta los fenómenos que se presentan en el plenum de la
realidad, sin distinción entre la gravitación, la electricidad, el magnetismo o la
termostática".
Estas palabras, que no hubiera desdeñado de firmar Clarke, habrían indignado a
Newton, quien, con su característica soberbia, habría arremetido violentamente
contra Riemann que, anticipándose a las actuales teorías físicas, rechazaba la acción
haciéndola depender del concepto de medida, pero en el que hay algo más que una
filosofía práctica de la Matemática, a la que aspiran hoy la Física teórica, la teoría de
la relatividad y la mecánica de los quanta.
Riemann parte del concepto de multiplicidad como clase tal que todo elemento de
ella se pueda caracterizar asignándole ciertos números en un orden determinado,
que correspondan a propiedades numerables, y llega a la consecuencia, aceptada
por la Matemática actual de que el espacio es una multiplicidad-número,
preocupándose de lo que es el espacio, aunque este es no signifique nada en
relación con el espacio.
Como, dado el carácter de este cursillo, no es posible entrar en detalles que exigen
recursos de Matemática pura para ahondar en el pensamiento de Riemann, baste
decir que con la concepción de éste hemos aprendido a no creer en ningún espacio
como necesidad de la percepción y a creer, en cambio, en tantos espacios y
Geometrías como sean convenientes para un fin determinado, y en que lo mismo
que hay diferentes clases de líneas y superficies, hay diferentes especies de
espacios de tres dimensiones y sólo la experiencia puede decirnos a qué especie
pertenece el espacio en que vivimos.
Rompiendo con la tradición anterior y colocándose en un punto de vista general, sin
descender a detalles, con aquilina visión panorámica de la Geometría, Riemann
sentó las bases de la Física geometrizada de hoy.
La obra de Boole es de otra índole. Dice que el objeto de su libro es "estudiar las
leyes fundamentales de las operaciones del espíritu por las cuales se cumple el
razonamiento, expresarlas en el lenguaje del cálculo y, sobre esta base, establecer
la ciencia lógica y construir su método, y hacer de éste, el fundamento de un
procedimiento general para la aplicación de la doctrina matemática de las
probabilidades y, por último, recoger de estos diversos elementos de verdades,
sacados a la luz en el transcurso de estas investigaciones, algunos indicios
verosímiles sobre la naturaleza y constitución del espíritu humano. ¿Es un error
considerar esto como la verdadera ciencia de la Lógica que, poniendo ciertas leyes
elementales, confirmadas por el propio testimonio del espíritu, nos permite deducir
por procedimientos uniformes la cadena completa de sus consecuencias secundarias
y facilita, por sus aplicaciones prácticas, métodos de una absoluta generalidad?
quieta, luz serena, como la luz cenital, que no proyecta sombras, ha sido, es y será
una perfecta locura para los espíritus prácticos, terriblemente prácticos, que
florecen en todas las latitudes con la espontaneidad con que brotan los cardos en
las tierras arenosas.
El cerebro de Riemann, sometido a una presión excesiva, que no corría parejas con
la subalimentación a que estaba sometido, sufrió un eclipse y los médicos le
aconsejaron reposo. Afortunadamente, tenía un amigo en la accidentada región del
Hartz y allá se marchó y allá fue también Dedekind, que era entonces profesor del
Politécnico de Zurich. Paseando por la montaña, y discurriendo sobre temas que no
exigían ningún esfuerzo mental, Riemann recobró la salud.
Al regresar a Gotinga fue nombrado profesor adjunto. Empezaba la liberación
económica; pero diríase que el sino de Riemann era sufrir. Apenas había comenzado
a disfrutar de una situación, modestísima, pero segura, murió su hermano y tuvo
que atender al sostenimiento de sus hermanas. Una pirueta del destino le alivió la
carga poco después: María, la menor, siguió a su hermano a la tumba, lo que hace
pensar en dar la razón a quienes como se dijo al principio, atribuyen las prematuras
muertes de los Riemann a la falta de alimentación adecuada en sus primeros años.
En 1859 quedó vacante la cátedra de Dirichlet, por fallecimiento de éste, 5 de mayo
y la Universidad llamó a Riemann para sucederle, y, como a Gauss, lo alojó en el
Observatorio astronómico. Ahora sí que parecía segura la liberación. El prestigio de
Riemann había atravesado ya las fronteras de Alemania y la Royal Society de
Londres y la Academia de Ciencias de París le nombraron miembro correspondiente.
Con este último motivo Riemann fue a la capital de Francia, en donde conoció
personalmente a Hermite, que le profesaba honda admiración, el año 1860, fecha
importante en la historia de la Física matemática porque marca una notable
memoria de Riemann Sobre un problema relativo a la conducción del calor, en la
que establece un sistema de formas diferenciales cuadráticas, en relación con sus
investigaciones sobre los fundamentos de la Geometría, que, andando el tiempo,
habrían de ser la base de la teoría de la relatividad.
Resuelto ya el problema económico, y sin la angustia diaria de la urgencia biológica,
Riemann pensó en casarse. Tenía treinta y seis años cuando contrajo matrimonio
con Elisa Koch, amiga de sus hermanas. Al mes de casado tuvo una pleuresía que le
acarreó la tuberculosis.
Ante esta situación, sus amigos le consiguieron una bolsa de viaje, y aquel invierno,
1862, lo pasó en Italia. Regresó a Alemania en la primavera siguiente, pero cayó
enfermo en seguida, y en agosto volvió en busca del cielo azul y del clima templado
del mediodía, viéndose obligado a detenerse en Pisa, a causa de la fatiga que le
producía el viaje. Allí nació su hija Ida.
El invierno siguiente fue tan excepcionalmente frío que hasta se helaron las aguas
del Arno. La Universidad de Pisa ofreció una cátedra a Riemann, que éste no pudo
aceptar por su lastimoso estado de salud; pero la de Gotinga le prolongó
generosamente el permiso y hasta le envió un refuerzo económico que le permitió
instalarse en una casita de campo de los alrededores de Pisa, donde murió su
hermana Elena y donde él se agravó lamentablemente.
En vano intentó mejorar en Livorna y en Génova. Sintiendo la nostalgia de su
patria, regresó a Gotinga en octubre de 1865; pero bien pronto se convenció de que
su curación era imposible en Alemania y volvió a Italia, pasando sus últimos días en
Selasca, a orillas del lago Mayor, donde murió el 20 de julio de 1866.
Dedekind, su colega y amigo, que profesaba al matemático tan grande admiración
como cariño al hombre, cuenta su muerte con estas sencillas y emocionadas
palabras: "Sus fuerzas declinaban rápidamente y comprendió que el final estaba
próximo. El día antes de morir estudiaba a la sombra de una higuera y su alma
estaba alegre ante el maravilloso paisaje; pero la vida se le escapaba dulcemente,
sin lucha y sin agonía. Diríase que presenciaba con interés cómo se separaba el
alma del cuerpo. Su esposa le dio un poco de pan y vino, y él le dijo entonces:
“Dale un beso a nuestra hijita”, y juntos empezaron a rezar el padrenuestro. Al
llegar a “perdónanos nuestras deudas” Riemann alzó lentamente los ojos al cielo.
Ella estrechó su mano, cada vez más fría, entre las suyas, y, luego de un suspiro
muy hondo, dejó de latir aquel noble corazón. La dulzura que había respirado en su
infancia no le abandonó nunca. Sirvió a Dios fielmente, como lo había servido su
padre, pero de manera distinta."
El epitafio de la tumba que le erigieron sus amigos italianos termina con estas
palabras en alemán: "Todas las cosas trabajan para el bien de los que aman al
Señor."
Capítulo 9
LOBACHEWSKI Y HAMILTON
Antikantiano y kantiano
que por un punto exterior a una recta hay una paralela única, y construir una
Geometría rigurosamente lógica como si no existiera tal postulado. Si éste era una
consecuencia de los demás, debía llegarse a una contradicción, que es la prueba
matemática de la falsedad. Pues bien, Lobachewski no sólo no llegó a ninguna
contradicción, sino que se encontró con una Geometría nueva, distinta de la de
Euclides, pero sin oposición lógica con ella, una Geometría que podía convivir con la
griega en un sector más amplio que el que conserva el nombre primitivo aunque
haya alterado su significación.
El postulado de Euclides no es, pues, verdadero ni falso. Todo depende del punto de
vista en que nos coloquemos, y si hasta entonces nadie lo había puesto en duda
era, según palabras de Lobachewski, "porque no se encuentra ninguna contradicción
en sus consecuencias y porque la medida directa de los ángulos de un triángulo está
de acuerdo con él dentro de los límites de error de las medidas más perfectas",
quedando el criterio de la experiencia, que sería decisivo si pudieran calcularse los
ángulos de un triángulo cuyos lados fueran inmensamente grandes, como el
definido por tres estrellas del mundo extragaláctico.
En la Geometría de Lobachewski una recta puede ser perpendicular a sí misma; la
suma de los ángulos de un triángulo es menor que dos rectos; por un punto hay dos
paralelas a una recta, y otras propiedades que desconciertan al principio porque
chocan con nuestro concepto intuitivo de espacio, pero que están lógicamente
encadenadas y han tenido dos consecuencias trascendentales: derribar el postulado
de Euclides del lugar de privilegio que ocupaba en la Geometría y destruir la
concepción kantiana de espacio.
El descubrimiento de Lobachewski es una piedra miliar en la historia de la
Geometría, sobre la cual hay que grabar una fecha: 12/24 de febrero de 1826, día
en que el geómetra ruso, que tenía entonces treinta y tres años, presentó su
comunicación a la Sociedad de Física y Matemática de Kazan, de cuya Universidad
era profesor.
Acaso los no matemáticos crean que la Geometría lobatchewskiana es solo un
producto mental sin ninguna realidad y que la de Euclides es la verdadera dando a
las palabras realidad y verdad su sentido corriente, el que les asigna el hombre de
la calle. Un sencillo ejemplo le sacará de su posible error. La más corta distancia
modesto funcionario que murió cuando Nicolás tenía siete años, dejando a su
esposa, Praskovia Ivanovna y tres niños, un tercero había nacido quince meses
después que el futuro geómetra, en una pobreza rayana con la miseria.
Haciendo un esfuerzo apenas concebible en la Rusia zarista de aquellos días, la
madre de Nicolás se trasladó a Kazan para dar instrucción a sus hijos, y dos años
después, cuando tenía nueve, Nicolás empezó sus estudios secundarios, gracias a
una beca ganada por sus propios méritos, y entonces trabó conocimiento con la
Matemática que cultivó después con verdadera pasión en la Universidad, fundada
hacia poco tiempo, y en la que ingresó en el año 1807. El zar Alejandro I, queriendo
hacer del primer establecimiento docente de Kazan una universidad de tipo
europeo, llamó a varios profesores alemanes, quienes, viendo en seguida que
Lobachewski era un matemático en estado potencial, le dedicaron atención
preferente. Entre ellos estaba Bartels, antiguo condiscípulo y amigo fiel de Gauss, y
a quien debió gran parte de la orientación geométrica que había de conducirle a la
inmortalidad.
En 1811 obtuvo el título de maestro; dos años después fue nombrado profesor
adjunto y tres años más tarde, apenas cumplidos los veintidós, catedrático titular de
Matemática.
La labor desarrollada por Lobachewski fue formidable. Por aquellos días empezó a
preocuparle el problema del paralelismo y, según se deduce de un cuaderno de
notas, que se conserva hoy como una reliquia, parece que sus primeros resultados
los envió a Fuss, matemático suizo que estaba entonces en San Petersburgo y
trabajaba con el gran Euler, compatriota suyo, desde que Catalina II nombró a éste
presidente de la Academia imperial rusa. Fuss encontró demasiado revolucionarias
las ideas de Lobachewski y perdió el original, que apareció casi un siglo después y
hoy forma parte de la edición de sus obras completas ordenada por el Gobierno
soviético, que ha llenado la laguna que dejó la Universidad de Kazan al publicar, al
cumplirse los veinticinco años de la muerte de Lobachewski, sólo sus obras
geométricas.
Además de su labor de cátedra, éste explicaba cursos complementarios con objeto
de elevar la cota matemática, bastante baja, de la Rusia de su tiempo, y ordenó la
biblioteca universitaria, que era un caos.
Asombróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supieran hablar francés.
Arte diabólica es,
dijo torciendo el mostacho,
que para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal
llega a viejo y lo habla mal
y allí lo parla un muchacho.
Además de saber tan enorme cantidad de idiomas, sabía con igual maestría esgrima
y natación y era de carácter tan irascible que a un condiscípulo que le llamó
mentiroso lo desafió a muerte, pero los padrinos arreglaron la cosa y no pasó nada.
Hamilton tenía entonces quince años escasos.
Por aquellos días fue a Trim un famoso calculador norteamericano; un tal Zerath
Colburn, que influyó en la futura orientación de Hamilton. Tuvo con él una
conversación de la que sacó el convencimiento de que la lingüística no servía para
nada. Colburn le descubrió trucos, diciéndole que todo era cuestión de memoria: de
memoria monstruosa, porque en una ocasión un espectador preguntó a Colburn si
el número 4294967297 era primo, y el calculador contestó instantáneamente y sin
vacilar, que no, porque era divisible por 641, lo cual es cierto. Precisamente tal
número es el quinto de Fermat y costó no poco trabajo encontrarle el divisor 641
tan rápidamente dado por Colburn, quien no supo responder cómo había averiguado
lo que Euler descubrió un siglo antes.
Hay una carta de Hamilton a su primo Arturo en la que reconoce que Colburn le
convenció de la inutilidad lingüística y entonces pensó dedicarse a la Matemática, lo
que hizo con la misma intensidad con que se había entregado al estudio de los
idiomas, pues a los diecisiete años sabía Cálculo Integral y a los dieciocho ingresaba
en el Trinity College de Cambridge con el número 1 en una promoción de cien
candidatos. Y no estará de más advertir que se preparó solo.
A los diecinueve años tuvo la primera novia, cuya belleza se dedicó a cantar en
versos griegos y, ¡claro! ella se casó con otro. Hamilton sufrió un ataque de nervios
cuando la que pudo ser su suegra le dio la noticia, e intentó suicidarse arrojándose
al río, pero como era buen nadador, no consiguió, a pesar suyo, hundirse, y se
consoló componiendo un poema "a la ingrata". Hamilton fue, en esto, un goethiano
puro.
El año 1827, es decir, cuando apenas tenía veintidós de edad, fue nombrado
profesor de Astronomía de la Universidad de Dublín y director del Observatorio
anexo a la cátedra, y aquel mismo año, durante unas vacaciones, conoció en el
pintoresco distrito de los lagos al poeta Wordsworth. Al día siguiente de serle
presentado Hamilton le envió un poema de noventa versos, muy malos por cierto.
No fue así su Theory of system of Rays, publicada en igual fecha en las Transactions
of the Royal Irish Academy, que es un profundo estudio de los sistemas doblemente
infinitos de las rectas en el espacio en relación con el problema de la refracción, de
Capítulo 10
MAUROLICO Y COMMANDINO
El humanismo en la matemática
esterilidad del tomismo y las arbitrarias interpretaciones que de la Biblia daban los
teólogos eclesiásticos, tendiendo hacia la exégesis de los primeros padres de la
Iglesia.
El humanismo francés se caracteriza por una orientación erudita y crítica que
culmina en Rabelais y Montaigne, mientras que el alemán, con Rodolfo Agrícola y
Regiomontano, prepara el camino de la Reforma; el inglés, con Tomás Moro,
adquiere un matiz socializante, y el español, con Cisneros, Nebrija, Arias Montano,
Fernando de Córdoba, Luis Vives y Fox Morcillo, es moralista y tiende a una síntesis
científica.
Los humanistas se apartan de las ideas de los siglos medievales para dar un sentido
humano al Arte y a la Ciencia; y, al presentar la vida de los pueblos de la
antigüedad clásica como tipo ideal de la Humanidad, ponen los cimientos de la
civilización moderna. La Ciencia, en general, y la Matemática en particular, no
fueron ajenas a aquel movimiento y siguieron también la corriente humanística. Los
Elementos de Euclides, el Almagesto de Ptolomeo, la Aritmética de Diofanto, las
Cónicas de Apolonio y todas las obras de los grandes matemáticos de la antigua
Grecia, y hasta algunas de los menores, fueron dadas a conocer por los
matemáticos humanistas como Zamberti, Barrozzi, Memo, Holzmann, más conocido
por su nombre latinizado de Xylander, y otros que, al poner el Occidente en
contacto con los genios de la Hélade, compraron la obra encentada en el siglo XII
por la Escuela de Traductores de Toledo, fundada por el arzobispo Don Raimundo,
en los momentos en que el espíritu latino empezaba a despertar de su modorra y
los hombres a comprender que en el mundo hay que hacer algo más que cantar las
lamentaciones del Dies irae.
Hasta entonces la Matemática había vivido del jugo de Boecio y de San Isidoro. La
Aritmética del noble romano y las Etimologías del arzobispo de Sevilla eran las
únicas fuentes de conocimientos matemáticos, superadas en el siglo XII por
Savasorda en España, Alberto Magno en Alemania y Juan de Sacrobosco en
Inglaterra, pero es una Matemática contaminada por las supersticiones, siendo
precisamente en España el país donde se conservó más pura la Ciencia; y así ha
dicho un escritor citado por Fernández Vallín, sin indicar su nombre, que "cuando
volvían a los hispanos, aumentados y comentados, aquellos libros que habían salido
59, 69, 79, 89 y 99, o sea: de siete órdenes distintos, el número 7 vuelve a
aparecer bajo otro aspecto.
Todos estos números teúrgicos conjuran al fatídico 13, cuyo maleficio debió de ser
tan enorme que todavía proyecta su sombra hoy, en pleno siglo XX, que es el siglo
del motor de explosión, de la incredulidad y de las camisas flojas.
La serie de disparates medievales desapareció, afortunadamente, con las primeras
ediciones de los clásicos griegos. Un mundo nuevo apareció ante los ojos atónitos
de los hombres, preocupados hasta entonces en pueriles combinaciones numéricas
y triviales figuras geométricas; y una sed de saber y un ansia de curiosidad se
despertaron en todos los espíritus.
Estas primeras ediciones tienen, sin embargo, un defecto: su oscuridad, producida
por amanuenses torpes que desfiguraron el pensamiento del autor al copiar
infielmente el original, defecto que aumentó al ser traducidos textos adulterados;
pero era tan grande su poder de sugestión, a pesar de todo, que muchos eruditos,
familiarizados con la técnica del razonamiento matemático, se dedicaron a la noble
y nunca bien alabada tarea de revisar y corregir los libros ya publicados, a comentar
las obras de los maestros y, finalmente, a adivinar lo que habían escrito, tomando
como punto de partida para su labor de exégesis los comentarios de Pappo, de
Proclo y de Eutocio, especialmente, y buscando a través de ellos, con tanta
paciencia como ingenio y entusiasmo, el hilo de Ariadna que los condujera a los
grandes maestros, sobre todo a los que definieron el ápice de la escuela de
Alejandría.
Como representantes de los beneméritos traductores de la Matemática griega, que
tienen, además, el mérito de haber hecho algunas aportaciones de no escaso valor,
pueden escogerse dos nombres: Francisco Maurolico y Federico Commandino,
ambos italianos, de Mesina el primero y de Urbino el segundo, y ambos
contemporáneos y amigos que sostuvieron larga correspondencia epistolar.
Maurolico era oriundo de una familia de Constantinopla que huyó cuando los turcos
se apoderaron de la capital del Imperio bizantino, y poseía algunas copias de obras
griegas. Era hombre de cultura enciclopédica.
Matemático, astrónomo, poeta e historiador, gozó de gran estimación y justa fama
en vida y fue honrado en muerte con una suntuosa tumba sobre la que sus
FIN