El Grito Primal DR Arthur Janov

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“ H a c e a l g u n o ?

añ os o í a l g o q u e h a b í a «1c c a m b i a r <1 c u r s o
d e un v i d a p r o f e s i o n a l y la s i d a d e ' m í » paciente.-. L o q u i
o í q u i z á p u e d a c a m b i a r la í n d o l e ile la p s i c o t e r a p i a tal
c o m o >e la c o n o c e h o y : un g r i t o e s p e l u z n a n t e n a c i d o «te.
Ia> p r o f u n d i d a d « • d< un j o v e n t e n d i d o cli el M ie lo d u r a n l i
lina sesión t e r a p é u t ic a . S ó l o acierto a com p a ra rlo con f-\
q u e p u e d e p r o l t f r i r una p e r s o n a a p u n t o d e ser asesinad a.
E s te l i b i o trata d e j e s e j j r i t o y d e lo q u e s i g n i f i c a c o n r es ­
pecto al d escu b rim ien to de los s e c r e to s de la n e u r o s is

A r t h u r Jan ox <•.« m i e m b r o d e la A m erica n Ps\cbqlt>^j<'5T


A ssoriation y de Los Ansíeles S o c i e t y o f C l i n i r á l P.íVcho-
logists. L o s p r i m e r o s y m á s no te irios p a c i e n t e s ^ ^ l a terapia
p rim al han s id o h o m b r e s \ m u je re s jóvcjjr^. h
BIBLIOTECA DE PSICOLOGIA

*K.-

.Ut
i*

I a edición: mayo 1972.


2a edición: marzo 1975.
3a edición: agosto 1977.
ARTHUR JANOV

El grito primal
Terapia p rim a l: la curación de la neurosis

Trad u cción de
A u r o r a B ern árd ez

m u - ¡t ! •;14 2 - S 8 - 8 2

* C ureta 50A. No. 53-1


J¿ed«iiia

E D IT O R IA L S U D A M E R IC A N A
B U E N O S A IR E S
PRINTED IN A R G E N T I N A
I M PR ESO EN L A ARGENTI NA
Queda hecho el depósito que previene
la ley 11.723. © 1977, Editorial
Sudam ericana Sociedad Anónima,
calle H umberto /? 545, Buenos Aires.
T ítu lo del original en inglés:
“ T he Pr im a l Sc r e a m ”
E ste lib ro está dedicado a mis pacien­
tes, que lo fu eron en la medida suficiente
para que recon ociera n que estaban en fer­
m os y quisieran p o n e r fin a la lucha, y a
la ju ven tu d del m undo, verdadera espe­
ranza de la humanidad.
AGRADECIMIENTOS
Por su ayuda en la preparación de este libro, quiero dar las
gracias a la señora Karol Markley, mi auxiliar en la investigación,
y a la señora A n n Farnell Blow, que colaboró en la publicación.
Gracias doy también a mis hijos Ricky y Ellen, quienes me
ayudaron a mantenerme bien orientado en la cuestión de cómo
ha de educarse a los niños. M e enseñaron lo que significa ser
“ auténtico” . Quiero expresar igualmente mi agradecimiento a T o ­
ny Velie, cuya ayuda en la publicación no tuvo precio. Y hay
una persona que hizo realmente posible este libro: mi esposa
Vivían, cuyo trabajo com o directora de preparación para el Insti­
tuto Primal contribuyó a aclarar y desarrollar muchas ideas teóri­
cas fundamentales.
IN T R O D U C C IO N

E L D E S C U B R IM IE N T O D E L D O L O R P R IM A L

Hace algunos años o í algo que había de cam biar e l


curse> de m i vida p ro fes io n a l y la vida de mis pacientes
Ia > que o í quizá pueda cam biar la ín d ole de la p s ico te
tapia tal c o m o se la con o ce h o y : un g rito espeluznante
mu-ido de las profundidades de un jo v e n tendido en e l
mielo durante una sesión terapéutica. S ó lo a cierto a
com pararlo c o n el que puede p ro fe rir una persona a
im n to de ser asesinada. E ste lib ro trata de ese g rito y de
l<> que significa c o n respecto al d escubrim iento de los
nr,retos de la neurosis.
A l jov e n que lo lanzó le llamaremos Danny Wilson,
• 'iludíante universitario de veintidós años. N o era un
p s ic ó tic o n i lo que se llama histérico; era un p o b re estu­
diante, retraíd o, sensible y tranquilo. E n una tregua de
una sesión de terapia de gru po nos c o n tó la historia de
un hom bre llamado O rtiz que solía interpretar un nú­
m ero en un escenario de Londres, donde aparecía en­
vuelto en pañales y bebiendo botellas de leche. D ura nte
lo d o el núm ero, O rtiz grita : “ ¡M a m ita ! ¡P a p ito ! ¡M a ­
m ita! ¡P a p ito /” con toda la fuerza de sus pulm ones. A l
fin al del a c to vom ita. Se distribuyen al p ú b lic o bolsas
ile plástico y se le p id e que haga lo mismo.
Danny estaba tan fascinado p o r el espectáculo, que
m e s e n tí m o v id o a p ro b a r algo elem ental, p e ro que has­
ta entonces había escapado a m i observación. L e p e d í
que gritara: “ ¡M a m ita ! ¡P a p ito ! ” Danny se negó, di­
ciend o que n o veía el sentido de un a cto tan infan til y,
10 E L GRITO PRIM A L

francam ente, y o tam poco. P e ro insistí y al fin a l él ce­


dió. Cuando em pezó estaba visiblem ente perturbado. D e
p ro n to se tiró al suelo retorciénd ose en un paroxism o.
Su respiración era rápida, espasmódica. “ ¡M a m ita ! ¡Pa-
p i t o ! ” salían de su boca casi involuntariam ente en p o ­
tentes alaridos. Parecía estar en com a o en un estado
h ip n ó tico . Las con torsiones fu e ro n sustituidas p o r p e ­
queñas convulsiones y p o r ú ltim o soltó un g r ito pene­
trante, c o m o de m uerte, que re p ercu tió en las paredes
de m i con su ltorio. E l episodio c o m p le to duró sólo unos
p o co s m in utos y ni Danny ni y o teníam os idea de lo
que había ocu rrid o. T o d o lo que d ijo después fu e:
“ ¡ L o h ice! ¡N o sé qué, p e ro siento/ ”
L o que le o cu rrió a Danny me tuvo p e rp le jo durante
meses. Y o había practicad o la terapia corrie n te durante
diecisiete años, c o m o asistente social de p siquiatría y
co m o psicólogo. Había recib id o fo rm a ció n en una c lín i­
ca psiquiátrica freudiana y tam bién en un departam ento
de la A d m in istra ción de Veteranos n o tan freudianos.
D ura nte varios años había p erten ecid o al personal del
departam ento de psiquiatría del H osp ital de N iñ o s de
L o s Angeles. D ura nte ese p e río d o n o había presenciado
en ningún m o m e n to nada com parable. C o m o había gra­
bado la sesión de aquella noche, escuché la cinta a m e­
nudo durante los meses siguientes tratando de entender
lo que había ocu rrid o. P e ro sin resultado.
P o c o después tuve una op ortu nid ad de aprender algo
más al respecto.
Un h om b re de treinta años, al que llamaré Gary H il-
lard, estaba con ta n d o con gran sen tim ien to c ó m o sus
padres siempre lo habían criticad o, nunca lo habían
qu erid o y en general le habían arruinado la vida. L o
insté a que los llamara; vaciló. E l “sabía” que no lo
querían, entonces, ¿qué sentido te n ía 1 ? L e p e d í que ac­
cediera a m i capricho. Con p o ca c o n v icció n em pezó a
llamar a su p a p ito y a su mamita. P ro n to observé que
respiraba más rápido y más p rofund am ente. Su llamado
se c o n v irtió en una acción involuntaria que lo hizo re-
I N T R O D U C C IO N 11
linearse, casi en convulsiones, hasta term inar con un
urüo.
Los dos nos quedam os perturbados. L o que y o había
i n i d o un accidente, una reacción característica de un
inicíente, se había rep etid o de una manera casi idéntica.
Después, al tranquilizarse, a Gary se le ocu rrie ro n
<nulidades de ideas. M e c o n tó que era c o m o si de p ro n ­
to toda su vida hubiera encontrad o su lugar. Ese h o m ­
bre, p o r lo com ú n p o c o sutil, em pezó a transformarse
unte mis o jo s en algo que era virtu alm ente o t r o ser
humano. Se v o lv ió vivaz; su sensibilidad se a b rió; pare-
m i entenderse a s í m ism o.
V iendo las semejanzas de las dos reacciones em pecé
a escuchar c o n m ayor atención aun las bandas que ha­
lan grabado durante las sesiones de D anny y de Gary.
Tinté de analizar qué factores o técnicas com unes p ro -
ilucían las reacciones. L en ta m en te em pezó a aparecer
mi cie rto sentido. E n los meses siguientes p ro b é varias
m odificaciones y enfoques al p e d ir al paciente que lla­
mara a sus padres. E n cada caso se p ro d u jero n los mis­
mos resultados dramáticos.
He llegado a considerar ese g rito c o m o el p ro d u c to
ile los dolores centrales y universales que se encuentran
en todos los neuróticos. L o s llam o “ D o lo re s prim a les”
p o rq u e son las heridas originales, primeras, sobre las
cuales se con stru ye toda neurosis p osterior. Sostengo
</ue estos sufrim ien tos existen en to d o n e u ró tico en ca­
tín m in u to de su vida posterior, con independencia de la
form a de su neurosis. Suelen no ser conscientes p o rq u e
están difusos en to d o el sistema, afectando los órganos
corporales, los músculos, la sangre y el sistema lin fá tico
v, p o r ú ltim o , la manera deformada en que nos c o m p o r­
tamos.
La “ Terapia p rim a l” tiene p o r o b je to suprim ir esos
sufrimientos. Es revolucionaria p o rq u e im plica derribar
mediante una poderosa c o n m o c ió n el sistema neu rótico.
Es lo ún ico que, en m i o p in ión , pued e elim inar la neu­
rosis.
E L GR ITO PRIM A L

La “ T e o ría p r i m a r es la elaboración de mis observa­


ciones sobre los cam bios específicos que se producen.
D e b o insistir en que la teoría n o ha preced id o a la
experiencia clínica. Cuando observé a D anny y a Gary
retorcién d ose en e l suelo en las angustias del d o lo r p r i­
mal, n o tenía idea de cóm o iba a llamarla. La teoría se
fu e am pliando y p rofu n d iza n d o con los datos constan­
tes de los sucesivos pacientes que se han curado de sus
neurosis.
Este lib ro es una invitación a e xp lora r la revolu ción
que ellos iniciaron.
EL PROBLEMA

Una teoría es el significado que atribuimos a una


w*rie de fenómenos reales que hemos observado. Cuanto
m.is se aproxima a la realidad, más válida es la teoría.
La teoría es válida si nos permite hacer predicciones,
l»«>rque se adecúa a la naturaleza de lo observado.
Desde los tiempos de Freud hemos tenido que con-
fiar en teorías a p o s te rio ri, es decir, hemos empleado
nuestros sistemas teóricos para explicar o racionalizar lo
<iu»‘ había sucedido antes. A medida que los datos ob-
' •■rvables iban siendo más complejos, nuestras observa­
ciones nos conducían a un laberinto de sistemas o es­
cuelas teóricas diferentes. En la psicoterapia actual pro-
Iiteran la fragmentación, la especialización; la neurosis
parece haber cobrado tantas formas en los últimos cin­
cuenta años que no sólo ya no se menciona entre los
psicólogos la palabra “ curación” , sino que la misma pa­
labra “ neurosis” se ha desmembrado en cantidad de sec­
tores de problemas. Así, hay libros sobre la sensación,
la percepción, el aprendizaje, el conocimiento, etcétera,
pero ninguno sobre lo que se puede hacer para curar al
neurótico. La neurosis parece ser aquello que todo el
que tiene una tendencia teórica piensa que es: fobias,
depresiones, síntomas psicosomáticos, incapacidad para
actuar, indecisión. Desde Freud, los psicólogos se han
ocupado de los síntomas, no de las causas. Nos ha falta­
do algún tipo de estructura unificada que proporcionara
una orientación concreta en el contacto con los pacien­
14 E L GRITO PRIM A L

tes durante todas y cada una de las horas de la terapia.


Antes de dar con lo que llegaría a constituir la teoría
primal, yo sabía de manera general lo que esperaba de
mis pacientes. Sin embargo, la falta de continuidad de
una sesión a otra me molestaba, como molesta a algu­
nos de mis colegas. Me parecía que estaba haciendo un
trabajo de remiendo. Toda vez que aparecía una grieta
en el sistema de defensa de un paciente, allí estaba yo.
Un día podía analizar un sueño; otro día, alentar la
asociación libre; la semana siguiente enfocar los aconte­
cimientos pasados; y en otros momentos, mantener al
paciente en “ el ahora y el aquí” .
Como muchos de mis pacientes, estaba desconcerta­
do por la complejidad de los problemas que planteaba
un paciente que sufría. La posibilidad de predecir, esa
piedra angular de un criterio teórico válido, a menudo
cedía lugar a una especie de fe inspirada. Mi credo táci­
to: Con suficiente perspicacia, tarde o temprano el pa­
ciente llegaría a conocerse a sí mismo lo bastante bien
como para controlar su comportamiento neurótico. Pero
ahora creo que la neurosis poco tiene que hacer con el
saber en sí mismo o de sí mismo.
La neurosis es una enfermedad de la afectividad. En
su núcleo es la supresión del sentimiento y su transmu­
tación en una amplia gama de comportamientos neuróti­
cos.
La pasmosa variedad de los síntomas neuróticos,
desde el insomnio hasta las perversiones sexuales, nos
han llevado a pensar en categorías de neurosis. Pero los
síntomas diferentes no son entidades morbosas distintas;
todas las neurosis arrancan de la misma causa específica
y responden al mismo tratamiento específico.
A pesar de su genio, Freud nos legó dos nociones
desafortunadas que hemos tomado como la verdad reve­
lada.
Una es que no hay comienzo de las neurosis, en otras
palabras, que ser miembro de la raza humana es ser
neurótico. La otra es que la persona con el mecanismo
E L PR O B LE M A 15
h poderoso de defensa es necesariamente la que me-
i puede funcionar en sociedad.
La terapia primal se basa en el supuesto de que ña­
uemos. N o nacemos neuróticos o psicóticos. Simple­
mente nacemos.
1.a terapia primal implica el desmantelamiento de las
i minas de la tensión, de los sistemas de defensa y de la
neurosis. Así, según la Teoría primal las personas más
anuas son las que están desprovistas de defensas. T o d o
lo que con stru ye un m ecanism o de defensa más p o d e ro ­
so profundiza la neurosis. Lo consigue acumulando la
ttnxión neurótica en estratos de mecanismos de defensa
i|iie quizá permitan a la persona funcionar mejor hacia
nlucra, pero lo destruyen por la tensión interna.
No puedo consolarme con la racionalización de que
vivimos en una época de neurosis (o ansiedad), de modo
que es lógico que la gente sea neurótica. Quisiera insi­
nuar que hay algo más allá de un mejor funcionamiento
ilc maneras socialmente aceptables, algo más allá del
nlivio de los síntomas y un conocimiento más completo
•le las propias motivaciones.
Hay una manera de ser muy distinta de la que hemos
imaginado: una vida sin tensión, libre de defensas, en la
i|iic el sujeto es él mismo, experimenta sentimientos
profundos y una unidad interna. Este es el estado que
puede alcanzarse mediante la terapia primal. El sujeto
llef<a a ser él mismo y así permanece.
Esto no significa que los pacientes que se han some-
I ido a la terapia primal nunca vuelvan a tener trastornos
o a ser infelices. Esto significa que, a pesar de lo que les
pase, enfrentarán sus problemas de modo realista, en el
presente. Ya no taparán la realidad con una simulación;
tampoco padecerán tensiones o temores crónicos, inex­
plicables.
La terapia primal ha sido aplicada con éxito a una
amplia gama de neurosis, entre ellas la adicción a la
heroína. Las sesiones de la terapia primal se relacio­
nan entre sí, y en la mayor parte de los casos el tera­
E L GR ITO PRIM A L

peuta puede predecir su curso con un paciente. Las con­


secuencias de esto serán cada vez más importantes, por­
que si podemos curar la neurosis de una manera ordena­
da, sistemática, también podremos aislar los factores de
su prevención.
L A N E U R O S IS

Todos somos criaturas de la necesidad. Nacemos ne-


i'cuitando y la gran mayoría de nosotros muere después
<l< una vida de lucha con muchas de nuestras necesida­
des no satisfechas. Esas necesidades no son excesivas:
«ri alimentado, mantenerse al calor y seco, crecer y
desarrollarse a un ritmo propio, ser tenido en brazos y
acariciado, y recibir estímulos. Estas necesidades prima­
les son la realidad central del niño. El proceso neuróti­
co empieza cuando quedan sin satisfacer durante un
eierto tiempo. Un recién nacido no sabe que debe ser
levantado cuando llora o que no debe ser destetado
demasiado pronto, pero cuando sus necesidades no son
mitisfechas sufre.
Al principio el niño hará todo cuanto esté en su
iioder para satisfacer sus necesidades. Se incorporará pa­
ra que lo levanten, llorará cuando tenga hambre, moverá
las piernas y se agitará para dar a conocer sus necesida­
des. Si esas necesidades no son satisfechas durante un
cierto tiempo, si no es tenido en brazos, cambiado o
il¡mentado, padecerá un sufrimiento continuo hasta que
pueda hacer algo para conseguir que sus padres lo satis­
fagan, o hasta interrumpir el sufrimiento interrumpien­
do la necesidad. Si su dolor es drástico, puede producir­
se* la muerte, como se muestra en estudios hechos sobre
niños de asilos.
Como el niño no puede vencer por sí mismo la sen­
sación de hambre (es decir, no puede ir a la heladera) o
18 E L GR IT O PRIM A L

encontrar un sustituto del afecto, se ve obligado a sepa­


rar sus sensaciones (hambre, deseo de que lo tomen en
brazos) de la conciencia. Esta separación entre uno mis
mo y las propias necesidades y sentimientos es una ma­
niobra instintiva encaminada a suprimir el dolor excesi­
vo. Le llamamos escisión. El organismo se escinde con
objeto de proteger su continuidad. Pero esto no signifi­
ca que las necesidades no satisfechas desaparezcan. Por
el contrario, durante toda la vida siguen desplegando
una fuerza, canalizando intereses y produciendo motiva­
ciones tendientes a la satisfacción de dichas necesidades.
Pero el sufrimiento ha hecho suprimir de la conciencia
las necesidades, y entonces el individuo debe lograr gra­
tificaciones que sirvan de sustituto. En una palabra, de­
be lograr la satisfacción de sus necesidades sim bólica­
m en te. Como no le estaba permitido expresarse, quizá
se vea obligado a tratar de conseguir que otros lo escu­
chen y entiendan más tarde en su vida.
N o sólo hay necesidades insatisfechas que persisten
hasta lo intolerable separadas de la conciencia, sino que
sus sensaciones se sitúan en otros sectores donde puede
lograrse mayor control o alivio. A sí se pueden aliviar los
sentimientos orinando (más tarde el sexo puede tener el
mismo efecto) o controlarlos suprimiendo la respiración
profunda. El niño insatisfecho aprende a disimular y
cambiar sus necesidades en otras simbólicas. Como adul­
to quizá no sienta la necesidad de succionar el pecho de
su madre debido a un destete brusco y temprano, pero
será un fumador incesante. Su necesidad de fumar es
una necesidad simbólica, y la esencia de la neurosis es la
búsqueda de satisfacciones simbólicas.
La neurosis es un comportamiento simbólico de de­
fensa contra un sufrimiento psicobiológico excesivo. La
neurosis se perpetúa a sí misma porque las satisfaccio­
nes simbólicas no pueden satisfacer necesidades reales.
Para que las necesidades reales sean satisfechas, deben
ser sentidas y experimentadas. Por desgracia, el sufri­
miento ha hecho que esas necesidades quedaran enterra-
L A NEUROSIS 19
h Una vez enterradas, el organismo pasa a un estado
ni unió de vigilancia. Ese estado de vigilancia es la
iiwion, que impulsa al niño, y más tarde al adulto, a
iMÜMÍJieer la necesidad de cualquier manera posible. Esta
Vigilancia es necesaria para asegurar la supervivencia del
nliio, si perdiera la esperanza de satisfacer alguna vez
•ni» necesidades quizá moriría. El organismo sigue vivien­
d o n cualquier precio y ese precio suele ser la neurosis:
ln exclusión de necesidades y sentimientos corporales
Inmtl isfechos porque el sufrimiento es demasiado grande
|mm resistirlo.
T odo lo que es natural es una necesidad verdadera:
lirorer y desarrollarse a un ritmo propio, por ejemplo.
KkI.o significa, para un niño, no ser destetado demasiado
|.r< mío; no verse obligado a caminar o a hablar demasia­
d o pronto; no tener que atrapar una.pelota antes de
(JUK el sistema neurológico esté en condiciones de asegu­
rarlo con facilidad. Las necesidades neuróticas no son
intímales; se desarrollan a partir de la no satisfacción de
lux necesidades reales. N o hemos nacido en este mundo
i on la necesidad de que nos alaben, pero cuando los
vi i«laderos esfuerzos del niño son virtualmente menos­
preciados desde que nace, cuando se le hace sentir que
nmla de lo que haga será lo bastante bueno como para
quo sus padres lo quieran, quizá desarrolle un ansia de
elo|;ios. Análogamente, la necesidad de expresarse en la
minucia puede quedar suprimida, incluso por falta de
nl^uien que escuche. Esa negación puede convertirse en
ln necesidad de hablar incesantemente.
lis querido el niño cuyas necesidades son satisfechas.
101 afecto hace desaparecer el sufrimiento. El niño no
i|iierido es el que sufre porque está insatisfecho. U n
mu o querido no necesita que lo alaben porque no ha
Ni do menospreciado. Es valorado p o r lo que él es, no
p o r lo que puede hacer para satisfacer las necesidades
d e sus padres. Un niño querido no desarrolla de adulto
una insaciable ansia de sexo. Sus padres lo han tomado
e n brazos y lo han acariciado, y no necesita usar el sexo
20 E L GR ITO PRIM A L

para satisfacer esa primitiva necesidad. Las verdadera«


necesidades salen de adentro hacia afuera, y no a la
inversa. La necesidad de ser tomado en brazos y acari­
ciado forma parte de la necesidad de ser estimulado. I ji
piel es nuestro órgano sensorial más amplio y requiere
por lo menos el mismo estímulo que los otros órgano«
sensoriales. Cuando el estímulo es insuficiente al co­
mienzo de la vida, pueden producirse consecuencias de­
sastrosas. Los órganos pueden empezar a atrofiarse por
falta de estímulo; a la inversa, Krech ha mostrado* que
con un estímulo adecuado pueden desarrollarse y cre­
cer. Debe haber un estímulo mental y físico constante.
Las necesidades insatisfechas suplantan a cualquier
otra actividad del ser humano hasta verse satisfechas.
Cuando las necesidades se satisfacen, el niño siente. Ex
perimenta su cuerpo y el medio que lo rodea. Cuando
las necesidades no son satisfechas, el niño sólo experi
menta tensión, es decir, se siente desconectado de la
conciencia. Sin esa conexión necesaria, el neurótico no
siente. La neurosis es la patología de la sensibilidad (fee-
lin g).
La neurosis no empieza en el momento en que el
niño suprime su primer sentimiento, pero podemos de­
cir que el proceso neurótico sí. El niño se encierra en
etapas. Cada supresión y negación de una necesidad lo
encierra un poco más. Pero un día se produce un viraje
crítico en que el niño queda primordialmente encerra­
do, en que es más irreal que real, y en ese punto crítico
podemos considerarlo neurótico. A partir de ese m o­
mento, operará con un sistema de yo doble: el yo real y
el y o irreal. El yo real está constituido por las necesida­
des y sentimientos reales del organismo. El yo irreal es
la cubierta de esos sentimientos y se convierte en la
fachada que necesitan los pacientes neuróticos para sa-

* D. Krech, E. Bennett, M. Diam ond y M. Rosenzweig, “ Che­


mical and Anatomical Plasticity o f Brain” , Science, V o l. 146 (o c­
tubre 30 de 1964), pp. 610-19.
L A NE UROS IS 21
l’iicer sus propias necesidades. Un padre que necesita
blil.irsc respetado porque ha sido humillado constante­
mente por sus propios padres, quizá exija hijos sumisos
v i impetuosos que no se le insolenten o digan nada ne-
tlvo. Un padre infantil quizá exija que su hijo crezca
£ masiado rápido, haga todos los trabajos penosos y en
•eulutad se convierta en adulto mucho antes de que esté
pn parado para ello, de manera que el padre pueda se-
gult siendo el niño cuidado.
Muchas veces las solicitaciones para que el niño sea
Irreal no son explícitas. Sin embargo, la necesidad de
Inri padres se convierte en orden implícita para el niño.
Kl niño ha nacido en medio de las necesidades de sus
padres y empieza a luchar por satisfacerlas casi a partir
•leí momento en que llega a la vida. Quizá lo apremien
|mr» que se sonría (para que parezca feliz), para que
pin lotee, diga adiós con la mano, más adelante se siente
v camine, después se esfuerce para que sus padres pue­
dan tener un hijo adelantado. A medida que el niño se
dtmarrolla, las exigencias con él son cada vez más com­
plejas. Tendrá que ser el primero, colaborar y hacer
trabajos penosos, quedarse quieto y no preguntar, no
lia Mar demasiado, decir cosas brillantes, ser atlético. Lo
iPie no será es él mismo. Las miles de operaciones que
He producen entre los padres y los hijos que niegan las
necesidades primales naturales del niño significan que el
niño sufrirá. Significan que no puede ser lo que es y ser
•luerido. Esas profundas heridas son lo que llamo dolo­
res primales (o sufrimientos). Los dolores primales son
las necesidades y sentimientos reprimidos o negados por
la conciencia. Dañan porque no se les ha permitido ex-
inesarse o satisfacerse. Esos sufrimientos totalizan lo si­
guiente: N o soy querido y no tengo esperanzas de que
me quieran siendo realmente yo mismo. Cada vez que
un niño no es tomado en brazos cuando lo necesita,
cada vez que se lo hace callar, se lo ridiculiza o ignora,
o se lo apremia para que vaya más allá de sus posibilida­
des, se añade más peso al pozo de sus heridas. Este
22 E L GR ITO PRIM A L

pozo es el que llamaré “ Pozo primal” . Cada cosa que »•


le añade vuelve al niño más irreal y neurótico.
A medida que los asaltos al sistema real aumentan,
empiezan a aplastar a la verdadera persona. Un día h*
producirá un acontecimiento que, aunque no sea necesa­
riamente traumático en sí mismo —dejar al niño con
una baby sitter por centésima vez—, desplazará el equili
brío entre lo real y lo irreal y volverá neurótico al niño.
A ese acontecimiento le llamaré la “ Principal escena pri
mal” . Hay un momento en la vida del niño en que
todas las humillaciones, negaciones y privaciones pasa
das se acumulan en un comienzo de interpretación: “ No
hay esperanzas de que me quieran por lo que soy” .
Entonces es cuando el niño se defiende contra esa catas­
trófica comprobación escindiéndose de sus sentimientos
y deslizándose suavemente en la neurosis. L a compro­
bación no es consciente. Más bien, el niño empieza a
representar en torno a sus padres, y luego en cualquier
parte, en la forma que ellos esperan. Dice las palabras
de ellos y hace las cosas de ellos. Actúa de un modo
irreal, es decir, en desacuerdo con la realidad de sus pro­
pias necesidades y deseos. En un breve plazo el compor­
tamiento neurótico se vuelve automático.
La neurosis entraña una escisión, una desconexión de
los propios sentimientos. Cuanto mayores son las agre­
siones de los padres contra el niño, más profundo es el
abismo entre lo real y lo irreal. Empieza a hablar y a
moverse de las maneras prescriptas, a no tocar su cuer­
po en las zonas prohibidas (literalmente, a no sentirse a
sí mismo) a no ser exuberante o triste, y así sucesiva­
mente. Pero la escisión es necesaria en un niño frágil. Es
la manera reflexiva (es decir, automática) de que el or­
ganismo mantenga su integridad. La neurosis, pues, es la
defensa contra la realidad catastrófica para proteger el
desarrollo y la integridad psicofísica del organismo.
La neurosis implica ser lo que uno no es a fin de
conseguir lo que no existe. Si el afecto existe, el niño
será lo que es porque el afecto es eso: dejar que cada
L A NE UR OSIS 23
o hcii lo que es. De manera que no es necesario que
mi algo terriblemente traumático para producir la
ronin. Puede arrancar del hecho de exigir a un niño a
i> puntualice cada frase con un “ por favor” o un
nrins” , para probar cuán refinados son sus padres,
m i n e n puede proceder de no permitir que el niño se
|.|e ruando es desdichado o que llore. Los padres se
«»ripitan a sofocar los sollozos a causa de su propia
li dad. N o pueden permitir la cólera —“ las nenas bue-
||H no tienen berrinches; los nenes buenos no contes­
tan" para probar que son padres respetados; la neuro-
tumbién puede ser provocada por hacer actuar a un
iiliii) como si fuera un actor, pidiéndole que recite poe-
|Um en una fiesta o resuelva problemas abstractos. Cual­
q u i e r a que sea la forma que adopte, el niño tiene muy
pronto una idea de lo que se pide de él. Representar o
ii|ial(|uier otra cosa. Ser lo que ellos quieren o si no no
Hay afecto, o lo que pasa por ser afecto: la aprobación,
iiiiii sonrisa, un guiño. En su momento la representación
llttKu a dominar la vida del niño, que transcurre repre-
iiimi lando rituales y farfullando conjuros al servicio de lo
qu<> sus padres piden.
Lo que causa la escisión es la terrible desesperanza
de no ser nunca querido. El niño debe negar la idea de
que sus necesidades nunca serán satisfechas, haga lo que
luciere. N o puede vivir sabiendo que es despreciado o
que nadie se interesa realmente en él. Le es intolerable
Haber que no hay manera de que su padre sea menos
critico o su madre buena. Para defenderse debe desarro­
llar necesidades de remplazo, que son neuróticas.
Tomemos el ejemplo de un niño que ha sido conti­
nuamente denigrado por sus padres. En clase quizá char­
le mucho (y el maestro tenga que estarle encima con
dureza); durante los juegos quizá fanfarronee sin cesar
( v aleje a los otros niños). Más adelante quizá ansíe de
una manera incontrolable y exija a propósito algo tan
evidentemente simbólico (para el espectador) como “la
mejor mesa de la casa” en un restaurante caro.
24 E L GR IT O P R IM A L

El hecho de conseguir la mesa no anula la “neceill


dad” que tiene de sentirse importante. Si no, ¿por qii<>
repetir la representación cada vez que come afuera? K m
cindido de una auténtica necesidad inconsciente (ser re
conocido como un ser humano digno), deriva el “ senli
do” de su existencia del hecho de ser saludado por su
nombre en restaurantes de moda por los m aitres d'hó
tel.
Los niños nacen, pues, con verdaderas necesidades+
biológicas que, por una u otra razón, sus padres no
satisfacen. Puede ser que algunos padres y madres no
reconozcan sencillamente las necesidades de su hijo o
que esos padres, por deseo de no cometer errores, sigan
los consejos de alguna augusta autoridad en crianza de
los niños y levanten a su hijo a hora fija, lo alimenten
siguiendo un horario que envidiaría una compañía do
aviación, lo desteten con arreglo a un plan previo y le
enseñen a hacer uso de los artefactos sanitarios lo antes
posible.
Sin embargo, no creo que la ignorancia o el celo
metodológico expliquen la exuberante cosecha de neu­
rosis que ha producido nuestra especie desde el comien­
zo de la historia. He encontrado que la principal razón
de que los niños se vuelvan neuróticos reside en que sus
padres están demasiado ocupados en luchar contra sus
propias necesidades infantiles insatisfechas.
Así una mujer puede quedar embarazada para que la
traten como a una niña, que es lo que en realidad ha
necesitado toda su vida. Mientras es el centro de la
atención, se siente relativamente feliz. Una vez libre de
su hijo, puede sentir una aguda depresión. El embarazo
servía a su necesidad y no tiene nada que ver con traer

* Muchos padres cometen el error de no tomar en brazos al


niño lo suficiente por temor de malcriarlo. Pero esto es precisa­
mente lo que consiguen al ignorarlo, y más adelante quedarán
abrum ados por los insaciables pedidos de sustitutos simbólicos
que les hará el niño, hasta el mom ento en que decidan ser estric­
tos con él. Las consecuencias de esto son inevitables y terribles.
L A NE UROS IS 25
mundo un nuevo ser humano. Es posible incluso que
ñiño sufra por haber privado a su madre, al nacer, del
litro momento de su vida en que podía estar al cuida-
o di* otros. Como no está preparada para la materni-
“d, quizá se quede sin leche, dejando al recién nacido
tuin el mismo cúmulo de privaciones tempranas que tal
Vw huya sufrido ella misma. De esta manera los pecados
di' los padres recaen en los hijos en un ciclo que parece
mm infinito.
Llamo lucha a la tentativa del niño de agradar a sus
,..id rrs. La lucha comienza con los padres y se generali-
#ii después al mundo. Se extiende más allá de la familia
poique la persona lleva consigo sus necesidades insatisfe-
ohttN a donde vaya, y esas necesidades deben ser repre-
|miLudas. Buscará padres de remplazo con los cuales re-
priwentará su drama neurótico, o convertirá a casi todos
(lin luidos sus hijos) en figuras paternas que satisfarán
tum necesidades. Si ha sido reprimido en su expresión
Vorlml y no se le permitía hablar mucho, sus hijos van a
tener que escuchar. Ellos a su vez, al haber tenido que
«c u ch a r tanto, tendrán la necesidad reprimida de que
m' los escuche, lo cual quizá esté a cargo de sus propios
Idjos.
La escena de la lucha se desplaza de la necesidad
vi i dadera a la neurótica, del cuerpo a la mente, porque
Iiin necesidades mentales aparecen cuando se niegan las
necesidades básicas. Pero las necesidades mentales no
.• m i verdaderas necesidades. En realidad no son necesida­
des puramente psicológicas. Las necesidades psicológicas
non necesidades neuróticas porque no sirven a las exi­
gencias reales del organismo. El hombre del restaurante,
por ejemplo, que tiene que tener la mejor mesa para
M en tirse importante, actúa en virtud de una necesidad
que se ha desarrollado por no haber tenido afecto, por-
<|ue sus verdaderos esfuerzos en la vida fueron ignorados
o suprimidos. Quizá necesite que el m a ître d 'h ô te l lo
ll.une por su nombre porque al comienzo de su vida
•ilo se hacía referencia a él por categoría: “ hijo” . Esto
26 L A NE UROS IS 27
EL GR ITO PRIMAL
Innumerables experiencias menores —escenas primales
significa que era deshumanizado por sus padres y <|iu»
«'lin d a ría s - en las que ha sido ridiculizado, rechazado,
trata de obtener una respuesta humana simbólicamente,
iln»i mdado, humillado, inducido a representar. Llega el
a través de otros. De haber sido tratado como ser hunui
Momento en que todos esos acontecimientos perjudicia-
no único por sus padres, se hubiera evitado esta ¡mi
Iini empiezan a cobrar sentido para el niño. Un aconteci­
llamada necesidad de sentirse importante. Lo que h;«<n
m i e n t o crucial parece resumir el significado de todas
el neurótico es poner rótulos nuevos (la necesidad <l<-
Huí» experiencias pasadas. “ N o les gusta cómo soy” . Es­
sentirse importante) a viejas necesidades inconscienten
te minificado es catastrófico. Es negado y enterrado. L o
(ser amado y valorado). Con el tiempo puede llegar n
«imliluye la lucha por el yo irreal. A partir de ahí, la
creer que esos rótulos aluden a sentimientos verdadero»
ftiipi riencia quedará amortiguada por ese paragolpes, de
y que su búsqueda es necesaria. 1
modo que a menudo el niño no sabrá cuándo sufre. Su
La fascinación de ver nuestros nombres en cartelen
jÜohu cubrirá su dolor.
luminosos o en la página impresa es sólo un indicio ele Algunos pacientes recuerdan una escena crucial que
lo profundamente privados que estamos muchos de no
ífU f la suma de todas las anteriores escenas secundarias.
sotros de reconocimiento individual. Esos logros, por Tiua otros, hubo simplemente un añadido lento, monó­
reales que sean, sirven de búsqueda simbólica del amor
t o n o , de pequeños traumas, cada uno insignificante en
de los padres. Agradar a un público se convierte en la
«i mismo, que un día da por resultado un gran desga-
lucha.
i i o n . Ya asuma una forma dramática como escena prin-
Gracias a la lucha el niño no siente su desesperanza
nIpuI o sea simplemente el resultado de la acumulación
Esa lucha está en el trabajo excesivo, en afanarse por
de escenas menores, llega el día en que el niño pasa a
conseguir posiciones más altas, en ser la estrella. La lu­
cha es la esperanza del neurótico de ser amado. En wer más irreal que real.
La escisión producida en la escena principal significa
lugar de ser él mismo, lucha por convertirse en otra
el l in del niño como ser humano integrado y conectado.
versión de sí mismo. Tarde o temprano el niño llega a
La principal escena primal suele producirse entre los
creer que esta versión es su ser verdadero. La “represen­
einco y los siete años de edad. Entonces es cuando el
tación” ya no es voluntaria y consciente; es automática
e inconsciente. Es neurótica. mno aprende a generalizar a partir de la experiencia
ooncreta. Es el momento en que puede empezar a en­
tender el significado de cada acontecimiento dispar que
Las escenas prim ales le lia ocurrido antes.
La escena principal no es necesariamente traumática
desde un punto de vista objetivo. N o tiene por qué ser
Hay dos clases de escenas primales: principales y se­
un choque automovilístico o un accidente de aviación.
cundarias. La escena primal principal es el acontecimien­
Kn más bien una comprensión, un atisbo rápido, aterra­
to singular más desgarrador de la vida del niño. Es ese
d o r , de la verdad que golpea al niño durante lo que
momento de soledad helada, cósmica, la más amarga de
puede ser un acontecimiento común. U n paciente, por
todas las epifanías. Es el momento en que empieza a
ejemplo, recuerda que de muy pequeño llamaba a su
descubrir que no es amado por lo que es y que no lo
será. madre, pero el que acudía era el padre, a quien él te­
mía. La impresión era de que: “ Mi madre nunca va a
Antes de la principal escena primal, el niño ha tenido
28 E L GR ITO PRIMAL

venir cuando la necesite” . La base de esto era que mucha*


noches al ir a acostarse llamaba a su madre para que 1<>
llevara un vaso de agua. Ella nunca acudía. Sólo iba su
padre. U n día entrevio que su madre nunca acudiría
cuando él la necesitara. Se sintió dividido porque al
querer que fuera su madre aparecía el padre temido, que
lo castigaba por llamar; así, querer era conseguir lo que no
quería. Nunca volvió a llamarla, pretendiendo que no ne­
cesitaba una madre, hasta el día en que en mi consultorio
llamó con dolor a su “ mamita” .
Las escenas menores son simplemente los pequeños
acontecimientos que afectan al yo verdadero —críticas,
humillaciones— hasta que un día en la escena principal
ese yo se fractura por la tensión.
Es posible que pueda haber una escena primal en los
primeros meses de vida. Esto ocurre cuando se produce
un acontecimiento en sí mismo tan desgarrador que el
pequeño no puede defenderse y debe escindirse de su
experiencia. Ese hecho produce una ruptura irreparable
que durará hasta que sea revivida de nuevo en toda su
intensidad. Un ejemplo de ello lo constituye el ser arre­
batado a los padres y enviado a un asilo en los primeros
meses de vida.
Las escenas primales clave son significativas porque
representan muchos cientos de otras experiencias, cada
una de las cuales significa dolor. Por esta razón, cuando
se reviven durante la terapia primal esas escenas, arras­
tran en su despertar una marea de recuerdos asociados.
Lo que une a todos los acontecimientos es un senti
miento (tal como: “ N o hay nadie que me ayude” ).
Veamos algunos ejemplos de escenas primales. A
continuación relatamos la de Nick. Cuando tenía seis
años, acababa de terminar la Segunda Guerra Mundial y
su padre volvía del Ejército. Esa Navidad, la primera que
la familia pasaba junta desde Pearl Harbor, iba a ser
muy alegre. Nick había estado esperándola como sólo
puede esperarla un niño. Compró a su padre una corba­
ta que envolvió lo mejor que pudo, poniéndole una tar-
L A N E U R O S IS 29
Mu (|ue había hecho él mismo. A las dos de la tarde
i»le»:, los regalos estaban abiertos, salvo el que él le
mliiii hecho a su padre. A las tres todos disfrutaban del
Iniv t» K'lleno, salvo Nick. Su padre había ignorado total-
JlU’iile su regalo.
Al fin alguien se dio cuenta de que seguía debajo del
iii Im.I y lo llevó al comedor. Cuenta Nick: “ Mi padre
i i.inl. i borracho y en cuanto lo vio empezó a hacer su
número. ‘ ¿Pero qué diablos es esto? ¿Un autom ó­
vil ’ ¿Un barco, les parece? No. Es un aeroplano. Envuel­
to uní no más, claro, pero yo diría que es un aeroplano.’
Todo (*1 mundo sé reía; me dieron ganas de meterme
di'lmjo de la mesa. Me dio vergüenza habérseme ocurri­
do alguna vez hacerle un regalo. Mi padre siguió arras-
I I mulo la cosa por el suelo. Cuando estaba borracho,
p o d í a ser implacable. Pretendía no saber de quién pro-
i i d i.» aunque la tarjeta que yo había hecho decía ‘Pa-
111111 1 y yo era hijo único. Por último, accedió a abrir el
|iii(|uete y entonces vino a donde yo estaba sentado y
me baboseó todo. ‘Luz de mi vida, dijo, de las doscien-
Lnn diez corbatas que tengo en mi armario, esta será en
i n i c i a n t e y para siempre mi favorita. . .’ Porquerías así.
Mimplemente añádió la burla al insulto. Por último,
i u a n d o dijo por quinta vez ‘N o deberías haber gastado
Iii dinero en tu papá’, no pude soportarlo más, me le­
v a n t ó de la mesa y salí corriendo, mientras pensaba:
I ( 'htro que no hubiera d eb id o ! ’ ”
Objetivamente, en un mundo cuyo alimento cotidia­
n o son las bombas nucleares, los campos de concentra-
i Ion y el genocidio, muy poco importó lo ocurrido
a.nidia tarde de Navidad. Sin embargo, contribuyó po­
derosamente, como la gota que rebasa la copa, a conde­
nar a un hombre a casi un cuarto de siglo de trastornos
nerviosos, aberraciones sexuales y graves accesos de de­
presión. Para Nick, aquella corbata de Navidad simboli
a b a el sentimiento de que “Nada que haga será nunca
l o bastante bueno para que tú me quieras, papito” .
La principal escena primal pone en foco, pues, cente-
30 EL GR ITO PRIM A L

ñas e incluso miles de incidentes que significan la desox


peranza para un niño. A partir del día en que se produ
ce, los sentimientos reales fortalecerán el yo irreal dt<
m odo que el niño no reconoce más muchos de sus sen­
timientos. (A sí, después de la pubertad, Nick disfrazo
su necesidad de un padre afectuoso y la sustituyó por
fantasías homosexuales.) Además el yo irreal reprimo
esos mismos sentimientos reales para que no se coner
ten y finalmente se resuelvan. ( “ Objetivamente” Niel*
sólo sentía desprecio por su padre, que era un alcohó
lico.)
Hasta la Navidad de 1946, N ick había sido tenso.
Después, su tensión no se evaporó, así como sus necesi
dades y sentimientos no desaparecieron por el simple
hecho de ser negados. Permanecían en su interior, ence­
rrados en su mente en forma de recuerdos reprimido«
que traspasaban todo su sistema orgánico. Eso lo manto
nía tenso. Esa tensión no le permitía tener conciencia
de comportarse como lo hacía y provocaba la lucha
para sentir simbólicamente la necesidad (homosexuali­
dad).
Es fácil ver, pues, que el núcleo de la lucha neurótica
es la esperanza, la esperanza de que lo que el neurótico
haga le proporcionará consuelo y amor. Pero la esperan­
za del neurótico debe ser irreal porque lo obliga a tratar
de obtener por el camino de la lucha neurótica algo del
mundo que sencillamente no existe: padres afectuosos.
El neurótico trata de convertir al mundo en padres solí­
citos, interesados, cariñosos. Si realmente hubieran sido
personas buenas, afectuosas, la lucha sería innecesaria.
Después de la crisis de la principal escena primal,
se producen muchos otros miles de experiencias perjudi­
ciales en el curso de la vida familiar. Cada una de ellas
ensancha la brecha y ahonda la neurosis, cada una de
ellas vuelve más irreal al niño. Otra de las escenas pri
males de mis pacientes fue más dramática.
El padre de Peter, de cuatro años, solía pegarle por
diversas faltas sin importancia. Peter soportaba las pali-
L A NE UR OSIS 31
« m u. pensaba que debía de haber hecho algo terrible
..........norecerlas y seguía andando. U n día que había
‘ <>n su madre, se produjo un accidente y el auto
fu m i l i a r quedó arruinado. Cuando Peter y su madre lle-
........ a casa, el padre estaba esperando, furioso. “ ¡Có-
ftlit luiste tan estúpida!” , fue su primera observación.
Todavía bajo la conmoción del choque, la madre de
l'nlei se echó a llorar y el padre se enfureció aun más.
I*i>i ullimo, le pegó y la derribó al suelo de un golpe. El
Atftn se precipitó gritando hacia su padre y lo agarró del
llM/.o preparado para asestar otro golpe. El padre de
lo sacudió brutalmente y lo empujó contra la pa-
ieiI Kn aquel momento Peter comprendió que su padre
podía matarlo si lo provocaba.
A purtir de aquel día, el niño tenía que vigilar todo
|i> que decía, cada movimiento que hacía alrededor de
mu padre. Su infancia se convirtió en una época de te-
•i •>i . porque estaba muy ocupado en apaciguar a su padre.
I Vi 11 aún tenía la posibilidad de recurrir a su madre. Sin
mnltargo, poco después, incapaz de soportar la vida con
Un marido brutal, la mujer empezó a beber tanto que
hubo que enviarla a un sanatorio. Cuando se la llevaron,
T e l e » supo que era “ el fin” . Y así fue para su condición
d e ser humano normal, integrado. Durante los veinte
HfloH que siguieron, se comportó con todos de una ma­
ne r a simbólica. Lo que hacía era representar el senti-
..... M ito de “ Por favor, no me lastimes, papito” , y este
uen l,imiento infectó todos los aspectos de su vida.
Hay otro ejemplo del comienzo de una neurosis co-
.... estado del ser que parece inocuo. Sin embargo es la
principal escena primal de Anne.
Un día, a los seis años de edad, a Anne la pescó la
lluvia. Una mujer del vecindario la encontró empapada
v temblando. Se llevó a la niña a su casa y la calentó
Imito a una chimenea, mimándola. De pronto Anne se
Mintió “ rara” , “ extraña” , y sin decir una palabra a la bue-
na mujer, salió corriendo de la casa y volvió corriendo a
la suya bajo la lluvia. En su cuarto lloró durante casi
32 E L GRITO P R IM A L

una hora. La madre de Anne fue a ver qué pasaba, pero


la niña no sabía. Estaba simplemente inconsolable. DflM
pués se secó las lágrimas y bajó a ayudar a su madre a
preparar la cena.
Esto es todo lo que fue su principal escena primal
Pero resultó, más traumática qué cualquier paliza porque
no podía ser integrada y entendida.
Antes del día de la lluvia, Anne había recibido pali­
zas por ensuciarse, decir malas palabras o levantarse el
vestido —todas las cosas habituales que nos ocurren a la
mayoría. En todos los casos, sabía que había procedido
mal, pedía disculpas como es debido, y seguía viviendo
su vida. Pero experimentaba en su totalidad lo ocurrido.
El día de la lluvia no había hecho nada malo; no había
disculpas que pedir, nada que enfocar para que ella pu
diera sentir lo que había sentido.
La afectuosidad de aquella vecina le mostró el vacío
de su vid a., Tuvo entonces un atisbo de lo que nunca
había conseguido en su casa: que le dedicaran tiempo,
que fueran buenos, tranquilizadores, simplemente huma­
nos con ella, y comprendió que no podría ser nunca lo
que era y que al mismo tiempo su madre la quisiera.
Corrió a su casa a llorar por lo que había comprendido
antes de haber recibido el choque total, antes de sentir
ese devastador nunca.
Después de llorar, cuando la niña bajó las escaleras
para ayudar a su mamá, su vida real había cesado. Por
fuera se volvió cortés, dócil, dulce y servicial. Por dea-
tro se formaban tensiones.
Anne trató de librarse de su desconsuelo ayudando
constantemente a su madre, que estaba enferma la mi­
tad del tiempo. Voluntariamente se hizo cargo de su
hermanito. Luchó; la tensión se ahondaba, como su
neurosis. No es que quisiera hacerse cargo del hermani­
to, quería que se hicieran cargo de ella y la mimaran;
no es que quisiera lavar los platos, lo que quería era
jugar. Pero accedió a lo que la mamá quería y se negó a
sí misma. Se pasó la vida tratando de convertir a su
L A NE URO S IS 33
tiro en aquella bondadosa vecina que le ofreció su
rio sin un qu id p r o quo. La lucha le impedía sentir
verdad de que su madre nunca sería la persona afec-
o n ii que ella necesitaba. L a niña estaba atrapada.
NI dejaba de ser dócil y bien educada, haría resaltar
resentimiento de su madre por tener que serlo, para
pozar. La docilidad era para Anne la manera de evi-
uii rechazo total, de modo que dejaba que la mamá
convirtiera en la niña mientras ella adoptaba el papel
■u madre en la vida. Una esperanza* irreal le hacía
umir a Anne esa carga. Tenía la esperanza de que
listín día habría algo para ella, y entonces luchaba por
ti nmor imaginario de su madre, pero nunca consiguió
mui.’, que lavar los platos sucios.
La escena primal es, pues, un acontecimiento que no
t>* plenamente experimentado. Permanece desconectado
v mn resolver. Esto no significa que hay sólo un m o­
mento en nuestra vida en que se produce la neurosis,
Bino que esa vez, es decir, la principal escena primal,
miLiblece un curso inalterable y cada nuevo trauma en-
Mtncha la brecha entre el yo real y el irreal.
lia principal escena primal es el momento en que la
acumulación de pequeñas heridas, rechazos y represio­
nes se cuajan en un nuevo estado del ser: la neurosis. Es
el momento eh que el niño empieza a entender que
pura poder pasar debe renunciar a una parte de sí mis­
mo Esta idea, demasiado penosa para ser soportada,
nunca llega a la plena conciencia de modo que el niño
empieza a actuar neuróticamente sin un atisbo de reco­
nocimiento de lo que le había ocurrido.
Como hemos visto, algunas escenas primales pueden
Ner dramáticas. Otras no tienen por qué serlo, como
cuando mamá dice: “ Si vuelves a hacer esto de nuevo,
le voy a echar de casa” . N o es la escena como tal; es
el significado que tiene para el niño lo que la vuelve

* La ¡esperanza es en general inconsciente y habitualmente ni


>.ii|iii»ra es sentida. Más bien es representada en la lucha.
34 E L GRITO PRIMAL

destructora. Una amenaza aparentemente insignificante


o unos pocos azotes pueden ser subjetivamente tan trau
máticos para el niño como que lo manden a un asilo.

E l y o real y el irreal J
Aunque me referiré al yo real y al irreal, debemoi
recordar que son aspectos de un solo yo. El yo real cit
el verdadero yo, lo que éramos antes de descubrir que
no- era aceptable para nuestros padres. Hemos nacido
reales. Ser real no es algo que tratemos de ser.
El caparazón que construimos alrededor del yo real
es lo que los freudianos llaman un sistema de defenNii.
Pero los freudianos creen que los humanos necesitan un
sistema de defensa y que una “persona sana, bien inte­
grada” es la que tiene el sistema de defensa más fuerte,
Para mí, la persona normal es totalmente indefensa, no
tiene un yo irreal. Cuanto más fuerte es la defensa do
una persona, más enferma está, es decir, más irreal oh
Un ejemplo de la forma literal en que se suprime el
yo sensible real es el del yogui que camina sobre carbo­
nes encendidos o duerme sobre un lecho de clavos. En
mi práctica terapéutica veo todos los días a pacienten
que se las han arreglado para separarse por completo del
sentir como un paragolpes contra el sufrimiento, y que
ya no pueden experimentar sus heridas psicológicas co­
mo el yogui no experimenta dolor físico.
En algunos momentos el neurótico puede tener una
rápida^visión de sí mismo. Una enfermedad o unas vaca
ciones re dejan pocas oportunidades de practicar su lucha,
y se cae en sí mismo. A veces esto le provoca
síntomas psiquiátricos: de pronto se siente “ despersona­
lizado” , “ extraño” , como si hubiera perdido los móviles
de su vida. Esta despersonalización suele ser el comien­
zo de la realidad, pero como el neurótico cree que esta
irrealidad es la realidad, llega a sentir que su yo real es
una fuerza ajena. Por lo general se retira a su irrealidad
L A NE UROS IS 35
onltimbrada y en seguida sentirá su “ viejo y o ” de nue-
Hl jjudiera dar un paso más, si pudiera recorrer todo
minino y sentir la realidad de su irrealidad, creo que
minn volverse real.
Kn el neurótico, pues, el yo sensible real está ence-
Hilo con el dolor original; por eso debe sentir ese sufri-
llento para liberarse, sentir que el dolor deshace el yo
real de la misma manera que la negativa del sufrimien­
to l o creó.
(lomo el yo irreal es un sistema sobreimpuesto, el
rm ipo parece rechazarlo como si se tratara de cualquier
nlitinento extraño. La presión se ejerce siempre hacia el
|9! real. Como los padres neuróticos no nos permiten
ma reales, elegimos rodeos, es decir, caminos neuróticos
pin ii alcanzar la realidad. La neurosis no es más que la
numera irreal en que tratamos de ser reales.
NI sistema irreal es el que deforma el cuerpo, dando
poi resultado una constricción del crecimiento y un de-
«iiirollo menoscabado. Reprime el verdadero sistema en­
docrino o lo sobrestimula más de lo necesario. Ejerce
lina tensión indebida sobre diversos órganos vulnerables,
determinando estallidos periódicos. En una palabra, el
ni .lema irreal es total, no es simplemente un comporta­
miento de vez en cuando. Ser neurótico significa no ser
totalmente real; de m odo que no hay parte nuestra que
funcione de una manera regular y normal. La neurosis
en tan infinita como la normalidad; está en todo lo que
uno hace.
Hay una manera de que el neurótico atraviese la su­
p e r f i c i e de su lucha simbólica y los sufrimientos que lo
impulsan. A eso lo llamo terapia primal. Es el asalto
mntemático al yo irreal que produce en su momento una
n u e v a cualidad del ser: la normalidad, así como los asal­
to s originales al yo real produjeron un nuevo estado del
ite r : la neurosis. El sufrimiento se encuentra tanto en el
camino de entrada como en el de salida.
36 E L GRITO P R IM A L

Análisis

La teoría primal considera la neurosis como la sínte­


sis de los dos yos o sistemas en conflicto. La función
del sistema irreal consiste en reprimir el real, pero como
las realidades reales no pueden suprimirse, el conflicto
es interminable. A l tratar de satisfacerse, esas necesidades
son transmutadas por el sistema irreal de modo que
sólo se pueden satisfacer simbólicamente. Los sentimien­
tos reales que han llegado a ser dolorosos por no haber
hallado satisfacción, deben ser reprimidos para que el
niño no sea vencido por el dolor. Pero, paradójicamen­
te, esas necesidades no se pueden satisfacer mientras no
sean sentidas.
Si consideramos esos sentimientos y necesidades ne­
gados como una energía que impulsa al organismo, ve­
mos que el neurótico es como alguien que tiene el mo­
tor en marcha todo el tiempo. Nada de lo que haga
apagará el motor mientras dichos sentimientos y necesi­
dades no sean sentidos en toda su angustia, exactamente
como lo que son. Esto significa en cierto modo que el
sistema irreal debe ser destruido para que el real en­
cuentre su expresión.
El simple ejemplo de que al sujeto no le esté permiti­
do llorar al comienzo de su vida puede aclarar este exa­
men. ¿Adonde van esas lágrimas? En algunos casos obs­
truyen los senos nasales y frontales y se convierten en
una secreción permanente (que desaparece cuando, en la
terapia primal, la persona llora con todas las fibras de
su ser). En otros, esa tristeza contenida se expresa en
los labios caídos o en un aire melancólico. En todo
caso, la necesidad nunca es sentida, porque es represen­
tada simbólicamente. Y esta representación es lo que
impide a la persona sentir la necesidad y finalmente
resolverla. Así el neurótico continúa negándose a sí mis­
mo la satisfacción de lo que realmente necesita.
El sistema irreal transforma las necesidades reales en
L A N E UR O S IS 37
necesidades enfermizas. Una persona puede llenarse de
comida para no sentir su vacío. La comida significa
amor. El exceso de comida es, pues, un ejemplo de
representación simbólica.
Una vez que las necesidades reales se han vuelto en­
fermizas, no pueden ser satisfechas. Esto significa que
una vez que se ha producido la desconexión principal,
en la escena primal principal, se han creado dos yos en
constante contradicción dialéctica. El yo irreal impedirá
que la necesidad real aparezca y sea satisfecha. Por eso,
por ejemplo, el amor y el afecto de un maestro pueden
ser beneficiosos, y el niño no sufre mientras es bien trata­
do o atendido por un maestro solícito. Pero el compor­
tamiento del maestro no puede modificar la escisión
producida permanentemente por la privación de padres
omnipotentes durante los primeros años cruciales de la
vida del niño. Una vez producida la escisión, el afecto
del maestro suele causar dolor por lo que el niño nunca
ha tenido.
Los dolores primales están desconectados de la con­
ciencia porque- conciencia significa dolor intolerable.
Son los que el niño experimenta cuando no puede ser él
mismo. La tensión surge cuando están desconectados de
la conciencia. Es el dolor difuso. Es la presión de los
sentimientos negados, desconectados, que surgen para
aliviarse. La tensión produce al hombre de negocios des­
aforado, al drogadicto, al homosexual, cada uno de los
cuales sufre a su manera, pero desarrolla un estilo de
vida o “ personalidad” para tratar de disminuir y even­
tualmente amortiguar ese sufrimiento. El drogadicto
suele ser más honesto que cualquiera de los otros do»
ejemplos citados. Por lo general sabe que sufre.
Los sufrimientos primales son necesidades primales
no resueltas. La tensión es el sentimiento de esas necesi­
dades desconectadas de la conciencia. La tensión opera
en la mente como incoherencia, confusión y falta de
memoria, y en el cuerpo como musculatura tensa y des­
arreglos de los procesos viscerales. La tensión es el sello
E L GR ITO PRIM A L

de la neurosis. Conduce a la persona hacia la resolución.


Pero no puede haber resolución mientras no se sientan
los sufrimientos primales, es decir, mientras no se los
experimente conscientemente.
La lucha neurótica es interminable porque esas pri­
meras necesidades permanecen sin resolver. La lucha es
la tentativa constante de lograr que el organismo no
necesite. Pero esa lucha es la que nos impide sentir el
gran dolor de la necesidad real y así resolverla por fin.
Una persona puede ser abrazada por docenas de aman­
tes sin resolver jamás la necesidad de cariño de los pa­
dres. Puede disertar ante miles de estudiantes y seguir
teniendo una necesidad desesperada de que sus padres
lo escuchen y entiendan, necesidad no sentida que lo
llevará a seguir pronunciando infinitas disertaciones. La
lucha es insatisfactoria precisamente porque es simbólica
y no real.
Cualquier necesidad real o sentimiento contenido que
deriva de la relación temprana con los padres debe ser
representada simbólicamente en la medida en que no va
dirigida hacia ellos. La función de la terapia primal con­
siste en ayudar a que la gente sea real pasando por
debajo de la actividad simbólica para llegar a sus senti­
mientos reales. Esto significa ayudar a que la persona
quiera lo que necesita. Un niño que se desarrolla nor­
malmente quiere lo que necesita porque siente esas ne­
cesidades. Cuando se vuelve neurótico, sus deseos y ne­
cesidades se escinden (porque no puede tener lo que
necesita) de manera que quiere lo que no necesita. En
un adulto esto puede manifestarse en ansia de alcohol,
drogas, ropas, dinero. Es la búsqueda para aliviar la ten­
sión de necesidades reales no reconocidas. Mas nunca
habrá alcohol, drogas, ropas o dinero bastantes para lle­
nar el vacío.
3

EL DO LO R

Para entender la teoría y la terapia primales es im­


portante saber cómo reaccionamos ante el dolor. Rese­
ñaré sucintamente las investigaciones que han contribui­
do a la formulación de la teoría.
E. H. Hess, al investigar la contracción y la dilatación
de la pupila en respuesta a ciertos estímulos*, observó
que la pupila se dilata cuando el estímulo es agradable
y se contrae cuando es desagradable. A l mostrar a los
sujetos de la experiencia representaciones de escenas de
tortura, se les contraían las pupilas; al pedirles que re co r­
daran esas escenas penosas había otra contracción auto­
mática e involuntaria. Creo que lo mismo ocurre, pero
de una manera general, cuando un niño se enfrenta con
situaciones desagradables. Es decir, el retroceso ante el
sufrimiento es una respuesta total del organismo que
abarca a los órganos sensoriales los procesos cerebrales,
los sistemas musculares, etc., como ocurría en los expe­
rimentos de Hess.
Sostengo que ese apartarse de un gran sufrimiento es
una actividad reflexiva humana que va desde retirar los
dedos de una hornalla caliente hasta desviar los ojos de
una escena particularmente truculenta en una película
de terror para ocultar al yo ideas y sentimientos doloro­

* E. H. Hess y J. M. Polt, “ Pupil Size in Relation to Interest


V alué o f Visual Stim uli” , Science, V ol. 132 (1 9 60), pp. 349-50.
40 E L GR ITO P R IM A L

sos. Creo que este principio de sufrimiento es consus­


tancial con el desarrollo de la neurosis.
En la escena primal, pues, el organismo del niño se
cierra a la plena comprensión y se vuelve inconsciente
de ella de la misma manera que una dosis suficiente de
dolor físico puede sumir en la inconsciencia al hombre
más resistente. El sufrimiento primal es un dolor no
experimentado, y la neurosis puede ser considerada des­
de este punto de vista como un reflejo: la respuesta
instantánea de todo el organismo al dolor.
T. X. Barber hizo pruebas fisiológicas con varios suje­
tos en estado de hipnosis.* Aparentemente despiertos,
pero informados hipnóticamente de que no sentían na­
da, los sujetos fueron sometidos a estímulos dolorosos;
informaron que no sentían dolor, si bien todas las medi­
ciones físicas indicaron que reaccionaban a él. En otros
experimentos se produjeron cambios electroencefalográ-
ficos (ondas cerebrales) en sujetos hipnotizados someti­
dos a estímulos dolorosos que dijeron no sentir nada.
Esto indica, en cuanto a la teoría primal, que el cuer­
po y el cerebro reaccionan constantemente al dolor aun
cuando la persona no tenga conciencia de que lo sufre.
Las mediciones fisiológicas muestran que los cuerpos
de los sujetos siguen sometidos a estímulos dolorosos
aun después de habérseles suministrado drogas analgési­
cas. Reaccionar físicamente al dolor y tener conciencia
de ese dolor pueden ser dos fenómenos distintos.
Cuando el cuerpo se cierra contra un dolor intolera­
ble, es necesario algo para mantener ocultos y contení
dos los sufrimientos primales. La neurosis cumple esta
función. Distrae al paciente de su dolor y lo conduce a
la esperanza, es decir a lo que puede hacer para llenar
sus necesidades. Como el neurótico tiene necesidades

* T. X. Barber y J. Coules, “ Electrical Skin Conductance and


Galvanic Skin Response During H ypnosis” , International Journal
o f Clinical and Experimental Hypnosis, V o l. 7 (1 9 5 9 ), pp. 79-92.
EL D O L O R 41
tan urgentes, pero insatisfechas, sus percepciones y co­
nocimientos deben ser apartados de la realidad.
El concepto del bloqueo del dolor es importante pa­
ra mi hipótesis porque creo que el sentimiento es unitario,
un proceso total del organismo, y cuando bloqueamos
sentimientos críticos tan amplios como los sufrimientos
primales impedimos nuestra capacidad de sentir.
L o s sentim ientos prim ales son c o m o una fosa gigan­
tesca de la que emergemos. La neurosis es la tapa de esa
fosa. Sirve para suprimir casi todos los sentimientos,
tanto de placer como de dolor. Por eso los pacientes
que se han sometido a la terapia primal dicen después
que pueden sentir de nuevo, que realmente han sentido
placer por primera vez desde que eran niños.
Esta noción de una fosa de sufrimiento dentro del
neurótico es más que una simple metáfora; suele ser lo
que los pacientes de la terapia primal dicen de una u
otra manera (que llevan dentro, a todas partes, una fosa
séptica de sufrimiento). Por ejemplo, cada vez que el
papá le pega al niño, el sentimiento es el siguiente:
“ ¡Papá, por favor, sé bueno conmigo! ¡Por favor, no
me asustes!” Pero el niño no lo dice por una serie de
razones. Por lo general está tan encerrado en la lucha
que no tiene conciencia de sus sentimientos, y si la
tuviera, esa honestidad ( “ Me das miedo, papá” ) podría
asustar al padre tanto que el resultado sería un aumento
del castigo. De modo que el niño representa lo que no
puede decir siendo más cauteloso y complaciente, me­
nos fastidioso, mejor educado y cortés.
Los sufrimientos primales se acumulan uno por uno,
en estratos de tensión que irrumpen buscando alivio.
Sólo pueden aliviarse mediante la conexión con sus orí­
genes. N o es necesario revivir y conectar cada incidente,
pero es preciso sentir el sentimiento general que subya-
ce en muchas experiencias. En el caso anterior, cuando
el sentimiento se conecta con el papá, el sujeto será
bombardeado por un recuerdo tras otro (acumulados en
la “ fosa” ) de cuando su padre lo asustó. Hay pruebas
42 E L GRITO PRIM A L

de la existencia de escenas primales clave, escenas que


son representativas de muchas experiencias, cada una
vinculada al sentimiento central. El proceso primal con­
siste en un vaciamiento metódico de la fosa de los sufri­
mientos. Cuando la fosa está vacía considero que la
persona ha llegado a ser real o que está bien.
Debajo de los dolores primales se encuentra la necesi­
dad de sobrevivir. El niño hará lo que debe para agradar
a sus padres. Un paciente lo explica así: “ Me aparté de
m í mismo. Maté al pequeño Jimmy porque era brusco,
alocado y turbulento, y querían algo dócil y delicado.
Maté a mi mejor amigo. Fue un mal negocio, pero era
lo único que podía hacer” .
Como somos seres húmanos unificados, el yo real
empuja constantemente la superficie y establece aquellas
conexiones mentales. Si no hubiera una necesidad in­
trínseca de completez, el yo real podría ser dejado de
lado de una buena vez; se quedaría apaciblemente den­
tro de nosotros y nunca haría ninguna tentativa de en­
trometerse en nuestro comportamiento. Lo que produce
la neurosis es la necesidad de ser enteros de nuevo, la
necesidad de ser nuestro yo natural. El yo irreal esAla
barrera, el enemigo que al fin debe ser destruido.
Es preciso un esfuerzo considerable de parte del tera­
peuta primal para forzar al organismo a experimentar de
nuevo esos primeros sufrimientos. Por mucho que el
paciente desee mejorar, hay siempre resistencia a experi­
mentar sentimientos dolorosos. En realidad, muchos pa­
cientes temen “volverse locos” cuando están al borde de
sentir esos sufrimientos.
Para lo que nos proponemos, el aspecto más significa­
tivo del dolor primal es que permanece encapsulado in­
ternamente, tan prístino e intenso como el día en que
empezó. Sigue no tocado por las circunstancias de la
vida y las experiencias de la persona, cualesquiera que
sean. Pacientes de cuarenta y cinco años experimentan
esas heridas tempranas con martirizante intensidad, co­
mo si atravesaran la experiencia —que puede haber ocu­
EL D O L O R 43
rrido cuarenta años antes— por primera vez. Y en reali­
dad creo que es así. El sufrimiento nunca ha sido ple­
namente experimentado; abortó y quedó tapado antes
de que pudiera sentirse su impacto total. Pero ese sufri­
miento es terriblemente paciente. Nos advierte y recuer­
da su existencia de varias maneras sutiles cada día de
nuestra vida. Rara vez clama por alivio.
Lo más habitual es que el dolor se entrelace con el
sistema de la personalidad de modo que continúe sin ser
sentido y en general no reconocido. El sistema neuróti­
co manifiesta, pues, el dolor.
Lo hace tan automáticamente porque el dolor debe
tener alguna clase de descarga, reconocida o no. La des­
carga puede aparecer en la perpetua sonrisa que dice:
“ Sé bueno conmigo” , o en la indisposición física que
insiste: “ Cuídame” . O en una conducta vocinglera, tur­
bulenta o brillante en una reunión social para decir:
“ ¡Préstame atención, papá! ” Cualquiera que sea la po­
sición que un hombre ha alcanzado en la vida, por so­
bria o madura que sea su defensa, al rascar un poco
encuentro a un niño herido debajo de la apariencia.
Deseo insistir en que la experiencia del sufrimiento
primal no consiste simplemente en c o n o ce r el sufrimien­
to; consiste en ser el sufrimiento. Como somos entida­
des psicofísicas, creo que todo enfoque que separe esa
unidad no puede dar buenos resultados. La clínica ali­
mentaria, verbal e incluso psicoterapèutica entraña sepa­
ración y tratamiento de síntomas aislados y apartados
del sistema total. La neurosis no es una enfermedad
emocional ni mental; es las dos cosas. Para volver a
recobrar la integridad es preciso sentir, reconocer la es­
cisión y gritar la conexión que unificará otra vez a la
persona. Cuanto más intensamente se sienta la escisión,
más intensa e intrínseca será la experiencia unificadora.

Según la hipótesis primal, todas las heridas diarias y


actuales que son excesivas o no guardan relación con la
realidad, vienen del pozo primal del dolor. La existencia
44 E L GR ITO PRIM A L

de ese pozo es lo que hace que los sentimientos incó­


modos perduren más que las trivialidades o críticas des­
agradables.
Todos conocemos probablemente a una persona hos­
til o terrible, alguien que parece despertar cada mañana
tan hostil y terrible como el día antes sin provocación
aparente. ¿Por qué surgen esos sentimientos de cada
día? Creo que salen del depósito primal de sentimientos.
Todo lo que produzca una ruptura de la fachada
irreal tocará ese pozo y provocará un sufrimiento ascen­
dente. Por ejemplo-, una paciente cuyo aspecto nunca
satisfizo a su madre, oyó decir a su novio, con toda
naturalidad, que sus lindos ojos azules no combinaban
con el negro jade de su pelo. Este comentario aparente­
mente sin importancia, provocó el sentimiento total de
ser rechazada que no pudo detener aunque “ sabía” que
su novio no deseaba hacerle ningún daño. El análisis de
esa situación común fue utilizado como medio de llegar
a su sufrimiento.
Llamo primal la experiencia de sentir ese sufrimiento
primal.
Se pueden oír docenas de cumplidos en una noche,
pero una pequeña crítica los anula todos porque pone
de relieve toda una vida en que uno se ha sentido poca
cosa, no querido, inoportuno, etc. A menudo los neuró­
ticos son atraídos por las personas críticas justamente
porque pueden luchar simbólicamente con sustitutos de
padres críticos a fin de resolver y finalmente vencer la
crítica. Es el mismo proceso dinámico por el cual al­
guien traba relación con una persona fría, solitaria, para
conseguir simbólicamente, a través de ella, que los pa­
dres sean afectuosos. Esta es la esencia de la lucha neu­
rótica: establecer la situación doméstica original y tratar
de resolverla, casarse con un hombre débil y tratar de
provocarlo para que sea fuerte, o encontrar a un hom­
bre fuerte y minarlo sin piedad hasta que se vuelva
débil e inerme. ¿Por qué la gente se casa simbólicamen­
te con su “ papá y su mamá” ? Para convertirlos en per­
EL D O L O R 45
sonas reales, cariñosas. Como no puede ser así, lo único
que se consigue es prolongar la lucha.
Cabe preguntar en este punto: “ ¿Cómo sabemos que
el neurótico sufre en realidad algún gran dolor?” En
todo caso he visto, con independencia del diagnóstico
psiquiátrico, que el sufrimiento ha subido a la superficie
una vez destruida la defensa. El sufrimiento está siem­
pre ahí; sólo que se extiende por el cuerpo en un esta­
do de tensión generalizada.
Por una curiosa peculiaridad racional hemos llegado a
creer que el que mejor tolera el dolor es el más fuerte y
el más virtuoso. La persona que sufre en silencio es el
“ hombre verdadero” , el que es capaz de soportar. Sin
embargo, el hombre irreal es el que mejor puede sopor­
tarlo porque está acostumbrado al dolor. Lo que parece­
mos decir es que aquel que más se niega a sí mismo,
que soporta mejor, es el ganador de la Carrera de Neu­
róticos. El hombre occidental parece establecer una rela­
ción directa entre la negación de uno mismo y la virtud,
no sólo en la vida religiosa en que se exalta la renuncia­
ción, sino también en las modalidades del hombre coti­
diano que trabaja duro para mantener a su familia y
que quizá muera prematuramente a causa de su sacrifi­
cio. La persona que no ha tenido tiempo para sí misma,
que se ha estado sacrificando, termina literalmente sacri­
ficándose de verdad. Sólo en este sentido podemos decir
que la irrealidad mata.
4

D O L O R Y M E M O R IA

La primera vez que el neurótico se escinde parece


producirse una división en el sistema de recuerdos. Hay
recuerdos reales, acumulados con el dolor, y recuerdos
asociados al sistema irreal. La función del sistema irreal
es servir de pantalla, filtro o bloqueo de los recuerdos
que pueden producir el dolor. Cada nueva escena primal
obliga al niño a borrar más su experiencia, de modo que
cada dolor importante tiene a su alrededor un racimo
de asociaciones que están separadas de la plena concien­
cia. Cuanto mayor es el trauma, más probable es que
afecte algunos aspectos de la memoria.
La hipótesis primal es que esta memoria está acumu­
lada con el dolor y se restablece al sentirlo. Los pacien­
tes de la terapia primal se sorprenden, pues, por la for­
ma en que dicha terapia abre el banco de la memoria.
En un caso, una mujer empezó su terapia reviviendo
experiencias que había tenido a los seis meses de edad,
y en cada día de tratamiento revivió el año subsiguiente
de su vida hasta recorrer su vida entera. Durante cada
una de las sesiones, su memoria se amplió considerable­
mente, pero sin extenderse más allá de la edad a que se
refería a ese día particular. Entonces, cuando recordó que
la habían dejado en la cuna, se acordó también de la
casa en que vivía en aquel momento, de los abuelos que
iban a jugar con ella, de su hermano que la pellizcaba,
acostada como estaba, sin defensa.
La memoria está íntimamente asociada al dolor. Ten­
D O L O R Y M EMO RIA

derán a olvidarse aquellos recuerdos demasiado doloro­


sos para ser integrados y aceptados conscientemente.
A sí el neurótico tendrá recuerdos incompletos en algu­
nos sectores críticos.
N os referiremos a algunas sesiones en que los pacien­
tes revivieron escenas primales. Una maestra de treinta y
cinco años la refiere con furor creciente: “ La llevan en
silla de ruedas por el vestíbulo. Está oscuro. La levantan
para ponerla en la cama. Está sola. Qué miedo. . .
¡Ah! (A q u í se dobla como si le hubieran dado un golpe
en el estómago.) ¡Dios mío! ¡Me meten en la cama por
tres años! ¡N o puedo soportarlo! ”
Esta escena se ubicó en su recuerdo durante el cuar­
to mes de la terapia. Ese día llego alterada sin saber por
qué. A medida que hablaba y sentía, su perturbación
aumentó y empezó a hablar en tercera persona: “ La
llevan en silla de ruedas por el vestíbulo” . De pronto se
dobló en dos al pasar de la tercera persona a la primera,
del yo escindido al yo singular. Cuando dijo: “ ¡No pue­
do soportarlo! ” , gritaba y se retorcía de dolor. Habló
del día en que se descubrió que había tenido una afec­
ción cardíaca de origen reumático y debió guardar cama
a los cinco años de edad por un período de tres años.
Fue una experiencia tan trágica que se desdobló para
hacerla tolerable, y a partir de entonces se vio a sí
misma a través de los episodios de su vida como si
fuera dos personas. Fue como si dijera: “ N o me ocurre
a m í; le ocurre a ella. ”
(Com o hemos dicho antes, no en todas las escenas
primales aparecen d irectam ente los padres. Pero si los
padres son afectuosos y buenos, cualquiera que sea el
trauma creo que no habrá una escisión neurótica. Re­
cuerdo a una mujer que se acordaba de las bombas que
caían sobre un orfanato de la frontera entre Yugoslavia
e Italia. El principal sentimiento seguía siendo: “ Mamá,
tengo miedo. ¿Dónde estás? ¡Vuelve y protégeme, por
favor! ” Discutió este punto después de la escena primal
y dijo que la guerra había sido absolutamente abruma­
48 E L GR ITO P R IM A L

dora para ella porque no había nadie que le explicara lo


que significaba, nadie que la protegiera y la hiciera sen­
tirse al abrigo. N o pudo resistir con sus propias fuerzas
esa tensión temprana.)
La escena descripta por la mujer con una afección
cardíaca de origen reumático había sido hasta entonces
sólo una vaga reminiscencia. Había recuerdos de libros
para colorear, de leche bebida en la cama, etc., pero
nada sustancial: el sufrimiento se había llevado consigo
a un sector sumergido los aspectos más profundos del
recuerdo. Después de revivir esa escena, dijo que sentía
los músculos profundos de las piernas y los huesos de
los pies. De pronto supo por qué había evitado incluso
hacer nada de orden físico en su vida. En efecto; no
sólo había amortiguado el deseo consciente, sino los
miembros que debían ejecutar esos deseos instintivos de
correr y jugar.
Llevó cuatro meses de terapia hacer surgir este re­
cuerdo. Cuando ocurrió era prácticamente automático
aunque el cuerpo estuviera ahora preparado para un su­
frimiento aún mayor y fuera capaz de resistir a su im­
pacto. El recuerdo llegó en forma inversa a como había
empezado. Primero el recuerdo era de una experiencia
de escisión en la cual la paciente describía a “ ella” y lo
que a “ ella” le ocurría. Después se recordaron partes
fragmentadas y separadas de la experiencia: el hecho de
atravesar el vestíbulo en silla de ruedas, de ser llevada a
la cama, etc. Estos recuerdos desconectados eran como
una serie de fusibles cada uno encajado en otro hasta
producirse el momento único, total, de la explosión en
que se experimentó la escisión misma (cuando “ ella” se
convirtió en “ y o ” ) y la paciente volvió a ser una.
Escena dos: Una mujer de veintitrés años recuerda
esto durante la segunda semana de la terapia: “ Y o tenía
siete años. Me llevaron a ver a mi madre a un hospital o
algo por el estilo. V eo su bata azul y las sábanas blancas
y tiesas. Le veo el pelo rizado como si no se hubiese
peinado. Me siento en la cama. . . N o sé. Eso es todo lo
D O L O R Y M EMORIA 49
que recuerdo.” La insto a que se refiera a sus sentimien­
tos y le pido que mire. La paciente continúa: “ Creo
que estaba sentada junto a mamá. La miro. ¡Aah! ¡Sus
ojos! N o sabe quién soy yo. ¡Mamá está loca, lo c a!”
Este recuerdo se abrió considerablemente. La paciente
siempre creyó soñar que su madre una vez había tratado
de matarla, pero más tarde recordó que en realidad, su
madre había tenido una depresión nerviosa bajo la cual
había intentado matar a sus hijos. Su recuerdo de la
situación se amplió inmediatamente. Supo que el lugar
donde estaba su madre era un sanatorio para enfermos
mentales. Siempre había recordado ciertos aspectos de la
escena: la ida al hospital, la subida en el ascensor, etc.,
pero nunca había recordado realmente haber visto a su
madre, ni la verdad sobre su estado.
Las escisiones que se produjeron en esas escenas pue­
den asemejarse a estados amnésicos, no tan dramáticos o
completos como la amnesia que conocemos, pero si la
situación es absolutamente inaceptable, como la violación
por el padre, por ejemplo (tomado de uno de nuestros
casos de terapia prim al), puede haber grandes sectores en
que el sufrimiento ha borrado un año o dos en torno al
acontecimiento. A veces la hipnosis puede recuperar algu­
nos de esos viejos recuerdos suprimiendo el factor sufri­
miento, pero no creo que pueda tocar sectores y recuer­
dos en que el sufrimiento es abrumador. La paciente que
fue violada por su padre a una edad temprana sólo pudo
llegar a ese recuerdo después de unas treinta sesiones de
terapia primal y sólo por etapas.
Un hombre de veintisiete años estaba recordando su
infancia durante la terapia cuando tropezó con una re­
miniscencia de haber sido golpeado por un columpio,
cosa que había olvidado completamente. El recuerdo
no tenía relación con el sufrimiento que experimentó
en ese momento. Lo revivió en este orden: “ N o sé por
qué me siento tan mal. Hay un columpio y me va a
golpear. Realmente, me hace polvo. ¡Caramba! Tiene
que haber algo más. ¿Dónde está mamá? ¡Mamá, ma­
50 E L GR ITO PR IM A L

má! Eso es. N o vino nadie. Nunca venía nadie. Me deja­


ban siempre solo, y nadie se preocupaba nunca de saber
dónde estaba yo. ¡Ah, mamá, mamá, ocúpate de mí,
por favor! ” El recuerdo del columpio que lo golpeaba
no era importante en sí mismo. El sentido de todo el
incidente era catastrófico, y consistía en que nadie se
ocupaba de él, que había sido rechazado, y luego toda
su vida trató de conseguir que la gente se ocupara de él.
Cuando estuvo en condiciones de enfrentar el hecho de
que su madre, a la que imaginaba afectuosa, en realidad
no se ocupaba de él ni se había ocupado nunca, su
recuerdo del columpio se volvió consciente, total y real.
Los recuerdos del neurótico suelen ser como sueños,
y a la persona puede costarle tanto recordar su primera
infancia como algunos de sus sueños. Creo que para que
exista memoria concreta debe haber experiencia concre­
ta, es decir, que el individuo debe estar totalmente
comprometido en su experiencia y no escindirse de ella
por temor y agitación. Algunos pacientes han errado por
la vida completamente inconscientes de lo que les pasa­
ba. A veces se quejan de que la vida no es algo que les
haya ocurrido. Le ha ocurrido al yo irreal. Marchaban
por la vida sin estar “ del todo allí” . Vivían habitual­
mente del otro lado de una barrera que filtraba el im­
pacto de la experiencia y sólo dejaba entrar lo que era
cómodo. Cuando en la terapia primal el paciente socava
esa barrera, puede empezar a ver que algunas de sus
experiencias y su comportamiento, antes amortiguados
por el sufrimiento, realmente querían decir algo.
Y o diría que los recuerdos son sofocados en la medí
da en que son un eco de elementos similares a los sufri­
mientos de las escenas primales clave. Si un insulto co­
mún realza una vieja herida oculta —por ejemplo, sentir­
se tonto— ese hecho puede ser olvidado y recordarse
sólo vagamente. La medida en que sea recordado depen­
derá de la analogía entre la situación y el sentimiento
con la vieja herida.
La noción de que el sistema de recuerdos irreales
D O L O R Y M E M O R IA 51
comienza en la primera escena primal importante tiene
varias consecuencias. Por ejemplo, un neurótico puede
tener una memoria fenomenal para fechas, lugares y he­
chos históricos, incluso para su propia vida, y sin em­
bargo su memoria quizá sólo sirva para apuntalar el
frente irreal que dice: “ Mira qué brillante e inteligente
soy” . Los aspectos profundos de sus recuerdos pueden
estar totalmente bloqueados. Los recuerdos del yo irreal
son selectivos y se adhieren a la mente para aliviar la
tensión, para sostener al “ ego” . Esto significa que a
menudo la llamada buena memoria de un neurótico es
sólo una defensa contra la memoria real.
Un caso puede aclarar la relación del sufrimiento con
la memoria. Una mujer de poco más de veinte años
sometida con éxito a la terapia primal, había tenido dos
escenas primales y era muy perspicaz. A l final de la
segunda semana tuvo un grave accidente automovilísti­
co. Se fracturó varios huesos y se le diagnosticó un
traumatismo craneano. Después de recobrar la concien­
cia, no recordaba el accidente. Los médicos dudaban de
que recuperara la memoria del trauma y le dijeron que
si no recordaba el accidente en un plazo de cinco sema­
nas, había la posibilidad de que el recuerdo quedara
perdido para siempre.
Después de varias semanas se recobró lo suficiente
para asistir de nuevo a la terapia. Antes de la visita
empezó a tener calambres de estómago y no pudo mo­
ver el vientre durante tres días. Después de una escena
primal relacionada con un sufrimiento importante de su
primera infancia, se vio automáticamente llevada, sin
que nadie la dirigiera, a su sufrimiento más reciente: el
accidente automovilístico. Recorrió todo el trauma, des­
de el comienzo hasta el final en todos sus detalles, sin
hacer un esfuerzo consciente para recordar. Vio el auto
que se acercaba, oyó el choque, sintió el golpe en la
cabeza, y lanzó el grito aterrador que nunca había pro­
ferido en el momento. Pudo discutir todos los detalles
del accidente sin ninguna confusión mental.
EL GR ITO P R IM A L

Esto indica que los solos efectos de una conmoción


física quizá no sean los únicos responsables de una den
aparición de la memoria; el sufrimiento consiguiente
puede ayudar a silenciar la memoria de los aconteci­
mientos catastróficos. Si esta suposición es correcta, s e ­
rá posible someter a la terapia primal a personas que
hayan sufrido traumas graves como una violación, y
recobrar el recuerdo del hecho.
N o creo que un neurótico pueda tener un sistema do
recuerdos completo mientras conserve el dolor primal
Una vez practicada la terapia primal parece haber un
agudo aumento de la memoria, y la mayoría de Ion
pacientes descubren que vuelven fácilmente a los primo-
ros meses de vida para recordar un incidente tras otro.
Es como si, con la experiencia del dolor, todo el siste­
ma de recuerdos se abriera de par en par.
L A N A T U R A L E Z A D E L A T E N S IO N

Según la teoría primal, no hay neurosis sin tensión.


Mr refiero a la tensión no natural, sin sentido en el ser
humano psicológicamente normal, no a la tensión natu-
rnl que todos necesitamos. La tensión no natural es cró­
nica y deriva de la presión de los sentimientos y necesi­
dades negados o no resueltos. Cuando hablo de tensión,
m e refiero a la tensión neurótica. Lo que el neurótico
diente en lugar de los sentimientos reales son grados de
tunsión. Cuanto menor es la tensión por lo general me-
Jor se siente; cuanto mayor es la tensión, peor se siente.
|,o que el neurótico trata de hacer con su comporta­
miento es sentirse mejor.
¿De dónde viene la tensión y cuál es su función?
< reo que la tensión, como parte de la neurosis, es un
mecanismo de supervivencia que moviliza el cuerpo ha­
cia el cumplimiento de una necesidad o lo protege de
nentimientos destructores. En ambos casos, trata de
mantener su continuidad e integridad. Por ejemplo,
cuando no somos alimentados, se suscita una tensión
que nos estimula a buscar alimento y a satisfacer la
necesidad. Si ésta persiste en los primeros meses y años
de vida, la falta de satisfacción se vuelve dolorosa e
intolerable, y para suprimir el daño se suprime la necesi­
dad, que persiste en forma de tensión, mientras no se
conecte con la conciencia y se resuelva. Un movimiento
contenido (dejar de correr, por ejemplo) persistirá tam­
bién como tensión mientras no se conecte y se resuelva.
54 E L GRITO P R IM A L

En una palabra, cualquier supresión crítica de un mo­


vimiento o sentimiento en los primeros tiempos de vida
se convierte en una necesidad mientras no sean sentidos
y expresados y por lo tanto resueltos.
La desconexión es mantenida por el miedo. El miedo
emite señales cuando el dolor (la necesidad o el senti­
miento que provocan sufrimiento) se acerca a la con­
ciencia. El miedo pone en acción el mecanismo de de­
fensa, operando de diversos modos para mantener aleja­
da la necesidad. Es una respuesta automática que forma
parte del mecanismo de supervivencia. Prepara al orga­
nismo para frenar el golpe, de la misma manera que nos
ponemos tensos cuando nos van a aplicar una inyección.
Cuando el sistema no es capaz de impedir el dolor, se
produce un miedo consciente, es decir, la ansiedad.
Además el miedo suele no sentirse conscientemente. Se
convierte en parte del pozo general de tensión.
La ansiedad es el m iedo sentido p e ro no correctam en­
te enfocado. La ansiedad es evocada cuando el sistema
de defensa se debilita y permite que el sentimiento te­
mido se acerque a la conciencia. Como el sentimiento
no está conectado, la ansiedad está a menudo fuera de
foco. La base de la ansiedad es el miedo de no ser
querido. La mayoría de nosotros evitamos la ansiedad
desarrollando los tipos de personalidades que nos preser­
van de sentir hasta qué punto no somos queridos.
La personalidad se desarrolla como protección. La
función de la personalidad es la de satisfacer la necesi­
dad del niño. Esto significa que el niño va a tratar de
ser lo que “ los otros” desean para ser al fin querido. La
tentativa de ser “ los otros” es lo que produce la ten­
sión. El ser uno mismo es lo que la elimina. Ser uno
mismo significa ser completo, cuerpo y mente conecta­
dos. Supongamos que un niño necesita que su padre lo
abrace, pero su padre piensa que los “ hombres” no se
abrazan ni se besan. El niño, que trata de ser un hom­
bre para su padre, niega esa necesidad y se comporta
con aspereza. Esa personalidad áspera produce y fuerza
L A N A T U R A L E Z A DE L A T E N S IO N 55
al mismo tiempo la tensión. Entonces ese niño crece,
tiene una úlcera y es enviado a un psicoterapeuta. A
veces, al comienzo de su tratamiento, lo trato de mari­
ca. Entonces se pone ansioso. L o he descubierto, es
decir, he puesto el dedo en su necesidad reprimida que
puede haberse convertido en homosexualidad latente.
Quizá se enoje cuando yo lo trate así, pero ese enojo es
una tapa de la verdadera herida, una defensa para no
sentir su verdadera necesidad. Su enojo es una manera
de aliviar la tensión. La razón de que el niño se volviera
áspero es en primer lugar la necesidad de ser querido
por su padre, pero esta motivación ha estado enterrada
mucho tiempo. A l no permitirle que sea áspero, se lo
enfrenta con la pérdida del afecto y la aprobación, la
desesperanza primal.
Todo comportamiento del presente basado en senti­
mientos negados en el pasado (inconscientes) es sim b óli­
co. Es decir, la persona trata de satisfacer una vieja
necesidad a través de alguna confrontación presente.
Llamo “ representación simbólica” a todo comporta­
miento presente basado en esas necesidades inconscien­
tes. En este sentido, la personalidad es la representación
simbólica en el neurótico. Toda su actitud, su forma de
mirar y de caminar son comportamientos en respuesta a
viejos sentimientos enterrados.
Sólo la conexión puede detener la tensión crónica,
neurótica. Otras actividades la alivian momentáneamen­
te, pero no la resuelven. N o existe, en mi opinión, una
tensión innata o básica, ni una ansiedad básica. Estas
sólo se desarrollan a partir de tempranas condiciones
neuróticas. Un neurótico es tenso, sea o no consciente
del hecho.
Neurosis no es sinónimo de defensa. Es un término
más amplio que indica la forma en que están relaciona­
das las propias defensas; los tipos neuróticos son simple­
mente la constelación peculiar de las defensas de una
persona. Como un neurótico puede usar toda clase de
defensas en su. vida diaria, no existe un tipo puro. Habi­
56 EL G R ITO P R IM A L

tualmente se instala en un estilo (el del hiperintelectiml,


por ejemplo) que, por conveniencia, podemos calif¡< in*
de cierto tipo de neurosis. Toda neurosis entraña ln
existencia de un sistema irreal que convierte los senti­
mientos reales en tensión. Casi todos los sentimiento» y
necesidades del hombre son iguales. Lo que se complica
es la forma de defendernos contra ellos. Pero no m
necesario ocuparse de esas complicaciones, si llegamos a
lo que se encuentra debajo.
En la medida en que los dolores primales están ahí,
el neurótico debe ponerse tenso contra ellos. Su perso­
nalidad es la forma más o menos estabilizada que lia
encontrado para defenderse a sí mismo. Suprimir esos
sufrimientos es “ suprimir” la personalidad.
Pensemos la cuestión en términos de energía. Sabe­
mos por la ley de conservación de la energía que ésta
no se destruye, sólo se transforma. Considero los senti
mientos primales originales como energía esencialmente
neuroquímica que se transforma en energía cinética o
mecánica, que incita constantemente al movimiento físi­
co o a la presión interna. La finalidad de la terapia
primal es volver esta energía transformada a su estado
original, de modo que ya no haya una fuerza interior
que impulse al sujeto a la acción compulsiva. Ese senti­
miento de presión es la causa de que tantos neuróticos
se sientan agitados o perturbados, de que no puedan
quedarse sentados, de que tengan que estar siempre ha­
ciendo algo. Debemos tener presente que la tensión, es
un fenómeno totalmente corporal. Cada nuevo senti­
miento bloqueado, cada nueva necesidad no satisfecha
aumenta el peso de las presiones internas que afectan la
totalidad del sistema.
Es posible librarse de la tensión mecánicamente, ju­
gando al tenis, a la pelota, o corriendo. En realidad, la
mayoría de la gente que se mantiene gracias a los ner­
vios, se mantiene a fuerza de tensión. Pero no hay ma­
nera de eliminar esos sentimientos primales, de modo
que la tensión parece ser perpetua. Comparo a esa gente
LA N A T U R A L E Z A DE L A T E N S IO N 57
jHmminentemente ocupada para gastar la tensión con
linn nuil ¡na decapitada que sigue moviéndose. El neuróti-
t n <vtla docapitado, en cierto sentido, mientras no pueda
i ...... .. . lo que hace su cuerpo con las razones concre­
tan de esas acciones.
Dudo el alcance de las respuestas del cuerpo a la
teiiNlnn, hay muchas maneras de medirla. Un investigá­
is u, K. Jacobson, define la tensión en función de la
t i.iilnicoión muscular.* Cree que la tensión prepara al
liuerpo para algún tipo de locomoción (vuelo), y que el
m<nuliado de ello es el acortamiento de las fibras muscu-
Imh'í. L o s cambios de las fibras musculares conducen a
mi aumento del voltaje o presión eléctrica, que puede
tur medida con un instrumento electrónico llamado elec-
tfumiógrafo. Pero el electromiógrafo es todavía un ins-
I mi mentó impreciso que no puede medir los cambios
minúsculos de las fibras musculares. Sin embargo, Ja-
i nlwon sostiene que toda nuestra musculatura interviene
i'ii la tensión y fatiga al individuo, esté despierto o dor­
mido. Esto ayuda a explicarse por qué el neurótico se
dMpierta tantas veces más exhausto que cuando se
mimtó.
La tensión no sólo es un fenómeno total sino que
tiende a concentrarse en sectores vulnerables. Malmo vio
<ii sus investigaciones que la mayoría de nosotros tene­
m o s sectores concretos de órganos en los que se observa
un aumento de los niveles de tensión cuando están so­
metidos a un esfuerzo.**

* E. Jacobson, “ Electrophysiology o f M ental Activities” , A m e -


nain Journal o f Psychologie, V ol. 44 (1 9 3 2 ), pp. 627-94; “ V aria­
t i o n o f B lood Pressure with Skeletal Muscle Tension and Rela-
nation” , Annals o f International Medicine, V o l. 13 (19 40), p.
1(119; “ The A ffects and Their Pleasure-Unpleasure Qualities in
IM a tio n to Psychic Discharge Processes” , en R. M. Loewenstein.
rd. Drives, A ffects and Behavior (N ueva Yo rk , International U n i­
versities Press, 1953).
* * R. B. M alm o, en A. Bachrach, ed., Experimental Founda­
tions o f Clinical Psychology (N ueva York, Basic Books, 1962), p.
•116.
58 EL GRITO PRIM AL

Si una persona tiene un dolor crónico en el lado


izquierdo del cuello, por ejemplo, una situación de
stress crearía una tensión mucho más alta de ese lado
que del lado sano.
Aunque la tensión es la presión interna que resulta de
la negación de un sentimiento, cada uno de nosotros la
experimenta de un modo diferente. Puede ser una agita­
ción, un nudo en los músculos del estómago, una ten­
sión de los músculos del esqueleto, una opresión en el
pecho, los dientes apretados, u n a sensación de náusea,
un sentimiento de catástrofe inminente, arcadas, un nu­
do en la garganta o el estómago revuelto. La tensión
mantiene la boca en movimiento, aprieta los músculos
de la mandíbula, hace temblar el párpado, agita el cora­
zón, acelera los procesos mentales, hace golpetear el pi­
so con el pie, intranquiliza la mirada. N o es preciso
insistir en esto. La tensión es intolerable y se manifiesta
de diversas maneras.
Son tantos los que experimentan la tensión que he­
mos llegado a considerarla simplemente una de las exi­
gencias del ser humano. Estoy seguro de que no es así.
Pero por desgracia varias teorías psicológicas han basado
sus supuestos en la inevitabilidad d e la tensión. El sistema
freudiano, por ejemplo, sostiene que hay una ansiedad
básica alrededor de la cual debemos establecer defensas
para conservarnos sanos. Creo que esta ansiedad es sólo
una función de la irrealidad de la persona.
Se han efectuado varios experimentos, tanto con ani­
males como con seres humanos, consistentes en hacer
sonar un timbre cuando se sometía al sujeto a un shock
eléctrico moderado. Más tarde el sonido de la campani­
lla bastaba para producir la misma clase de amenaza
anticipada y un elevado nivel de activación física. Este
tipo de experimento consiste en condicionar al sujeto a
algo que comúnmente no constituye una amenaza: una
campanilla. Análogamente los sujetos pueden ser des­
condicionados acompañando el estímulo inocuo (tim ­
bre) con una situación que no entrañe un shock.
LA N A T U R A L E Z A DE L A T E N S IO N 59
La teoría primal también se relaciona con el
shock. A menudo el shock es una temprana visión de la
cosa que de ser plenamente sentida resultaría catastrófi­
ca. El shock es contenido y representado, produciendo
un comportamiento tenso años después de pasado el
peligro. Un niño de seis años cuyos padres lo desdeñan
(es su impresión, pues rara vez esa inquina se manifiesta
abiertamente) puede correr gran peligro tanto físico co­
mo psicológico, pero un hombre de treinta y seis años
consciente de que sus padres lo desdeñaban ya no corre
ningún peligro, aunque casi toda su conducta de adulto
se haya basado en el miedo a esa impresión.
Para entender por qué treinta años después de haber
tenido una impresión perturbadora una persona sigue
reaccionando a ella, debemos tener presente que el niño
pequeño está muy abierto. N o tiene defensas, lo cual
quiere decir que percibe de una manera afectiva directa.
Lo que percibe en los primeros meses o años de vida
puede ser insoportable. Entonces se protege. Quizá apa­
rezcan síntomas o amortigüe sus sentidos, pero la im­
presión dolorosa sigue allí esperando a ser experimenta­
da. En un caso un paciente vio a los dos años y medio
de edad las caras mortecinas de sus padres. Empezó a
percibir la absoluta falta de vida de todo lo que le
rodeaba y de su propia existencia. N o lo percibía de un
modo completo. Llegó a tener asma. Esa realidad mor­
tecina que lo rodeaba sólo pudo ser experimentada más
tarde, cuando estaba a salvo de ella. Porque eso quería
decir que él tenía que estar “ muerto” para sobrevivir
con sus padres. Le llevó muchas sesiones primales expe­
rimentar ese sentimiento en su totalidad. El sentimiento
de la muerte lo devolvió a la vida.
El shock psicológico original evocaba el miedo. El
miedo convertía el sentimiento en una tensión vaga, ge­
neralizada. La persona a que nos hemos referido no era
conscientemente ansiosa. Actuaba de un modo inerte
como una manera inconsciente de evitar la ansiedad.
Sus movimientos y su expresión mortecinos eran la for­
60 E L GR ITO P R IM A L

ma que había encontrado de arreglárselas con sus pa­


dres. En la medida en que parecía “ muerto” , estaba
tenso pero no ansioso. A l tener que actuar con vivaci­
dad se produjo la ansiedad. En la mayor parte de los
casos la neurosis (representación simbólica) contiene la
tensión de modo que el neurótico ni siquiera sabe que
está tenso.* La distinción entre el miedo y la ansiedad
es cuestión de contexto y no de fisiología. Los procesos
fisiológicos del miedo y la ansiedad pueden ser idénti­
cos, pero en el miedo la persona reacciona a la situación
presente, en tanto que en la ansiedad reacciona al pasa­
do como si fuera presente. En el momento en que la
tensión es sentida como ansiedad es cuando la persona
acude por lo general a la psicoterapia.
El verdadero miedo es sentir la vida amenazada. Eso
ocurre sin tensión o con un embotamiento de los senti­
dos y de la mente. Con el miedo real el organismo está
completamente preparado para enfrentar la amenaza.
El miedo primal embota porque es una herida destructora.
Persiste porque el dolor primal ( “ N o me quieren” ) per­
siste. Esto significa que la vieja amenaza está presente,
haciendo del miedo ansiedad. La ansiedad es el viejo
miedo no conectado porque la conexión significa dolor
destructor. (Esto será analizado con más detalle en el
capítulo sobre el miedo.) Reaccionar ante un camión
que se nos viene encima es miedo. Sentir que el camión
p o d ría venírsenos encima es ansiedad.
U n bebé y un niño pequeño pueden sentir miedo

* Es probable que en los comienzos de la vida el niño no


distinga entre el daño físico y el emocional, pues su nivel concep­
tual no es lo suficientemente maduro com o para permitirle esta­
blecer distingos sutiles entre el perjuicio psicológico y el físico.
En el momento en que es capaz de distinguirlos quizá ya haya
tapado sus sufrimientos primales con la neurosis. Por ejemplo, un
niño muy pequeño quizá no sepa que lo humillan, pero se siente
incóm odo cuando sus padres le dicen ciertas cosas de cierta m a­
nera. La experiencia es, pues, un sufrimiento indiferenciado. Q u i­
zá sólo más tarde en la terapia primal sentirá primero esos vagos
dolores otra vez y será capaz de conceptualizar su significado.
L A N A T U R A L E Z A DE L A T E N S IO N 61
directamente y comportarse con arreglo a sus sentimien­
tos. Pero a medida que el tiempo pasa, incluso la de­
mostración de miedo puede ser criticada por los padres
neuróticos ( “ Deja de llorar. Tú sabes que no hay nada
de qué tener miedo” ), de modo que el miedo es negado
y entonces se sitúa en el “ pozo primal” como aumento
de tensión. Este miedo negado significa que la persona
no puede actuar directa y adecuadamente con arreglo a
lo que siente. Debe inventar objetos de miedo (negros,
comunistas, etc.) para centrar sus sentimientos y aliviar
la tensión.
Al forzar al paciente neurótico a sentir más bien que
a representar sus miedos primales, podemos ayudarlo a
entender los sentimientos que lo están aterrorizando. En
ese punto lo llevamos al interior de sus miedos y más
allá y lo introducimos en sus sufrimientos primales.
Un estudio publicado en Psych ology Today (junio de
1969), por Martin Seligman, se refiere a esta noción de
shock temprano. Seligman describe un experimento de
R. L. Solomon en que se sujeta con correas a un perro
y se lo somete a descargas eléctricas. Después se mete al
perro en una casilla con dos compartimientos donde se
supone que aprende a escapar a la descarga saltando
simplemente una barrera baja del sector donde se pro­
duce la descarga al sector donde no se produce. Se ob­
servó que si se sometía a la descarga primera, mientras
estaba sujeto y no podía escapar, ocurría algo extraño.
En las posteriores, aun teniendo libertad para cruzar la
barrera, el perro se quedaba en el sector donde se pro­
ducía hasta ser arrastrado literalmente afuera. Otros pe­
rros que no estaban sujetos (inermes) al producirse la
primera descarga, aprendieron rápidamente a saltar en
busca de la libertad. En muchos sentidos, el niño peque­
ño está atado a una situación traumática de la que no
puede escapar y tan inerme como los perros sujetos.'
Tampoco el niño puede hacer nada eficaz para escapar
al sufrimiento incesante, y a menudo no puede aprender
más tarde cómo actuar en ciertas situaciones para evitar
62 E L GR ITO P R IM A L

el daño. Cuando ninguna respuesta al alcance del niño


puede cambiar la situación, suele tener muy poco que
hacer salvo volverse hacia adentro, permanecer tan pasi­
vo y herido como los perros sujetos que no podían
escapar a la primera descarga importante que habían
experimentado en su vida. Observamos en el experimen­
to de Solomon que si se aplicaba la descarga a un perro
que estaba en condiciones de escapar (de modificar su
situación) y después se lo sujetaba y sometía a la des­
carga, al recibirla en condiciones de responder en liber­
tad aprendía a escapar normalmente. Seligman señala
que si un niño pequeño llora para que lo alimenten y
no hay nadie a su alrededor que lo haga, el llanto se
convierte en una respuesta inoperante y puede ser supri­
mido en cierto momento porque no cambia en nada
una situación dolorosa o penosa. La teoría primal indica
que el sufrimiento continuado que causa el no haber
conseguido satisfacer nunca las primeras necesidades,
tiende a acallar la respuesta hasta que el individuo retro­
cede y se atreve a llorar de nuevo como aquel niño
pequeño.

Los efectos de los dolores primales se consideran per­


manentes mientras no son sentidos (empleo el término
“ sentidos” para indicar “ totalmente experimentados” ).
Esto significa que no pueden ser condicionados desde el
exterior del organismo. Así, aunque se puedan castigar
o gratificar sus manifestaciones superficiales (cigarrillos,
bebidas, drogas), los dolores mismos no cambiarán. Se­
guirán necesitando de salidas neuróticas de uno y otro
hasta ser completamente experimentados.
El neurótico se empeña en un comportamiento irreal,
simbólico, para aliviar la tensión. Así, puede tener una
actividad sexual compulsiva para sentirse querido, sin
haber reconocido nunca ese primer sentimiento de des­
amor.
Aunque la tensión se siente en todas partes, parece
haber un órgano que constituye su foco: el estómago.
L A N A T U R A L E Z A DE L A T E NSIO N 63
La contracción de los músculos del estómago (y toda la
zona abdominal) parece ser el calmante interno del neu­
rótico. Wilhelm Reich hizo este descubrimiento hace al­
gunas décadas*, y desarrolló gran parte de esos primeros
métodos terapéuticos aliviando las tensiones abdomina­
les del paciente.
Casi todos los pacientes neuróticos ubican el foco de
su tensión en el estómago. El folklore prueba su impor­
tancia con frases tales como: “ ¡Tuve que tragarme las
palabras! ” “ ¡No puedo digerir eso! ” “ ¡Me da en la
boca del estómago!” “ ¡Le salió de las tripas!” . Cuando
se tragan las palabras se alude a un gesto que no es sólo
simple, simbólico.
Las palabras parecen literalmente sofocadas en las tri­
pas, como si hicieran nudos en el individuo. Las más de
las veces el paciente no tiene conciencia del grado de
tensión a que está sometido su estómago mientras no
empieza a aflojarla. Durante la terapia primal observa­
mos a menudo que la tensión sale del estómago y sube.
La persona se referirá consecutivamente a algo que le
oprime el pecho, a algo que le aprieta la garganta, a los
dientes que le crujen, a un dolor de la mandíbula, y
entonces, cuando se han dicho las palabras importantes,
todo eso desaparece.
Vacilo en decir: “ Vemos subir el dolor del estómago
a la boca” ; pero hemos consignado en bandas televisa­
das el fenómeno de la tensión en ascenso. Durante la
terapia primal, los sentimientos que inician su ascenso
hacen estremecer y agitar toda la zona abdominal. Es
como si los sentimientos se soltaran del torniquete ab­
dominal que los sujeta. Suben por el cuerpo y salen por
la boca en forma de gritos primales. Cuando se produce
esto, los pacientes dicen que sienten por primera vez el
estómago desbloqueado; evidentemente estaba trabado

* Wilhelm Reich, The Discovery o f the Orgone (Nueva Y o rk ,


N oo n d ay Press, 1948).
E L GR ITO P R IM A L

por la tensión que impedía la completa digestión de los


alimentos.
La tensión no siempre produce una incapacidad de
comer. En algunos casos ocurre lo contrario: la persona
entierra sus sentimientos atiborrándose de comida. Lo
que se opera es un fenómeno dual: el descenso y el
ascenso de la tensión. El ascenso se produce cuando el
mecanismo de defensa se debilita y los sentimientos se
acercan a la conciencia. La tensión ascendente (ansie­
dad) suele dificultar eí hecho de comer. La tensión des­
cendente, en cambio, permite al neurótico mantener en
jaque sus sentimientos por medio de la comida, de mo­
do que la tensión no se convierte en un estado de ansie­
dad. Por regla general, la persona con gran exceso de
peso tiene una serie de dolores profundos y ocultos. Las
capas de grasa parecen formar un paragolpes que los
aísla (tensión descendente).
6

E L M E C A N IS M O DE D E F E N S A

El concepto de mecanismo de defensa aparece en mu­


chas teorías psicológicas empezando por la freudiana.
La teoría primal sostiene que toda defensa es neurótica
y que no existen llamadas defensas “ saludables” . La
creencia en las defensas saludables se basa en el supues­
to de una ansiedad básica que debe ser contenida, algo
inherente a todos los seres humanos. La teoría primal
no reconoce la noción de ansiedad básica en los indivi­
duos normales. Más adelante examinaremos la cuestión
en detalle. El último punto en que difieren la teoría
primal y algunas otras teorías con respecto a las defen­
sas, reside en que las considera fenómenos psicobiológi-
cos y no simplemente acciones mentales. Así, la con­
tracción de un vaso sanguíneo puede ser una defensa en
la misma medida que la locuacidad compulsiva.*
Para la teoría primal una defensa es una serie de
comportamientos que funcionan automáticamente para
bloquear sentimientos primales. Cuando el abdomen se
aprieta automáticamente, cuando un individuo se traga
un sentimiento, cuando aparecen tics en una cara a con­

* Anna Freud, en su Ego and the Mechanisms o f Defcnse, p.


75, dice: “ Los esfuerzos del ego infantil por evitar el ‘d olor’
resistiendo directamente a las impresiones exteriores, pertenecen
a la esfera de la psicología normal (el subrayado es m ío). Sus
consecuencias pueden ser decisivas para la formación del ego y
del carácter, pero no son patógenas (tam bién aq u í el subrayado
es m ío ).”
66 EL GRITO PRIM AL

secuencia de la presión, el cuerpo se bloquea contm n|


sentimiento.
Hay defensas involuntarias y voluntarias. Las deforma»
involuntarias son las respuestas automáticas de la moni a
y del cuerpo al dolor primal: fantaseos, enuresis, aho
gos, pestañeos, contracción muscular. Estas son por 1<•
general las defensas internas del niño. La constricción do|
aparato respiratorio, por ejemplo, afectará el tono y «ti
timbre de su voz. El proceso de constricción y la voy,
chillona resultante se entretejen como parte del sistema
de la personalidad. De esta manera la personalidad m
construye alrededor de las defensas y forma parte d i
ellas.
Las defensas involuntarias son de dos tipos: la elabo
ración y el alivio de la tensión. A l anudar los músculoN
del estómago se contienen los sentimientos, y dan por
resultado la tensión. Orinarse en la cama de noche
(cuando disminuyen las defensas conscientes) es un al i
vio involuntario de la tensión. Otras formas de alivio
involuntario son el rechinar de dientes, los suspiros, la»
pesadillas (más estas últimas).
Las defensas voluntarias entran en juego cuando los
mecanismos de alivio involuntario fracasan. Fumar, be­
ber, drogarse, comer con exceso son ejemplos de defen
sas voluntarias. Pueden ser frenadas por la fuerza de la
voluntad. Las defensas voluntarias se necesitan para al i
viar la tensión excesiva: una palabra airada de un cajero
en un restaurante puede bastar para perturbar la facha­
da agradable de un neurótico y crear la necesidad de
beber. El propósito de ambas formas de defensa es blo­
quear el sentimiento real.
Las defensas operan continuamente, noche y día. Un
hombre afeminado no se vuelve masculino de pronto
cuando duerme. Su afeminamiento es un hecho psicofí-
sico que se produce dormido o despierto; está integrado
en el organismo. Esto significa que las acciones no natu­
rales se convierten en la norma porque la persona no
siente sus inclinaciones naturales. N o podrá caminar, ha-
E L M ECANISM O DE D E FE N S A 67
lilnr o conducirse de otro modo mientras no haya recupe-
Imlo su yo natural.
Cas defensas son, en líneas generales, lo que los pa-
llri'N piden del niño. U n niño puede hablar continua­
mente y usar malas palabras mientras otro parece “ mu­
llo Ambos responden a un pedido de los padres que
filos han percibido, ambos han cerrado una parte de sí
M ínimos.
Iíüs defensas saltan a la acción como un mecanismo
ile adaptación para mantener en marcha el organismo.
|)r esta manera, la neurosis es considerada como parte
tlrl equipo de adaptación heredado que todos comparti­
mos. Como la neurosis es adaptación, no podemos sim­
plemente hacerla volar con un aparato de electroshock.
I lii’i defensas deben ser desmanteladas ordenadamente y
puso a paso hasta que la persona esté preparada a seguir
míii ellas.
El niño acalla su yo en los primeros meses y años de
vida porque habitualmente no tiene otra opción. Un
niño ruidoso y charlatán quizá no sea tolerado mucho
In mpo por padres reprimidos que quieren un hijo cor­
les, dócil. Le pegarán o lo castigarán hasta que cierre
• :..i vía de comportamiento. Así, para vivir, el niño debe
M'ntenciar a muerte una parte de sí mismo. Debe jugar
•■I juego de los otros, no el suyo. Esta misma clase de
comportamiento puede resultar de padres que hacen de­
masiado por el niño y éste no necesita esfuerzos pro­
p ios . Ha quedado sofocado por la bondad de los proge­
nitores.
Si el frente irreal no funciona, si no despierta una
respuesta humana en los padres, el niño tendrá que
adoptar defensas más desesperadas. Quizá tenga que su­
primir todo de sí mismo para no disgustarlos o para que
sean cariñosos y buenos con él. Quizá hable de una
manera rígida, programada, como una calculadora. Sus
pensamientos pueden volverse limitados y estrechos, sus
II jos apenas una hendija; en una palabra, se ha deshuma-
nizado en una tentativa de humanizar a sus padres. Pue­
68 EL GRITO PRIM AL

de, llegado el caso, operar un cambio completo por


ellos: que un chico se convierta en “ chica” .
La respuesta total es un concepto crucial. La necesi­
dad de afecto no es simplemente algo mental que puede
cambiarse cambiando las ideas. Invade todo el sistema,
deformando el cuerpo y la mente. Esa deformación es­
pecífica es la defensa.
Si la personalidad no puede dominar la tensión, apa­
recerán síntomas. El niño se masturbará, se chupará el
pulgar, se morderá las uñas o bien se orinará en la ca­
ma. Estas son vías para conseguir mayor alivio. Las más
de las veces, en la creencia errónea de que ayudan al
niño, los padres tratan de detener esas descargas de la
tensión y transigen así con el problema, forzando al
niño a encontrar caminos más ocultos. Un paciente me
contó que tenía flatulencias constantes porque sus pa­
dres creían que sufría del estómago. Dijo: “ Eructar era
la única cosa que aceptaban porque creían que era in­
voluntario” .
Un niño pequeño no entiende que son sus padres los
que están perturbados. N o sabe que los problemas de
ellos son independientes de lo que él haga. N o sabe que
no es cosa suya conseguir que dejen de pelearse, que
sean felices, libres o lo que sea. Hace lo que puede para
poder vivir. Si es ridiculizado casi desde que nace tiene
que llegar a creer que hay algo equivocado en él. Proba­
rá todas las maneras de agradar, pero, trágicamente, lo
que debe hacer queda en el terreno de lo vago y lo
impreciso porque sus padres no saben qué hacer para
ser libres y felices. Como ellos no saben hacerlo sentirse
mejor, tiene que confiar en sí mismo. Comerá todo lo
que encuentre, se chupará el dedo cuando nadie lo vea,
se masturbará, y más tarde se lanzará a las drogas para
aliviar el sufrimiento que nadie puede calmarle. Y a no
es un neurótico; la neurosis es su ser.
El drogadicto es un ejemplo de alguien que ha salido
de sus defensas internas. Suele borrar una parte tan
grande de sus sentimientos que lleva una existencia
EL M E CA NISM O DE D E FE N S A 69
amortiguada. Como no puede arreglárselas para defen­
derse como otros neuróticos, establece una relación di­
recta con la jeringa: Sufrimiento. . . jeringa. . . alivio.
Quítese la jeringa y ahí está el sufrimiento. Para el ho­
mosexual el pene sirve a la misma finalidad. Am bos
representan un alivio de la tensión: una conexión exter­
na que se ha desarrollado para ocupar el lugar de la
conexión interna no establecida.
Con prescindencia del sufrimiento que entraña el uso
de la jeringa o las relaciones practicadas por varones
homosexuales, el sentimiento simbólico es de placer o,
más exactamente, de alivio. El sufrimiento físico, real, el
sufrimiento experimentado por el yo real, es filtrado
por el sistema de defensa donde es interpretado como
placer.
Las diversas maneras que tiene el neurótico de defen­
derse han sido clasificadas por los profesionales y se han
establecido categorías de diagnósticos. Pero deseo subra­
yar una vez más que el sistema de defensa sólo es im­
portante en la medida en que enmascara el dolor. Lo
que interesa, para la hipótesis primal, es al dolor.
Para el neurótico toda su experiencia debe abrirse
camino a través del laberinto de sus defensas, donde lo
que ocurre no se ve, es mal interpretado o exagerado.
El mismo proceso de distorsión influye en su actividad
corporal de manera que al final es incapaz de interpre­
tar o entender los tipos de cambios que se están produ­
ciendo en su propio cuerpo. Debe, pues, ponerse en la
enigmática situación de acudir a un extraño (un profe­
sional) para que le ayude a entender lo que siente en su
interior.
Los sistemas de defensa se complican en función de
la situación familiar del niño. Cuando los padres son
brutales, la defensa es directa y de superficie. Cuando la
interacción familiar es más sutil, el sistema de defensa
se vuelve más sutil.
Los individuos que han elaborado estratos de defen­
sas sutiles, intelectuales (que se les han subido a la “ ca­
70 EL GRITO P R IM A L

beza” ) son los más difíciles de curar. La terapia do lu


introvisión ( insight) ha sido el tratamiento central do lu
clase intelectual; cualquier método que acentúe la intor«
vención de la “ cabeza” de esos neuróticos sólo sirvn
para empeorar sus problemas.
Hace unas décadas Reich nos dio una idea de lim
defensas corporales: “ Podemos decir que toda rígido/,
muscular contiene la historia y el significado de su ori
gen. N o es, pues, necesario deducir de los sueños o
asociaciones la forma en que se ha desarrollado la armit«
dura muscular; más bien la armadura misma es la formn
en que la experiencia infantil continúa existiendo como
agente pernicioso” .*
Reich explicaba que la rigidez muscular no es simple
mente un resultado de la represión sino que represen la
“ la parte más esencial del proceso de represión” . Señaló
que la represión era un proceso dialéctico en el que el
cuerpo no sólo se pone tenso a través de la neurosis,
sino que perpetúa la neurosis por vía de la musculatura
tensa. N o aclaró qué es lo que mantiene al cuerpo tenso
año tras año, pero creía que en la neurosis podían tener
una influencia importante ciertos ejercicios o técnica»
destinados a reducir la tensión muscular, y más concro
tamente, la tensión abdominal.
Según la teoría primal, las necesidades y los senti­
mientos bloqueados empiezan virtualmente con el naoi
miento y las más de las veces antes de la época en quo
podamos verbalizarlos. U n niño que no es tenido en brazos
lo suficiente en los primeros meses de vida no sabo
conscientemente qué es lo que le falta, y sin embargo
sufre. Sufre con todo su cuerpo, que es exactamente
donde está la necesidad. La necesidad, pues, no es sola
mente algo mental almacenado en el cerebro. Se acumu­
la en los tejidos del cuerpo, ejerciendo una fuerza conti
nua tendiente a su satisfacción. Esa fuerza es experi-

* Wilhelm Reich, The Discovery o f the Orgone (Nueva Y o rk


Noonday Press, 1942), pp. 266-67.
EL M E CA NISM O DE D E FE N S A 71
nimia como tensión. Podemos decir que el cuerpo
u. ida” sus privaciones y sus necesidades exactamen-
i 'iiiiiii el cerebro. Para librarse de las tensiones, la

E
fauna tendrá que sentir las necesidades que se encuen-
iii en el núcleo de dichas tensiones —en otras pala-
hn, tic- modo orgánico- , que es exactamente donde
hin las necesidades. Las necesidades se encuentran en
C musculatura, en los órganos y en el sistema san-
flllilH'O,
ivro no basta simplemente conocer los propios senti­
m ien tos y necesidades inconscientes. Gran parte de la
lic o terapia moderna funciona sobre el supuesto de que
C Muta hacer conscientes los sentimientos inconscientes
iiiiiu cambiar a una persona. Y o lo veo de otra manera:
tu conciencia es el resultado de un proceso afectivo or­
gánico y el proceso a fe c tiv o , no simplemente el co-
nni lm ien to de lo que esas necesidades son, es lo que
i muiúa a alguien. Conocer una necesidad, en mi opi­
nión, no libera de ella. Hemos subestimado las muchas
privaciones que se sufren en los primeros meses de vida
v la forma en que nos afecta por el resto de nuestra
HKlnUincia. Los reichianos reconocen que mucho de lo
ii'lucionado con el sentir es no verbal, y tratan los senti­
mientos reprimidos físicamente a través de la manipula-
• nm corporal.
NI objetivo de la terapia primal es conectar las necesi­
d a d e s del cuerpo con los recuerdos acumulados e in­
conscientes para unificar así a la persona. La terapia a
llaves de la danza, el yoga, la terapia a través de los
movimientos corporales o los ejercicios destinados a li­
berar al cuerpo de la tensión, no servirían de nada por-
i|ue esas tensiones (primeros bloqueos y privaciones in-
i (inscientes) están inextricablemente entretejidas con re­
cuerdos primales en acontecimientos orgánicos unitarios.
I.a incitación a la introvisión divide al individuo de una
muñera, y la terapia a través de los movimientos corpo-
i ales lo divide de otra. Lo que necesitamos es algo total,
una unión inmediata del cuerpo y la mente. N o hay
72 E L GR ITO PRIM AL

manera de eliminar permanentemente los recuerdos de


un hombre tenso, por medio del masaje, cuando éstos
inervan el hombro por debajo del nivel de la conciencia.
Si se observa cómo nos desarrollamos entenderemos
mejor esto. El niño pequeño tiene poca capacidad para
abstraer o razonar sobre su situación. N o puede transfor­
mar sus necesidades en fantasías concretas, ni puede
representarlas durante la infancia de manera simbólica.
Su cuerpo debe elaborar sus defensas. Para él, pues, no
se trata de que la mente controle al cuerpo; el niño
pequeño no ha desarrollado en los primeros meses de
vida la capacidad mental para hacerlo. Más bien sucede
que algunos deben defenderse físicamente casi desde el
momento en que nacen.
Recuerdo a una paciente que había nacido en un
orfanato donde no había nadie que se ocupara de ella.
En el curso de la terapia, revivió su situación en una
cuna del orfanato y recordó que había llorado largo
rato sin que nadie acudiera. Revivió lo que hizo enton­
ces. Recordó que hacia los ocho meses, después de llo­
rar durante varios minutos, se había sentado, mirando a
su alrededor y viendo que no había nadie, sintiendo el
cuerpo pesado y arrullándose a sí misma para dormirse.
Esto se convirtió pronto en un hábito. Se despertaba
incómoda, empezaba a llorar, se callaba y se quedaba
acostada en la cama, amodorrada. Esa modorra se volvió
automática en los dos primeros años de su estada en el
asilo. Más tarde, cuando lo abandonó, adoptó la forma
de un amodorramiento cada vez que estaba incómoda o
asustada. Decía: “ Era como si fuera succionada desde
adentro. Amortiguaba todas las partes de mi ser de ma­
nera que estaba semidormida incluso mientras camina­
ba” . Esta apatía y falta de vida, dicho sea de paso, es
observada por muchos investigadores en los niños de los
asilos. Deben amortiguarse y crear una barrera para po­
der sobrevivir.
Lo que había ocurrido a esa mujer en el orfanato era
el resultado de un sistema protector del cuerpo. Esa
EL M ECANISM O DE D E F E N S A 73
defensa corporal que la siguió durante parte de su vida
se desarrolló debido a su trauma,y la escisión empezó
antes de que se desarrollaran el intelecto y la posibili­
dad de defensas intelectuales. N o creo que por muchos
ejercicios que hiciera después consiguiese flexibilizar y
activar su sistema muscular. Después de la terapia, en la
que revivió los traumas infantiles que habían dado rigi­
dez a su musculatura quitándole libertad, se sintió libe­
rada y “ ligera” . Por primera vez pudo bailar libremente
sin esa falta de vida automática y ese sentirse pesada que
la había atormentado durante casi toda su existencia.
Sentir su muerte la hizo volver a la vida.
Hace poco tuvimos a un levantador de pesas en la
terapia primal. Era aficionado a mirarse el cuerpo en el
espejo. Lo que veía era una tensión cuidadosamente cons­
truida. Observaba su sistema de defensa y trataba de
construirla físicamente, todo ello para no sentirse débil y
sin protección. Su actitud inconsciente era esta: “ N o hay
nadie que me vigile. Tengo que ser fuerte para protegerme
yo mismo.” El simbolismo es el siguiente: “ Si actúo y
parezco un hombre, seré un hombre.” En la terapia
primal empezó a sentirse como el niño débil y sin protec­
ción que era. Tuvimos que hacerle abandonar el levanta­
miento de pesas, es decir, dejarlo sin protección para que
sintiera esa debilidad.
La cura de la neurosis debe abarcar siempre el siste­
ma total. Los terapistas hemos pasado décadas hablando
de la fachada irreal de nuestros pacientes, pensando que
podíamos convencer a esa fachada de que renunciara a
las necesidades y los sufrimientos que las producían. N o
hay poder en la tierra capaz de conseguirlo.
Cabe preguntarse: “ ¿Cuál es la diferencia? Si me sien­
to bien, ¿no es eso lo que importa? ¿Debo renunciar al
modo en que me siento ahora por la idea de alguien
sobre un estado más ideal? ” Evidentemente, la respues­
ta es negativa. Pero creo que muchas personas, los ho­
mosexuales por ejemplo, han llegado a pactar con su
enfermedad porque creen honestamente que no les que­
74 EL G R ITO P R IM A L

da alternativa. Aunque la mayoría de los neuróticos no


están contentos, sufren solamente un vago malestar en
la medida en que sus defensas funcionan. Pero el neuró­
tico debería saber que hay una alternativa, un estado
que él no puede imaginar. Quizá haya tomado alguna
vez en su vida L SD y haya experimentado sentimientos
de una intensidad increíble. Quizá haya atribuido esos
sentimientos a la droga. N o estoy de acuerdo. Las dro­
gas no sienten. Los que sienten son los seres humanos.
Es decir, la gente no neurótica siente, y creo que la
terapia primal ha contribuido sobre todo a ayudar a que
la gente experimente sus propios sentimientos.

D iscusión

Los comportamientos neuróticos son las formas idio­


sincrásicas que cada uno de nosotros encuentra de ali­
viar la tensión. Alterar o contener una conducta superfi­
cial específica no cambia la neurosis. El crearse “ bue­
nos” hábitos (no comer demasiado, por ejemplo), debe
ser siempre un esfuerzo cuando existe la neurosis, por­
que la persona trata de ahogar el sufrimiento primal.
La neurosis es el sufrimiento congelado. En el curso
común de nuestra vida encontramos muchos sufrimien­
tos de los que nos reponemos, pero el sufrimiento pri­
mal no tiene fin porque no es sentido. Se puede ver
muchas veces ese sufrimiento cuajado en la cara del
neurótico, torciéndola, deformándola.
Aunque por lo común el neurótico no es consciente
de sus sufrimientos, tiene los nervios deshechos. Puede
ser el médico que corre de un consultorio a otro, o la
mujer que pasa de una vaga queja a otra. El neurótico
suele estar demasiado ocupado tratando de ser él mismo
para darse cuenta de que no lo es.
La neurosis comienza como una manera de apaciguar
a padres neuróticos negando o tapando ciertos senti­
mientos con la esperanza de que al fin esos padres lo
EL M ECANISM O DE D E FE N S A 75
quieran. N o importa cuántos años de decepción pasen; la
esperanza es eterna. Ha de ser porque las necesidades son
eternas. Esas necesidades lo conducen a creer en ideas
irracionales y a actuar de modos irracionales porque la
verdad racional es muy dolorosa. Mientras la persona no
ha sentido el dolor de un modo total, no puede abando­
nar la esperanza. En la terapia primal, la persona siente la
desesperanza de la infancia que proyecta una esperanza
irreal, con lo que se fundamenta la lucha neurótica.
¿Cuándo empieza la neurosis? A cualquier edad tem­
prana: un año, cinco, diez. Lo importante es que tiene
un comienzo: el momento en que el niño se separa de
su yo real y lleva una existencia dual. ¿Significa esto
que una escena o un acontecimiento vuelve neurótico a
alguien? Es evidente que no. La escena principal es sólo
la culminación de años de relaciones perniciosas entre
los padres y el niño. Muchos neuróticos se desvían alre­
dedor de los seis o siete años porque es entonces cuan­
do pueden dar un sentido a lo que les ocurre. Se diso­
cian o escinden y no pueden volver a juntarse consigo
mismos (es decir, deshacer la tensión neurótica) por nin­
gún esfuerzo consciente.
La neurosis puede empezar a la edad de un año si el
trauma es grave y si la historia anterior lo apoya. Evi­
dentemente, la escisión en muchos individuos se ha pro­
ducido antes de los seis años porque los tartamudos que
he visto se quejan de que el defecto empezó en el mo­
mento en que comenzaban a hablar, entre los dos y tres
años de edad. Un paciente dijo que llegó a dividirse a
los trece años. Fue el momento en que los padres se
divorciaron y el padre volvió a casarse. Se pidió al niño
que llamara ‘friamá” a la madrastra y la tratara como a
su madre verdadera. En lugar de enfrentar la pérdida de
su verdadera madre, se encerró en sí mismo.
¿Por qué la neurosis empieza temprano, con más fre­
cuencia que después de los diez años, por ejemplo?
Porque en los primeros meses y años el niño está
absolutamente desvalido y depende muchísimo de sus
76 E L GRITO P R IM A L

padres. Ellos son el mundo para él. Lo que ellos hagan


instala al niño en una vía que a menudo se vuelve rígi­
da, determinando la forma en que se enfrentará con el
mundo.
Por lo general, en el momento en que empieza la
escuela está desconectado y neurótico, y esa neurosis
influye en la forma en que actúa con respecto a sus
maestros y compañeros. Un niño que parece de piedra,
a quien sus padres autoritarios han vuelto tímido y obse­
quioso, tenderá a aplicar el mismo esquema con los de­
más. La escisión por lo general no es estruendosa, cata-
clísmica. Simplemente un día el niño llega a ser más
irreal que real. La razón de que ocurra antes de la edad
de diez años reside, por lo general, en que un niño
capaz de llegar hasta ese momento sin una neurosis,
puede encontrar otro apoyo, el afecto de una amiga,
por ejemplo, o un maestro comprensivo que lo ayudará
a soportar la presión y el desorden del hogar. Por lo
común, al llegar a los diez años ya ha desarrollado una
personalidad que esa ayuda no puede anular sino sólo
paliar por un tiempo. ¿Por qué el hecho de no ser
admitido en un club estudiantil, de fracasar en un cur­
so, o de ser rechazado por alguien de quien se está
enamorado no producen una neurosis? Porque los acon­
tecimientos individuales, incluso en el hogar, no provo­
can reacciones tan fuertes como para determinar una
escisión en nosotros. Un niño normal, rechazado por el
maestro, lo atribuye a sus propios problemas, a que
estudia poco o a que se porta mal, es decir, siente eso y
no se produce una escisión a partir de ese sentimiento.
El trauma, para la teoría primal, no es un acontecimien­
to nefasto como el hecho de ser rechazado por un club
estudiantil. Trauma es lo que n o es experimentado. Es
decir, es una reacción tan fuerte y omnipotente que
hace que parte del acontecimiento sea borrado de la
conciencia. Sollozar por un rechazo social junto a una
madre consoladora es muy diferente que comprender
que uno es odiado por su madre y no tiene a quien
EL M ECANISM O DE D E F E N S A 77
volverse con sus sentimientos. Ninguna conferencia de
familia anulará esto más adelante. Un niño puede enten­
der p o r qué su madre lo rechazó al principio, pero esa
comprensión no modificará sus primeras necesidades in­
satisfechas.
¿La escena primal significa que uno es neurótico en­
tonces, y para siempre? La escena primal representa el
salto cualitativo, el paso a un nuevo estado: la neurosis.
A partir de entonces, no hay afecto, seguridad o cuida­
dos que anulen la neurosis. Se ahonda con cada nuevo
trauma o represión por parte de los padres. Si cuando el
niño tiene ocho años, por ejemplo, apareciera un proge­
nitor afectuoso, quedaría siempre por remediar el daño
anterior. Ese progenitor afectuoso ayuda, desde luego,
porque no ahonda la neurosis, pero no puede anularla.
Sólo el dolor puede conseguirlo, el experimentar los su­
frimientos -que han exigido tapar partes del yo real.
7

L A N A T U R A L E Z A DE SE N T IR

La exigencia esencial del cuerpo es ser sentido. Empe­


zamos a sentir cuando están satisfechas todas nuestras
primeras necesidades, cuando nos abrazan y nos besan,
nos permiten expresarnos y movemos libremente, y nos
dejan desarrollarnos a nuestro ritmo natural. Satisfechas
las necesidades básicas, el niño está preparado para sen­
tir todo lo que hay que sentir cada nuevo día. Las
necesidades no satisfechas suplantan lo demás e impiden
que el niño sienta el presente. Este es para el neurótico
sólo un mecanismo que compensa viejas necesidades y
heridas y trata de resolverlas.
Las necesidades y los sentimientos del pasado son
inconscientes por dos razones. A menudo el sentimiento
se desarrolla antes que el uso de los conceptos, de mo­
do que es irreconocible. (U n niño no sabe que no debe
ser destetado demasiado pronto, por ejemplo.) En se­
gundo lugar, aunque los sentimientos hubieran sido re­
conocibles una vez antes de la escena primal, pueden
haber sido reprimidos continuamente por padres neuró­
ticos, de modo que llega el momento en que el niño no
sabe lo que está sintiendo. Si a un niño no se le permite
llorar, sea porque un progenitor demasiado solícito no
puede soportar un instante de tristeza en su hijo, o
porque se burle tratándolo de “ nene” , no pasará mucho
tiémpo antes de que no sepa siquiera que quiere llorar.
En realidad, quizá también él termine por burlarse de
las lágrimas como de una debilidad.
L A N A T U R A L E Z A DE SENTIR

La represión del sentimiento no tiene por qué ser


necesariamente un acto directo de un progenitor. La
negativa a sentir puede producirse en la infancia antes
de que el niño tenga edad suficiente para llegar a una
transacción con sus sentimientos y presentar una buena
fachada. La simple falta de un progenitor que lo levante
de la cuna puede crear tanto sufrimiento que al cabo de
un tiempo el niño silencia su sufrimiento silenciando su
necesidad. Deja de sentir su necesidad. Pero la necesidad
persiste, minuto tras minuto, años tras año. La necesi­
dad sigue siendo fija e infantil porque es una necesidad
infantil. Un neurótico no puede tener sentimientos adul­
tos cuando lo importunan necesidades infantiles. Puede
tener más adelante un comportamiento sexual compulsi­
vo, por ejemplo, no derivado de una experiencia sexual
real sino de una necesidad temprana de ser mimado y
querido. Cuando ha sentido todas las viejas necesidades
como son, puede sentir realmente el sexo, lo cual es
muy diferente de lo que el neurótico piensa de la sexua­
lidad.
L o que el neurótico está representando en el caso de'
la sexualidad compulsiva es una vieja necesidad, posible­
mente no conceptualizada. Quizá le ponga un nuevo
rótulo (sexo), pero la necesidad debe ser sentida. A l
recibir el impacto de este hecho en pleno acto sexual,
un paciente perdió la capacidad de erección (sentimien­
to sexual simbólico) y le pidió a su mujer que simple­
mente lo abrazará. A l detener el acto sexual, este hom­
bre estaba sintiendo realmente. ( ¡Lo cual no fue apre­
ciado por su mujer! ) Estaba conceptualizando su verda­
dera necesidad, no ya representándola simbólicamente.
Así, pues, vemos que el sentimiento es sensación con­
ceptualizada. Esto significa correctamente conceptualiza­
da. Una sensación de mordisqueo en el estómago puede
ser el sentimiento del vacío de la propia vida. El neuró­
tico puede transmutar ese sentimiento en la sensación
de hambre.
La neurosis impide el reconocimiento correcto de
80 EL GRITO P R IM A L

sensaciones corporales penosas ( “ N o me quieren” ), de­


jando que la persona sufra constantemente. Puede tratar
de aliviar esas sensaciones de una u otra manera (m e­
diante el sexo, en el caso anterior), pero esa sensación
no puede aliviarse mientras no este realmente conecta­
da, mientras no se convierta en un s e n tim ie n to *
Los dolores primales son las sensaciones de sufrimien­
to. En la terapia primal, se convierten en sentimientos
mediante la conexión con los orígenes traumáticos espe­
cíficos. Sólo la conexión cambia una sensación de dolor
en un verdadero sentimiento. A la inversa, la descone­
xión del sentimiento de su contenido a comienzos de la
vida produce continuas sensaciones penosas: jaquecas,
alergias, dolor de espaldas. Persisten porque no estaban
conectadas. Es como si el sentimiento doloroso estuviera
separado del conocimiento ( “ Estoy solo; no hay nadie
que pueda entender” ), y asume una vida propia dentro
del cuerpo, aliviándose de vez en cuando en forma de
malestares y afecciones.
Cuando un dolor es experimentado, ya no es doloro­
so y el neurótico puede sentir. Todo lo que desata ver­
daderos sentimientos en un neurótico debe evocar el
dolor primal. Toda experiencia de sentimiento pretendi­
damente profunda que no haga surgir el dolor primal es
un seudosentimiento, una representación no conectada.

* Sentimiento no es sinónimo de emoción. La em oción puede


ser la expresión del sentimiento, los mecanismos que se ponen en
marcha al sentir. La verdadera sensibilidad no necesita mucha
emoción. En la m ayor parte de los casos la emoción se limita a
poner en marcha los mecanismos de la sensibilidad sin el senti­
miento. Por desgracia, muchos neuróticos han considerado la
emoción com o un signo del sentimiento, y a menos que alguien
sea efusivo y reaccione excesivamente, tienden a creer que la
persona no siente realmente. Los padres neuróticos suelen ser
felices cuando se les agradecen los regalos que han hecho; necesi­
tan un profuso despliegue de emociones para tener la seguridad
de que son apreciados. De esas maneras sutiles los niños no pue­
den ser ellos mismos y reaccionar con naturalidad; antes bien,
deben hacerlo con exageración porque las reacciones honestas
suelen ser tomadas por los padres como señales de rechazo.
L A N A T U R A L E Z A DE SEN TIR 81
Algunos pacientes, avanzado el tratamiento, dicen
que el acto sexual suele conducir involuntariamente a
una reacción primal. Un hombre lo explicó así:
“ Antes de la terapia yo tenía toda clase de sentimien­
tos contenidos que descargaba a través del sexo. Me
consideraba a mí mismo muy sexual. Podía hacer el
amor todo el tiempo. Ahora sé que mi gran urgencia
sexual estaba constituida por todos los otros sentimien­
tos que trataban de salir como podían. Y o los descarga­
ba por la punta del pene. N o es de sorprender que el
orgasmo fuera a menudo doloroso para mí. Solía consi­
derar natural que ese clímax fuera doloroso. Llegaba en
seguida porque todos los otros sentimientos ocultos em­
pujaban por aliviarse antes de que yo pudiera controlar­
los. Cuando era chico eso adoptaba la forma de enure­
sis. Pero no era control lo que yo necesitaba para no
orinarme en la cama o para evitar la eyaculación prema­
tura. Necesitaba sentir todos esos sentimientos reprimi­
dos y liberarme de esa horrible y constante presión.”
Cuando ya no pudo convertir en sexualidad esos vie­
jos sentimientos, sus motivaciones sexuales disminuye­
ron mucho y también su actividad sexual. Esa misma
presión podía también (dadas las primeras condiciones)
producir la necesidad constante de hablar, de usar la
boca como desagüe de una gran tensión. La persona no
habla porque siente; habla por tensión. Se advierte la
diferencia porque es fácil perder interés en alguien que
charla para calmar una vieja necesidad interna y difícil
perderlo por alguien que realmente siente lo que está
diciendo. El conversador neurótico no habla con nadie;
habla para su necesidad (en realidad a sus padres). A q u í
aparece de nuevo la cruel paradoja. Una persona tiene
que hablar porque nunca ha sido escuchada, y su con­
versación neurótica aleja a la gente y no hace sino agra­
var su necesidad (y su compulsión) de hablar más. N o
puede sentir lo que dice mientras no pueda dejar de
hablar por una vieja necesidad, y no puede lograrlo
mientras no sienta el gran dolor de esa necesidad.
82 E L GRITO PRIM AL

El neurótico estará limitado a la sensación mientras


no sienta. Buscará o bien sensaciones agradables para
aliviar las inconscientes, que son dolorosas, o bien sufrirá
esas sensaciones dolorosas en una u otra parte de su
cuerpo, creyendo que es un verdadero enfermo físico.
Los que beben alcohol para aliviar el nudo que tienen
en las tripas quizá mantengan a distancia algo más serio
(como una úlcera). Los que disponen de pocas salidas
activas para aliviar el dolor interno quizá tengan que
sufrir físicamente esos dolores. El neurótico puede no
beber alcohol, pero usa otros calmantes, píldoras para
aliviar su sufrimiento. Es lo mismo. Es lo mismo porque
todos los sentimientos reprimidos son dolorosos por de­
finición. Así, ya sea que el neurótico esté gozando de
su equipo de pesca submarina, del color de un cuadro,
de la euforia del alcohol o del alivio de una píldora, se
encuentra en el proceso constante de cambiar una sensa­
ción (dolorosa) por otra. Mientras no conecte esa sen­
sación de tener la garganta apretada (que se convierte
en dolor bastante pronto), con el sentimiento más pro­
fundo, debe pasarse la vida en el trueque de sensacio­
nes.
El trueque de sensaciones es en general lo que hay
detrás de la sexualidad compulsiva o de cualquier cosa
compulsiva. Para el neurótico el orgasmo se convierte en
un narcótico, un sedante. Suprímase esa representación
simbólica (el sedante) y el organismo sufre.
¿Por qué está el neurótico limitado a la sensa­
ción? Porque nadie reconoció sus sentimientos. El niño
puede sufrir daños lícitos-, tener dolores de estómago,
por ejemplo, pero no dolores emocionales, como estar
triste. Así, debe sentirse mal donde le indican, y actuar
simbólicamente cuando todo lo que trata de decir a sus
padres es: “ Estoy triste.”
Para ilustrar mi argumento, examinemos un incidente
en la vida de uno de mis pacientes. Un joven se va a
casar. En la fiesta de la boda un hombre mayor, un
viejo amigo, lo abraza de pronto cariñosamente y le
L A N A T U R A L E Z A DE SEN T IR 83
desea felicidad. Inexplicablemente el joven se siente
hundido en una profunda tristeza y llora sin control
aferrado al hombre mayor. N o tiene idea de lo que le
ha pasado.
La teoría primal sugiere que el abrazo del hombre
mayor tocó al joven en una vieja herida. Este paciente
contó que nunca había tenido un padre afectuoso que
lo abrazara o le deseara suerte, alguien que se preocupa­
ra y fuese verdaderamente feliz viéndolo feliz. El joven
había arrastrado ese profundo vacío sin sentirlo hasta
que el afecto puso de relieve su sufrimiento.
Lo que estaba sintiendo el joven era un fragmento de
un sentimiento total que, de haberlo experimentado
enteramente, lo habría inundado de dolor, más allá de
la profunda tristeza que sentía en aquel momento. A u n ­
que hubiera recibido afecto aquel día, el dolor no se
alteraría mientras el hombre no pudiera tenderse en el
suelo, experimentar el sentimiento en todos sus detalles
y, cosa más importante, conceptualizar su daño. La lu­
cha comenzó cuando tuvo el primer atisbo de que no
había contado con un padre cariñoso. Empezó a actuar
con independencia aunque en realidad necesitaba el cari­
ño de su padre. En la medida en que podía evitar el afec­
to (exactamente lo que necesitaba) podía evitar el
daño. El súbito cariño del hombre mayor lo pescó des­
prevenido en un momento emocional y vulnerable: su
boda.
Otra paciente describió así lo que ocurría con sus
sentimientos:
“ Es como si trazara un círculo alrededor de esa ima­
gen de mí misma como alguien no querido, indigno de
ser visto o escuchado, relegado al olvido. Pero junto con
ese sentimiento de no ser querida desapareció toda mi
capacidad de sentir, y con ella el amor, la fuerza, el
deseo. Y o ya no existía. Cuando me volví a buscar mi
yo, encontré un vacío, la nada. Había muerto por el
odio y el rechazo de mis padres. Para mí la realidad era
sentir la realidad de mi yo despreciado.”
84 E L GR ITO PRIM AL

Cuando el neurótico se desprende de su sufrimiento,


deja de sentir de una manera completa. Mientras no
vuelva a sentir de verdad, el neurótico no sabe que no sien­
te. Por eso no es posible convencerlo de que no siente.
E l único factor convincente es sentir de nuevo. Mien­
tras esto no ocurre, el neurótico puede responder
que hace poco vio una escena trágica en una película
que lo hizo llorar. “ Claro que eso es sentir” , puede
decir. Pero la persona no estaba sintiendo su propia
tristeza personal y por lo tanto no era un sentimiento
pleno. Si relacionara esa escena de la película con las
condiciones exactas de su vida, podría tener una reac­
ción primal directamente en el cine. En realidad, mu­
chas escenas primales han empezado al discutir un pa­
ciente una escena de una película que lo había hecho
llorar. Pero el sentimiento en el cine y el subsiguiente en
el consultorio son dos fenómenos diferentes.
Las lágrimas en una película son un fragmento del
pasado negado del neurótico. Son en general más el
resultado de aliviar el sentimiento que su expansión to­
tal en sentimientos primales totales. El proceso de alivio
es lo que contribuye a mantener sin experimentar el
sentimiento completo. Invalida y hace abortar el senti­
miento mitigando así la herida.
La misma explicación se aplica a la persona que esta­
lla con frecuencia. Claro que siente cólera y la expresa.
Pero mientras esa cólera que se proyecta en pedazos
cada día contra blancos aparentes, no sea sentida y co­
nectada con su contexto inicial, no puede ser experi­
mentada como sentimiento primal.
Tómese al individuo que estalla porque ha estado es­
perando unos pocos minutos. Bien puede ser el adulto
cuyos padres lo hacían esperar constantemente cuando
era niño. Más tarde todo lo que se asemeja a la primera
desatención de los padres bien puede provocar una cóle­
ra absolutamente desproporcionada a la situación. Des­
graciadamente, una falta similar de atención de parte de
otras personas continuará provocando cólera hasta que
LA N A T U R A L E Z A DE SENTIR 85
sea capaz de experimentar el verdadero contexto de sus
sentimientos de cólera iniciales.
Hasta entonces la cólera no puede ser considerada un
sentimiento real puesto que sus blancos son sólo símbo­
los y no constituyen la realidad que la provocó. Sus
estallidos son, pues, actos simbólicos, neuróticos.
A mi juicio, los sentimientos siguen el principio del
todo o nada. Todo lo que evoca el sentimiento hará que
sea sentido en la totalidad del cuerpo. Pero a un neuró­
tico el erotismo le proporcionará a menudo sensaciones
localizadas en los órganos genitales más que sentimien­
tos sexuales plenamente corporales, sentidos de la cabe­
za a los pies. L a fragmentación del neurótico explica su
risa sofQcada, sus estornudos contenidos, y las palabras
que parecen rezumar de su boca sin ninguna relación
con el resto de la cara. N o todo neurótico sufre de estas
precisas maneras, pero el proceso de fragmentación en­
contrará alguna forma de expresarse.
Hay ciertas expresiones que se llaman comúnmente
sentimientos, pero yo no creo que lo sean. El “ senti­
miento” de culpa es uno de ellos. Un neurótico puede
decir: “ Es horrible haber dicho esa mentira; ¡me siento
tan culpable!” Y o diría que la culpa es la descarga del
sentimiento (sufrimiento) porque pone en movimiento
conductas encaminadas a aliviar la tensión. Una persona
sana que ha cometido un error lo siente plenamente y
trata de remediarlo.
Creo que en su base la culpa no es más que el m iedo
de perder el amor de los padres. Durante una escena
primal un paciente dijo que estaba furioso con su padre
porque lo había abandonado de muy pequeño. Dijo que
se sentía como un león furioso en las tripas y como un
gatito asustado en la boca. La culpa, dijo, le impedía
gritar su cólera. Cuando sintió lo que realmente pasaba,
descubrió que tenía miedo de cantarle a su padre las
cuarenta por temor de que nunca volviera. La motiva­
ción de la culpa es, pues, vista como un comportamien­
to en respuesta a un miedo.
86 EL GRITO P R IM A L

A menudo se piensa que la depresión es un senti­


miento. Los pacientes que se han sometido a una tera­
pia primal no dicen que tengan depresiones. Tienen sen­
timientos de tristeza frente a uno u otro acontecimien­
to, pero estos sentimientos son específicos de una situa­
ción. Por lo que he observado, la depresión es una más­
cara de sentimientos muy profundos y dolorosos que la
persona no puede relacionar. La depresión es un estado
de ánim o cercano a los sentimientos primales, pero que
sigue experimentándose como sensaciones corporales pe­
nosas ( “ Estoy tirado. Estoy en un pozo. Tengo un peso
en el corazón; siento algo que me oprime el pecho” ,
etc.) porque no hay conexión con la fuente original del
estado de ánimo. La conexión transforma los estados de
ánimo en sentimientos, y por eso los pacientes postpri­
males no tienen estados de ánimo sino sólo sentimien­
tos. Cuando se miden las depresiones con un electro-
miógrafo, se observa un nivel de tensión muy bajo, lo
que muestra que la depresión es un sentimiento desco­
nectado. Recientemente, el doctor Frederick Snyder,
del Instituto Nacional de Salud Mental, registró el es­
quema de sueño de los pacientes depresivos. Los depre­
sivos comienzan la actividad onírica apenas se quedan
dormidos, y el sueño es trunco y fragmentado. Los de­
presivos tienden a dormir menos que los otros, una
prueba más de la tensión implícita en la depresión.*
Cualquier acontecimiento trivial puede desencadenar
una depresión. Una paciente fue a una fiesta y se volvió
temprano, deprimida. Nadie le había hablado ni demos­
trado interés en sentarse junto a ella. La depresión duró
varios días y se vio claramente que ya no respondía a
algo de la fiesta. La fiesta evidentemente había puesto
de relieve el viejo sentimiento oculto de que sus padres
nunca se habían interesado lo bastante en ella como

* G. B. Whatmore, ‘‘Tensión Factors in Schizophrenia and De-


pression” , en E. .Jacobson, ed., Tensión in Medicine (Springfield,
III, Charles Thomas, 1967).
L A N A T U R A L E Z A DE SEN TIR 87
para sentarse a su lado y conversarle. Una vez que hubo
tenido una reacción primal en la que les rogó que lo
hicieran, la depresión desapareció. Algunos tratan de sa­
lir de la depresión yendo de compras, planeando una
cita o una fiesta, pero la depresión dormita, a la espera
de que hayan terminado esas actividades. Seguirá ator­
mentando a la persona hasta que sienta los sentimientos
reales que la abruman.
Hay otros seudosentimientos. He aquí un ejemplo de
“ rechazo” :
Durante una sesión de adiestramiento, critiqué el in­
forme escrito de un joven psicólogo por considerarlo
inexacto. Empezó a lanzar una andanada defensiva. “ Mi
intención no era esa. Además, el informe no está termi­
nado” , etc., etc. Cuando le pregunté qué sentía, dijo:
“ Rechazo” . Lo que en realidad experimentaba eran so­
terrados sentimientos de rechazo por parte de su padre.
( “ Nada de lo que haga es bastante bueno para conseguir
que me quieras” .) Pero para no sentir esa herida, arroja­
ba una cortina de humo de explicaciones, proyecciones,
excusas para protegerse de la herida primal. N o discutía
las inexactitudes de su informe. Esos errores significa­
ban para él que no valía y no sería querido. El senti­
miento incipiente de rechazo no estaba experimentado
plenamente. Más bien ponía en acción un comporta­
miento que tapara el sentimiento.
Lo que en realidad hacía el joven psicólogo era tapar
el viejo sentimiento desencadenado por la crítica actual.
N o había nada intrínsecamente doloroso en el hecho de
escribir un informe inexacto que justificara todas esas
negativas y excusas. Se disculpaba por su informe a fin
de mantener a distancia el dolor primal. Empezó a sen­
tir algo —rechazo—, el viejo rechazo verdadero, pero ta­
pó el sentimiento y por eso digo que el neurótico no
siente plenamente. Está escindido de su infancia y de
sus sentimientos infantiles de modo que no puede sentir
como experiencia total. Cada nuevo insulto o crítica
que recibe siendo adulto pone de relieve fragmentos del
88 E L GRITO P R IM A L

viejo sufrimiento. Pero sentirse realmente rechazado sig­


nifica retorcerse de dolor durante una reacción primal,
sentirse absolutamente solo y no querido como aquel
niño. Una vez experimentado, no hay más sentimientos
de “ rechazo” , sino sólo aquellos que corresponden al
momento actual. Así, si una mujer lo desaíra en una
reunión social, la persona sentirá: “ N o le gusto” o “ Es­
tá realmente antipática hoy” ; no se sentirá “ rechazado”
en el sentido neurótico del término. Esto significa que
no hay historia de rechazo que convierta un desaire en
una perturbación duradera.
La vergüenza es otro falso sentimiento. Pongamos
que un hombre grande llora y después se siente avergon­
zado por ello. Realmente siente que no será aprobado
por haberse comportado como un “ débil” . Trata de ta­
par su acto ( “ Me siento tan avergonzado” ) pidiendo dis­
culpas por su comportamiento de modo de no sentirse
no querido. En este sentido, el yo irreal que ha absorbi­
do los valores de los padres (y más tarde de la socie­
dad), está rebajando al yo real.
El o rg u llo es triunfo del yo irreal. Es un no senti­
miento. Es apuntar a algo, a algún acto que, a menudo
de modo inconsciente, los enorgullece a “ ellos” . Es la
representación para ellos. La gente que siente no necesi­
ta representar para sentir. Lo que el neurótico hace para
sentirse orgulloso cambia con la edad. A los dos años
no se orina encima, y a los treinta mata un elefante. La
misma necesidad puede dirigir ambos comportamientos.
La necesidad permanece constante. Lo que hacemos al
envejecer es urdir círculos cada vez mayores de defensas
alrededor de la necesidad hasta que nos perdemos en un
laberinto de actividades simbólicas.
Cuando el neurótico piensa que alguna situación ac­
tual de su vida le provoca tremendos sentimientos, la
intensidad de ellos es el peso que se añade al “ pozo
primal” . Cuando ese pozo es vaciado metódicamente en
la terapia primal, la persona descubre que sus sentimien­
tos son en realidad poco intensos. Cuando el tintorero
L A N A T U R A L E Z A DE SENTIR 89
le devuelva la ropa mal limpiada, quizá sienta fastidio,
pero no furia. El neurótico “ vaciado” aprenderá tam­
bién cuán escasos son los sentimientos del hombre. Li­
bre de vergüenza, culpa, rechazo y todos los otros falsos
sentimientos, comprenderá que éstos son sólo sinónimos
del gran sentimiento primal oculto, el no ser querido.
Aun cuando el neurótico piensa que está pasando por
una gran experiencia emocional, en un grupo terapéutico
corriente, por ejemplo, no tiene idea del tremendo po­
der y del alcance del sentimiento neurótico reprimido.
Las lágrimas y sollozos de una terapia tradicional de
grupo son sólo minúsculos efluvios de ese gigantesco y
dormido volcán interior compuesto de miles de expe­
riencias negadas y compactas que pugnan por salir. La
terapia primal suelta por etapas el volcán. Una vez expe­
rimentadas esas negativas, no hay ya las grandes profun­
didades emocionales que hemos llegado a esperar en el
hombre. La idea primal del sentimiento es totalmente
opuesta a la habitual. L a gente terriblemente emotiva
suele representar sentimientos reprimidos del pasado y
no siente el presente. La gente normal, libre de las re­
presiones del pasado, siente sólo el presente, y ese pre­
sente no es tan volátil como la emotividad neurótica
porque no hay una fuerza contenida detrás de él. A sí el
neurótico puede reírse de un modo explosivo porque
tiene una explosión adentro. O quizá no sea capaz de
reírse espontáneamente porque está rezagado en algún
tipo de tristeza. En el primer caso, ha tapado un senti­
miento transformándolo en carcajada; en el segundo, la
risa (como la tristeza) puede haber sido reprimida por­
que ha aplastado todas sus emociones. Lo que el profa­
no ha llegado a ver como sentimientos verdaderos son
sólo fuertes reacciones al dolor: cólera, miedo, celos,
orgullo, y así sucesivamente.
En la terapia común, incluso la posición sentada en
una silla frente al terapeuta impide experimentar esos
sentimientos convulsivos, que tampoco son el resultado
de algún tipo de confrontación terapéutica entre el pa-
90 E L GRITO PR IM A L

cíente y el terapeuta. En la terapia primal la única con­


frontación se da entre el yo real y el irreal.
El hecho es que el neurótico es una persona perfecta­
mente sensible, sólo que sus sentimientos han sido ence­
rrados por su tensión. Está constantemente lleno de
esos viejos sentimientos no resueltos surgidos en una
conexión final que emerge como tensión. Para que el
neurótico sienta de nuevo plenamente, debe ir hacia
atrás para ser lo que no fue. Así, puede probar el abra­
zo y el contacto físico en un grupo terapéutico especial
y creer que está derribando las barreras entre él y los
otros o que tiene una experiencia de calidez afectiva, que
“ llega a sentir a los demás” . Pero no hay manera de
que una persona que no siente llegue a sentir a alguien,
por mucho que se abrace con los demás. Primero apren­
demos a sentirnos a nosotros mismos; después podemos
sentimos a nosotros mismos sintiendo a los demás. Es
concebible que una persona bloqueada toque a alguien
todo el día sin sentir nada. N o exactamente “ nada” :
sentirá la vieja herida, quizá el no haber tenido ningún
afecto al comienzo de su vida, sólo que no sabrá que es
eso lo que está sintiendo. Ser sensual, en el sentido que
le doy al término, es tener todo el aparato sensorial
abierto a los estímulos. Cuando esto falta, nos encontra­
mos con casos como el de la mujer frígida que se mete
en la cama con cualquier hombre y sigue sin sentir
nada.
La cuestión es que las barreras de la sensibilidad se
encuentran por lo general no entre personas, salvo de
una manera indirecta; las barreras son internas. La ba­
rrera, coraza o “ membrana” detrás de la cual viven tan­
tos neuróticos, es el resultado de miles de experiencias
en que se han reprimido sentimientos y respuestas. Esa
barrera se ha ido espesando a medida que se acallaba
cada nuevo sentimiento. N o hay una manera dramática
de quebrarla. Sólo queda volver atrás, sentir cada herida
importante que ha sido negada y eliminar así el dique
de negaciones hasta que un día no haya más barrera, no
L A N A T U R A L E Z A DE SEN T IR 91
haya un yo irreal que filtre y nuble la experiencia vivi­
da. Así, cuanto más cerca se está de uno mismo, más
cerca se puede llegar a estar de los otros.
Las maneras simbólicas de derribar las barreras que
las personas han levantado interiormente, no pueden re­
solver los sentimientos reales. Por ejemplo, una técnica
popular consiste en juntar a la gente en un círculo con
una persona en el medio. Esta persona aprende a “ salir”
empujando el círculo formado por personas tomadas del
brazo. Supongo que teóricamente la persona está apren­
diendo a liberarse a sí misma. Parece mágico: “ Si cum­
plo este ritual, resolveré mis verdaderos problemas” . Su­
pongo que este ritual tiene por objeto capacitar a la
persona para sentirse verdaderamente libre. Pero mien­
tras no sienta lo que realmente lo constriñe, creo que
este ritual, al estimular la representación simbólica, esti­
mula la neurosis. N o se diferencia del neurótico que
practica el paracaidismo para sentirse libre. Estoy seguro
de que hay un momentáneo alivio de la tensión a través
del ritual simbólico, pero poca mella puede hacer al
rígido sistema de defensa.
Todo esto equivale a decir que cualesquiera que sean
los actos de un neurótico, no pueden eliminar la neuro­
sis. El neurótico puede tocar pero no sentir, escuchar
pero no oír, ver pero no percibir. Puede hacer ejercicios
de adiestramiento sensorial, tales como acariciar a otros
para desarrollar su sentido del tacto. Pero sólo cuando
pueda sentir esas experiencias tendrá un significado real,
y entonces no necesitará ejercicios sensoriales para ayu­
darlo a sentir.
La idea primal del sentimiento es muy diferente de
las otras. Si durante una sesión de adiestramiento senso­
rial alguien tiene que tomar la mano de otra persona
con un gesto enfático, normalmente sería una experien­
cia interpersonal de afecto. Pero lo que ocurre al neuró­
tico en esa situación es que el tacto hace chisporrotear,
sin quemar del todo, poderosas necesidades primales
que no tienen nombre pero que hacen que la persona
92 E L GRITO P R IM A L

suela sentirse “ atrapada” . ¿Por qué? Porque lo que es


un simple acto de afecto humano, una sensación agrada­
ble, queda sumido en la profunda orilla emocional de
una infancia descuidada, estéril, añadiendo resonancia y
potencia extraordinarias a la experiencia. Como esa po­
tencia no está conceptualizada, tiende a ser una expe­
riencia aislada en la que la persona puede ser vencida
por la emoción o en la cual siente algunas inefables
sensaciones místicas que puede calificar de experiencia
culminante. La terapia primal quema ese potencial de
sentimiento acumulado y al mismo tiempo lo acompaña
de conceptualización. Después de eso, la experiencia
puede ser lo que es —un contacto— y no lo que una
historia de descuido ha hecho de ella. Vemos aquí,
pues, cuán exagerada y neurótica es la respuesta cuando
es creada por unas necesidades insatisfechas.
Creo que existen niveles o más bien estratos de de­
fensas que permiten a algunas personas estar más cerca
de sus sentimientos que otras. Depende de cómo se or­
dene la constelación familiar, el medio cultural, así co­
mo la índole constitucional general de la persona. Hay
algunas familias en las que no está permitido ningún
sentimiento, otras en las que está permitido el sexo pe­
ro no la cólera. Pero por lo general, los padres neuróti­
cos son antisentimentales, y lo mucho que de ellos mis­
mos hayan tenido que borrar para sobrevivir es un buen
índice de cuánto tratarán de borrar en sus hijos. Con
frecuencia no se trata de un proceso deliberado de su­
presión. Puede consistir en imponer constantemente si­
lencio a los niños exuberantes en la mirada de los pa­
dres cuando los niños rezongan o se quejan, de la turba­
ción cuando hablan de sexo o cuando la hija muestra su
cuerpo en el baño. Puede consistir en el criterio del
padre que no admite tonterías y se burla del miedo de
su hijo o de la tristeza de su hija. Puede ser la madre
tan castigada por la vida que no tolera o permite que su
propia hija exprese su desvalimiento y necesidad de pro­
tección. Está en el “ ¡N o vuelvas a hablar de esa mane­
L A N A T U R A L E Z A DE SEN TIR 93
r a !” o en el “ ¿Qué pasa, nena? ¡N o te me desin­
fle s!” ; se encuentra en los miles de experiencias trivia­
les en las que nunca se permite a los niños que sean
rezongones, críticos, exaltadamente contentos o furio­
sos. O, más trágicamente, puede consistir en el simple
hecho de que no haya nadie a quien contarle lo que
uno siente; una madre que trabaja, un progenitor dema­
siado enfermo como para ayudar o escuchar, o un padre
demasiado preocupado por ganarse la vida como para
prestar atención. Todo se suma a la misma cosa: la
herida real encerrada por el dolor primal.

Creo que en la psicología ha habido no poca confu­


sión en lo relativo a los sentimientos del neurótico. A l­
gunos dicen que nunca han desarrollado realmente la
plena capacidad de sentir. Otros creen que los primeros
sentimientos están enterrados y no pueden recuperarse.
Sostengo que la capacidad de sentir no puede sufrir
daños irreparables. En realidad, el neurótico parece ser
un “ primal” andante, pues sería alguien que está en
permanente escena primal en el sentido de que sus sen­
timientos lo acompañan cada minuto del día. Aparecen
en su elevada presión sanguínea, en sus alergias, sus do­
lores de cabeza, la tensión de sus músculos esqueléticos,
sus mandíbulas apretadas, su parpadeo, su cara contraí­
da, el sonido de su voz, su manera de caminar. L o que
hasta ahora no hemos sido capaces de hacer es recupe­
rar esos sentimientos fragmentados de las bocas de desa­
güe sintomáticas y unir todos los pedazos para formar
un sentimiento claro y completo.
Creo que el método primal, que analizaremos a conti­
nuación, constituye la manera de recuperar esos senti­
mientos.
8

LA CURACION

Los nuevos pacientes de terapia primal saben general­


mente por adelantado que no se someten a un trata­
miento ordinario. Por regla general, pedimos una auto­
biografía antes de ver al posible paciente. Si la persona
nos parece un buen candidato para el tratamiento (esto
es, si no tiene lesión orgánica en el cerebro ni una grave
psicosis), se la cita para una entrevista. Se llevan luego
al personal para un debate los resultados de la entrevista
y una apreciación de la autobiografía. Tras esto, la per­
sona es aceptada o rechazada para la terapia primal.
En caso de que sea aceptada, cabe que le pidamos
una información más detallada por escrito. La invitamos
a que se someta a un completo examen físico por nues­
tro director médico y, con frecuencia, a que sea un
sujeto de investigación además de un paciente. Si accede
a ello, se le hacen exámenes completos de su sangre y
su orina en laboratorio y, durante toda la terapia, se
efectúan estudios de sus ondas cerebrales. Se incluyen a
veces pruebas psicológicas.
Después de la aceptación, se envía al paciente un
“ equipo” . Figura en éste una lista de instrucciones que
deben ser seguidas durante la terapia. Es esencial que
esto se haga al pie de la letra. Conforme a las instruc­
ciones, hay que dejar de fumar, de beber y de tomar
sedantes o analgésicos. Es posible que el equipo conten­
ga un cuestionario de investigación. Por lo general, seña­
la lo que el paciente puede esperar en su terapia.
L A C U R A C IO N

Se le dice que tendrá tres semanas de terapia indivi­


dual, durante las que se estará con él a diario todo el
tiempo que sea preciso. JEsto es seguido por la terapia
de grupo, que es más bien “ primales con un grupo co­
mo marco” .
Se le pide que no trabaje, ni vaya a clases, ni se
ocupe en modo alguno durante estas tres semanas de
tratamiento individual. Necesitará toda su energía para
la terapia. En verdad, tampoco tendrá ganas de trabajar.
Será durante las tres semanas la única persona visita­
da por su terapeuta para terapia individual. Se le conce­
derá todo el tiempo que necesite cada día; sólo lo que
sienta decidirá el momento en que haya de terminar la
sesión. Por lo general las sesiones duran de dos a tres
horas; es raro que se le concedan menos de dos horas y
más de tres y media. La terapia primal es mucho más
económica que la terapia tradicional de la introvisión
( insight), no sólo en términos económicos sino también
por el tiempo que exige. El desembolso económico total
es muy inferior al costo corriente de un psicoanálisis.
Veinticuatro horas antes de empezar, el paciente es
aislado en una habitación de hotel de donde no debe
salir hasta la hora de la terapia, al día siguiente. N o
puede leer, mirar la televisión o hablar por teléfono
durante esas veinticuatro horas. Se le permite escribir.
Si tenemos razones para pensar que se trata de un pa­
ciente con buenas defensas, le pedimos que pase en pie
toda la noche. Esta técnica puede usarse llegado el caso
durante las dos primeras semanas de la terapia indivi­
dual.
El aislamiento y el insomnio son técnicas importantes
que a menudo acercan al paciente a una reacción pri­
mal. El objeto del aislamiento es privarlo de todas sus
descargas habituales de tensión, en tanto que el insom­
nio tiende a debilitar sus restantes defensas; tiene menos
recursos para combatir sus sentimientos. El objeto es no
permitirle que se distraiga de sí mismo. Un paciente me
dijo: “ En mitad de la noche empecé a tener arcadas.
96 E L GRITO PRIM A L

Cada vez que me detenía y miraba por la ventana del


hotel empezaba a llorar sin saber por qué” . Otra pacien­
te sufrió un ataque de pánico y tuvo que llamarme a
medianoche para tener la seguridad de que no iba a
volverse loca. La soledad suele desesperar al neurótico.
Para muchos pacientes esa noche en el hotel es la pri­
mera vez en años que se sienten tranquilos, completa­
mente solos, y piensan en sí mismos. N o hay lugar don­
de ir ni nada que hacer. N o hay lugar donde representar
la irrealidad. Una de las funciones importantes que cum­
ple el tener despierto al paciente durante la noche, es la
de impedirle que represente su irrealidad en sus sueños.
La falta de sueño ayuda a derribar las defensas, en parte
porque la fatiga simplemente hace a la persona menos
capaz de actuar, pero sobre todo porque no puede ac­
tuar simbólicamente por vía de sus sueños, y entonces
es incapaz de aliviar la tensión. A l detener su actuación
simbólica, despierto e insomne, acercamos al sujeto a
sus sentimientos. Además de esto, algunas invéstigacio-
nes han mostrado que el aislamiento mismo disminuye
el umbral del sufrimiento.

L a prim era hora

El paciente llega sufriendo. N o ha fumado ni tomado


tranquilizantes y está cansado y con aprensión. N o está
seguro de lo que le espera. Quizá tenga que esperar
cinco o diez minutos después de la hora fijada para que
se acumule más tensión. El consultorio insonorizado es­
tá en la semioscuridad; el teléfono ha sido desconecta­
do. El paciente se tiende en el diván. Le indico que se
abra de pies y brazos porque quiero que el cuerpo asu­
ma una posición física lo más indefensa posible. Com­
prendí la importancia de la posición y la actitud obser­
vando a los nuevos presos que suelen pasarse los prime­
ros días en la cárcel con las piernas cruzadas, los brazos
cruzados sobre el abdomen y el cuerpo encorvado sobre
L A C U R A C IO N 97
las rodillas, como para protegerse de la soledad, la de­
sesperación y los golpes. Lo que ocurre a partir de este
punto depende, desde luego, del paciente. A continua­
ción damos un ejemplo típico:
El paciente examinará su tensión y sus problemas, su
impotencia, dolores de cabeza, depresión y desdicha ge­
neral. Quizá diga: “ ¿Qué sentido tiene todo?” o ¡To­
dos están tan mal; no queda uno en p ie !” o “ ¡Estoy
cansado de estar solo! ¡N o puedo hacerme de amigos, y
cuando los tengo, me canso de ellos! ” La cuestión es
que el paciente es desdichado y sufre. Si es muy tenso
y temeroso, le pediré que se deje invadir por sus senti­
mientos. Si siente pánico, lo aliento a que llame a sus
padres pidiendo ayuda. En algunos casos esto producirá
un sentimiento doloroso durante los primeros quince mi­
nutos de la primera sesión. Le pediré que analice los
primeros años de su vida. Dirá que no recuerda mucho.
Insistiré en lo que pueda recordar. Entonces el paciente
empezará a hablar de su infancia.
Mientras él habla yo recojo información. El paciente
revela su sistema de defensa de dos maneras. Primero,
en su forma de hablar. Puede ser el que intelectualiza,
el que no muestra casi sentimientos, emplea abstraccio­
nes y en general se comporta como si fuera un observa­
dor de su vida más que alguien que la ha vivido. Como
usa su “ personalidad” (o su yo irreal) para describir su
vida, observamos cuidadosamente lo que está diciendo.
La persona precavida, que esquiva y modifica las pre­
guntas del terapeuta, puede decir: “ N o me castigue más.
N o sentiré mientras no deje de castigarme.” Mientras
habla, el paciente nos dice también cómo se manejaba
en su casa: “ Y o solía cerrar la boca cuando él decía
eso.” “ N o le hubiera dado la satisfacción de hacerle
saber que me había-herido.” “ Mamá era tan infantil que
tuve que arreglármelas y hacer yo de madre.” “ Papá era
siempre tan acusador que yo tenía que tener preparadas
respuestas rápidas.” “ Y o nunca podía tener razón.”
“ N o había cariño.”
98 E L GR ITO PRIMAL

El paciente es alentado a sumirse en una situación


inicial que parece haber evocado en él no poco senti­
miento. “ Y o estaba sentado allí dejando que le pegara a
mi hermano y. . . diablos, me siento tenso. . . N o sé qué
es esto. . Se lo incita de nuevo a sumirse en lo que
experimenta. Quizá no descubra qué es, o quizá diga:
“ Me parece que empiezo a sentir que esto pudo ocurrir-
me si yo hubiera contestado como lo hizo mi her­
mano. . . Oh, tengo un nudo en el estómago. ¿Tenía
miedo?” El paciente empieza a retorcerse un poco. Mue­
ve las piernas y las manos. Le tiemblan los párpados, se
le frunce el entrecejo. Suspira o hace rechinar los dien­
tes. Lo insto: “ ¡Sienta eso! ¡Quédese a h í!” A veces di­
rá: “ Se ha ido. El sentimiento ha pasado.” Esta esgrima
puede durar horas o días, pero dejo las cosas así, supon­
go que el sentir permanece y pasamos a la etapa si­
guiente.
“ Veo lo que sentía. Sí, creo que tenía realmente mie­
do del viejo” , puede ser la siguiente declaración del pa­
ciente. En ese momento, cuando veo que está embarga­
do por el sentimiento, le pido que respire profundamen­
te desde el abdomen. Le digo: “ ¡A bra la boca todo lo
que pueda y manténgala así! ¡Ahora haga fuerza, haga
fuerza para que ese sentimiento le salga de las tripas!”
El paciente empezará a respirar profundamente, retor­
ciéndose y agitándose luego. Cuando la respiración pare­
ce producirse automáticamente, le ordeno: “ ¡Díle a pa­
pá que tienes m iedo!” “ ¡A ese hijo de puta no le digo
: nada!” “ ¡Díceselo! ¡Díceselo!” Por lo general, durante
la primera hora, por sencilla que parezca la tarea, el
paciente no será capaz de decirlo. Si grita, se producirá
habitualmente un río de lágrimas y retortijones de estó­
mago. Es posible que inmediatamente después empiece a
hablar del tipo de persona que era su padre. Hay buenas
posibilidades de que tenga varias introvisiones mientras
habla.
La reacción inicial se llama preprimal. Las reacciones
preprimales pueden seguir varios días, incluso una sema­
L A C U R A C IO N 99
na aproximadamente. Es en esencia una tarea d e‘desme­
nuzamiento cuya finalidad es abrir al paciente y prepa­
rarlo a que rinda su sistema defensivo. Nadie llega sim­
plemente y lo permite. El cuerpo renuncia a la neurosis
a regañadientes y por etapas.
Después de quince minutos posiblemente el paciente
está de nuevo tranquilo y puede empezar a dar la lata,
estilo habitual de no comunicación; su charla, desprovis­
ta de sentimiento. De nuevo es conducido a una situa­
ción particularmente penosa desde su pasado. El tera­
peuta exaspera también todo despliegue defensivo del
paciente. Por ejemplo, si la persona habla suavemente,
lo hace hablar más fuerte. Si es un intelectual, se lo
recuerda a cada momento. Para el paciente que está
lejos de sus sentimientos, que vive “ con la cabeza” , es
por lo general imposible obtener una reacción preprimal
durante varios días. Sin embargo, abrimos constantes
brechas en cada sesión.
La primera hora del intelectualizador, por ejemplo,
puede parecerse mucho a una sesión de terapia corrien­
te; análisis,. historia, preguntas y aclaración. En ningún
caso se discuten las ideas. N o discutimos la teoría pri­
mal o su validez, como quisieran muchos pacientes. Ca­
da día se hace un intento de agrandar el agujero en su
sistema de defensa hasta que es incapaz de utilizarlo.
Los primeros días de la terapia parecen paralelos a los
primeros años de la vida del paciente, antes de que se
produjera la escena primal que lo hizo callar. Experi­
menta los acontecimientos aislados y separados, en pe­
dazos y partes. Cuando cada fragmentp se combina en
un todo significativo, el paciente llega a una reacción
primal.
Sea el paciente brillante, humilde, cortés, obsequioso,
hostil, dramático, cualquiera sea su fachada, se la des­
carta en un esfuerzo por apartarlo de la defensa y lle­
varlo a sentir. Si el paciente levanta las rodillas o vuelve
la cabeza, se le ordena que se ponga derecho. Si se ríe o
bosteza cuando empieza a sentir, se le señala inmediata­
100 E L GRITO PRIM A L

mente su actitud con impaciencia. Quizá trate de cam­


biar de tema, y aquí es frenado. O quizá literalmente se
trague su sentimiento, y esto ocurre con muchos pacien­
tes que tragan cada vez que el sentimiento empieza a
subir. Esta es una de las razones por las que le hacemos
tener la boca abierta.
Mientras el paciente examina una nueva situación de
sus comienzos, seguimos buscando señales de sentimien­
to. La voz temblará ligeramente, como impulsada por la
tensión. Repetimos el procedimiento de apurar al pa­
ciente a que respire y sienta. Esta vez, que puede ser
una hora o dos más tarde, el paciente es sacudido. N o
sabe qué es lo que siente, sólo sabe que se siente tenso
y rígido, es decir, rígido contra el sentimiento. Empiezo
a apremiarlo y a hacerlo respirar profundamente. El pa­
ciente jura que no sabe qué es lo que siente. Se le
aprieta la garganta, siente como si le oprimieran el pe­
cho. Empieza a tener náuseas y arcadas. Dice: “ ¡V oy a
vomitar!” Le informo que eso es una impresión y que
no va a vomitar. (En verdad ningún paciente ha vomita­
do a pesar de largos períodos de arcadas.) Lo apremio
para que diga lo que siente aunque el paciente no lo
sepa. Empezará a articular una palabra solamente para
empezar a sacudirse y retorcerse de sufrimiento. Lo
apremio para que la deje salir, y sigue tratando de decir
algo. A l final sale: un grito: “ ¡Papá, sé bueno!” “ ¡Ma­
má, ayúdam e!” , o sólo la palabra “ odio” : “ ¡Te odio, te
odio!” Este es el “ grito primal” . Sale entre boqueadas y
estremecimientos, impulsado por la fuerza de años d<
represiones y negaciones de ese sentimiento. A veces el
grito es sólo “ ¡M am á!” o “ ¡Papá!” El hecho de decir
simplemente esas palabras provoca torrentes de sufri­
miento puesto que muchas “ mamitas” ni siquiera permi­
tieron a sus hijos que las llamaran sino “ madre” . El
hecho de bajar y ser el niño pequeño que necesita una
“ mamita” ayuda a aliviar todo el sentimiento acumu­
lado.
El grito es al mismo tiempo un grito de sufrimiento y
L A C U R A C IO N 101
un hecho liberador en que el sistema de defensa de una
persona se abre dramáticamente. Es el resultado de la
presión derivada de contener el verdadero yo, posible­
mente durante décadas. Es en general un acto involunta­
rio. Ese grito se siente en todo el cuerpo. Muchos lo
describen como la luz de un relámpago que parece hen-
dir por la mitad todo el control inconsciente del cuer­
po. En uno de los capítulos siguientes examino el grito
y su significado con mayor detalle. Baste señalar aquí
que el grito primal es tanto la causa como el resultado de
un sistema de defensa que se derrumba.
Durante la primera hora a veces consigo que el pa­
ciente hable sólo con sus padres. El hecho de contarme
sobre ellos aparta al paciente un paso de sus sentimien­
tos, a semejanza de dos personas mayores que discuten.
Entonces el paciente puede decir algo como: “ Papá, re­
cuerdo cuando me enseñabas a nadar y me gritabas por­
que tenía miedo de meter la cabeza debajo del agua. A l
final, me la hundiste.” En ese punto, el paciente podría
volverse hacia mí, enojado, y decir: “ ¿Se imagina a ese
estúpido hijo de puta hundiendo la cabeza de un chico
de seis años debajo del agua?” Y o digo: “ ¡Dígale lo que
siente!” y lo hace, soltando insultos y gritando su mie­
do como aquel chico de seis años. Esto lo llevará a
otras asociaciones y ahora llega a sentir algo. Empezará
a explicar cómo su padre trataba de enseñarle otras co­
sas y el miedo que él tenía: “ Una vez había un caballo
grande y yo no sabía montar y me hizo subir, de todos
modos. El caballo se espantó y echó a correr. El guía
nos alcanzó y detuvo al caballo. Mi papá no dijo una
palabra.” De nuevo lo induzco a que le diga a su padre
lo que siente. Sus asociaciones pueden llevarlo a las lec­
ciones de su vida o a las terribles situaciones en que su
padre no le permitía que tuviera miedo. O de pronto
puede volverse hacia su madre: “ ¿Por qué no lo detenía
ella? Era tan débil. Nunca me protegió de él.” Ahora el
paciente aprende y se dirige a ella: “ ¡Mamita, ayúdame,
necesito que me ayudes! ¡Tengo m iedo!” Esto puede
102 E L GRITO PRIM A L

abrir el camino a sentimientos más profundos: sollozos,


lágrimas y retortijones abdominales. Más asociaciones
sobre la época en que su madre nunca lo protegía del
“ monstruo” . Más datos sobre cómo era de infantil y
temerosa la madre. Cómo era demasiado débil para pro­
porcionar ayuda y así sucesivamente. Después de dos o
tres horas de esto el paciente queda exhausto, e inte­
rrumpimos por ese día.
El paciente vuelve a su cuarto de hotel. Sabe que
puede llamarme en cualquier momento si me necesita, y
durante la primera semana quizá quiera volver a tener
otra sesión el mismo día, a causa de su alto grado de
ansiedad. Después de la primera semana, ocurre con me­
nos frecuencia. Sigue sin poder mirar la televisión o ir al
cine. En realidad no lo quiere porque está consumido
por sí mismo.

E l segundo día

El paciente avanza entre un chisporroteo de introvi­


siones. “ Es como si me fuera a estallar la cabeza” , quizá
diga. “ Pensé tanto anoche. Casi no dormí y no tengo
ganas de comer. Cuando me dormía, soñaba y soñaba.”
Empieza directamente porque todo está subiendo. Me
cuenta recuerdos que había olvidado, habla de situacio­
nes más penosas que no había mencionado en la prime­
ra fecha. Puede empezar a llorar en los diez primeros
minutos y examinar de nuevo recuerdos e interpretacio­
nes (visiones interiores) de modo intercambiable. Parece
sufrir mucho y sin embargo dirá, como casi todos los
pacientes: “ N o me llegaba el momento de venir aquí
hoy.” De nuevo estamos acribillando el sistema defensi­
vo. N o se le permite apartarse del' tema si sospechamos
que está esquivando algo. Tampoco le está permitido
sentarse y ponerse a dar la lata. De nuevo enganchamos
un recuerdo penoso: “ Una vez mamá me llevó de com­
pras con ella y con dos amigas, me puso una vincha en
L A C U R A C IO N 103
el pelo y les dijo: ‘ ¿No les parece que sería una chica
preciosa?’ ‘ ¡Soy un chico, pedazo de estúpida! ’ ” gritará.
Y entonces se referirá a las maneras en que su madre
trataba de afeminarlo. Más recuerdos, ideas y sentimien­
tos cuyo objeto era ella. Después analizará los antece­
dentes de su madre. Qué la hizo ser como era. Por qué
se había casado con un hombre tan afeminado. Des­
pués, otro recuerdo. “ Y o iba a hacer el servicio militar,
y ella me besaba para despedirse. Me metió la lengua
en la boca. ¿Se imagina? ¡Mi propia madre, Dios
mío! Siempre me deseó a mí en lugar de papá. ¡Ma­
má! ¡Déjame! ¡Déjame! ¡Soy tu h ijo!” Después quizá
dijera: “ Ahora veo por qué tiraba a matar a mis amigas.
Me quería para ella. ¡Dios mío, qué asco! Ahora recuer­
do una vez que salimos de picnic y corrimos y nos
escondimos de mi padre y ella me puso la cabeza en el
regazo. Y o me sentí raro. Un asco. ¡Oh! Mamá me esta­
ba seduciendo. Me sentí mal y vomité y no sabía por
qué. Ahora sé. Ella me puso en contra de mi padre. La
única cosa decente de mi vida. ¡Ah, hija de puta, hija
de puta! ” Ahora el paciente rodará por el suelo, retor­
ciéndose y jadeando: ' “ Odio, odio, odio, odio. ¡Oh,
o h !” Grita que quiere matarla. “ Dígaselo” , digo. Em ­
pieza a golpear el piso, sin control, con rabia, durante
quince o veinte minutos. A l fin termina. Está exhausto,
demasiado cansado para hablar, y terminamos la segun­
da sesión.

E l tercer día

El paciente va quedando indefenso. A veces empieza


a llorar mientras entra en el consultorio. Otras veces lo
encuentro en el suelo de la sala de espera sollozando.
“ N o puedo soportar todo este dolor” , se quejará. “ Es
demasiado. N o puedo leer nada porque estoy inundado
por recuerdos e introvisiones. ¿Cuánto va a durar esto?”
Volvemos de nuevo al proceso de evocar sentimientos.
104 E L GRITO PRIM A L

“ Recuerdo que una vez se puso como loco conmigo


porque yo no quería hacer lo que mi madre me había
pedido. Tenía apenas ocho años. Le dije que se callara.
Me advirtió que no volviera a decírselo. L o dije de nuevo.
Tom ó la escoba y empezó a amenazarme con ella. Corrí.
Me persiguió, me atrapó y empezó a pegarme. ¡Dios
m ío! Me va a matar. Papito me odia. Me quiere sacar del
medio. ¡Basta, papito, basta!” El paciente quizá esté
ahora totalmente abrumado por el sentimiento. Ha roda­
do del diván al piso y grita, entre violentas convulsiones
abdominales, que su padre lo va a matar. Puede tener
arcadas y transpirar, mientras trata de gritar, pero no
puede. Más arcadas y náuseas y gritos de que va a morir.
Por último: “ ¡V oy a ser bueno, papito, no volveré a
contestar! ” Y no lo hace. Se convierte en un chico bueno.
Ha pasado por una “ escena primal” . Una experiencia tota l
de sentim iento-id ea del pasado. Termina en cuestión de
minutos y parece ser exageradamente dolorosa. El paciente
no está analizando sus sentimientos. Los está sintiendo.
Una reacción primal es una experiencia totalmente
invasora. El paciente casi no se da cuenta de dónde está
en ese momento. Lo que ha experimentado durante los
dos primeros días de la terapia es lo que yo llamo reac­
ciones preprimales. Son sentimientos importantes del
pasado, pero no totalmente invasores; para no decir que
una reacción primal total no ocurre en la primera hora.
Aunque es posible, no es la norma. A veces una reac­
ción primal completa tarda semanas en producirse.
Cuando ocurre, parece levantar de golpe la barrera de
ideas-sentimientos, la persona se abre a toda clase de
sentimientos y empieza a tener reacciones primales es­
pontáneas fuera de la terapia. A partir de este punto el
paciente está en vías de curación.
Cada día que pasa es probable que tenga experiencias
más profundas hasta alcanzar ese punto en que el equili­
brio crítico entre el yo real y el irreal se altera en favor
del real, permitiendo una experiencia completa de lo
sentido. A partir de ese momento será invadido por
L A C U R A C IO N 105
dolorosas situaciones pasadas y tendrá muchas más reac­
ciones primales que se extenderán por un período de
meses. Esto no quiere decir, sin embargo, que la persona
sea completamente real. Cada reacción primal debilita el
yo irreal y amplía el yo real. Cuando se han experimenta­
do los sufrimientos principales no habrá más yo irreal y
podemos decir que el paciente es normal. Nuestra tarea
consiste en evocar los sufrimientos a fin de producir una
persona que sienta realmente.

Después del tercer día

El proceso de tratamiento de las semanas siguientes


continúa en general como lo que se ha descripto. Hay
períodos de estancamiento en que el paciente no parece
sentir mucho, o es como si se hubiera “ secado” . A ve­
ces se encuentra simplemente en un período refractario
en el que el cuerpo descansa de varios días de dolor. El
organismo es un excelente regulador del dolor, y tene­
mos cuidado de no impulsar al paciente a sufrir más o a
seguir sufriendo cuando está en el período refractario.
A veces el paciente se resiste sencillamente a enfren­
tar sus sentimientos, su sistema de defensa permanece
inflexible. Aunque por lo general ha dejado el cuarto de
hotel después de la primera semana, podemos pedirle de
nuevo que vuelva y se pase despierto toda la noche. Se
trata de debilitar de nuevo las defensas.
Según describen los pacientes, en cada nuevo día de
la terapia se arrancan estratos de defensas. Este proceso
acelera su ritmo porque el hecho de sentir un poco del
dolor primal prepara el camino para que el paciente
tolere más. Cada reacción primal parece abrir nuevos
recuerdos ocultos que conducen a otras. Las sucesivas
reacciones primales pueden ir abarcando cada vez más
todo el organismo a medida que se van perdiendo nue­
vas defensas. El cuerpo se permitirá sentir sólo cierta
cantidad de dolor por vez, de modo que si no se apresu­
106 EL GRITO PRIM A L

ra al paciente, las reacciones primales se producirán en


una sucesión ordenada y segura. A l forzar a un paciente
a que sienta más de lo que puede manipular, sólo se
conseguirá hacerlo callar de nuevo.
Lo que suele ocurrir en la secuencia primal es que a
medida qué pasan los días el paciente retrocede más en
su infancia. Es común oír la voz exacta de la edad
revivida: el ceceo, el balbuceo y, eventualmente, el llan­
to infantil.
Observando todo esto he llegado a comprender la re­
lación entre el dolor y la memoria, porque una vez que
el sufrimiento ha quedado descartado, los recuerdos de
los pacientes postprimales empiezan a pocos meses del
nacimiento. Estas observaciones me han llevado también
a entender el enorme efecto de los tres primeros años
de vida. Este no es un descubrimiento nuevo; Freud lo
dio a conocer a comienzos de este siglo. Pero la natura­
leza de los traumas es tan sutil: el hecho de ser abando­
nado en una cuna, indefenso; de ser levantado y mane­
jado con brusquedad; de ser descuidado, de llorar y
llorar sin que nadie acuda; de estar en la cuna expuesto
(sin defensa) a las voces estridentes de los padres que
constantemente perturban la calma del niño; de no ser
alimentado cuando se tiene hambre; de no ser amaman­
tado y en caso afirmativo, de no ser destetado de una
manera natural, sino brusca.
Y el trauma resulta también de un nacimiento difícil,
lo cual nos exigirá volver a considerar a Otto Rank, que
escribió a comienzos de este siglo sobre el trauma del
nacimiento. Sólo que Otto Rank creía que el nacimien­
to mismo es traumático (abandonar el calor y la seguri­
dad del vientre materno), mientras yo creo que es trau­
m á tico el nacimiento que es traumático. El nacimiento
es un proceso natural, y no creo que nada natural pue­
da ser traumático.
He visto una reacción primal en que una mujer estaba
acurrucada en forma de ovillo, gorgoteando, ahogándose
casi, escupiendo baba; después se enderezó y lloró como
L A C U R A C IO N 107
un recién nacido. Cuando hubo terminado, sintió que
había revivido su dificilísimo nacimiento; en verdad ha­
bía estado llena de líquido y casi se ahoga. Otra perso­
na revivió su largo nacimiento (los dolores del parto de
su madre durante unas veinte horas). Después de sentir
la lucha que era llegar a la vida, supo que esa lucha
empezaba en el nacimiento y no terminaba nunca: “ Era
como si mi madre estuviera haciéndome las cosas difíci­
les desde el principio” , dijo.
Otra reacción primal que observé fue instructiva en
este sentido. Una mujer se sentía molesta y descontenta
sin saber por qué. Se lamentaba todo el tiempo: “ N o
puedo llorar, no puedo llorar” . De pronto revivió una
experiencia y las lágrimas fluyeron de sus ojos; era la
experiencia de una operación en los lagrimales que le
habían hecho cuando tenía un año para destaparlos. Se
le habían obstruido al nacer. Esa mujer tenía ya más de
treinta años y podía llorar; sin embargo, al revivir acon­
tecimientos anteriores a la edad de su operación, no
podía derramar una lágrima en mi consultorio.
Esto indica que aun en la etapa preverbal el trauma
existe. N o es precisamente la forma en que el padre y la
madre le gritan al niño lo que produce la neurosis; el
trauma parece yacer en el sistema nervioso y recordarse
orgánicamente. El sistema físico “ sabe” que está siendo
traumatizado aunque no haya una conciencia paralela.
Y repetimos, no es suficiente c o n o c e r esos hechos; si
fueron traumáticos, deben ser revividos y experimenta­
dos plenamente para impedir su influencia constante en
el organismo.
Las reacciones primales, que empiezan en la segunda
semana del período de tres, por lo general se producirán
casi diariamente. Existe un estilo primal que es único
para cada persona. Algunos pacientes necesitan hablar
para abrirse camino hacia el sentimiento; otros empie­
zan con una sensación corporal que es, en el momento,
inexplicable, y más tarde engancha algún recuerdo. Jus­
to antes de la conexión principal, que es tan dolorosa,
108 EL GR ITO PRIM A L

algunos pacientes se aferran al diván, otros se agarran el


estómago y otros empiezan a bambolear la cabeza, a
castañetear los dientes y a transpirar profusamente. A l­
gunos pacientes se doblan de dolor, otros se enroscan
en un rincón del diván y algunos se caen al suelo entre
convulsiones.
N o hay dos reacciones primales análogas ni siquiera
para la misma persona. Las hay coléricas y violentas,
temerosas y tranquilas, tristes. Cualquiera que sea la for­
ma que adopte, la terapia apunta a viejos sentimientos
no resueltos.
Es difícil describir con palabras la manera diferente
de experimentar los sentimientos. Una paciente que se
había sometido a la terapia tradicional dijo que si bien
había llorado no poco, era una experiencia completa­
mente distinta de llorar durante una reacción primal.
Solía llorar para aliviar su dolor y sentirse mejor, para
proteger el yo herido. Gritaba ahora por sus heridas y
esos sentimientos eran más intensos y envolventes. D u­
rante una escena primal, dijo, podía sentir su llanto
hasta la punta de los pies.
Durante la terapia los pacientes aprenden rápidamen­
te a llegar a sentir. Un paciente puede discutir un sueño
de la noche anterior, contarlo como si estuviera suce­
diendo en ese mismo momento, experimentar el senti­
miento de terror o desamparo, para quedar en seguida
fuera de control, conectando el sentimiento con su fuen­
te. El hecho de quedar absolutamente sin control per­
mite la conexión porque el autocontrol significa casi
siempre la supresión del yo. El paciente quiere ese sufri­
miento porque sabe que es el ú n ico camino de salida de
su neurosis. “ Soy yo sufriendo” , dijo un paciente, “ y si
puedo sentirme, es todo lo que quiero” .
Después de un rato, poco le queda al terapeuta por
hacer salvo guardar silencio. Cuando el paciente está
sintiendo, . él se queda “ allí atrás” reviviendo: oliendo
los aromas, escuchando los sonidos y recorriendo los
procesos corporales que ocurrieron y quedaron bloquea­
L A C U R A C IO N 109
dos en aquellos primeros tiempos. Un paciente que era
querido por controlarse y no orinarse casi nunca al año
y medio de edad, sufrió de la misma necesidad terrible
de orinar durante la terapia primal que siendo niño.
Debe recordarse que el paciente está totalmente en esa
escena pasada y que cualquier palabra del terapeuta en
el presente puede sacarlo de ella. A l quedar solo, el
sentimiento transportará al paciente a sus comienzos,
cosa que no puede ocurrir cuando ha sido analizado por
el terapeuta y el paciente.
Hay diversos signos característicos de una reacción
primal. Uno es el vocabulario. Si la persona usa las pala­
bras de un niño pequeño, como suele suceder, significa
que está metido en una escena primal. Un doctor en
filosofía, por ejemplo, dijo durante una reacción primal:
“ Papito, teño m edo” . Para mí, esto indicaba que no
estaba representando. Pero si el paciente grita insultos,
tales como “ ¡Papito*hijo de puta!” , durante una escena
primal, hay buenas posibilidades de que sea preprimal.
Otra característica de las reacciones primales es la
forma en que el hecho de sentirse cada vez más en la
primera infancia y en la infancia propiamente dicha, da
por resultado una mayor madurez. Esto ocurre porque
al sacar al pasado del sistema, la persona puede ser real­
mente adulta, no simplemente actuar como si lo fuera.
En una palabra, llega a ser lo que es. A menudo en una
escena primal el paciente está dentro de su primera in­
fancia, gimiendo y llorando como un bebé de un año, y
luego sale con un nuevo tipo de voz, más profunda y
más rica, en lugar de la voz fina, infantil que tenía
antes de la terapia.
Cuando un paciente ha estado reviviendo su pasado
durante una escena primal, tiende a perder el sentido
del tiempo. Los pacientes dicen cosas como esta: “ Pare­
ce que hubieran pasado años desde que entré en el con­
sultorio esta mañana” . Cuando le pido a un paciente
que calcule cuánto tiempo ha estado en el consultorio,
es posible que conteste: “ Me parece que hubiera estado
110 EL GR ITO PRIMA L

aquí treinta años” . Es como si no hubiese estado vivien­


do en el presente los minutos o las horas en que ha
vuelto a su medio anterior.
Los pacientes describen esas escenas primales como
un coma consciente. Aunque pueden salir de él en cual­
quier momento que lo deseen, prefieren no hacerlo. Sa­
ben dónde están y qué sucede, pero cuando están den­
tro de la escena primal, reviven la historia pasada y son
invadidos por ella. Siempre habían estado invadidos por
ese pasado, pero lo representaban en lugar de sentirlo.
Incluso sus sueños se referían habitualmente al pasado.
La terapia primaria, pues, reubica al pasado en el lugar
que le corresponde, permitiendo que el paciente viva al
fin en el presente.

E l g rito prim a l

El “ grito primal” no es un grito porque sí. Tampoco


sirve para aliviar la tensión. Creo que cuando es el resul­
tado de sentimientos profundos, torturadores, es un
proceso curativo más que un simple alivio de la tensión.
En todo caso, no es el grito el que es curativo sino el
dolor. El grito es sólo una expresión del dolor, agente
curativo porque significa que la persona siente al fin. En
el momento en que el paciente siente la herida, el dolor
desaparece. El neurótico sufre porque su cuerpo ha esta­
do preparado constantemente para el dolor. Esa herida
era la aprensión tensa.
El verdadero grito primal es inconfundible. Tiene su
propia calidad, es algo profundo, agudo e involuntario.
Cuando el terapeuta quita de pronto una parte de las
defensas y el paciente queda desnudo con su dolor, gri­
ta porque está abierto de par en par a su verdad. A u n ­
que el grito es la reacción más habitual, no es la res­
puesta única y perenne a una súbita vulnerabilidad al
sufrimiento. Algunas personas gimen, gruñen, se retuer­
cen y patalean. Los resultados son los mismos. Lo que
L A C U R A C IO N 111
sale cuando una persona grita es un sentimiento singular
que puede estar debajo de miles de experiencias anterio­
res: “ ¡Papito, no me hagas más d añ o !” “ ¡Mamá, ten­
go m iedo!” A veces el paciente simplemente necesita
gritar al principio. Grita por los cientos de veces que lo
han hecho callarse, que lo han ridiculizado, humillado y
pegado. Grita ahora porque con frecuencia ha sido heri­
do y no le estaba permitido el lujo de sangrar. Es como
si alguien lo hubiese estado pinchando con un pequeño
alfiler y nunca hubiera podido gritar “ ¡Ay! ”

La resistencia

La terapia primal no se desarrolla con la soltura que


hemos indicado. Las mismas defensas son una resisten­
cia contra la sensibilidad. Por lo tanto, siempre hay una
resistencia de uno u otro tipo en la medida en que
persiste una parte del sistema defensivo. Muchos pacien­
tes se niegan a llamar a sus padres. Pueden haberse he­
cho analizar durante años y entonces dirán: “ Mire, he
trabajado en eso varios años. Y o sé lo que es; no tiene
sentido hacer lo que usted me pide.” Sostengo que real­
mente no saben hasta que llaman. Los pacientes se sien­
ten molestos por ese “ ejercicio pueril” . “ Es demasiado
simplista, ¿no le parece? ” fue el comentario de un jo ­
ven psicólogo. Sin embargo saber con la cabeza que uno
no es querido constituye una experiencia dividida, una
semiexperiencia en la que el cuerpo no participa. Pedir
afecto es otra cosa. La lucha del neurótico ha empezado
porque el niño ya no podía pedir amor sin correr ries­
gos; el pedir acarreaba rechazo y sufrimiento. Como la
lucha es el pedido simbólico y continuo de afecto, lleva
a la persona a enfrentarse de nuevo con la cuestión
directa: “ Por favor, quiéreme, mamá” , es rechazar la
lucha y descubrir el sufrimiento.
A veces la resistencia es física. La persona pide respi­
rar, y lo hace hacia atrás. Parece que empujara el aire
112 EL GRITO PRIM A L

hacia abajo en lugar de subirlo y sacarlo. Esta incapaci­


dad para expeler el aire suele hallarse en los neuróticos,
sobre todo en los reprimidos que han tenido que tragar­
se todo. La resistencia física parece ser automática. La
garganta se aprieta, el cuerpo se dobla en dos, el pacien­
te se enrosca en un ovillo para acallar lo que siente. El
caso es que, por incómoda que parezca ser, nadie se
tiende simplemente y derrama su neurosis.
Si el paciente persiste en tragarse la respiración, pue­
do, llegado el caso, presionarle el abdomen. Pero rara
vez es necesario. En ningún caso se hará mientras el
paciente no haya sujetado firmemente algún sentimien­
to, porque lo que buscamos no es respirar sino sentir.

La reacción p rim a l sim bólica

Como el dolor excesivo parece ser silenciado automá­


ticamente por nuestros mecanismos, lo que parece pro­
ducirse en los primeros días de la terapia es lo que yo
llamaría la reacción primal simbólica. Esto ocurre sobre
todo con las personas de más edad, que tienen estratos
reforzados de defensas. La parte física del dolor quizá
se intensifique al principio, pero el paciente no estable­
ce una conexión mental«. En cambio, puede sentir un
dolor terrible en la espalda (sím bolo de la posición
acostada), paralizarse parcialmente (sím bolo de su des­
valimiento), o quizá sienta un peso sobre los hombros
(la carga que ha estado llevando, tal vez). El símbolo
varía. Un paciente no pudo mover el lado izquierdo
durante media hora: “ Es todo ese peso muerto que he
estado arrastrando toda mi vida” , dijo poco después de
empezar a establecer conexiones.
Cuando el comportamiento neurótico del paciente va
siendo desmontado por el terapeuta primal, la neurosis
parece retirarse a la siguiente línea de defensa: el simbo­
lismo físico, es decir, los trastornos psicosomáticos.
A q u í encontramos nuevamente que los males físicos son
L A C U R A C IO N 113
el resultado de los primeros dolores mentales, que cuan­
do se sienten provocan la desaparición de las afecciones
físicas.
A l comienzo de la terapia primal, casi todos los pa­
cientes tienen trastornos psicosomáticos, aun los que
hasta entonces han sido relativamente sanos. Un pacien­
te tuvo diarrea después de la primera reacción primal
importante. Me dijo: “ Las cosas salen de mí antes de
que yo sepa qué son.” Cuando supo y sintió lo que
eran, la diarrea cesó. Cuando se encuentran bloqueados
sentimientos cruciales, el sufrimiento parece moverse
primero contra sectores o partes del cuerpo. Así es co­
mo sabemos que está en ascenso. Cuando se establecen
las conexiones, los males psicosomáticos se desvanecen
rápidamente.
U n paciente se sintió literalmente tironeado hacia
uno y otro lado durante su segunda reacción preprimal.
Tenía los puños apretados y los brazos rígidamente ex­
tendidos, tiesos y temblorosos. Mirando al paciente se
lo podía ver tironeado para ambos lados. Pero este era
un comportamiento que simbolizaba la escisión en el
plano del sentimiento (y del ser) pero incapaz de esta­
blecer las conexiones con sus causas. Más tarde experi­
mentó lo que estaba ocurriendo. Revivía una escena en
que sus padres se divorciaban. Sentía cuánto deseaba ir
con su padre, pero no se atrevía a expresarlo por temor
de desagradar a su madre. . . Sentía cuánto detestaba a su
madre, pero debía sofocar su sentimiento porque ten­
dría que vivir sólo con ella y depender de ella en to­
do. . . Sentía cólera contra su padre que lo había aban­
donado, pero debía ocultarla para que volviera a visitar­
lo. . . Todas estas contradicciones daban por resultado
un tironeo físico de su cuerpo. Se volvían físicas por­
que no se atrevía a sentirlas directamente. Los senti­
mientos, pues, estaban codificados en el sistema muscu­
lar en función de su valor s im b ó lico ; en realidad, el
paciente estaba dividido por esos sentimientos en con­
flicto porque los sentimientos son cosas reales, físicas.
114 E L GRITO PRIM A L

Para resolver el tironeo tuvo que volver a sentir cada


elemento separado de la contradicción. N o bastaba “ sa­
ber” que estaba en conflicto a causa del divorcio.
La explicación primal de lo anterior es que los re­
cuerdos negados —es decir, los acontecimientos demasia­
do penosos para enfrentarlos plenamente— se depositan
en el cerebro y se acumulan debajo del nivel de la con­
ciencia, enviando mensajes al cuerpo. Así, un impulso
nunca expresado de devolver un golpe a un padre tirá­
nico puede adoptar la forma de una tensión de los múscu­
los del brazo. Durante una de las primeras reacciones
primales, en que un paciente recuerda que su padre le
ha pegado, puede sentir la tensión de sus brazos pero
sin saber por qué. Más tarde relacionará esa tensión
muscular con su adecuado contexto (cólera, deseo de
pegar) y la tensión muscular quedará al fin resuelta.
Un paciente hacía rechinar constantemente los dien­
tes. Era un comportamiento automático e inconsciente
que le ocurría noche y día (durante el sueño). Empezó
a pensar en la época en que su padre no había cum­
plido con la promesa de llevarlo a ver un partido de
béisbol, e inconscientemente empezó a hacer crujir los
dientes con furia. En su casa estaba prohibido expresar
enojo. En mi consultorio gritó al final su rabia, y el
crujir de dientes se detuvo. Ese solo incidente no era la
causa de que hiciera crujir los dientes. Ese solo inciden­
te, un recuerdo importante, simplemente representaba y
desencadenaba toda la cólera del paciente por el sinnú­
mero de promesas no cumplidas de las que nunca había
podido quejarse en su casa.
Todos vemos a nuestro alrededor comportamientos
simbólicos, pero probablemente no los llamados así.
Cuando un niño abandona la escuela sin permiso, está
actuando impulsivamente. Lo que quizá haga es repre­
sentar simbólicamente una libertad que no puede sentir.
Lo que le aprisiona tal vez no sea la escuela sino viejos
sentimientos. Experimentar esos sentimientos es lo que
lo liberaría de tener que representar su libertad faltando
L A C U R A C IO N 115
a la escuela. Puede conseguirse que el niño actúe mejor
ya sea a través de las autoridades escolares o de un
terapeuta eficaz que le muestre la necesidad de ser res­
ponsable en la escuela, pero el impulso de ser libre per­
manecerá, ordenando un comportamiento simbólico y a
menudo sociopático.
La etapa simbólica es una necesidad en la terapia
primal. El paciente experimenta parte de un sentimiento
porque es demasiado doloroso sentirlo todo, entonces el
cuerpo se cierra en el momento, y el paciente represen­
ta (o actúa para sí) la parte restante de lo que siente.
Esa representación no tiene por qué ser nada concreto.
Puede adoptar simplemente la forma de una tensión va­
ga que mantiene intacta parte de la vieja personalidad.
La etapa simbólica no debe apresurarse. El sistema
está enfrentando el dolor en pequeñas dosis y seguirá
así en un proceso ordenado en el que el grado de sim­
bolismo irá disminuyendo a medida que sea mayor el
sentimiento experimentado. Esto también aparece en la
disminución del simbolismo de los sueños.
A medida que el paciente va saliendo de la etapa
simbólica para meterse en sus sentimientos de una ma­
nera más directa, encuentra menos interés en las cosas
simbólicas. El simbolismo parece ser un fenómeno total,
y por desgracia el neurótico suele pasarse la vida en esa
tierra simbólica del nunca jamás. Sus “ furiosas” jaque­
cas quizá le estén diciendo lo furioso que está, y a pesar
de años de jaquecas, rara vez parece darles un sentido.
Un paciente, después de una reacción primal especial­
mente vehemente, lo expresó así: “ Creo que toda esa
presión en mi cabeza era de sentimientos de cólera que
no podía expresar y que se quedaban atrapados en sen­
saciones corporales. Era como si tuviera que meter mis
ideas en algún compartimiento que estaba ya sobrecar­
gado.”
El peor momento de la terapia primal parece ser la
primera semana. El paciente se siente ansioso y desdi­
chado y dice por lo general: “ Dios mío, ¿cuándo acaba­
116 E L GRITO PRIMA L

rá esto? ¡Ha sido una semana y parece toda una vida!”


Ha estado en un gran torbellino. Un paciente dijo: “ Es
como si en el minuto en que entré aquí usted me hu­
biera agarrado por los pies, me hubiese puesto cabeza
abajo y me sacudiera para sacarme todo lo que tengo
adentro.”
El paciente se siente más tenso que antes porque tie­
ne menos defensas neuróticas contra los sentimientos
que están subiendo a la superficie. Una vez que se ha
abierto, sus necesidades son tan urgentes que el terapeu­
ta debe estar forzosamente a su disposición todo el
tiempo.
A l final de la tercera semana el trabajo principal de
desmantelamiento del mecanismo defensivo queda he­
cho. Pero el paciente todavía no está bien. Tiene una
buena dosis de tensión residual: viejas heridas y senti­
mientos que no han salido o no se han soltado por una
u otra razón. Como no es económico ni necesario seguir
con la terapia individual, se introduce al paciente en un
grupo postprimal. Puede seguir necesitando de vez en
cuando una hora individual, pero la tarea principal que­
da a cargo de la terapia de grupo.
Cuando digo que el trabajo principal ha quedado he­
cho después de las primeras semanas, quiero significar
que se perciben cambios importantes en la personalidad
y la sintomatología. Cuando yo practicaba la terapia
tradicional, solía llevarme tres semanas conseguir simple­
mente una historia del paciente y preparar una batería
de tests psicológicos. Ahora en el mismo lapso vemos
cosas tales como una presión sanguínea que ha sido
elevada toda la vida y que baja teatralmente a la normal
(y allí se queda). Hay un cambio en la manera de ha­
blar, en el tono de voz y en el aspecto: caras muertas
que se vuelven móviles y vivaces. Las ideas de la perso­
na cambian radicalmente en ese breve período, lo cual
ocurre sin ninguna discusión entre el paciente y el tera­
peuta. Esto sucede porque las ideas irreales acompañan
a los sistemas irreales.
L A C U R A C IO N 117
La finalidad central es, desde luego, quebrar las de­
fensas en las tres semanas, y esto es lo que ocurre las
más de las veces. La persona no puede hablar de algo
significativo sin una buena dosis de emoción. Hasta su
manera de caminar es distinta. Muchos de estos casos se
señalan en detalle en las historias clínicas escritas por
mis pacientes.

D iferencias de las reacciones prim ales

Las reacciones primales pueden variar de muchas ma­


neras. Una paciente, por ejemplo, comenzó las suyas
con lo que parecía ser el nacimiento. El primer día de
la terapia se hizo un ovillo, empezó a contraer y soltar
cuerpo, dijo que sentía un aire frío y cortante, y
después gritó exactamente como un recién nacido. N o
tenía idea de lo que le estaba pasando en ese momento
y contó que había sido un proceso totalmente involun­
tario. Otros pacientes nunca se remontan tan lejos en el
pasado. Una paciente que no tenía recuerdos anteriores
a los diez años, empezó a revivir experiencias de los
catorce y bajó por la escala de edades hasta revivir un
hecho terrible que había determinado la escisión defini­
tiva a los diez. Pero después siguió teniendo reacciones
primales cada vez más tempranas hasta llegar a los tres
años, en que llegó a sentir la “ pura necesidad” de de­
sear el amor de sus padres. Contó después que ésta
había sido su reacción primal más dolorosa: sentir que
la necesidad física significaba sentir el continuo dolor
por algo que nunca había sido satisfecho. N o hubo pala­
bras durante esa reacción primal; sólo una experiencia
absolutamente interior acompañada de un ovillamiento
del cuerpo, contorsiones y quejidos, puños apretados y
crujido de dientes.
Las reacciones primales varían en función de la edad
en que se produjo la escisión y de la profundidad del
dolpr. Algunos pacientes son capaces de ir directamente
118 E L G R IT O P R IM A L

a la escena principal en que sintieron la escisión; a otros


les lleva meses llegar. Algunos dicen que nunca llegaron
a una escena concreta; parecería que varias escenas han
tenido el mismo peso para producir la neurosis. Si la
escisión es temprana y el dolor grande, el paciente pue­
de revivir una escena varias veces. Por ejemplo, hace
poco un paciente revivió varias veces el momento en
que lo dejaron, siendo pequeño, en una cuna de hospi­
tal durante varias semanas. Sus padres no podían visitar­
lo porque tenía una enfermedad contagiosa. Al día si­
guiente volvió a esa escena y supo que era cierto tipo
de hospital. Después vio la cara de su madre; al fin vio
a sus padres que se iban y sintió el abandono. Su com­
portamiento de neurótico durante toda la vida había
consistido en buscar a alguien, en los últimos tiempos
una amiga, a quien aferrarse y hacer todo lo que podía
para impedirle que lo abandonara. N o tenía idea de que
en gran medida este comportamiento se basaba en algo
que había ocurrido en un momento tan temprano de su
vida; en realidad no tenía recuerdo alguno de la primera
experiencia. Llegó la primera vez lleno de tensión por­
que su última amiga lo había abandonado. A l hundirse
en sus sentimientos llegó hasta la cuna. Mientras revivía
la escena de la cuna, no hacía más que llorar como un
niño. Tuvo varias reacciones primales sin palabras. La
última de esa serie fue un grito alto, agudo, pidiendo a
sus padres que volvieran, algo que por alguna razón no
se atrevió a hacer cuando estaba allí en la cuna.
Por lo general podemos decir cuándo una persona
está saliendo de una reacción primal. Abre los ojos y
parpadea como si saliera de una especie de coma. A
veces no es tan dramático; habrá un cambio del tono de
voz que vuelve a ser la del adulto, y sabemos que la
persona ha salido del primer sentimiento. Lo que sor­
prende continuamente es la forma en que la tensión se
instala cuando el organismo ha tenido suficiente dolor
por un día. Después de sentir un gran dolor, la persona
experimentará inexplicablemente una tensión, y dirá que
L A C U R A C IO N 119
no puede recordar nada más. O si ha sentido una expe­
riencia en su totalidad, se sentirá totalmente floja.
Cuando una persona termina tensa después de una reac­
ción primal es porque quedan más sentimientos por re­
solver. La tensión residual después de una reacción pri­
mal es la prueba dramática de que la neurosis era nues­
tro amigo y benefactor primero. Se hizo cargo de noso­
tros y nos salvó cuando la vida resultaba demasiado
difícil de soportar; se hace cargo del paciente y lo pone
tenso cuando ha tenido dolor suficiente por un día.
Hay momentos en que las reacciones primales son
predominantemente físicas; casi al final de la terapia, un
paciente tuvo una reacción primal en la que su cuerpo
empezó a retorcerse de derecha a izquierda en posicio­
nes extrañas. Estaba acostado boca abajo y levantaba las
piernas hacia atrás al mismo tiempo que levantaba la
cabeza del piso, echando el cuello también hacia atrás.
Así pasó casi una hora, involuntariamente. Luego se pu­
so de pie y dijo que la espalda encorvada, que lo había
torturado casi toda su vida, se le había enderezado. Lo
describió de esta manera:
“ Pienso que no era sólo mi mente la que estaba torci­
da, sino también mi cuerpo. Era como una secuencia
donde al principio todo estaba contorsionado —como lo
que yo había hecho de mí mismo^- y después empezaba
automáticamente a volver atrás. Justo antes de comen­
zar, yo me decía que estaba volviéndome loco. Algo
chasqueó bruscamente en mi cabeza y entonces empezó
esta secuencia física. L o que creo que ocurrió es que
cuando al fin mi mente salió de la lucha y de toda esa
irrealidad (como si se dejara hacer pedazos), el cuerpo
pudo al fin volverse real y estar consigo mismo. Ahora
camino y me paro con soltura, como un ser humano
diferente. Nunca en mi vida he sido capaz de cruzar las
piernas bien como ahora, y, por extraño que parezca,
por primera vez puedo mover el cuello hacia los costa­
dos. Puedo decir ahora que no sólo tenía el cerebro
encorsetado y pensaba con estrechez, sino que estaba
120 E L GR ITO PRIM A L

como metido en un molde físico, en algo como una


horma que me apretaba por todas partes para imponer­
me una forma extraña.”
Todos nos hemos acostumbrado tanto a observar el
alcance “ normal” de la emoción que es difícil dar una
idea del tremendo poder de las reacciones primales. Su
profundidad y alcance son casi indescriptibles. Su gran
variedad y su cualidad, con frecuencia extraña, son asi­
mismo difíciles de describir. Baste decir que cuando un
sentimiento convulsiona a un ser humano, cuando pro­
duce gritos estremecedores, es prueba de la enorme pre­
sión que el neurótico debe soportar continuamente. Lo
que es asombroso es que tantos neuróticos no puedan
experimentarlo directamente; lo sienten en cambio co­
mo una opresión del pecho, el estómago hinchado o la
cabeza que parece que va a estallar.
El proceso primal lleva a los pacientes a un dominio
que rara vez han visto, incluso en los consultorios de los
psicoterapeutas. Más raro aún es que sea entendido. Es
un viaje sistemático, no un vuelo histérico, azaroso, sino
la marcha paso a paso, ordenada, de un hombre al inte­
rior de sí mismo. Cuando los pacientes descienden al fin
al catastrófico sentimiento que tuvieron tempranamente
de no ser queridos, de ser odiados o de no llegar a ser
jamás comprendidos —ese sentimiento epifánico de la
soledad definitiva— comprenden perfectamente por qué
se habían cerrado y cómo un niño pequeño no puede
soportarlo y seguir viviendo. Observar el paroxismo de
sufrimiento de esos pacientes al chocar con el senti­
miento, es ver las profundidades de la sensibilidad huma­
na. En todos mis años de práctica de la terapéutica
tradicional, nunca observé, ni siquiera entendí lo que
era realmente el sentimiento. Vi a muchas personas que
lloraban y sufrían, desde luego, pero hay una distancia
abismal entre el llanto y una reacción primal.
Un paciente describe así sus experiencias primales:
“ El sentimiento asociado con una experiencia infantil
un tiempo después de la escisión, en una reacción pri-
L A C U R A C IO N 121
mal, es un pedazo del yo real, un yo real que no puede
ser totalmente experimentado mientras no se retroceda
hasta antes de la escisión. Por eso es tan importante
revivir experiencias o escenas de la infancia en la terapia
primal. Lo ayudan a uno a sentir los pedazos del yo
real asociando el dolor con incidentes concretos, hasta
que uno puede ser la esencia de su yo real. Por ejem­
plo: Si en una reacción primal mi madre me deja de
lado, probablemente diré: ‘N o me dejes de lado, mami­
ta.’ El puro sentimiento de esa reacción primal no tiene
palabras. El sentimiento es mi yo real, y las palabras
están diciendo: ‘Me siento mal, mamita, por favor, quí­
tame el dolor’, y esta es una defensa contra ser ese
sentimiento. Las muchas veces que este sentimiento se
asocia con incidentes concretos llevará al paciente a ser
finalmente ese sentimiento de una manera total y a ex­
perimentar su esencia, cosa que sólo ocurrió una vez
antes, justo antes de la escisión. En este punto no hay
nada que decir ni escenas a las que conectarse. Usted es
usted. En mi caso fue lo que me hizo la privación total.
N o creo poder comunicar verbalmente qué sentí en esa
experiencia, y ese hecho es una prueba más de que no
hay palabras. . .”
Revivir los dolores primales parece casi indecible por
su intensidad. Cuando se observa a los pacientes durante
las reacciones primales, uno se convence de que están
en agonía. Tan convencido estaba de esto que, meses
después de haber comenzado a practicar la terapia pri­
mal, nunca me molesté en preguntar a un paciente si
sufría. Para mi gran sorpresa, los-pacientes respondieron
que a pesar de todos los gruñidos, gritos y convulsiones,
el dolor n o dolía. Un paciente lo describió de esta ma­
nera:
“ N o es como si uno se hubiera cortado la mano y se
mirara y dijera: ‘ ¡A y, ay, me duele la m ano!’ Durante
una reacción primal uno no piensa si le duele. Experi­
menta simplemente un sentimiento de desdicha en todas
partes. Pero no duele. En todo caso, podría decir que
122 E L GRITO PRIMA L

duele bien, porque es un alivio tan grande ser al fin


capaz de sentir.”
Creo que lo que quiso decir es que durante una reac­
ción primal no hay reflexión sobre lo que se está ha­
ciendo, no hay procesamiento de lo que sucede, no se
razona la necesidad, por así decirlo. Sólo hay un yo
totalmente comprometido por primera vez en algo des­
de la infancia. La persona es lo que siente. Una de las
razones por las que puede entregarse totalmente al pro­
ceso de sentir reside en que no está sentado en una silla
recordando algo. Todo su cuerpo está empeñado en el
proceso así como el niño pequeño estaba totalmente
entregado a sentir antes de encerrarse. Los pacientes
recuerdan cómo en sus primeros años expresaban su
enojo tirándose al suelo, pataleando, agitando los brazos
y gritando. Estaban totalmente comprometidos, y de
habérsele preguntado al niño con la pataleta si sufría
(en caso de que pudiera entender la pregunta), dudo de
que hubiera respondido que sí.
He aquí otra descripción de una reacción primal que
se produjo al final del tratamiento de un paciente. La
cito aquí porque ayuda a explicar este fenómeno del
dolor indoloro:
“ Sospecho que la mejor manera de describir cómo
era esta experiencia es decir que yo no tenía'conciencia
de lo que sentía y de sus conexiones, no creo que tuvie­
ra conciencia de nada. Y o era sencillamente mi sufri­
miento, y no hacía falta una conexión (nada separado
que dice: ‘Te duele’). La única cosa necesaria era que
mi ser aceptara la experiencia y no se separara de ella
como me había ocurrido una vez, y al fin me puse
neurótico. Esto era ser mi verdadero y o ” .
Lo significativo en la experiencia del dolor primal es
que lo que se siente no duele. La tensión contra el
sentimiento es lo que hace sufrir. Esto no significa que
no haya sentimientos desagradables, pero cuando son
experimentados en lo que son, no se transmutan en
dolores. La tristeza no duele. Pero si uno está privado
L A C U R A C IO N 123
de su tristeza, si no le es permitida su desdicha, enton­
ces sufre. E l sentim ien to, pues, es la antítesis del dolor.
La dialéctica del método primal consiste en que cuanto
más dolor se siente, menos se sufre. N o se pueden herir
realmente los sentimientos de una persona normal, pero
se puede herir a un neurótico y hacerlo sufrir desenca­
denando sentimientos negados.

La experiencia de gru po

Los grupos postprimales se ven Varias veces semanalmen­


te durante tres o hasta cuatro horas. El grupo se compone
de pacientes que se han sometido a la terapia primal
individual. Su función principal consiste en estimular en
los miembros del grupo nuevas reacciones primales. La
atmósfera emocional general del grupo induce nuevas
reacciones primales. La reacción primal de una persona
puede desencadenar reacciones primales en otras. N o es
raro que sean docenas a la vez porque al paciente, ahora
indefenso, le cuesta mucho contenerse durante la media
hora que puede durar la reacción primal de otro.
Cuando se producen dos reacciones primales a la vez,
el resultado puede ser un loquero. Los únicos que no
son afectados por el caos son los que tienen la reacción.
Parecen ignorar lo que está haciendo la otra persona.
N o es raro que haya cincuenta reacciones primales a la
vez durante una sesión de tres horas.
Como lo menos que se puede decir es que todo el
proceso primal es perturbador, el grupo tiene otra fun­
ción: Reconforta a los pacientes, que encuentran y co­
nocen a otros sometidos a la terapia. Este tratamiento
de grupo dura varios meses, según el paciente.
Como antes de la terapia primal practiqué durante
varios años la terapia tradicional de grupo, quiero seña­
lar que la experiencia del grupo primal es muy diferen­
te. Los pacientes que han tenido otras clases de expe­
riencia en materia de terapia de grupo, desde las mara­
124 E L GRITO PRIM A L

tones hasta los grupos analíticos, señalan también la di­


ferencia. En el grupo primal hay muy poca interacción.
N o hay casi nada del “ aquí y ahora” , el “ toma y daca”
de la terapia de grupo habitual. Poco se preguntan unos
a otros sobre motivaciones y no hay intercambios de
introvisiones. Rara vez se demuestran unos a otros eno­
jo o temor. Están concentrados en lo interno. Cuando
alguno se pasa el tiempo mirando a los demás, observan­
do sus reacciones, es una buena señal de que en ese
momento no está sintiendo. Hay muchas razones para
ello, creo, pero la capital es que la terapia primal no es
un proceso de interacción. Es un proceso de sentir per­
sonal en que fluyen casi incesantemente las introvisiones
cuando un dolor ha sido profundamente experimentado.
(Véase el capítulo sobre Jas introvisiones.)
La segunda diferencia reside en que los pacientes
comprenden que cualesquiera que sean las reacciones
desordenadas que se producen en grupo, se relacionan
con viejas experiencias.
En tercer lugar, el período de grupo es el de mayor
indefensión. Los pacientes entran y tienen primales en
seguida porque parecen incapaces de retener sus senti­
mientos un minuto más. Nadie tiene que apremiarlos
para que sientan. Son, por así decirlo, una masa de
sentimiento. Los pacientes en grupo tienen un gran res­
peto y una gran paciencia por lo que está ocurriendo en el
suelo, y ha habido veces en que una sola reacción
primal ha llevado dos horas. Con frecuencia, como he
dicho, lo que ocurre en el suelo —“ N o pude decir nunca
que tenía miedo”— evocará sentimientos similares en los
que están observando, y a pesar de que el observador
haga cuanto pueda por controlarse, puede tener una
reacción primal en su silla o en otro rincón de la habita­
ción.
Tres horas es un período breve para los grupos prima­
les. Después de una reacción primal en grupo —la reac­
ción primal dura en general un par de horas— el pacien­
te puede quedarse allí otra hora aproximadamente, esta­
L A C U R A C IO N 125
bleciendo en silencio otras conexiones mientras se pro­
ducen otras reacciones primales. N o es raro que haya
seis u ocho pacientes en el suelo al mismo tiempo. Lo
que ocurre con los otros pacientes no parece perturbar
a nadie que esté entregado a lo que siente o recuerda.
Al final de cada grupo hay un período de discusión en
que los participantes hablan de lo que les ha ocurrido.
Analizan por ejemplo cómo un sentimiento particular,
durante la reacción primal, ha producido antes tipos
específicos de comportamiento neurótico.

La m ejoría

A l cabo de un año o más de terapia de grupo, los


pacientes tendrán aún primales, pero generalmente pue­
den sentir sin la ayuda de un terapeuta. N o hay ya
defensas para ocultar sentimientos y fingir. Y a no es
simbólica la conducta del paciente. Tal vez vaya aún al
grupo, pero con menos frecuencia. O tal vez siga su
terapia a solas. Dejar el grupo no supone que esté bien,
ni permanecer en terapia supone siempre que siga neu­
rótico. Es como un lugar adonde ir para sentir.
En un momento crítico, por lo general a los diecio­
cho meses, cesa buena parte de la conducta neurótica.
N o hay afán de fumar o beber. Aunque lo desearan, los
pacientes no podrían hacer cosas irreales. Ya no sienten
las jaquecas que formaban parte de lo que ocurría con
el sentir bloqueado. Con pocas defensas, el alcohol ma­
rea y el café estraga. Como asquea el cigarrillo. Y ya no
se va compulsivamente tras lo sexual, pues han desapa­
recido los impulsos que eran desviados hacia la esfera
del sexo. N i se busca el hartazgo en la mesa, pues no
hay que sofocar el sentir con comida.
¿Resiste esto al paso del tiempo? Sí. Hasta ahora el
comportamiento irreal (incluyendo los síntomas físicos)
no ha vuelto en los pacientes dados de alta. ¿Cómo
había de ser así? La persona ha llegado a ser ella misma;
126 E L GRITO PRIM A L

para volver a su comportamiento irreal tendría que con­


vertirse de nuevo en otro. Los acontecimientos corrien­
tes de la vida adulta no pueden producir una escisión
que divida en dos a la persona. Ocurren a los niños
pequeños porque son muy frágiles y su vida depende de
los padres. Tienen que ser lo que los padres pidan. Esto
rara vez ocurre con un adulto. Nadie puede hacer de un
adulto real un irreal. N o luchará con un patrón intrata­
ble o con una situación de trabajo imposible.
Permítaseme aclarar que un paciente dado de alta no
es estático, ni siquiera “ feliz” . La felicidad no es la
meta de la terapia primal. Los pacientes dados de alta
pueden experimentar muchos más sufrimientos porque
tienen tras ellos toda una vida de dolores no sentidos.
Tendrán, pues, momentos desdichados después de la te­
rapia, pero como dijo un paciente: “ Por lo menos es
una desdicha real con alguna clase de fin.”
Estar bien no quiere decir necesariamente cambiar de
intereses; muchos pacientes descubren que pueden hacer
las mismas cosas de antes con una sensación totalmente
distinta. Estar “ bien” significa sentir lo que está suce­
diendo “ ahora” . Los pacientes saben cuándo sienten
plenamente porque no tienen tensión residual y están
en completo relax. Nada los pone tensos. Los aconteci­
mientos los perturban y ellos sienten la perturbación,
no la tensión.
N o puede decirse con antelación lo que durará la
terapia; algunos pacientes reclaman más tiempo que
otros. Todo depende de lo enfermos que estuvieran al
empezar, de lo reprimidos e inconscientes que fueran
antes del tratamiento. Por numerosas que sean las reac­
ciones primales de una persona, si quedan sentimientos
importantes negados o bloqueados, esos sentimientos se­
rán representados simbólicamente a perpetuidad mien­
tras no sean sentidos y resueltos. Esto significa que pue­
de subsistir una conducta neurótica después de haber
tenido varias reacciones primales.
Un paciente que volvió a sus estudios universitarios al
L A C U R A C IO N 127
tercer mes de la terapia descubrió que de pronto no
podía seguir las clases. Empezó a actuar e incluso a
parecer estúpido en clase, incapaz de entender las ins­
trucciones más simples del profesor. Se incorporó al
grupo y contó cómo lo había ridiculizado un profesor
ayudante porque no entendía algo de un examen. Se
hundió en el sentimiento mientras decía: “ Explícamelo,
papito. ¡Dedícame un poco de tiem po!” Su padre se
burlaba de él cuando no entendía en seguida. El hacía
cuanto podía para entender las cosas instantáneamente,
y agradar a su padre y prevenir la herida.
Este era un sentimiento simple, pero cargado de un
efecto intenso. La herida estaba en sentirse estúpido y
en tratar de ocultarlo escondiéndolo rápidamente. Cuan­
do entró en el tercer mes de terapia, el paciente empezó
a dejar de lado su defensa, consistente en la rapidez
mental, y actuó como un estúpido. La estupidez signifi­
caba decir: “ Explícam elo” . Siguió actuando como un
estúpido hasta que sintió el origen.

D iscusión

Creo que la única manera de eliminar la neurosis es


derribándola con fuerza y violencia: con la fuerza de
años de sentimientos reprimidos y necesidades negadas;
con violencia para arrancarlos de un sistema irreal.
A sí como la neurosis es el resultado de un proceso
gradual de encierro, el volver a la salud implica una
nueva y gradual puesta en funcionamiento. Como el do­
lor no permitirá un viaje demasiado veloz a esos senti­
mientos primales, hay que experimentarlos por etapas.
Mientras no sean experimentados habrá una representa­
ción simbólica.
La terapia primal es como la, neurosis al revés. Cada
día de la vida de un niño, las heridas van una tras otra
encerrando cada vez más sus sentimientos hasta hacer
de él un neurótico. En la terapia primal el paciente
128 EL GRITO PRIM A L

revive esas heridas, abriéndose hasta sentirse bien. Una


herida no provoca una neurosis, y una reacción primal
no hace normal a una persona. La suma de las heridas y
la experiencia de su dolor es lo que al fin cambia la
cantidad en nuevas cualidades de enfermedad o de sa­
lud. Creo que el proceso de mejoría es inevitable en la
terapia primal en la medida en que la persona siga el
tratamiento. Una vez quebrado el principal sistema de
defensa, el paciente no tiene otra opción más que mejo­
rar. Esto es inevitable de una manera análoga a la del
niño pequeño que permanece en un medio traumático
donde hay una represión constante. Su neurosis, el en­
cierro definitivo del yo real y la construcción de una
defensa permanente, es la conclusión inevitable. Sáquese
al niño del medio traumático antes de que se produzca
la gran escisión, y se podrá evitar la neurosis seria. Sá­
quese al paciente de la circunstancia terapéutica antes
de que haya remediado la escisión, y la salud quizá no
sea inevitable.
¿Por qué no pueden ser eliminadas esas neurosis tem­
pranas por padres o maestros afectuosos? Muchos pa­
cientes tuvieron madrastras y padrastros a los diez años
con quienes se llevaban muy bien, que solían ser cariño­
sos y buenos con ellos, y sin embargo después necesita­
ron una terapia. Esos padrastros y madrastras bonda­
dosos nunca eliminaron tartamudeos, tics, alergias, etc.,
de toda una vida. Psicoterapeutas especializados en pro­
blemas de lenguaje no llegaban a curarlos. El hecho de
irse de la casa casi a los veinte años, de encontrar bue­
nos novios o novias no suprimía la tensión ni síntomas
pertinaces como la psoriasis (que dicho sea de paso,
parecen responder a la terapia primal). Si el afecto, el
amor y el interés pueden acabar con las neurosis, la
psicoterapia practicada por terapeutas cordiales podía
haber curado a muchos neuróticos, y no creo que sea el
caso.
La neurosis no puede ser aplacada, razonada, o tenida
a raya, sin que sus procesos patológicos se vayan tragan-
L A C U R A C IO N 129
ció todo en el camino. Se pueden alimentar introvisiones
de la neurosis que las absorberá hábilmente mientras
perdura. Se puede ir anulando una salida neurótica tras
otra sólo para encontrar otras nuevas y mejor escondi­
das. La neurosis se puede mitigar con sucesivas drogas,
pero al suprimirlas seguirá siendo tan fuerte como siem­
pre. La neurosis y su manejo es una de las grandes
fuentes de energía: la necesidad de ser amado y de ser
real en cuerpo y alma.
Habituado como estoy a la cautela científica, me doy
cuenta mientras escribo de lo espectacular, “ del otro
mundo” que parece todo esto. Puede ser que algunos
lectores quieran descartar la terapia primal, considerán­
dola un tratamiento aplicable sólo a tipos especiales de
neuróticos. Pero se aplica a todas las neurosis y, como
veremos más adelante, posiblemente también a la psico­
sis. Los pacientes tratados primero por mí con la tera­
pia corriente nunca habían experimentado nada seme­
jante a una reacción primal. Después de haberla descu­
bierto, les pedí a algunos de mis pacientes anteriores
que volvieran para someterse a la terapia primal y encon­
tramos su dolor. Después de años de compromiso con
una fachada racional, nos parecía increíble que hubiera
debajo tantos sentimientos inexplorados.
La neurosis se vuelve comprensible, sin embargo,
cuando consideramos los miles de experiencias en las
que el niño se ha visto impedido de actuar de un modo
real. En verdad, maravilla que lo real siga esperando a
ser sentido; el organismo humano parece exigir la reali­
dad. El paciente es un aliado en la terapia primal. Su
dolor ha esperado mucho tiempo, y por lo habitual
quiere subir a la superficie. Su comportamiento compul­
sivo parece haber sido una búsqueda inconsciente de la
verdadera conexión para poder salir. Cuando se presenta
la oportunidad no es posible detenerlo, y pienso que
esto explica nuestro éxito con una amplia variedad de
tipos neuróticos.
La terapia primal provoca una reacción ambivalente
130 E L GRITO PRIMA L

en algunos neuróticos, según lo próximos que estén de


su dolor. Cuando se acercan, parecen atraídos de inme­
diato hacia ella porque la sienten verdadera. Cuando no
están cerca de sus sentimientos, la despreciarán quizá
por primitiva, burda y demasiado simplista. El neurótico
que ha tenido que retorcerse hasta lo irreconocible para
sacar algo válido de sus padres, quizá sienta que una
terapia que no entraña una lucha prolongada y angustio­
sa durante un período de años no puede ser muy útil.
Pero la terapia primal puede parecer tan simple, que
debo hacer esta advertencia: ¡N A D IE Q U E N O H A Y A R E C I­
B ID O U N A D IE S T R A M IE N T O C O M P L E T O E N T E R A P IA P R I­
Los resultados podrían ser
M A L D E B E R A IN T E N T A R L A !
muy perniciosos. Un grupo formativo de adiestramiento
hace ya muchos años que trabaja. Tanto los que han
recibido formación como yo mismo consideramos que
aún hay que dominar los fundamentos de la teoría y de la
técnica. Insisto en este punto para subrayar el posible
peligro que entraña la aplicación de la terapia primal por
un personal no capacitado.
Si bien en este libro no se han incluido detalles técni­
cos, deseo subrayar que la terapia primal no es una
metodología casual. Es un programa planeado. Hay ob­
jetivos concretos que alcanzar durante las tres primeras
semanas y ciertos resultados que esperar mes tras mes.
Tenemos una idea clara de la forma en que el paciente
debe comer y dormir durante esta terapia y lo que esto
significa. Dadas ciertas condiciones, las diferentes tera­
pias seguirán casi el mismo camino.
Esta terapia requiere una buena dosis de fe en el
terapeuta. Si éste no es real no lo logrará. Si es real, los
pacientes lo sentirán. Muchos de nosotros estamos dis­
puestos a permitir que un cirujano nos tajee el cuerpo
después de un mero apretón de manos, de modo que no
debe sorprender que un paciente permita al terapeuta
primal que le corte su dolor poco después de conocerlo.
El final de la neurosis es muy parecido a su comien­
zo. N o es una gran conmoción, una última y grandiosa
L A C U R A C IO N 131
introvisión, o alguna experiencia emocional tremenda.
Es un día común en que el paciente ha experimentado
otro sentimiento que lo había unido anteriormente al
pasado. He aquí el final de la neurosis en las palabras
de un paciente: “ N o sé qué esperaba yo de todo esto.
Supongo que quería que ocurriera algo dramático para
equiparar todos esos años de desdicha. Quizá esperaba
convertirme en mi fantasía neurótica: ese alguien espe­
cial que al fin será amado y apreciado. Todo lo que
parece haber soy yo. . .” Y es simplemente un yo no
neurótico.
LA RESPIRACION, LA VOZ Y EL GRITO

Freud creía que los sueños eran el “ camino real al


inconsciente” . Si existe un camino real, puede ser que
esté en la respiración profunda. En algunos pacientes la
práctica de la respiración profunda, junto con otros mé­
todos, contribuye a aliviar la tremenda fuerza del dolor
que tienen dentro del cuerpo.
En una investigación realizada hace unos veinticinco
años, se insinuó una posible conexión entre la respira­
ción y el desagrado.* A un grupo de sujetos a quienes
se les había indicado que pensaran en cosas agradables,
se les pedía de pronto que pensaran en cosas desagrada­
bles. Se observaba entonces un aumento importante de
los suspiros. Una investigación más reciente sobre el
problema de la hiperventilación mostró que las disfun­
ciones de la respiración se relacionaban en gran medida
con la ansiedad. Además, durante los tests de hiperven­
tilación, el investigador hacía presión en la parte infe­
rior del pecho del sujeto con la palma de la mano para
provocar un avance más profundo del aire. En casi to­
dos los casos el resultado era una descarga emocional
acompañada de llanto y la revelación de importantes
datos de la historia del paciente.**
* J. E. Finesinger, “ The Effect o f Pleasant and Unpleasant
Ideas on the Respiratory Pattern in Psychoneurotic Patients” ,
American Journal o f Psychiatry, V ol. 100 (1 9 44), p. 659.
* * B. I. Lewis, “ Hyperventilation Syndrom es; Clinical and
Physiological Evaluation” , California Medicine, V ol. 91 (1 9 5 9 ), p.
121.
L A R E S P IRA CIO N, L A V O Z Y EL GR ITO

Wilhelm Reich observó que la inhibición de la respira­


ción iba asociada a la inhibición del sentimiento: “ Por­
que ha quedado claro que la inhibición de la respiración
era el mecanismo fisiológico de la contención y repre­
sión de la emoción, y en consecuencia, el mecanismo
básico de la neurosis.” * Reich creía que en los neuróti­
cos los trastornos respiratorios eran el resultado de la
tensión abdominal y mostraba cómo esto produce la
respiración superficial y cómo en el miedo se retiene el
aliento con ayuda de la contracción abdominal.
Así, la técnica de la respiración profunda se emplea
durante la terapia primal para acercar al paciente a sus
sentimientos. Muchos de mis pacientes se refirieron a su
manera diferente de respirar después de la terapia; sólo
después de haber empezado a respirar profundamente
comprendieron cuán superficial había sido hasta enton­
ces su respiración. Decían que ahora sentían que el aire
“ bajaba hasta el fon do” . Dentro de la terapia primal
esto significa que no se sumergen en el sufrimiento en
el curso ordinario de los acontecimientos, lo cual indica
que una de las funciones de la respiración superficial es
impedir la salida del dolor profundo.
La respiración correcta debería ser instintiva —la cosa
más natural del mundo—, y sin embargo los neuróticos
que he visto rara vez respiraban correctamente. Ello se
debe a que utilizan la respiración para empujar hacia
atrás los sentimientos; en una palabra, la respiración se
convierte en parte del sistema no natural. La respiración
neurótica es un buen ejemplo de cómo el sistema irreal
reprime al real, porque después de las reacciones prima­
les los pacientes respiran automáticamente de una mane­
ra profunda y correcta.
Como la respiración neurótica está destinada a blo­
quear el dolor, al obligar al paciente primal a que respi­
re profundamente se lo suele ayudar a que levante la
tapa de la represión. El resultado es la emisión de la

* Reich, op. cit.


134 E L GRITO PRIMA L

fuerza explosiva, algo que antes había estado difuso en


todo el cuerpo, en forma de una elevada presión sanguí­
nea, alta temperatura, temblor en las manos, etc. Las
técnicas de respiración primal se convierten en la via
regia al sufrimiento, desbloqueando en el camino los
recuerdos. En este importante sentido, constituyen el
camino al inconsciente.
Es tentador restar importancia a la experiencia primal
como simple resultado del síndrome de hiperventilación
(es decir, una respiración más profunda de lo que el
sistema requiere, dando por resultado una mayor oxige­
nación y una disminución del dióxido de carbono en la
corriente sanguínea). Pero eso significa omitir dos facto­
res importantes. El primero es que las investigaciones
han mostrado que el sentimiento de dolor o desagrado,
en y por sí mismo, hace más profundos los procesos
respiratorios, fenómenos que han señalado pero no ex­
plicado los investigadores. Creo que la terapia primal
explica la conexión del sufrimiento con la profundidad
de la respiración. Segundo, muchos casos de hiperventi­
lación van acompañados de vértigo o mareos. N o ocurre
así en una reacción primal. N o hay tal acompañamiento.
N o creo que las técnicas respiratorias, en sí mismas,
tengan ningún poder intrínseco para transformar una
neurosis. Pueden, como el suspiro, aliviar la tensión por
un tiempo, pero entonces son considerados una defensa
como cualquier otro alivio de la tensión.
En la mayoría de los casos las técnicas respiratorias
son o innecesarias o rara vez se usan después de los
primeros días de la terapia. Debe recordarse que lo que
buscamos es el dolor y que la respiración es uno de los
muchos métodos que empleamos para conseguirlo.
La respiración y la voz que la acompaña parecen ser
una señal significativa de neurosis. El nervioso huésped
de una entre'vista televisada parece a menudo incapaz de
contener su respiración. Esto puede atribuirse a la tenta­
tiva de presentar una imagen que no está de acuerdo
con su yo real.
L A R E S P IR A CIO N, L A V O Z Y E L GR ITO 135
El paciente tenso que va a empezar la terapia suele
encontrarse en la misma situación. Con frecuencia está
aterrado y llega lamiéndose los labios, tragando y ja­
deando.
Después de que el terapeuta primal empieza a traba­
jar con su sistema defensivo, el jadeo aumenta. El sufri­
miento que parece subir desde el estómago anudado no
puede pasar de la barrera del pecho (que muchas veces
parece oprimido por una faja ceñida). La respiración
profunda empieza a chocar con la barrera. Se pide al
paciente que empuje desde abajo al mismo tiempo que
dice “ Aah” . En cuanto el “ A ah ” se engancha en el
sentimiento ascendente, el paciente está en lo suyo. El
poder de abajo, al encontrar una salida, parece empujar
automáticamente y el paciente entra en el estado que
yo llamo respiración-conflicto.
En este punto es cuando Va a producirse la principal
irrupción; el paciente está por pasar de ser predominan­
temente irreal a ser predominantemente real. La respira­
ción-conflicto se produce habitualmente después de al­
gunas reacciones primales, justo antes de la conexión
principal que unificará a la persona, sumiéndola en sen­
timientos e introvisiones.
La respiración-conflicto es una etapa involuntaria de
la terapia primal en la que el paciente empieza a jadear
fuertemente de un modo que suena a animal. La respi­
ración se vuelve cada vez más rápida y pesada hasta
asemejarse mucho a veces a una locomotora. Como está
tan absorbido por un sentimiento, a menudo el paciente
110 tiene conciencia de la naturaleza de su respiración.
La respiración-conflicto parece ser el resultado del em­
puje desde abajo de todos los sentimientos negados con­
tra las fuerzas neuróticas que los mantienen hundidos.
El proceso respiratorio puede seguir quince o veinte mi­
nutos, y la persona parece estar corriendo una carrera
en la que le va la vida, necesitada de todo el aire que
consume. En circunstancias ordinarias se desmayaría.
Una vez que la respiración adquiere vida propia, al
136 E L GR ITO PRIM A L

terapeuta le queda poco más que observar. La respira­


ción-conflicto es un signo patognomónico de que ha
empezado la reacción primal. Los pacientes dicen que se
sienten indefensos ante el avance precipitado del dolor.
En su transcurso saben de algún modo que podrían de­
tenerlo si quisieran, pero ni una sola vez un paciente ha
hecho abortar la reacción primal en esa etapa.
A medida que la respiración se vuelve más amplia y
más profunda, sentimos que el clímax se producirá en
unos segundos o minutos. El estómago se estremece; el
pecho se levanta; las piernas se pliegan y se estiran; la
cabeza se mueve de un lado a otro; el paciente está
amordazado y en general parece hallarse al borde mismo
del dolor. De pronto, con una gran convulsión, parece
establecerse la conexión que estalla al salir de la boca
en el grito primal. Después el paciente respira plenamen­
te y con facilidad; uno de ellos dijo: “ Respiré simple­
mente para volver a la vida” . Los pacientes dicen enton­
ces que se sienten “ frescos” , “ limpios” y “ puros” .
Después de la conexión principal, observamos que el
aire fluye sin esfuerzo, a diferencia de la respiración
sobresaltada, esporádica, de principios de la sesión. Un
paciente, que era corredor de carreras, dijo que nunca
había tenido esa experiencia de respirar plenamente, ni
siquiera después de correr una milla.
El grito tiene una cantidad de efectos laterales. Pa­
cientes que nunca habían dicho esta boca es m ía duran­
te la vida doméstica, tuvieron una sensación de poder.
El grito en sí mismo parece ser una experiencia libera­
dora.
Cuando se escuchan las sesiones grabadas, se observan
siempre los cambios de respiración que acompañan las
diversas etapas de la experiencia primal. El sonido de la
respiración es crítico; un paciente no puede defender
una parte de sí mismo mientras está empeñado en un
proceso respiratorio que abarca el cuerpo entero.
Son raras las ocasiones en que el paciente finge el
grito. Parece salir de lo alto de los pulmones y casi
L A R E S P IR A CIO N, L A V O Z Y EL GR ITO 137
siempre como un chillido. El falso grito parece ser la
continuación de la esperanza irreal. Como el grito pri­
mal significa el fin de la lucha, es improbable escucharlo
de boca de alguien que aún está empeñado en la lucha.
Aunque hablamos a menudo de sentimientos profun­
dos, rara vez especificamos lo profundos que pueden
ser. A juzgar por mi experiencia, creo que los .“ senti­
mientos profundos” abarcan el organismo en su totali­
dad, sobre todo la región del estómago y el diafragma.
Algunos de nosotros adquirimos la idea, al comienzo de
la vida, de que nuestros padres no quieren que seamos
exuberantes y realmente vivaces, aprendemos en seguida
a andar casi conteniendo el aliento por temor de hacer
o decir lo que no debemos, de ser demasiado ruidosos o
turbulentos, de reírnos estentóreamente. Tarde o tem­
prano ese temor termina por estrangular el sentimiento
en una garganta apretada, en un pecho oprimido, en un
estómago anudado. Como es un proceso de amordaza-
miento, la voz tiende a volverse atiplada; es una voz que
no está conectada con todo el cuerpo.
En muchos casos la manera de hablar del neurótico
se puede comparar con la de un muñeco de ventrílocuo,
la boca se mueve mecánicamente, deshumanizada, sin
vínculos aparentes con el resto del organismo. Como
descansa en estratos de tensión y no en un sólido ci­
miento de sentimientos, la voz tensa suele ser temblona.
La boca también parece muy afectada por la neu­
rosis. Después de la terapia primal los pacientes se refie­
ren a menudo a la tensión que solían sentir en los la­
bios. Después de la terapia primal, una paciente dijo
que sentía el labio superior por primera vez en varios
años. Siempre lo había tenido adormecido: “ Quizá por­
que me crié en una familia alimentada con frases hechas
del tipo de ‘N o muevas el labio superior’.” Quiero decir
que todo el sistema refleja el sufrimiento. El que está
enojado, por ejemplo, suele retraer los labios en una
línea fina; cuando el enojo persiste, puede persistir tam­
bién el gesto.
138 EL GRITO PRIM A L

N o sólo la cara y la mandíbula se aflojan después de


las reacciones primales, sino que la voz baja de tono.
Posiblemente uno de los signos más evidentes y dramáti­
cos en quien se ha sometido a la terapia sea este. Las
mujeres de voz fina, que hablan como niñas, adquieren
una nueva profundidad y plenitud. Su manera de hablar
es más rica.
La forma de hablar del neurótico carece muchas veces
de matices porque refleja un estado constante de tensión.
Una paciente dijo: “ Y o hablaba muy rápido, con la voz
muy atiplada. Nunca tenía la sensación de estar hablando.
Toda la presión que tenía dentro salía a pedazos. Ahora
me siento hablar” . Quizá la frase “ torrente de palabras”
es un hallazgo que expresa bien la idea de que el discurso
del neurótico es una descarga dé tensión.
Un paciente que siempre había tenido una voz débil
dijo después de la terapia primal: “ Pienso que todo a
mi alrededor era pequeño. Y o tenía la impresión de que
había una voz fuerte en alguna parte; simplemente, nun­
ca tuve el coraje de usarla” . Otro paciente que tenía
una voz nasal dijo: “ Toda mi vida pensé que la nariz no
me funcionaba bien. Ahora resulta simplemente que llo­
riqueaba y no lo sabía. Filtraba todo lo que sentía a
través de la nariz en lugar de ser abierto y directo” .
Una prueba de que el modo de hablar puede ser un
espejo bastante preciso del yo es que cuando nos imagi­
namos a nosotros mismos con la voz de otro (despoja­
dos de nuestro modo de hablar defensivo) suele produ­
cirse ansiedad. Por este motivo a veces hago que los
pacientes de un grupo truequen las voces como una
manera de disminuir las defensas.
Decididamente, considero que la manera de hablar
del neurótico es un mecanismo defensivo. La persona de
voz suave puede estar representando a través de sus fra­
ses inaudibles el temor de llamar más la atención y por
lo tanto quizá esté tapando el grito.
Cuando el terapeuta primario frena al que habla rápi­
damente y le hace atender a su manera de hablar, está
L A R E S P IR A C IO N , L A V O Z Y E L GR IT O 139
menoscabando un mecanismo defensivo. Mientras exista
un pozo de sentimientos negados, éstos colorearán y
modelarán cada palabra que salga de la boca del neuró­
tico, así como la estructura misma de la boca. Cuando
el paciente habla durante las primeras horas, escucha­
mos sus defensas en acción. Aquí, por lo menos, “ el
medio es el mensaje” .
Creo que el discurso es sólo una faceta en la totali­
dad de las operaciones defensivas del sujeto. Según mi
experiencia, a la manera infantil de hablar corresponde
inmadurez en las relaciones sexuales y, a menudo, en la
estructura corporal. Con arreglo a lo dicho, no se en­
cuentra un problema en un sector sin que aparezca tam­
bién en otros. Lo mismo que inhibe la plenitud de una
voz puede influir en la incapacidad del paciente para
llegar al orgasmo.
Por ejemplo: Un chico es criticado por todo lo que
dice y hace y al mismo tiempo no se le permite replicar
o expresar su enojo. La cólera contenida persiste y colo­
rea su cara a medida que crece. Más tarde tiene un hijo.
Cada palabra que sale de su boca tiene un tono colérico
y es una amenaza implícita y perpetua contra su hijo.
El niño borra todas las facetas de su propio comporta­
miento por temor de poner en actividad el viejo volcán
de su padre. Su manera de hablar es contenida; sus
movimientos son rígidos y restringidos. Esta contención
puede influir en todos los procesos corporales, incluso
los del crecimiento. El temor de decir lo que no debe y
de hacer estallar a su padre puede producir problemas
de locución en el niño. Cada palabra tiene que ser exami­
nada por su posible peligro. El resultado puede ser el
tartamudeo y el tartajeo.
Un ex tartamudo explicó su problema de esta mane­
ra: “ Mi tartamudeo era realmente la lucha. Era como si
el ‘no y o ’ estuviera hablando para impedir que saliera el
yo real. Desde que empecé a hablar siempre tuve que
elegir cuidadosamente las palabras. Y o decía lo que
ellos querían oír. Es como si me asiera a mis padres con
E L GRITO PRIM A L

la boca. Mientras el yo real no dijera lo que sentía,


podía seguir con ellos” .
Este hombre nunca tartamudeaba durante una reac­
ción primal en que era su yo real. El tartamudeo parece
ser la evidencia gráfica del conflicto entre los dos yo y
los síntomas que el conflicto engendra. Esas reacciones
primarias en que el paciente no tartamudea indican tam­
bién cómo el sentimiento desaparece con los síntomas
neuróticos.
Durante una sesión de grupo, mientras este hombre
examinaba sus síntomas, una mujer del grupo le señaló
que mientras él se había agarrado a sus padres con la
boca, ella lo había hecho manteniendo frígida su vagina.
En otras palabras, esta paciente quería indicar que el
lugar de la lucha es aquel donde la centra el niño que
crece. Si una mujer anhela ser buena y pura para sus
padres, la lucha (la negación del sentimiento) puede ser
canalizada en los órganos genitales. Otras veces, como
hemos visto, puede serlo en la boca. En todo caso,
cuando el niño se mete en la cabeza las actitudes de sus
padres y opera con ellas en lugar de basarse en sus
propios sentimientos, cabe esperar que el cuerpo tampo­
co siga funcionando de una manera real, fluida.
La palabra es un proceso creador en el que en cada
momento producimos algo que no existía antes. El neu­
rótico recrea su pasado en cada palabra que dice. El
hombre normal crea un presente continuamente nuevo.
10

L A S N E U R O S IS Y L A S E N F E R M E D A D E S
PSIC O SO M A TIC A S

L a tensión es el motivador central del neurótico y lo


activa constantemente. Como la activación es una res­
puesta irreal, no hay nada que le diga dónde detenerse.
Los músculos se ponen tensos, se segregan hormonas, la
mente está alerta, todo ello para un peligro que ya no
existe.
Hay un experimento de John Lacey y sus colabora­
dores que nos informa sobre los mecanismos que inter­
vienen en la reacción corporal a la tensión (stress).* El
estudio se refiere a la aceleración y desaceleración del
corazón bajo la tensión. Se observó que el ritmo del
corazón disminuye cuando el sujeto está atento y abier­
to a lo que lo rodea, es decir, cuando quiere aceptar lo
que le pasa. El ritmo cardíaco se acelera cuando la per­
sona quiere rechazar lo que está ocurriendo. Además, el
ritmo cardíaco se acelera durante el dolor. Los investi­
gadores creen que se apresura con objeto de movilizar el
cuerpo contra el impacto anticipado del dolor. Asimis­
mo, el dolor produce un aumento de la presión arterial
(sa n g u ín e a ).**
* John I. Lacey, “ Psychophysiological Approaches to the Eva­
luation o f Psychotherapeutic Process and Outcom e” , en E. A.
Rubinstein y N . B. Parloff, dir., Research and Psychotherapy
(Washington, D. C., Am erican Psychological Association National
Publishing C., 1959).
* * Ernest R. Hilgard inform ó en el número de febrero de 1969
de Am erican Psychologist sobre sus estudios acerca del dolor y la
142 EL GRITO PRIM A L

La importancia del estudio reside en que quizá no sea


el dolor solamente el que produce el aumento del ritmo
cardíaco, sino la necesidad de rechazarlo. De ser correc­
ta la hipótesis del sufrimiento primario, se deduce que
el cuerpo, sobre todo el corazón, sería afectado negati­
vamente por los intentos de rechazar esos sufrimientos.
Esto contribuiría, pues, a explicar el gran predominio
de los síndromes cardíacos y de la presión sanguínea
tan prematuros en la vida de muchos de nosotros. Nues­
tros cuerpos trabajan con exceso, luchando contra ene­
migos no vistos ni percibidos. El corazón, como múscu­
lo, debe responder de la misma manera que el resto del
sistema muscular.
La tensión como experiencia corporal total debe causar
estragos en todo el organismo, sobre todo en los órganos
constitucionalmente débiles. Año tras año va desgastán­
donos, y así se explica el hecho de que los individuos que
no son tensos vivan mucho más que los neuróticos.
El síntoma que se desarrolle depende de diversos fac­
tores. Uno, por ejemplo, es lo que la cultura de la
persona ha llegado a, considerar como aceptable: las ja­
quecas y las úlceras son a menudo síntomas “ espera­
dos” en los Estados Unidos. Pero el significado simbóli­
co del órgano o la zona afectada es más crítico. La
mayoría de los neuróticos no pueden, o no se atreven a
ver sus problemas, de modo que el mensaje del senti­
miento es simbolizado: la miopía, por ejemplo, o el
asma que se desarrolla cuando ni siquiera se permite a
un niño que respire por su cuenta. (U n paciente que
había tenido asma infantil, la representó de nuevo al
acercarse durante la terapia a sentimientos primales cla­
ve.)

presión sanguínea ( “ El dolor com o rompecabezas” ). Dice: “ Cuan­


do las condiciones de tensión (stress) que normalmente conducen
tanto a la manifestación de dolor com o a un aumento de la
presión sanguínea, no producen este aumento, cabe suponer que
el dolor está ausente” .
NE UR O S IS Y E N F E R M E D A D E S PSICOSOMATICAS 143
El dolor que “ parte” la cabeza es literalmente simbó­
lico de la escisión neurótica. Esta afección se debe en
gran medida al hecho de sentir de una manera y tener
que actuar de otra. “ Mi cabeza se avergüenza de lo que
siente mi cuerpo” , decía un paciente.
El neurótico se alimenta de aspirinas y otros analgési
eos sin entender que el dolor con el que tiene que
habérselas es el sufrimiento primal. Las jaquecas se repi­
ten porque el sufrimiento primal está allí constante­
mente. Un paciente lo expresó de esta manera: “ Y o
solía decir: ‘Mamá, el dolor de cabeza me está matan­
d o’, sin saber lo que estaba diciendo. El dolor de cabeza
me estaba matando. Tenía que hacer como si mis senti­
mientos no existieran, de modo que los metía en cual­
quier rincón de mi cabeza hasta que sentía que me iba
a estallar” .
Muchos se pasan el tiempo calmando dolores equivo­
cados, tomando miorrelajadores, o sedantes del aparato
digestivo, o analgésicos, tratando en vano de disipar la
expresión sintomática de verdaderas heridas interiores.
Esos dolores sintomáticos se han abierto camino a tra­
vés del sistema defensivo para hacernos una advertencia,
pero dicho sistema hace que lo que habitualmente apa­
rezca sea un puro dolor localizado aquí o allá, de modo
que la persona no sabe qué es lo que la hace sufrir.
En una reunión reciente de la Academia de Ciencias
de Nueva York, varios especialistas se refirieron a una
posible relación entre las emociones y el cáncer. Un
psiquiatra, Claus Bahnson, del Jefferson Medical Colle­
ge, dijo: “ Muchos individuos con predisposición al cán­
cer. . . son de los que niegan sus emociones” . Había
encontrado que cuando los individuos sufren una trage­
dia personal, los que tienen predisposición al cáncer tien­
den a canalizar su respuesta emocional hacia adentro,
mediante el sistema nervioso. Esto, a su vez, perturba el
equilibrio hormonal influyendo así en el desarrollo del
cáncer.
B ahnson s e ñ a ló t a m b ié n que lo s c a n c e r o s o s t e n ía n
144 E L GRITO PRIM A L

por lo general una “ relación pobre, insatisfactoria,


mecánica con sus padres” .* Decía después que como
esos padres eran incapaces de responder emocionalmen­
te o no querían, sus hijos desarrollaban una tendencia a
reprimir sus sentimientos en lugar de expresarlos.
Los resultados de otras investigaciones, expuestos en
la misma reunión, tendieron a corroborar estas posibili­
dades. W. A. Greene, de la Universidad de Rochester,
encontró entre los cancerosos un alto grado de desespe­
ranza y de desamparo.**
(U n dato lateral interesante es el de los indios siux,
que como se sabe, expresan libremente sus emociones, y
entre los cuales casi no se produce el cáncer.)
Hay innumerables volúmenes de psicología dedicados
a la medicina psicosomática. Debemos sobre todo al
precursor Franz Alexander su obra sobre el significado
simbólico de los trastornos som áticos.*** N o tengo in­
tención de analizar aquí los diversos tipos de trastornos
psicosomáticos y su significado. Baste señalar que mu­
chas enfermedades corrientes que han sido consideradas
puramente físicas deben ser entendidas como un sistema
tota lm en te enfermo dentro del cual hay un cuerpo, el
cual, en circunstancias ordinarias, funciona bien y salu­
dablemente.
Cuando el niño es pequeño y su constitución física es
todavía fuerte, puede aparentemente soportar una bue­
na dosis de tensión. Al cabo de años de tensión crónica,
los órganos vulnerables tienden a ceder. Sólo cuando los
individuos están preparados para crecer, para liberarse
de su infancia, pueden llegar a ser libres de convertirse
en los adultos que son física y mentalmente. La madu­
rez se aplica, pues, tanto a los miembros y los órganos
* Claus Bahnson, Proceedings, N ew Y o rk Academ y o f Science
(Primavera, 1968).
* * W. A. Greene, Proceedings, N e w Y o rk Academ y o f Science
(Primavera, 1968).
* * * Franz Alexander, Psychosomatic Medicine (N ueva Y o rk ,
N orton, 1950).
NE UROS IS Y E N F E R M E D A D E S PSICOSOMATIC AS 145
como a la mente. (El crecimiento es de toda la perso­
na.) Una mujer muy baja empezó a crecer después de
una reacción primal en la que sintió qué significaba ser
pequeña: “ Seguía siendo baja para que mi padre viera
que era siempre su nenita, de la que debía ocuparse. Si
crecía, nunca hubiera entendido (pensaba yo ) que se­
guía siendo su nena” . En mi experiencia con la terapia
tradicional nunca observé resultados de este tipo.
Un investigador en pediatría, Robert Blizzard, de la
Johns Hopkins, ha corroborado recientemente la rela­
ción entre el crecimiento y el estado mental. En una
disertación pronunciada en la Children’s División of
County, USC Medical Center (Los Angeles, 22 de se­
tiembre de 1969) dijo: “ Muchos pediatras solían consi­
derar una pamplina la noción de que la psiquis puede
controlar el crecimiento. Pero no lo es” . El doctor Bliz­
zard observó que a menudo, cuando un niño de seis
años tiene la estatura de uno de tres, el nivel de la
hormona del crecimiento suele estar muy por debajo de
lo que debería. Señaló que algunos niños pequeños cre­
cen rápidamente cuando se los saca de un medio am­
biente pobre, aunque se los lleve a un orfanato. A los
cuatro o cinco días empieza a producir una secreción
normal de hormonas del crecimiento, y algunos crecen
veinticinco centímetros en un año. ¡A l volver al medio
ambiente anterior, esos niños dejaban inmediatamente
de crecer! Estudiando los hogares se observaba una
gran falta de afecto. A veces las madres admitían que
odiaban a sus hijos. El doctor Blizzard dice que la única
ayuda para un niño que no crece es cambiarlo de am­
biente. A los adultos bajos yo les aconsejo la terapia
primal.
La medicina psicosomàtica suele plantear problemas
desconcertantes al médico porque, en primer lugar, el
paciente a menudo no tiene conciencia de que es tenso
y, en segundo lugar, es posible que en su vida actual no
haya nada que indique la causa de una afección. De
m odo que con frecuencia no hay causa psicológica apa­
146 EL GRITO PRIMA L

rente de una súbita enfermedad. Un ejemplo de ello es


el del hombre hiperactivo que al fin tiene un primer
ataque. El médico puede atribuirlo a un exceso de tra­
bajo y decirle: “ Es preferible que en adelante se lo
tome con calma; trate de aflojarse y no ser tan activo” .
Pero esta actitud puede acelerar el segundo ataque por­
que la inactividad puede equivaler a una supresión del
sistema defensivo, creando tensiones y aumentando la
presión interna. De modo que el segundo ataque sería el
resultado no de un exceso de trabajo, sino de una dis­
minución. Dicho con más exactitud, se produciría por­
que la persona no tiene nada en que concentrarse para
aliviar su tensión. Quizá la rápida muerte de algunos
hombres al jubilarse se deba también a la supresión del
sistema de defensa.
El médico puede aducir que los diversos problemas
que los pacientes le plantean no son psicosomáticos por­
que nó hay un trauma emocional visible. Pero es posible
que el síntoma con que se encuentra el médico sea el
resultado de la tensión acumulada. La medición periódi­
ca de la tensión puede ser útil para comprender y preve­
nir muchas clases de enfermedades. Una elevada tensión
permanente significa, entre otras cosas, la posibilidad de
un desequilibrio hormonal y de las enfermedades de él
resultantes. Varios pacientes que tenían hipotiroidismo
antes de la terapia, cambiaron después. A l dejar de to­
mar comprimidos de tiroides no tuvieron ninguno de los
efectos habituales que habían experimentado antes al
interrumpir la medicación.
Creo que la neurosis debe ser considerada un factor
en casi todas las enfermedades. Bloquear un sentimiento
es reprimir aspectos de la fisiología propia. Rara vez he
visto a un neurótico que fuera físicamente sano. Se ha
visto en estudios recientes que los individuos más ansio­
sos son más receptivos para los virus, por ejemplo. Pre­
veo el día en que la medicina ya no establecerá una
división entre el cuerpo (medicina interna) y la mente
(psiquiatría). Esta división ha hecho que la medicina se
NE UR OSIS Y E N F E R M E D A D E S PSICOSOMATICAS 147
ocupara de los síntomas físicos y la psiquiatría de los
mentales, sin entender que dichos síntomas son el resul­
tado de un sistema psicobiológico en conflicto. Según la
teoría primal, hay poca diferencia entre un síntoma
mental, tal una fobia, y uno físico, como los dolores de
cabeza. El síntoma es sólo la forma típica en que el
individuo resuelve su conflicto. Especializarse en el tra­
tamiento de síntomas es ocuparse de fragmentos del ser
humano. N o debe olvidarse que los síntomas están es­
tructurados en sistemas. Tratar una úlcera o una depre­
sión dejando de lado el sistema significa descuidar las
causas. Esto no quiere decir que no haya que ocuparse
de los síntomas, pero aliviarlos es sólo una solución
temporal.

La desaparición de los síntom as

Es cierto que síntomas como tics, úlceras, frigidez,


jaqueca, perversiones sexuales, etc., desaparecen con la
terapia primal, pero eso también ocurre con muchas
otras terapias. La diferencia importante es que en la
terapia primal los síntomas son por lo general los últi­
mos en desaparecer, a diferencia de la terapia tradicio­
nal que, según mi experiencia, puede aliviarlos con bas­
tante rapidez. Quizá sea porque al ayudar a la función y
mantenerla activa, el médico que aplica la terapia tradi­
cional da salidas suficientes al exceso de tensión del
paciente y disminuye sus síntomas. En la terapia primal,
en que se cortan las salidas, es posible que al principio
se agraven porque a lo largo del tratamiento el enfermo
ha perdido muchas de sus defensas menores. Mientras
exista una parte del yo irreal, mientras haya una esci­
sión, el síntoma continuará. Desaparecerá aproximada­
mente en el momento en que la persona esté preparada
para dejar la terapia.
Hay buenas razones para que los síntomas desaparez­
can tardíamente. En primer lugar, el síntoma —por
148 E L GRITO P R IM A L

ejemplo, el exceso en las comidas— ha sido habitual­


mente el centro de la vida del paciente y la salida prin­
cipal de la tensión neurótica. El síntoma suele ser el
último en desaparecer porque en general ha aparecido
tempranamente en la vida del paciente. Los tics y las
alergias suelen empezar antes de los cinco años, pero el
tartamudeo puede presentarse al empezar a hablar, a los
dos o tres años.
El síntoma era la manera en que el niño pequeño
resolvía la escisión.
Los síntomas corporales como la constipación, el tar­
tamudeo o los tics no deben ser considerados como
simples hábitos que hay que condicionar desde afuera
del organismo. Son las reacciones físicas involuntarias a
la escisión (el sentimiento desconectado del pensamien­
to) que producen presiones corporales más allá de la
voluntad o del control conscientes. Estas presiones oca­
sionan síntomas. La supresión de un pensamiento real
(la contrapartida mental de una sensación física) puede
producir un síntoma mental (una idea irreal o una fo-
bia, que es un tipo más grave de idea irreal). La supre­
sión de la contrapartida física del pensamiento real (el
doloroso pensamiento primal) puede producir síntomas
físicos (presión menor de gases en el estómago, que
tarde o temprano se convertirá en úlcera o colitis).
Es importante entender que la gravedad de los sínto­
mas aumenta con la intensidad y la duración de la pre­
sión. Una presión mental inicial puede producir unas
pocas ideas irreales o fobias. Llegado el caso, ocasionará
ilusiones o alucinaciones. Las alucinaciones serían sólo
el punto final de un proceso de desarrollo de ideas
irreales que empezó en la primera infancia. A medida
que aumenta la presión de sentimientos negados cada
vez más numerosos, la mente debe retorcerse adoptando
pliegues más complejos. Al mismo tiempo, ejerce más
presión sobre los órganos vulnerables que ayudan a eli­
minar parte de la tensión. Si al fin un sistema orgánico
cede la tensión (presión) tiende a canalizarse por esa
N E U R O SIS Y E N F E R M E D A D E S PS ICO SOM A TIC AS 149
vía. Si no logra reducir lo bastante la presión, quedarán
afectados otros sistemas orgánicos. De esta manera qui­
zá encontremos (como ocurrió con un paciente) prime­
ro secreción postnasal, después alergias graves, asma, úl
cera y así sucesivamente.
Deseo insistir en la unidad de todos los síntomas neu­
róticos, tanto psicológicos como físicos. Un sentimiento
bloqueado puede originar una tensión acumulada que,
llegado el caso, afectará la mucosa estomacal, o ese mis­
mo sentimiento puede ser representado de un modo ma-
soquista, dando por resultado una exteriorización del
mismo sufrimiento. En ambos casos el sufrimiento se
vuelve rea}. Entonces se puede hacer algo con él. Para
los trastornos hay píldoras. Para el ritual masoquista
hay un comienzo y un fin. En ambos casos implica una
reubicación del sufrimiento en algo concreto, en algo
que puede controlarse. Las enfermedades son síntomas
involuntarios del sufrimiento, en tanto que el masoquis­
mo es un síntoma voluntario. Aunque parecen ser fenó­
menos desemejantes, son sólo canales diferentes para los
sentimientos bloqueados.
El sadismo es otra variante en que, para no sentir el
sufrimiento, el sujeto lo inflige a otro. Alguien le pega a
su mujer cuando lo que realmente quiere es pegarle a su
madre, y en un nivel más profundo quizá quiera pegarle
a su madre porque sufre por falta de amor.
La dinámica de la elección de síntomas que actúan
interna o externamente puede ser compleja. (Los sínto­
mas psicosomáticos son un comportamiento irreal.) Son
el resultado de las circunstancias de la vida y de la
propia contextura constitucional. Pero para comprender
un síntoma (en este caso el masoquismo o las enferme­
dades psicosomáticas), debemos entender que se trata
de un comportamiento reubicado. Es el centro, la forma
en que designamos las fuentes aparentes del sufrimien­
to: “ Mi marido es cruel. La vida sería distinta si no se
emborrachara y no me pegara.” “Y o estaría espléndido
si sólo pudiera terminar con los dolores de cabeza.” N in ­
150 E L GRITO PRIMA L

guna de las dos cosas suele ser verdadera. La vida no


sería espléndida. Am bos comportamientos encajan con
el estilo de vida del individuo. Sirven a un propósito:
mantener alejado el sufrimiento real.
Como los síntomas mantienen alejado el dolor, cons­
tituyen una defensa. L a razón por la cual síntomas im­
portantes suelen ser los últimos en desaparecer en la
terapia primal, es que el sistema defensivo, que se ha
formado como entidad estable después de la escena pri­
mal principal, funciona sobre la base del todo o nada.
Cuando aún quedan sufrimientos críticos que deben ser
experimentados durante las etapas posteriores de la tera­
pia primal, el paciente vuelve con frecuencia a los sínto­
mas iniciales. Cuando al fin siente lo que provocó en él
la escisión completa, es improbable que tenga síntomas
de nuevo. Si lo miramos a la inversa, será más compren­
sible. Cuando un niño pequeño se escinde en el curso
de una escena primal, el exceso de tensión no resuelta
encuentra una salida: el síntoma. Este síntoma “ mane­
ja” el sentimiento y resuelve el conflicto de una manera
irreal. Tratar sólo los síntomas equivale, pues, a tratar la
irrealidad. Es una tarea infinita, trátese de síntomas físi­
cos o mentales. Por eso el psicoanálisis de los síntomas
lleva tanto tiempo.
En un estudio de Barker* y colaboradores se analiza
la formación de los síntomas. Estos autores habían ob­
servado anteriormente que los síntomas como el asma,
las úlceras y la hipertensión empeoraban durante las en­
trevistas en que se empleaba el amital sódico (el amital
es un barbitúrico usado como sedante o hipnótico). Los
pacientes hablan con más libertad bajo los efectos del
amital; la droga parece aflojar algunas de las inhibicio­
nes adquiridas (la fachada irreal). La cuestión implícita
en el estudio de Barker era la siguiente: ¿Por qué em­
* W. Barker y S. W olf, “ Experimental Production o f Grand
Mal Seizure During the Hypnoidal State Induced by Sodium
A m ytal” , American Journal o f Medical Science, V ol. 214 (1947).
p. 600.
NEUR OSIS Y E N F E R M E D A D E S PSICOSOMATICAS 151
peora el paciente (desarrollando síntomas) cuando está
menos inhibido? En el estudio sobre convulsiones y epi­
lepsia con pacientes bajo los efectos del amital, se des­
cribía la siguiente situación*:

El paciente (que había tenido antes ataques epilépticos) estaba


sentado en un sillón semirreclinable con electrodos sujetos al crá­
neo para registrar las ondas cerebrales. H abía tenido una “ semana
d u ra” , dijo, caracterizada por discusiones con su mujer y su m a­
dre. Se le dio amital sódico a razón de un grano y medio por
minuto durante tres minutos. La relajación provocada al comien­
zo de la inyección fue, en este caso, transitoria. El paciente em ­
pezó a mostrar una m ayor tensión. A l preguntársele: “ ¿Qué pa­
sa? ” , contestó: “ Mi m mmadre.” Hizo crujir los dientes, gruñó y
habló de un m odo bastante inconexo de su madre. Se mostró
alternadamente enojado y sufriente. Los comentarios sobre su
m a d r e e s t a b a n in tercalados de gruñidos: “ ¡Oh. . . Oh. . .
Oh. . . ! ” Se le preguntó: “ ¿En qué le molesta su madre?” , dijo:
“ Quisiera librarme de ella. La mataría. N o es buena. . . Está siem­
pre fastidiándome. . . todo el tiempo. . . todo el tiem po.” Parecía
contener a duras penas una rabia enorme.
“ Mi madre mató a mi padre” , continuó. “ Algún día la voy a
matar. Me vuelve loc o.” A pretó los puños, los alzó hacia la frente
y dio la impresión de no ser ya capaz ni de contener la rabia ni
de expresarla (el subrayado es m ío ). De pronto se le empalideció
la cara y lanzó un grito breve, estrangulado. Después le dio un
violento espasmo muscular; se puso rígido; su cara se torció en
una gran mueca; se le arqueó la espalda; cruzó fuertemente los
brazos sobre el pecho; estiró las piernas, tiesas. El espasmo mus­
cular rígido se aflojó y volvió en una serie de contracciones y
relajamientos típicos de una convulsión importante. Durante los
dos minutos del ataque las ondas cerebrales fueron características
de un gran acceso convulsivo. La irrupción de una crisis epilépti­
ca había hecho abortar la posibilidad de revivir bajo el hipnótico
las reacciones con respecto a su madre (una vez más, el subra­
y ad o es m ío).

Los investigadores se quedaron francamente asombra­


dos de todo esto porque el amital sódico tiene propie­
dades anticonvulsivas definidas. Concluyeron que la cri­
sis había sido provocada por un conflicto entre una

* W ayne Barker, Brain Storms (N e w Yo rk , Grove Press, 1968),


pp. 105-6.
152 E L GR ITO P R IM A L

rabia incontrolable y las restricciones de la conciencia.


Citaré algo más de lo que dice Barker porque se rela­
ciona con la teoría primal. “ Esto era coherente con la
idea de Freud. . . de que una crisis convulsiva, en su
opinión, reduce el nivel de descarga del plano de una
manifestación significativa al de una actividad neuro­
muscular subpersonal no significativa.”
En efecto, lo que está diciendo este investigador es
que los sentimientos bloqueados dan por resultado una
acumulación masiva de tensión con la descarga convul­
siva final, la crisis epiléptica. Si no estuviera describien­
do un ataque, yo hubiera pensado que hablaba de lo
que ocurre en la terapia primal. Es evidente que un
sentimiento bloqueado en la vida de una persona no
produce el síndrome epiléptico, como no produce úlce­
ras, tartamudeo o asma. Pero cuando son años de senti­
mientos reprimidos, hay que concluir que se produce
una acumulación de tensión superior a la capacidad del
organismo para soportarla. Quedarán afectadas la zona o
el órgano vulnerables. En la persona que ha nacido con
tendencia a la alergia, la acumulación de tensión puede,
llegado el caso, convertirse en asma; en el que tenga
tendencia a los trastornos cerebrales, la tensión acumu­
lada puede llevar a la epilepsia. ¿Qué hubiera ocurrido
de haberse apremiado al paciente para que gritara lo
que sentía? Creo que la expresión de lo que sentía hu­
biera impedido el desarrollo de su síntoma (la resolu­
ción del conflicto). El bloqueo del sentimiento produjo
una actividad neuromuscular difusa: tensión.
Debe aclararse que el hecho de expresar lo que se
siente una vez podría detener sólo ese ataque particular;
pero seguiría siendo epiléptico y, dada una presión
(stress) suficiente, se presentarían de nuevo los sínto­
mas. A l suprimir todas las represiones pasadas, podría
decir que el paciente tenía una predisposición a la epi­
lepsia, pero no la epilepsia misma. Es como ser esencial­
mente sensible o alérgico pero sin tener alergias.
Barker prosigue:
NE UR OS IS Y EN FE RMF D A D ES PSICOSOMATIC AS 153

El doctor Herbert S. Ripley y yo hicimos [o tra] entrevista' [a


otro paciente]. Producida la hipnosis, el paciente empezó a revivir
espontáneamente una serie de experiencias traumáticas (cargadas
de impulsos agresivos, sentimientos de culpa y de desamparo),
retrocediendo en el tiempo a medida que pasaba de un episodio a
otro. Era como si estuviese desplegando en el tiempo, para que lo
viéramos, un com plejo denso de experiencias relacionadas y muy
cargadas. Al revivir la serie parecía transmitir lo que por lo gene­
ral sólo p odía expresar convulsivamente.

A q u í Barker enuncia casi palabra por palabra la hipó­


tesis primal. En realidad, ese hombre tuvo una experien­
cia primal inducida por un proceso hipnótico en que
quedaron suprimidos los controles conscientes. En este
caso Barker señala que al revivir fuertes situaciones
emocionales del pasado se cortó el paso a una crisis
epiléptica. O, a la inversa, se deduce que los fuertes
sentimientos del pasado que no han sido resueltos y
expresados, dan por resultado crisis convulsivas. Muchas
personas acumulan tensión, otras tienen úlceras, otras
ataques. El problema es la tensión, no la forma de ali­
vio. De las descripciones de Barker yo concluiría que la
hipnosis y el amital debilitan el yo irreal, defensivo. Lo
que emerge son los sentimientos primales, sentimientos
hasta entonces tenidos en jaque por la fachada. En el
teatro, un hipnotizador puede en un momento cambiar
la fachada y transformar a alguien en algo o en otro,
pero en los experimentos de Barker no se hace nada
más que sacar la fachada. Esta es una prueba más de
cómo el aflojamiento (unas vacaciones, la jubilación,
una breve enfermedad) es una amenaza para algunos
neuróticos, una amenaza para todo su sistema físico.
Contribuye a explicar por qué son tan pocos los neuró­
ticos que se atreven a relajarse; relajarse es quedar abru­
mado y tal vez morir.
La obra de Barker tiene algo más que decir. Los
síntomas son necesarios para la economía psicofísica del
154 EL GRITO PRIM A L

individuo. Resuelven el conflicto. S u p rim ir los síntom as


sin suprim ir las causas es dejar al individuo a m erced de
que le ocurra algo p e o r que acum ular tensión.
Barker entrevistó después a un niño de diez años. Su
madre lo había convencido de que debía evitar a toda
costa las peleas. A l registrar las ondas cerebrales, se lo
interrogó al respecto: “ ¿Cómo te sentías cuando tenías
que poner la otra mejilla y eso significaba que te pega­
ban o tenías que escapar?” “ Y o no quería que pensaran
que era un cobarde, pero mamá se hubiera sentido muy
mal y me hubiera hecho sentirme mal si yo me pelea­
ba. . .” Barker lo describe como un niño tenso y éste
dijo: “ Y o no podía volver loca a mi madre. Es mi ma­
dre. ¡Ella me dio la vida! ”
El trazado de las ondas cerebrales mostraba tensión, a
la manera de algunos trazados epileptiformes. Barker
concluye: “ Sin el E E G (aparato registrador de ondas
cerebrales) no se hubiera sospechado la presencia de un
componente epiléptico en este bloqueo del lenguaje apa­
rentemente común. (Esto) establece una conexión entre
todos los ataques epilépticos y n o e p ilép ticos (el subra­
yado es m ío )” . En una palabra, los sentimientos blo­
queados tienen la capacidad (por lo menos al nivel de la
actividad cerebral) de producir convulsiones. Esto signi­
fica que al ser perturbado, el cerebro tiene a veces con­
vulsiones que la persona no sufre. Esas convulsiones ce­
rebrales pueden producir un comportamiento neurótico
y síntomas que no difieren en cuanto a su causa de los
ataques epilépticos (según Barker, hasta la flatulencia
puede serlo). Como hay ataques cerebrales convulsivos
en muchas clases de perturbaciones, cabe preguntarse si
un síntoma como el tartamudeo es un equivalente epi­
léptico. ¿El tartamudeo es entonces una “ epilepsia de la
boca” ?
Barker está señalando que el bloqueo del lenguaje y
los sentimientos que lo acompañan acumulan tensión
que se abre camino en el cerebro. Es de imaginar, pues,
el efecto de años de contener las palabras y los senti­
NE UROS IS Y E N F E R M E D A D E S PSICOSOMATICAS 155

mientos. L o significativo del estudio de Barker es que si


se estudiaran solamente los trazados cerebrales, se su­
pondría que los síntomas, ya sea de epilepsia o de tarta­
mudeo, por ejemplo, serían determinados por irregulari­
dades de las ondas cerebrales. Yendo más lejos se en­
cuentra que esos trazados cerebrales irregulares son el
resultado de la acumulación de sentimientos bloquea­
dos. Debemos siempre cuidarnos de no asimilar la causa
de una enfermedad a lo que estamos midiendo. Así, si
bien se pueden encontrar ciertos cambios en los compo­
nentes químicos de la sangre o la orina de los esquizo­
frénicos, no debe suponerse necesariamente que esos
cambios de la orina y la sangre causan la esquizofrenia.
L o que Barker señala en su excelente libro es que
muchos comportamientos dislocados parecen tener una
correlación en la falta de un funcionamiento uniforme
del cerebro, y que esto puede ser el resultado tanto de
sentimientos bloqueados como de la consiguiente acumu­
lación de tensión. Esta carga “ embaraza” (es la palabra
que él usa) al cerebro, dándole demasiado como para
que pueda funcionar con facilidad. Con arreglo a la hi­
pótesis primal, esto significa que las funciones del cere­
bro se resienten cuando nos pasa algo que es más de lo
que podemos coordinar a la vez: escenas primales.
L o que todo esto significa es que cuando no pode­
mos ser nosotros mismos en una situación, esa situación
no termina simplemente para nosotros. Es interiorizada
en forma de tensión que se abre camino hasta el cere­
bro, cuyo funcionamiento se perturba. Esto puede dar
por resultado un pensamiento confuso, tartamudeo o
epilepsia. O simplemente un comportamiento ficticio y
casual, un andar como bola sin manija. . .
El síntoma neurótico es la resolución idiosincrásica
de la lucha interna del individuo. El estilo, en este senti­
do, es el hombre. Por lo tanto, el síntoma no puede
tener un significado universal; sólo puede tener significa­
do para una determinada persona. Así, hacer crujir los
dientes puede tener mil significados. Para una paciente
156 E L GRITO PRIM A L

era estar apegada a la vida “ por el filo de los dientes” ,


como decía. Para otro reflejaba una rabia que no podía
expresar nunca. Pero para cada paciente cada síntoma
tiene un significado: lo que significa para él exclusiva­
mente. De modo que no podemos decir que el que hace
crujir los dientes es un hombre pasivo y dependiente, o
agresivo, o esto o lo otro de una manera latente. Tam ­
poco podemos dar definiciones universales; sólo el pa­
ciente puede decirnos lo que significa su síntoma.
Hay síntomas neuróticos que habitualmente no son
considerados como tales: la baja estatura, por ejemplo.
Por lo común una persona no irá al psicólogo porque es
baja. Sin embargo después de la terapia descubrimos
que su desarrollo había sufrido un retardo, no sólo
mental sino físico. Vemos que el paciente ha crecido y
entonces podemos inferir que su baja estatura era en
verdad un síntoma, su resolución idiosincrásica de las
contradicciones internas que lo torturaban.
En los dos últimos años no he comprobado la reapa­
rición de un síntoma en un paciente que hubiera termi­
nado la terapia primal, cosa que no podría decir de mi
labor como terapeuta tradicional. ¿Por qué? Porque, a
mi juicio, los síntomas dependen de la tensión. N o re­
aparecen porque no hay un dolor primal que produzca
tensión. N o hay una escisión que separe el cuerpo de la
mente. N o hay nada, en una palabra, que permanezca
oculto creando presión en el organismo.
Podría seguir enumerando indefinidamente todos los
síntomas que ha eliminado la terapia primal, desde los
calambres menstruales hasta el asma. Pero se pensaría
entonces que la terapia primal es una especie de pana­
cea y su crédito disminuiría. “ Si por lo menos me con­
taras algunos de tus fracasos, algunos de los síntomas
que nunca han desaparecido” , decía un colega, “ estaría
más dispuesto a aceptar tus exageradas pretensiones” .
Pero la terapia primal debe ser capaz de suprimir todos
los síntomas; en caso contrario su premisa: que los sín­
tomas son el resultado de los dolores primales, no es válida.
NE UROSIS Y E N F E R M E D A D E S PSICOSOMATICAS 157

Quizá el paciente que ha sido sometido a esta terapia,


libre de síntomas y de tensión, parezca el superhombre.
Pero es el neurótico el que trata de ser un superhom­
bre: come por dos, trabaja por dos, utiliza la energía de
dos para duplicar su desdicha.

D iscusión

Cada hombre es su verdad. Para el neurótico, esas


verdades son los dolores primales. Una mentira en la
mente significa una hérida en el cuerpo. Aunque la
mente del neurótico diga que todo anda bien, su cuerpo
dice la verdad. Los trastornos psicosomáticos son la ver­
dad del cuerpo.
A medida que el tiempo pasa, quizá tengamos que
cambiar muchas de nuestras ideas sobre lo que es el
funcionamiento normal. Una paciente, que es enferme­
ra, ha tomado el pulso y medido la presión sanguínea a
los otros miembros del grupo, y ha observado que el
ritmo es muy inferior al medio. Algunos pacientes han
observado una constante caída de la temperatura del
cuerpo en descanso. Algunos dicen que su temperatura
anda constantemente alrededor de 35 grados. En gene­
ral, los pacientes que han terminado la terapia primal
gozan de excelente salud y sólo puedo atribuir este he­
cho a la ausencia de tensión crónica.
Cuando el neurótico no es presa de la enfermedad
resultante de la tensión crónica, puede sucumbir al hábi­
to que le sirve par'», aliviarla. El cigarrillo, el exceso de
comida, las píldoras, la bebida, todos se cobran su pre­
cio. Aun con ayuda de estos hábitos para descargar la
tensión, muchos neuróticos siguen sufriendo de enfer­
medades psicosomáticas. El sistema neurótico es como
un recipiente gigantesco que desborda de síntomas.
Nuestra tarea ha consistido en combatir los síntomas de
la mejor manera posible. Pero debe aclararse que necesi­
tamos descargar la elevada tensión si queremos suprimir
E L GRITO PRIM A L

los síntomas. Sólo lo conseguiremos si comprendemos


que la tensión neurótica no es normal y no tiene cabida
en un sistema sano. Los síntomas son el resultado de un
cuerpo que trabaja contra sí mismo, de la presión entre
el yo real y el yo irreal. Una salud física y mental
permanente entraña la supresión de esa presión.
11

SOBRE L A N O R M A L ID A D

El objeto de la terapia primal es volver reales a los


individuos. Las personas normales son reales por defini­
ción. Los pacientes que se han sometido a la terapia
primal se vuelven reales. Pero pueden conservar cicatri­
ces. Han recibido muchas heridas en la vida y los re­
cuerdos no se borran; lo único que se puede hacer es
esfumarlos para que no tengan la fuerza que hace actuar
al neurótico simbólicamente. Tan desposeído como un
neurótico, es evidente que el paciente que ha terminado
la terapia primal no va a ser un ser humano totalmente
pleno. Como un neurótico, sólo puede luchar para lo­
grarlo. La terapia no lo ha liberado para satisfacer sus
necesidades presentes.
Cuando hablo de un ser humano normal, me refiero a
una persona libre de defensas, sin tensión, que no lucha.
Mi idea de la normalidad no tiene nada que ver con las
normas estadísticas, los promedios, las escalas de adap­
tación social, el conformismo o el no conformismo.
Cuando una persona es ella misma, su comportamiento
puede ser tan variado e infinito como habitantes tiene
el mundo. El individuo normal es él mismo. La terapia
primal vuelve al sujeto a sí mismo, en vez de tratar de
que “ haga algo de sí mismo” .
Analizaré al individuo normal en contraste con el
neurótico. Más adelante trazaré un retrato compuesto
del paciente postprimal, diré cómo se siente, qué hace y
qué clase de relaciones tiene.
160 E L GRITO PRIM A L

El hombre satisfecho se relaja. El neurótico que está


insatisfecho porque no ha calmado sus necesidades, de­
be buscar las causas aparentes de su insatisfacción. Esto
le impide conocer las fuentes reales de su infelicidad.
Por eso sueña con conseguir un nuevo trabajo u otro
título académico, mudarse a otro lugar, o encontrar una
nueva novia. Confía en que, al concentrarse en su traba­
jo desagradable, en su mujer que no lo comprende, el
descontento esencial desaparecerá.
Recuerdo a un paciente que vino un día quejándose
del giro de los acontecimientos políticos de este país.
Estaba obsesionado por salir, por trasladarse al extranje­
ro. Lo que decía sobre la atmósfera política parecía
muy verdadero. Cuando sintió cuál era su verdadero
descontento, no cambió de ideas sobre la situación polí­
tica, pero dejó de estar obsesionado por irse. Lo que
sentía era: “ N o hay un buen hogar para m í” . Nunca
había tenido un buen hogar. Hogar malo = país malo.
Su sueño era encontrar un buen hogar en otra parte.
Como no está donde está, el neurótico nunca se sen­
tirá contento durante un lapso prolongado. Utiliza el
presente para realizar el pasado. Así, comprará una casa,
se instalará, y cuando todo esté terminado, querrá una
casa nueva. O buseará una amiga y la dejará después de
haberla “ conquistado” .
Para el neurótico lo importante es la lucha, no el
resultado. Por eso suele no terminar lo que empieza.
Justifica su trabajo imperfecto con el pretexto de que
tiene tanto que hacer. Pero si tiene tanto que hacer es
porque no termina nada. Terminar y sentirse insatisfe­
cho es sufrir. Por eso tantos individuos se afanan en los
últimos meses de su trabajo por alcanzar una posición
más alta; por eso también algunos no descansan conten­
tos si tienen dinero en el banco. Apenas acaban de can­
celar una deuda, necesitan pedir prestado de nuevo para
mantener la lucha. Sentir: “ He llegado, tengo dinero en
el banco y sigo sintiéndome desdichado” , es intolera­
ble. La lucha se hace cargo de esto. Algunas amas de
SOBRE LA N O R M A L I D A D 161
casa neuróticas rara vez se levantan temprano para ter­
minar del todo sus tareas domésticas, porque entonces
tendrían que enfrentarse con el vacío de sus vidas. En
cambio, tienen una o dos habitaciones en constante des­
orden; de esta manera mantienen la lucha. Pueden anti­
cipar con gusto la visión de la casa arreglada y limpia y
eso les impide sentir: “ ¿Y ahora qué?” , una vez realiza­
das las tareas.
El hombre normal, que no necesita luchar, que no
necesita obstáculos en el camino para mantenerse en la
lucha, se pone a hacer las cosas. El neurótico, al poster­
gar la experiencia de su sufrimiento, posterga gran parte
del resto de su vida. En realidad, experimentar ese sufri­
miento es empezar a vivir para el neurótico. Mientras no
sienta, debe ser elusivo, no sólo para evitar lo que due­
le, sino también lo desagradable. Como está siempre
apartándose de su verdadero yo, tiende a ser volandero,
si no física, por lo menos mentalmente. Su cabeza está
llena de lo que planea hacer; no puede estarse quieto.
Se mueve hasta durmiendo, se revuelve, transpira. Puede
ser tan activo que no sea capaz de dormir nada, obsesio­
nado por pensamientos perturbadores y asuntos no re­
sueltos.
El hombre normal puede estar con alguien de un m o­
do completo. N o hay una parte suya separada, “ en re­
serva” ; por lo tanto, es capaz de interesarse totalmente.
El neurótico suele ser un torbellino de distracciones; sus
ojos, como su mente, parecen pasar como una flecha de
una cosa a otra, incapaces de concentrarse durante un
tiempo cualquiera.
Desde luego, el hombre normal no está escindido.
Esto significa que cuando agita la mano no mira a otra
parte. Puede escuchar atentamente, cosa rara en el neu­
rótico. ,E1 neurótico sólo oye lo que quiere. La mayor
parte del tiempo está pensando en lo que va a decir a
continuación. Lo que escucha, por lo general, sólo será
valorado si se refiere a él mismo de una u otra manera.
N o puede ser objetivo y apreciar por sí mismo lo que
162 E L GRITO PRIM A L

está fuera de él (y esto se aplica a sus hijos). Las con­


versaciones del neurótico rara vez trascienden la expe­
riencia personal ( “lo que yo le dije” , “lo que él me
dijo” ), porque el interés del neurótico está centrado en
su yo insatisfecho. El hombre normal se interesa en su
yo de otra manera. N o todo en el mundo tiene por qué
estar en relación con él, pero él es capaz de relacionarse
con el mundo. N o utiliza su mundo exterior para tapar
el interior.
El hombre normal no se siente aislado; se siente solo,
y ese sentimiento es muy diferente del que tenía antes
de estarlo. Es una experiencia de separación, de desvin-
culamiento desprovista de miedo y pánico. La soledad
del neurótico es la negación de estar solo, la necesidad
de estar con otros para huir del catastrófico sentimiento
primal de ser rechazado y estar realmente solo la mayor
parte de la vida. Los inventores del Muzak y de la radio
en el auto entendieron la soledad del neurótico; estos
son mitigadores del sufrimiento, defensas proporciona­
das gratuitamente para que el neurótico no tenga que
sentir su soledad. El hombre normal suele considerarlos
como una invasión de su vida privada.
El hombre normal está en lo justo y eso se siente en
su forma de reaccionar. El neurótico lleva una vida exa­
gerada: reacciona de más o de menos; desde que descu­
brió que sus propias reacciones eran inaceptables, ha
tenido que reaccionar de maneras excesivas o hacer co­
mo que no reacciona en absoluto. Por ejemplo, una
paciente llevó a una amiga neurótica a ver su nuevo
departamento. Le preguntó si le gustaba la decoración.
La amiga dijo: “Ah, ojalá mi alfombra fuera tan buena
como la tuya”. Había visto la habitación sólo en fun­
ción de sus propias necesidades, y su reacción fue una
respuesta típicamente neurótica. Algunos neuróticos,
cuando oyen un chiste, en lugar de celebrar su humor
riendo, retrucan de inmediato con otro mejor.
Toda vez que alguien tiene que “ identificarse” en lu­
gar de sentir, observamos esta reacción inadecuada. El
SOBR E LA N O R M A L I D A D loó
hombre normal reacciona correctamente, no porque tra­
te de producir un efecto o haya estudiado las reglas,
sino porque siente lo que corresponde. Quiere decir que
para ser un buen padre, no necesita estudiar infinita­
mente manuales de orientación para padres. Será una
persona natural y permitirá que sus hijos sean personas
naturales.
Como la persona normal no necesita tapar su sensa­
ción de no ser importante, no necesita luchar para que
los camareros y el personal de los hoteles lo traten co­
mo a alguien especial. Para el neurótico esta suele ser
una ocupación absorbente. La necesidad neurótica con­
siste en parte en rodearse de gente para no sentirse solo,
o ingresar en clubes, para tapar el sentimiento de no
haber pertenecido nunca a una verdadera familia. Toda
esa lucha incesante terminó para el hombre normal.
Cuando pienso en la lucha neurótica, pienso en una
publicidad reciente de una marca de whisky: “ Puede ser
una pequeña manera de recompensarse por todos los
años de lucha que le ha llevado a usted llegar donde
está” .
Las luchas neuróticas son fabricadas. Así, una mujer
puede pasarse años haciendo pichinchas sin tener jamás
la impresión de que- ha efectuado una compra realmente
satisfactoria. Probablemente es así. Si hubiera consegui­
do el afecto de sus padres sin lucha, quizá las pichin­
chas no hubieran llegado a ser tan importantes. Las pi­
chinchas son las neurosis de todos los norteamericanos.
Es como la píldora de la dieta mágica, algo bueno con
pequeño esfuerzo, como el whisky. Lo que hace espe­
cialmente deliciosa la pichincha es la lucha. Cuanto ma­
yor es la lucha, más valioso el premio, salvo que no es
el verdadero premio deseado para la gran lucha de la
vida del individuo. Es apenas un sustituto, porque los
años de lucha por el afecto de los padres se reducen a
nada. Las pichinchas semejan la vida del neurótico con
sus padres, con una diferencia: el neurótico gana al fin
lo que a menudo no quiere.
164 EL GRITO PRIM A L

Entrar a una tienda y pagar el precio corriente es


difícil para muchos neuróticos, porque no hacen nada
“ especial” . Cualquiera puede pagar el precio corriente, y
si uno lo hace, es como los demás. El hombre normal
no es un cazador compulsivo de pichinchas. Trata de
hacerse fácil la vida, no difícil.
Muy parecida a la pichincha es la forma en que el
neurótico trata el dinero. Un paciente dijo que antes del
tratamiento nunca había podido tener dinero en el ban­
co, porque eso significaba que no tenía que luchar más.
Este hombre luchaba constantemente para desprenderse
de un temprano sentimiento de inutilidad. Había confia­
do (inconscientemente) en que el dinero le haría sentir­
se digno. Pero desde luego, nunca había dinero bastante
para eso. Cuando tuvo dinero no pudo vivir con él por­
que seguía sintiéndose despreciable, y así se vio llevado
a seguir acumulando. El hombre normal no usa el dine­
ro simbólicamente para llenar viejas necesidades. Se
siente digno porque ha sido valorado justamente en lo
que era por padres normales. Si el dinero es la preocu­
pación natural de tantos neuróticos es porque el neuró­
tico, por definición, debe sentirse indigno; no fue valo­
rado en lo que era. Como no es capaz de sentir sus
verdaderas necesidades, siempre querrá más de lo que
necesita.
Hay otros neuróticos que no pueden gastar el dinero.
Su lucha consistía posiblemente en tratar de sentirse
seguros y a salvo. Pero una vez más, el dinero solamente
no puede lograr que una persona insegura se sienta segu­
ra. El neurótico de esta clase está constantemente pos­
tergando su vida: “ Algún día, cuando las cosas mar­
chen, me tomaré vacaciones” . N o viye nunca. En cam­
bio, se aferra a una fantasía sobre cómo será la vida
algún día. Esa fantasía se asocia íntimamente al sufri­
miento, lo cual ayuda a explicar por qué muchos indivi­
duos postergan tanto su vida. El hombre normal, en
cambio, consigue las cosas ahora. N o tiene viejos sufri­
mientos que lo arrastren hacia atrás y le hagan dejar de
SOB RE L A N O R M A L I D A D 165
lado las cosas. Sus sentimientos reales eliminan la nece­
sidad de fantasías irreales.
El hombre normal es estable. Está contento de estar
donde está y no necesita imaginar que la verdadera vida
está “ en otra parte” . Una mujer lo expresó así: “ Y o
solía mirarme al espejo y me aterraba verme las arrugas.
Recorrí varios expertos en belleza, probé lociones espe­
ciales, y como esto po dio resultado, me sometí a ciru­
gía estética. Me desesperaba sentir que mi juventud ha­
bía pasado y que nunca tendría la posibilidad de conse­
guir lo que aquella niñita dentro de mí necesitaba. La
vista de las arrugas y el pelo gris acentuaba mi desespe­
ranza de volver a ser pequeña y entonces andaba de
aquí para allá. Iba a fiestas y espectáculos innumerables.
Trataba de estar a la moda y atractiva. Andaba como
bola sin manija. N o podía detenerme” .
E L hombre normal acepta su edad porque está vivien­
do ahora y ha sentido y experimentado su juventud. No
trata de capturar cada día de su vida algo perdido hace
décadas. N i se preocupa excesivamente del futuro ni
recuerda perpetuamente el pasado porque no vive en un
tiempo inexistente.
Utilizando la frase de McLuhan, para el neurótico:
“ La personalidad es el mensaje” . La personalidad es ur­
dida en función del mensaje que debe expresar. Así, la
persona lacónica puede estar diciendo: “ Papito, hábla-
me, llévame afuera” ; el tipo embrollón, desorganizado
dice: “Mamita, estoy perdido. Dirígeme” ; el de cara pa­
tibularia: “ Mamá, pregúntame qué me duele” ; el depre­
sivo: “ N o me pegues cuando estoy en el suelo” .
Como el normal no trata de decir nada indirectam en­
te, no se ha urdido una personalidad. La gente que no
tiene viejas necesidades, es como es. No sé cómo expli
cario mejor sino diciendo que por no tener una fachada
psicológica, el hombre normal vive y deja vivir. Como
he señalado, el cuerpo es parte de esa personalidad to­
tal, de modo que los neuróticos a menudo lo parecen:
veremos labios finos, apretados, cerrándose para no de­
166 F-L GRITO PRIM A L

cir palabras inaceptables, ojos entrecerrados, “ incapaces


de ver lo que está pasando” , como dijo un paciente. O
veremos una boca que cae por una pena no expresada
ni resuelta y una mandíbula protuberante en perpetua
cólera. Todo el organismo del neurótico expresa el men­
saje inconsciente. A l no haber un mensaje que expresar,
cabe esperar un cuerpo bien proporcionado en el hom­
bre normal. Los cambios físicos que he visto en los
pacientes que han terminado la terapia primal me hacen
concluir que parte de lo que creemos heredado puede
ser realmente resultado de la neurosis.
El hombre normal es capaz de disfrutar. Es sorpren­
dente ver qué pocos neuróticos son capaces de ello sin
ayuda artificial, como el alcohol. Como dijo un pacien­
te: “ L a alegría torpedea la esperanza. Y o me las arregla­
ba para convertirlo todo en algo no placentero. Si todo
el día había marchado bien, me ponía de pronto irrita­
ble y armaba una pelea. N o podía digerir una dieta
constante de bonanza. Me hacía sentir incómodo, como
un hacha a punto de caer. Ahora miro hacia atrás, y
pienso que aceptar toda esa bonanza significaba renun­
ciar a la lucha por hacer de mis padres buenas gentes. Si
yo aceptaba sinceramente la bondad y gozaba realmente
de la vida, tenía que renunciar a la esperanza de que se
reconociera mi desdicha” . El neurótico no persigue el
placer ahora, quiere que funcione para entonces. Lo
mismo puede decirse del afecto. El hombre normal goza
del afecto sin reservas. Pero para el neurótico eso puede
querer decir: “ N o los necesito más, papá y mamá. He
encontrado a alguien que me quiere” . Es terriblemente
difícil para el neurótico sentir que nunca será aquel
niño o aquella niña que va a conseguir de los padres lo
que no había tenido.
Un ejemplo de la diferencia entre la reacción normal
y la neurótica lo dio un paciente que, después de Navi­
dad, dijo que había recibido “ millones de regalos” . N e ­
cesitaba aumentar su número para llenar el gran vacío
de toda una vida.
SO BR E L A N O R M A L I D A D 167

Es común leer que los niños necesitan obligaciones y


tareas para aprender a ser responsables. Se los insta a
que ganen dinero, aunque no lo necesiten. Por ejemplo,
cuando un vecino llama al niño para ir a jugar, la prime­
ra pregunta que asoma a los labios de los padres será:
“ ¿Has hecho todos los deberes?” En cierto modo los
padres temen que al dejar que los niños hagan lo que
quieren nunca hagan lo que deben. Entonces oponen
obstáculos a cada deseo del niño hasta que éste se ate­
moriza de los más sencillos y puede llegar incluso a
evitarlos. Más adelante es posible que esa persona no sea
capaz de proceder jamás espontáneamente sin hacerse la
pregunta irritante: “ ¿Qué debo hacer primero?” Una
paciente me dijo: “ Si yo me había divertido un día y
alguien me invitaba a salir la noche siguiente, mi madre
siempre me ponía la proa porque era ‘demasiada excita­
ción’, es decir, placer. Probablemente la aterraba que yo
aprovechara mi parte de diversión sin pagar el precio” .
La vida del hombre normal es mucho mas fácil en
este sentido. N o se abstiene de vivir el presente, ni so­
mete a sus hijos a la lucha para que se sientan culpables
por haber sido libres y espontáneos.
Nada está nunca del todo bien para el neurótico por­
que él nunca estuvo bien para sus padres. Es típico no
decir jamás a un niño una palabra de alabanza, una
frase que signifique que está bien así como está; casi
todos los pacientes dicen que no recuerdan haberla
oído. En cambio, el padre neurótico debe expresar su
sufrimiento con cada respiro, porque el sufrimiento está
ahí, en todo momento.
El resultado de haber sido criticado toda la vida
adopta muchas formas. Por ejemplo, se le puede hacer
un regalo a un neurótico, e invariablemente encontra­
rá algo que no está bien. Encontrará algo mal en todo
porque en él sólo se vio lo malo. Cuando el neurótico
lee las noticias sólo repara en las malas, en lo que anda
mal, en los otros que son también desdichados o proce­
den mal. En una sociedad neurótica en que la gente
168 EL GRITO PRIM A L

debe proyectar fuera su propia desdicha para hacer tole­


rable la vida, las noticias se convierten en sinónimo de
malas noticias. El hombre normal no festeja la desdicha
ajena; la siente y trata de contribuir a remediarla.
Cuando uno trata de llenar el vacío del neurótico,
debe recordar que es un pozo sin fondo. El neurótico
necesitará regalos muy costosos para llenar años de va­
cío y desamor. Pero no hay regalo que lo consiga, por
costoso que sea; no hay pieles suficientes en el mundo
para calentar una vida helada.
Incluso el logro de objetivos largamente buscados no
siempre es la respuesta. Un paciente mío, después de
graduarse al fin en filosofía, tuvo una depresión grave.
Pensó que al cabo de ocho años de lucha terrible, el
diploma haría algo por él, pero siguió sintiéndose sin
afecto ni importancia. Me dijo que obtener el doctorado
en filosofía era como producir el milagro final y no
sentirlo. El ser normal no confía en que una cosa exte­
rior pueda hacer algo por él, y entonces deja que las
cosas sean como son.
Para el neurótico, el desengaño es el fiel acompañante
de la esperanza. La esperanza que oscurece la realidad,
garantiza a menudo que la persona ha de ser herida por
sus expectativas irreales. El neurótico está obligado a
sentirse defraudado por la fiesta de Navidad, por ejem­
plo, cuando en cierto modo se espera que esa fiesta lo
haga sentirse querido y amado.
El hombre normal es sano. N o necesita recorrer los
consultorios médicos para decir: “ Me duele” , porque
nunca pudo decirlo a sus padres. Com o no hay un im­
pulso que lo arrastre a la irrealidad, ni sistema simbólico
que mantenga al cuerpo inquieto y fatigado, el indivi­
duo normal no sólo es más sano, sino también más
enérgico. Utiliza su energía para cumplir tareas reales,
no en luchar para conseguir lo imposible. Y por último,
sabe cuándo se siente bien. Un paciente me dijo: “ N un­
ca supe siquiera si me sentía bien. Estaba tan lejos de
mis sentimientos. Cuando alguien me preguntaba cómo
SOBRE LA N O R M A L I D A D 169

me sentía y yo no estaba mal, tenía que deducir que


como no me sentía mal, sólo me quedaba una cosa:
tenía que sentirme bien” .
El hombre normal no hace luchar a nadie. Entiende
que debe complacerse. a los niños sin que tengan que
ganárselo. N o obliga a sus niños a luchar p o r nada. Para­
dójicamente, esos niños parecen manejarse muy bien en
la vida, contrariamente a la opinión de que la lucha
temprana en la vida nos prepara en cierto modo para lo
que viene más adelante. Muchos neuróticos ni siquiera
se dan cuenta de que no tenían por qué haber hecho
algo para agradar a sus padres. Han luchado tantos años
para agradar que no pueden imaginarse que baste existir
para agradar. El proceso condicionante de tener que ac­
tuar para conseguir la aprobación empieza casi en el
nacimiento, cuando se trata de hacer sonreír al niño
(parecer feliz). Más tarde se le pide que haga el gesto de
adiós, o que baile para los abuelos o que diga esta pala­
bra, sin tener en cuenta cómo se siente el niño en ese
momento. Durante la infancia casi todos los contactos
se establecen para que el niño se comporte de acuerdo
con la voluntad de alguien. Esta necesidad de parte de
los padres y abuelos de obtener para sí una constante
respuesta, parece un sutil resultado de lo pequeña que
era la respuesta que habían conseguido ellos obtener de
sus padres.

Cuando se contrapone al hombre normal con el neu­


rótico, maravilla que los neuróticos duren tanto.
Si hubiera algún principio clave sobre el comporta­
miento real, podría ser el siguiente: La realidad se rodea
de otra realidad de la misma manera que la irrealidad
busca la irrealidad. La gente real o normal no tendrá
relaciones continuas con la gente irreal, y la inversa
también es verdadera. Lo ficticio es intolerable para el
hombre normal. N o va a halagar, adular al neurótico, ni
a ceder, a ablandarse ante él para seguir a su lado. Tam ­
170 E L GR ITO P R IM A L

poco puede ser seducido, gobernado o dominado por el


neurótico, de modo que a menos que se trate de alguien
muy seguro, la relación será difícil. El hombre normal
no caerá en la trampa de la lucha de otro. Un paciente
contó que antes había tenido que terminar las frases de
su mujer. Ella empezaba a hablar y entonces lo miraba
suplicante, y él saltaba en seguida para ayudarla. La
reacción era automática e inconsciente.
Es improbable que el neurótico continúe una relación
que no sirve a s*s necesidades neuróticas. Tiene exigen­
cias especiales, fiende a buscar a esas personas que
comparten su tipo de ideas y actitudes irreales. Cabe
esperar, pues, una homogeneidad de pensamiento con su
grupo de amigos en lo que se refiere a economía, políti­
ca, gentes o fenómenos sociales generales. L o que sugie­
ro es que ser irreal constituye toda una amplia estructu­
ra. El neurótico debe evitar la realidad mientras no esté
dispuesto a enfrentar la suya. Hasta ese momento creará
a su alrededor una envoltura confortable pero irreal en
el trabajo que hace, los diarios que lee, los amigos que
tiene.
La fuerza de la irrealidad social del neurótico depen­
derá hasta cierto punto de la parte de sí mismo que
está obligado a negar. Si un hombre no ha sido nunca
querido por su padre, quizá tenga fantasías homosexua­
les. Algunos reconocerán esas fantasías y las aceptarán;
otros quizá las nieguen y posiblemente ni siquiera admi­
tan que existen en sus sueños y en sus fantasías diurnas.
Los del último grupo se negarán más que los del prime­
ro. Pueden llegar a despreciar incluso la vista de los
homosexuales y promulgar leyes contra ellos. En su
comportamiento social, pues, pedirán la derogación de
todos los derechos de los homosexuales, todo porque
quieren un papá y no pueden decirlo. Estos mismos
hombres están tan asustados de su propia “ debilidad”
que llegan a despreciarla. N o sólo tratan de actuar con
energía e independencia, sino que quieren promulgar le­
yes contra “las sanguijuelas” o cualquier otro sector in­
SO BR E L A N O R M A L I D A D 171
capaz de ser duro y arreglárselas solo. La represión de
las propias necesidades suele conducir, en una palabra, a
la negación de las necesidades de los otros.
Tratar de cambiar las ideas sociales de algunos neuró­
ticos equivale a cambiar todo su sistema psicofísico. El
neurótico cree lo que debe creer para que su vida sea
tolerable. Hablarle prescindiendo de sus creencias esen­
ciales es como prescindir de sus elementos constitutivos.
El hombre normal no se interesa en la explotación de
los demás. N o necesita de las gentes nada que sea irreal.
El neurótico, indefenso frente a su sufrimiento, necesita
a menudo explotar a los demás para sentir una impor­
tancia que no conoce. Debe hacerlo para cubrirse. En
general necesita que otros le digan qué es lo que le
conviene a él, a su hijo, a su casa, a su ropa.
El que no es normal no puede dar nada de sí mismo
cuando su yo está encerrado en su interior. El neurótico
puede fingir preocupación e interés por los demás y
convencerse a sí mismo de ello, pero su yo no se intere­
sará en ningún sentido real mientras no pueda sentir y
expresarse plenamente. Mientras el yo real esté tapado
por el miedo y la tensión, mientras ese yo necesite de­
sesperadamente, no puede dar.
Es improbable que el hombre normal coleccione nu­
merosos amigos para no sentirse solo en el mundo. En
general sus amigos no son ni trofeos ni posesiones. Los
pacientes postprimales dicen que pueden andar con
otras personas reales, sin tener en cuenta su idiosincra­
sia. Sostienen que las personas reales son abiertas y
honestas, que no piden y que las idiosincrasias no cons­
tituyen una amenaza.
El individuo normal no necesita tener ocupados todos
los sábados por la noche con varios meses de anticipa­
ción para sentirse querido o popular. Un médico normal
no necesita una sala de espera llena de pacientes para
sentirse necesario. Esto último funciona de dos maneras.
El paciente neurótico puede también sentirse temeroso
cuando es el único en la sala de espera y el médico lo
172 EL GRITO P R IM A L

recibe en seguida. Como no ha luchado, esperando y


retorciéndose, sentirá que su médico no es tan bueno
como el que hace esperar una hora a la gente.

El individuo normal que actúa de un modo realista,


tiende a ser puntual porque funciona en el tiempo real,
no en algún tiempo del pasado. Esto significa que no
usará el tiempo simbólicamente para sentir algo que de
otra manera no siente. N o llegará tarde, por ejemplo,
para tratar de sentirse importante o no sentirse rechaza­
do como ocurre con el neurótico.
Por ejemplo, llegar tarde significa mantener viva la
esperanza irreal. Es una manera más del neurótico de no
ser justo con la vida. O maquinará un asunto que nunca
lo llevará a sentir. Se mantiene en constante movimien­
to, siente una presión exterior que en realidad está
adentro. Muchos neuróticos se las arreglan para no tener
nunca tiempo de vivir con ocio. Planean muchos pro­
yectos (para llenar el tiempo) con el objeto de que no
Ies quede nunca un momento para sentir o reflexionar.
Muy pronto tienen más cosas por hacer que horas el
día. El resultado es que llegan tarde a todo.
Como analizábamos en otra parte, hay seudosenti-
mientos que ya no se dan en el individuo normal. N o es
celoso ni se siente cargado de culpas. Contento de ser lo
que es, no envidia a los otros, no quiere lo que los
otros quieren ni pide lo que tienen. Supongo que este
es otro modo de decir que es capaz de permitir a los
demás --su mujer, sus hijos, sus amigos— que sean ellos
mismos. N o vive a través de sus logros y éxitos. N o se
preocupa de exhibir los signos de la felicidad y la vida.
El hombre normal no se siente alienado, porque el do­
lor es lo que produce la alienación de una parte del yo
a la otra. (Quizá la alienación de uno mismo es lo que
permite a los dirigentes hablar con tanta facilidad de
matar. Divorciados de su propia humanidad, no son ca­
paces de sentir por la humanidad de los otros. Evidente­
SOBRE L A N O R M A L I D A D 173
mente la muerte no es una tragedia real para los que no
sienten la vida. En este sentido, estar interiormente
“ muerto” hace que la muerte real de los demás sea
menos verdadera y, por lo tanto, menos horrible.)
El hombre normal siente latir la vida de los otros.
Tiene tacto, no porque sea profundamente deshonesto,
sino porque siente el sufrimiento de los demás. Siente
cuánta realidad son capaces de sentir los otros.
Es sensible en el verdadero sentido de la palabra. No
sólo tiene agudeza mental para percibir las necesidades
y motivos de los demás, sino que posee una sensibilidad
orgánica total en que su mente y su cu erp o son directa­
mente afectados por los estímulos. Y o hago un distingo
entre la sensibilidad intelectual del neurótico y la aper­
tura del individuo normal. Quiero aclarar este punto
porque hay muchos neuróticos agudamente perceptivos
y que ven con precisión las personalidades de quienes
los rodean. L o que no pueden hacer, creo, es sentir las
situaciones en que se encuentran porque están represen­
tando sentimientos negados en su momento. Por ejem­
plo, un hombre brillante puede estar exponiendo algún
punto filosófico en una comida, con una aguda percep­
ción de los tipos de personas que lo están escuchando,
pero sin darse cuenta de que está dominando la conver­
sación. Está demasiado ocupado en representar su nece­
sidad de que le presten atención e importancia. Por eso
es esencial para el terapeuta no sólo aprender a percibir
las personalidades de los otros, sino ser normal. Si no lo
es, estará representando quizá con sus pacientes su nece­
sidad de que lo necesiten, por ejemplo, y contrarrestan­
do así todos los beneficios que puede darle su perspica­
cia.

El hombre normal no sufre porque “ busca” , a fin de


escapar al vacío del presente. Un paciente decía: “ Y o
solía racionalizar que no quería ser rico porque el rico
debe ser desdichado. Los ricos pueden tener todo lo
que; quieren y no tienen nada que buscar. Ahora veo
174 E L GRITO PRIM A L

que si uno goza de todo en cada momento, no necesita


buscar nada” .
El hombre normal no confunde esperanza con planes.
Puede planear una situación futura, pero no está tan
lleno de planes que no le quede lugar para el presente.
Parecería que algunos neuróticos mantienen las cosas en
el futuro para no tener nunca un placer en el presente.
Creo que esto deriva de una experiencia temprana de la
vida, cuando vivir como a uno le parece, hacer exacta­
mente lo que uno quiere, significaba el rechazo y el
posible abandono por padres que esperaban que las co­
sas fueran de otra manera. Ha tenido que dejar de hacer
lo que quería, confiando en un tiempo futuro en que
podría proceder a su gusto. Esto puede ayudar mucho a
comprender la idea que tantos de nosotros hemos teni­
do de niños: “ Cuando yo sea grande, voy a ser feliz” .
Parecería que algunos neuróticos conservan este esque­
ma en la edad adulta. El hombre normal, que ha dejado
de lado la esperanza irreal y la lucha por agradar, puede
manejar su vida como le gusta.

El neurótico “ quiere” ; el hombre normal “ necesita” .


Para el neurótico querer lo que realmente necesita es
sentir el sufrimiento, de modo que debe querer sustitutos,
algo alcanzable. El hombre normal tiene simples necesi­
dades porque quiere lo que necesita, no algún sustituto
simbólico. El neurótico puede querer una bebida o un
cigarrillo, prestigio, poder, cargos elevados, un auto ve­
loz, todo para cubrir los sufrimientos causados por el
vacío, el desprecio, la impotencia, lo que sea. En el
hombre normal no hay nada que tapar, nada que llenar.
La vida parece conspirar contra el neurótico. Quiere
mucho porque tiene muy poco. Pero como debe torcer
su personalidad de extrañas maneras para satisfacerse
aunque sea mínimamente, se convierte en la clase de
persona que aleja a la gente. Sus exigencias hartantes, su
dependencia, su narcisismo resultan intolerables a los
demás. El hombre normal, que no trata de llenar, en
SO BR E LA N O R M A L I D A D 175
cada contacto social, toda una vida en que ha sido deja­
do de lado, es a menudo buscado y envidiado.
El neurótico está siempre tomando. Por mucho que
se haga por él no se consigue nada, porque debe llenar
aquellas satisfacciones una y otra vez hasta qqe estén
debidamente conectadas y resueltas, cosa que habituai-
mente sólo se consigue con la terapia primal. N
El normal opera con el “ es preciso” , en lugar del
“ sería preciso” . Dentro de la hipótesis primal, el com­
portamiento neurótico significa la abdicación de la nece­
sidad personal como deferencia a los deseos y necesida­
des de los padres. El “ es preciso” de los padres se con­
vierte en el “ debería” ,de los hijos. Un niño “ malo” es
el que no hace lo que debe. El niño pequeño, al tratar
de ser bueno para ser querido, trata de ser lo que sus
padres piden. Lo hace con la implícita esperanza de que
al fin ellos satisfarán las necesidades de él, que lo toma­
rán en brazos, por ejemplo. Pero las necesidades de los
padres no pueden nunca ser satisfechas por el niño, por
mucho que lo intente. A sí se plantea la situación en
que el niño está tratando perpetuamente de satisfacer a
sus padres, de agradarles o hacerlos felices. Nunca será
bastante: ningún niño puede remediar la desdicha de los
padres.
Los deberes del niño son las necesidades de los pa­
dres. N o cumplirlos significa renunciar al afecto de los
padres. Los niños neuróticos se confunden tanto con
sus deberes: estar quieto, ser bien educado, colaborar,
que pierden de vista sus necesidades personales. A l per­
derlas, quieren lo que no necesitan.
El escamoteo de las necesidades de los niños suele ser
sutil. Los padres neuróticos recuerdan a los niños: “D e ­
berías .estar contento. Deja de quejarte. Mira todo lo
que hacemos por ti. Te hemos dado todo” . A menudo
los niños se convencen. Miran a su alrededor y ven bie­
nes materiales, creen que tienen lo que quieren y no
saben ya siquiera que necesitan desesperadamente algo:
afecto.
176 E L GRITO PRIM A L

La tragedia de los deberes es que, al cumplirlos, el


niño imagina que algún día, cuando haga exactamente
lo que ellos quieren, sus padres dejarán caer torrentes
de afecto sobre él. Pero como los padres mismos necesi­
tan lo que él nunca podrá darles, ese día no llega jamás.
Actuar en base a los deberes es no funcionar con
arreglo a los propios sentimientos. Los deberes contie­
nen no sólo esperanza sino también cólera, cólera por
tener que hacer lo que uno no siente. Como se ha pasa­
do la vida haciendo lo que no quiere hacer, el neurótico
suele pasarlas mal cuando trata de hacer lo que debe. El
hombre normal hace lo que debe hacer porque actúa en
función de realidades.
El neurótico suele ser indeciso porque está dividido
entre necesidades reprimidas y la ejecución de sus debe­
res. El hombre normal puede decidir por sí mismo por­
que siente su yo y lo que está bien para él.
El neurótico confía en los demás para que le indi­
quen sus deberes. “ ¿Qué debo pedir para comer?” De
esta manera conduce su vida de modo que los demás le
dicen lo que él debe hacer y nunca se permite funcionar
de acuerdo con lo que siente. Esta simple pregunta
“ ¿Qué debo pedir para comer?” suele ser un signo de la
inercia del neurótico. Está diciendo: “ N o tengo deseos,
ni sentimientos, ni vida. Vive tú mi vida por m í” .
El hombre normal no anda en busca del sentido de la
vida, porque el sentido deriva del sentimiento. La pro­
fundidad con que siente su vida (la vida que hay dentro
de él) indica su sentido. El neurótico que se ha encerra­
do para no ver el significado catastrófico real a comien­
zos de su infancia debe buscar, consciente o inconscien­
temente. Quizá trate de encontrar un sentido en el tra­
bajo o los viajes, y si sus defensas funcionan, quizá
imagine que su vida tiene sentido. Otros neuróticos sien­
ten que falta algo y se embarcan en la búsqueda de senti­
do. Irán a ver a los gurús, estudiarán filosofía, se satura­
rán de religiones o cultos, para encontrar un sentido
que está siempre mucho más lejos.
SOBRE L A N O R M A L I D A D 177

El neurótico debe buscar porque el significado real es


el dolor y hay que evitarlo. Entonces, el sentido se
convierte en la búsqueda; como el neurótico no puede
sentir plenamente su propia vida, debe encontrar su sen­
tido a través de los demás o de cosas que están fuera de
él. Quizá lo encuentre en sus hijos, o en sus nietos, en
sus éxitos y logros. O estará en una oficina importante
o en los grandes negocios. Cuando desaparecen las cosas
de afuera el neurótico sufre. Entonces empezará a sen­
tir: “ ¿Para qué sirve esto? ¿Qué sentido tiene? ¿Cuál es
el significado de todo?”
El hombre normal vive dentro de sí mismo y no sien­
te que le falta algo; no le faltan partes de sí mismo. El
neurótico debe sentirse así si alguna vez detiene la lucha
porque le falta parte de sí mismo. U n paciente lo expre­
só de esta manera: “ Tengo un trabajo fascinante. Lásti­
ma que no me interese” . N o tenía sentido para él.
El neurótico, incapaz de sentir el pleno significado de
su vida, debe inventar a menudo una supervida o una
postvida, lugares donde continuará la verdadera vida.
Debe imaginar que en alguna parte está el verdadero sen­
tido y el propósito de todo. Imaginará que los hombres
sabios lo averiguarán por él, cuando es el único que
puede hacerlo. El hombre normal, al descubrir su pro­
pio cuerpo, no necesita conjurar un lugar especial donde
realmente transcurre la vida. El neurótico busca la
psicoterapia y es posible que le ayude a encontrar una
vida con más sentido. Se convierte en una larga búsque­
da. El hombre normal ha hecho un simple descubri­
miento: El sentido no es algo que hay que detectar,
sino sólo sentir. Por lo tanto no corre a seminarios de
fin de semana acerca de cómo vivir una buena vida,
encontrar trabajo, o cualquier otra cosa.
De la búsqueda del neurótico es ejemplo un paciente
que se había especializado en filosofía: “ Me gustaba la
filosofía porque nunca tenía que dar nada por seguro
en mi conocimiento. Nunca comprendí cuánto deseaba
ese limbo. Como era incapaz de sentir lo bueno de la
E L GRITO PRIM A L

vida, ese limbo era perfecto para mí. Buscaba en el


cielo y en las nubes intelectuales algún supersignificado,
todo eso para no tener que enfrentar el hecho de que
todos mis años de discusiones en casa no tenían senti­
do. Eran insensatos. Encontrar un sentido en Descartes
o en Spinoza era una cubierta agradable de todo eso” .
El hombre normal no trata de derivar un sentido de
ocasiones especiales, como Navidad o Pascua (la esta­
ción primal, como dijo un paciente). El neurótico quizá
esté deprimido durante las fiestas porque las reuniones
familiares no lo hacían sentirse querido, ni le hacían
sentir que tenía una familia real, afectuosa.
El hombre normal no necesita hacer de la vida lo que
no es. N o necesita una gran investigación filosófica. Sa­
be simplemente que está vivo y vive, nada más.
Se podría dedicar el resto del libro a la descripción
del hombre normal. Normal es, simplemente, lo que ha­
ce la gente normal, y no cavar agujeros interminables
para trepar afuera.
12
EL PACIENTE POSTPRIMAL

¿Qué tipos de personas se han sometido a la terapia


primal? N o hay un tipo especial de paciente primal. Tie­
nen entre los veintiuno y los cincuenta años, con buen
predominio de los de veinticinco. Sus ocupaciones va­
rían desde ex monjes a profesionales de todas clases,
incluyendo muchos psicólogos y artistas. Si bien el nivel
educativo de la clase media es un factor positivo en la
terapia convencional de la introvisión (in sigh t), los no
intelectuales se adaptan igualmente bien a la terapia pri­
mal. Los pacientes proceden de todos los credos religio­
sos y de todas partes del país, así como de los más
diversos países y subculturas.
En su gran mayoría mis pacientes se habían sometido
antes a terapias diferentes, desde varios años de psicoaná­
lisis hasta la terapia racional, la terapia de la Gestalt, la
terapia existencial y el tratamiento reichiano (Wilhelm
Reich). Con la salvedad de los métodos reichianos, las
otras escuelas han usado una variedad de técnicas cen­
tradas en el uso de la introvisión (que se analizará más
adelante). Aunque muchos de los pacientes son solteros,
los hay casados o divorciados. La situación marital del
paciente suele ser importante. Si tiene cierta edad y una
familia, será más difícil de tratar, porque habrá hundido
sus raíces irreales en una relación con una mujer neuró­
tica o habrá elegido un trabajo irreal y amigos irreales.
En una palabra, tiene que renunciar a mucho para llegar
a ser real; no son numerosas las personas dispuestas a
180 E L GRITO PRIM A L

hacerlo cuando han llegado a los cuarenta o cincuenta


años. Cuando una persona de cierta edad, atrincherada
en un matrimonio neurótico durante diez o veinte años
se vuelve real, la esposa no sometida a la terapia puede
empezar un proceso de socavamiento que hace el trata­
miento desagradable y difícil para el paciente. Quizá el
paciente primal ideal es el hombre no casado y bastante
joven, sin un interés puesto en la irrealidad. Pero hay
numerosos pacientes de mediana edad, abiertos al cam­
bio, con los que esta terapia ha tenido un gran éxito.
Es sugestivo que pocos pacientes primales tengan una
idea de lo que les va a ocurrir. Por lo tanto, sus resulta­
dos están menos teñidos de preconceptos. A pesar de su
forma revolucionaria, los pacientes casi nunca son per
turbados por el enfoque primal. Parecen verle de inme­
diato un sentido, con independencia de sus antece­
dentes.
Observemos al paciente que acaba de terminar la te­
rapia. ¿Cómo es?
Funciona de una nueva manera. Eso quiere decir con
frecuencia que hace otro trabajo. Muchos pacientes
postprimales ya no pueden hacer físicamente nada irreal;
no pueden recuperar el nivel de ventas o dedicarse al
papeleo insensato que exigen algunos empleos. Dos asis­
tentes encargados de supervisar a los excarcelados no
pudieron continuar sus tareas porque entendían que no
se trataba de controlarlos sino de ofrecerles el apoyo
que necesitaban para no volver a la cárcel. Dos psicólo­
gos, mientras esperaban el momento de aprender la
terapia primal, aceptaron tareas subalternas en vez de
proseguir su labor en el campo de la psicología, que les
parecía irreal. Uno que había sido consejero matrimo­
nial no pudo volver a ocuparse de comportamientos su­
perficiales solamente. U n productor de televisión renun­
ció a su trabajo mercenario para escribir una obra perso­
nal más significativa. Un obrero decidió entrar en la
universidad porque, como decía: “ Una matrícula de es­
tudiante hace ganar más dinero que una de obrero” . No
EL P A C IE N T E POS TPR IM A L 181

se hacía ilusiones sobre lo que aprendería en la facul­


tad. Una maestra tuvo que dejar su puesto y trasladarse
a otra escuela porque le resultaba imposible trabajar con
una directora neurótica.
U no de los índices habituales de normalidad en las
otras escuelas de psicoterapia es el funcionamiento: se
considera que la persona normal es un miembro eficien­
te y productivo de la sociedad. La hipótesis primal sos­
tiene otra cosa. Los pacientes postprimales ya no están
dispuestos a moverse sin descanso. El neurótico gobier­
na su yo de modo de poder sentirse finalmente digno,
aceptado o amado. Los psicólogos primales, por ejem­
plo, deben someterse a la terapia como parte de su
adiestramiento. Aunque están dispuestos a trabajar
treinta o cuarenta horas terapéuticas antes del trata­
miento, no quieren cargar después con esa tarea. Saben
que muy a menudo el neurótico deriva su “ identidad”
de sus funciones en lugar de hacerlo de sus sentimien­
tos; así, una persona puede ser presidente de un directo­
rio o de una compañía, en apariencia un buen funciona­
rio y organizador, y sin embargo estar muy enfermo.
Una paciente que había terminado la terapia primal dijo
esto: “Me mantenía a mí misma y a todo lo que me
rodeaba bien organizado para no sentir mi verdadera
desorganización. Tenía que seguir funcionando, planean­
do y andando, o hubiera quedado a un lado” . Las fun­
ciones de esta persona se habían convertido en su vida.

Muchos de los pacientes postprimales juzgan que gran


parte de lo que creían obligaciones no es tan urgente.
A sí, el domingo se convierte en el momento de jugar
con los chicos en lugar de limpiar el garaje. U n paciente
lo dijo: “Ahora que sé que soy todo lo que tengo en el
mundo, no hay razón para esforzarme más por ‘los de­
más’. Mi proyecto es ser agradable conmigo mismo y
descansar” .
A l no ser impulsado por la necesidad de encontrar
182 EL GR ITO PRIM A L

aprobación y afecto, el paciente postprimal disminuye


la lucha. Pero ahora puede hacer más en lo que atañe a
satisfacer su yo y por lo tanto es capaz de verdadero
amor para su mujer y sus hijos.
Los pacientes postprimales hacen menos, pero lo que
hacen es algo real de modo que su contribución a la
sociedad es beneficiosa. Los maestros, por ejemplo, exi­
gen mucho menos de sus alumnos y les enseñan mucho
más. Les permiten expresarse y tratan de enseñarles cosas
que se relacionan con su vida (en la medida en que ello es
posible dentro del actual sistema de educación).
Estos pacientes no venden cosas a gentes que no las
necesitan. U n ayudante de un estudio de arquitectura
siguió en su trabajo porque lo que hacía, construir algo,
era real para él. Dejó de trabajar horas extras cuando
podía porque deseaba estar con su familia. Y a no se
sentía impulsado a comprar cada vez más chucherías, y
dejó de jugar, de modo que fue capaz de dedicar su
dinero a usos útiles. L o que ahorraba en cerveza, me
dijo, era suficiente para tomarse vacaciones todos los
años.
Este punto de la motivación es importante, pues son
muchos los que se mueven por motivaciones neuróticas.
Un paciente dijo que si se pudiera utilizar la energía que
hay en el neurótico, se podrían impulsar trenes con ella.
Recuerdo que un paciente, después de una de sus
últimas reacciones primales, no pudo levantar la cabeza
del suelo durante más de una hora. Era un limpiador de
piscinas, había trabajado duro toda su vida (saludaba a
sus amigos con una frase neurótica: “ ¿Siempre trabajan­
do?” ). Una vez destruidas todas esas viejas motivacio
nes neuróticas, no podía mover un músculo. Se tomó
unas largas vacaciones después de la terapia, y cuando
volvió a su trabajo, descubrió que ya no podía limpiar
dieciséis piscinas por día. Le parecía milagroso haber
sido capaz de hacerlo. La neurosis lo había acostumbra
do a estar muy cansado. Tom ó un ayudante, ganaba
menos dinero pero gozaba mucho más de la vida.
EL PAC IENTE PO STPR IMAL 183
Son muchos los neuróticos que producen para sentir
se importantes, no por hacer lo que realmente les inte­
resa. U n psicólogo, después del tratamiento, dejó de dis­
tribuir artículos a las sociedades especializadas. Decía
que empleaba toda esa energía no para comunicarse con
sus colegas sino para ascender en la escala del prestigio.

Quizás los cambios más dramáticos que se producen


en los pacientes postprimales sean físicos. Ello se debe a
que es una terapia psicofísica, no simplemente un enfo­
que . interior. Por ejemplo, un tercio de las mujeres más
bien chatas dijeron que les habían crecido los pechos; al
ir a comprar corpiños descubrían con sorpresa que nece­
sitaban un tamaño más grande. Una mujer que venía de
una ciudad distante para someterse a la terapia, volvió a
su casa después de varias semanas. Su marido, asombra­
do, estaba seguro de que se había aplicado inyecciones
de hormonas. He hecho medir a esas mujeres por sus
médicos para que verificaran el crecimiento a que alu­
dían; en todos los casos fue corroborada su verdad.
Se han señalado otros cambios en los adultos. Dos
pacientes de poco más de veinte años observaron por
primera vez en su vida que les crecía la barba. Otros
dijeron que por primera vez les olía la transpiración.
Varios pacientes observaron que les habían crecido pies
y manos. Estos resultados no se deben a la sugestión;
no se le indica al paciente lo que puede esperar del
tratamiento. Por ejemplo, una mujer no tenía idea de
que le habían crecido las manos hasta que se compró
un nuevo par de guantes. Necesitaba un número más.
Las explicaciones de todo esto serán necesariamente
teóricas mientras no se lleven a cabo investigaciones fi­
siológicas. Un colega bioquímico señaló que mucho pue­
de explicarse en función de los cambios de la produc­
ción de hormonas. Esto a su vez puede afectar en defi­
nitiva un mecanismo de código genético en las células.
Su hipótesis es que la represión del organismo y la alte­
ración de la producción de hormonas a comienzos de la
184 EL GRITO P R IM A L

vida hace que no se produzca cierta secuencia genética,


por ejemplo, el crecimiento de la barba quedaría poster­
gado más allá del momento en que debería por lo co­
mún ocurrir.
Según el bioquímico, puede haber un cambio de las
interrelaciones de todo el sistema hormonal, producien­
do cambios que no se obtendrían con inyecciones de
hormonas.
Las reacciones primales suelen poner en funciona­
miento la correcta secuencia de crecimiento. Tendremos
que esperar los resultados de la investigación fisiológica
para tener una explicación coherente de los fenómenos
que hemos observado.
En cuanto a los cambios hormonales, quiero señalar
que en todos los casos las mujeres que tenían calambres
premenstruales o períodos irregulares se han visto libres
de estos problemas al completar la terapia primal.
Mujeres frígidas que habían tenido relaciones sexuales
dolorosas, observaron una buena lubricación vaginal in
cluso sin que hubiera una evidente excitación sexual.
Una mujer llegó a preocuparse por lo que calificaba de
constante “resecamiento” . Por primera vez en su vida
supo lo que era realmente desear un contacto sexual
Hasta entonces había sido un deber, algo que su marido
quería.
Los pacientes cambian en muchos sentidos, en el del
equilibrio, por ejemplo. Una persona lo describe así:
“ Antes cada paso que daba era cuidadosamente contro­
lado y previsto. . . y ahora cuando levanto un pie, ya no
sé bien dónde o cómo lo apoyaré. Era la misma acera
por la que caminaba antes de que viniera aquí, pero
parece una experiencia totalmente distinta. Estoy suelto
y siento lo que hace todo mi cuerpo en cada instante.
Y a no soy un robot” .
Los pacientes primales suelen referirse a cambios
completos de la coordinación: la manera en que corren,
atrapan y arrojan una pelota. Un tenista profesional des­
cubrió que vencía a adversarios que habitualmente po
E L P A C IE N T E PO STPR IMAL 185
dían hacerlo polvo con facilidad. Parte de ello puede
explicarse por la falta de tensión, la supresión de la
escisión que impide funcionar coordinadamente partes
de su cuerpo y de su sistema respiratorio. Durante una
de las reacciones primales pudo sentir que al fin la res­
piración se ponía de acuerdo con el ritmo de su cuerpo.
Las reacciones primales no producen una exaltación
de la sensación; producen una sensación real que parece
exaltada debido al proceso de amortiguamiento que se
había operado antes (así como cualquier cosa que sea
más que la sensación real debe ser irreal). La tensión
embota el sistema sensorial, de modo que somos neuró­
ticos no sólo en nuestro comportamiento sino también
en el gusto y el olfato. Por eso algunos neuróticos nece­
sitan cantidades de condimentos para poder gustar cual­
quier alimento.
Un paciente describe el cambio de sensación de esta
manera: “ Y o nunca comía porque tuviera hambre. Y
nunca gusté realmente nada. Anoche comí un asado al
carbón y descubrí que no soporto el gusto del carbón.
He comido asados al carbón durante años y jamás les
había sentido el gusto” . Cuando los procesos vitales se
amortiguan, la vida es mortecina.
Las reacciones primales no producen una cualidad de
sensación nueva y especial; sólo permiten que la capaci­
dad sensorial latente sea experimentada plenamente. Va
rios pacientes dotados de anteojos ya no los necesitan.
Este aumento del nivel sensorial da especial vivacidad al
paciente postprimal. Es sensible al sonido de las voces de
los demás y a la música.
Una paciente describió la terapia primal de la si­
guiente manera: “ Toda mi vida ha estado fuera de foco.
Las reacciones primales me dieron la lente para enfocar­
la. Ahora todo es definido y claro. Huelo olores que
nunca supe que existían. Por primera vez percibo el
olor del cuerpo de mi marido y me fastidia. Mi vida
había sido gris hasta ahora. Los colores se han vuelto
vivientes para m í” .
186 E L GRITO PRIM A L

Con frecuencia se producen cambios térmicos. Una


paciente dijo: “ Es como si hubiera sentido frío toda la
vida pero no el frío de mi vida” . Cuando sintió de veras
el vacío y la frialdad de su temprana vida de familia,
tembló convulsivamente durante más de media hora y
tuvo calor por primera vez porque sentía. La experien
cia de sentir, evidentemente, da calor y no sólo figura­
do. Se han hecho una cantidad de experimentos condi­
cionantes que muestran cómo los vasos sanguíneos tien­
den a contraerse anticipando el dolor, y nos hacen su­
poner que la misma contracción se produce al anticipar
el dolor primal.
Mientras que muchos pacientes se refieren a esta sen­
sación de frío (y están fríos al tacto) cuando se encuen
tran en el límite de un sentimiento primal doloroso, algu­
nos neuróticos con fragilidad vascular responden de un
modo distinto al sufrimiento. La dinámica interna les
hace tener calor todo el tiempo. Un paciente dijo: “ Yo
tenía siempre calor, un calor de derretirme. Me volvía
loco. Era como una caldera hirviendo de rabia” . Este
hombre solía reaccionar ante el mundo con cólera, no
con miedo.
Para la hipótesis primal, el hecho de arroparse cons­
tantemente para no tener frío es un proceso simbólico
en muchos neuróticos: su forma de defenderse contra la
sensación de frío y su manera de calentarse. A la inver­
sa, no necesitar nunca ropa de abrigo puede ser la repre­
sentación de: “ N o necesito calor de nadie ni de nada” .
Este último tipo suele ser el de la persona dura, inde­
pendiente, que funciona negando totalmente sus necesi­
dades. Para él, necesitar es debilitarse.
El paciente postprimal no puede ser fisiológicamente
irreal. N o puede usar ropa de abrigo cuando el clima no
lo exige porque su cuerpo le dirá en seguida que está
recalentado. Ser irreal es un hecho orgánico total.
La forma de reaccionar con cólera o con miedo apa­
rece en la química del cuerpo. Por ejemplo, al formar
dos grupos: el de los que dejan salir la cólera y el de los
E L P A C IE N T E P OSTPR IM AL 187

que la guardan, se encontraron diferencias en la propor­


ción y el tipo de hormonas secretadas. El grupo que
contenía la cólera segregaba casi siempre una hormona
llamada norepinefrina, en tanto que los otros segregaban
con mayores probabilidades directamente epinefrina. (Es
bastante interesante que los bioquímicos se refieran a
veces a la hormona norepinefrina llamándola hormona
“ incompleta” ).*
Consideremos al paciente postprimal a la luz de algu­
nos fenómenos no físicos.
Cuando le pregunté a un paciente, que había termina­
do la terapia, los cambios que observaba, me contestó:
“ Me importa un bledo que los Minnesota Twins gánen
el campeonato de esta temporada” . Este no era un c o ­
mentario superficial. Antes de la terapia primal era un
fanático del béisbol. Sabía los nombres de casi todos los
jugadores de la liga, los puntajes medios, dónde había
sido contratado cada uno, etc. Para él ese interés era
una representación simbólica. Nunca había formado par­
te de nada y conociendo los nombres y puntajes de
todos podía constituirse en parte de algo. Además se
identificaba con los Twins, confiando inconscientemente
en que a través de ellos se convertiría en un vencedor
para tapar el hecho de que había sido un perdedor toda
su vida. Cuando resolvió sus problemas personales de
una manera real, ya no tuvo que actuar simbólicamente.
Estar interesado en un equipo es una cosa; vivir a través
de él, otra muy distinta.
Otro paciente tenía la pasión del fútbol. Después de
las reacciones primales llegó a tener una aguda concien­
cia de la situación de lucha fantástica en el campo de
juego, y se interesó mucho menos una vez que desapa­
reció la lucha en su interior.
U n paciente al que le gustaba la ópera se convirtió en
un fanático del rock -a n d -roll después del tratamiento
* Rem ito al lector a la obra de Hans Selye sobre las hormonas
y la tensión, sobre todo The Stress o f L ife (Nueva Y ork, Mc-
G raw -H ill, 1950).
188 EL GRITO PRIM A L

primal: “ Intervienen más las tripas, el cuerpo” , dijo.


“ Ahora que estoy vivo, no puedo aguantar más esas
agonías operísticas. Para mí el ro ck es una celebración
de la vida” .
En los postprimales se observan cambios notables de
inteligencia. Un paciente lo expresó así: “ De haber sido
inteligente cuando era chico, me hubiese muerto porque
hubiera descubierto que me odiaban. Tuve que ser estú­
pido para sobrevivir. Simplemente cerré una parte de mi
cerebro. He observado el aspecto brillante, vivaz, de los
niños muy pequeños, y cómo entonces ocurre algo que
los cambia. Creo que lo que pasa es que reciben el
mensaje primal y se hacen a sí mismos incapaces de
entenderlo” .
Los estudios universitarios de pronto resultan fáciles
a estos pacientes. Saben que en parte son un juego que
se realiza a través de actividades obligatorias y lo practi­
can sin ansiedad.
Adquieren coherencia porque finalmente han dado
coherencia a lo que no se atrevieron a decir en su vida.
Son perceptivos, van “ derecho a la cosa” , dicen ellos
mismos. Esto no se manifiesta sólo mentalmente; cami­
nan derechos y no encorvados o torcidos.
N o hay un único comportamiento que pueda conside­
rarse normal, como se ve en las observaciones hechas
por varias mujeres que terminaron la terapia. Una de
ellas dijo: “ Ahora puedo ir a la casa de otras gentes
sin temor. Gozo de la sociabilidad por primera vez en
años” . Otra, en cambio: “ Ahora puedo quedarme en
casa a leer. Y o solía andar siempre en movimiento, no
podía quedarme quieta un minuto. Ahora me gusta es­
tar sola” .
El paciente primal saca nuevo placer de los actos más
insignificantes. Disfruta de lo que hace en el momento.

¿Qué ocurre con la facultad creadora de los pacientes


primales? ¿Se desvanece junto con la neurosis? N o. N in ­
guno pierde su capacidad para pintar o componer músi­
EI. PAC IENTE POSTP RIMAL 189

ca. Lo que cambia es el contenido del arte producido.


Debemos recordar que la imaginación neurótica se pro­
pone la simbolización de lo que es inconsciente. El neu­
rótico debe revelarse de maneras abstractas, no directas.
El contenido de su arte es la forma peculiar en que sus
sentimientos y pensamientos se unen artísticamente des­
pués de esquivar el dolor. Es evidente que al no estar
bloqueado el dolor, el contenido cambiará. El acto crea­
dor del neurótico es la forma en que evita conocer sus
sentimientos o más bien sentirlos. La perspectiva artísti­
ca del paciente postprimal cambia; ve y oye las cosas de
otra manera. La neurosis no es un requisito del arte.

¿Qué pasa con las relaciones? Una mujer que había


terminado la terapia salió a comer con su marido que
no había estado en tratamiento. Cuando llegó el m o­
mento de pedir la comida, no lo dejó ordenar por ella.
Para empeorar las cosas, rechazó el vino que él había
elegido y pidió la marca que a ella le gustaba. El se
puso furioso y se levantó de la mesa. Hubo toda una
escena en la que él la acusó de “ castrarlo” . Le dijó:
“ No me dejas ser más el hombre. Estás tratando de
quitarme la virilidad” . Pero todo lo que ella había he­
cho era pasar de ser servil con su marido, como él nece­
sitaba, a sentirse “virilmente” , como una persona con
derechos propios.
Es instructivo señalar que las parejas casadas en las
que ambos se han sometido a la terapia primal tienden
a no separarse. N o tienen necesidad neurótica de algún
otro porque han sentido sus propias necesidades. Sim­
plemente no ven razones para no seguir juntos.' N o se
hacen recíprocos pedidos irreales porque no son irreales.
Cada uno se convierte en un ser humano viable, conten­
to de vivir y de dejar vivir.
Los pacientes primales no pueden soportar el com ­
portamiento irreal, y entonces evitan a muchos viejos
amigos. Tienden a verse entre sí, y los matrimonios den­
tro del grupo son comunes. Las amistades no son pose
190 E L GRITO P R IM A L

sivas; se sienten sueltos. Ese relajamiento se refleja en


las caras. Ya no son máscaras tensas para tapar senti­
mientos, ojos asustados, labios apretados. N o presentan
una fachada al mundo y por lo tanto tienen un aspecto
natural. Descubren que no necesitan tanto dinero como
antes. Comen menos, salen menos, llevan vida más mo­
derada. Los lectores ávidos, especialmente los que de­
voraban novelas, leen menos. Una paciente dijo que su
interés por la ficción derivaba de que vivía vicariamente
y no sentía la necesidad de seguir haciéndolo.
Sus vidas están menos regimentadas. Comen cuando
tienen hambre, se compran ropa cuando la necesitan de
veras, tienen relaciones sexuales cuando lo desean y no
cuando están tensos, lo cual disminuye la cantidad pero
mejora la calidad. Casi todos estos pacientes escuchan
más música que antes. Cuando pregunté a algunos qué
hacían de preferencia, dijeron: “ N os sentamos en grupo,
nos relajamos y escuchamos música” . Varios de ellos
añadieron que era una hazaña de no pocas consecuen­
cias ser capaz de estar sentados sin planear a dónde
irían a continuación.
¿Es aburrida su vida? Para los criterios de un neu­
rótico, sí. Pero debemos recordar que la excitación en
el neurótico significa excitación por la tensión. Esto
quiere decir que el neurótico está constantemente en un
estado de excitación interna y que con frecuencia mane­
ja su vida para acordarla a ese estado interior. N o puede
quedarse quieto, entonces planea muchas cosas que pa­
recen excitantes, pero que a menudo no son nada más
que escapes de la tensión. El neurótico suele arreglár­
selas para multiplicar sus actividades y poder sentir al
fin. Volará, practicará la caza submarina, viajará, irá a
fiestas y sólo sentirá en el momento. A l cesar las activi­
dades, empezará a sentirse nuevamente lleno de tensión.
Las actividades son excitantes para él porque le permi
ten canalizar un alivio de la tensión, cosa que el neuró­
tico suele considerar como el sumo placer.
En cierto modo el individuo postprimal es una nueva
EL P A C IE NTE P OSTPR IM AL 191

especie de ser humano. Por ejemplo, nunca está de mal


humor. Los humores son gradaciones de tensiones, de
viejos sentimientos no nombrados, no conceptualizados.
El paciente que ha terminado la terapia no es ni exalta­
do ni inerte. Simplemente siente y sabe lo que es ese
sentimiento. Proyecta un aura definida: “ Soy lo que
soy, y tú puedes ser lo que eres” . Es muy difícil mirar
a una persona irreal a los ojos porque se tiene la impre­
sión de que uno se está comunicando con alguien que
no está ahí. Los postprimales son de trato muy fácil
porque uno siente que habla con personas reales.
El paciente postprimal siente de otra manera la sole­
dad. Alguien que estuvo en tratamiento durante dos
años dice: “ ¿Solo? Todo el tiempo, pero ya no me m o­
lesta. Antes de la terapia estaba realmente solo, yo y mi
fantasma (D ios), que se ha ido. Pero ahora me tengo a
mí mismo. En ese sentido tengo compañía, una compa­
ñía real, y supongo que es todo lo que tiene cualquiera
de nosotros. Desde luego, mi mujer, mis amigos están
‘ahí afuera’, pero nunca en el mismo grado en que yo
existo para mí mismo” .
El paciente postprimal no necesita alcohol para estar
con la gente o para reírse (como tantos neuróticos). Es
una persona consciente y no necesita nada para matar
esa conciencia: está bien como está.
Siente un gran alivio al verse libre de compulsiones.
Le alegra enormemente no tener alergias, jaquecas, dolo
res de espaldas y otros síntomas. Gobierna de veras su
vida.
Ya me he referido a la situación de trabajo. Es cierto
que muchos pacientes postprimales cambian de empleo.
Como dijo uno de ellos: “ Y o solía vivir para mi trabajo;
ahora vivo para m í” . Por lo general la tendencia es a
buscar algo que podría gustarles hacer, sin preocuparse
de su valor como carrera. Uno descubrió que le resulta­
ba más atrayente ser zapatero remendón que abrirse ca­
mino en una compañía de seguros. Le gustaba trabajar
con las manos, pero como tenía aspiraciones de emplea­
192 E L GR ITO PRIMAL

do de oficina (por proceder de un correcto hogar de


clase media), no podía dedicarse al trabajo manual.
Mientras buscaba trabajo, me dijo que sentía alivio al
verse sin empleo por primera vez en su vida.
El exceso de trabajo, las ambiciones intelectuales no
realistas están excluidas del paciente postprimal. Quizá
sea la reacción contra una sociedad que hace la apoteo­
sis del autosacrificio. Pero no se rechazan todas las ca­
rreras. Un estudiante de odontología quiso continuar
sus estudios, y algunos maestros siguen estudiando
mientras otros abandonan la profesión. Todo depende
de hasta qué punto haya sido neurótica la elección de la
carrera.
Esta ausencia de apremio en cuanto al trabajo y la
carrera se debe también a otro factor. Durante años,
décadas quizá, el cuerpo y la mente del neurótico han
sido hostigados. Necesita tiempo para reorganizarse. N e­
cesita un período para recuperarse, no sólo de su neuro­
sis sino de la terapia, que 110 es una experiencia fácil.
De pronto, dejar de ser neurótico después de años de
andar por ese terreno en un estado irreal, es toda una
experiencia nueva. Necesita tiempo para saborearla.

Rela ciones con los padres

Uno de los cambios más previsibles del paciente post­


primal es su relación con los padres. Cuando el hijo o la
hija, independientemente de la edad, dejan de luchar
por el afecto de los padres, éstos empiezan a luchar por
el afecto del hijo. Cuanto más normal es la actitud del
retoño, más desesperados se ponen los padres. Debemos
recordar que el hijo neurótico es la defensa del progeni­
tor. El hijo era el que solía apaciguar el dolor de los
padres. Era el infeliz por el que podían sentirse preocu­
pados, a quien podían disminuir para sentirse superio­
res. Era la hija abnegada que se ocupaba de su madre.
.Sin un hijo a quien telefonear, escribir, visitar, los pa­
E L P A C IENTE P OSTPR IM AL 193
dres empiezan a sentir su propio sufrimiento, el vacío
de su vida insatisfecha. Entonces empieza la lucha
por hacer que el hijo vuelva a lo que era. Porque el
progenitor neurótico es realmente el niñito que necesita
consejo y consuelo y todas las otras cosas que nunca
obtuvo de sus propios padres.
¿Por qué los hijos se convierten en los síntomas de
los padres neuróticos? ¿Por qué no los sacan de otros?
Porque como los hijos son los más indefensos, los pa­
dres tienen que defenderse menos de ellos. Esto signifi­
ca que el progenitor puede descargar mejor sus viejos
sentimientos reprimidos en un niño que no tiene poder
y que de ninguna manera será una amenaza para él.
Creo que la forma de descubrir qué es de veras una
persona consiste en observar su relación con sus hijos.
Si el progenitor ha llegado a considerarse indigno e inca­
paz en casi todo lo que hizo de niño, cada día de su
vida como padre tratará quizá de sentir que tiene razón
(haciendo que sus hijos estén equivocados) e importan­
cia (volviendo insignificantes a sus hijos). Quizá tome
un camino diferente aunque igualmente destructor. Inci­
tará a su hijo a que se vuelva importante para sentirse él
también digno. Trátese de una crítica dura o de una
sugestión suave pero firme, el resultado es utilizar a un
niño indefenso como instrumento para paliar viejas heri­
das de los padres. El final de este proceso es que el
niño ya no reconoce sus propias necesidades (se escinde
de ellas) en su yrgente deseo de satisfacer las de sus
progenitores.
A los padres de los pacientes postprimales les ocurren
cosas dramáticas. Casi todos se deprimen, se enojan o se
enferman. La madre de una mujer de unos veinte años
se enfermó gravemente y tuvo que ser hospitalizada por
una afección imposible de diagnosticar, hasta que su
hija voló a su lado. Entonces la enfermedad desapareció.
La madre de un hombre que había sido afeminado se
puso furiosa al ver la agresividad de él y le preguntó a
gritos: “ ¿Qué se ha hecho de mi nene tan dulce? ” Otra
194 E L GRITO PRIM A L

madre tuvo una depresión profunda porque su hija dejó


de visitarla todas las semanas y decidió hacer sus estu­
dios en otro lugar. La madre había vivido toda su vida a
través de la hija y la idea de quedarse sola en el mundo
la abrumaba.
A l paciente primal le resulta sumamente difícil tole­
rar toda la irrealidad de los padres, y tiende a apartarse
de ellos para esquivar el conflicto inevitable. Los padres
neuróticos no se preocupan de sus hijos tal como son
porque los moldean para que sean lo que necesitan a fin
de mitigar su propio dolor. U n paciente dijo: “ Y o era
un huérfano con padres. Ellos eran los padres de un yo
inventado, ficticio, pero nadie se ocupaba de mi yo
real” .
La dificultad empieza durante el tratamiento cuando
el paciente descubre por primera vez lo que necesita,
que desafortunadamente suele no ser lo que los padres
necesitan. Es un período trágico y difícil para el uno y
los otros. El paciente no se vuelve deliberadamente cruel.
N o se enfrenta con los padres para enrostrarles sus faltas.
Esto significaría de nuevo la esperanza de que compren­
dan sus errores y se vuelvan afectuosos, cosa que no va a
ocurrir, Ahora el paciente puede dejarlos ser lo que son.
Gobernará su propia vida, que es todo lo que cualquiera
de nosotros puede hacer. Recuerdo a una mujer que se
pasó la vida siendo el intermediario entre su madre y su
padre, que peleaban constantemente. Cuando dejó de
cargar con el peso de ser la pacificadora, descubrió que
por primera vez se llevaban bien.
Ocurre a veces que los hijos son mas útiles para los
padres cuando éstos tienen que luchar por el afecto de
aquéllos. Mientras los hijos son tomados como algo que
no se discute, no son valorados. Cuando él paciente
postprimal se vuelve real e independiente, observa que
sus padres lo llaman y visitan más a menudo. Los
padres no comprenden que cuando su hijo, que puede
ser un hombre de cuarenta años, les deja gobernar su
propia vida, buena o mala, en realidad les está dando
E L PAC IENTE P OSTP RIM AL 195
verdadero afecto. Antes de la terapia, los padres se
basan en la cantidad para medir el afecto: número de
visitas, número de llamadas telefónicas, precio de los
regalos. Cuando el hijo ya no se fija en la cantidad sino
que ofrece la calidad del sentimiento, los padres neuró­
ticos no saben cómo responder, porque los sentimientos
de sus hijos nunca han contado para ellos.
El paciente postprimal puede relacionarse con sus
padres, si lo decide, sin que haya lucha. Una vez que es
capaz de aceptarse a sí mismo, puede aceptar a sus
progenitores. Comprende que tener que actuar neuróti
camente es una condena de por vida y que nadie la
elige voluntariamente. Comprende con profundidad el
sufrimiento de sus padres porque él ha pasado por lo
mismo. Sabe también que son víctimas.
Ser padre es una tarea difícil porque entraña modelar
a alguien para que sea él mismo, no lo que uno necesita
para sí. Las necesidades insatisfechas decidirán si puede
ser creador como padre. N o importa que sea psicólogo
o psiquiatra; si sus necesidades siguen allí enterradas, el
niño sufrirá. L o que el niño sufra depende de lo que el
padre tenga que borrar para concillarse con sus propios
progenitores. L o que el progenitor verá en su hijo es su
propia necesidad y la esperanza de satisfacerla. El niño
no será visto nomo es: alguien que empieza con el
nombre mismo que se le ha puesto. Un niño llamado
Percival representa ciertas esperanzas de los padres ya al
nacer.
Los progenitores pueden ser honestos, esforzarse por
sus hijos, pero sus necesidades pasadas los hacen constan­
temente “ pesados” . Una paciente tuvo una reacción pri­
mal acerca de un padre de este tipo: “ ¡No hables
más! ¡Deja en paz mis sentidos para que yo pueda
tener ideas propias! ” Este progenitor hablaba tanto con
la niña que ésta no podía tener sus propios sentimientos
privados. En realidad, cuando se producía un momento
de silencio y la niña parecía estar pensando, el progeni­
tor quería casi siempre saber qué pensaba.
E L GRITO PRIM A L

Como el padre neurótico ve su propia necesidad en


su hijo, el niño que sufre más es aquel cuyos padres
más necesidades tienen. El padre destructor no es el
chiflado excéntrico sino el que tiene aspiraciones y
ambiciones para su hijo. Esas aspiraciones no dejarán
que el niño sea él mismo; estará ocupado en sentir las
necesidades de los padres. El padre destructor, en una
palabra, es aquel con el que el niño ha tenido que
“ pactar” : “ Y o haré esto si tú haces aquello” . Este es
afecto condicional y la condición del afecto trae como
resultado que el niño se vuelva neurótico.
El paciente postprimal volverá a sufrir, sobre todo a
causa de la violencia y la enfermedad que encuentra a
su alrededor, pero no será neurótico otra vez. Le afecta­
rá lo que le ocurra, pero no será escindido por esas
experiencias. En una palabra, reaccionará sintiendo y no
con tensión. Es un ser humano vulnerable, directamente
afectado por los estímulos del mundo, pero no pueden
abrumarlo porque se tiene a sí mismo todo el tiempo.
Creo que se hará un nuevo mundo donde vivir, un
mundo real destinado a resolver los problemas reales de
sus habitantes.
13

RELACIONES DE LA TEORIA PRIMAL CON OTROS


METODOS TERAPEUTICOS

La teoría primal es una estructura conceptual formu­


lada para explicar un fenómeno que ocurrió en mi
consultorio. Creo que es una teoría en sí y no una
simple extensión o modificación de otra ya existente.
Pero en otros sistemas psicológicos se encuentran aspec­
tos de la teoría primal. El objeto de este capítulo es
compararla con algunas de esas técnicas. N o tengo in­
tención de exponerlas sino de analizar ciertos aspectos
de las teorías o técnicas específicas que gozan de am­
plio uso y aceptación. Se prestará especial atención a
los conceptos de introvisión (in sigh t) y transferencia,
porque aparecen en diversas terapias.

Las escuelas freudiana y psicoanalítica

En algunos aspectos la terapia primal ha dado la


vuelta completa para volver a Freud. Freud fue quien
insistió en la importancia de la experiencia de la prime­
ra infancia con respecto a las neurosis y quien entendió
la relación entre los sentimientos reprimidos y las abe­
rraciones mentales. Atendió sistemáticamente a la in­
trospección e hizo hincapié en los procesos internos que
afectan el comportamiento externo corriente. Su expli­
cación de los sistemas defensivos es una contribución
esencial al campo de la psicología. Desafortunadamente.
198 E L GRITO PRIM A L

los aportes de los neofreudianos han desplazado la im­


portancia dada a la temprana infancia, atribuyéndola a
diversas funciones del ego. L o que los neofreudianos
consideran un progreso será, pues, retrógrado para la
teoría primal.
En su exposición Freud insistió siempre en que el
análisis se ocupa de los derivados del inconsciente, que
abarcan la asociación libre y la interpretación de los
sueños. Creo que podemos pasar directamente al incons­
ciente sin tener que examinar ningún material deriva­
tivo. El examen de éste parece prolongar sin necesidad
la terapia. El enfoque primal, por ser directo, nos per­
mite abreviar considerablemente el período terapéutico.
Cuando los analistas meten al paciente en el análisis de
los sueños o de sus asociaciones mentales mientras están
tendidos en el diván, hacen aquello mismo que impedirá
al paciente enfrentarse con sus sentimientos. Por ejem­
plo, un sueño puede indicar que un paciente siente
hostilidad inconsciente hacia su madre o teme a su
padre. El terapeuta así lo señala. Lo que el terapeuta no
hace, en mi opinión, es permitir que el paciente, abru­
mado por la cólera, la grite sin control alguno. Para el
freudismo, ésta sería considerada una conducta desinte­
grad ora. Y o creo lo contrario, que es integradora, que
integra los sentimientos inconscientes de la persona en
su sistema consciente.
Creo que el análisis de cualquier tipo carece de valor.
“ Ser analizado” , explicó un paciente, “ es prepararlo
para algo.” Continuó: “ Siempre me han preparado para
algo en toda mi vida; lo que necesito es e xp erim en ta r” .
Deseo aclarar perfectamente lo que entiendo por aná­
lisis freudiano de material derivativo. Pensemos de nue­
vo en el paradigma primal. Hay una necesidad de sentir
que no se puede o no se atreve a ser experimentada. Está
bloqueada y lo que sale es algo simbólico, un pensa­
miento o acto sustitutivo. El análisis del material deriva­
tivo es un análisis de ese dominio irreal y está obligado
a meterse en una maraña interminable de símbolos tales
R E L A C IO N E S C ON OTROS M ETO DO S TE RA PE UTICOS 199

como sueños, alucinaciones, falsos valores, ilusiones,


etcétera. Gráficamente, se representaría así:

B loqueo del sufrimiento


ilusiones

Necesidad-Sentimiento valores y teorías falsos

sueños

alucinaciones

Pensémoslo en los términos más sencillos. Sentimos


una punzada de hambre y el símbolo que emerge a la
conciencia es la idea de alimento, algo que satisfará esa
necesidad. Automáticamente la mente presenta símbolos
correctos al cuerpo para que las necesidades se satisfa­
gan directamente y se asegure la supervivencia. Pero
supongamos que haya quedado prohibido pensar en
comida. La persona, entonces, por miedo o por sufri­
miento, debe sustituir esta por otra idea, una idea
simbólica. Debe sustituir la conciencia por algo irreal
porque su necesidad real sigue estando ahí pero blo­
queada.
L o mismo ocurre con la necesidad de amor. El niño
tiene necesidad de que lo tomen en brazos, de que le
hablen, pero pronto aprende que no será querido. La
necesidad está allí y debe satisfacerla de alguna manera.
Entonces el niño sustituye. Pero todo sustituto, como
no es real, debe ser simbólico. La necesidad bloqueada
debe ser simbolizada por sueños, ilusiones, engaños,
tendencia al poder, etc. Todos esos símbolos derivan de
la necesidad-sentimiento. A veces, cuando no quedan
abiertas otras vías de satisfacción, la persona tratará de
matar ese sentimiento con alcohol o drogas. Pero las
drogas y el alcohol siguen siendo actos simbólicos resul­
tantes de la necesidad. Ocuparse de la bebida o la droga
con prescindencia de esa necesidad, es exactamente lo
200 E L GR ITO P R IM A L

mismo que ocuparse de los sueños con prescindencia de


la necesidad del cuerpo.
Quiero decir que ocuparse de cualquier derivativo
simbólico es inútil y esto es lo que ha convertido al
psicoanálisis en algo tan torturador, interminable. Es
hora de atravesar los símbolos, de llegar a la necesidad,
de abreviar la terapia posiblemente en años y de curar a
la gente.
Una de las consecuencias esenciales de lo anterior es
que los tests proyeotivos (com o el de Rorschach, el de
percepción temática, el de personalidad, etc.) serán in­
necesarios salvo en raros casos. Los tests proyectivos lo
son de proyecciones simbólicas. De la posición teórica
del psicólogo depende lo que decida sobre lo que se
proyecta. Si es jungiano verá una cosa, si es freudiano,
otra, si es adleriano, otra, etc. Son todas conjeturas, por
muchos años que se hayan empleado en verificar los
tests, porque estamos infiriendo un sentimiento de otro
ser humano; sólo el paciente sabe lo que es.
Una de las diferencias principales entre la teoría freu-
diana y la primal gira en torno al concepto de sistema
de defensa. Para el criterio analítico, un sistema de
defensa es necesario y saludable. Por lo tanto, es impro­
bable encontrar a un terapeuta freudiano que fuerce la
penetración y el estallido de esa estructura defensiva
para liberar tota lm en te los sentimientos inconscientes.
En cambio, los sentimientos que surjan serán incorpora­
dos, explicados y finalmente entendidos dentro de una
estructura teórica freudiana. Así, el significado del senti­
miento será extraído de algo completamente personal y
convertido en un concepto abstracto. Por eso no hay
interpretación en la teoría primal. El sentimiento ascen­
dente contiene su propio significado.

Para la teoría primal no existe un sistema de defensa


saludable. Los sistemas de defensa son la enfermedad.
Esto no quiere decir que el psicoanálisis no busque los
sentimientos. Pero por lo general no se trata de los
R E L A C IO N E S CON O T R O S M ETO D O S T E R A P E U T IC O S 201
sentimientos primales capaces de convulsionar al pa­
ciente. En el psicoanálisis, si un paciente exhibiera este
tipo de “ histeria” se consideraría que se ha producido
una quiebra de las defensas y se adoptarían de inmedia­
to medidas para reparar el sistema más que para intro­
ducir al individuo más profundamente en su “ histeria” .
Los freudianos creen que hay ciertos instintos destruc­
tores o agresivos en nosotros que requieren control y
equilibrio para que la persona siga funcionando de una
manera social. Para un terapeuta freudiano que trabaja
dentro de esta estructura, sería impensable soltar esas
fuerzas “ destructoras” . Pero el terapeuta primal evoca
esos sentimientos justamente para conmover el sistema
de defensa controlado. En este sentido, la teoría freu-
diana y la primal son antitéticas. Los freudianos ayudan
al’ paciente a mantener cierto control para preservar el
yo defensivo (irreal), en tanto que el terapeuta primal
quiere destruir ese yo irreal para soltar el yo real,
indefenso.
Michaels resume la posición psicoanalítica: “ La medi­
cina va abandonando poco a poco el mito de la persona
normal. . . todos somos relativamente neuróticos. Los
principios básicos del psicoanálisis afirman que el con­
flicto es la esencia de la vida y que el renunciamiento a
los instintos es el precio de ser un hombre civilizado.” *
Michaels sigue parafraseando a Alexander Pope: “ Ser
neurótico es ser humano” . Levine también lo cree: “ La
norm alidad.. . no existe” * * , dice. La teoría primal sos­
tiene que la normalidad está dentro del orden de las
cosas y que la anormalidad es una perversión y distor­
sión de ese estado natural, sin tensión, libre de ansie­
dad. Este es el núcleo de la diferencia. El psicoanálisis
exige un sistema de defensa porque afirma la existencia
* Joseph J. Michaels, “ Character Structure and Character Di-
sorders” , en Silvano Arieti, ed. American Handbook o f Psychia-
try (N ueva Y o rk , Basic Books, 1959).
* * M a u r ic e Levine, Psychotherapy in Medical Practice (Nueva
Y o rk , Macmillan, 1942).
202 E L G R IT O PR IM A L

de una ansiedad básica contra la que hay que defender­


se. Como para la teoría primal no hay una ansiedad
básica (o emociones destructoras a las que hay que
renunciar), no se necesitan defensas.

Wilhelm R e ich

En 1942 Wilhelm Reich escribió: “ La neurosis no es


solamente la expresión de un equilibrio psíquico pertur­
bado; es la expresión de un trastorno crónico del equili­
brio vegetativo y de la movilidad natural” .*
Reich explica que la rigidez muscular no es simple­
mente urt resultado de la represión, sino que representa
la parte más esencial del proceso de represión: “ Sin
excepción, los pacientes cuentan que atravesaron por
períodos de su infancia en que aprendieron a contener
el odio, la ansiedad o el amor por medio de ciertas
prácticas (tales como contener el aliento, tender los
músculos abdominales, etc.) que influían en sus funcio­
nes vegetativas.” Reich está indicando que la neurosis
no es simplemente un hecho psíquico sino que cada
hecho psíquico es también biofísico.
Lo importante de este criterio es que él creía que esa
estructura biofísica podía ser considerada físicamente.
“ [Es posible] evitar el enfoque indirecto de las manifes­
taciones psíquicas e ir directamente a la parte afectiva a
partir de la actitud corporal. Hecho esto, los sentimien­
tos reprimidos aparecen antes que el recuerdo corres­
pondiente” . Así, muchos terapeutas reichianos actuales
se dedican especialmente a ciertas manipulaciones enca­
minadas a aliviar la tensión corporal. Y un paciente que
se había sometido a esa terapia dijo que los ejercicios
aliviaban frecuentemente la tensión. Pero como no iban
acompañados de una conexión mental, no parecían te­
ner un efecto duradero.

* Reich, op. cit., pp. 266-67.


R E L A C IO N E S C ON OTROS METO DO S T E R A PE UTICO S 203
i
N o obstante, la teoría reichiana aclaraba algunos pun­
tos importantes de los aspectos físicos de la neurosis.
Después Reich vinculó gran parte de su teoría con una
exótica concepción de la sexualidad que lo desacreditó
a los ojos de parte de la comunidad científica. Pero si
descartamos ese aspecto, vemos que Reich se acerca a la
teoría primal: “ Cabe recordar la pérdida de espontanei­
dad en los niños, la primera y más importante señal de
la definitiva represión sexual a los cuatro o cinco años
de edad. Esta pérdida de espontaneidad es experimen­
tada siempre al principio como ‘morirse’ o ‘quedar en­
murado’. Más tarde, ese sentimiento de ‘estar muerto’
puede quedar tapado en parte por un comportamiento
psíquico de compensación, tal como la hilaridad super­
ficial o la sociabilidad sin contacto” . Creo que Reich se
refiere al comienzo de la neurosis. El “ estar muerto” , el
taparse con un sistema defensivo, etc., es lo que yo
atribuyo a la escena primal. Incluso la edad en que se
produce es similar.
El foco principal para Reich se convertía en tensión
abdominal: “ Tan importante ha llegado a ser en nuestro
trabajo el tratamiento de la tensión abdominal que
actualmente me parece incomprensible que sea posible
conseguir ’curas siquiera parciales de neurosis sin cono­
cer la sintomatología del plexo solar” . Continúa descri­
biendo la forma en que al apretarse el abdomen la
respiración se vuelve superficial y cómo bajo la influen­
cia del miedo el individuo contiene el aliento poniendo
tensos los músculos abdominales.
Reich creía que al disminuir la respiración disminuía
la cantidad de oxígeno y por consiguiente la energía del
organismo, con la cual, razonaba, la tensión era menor.
N o estoy seguro de que sea así, pero pienso que no
debemos negar la importancia de las ideas de Reich
sobre las relaciones entre la respiración y la neurosis.
Y o me veo tratando automáticamente de determinar de
dónde sale la voz del paciente y cómo respira la primera
vez que lo veo.
204 EL G R IT O PR IM A L

He citado a Reich porque con el paso del tiempo


creo que la psicoterapia ha tendido a descuidar el cuer­
po y su contribución a la neurosis. Como ésta es a
menudo un fenómeno descorporizado (escindido del
cuerpo), <la hemos tratado como si en realidad fuera
solamente algo descorporizado y mental. Así, las tera­
pias condicionantes se centran en la asociación de ideas,
y la terapia racional en la sustitución de ideas. Pero
creo que los reichianos modernos quizá hayan cometido
el error contrario, es decir, tienden a descuidar los
procesos mentales en su tentativa de aliviar la tensión
física. Para la teoría primal el organismo es una unidad
psicofísica. Para que los resultados sean duraderos y
realmente efectivos, es preciso tomar en cuenta esa
unidad.
Mi objeción, pues, a diversas técnicas como la basada
en el tacto, en el movimiento corporal, en la natación
—terapias destinadas a “ liberar” el cuerpo— sería la
misma que la que opongo a la terapia reichiana. Y o
diría que cualquier criterio físico significa tratar el pro­
ceso neurótico con una técnica “ descorporizada” en que
se descuidan las conexiones mentales o no se insiste en
ellas, en que el cuerpo es tratado como una entidad
separada de la mente. N o creo que se pueda liberar
verdaderamente el cuerpo, salvo por un tiempo, mien­
tras haya dolores primales profundamente escondidos
que producen una continua tensión física (así como
mental). Considero simbólico el intento físico de hacer­
lo. El ejemplo, citado antes, de una persona en el
centro de un círculo formado por individuos tomados
del brazo y que debe “ liberarse” rompiéndolo, ilustra lo
que quiero decir con simbolismo.
Y o diría que la mente no puede librarse de recuerdos
dolorosos que inervan todo el organismo mediante ejer­
cicios destinados a dar más fluidez e integración al
cuerpo. Esos recuerdos, que operan por debajo del nivel
de la conciencia, continúan enviando impulsos al resto
del organismo para advertirle del peligro que continuará,
R E L A C IO N E S CON O T R O S M E T O D O S T E R A P E U T IC O S 205
en mi opinión, mientras no sea experimentado y resuel­
to. Liegado a este punto comenzará la verdadera relaja­
ción y los ejercicios corporales pueden ser útiles y su
efecto duradero. L a misma objeción haría al criterio de
liberar la mente orientando a la persona hacia pensa-.
mientos “sanos” . Se pueden ignorar los recuerdos prima­
les y sustituirlos por pensamientos “ felices” , pero esto
no suprime el dolor. La conexión es no sólo deseable
sino esencial para la visión primal de las cosas.
A l considerar la neurosis es preciso tener presente la
etiología: ¿Qué es lo que vuelve tenso a un sujeto año
tras año, década tras década, sin tregua? ¿El hábito? ¿Una
respuesta condicionada al mundo? Tal vez, pero creo
que es más complicado que un simple aprendizaje. La
tensión es un signo de un sistema en funcionamiento
que trata de resolver las necesidades del cuerpo. El
sistema es por lo menos ineficaz, pues sigue probando
métodos inadecuados, sin comprender nunca del todo
que así nunca se satisfará la necesidad. Debemos ocu­
parnos de esa red intrincada y no sólo de partes de ella,
como los brazos y las piernas en la terapia por la danza
o del lenguaje en la terapia del lenguaje o de una nariz
tapada en la terapia de desensibilización alérgica. Debe­
mos comprender que una cabeza cargada, por ejemplo,
suele ser la presión del cuerpo concentrada en cierto
sector. Debemos ocuparnos de la presión, o en caso
contrario la persona se verá obligada a aliviar la de la
cabeza sonándose la nariz constantemente durante el
resto de su vida.

Las escuelas behavioristas o condicionantes

Las técnicas condicionantes son cada vez más popula­


res entre los terapeutas, sobre todo en los hospitales
mentales y en las universidades. N o me referiré a las
innumerables públicaciones sobre el tema, pero analizaré
algunos supuestos en que se basa la técnica condicionan-
206 E L G R IT O PR IM A L

te. El principal consiste en que los problemas emocio­


nales son el resultado de condiciones de aprendizaje
adversas. Así, por razones de recompensa o castigo, el
neurótico ha aprendido ciertas respuestas o hábitos des­
ajustados o inadecuados. Esos hábitos persisten y tien­
den a consolidarse con el tiempo. Andrew Salter, en su
libro C o n d itio n R e fle x Therapy, dice:

El desajuste opera un mal condicionamiento y la psicoterapia


lo repara. Los problemas del individuo son el resultado de sus
experiencias sociales, y al cambiar sus técnicas en las relaciones
sociales cambiamos su personalidad. N o nos interesa dar ai indi­
viduo un conocimiento estratificado de su pasado ( “ escudriña­
miento” ). L o que nos interesa es darle un conocimiento reflejo
de su futuro ( “ hábitos” ).

El análisis de Salter da la visión general de varias


escuelas condicionantes, aunque difieran en muchos
puntos. En esencia, parece ser que uno aprende a ser
feliz adquiriendo hábitos emocionales, así como ha apren­
dido a ser infeliz. El interés se centra en la forma
en que actúa la gente, en líneas generales. El hecho de
funcionar de una manera adaptada, eficaz y productiva
sería un índice de salud emocional. Y a me he referido a
la forma en que funciona el individuo y reitero que
poco dice sobre su manera de sentir o sobre si siente
cuando actúa. Algunos pacientes que funcionaban muy
bien en cuanto a posición, situación social e ingresos
decían que se sentían “ muertos” y que nada de lo que
hacían tenía sentido, se reducía al gesto. Así, si bien
pueden haber sido mecanizados a comienzos de su vida
por dos máquinas condicionantes muy expertas (los
padres), que recompensaban el comportamiento neuró­
tico y castigaban el “ bueno” , el sufrimiento que se
producía no puede desmantelarse, creo, alterando el
curso de los síntomas o el comportamiento superficial.
A mi juicio no desaparecerá cambiando la dirección de la
descarga.
Hay muchos ejemplos de terapia condicionante. Así,
en un hospital mental se utilizó el siguiente sistema con
R E L A C IO N E S CON O T R O S M ETO D O S T E R A P E U T IC O S 207
alcoholistas: Se instala un bar, y cada vez que el pacien­
te toma un trago de alcohol recibe una descarga eléctri­
ca inocua pero dolorosa. La corriente aumenta hasta
que el paciente escupe la bebida en una palangana que
tiene delante, momento en que cesa la corriente. Esto
recibe el nombre de condicionamiento operante. La idea
es acompañar cierto comportamiento “ malo” , que debe
ser condicionado desde afuera, por un estímulo desagra­
dable, suprimiendo el hábito indeseable al volverlo desa­
gradable.
Otra variante del condicionamiento negativo consiste
en mostrar a un grupo de hombres homosexuales una
serie de tarjetas. Algunas son desnudos masculinos. Cada
vez que el sujeto pasa las tarjetas recibe una descarga.
Se confía en que la vista de los hombres desnudos se
volverá lo bastante dolorosa y desagradable como para
desalentar la homosexualidad. En Inglaterra se ha ensa­
yado un condicionamiento positivo con hombres hom o­
sexuales. Se les pide que se masturben hasta llegar a la
eyaculación, en cuyo momento se aprieta un botón y
aparece la figura de una mujer desnuda. Con esto se
espera asociar el placer sexual con la mujer, descartando
así las tendencias homosexuales anteriores.
Estos experimentos se basan en el supuesto de que
aprenden nuevos hábitos por asociaciones, agradables y
desagradables. Aunque parece razonable pensar que el in­
dividuo adoptará los comportamientos retribuidos y aban­
donará los que no lo son, este criterio omite el dinamis­
mo que hay debajo del hábito neurótico. En el caso
del homosexual, por ejemplo, parece ignorarse la tre­
menda privación de afecto y la gran necesidad de ser
tenido en brazos y acariciado; en cambio, el paciente es
más o menos “ golpeado” o castigado por su necesidad.
Es decir, se castiga la expresión de su necesidad de
modo que pasa a ser aun más oculta, profundizándose
la neurosis. N o se puede condicionar desde afuera una
necesidad porque es ella lo real. Esa necesidad siempre
encontrará nuevas salidas cuando se cierren las viejas.
208 E L G R IT O PRIM A L

Las técnicas condicionantes darán por resultado un au­


mento de la tensión y la posterior aparición de otros
síntomas quizá más graves.
N o creo que se puedan curar las enfermedades tratan­
do los síntomas. Para curar las neurosis hay que ocupar­
se de las necesidades; en los sistemas condicionantes no
se trata habitualmente la tensión como tal.
El sistema primal es tan diferente de los métodos
condicionantes como de casi cualquier otro. En lugar de
ver los temores del individuo como entidades, la terapia
primal cree que es la persona la temerosa.
La terapia primal se ocupa del proceso interno en
tanto que los métodos condicionantes se interesan en él
comportamiento exterior. Así, un temor actual no es
considerado en sí mismo en la terapia primal sino como
emanación de una historia. A l tratar una fobia, por
ejemplo, la teoría primal dirá que el sentimiento (mie­
do en este caso) es siempre real, pero el contexto es
simbólico. La persona no teme en realidad las alturas,
sino algo que no entiende. En líneas generales, la tera­
pia condicionante se ocuparía del síntoma presente, el
miedo a las alturas, y trataría de que la persona consi­
guiera mayor relax en esas situaciones. La terapia primal
trata de establecer la conexión correcta con el mie­
do. Esta conexión elimina el miedo generalizado y la
necesidad de concentrarlo en sustitutos.

Implícito en algunos de los métodos condicionantes


está el supuesto de que el hombre es más o menos una
máquina cuyo comportamiento queda impreso o anula­
do por una manipulación exterior sin intervención de la
conciencia. La disciplina de la educación o de la vida
militar sería una extensión de este criterio. El supuesto
consiste en que la neurosis puede modificarse de un
modo permanente aunque la persona no tenga idea de
lo que provocó su comportamiento irracional o las con­
diciones que lo detuvieron. Aparte de mi desacuerdo
por razones psicológicas, me preocupa la proliferación y
R E L A C IO N E S CO N O T R O S M E T O D O S T E R A P E U T IC O S 209
la aceptación de las actuales técnicas condicionantes.
Esta visión de los seres humanos como unidades que
han de ser manejadas de esta o aquella manera forma
parte de un Z e itg e is t general, parte de la deshumaniza­
ción del hombre en la que los sentimientos, la voluntad
y el intelecto sólo son consideraciones secundarias en el
esfuerzo por producir y lograr resultados. Pienso que el
trato mecánico de los seres humanos forma parte de la
enfermedad actual y es lo que contribuye a producir
originalmente neurosis. Mi temor es que la psicología
quede absorbida e integrada en la mecanización social
general en la que ciertos efectos sintomáticos, tanto
sociales (protestas de estudiantes, por ejemplo) como
personales, son borrados por técnicas punitivas sin que
nadie haga la pregunta crítica: ¿Por qué?
Para entender los síntomas debemos explorar las cau­
sas. Hay que tener presente que los seres humanos
tienen una historia personal.
Quizá parte del problema ha consistido en que las
técnicas condicionantes han dado resultado con los ani­
males extrapolándose a los seres humanos. Pero los
hombres no son animales.
Creo que la teoría condicionante ha desempeñado
una función importante en la historia de la educación y
en la psicología, sobre todo en el plano del aprendizaje
y la educación. Desde luego hay condiciones especiales
que facilitan o inhiben el aprendizaje y una teoría al
respecto puede ser útil; cómo se aprende, en qué condi­
ciones, a qué edad, son todos ámbitos valiosos de inves­
tigación. Pero no creo que el esquema del aprendizaje
pueda servir para explicar la complejidad del proceso
neurótico. Las necesidades son tanto físicas como men­
tales y no veo cómo se las puede descuidar y pretender
que se hace realmente algo con una neurosis. Para m í el
proceso neurótico es absolutamente psicofísico en tanto
que el proceso de aprendizaje es esencialmente mental.
Por eso la sola manipulación del sistema mental no
puede alterar cualitativamente el sistema psicofísico.
210 E L G R IT O PR IM A L

L a escuela racional

El sistema ^racional ha sido creado por Albert Ellis.


Suele no clasificarse entre los behavioristas, pero algunas
de sus técnicas son similares. Por ejemplo, un terapeuta
racional estimulará a un homosexual a probar un com­
portamiento heterosexual mientras se dice a sí mismo
frases como “ Me gustan las mujeres; no tengo miedo.
Me gusta hacer el amor” . El comportamiento es lo que
cuenta y se confía eri que acompañando un comporta­
miento “ deseable” con las debidas asociaciones menta­
les, los hábitos cambien. La escuela racional cree, bá­
sicamente, que el neurótico se dice a sí mismo lo que
no debe. Es decir, se repite inconscientemente frases
que producen un comportamiento inadaptado o irracio­
nal. Cuando el paciente adquiere conciencia de esas
frases y las cambia por algo más racional, su comporta­
miento seguirá el ejemplo. Albert Ellis dice en un artículo
reciente:

El sistema del Instituto [R acional] se basa en la creencia de


que los individuos pueden aprender a vivir racionalmente si tie­
nen conciencia de que sus emociones y comportamientos auto-
destructores son el resultado de sus ideas ilógicas. Adquieren
biosocialmente esas ideas y las interiorizan y las repiten luego
indefinidamente. El terapeuta ayuda al paciente a desafiar esas
creencias autoderrotistas, empleando técnicas de m odificación del
com portam iento.*

A mi juicio, la gente no vive de un modo irracional


porque tenga ideas ilógicas. Se comporta irracional­
mente porque no le está permitido actuar racionalmente
y de acuerdo con sus propios sentimientos en los co­
mienzos de la vida. Considero que los seres humanos
son esencialmente racionales. Las filosofías irraciona­
listas, a mi entender, surgen para explicar o “ raciona­

* Institute for Rational Therapy; Brochure, 1968 (Primavera).


R E L A C IO N E S CON O T R O S M E T O D O S T E R A P E U T IC O S 211
lizar” comportamientos neuróticos. Cuando un indi­
viduo niega su propia verdad, está obligado a construir
una red de falsedades. Actuar de acuerdo con los
propios sentimientos es una tarea intrínsecamente ra­
cional, y los pacientes postprimales, cuando al fin ven la
verdad, son capaces de ser racionales con respecto a
muchas cosas de la vida sin ningún análisis elaborado,
intelectual. ¿Por qué no lo habían entendido antes? Por­
que negar los sentimientos significa igualmente negar
la percepción y la comprensión. Las negaciones hacen
necesarias las creencias sustitutivas (y por lo tanto falsas).
Ellis menciona las emociones “ autodestructoras” . Es­
ta noción se encuentra en muchas teorías. N o creo en la
existencia de emociones que destruyen el yo. Más bien
lo destructor es la negación de esos sentimientos del yo.
Los sentimientos no pueden destruir el yo, puesto que
le pertenecen. Lo que suele considerarse una emoción
destructora —la cólera— es el resultado de un sufrimien­
to que se niega a sí mismo. La falta de sentimiento es
lo que destruye al yo, y lo que permite la destrucción
de otros yos.
Si es cierto que el neurótico actúa irracionalmente
porque se dice a sí mismo cosas equivocadas, ¿por qué
tantos de nosotros podemos decimos cosas ciertas y sin
embargo no cambiar? El fumador puede decir que el 70
por ciento de los fumadores mueren de cáncer de pul­
món y seguir fumando un paquete por día. El alcohó­
lico puede jurar cada día que el alcohol arruina el
hígado y seguir empinando el codo. El homosexual
puede decirse que en realidad le gustan las mujeres y
seguir teniendo relaciones con hombres. Si odia a las
mujeres, las odia. Su odio no tiene nada de racional. Es
la generalización de un viejo sentimiento primal enterra­
do que no puede cambiar, a mi juicio, mientras no sea
experimentado y resuelto. El odio del homosexual por
las mujeres puede proceder de años de una relación
terrible con su madre. Ubicado en su propio contexto,
el odio puede ser racional. Hacer que un homosexual
212 E L G R IT O PRIM A L

que odia esencialmente a su madre se diga a sí mismo


que le gustan las mujeres contribuirá a mantener su
simulación y por lo tanto su neurosis.
Una paciente primal que se había sometido a la
terapia racional explicó el tratamiento anterior: “ Re­
cuerdo que una vez le dije al médico que estaba terri­
blemente perturbada porque mi novio me había dejado.
Me contestó que mi comportamiento era irracional y
que yo necesitaba decirme a mí misma que en realidad
podía vivir sin él y no necesitaba amor para sobrevivir.
Sonaba un poco a Christian Science. Tenía que hacer
como que sentía lo que no sentía. Por mucho que me
dijera, no pude convencerme de que podía vivir sin mi
novio. Ahora comprendo por qué. He sentido lo que
trataba de sacar de aquel novio: un padre solícito.”
Creo que la diferencia esencial entre la teoría primal
y la racional reside en el papel de las propias ideas en la
neurosis. Ellis cree que las personas actúan de acuerdo
con una filosofía profunda pero inconsciente que nece­
sita hacerse consciente. La teoría primal sostiene que la
filosofía se adopta en función de la relación que uno
tiene con su sufrimiento, es decir, la persona que es
recta consigo misma tiende a tener ideas, actitudes y
filosofías rectas.

L a terapia de la realidad

Lo que me parece esencialmente erróneo en todas las


terapias orientadas hacia el presente, a la confrontación
con el ahora, es que descuidan la historia del paciente o
ni saben siquiera que hay una historia detrás del com­
portamiento neurótico. La terapia de la realidad tiene
actualmente gran aceptación por dos razones. En primer
lugar porque es simplista y por lo tanto atrae a los que
no quieren molestarse en escudriñar profundidades. En
segundo lugar, lo que es más importante, se adecúa
perfectamente a la moda cultural —el mismo Z eitgeist
R E L A C IO N E S CON O T R O S M E T O D O S T E R A P E U T IC O S 213
cultural que produce neurosis, a mi juicio—, es decir, a
los conceptos de acción y responsabilidad. Es un “reu­
námonos y hagamos algo” , sin que interese cómo se
siente el interesado. Se insiste mucho en el actuar con
responsabilidad. Esa responsabilidad parece ser siempre
con alguien o con algo, no con uno mismo. La terapia
de la realidad, a mi entender, evita la realidad, la reali­
dad del paciente. Quiere que el paciente enfrente un
mundo al que a menudo no pertenece ni puede pertene­
cer, mientra no sienta lo que le hace proceder como
procede.

La m ed itación trascendental

Recientemente ha hecho furor entre estudiantes uni­


versitarios, músicos y artistas la meditación trascenden­
tal preconizada por yoguis de la India tales como el
Maharishi Ahesh Yogui. La meditación entraña la repeti­
ción de un mantra (un dicho sánscrito en el que se
expresa una relación personal entre el hombre y su
Dios, tal como “ Dios se apiade de m í” ), concentrándose
sólo en la imagen de la divinidad con exclusión de
cualquier otra distracción interna o externa. Se añaden
ejercicios respiratorios de modo que por Jo general antes
de llegar a la cima o “ trascendencia” , la respiración es
apenas perceptible. T odo esto se hace entre flores, túni­
cas flotantes e incienso. El objeto es lograr la unidad
con Dios, el relajamiento supremo que se siente como
beatitud. La meditación aspira a trascender el yo mun­
danal, alcanzando el yo espiritual con la meta de la
realización del yo.
El fundador de la secta de Ramakrishna, Viveka-
nanda; describe los propósitos de la meditación:

L a m ayor ayuda para la vida espiritual es la meditación. En la


meditación nos apartamos de todas las condiciones materiales y
sentimos nuestra naturaleza divina. Cuanto menos se piense en el
cuerpo, mejor. Porque es el cuerpo el que nos arrastra hacia
214 E L G R IT O P R IM A L

abajo. El apego, la identificación es lo que nos vuelve desdicha­


dos. Este es el secreto: “ pensar que soy el Espíritu y no el
cuerpo, y que el conjunto de este universo con todas sus rela­
ciones, con todo su bien y todo su mal, es sólo una serie de
pinturas, escenas sobre una tela, de las cuales soy testigo” .*

Para describir la meditación debo llamarla actitud


antiprimal. Implica el desapego en lugar de la conexión,
negar el yo en vez de sentirlo, y la creencia en la
necesidad de separar el alma del cuerpo. Su naturaleza
es solipsista, puesto que nada existe realmente sino sólo
como una pintura sobre una tela.
Esto no quiere decir que no se pueda usar la medita­
ción para lograr el relax. U n paciente, que había sido
monje vedanta durante varios años, dice que repitió el
mantra y practicó la meditación trascendental durante
doce años y que muchas veces alcanzó el estado de
beatitud. Pero el resultado final de esa beatitud fue una
crisis total y la necesidad de una terapia. Esto merece
quizá una explicación. Creo que el estado de beatitud
deriva de una supresión completa del yo, que desem­
boca en una fantasía (deidad) creada por uno mismo,
en una fusión con el producto de la propia imaginación
y una pérdida de realidad. Es un estado de irrealidad
total, una psicosis institucionalizada socialmente. Si un
paciente, por ejemplo, nos dijera que se ha fundido con
Dios, que él y Dios son uno, sospecharíamos de su
razón. Pero cuando ese proceso es sancionado por una
teología determinada, tendemos a pasar por alto su
irracionalidad intrínseca.
Cabe recordar que se puede meditar todos los días
sin que disminuya la necesidad de hacerlo. En cierto
modo el demonio de la tensión surge cada día para ser
expulsado por la meditación. Los rituales, las flores y
las túnicas serían los gestos elaborados del relax, porque
los rituales no son necesarios para ello. En realidad

* Swami Vivekananda, Works (Advaita Ashrama, 1946), V o l


27, p. 37.
R E L A C IO N E S C O N O T R O S M E T O D O S T E R A P E U T IC O S 215
suelen ser la indicación de que la persona lucha por
relajarse, cuando en realidad relajarse no es sino ser uno
mismo. N o creo que se puedan hacer los gestos para ser
uno mismo. Simplemente uno es..

E l existencialisrno

Otra corriente de la psicología actual es el existen-


cialismo. Su objeto es negar la importancia que han
dado los freudianos a las experiencias de la primera
infancia, ofreciendo al mismo tiempo una estructura
más dinámica que las terapias condicionantes. El exis-
tencialista hace hincapié en el ahora y el aquí. Se
interesa en el ser del hombre. N o se puede decir en
verdad que el existencialisrno sea una terapéutica siste­
mática porque ha dado lugar a pocas hipótesis compro­
bables, ni es tampoco una tentativa sistemática de ela­
borar un método ordenado. Más bien es una tendencia
marcadamente filosófica que ha extraído su fuerza de
las obras de Sartre, Binswanger y Heidegger.
Uno de los jefes del existencialisrno actual es
Abraham Maslow. Tanto él como Cari Rogers han teni­
do una influencia importante en el pensamiento psicoló­
gico actual.* Creen que hay un camino hacia la salud
psicológica, que llaman autoactualización. Maslow pien­
sa que este camino no es definible, que sólo se puede
inferir de la observación de las personas.
Para él la neurosis es una enfermedad deficitaria; el
neurótico es deficiente porque necesita actualizarse:

Cada ser hum ano tiene dos tipos de fuerzas en su interior.


U no que se aferra a la seguridad y a la defensa por miedo, tiende
a volver atrás, teme crecer, teme la independencia. . . la libertad y
la separación. El otro tipo de fuerzas lo impele a completar su yo

* C. R. Rogers, A Therapist’s View o f Personal Gifts (W alling­


ford, Pa., Pendle Hill, 1960); O n Becom ing a Person (Boston,
H oughton M ifflin, 1961).
216 E L G R IT O PR IM A L

a través de la confianza frente al m undo exterior y al mismo


tiempo a aceptar su y o más profundo, real e inconsciente.*

Para mí el hombre nace completo, pero estoy de


acuerdo con Maslow en que hay una necesidad de ser
real o total, es decir, de ser lo que somos. N o creo, por
el contrario, que haya dentro de nosotros una fuerza
regresiva, neurótica, esencial: ésta sólo aparece cuando
no se nos permite ser nosotros mismos. N o creo que el
miedo, sobre todo el miedo de crecer; sea esencial para
el funcionamiento humano.
La neurosis, para Maslow, es el conflicto básico entre
las fuerzas defensivas y las tendencias al desarrollo. Para
él éstas son “ existenciales, incrustadas en la naturaleza
más profunda del ser humano” . La necesidad de consi­
derar al hombre en función de la lucha hace que mu­
chas teorías vean al comportamiento del hombre como
una dialéctica constante entre algo negativo y algo posi­
tivo. A sí Maslow ve la necesidad de seguridad como una
“ necesidad prepotente, más necesaria primalmente que
la autoactualización” . Antes de asumir riesgos y expre­
sarse, el hombre debe conquistar o satisfacer sus necesi­
dades más fuertes de seguridad. El conflicto se convierte
en el paradigma esencial del crecimiento. Y o no creo
que el conflicto sea algo esencial e interno. Más bien
pienso que la neurosis resulta de la presión contra el
crecimiento natural y las tendencias al desarrollo del
organismo. N o hay una prueba real de que exista algo
como la necesidad de seguridad o un miedo básico a la
independencia o la libertad. Esta parece más bien la
descripción de algunos comportamientos de neuróticos,
pero debemos abstenernos de atribuirlos a algún factor
constitucional o genético.
L o que dice Maslow es en ciertos aspectos similar a la
posición freudiana, a saber, que hay una ansiedad básica
que es preciso vencer. Se refiere a la necesidad de

* Abraham M aslow, Toward a Psychology o f Being (Princeton,


V an Nostrand, 1962), pp. 150-67.
R E L A C IO N E S CO N O T R O S M E T O D O S T E R A P E U T IC O S 217
calmar la ansiedad que causa la necesidad de seguridad.
Pero la diferencia de rótulos no aparta a Maslow de
una visión demonológica del hombre. Quizá es porque
construimos teorías psicológicas a partir de la observa­
ción de neuróticos a los que por lo general no les faltan
demonios que matar.
N o son las necesidades deficitarias las que nos man­
tienen inmaduros y neuróticos, sino la insatisfacción de
necesidades reales. En todo caso, no veo cómo puede
haber necesidades especiales que ocupen sólo una parte
de nosotros. Cada necesidad es total. Cuando las necesi­
dades no están satisfechas, somos deficitarios.
El autoactualizador de Maslow es aquel que es capaz
de experiencias culminantes, esos sucesos fuera del tiem­
po, fuera del espacio en que el yo es trascendido y la
persona alcanza un estado semejante al Nirvana. Las
obras existencialistas abundan en la descripción de expe­
riencias culminantes; tenerlas es algo muy tentador. Mu­
chos de nosotros quisiéramos trascender la desdicha y el
vacío de nuestras existencias cotidianas. Pero Maslow no
aclara cómo se hace exactamente y qué es precisamente
una experiencia culminante. Es más bien un aconteci­
miento místico. A falta de ejemplos precisos en la obra
de Maslow, me remitiré a las experiencias culminantes
descriptas por dos pacientes que habían recibido terapia
existencial de grupo. El primero era un hombre que
había estado deprimido durante días. A l cabo de una
semana de depresión un amigo le pidió que escalaran
una montaña. Treparon una montaña empinada y la
persona sintió una gran exaltación. A eso le llamó
experiencia culminante. ¿Qué había hecho? Se había
sacudido la depresión. Había realizado un trabajo de
defensa. ¿Había trascendido de veras los sentimientos
reales implícitos en la depresión? Lo dudo. Lo único
que había hecho era dejar de lado por un tiempo esos
sentimientos.
La segunda experiencia culminante se produjo duran­
te una maratón desnuda. El hombre había pasado de un
218 E L G R IT O PR IM A L

miembro a otro del grupo. Cada uno lo había mimado


y acariciado. De pronto sintió calor en todo el cuerpo.
Lo calificó de “ instante de unidad con la humanidad” .
¿Qué era en realidad? Estaba consiguiendo al fin lo que
creía necesitar: un poco de calor y caricias humanas.
Pero era sólo una experiencia momentánea desconectada
con el gran dolor por lo que había necesitado toda su
vida. Los contactos con el grupo habían mitigado sus
tensiones dolorosas permitiéndole, por lo tanto, trascen­
der lo real. Su Nirvana era irreal. A mi juicio, lo que
todos los neuróticos operan es la trascendencia, trascen­
der un yo que siente de verdad. Cualquiera que sea el
Nirvana que imaginen haber alcanzado, debe ser un
estado irreal, porque lo que necesitan es una experiencia
de descenso al yo que siente.
La búsqueda de una experiencia culminante parece
ser a menudo una lucha más por encontrar algo único
en una existencia monótona. Es parte de la esperanza
irreal.
Si el sujeto ha permitido florecer su yo real, si ha
sido aceptado siempre por los padres, no veo razón de
que quiera trascenderlo. Las personas que han completa­
do la terapia primal nunca hablan de las experiencias
culminantes a que se refiere Maslow. Todas las culmina­
ciones han quedado allanadas porque la neurosis no los
lleva ni a la euforia ni a las profundidades de la desespe­
ración. Ser totalmente uno mismo es un sentimiento
espectacular.

Los existencialistas tratan de apartarse de las ideas de


ansiedad esencial y de fuerzas instintivas para concen­
trarse en los procesos de autoactualización, caminos que
nos conducen a la salud. Rollo May y sus colaboradores
explican en parte la posición existencial*: “ L a carac­
terística del neurótico es que su existencia está oscu­

* R ollo M ay, Ernest Angel y Henri Ellenberger, Existence


(Nueva Yo rk , Basic Books, 1960).
R E L A C IO N E S CO N O T R O S M E T O D O S T E R A P E U T IC O S 219
recida. . . nublada y no sanciona sus actos. La finalidad
del existencialismo consiste en que el paciente experi­
mente su existencia como real.” Esta finalidad es similar
a la de la terapia primal. Pero el lenguaje mismo del
existencialismo nubla la realidad a la que nos estamos
refiriendo. ¿Qué es la existencia? ¿Qué significa que la
existencia de alguien esté nublada?
El compromiso es el núcleo principal del existencia­
lismo. Se trata de ayudar al paciente en su lucha por
salir del vacío existencial y por comprometerse con algo
positivo que lo impulse adelante. Pero para comprome­
terse en algo, debe haber un yo que se comprometa. El
neurótico está separado de casi todos sus actos y por lo
tanto, por definición, no puede comprometerse entero
en algo. U n comerciante totalmente comprometido en
sus negocios trata por lo general de hacer funcionar su
yo irreal y si sintiera lo que está haciendo, muy proba­
blemente no estaría tan totalmente comprometido.
En términos clínicos, la posición existencial es similar
a la escuela racional. U n homosexual conseguirá sentirse
heterosexual comprometiéndose en actos heterosexuales.
Pero creo que en la neurosis no se trata sólo de lo que
se hace; se trata de lo que uno es. Una persona puede
realizar cantidades de actos heterosexuales y seguir sien­
do homosexual porque el sentimiento y la necesidad se
dirigen al amor de alguien del mismo sexo. Un acto no
suprimirá esa necesidad. Ese es el error del homosexual
“ latente” que trata de desviar sus tendencias (para negar
incluso su necesidad de afecto de sus padres) mediante
sucesivos actos heterosexuales, sin provecho alguno. Se
puede no haber practicado nunca la homosexualidad y
sentirse homosexual (véase el capítulo sobre homose­
xualidad). Siempre es posible un nuevo acto para el
neurótico, pero poco podrá cambiar su neurosis.
Los existencialistas en general analizan los compro­
misos de la persona, su comportamiento ahora y aquí,
sus ideas. N o creo que el análisis pueda cambiar su
“ ser” . “ Ser” para mí significa sentir. El análisis puede
220 E L G R IT O PR IM A L

ser para el neurótico algo que sobrevuela el sentimiento.


Mantiene a la persona en el plano “ mental” de modo
que posiblemente no puede sentir su verdadero “ ser” .

En las ciencias sociales algunas teorías intentan acer­


carse a otras para fundirse con ellas y consolidar así su
posición. Por ejemplo, los teóricos freudianos acuñan
sus conceptos dentro del contexto de una teoría del
aprendizaje para que sean más viables. A veces encontra­
mos lo opuesto: los teóricos del aprendizaje que tratan
de hacer más “ dinámico” su método situando el núcleo
de su teoría en un contexto de aprendizaje. Pero esta
conciliación de las diferencias entre diversas teorías sue­
le ser más aparente que real y conduce más a verdades
“ estadísticas” que reales. Es decir, que explicando a
Freud en otros términos o explicando la teoría del
aprendizaje en términos dinámicos sólo hemos encon­
trado una manera más agradable de decir las mismas
cosas de antes. N o creo que sirva hablar de temor de
castración utilizando el concepto de rechazo del acerca­
miento si el temor de castración no existe en primer
lugar.
Cuando consideramos la historia del pensamiento psi­
cológico desde comienzos del siglo, encontramos prime­
ro una insistencia en la primera infancia, y en la
introspección. Para contrarrestarlas, los behavioristas o
teóricos del aprendizaje evitaron la introspección y la
primera infancia para concentrarse en el comporta­
miento. Después los neofreudianos intentaron poner al
día la terapia freudiana con el análisis del ego, una
convergencia en las maniobras defensivas actuales del
paciente.
A pesar de todas las modificaciones de Freud que
parecen tan progresistas, se diría que el Freud original,
concentrado en el pasado y elucidando los problemas
actuales a través de la exploración de la primera infan­
cia, está más cerca de la teoría primal.
Esta se halla muy distante de las concepciones
R E L A C IO N E S CON O T R O S M E T O D O S T E R A P E U T IC O S 221
behavioristas. El behaviorismo parece abstraer el sínto­
ma y tratar de condicionar o descondicionar el compor­
tamiento irreal. Trabaja con manifestaciones irreales,
más que con causéis, y por lo tanto no puede producir
cambios reales.
La teoría primal sostiene que el hombre no es ni un
conjunto de hábitos ni una masa de defensas contra
demonios interiores o instintos. Cuando una persona
puede experimentar sus necesidades primales sin el mie­
do de perder el afecto, está experimentando su “ ser” .
Cuando no puede, es, para usar el concepto existencia-
lista, un “ no ser” . N o creo que haya ningún tipo de
esfuerzo especial, de sublimación o compensación que
transforme un “ no ser” neurótico en una persona que
siente. Para ser lo que es, el neurótico debe retroceder y
sentir lo que era antes de dejar de “ ser” . Como dijo un
paciente: “ Para ser lo que uno es, hay que ser lo que
no era.”
El contentamiento o la felicidad, la meta frecuente
de la psicoterapia, no es en mi opinión el resultado de
introvisiones acumuladas, ni la repetición de cánticos o
de mantras, ni deriva de la adquisición de hábitos “ posi­
tivos” . Creo que si el objetivo terapéutico es contribuir
a que el paciente se sienta contento, ese sentimiento
sólo puede alcanzarse cuando él descubre al fin su
verdadero yo. La felicidad alcanzada por el yo irreal
será justamente eso: irreal. La felicidad real, pues, signi­
fica que la vieja infelicidad está resuelta y ha desapare­
cido.
Algunos terapeutas me han contado que han presen­
ciado a veces una reacción primal sobre todo en la
terapia de grupo maratón (una noche entera). Por lo
común, ha sido calificada de histeria, y la gente se
apresura a consolar al paciente y a calmar su senti­
miento en vez de ayudarlo a que lo exprese. Si se
dejaran guiar por la teoría primal, quizá esas histerias se
resolverían en algo significativo. El objeto de la terapia
maratón es por lo general constructivo y, cosa extraña,
222 E L G R IT O PR IM A L

muchos terapeutas ‘‘olvidan” sus teorías cuando partici­


pan en una maratón. Por lo general tratan de fatigar el
sistema de defensa del paciente y a veces lo logran. Pero
sin alguna idea de lo que está ocurriendo, una maratón
se convierte a menudo en un ejercicio de agotamiento
en que los pacientes estallan, llegan a una crisis y lloran,
se acercan e intiman, pero no establecen esas conexio­
nes primales clave que podrían hacer de la maratón una
experiencia perdurable.
Una variante en boga de la terapia maratón es la
maratón desnuda. Las agrupaciones profesionales suelen
incluir actualmente un experto en esas técnicas cuando
se realizan sesiones de trabajo. La maratón desnuda es
una terapia de grupo corriente que se realiza sin ropas.
Hace hincapié en el aspecto sensual y suele realizarse
parte del tiempo en piletas de natación, donde los
participantes pueden acariciarse y tener la “ sensación”
de otra persona. El objetivo general de la maratón
desnuda es ayudar a las gentes a eliminar los artificios
que las separan, a suprimir la vergüenza del cuerpo y a
acercarlas. Este criterio forma parte del concepto gene­
ral de que el sujeto puede aprender a sentir, a ser
sensible y sensual y a aceptar el cuerpo efectuando
ciertos gestos. Aunque esos gestos constituyan un inter­
valo interesante en lo que puede ser una vida monótona,
no creo que hagan sentir más a nadie. El hecho de que
parezca ser una experiencia sensual no lo convierte en
terapia.
Insisto nuevamente en que no sacamos un sentim ien­
to de otro individuo. Aprendemos a sentirnos nosotros
mismos primero, y luego nos sentimos nosotros mismos
sintiendo a los demás. De m odo que si una persona
tiene sentimientos bloqueados, es posible que toque y
sienta a otra durante todo el día sin experimentar un
sentimiento. Ser sensual significa, pues, estar abierto a
la propia sensibilidad. Si así no fuera, las mujeres frígi­
das que representan una promiscuidad sexual, tocando,
acariciando y sintiendo constantemente, al fin se senti-
R E LA CIO NE S C O N OTROS M ETOD OS T ERA PE UT ICOS 223
rían saciadas, Pero con harta frecuencia se refieren a su
ansia constante de contacto y a la permanente incapa­
cidad de sentir nada. Debemos diferenciar claramente
entre el cumplimiento de los gestos y la experiencia
interna; para que la gente se acerque entre sí primero
debe acercarse a sí misma, sentirse a sí misma. Para
suprimir las barreras entre las personas es necesario
destruir las barreras internas del sentimiento.
Existe la idea de que al desnudarse unos a otros los
individuos están en cierto modo menos a la defensiva
con respecto a los demás. Reiteramos que las defensas
con los demás son primordialmente defensas contra el
propio yo, de modo que poco hace tener o no tener
ropas. N o veo cómo se pueden alterar procesos internos
de toda una vida por el cambio exterior en la ropa.
Parecería una idea mágica la de que cuando se ejecutan
ciertos gestos con los pantalones o el vestido, las barre­
ras internas que han persistido durante años desapa­
recen.
He analizado con cierto detalle este punto para dife­
renciar una experiencia interna de una externa. De no
hacer esta distinción, se podría imaginar que la gente
tendida en el suelo, agitándose y gritando, está pasando
por una reacción primal. Debemos tener presente que
las actividades que operarán cambios esenciales en los
individuos deben surgir de sus sentimientos, es decir, de
adentro hacia afuera. Si no, es posible empeñarse en
toda clase de actividades, luchar ferozmente y sin em­
bargo no cambiar un ápice la sensibilidad básica. Se
puede mostrar el cuerpo sin sentirse expuesto, y a la
inversa, vestirlo y estar totalmente expuesto. Una vez
suprimida la barrera del sentimiento, otros estímulos
afectarán la totalidad del sistema. Entonces algunos ejer­
cicios de la sensibilidad como hacer tender a las perso­
nas sobre la hierba fresca para ampliar su experiencia
sensual tendrán un sentido. Tendrán un sentido real: el
de que es agradable tirarse sobre la hierba fresca, no un
significado místico superior.
-224 E L G R IT O PRIM A L

E l psicodram a

Una técnica usada ampliamente en la terapia de gru­


p o es el psicodrama. Y o diría que es “ como si” se
jugara. El paciente asume un papel indicado por el
terapeuta y actúa “ como si” fuera otro o él mismo en
una situación especial, como la de responder a su jefe.
Puede asumir el papel de su madre, su padre, su herma­
no o su maestro. Pero, desde luego, no es ninguna de
esas personas, de modo que tiene que actuar y tratar de
sentir como otro cuando a menudo todavía no siente ni
siquiera como él mismo.
El psicodrama tiene cierto uso limitado, por ejemplo
para dar soltura a un grupo en la terapia tradicional, _
pero en esencia ofrece otro papel irreal a una persona
que ya ha estado representando su papel durante mu­
chos años. La representación es coreografiada, en este
caso, por el terapeuta. Creo que muy a menudo el
neurótico se ve obligado a actuar y hundir sus verdade­
ros sentimientos en lo que suele ser una pieza de horror
escrita, dirigida y mal puesta en escena por sus padres.
La idea mágica y vicaria del psicodrama consiste en
que si uno puede hablar contra una figura de la madre,
en la representación, podrá hacerlo pronto en la vida
real. La representación continuará y la persona quizá
esté permanentemente más agresiva, expresiva, etc. Pero
el que asume un papel no está siendo real, ¿y cómo
podría otro operar cambios en su personalidad y en su
vida? Todo lo que puede hacer es aprender a ser más
neurótico afilando su capacidad de actuar para hacerlo
con apuntador en lugar de sentir.
A veces el individuo queda preso en su papel y
empieza a perder control. Con frecuencia la situación se
detiene para que la experiencia de sentir aborte. Nunca
he visto que nadie en un psicodrama se tirara al suelo y
se le permitiera perder todo dominio de su “ papel” . Las
R E L A C IO N E S C O N O T R O S M E T O D O S T E R A P E U T IC O S 225
más de las veces la persona tiene conciencia de que es
un adulto que está actuando “ como si” . Los pacientes
primales no actúan. S on niños pequeños que han per­
dido totalmente el control.
Todo esto significa que una persona es su neurosis. El
hecho de manipular la fachada, de reajustar los sínto­
mas, de ofrecer simbólicos viajes mentales y físicos, de
enseñarle a representar papeles ficticios en situaciones
ficticias no significa tratar las fuentes del problema. La
reacomodación de las defensas puede seguir indefini­
damente y no se detendrá mientras el paciente no
pueda sentirse a sí mismo. Mientras no se experimente
el sufrimiento, todo será igualmente ineficaz, trátese del
psicodrama, el análisis de los sueños, el adiestramiento
sensorial, la meditación o el psicoanálisis.
N o es posible analizar todas las otras escuelas de
psicología, de la misma manera que es imposible respon­
der a todas las cuestiones que plantea la terapia primal.
Por ejemplo, ¿es una forma de hipnosis? En realidad
todo lo contrario, aunque algunas de las condiciones
sean las mismas. Las neurosis nacen cuando los padres
le piden al niño que deje de lado su yo sensible y se
convierta en la persona que ellos necesitan. También en
la hipnosis una personalidad fuerte y tranquilizante
adormece lo real, descarta el yo que siente imbuyendo
otra “ identidad” en el sujeto. El sujeto hipnotizado
entrega su yo a la autoridad, así como el niño neurótico
entrega su yo a los padres y se convierte en lo que ellos
esperan. La hipnosis manipula la fachada irreal. Así, una
persona que está desempeñando el papel de un profesor
en su vida puede convertirse en un Liberace en el
escenario. La hipnosis puede producirse porque en pri­
mer lugar el sujeto está escindido. Una vez que la
persona no siente, se la puede convertir casi en cual­
quier cosa. A la inversa, una vez que una persona es
totalmente ella misma, no creo que pueda convertirse
en otra; no es posible hacerle un lavado de cerebro ni
hipnotizarlo.
226 E L G R IT O PR IM A L

N o es accidental que a medida que se avanza cada


vez más profundamente en la hipnosis, sea posible pin­
char a alguien con un alfiler y que no sienta nada. El
pinchazo sirve a menudo para saber si una persona está
hipnotizada. A mi juicio esto corrobora la tesis primal
de que el yo real, sensible, ha sido narcotizado o ador­
mecido tanto en la neurosis como en la hipnosis. La
neurosis es, pues, una forma de hipnosis a plazo más
largo, universal. Si así no fuera, ¿cómo podríamos ex­
plicar el hecho de que el neurótico sea destrozado por
sufrimientos de los cuales no tiene conciencia? Puede
ser que en algunos casos la hipnosis produzca un estado
casi psicòtico. Cuando alguien se convierte en Liberace,
no sabe siquiera que es Liberace y no tiene otra con­
ciencia, ¿en qué se diferencia de la persona que se ha
convertido en Napoleón en un hospital mental? En la
neurosis, la psicosis y la hipnosis nos encontramos con
una escisión y separación de la sensibilidad y con la
imposición de identidades irreales. Los padres neuró- I
ticos imponen inconscientemente esas identidades o pa­
peles a sus hijos, en tanto que el hipnotizador lo hace ¡
deliberadamente. Puede hacerlo porque algunos indi­
viduos están dispuestos, y en realidad, ansiosos, por en- j
tregarse a otro a fin de ser el buen chico o el buen
“ súbdito” . La necesidad de ser un súbdito leal es lo que j
contribuye a producir nazis, gentes dispuestas a matar a
los demás por la patria.
La terapia primal es lo opuesto a la hipnosis porque
pretende asentar al individuo en sus propios sentimien­
tos y apartarlo de lo que los demás esperan que él sea.
El hecho de estar totalmente comprometido en el pre­
sente hace improbable que nadie pueda adormecer una
parte de uno mismo y llevarse el resto a un viaje de
“ identidad” . Una persona real no puede convertirse en
nazi. Tampoco puede convertirse en Napoleón o Libe­
race. Sólo puede ser ella misma.
Muchos neuróticos que han completado la terapia
explican que antes era como si estuviesen en trance.
R E L A C IO N E S CO N O T R O S M E T O D O S T E R A P E U T IC O S 227
Dominados por el pasado, rara vez tenían conciencia de
lo que estaba ocurriendo en su vida. Un paciente lo
describió diciendo que estaba permanentemente ofus­
cado. Era lo que creía que los demás querían que fuese
sólo para poder seguir. ¿No es eso lo que hace el sujeto
hipnotizado? “ Seré lo que tú quieres que sea (papito).”
14

L A IN T R O V IS IO N Y L A T R A N S F E R E N C IA
E N L A PSIC O T E R A PIA

La naturaleza de la introvisión

En 1961 Nicholas H obbs pronunció su disertación


presidencial sobre los progresos de la psicoterapia y sus
fundamentos, en la American Psychological Association.
Las preguntas de H obbs sobre el papel de la introvisión
son importantes porque suelen desempeñar la función
principal en lo que yo llamo terapia corriente. Dejando
de lado la persuasión teórica, la mayoría de los terapeu­
tas, salvo los behavioristas, que usan la introvisión como
herramienta, creen que si un paciente entiende por qué
hace- algo, casi inevitablemente tenderá a abandonar el
comportamiento neurótico, irracional.

Hobbs expresaba su preocupación porque a menudo


pacientes muy perspicaces no progresaban. Muchos de
nosotros estábamos de acuerdo con él. Hobbs empezó a
poner en duda la eficacia de la introvisión como técnica
significativa. Citó casos de cambios que se producen sin
introvisión —terapia del juego en los niños, terapia del
movimiento corporal y psicodrama. Señaló que terapeu­
tas de distintas escuelas teóricas parecían promover in­
trovisiones diferentes pero igualmente efectivas, con el
mismo índice de mejoría. Se preguntaba si en sus tera­
pias de la introvisión los pacientes habían adoptado
IN T R O V IS IO N Y T R A N S F E R E N C IA EN P S IC O T E R A P IA

simplemente el sistema personal de interpretación del


terapeuta. Parecería, dijo, que “ el terapeuta no necesita
tener razón; tiene que ser convincente” .*
La cuestión que plantea Hobbs es la siguiente: ¿Có­
mo pueden ser correctas todas esas diversas interpreta­
ciones? ¿O existe lo “ correcto” ?
Hobbs define así la introvisión: “ Cuando un cliente
dice sobre sí mismo algo que coincide con la idea del
terapeuta sobre lo que le pasa.” Habiendo perdido la
esperanza, Hobbs deja de lado la introvisión por consi­
derarla un ejercicio inútil y examina lo que él cree
realmente un progreso terapéutico en los pacientes. Cita
el afecto, la comprensión, la atención como factores
principales del mejoramiento, en otras palabras, la rela­
ción del paciente con el terapeuta. H obbs termina su
disertación diciendo: “ N o hay introvisiones verdaderas,
sólo las hay más o menos útiles.”
¿Qué es la introvisión terapéutica? Creo que es la
explicación del comportamiento irreal. La introvisión
verdadera es nada más que el dolor con lo de adentro
para afuera. La introvisión es el núcleo del dolor. Es lo
que debe ocultarse para que la persona no tenga que
enfrentar la verdad. Así, liberar el sufrimiento es liberar la
verdad. Las consecuencias de ello son que no sólo hay
introvisiones simplemente “ útiles” como Hobbs cree, sino
que son verdades singulares, precisas sobre cada persona.
Pongamos un ejemplo. Una paciente primal analiza a
su padre al que considera esencialmente un hombre
afectuoso. Dice cuánto abusaba de él su madre, qué
débil parecía. Después de hablar más de este asunto,
dijo con desagrado: “ Ojalá hubiera podido hacerle fren­
te” , y le insté a que le gritara: “ ¡Papá, sé fuerte por
m í!” Tuvo una reacción primal conmovedora sobre la
renuncia de su padre en la familia, su retirada dentro de
sí mismo, derrotado y quebrado. El era el niño que no

* Nicholas H obbs, “ Sources o f Gain in Psychotherapy” , A m e ­


rican Psychologist (N oviem bre 1962), p. 741.
230 E L G R IT O PR IM A L

podía ayudar a su hija, que necesitaba protección con­


tra la madre destructora, “ bruja” . Una vez que se enfrenta
con el hecho de que su padre realmente no la quería ni
podía ayudarla porque él mismo necesitaba ayuda, em­
pieza a tener una cantidad de introvisiones: “ Por eso
me casé con un tipo tan débil; estaba tratando de
convertirlo en un padre fuerte. Por eso lloro cuando mi
hijo me abraza, por eso condeno a los hombres que
permiten que sus mujeres se burlen de ellos. Por eso,
por eso. .
Esos “ por eso” son sus introvisiones. Son las explica­
ciones de las miles de maneras que buscó para tapar su
sufrimiento. Los sentimientos negados llevan a cada uno
de esos comportamientos. A l experimentar el senti­
miento se vuelven comprensibles.
Esas introvisiones no son simplemente analizadas.
Irrumpen de un sistema conectado de modo que son
puntos finales de una experiencia sensible total. Los
pacientes la llaman un “ alud de introvisiones” , de ín d o­
le casi involuntaria. Hay introvisiones que se “ sienten
hasta las puntas de los pies” , como dijo una paciente.
El sufrimiento negado por esta mujer: que no había
nadie que la protegiera de una madre depravada, era la
razón de su comportamiento irreal posterior. Liberar el
dolor es aclarar las razones. Las razones son las introvi­
siones. Una vez que se ha sentido el dolor, es casi
imposible no verse inundado de introvisiones porque ese
solo sentimiento reprimido ha determinado tanto com ­
portamiento neurótico.
Otro ejemplo: Un paciente analiza su cólera irracional
con su mujer y sus hijos: “ ¡N o me dejan en paz, por el
amor de Dios! Están siempre pidiendo algo y nunca
tengo tiempo para mí.” Habla exasperado de la falta de
paz en su vida. Le pregunto si sentía así en casa de sus
padres. “ Oh, sí” , contesta. “ Maldita sea, recuerdo que
mi padre entraba en mi cuarto cuando yo estaba des­
cansando o escuchando música, mirándome con suspi­
cacia porque no me dedicaba a hacer los deberes. ¡Cris-
IN T R O V IS IO N Y T R A N S F E R E N C IA E N P S IC O T E R A P IA 231
lo! Me pongo furioso cuando pienso en sus ataques. Ni
una vez se sentó y me habló. Todo lo que hacía era
gritar su lista de órdenes.” “ Sienta eso” , le digo. “ Deje
que ese sentimiento crezca y lo invada.” En pocos
momentos el sentimiento emerge y entonces le pregun­
to: “ ¿Usted qué quería decirle?” “ Ah, diablos” , dice,
“ yo le hubiera dicho a ese hijo de puta que. . .”
“ ¡Dígaselo ah ora!” , digo. Entonces el paciente comien
za una sarta de epítetos sobre todo lo malo que es su
padre, pero en seguida eso cede el paso a un senti­
miento mucho más profundo: “ Papito, por favor. Sién­
tate conmigo. Sé bueno conmigo una vez. D i me algo
amable, por favor. N o quiero volverme loco por ti.
Quiero quererte. ¡Ah, papito! ” Entonces el paciente
solloza y es destrozado por el sufrimiento. En ese m o­
mento empiezan las introvisiones: “ Por eso siempre an­
daba pidiendo dinero prestado a unos y a otros. Quería
que alguien se ocupara de mí. Por eso nunca quiero
ayudar a mi mujer. Reaccionaba a los pedidos de mi
padre. Por eso me enojo cuando los chicos me piden
ayuda.” Más llanto y gritos al padre: “ Papito, si por lo
menos supieras qué solo me sentía esperando que hicie­
ras un gesto cariñoso. Nada más que llegar a casa y
rodearme una vez con tu brazo, por eso cuando el jefe
me dice algo amable me derrito. Por eso se me anuda el
estómago cuando el jefe se muestra crítico.”
A q u í vemos cómo se entretejen el dolor y las intro­
visiones. Estas son en realidad el componente mental
del sufrimiento. Ese hombre sintió las verdaderas necesi­
dades que había debajo de toda su cólera y fue capaz
de entender todos sus actos llamados irracionales que
eran el resultado de esas necesidades.
Los pacientes primales no saben que son perspicaces.
N o es algo aparte. Cuando dicen a sus padres lo que
sienten, se encuentran en la situación. N o miran sus
sentimientos desde lejos. N o es el “ Y o los odiaba por
eso” sino “ Te odio por hacer lo que me estás hacien­
d o” . N o hay, en una palabra, un yo escindido, que
232 E L G R IT O PR IM A L

habla de otro yo. El proceso primal es una experiencia


singular, unificada. Es el niñito real que dice sus verda­
des en mi oficina, no el adulto que explica cómo era de
niño. A mi juicio toda la diferencia está en que se habla
sobre sentimientos con un médico y se habla a los
padres durante la terapia primal. “ Hablar” significa que
no hay un yo bifurcado, sólo un yo totalmente engol­
fado en el pasado.
Cuando un paciente dice: “ Doctor, creo que lo hice
porque me sentía como un chiquillo” , hay una separa­
ción entre el “y o ” que está explicando y el “ y o ”
explicado. Así, el a cto de la e x p lica ción en la terapia
corrie n te con trib u y e a m antener la neurosis m ante­
niendo la escisión.
Por correcta que sea la introvisión ofrecida, la neurosis
se ahondará.
El terapeuta primal no entra en explicaciones. Estas
tienden a ser la enfermedad, especialmente en los hoga­
res de clase media en que los niños deben explicar cada
gesto. Los padres de clase media tienen razones elabora­
das para todo lo que hacen, incluso para el castigo de los
niños, y obligan a sus hijos a entrar en ese molde. A
veces el niño de la clase trabajadora lo pasa mejor. El
padre vuelve a la casa con unas cuantas cervezas, les
pega a los chicos con el menor pretexto y la vida
continúa. Todo está claro. N o hay razonamientos ela­
borados para confundir a los niños. N o es accidental
que la terapia primal funcione más rápido con los pa­
cientes de la clase trabajadora. N o están demasiado
empeñados en analizar al padre. Sólo necesitan gritarle
por todas las palizas insensatas que han recibido.
Creo, pues, que el proceso explicativo de la psicote­
rapia tradicional puede volver más neurótico al paciente.
Parece ayudarlo a esquematizar su comportamiento irra­
cional con arreglo a una u otra teoría, adormecerlo
haciéndola pensar que está mejor porque “ entiende”
mientras produce lo que yo llamo un “ neurótico psico­
lógicamente integrado” . “ Entender” en la terapia tradi­
IN T R O V IS IO N Y T R A N S F E R E N C IA E N P S IC O T E R A P IA 233
cional es una manera más de tapar el dolor. Después de
las enfermedades mentales, uno de los mayores males
que padece hoy la humanidad es el tratamiento de
dichas enfermedades. Los pacientes no necesitan expli­
car los sentimientos y hablar de ellos- hasta morir; nece­
sitan sentirlos.
Una vez que nos apartamos de los sentimientos del
paciente y entramos en el reino de la interpretación
terapéutica, se puede hacer que casi todo parezca verda­
dero. U n paciente que no puede sentir está listo para
que lo atrapen. Debe aceptar la interpretación de sus
actos porque no puede experimentar su propia verdad.
Además, la interpretación teórica de un terapeuta bien
puede ser la expresión, en términos teóricos, de sus
propios sentimientos negados, complicadamente simboli­
zados. Así, puede encontrar connotaciones sexuales o
agresivas en lo que el paciente dice, cuando se trata más
de problemas propios que del paciente. También puede
ser cierto que la interpretación de un terapeuta nada
tenga que ver con los sentimientos de nadie y derive
simplemente en una teoría descubierta en un libro es­
crito por alguien unas décadas atrás. Esa teoría puede
haber atraído al terapeuta a causa de sus sentimientos
reprimidos y entonces es adoptada para usarla con otros.
Mientras existe la barrera del sentimiento, tanto el
paciente como el terapeuta están conjeturando lo que
hay debajo. La conjetura del terapeuta se llama teoría.
Cuando el paciente aprende esa teoría aplicada a su
propio comportamiento, puede ser declarado “ curado” .
Pienso que las introvisiones no deben preceder nunca al
dolor, y por eso la labor del terapeuta debe consistir, a
mi juicio, en suprimir la separación entre el pensa­
miento y el sentimiento para que el paciente pueda
establecer sus propias conexiones. En caso contrario, el
terapeuta deberá explicar durante años las cosas al pa­
ciente que a menudo poco tiene que decir salvo “ Ah,
sí. Comprendo, doctor.” Lo que habitualmente com­
prende es cuán brillante es el médico.
234 E L G R IT O PR IM A L

Quizá hemos considerado la introvisión por la punta


equivocada del anteojo. En realidad, la introvisión pue­
de no ser la causa del cambio sino su resultado. Esto se
aclara si consideramos que es el resultado de la cone­
xión entre el sentimiento y el pensamiento aplicada a
un comportamiento concreto. La palabra “ conexión” es
una vez más la clave, porque es posible ser seudoperspi-
caz, conocer las cosas mentalmente sin establecer una
conexión y por lo tanto no producir un cambio. Sin el
sufrimiento, no puede haber introvisión real para el
neurótico. Podríamos decir que la introvisión es el resul­
tado mfental del dolor sentido.
El dolor se relaciona íntegramente con la introvisión.
En la medida en que el proceso de la introvisión se
produce dentro de un sistema neurótico donde el dolor
impide que la introvisión invada (y en consecuencia
cambie) todo el sistema, dudo de que podamos esperar
cambios significativos y perdurables en el comporta­
miento. Cuando existe el bloqueo del sufrimiento, la
introvisión sólo puede constituir una experiencia más
desconectada y fragmentada. La barrera del dolor man­
tendrá sellada en la mente la introvisión, y por lo tanto
estará incapacitada de hacer mayor bien al organismo
entero.
Y o vincularía el proceso de la introvisión en la tera­
pia convencional con el informe de un departamento
presentado al Gobierno, que analizara el sistema econó­
mico. El informe, como la introvisión, es incorporado al
sistema. Es tragado y puesto de lado para que no pueda
influir en todo el sistema. Por eso creo que cuando se
va a abandonar un sistema irreal e impracticable, no se
introduce el sistema en un diálogo. Por lo general cabe
esperar que por precisa que sea la introvisión, o por
analítico que sea el informe, el sistema seguirá reaccio­
nando de maneras irracionales. Molerá y absorberá la
verdad hasta que pase algo que suprima el sistema irreal.
Los pacientes en verdad no quieren explicaciones
desde afuera. Uno de ellos dijo: “ Mi neurosis es inven­
IN T R O V IS IO N Y T R A N S F E R E N C IA E N P S IC O T E R A P IA 235
ción mía. ¿Cómo puede alguien explicar mi invención
mejor que yo?”
El abstenerse de decir al paciente la verdad acerca de
sí mismo parece ser mucho más tranquilizador para
todos, por no decir más honesto. La premisa de casi
todas las terapias de la introvisión consiste en que el
médico va a ayudar al paciente a que descubra la verdad
acerca de sí mismo. Pero si el neurótico no se viera
obligado a pasarse la vida mintiéndose a sí mismo, los
especialistas en verdades psicológicas serían en general
innecesarios. Me parece más eficaz arrancar la mentira
de que vive la persona permitiendo que la verdad salga.
Hay algunas diferencias críticas entre la introvisión en
la terapia corriente y en la terapia primal. En la corrien­
te, el terapeuta suele tomar algún ejemplo de conducta
neurótica del paciente e infiere la razón real (incons­
ciente) que hay detrás. Se concentra en el comporta­
miento irreal. En la terapia primal, el comportamiento
irreal es analizado por el paciente después de que éste
siente lo que es inconsciente. En la terapia corriente, la
introvisión se convierte en un fin en sí mismo, cuya
acumulación se supone que ha de producir un cambio.
Además, es unidimensional. Se refiere a un ejemplo de
comportamiento, por lo general, y a la motivación sin­
gular que hay detrás. En la terapia primal, un dolor
esencial puede conducir a varias horas de introvisiones
directas.
L o que resulta más importante, las introvisiones
primales suelen convulsionar todo el sistema. Abarcan
todo el organismo, producen un cambio total. Las intro­
visiones primales son convulsivas porque una persona
conectada (es decir, cuya mente está conectada con el
cuerpo) no puede tener ideas dolorosas sin tener reac­
ciones corporales de dolor. Tampoco puede sentir física­
mente dolor durante una reacción primal sin haberlo
conectado con el conocimiento consciente. En verdad, a
medida que un paciente progresa en la terapia primal,
puede volver a contar la misma historia hacia el final de
236 EL G R IT O PR IM A L

la terapia y experimentar una reacción física mucho


mayor que la que tuvo cuando la contó al principio del
tratamiento.
La terapia corriente por lo general se refiere a hechos
conocidos del comportamiento. En la terapia primal
todo es desconocido hasta que el paciente lo siente.
U no de ellos explicaba la diferencia así: “ Parecía que
hubiera un dolor dentro de mí como un gran tumor.
Las ligaduras enmarañadas que sujetaban el tumor me
estaban estrangulando hasta matarme. La terapia ante­
rior parecía centrarse en desenmarañar las ligaduras
para llegar al núcleo de la enfermedad pero nunca
pudimos. Ahora es como si hubiera sacado el tumor
entero y todo se hubiera puesto en su lugar.”
La sensación de que “ todo se pone en su lugar” es
común en los pacientes. Pero no sólo las ideas se ponen
en su lugar, sino también el cuerpo. Un paciente lo
expresó así: “ Mi cerebro mantenía aparte mi cuerpo.
Creo que si todo mi cuerpo hubiera funcionado armo­
niosamente, yo habría sentido todo mi horrible dolor.
Les di mi cerebro y después mi cuerpo.”
Así, cuando señalo que las introvisiones mentales son
una parte del cambio del organismo entero en la terapia
primal, los resultados son percepciones más agudas y
una mayor coordinación física.
Un paciente, de hombros caídos, describió esa totali­
dad de la siguiente manera:
“ Cuando no hay ninguna conexión, el cuerpo y la
mente no son derechos el uno con el otro, y creo que
esta falta de rectitud siempre se refleja, tanto en lo
mental como en lo físico. En mi caso, hundí el pecho,
pienso que para endurecerme contra el sufrimiento que
venía de abajo, y encorvé los hombros hacia adelante
para proteger mejor el pecho. Convertí la boca en una
línea recta, mi mirada se hizo furtiva. Cuando establecí
la conexión durante una reacción primal, no sólo me
representé todo sino que mi postura se enderezó auto­
máticamente. Ni siquiera me había dado cuenta del
IN T R O V IS IO N Y T R A N S F E R E N C IA E N P S IC O T E R A P IA 237
cambio de actitud, hasta que mi mujer lo notó. Lo
extraño es que todo esto es involuntario; quiero decir,
no es que trate de estar derecho, es que soy derecho
conmigo mismo y el cuerpo se pone de acuerdo.”
Volvamos a Hobbs por un momento. Hobbs insiste
en la afectuosidad del terapeuta más que en su perspica­
cia. Y o diría que el afecto poco tiene que ver con la
introvisión porque la terapia primal no es una terapia de
relaciones. Todo lo que el paciente llegará a conocer ya
está adentro, no entre su terapeuta y él mismo. N o hay
reeducación, nada que el paciente tenga que aprender
de un terapeuta. N o creo que se pueda enseñar a ser
perspicaz como no se puede enseñar a sentir. El senti­
miento es el maestro. Sin un sentimiento profundo, la
afectuosidad de un terapeuta debe ser una actitud. Pero
aunque esa actitud tenga influencia, no veo cómo ser
bueno y amable puede anular años de grave represión
neurótica.

D iscusión

La persona que podría haber ganado algo con la


terapia corriente de la introvisión, es aquella a la que no
ha ayudado, es decir, la persona de la clase trabajado­
ra, incoherente, no verbal. Era la que más necesitaba
aprender a articular lo que pensaba y sentía, pero que­
dó intocada. En cambio, como el individuo de clase
media podía permitirse la terapia y engranar en un
sistema de introvisión verbal, fue el que más obtuvo de
la terapia. Pero el mariposeo de la introvisión entre el
paciente y el terapeuta ha sido en general un compro­
miso con el sistema defensivo, un encuentro intelectual
de las mentes. La persona no verbal no podía nunca
entrar en ese terreno y jugar el juego. Así es como sólo
fue tratada al quebrantarse mentalmente. Lo que obtu­
vo, y todavía obtiene, se describe en un libro titulado
S ocia l Class and M e n ta l Illness (Clase social y enferm e­
238 E L G R IT O PR IM A L

dad m e n ta l).* Consiste en más acción y menos charla:


electroshock, píldoras, laborterapia, etc. Cabe pregun­
tarse hasta qué punto es científica una terapia que sólo
se aplica a ciertos estratos sociales. Parecería que la
ciencia del comportamiento humano no debería descui­
dar a la mayoría de la raza humana.
Ha habido tal mezcla de técnicas de la introvisión,
cada una con un enfoque distinto, que uno llega a
pensar que el comportamiento puede ser analizado den­
tro de cualquier marco de referencia. Creo que hay una
realidad, un conjunto singular, preciso, de verdades so­
bre cada uno de nosotros que no está abierto a la
interpretación.

L a transferencia

El proceso de la transferencia desempeña un papel


fundamental en muchas terapias, sobre todo en los
enfoques analíticos. La transferencia es uno de los concep­
tos freudianos clave para denotar aquellas actitudes y
comportamientos irracionales del paciente con respecto
a su terapeuta. Se cree que el paciente proyecta en el
terapeuta casi todos los viejos sentimientos irracionales
que abrigaba hacia sus padres. El propósito de la terapia
cotidiana es el de actuar a través de la transferencia, es
decir, ayudar al paciente a entender cómo se ha llevado
la relación básica padre-hijo y desplazado a otras perso­
nas, en particular el médico. Hay la esperanza de que
una comprensión de los procesos irracionales del pa­
ciente producirá la transferencia de su vida en general y
le permitirá ser racional en todas sus relaciones.
N o creo que la transferencia exista como fenómeno
separado, aparte del comportamiento neurótico general.
El paciente que actúa simbólicamente consigo mismo lo

* A. B. Hollingshead y F. C. Redlich, Social Class and Mental


Illness (N ueva Y o rk , Wiley, 1958).
IN T R O V IS IO N Y T R A N S F E R E N C IA E N P S IC O T E R A P IA 239
hará con el terapeuta. Como la relación terapéutica-
paciente es tan intensa y continua, es fácil analizar la
neurosis del paciente en cuanto actúa contra el tera­
peuta. Además, la neurosis puede intensificarse porque
el terapeuta es una autoridad como los padres.
La cuestión está en lo que el terapeuta hace con el
comportamiento neurótico del paciente (transferencia).
Si da una introvisión de la manera en que el paciente
actúa dentro del consultorio, creo que habrá los mismos
problemas que acompañan a todo proceso de introvi­
sión. Es decir, el paciente absorberá la introvisión y
seguirá siendo neurótico, aunque actúe de una manera
un poco más madura, menos impulsiva o con menos
temor u hostilidad hacia el terapeuta. El terapeuta pri­
mal no se ocupa de la transferencia. Está muy empe­
ñado en conseguir que el paciente sienta sus necesidades
con respecto a sus padres. En realidad, la relación
paciente-terapeuta es totalmente ignorada. Perder tiem­
po en analizar la transferencia me parecería empeñarse
en una discusión sobre un comportamiento derivativo,
fuera de lugar y simbólico, antes que llegar a la necesi­
dad básica.
La terapia primal suprime toda transferencia y no
permite un comportamiento neurótico de ningún tipo
porque esto significa que el paciente río está sintiendo,
sino representando. Obligamos a los pacientes a que
sean directos. En lugar de permitirles que sean bien
educados o intelectuales, les decimos que se dejen caer
en el suelo, gritando directamente a sus padres “ ¡Quié­
reme, quiéreme!” Por lo habitual esto vuelve superflua
toda discusión acerca de cómo el paciente podría sentir­
se hacia su terapeuta. Parece una noción tan sencilla la
de que si el paciente arrastra sentimientos hacia sus
padres y los proyecta en el médico, esos sentimientos
proyectados y desplazados no son en realidad importan­
tes. L o esencial reside en esos sentimientos tempranos
hacia los padres. El hecho de experimentarlos eliminará
la neurosis y la transferencia.
240 E L G R IT O PRIM A L

Cuando una persona sufre por sus dolores primales,


espera alivio del terapeuta. Quiere que el médico sea un
buen padre o una buena madre. Habitualmente tratará
de convertir al médico en un buen padre, como lo hizo
con sus padres desamorados. Pero ahora el médico pue­
de ser ese padre bueno, diligente, atento y solícito que
el paciente siempre quiso. De esta manera, la neurosis
“ funciona” . Impide al paciente sentir lo que no obtuvo
de sus padres. Debemos recordar que el paciente por lo
general acude en busca de ayuda porque su actitud no
le depara lo que necesita de afuera. Pero dentro del
consultorio del terapeuta puede ser mejor. Cuando el
terapeuta es servicial, afectuoso y da ciertos consejos,
estimula la transferencia “ positiva” . Como creo que la
transferencia es la neurosis, pienso que hacer con el
paciente otra cosa que no sea ayudarlo a sentir el
sufrimiento primal es prestarle un flaco servicio.
Los pacientes se “ enamoran” a menudo del terapeuta
porque éste suple algo que han estado buscando incons­
cientemente con su comportamiento neurótico. En reali­
dad no importa el aspecto del médico; es una autoridad
bondadosa y que escucha. N o es de sorprenderse que un
paciente que no ha tenido nada durante la mayor parte
de su vida siga una terapia durante años una vez que ha
encontrado ese “ buen padre” . Los pacientes están dis­
puestos a jugar el juego de la terapia y pasar por años
de introvisiones y explicaciones con tal de estar con ese
terapeuta sensible, interesado en todo, afectuoso. En mi
opinión, lo último que quiere el paciente es una discu­
sión sobre la transferencia. Quiere cobijarse en la rela­
ción analista-analizado. Quizá discuta la transferencia
como una especie de obligación, pero creo que por
debajo hay el deseo de quedarse ahí y de no tener que
decir una sola palabra, no explicar ni un comporta­
miento, nada más que bañarse en la comprensión y el
aprecio.
L o que hace el terapeuta primal es bajar a esos
sentimientos subyacentes. Esto significa interrumpir to­
IN T R O V IS IO N Y T R A N S F E R E N C IA EN P S IC O T E R A P IA 241
da señal de transferencia positiva o negativa, porque eso
es comportamiento simbólico. Se podría preguntar:
“ ¿Pero qué pasa si hay algo que gusta o disgusta en el
terapeuta?” Y o respondería que el terapeuta no está
para analizar su relación con él, ni para gustar o desa­
gradar. Es el tratante del dolor, ni más ni menos. Si
tiene ciertos comportamientos de “ contratransferencia”
(conducta irracional' proyectada en el paciente) y esos
comportamientos interfieren en la relación con el pa­
ciente, yo sugeriría que el terapeuta no ha sentido su
propio dolor y no debería someterse a la terapia primal.
La contratransferencia no es tolerada en los terapeutas
primales porque eso significa que siguen siendo neuró­
ticos. Un neurótico no puede aplicar esta terapia.
Nunca se insistirá bastante en que el resultado de to d o
c o m p o rta m ie n to s im b ó lico es corta r el sentim iento. La
contratransferencia es el mismo comportamiento simbó­
lico, encaminado a obtener amor, que el terapeuta está
representando con su paciente. Evidentemente, esto em­
peorará la condición del paciente porque le impone
cierta expectación. El paciente debe actuar de manera
de calmar el sufrimiento del terapeuta y por lo tanto
ser irreal y falso consigo mismo.
Pongamos por ejemplo un terapeuta que se considere
bueno, afectuoso y especialmente sensible. Abraza a su
triste y lloroso paciente, lo consuela diciéndole: “ V a ­
mos, vamos. Ya está bien. A q u í estoy yo. Las cosas se
van a arreglar, ya verá.” Creo que semejante in lo c o
parentis lleva a anular el sentimiento, a impedir al
paciente que sienta todo el dolor que debe sentir para
librarse al final de él. Quizá permita que el paciente no
llegue a sentirse totalmente solo y sin nadie que lo
consuele; esto es lo habitual en muchos neuróticos. El
consuelo terapéutico produce, pues, una experiencia
más superficial; de esta manera el terapeuta “ afectuoso”
se convierte en parte de la lucha del paciente. En lugar
de hacerlo sentir solo y aislado, lo ayuda a escapar del
sentimiento. Este sentimiento es el que produce la lu-
242 E L GR IT O PRIMAL

cha y el que, al ser experimentado, terminará con ella.


Cuando el terapeuta mima al paciente se puede pen­
sar que ha confundido su papel. Sin saberlo puede
tratar de ser el buen padre en lugar de ser lo que es (un
terapeuta). El objetivo, lo reitero, es privar al paciente
de su lucha, no participar en ella.
Si un terapeuta primal sostiene la mano o la cabeza
del paciente, en general es porque quiere que éste sienta
más intensamente algo con respecto a sus padres. Se
procede así cuando el paciente está sintiendo que no
consigue nada de sus padres y en ese momento el
contraste con la afectuosidad del terapeuta aumenta el
dolor.
Según la teoría primal, el análisis de transferencia no
funciona porque el paciente transfiere la esperanza irreal
al médico en lugar de sentir su desesperanza. En reali­
dad, cuando el paciente obtiene del terapeuta lo que
cree que necesita, la situación, en lo que a la neurosis se
refiere, puede ser verdaderamente desesperada. A l trans­
formar su necesidad real de un buen padre en buscar el
afecto y respeto del terapeuta, el paciente ha seguido
su camino habitual: ha encontrado una lucha de sustitu­
ción.
La experiencia muestra que la psicoterapia corriente
sólo suele contribuir a mantener enfermo al paciente.
Este acude en busca de ayuda y la encuentra en la
forma de un terapeuta comprensivo y compasivo. Aun
cuando el paciente esté diciendo lo dependiente que es,
hasta qué punto ha necesitado una guía, ese sentimiento
es viciado por el hecho de que hay alguien que lo
escucha y ayuda. En este sentido el paciente está repre­
sentando de nuevo en la situación terapéutica la necesi­
dad sustitutiva de ayuda cuando debería estar sintiendo
hasta qué punto nunca lo ayudaron sus padres. La
nueva esperanza de ayuda es depositada neuróticamente
en la terapia.
La tentativa de satisfacer la necesidad es lo que
obliga al neurótico a hacer que las personas, incluso el
IN T R O V IS IO N Y T R A N S F E R E N C I A E N P S IC O TE RA P IA 243
terapeuta, se conviertan en lo que no son. El neurótico
no puede dejar que las personas sean lo que son mien­
tras él no sea lo que es. Una vez que esto ocurre, no
habrá más transferencia de las necesidades pasadas al
presente.
15

E L D O R M IR , LO S SU E Ñ O S Y LO S SIM BO LO S

Cuando en la escena primal el niño pequeño niega la


realidad catastrófica, deja de ser totalmente real y se
empeña en ser cada vez más irreal. Este proceso es
modelado día a día por los padres que no permitirán
que el niño sea lo que es y le piden que proyecte una
imagen inventada de acuerdo con lo que ellos esperan.
Puede ser el “ niño bueno” , el “ payaso” o el “ tonto
irremediable” .
El yo simbólico exige un trabajo incesante. La necesi­
dad de protegerse del yo real es permanente, día y
noche. Durante el día está la representación simbólica;
de noche los sueños simbólicos protegen de los senti­
mientos reales, aunque se esté durmiendo. Si por ejem­
plo una persona crece tratando de agradar a una madre
perversa, será servicial, sonreirá cuando ella lo mira, le
hablará con precauciones, actuará para congraciársele, se
disculpará de casi todo, en una palabra, se empeñará en
diversos comportamientos que emanan del sentimiento
inconsciente: “ Sé buena conmigo, mamita; haré cual­
quier cosa con tal de que seas buena.” Cada uno de
esos comportamientos es una referencia simbólica a ese
sentimiento central.
Como de noche la necesidad no cambia ni desapa­
rece, es representada en el sueño, de nuevo en forma
simbólica. El sueño puede ser un intento de aplacar a
un monstruo o de hacer algo imposible, sin conseguirlo.
Esa tarea simbólica imposible tiene por objeto conseguir
que mamá sea buena.
E L DO R M IR , LO S SU E Ñ O S Y LO S SIM BOLOS

Lo primero, pues, con respecto a los sueños, es que


son extensiones del co m p o rta m ie n to de la vigilia y no
un fe n ó m e n o diferente. Son la lucha simbólica noctur­
na, la neurosis nocturna. Parece razonable que un neu­
rótico no deje de serlo mientras duerme, que no se
ponga bien de noche para despertarse neurótico la ma­
ñana siguiente. Por el contrario, las personas reales no
tienen sueños irreales así como no actúan de maneras
irreales durante el día.
En segundo lugar, los sueños sim bólicos son sólo
fu n c ió n de personas simbólicas. Habían pasado muchos
meses de terapia primal antes de que yo observara que a
medida que progresaba los sueños se volvían más reales.
A l final de la terapia, el paciente se convertía en lo que
era, no sólo durante el día sino también de noche en
los sueños: la madre era la madre, los hijos eran los
hijos, y Nueva Y ork era Nueva York. Además, sus
sueños transcurrían en presente y no en pasado, como
tantos sueños neuróticos. Esto es lógico puesto que los
■símbolos surgen para enmascarar viejos sentimientos de
la infancia. Son una tentativa de pactar con el pasado.
El hombre normal ha sacado el pasado de su camino.
Vive en el presente día y noche.
Una persona que se siente insignificante no puede de
noche hacer tratos importantes para tapar ese senti­
miento. Sus sueños se ocuparán de eso. Es posible que
sueñe que lo homenajean por sus éxitos. El sueño y la
realización efectiva de tratos importantes durante el día
son aspectos del mismo sentimiento no experimentado.
Kn la terapia primal, cuando el paciente se refiere a uno
de esos sueños, se lo lleva a sumirse en su sentimiento
liasta la raíz. L o que experimenta será un sentimiento
<1oloroso que provocó el importante comportamiento
simbólico en el sueño y durante el día.
En tercer lugar, lo que es más importante con respec­
to a los sueños simbólicos es que sirven para p ro teg er la
cordura del que sueña. Esta hipótesis se opone a la
iicudiana de que los sueños sirven para proteger el
246 E L G R IT O P R IM A L

sueño y dejarnos descansar. Si entendemos que el yo


irreal (el yo que convierte los sentimientos peligrosos en
símbolos) nos mantiene cuerdos y neuróticos, vemos
que los sueños simbólicos son fundamentales. En caso
contrario, se producirían perturbadoras reacciones pri­
males durante el sueño.
A veces los sentimientos reales se acercan, aun duran­
te el sueño. Los habituales símbolos oníricos ya no
contienen el sentimiento y el resultado es una pesadilla.
Una pesadilla es el sentimiento primal que irrumpe a
través de la defensa neurótica. El soñador simboliza en
un nuevo plano: el psicòtico. Sus dragones y monstruos
son lo que yo llamaría una simbolización psicòtica. Las
pesadillas son, pues, la locura nocturna. Por eso es que
produce tanto alivio despertarse de ellas para encon­
trarse en el mundo real. El sentimiento de la pesadilla
nos despierta a la conciencia para poder seguir siendo
inconscientes del sentimiento, de la misma manera que
algunos neuróticos vuelven inconscientes algunos senti­
mientos y pensamientos de día, mientras están despier­
tos, para usarlos como mecanismos de defensa. Si lo
pensamos en un plano puramente físico, vemos que
algunos de nosotros nos desmayamos (quedamos incons­
cientes) bajo un intenso dolor físico.
Una reacción primal es la extensión y la conclusión
lógica de una pesadilla. Es ese sentimiento de pesadilla,
ese terror, sin la apariencia simbólica. El que tiene
pesadillas está cerca de su reacción primal. En realidad
siente gran terror aun después de despertar. Tiene el
corazón agitado, los músculos tensos; lo único que no
ha hecho es establecer la conexión real y caer en una
reacción primal. El dolor lo impide. Si estuviera allí en
ese momento un terapeuta primal, lá persona tendría la
reacción primal y habría iniciado el proceso de vuelta a
la realidad.
Una pesadilla o un mal sueño recurrente es un senti­
miento primal que persiste y debe ser simbolizado casi
de la misma manera durante años. Ser atacado por el
E L D O R M I R , LOS S U E Ñ O S Y LOS SIM BO L O S 247

enemigo, tener el arma trabada y no poder escapar, por


ejemplo, puede ser un sueño recurrente. Lo que se
siente en ese sueño es que no hay nadie que lo ayude a
uno. La persona suele no tener conciencia de que cual­
quiera lo ayudaría. Está solo en su sueño, como ha
(‘stado solo en el mundo tratando de manejarse contra
inconvenientes insuperables. Necesita gritar: “ ¡Soco­
rro! ”
Algunos tratan de gritar “ socorro” , pero no sale na­
da. Y por buenas razones. Ese es el grito primal, y el
hecho de que no salga es una protección. Un ejemplo:
durante una sesión una mujer describía su sueño de la
noche anterior: “ Me atacaban y algo me acorralaba en
un rincón de mi cuarto. Traté de escapar a la casa de
mi vecino donde pensaba pedir ayuda a la policía.
Marcaba mal el número y no podía comunicarme con la
policía.” La hice hundirse de vuelta en el sueño y
volver a contarlo. Se negó. Estaba demasiado asustada
por alguna razón. Insistí. Cuando contaba que corría a
la casa del vecino, la interrumpí: “ ¡Marque bien el
número! ” Gritó que no podía. Le insistí. A l final, mar­
có bien y salió un grito primal horrible: “ ¡Soco­
rro !” Gritó durante diez minutos retorciéndose y revol­
cándose en el suelo. En cada uno de sus actos había
estado gritando “ ¡Socorro!” durante veinte años porque
nunca había podido obtenerlo de sus padres, ^ a b ía
estado tan ocupada en luchar por ayudarlos que no
había podido sentir su propia necesidad de ayuda.
¿Por qué no había gritado en el sueño? Por la espe­
ranza. Si hubiera gritado y nadie hubiese acudido, todo
se habría perdido: tendría que haber sentido su absolu­
ta indefensión y el hecho de que nadie en su vida la
ayudaría jamás. A l no gritar se protegía de esta idea.
Cuando gritó en mi consultorio, experimentó todos esos
horribles sentimientos de indefensión y desesperanza.
Asi, al no gritar, seguía luchando (y esperando). Seguía
también tapando sus sentimientos. A l gritar se rompió
la cubierta irreal y se le facilitó el camino a la realidad.
248 E L G R IT O P R IM A L

Muchos neuróticos están tan bien protegidos que


nunca llegan cerca del grito en sueños. En realidad, casi
no los recuerdan porque sus sentimientos y símbolos
están profundamente enterrados. Pero los neuróticos
son un grito andante. Gritamos de maneras sofisticadas.
Ser obsequioso es una manera de gritar para que a uno
lo traten bien; el hablar constantemente, una manera de
gritar para que lo atiendan.
Como se ve por lo que precede, la neurosis no es
simplemente un desajuste social. N o podemos juzgar la
neurosis o su ausencia por la forma en que una persona
se comporta en su empleo. Una persona que funciona
bien de día puede tener pesadillas que son testimonio
elocuente de su neurosis. Por esa razón, todas las escalas
de ajuste social que pretenden representar la neurosis
son irrelevantes porque todas reflejan comportamientos
diurnos.
La profundidad del dolor, la densidad del mecanismo
de defensa, la cercanía de los propios sentimientos,
pueden ser medidos habitualmente en función de los
símbolos oníricos. Cuanto mayor es el sufrimiento, más
complejos serán posiblemente los símbolos. Asimismo,
cuanto mayor sea el sufrimiento, mayor será la lucha en
los sueños: arrastrarse debajo de setos, abrir un túnel
para salir, trepar una montaña empinada, etc. Si los
sentimientos suben durante el sueño a pesar de los
símbolos, podemos sospechar que la persona tiene una
estructura defensiva frágil y que está cerca de sus senti­
mientos; por lo general este es un caso primal fácil y el
individuo tiene buenas posibilidades de llegar a ser real
(de curarse) pronto. Por lo demás, los sueños agradables
del neurótico son sospechosos. Por ejemplo, el sueño
recurrente de volar y sentirse libre. El sufrimiento que
hay debajo de ese sentimiento agradable, flotante, pue­
de ser de gran constricción. En lugar de soñar que es
Prometeo Encadenado, lo cual sería más real, pues indi­
caría la proximidad de sentimientos de constricción, sus
sueños de libertad indican una brecha, la escisión del yo
E L D O R M I R , LO S S U E Ñ O S Y LOS SIM BOLOS 249

real encadenado. U n sueño en que tratara de soltar las


sogas que lo atan indicaría una proximidad de los senti­
mientos reales del yo.
¿Con qué exactitud se refiere un sím bolo a un senti­
miento? Consideremos algunos ejemplos. Si un niño nie­
ga sus necesidades infantiles y trata de actuar como un
adulto para agradar a sus padres infantiles con necesida­
des que también lo son, quizá sueñe que lo atiende un
ejército de criados. Si tiene que escuchar todos los días
las discusiones de sus padres acerca de las cuentas, si
debe ganarse su dinerito y se le encargan tareas para
que esté constantemente ocupado, quizá sueñe que se
desmaya para que venga una ambulancia a buscarlo y
llevarlo a un hospital donde se hagan cargo de él. Lo
sueña sin saber siquiera que lo que siente es: “ Basta,
déjenme descansar y tomarlo con calma” . Su sistema es
tratar de decir lo que necesita con sus símbolos menta­
les. Debemos observar atentamente esos símbolos.
Los sueños simbólicos (tales como los viajes de la
droga o cualquier otro comportamiento simbólico) con­
tinúan mientras dura el dolor. Son un índice importan­
te, no sólo del grado de neurosis, sino del progreso
terapéutico. El simbolismo de los sueños por lo general
no puede ser falseado porque el paciente no sabe que
los símbolos significan algo. Aunque lo supiera, por lo
común ignora cómo graduar la complejidad del símbolo
y correlacionarlo con el grado de neurosis. Una persona
que pretende sentirse mejor y funcionar bien y que
tiene un sueño muy simbólico puede no estar tan bien
como cree.
Los sentimientos de un sueño son la parte más real
de la persona. Es una tentación desechar esos senti­
mientos como si fueran algo extraño porque se presen­
tan en el contexto de un sueño tan irreal. Es evidente
que no hay nazis que nos persigan ni armas que nos
ataquen, pero el miedo que ha hecho necesarias esas
historias nocturnas es absolutamente real. Si no no
estaría allí y con seguridad no nos despertaría.
250 E L G R IT O PRIM AL

El miedo real es el que hace que el que sueña


disfrace su terror con uniformes nazis, así como el
terror real es el que hace imaginar al paranoide que la
gente reunida en una esquina está conspirando contra
él. Incapaces de experimentar el miedo real, tanto el
que sueña como el paranoide deben proyectar sus temo­
res en algo aparente. Tanto la ilusión paranoide como el
sueño simbólico tratan de volver racional un sentimien­
to inexplicable (devolverle la razón): “ Tengo miedo
porque los nazis me persiguen” .
La diferencia entre la ilusión y el sueño neurótico
reside en que el paranoide vive su sueño durante el día.
Cree que sus símbolos son reales. El neurótico sabe que
sus símbolos (los nazis) son irreales. Si alguien entrara
en el consultorio de un psicoterapeuta para decirle que
lo persiguen los nazis, se pondría en tela de juicio su
cordura. Si se añade: “ Era un sueño” , el diagnóstico
cambia.
Muchos neuróticos sufren de frecuentes pesadillas. Se
me ha ocurrido que en cierto sentido se van a dormir y,
al bajar la guardia, bordean la locura una vez tras otra.
N o es de sorprender que teman irse a dormir. Pero esas
pesadillas parecen descargar tensión suficiente como pa­
ra impedirles volverse locos durante el día. La persona
con un sufrimiento desordenado es incapaz de limitar su
locura a las horas nocturnas.
Consideremos una pesadilla para ver cómo el sueño y
los comportamientos de la vigilia son extensiones recí­
procas: “ Ayer, cuando pensaba que las cosas andaban
bien, me llamó el director de mi escuela para trasmitir­
me algunas quejas de los padres de uno de mis alumnos.
Aunque sabía que esas quejas eran crónicas e injustifi­
cadas, me perturbé. Seguí perturbada todo el día y no
pude olvidarlo. N o sabía qué pasaba, pero me fui a la
cama tensa. Soñé lo siguiente: V o y manejando el coche
por un camino estrecho y sinuoso. De pronto un coche
me choca de costado justo cuando me creía a salvo.
Consigo seguir andando, pero ahora estoy en un túnel
E L D O R M I R , LOS S UEÑ OS Y LO S SIM BOLOS 251
angosto en que los recodos se suceden. En cada uno
i hoco contra la pared. Parece el túnel del terror; no
|Hi<‘do dejar de chocar contra la pared. Miro por la
ventanilla y veo a una mujer policía que me vigila y me
está esperando. N o puedo escapar. Está detrás de mí
observando cómo raspo las paredes una vez tras otra.
Kstoy realmente aterrada. De pronto me despierto con
c.ran alivio porque estoy fuera del túnel. Qué- alivio
naber que no es cierto” .
Es cierto. La parte sentim ental de toda pesadilla es
cierta. L o que no es cierto es el contexto, el modelo
mental inventado a partir del sentimiento. La hice vol­
ver a la pesadilla y contármela de nuevo con una másca­
ra sobre los ojos como si la estuviera reviviendo. Empe­
zó a sentir el mismo terror creciente. La hice hundirse
en ese terror y dejé que la abrumara. En seguida está
totalmente perturbada y revolcándose en el diván. Em ­
pieza a hablar de su infancia. “ De chica podía ser todo
lo buena que quisiera, pero bastaba un gesto equivocado
e inevitable para desencadenar a mi madre como un
desastre” . A q u í empieza a hablar de un incidente de su
infancia, una ocasión en que había hecho todo perfecta­
mente bien, limpiado la casa, lavado los platos, pero en
()ue por accidente había derramado unas gotas de perfu­
me en un mueble. Su madre se puso furiosa y la mandó
a su cuarto. Ella se deprimió porque se había esforzado
tanto por hacerlo todo bien. Pasa de nuevo al sueño.
“ Ah, ahora sé. Los choques contra las paredes eran
como las cosas que siempre salían mal en casa por
buenas que fueran mis intenciones. Aquella ‘madre’ po­
licía estaba siempre esperando, implacable, a que yo
cometiera un error fatal. Por buena que fuera, siempre
estaba allí en un rincón (com o en el sueño) esperando
para arruinar las cosas” . Luego vincula esto con lo
sucedido en la escuela, justo cuando pensaba que todo
iba bien en su tarea de maestra y alguien había tenido
que echarlo a perder. “ Es siempre lo mismo” , dijo. “ La
escuela, el sueño, mi vida” . A quí siente toda esa vida de
252 E L G R IT O P RIM A L

sufrimiento y grita: “ N o te enojes, mamá, no soy mala;


¡no me arruines la vida!” Revive la escuela, el sueño y
su existencia, todo en un sentimiento terrible: el terror
a su madre y cómo la obligó a comprimir su vida hasta
quitarle toda la savia.
La situación en la escuela desencadenó el sueño. El
sentimiento en ambos casos era inconsciente. Es bastan­
te asombroso pensar que aun en sueños nuestro sistema
nos mantiene inconsciente de los sentimientos amenaza­
dores, pero el organismo humano es una maravilla. La
pesadilla es una alegoría exacta de la situación escolar
diaria, en que las cosas van bien y luego se ponen feas y
todo se echa a perder. ¿Cómo sabe el cuerpo para
producir una alegoría tan perfecta en el sueño cuando
la mente (o parte de ella) tiene Una absoluta inconscien­
cia del sentimiento que hay detrás? Creo que los pro­
cesos simbólicos del sistema irreal son inconscientes,
automáticos, y mecanismos necesarios para proteger el
organismo.
La pesadilla de esa mujer era una extensión del te­
rror, sentido como tensión, que ella experimentó en la
escuela. El sentimiento produjo un sueño a fin de pac­
tar con ese terror y con la esperanza de resolverlo.
¿Quizá podría apartarse de la policía en el sueño? No.
Los neuróticos nunca pueden. ¿Por qué? ¿Por qué no
podía esa mujer alejarse de la policía en el sueño? Por­
que los sentimientos reales de toda una vida mantienen
allí a la policía. Esta era un símbolo del miedo de mi
paciente. Solía tener pesadillas con una acomodadora de
cine que la atrapaba cuando trataba de colarse sin
billete. La acomodadora la pescaba siempre por astuta
que fuera porque no podía escapar mientras no hubiera
resuelto (sentido) en la realidad ese terror.
Creo que esto explica por qué en las pesadillas no
podemos escapar, por qué tenemos los pies y las piernas
como de plomo cuando tratamos de huir de un enemi­
go, por qué nos persiguen sin fin —porque somos perse­
guidos por interminables sentimientos primales mientras
E L D O R M I R , LOS S U E Ñ O S Y LOS SIM BOLOS 253
no terminen en la realidad con una reacción primal—,
Kstamos condenados a tener pesadillas mientras esos
sentimientos no sean resueltos. Cualquier terapia que
alivie a un paciente pero no suprima las pesadillas indica
que el individuo tiene sentimientos no resueltos y por
lo tanto no ha tocado la base del comportamiento
neurótico, simbólico.
En el caso de la maestra, señalamos que despertó
autom áticam ente cuando el sentimiento del sueño era
demasiado para seguir soportándolo. Esto es lo que
quiero significar cuando digo que la paciente buscaba
seguir inconsciente de un sentimiento intolerable. El
bloqueo de la conciencia —con el consiguiente compor­
tamiento neurótico— parece reflexivo. La paciente se
despertó para reconstruir sus defensas. Nunca había
sabido hasta entonces que tenía tanto miedo de su
madre. N o lo sabía porque estaba demasiado ocupada
en ser la “ nena buena” de mamá. Ser perfecta y dulce
era su manera de evitar el miedo (el miedo consciente)
a su madre. Esa misma defensa funcionaba bien por lo
común en la escuela porque era una maestra meticulosa,
con el pizarrón limpio, los libros ordenados, las alumnas
“ controladas” . Sus defensas empezaron a desmoronarse
cuando vino una queja de afuera.
Una pesadilla, pues, no es miedo al objeto de un
sueño, en este caso, no es el miedo a la “ policía
motorizada” . La reacción de mi paciente aun durante el
sueño era totalmente desproporcionada al simple hecho
de que hubiera un policía esperándola para hacerle una
boleta. Ella respondía a algo verdadero, a una vida de
horror y miedo. De la misma manera, reaccionaba exce­
sivamente a la queja de la madre en la escuela. Esa
queja y el sueño eran símbolos de sentimientos de la
infancia. Después de la reacción primal dijo: “ El hecho
de sentir el terror de la noche me ayudó a entender el
terror de cada día” . Su pesadilla, diurna y nocturna,
había terminado.
Sentir el terror o los dolores primales de cualquier
254 E L GR IT O PR IM A L

tipo los hace desaparecer para siempre por el solo hecho


de ser sentidos. Una vez experimentados, una vez conec­
tados, desaparecen.
Es lógico que los neuróticos tengan el sueño pertur­
bado, perturbado por sentimientos reales. El mismo
dolor que los gobierna durante el día los obliga a
producir personajes oníricos que los mantienen ocupa­
dos durante la noche. N o es de sorprender que el
neurótico se despierte a menudo más cansado de lo que
estaba al acostarse. Se ha pasado la noche ocupado en
protegerse de sus sentimientos. Las acciones de sus
personajes oníricos —por ejemplo, t r e p a n producen reac­
ciones musculares durante el sueño, de modo que en
cierto sentido ha estado realmente trepando una monta­
ña durante la mitad de la noche. El pobre neurótico
sencillamente no descansa. Se despierta cansado y me­
nos capaz de lidiar durante el día; esto a su vez produce
más ansiedad y más problemas, que de nuevo se abren
paso en el sueño, trastornándolo todo de nuevo.
Consideremos algunos sueños para examinar su sim­
bolismo:
“ Estoy viviendo en mi casa actual y mi padre viene a
visitarme. Estamos en el segundo piso. Me besa en la
frente, y yo me caigo y me abro la rodilla. La herida
empeora y mamá lo reta a papá por haber sido tan
torpe” .
En este sueño encontramos personajes reales y una
situación irreal. Lo simbólico es el significado de la
situación. El sentimiento del paciente en el drama es el
siguiente: “ Sospecho que siempre supe de algún modo
que al aceptar el afecto de papá me dividiría en dos.
Mamá y yo habíamos hecho una especie de pacto en
que los dos dejábamos de lado a papá. Creo que lo dejé
de lado para que ella me quisiera. Supongo que querer a
'papá significaba abandonar la esperanza de que mamá
me quisiera” .
El sueño número dos se produjo un mes antes de la
primera reacción primal:
E L D O R M I R , LOS S U E Ñ O S Y LOS SIM BOLOS 255

“ Estoy limpiando algo con Janov. Tengo cortes y


cicatrices en una mano, pero están cubiertos con una
capa de cera. Le digo a Janov que no puedo mover las
manos porque las tengo hinchadas. Me dice que sí
puedo. Trato de cubrirme las heridas con mercurocromo
pero no da resultado. La cera lo rechaza. Comprendo
que los tajos son símbolos de viejas heridas que me
siguen impidiendo ser yo mismo. Sé que no puedo
evitarlo más. Me arranco la cera y uso las manos” .
A q u í vemos un empleo disminuido del símbolo y un
conocimiento de su significado durante el sueño. Parece
haber una mezcla de conciencia e inconsciencia. El
paciente ve que la lucha es irreal aun estando dormido
y la corrige. En b r e v , quizá dentro de pocos meses, es
posible que desaparezcan todos los restos de la lucha.
Es de esperar que los sueños sean entonces tan directos
como su comportamiento en la vigilia.
Un sueño final:
“ Estoy en el patio con mi madre. Mi madre nos
llama enojada a comer. La comida es lúgubre. Todo el
mundo está mudo, quieto y muerto. Mi padre trata de
contar una broma y mi abuela se ríe con una carcajada
horrible mostrando los dientes postizos. Mi madre mira
a mi abuela esperanzada. Veo que la madre de mi
madre tampoco puede amar. De pronto me doy cuenta.
Veo la familia como la cáscara vacía que es. Todo tan
inerte y mortecino. Me echo a llorar, pido disculpas y
voy a la cocina. La cena está preparada, pero nadie
hace un esfuerzo por servirla. Esto me hace llorar más.
Están todos demasiado muertos para hacer un esfuerzo.
’’Mamá dice: ‘ ¿Por qué llora?’ Papá dice: ‘ ¡N o ! ’
Subo las escaleras corriendo y me encierro en mi cuarto
y miro un papel para escribir el sueño; sé que es
importante. Abajo oigo a mi padre que toca: D o w n
U pon the Swannee R iver. Lloro, pensando que no ten­
go casa en ninguna parte” .
El simbolismo de este sueño es mínimo. La situación
es directa y los sentimientos en ella reflejados son
256 E L GR IT O P R IM A L

exactamente los suyos con respecto a sí mismo y a su


propia vida. El paciente entiende aun durante el sueño
lo que se está revelando, y el sueño se explica a sí
mismo. N o parece haber un laberinto de símbolos que
atravesar. El que sueña ha sentido el vacío, la falsedad
de su propia vida, y también cómo su padre trataba de
tapar sus sentimientos reales.

Discusión

Si una persona no tiene un yo dolorido, si su relación


con sus sentimientos es directa, no veo la razón de que
los simbolice. Los pacientes que han completado la
terapia primal no tienen sueños simbólicos por la misma
razón de que no hacen viajes simbólicos con LSD ; no
hay dolor ni necesidad de una tapa simbólica. Los
trastornos corrientes no desencadenan viejas heridas que
se abran camino en los sueños de la persona normal,
porque no hay heridas no resueltas que se mezclen con
el presente.
Es evidente que no hay símbolos universales, de la
misma manera que no hay síntomas con un significado
universal. Los símbolos se refieren a sentimientos con­
cretos del individuo. Dos personas pueden tener el mis­
mo sueño, y ese sueño tendrá significados muy dife­
rentes.
Los pacientes postprimales necesitan dormir menos y
dicen que su sueño es más reparador. También dicen
que sueñan menos. U n paciente comentó: “ Ahora voy a
la cama y duermo, en lugar de pasarme la noche so­
ñando” .

Esto es en breves términos lo que dicen del dormir y


sus sueños algunos de mis pacientes postprimales. Sos­
tiene cada uno de ellos que el sueño muy profundo es
casi siempre neurótico, que “ dormir como un tronco”
es una defensa incluso contra los símbolos de los sueños
E L D O R M I R , LOS S U E Ñ O S Y LOS SIM BOLOS 257
de los neuróticos. Creen que el sueño muy profundo
significa la represión total y un mecanismo blindado de
defensas. U n paciente lo expresó así: “ Y o solía dormir
como si me envolviera la conciencia con una frazada
gruesa. Ahora duermo como bajo una ligera película de
gasa” . Creía que ese sueño profundo, del cual solía
despertar más cansado que de un sueño más ligero, era
análogo a su estado de vigilia profundamente incons­
ciente (de sí mismo y del mundo). Dijo que solía creer
que el sueño era la inconsciencia, en tanto que ahora
consideraba el sueño como descanso. La mayoría de los
pacientes describen este estado como la “ superconcien-
cia” . En una palabra, ya no hay nada inconsciente.
“ Puede ser” , dijo un paciente, “ que hayamos pensado
en el sueño como algo separado de la vigilia” . Cabe
preguntarse si la polaridad entre el sueño y la vigilia no
nos ha impedido ver que son simplemente aspectos
diferentes del mismo estado, no dos entidades distintas
con alguna conexión mística.
Los norteamericanos, con sus luchas diarias, siguen
encontrando dificultades con el sueño. Las estadísticas*
han mostrado que más de un tercio de la población está
preocupada porque no duerme bien. El veinticinco por
ciento de esas personas se sienten sumamente cansadas
al levantarse. La misma encuesta señaló que más de la
mitad de la población se siente sola y deprimida parte
del tiempo, y veintitrés por ciento confesó sentirse
“ emocionalmente perturbada” . El trabajo duro tapa al­
gunos sentimientos, la lidia con los chicos ayuda un
poco más, los cigarrillos y el alcohol descargan aun más,
pero todavía se necesitan tranquilizantes y píldoras para
dormir.
U n interesante estudio presentado por un miembro
del equipo de investigación de U C L A * * a una conferen­
cia sobre fisiología del cerebro, señaló que los que dejan

* Times, de Los Angeles, 19 de noviembre de 1968.


* * Times, de Los Angeles, 16 de setiembre de 1969.
258 E L G R IT O PR IM A L

de fumar sueñan más y más intensamente. A q u í tene­


mos pruebas de la veracidad de la hipótesis primal sobre
los sueños y el alivio de la tensión. Cuando se suprime
el alivio, los sueños asumen una doble carga. A la
inversa, las investigaciones sobre el sueño indican que
los que toman píldoras para dormir profundamente,
sueñan menos que si no las tomaran. Pero los efectos
provocados por el hecho de no haber tenido el alivio de
soñar hacen que la persona esté más irritable y deprimida
y necesite otros paliativos de la tensión, como por
ejemplo fumar más. En una palabra, el sistema neuróti­
co se abrirá camino.
Cuando la persona que no ha soñado bastante porque
ha tomado píldoras para dormir las suprime, tiende a
soñar mucho más de lo normal. Y esos sueños son más
perturbadores. No se puede suprimir la neurosis con
drogas. Es posible aliviarla por poco tiempo, pero el
neurótico debe pagar después el precio. Esto significa
que los tranquilizantes durante el día no hacen más que
postergar y asegurar la inevitable depresión grave y la
posible crisis que se producirá al suprimirse la droga.
Las consecuencias de lo que estoy diciendo van más
allá del fenómeno del sueño y el dormir. Lo que estoy
señalando es que las píldoras, a la larga, no tienen un
efecto serio sobre la enfermedad mental. Sólo ayudan a
reprimir el yo real, produciendo más presión interna,
neurosis más graves. Las píldoras están en la misma
situación que las técnicas condicionantes que ayudan
con electroshocks suaves a suprimir el comportamiento
“ malo” . ¿No es esto lo que hacen los padres a su
manera simple, no teórica, y no ocasionan así un ahon­
damiento de la neurosis? Se ha comprobado, por ejem­
plo, que se producen más ataques cardíacos durante el
sueño que durante la vigilia. Quizá existan sólidas razo­
nes fisiológicas para ello. Pero cabe preguntarse si el uso
de tranquilizantes durante el día no aumenta la presión
que debe descargarse en los sueños y que el cardíaco
vulnerable no soporta.
E L D O R M IR , LOS SUE ÑO S Y LO S SIM BOLOS 259
Los neuróticos tienen el sueño perturbado porque
están activados constantemente por e l. sufrimiento pri­
mal y esa activación es lo contrario del sueño. El uso de
tranquilizantes y de somníferos equivale a ajustar la
tapa de un recipiente sobre un fuego vivo. Llegado el
momento, parte del sistema, si no todo el organismo,
tiene que ceder.
16

LA NATURALEZA DEL AMOR

El concepto de amor ha sido muy usado; quizá sea


útil considerarlo en función de la teoría primal.
Básicamente, amor significa apertura y libertad para
sentir y permitir que los otros también sean libres.
Significa permitirles que se desarrollen y se expresen a
sí mismos naturalmente. Es esencial ser uno mismo y
dejar que los otros sean naturales.
La definición primal del amor es dejar que los demás
sean lo que son. Esto sólo puede suceder cuando las
necesidades están satisfechas.
Implícita en la definición del amor está la existencia
de una relación real entre los que se aman. Después de
todo, se puede dejar que el otro sea el que es ignorán­
dolo, pero la respuesta al otro es parte integrante del
amor. Debemos recordar que dejar que alguien sea real­
mente él mismo significa satisfacer sus necesidades. Esta
es la tarea de los padres amantes. Más tarde habrá pocas
necesidades que satisfacer y el amor puede ser realmen­
te darse el uno al otro. Desgraciadamente, el amor para
el neurótico significa satisfacer sus necesidades irreales
(en forma de deseos). Significa regalos o muchas llama­
das telefónicas o cualquier otra “ prueba” de un afecto
inmortal. El neurótico se siente no querido cuando sus
necesidades enfermizas no son atendidas. ¿Qué mejor
ejemplo que el sufrimiento de un hombre homosexual
cuando su amante lo ha abandonado?
El amor es sentir. Existe cuando dos personas conver­
LA N A T U R A L E Z A D E L A M O R

san, toman café o tienen relaciones sexuales. Cuando no


hay sentimiento (es decir, cuando el sentimiento está
bloqueado y oculto), los neuróticos pueden acceder a
todas esas actividades sin que haya un ápice de amor.
En cambio hay una “ succión” (com o dicen mis pacien­
tes), en que se trata de conseguir algo de alguien para
llenar el vacío interior.
A comienzos de la vida, el amor significa satisfacer
las necesidades primales. En los primeros meses y años,
esto entraña muchas caricias y mimos. E l niño no da la
palabra “amor” al hecho de que lo tomen en brazos,
pero sufre cuando eso le falta. El contacto físico es una
condición sine qua non para los niños. Sin eso no se les
puede demostrar amor. N o es suficiente para el niño
“ saber” que sus padres no demostrativos lo quieren;
debe sentirlo. N o llenar esa necesidad es no amar, por
muchas que sean las protestas de amor que se hagan. El
padre que trabaja tanto que apenas ve a sus hijos, puede
racionalizar que trabaja para ellos, pero cuando no tiene
contacto, cuando no se da a ellos, debemos suponer
que trabaja para aliviarse. Si el niño necesita cerca a su
padre, que está lejos trabajando la mayor parte del
tiempo, sus necesidades no son satisfechas.
Los niños criados en instituciones donde hay poco
afecto o atención personal desarrollan personalidades sin
relieve, apagadas. Hay en ellos una apatía, una inercia
que continúa en la edad adulta. Esos niños hacen auto­
máticamente lo que los protegerá de la falta de amor:
se vuelven indiferentes a otros sufrimientos. Se encie­
rran en sí mismos.
Se ha observado que los perros criados sin contacto
físico con otros perros o con seres humanos son inesta­
bles e inmaduros. Se vuelven “ fríos” y “ duros” al llegar
a adultos, en general asexuales, y no aprenden a corres­
ponder al afecto. Por mucho que se los quiera después,
su estado no se altera.
Se ha llegado a las mismas conclusiones con monos
criados en el aislamiento. En los experimentos ahora
262 E L G R I T O P RIM A L

famosos de Harlow, se dividía a los monos en tres


grupos: uno se criaba en completo aislamiento, otro con
“ madres” de trapo, y el tercero con “ madres” de alam­
bre y clavijas.* Harlow descubrió que los monos aisla­
dos eran los que más sufrían. Parecían incapaces de dar
y recibir afecto. Los que tenían madres de trapo pare­
cían estar tan bien como los que tenían madres verda­
deras. Comían la misma cantidad, demostraban poco
temor, eran más sociables y estaban más dispuestos a
explorar un medio extraño. Harlow insistió en la impor­
tancia del contacto corporal. Cuando se le permitía a
un mono tener en brazos y sujetar una madre de trapo,
los saltos de afecto entre ellos eran tan fuertes como los
de un mono pequeño con su madre real. Podemos
concluir de estos experimentos que lo que se llama
amor en los primeros meses de vida se centra en el
tacto y en la calidez del contacto físico. Un niño “ no
querido” puede ser aquel al que no se ha tocado lo
suficiente.
Las primeras caricias son importantes sobre todo si
consideramos que durante décadas muchos niños fueron
criados “ científicamente” . Los padres respondían a sus
hijos con arreglo a un conjunto de reglas en lugar de
seguir sus sentimientos. Alimentaban a sus hijos a hora­
rio y no cuando el niño lloraba de hambre, y no lo
tomaban en brazos por temor de malcriarlo. Las guías
pediátricas de las últimas décadas estaban bajo la influen­
cia de las obras de los primeros psicólogos behavioris-
tas para quienes, a fin de preparar al niño para un
mundo frío y duro, no había que mimarlo y acariciarlo
cada vez que lloraba. Ahora vemos que la mayor prepa­
ración para vivir en el mundo está en todos los mimos,
contactos y caricias que los padres puedan dar a sus
hijos. Pero no se trata sólo de los gestos; los sentimien­
tos también importan. Cuando un padre es tenso y

* Harry F. Harlow, “ Love in Infant M onkeys” , Scientific


American, V ol. 200, N f 6 (junio de 1959), pp. 68-74.
LA N A T U R A L E Z A D E L A M O R 263
brusco y maneja al niño a. saltos, convulsivamente, el
niño sufrirá; pero siempre que el contacto exista, por
malo que sea, el daño no es irrevocable y total.
U n niño pequeño sabe cuándo está mojado, ham­
briento y cansado y cuándo le duele algo. Cuando se lo
pone cómodo, podemos decir que está experimentando
amor. Am or es lo que suprime el dolor. Cuando se le
permite explorar, gritar, chuparse el dedo, agarrar a la
madre, podemos hablar de amor. Cuando se le impide
todo esto, cuando no es tenido en brazos, cuando no se
le habla, puede sentirse incómodo y tenso. Podemos
decir que el amor y el sufrimiento están en dos polos
opuestos. El amor estimula el yo; el sufrimiento lo
sofoca.
Pero el amor no consiste sólo en tocar a un niño y
tenerlo en brazos. Si se le niega la expresión de lo que
siente y tiene que excluir una parte de sí mismo, es
posible que por más que sus padres lo tomen en brazos
y lo acaricien, siga sintiéndose no querido. Nunca se
insistirá bastante en la importancia de la libre expresión,
que puede determinar el destino del niño por el resto
de su vida. Unos cuantos abrazos o una frase como:
“ Y a sabes cuánto te queremos” , no pueden disimular
esa negativa.
Como el sentir es uno, no es posible prohibir ciertos
sentimientos y esperar la total expresión de otros; lo
que el niño neurótico sienta más adelante tenderá a
quedar borrado y sofocado. Niéguese la cólera a un
niño, por ejemplo, y se verá obligado a fingir lo feliz y
amado que se siente.
Ningún afecto posterior —una nueva situación en la
vida, cantidades de personas afectuosas a su alrededor—
abolirá esa privación primera, a menos que sea revivida
junto con el sentimiento original que ha sido negado. El
neurótico se pasa gran parte de su vida adulta tratando
de tapar su dolor con nuevos amores, asuntos sentimen­
tales y flirteos. Cuantos más amores e historias sen­
timentales tenga, menos son, paradójicamente, sus
264 E L G R IT O PRIM AL

posibilidades de sentir; la caza parece interminable


porque para él sentirse amado significa primero sentir
con toda intensidad el viejo dolor de no ser querido.
Como el amor entraña sentir el yo, no podemos
transferirlo a otro. Cuando alguien dice: “ Me haces
sentir una mujer” o “ Contigo me siento querido” , por
lo general quiere decir que no se siente y que se
necesitan actos y símbolos del exterior para lograr el
convencimiento de Ser amado. El amor no es cuestión
de dar algo a alguien para que su tanque indique “ lle­
no” . Tampoco podemos vaciarnos de amor como no
podemos vaciarnos de sentimiento. N o es algo divisible
que puede repartirse en pedazos ni desglosarse en especia­
lidades tales como “ amor maduro” y “ amor inmaduro” .
El viejo neurótico puede afirmar su amor eterno
verbalmente, pero cuando el sentimiento está afectado,
las protestas de amor suelen no querer decir nada.
Además, las afirmaciones verbales de amor son a menu­
do ruegos disfrazados para lograr la satisfacción de nece­
sidades desesperadas. La gente que siente rara vez nece­
sita seguridades verbales. La gente que no siente parece
necesitarlas constantemente.
L o que el neurótico busca en el amor es el yo que
nunca se le permitió ser. Necesita alguien especial que
pueda hacerlo sentir. Tenderá a definir como amor todo
lo que echaba de menos y lo que le impide ser comple­
to. A veces lo que necesita es un contacto físico y
tratará de fabricar el amor a partir del sexo, es decir,
“ hacer el amor” . A veces se trata de la búsqueda de
protección; en otros casos es la necesidad de ser enten­
dido y de que se le hable.
El dilema del neurótico consiste en que mientras el
amor es nada más que la libre expresión del yo, tiene
que dejar de lado su yo sensible para sentirse amado
por sus padres en la infancia. El neurótico, por defini­
ción, debe creer o que es amado o que lo será; en caso
contrario no continuará la lucha neurótica. En breves
palabras, como el tercer grupo de monos de Harlow, el
LA N A T U R A L E Z A D E L A M O R 265

niño neurótico mantiene la ilusión del amor a través de


la lucha para no tener que ver que sólo hay alambres y
clavijas.
Así, si un niño de seis años tuviese que enfrentarse
con la verdad y la desesperanza, es dudoso que luchara.
La promesa de amor, tanto implícita como explícita,
mantiene la esperanza y no le deja enfrentar la realidad
de su joven vida. Puede pasarse toda la existencia bus­
cando algo que no sólo no existe sino que nunca existió:
el amor de sus padres. Puede hacerse el gracioso para
entretenerlos, el erudito para impresionarlos, el inválido
para provocar cierta atención. El acto mismo impide el
amor porque está tapando lo que realmente haría y
sentiría.
He observado que el neurótico recrea más tarde en su
vida la situación de desamor que tuvo a comienzos de la
misma, para representar el mismo drama con la espe­
ranza de un final feliz. N o se casa con una figura
materna simplemente porque desea a su madre. Desea
una madre amante, pero no toma su amor directamente.
Primero debe establecer su ritual. Tal vez encuentre una
persona fría como su madre y trate de sacar de ella
algún afecto. O si es una mujer, buscará a alguien áspe­
ro y rudo como su padre y tratará de sacarle algo amable
y bondadoso. Se trata de una representación simbólica.
Si el sujeto se interesara en una persona verdaderamente
amante, tendría que dejarla porque siempre le estaría
remordiendo en su interior el viejo sentimiento de desa­
mor. En una palabra, al hallar una persona afectuosa se
impediría que la lucha simbólica resolviera al fin los
viejos sentimientos. En este sentido, encontrar ahora el
amor y el afecto significa sentir el sufrimiento de no
conseguir el viejo amor.
Aun en los sueños el neurótico crea la misma lucha.
A menudo hay obstáculos para alcanzar al ser amado.
Le hará trepar montañas o meterse en un laberinto y
seguirá sin llegar a la “ tierra del amor” .
Como no le ha sido permitido experimental sus pro­
266 E L G R IT O P RIM A L

pios sentimientos, el neurótico suele creer que el amor


debe estar en otra parte y en otra persona. Rara vez
entiende que está en su interior. Pienso que esta bús­
queda frenética es una tentativa de llegar a sí mismo. El
problema habitual es que simplemente no sabe cómo.
N o tiene una palanca para llegar a sus sentimientos. En
este sentido, pues, la búsqueda del amor es nada más
que la búsqueda de “ ser” , de sentir. La desesperación,
la persecución, los viajes a nuevos lugares son a menudo
la tentativa de encontrar a ese alguien que le hará sentir
algo. Pero sólo el sufrimiento puede cumplir esa tarea.
Y entonces se ve repetido sin fin el mismo triste drama,
una obra de tercera categoría con una trama monótona,
actores ineptos y sin final feliz.
Creo que la lucha se establece para que la persona
consiga al fin, aunque sea a modo de sustituto, el cariño
infantil que necesitó años antes y que nunca tuvo. Lo
que no busca es amor adulto en el presente. Incluso
cuando se le ofrece, parece evitarlo como deferencia
hacia la lucha. Así, la noción primal del amor se centra
en el hecho de que es la búsqueda de lo que no se tuvo
posiblemente décadas atrás. El neurótico tenderá a defi­
nir como amor lo que llene esa necesidad. Quizá por
eso hay tantas definiciones diferentes del amor, tantas
como necesidades distintas.
Desgraciadamente, aunque los padres del neurótico
pudieran metamorfosearse de pronto en personas afec­
tuosas, comprensivas, nada cambiaría. El neurótico no
puede usar ese amor en su vida posterior porque sería
sólo un sustituto de lo que realmente ha sucedido años
antes entre el niño y los padres desamorados. Sentirse
no querido tiene la prioridad.
El niño desdichado, con su conducta neurótica, su
agresividad, sus enfermedades, sus fracasos, trata de de­
cir a sus padres: “ Quiéranme, así no tendré que vivir mi
mentira” . Como hemos visto, la mentira es un pacto
inconsciente entre él y sus padres en el que se conviene
ser insincero consigo mismo para ser lo que ellos espe­
LA N A T U R A L E Z A D E L A M O R 267

ran. Conviene en satisfacer sus necesidades siempre que


más tarde ellos satisfagan las suyas y detengan su obliga­
ción de mentira. Pero mientras mantiene la mentira, la
cortesía, el desamparo, la inutilidad, la independencia,
etc., tanto él como sus padres están convencidos de que
hay un intercambio de amor. N o pone fin a la mentira
por temor de no ser querido. Cosa curiosa, más tarde,
cuando le ocurre algo que desafía la mentira, la persona
tiende a sentirse no querida. El terapeuta primal rara
vez resulta grato en los comienzos, en contraste con
otros, porque no participa en la mentira; no se lo
permite para que el paciente no tenga otro recurso que
sentirse no querido.
Por lo general el neurótico es confuso. Llega a pensar
que el amor es lo que le dieron sus desamorados padres.
Si sus padres estaban siempre “ preocupados” por él,
quizá trate de provocar preocupación, a través de la
enfermedad o el fracaso. A l provocar reacciones simila­
res al comportamiento de sus padres, el neurótico se las
arregla para mantener el mito del amor. Suele estar tan
empeñado en la lucha por mantener el mito, que no
siente su desdicha. Es posible, por ejemplo, que empiece
la terapia diciendo: “ Mis padres no eran perfectos. N a ­
die lo es. Pero a su manera me querían.” Pienso que esa
“ manera” hizo ser al niño también a su manera: neuró­
tico. Tal vez siga diciendo: “ Mi padre era severo y
amigo de la disciplina, no muy demostrativo de afecto,
pero los chicos sabíamos que nos quería.” Traducido,
eso significaría: “ Papá espera la perfección, nunca dice
una palabra de elogio, no demuestra verdadero afecto,
pero mientras cumplamos sus órdenes, podemos decir­
nos que nos quiere.” Pero al parecer, lo que le decimos
a nuestro yo no importa. El verdadero yo no querido lo
siente. Cuando un sujeto que racionalizaba de dicha
forma se ve obligado en la terapia primal a pedir que el
papá lo tome en brazos y lo acaricie, sufre. Todas las
cosas que pensaba verdaderas, se desmoronan ante el
sufrimiento.
268 E L G R IT O PRIMAL .

Una señora joven, correcta, decía: “ Mamá era un


poco anticuada en cuanto a maneras, etiqueta, esas
cosas, pero de todos modos nos quería.” Cuando pidió
a gritos libertad, sintió el dolor que siempre había
tenido pero sin experimentarlo nunca. Cabe concluir
que sólo cuando los individuos sienten sus propias nece­
sidades reales, llegan a conocer lo que es el amor y lo
que no lo es, tal vez por primera vez.
Una paciente insistió en que sus padres, que eran
muy demostrativos, la querían mucho. Sostenía que su
marido era la causa de su problema. En la segunda
semana de la terapia lo sintió: Retrocedió y revivió una
escena en que la habían puesto de ejemplo a su herma­
na por haber sido tan buena y portarse tan bien. Nunca
se había sentido no querida porque se había convertido
en una buena hija. Sus padres le prodigaban ayuda,
regalos y afecto. Todo lo que debía hacer era ser
“ buena” . Como era buena, y no ella misma, nunca se
sintió no querida. Sin embargo padeció el sufrimiento
primal. Ese sufrimiento sólo pudo aflorar a la superficie
cuando no le permití que fuera la persona dulce que
siempre había sido. Este es otro ejemplo de lá idea pri­
mal de que el amor es dejar que el otro sea lo que es.
Al parecer esta niña había tenido todo, salvo a sí
misma. N o era querida.
Otro ejemplo para aclarar este punto: Una joven
tenía una madre que estaba a su lado constantemente,
jugaba con ella, la tenía en brazos, nunca le pegaba.
Pero esa madre era una niñita sin fuerzas bastantes
como para permitir que su hija lo fuera. A pesar de
todo lo que esta madre hizo por su hija, ella no la
quería porque no podía dejar que su hija fuese lo que
era: débil y pequeña.
Los niños renuncian y se sacrifican para tapar la
sensación de no ser queridos. Los padres pueden hacer
lo mismo para tapar el hecho de' que no pueden sentir
nada hacia sus hijos. Aunque esos padres den a menudo
pruebas de amor: “Mira todo lo que estoy haciendo por
LA N ATURALEZA DEL AMOR 269

ti” , i or lo general quieren decir: “ ¿Por qué no haces


algo por mí?” El renunciamiento de uno mismo parece
ser parte de la ética judeo-cristiana, en la que renuncia­
mos a nosotros mismos por un dios en nombre del
amor. (Com o lo expresó un paciente: “ Renuncié a mí
mismo para conseguir el amor de mi madre; como no
dio resultado, hice la prueba con mi padre; y cuando
esto me falló, probé con Dios.” ) El neurótico parece
extender este proceso, de modo que no puede empezar a
medir el amor según lo mucho a que renuncian los
demás por él.
' N o es accidental que cuando un niño es querido rara
vez esté preocupado por el afecto. Por lo habitual no
necesita aplicar el rótulo de “ afecto” , ni pone en el
tapete el amor de sus padres. N o necesita las palabras
porque tiene el sentimiento. Pienso que los que necesi­
tan del rótulo de amor son los no queridos. N o hay
seguridades, pruebas o palabras capaces de llenar el
vacío de la infancia.
Si los padres quieren impedir en sus hijos la lucha
neurótica por el amor, yo les aconsejaría que se permitan
la plena expresión de sus propios sentimientos, lágrimas,
cólera, alegría, y dejen a los niños decir lo que quieran y
en la forma que quieran. Esto significa dejarlos que se
quejen, que sean ruidosos y exuberantes, que hagan
críticas, que sean malhablados. En una palabra, permitir
que los niños tengan los mismos derechos que los hijos de
otros seres humanos capaces y complacientes. Se debe
permitir que los niños se expresen porque los sentimien­
tos les pertenecen; no pueden romper los muebles o los
platos porque pertenecen a la familia. Pero es improbable
que un niño sea físicamente destructor si puede expre­
sarse verbalmente.
Cuando especificamos que un niño puede sentir y
pedimos que examine sus sentimientos, ya hemos me­
noscabado su capacidad de sentir. Cuando se le permite
una total espontaneidad en todo lo que siente, hay
posibilidades de que se convierta en el tipo de niño que
E L G R IT O P RIM A L

corre espontáneamente a besar y abrazar a sus padres.


De esta manera los padres también serán queridos. M u­
chas veces hemos llegado a considerar a los niños como
los que reciben órdenes y no esperamos que sean espon­
táneamente afectuosos. El afecto tiende a ser objeto de
ritual en el hogar neurótico. Existe . el deber de ser
afectuoso, el- beso de saludo y despedida desprovisto de
sentimiento espontáneo, y la reprimenda cuando el niño
no cumple con su deber. Lo que el neurótico suele
conseguir de su hijo es, pues, un a cto desprovisto de
sentimiento, cuando el niño tiene mucho más que dar si
le es permitido.

¿Por qué es tan universal la búsqueda del amor? Por­


que es la búsqueda del yo que nunca pudo ser. Más
precisamente, la búsqueda de ese alguien especial que
nos dejará ser lo que somos. Com o somos tantos los
que hemos visto nuestros sentimientos ignorados o
aplastados, terminamos por hacer lo que no sentimos.
Los' matrimonios tempranos, los noviazgos rápidos, deri­
van, creo, de la frustración interior y la desesperación
por sentir a través de los demás. La búsqueda es inter­
minable porque poca gente sabe de veras lo que busca.
Es raro que la pérdida de un amor en el presente
produzca resultados catastróficos como el intento de
suicidio si la pérdida no refleja otra más profunda, más
antigua, en la infancia.
Cuando al fin el neurótico se siente no querido, inicia
el camino que lo llevará a sentirse querido. Experi­
mentar el dolor es descubrir la realidad del cuerpo y sus
sentimientos, y no puede haber amor sin sentimiento.
17

S E X U A L ID A D , H O M O S E X U A L ID A D Y
B IS E X Ú A L ID A D

La teoría primal diferencia el sexo como acto del


sexo como experiencia. El acto sexual abarca todos los
movimientos francos que hacen los individuos durante
el juego y las relaciones sexuales. La experiencia sexual es
el significado de esos movimientos. En la neurosis la
experiencia del acto puede ser muy diferente del acto
mismo. A sí un acto heterosexual puede ser experimen­
tado de una manera homosexual, con fantasías homose­
xuales. Y un acto homosexual puede ser experimentado
como heterosexual. Y o caracterizaría la naturaleza del
acto en función de la experiencia subjetiva, distinción
que será importante cuando se discuta el tratamiento de
las disfunciones y perversiones sexuales.
Es posible, por ejemplo, que se cumplan todos los
gestos de la sexualidad sin experimentar ninguna sensa­
ción sexual, como lo prueban muchas esposas frígidas.
Lo que da al sexo su significado es, pues, la plena
sensación de la situación total; lo que lo altera es el
esfuerzo neurótico por derivar un valor simbólico del
acto.
Según la teoría primal, las necesidades no satisfechas
y los sentimientos bloqueados a comienzos de la vida
emergen en forma simbólica. En el plano sexual esto
significa que el acto será experimentado (habitualmente
por el camino de la fantasía) como la necesidad insatis­
fecha.
272 E L G R I T O PRIM AL

Veamos varios ejemplos. Un paciente de treinta años


sufría de impotencia. Su erección terminaba apenas pe­
netraba a su mujer. El hombre había sido criado por
una madre fría, exigente, mala, que no le había dado
afecto sino sólo órdenes. Como estaba fuera de sus
posibilidades de comprensión que mereciera el afecto de
alguien, se negó o no reconoció la necesidad de afecto.
Se casó con una mujer que era muy agresiva y exigente,
como su madre, pero que se hacía cargo de su vida y le
permitía ser pasivo. En el momento de penetrarla, ya
no era cuestión de tener relaciones sexuales con una
mujer: era el niñito amado simbólicamente por la ma­
má. El aspecto simbólico del acto (incesto) le impedía
funcionar como un adulto. Este hombre había negado
(no reconoció) sus tempranas necesidades de afecto y
buscó el cariño materno en otras mujeres. Las mujeres
eran símbolos del amor maternal y el acto sexual con
ellas era simbólico; el funcionamiento quedaba, pues,
perturbado. Es evidente que si las mujeres fueran sólo
hembras adultas, no habría disfunciones sexuales; los
problemas surgen porque se convierten en símbolos ma­
ternos.
Los órganos sexuales, como cualquier sistema orgáni­
co, funcionan de una manera real cuando la persona es
real y de una manera irreal cuando la persona es irreal.
En cada acto del neurótico opera un sistema dual: el
sistema real con sus privaciones y sus necesidades, y el
sistema irreal que trata de satisfacer simbólicamente esas
necesidades habitualmente inconscientes. Entonces el yo
irreal parece tener una sexualidad madura mientras el
niño interior está tratando de ser querido. Como trata
de obtener un amor infantil, el neurótico debe convertir
inconscientemente a su pareja en figura materna (al­
guien irreal). N o es sorprendente, pues, que sea impo­
tente o que su cuerpo lo traicione de otras maneras.
Otro ejemplo: Un hombre no conseguía excitarse con
su hermosa mujer si ella no le hablaba de otros hombres
con los que quería acostarse. La descripción detallada
SEXUALIDAD, H O M OSEXUALIDAD Y BISEXUALIDAD 273
<leí pene de otros hombres lo estimulaba, la idea de los
órganos sexuales masculinos lo excitaba sexualmente. La
relación con su mujer, desde el punto de vista primal,
era esencialmente homosexual. N o se ponía en relación
con ella, sino con su necesidad, que había sido negada a
comienzos de su vida y surgía en la preocupación sim­
bólica por los órganos sexuales. Este hombre había
tenido un padre débil e incapaz que nunca le hablaba, y
mucho menos lo acariciaba o tomaba en sus brazos. Si
quería algo tenía que acudir a su madre, que entonces
se lo pedía al padre. Es decir, para llegar al padre tenía
que pasar por la madre, que era en esencia lo que hacía
en la sexualidad. La necesidad de su padre estaba siem­
pre presente, pero, al ser negada, volvía simbolizada en
forma de pene. De modo que en el acto sexual se ponía
en relación con el símbolo del amor paterno, no con su
mujer. Tuvo que anular esa necesidad de su padre para
poder ser realmente heterosexual.
Un ejemplo final: Durante el acto sexual, una mujer
fantaseaba que era dominada, obedecía órdenes y era
poseída contra su voluntad. La experiencia del acto era
la de una niña indefensa, víctima y no participante.
Esta mujer había tenido un padre brutal y sádico que la
trataba de “ puta” en su adolescencia. N o le permitía
tener amigos y se burlaba de ella cuando se maquillaba.
La mujer negó su necesidad de amor paterno, pero
durante el acto sexual se recreaba a sí misma como una
víctima inerme (de su padre) para poder sentir algo.
En cada uno de esos casos el acto sexual es simbó­
lico, una tentativa de resolver viejas necesidades. La
persona no siente la situación en que está porque la
relaciona con una fantasía. Así para algunas mujeres el
acto puede significar amor. Para algunos hombres puede
significar virilidad, poder, venganza. La función de la
fantasía durante el acto sexual consiste en recrear la
lucha temprana entre el padre y el hijo. Pero la diferen­
cia crucial reside en que durante el acto sexual la
persona obtiene lo que siempre imaginó que habría al
274 E L G R IT O PRIM AL

final de la lucha de toda su vida: besos, caricias y amor,


y la posibilidad de sentir. El neurótico hace “ terminar
bien” su lucha simbólicamente, dándole una salida fan­
taseada que nunca podría ocurrir en la realidad. Como
dijo una mujer: “ Mis fantasías durante el acto sexual
son un buen ejemplo de cómo viví con la mente en
lugar de vivir con el cuerpo. N o podía sentir siquiera lo
que pasaba por debajo de mi cintura.”
Cuando el sujeto siente la necesidad original, la fanta­
sía ya no tiene objeto. Cuando el hombre impotente del
primer ejemplo sintió su profunda necesidad de una
madre como es debido, humana y solícita, no necesitó
buscar sustitutos. Su mujer ya no era una madre porque
había sentido la realidad de lo que era su madre. Su
problema sexual desapareció porque estaba construido
sobre un acto simbólico que no tenía relación con lo
que sucedía en su vida. L o mismo ocurría con el hom­
bre que necesitaba que le contaran historias sobre gran­
des penes. Cuando sintió lo terrible de haber estado
privado de un padre, ya no necesitó símbolo tangible de
ese padre.
Los ejemplos anteriores indicarían que la sexualidad
neurótica es simbólica, pues la persona rara vez “ ve” a
su pareja. El hecho de abrazarla en la oscuridad no hace
sino aumentar su valor simbólico. La fantasía puede no
ser siquiera consciente; el neurótico puede relacionarse
con su pareja como si fueran su padre o su madre sin
darse cuenta de que está viviendo la fantasía.
El dolor primal impide ser plenamente heterosexual.
Por ejemplo, si una muchacha quiere el amor de su
padre puede tener una gran actividad sexual con hom­
bres tratando de conseguirlo simbólicamente, pero es
probable que tenga problemas de frigidez, porque mien­
tras el sistema irreal está realizando un acto sexual con
hombres, el sistema real, inconscientemente, sólo trata
de sentirse tomada en brazos (por el padre) y acariciada
por él. La experiencia no es sexual, es infantil; la mujer
trata de resolver sus privaciones pasadas. Como dijo una
S E X U A L I D A D , H O M O S E X U A L I D A D Y B I S E X U A L ID A D 275

mujer frígida: “ Pienso que en lugar de llenarme de


comida, me llenaba de penes tratando de sentirme llena
de amor. Nunca .tuve lo bastante como para sentirme
querida.” Después añadió: “ Creo que ahora sé por qué
nunca pude sentir de veras durante el acto sexual; si me
hubiera dejado ir y sentir, hubiese experimentado todo
el sufrimiento de no haber sido querida. Hubiera senti­
do lo que estaba tratando de conseguir del sexo. Mis
ilusiones me lo impedían.”

Los problemas sexuales se complican cuando el mu­


chacho tiene una gran necesidad tanto de su madre
como de su padre. En sus relaciones con las mujeres
puede actuar como un niño y dejar que su compañera
(el símbolo materno) tome la iniciativa. Entretanto,
quizá tenga fantasías homosexuales. Lo mismo ocurre
con la mujer que ha estado privada del amor de su
madre. Mientras la necesidad no ha sido satisfecha, se
interpondrá en el camino de toda actividad heterose­
xual.
Las necesidades del pasado predominan sobre las del
presente. N o es de sorprender que haya tantas mujeres
frígidas cuando se comprueba en cuántas sigue habiendo
una niña pequeña. Necesitaban un padre bueno y se
enojan y decepcionan cuando un hombre quiere una
relación sexual adulta en lugar de ofrecerles primero
amor paternal. Si se comprende que hay dentro de la
mujer una niña asustada, temerosa de su padre (y de los
hombres), se ve claro lo difícil que será después tener
una relación sexual sincera, fácil y generosa. Las niñas
no tienen una sexualidad de adultas.

E l a m or y el sexo

Algunas mujeres dicen: “ Sólo puedo acostarme con


alguien a quien amo.” En el caso de una neurótica
quizá quiera decir: “ Para poder gozar de las sensaciones
276 E L G R I T O PRIM AL

naturales de mi cuerpo, debo convencer a mi mente de


que importa más de lo que es. Para tener libertad de
sentir, debo sentirme querida.” Esta es también la ex­
presión inconsciente de la necesidad de amor como
requisito previo para sentir.
Cuando una persona ha sido querida al comienzo de
su vida, no necesita tratar de obtener el amor de la
sexualidad; la actividad sexual puede ser lo que es: una
relación íntima entre dos personas que se sienten mu­
tuamente atraídas. ¿Esto significa que el sexo es algo
aislado del amor? N o necesariamente. Una buena perso­
na no-trata de meterse en la cama con todo el mundo.
Quiere compartir su yo (que incluye su cuerpo) con la
persona que le interesa. Pero no prologa esa relación
con algún concepto místico del amor. El acto sexual
será el desarrollo natural de una relación como cualquier
otra. N o tiene por qué ser “justificado” por el amor.
Cuando una mujer neurótica ha reprimido sus senti­
mientos, por más que piense que su relación amorosa
marcha bien es probable que no goce plenamente del
acto sexual. Pero si es normal no tendrá que convertir
al sexo en algo especial. N o tiene por qué ser fiel a un
concepto como el del amor; no tiene por qué escuchar
palabras especiales, “ te amo” , para gozar físicamente de
sí misma.
Cuando un niño nunca ha gozado del amor de sus
padres, quizá le excite terriblemente la perspectiva de la
áctividad sexual porque siente que al fin tendrá lo que
necesita. En consecuencia será muy impulsivo, incapaz
de detenerse para hacer uso de un anticonceptivo por la
urgencia de todas esas viejas necesidades negadas que
pasan a primer plano. El resultado puede ser un emba­
razo no querido, una consecuencia indeseada de un
impulso desesperado por satisfacer necesidades desespe­
radas. Pero cuando una persona ha sentido sus necesi­
dades de amor paterno, toda la desesperación por la
actividad sexual parece desvanecerse. Se convierte en
una experiencia más, agradable, de la sensibilidad.
S E X U A L I D A D , H O M O S E X U A L I D A D Y B IS E X U A L ID A D 277

Haber sido querido por los padres a comienzos de la


vida es la única protección que tendremos más adelante
contra la promiscuidad. Son muchas las. muchachas que
se engañan al pensar que son amadas cuando tienen
relaciones sexuales en la adolescencia, porque necesitan
creerlo. Trágicamente, esto suele darle el primer afecto
y contacto físico agradable que han tenido en la vida.
El verdadero amor es cuando un muchacho y una
chica se gustan y aceptan mutuamente por ser lo que
son, con inclusión del cuerpo. Los neuróticos explotan
los cuerpos de .los demás para satisfacer viejas necesida­
des. Esto les impide tener una relación entre iguales, de
toma y daca. Muchas veces el muchacho neurótico esta­
blece la relación con partes (las sexuales) de una chica;
no puede tratarla como a una persona completa. Esta
escisión ha sido llamado el complejo de la Madona-
prostituta; las chicas buenas no tienen cuerpo (son
asexuadas) y las chicas malas son sólo sexo.
Las mujeres normales no necesitan ser seducidas con
frases. Llegarán al acto sexual cuando la relación lo
exija. Muchos consejeros matrimoniales ven cantidades
de mujeres que declaran amar a sus maridos, pero que
no sienten nada durante el acto sexual. Una mujer
frígida no puede estar enamorada porque no puede
entregarse totalmente. Sólo una persona totalmente se­
xual puede estar enamorada.
Reflexionando en lo anterior se puede señalar que
hay cantidad de llamados neuróticos que parecen gozar
mucho de la actividad sexual. Pero esos mismos neuró­
ticos tienen una gran tensión que pueden haber erotiza-
do m entalm ente aplicándole el rótulo de “ sexo” , y
dándole apenas más contenido que a un buen estor­
nudo. Prueba de ello es que la mayoría de los pacientes
que pierden la tensión durante las primeras semanas de
la terapia, también pierden por un tiempo el impulso
sexual. En algunos casos, desaparece del todo por un
período de semanas. Además, tanto hombres como mu­
jeres que se creían muy sexuales antes del tratamiento,
278 E L G R IT O PRIM AL

confiesan que no tenían idea de lo que eran las sensa­


ciones verdaderamente sexuales hasta que aprendieron a
sentir de nuevo, después de la terapia primal. Sobre
todo las mujeres que pretendían no ser frígidas, se
refieren a las diferencias del tipo de orgasmo de que
gozan después de la terapia, por lo general una expe­
riencia más plena, más convulsiva. Un hombre lo dijo
así: “ Mis orgasmos solían ser como jeringazos de mi
pene. Ahora parecería que todo mi cuerpo participa” .
El cuerpo puede participar entero cuando cada parte
de lo suprimido antes (cada negación del yo ) ha sido
revivida y resuelta. Esas negaciones no tienen por qué
haber sido sexuales; el cuerpo no diferencia entre sus
autonegaciones. Suprimir parte del yo sensible es supri­
mir la sexualidad.

Frigid ez e im potencia

En mis observaciones hechas durante los últimos quin­


ce años, he comprobado la elevada frecuencia de la
frigidez y la impotencia, sobre todo de la primera, er^tre
mis pacientes.
Entiendo por frigidez la incapacidad de tener una
sensación sexual plena. En la mayor parte de las veces,
se trata de una incapacidad para llegar al clímax. La
forma en que las mujeres se comportan como resultado
de la frigidez varía con la personalidad. Algunas se
vuelven promiscuas en la esperanza de encontrar al
hombre capaz de hacerlas sentir. Si el problema se ha
planteado con la madre, la mujer frígida puede ignorar
simplemente el sexo. Lo que experimenta a través de su
comportamiento puede ser la esperanza de mantener su
dignidad y su honor para conservar así el amor de la
madre.
Muchas mujeres frígidas descubren que sólo pueden
llegar al clímax cuando se masturban. Este es un buen
ejemplo de relación con las propias necesidades y no
S E X U A L I D A D , H O M O S E X U A L I D A D Y B IS E X U A L I D A D 279

con la pareja. En ese caso las mujeres se han masturba-


do con frecuencia desde el comienzo de su adolescencia,
habitualmente con el mismo tipo de fantasíá. El pene
sería entonces, sólo un símbolo de amenaza, deshonor,
invasión, etc., y es evitado por su significado (que por lo
común es inconsciente).
Un ejemplo: Una mujer es criada por una madre
mojigata que la llena de mitos sobre el sexo, los hom­
bres y la moral. Oye cosas como: “ Los hombres son
animales, sólo buscan una cosa. Te hacen el amor y
después te dejan” . Además de lo que oye, tiene la
prueba bajo la forma de un padre brutal. La muchacha
llega a creer lo que su madre le ha dicho. Se niega a sí
misma toda experiencia hasta casarse, para descubrir
que es frígida. Se queja al médico de que parece tener
la vagina anestesiada. L o que creo es que esta mujer ya
no experimenta sensaciones sexuales en la vagina. Sólo
experimenta miedo, basado en la negación de las sensa­
ciones sexuales. N o es necesariamente un miedo cons­
ciente, pero como no tenía un padre a quien acudir y
sólo podía confiar en que la madfe le proporcionara las
migajas de afecto que podía encontrar en su casa, llegó
a asociar la sexualidad libre con la pérdida de la espe­
ranza de que su madre la aprobara. Lo que hizo, enton­
ces, fue casi literalmente renunciar a una parte de su yo
sensible por su madre.
Hablando en forma figurada, su vagina le pertenecía a
su madre. N o sentir se convirtió en la forma en que la
muchacha presentaba a la madre la imagen de la “ chica
buena” de la que pudiera estar orgullosa. Pero una vez
que sintió la imposibilidad del afecto de sus padres,
tuvo abundantes sensaciones vaginales nuevas, como
ocurre a muchas de mis pacientes.
¿Por qué al sentirse desesperada de conseguir jamás el
amor de su madre esta mujer se liberó para sentir su
vagina? Porque trataba de encontrar aquel amor en cada
contacto sexual, siendo la nenita “ buena” (es decir,
frígida y asexuada) que su madre quería. La nena “ bue­
280 E L G R I T O PR IM A L

na” era la única que la mamá querría. A l renunciar a ese


amor se liberó de la lucha por tratar de conseguirlo
simbólicamente a través de su vagina frígida. Una mujer
que había sido frígida lo explicaba a la luz de la terapia
primal que había terminado: “ Me crié en un hogar muy
religioso donde nunca se mencionaba el sexo, y mucho
menos se lo condenaba. Se hablaba de mujeres ‘zafadas’
y de promiscuidad, lo bastante como para asustarme del
sexo. Más tarde, para aceptar las sensaciones sexuales de
mi propio cuerpo, tuve que imaginarme que era otra
durante el acto sexual. Con frecuencia mi mente no
reconocía simplemente lo que mi cuerpo estaba sintien­
do, de modo que muchas veces imaginaba escenas en
que era violada. Entonces y sólo entonces podía tener
sensaciones sexuales” .
Otra mujer tenía que imaginar que era objeto de
cunnilingus por otra mujer. Estaba casada con un hom­
bre afeminado que prefería ese tipo de relaciones sexua­
les, de modo que la fantasía le era más fácil a ella. Para
la teoría primal, la fantasía —es decir, la experiencia
durante el acto sexual— es un intento de satisfacer las
necesidades reales de ser querida y besada por la madre.
La satisfacción de esas necesidades es lo que determina
la capacidad de sentir (sexualmente y en definitiva) a
seres heterosexuales. Pero la fantasía irreal no puede
satisfacer nunca necesidades reales, de modo que el
comportamiento simbólico se vuelve repetitivo y com ­
pulsivo. Cuando el marido de esta mujer intentaba pene­
trarla con su pene, ella se volvía completamente frígida
y la relación era sumamente dolorosa. En su “ lenguaje”
inimitable, el cuerpo le estaba diciendo que dentro
había dolor.
N o debemos atribuir la frigidez únicamente a una
educación sexual defectuosa o a malas experiencias se­
xuales. Muchas niñas son tan cerradas que podemos
predecirles frigidez. Si una niña se ha apagado y apenas
puede sentir alguna sensación (com o el gusto de la
comida) es muy probable que más tarde no tenga sensa-
S E X U A L I D A D , H O M O S E X U A L ID A D *Y B I S E X U A L I D A D 281
« iones sexuales. Esto significa que necesitará un estímu­
lo muy intenso para sentir casi todo lo que ella con-
idera una zona prohibida. Por este motivo creo que la
frigidez es un problema tan frecuente. Una mujer repri­
mida está obligada hasta cierto punto a ser frígida. Rara
vez una mujer que se ha sometido a la terapia primal no
tu- siente completamente distinta en cuanto a la sexuali­
dad, aunque no haya acudido por un problema sexual
definido.
Para dar una idea de la complejidad de la frigidez, he
aquí las palabras de una mujer que había sido frígida,
al cabo de un mfes de terapia primal:
“ Una cosa que aprendí en esta terapia es cómo mi
cuerpo ayudaba a bloquear mis sentimientos. Y o había
sido frígida y pensaba para mí que mi vagina apretada
debía de ser la forma en que yo me protegía de alguna
sensación relacionada con ella. Volví a casa después de
una sesión de grupo, me quité los calzones y con las
manos me abrí totalmente la vagina. Entonces me
permití sentir lo que había que sentir. Para mi asombro,
me volvió un recuerdo al mismo tiempo que empezaba
a sentir dolor en la vagina. De pronto estaba en la cuna;
mi madre me cambiaba con rudeza los pañales y me
pellizcaba la vagina. Y o sentía que se cerraba para
detener ese dolor. A l día siguiente tuve la primera
relación sexual indolora con mi marido” .
Este es el punto que ha establecido Wilhelm Reich
(que el cuerpo forma una defensa). Pero esa mujer
podía haberse separado manualmente la vagina durante
días sin obtener resultados apreciables si no hubiera
sentido ya muchos sufrimientos que le abrieron el cami­
no al temprano recuerdo de su cuna. Era la conexión,
no la manipulación física de la vagina, lo crucial. El
hecho de abrirla con las manos la ayudó a desbloquear
una defensa concreta, de la misma manera que aflojar
un abdomen tenso por medio de la respiración profunda
ayuda a sentir.
Esta situación me recuerda otro hecho que le ocurrió
282 BL G R I T O PR IM A L

a un hombre impotente. Durante una de las reacciones


primales se 'vio metido en una de sus fantasías más
terribles: la del incesto con su madre. Durante la fanta­
sía le vino el recuerdo de cómo ella lo había dejado
solo en el jardín de infantes. Se sintió mal (y aquí
empezó a revivir esa dolorosa escena). Para sentirse
mejor, empezó a jugar con. su pene. En la reacción
primal conectó el hecho de sentirse solo y de desear
que volviera su madre con el de jugar con el pene.
Quería que ella volviera y lo hiciera sentirse mejor, no
tan solo. Más tarde esto se convirtió en un fantaseo en
que deseaba una relación sexual con su madre. A medi­
da que iba creciendo esos fantaseos lo aterraron. Por
alguna razón desconocida para él, se transformaron en
fantasías homosexuales que continuaron en la edad
adulta. Durante esta terapia primal sintió al fin todo lo
que había: “ N o te preocupes, mamá, no es a ti a quien
deseo. Es a los hombres” .
Este hombre padeció de fantaseos homosexuales du­
rante años a causa de un hecho ocurrido en el jardín de
infantes. Es evidente que no fue obra de un solo hecho,
sino que lo habían descuidado y dejado solo demasiado
pronto en la vida como para que ese hecho resultara
crucial. Sus fantaseos homosexuales, dolorosos y turba­
dores como eran, servían para tapar algo más intolera­
ble: sus sentimientos incestuosos hacia su madre.
Muchas mujeres frígidas (y muchos hombres impoten­
tes) descubren que funcionan mejor sexualmente des­
pués de unas copas. La explicación reside en que el
alcohol adormece los sentimientos primales, facilitando
la necesidad de que el yo irreal controle el cuerpo.
Recuérdese que el sistema irreal necesita controlar los
sufrimientos. A l disminuir o adormecerse los sufri­
mientos la necesidad de control es menor. Si el control
se reduce al mínimo, el cuerpo se deja ir mejor. ¿Qué
significa esto? Menos control mental sobre las sensacio­
nes del cuerpo. Desgraciadamente, el alcohol también
adormece las sensaciones durante la actividad sexual, de
SEXUALIDAD, HOM OSEXUALIDAD Y B¡SEXUALIDAD 283
modo que la experiencia no es tan rica como podría
serlo.
La sexualidad significa sentir el cuerpo, no controlar­
lo. Si ese cuerpo retiene viejas sensaciones, dejarse ir
significa dejar salir esas sensaciones. Así, algunas muje­
res se convierten en tigresas en la cama, arañan, desga­
rran y muerden, creyendo erradamente que son sexual-
mente apasionadas. Hay pasión, es cierto, pero esa pa­
sión no es sexual. Es rabia contenida que irrumpe
cuando el cuerpo empieza a sentir. A q u í vemos de
nuevo que la sensibilidad es una propuesta de todo o
nada. Sentir significa sentir todo. Puede ser que el sexo
sea para los neuróticos mitad violencia, y quizá la yux­
taposición de sexo y violencia en la publicidad cinema­
tográfica no sea accidental. Pero lo que se reprime no es
necesariamente la violencia. Algunas mujeres que lloran
después de la culminación de la experiencia sexual ex­
presan una tristeza reprimida. Cualesquiera que sean los
sufrimientos reprimidos, la persona no puede sentir ple­
namente la sexualidad mientras no hayan desaparecido
los sentimientos neuróticos contaminantes.
La frigidez sexual no es sólo un problema de sensa­
ciones sexuales; es un problema de sentir. Ser libre de
sentir significa ser libre sexualmente. Ser reprimido sig­
nifica ser reprimido sexualmente, aun cuando parezca
que el funcionamiento sexual es adecuado. Cuando una
persona viene a someterse a la terapia primal porque
dice tener solamente un problema sexual pronto nos
enteramos de sus otros temores y represiones. A la
inversa, cuando alguien viene por otros problemas, debe­
mos sospechar que los hay sexuales. El problema no
afecta una parte del individuo; todas las partes están
conectadas y son interdependientes
En la terapia convencional he ayudado a las mujeres
a entender su actitud puritana con respecto al sexo y
les he dado frecuentes consejos sobre técnicas sexuales,
pero rara vez con buenos resultados. Sentir el sufrimien­
to parece eliminar los problemas sexuales sin discusión
284 E L G R I T O PR IM A L

de técnicas. El camino de la vagina no pasa, al parecer,


por la cabeza.
El neurótico tiene sufrimientos almacenados que im­
piden sentir el cuerpo. La información sexual sigue
siendo mental, mientras el cuerpo no es liberado.
La mujer de un médico a quien yo había visto años
atrás solía escabullirse a un campo de adiestramiento
civil, cerca de su casa, para tener relaciones con cinco o
seis hombres, uno tras otro. Estaba buscando al hombre
que la hiciera funcionar. Pero no había hombre que
pudiera porque era ella la que se había desconectado. Y
sólo ella podía volver a conectarse. Aunque esta mujer
era inteligente y sabía que sus escapadas al campo de
adiestramiento eran estériles y peligrosas, aunque yo le
había señalado lo que hacía, no se detuvo. Tenía necesi­
dades que la impulsaban incesantemente. El hecho de
conocer los peligros, de entender por qué lo hacía, no
la hacía desistir, porque sus necesidades no desistían;
quería sentir.
Es un error creer que se puede recibir una educación
sexual liberal, cambiar las actitudes. con respecto al
sexo, y por obra de esta actitud diferente resolver los
problemas sexuales. A pesar de la educación, a pesar de
estar liberado, en lo que al sexo se refiere, las disfuncio­
nes sexuales persistirán mientras esas nuevas actitudes
no nazcan del cuerpo y sus sensaciones.
A l tratar los problemas sexuales hay que tener en
cuenta los factores culturales; la sumisión general de las
mujeres, la creencia de que han sido puestas sobre la
tierra para hacer felices a los hombres, ha dado lugar a
nociones especiales tales como las de una psicología
“ femenina” . Implícita en la idea de que las mujeres
deben hacer felices a los hombres, está la de que éstos
son superiores y aquéllas deben vivir para ellos. Esto es
también neurosis pura. Nadie puede vivir para otro o a
través de otro sin estar enfermo, que es, desgraciada­
mente, lo que muchos hombres quieren de sus mujeres.
Nadie puede hacer que otra persona sienta algo, entre
SEXU ALIDAD, H O M OSEXUALIDAD Y BISEXUALIDAD 285
otras cosas “ felicidad” . La tarea de los hombres es vivir.
Los neuróticos piensan que las mujeres deben ser
conquistadas con artificios: luces suaves, frases especia­
les y bebidas, para despertarlas. En lugar de buscar la
relación sexual, se representa una lucha en que la mujer
es seducida. Una mujer que no exige esta seducción,
que es abierta y libre en sus necesidades sexuales, suele
ser considerada inmoral. La razón de ello es, en parte,
que los hombres que no se sienten del todo viriles creen
que al ser agresivos con las mujeres —conquistarlas se-
xualmente— se sentirán hombres de verdad. El hecho de
dominar a una mujer no hará sentir más varonil a un
hombre, como el hecho de dominar a un niño no hace
sentir importante a un adulto.
En una sociedad no escindida, no neurótica, no habrá
esta separación entre hombres y mujeres. Habrá iguales,
con las mismas necesidades y los mismos sentimientos.
N o habrá psicología masculina o femenina porque no
habrá una psicología escindida.

Las perversiones

A veces el individuo necesita algo más que el fantaseo


mental durante la actividad sexual. Un hombre puede
vestirse de mujer, pintarse, andar por la calle y seguir
sabiendo que es un hombre. Pero si usa un vestido de
mujer y realmente cree que lo es, ha dado un paso
gigantesco en el camino simbólico hacia la irrealidad.
Las presiones internas pueden hacer, no sólo que un
hombre imagine que le pegan durante el acto sexual,
sino exigirle que se haga flagelar realmente para lograr
el orgasmo.
La perversión implica que el peso de las negaciones
pasadas ha superado las posibilidades habituales de ma­
nejárselas, y para el momento del ritual, lo ha hundido
en un comportamiento casi totalmente simbólico, quizá
una casi psicosis momentánea.
286 E L G R IT O PRIM AL

He visto a un hombre que debía ser atado y castiga­


do por una mujer para lograr una erección. Aunque este
ritual tenía diversas facetas psicológicas, parecía nacer
principalmente de la relación con su madre sádica, que
le pegaba y abusaba de él constantemente. Lo que hizo,
al parecer, fue recrear su vieja relación madre-hijo de
una manera casi literal con la misma esperanza incons­
ciente de años atrás: ser castigado lo bastante para
hallar una tregua, placer y bondad.
Este ritual masoquista era un drama circunscripto que
simbolizaba toda una multitud de experiencias pasadas
que la persona trataba de resolver vicariamente. En su
centro está la esperanza, la esperanza de que alguien vea
su sufrimiento y le ponga fin. Parece necesario que haya
verdadera sangre y magulladuras para que algunos pa­
dres tengan aunque más no sea la sospecha de que sus
hijos necesitan ayuda. Algunos niños lo dramatizan ro­
bando autos, otros produciendo incendios, y algunos
siendo golpeados. El imaginado ritual del perverso pue­
de ser considerado una extensión del ritual inconsciente
que el neurótico representa en todas sus experiencias
del día. En el ritual generalizado, por ejemplo, puede
representar que es golpeado y derrotado, como si dijera:
“ N o me pegues más, ya estoy en el suelo” . E r neurótico
no perverso parece tener un ritual más generalizado, y
no imaginario.
Un paciente que era exhibicionista, trató de describir
su perversión: “ Es como si cuando uno es demasiado
chico para saber, alguien se pusiera a confundirle la
cabeza. Mi madre odiaba a los hombres. Tal vez era
lesbiana. Sospecho que traté de ser una chica para ella.
A veces tenía que mostrarle el pene a mujeres descono­
cidas en las esquinas para probar que no lo era. Había
llegado bastante lejos para tener que hacer algo así” .
Este hombre, casado y con hijos, tenía seguramente
todas las pruebas visibles que necesitaba de su virilidad
y hombría. Pero al parecer no importaba. Tenía que
seguir su ritual hasta que retrocedió y revivió sus oríge­
S E X U A L I D A D , H O M O S E X U A L I D A D Y B IS E X U A L ID A D 287

nes, revivió todas las maneras en que se había deforma­


do para conseguir que su madre le dijera algo amable.
Aunque este hombre era consciente, se veía impelido
a actuar así por una fuerza incontrolable. Esta impulsi­
vidad puede darnos posiblemente una idea de la impulsi­
vidad en general. Los deseos reales de este hombre —ser
un macho— irrumpían, por mucho que sus horribles
experiencias lo hubieran obsesionado. Este objetivo de su
ritual consistía, pues, en ser lo que era: real. N o importa
al parecer lo que una persona se diga a sí misma que
debe o no debe hacer cuando ese yo ha sido negado
una y otra vez y ahora pugna por soltarse. Considero
que la impulsividad es propulsada por la tensión, por
viejos sentimientos que vuelven irracional el acto impul­
sivo actual. La persona impulsiva no actúa de acuerdo
con sus sentimientos; actúa de acuerdo con sentimientos
negados. Esto es lo opuesto del acto espontáneo que se
basa en sentimientos. Es menos probable que el com­
portamiento espontáneo sea irracional, por rápida que
sea la respuesta, porque es una respuesta de una persona
real a condiciones reales.
L o que parece suprimir las perversiones es sentir y
proclamar el mensaje implícito en el ritual. Por ejemplo,
si el exhibicionista quería decir (al mostrar el pene):
“ Déjame ser un chico, mamá” , entonces tendrá que
sentir todas las maneras en que no se le permitía ser ese
chico. Cada escena recordada —es decir, cada nueva
reacción primal— quitará un pedazo más del ritual exhi­
bicionista hasta que no queden más impulsos. Cada
escena revivirá las formas en que su madre no lo dejaba
ser un chico ( “ N o te toques el pene. N o tengas relacio­
nes sexuales con muchachas” . Peinar al chico con el
pelo rizado, no cortárselo, no dejar que se dedicara a
los deportes, y así sucesivamente). Cada uno de los
incidentes en que su madre lo obligaba a apartarse de lo
que era (un varón) conformó la perversión hasta que
fue representada. A l revivir cada una de esas escenas se
iba desmantelando la perversión con tanta seguridad y
288 E L G R I T O P RIM A L

tan metódicamente como se había formado. Durante


una reacción primal, por ejemplo, un exhibicionista se
tomó el pene gritando: “ Mamita, no es sucio. Está muy
bien. Soy yo esto. ¡Déjame sentirme! ”
El exhibicionismo del hombre, como cualquier per­
versión, tenía una razón de ser. El individuo trataba de
ser real mostrando el pene, evidentemente una manera
irreal de conseguirlo. Pero aunque en toda esta historia
se había tratado de convertirlo en una chica, la necesi­
dad de ser lo que era persistía, aunque de una manera
deformada.
Las perversiones son fácilmente tratadas con la tera­
pia primal por su evidente simbolismo. Son en verdad
“ reacciones primales envueltas” . Habitualmente dicen
directamente lo que es la necesidad sin que hagan falta
conjeturas. El hecho de detener simplemente el ritual
hace que la fuerza tremenda que lo provocaba se con­
vierta de inmediato en una reacción primal y en sus
conexiones correctas.

La hom osexualidad

El acto homosexual no es sexual. Se basa en la


negación de la sexualidad real y en la representación
simbólica de la necesidad de amor a través del sexo.
Una persona realmente sexual es heterosexual. El hom o­
sexual ha erotizado habitualmente su necesidad para
que parezca sumamente sexuada. Privado de su estorbo
sexual: su amante, es como un adicto sin droga; sin su
amante, siente siempre ese dolor ahí, pero vaciado se-
xualmente. Pero la meta no es el sexo sino el amor.
El homosexual es habitualmente el más tenso de
todos los neuróticos por la distancia que ha debido
recorrer a partir de su yo real. La tensión puede llevarlo
a la bebida, las drogas, la actividad sexual compulsiva, y
esas salidas no son suficientes. Muchos homosexuales se
quejan de enfermedades psicosomáticas. La violencia
S E X U A L I D A D , H O M O S E X U A L I D A D Y B IS E X U A L ID A D 289

que vemos en los homosexuales es el resultado de la


negación de su propio yo. Cuando una persona no
puede ser lo que es, se enoja.
Y o definiría la homosexualidad como todo acto entre
dos personas que es experimentado como si estuviera
ocurriendo entre dos representantes del mismo sexo. Si
un hombre hace el amor a una mujer pero está total­
mente metido entretanto en un fantaseo con hombres,
yo diría que la experiencia es homosexual. Los gestos
que se hacen son menos decisivos que la situación
interna. Cuando una persona hace realmente el amor
con una persona de su mismo sexo, quiere decir que
está empeñada de un modo más completo en el com­
portamiento simbólico. N o hay un fragmento en él que
lo lleve a aferrarse a la heterosexualidad; ha renunciado
a la batalla y llega a ser de un modo más completo lo
que no es.
Hay hombres y mujeres que han hecho matrimonios
homosexuales, pero no lo reconocen. Un hombre afemi­
nado elige una mujer masculina —como dijo un pacien­
te, quizá prefiera estar debajo en el acto sexual, raciona­
lizando que así le es más cómodo— sin reconocer ni una
vez que en esencia tiene relaciones sexuales con un
hombre. Por una especie de radar estas gentes se en­
cuentran. El hombre con una necesidad inconsciente de
un padre afectuoso, pero con demasiado miedo de ad­
mitir sus impulsos homosexuales, entablará una relación
con una mujer masculina. Adoptará los aspectos mascu­
linos de ella de modo que la mujer será el mecánico de
la casa, manejará las finanzas, conducirá el auto, etc.
Cuando se es neurótico, se puede convertir a cualquiera
en algo que no es. Así un hombre puede hacer de una
mujer un hombre en su mente, de la misma manera que
hace de un policía su padre o de su maestra su madre.
La necesidad es lo que prevalece.
El que debe fantasear durante el acto sexual está más
cerca de sus sentimientos que el que representa su
fantaseo. El fantaseo indica por lo menos el reconocí-
290 E L G R I T O PRIM AL

miento intelectual de la necesidad, mejor dicho, el reco­


nocimiento de un símbolo de la necesidad. Vivir signifi­
ca la total supresión de la necesidad y sus símbolos.
Mucho depende del niño mismo. Si es atlético por
naturaleza, quizá llegue a ser la persona robusta y tosca
que el padre quiere. Si es débil y torpe en sus movi­
mientos quizá sea rechazado porque no se adapta a las
necesidades de su padre. Si su madre es un poco más
cariñosa, el niño se acercará más a ella; si la madre es
fría, el niño quizá trate desesperadamente de agradar a
su padre. Ninguna constelación familiar produce la ho­
mosexualidad.
El hijo de un padre brutal, borracho, puede volverse
contra las cosas masculinas. Otro con el mismo padre
decidirá ser el tipo decente que su padre no era. Si una
mujer odia a los hombres, puede volver a su hija contra
ellos. Si detesta al género humano, quizá vuelva a su
hija contra las mujeres. N o hay una fórmula que expli­
que una neurosis concreta. Lo que hay que entender es
la reacción interna del niño frente a lo que ha ocurrido.
El comportamiento resultante del niño no es habi­
tualmente una decisión pensada conscientemente; una
lenta acumulación de experiencias le hace desviarse ha­
cia una imagen para satisfacer las necesidades reprimidas
de los padres. En la práctica esto significa que debe ser
lo que sus padres necesitan que sea para estar (ellos y
él) cómodos por un tiempo. Si su madre no puede
tolerar la agresividad y cree que los hombres son bestias
sexuales, su actitud y comportamiento pronto harán
saber al niño que no es seguro ser agresivo o sexual.
Como el niño no puede entender que su padre es un
sádico o su madre una lesbiana que odia lo masculino,
llega a creer que todo lo que hace naturalmente está
mal. Es posible que niegue cada vez más sus inclinacio­
nes naturales hasta que un día sea totalmente invertido.
Muchos homosexuales no comprenden lo que parece
tan obvio: que persiguen sustitutos. Muchos hacen la
apología del amor homosexual como el único verdade-
SEXU ALIDAD, H O M O S EX U A IID A D Y B¡SEXUALIDAD 291

n> y citan a los griegos para probarlo. Pero es amor


irreal de gentes irreales. Lo que confiere tanta intensi­
dad a la búsqueda sexual del homosexual es la necesi­
dad de sentirse amado al fin y de poner término a la
tonsión que lo corroe.
“ Cada nuevo contacto sexual me dejaba ligeramente
insatisfecho, y nunca sabía por qué” , me contó un
homosexual. “ Creía que lo que quería era un pene, más
grande, mejor, hasta que lo conseguía. Entonces necesita­
ba más y más. Después de sentir cuánto necesitaba a mi
padre, me di cuenta de que lo que quería no era un pene.
Creo que me convertí en un marica desatado porque
nunca pude desatarme frente a aquel hijo de puta” . Este
paciente contaba que su comportamiento afeminado al
comenzar la adolescencia era un constante grito para que
acudiera lo que nunca llegó: la ayuda de sus padres.
Otro paciente cuyos padres estaban “ muertos” por
dentro y eran completamente insensibles, dijo: “ Ahora
sé por qué andaba siempre levantando tipos. Creo que
estaba literalmente tratando de succionar un poco de
vida de alguien” . Los homosexuales, tanto hombres co­
mo mujeres, están de acuerdo después del tratamiento
primal en que cada uno de sus anteriores contactos
homosexuales parecía significar “ Mami (o papi), quié­
reme” . Si convenimos en que la homosexualidad la
mayor parte de las veces es la necesidad de amor de los
padres, podemos decir que su objetivo es ía heterose-
xualidad. N o creo que esta declaración sea mera semán­
tica. Significa que el objetivo de toda neurosis es lograr
que desaparezca el dolor para ser una persona real, sensi­
ble. Cuando el dolor ha desaparecido, podemos confiar en
que la homosexualidad también desaparecerá, y así ocu­
rre.
L o anterior indica igualmente que no hay acto hete­
rosexual que pueda alterar el estado homosexual mien­
tras no se sienta el dolor. Las relaciones sexuales con
docenas de mujeres no suprime la desesperada necesidad
que tiene un hombre de su padre. Esto quiere decir que
292 E L G R IT O PR IM A L

no hay abrazos, besos ni mimos de un hombre o unn


mujer en e l presente que alteren la desviación sexual.
L o que el homosexual experimenta cuando es besado
por una mujer es algo simbólico: el amor del padre.
Esos besos no satisfacen la necesidad real; tampoco la
satisfacen los besos de un hombre. Los besos y caricias
de las mujeres pueden incluso ahondar la homosexuali­
dad en el homosexual hombre tapando por un tiempo
su necesidad de un padre. El afecto de las mujeres,
pues, le impide sentir su dolor, que es lo que debe
hacer para llegar a ser heterosexual.
¿Necesitaría el homosexual el amor masculino si hu­
biera sido plenamente amado por su madre en los co­
mienzos de su vida? N o lo creo. Necesita el amor mas­
culino porque estuvo privado del amor de ambos proge­
nitores, cada uno a su manera. Busca el amor masculino
porque por diversos motivos fue iniciado en la lucha
por un padre que no lo quería.
Aunque apareciera en el hogar un padre maravillosa­
mente afectuoso cuando el niño llega a los diez años,
no creo que hubiera una diferencia importante. Si la
historia pasada del niño hizo necesario negarse y negar
sus necesidades para satisfacer a un padre sádico, por
ejemplo, un padrastro afectuoso que llegue más tarde
no será capaz de anular esa primera historia. Esto signi­
fica que el niño, ahora en un hogar cálido, debe experi­
mentar sin embargo sus primeros dolores. Esto se corro­
bora en otros sectores que no son el de la homosexuali­
dad. Hay pacientes cuyos padres se han “ ablandado” a
lo largo de los años, pero que no pueden suprimir la
tensión y la neurosis producidas por las primeras heri­
das. El pasado está siempre en el camino del presente.
Si una persona pudiera sentir el amor en el presenta,
significaría que puede sentir plenamente. Pero sentir
plenamente, para el neurótico, significa sentir primero
todo su dolor, porque es lo que surge cuando siente.
Después de sentir el dolor puede aceptar todo el amor
presente.
S E X U A L ID A D , H O M O S E X U A L ID A D Y B IS E X U A L ID A D 293

Las viejas negaciones, mientras existan, provocarán un


comportamiento deformado y perverso. Los matrimo­
nios homosexuales, por ejemplo, pueden durar años. Las
dos partes parecen satisfechas y amantes, pero existe un
e levado grado de tensión y homosexualidad (neurosis).
¿Por qué? Porque los amantes homosexuales se satisfa­
c e n simbólicamente y no realmente. Por lo general tra­
tan de conseguir el uno del otro el amor del padre.
Cuando sienten esta verdadera necesidad, la búsqueda
simbólica desaparece.* La homosexualidad no es una
enfermedad especial; es sólo un camino diferente para
satisfacer una necesidad existente y a menudo negada.
En cuanto a seguir “ derecho” sin resolver la neurosis,
con eso sólo se ahonda la mentira; significa pretender
renunciar a la necesidad del amor del padre, y nadie
puede hacerlo mientras la necesidad esté ahí y sea real.
La únipa manera de librarse de la necesidad es sentirla.

Identidad y hom osexualidad

Si una persona no puede ser lo que es, tendrá que


buscar su identidad. Estará predestinada a no encontrar­
la nunca, porque no es más que el yo real, sensible, al
que no se le ha permitido expresarse. A sí la búsqueda
de la identidad es una empresa neurótica, llevada a cabo
por individuos insensibles que por lo general necesitan
encontrar algo o alguien fuera de ellos mismos para que
les diga quién o qué tienen adentro. El paciente postpri­
mal, por ejemplo, no sufrirá una crisis de identidad.
Como siente, no tendrá motivos para preguntarse quién
es realmente.
La teoría primal sostiene que sólo cuando no se
permite a un niño que sea él mismo necesita copiar,

* Los matrimonios homosexuales tienden a ser inestables justa­


mente porque son arreglos simbólicos que no pueden satisfacer
de m odo duradero a las partes.
294 EL G R IT O PR IM A L

conscientemente o no, los comportamientos, ideas, acti­


tudes y maneras de los otros. El niño criado por padres
normales no se identificará con ellos. Ellos no lo que­
rrán. Más bien, tendrá sus propias características.
Para aclarar lo anterior, podemos preguntar lo si­
guiente: “ Un niño nacido en un mundo de mujeres ¿se
volvería femenino?” Creo que no. Si es querido y se le
permite ser él mismo, será totalmente masculino. Pero
el mismo niño criado por mujeres neuróticas tendrá
todas las posibilidades de volverse femenino.
La persona que lucha con la pregunta “ ¿Quién soy?”
lo hace porque ha tenido que ser otro para conseguir lo
que parecía el amor de los padres. Todas las formas en
que se ha visto obligado a actuar en lugar de ser,
tienden a confundir su llamada identidad. La única
persona con la que es posible identificarse es uno mis­
mo. Si uno no es uno mismo, tendrá que buscarse. Una
mujer me dijo: “ Fui a Europa el año pasado a encon­
trarme, pero no estaba allí.”
Una consecuencia de la teoría primal sobre la identi­
dad sería que un solo padre que sea un ser humano
afectuoso puede criar con éxito a un hijo sea varón o
mujer. Una mujer puede criar a un varón que llegará a
ser un varón de verdad, sin necesidad de modelos mas­
culinos o de sustitutos paternos para guiarse por ellos.
Algunas madres conservan para el niño un padre frío o
brutal porque piensan en cierto modo que el niño
necesita un padre y puede sufrir sexualmente si no lo
tiene. Es más probable que un niño se vuelva afeminado
por estar con un padre así que si no lo tuviera.
N o creo que haya una diferencia importante, en tér­
minos de patología, entre un muchacho que trata de
identificarse con el homosexual-macho y el que se iden­
tifica con las mujeres. La diferencia parece estar en la
dirección de huida del dolor, más que en los niveles de
sufrimiento. Cuando el homosexual-masculino adopta
tatuajes y motocicletas, se deja crecer la barba, o se
dedica al levantamiento de pesas, puede ser que no se
S E X U A L ID A D , H O M O S E X U A L ID A D Y B IS E X U A L ID A D 295
sienta todavía a sí mismo y deba identificarse con lo
que piensa que es masculino. Quizá siga persiguiendo el
amor del padre y trate de diversas maneras de ser el
hombre verdadero que el padre quería. El homosexual
femenino quizá haya renunciado al padre y trate de copiar
los intereses y maneras de la madre. Como el homose­
xual masculino quizá no haya sido querido por el padre,
será seducido por los hombres, preferirá su compañía y
en muchos sentidos se parecerá al homosexual afemina­
do. Puede que no se sienta más viril que el homosexual
femenino y estar mucho peor por ser tan grande su
pretensión.
De maneras menos evidentes, muchos hombres y mu­
jeres que no se sienten ellos mismos adoptan los ador­
nos o la imagen de lo que quieren ser. U n hombre
puede lucir un gran bigote, botas o ropas bastas, mien­
tras la mujer, por parecer femenina, usará vestidos esco­
tados o pantalones ceñidos. La necesidad misma de
proyectar una “ imagen” puede ser un indicio de senti­
mientos muy ocultos, y junto con esos sentimientos
enterrados suelen hallarse disfunciones sexuales. Según
mi experiencia clínica, aunque un hombre presente una
buena fachada masculina, la tentativa de ser un “ homo­
sexual masculino” suele ser traicionada por la impoten­
cia, o por fantasías o temores homosexuales. “ La lucha” ,
dijo un paciente que había usado barba, “ consistía en
dejarme crecer lo bastante la barba para sentir como un
hombre y entonces no necesitarla más. En ese momento
no me di cuenta, pero ahora sí” .

La bisexualidad y la hom osexualidad latente

Desde Freud, varias escuelas de psicología han soste­


nido la bisexualidad básica del hombre. Afirman que
cada uno de nosotros es en parte heterosexual y en
parte homosexual. El objetivo de un buen mecanismo
de defensa consistiría, pues, en suprimir las tendencias
296 E L G R IT O PR IM A L

homosexuales latentes y'establecer una relación adecua­


da con el sexo opuesto. Con arreglo a estas teorías, la
homosexualidad adolescente puede ser normal hasta que
el joven llega a lo que se llama la etapa genital de
desarrollo. Los sueños homosexuales también deben ser
considerados como parte del funcionamiento normal
según algunas teorías. N o creo que se trate tanto de
bisexualidad c o m o de neurosis. Son tantos los que se
han visto privados del amor de am bos progenitores que
a menudo hay una necesidad prolongada de amor, tanto
femenino como masculino. Esta necesidad parece ser
tan universal que quizá sea tentador considerar la bise­
xualidad como un fenómeno general.
N o creo que haya en el hombre una tendencia hom o­
sexual genética básica. Si así fuera, el paciente curado
seguiría teniendo necesidades homosexuales, cosa que
no ocurre. Los pacientes postprimales que han sido
antes homosexuales latentes o declarados, no hablan de
tendencias, fantasías o sueños homosexuales. A juzgar
por la forma en que las partes masculina y femenina se
adaptan, parece sensato pensar que dado un cuerpo
sano, sólo hay heterosexualidad. Si consideramos que la
relación sexual entre el hombre y la mujer es la esencia
misma de la vida, es difícil encontrar una base lógica al
argumento de la bisexualidad.
Un paciente homosexual masculino me contó esta
experiencia: “ En el trabajo solían excitarme los tipos.
Cuando uno se agachaba, yo hacía cualquier cosa para
evitar mirarle el trasero. Cuando estaba junto al jefe,
apenas podía oír lo que decía porque le miraba fijo los
labios y pensaba cómo sería besarlo. Pensaba que todo
el mundo era un poco homosexual, de modo que recha­
zaba estas ideas y me concentraba en las chicas.” Este
hombre tenía una gran necesidad de ser abrazado y
besado por su padre. Pero no tenía conciencia de ello,
porque odiaba a su padre que había abandonado a la
familia cuando él tenía diez años. Podríamos decir que
sus necesidades homosexuales latentes eran la parte más
S E X U A L ID A D , H O M O S E X U A L ID A D Y B IS E X U A L ID A D 297

real de su yo en aquel momento y que su comporta­


miento heterosexual era la menos real, porque consistía
sólo en gestos tendientes a demostrar que no deseaba a
los hombres. Lo que está latente en el neurótico son las
necesidades no resueltas. Cuando son plenamente senti­
das ya no existen, ni en forma latente ni en ninguna
otra.
Por ejemplo, si una muchacha hubiera estado privada
a comienzos de su vida del afecto y los mimos de su
madre, diríamos que tenía necesidades latentes de amor
femenino. Si más adelante otra mujer buena y afectuosa
la sedujera, las tendencias latentes se convertirían en un
comportamiento franco. La diferencia entre el homose­
xual latente y el declarado consistiría, pues, solamente
en el a cto, no en la necesidad. Lo que detiene el acto
en muchos homosexuales latentes es el miedo, la desa­
probación social, las creencias religiosas, etc. Puede ser
que nadie llegue en un momento crítico para seducir a
la muchacha homosexual latente; en este caso, las ten­
dencias siguen permaneciendo latentes. A veces esas
tendencias latentes son reconocidas, y otras son comple­
tamente desconocidas para la persona que puede estar
ocupada en representar esa latencia en lugar de sentirla.
Si el medio social es francamente opuesto a la acepta­
ción de la homosexualidad, como puede ocurrir en un
hogar muy religioso, es probable que la tendencia laten­
te no sea reconocida. La necesidad permanece soterrada,
creando tensión.
Este concepto de latencia puede ser importante para
comprender un comportamiento tal como la adicción y
el alcoholismo, en que el promedio de inclinaciones
homosexuales es excesivamente elevado, tanto entre
hombres como entre mujeres. El ansia por alguna clase
de alivio físico, como el alcohol, parece casi inevitable
en los que niegan esas inclinaciones. El homosexual
declarado se entrega por lo menos a los deseos aparen­
tes y encuentra de vez en cuando lo que llama amor.
En este sentido, asume directamente su irrealidad. El
298 E L G R IT O PR IM A L

borracho y el drogadicto pagan un elevado precio, evi­


dentemente, por negarse a reconocer sus deseos. La
necesidad de algún tipo de amor de alguien del mismo
sexo puede ser igualmente fuerte en el homosexual
latente que en el declarado. Pretender que no lo es no
cambia absolutamente nada. La persona, como la mujer
del ejemplo anterior que necesitaba a su madre, puede
encontrarse a sí misma en un club femenino, en un club
de equitación, con sus camaradas femeninas, bebiendo
fuerte, pero sin reconocer su necesidad.
La paradoja del homosexual masculino alcohólico
consiste en que suele utilizar la bebida como medida de
su masculinidad. Bebiendo mucho enmascara su necesi­
dad hasta alcanzar posiblemente el punto en que “ no
siente dolor” . Es posible que entonces, cuando ya no
tiene miedo, pueda al fin hacer lo que posiblemente ha
deseado durante años: echar los brazos al cuello de un
hombre y abrazarlo.
Podemos decir que la diferencia esencial entre el
homosexual latente y el declarado consiste en que el
primero, por un lavado de cerebro, actúa como un
hombre (o una mujer, según el caso). Sus ideas han sido
modificadas de modo que ni siquiera están cerca ya de
lo que realmente siente en su interior. Llega a creer en
la mentira que vive. Pero no hay manera de suprimir
esos sentimientos latentes como se hace con las ideas.
Aunque piensa que no necesita afecto ni caricias, el
alcohólico considera necesario sorber calor de una bote­
lla hasta aliviar por fin el nudo que siente en las tripas
y sentir el calor adentro por unos momentos. Dejará su
casa noche tras noche para ir a una estación antidolor (un
bar) sin reconocer que está sufriendo. Pero privarlo de esa
conducta simbólica podría exacerbar su neurosis.
Pienso que si pudiéramos reconocer todas las tenden­
cias latentes en muchos de nosotros tal como son —una
necesidad de amor de los padres y no una perversión
extraña— seríamos capaces de avanzar en algunos de los
problemas sociales críticos que nos atormentan.
S E X U A L ID A D , H O M O S E X U A L ID A D Y B IS E X U A L ID A D 299

Discusión

Creo que es esencial para nosotros considerar el com­


portamiento sexual desviado como parte de una neuro­
sis total y no como un acto especial, raro, desconectado
de lo que la persona es en conjunto. Pero no creo que
sea necesario un especialista en homosexualidad para
tratar a un sujeto así, como no hace falta un especialis­
ta para tratar otra huida del dolor. Tratar la homose­
xualidad no significa producir un comportamiento mas­
culino o femenino. Significa, para mí, producir un com­
portamiento real. Quizá hemos intentado usar categorías
y abstracciones y no hemos visto que sólo hemos estado
tratando a personas que han encontrado diferentes ma­
neras de protegerse del sufrimiento.
Muchos homosexuales no han acudido a la psicotera­
pia, en parte porque una cantidad de profesionales ten­
dían a considerarlos en general imposibles de tratar,
como si fuese alguna enfermedad especial que requería
un conocimiento determinado. Para m í no difiere de
cualquier otro tipo de neurosis, salvo en el grado de
patología. Esto quiere decir que si podemos curar una
neurosis, deberíamos ser capaces de curarlas todas.
La psicoterapia ha adoptado diversos enfoques para
tratar las desviaciones sexuales. El fracaso de la terapia
de la introvisión ha hecho que a menudo nos hayamos
limitado a ayudar al homosexual a aceptar su calami­
dad y a vivir con ella con mayor soltura. Uno de los
tratamientos actuales que goza de cierto predicamento
entre los profesionales es el uso de métodos condicio­
nantes. En uno de los ya descriptos se presentan al
homosexual masculino fotografías de hombres mientras
se le administra una descarga eléctrica suave. El objetivo
presunto es el de descondicionar el hábito de la homo­
sexualidad. Otro método consiste en estimular los actos
heterosexuales fiel homosexual haciéndole decir que
E L G R IT O PR IM A L

imagine relaciones heterosexuales mientras se le somete


a sugestiones que producen relax.
Como los métodos condicionantes modifican diversos
comportamientos sexuales desviados, en algunos casos
hay apariencias de curación. Esto contribuye a compli­
car nuestra comprensión de la cura, si sólo considera­
mos el comportamiento exterior. Pero si miramos deba­
jo y medimos la tensión cada vez más alta, encontrare­
mos que sólo hemos modificado el hábito sexual para
ponerlo más de acuerdo con el sistema de valores del
terapeuta.'
Es mejor tratar al homosexual latente antes de que
haya tenido un franco placer homosexual. Una vez que
ha encontrado esta satisfacción sustitutiva, es más pro­
bable que crea que ha encontrado lo que realmente
quiere y menos probable que pida ayuda. Sin embargo,
aunque haya sido homosexual durante cierto número de
años, creo que aún puede ser tratado. El momento en
que es más probable que acuda para un tratamiento es
cuando ha perdido a su amante. Sin él, sufre. Quizá
beba, viaje de una ciudad a otra, siempre huyendo de
esa herida que lo sigue a todas partes. Cuando el hom o­
sexual deja de huir y siente al fin el dolor, creo que
puede ser tratado con éxito. He encontrado hábitos
homosexuales que habían persistido durante años y que
se desvanecieron ante la realidad. El homosexual tiene uri
yo simbólico sin fundamento básico. Se evapora con el
dolor porque es en primer lugar sólo una fantasía.
N o creo que los niños pequeños distingan entre el
amor masculino y el femenino. Lo que necesitan es
calor hu m a no, no las caricias especiales de una mujer o
los apretones de un hombre. Lo que produce la neurosis
es, en mi opinión, la presencia de alguien que debería
amar y no lo hace. La lucha por conseguirlo es lo que
pone en movimiento todo tipo de desviaciones. Si un
niño siempre pudiera ser espontáneo en sus abrazos y
en sus besos, en su relación general con sus padres,
dudo de que fuesen necesarios los rodeos.
18

L A S BA SE S D E L M IE D O Y D E L A C O L E R A

La cólera

Uno de los mitos sobre el ser humano es el de que


debajo de nuestro plácido exterior bullen en una caldera
la furia y la violencia que sólo la sociedad tiene en
jaque. Cuando este sistema de contención falla, la vio­
lencia innata del hombre irrumpe, dando por resultado
guerras, holocaustos. Sin embargo me sorprende conti­
nuamente hasta qué punto no es agresiva ni violenta la
gente cuando se suprimen las fachadas llamadas civili­
zadas. Los pacientes primales que son abiertos e inde­
fensos no son coléricos. N o hay rabia. Quizá el proceso
mismo de la civilización es el que vuelve a los hombres
tan civilizados entre sí, produciendo frustración y hosti­
lidad. Ser civilizado significa demasiado a menudo con­
trolar nuestros propios sentimientos y este control pue­
de ser la fuente de la rabia interior.
Creo que el hombre colérico es el que no ha sido
amado, el que no pudo ser lo que era. Habitualmente
está enojado con sus padrés porque no lo dejaron ser y
enojado consigo mismo por arrastrar esa negación de su
propio ser. Pero la necesidad es básica; la cólera es
secundaria, y se produce cuando la necesidad no ha sido
satisfecha. Cuando consideramos el proceso primal, ve­
mos una secuencia casi matemática por su falta de
variación. Las primeras reacciones primales suelen ser de
cólera, las del. segundo grupo de dolor y las del tercero
302 E L G R IT O PR IM A L

de necesidad de amor. La necesidad y su no satisfacción


son por lo general la principal herida. La secuencia es
como la vida al revés. A l comienzo de la vida está la
necesidad de amor, luego la herida por no obtenerlo, y
por fin la cólera para aliviar la herida. L o que ha
sucedido con frecuencia al neurótico es que ha perdido
las etapas primera y segunda y se encuentra con una
cólera inexplicable. Pero la cólera, como la depresión, es
una reacción al dolor, no una característica básica del
hombre. A veces es más fácil para un niño pequeño
enojarse que tolerar el terrible sentimiento de soledad y
rechazo que hay debajo; entonces pretende que su senti­
miento de desamor y soledad es otra cosa: odio. Pero
en la terapia primal los pacientes rara vez conocen sólo
el odio a sus padres. Es más frecuente el caso del
“ Quiéreme, por favor. ¿Por qué no me quieres? ¡Q u ié ­
ranme, hijos de p u ta ! ” Cuando el neurótico llega a
adulto, tiende a pensar que su único sentimiento es de
odio, pero en la terapia encuentra que el odio es una
tapa más que ha puesto a la necesidad. Una vez sentida
la necesidad, poco queda de la cólera. En los grupos
primales, por ejemplo, casi nunca se da el intercambio
hostil entre sus miembros como en las terapias de grupo
tradicionales. Tampoco existe cólera en el terapeuta.
Hay sólo una gran cantidad de dolor.
La teoría primal considera que la rabia existe contra
el que trata de exprimir la vida del sujeto. Tenemos que
recordar que los padres del neurótico están inconscien­
temente matando a sus hijos, en cierto sentido; están
matando el yo real de su retoño; la muerte psicofísica
es un proceso real en que les es exprimida la vida. El
resultado es la cólera: “ Los odio por no dejarme vivir.”
Ser algo distinto de uno mismo es estar muerto.
Cuando el neurótico reprime la necesidad de amor y
se enoja, puede tratar de descargarlo en objetivos simbó­
licos, como su mujer, sus hijos, sus empleados, cada día
de su vida. Como no efectúa la conexión correcta con
la fuente de su cólera, puede seguir descargándola de
LAS BA SES D E L M IE D O Y DE LA C O L E R A 303

maneras irreales. Por ejemplo, un paciente, por lo gene-


mi un hombre respetuoso y moderado, estaba horroriza­
do por lo que acababa de hacer a su mujer: escupirle en
la cara. ¿Por qué? Porque ella no le creyó cuando él le
dijo dónde había ido una mañana. En la terapia primal
sintió su cólera por no haber, sido nunca creído en nada
por sus padres. Desgraciadamente, años después la volca­
ba en su mujer.
Vuélvase real la cólera y desaparecerá. Mientras ello
no ocurra, muchos estallidos presentes contra los demás
serán representaciones y, por lo tanto, no serán reales.
Evidentemente, hay también una cólera real que no
emana del pasado. Cuando alguien nos hace un trabajo
chapucero en el coche, podemos sentir una cólera legíti­
ma, pero las pataletas absurdas y cotidianas significan
que el pasado predomina. Esto quiere decir que el
neurótico está siempre a punto de sentir ahora lo que
ha negado entonces. Lo que ha quedado sin resolver en
la infancia se infiltrará en casi todo lo que el individuo
haga después en su vida, hasta que se resuelva.
Considero importante la diferenciación entre la cóle­
ra real y la simbólica. Un ejemplo aclarará la cuestión.
Una joven maestra con una sonrisa constante y mane­
ras conciliadoras vino en busca de ayuda debido a un
continuo estado de rigidez y tensión de sus músculos.
Durante la segunda visita se refirió a cómo su padre
siempre la había criticado, se había mofado, burlado de
ella, ridiculizándola en general. De pronto se puso furio­
sa y empezó a golpear la almohada durante más de
cinco minutos. Después se sintió aliviada y me dijo que
no tenía idea de que había tanta cólera en ella.
Pero la tensión persistía. Durante la quinta visita se
refirió de nuevo a las injusticias pasadas y los sentimien­
tos comenzaron a surgir una vez más. Esta vez no le fue
permitido golpear la almohada sino que se la apremió
más bien a que dijera “ qué pasaba” . Empezó a agitarse
de una manera violenta e incontrolable y al mismo
tiempo a verbalizar su odio: cómo iba a estrangularlos
304 E L G R IT O PR IM A L
antes de que murieran, cómo haría pedazos a su padre
por todo el daño que le había hecho sin dejarla defen­
derse ni una vez, cómo le clavaría un cuchillo a su
madre por haber permitido que eso ocurriera, etc. Todo
esto fue gritado entre contorsiones, gruñidos, el estóma­
go apretado y pérdida total del control. En la culmina­
ción empezó a gritar: “ Ahora sé, ahora sé: tenía tensos
los músculos para no atacarlos” y de nuevo más violen­
cia verbal.
Esta mujer no recordaba haber levantado la voz ni
una vez en su vida. Siempre hablaba en voz baja en la
agradabilísima pensión donde vivía, en que las señoritas
se comportaban con decoro. Después de esta última
reacción primal dijo que se sentía suelta y sin control
por primera vez en su vida. Había estado aferrándose a
su yo (irreal) durante todos esos años para que sus
padres nó la rechazaran totalmente en caso de que
alguna vez se dejara ir y volviera a su yo (real).
Hubo etapas necesarias en la terapia de esta mujer.
Primero tuvo durante toda su vida una tensión vaga y
difusa que la ataba. La primera reacción primal tenía
que llegar debajo de esa tensión y sentir la parte física
de la cólera, reconocer incluso que estaba enojada. Des­
pués golpeó una almohada porque no había establecido
la conexión mental. El trompeo de la almohada era una
representación simbólica. La cólera era sentida pero no
dirigida (que es la razón por la que la cólera persiste).
Evidentemente, no estaba enojada con la almohada; la
almohada era un objeto simbólico de su furia, de la
misma manera que algunos niños trompean una bolsa, o
los padres enojados azotan a sus hijos. En el caso de los
niños indefensos o inermes, desgraciadamente, los pa­
dres coléricos pueden encontrar algo malo que justifique
sus rabias. A medida que pasa el tiempo con este tipo
de trato, el niño no tarda en dar a los padres un motivo
real de enojo.
Una vez que esta mujer estableció la conexión princi­
pal, ya no sintió cólera ni, es inútil decirlo, la tensión
LAS BA SES D E L M IE D O Y DE LA C O L E R A 305
crónica de los músculos que la había hecho sufrir casi
toda la vida. Podría haber golpeado la almohada días y
años sin cambiar la cólera. Posiblemente hubiese encon­
trado un alivio temporario, pero la cólera hubiera vuelto
al cabo de un tiempo.
En la terapia anterior se había estimulado a esta
mujer a que desahogara su hostilidad con los miembros
del grupo. Ella sentía que hacía progresos en la terapia,
convirtiéndose en una persona firme, pero la tensión y
los dolores de los hombros persistían. Era porque su
cólera real, de niña, persistía. Por mucho que se actúe
en la terapia y en la vida como un adulto, poco tiene
esto que ver con la madurez mientras no se siente al
“ niño” . Lo que ocurre, en mi opinión, es que el yo
real, inerme y pasivo pretende ser afirmativo, sobre
todo en la atmósfera segura de la terapia de grupo. Una
niña “ buena” expresa en la terapia su cólera así como
una niña buena la contiene en su casa. Am bos compor­
tamientos siguen siendo la lucha por el amor. Esto
explicaría también por qué a menudo queda tan poco
de la agresividad demostrada en grupo y de la capacidad
de afirmarse en la vida pública cotidiana.
La diferencia entre la cólera real y la irreal o sim­
bólica es importante porque creo que el no haberlas
distinguido conduce a diversos errores terapéuticos. Así,
en la psicoterapia infantil se dedica buena parte del
tiempo a que el niño golpee una bolsa. En el plano
adulto, hay clínicas especializadas en que los cónyuges
se encuentran en una habitación donde aprenden a
atacarse y a defenderse en las disputas que sostienen.
T odo esto es simbólico y por lo tanto, en mi opinión,
no puede resolver nada de una manera real. La mujer a
la que me he referido antes era colérica con sus compa­
ñeros de grupo en la terapia, pero no con ellos realmen­
te. Las cosas que ellos hacían desencadenaban su vieja
cólera. Cuando la ignoraban, la criticaban, la interrum­
pían o la sofocaban, la furia contra los padres se desen­
cadenaba, sólo que no sabía que era un viejo sentimien-
306 E L GRITO PRIM A L
/?■
to. La fuerza de su colera hacia los miembros del grupo,
una vez verbalizada, era realmente desordenada e irra­
cional. Es análogo a la noticia aparecida en los diarios
sobre la mujer que asesinó a su marido porque él no
sacaba la basura: algo del pasado desencadenó la violen­
cia. Esto también ayuda a explicar por qué algunos
padres temen zurrar a sus hijos por algo sin importan­
cia. Racionalizan que sus teorías pedagógicas excluyen
las palizas, cuando en realidad están aterrados —no
admiten que sea miedo— de que alguna trivialidad de
parte del niño desencadene toda la cólera latente que
sienten.
Posiblemente, una de las razones de que existan las
clínicas que mencionamos, junto con el estímulo de la
expresión hostil en la terapia de grupo, es que la cólera
o la violencia son vistas como algo natural que debe ser
drenado periódicamente, “ agresión instintiva” , como la
denominan los freudianos. Es particularmente tentador
para los psicólogos creer en ese llamado instinto, porque
en realidad vemos mucha hostilidad en nuestros pacien­
tes. Vemos esa violencia y poco más porque no hemos
llevado al paciente a ahondar en su sentimiento, en su
necesidad. Lo que vemos es lo que está cubriendo la
necesidad, esto es, la reacción de frustración con respec­
to a la necesidad.
L a creencia en un instinto agresivo nos ha hecho per­
der tiempo muchas veces en ayudar a la gente a manejar
sus agresiones, es decir, a “ controlarlas” . Creo que debe­
mos hacer lo contrario. Debemos sentir plenamente la
cólera para suprimirla. Cuando una persona puede sen­
tirse a sí misma, en lugar de representar simbólicamente
sus sentimientos, es improbable que actúe de una mane­
ra impulsiva o agresiva. La dialéctica de la cólera, como
la del dolor, consiste en que cuando es sentida, desapa­
rece, y cuando no es sentida, está a la espera de serlo.
La idea de manejarse a sí mismo implica la escisión
neurótica. Lo peligroso es la escisión porque significa
que deben controlarse los sentimientos negados. A sí,
LAS BA SES D EL M IE D O Y DE LA C O L E R A 307

una persona libre, espontánea, que no se controla, es la


que está en condiciones de tener menos agresiones inter­
nas.
Una vez más deseo aclarar que espontaneidad signifi­
ca sentir, en tanto que la impulsividad es el resultado de
la negación del sentimiento. Así, una persona impulsiva
en realidad está preparada para actuar agresivamente y
necesitaría control. Durante años quizá hemos conside­
rado a la persona impulsiva como libre y anárquica,
olvidando que habitualmente está obligada por viejos
sentimientos precisos que representa de una manera cir­
cunscripta y no la libertad o anarquía que aparenta.
Una persona puede estallar todos los días de su vida
sin darse cuenta de que es colérica. Por lo general es
capaz de arreglar las cosas para justificar la cólera pre­
sente de modo de no tener que sentir su origen. Si el
neurótico no encuentra nada que justifique la cólera,
podemos estar seguros de que se las arreglará para inter­
pretar mal algo insignificante a fin de aliviar su cólera
rebosante. La tergiversación en general parecería apun­
tar a una necesidad contenida; no se trata simplemente
de una cuestión de semántica.
Lo que pone colérico a un neurótico depende de la
exacta situación en que lo puso el daño al principio de
su vida Por ejemplo, una paciente se enojaba porque
sus hijos no la ayudaban en la casa. Les pegaba dura­
mente porque eran descuidados. Su sentimiento, al fin,
resultó ser: “ He trabajado tanto y nadie parece preocu­
parse ni apreciar mis esfuerzos” , sentimientos que abri­
gaba hacia su madre, que le había hecho limpiar la casa
desde los ocho años de edad.
Otra persona se ponía furiosa cuando la hacían espe­
rar. Cada vez que le pedía a su padre que jugara con él,
éste le contestaba: “ Más tarde, ahora estoy ocupado” .
“ Más tarde” , nunca llegó, pero la rabia sí. El problema
consiste a menudo en que el niño se siente frustrado y
colérico y luego no se le permite siquiera que lo de­
muestre, de modo que está obligado a buscar sustitutos
308 E L G R IT O PR IM A L

para aliviarse: peleas en la escuela, jaquecas, alergias,


etc. Así se priva al niño de sus deseos y luego de sus
sentimientos sobre sus deseos no satisfechos; pierde dos
veces. Para culminar, si el niño enojado muestra una
cara triste, es posible que le digan: “ ¡Sonríe! ¿Por qué
tienes esa cara larga?” Entonces es privado por tercera
vez y obligado a volverse sobre sí mismo para ocultar
sus sentimientos.
La elevada presión sanguínea es un posible resultado
de esta profunda represión de la cólera. Cuando los pa­
cientes con tendencia a la presión sanguínea alta termi­
nan sus reacciones primales de cólera, se nota a menudo
una caída de la presión. Cuando se considera que se
trata de acumular presión en un organismo hasta que
ésta ejerza su fuerza a través de todo el sistema sanguí­
neo, es fácil ver qué violenta puede llegar a ser la perso­
na cuando se suprimen las contenciones. A la inversa, se
comprende la presión elevada cuando se imponen conti­
nuamente restricciones.
En la cultura norteamericana actual la escisión entre
la ética familiar y la ética social es particularmente mar­
cada. El ^hico “ bueno” en su casa nunca es deslenguado
ni se muestra enojado con sus padres, mientras que en
la sociedad el chico “ bueno” mata por su país. El uno
es condición del otro; el mismo muchacho puede conte­
nerse y exterminar a los demás para ser “ bueno” .
Los padres suelen sembrar la cólera en sus hijos, a los
que ven como una negación de su propia vida. El
casamiento temprano y el sacrificio que exigen durante
años los hijos, no son bien aceptados por aquellos pa­
dres que nunca habían tenido una verdadera posibilidad
de ser libres y felices. Entonces el niño suele sufrir.
Debe pagar incluso por estar vivo porque el hecho mis­
mo de su existencia constituye una negación de la liber­
tad de los padres. El niño es castigado muy pronto. N o
se le permitirá mostrar sus deseos (llamados “pedir co­
sas” ), ni lloriquear, gritar o hacerse oír. Se le dará un
cúmulo de órdenes que cumplir para ganarse el derecho
LAS B A SES D EL M IE D O Y D E LA C O L E R A 309
de estar vivo. Será adiestrado cada día de su vida para
que se ocupe de sí mismo, no pida ayuda y llegado el
caso se haga cargo de las obligaciones y responsabilida­
des de los padres. Muy^pronto sentirá que es un obstácu­
lo y tratará desesperadamente de expiar un crimen
que nunca ha cometido. Crecerá demasiado rápido, asu­
mirá demasiadas obligaciones para apaciguar a unos pa­
dres irritables que lo detestan sin razón. Un paciente
que era la causa de que sus padres hubieran tenido que
casarse muy jóvenes, dijo: “ Me he pasado la vida tratan­
do de encontrar razones para mi vida caótica. Cuántas
críticas y sermones por las cosas más insignificantes que
hacía. A l fin estudié filosofía para encontrar una razón
de vivir, quiero decir, para tapar el hecho de que no
había un motivo racional de seguir en mi casa.”

Después del tratamiento primal queda poca cólera


porque, creo, la cólera es la esperanza al revés. La espe­
ranza de este tipo de cólera es la de convertir a los
padres en personas decentes, sensibles. Por ejemplo, la
fantasía de algunos pacientes míos que habían recibido
la terapia convencional, era la de ver a sus padres y
enfrentarlos con los abusos que habían cometido con
sus hijos. Pero implícita en esa confrontación está la
esperanza de que los padres vean lo horribles que han
sido y se conviertan en individuos nuevos, afectuosos.
Si queda cólera en los pacientes primales, lo conside­
ro como un signo de neurosis. En primer lugar, porque
implica una esperanza irreal. En segundo lugar, porque
la cólera implica que el n iño p equ eñ o aún tiene deseos
y no se ha separado de los padres. N o hay cólera adul­
ta, si es que el paciente es un adulto real, por la misma
razón de que el paciente no se enojará por las extrava­
gancias neuróticas de cualquier persona que conozca.
Será un adulto que verá objetivamente la neurosis de
sus padres. (L a objetividad es la ausencia de sentimien­
tos inconscientes que hacen que una persona desvíe la
realidad de su dolor hacia la satisfacción de la necesi-
310 E L G R IT O PR IM A L

dad.) Serán simplemente otros dos adultos con neurosis.


Sólo hay cólera contra los padres cuando una persona
quiere que cambien y sean lo que ella necesita. Cuando
las necesidades son sentidas, desaparecen, y la cólera
también.
L o que existe en los pacientes primales es la gran
sensación de tragedia por la pérdida de la infancia. Hay
al mismo tiempo un gran alivio por la terminación de la
lucha de toda la vida. Esos pacientes no están interesa­
dos en vengarse del pasado; están más interesados en
dirigir su vida presente.

L o s celos

Los celos son otra cara de la cólera. También son


determinados por el sentimiento de la falta de amor de
los padres. Como al niño no le está permitido dirigir su
hostilidad hacia sus padres, tiende a desviarla hacia sus
hermanos. Pero por lo general el niño no está enojado
con ellos; son sólo los símbolos, el foco del odio.
¿Por qué es tan colérico y celoso el niño? Quizá por­
que muy pronto los padres inculcan a sus hijos la no­
ción de que el amor es algo así como una cantidad
limitada que se gasta rápido. Dicen: “ Mira a tu herma­
no. N o ha dejado nada en el plato (virtud que siempre
se me escapa). Tendrá el pedazo más grande de torta.”
O si no: “ Mira a tu hermana. Ha limpiado su cuarto, así
que irá al cine.” Como el niño ve en seguida que el
amor es dispensado cuando se es “ bueno” y no cuando
se es malo, tal vez lo considere como un don especial.
Los celos implican el sentimiento de parte del niño de
que no obtiene su parte. Bajo este sentimiento está im­
plícito el supuesto de que hay partes. Ese supuesto se
da en los hogares neuróticos, en que los padres no dan
libremente sino que tienden a distribuir “ a condición de
que” . El niño debe, pues, luchar por todo. Los niños
pelean como las mujeres en las liquidaciones de las tien­
LAS B A SES D E L M IE D O Y DE LA C O L E R A 311

das. Quizá se enojen con los otros porque amenazan su


“ porcentaje” .
Ser plenamente amado significa no ser celoso. A mi
juicio, los niños no son celosos por naturaleza, como
tampoco son coléricos por naturaleza. Pueden tomárse­
las con sus hermanos, pero los padres son los que las
más de las veces exigen, critican, retienen lo que el niño
necesita. Los padres son los que tienden a ser impacien­
tes e irritables de una manera infantil y los que favore­
cen a un niño más que a otro. Lo que los padres neuró­
ticos ven cuando miran a sus hijos es la esperanza: una
imagen de lo que necesitan (respeto, adulación, aten­
ción). Se ponen en relación con un símbolo, no con el
niño. El niño que obtiene lo que pasa por ser amor es
el que más se acerca a esa imagen, el que se convierte,
pues, en un neurótico simbólico en lugar de convertirse
en una persona que puede considerar propios todos sus
sentimientos. En general, el niño favorecido es el que ha
quedado completamente destruido y sin embargo el que
con frecuencia funciona muy bien en la vida. El rebel­
de, el que no se conformaba y sometía, quizá nunca
haya funcionado bien y sin embargo quizá sea mucho
más un ser humano que su hermano bien adaptado.
El pobre niño que es el favorito a menudo es castiga­
do por el no favorecido y debe pasarse los primeros
años pagando un crimen cometido por sus padres. Debe
pagar el precio de que su hermano o hermana se burlen
de él y lo fastidien por ser lo que sus padres necesitan.
En cierto sentido, esos celos son la forma en que el
niño no favorecido trata de obtener su parte: con que
pudiera destruir y suprimir al hermano favorecido, con
que pudiera señalar lo que ha hecho mal, quizá lo qui­
sieran un poco más.
Los celos de la infancia ( “ Quiero mi parte” ) conti­
núan en la vida. El niño celoso, ignorado por sus pa­
dres, crecerá y tendrá hijos a los que ridiculizará y casti­
gará cuando exijan la atención de la madre. Los hijos
pagarán el precio de obtener que la madre les preste
312 E L G R IT O P R IM A L

atención en lugar de prestársela al padre. Sostengo que


los celos continuarán hasta que la persona encuentre el
contexto correcto de su cólera y la sienta plenamente.
Entonces sus propios hijos ya no tendrán que sufrir por
la infancia descuidada del padre. A menudo ese niño
celoso, convertido en el adulto competitivo que quiere
más de lo que tienen todos los demás, es el que no ve
los defectos de su hijo porque debe tener “ el mejor” .
El niño no sólo se enoja porque no es querido, sino
que se siente frustrado, pues no podría dar su afecto a
nadie. “ Si hubieran sabido cuánto tenía para darles” ,
gemía un paciente. “ En cambio se lo di todo al perro” .
Además hay la amargura de que no se le haya permitido
siquiera pedir el afecto que necesitaba. “ La necesidad se
convirtió en un crimen en mi casa” , dijo un paciente.
“ Y o sentía que si hubiera dicho: ‘Tómame en brazos,
papito’, habría ridiculizado mi necesidad como cosa de
maricas” .
A los que creen que los celos y la hostilidad son
instintos naturales en el ser humano, sólo puedo decirles
que los sueños de los pacientes postprimales (así como
su comportamiento diario) están desprovistos de cólera
y celos. Aunque fueran capaces' de controlar la cólera
durante el día, la mostrarían de noche, cuando se aflo­
jan los controles. Pero no ocurre así. Esto indica que el
concepto de un acervo instintivo de agresión sería erró­
neo; si algún “ instinto” existe, es el de ser amado, es
decir, ser uno mismo.

E l m iedo

Cuando mi hijo tenía diez años, empezó a tener de


pronto temores nocturnos y yo no podía entender por
qué. Tenía miedo de un hombre en el armario. Ese
miedo duró un mes, hasta que decidí tratar de llegar al
fondo. Una noche, cuando se iba a acostar y me pidió
que apagara la radio y la luz, le provoqué una reacción
LAS BA SES D E L M IE D O Y DE LA C O L E R A 313

primal. Lo hice hundirse en ese sentimiento doloroso y


dejé que lo invadiera. Empezó a temblar, su voz se puso
aguda y “ espectral” . Repetía: “ ¡N o quiero hacerlo,
papito, duele mucho! ” Insistí. A l hundirse en el terror, lo
acucié para que gritara lo que sentía. Seguía diciendo:
“ N o puedo, no puedo” . Lo apuré para que lo dijera. A l
fin dijo: “ N o sé cómo decirlo, papito. Mamita me sujeta
por los pañales y trata de pincharme o algo por el
estilo” . Le aterraba que lo pincharan y se sentía
absolutamente indefenso. Dijo: “ Nunca pensé que el
hombre del armario fuera a matarme con una pistola o
algo por el estilo; sentí que iba a sujetarme para estran­
gularme” . ¿Qué pasaba? Una tarde, justo antes de que
empezara el miedo, estaba luchando con él y lo sujeté
por los hombros. N o parecía nada traumático y los dos
nos olvidamos de la cosa, hasta esta reacción primal,
durante la cual su memoria volvió directamente a los
ocho meses de edad. Recordaba la forma y el color de
la cuna. Después del baño se agitaba mientras mi mujer
trataba de ponerle los pañales hasta que exasperada por­
que él se le escurría, lo sujetó firmemente y con cólera.
La experiencia lo asustó.
Según la teoría primal, un temor corriente, persisten­
te pero aparentemente más irracional, es por lo general
una manifestación de un miedo más antiguo y con fre­
cuencia más profundo. Es miedo del entonces, no del
ahora, de modo que el hecho de explicar a alguien una
fobia irracional, como el miedo de mi hijo, equivaldría
a explicarle un recuerdo. El miedo de mi hijo persistía,
creo, porque había sentimientos de indefensión asocia­
dos con ese recuerdo, que eran abrumadores en el m o­
mento.
La razón de que la fobia continúe reside en que sale
del pozo primal del miedo. Para volver a un viejo
tema: Los miedos neuróticos son miedos simbólicos. N o
se puede llegar a los miedos reales sin ayuda y apoyo,
de modo que la persona debe establecer sustitutos. Así,
se asustará de los ascensores, los sótanos, las alturas, los
314 E L G R IT O PR IM A L

perros, los artefactos eléctricos, las multitudes, cuando


en realidad sus miedos vienen del pasado. Podríamos
decir que los miedos actuales son como sueños: un in­
tento de racionalizar sentimientos generalizados de toda
una vida que en el contexto actual son irracionales.
Pero se trata de algo más que de racionalizar ahora
viejos sentimientos. Es una manera simbólica de admi­
nistrar y controlar esos miedos. En cierto modo el neu­
rótico debe pensar que si controla las cosas y las man­
tiene en frío, no tendrá más miedo. Entonces evita lo
que teme, o lo que cree que teme. Deja de tomar avio­
nes y evita las alturas.
Esas actividades ayudan con frecuencia a controlar
los miedos aislándolos y compartimentándolos. Pero si
una persona se acerca al objeto aparente de su miedo,
como un balcón alto con una barandilla baja, lo que
surge es el miedo real simbolizado por la situación del
momento. El neurótico atrapado en ese balcón puede
sentir realmente miedo de perder el control de sus senti­
mientos de autodestrucción, n o un simple miedo a las
alturas.
Los miedos actuales —que a menudo tienen una cier­
ta base razonable, como el miedo a los aviones— suelen
ayudar al neurótico a evitar el hecho de que es simple­
mente un ser temeroso. Si se viera obligado a sentir su
miedo constante, la vida podría resultarle intolerable.
Creo que hay dos razones clave para la elección de
un miedo irreal (fobia). La primera es la existencia real
de un verdadero trauma, tal como un accidente automo­
vilístico o una mala caída desde un techo. Para el neu­
rótico que sufre esa experiencia, el miedo a conducir o
el de volar podría continuar más allá de lo razonable y
durar toda la vida.
Lo que suele hacer el neurótico es generalizar a partir
de una sola experiencia real a una amplia serie de expe­
riencias que no guardan relación con el miedo original.
Así, una persona que se ha caído de un techo evitará
después los balcones altos aunque las dos cosas no se
LAS B A SE S D E L M IE D O Y DE LA C O L E R A 315
relacionen. De esta manera el neurótico se ve impelido a
ampliar sus miedos porque un solo accidente ha abierto
el pozo primal del miedo. Es lo mismo que el neurótico
que ha tenido una mala experiencia con su madre y la
generaliza a todas las mujeres. La generalización se pro­
duce porque los sentimientos originales no recibieron la
respuesta (ni fueron resueltos) en lo que eran.
El segundo motivo para la contracción de una fobia
sería el valor simbólico del miedo presente. Si una per­
sona nunca se ha caído de un techo ni ha tenido un
accidente, su pusilanimidad sigue exigiéndole que en­
cuentre un foco adecuado para sus temores. Por lo ge­
neral elegirá algún símbolo del miedo verdadero. El que
se ha sentido aplastado por sus padres tendrá miedo
quizá de quedar atrapado en lugares pequeños como un
ascensor atestado. El que se ha sentido absolutamente
descuidado por los padres tendrá quizá miedo de los
espacios grandes, abiertos, en los cuales puede errar el
camino y sentirse perdido (es decir, tener el sentimiento
original de estar perdido). Dicho sea de paso, este mis­
mo individuo podría casarse con la persona que se hace
cargo de todo, que le dirija y gobierne la vida para
poder seguir representándose pero no sintiéndose perdi­
do y sin guía. Creo que esto es significativo, porque un
miedo neurótico forma parte del sistema neurótico to­
tal, no es un hecho aislado. Así, los intentos de enfren­
tarse con el miedo concreto sin relación con todo el
sistema, sólo perpetuarían el sistema neurótico fragmen­
tado y desviarían la concentración del paciente de la
cosa verdadera.
Hace poco se le prescribió una terapia a una mujer
que tenía un miedo absurdo a los insectos, no a todos,
sino sólo a las grandes arañas negras. N o atacamos el
miedo directamente, pero después de varias semanas de
tratamiento, empezó a examinar sus sentimientos hacia
su padre. Descubrió que estaba aterrada por él la mayor
parte del tiempo. Recordó en particular una escena en
que de pronto su padre se volvió contra ella por algo
316 E L G R IT O PR IM A L

insignificante (era totalmente arbitrario). A l revivir la


escena la mujer estaba llena de miedo y gritó: “ Papito,
no me asustes más” . Esto dio paso a otro sentimiento:
“ Papito, déjame tener miedo” . El se había burlado tan­
to de sus sentimientos que ella tenía miedo de demos­
trar algún temor. Esto la llevó a otro sentimiento inten­
so relacionado con los ojos de su padre y la forma en
que su “ mirada” la había aterrado durante toda su in­
fancia. Más tarde se sintió confundida y experimentó
dos sentimientos casi al mismo tiempo. El primero era:
“ ¡No me toques, papito! ” y el siguiente: “ Abrázame,
tócame, para que no me sienta tan sola y en esta oscuri­
dad” . Esos sentimientos profundos surgieron en un
bombardeo de recuerdos de su padre. En cuanto pudo
gritar su miedo a su padre, empezó una corriente de
introvisiones: “ Ahora lo veo todo. Siempre tuve miedo,
pero era tan sutil y parecía tan injustificado. Un día vi
aquella gran araña negra en el cuarto de baño y grité y
corrí. A l fin p o d ía gritar m i m ied o. Mi miedo era siem­
pre verdadero. Sólo que lo conecté con algo que no lo
era” .
Un acontecimiento fortuito le permitió canalizar sus
temores latentes y centrarlos en algo concreto. La tera­
pia primal volvió a conectar esos miedos con su fuente:
“ ¡Tengo miedo de ti, papito! ”
L o que experimentan los pacientes primales cuando
se ataca su mecanismo de defensa es una vaga ansiedad.
Cuando detuve a un capitán de marina que blasfemaba
durante el tratamiento, su actitud de “ gran hombre”
vaciló. Se sintió más cerca del hecho de que era un
chiquillo herido. N o sabía exactamente qué era lo que
temía, salvo que se sentía en cierto modo asustado (inde­
fenso) cuando no podía decir palabrotas. La ansiedad
neurótica es el miedo de quedarse indefenso contra el
sufrimiento primal. La conducta neurótica sirve para tapar
las heridas. Pero era el yo real el rechazado, engañado y
humillado, de modo que no es de maravillar que haya
miedo cuando el yo real está cerrado. El hombre que aca­
LAS BA SES D E L M IE D O Y D E LA C O L E R A 317

bo de mencionar pertenecía a una familia de marinos. Su


padre y sus hermanos lo eran. Para permanecer en la fami­
lia, era necesario ser duro, independiente e impasible.
Ser un pequeño “ llorón” necesitado de que el papito lo
tomara en brazos era para él un sentimiento intolerable
de enfrentar. La necesidad oculta lo mantenía tenso. A l
debilitarse la cubierta, esa tensión se convirtió en ansie­
dad.
A la inversa, otro hombre se volvió temeroso cuando
tuvo que afirmarse agresivamente. El temor era: “ N o
seré el caballerito de mamita si me pongo furioso.” En­
tonces, al enojarse, se quitaba de encima un miedo inex­
plicable.
El miedo es un agente de supervivencia. El miedo no
sólo nos permite saltar del camino de los objetos que
caen, sino que mantiene vivo al niño no permitiéndole
experimentar aquellos primeros sentimientos catastrófi­
cos que podrían hacerlo abdicar en la vida. El miedo es
lo que contribuye a producir la neurosis para proteger­
nos contra la catástrofe. La gente que no puede seguir
siendo neurótica, suele volverse temerosa o ansiosa.
Cuando impedimos que los pacientes sigan representan­
do, se siente peor.
A sí como el neurótico debe ser colérico por no haber
sido amado, todo neurótico debe ser temeroso en su
interior. Algunos niegan el miedo, otros lo proyectan en
fobias y algunos lo representan en forma de contrafo-
bias. El miedo hace señales cuando los dolores primales
están encerrados. Esto se comprueba porque cuando los
dolores primales ascienden, después de debilitarse una
defensa, también asciende el miedo.
El miedo neurótico es el de perder la mentira que ha
estado viviendo el sujeto. Todo desafío a la mentira evoca el
miedo porque la mentira contiene la esperanza. Cuando
una niña trata de ser un varón para papito, cuando trata
por él de destacarse en los deportes y fracasa, se
volverá ansiosa porque su “ yo real” está asomando.
Cuando un niño pretende ser el “ caballerito” de mamá
318 E L G R IT O PR IM A L

se volverá ansioso cuando ella se burle de su lenguaje de


chico por encontrarlo “ vulgar y grosero” . U n paciente
lo explicó así: “ Siempre tuve miedo de que si goberna­
ba mi vida a mi manera, si hacía lo que quería y decía
lo que pensaba, mis padres no querrían saber nada con­
migo. Tuve que ser lo que ellos esperaban. Dejar de
dirigir sus vidas para ellos (viviendo la mentira) signifi­
caba ser abandonado o totalmente rechazado. Esto era
aterrador para mí. Me asusté de mí mismo” .
El paciente primal se asusta más cuando todo su jue­
go neurótico está a punto de terminar. Nuestro objetivo
es evocar esos temores para poder empujarlo adelante y
hacerlo llegar a sus sentimientos reales. Tiene miedo de
ser real, por eso es neurótico.
La relación entre el miedo y el dolor es importante.
El individuo presenta una fachada para no ser herido. Si
el individuo es exactamente lo que es, no puede ser
herido y no necesita la ansiedad. La función del miedo,
real e irreal, es apartarnos de las heridas. La única ma­
nera de vencer el miedo es sentir las heridas. En la
medida en que no son sentidas, el miedo permanece.

La con trafobia

La contrafobia consiste en hundirse en lo que más se


teme. Por ejemplo, el que tiene miedo de las alturas se
dedicará al paracaidismo acrobático para probar lo con­
trario.
La actividad contrafóbica debe ser compulsiva y con­
tinua porque la persona trata de negar un miedo real
con una actividad simbólica. Creo que la contrafobia es
una forma de neurosis más grave porque los sentimien­
tos reales están tan profundamente enterrados que obli­
gan a la persona a la representación total. La contrafo­
bia indica, pues, un estado represivo más total. Conocí
en la terapia a un paracaidista acrobático que tenía un
miedo descabellado a la muerte. “ Cada salto” , decía,
LAS B A SES D E L M IE D O Y D E LA C O L E R A 319

“ es como haber tenido una escaramuza con la muerte, y


no estaba tan mal” . Cada uno de los saltos era un inten­
to de calmar el miedo inconsciente. Lo que hacía com­
pulsiva su actividad era que los miedos reales volvían de
nuevo cada día de su vida y exigían nuevas pruebas de
que realmente no existían. Después de romperse una
pierna en un salto, sintió un gran alivio por no tener
que seguir contestando a la pregunta: “ ¿Tengo mie­
do?”
Toda acción que contraría un sentimiento de miedo
real puede ser considerada contrafóbica. La sexualidad
es un buen ejemplo. Muchos hombres temen el acto
sexual, pero se ven arrastrados a él compulsivamente por
temor de no ser “ hombres de verdad” . Esto ocurre so­
bre todo con los que tienen inclinaciones homosexuales
latentes. Para probar al mundo que éstas- no existen
tratan de conquistar a cuanta mujer ven, hablan cons­
tantemente de sexo con las mujeres, se burlan de los
“ maricas” (que es la contrafobia favorita) y pelean con
los otros hombres. O se casan y tienen muchos hijos
—cuanto más varones mejoi^- para probar su virilidad.
La mayor parte de las veces la actividad sexual com­
pulsiva y las conversaciones sobre el tema son contrafo­
bia en acción. El miedo puede ser: “ N o hago tanto
como los demás” (y entonces tendré que enfrentarme
con el hecho de que no soy un hombre).
La cólera de muchos neuróticos es una contrafobia.
Es una respuesta al miedo. Una madre le pega a su hijo
porque cruza por delante de un coche en movimiento,
convirtiendo en cólera el terror. En la mayoría de los
casos la cólera es la negación del miedo. “ Los hombres”
no demuestran miedo (no sería viril), demuestran cóle­
ra, un rasgo más “ masculino” . ¿Cuántos hombres no
sólo dicen que tienen miedo sino que lo demuestran?
Para señalar las causas de la contrafobia, tomemos el
ejemplo del niño de cinco años que baja corriendo las
escaleras para buscar a su padre. “ ¿Papito, papito, dón­
de estás?” grita al llegar al dormitorio de su padre. Abre
320 E L G R IT O PR IM A L

la puerta y lo encuentra preparando una valija. “ Me voy por


un tiempo” , dice su padre. “ Te quedarás viviendo con tu
madre solamente” . La idea de no ver nunca más a su padre
puede ser catastrófica. ¿Qué hace el niño con tan temible
sentimiento? Como no puede expresarlo, como no hay
nadie que le ayude a entender lo que le está ocurriendo, el
miedo es enterrado. Más tarde, para librarse de la corro­
siva aunque vaga tensión que el miedo enterrado produ­
ce, quizá imagine situaciones de miedo. Será torero o
correrá carreras de autos, actividades para legitimar su
miedo latente. A l fin encuentra algo en que poner sus
temores. Quizá admita tener miedo en esas situaciones
que son sustitutos de la real: que nunca tendrá un papá.
U n paciente recuerda que se cayó en un pozo y estu­
vo a punto de ahogarse. A l salir, su padre lo obligó en
seguida a volver al agua para vencer el miedo. Su padre
lo hizo actuar contrafóbicamente.
La contrafobia es un rasgo general de la personalidad.
Actuar contra un tipo de sentimiento significa a menu­
do ir contra otros diferentes. La sociedad contribuye
también a que seamos contrafóbicos. Todos los días se
nos dice que venzamos el miedo, que dominemos la
frustración, que nos libremos de la incompetencia. Todo
lo que tenemos que hacer es eliminar nuestros senti­
mientos.
Pero esos sentimientos constituyen nuestra vida. N o
hay manera de vencer la vida y vivir. En su momento, la
cosa puede cobrar un significado literal, porque creo que
los contrafóbicos, los que han sofocado tan profunda­
mente los sentimientos de la vida, al fin pueden arreglár­
selas para hacerla volar de una u otra manera.
La contrafobia es lo que mantiene vivo al miedo.
Negar el miedo significa tener que luchar contra él sim­
bólicamente toda la vida. El que tiene una fobia por lo
menos reconoce que está asustado. Es ya un paso en el
camino a la salud.
LAS B A SE S D E L M IE D O Y D E LA C O L E R A 321

L o s m iedos infantiles

Gran porcentaje de los miedos infantiles se producen


cuando el niño está de noche en su cama. Los niños
pueden tener coraje suficiente como para zambullirse
desde un trampolín muy alto, pero aterrarse en la oscu­
ridad. La razón reside en parte en que el niño está solo
consigo mismo. El miedo es de la misma especie que el
que sienten los pacientes preprimales cuando los aisla­
mos en una habitación de hotel, el miedo del “ y o ” . El
niño niega a menudo el yo proyectándolo fuera de sí
mismo, diciendo que está asustado de los ladrones. Su
mente se concentra en causas aparentes: el crujido de
una hoja, el golpeteo de la puerta de una cochera, una
sombra en la pared. Cada ruido, cada sombra contribu­
yen a justificar un miedo latente.
Los padres deben cuidar de no quitarle a un niño sus
miedos. Es fácil decirles: “ N o hay nada que temer. N o
hay nadie en el armario. N o seas un nene. N o te dejaré
las luces encendidas. Déjate de tonterías” . Todo esto
significa enterrar el miedo que se manifestará en forma
de enuresis o de trastornos físicos. Si los padres no
pueden entender la razón del miedo del niño, es preferi­
ble aceptarlo como sea antes que sofocarlo.
Muchos hemos padecido terrores nocturnos de niños
y la mayoría no nos hemos librado nunca de ellos. T o­
davía estamos asustados del cuco, encerrado en el arma­
rio, pero en lugar de temerle, tememos alguna vaga
conspiración de un país o un grupo contra nosotros. El
contenido del miedo aparente cambia, pero no es ese
contenido el que importa. Necesitaremos al cuco ‘de una
u otra manera mientras no estemos bien.
¿Qué hay en el hecho de estar solo en la oscuridad
que provoca ese miedo? Hay el conocimiento incipiente
de que el sueño está cerca y esto significa que se bajará
la guardia dejando pasar todos los demonios contra los
que se ha estado protegido durante el día. N o hay nada
intrínsecamente temible en sentirse uno solo. Pero el
322 E L G R IT O PR IM A L

neurótico que huye de su yo o se defiende contra él


tiene miedo. Debe hacer funcionar la radio o la televi­
sión para no sentirse solo. “ Solo” quiere decir algo dife­
rente para el neurótico, algo distinto de lo que significa
para el normal. “ Solo” significa la falta del apoyo, la
protección y el amor de los padres, y contra eso hay
que defenderse. Los miedos de los niños se exacerban
cuando los padres se despiden a la noche; entonces pue­
de surgir ese miedo a la muerte que se asocia con el
sueño, porque estar sin protección en la primera infan­
cia puede significar la muerte.

D iscusión

Como el sentido de las fobias es simbólico y por lo


tanto típico de cada persona, no tienen significados uni­
versales. Dos personas con la misma fobia pueden tener
razones explicativas enteramente distintas. El miedo a
las alturas puede significar para un individuo el no tener
los pies en el suelo (falta de apoyo), mientras que para
otro quizá sea el miedo de saltar. Es posible pasarse la
vida tratando de imaginar los significados de las fobias.
El núcleo debe estar en lo real: los miedos reales. V o l­
ver reales los miedos es hacer innecesarias las fobias.
La hipótesis primal quedaría confirmada por el hecho
de que las fobias desaparecen para no volver en forma
alguna, una vez que se ha sentido el miedo real. Insisto
en que no todo comportamiento irracional puede ser
resuelto por la irracionalidad; no hay lógica, no hay
hechos capaces de disuadir de una conducta irracional.
Las situaciones corrientes no exigen un comportamiento
irracional en las personas normales. La base de las fo ­
bias (temores primales) es algo real; sólo el contexto
actual las vuelve irracionales.
Es tentador creer que alguien puede ayudar a elimi­
nar un problema actual de una u otra manera. La idea
de aconsejar a los neuróticos y de darles folletos sobre
L A S B A SES D E L M IE D O Y D E LA C O L E R A 323

la cuestión (la metedrina destruye el tejido hepático, por


ejemplo) es a mi juicio descaminada. La informa­
ción tiene cierto valor, pero la gran fuerza que impulsa
el comportamiento irracional es la fuerza primal. Unos
pocos hechos salpicados aquí y allá no harán refluir la
ola primal. Aconsejar a alguien que sea bueno con su
mujer y con su hijo no va a significar mucho para quien
se ha pasado muchos años conteniendo el furor que
espera un alivio y una solución. Debemos tener presente
que no nos ocupamos del miedo o la cólera; nos ocupa­
mos de gentes que tienen miedo. La terapia primal con­
siste, en esencia, en ayudar a la gente a vivir experimen­
tando los grandes miedos de las primeras experiencias
para que puedan sentirlas ahora sin ningún temor.

E l suicidio

El suicidio es intentado, en mi opinión, cuando todas


las formas en que el individuo trata de matar su 'dolor
resultan nulas. Cuando la neurosis no consigue aliviar el
dolor, el sujeto puede verse obligado a adoptar medidas
más drásticas. Quizá parezca paradójico, pero el suicidio
es el último refugio de la esperanza para el neurótico
decidido a ser irreal hasta el fin.
Una mujer de veintinueve años que se sometió a la
terapia había atentado contra su vida varios meses antes
del tratamiento. Su novio la había dejado por otra. Ella
suplicó, rogó y por último lo amenazó, sin resultados.
Entonces se volvió a su casa, la limpió, se duchó, se
puso un camisón limpio y tomó noventa píldoras de
somnífero. Contó metódicamente las píldoras en mon-
toncitos de media docena, sintiéndose totalmente sepa­
rada de lo que estaba haciendo. Dijo: “ Me sentía extra­
ñamente separada de todo, como si no me estuviera
sucediendo a mí. Sólo cuando empecé a sentir que mi
respiración aminoraba me asusté, llamé a mi amigo y le
pedí que me mandara un médico” .
324 EL G R IT O PR IM A L

Cuando el amante de esta mujer la dejó, se sintió no


querida. Aunque quizá se hubiera convencido a sí mis­
ma que intentaba matarse por lo que le estaba sucedien­
do en ese momento, la pérdida actual parecía haber
acentuado el sentimiento de los años en que no había
sido querida. Cuando él la abandonó, ella empezó a
experimentar nuevamente el vacío que había sentido de
niña. Rechazada por sus padres, había llegado a sentirse
fea e imposible de ser querida; estaba segura de que
había algo muy malo en ella para que la descuidaran
tanto. Usaba a su amante para tapar ese terrible senti­
miento. Pero cuando él la abandonó —viendo la imposi­
bilidad de llenar el vacío dejado por una vida de recha­
zo—, se vio obligada a volver a aquellos sentimientos de
rechazo, de desesperanza. Trató de matarse antes de
sentir el choque brutal de aquellos sentimientos.
El desapego a que se refieren a menudo los suicidas
refuerza la hipótesis primal de que el suicidio es un acto
escindido en que el objetivo rara vez consiste en des­
truirse irrevocablemente. Es una tentativa de preservar
e l y o , suprimiendo el dolor que la neurosis ya no puede
tapar. Esta mujer nunca pensó que moriría; lo prueba el
hecho de que cuando su muerte parecía inminente pidió
ayuda. Es evidente que los neuróticos tratan de matarse
simbólicamente, como hacen todo lo demás. Algunos
están dispuestos a llegar hasta el fin para mantener in­
tacta la neurosis. Como dijo un paciente: “ El suicidio
no es tan irracional si se considera que toda neurosis es
la lucha por mantener lo que uno no quiere” .
La neurosis es el suicidio patológico. Si uno ha re­
nunciado a todo o parte de la propia vida (los propios
sentimientos) por los padres para ser querido, no es un
paso demasiado grande matar ese yo de una manera más
literal. Cuando falla la neurosis, se piensa en el suicidio.
Parecería que muchos neuróticos prefieren morir an­
tes que vivir como lo hacen. N o creo que una verdadera
urgencia de morir produzca el acto suicida, como tam­
poco la impresión de no saber qué más hacer para ali-
LAS BA SES D E L M IE D O Y DE LA C O L E R A 325
viar el dolor. La persona está hecha de luchas. O bien
necesita una lucha nueva que le ofrezca un alivio tem­
porario, o necesita matar la lucha en la terapia primal.
Debe recordarse que la neurosis salva y mata a la vez.
Protege al yo real de una mayor desintegración, pero al
hacerlo, entierra ese yo real. Entonces el niño crece
aferrándose a un yo irreal, que paradójicamente lo es­
trangula y le quita la vida.
Si lo pensamos como una progresión, quizá resulte
más claro. El niño trata primero de ser querido por lo
que es. 'Al fracasar, busca el amor siendo otro. Pero
cuando ese otro (el yo irreal) fracasa en la obtención
del amor, quedan abiertas dos opciones. A l principio de
la vida puede ser la psicosis. Más adelante, la opción
puede ser el suicidio.
El suicidio es la esperanza; es representar a fin de
matar el, sentimiento ascendente de la desesperanza. Es
a menudo un desesperado intento de evitar el sentimien­
to catastrófico de no interesar de verdad a un solo ser
humano en esta tierra. En el momento mismo en que la
persona, a través de su intento, está diciendo: “ Renun­
cio” , también dice: “ Los obligo a preocuparse, aunque
sea la última cosa desesperada que hago” .
A veces el intento produce el resultado deseado. La
gente empieza a llamar; acudirá la familia; todo el mun­
do lamenta no haber comprendido lo desesperada que
estaba la persona. Pero cuando los amigos interrumpen
las visitas, cuando la familia se va, el suicida potencial
se queda de nuevo solo con el yo que está dispuesto a
destruir antes que a sentirlo.
En general, la tentativa de suicidio es el acto de al­
guien que ha vivido fuera de sí mismo y a través de los
otros (por no habérsele permitido vivir con sus propias
necesidades y sentimientos). Los otros se han converti­
do en el sentido de ' su vida y su pérdida suprime ese
sentido. El centro de la existencia de los individuos con
tendencia al suicidio suele estar fuera de ellos mismos.
Son tan fuertes como lo es el apoyo de los otros, tan
326 E L G R IT O PR IM A L

presentables como lo permita la apreciación de los


otros.
U n joven sometido a la terapia primal refirió la agita­
ción creciente de su madre, con la que vivía. A medida
que él mejoraba, más se deprimía la madre. Este pacien­
te había dedicado la mayor parte de su vida al cuidado
de su madre, que por lo común estaba demasiado enfer­
ma y padecía de vagas y sucesivas enfermedades. A
medida que él se independizaba, ella se desesperaba.
Cuando hizo planes para vivir solo por su cuenta, su
madre trató de conquistarlo con un coche nuevo, des­
pués suplicó, amenazó, se enfermó. A l fracasar todo,
hizo un intento poco convincente de suicidio con som­
nífero. Llamó a una amiga casi en el momento de to­
marlo para que no hubiera un verdadero peligro.
Para la madre de este paciente era inconcebible ocu- ( j
parse de sí misma. Había estado separada de su marido
muchos años y tratado de hacer de su hijo el nuevo
marido. Desde los primeros años de matrimonio, había
manejado a todo el mundo para poder representar su
papel de niña dependiente, precisamente lo que le había
hecho su propia madre. A los cincuenta años todavía
trataba de ser la nena que nunca se le había permitido
ser. Estaba dispuesta a matarse para seguir así. Evidente­
mente en ella era la niña la que sentía que no podía
seguir si no tenía en quien apoyarse.
Hay, desde luego, tentativas muy serias de suicidio
que tienen éxito. En tales casos el individuo puede ha­
ber sufrido un trastorno mental tan grave que ya no
puede distinguir entre lo real y lo irreal. Aun entonces,
en los dominios interiores de su mentalidad enfermiza,
quizá abrigue la esperanza de que gracias a su muerte
los “ otros” al fin vean y sientan.
Cuando observamos de cerca el odio del individuo
por sí mismo y los intentos resultantes de autodestruc-
ción, descubrimos que lo que verdaderamente es objeto
de desagrado es el yo irreal. Como el suicidio es, en la
mayor parte de: los casos, un acto irreal, debemos supo-
LAS BASES D E L M IE D O Y DE LA C O L E R A 327

ner que es perpetrado por el yo irreal. El momento del


suicidio parece llegar cuando ni el yo irreal ni el real
son amados. Lo que debe hacerse con el presuicida es,
en mi opinión, ayudarlo a sentir el yo que quiere des­
truir, a sentir el “ Si nadie me quiere, moriré” , con toda
su intensidad. Una vez que siente que el yo no querido
no es realmente una amenaza para su existencia, es im­
probable que quiera destruirlo.
Lo que el presuicida y el que intenta suicidarse sue­
len recibir es ayuda para tapar el sentimiento mismo al
que se acercaban. Quizá encuentren el camino en una
clínica para situaciones de crisis donde se procurará re­
mendar las cosas, tranquilizar al paciente y mantenerlo
en funciones. A menudo se le prescriben drogas que lo
ayudan, alejándolo así de sus sentimientos. Pero lo que
hay que ordenar son esos sentimientos para suprimir el
yo irreal que actúa de un modo irracional. Sostengo que
el peligro viene del yo irreal, histriónico, y es este yo
irreal el que parece sostenido por la próxima crisis. Su­
pongo que mientras el individuo tenga un terapeuta a
quien aferrarse, el peligro de suicidio será mínimo. Pero
cuando el paciente deja al terapeuta, ¿qué razón hay
para creer que no sigue siendo autodestructivo y con
tendencia al suicidio? Si no ha sentido la agonía del
niño no querido, desesperanzado, que hay dentro de él,
quizá quiera inconscientemente matarlo.
Las clínicas para situaciones de crisis se dedican a
reforzar temporalmente el mecanismo de defensa del pa­
ciente cuando no puede manejarse en la vida de la ma­
nera habitual. ¿Pero no se trata justamente de suprimir
esa “ manera habitual” en vez de reforzarla? Reforzar el
mecanismo de defensa contribuye a deshumanizar al su­
jeto, porque, a mi juicio, lo aliena de sus sentimientos
más profundos. Desde luego, existen consideraciones
prácticas; se puede aducir que no hay tiempo suficiente
para hacer lo que se puede conseguir rápidamente con
un método de crisis. ¿Y si el individuo no quiere cam­
biar radicalmente? Creo que todos tienen derecho a ser
E L G R IT O PR IM A L

irreales, pero por lo menos hay que informar al paciente


de que existe otra posibilidad que no sea la de pasar de
una tentativa de suicidio a la siguiente.
Debemos considerar asimismo los efectos que tiene
para la sociedad el permitir que un suicida potencial
ronde por las calles. A l volante de un coche, decidido a
terminar con todo, quizá se lleve a alguien más consigo.
El que desprecia su vida es probable que no considere
intrínsecamente preciosa la vida de los otros.
En este sentido, es significativo que los pacientes pri­
males no piensan en el suicidio. Llegan a valorarse a sí
mismos y no desean hacer peligrar su vida. Aprenden
que el yo real es un yo “ bueno” y no hallan razones
para perjudicarlo.
Parece incongruente decir que el objetivo de matarse
es vivir., pero por mi experiencia con los que intentan
suicidarse es difícil llegar a otra conclusión. Hay excep­
ciones - como los enfermos crónicos—, pero por regla
general, la tentativa de suicidio es una súplica más del
sujeto para que lo quieran. En este sentido, la tentativa
de suicidio es un llamado a la vida.
19

L A S D R O G A S Y LO S D R O G A D IC T O S

E l ácido lisérgico (L S D -2 5 )

Para muchos jóvenes, el L SD (conocido también con


el nombre de ácido) es un modo de vida. Los efectos
del LSD parecen ser tan profundos, tan místicos al mis­
mo tiempo, que se ha convertido en un culto, en una
Weltanschauung. Los crónicos suelen hablar del “ gran
viaje al espacio interior” . Otros dicen “ el viaje a la rea­
lidad” .
Creo que el L SD proporciona un viaje a la realidad
en el sentido de que estimula la intensidad de la sensibi­
lidad real. Pero el neurótico hace con esa realidad lo
que hace con la realidad en general: cambiarla en algo
simbólico.
N o hay duda de que el L SD estimula la sensibilidad.
Tenemos pruebas clínicas de ello. Recientemente se ad­
ministró LSD a un grupo de monos que luego fueron
sacrificados para hacerles la autopsia. La mayor concen­
tración de droga se halló en los sectores del cerebro
relacionados con la sensibilidad.
El problema del L SD es que abre artificialmente al
individuo a una realidad mayor de la que puede tolerar
dentro de su sistema neurótico, dando por resultado
una pesadilla diaria: la psicosis. La defensa está allí por
una razón: mantener la integridad del organismo. El
LSD trastorna el mecanismo de defensa con el resultado
330 E L G R IT O PRIM A L

trágico de que los adictos llenan las salas de las clínicas


neuropsiquiátricas de todo el país. Por lo general, cuan­
do pasa el efecto de la droga, el mecanismo de defensa
del neurótico vuelve a funcionar. Pero en los casos en
que el mecanismo de defensa es débil, puede no ocurrir
así.
La fortaleza del mecanismo de defensa unido a la
dosis ingerida determinará en líneas generales la forma
de reaccionar al LSD. Puede ocurrir que una persona
con un sólido mecanismo de defensa no tenga reacción
alguna a la droga. Suprimir artificialmente un frente de­
fensivo débil cuando hay un gran acopio de dolores
primales, es producir una precipitación abrumadora de
estímulos.
Una de las razones por las que se dice que el LSD
expande la mente (droga psicodélica) es porque produce
una fuga simbólica. El estímulo de la sensibilidad deter­
mina una explosión de la ideación simbólica, que mu­
chas veces es erróneamente tomada por expansión de la
mente. Debemos entender que esta expansión es una
defensa. El psicòtico maníaco con fuga de ideas es un
perfecto ejemplo de la expansión de la mente en la fuga
de la sensibilidad. He visto a muchos pacientes, a menu­
do con inteligencia brillante, que han escrito cantidades
de páginas durante la fase maníaca. Uno de ellos escri­
bió el equivalente de un libro en cuestión de tres o
cuatro semanas.
Lo que distingue a la psicosis de la neurosis es el
grado y la complejidad de la simbolización. En la neuro­
sis hay todavía un gran asidero en la realidad. En la
psicosis ese asidero puede perderse y la persona quedar
envuelta en simbolismos, incapaz de diferenciar entre
los símbolos (voces en las paredes) y la realidad. A
medida que el proceso de deterioración continúa, la per­
sona ya no sabe siquiera quién es, “ en qué está” , o en
qué año vive.
Los resultados del uso del LSD parecerían corroborar
una de las hipótesis primales clave: que la neurosis em-
LAS D R O G A S Y LOS D R O G A D IC T O S 331

pieza por protegemos de la realidad de nuestros senti­


mientos y que éstos, sentidos al comienzo de la vida,
pueden conducir a la locura. Estimular tod os los viejos
sentimientos primales de pronto y artificialmente con el
uso de una droga, es producir las mismas posibilidades
de locura.
En las primeras investigaciones sobre el LSD, se le
llamaba agente psicotomimético (imitador de la psico­
sis). Se lo usaba para estudiar la psicosis. A l principio
no causó gran preocupación porque se creía que la dro­
ga misma era la que producía la psicosis y que al supri­
mirla la psicosis desaparecía. Pero al no ocurrir así, el
entusiasmo se desvaneció. Por eso el L S D fue proscripto
de la investigación así como del uso general.
Creo que el LSD no sólo imita la psicosis sino que
produce una locura real, aunque a menudo transitoria.
Además no creo que las propiedades intrínsecas de la
droga tengan nada que ver con la producción de reac­
ciones raras, salvo en la medida en que estimulan la
sensibilidad más de lo que el sujeto es capaz de asimilar.
Hace varios meses, una muchacha de veintiún años
con diagnóstico de esquizofrénica post-LSD, emitido
por un hospital neuropsiquiátrico local, vino a someter­
se al tratamiento primal. Había tomado una gran dosis
de ácido después de varios cigarrillos de marihuana. Du­
rante el viaje causado por el ácido, cayó en un estado
de pánico. A l desaparecer el efecto de la droga, descu­
brió que sufría “ maleficios” . A veces le parecía que la
levantaban de la silla y la llevaban. Otras, miraba deses­
peradamente la bomba de la luz o una lámpara, sin
saber si lo que veía estaba realmente allí.
La enviaron a un hospital neuropsiquiátrico en obser­
vación para que se tranquilizara, y volvió a su casa una
semana después. Los maleficios de la irrealidad prose­
guían, y al cabo de varias semanas empecé a tratarla.
Tuvo inmediatamente una reacción primal en la que em­
pezó a revivir la experiencia del ácido sin que se la
apremiara o dirigiera. Decía: “ Todo huele a mierda.
332 E L G R IT O P R IM A L '

Hay mierda en las paredes. Dios mío, hay en todas


partes. N o me la puedo sacar de encima.” (Entonces
trataba de quitársela sacudiéndose, pero la insté a que
sintiera eso.) “ ¡Ooh! ¡Ooh! Me voy a volver loca.
¿Quién soy? ¡Quién soy! ” (L a hice quedarse en ese sen­
timiento: “ ¡Quédese ahí! ¡Siéntalo!” ) “ ¡Aah! ¡Soy yo,
soy una mierda, una mierda! ” En ese momento empezó
a llorar y a tener una serie de introvisiones acerca de
cómo se había sentido (sin reconocerlo nunca) “ una
mierda” . Habló de su familia empobrecida, formada por
un padre borracho y una madre apaleada y engañada.
Analizó lo “ lumpen” que se sentía. Nunca había aspira­
do ni tratado de hacer nada porque se sentía como “ un
montón de mierda, indigna del interés de nadie” . Había
tapado sus sentimientos y sus antecedentes con una seu-
dointelectualidad y una apariencia de cultura que evi­
dentemente el ácido había hecho volar. En el momento
en que hubiera sentido la realidad —“ Soy una mierda” —
se escapó (de sus sentimientos) y tuvo alucinaciones de
heces en las paredes, Para sobrevivir volvió irreal su rea­
lidad ascendente.
Otro caso dé psicosis no fue provocada por la droga.
Esta paciente fue internada a los siete años de edad en
una escuela como pupila, debido al divorcio de sus pa­
dres. Su padre se trasladó a otra ciudad, y su madre
tuvo que trabajar. La madre prometió a la niña que la
visitaría a menudo. Pero no fue así. Las visitas de la
madre ralearon, aparecía borracha, con amigos, y des­
pués dejó de ir. En sus cartas le explicaba por qué no
podía visitarla, pero pronto dejó de escribir. La niña
empezó a sentir la realidad de su abandono. Comenzó a
apartarse del contacto social y para sofocar su senti­
miento de abandono imaginó un compañero que estaba
siempre con ella. Con el tiempo, este compañero empe­
zó . a hablarle y a decirle cosas extrañas. .Le dijo que
ciertas personas estaban contra ella y trataban de aislar­
la de todo el mundo. Lentamente empezó a hundirse en
una psicosis para protegerse de.una realidad destructora.
LAS D R O G A S Y LOS D R O G A D IC T O S 333

Creo que en los dos casos citados fue la realidad la


que produjo la irrealidad; las dos personas se volvieron
locas para no ser cuerdas y ver la verdad. Se hicieron
pedazos, por así decir, para protegerse contra la com­
prensión de toda la verdad.
En la escena primal, frente a esa verdad, se originó
un sistema para ayudar a ocultar la realidad. Su función'
consistía en fragmentar y luego simbolizar la verdad,
permitiendo al niño neurótico que representara sus sen­
timientos sin tener conciencia de ellos. Empezó su nú­
mero. Pero cuando la realidad es abrumadora, ya sea
porque un acontecimiento produce una conmoción o
porque una droga como el L SD no permite la represen­
tación habitual, aparece la psicosis. El LSD deja pocas
posibilidades de representar de la manera habitual. La
persona no puede meterse en su trabajo, por ejemplo;
los sentimientos son demasiado fuertes e inmediatos.
Debe simbolizarlos mentalmente (ideas-ilusiones raras) o
físicamente (desde la incapacidad de levantar un brazo
hasta una falta total de coordinación física). En el caso
de cambios corporales raros, podemos decir que esa per­
sona ha dado un aspecto físico a su psicosis. Esto signi­
ficaría que hay la misma escisión o disociación que en la
psicosis.
Una paciente que había sido psicótica analizó la esci­
sión: “ Era aterrador sentir que el cuerpo se volvía mío,
ver cómo mi yo de niñita trataba de entender el movi­
miento de sus piernas y de sus pies. Mi cuerpo siempre
había actuado por cuenta propia, como algo que no
tenía nada que ver conmigo. La razón de que el esqui­
zofrénico esté tan a menudo obsesionado por su propio
cuerpo, ¿puede residir en que es algo tan extraño? Sos­
pecho que eventualmente hay que separar de veras el
cuerpo de la conciencia para que permanezca lejos del
dolor. El secreto significado de lo que está ocurriendo
en uno es, supongo, ese proceso automático que separa
tanto el cuerpo y los sentimientos.”
Otro ejemplo de la somatización del sentimiento es
334 E L G R IT O PRIM A L

proporcionado por un paciente que, en un período de


un año anterior a la terapia, había tomado LSD diez
veces. Entre otras reacciones, siempre sentía un zumbi­
do persistente en la boca durante cada viaje. En las
reacciones primales también se produjo la sensación de
zumbido e inexplicablemente empezó a chuparse el de­
do. Pero el zumbido siguió hasta que comprendió que
lo que quería chupar no era el pulgar sino el pecho de
su madre. En cuanto experimentó ese sentimiento, el
zumbido cesó.
Este hombre había sido destetado bruscamente en los
primeros meses de vida de acuerdo con algún calendario
que su madre había descubierto en un libro sobre crian­
za de los niños. Aunque fumaba dos paquetes por día y
chupaba el cigarrillo con saña, a este hombre le resulta­
ba difícil creer que todavía tuviera la vieja necesidad de
chupar el pecho de su madre. Pero recordó, en efecto,
que siempre había tenido algo en la boca, desde que
tenía uso de memoria. Había tapado tan bien sus senti­
mientos que la única vez que estuvo a punto de sentir­
los fue cuando tomó una droga poderosa, e incluso en­
tonces no consiguió sentirlos del todo. Pero el caso es
que la simbolización se organiza para proteger al orga­
nismo cuando los sentimientos son excesivamente dolo­
rosos.
Unos veinte pacientes primales habían tomado LSD
antes de la terapia, varios de ellos repetidas veces. En
los comienzos de la terapia primal algunos pacientes to­
maron LSD durante el tratamiento, sin que yo lo supie­
ra. Esos pacientes me dijeron después que habían creído
acelerar la terapia con el LSD. (Com o indiqué antes,
todas las drogas, incluso la aspirina, están prohibidas
durante la terapia primal, pero ahora se dan al paciente
instrucciones escritas para tener la seguridad de que no
se volverá al uso del LSD, como ocurría antes de que el
control fuera tan estricto.) Sin embargo, la experiencia
del LSD en el caso de unos siete pacientes que tomaron
la droga durante la terapia fue útil para entender las
LAS D R O G A S Y LOS D R O G A D IC T O S 335
reacciones psicológicas al LSD. Los pacientes primales
que tenían viejos dolores fueron bombardeados directa­
mente por los sentimientos que les quedaban y pudie­
ron conectarlos inmediatamente con sus orígenes. Esos
sentimientos no estaban simbolizados sino que surgieron
y fueron experimentados en orden sucesivo. En algunos
casos, los dolores continuaron a la manera de la asocia­
ción libre durante dos o tres horas.
Dos pacientes que tomaron L SD después del tercero
y cuarto mes de terapia tuvieron reacciones simbólicas
momentáneas. En el primer caso, el paciente empezó a
ver en las paredes personas que se hacían mutuamente
cosas extrañas. Intrigado por el drama que se represen­
taba en la pared, de pronto entendió: “ Estaba desarro­
llando un espectáculo afuera para no tener que sentir lo
que me estaba sucediendo adentro. Ese drama lateral
contenía cantidades de sentimientos míos, sobre todo
de cólera. Supongo que estaba tratando de convencerme
a mí mismo de que todas esas batallas estaban fuera de
m í y que nada tenían que ver conmigo.” Añadió: “ En
cuanto supe que esos eran mis sentimientos, me dejé ir,
sentí todo lo que encontré en el camino, y mi pequeño
drama en la pared desapareció.” Pero antes de la terapia
primal había posibilidades de que se quedara en sus
alucinaciones, posiblemente durante horas e incluso se­
manas hasta que se hubieran pasado todos los efectos
de la droga. En todo caso el simbolismo tuvo corta vida
y condujo al sentimiento porque no había una defensa
encastrada para mantener el proceso disociativo.
El segundo paciente tomó L SD en el cuarto mes de
terapia. En sus alucinaciones la gente era innecesaria­
mente dura con él, nadie era bueno y todos querían
hacerlo sufrir por alguna razón. Contó que sus manos se
pusieron hinchadas y suaves, y entonces empezó a sen­
tir: “ Sé suave conmigo, papito.” La hinchazón y la sua­
vidad desaparecieron junto con sus alucinaciones de gen­
tes que conspiraban para ser crueles con él. Es dudoso
que hubiera podido establecer esa simple conexión si
336 E L G R IT O PR IM A L

aún quedara mucho dolor bloqueando sus sentimientos.


Algunos de los siete pacientes que tomaron LSD des­
pués de varios meses de terapia primal lo habían usado
antes; no es de sorprender que unánimemente refirieran
viajes simbólicos anteriores a la terapia. Uno dijo que se
le habían paralizado las manos durante un viaje ante­
rior, y otro se retorció en el piso con terribles calam­
bres de estómago que duraron horas. Un tercero vio
gusanos que le salían de la nariz y los pies, otro vio su
esqueleto al mirarse al espejo. Más tarde, al considerar
esas experiencias, se sorprendieron de la manera auto­
mática en que el cuerpo parece simbolizar el dolor. En
cada caso el símbolo se refería a un sentimiento concre­
to no experimentado. La persona que veía gusanos pro­
yectaba lo sucio, delgado y feo que se sentía y durante
la reacción primal revivió esos sentimientos de fealdad
en el contexto que los había producido. El que había
tenido las manos paralizadas sintió después su profundo
desamparo e inmovilidad y lo que había causado ese
sentimiento. La persona con calambre de estómago
(otro dolor simbólico) sintió que estaba pariendo bajo
el LSD. Pero ese sentimiento bajo el efecto de la droga
no puso fin a sus calambres. Sospecho que los dolores
no cesan mientras no son sentidos como dolores.
Esos pacientes que estaban a punto de terminar la
terapia, no sufrieron daños apreciables por efecto de la
droga. N o comunicaron nada que no fueran cambios sin
importancia en las sensaciones y percepciones. N o había
ilusiones o alucinaciones, tanjpoco sentimientos de des­
personalización. Los viajes no eran ni místicos ni her­
mosos: sólo sentimientos reales que emergían. Esto es
importante porque corrobora la hipótesis primal relativa
a las enfermedades mentales y al dolor primal. N o ha­
biendo un dolor primal importante, no hay enfermedad
mental bajo un estímulo intenso (stress).
Según mis observaciones, el LSD no parece ser un
alucinógeno para la persona normal. Ni es una droga
psicotomimética, salvo para los que tienen dolor primal.
LAS D R O G A S Y L O S D R O G A D IC T O S 337

Pero el LSD no permite establecer sólidamente las


conexiones. Y sólo las conexiones aseguran un cambio
duradero. Las conexiones no pueden establecerse bajo
los efectos del L SD por muchas razones: la más impor­
tante es que la conexión significa experimentar el dolor
primal. Bajo los efectos del L SD la persona puede sentir
algo y varios minutos después no estar segura de que
haya ocurrido. La droga conduce de un sentimiento fu­
gaz a otro, ningún sentimiento en particular se ancla
sólidamente en la conciencia. Para la experiencia com­
pleta de un sentimiento es preciso una conciencia plena;
si no, es una masa de sensaciones que algunas personas
toman por sentimientos. U n paciente lo expresó así:
“ Las reacciones primales son más seguras que el LSD.
Cuando uno ha tenido un sentimiento durante una reac­
ción primal, puede durar una hora, y después uno pue­
de enganchar con acontecimientos de la propia vida, por
qué hizo esto y aquello, por qué criticó de este o de
otro modo a su amiga, y así sucesivamente. Con el LSD
yo seguía y seguía. N o podía concentrarme el tiempo
suficiente en algo. La droga producía al mismo tiempo
tantos impulsos, que un sentimiento incipiente llevaba a
otro en una cadena interminable, hasta que creí volver­
me loco.” Lo que decía, en efecto, es que las drogas
tienden a nublar la conciencia; incluso el LSD, que se
supone que acentúa la conciencia, produce un estado
drogado. Otro paciente que había tomado LSD observó
lo siguiente: “ Aun cuando sabía que tenía un senti­
miento bajo los efectos del LSD, me volvía hacia mi
amigo y decía: ‘¿Dije esto o me imaginé que lo de­
cía?’ ” En pocas palabras, no estaba seguro de lo que era
real aunque lo que estuviese diciendo y sintiendo podía
haberlo sido. La droga mitiga el pleno impacto de la
realidad.
Ninguna de las personas que habían tomado LSD an­
tes de la terapia primal dijo que hubiese llegado a
los sentimientos primales básicos bajo los efectos de la
droga. Por ejemplo, la horrible soledad sentida durante
338 E L G R IT O PR IM A L

una reacción primal, la soledad aparejada al recuerdo de


haber sido dejado solo en la cuna, nunca fue experimen­
tada con la droga. Ocurrían demasiadas cosas bajo el
efecto del LSD como para que uno pudiera volver paso
a paso a los primeros recuerdos dolorosos, e incluso con
la droga, los dolores primales realmente traumáticos se­
rán simbolizados.
L o que el L SD no hace, en resumen, es permitir que
se produzca el proceso concreto de desciframiento en el
que ciertos sentimientos se vinculan con recuerdos espe­
ciales y entonces se resuelven. El hombre del zumbido
en la boca había hecho diez viajes con el L SD y nunca
había sentido su significado verdadero. Fue necesa­
ria una reacción primal para establecer la conexión
correcta.
Esto no quiere decir que el L SD no produzca muchas
introvisiones que no se lograrían en condiciones comu­
nes. Pero esas introvisiones siguen siendo fragmentadas,
se ubican dentro de un sistema neurótico. Es como si
los terribles dolores físicos que muchos sufren bajo el
LSD y las introvisiones que más tarde tienen durante el
mismo viaje con la droga, nunca se relacionaran. El do­
lor primal es el intermediario que los mantiene sepa­
rados.
La afirmación de que el LSD no es necesariamente
psicotogénico (causante de psicosis) en las personas nor­
males, debe ser aclarada. Supongo que si se administra
suficiente LSD, se puede causar tal plétora de impulsos
en el cerebro que se produzca una desorientación abso­
luta y una momentánea psicosis. Pero la cuestión es que
este estado no durará más allá del efecto de la droga
en una persona normal, mientras que en el neurótico
puede tener un efecto permanente. Nunca insistiré bas­
tante en su peligro para el neurótico. Un solo viaje in­
clusive, aunque no produzca una psicosis, puede provo­
car una conmoción del mecanismo de defensa como pa­
ra dejarlo sensibilizado a situaciones posteriores que en
condiciones normales no lo hubieran afectado.
LAS D R O G A S Y LOS D R O G A D IC T O S 339

Algunos viajes con L SD son experiencias temibles o


muy depresivas. El sujeto está dominado por el temor a
los monstruos, o ve arañas que se le suben encima. Para
sacarlos del viaje, es preciso darles tranquilizantes como
la clorpromazina. En los hospitales psiquiátricos se usan
también ampliamente los tranquilizantes para reducir las
alucinaciones y las ilusiones. Lo que se tranquiliza en
estas situaciones es, a mi juicio, el dolor primal, redu­
ciendo así la necesidad de simbolizar. El tranquilizante
alivia la agitación del paciente y le da una posibilidad
de recobrarse, es decir, de volver a tapar el dolor y de
ese modo recobrar su neurosis. Los viajes malos con
LSD acercan al paciente peligrosamente al dolor.
Es posible que el primer viaje con L SD no sea malo,
porque las defensas funcionan. Pero la reiteración de los
viajes es como un asalto al mecanismo de defensa y
entonces pueden empezar las perturbaciones, porque
cuando hay dolor el viaje debe ser doloroso. N o es de
sorprender que después de un mal viaje el individuo no
esté dispuesto a probar de nuevo la droga y sin embargo
esté ya cerca de alcanzar lo real. Se detiene antes de
que ocurra, posiblemente porque siente que lo real y lo
irreal van juntos, y que cuanto más cerca se llega, más
lejos hay que volar. Los pacientes de la terapia primal al
final mismo del tratamiento suelen sentir que van a vol­
verse locos cuando deben despojarse del último jirón de
defensas contra el sentimiento total de soledad y deses­
peranza que siempre ha estado allí. Quizá no sea casual
que hayamos tenido buenos resultados con pacientes
que habían hecho malos viajes con el ácido antes de la
terapia.
Ando con cautela con los que han tenido siempre
buenos viajes porque esto significa que la escisión es tan
profunda que ni siquiera una droga poderosa puede
afectarla. La persona que no está cerca de sus senti­
mientos tenderá a tomar ácido o marihuana (o ambas
cosas) una vez tras otra en algunos casos, arrastrado
inconscientemente por la esperanza implícita de sentir
340 E L G R IT O PR IM A L

lo que ofrecen. Pero cada vez hará viajes neuróticos en


los que se encontrará en un jardín del paraíso, en una
selva verde, en un palacio azteca. La sustancia del viaje
simbólico no es esencial, salvo en cuanto puede remitir
indirectamente al dolor subyacente. Lo que debemos
recordar es que el viaje agradable para un neurótico
debe ser irreal, porque estimular los sentimientos en un
neurótico mediante el uso de drogas es estimular el do­
lor. La persona que hace un viaje agradable o místico
con la droga no hace más que lo que consigue sin dro­
gas el neurótico seudofeliz, efervescente (burbujeante de
tensión): pintar bonitos cuadros mentales para ocultar
lo que ocurre en su cuerpo y en los trasfondos de su
alma.

L a heroína

El LSD es una de las pocas drogas que estimulan la


sensibilidad. Muchas otras la amortiguan. Uno de los
amortiguadores más eficaces es la heroína. Se recurre a
la heroína cuando la neurosis no puede contener el do­
lor. La neurosis es el narcótico interno del no adicto.
El heroinómano por lo general no puede valerse de
sus defensas internas para contener la tensión. Tiene
que confiar en otra cosa para ayudarse: la jeringa. Se­
gún mi experiencia hay por lo general dos categorías de
heroinómanos. Predominan los sujetos sin vida, letárgi­
cos, completamente anulados por la tensión. Amortiguar
cada pulgada de sí mismos es calmar el dolor. La otra
categoría es la de los maníacos, los hiperactivos, los que
corren constantemente. Ambas clases de personas han
encontrado diferentes maneras de enfrentar un enorme
dolor. Ambos tienen que recurrir a las drogas cuando su
defensa ya no basta para aliviar la tensión. Algunos neu­
róticos se sienten mejor tomando marihuana, pero para
el heroinómano aquella droga es demasiado suave para
calmar el dolor. Es posible que el heroinómano haya
LAS D R O G A S Y LOS D R O G A D IC T O S 341

empezado con marihuana y que al resultarle insuficiente


haya pasado a drogas más fuertes. Otros, con defensas
aun más activas, probarán la marihuana y la encontrarán
suficiente. En todo caso, no es la marihuana lo que
conduce a la heroína, sino el dolor.
Pero el dolor no basta para explicar el uso de las
drogas. El medio cultural es indudablemente un factor.
Un individuo perturbado que se críe en Harlem, cerca
del escenario del jazz en que las drogas son un lugar
común, puede pasar fácilmente a la heroína. Pero el que
viva en una granja de Montana recurrirá al alcohol y a
las pendencias en los bares para librarse de la tensión.
La dinámica interna de ambos tipos de individuos puede
ser la misma; sólo la salida difiere.
La elevada tensión del drogadicto por lo general lo
mantiene en movimiento: no puede insistir en nada lo
suficiente como para tener éxito y su larga historia de
fracasos se ajusta a sus problemas. Una de las razones
por las cuales la terapia corriente no ha dado resultado
con los drogadictos quizá resida en que por lo común
son incapaces de soportar el largo y laborioso proceso
de la introvisión.
Como sabemos, la mayoría de los drogadictos no se
interesan demasiado en el sexo. La razón no es difícil
de descubrir. Los que sufren, trátese de males psicológi­
cos o físicos, no se interesan demasiado en el sexo. Los
analgésicos, al suprimir,el sentimiento, aumentan la ase-
xualidad. Sentir el dolor es ser capaz de sentir otras
cosas; matar el dolor es matar otros sentimientos, y el
sexo es una de las primeras víctimas.
La relación entre la adicción y la homosexualidad
latente se comprueba visitando un hospital especializa­
do, sobre todo en el caso de las mujeres. Muchas son
homosexuales o tienen una historia de tendencias homo­
sexuales contenidas. Una drogadicta lo explicó así:
“ Nunca deseé realmente a un hombre, pero seguí te­
niendo relaciones sexuales con ellos para no sentir lo
‘rara’ que era. Ahora sé que lo que necesitaba y quería
342 EL G R IT O PR IM A L

era una madre. Cuantas más relaciones sexuales tenía


con hombres, más trastornada y repugnada me sentía.
Necesitaba las drogas para poder seguir. Cuando en la
cárcel cedí al lesbianismo, necesité menos drogas.”
La temprana sexualidad compulsiva de esta mujer con
hombres, era su manera de negar sus sentimientos (su
necesidad de una madre). Mientras negó todas sus nece­
sidades, necesitó evidentemente drogas. Cuando pudo
ceder a salidas sustitutivas, su necesidad de drogas dis­
minuyó. A l ingresar en la cárcel, sin drogas para matar
sus sentimientos, sucumbió a la homosexualidad franca.
Una vez que sintió la necesidad de su madre en una
reacción primal, no necesitó ni drogas ni relaciones se­
xuales con otras mujeres.
Los que necesitan las anfetaminas y los que necesitan
narcóticos y barbitúricos, reflejan análogamente sólo
una diferencia en la dirección de la tensión. Los que
tienen una tensión profunda necesitan algo que la haga
irrumpir, y en los que ya se manifiesta, los que tienen
tensión ascendente, necesitan algo que los ayude a con­
tenerla. A veces la misma persona puede usar ambos
tipos en ciclos alternados: cuando la tensión estalla, usa
algo para calmarla; cuanto más contenido se siente, más
necesita los estimulantes de nuevo, y así continúa el
ciclo.
El drogadicto al que se le suprime la heroína cae en
algo parecido a una escena primal: calambres de estóma-
do, transpiración, convulsiones y dotor. Estoy seguro de
que inicialmente los síntomas que se presentan al retirar
la heroína son fisiológicos. Pero los heroinómanos que
han tenido reacciones primales creen que en gran medi­
da el síndrome del retiro de la droga es una reacción
primal. Lo que da tanta intensidad a la adicción es el
pozo primal del dolor. Si consideramos a la heroína
como una defensa, podemos entender cómo el individuo
tiene una reacción primal cuando se suprime dicha de­
fensa.
Como la heroína, la terapia primal mata el dolor ha-
LAS D R O G A S Y LOS D R O G A D IC T O S 343

ciendo que el drogadicto lo sienta. Según mi experien­


cia, el drogadicto es más fácil de tratar que muchos
tipos de neuróticos que han construido una red compli­
cada de defensas que deben ser desmanteladas. El trata­
miento del drogadicto es rápido y oportuno.
En la terapia primal hay una diferencia muy impor­
tante cuando se trata de un adicto. Debe ser cuidado y
vigilado constantemente durante los dos primeros meses
de tratamiento. Otros pacientes que han roto la barrera
de la sensibilidad pueden, bajo la tensión, volver a sus
síntomas, y tener jaquecas o asma quizá. Pero cuando el
drogadicto vuelve a su síntoma, por lo común es desas­
troso. Por más que prometa apartarse de las drogas o
incluso lo diga cuando las usa, todo eso no tiene senti­
do. Tuve en una ocasión a un drogadicto encerrado en
su cuarto los primeros días del tratamiento porque los
sanatorios corrientes no admiten esta clase de enfermos.
Después de una guardia de veintidós horas, se las arregló
para sacar los goznes de la puerta, trató de escapar y
conseguir droga. N o hay en la tierra nadie más ingenio­
so que un drogadicto.
Si conseguimos pasar el período inicial de tratamien­
to con un drogadicto, tenemos buenas posibilidades de
éxito. Pero yo recomendaría de diez a quince semanas
de encierro durante la terapia primal.

D iscusión

Algunos de los criterios corrientes para aplicar al tra­


tamiento de los drogadictos consiste en adoptar la línea
dura. Se lo avergüenza, se le trata de “ estúpido” , se le
pide que se comporte como un hombre. Estoy en desa­
cuerdo con este método porque pienso que muchos dro­
gadictos han tenido ya una vida bastante difícil como
para añadir más presión social. Posiblemente la presión
del grupo que se encuentra en algunos de los lugares
donde se trata la adicción, ayuda a descondicionar al
344 E L G R IT O PRIM A L

drogadicto, pero desde luego esa presión no toca las


grandes necesidades de amor del enfermo. Cuando el
dolor existe, todas las amenazas, todos los castigos del
mundo no sirven de nada. Cuando el dolor primal ha
desaparecido, ya no es necesario reprender a un adicto
o suplicarle para que modifique su comportamiento.
Tampoco creo que le ayude obligarlo a comportarse
“ como un adulto” . Muchos de ellos han sido obligados
a ser adultos antes de ser niños; lo que necesitan es
sentir como el niño dolorido en lugar de actuar como
adultos. Las presiones sociales y las amenazas, a mi jui­
cio, aumentan la autoprotección, no la disminuyen. M u­
chos drogadictos están preparados para un mundo duró.
De lo que no pueden defenderse es de la bondad.
Nadie se clava agujas en los brazos todos los días de
su vida porque sea débil o estúpido. Está enfermo, tiene
una honda enfermedad tan real y dolorosa como mu­
chas de las llamadas enfermedades físicas. El uso de las
drogas no es por lo común una elección frívola; es el
resultado inevitable del cuerpo sufriente que trata de
acomodarse, de hallar alivio a la enfermedad. La tentati­
va de moralizar y de explicarle al enfermo su mal es
como la tentativa de explicarle su dolor. Llamar “ estú­
pido” a un drogadicto sin proporcionarle las personas
que lo cuiden o lo entiendan, o un medio que le ofrez­
ca la protección que necesita contra el mundo doloroso
es, en mi opinión, garantizar simplemente la próxima
inyección.
Muchos centros privados y estatales para el tratamien­
to de drogadictos pueden exhibir excelentes resultados
—elevados porcentajes de personas con muchos años de
adicción que funcionan bien en sus trabajos y en el
matrimonio— y desde luego obtienen mejores resultados
que los centros federales en que el promedio de recidiva
en las drogas es del 80 y 90 por ciento. Me parece
importante que el drogadicto no use drogas peligrosas;
cualquiera que sea la forma en que esto se obtenga, es
útil. Pero la falta de uso no me parece una curación.
LAS D R O G A S Y LOS D R O G A D IC T O S 345
Aunque un heroinómano haya cambiado la heroína por
una adicción más “ saludable” como los cigarrillos y el
café (que por lo común consumen en grandes cantida­
des cuando dejan la heroína), sigo considerándolo un
drogadicto: siempre habrá una elevada tensión que está
esperando a que el sujeto afloje. Mientras pueda trabajar
mucho, fumar para disipar el dolor y contar con el
apoyo de quienes lo rodean, es posible que se mantenga
apartado de las drogas durante años y quizá para siem­
pre. Pero cualquier cambio de esas salidas puede hacer
que el dolor (que está siempre ahí) surja, y que el resul­
tado sea la adicción.
El tiempo que dure la abstención de las drogas no
informa sobre las posibilidades de adicción. En un me­
dio que lo apoye, el sujeto con una elevada tensión
puede mantenerse permanentemente apartado de las
drogas. Otros con un grado inferior de tensión pero que
son devueltos a la calle, pueden empezar a doparse in­
mediatamente. Casi todos los días recibo llamados de
hombres y mujeres que se han pasado años encerrados y
han vuelto a la droga casi inmediatamente, a pesar del
programa de psicoterapia intensiva que se aplica en el
régimen de prisión para drogadictos de California.
Si bien los asilos para drogadictos que ahora florecen
en todo el país sirven al útilísimo propósito de mante­
ner a los individuos separados de la adicción fisiológica
y al de ayudarlos a funcionar en sociedad, este criterio
sigue pareciéndome de “ misionero” . El drogadicto es
tomado a cargo por personas bien intencionadas, llenas
de ideas sobre el buen comportamiento y el malo. Qui­
zá sea lógico para ellos considerar que el drogadicto es
más un estúpido que un enfermo, pero si la adicción es
una enfermedad, es preciso explorar sus causas, ir más
allá del mero comportamiento superficial.
346 E L G R IT O PR IM A L

L a marihuana

La marihuana tiene un efecto distinto de la heroína.


Esta reduce o “ mata” el dolor, narcotiza al sujeto con­
tra los sentimientos dolorosos. Los efectos de la mari­
huana dependen de tres factores: 1) la dosis (cantidad
que se fume); 2) la profundidad del sistema de defensa;
y 3) la cantidad de dolor primal que ese sistema de
defensa proteja. Con dosis suficientemente grandes de
marihuana se puede producir una reacción compleja se­
mejante casi a la del LSD, con alucinaciones e ilusiones.
Esto ocurre si hay un gran dolor subyacente que exige
una gran huida simbólica o si el sistema de defensa es
particularmente vulnerable.
N o es raro, por ejemplo, que alguien que ya ha toma­
do LSD haga de nuevo un viaje pasando a un estado
psicòtico momentáneo (y a veces no tanto) con el uso
subsiguiente de la marihuana. El viaje original con LSD
sería el principal asalto importante contra el sistema de
defensa, que acerca al sujeto a su dolor; el uso subsi­
guiente de la marihuana puede derribar todo el sistema
neurótico. Por eso el uso continuo tanto del L S D como
de la marihuana son peligrosos. Una paciente que des­
pués del LSD había tomado marihuana, empezó a te­
ner un miedo obsesivo de ser dividida en dos por una
navaja. Después empezó a temer constantemente que la
cama la envolviera mientras dormía. Esos símbolos se
volvieron compulsivos y obsesivos porque el sistema de
defensa contra el miedo había quedado debilitado por
las drogas. Pronto esos temores se hicieron tan insisten­
tes que fue necesario una reacción más simbólica y la
persona quedó completamente aniquilada.
Por lo general, los viajes con marihuana son agrada­
bles porque bajo los efectos de la droga el sistema de
defensa sólo “ se pliega” pero no se sacude como con
dosis fuertes de LSD. El sujeto puede experimentar eu­
foria o sensaciones místicas las primeras veces que la
toma. En su momento a esto seguirá algo más serio y
LAS D R O G A S Y LOS D R O G A D IC T O S 347

desagradable. Los pacientes primales privados de su me­


canismo de defensa no toleran fumar marihuana. Re­
cuerdo un estudiante universitario que casi al final de la
terapia aspiró de mala gana cuatro o cinco bocanadas de
un cigarrillo de marihuana que le habían ofrecido. Po­
cos minutos después se encontró en el dormitorio con
una reacción primal. Le sorprendió lo ocurrido porque
antes de la terapia había sido un consumidor habitual
de marihuana y podía fácilmente fumar dos cigarrillos y
sentirse sólo “ suelto y divertido” . La falta de un meca­
nismo sólido de defensa había cambiado todo.
El neurótico “ medio” , al probar marihuana por pri­
mera vez, puede fumar una buena cantidad sin sufrir
más que cambios fisiológicos: mareos y palpitaciones.
Otros tienen reacciones de ansiedad desagradables. Pero
las respuestas a la droga, cualesquiera que sean, no de­
penden sólo de la química. En el caso de la marihuana,
la persona bien defendida en el primer viaje puede dis­
minuir sus defensas lo suficiente como para que su do­
lor surja, pero no lo bastante como para que el sistema
se vea amenazado; sólo se producirán sentimientos de
ansiedad por encima de extrañas y nuevas sensaciones.
Lo mismo ocurre con una droga mucho más familiar:
la cafeína, el estimulante que se encuentra en el café.
Por lo general no nos consideramos adictos a la cafeína,
pero hay muchas personas que no logran funcionar to­
das las mañanas sin café. Una persona muy amodorrada,
como el heroinómano, puede tomar fácilmente diez tazas
de café sin notar el efecto. Pero los que han terminado
la terapia primal se sienten extremadamente agitados
con una o dos tazas. Casi todos dejan de tomar café; sin
la intervención de un mecanismo de defensa, cualquier
elemento químico tiene un efecto directo y potente so­
bre el cuerpo.
A sí vemos que el sistema de defensa puede determi­
nar en gran medida nuestra reacción a las drogas, por­
que filtra, suaviza o bloquea los estímulos internos y
externos. Ese proceso de reacción interno-externa es in-
348 E L G R IT O PR IM A L

terdependiente. N o se puede defender el yo interior y


ser directo en la vida exterior; no se puede ser psicológi­
camente real y no experimentar los efectos potentes y
directos de las drogas como la cafeína o la marihuana.
Ser irreal significa ser orgánicamente irreal; ser real sig­
nifica ser orgánicamente real.
Creo que muchos adictos a la marihuana tratan de ser
reales, pero lo buscan de una manera irreal. En cierto
sentido, el “ elevarse a las alturas” es simbólico. Significa
ejecutar los gestos de la liberación y la libertad. Pero la
verdadera liberación significa sentir el yo doloroso, no
liberar temporariamente mediante drogas al yo de la
opresión del sistema irreal.
La diferencia entre el verdadero heroinómano y el
adicto a la marihuana en general es que para este último
la marihuana no es la principal o única defensa. Tiene
otras que lo ayudan a seguir, aunque con tensión. Pero
el heroinómano ha huido de las defensas. La heroína es
la única, y debe tenerla para funcionar. En general el
adicto a la marihuana es mucho menos reprimido (sufre
menos dolor) que el heroinómano. La marihuana ayuda
a disminuir la represión de m odo que el individuo siente
a menudo una apertura de todo el sistema sensorial;
puede oír matices de una grabación o ver los exquisitos
colores de un cuadro. Este proceso también produce
introvisiones, cosa que no ocurre con la heroína. Un
paciente recordaba así un viaje con marihuana antes del
tratamiento primal: “ Bajo los efectos de la marihuana,
recordé de pronto a mi gente riéndose de la forma en
que yo decía ‘cielo’ cuando era chico. Solían llamarme
para que recitara delante de los parientes. Me hacían
repetir: ‘Titila, titila, estrellita’ repetidas veces mientras
se reían sin parar. Bajo el efecto de la droga comprendí
que desde aquel momento había tenido miedo de hablar
en público” .
Esta introvisión procedía de un recuerdo contenido
que la marihuana había permitido aflorar a la concien­
cia. La escena era penosa y en circunstancias ordinarias
LAS D R O G A S Y LOS D R O G A D IC T O S 349

no hubiera sido recordada. Una vez consciente, era po­


sible conectar el comportamiento actual con el dolor
pasado. Esa es una introvisión. Si ese mismo recuerdo
apareciera durante una reacción primal, el dolor sería
agudísimo y las introvisiones más abundantes y acom­
pañadas por todo el cuerpo.
N o es un secreto que hoy muchos jóvenes se sienten
atraídos por la marihuana. Por alguna razón la sociedad
ha decidido que la manera de resolver el problema es
condenar la droga en lugar de buscar las causas por las
que se la usa. Pero muchas veces si el neurótico toma
marihuana es porque sentir hace bien. La marihuana
produce, aunque en menor escala, el mismo efecto que
el LSD : estimula la sensibilidad. Muchos jóvenes no co­
nocen honradamente otra manera de llegar a sentir, sal­
vo mediante las drogas. Debido a tempranas expe­
riencias que los anularon, han tenido que recurrir a las
drogas. La cuestión no reside en aquello que los hace
funcionar. El problema reside en lo que los ha anulado.
L o que le ocurre a mucha gente con el uso de la
marihuana y el despertar de sentimientos es que las de­
fensas se agrandan. La persona empezará a reírse es­
truendosamente (porque puede sentir, aunque no sea el
sentimiento real) o a comer vorazmente. Lo que en
esencia hace la droga es volver a colocar a la persona en
su cuerpo. Esa risa incontrolable, por ejemplo, es una
experiencia corporal mucho más plena para muchos
neuróticos que la risa sin la drogi'. Pero los pacientes
postprimales ya no necesitan marihuana o drogas para
sentir su cuerpo, lo cual me parece una solución mucho
mejor para el problemas de las drogas.

E l exceso de com ida

Sitúo el exceso de comida entre las adicciones porque


la persona que debe comer continuamente usa por lo
general el alimento como un factor de relajación, a se­
350 EL G R IT O PR IM A L

mejanza de la administración continua de drogas tran­


quilizantes. El sujeto suele comer no por hambre sino
movido por un impulso incontrolable que habitualmente
lo arrastra cuando está solo y debe pasar el tiempo
consigo mismo. La grasa causada por el exceso de ali­
mentación parece formar literalmente una capa aislante
contra el dolor. Por este motivo los obesos suelen ser
pacientes difíciles para la terapia primal.
Me he referido ya a la tensión ascendente y descen­
dente. Esto se observa sobre todo en el tratamiento del
obeso o de la persona con exceso de peso. Muchos de
ellos no son particularmente ansiosos cuando vienen a
someterse a la terapia. Han mantenido dormido el dolor
a fuerza de atiborrarse de drogas, alcohol o comida. Lo
que hacen es rellenar el yo real, tapar los sentimientos
reales que pueden surgir cuando no existe la protección
del alimento. Esta es la tensión descendente. En general
no es sentida como tensión; más bien se presenta como
una sensación de mordisqueo o de vacío que se enmas­
cara de hambre. Una paciente explicó: “ Y o usaba la
comida para devorar la tensión que me destruía. Mi vida
estaba planeada para la próxima comida. Había tan po­
co en mi familia que la comida tenía que hacerlo todo
por mí. Era lo único agradable que me daba mi madre” .
Comía para no sentir cuán desagradable era su vida de
familia.
La tensión ascendente se presenta cuando el comilón
se ve privado de la defensa de la comida por cualquier
período de tiempo. Por ejemplo, durante la primera se­
mana de la terapia cuando no se le permite tomar mu­
cho alimento, y al mismo tiempo el terapeuta debilita
sus defensas, está muy ansioso. Empieza a soñar como
nunca, no puede quedarse quieto y pronto será incapaz
de comer aunque quiera. Esto se debe a que sus senti­
mientos nacientes son tan poderosos que inhiben la in­
gestión de alimento. Perderá bastante peso durante las
primeras tres semanas sin ningún esfuerzo.
Cuando se come más de lo debido, es evidente que lo
LAS D R O G A S Y LOS D R O G A D IC T O S 351
que se come no es alimento sino algo simbólico. Algu­
nos pacientes hablan de llenar el vacío interior para no
sentir el vacío de la propia vida. Otros creen que el
niño frustrado que llevan dentro aún tiene necesidades
orales que deben satisfacerse. Como dijo un paciente:
“ Com o para ese pobre chico despojado” .
Pero comer en exceso no es una satisfacción de vagas
necesidades orales psicológicas. Cada gordo tiene una
constelación particular que lo ha llevado a su estado.
Una persona puede comer demasiado por haber sido
privada del pecho materno, otra porque la comida era la
única satisfacción de su infancia. Diversas dinámicas lle­
van al exceso de comidas.
L o esencial es recordar que el comer (como la sexua­
lidad compulsiva) es la salida de muchas clases de nece­
sidades. El alimento calma dolores que pueden no estar
en relación con la privación de comida a una edad tem­
prana; por eso ocuparse de esos problemas de alimen­
tación suele ser una terapia inútil. Se puede elegir la
comida en lugar del alcohol y las drogas para calmar el
dolor a causa de la subcultura en que ha crecido el
individuo que puede otorgar más importancia al hecho
de comer, aunque imponga fuertes prohibiciones al al­
cohol. El neurótico tiene falsas necesidades. Ocuparse
de seudonecesidades terapéuticamente significa no ocu­
parse de las verdaderas.
Por ejemplo, una paciente contó que de pronto había
empezado a comer la semana anterior. Había tenido un
sueño: “ Mi madre flota en el cielo con un cuchillo de
carnicero en la mano, dispuesta a clavármelo. Estoy ate­
rrada y trato de escapar. Hago como que no soy yo
—sólo un monstruo feo—, pero es inútil. Está a punto
de atacarme cuando me despierto” . La hago hundirse en
el sentimiento mientras lo cuenta como si estuviera ocu­
rriendo en el momento. Vuelve a experimentar el terror
y entonces ve todo el cuadro: Su madre era muy posesi­
va con el padre. La madre quería ser la chiquilla linda y
vivaracha que por su atractivo retuviera la atención del
352 E L G R IT O PR IM A L

marido. Muy temprano la paciente empezó a sentir que


su madre no quería que ella fuese bonita y acicalada.
Para contrarrestar los celos de la madre, la niña engordó
y así quedó durante casi toda su vida. Había sentido la
actitud competitiva de su madre y su grito primal fue:
“ ¡N o te enojes, mamá, no te quitaré a papito! ” , senti­
miento que representaba con su obesidad. Siendo gorda
y fea negaba los miedos de su madre, y cuando este
sentimiento amenazó con asomar a la superficie, duran­
te la semana anterior, empezó a sobrealimentarse de
nuevo para evitarlo. Un gran peligro para su existencia
era, pues, ser proporcionada y acicalada. La deformidad
era su defensa y no hubo terapia ni dieta que pudiera
modificar radicalmente el exceso de peso mientras no
experimentó los sentimientos centrales.
Despues de pasar por esta experiencia primal, la pa­
ciente pudo recordar los comienzos de su vida, cuando
era activa y vivaz. Comprendió que su madre no quería
que ella fuese así y casi metódicamente empezó a qui­
tarle vitalidad. Ella lo aceptó y pronto empezó a hundir
todo dentro de ella, con ayuda de la comida. Después
de la reacción primal, perdió peso sin esfuerzo.
Esta reacción primal indica lo complejo que puede
ser el problema del exceso de peso. Algunas mujeres
temen parecer atractivas por la actividad sexual a que
esto podría llevarlas. Otras comen porque tienen a su
disposición comida y no amor. Algunos neuróticos co­
men para no sentir que nadie los saciará. Se sacian para
no sentirse insatisfechos. Por no haber tenido lo que
necesitaban al comienzo de la vida, llegan a creer que lo
que quieren es alimento. Una paciente explicó así su
sobrealimentación: “ Nunca viví con mi cuerpo, porque
había allí demasiado dolor de insatisfacción. Entonces
viví con la cabeza y llené de comida mi cuerpo para
calmar el dolor atenaceante.”
Según un dicho conocido, hay un flaco dentro de
cada gordo. Es otra manera de decir que hay una perso­
na real dentro de toda persona irreal. El gordo presenta
LAS D R O G A S Y LOS D R O G A D IC T O S 353

literalmente una fachada irreal ante el mundo, prueba


de un yo irreal que trata de proteger y aislar al yo real.
He comprobado que cuanto más normal es el cuerpo,
más cerca está el neurótico de su realidad y su dolor.
Por lo tanto, lo primero en el tratamiento primal del
sobrealimentado es hacerlo ayunar y quitarle la fachada
irreal. Durante ese período debe ser vigilado casi con la
misma atención que un drogadicto, porque esa fachada
de gordo era necesaria para su disfraz psicofísico. Es
muy probable que trampee con la dieta, así como el
drogadicto trata de conseguir drogas cuando empezamos
a destruir sus defensas.
El sobrealimentado correrá peligro mientras no sean
sentidas casi todas sus necesidades reales. Una paciente
me dijo: “ Si adelgazara y la vida no fuese mejor que
cuando era gorda, realmente perdería toda esperanza.
De gorda tenía una esperanza: ser delgada. Más aun, yo
sentía que mi gordura era lo que la sociedad rechazaba,
y no yo misma” . La esperanza contenida en la obesidad
varía según las personas. Una muchacha esperaba el día
en que fuese tan gorda que su madre reconociera al fin
que algo no andaba bien y le ofreciese ayuda. Otro dijo
que debía tener algo que buscar y que eso era la comi­
da. Fuera de las comidas su vida era completamente
estéril.
La necesidad compulsiva de algo poco tiene que ver
con el objeto mismo (en este caso la comida). La única
manera de detener un apetito voraz es librarse de esas
viejas necesidades.

En un libro sobre la obesidad escrito por un conoci­


do médico se dice que hay que educar al paciente ense­
ñándole a alimentarse bien. Debe aprender el valor caló­
rico de cada alimento y aun entonces, continúa en tono
lúgubre, deberá vigilarse por el resto de sus días. Mu­
chos de mis pacientes conocen de memoria el valor ca­
lórico de los alimentos y corren al refrigerador todas las
noches con las estadísticas bailándoles en la cabeza. La
E L G R I T O PRIM AL

presteza con que se apoderan de cada nueva dieta que


aparece —esa manera especialmente indolora de perder
peso— prueba su esperanza irreal.
Mientras el sobrealimentado pueda atenerse a comidas
y dietas, no tiene que enfrentar lo que anda realmente
mal. Por eso no puede dar resultado ningún enfoque
parcial del problema de la obesidad que parta de la
escisión. Los que lo enfocan desde el punto de vista de
la dieta, con píldoras, inyecciones y técnicas especiales,
se ocupan sólo del cuerpo. El enfoque puramente psico­
lógico, por otra parte, también es equivocado.
Un método que no sea psicofisiològico a la larga no
dará resultado. Un colega que trabaja con un equipo de
médicos dietistas me dijo que la recaída eventual en la
obesidad entre sus pacientes es aproximadamente la mis­
ma que la recidiva entre los drogadictos.
20

L A PSICOSIS: C O N D R O G A S O S IN E L L A S

Mi experiencia me ha llevado a la conclusión de que


no existe el llamado “ proceso psicótico” latente, ni ex­
traños misterios escondidos en lo que Aldous Huxley ha
llamado los “ Antípodas de la Mente” . En el fondo de
cada neurótico hay una realidad dolorosa: la cordura
(cuando es sentida). La locura, en este sentido, es una
defensa contra esa realidad aplastante. La gente se vuel­
ve loca para no sentir su verdad. Esto es lo contrario de
muchas teorías psicológicas que consideran al hombre
como intrínsecamente irracional, controlado sólo por la
sociedad. Todo lo irracional, los sueños, las alucinacio­
nes, las ilusiones, me parecen armaduras para mantener­
nos seguros en funciones.
En cuanto a la gravedad de la psicosis, si el yo no ha
tenido seis o siete años para solidificarse antes de que se
produzca la escisión, cabe esperar un yo o ego, como
saben los freudianos, débil. Si se continúa negando al
niño apoyo y amor y no tiene salidas para las heridas
dolorosas, esos saltos a un yo ya debilitado darían por
resultado un fuerte yo irreal que protege al niño inde­
fenso. Entonces el yo irreal predomina, protegiendo al
niño pero conduciéndolo a la psicosis. Este predominio
del yo irreal (el yo insensible) explica la inercia que
observamos en los neuróticos muy reprimidos y en los
psicóticos. Están literalmente más muertos que vivos.
La psicosis es, pues, un ahondamiento de la escisión
neurótica que produce una existencia de otra calidad.
356 E L GR IT O P RIM A L

La prueba gráfica de la escisión es la paranoia, en que la


persona ya no puede contener la disociación que hay
dentro de ella y es incapaz de seguir usando el cuerpo
como defensa. Entonces proyecta sus sentimientos fuera
de sí mismo, poniendo sus pensamientos en la cabeza
de los demás o imaginando que están conspirando con­
tra él o controlando sus pensamientos.
Aunque el contenido de la paranoia difiere en cada
individuo, el proceso es el mismo: proteger a la persona
contra el dolor intolerable. Por ejemplo, la persona que
no puede soportar el sentimiento de su terrible soledad,
conjurará a alguien que está siempre vigilándolo. Lo que
piensa el personaje imaginario simboliza los sentimientos
del enfermo. Por ejemplo, el paranoico puede creer que
una camarera está pensando algo malo de él. Quizá du­
rante la infancia sus padres hayan pensado constante­
mente mal de él, de modo que ha aprendido a ser cau­
teloso para protegerse de golpes psicológicos. Esa cau­
tela habrá continuado haciéndole esperar un daño aun
cuando no exista; así la memoria del pasado sobre-
impuesta al presente da a sus reacciones actuales carac­
terísticas raras. Esa rareza es la incapacidad para dis­
tinguir el pasado del presente, lo interno de lo externo.
N o es demasiado ilógico que alguien espere que lo
hieran cuando han abusado constantemente de él en la
infancia. El paranoico no sabe que está respondiendo a
su memoria. Sus ilusiones son reales. Son recuerdos re­
primidos y proyectados en el mundo, el dolor hecho
real. ¿Ve gusanos trepando por una pared? Sólo si esto
tiene un significado interno.
Cualquiera que sea el contenido paranoide, habi­
tualmente lleva implícito el ver u oír cosas afuera que
aliviarán el dolor de adentro. La herida debe ser muy
intensa para forzar a una persona a poner tanta distan­
cia entre ella misma y sus sentimientos. A menudo las
ilusiones paranoides tienen un poder explosivo: el enfer­
mo imagina que alguien tiene un látigo con el que pue­
de literalmente fustigar su mente. Pero ese poder puede
LA PSIC OSIS : CON D R O G A S O SIN E L L A S 357

ser el de sus sentimientos puestos fuera de él para su


seguridad y para protegerlo del peligro interno.
El paranoico sigue en cierto modo conectado con sus
sentimientos. Por lo menos sus ilusiones tienen cierta
organización propia, a diferencia de otros tipos más de­
sintegrados de psicóticos que parecen hablar una je­
rigonza.
El paranoico todavía es capaz, en líneas generales, de
establecer un contacto. Puede hablar del precio de los
tomates, o citar los puntajes del campeonato mundial.
Sólo asomará su extravagancia cuando la parte tocada
sea la del yo tapado. Con arreglo a la teoría primal,
cuando se ponen de relieve los sentimientos reales, el
sistema irreal debe precipitarse a cambiarlos en sím bo­
los. Aunque el paranoico sea preciso cuando se trata del
puntaje de un partido de fútbol, una simple transacción
con un heladero puede ponerlo ansioso por imaginar
que el hombre que le vende el helado está conspirando
en secreto para dañarlo. La razón de que el paranoico
vea a menudo conspiraciones secretas antes que algo
abierto es, creo, una parábola de su propio secreto y
de sus sentimientos desconocidos. Proyecta el secreto
“ afuera” , con lo cual ahora puede concentrarse en algo
que le exige cautela. Es análogo al neurótico, sólo que
el núcleo de su miedo —su fobia - es un poco más
plausible.
Para entender bien las alucinaciones y las ilusiones,
hay que comprender la profundidad del terror primal,
un terror que casi nunca vemos porque lo mantenemos
controlado gran parte del tiempo. En general lo contro­
lamos envolviéndolo en una ideación consoladora. T o­
memos un ejemplo común: la creencia en el más allá
para hacer que la muerte sea menos definitiva e irrevo­
cable. Ahora no consideramos psicòtica la creencia en el
más allá porque ha sido institucionalizada socialmente.
Pero si la mayoría de las personas, o muchas, no creye­
ran en un más allá, ¿qué pasaría? Esta creencia irracio­
nal, “ irracional” porque no se basa en nada compro­
358 E L G R I T O P RIM A L

bable, puede existir en una persona que por otro lado


es eminentemente racional, pero que a causa del terror
primal se ve obligada a tejer una tela irracional para
mantener en jaque al sentimiento. Para conciliar la in­
congruencia visible de sus ideas racionales e irracionales
coexistentes, desarrollará otra noción irracional: la de
que existe en todos nosotros un lado “ oscuro” o “ irra­
cional” que desafía la razón y la explicación.
¡Toda esta superestructura ideológica sólo para no
experimentar el sentimiento real!
La extrañeza de la ideación (ilusión) o de la percep­
ción (alucinación) dependerá de la profundidad del te­
rror. Cuanto mayor sea el miedo, más forzado el razo­
namiento para taparlo. Mientras los sentimientos en
cierto modo puedan ser pensados, la mente podrá man­
tenerse en orden y bajo control. Cuando por una u otra
razón el sujeto no pueda ordenar u organizar sus senti­
mientos, se acercará a su terror.
El dolor del psicòtico es inmenso porque su yo real,
así como el irreal, no ha sido aceptado. L a persona ha
tenido pocos recursos a comienzos de su vida, salvo el
de retirarse del mundo. Si hubiera de caracterizar con
una frase la diferencia entre el neurótico y el psicòtico,
yo diría que el neurótico ha encontrado una manera de
ponerse cómodo en el mundo (su fachada le permite
seguir); nada puede poner cómodo al psicòtico, nada
funciona.
Lo que ocurre cuando una persona se vuelve paranoi­
ca es que, por razones de tensión, el yo irreal ya no
puede mantenerse entero y se “ hace pedazos” . Esto
ocurre cuando la mente no puede seguir conteniendo
los sentimientos del cuerpo. En ese punto la psiquis se
reconstruye en un nuevo nivel psicòtico. Com o dijo un
paciente: “ Uno se vuelve loco cuando no puede seguir
haciendo funcionar la neurosis” .
El hecho de que el paranoico hable a menudo con­
sigo mismo y responda a ese yo, indica la escisión a que
me he referido de un yo que habla con otro. El neuró­
LA P S IC O S IS : CON D R O G A S O SIN E L L A S 359
tico es habitualmente capaz de mantener este diálogo
dentro de su cabeza. El psicótico no es tan afortunado.
Un paciente que había sido paranoico se refiere a esto:
“ En mis primeros años de vida dejé de escuchar las
mentiras de mis padres y empecé a oír sólo cuando
quería. Mi oído para las cosas exteriores empezó a ce­
rrarse, literalmente, tanto que pensé que me estaba po­
niendo sordo. Muy pronto empecé a oír sólo mis pro­
pias invenciones: voces. Después de la reacción primal,
mi oído se abrió de nuevo. Descubrí que ya no podía
escuchar las cosas tal como eran en mi juventud, sino
sólo tal como yo las había hecho” .
La dialéctica de la paranoia, como en todo compor­
tamiento irreal, consiste en que cuanto más nos acer­
camos a la verdad dolorosa, más lejos debemos huir. De
modo que hay varias distancias de la realidad. Van de la
mala interpretación de lo que se ve al hecho de ver lo
que no está. Según la teoría primal, cuanto más cerca se
está de los propios sentimientos, más cerca se estará de
la realidad exterior, con más agudeza se verá en los
demás y en los fenómenos sociales. Cuanto más blo­
queada esté la realidad interior, más errada será la per­
cepción social. Entonces el paranoico, en su desesperada
huida de su verdad, debe modificar su realidad exterior
de una manera a menudo extraña.
El verdadero contacto con la realidad es siempre un
proceso interior; las defensas se establecen contra el
mundo interior, no contra el exterior. El esquizofrénico
no está aterrado de los demás; los demás ponen de relie­
ve los temores a sus propios sentimientos. Después de
una reacción primal, los pacientes se tocan la cara o
tocan un mueble, por ejemplo, y observan que es como
si hubieran tocado y sentido la realidad (la realidad exte­
rior) por primera vez.
Las proyecciones paranoicas nos dan indicios de lo
que yace en el pozo primal. Pero analizar esas proyec­
ciones simbólicas, llegar al interior del sistema ilusorio,
fingir con el paciente o tratar de sacarlo con engaños de
E L G R I T O P R IM A L

su ideación paranoica irreal no puede, a mi juicio, dar


resultados útiles. A l paranoico, como a cualquier ser
humano enfermo, no se le puede explicar su dolor.
En la medida en que las categorías de diagnósticos de
los psicóticos (catatónicos, esquizofrénicos, maníaco-
depresivos y paranoicos) no influyen m aterialm ente en
la clase de tratamiento que reciban, ese diagnóstico será
en general inútil. Si el individuo puede establecer un
contacto interpersonal, probablemente sea posible tra­
tarlo.
El concepto de la neurosis y la psicosis como defensa
es esencial. Se produce un momento crítico cuando se
despiertan los sentimientos, y la persona puede sentirlos
o negarlos y enfermarse mentalmente en el proceso. El
niño pequeño niega sus sentimientos —su yo real— y se
convierte en otro, el que sus padres esperan que sea. Su
neurosis es una defensa. El adulto que niega sus senti­
mientos primales también puede destruirse y convertirse
en otro; pero ese otro estará totalmente en desacuerdo
con la realidad: Napoleón, Mussolini, el Papa. Una crisis
nerviosa es análoga a una reacción primal sin el terapeu­
ta. Es empezar a experimentar los sentimientos primales
y huir aterrado a un lugar mental irreal. Una reacción
primal es esa misma quiebra de las defensas que deja
salir e l sentim iento.
Si el niño tuviera alguien a quien volverse con sus
sentimientos primales, alguien que lo ayudara a enten­
der lo que está sintiendo, alguien que lo apoyara, habría
posibilidades de que no se dividiera en otro que no es.
Análogamente, cuando el adulto tiene a alguien a su
lado que lo ayuda a sentir y a entender sus sentimientos
y que lo apoya en todo el proceso, no hay manera de
que la escisión mental se transforme en psicosis. Sólo se
hundirá en sí mismo, lo cual equivale a la salud, no a la
enfermedad.
21

C O N C L U S IO N E S

Qué asombroso me resulta descubrir que el


lenguaje de mis sentimientos y el de mi intelec­
to me han estado diciendo lo mismo de diferen­
tes maneras. Qué ejemplo de la división entre la
mente y el cuerpo, la sensibilidad y el pensa­
miento. . . N o ser capaz de comprender p or no
sentir; no ser capaz de sentir por no entender,
m iedo a lo desconocido.
B A R B A R A , una paciente.

La terapia primal es esencialmente un proceso dialéc­


tico en que el individuo madura cuando siente sus nece­
sidades infantiles, recobra el calor cuando siente el frío,
se vuelve fuerte al sentirse débil, reviviendo el pasado
vuelve plenamente al presente y al sentir la muerte del
sistema irreal retoma a la vida. Es lo contrario -de la
neurosis en que el individuo tiene miedo y se comporta
como un valiente, siente poco y actúa mucho, continua­
mente representa el pasado en el presente.
Creo que la terapia primal funciona porque el pacien­
te tiene al fin una posibilidad de sentir lo que ha estado
representando de mil maneras durante toda su vida. Y a
no tiene que actuar como un adulto, controlándose;
puede ser lo que nunca se le había permitido ser, decir
lo que nunca se había atrevido a pronunciar. Sostengo
que la enfermedad es la negación del sentimiento, y que
el remedio es sentir.
El sistema irreal era necesario al comienzo de la vida,
362 E L G R I T O P R IM A L

pero nos estrangula y nos desvía después. N o nos permi­


tirá descansar o dormir sin terror o tensión. Este siste­
ma irreal es el que debe administrar tranquilizantes al
sistema real para impedirle gritar en un momento de
descuido. El sistema irreal es el que rellena al real de
alimentos que no quiere ni puede digerir. Es el que
arrastra al sistema irreal a un círculo interminable de
trabajo y proyectos. De una manera metódica, está ma­
tando literalmente al individuo. Entretanto, suele hacer
bien su trabajo. Mantiene a distancia el dolor, envol­
viendo al yo sensible en un caparazón tal que no puede
sentir nada. La vida es un proceso de gestos que llevan
a la muerte, con la sensación desesperante de que el
tiempo corre y todavía no hemos empezado a vivir.
M ientras se deje subsistir una parte del sistema irreal,
conservará su vig or y sofocará el sistema real. Es total
en todo el sentido de la palabra, e insisto en esto por­
que muchas terapias serias se ocupan de fragmentos de
neurosis en la creencia de que son entidades en sí mis­
mas, sin relación con un sistema. Así hay clínicas para
fumadores y bebedores, hospitales especiales para dro-
gadictos, institutos de dietética, métodos de hipnosis, de
condicionamiento de síntomas mediante el uso del
shock o la recompensa, terapias de meditación y tácti­
les.
Para la terapia primal debe desarraigarse todo el siste­
ma. En caso contrario, veremos a un padre en una clíni­
ca de orientación jurando que se portará bien con su
hijo delincuente, que le dedicará más tiempo y dejará
de criticarlo, y así lo hará. . . durante seis meses, antes
de volver a su neurosis. O un sujeto perderá muchos
kilos en una clínica dietética, para recuperarlos en po­
cos meses. Los neuróticos pueden a veces reacondicio-
nar la fachada (esto es literal en el obeso) por un tiem­
po, pero a la larga la neurosis gana.
Esta terapia se ocupa del sentir. N o nos ocupamos
simplemente de lo que sentimos hoy, sino de aquellos
viejos sentimientos que nos impide sentir el presente.
C O N C L U S IO N E S 363

Buscamos el s e n tim ien to de los sentim ientos, algo que


el neurótico ha dejado atrás pero que se entromete to­
dos y cada uno de los días de su vida, los sentimientos
que dicen “ Papito, sé bueno. Mamá, te necesito” .
Esos sentimientos primales son los que se sobreim-
primen en la vida diaria y producen perturbación per­
manente. Son los sentimientos que ocasionan malos sue­
ños, impulsan a las gentes a hacer matrimonios apresura­
dos (desposamos la lucha) o producen poderosos impul­
sos perversos. Son los sentimientos intocados por se­
senta o setenta años de experiencia vital. La curación
sólo exige sentirlos.
Por curiosa contradicción, el neurótico, atrapado en
el pasado, no tiene pasado. Está separado de él por el
dolor primal. De modo que debe representar continua­
mente su historia día tras día. Por este motivo, no cam­
bia demasiado en toda su vida. Es el mismo a los cua­
renta años que a los doce, teje y desteje su lucha, ejecu­
ta sus rituales neuróticos, expresa su neurosis en cada
palabra que dice, encuentra nuevas fuentes para recrear
la temprana situación de familia de sus primeros tiem­
pos.
El hombre normal tiene una historia, una continuidad
del yo en que el dolor no ha establecido un corto cir­
cuito. Tiene todo de sí mismo. Como el neurótico, es
arrastrado por su pasado, su desarrollo --tanto mental
como físico— es a veces defectuoso. Su cuerpo y su
mente no se desarrollan con fluidez, de modo que po­
demos comprobar un crecimiento físico retardado. Una
vez .superado el rezago, observamos cosas tales como
una barba que crece por primera vez en hombres madu­
ros, una actividad sexual real y todas las pruebas in­
discutibles que he visto de un cambio psicofísico com­
pleto. Diversas teorías psicológicas se ocupan del creci­
miento, pero me pregunto si se refieren al crecimiento
de la persona en su totalidad.
La caída espectacular de la presión sanguínea, los
cambios de la temperatura del cuerpo en descanso y la
364 E L G R IT O P R IM A L
disminución del ritmo del pulso me han convencido de
que los individuos que han completado la terapia primal
no sólo llevan una vida más sana sino que gozarán de
mayor longevidad. Aparte de las otras razones para ser
real, pienso que la irrealidad mata. Parece desgarrar lite­
ralmente el cuerpo en dos, suprimir ciertas hormonas,
estimular otras, acelerar la mente y mantener el cuerpo
en una noria.
Ser real significa estar relajado, sin depresiones, fobias
o ansiedades. Desaparece la tensión crónica, y con ella
las drogas, el alcohol, el exceso de comida, el cigarrillo,
el exceso de trabajo. Ser real significa no tener que
actuar ya simbólicamente.
Ser real significa ser capaz de producir sin los habi­
tuales bloqueos que atormentan a otras personas que
podrían ser creadoras. Significa tener relaciones que no
nos exploten de modo que al fin se pueda romper el
molde y producir nuevos seres humanos que puedan
realmente estar satisfechos. Ser real es haber satisfecho
las propias necesidades y ser capaz de satisfacer las de
los demás.
La necesidad es lo básico. Los niños necesitan. Lo
que ellos pueden relacionar al comienzo de su vida
es la necesidad. Se puede desviar la necesidad, re­
primirla, ridiculizarla, ignorarla, pero todo es inútil
porque eso no la cambiará un ápice. Así, la necesidad
básica frustrada puede convertirse después en la necesi­
dad de beber, de tener una actividad sexual o de comer
desmedidamente; pero la necesidad real está siempre allí
volviendo compulsivas e inoportunas las necesidades sus-
titutivas. Eso es lo que busca la terapia primal: sentir la
necesidad.
Cabe pensar que en una sociedad normal en la que se
reconozcan y satisfagan las necesidades reales habrá po­
co comportamiento irracional de que ocuparse. N o ha­
rán falta tantas reglas (las obligaciones) porque las per­
sonas normales entenderán la conciencia de aminorar o
detenerse en los cruces y no necesitarán conducir peli­
C O N C L U S IO N E S 365
grosamente. Respetarán los derechos de los demás y no
tendrán interés en suprimir la vida de nadie.
La represión del sentimiento y de la necesidad exige
una buena dosis de control. Cuando no se confía en un
sistema real, cada elemento del comportamiento debe
ser verificado, examinado y finalmente controlado. El
control es necesario para contener el sistema real. Pero
la enfermedad exige sus síntomas. De modo que un
control aquí o allá significa un síntoma diferente en
otra parte. El control total significa la acumulación de
presión interna hasta que el sistema mismo se rompa o
estalle.
En una sociedad irreal, los que muestran menos sensi­
bilidad serán tenidos por modelo, en tanto que quienes
la demuestran abundantemente son a menudo califi­
cados de “ histéricos” o hiperemotivos. Parecería lo con­
trario. Pero en un medio irreal, el desapasionámiento es
seguro y la pasión sospechosa. Esto se ha extendido
tanto que en nuestra sociedad los mismos médicos, los
psicólogos y psiquiatras, han sido adiestrados para no
mostrar emoción alguna. Se los ha preparado para que
reflejen impávidos el sentimiento, en lugar de ser provo­
cados dinámicamente. Un niño criado por padres indi­
ferentes, por lacónicos héroes cinematográficos, por
maestros y profesores que son a menudo la esencia mis­
ma de la impavidez, debe terminar pidiendo ayuda a un
terapeuta.
La terapia primal insiste en que las medidas reformis­
tas de las terapias tradicionales sólo ayudan a canalizar
nuevamente la neurosis pero la dejan intacta. A mi jui­
cio, las terapias de la introvisión, laboriosas y consu­
midoras de tiempo, mantienen al individuo en el proce­
so (más precisamente, en la lucha) por ponerse bien sin
conseguirlo nunca.
Supongo que la terapia tradicional ha sido aceptable
para los intelectuales de clase media porque en general
es un enfoque delicado que puede provocar sentimien­
tos punzantes sin desacomodar la estructura básica. Con
366 E L G R I T O P R IM A L

harta frecuencia la enfermedad intelectual de explicar y


entender parece haber sido inconscientemente exacer­
bada por un proceso terapéutico que tiene que ver prin­
cipalmente con la explicación.
Está implícito en el método de la psicoterapia tradi­
cional que podemos entender nuestros sentimientos y
necesidades inconscientes, y cambiar haciéndolos cons­
cientes. Según la teoría primal, la conciencia es él resul­
tado del sentimiento; el simple hecho de conocer las
necesidades no resuelve nada. Ello se debe a que las
necesidades (y las expresiones negadas, tanto verbales
como físicas, llegan a serlo mientras no se resuelvan) no
residen en un compartimiento estanco del cerebro. De­
ben ser sentidas con todo el organismo porque traspasan
el cuerpo entero. Si no fuera así no habría síntomas
psicosomáticos. Si es cierto que la tensión es la necesi­
dad primal desconectada y que se encuentra en todo el
sistema, está claro entonces que las necesidades lo son
del sistema. De otro modo tendríamos que concluir que
las necesidades residen en un repliegue del cerebro sola­
mente y que bastaría con hacer consciente lo incons­
ciente.
Además, las necesidades no sólo tienen que ser expe­
rimentadas en la totalidad de un cuerpo, sino que deben
ser revividas c o m o eran. El paciente primal adulto pue­
de al fin librarse de sus necesidades porque han ocurri­
do en su infancia y, una vez resueltas, ya no lo son para
el adulto. Un paciente era el “ nene bueno” de mamá en
sus primeros tiempos de vida, cuando no se orinaba
encima. Creció orinando muy poco. Durante la terapia
empezó a orinar casi todas las horas hasta que revivió
los primeros tiempos en que tenía necesidad de orinar
pero se contenía para ser querido. Entonces la necesi­
dad desapareció para siempre.
Aunque el mundo de hoy es indeciblemente trágico,
parece tener un sentido insuficiente del horror. Quizá la
neurosis explique que permitamos la existencia de tales
atrocidades, que cada uno de nosotros huya de su
C O N C L U S IO N E S 367

honor personal metiéndose en un revoltijo enloquecido.


Por eso los padres neuróticos no ven el horror de lo que
hacen con sus hijos, por eso no pueden comprender que
están matando lentamente a un ser humano. Nunca ven
a ese ser humano. En la sociedad, el resultado de este
mecanismo de negación en masa es semejante a lo que
ocurre dentro de los individuos: un comportamiento sin
relación con la realidad. Eso es lo que permite el lavado
de cerebro en tantos de nosotros, ver y oír sólo lo que
alivia nuestro dolor, robando la sensibilidad a nuestro
cuerpo.

Cuando un sistema irreal no puede satisfacer las nece­


sidades, debe ofrecer la esperanza y la lucha en cambio.
Así los individuos estarán dispuestos a olvidar las necesi­
dades reales para perseguir valores simbólicos: poder,
prestigio, situación social y éxito. Pero la satisfacción
simbólica nunca puede ser suficiente porque la nece­
sidad subsiste.
Diversos psicólogos y psiquiatras han abandonado las
escuelas doctrinarias de la psicoterapia y ya no se clasi­
fican como freudianos o jungianos, prefiriendo un cri­
terio ecléctico. Lo que no parece bien entendido es que
el eclecticismo puede ser un solipsismo a la inversa, en
el que casi todo puede ser cierto porque nada lo es. Y o
diría que el eclecticismo es una defensa contra la creen­
cia en una sola realidad; alimenta la ilusión de que esta­
mos abiertos a todos los criterios. Pienso que lo que ha
ocurrido a la psicología es que se ha separado del senti­
miento de los pacientes individuales y ha urdido hipóte­
sis sobre ciertos comportamientos, basadas en investiga­
ciones sobre animales o en teorías establecidas décadas
atrás. Esas abstracciones teóricas no han resultado a me­
nudo mejores para explicar y predecir los procesos psi­
cológicos que la visión del paciente acerca de su propio
comportamiento.
Quizá no deberíamos esperar que los psicólogos fue­
ran diferentes del resto. Las teorías que adoptan son
368 E L G R I T O PRIM AL

simplemente visiones sofisticadas del hombre y su mun­


do. Esas ideas deben encajar con el resto de las concep­
ciones del psicólogo, es decir, deben ayudar a sostener
el sistema de defensa y contener el dolor (la verdad).
De manera que a menos que el psicólogo esté bien inde­
fenso, es improbable que adopte un criterio basado en
la falta de defensas y en abrir a los pacientes al dolor
total. Tratar de que un psicólogo bien defendido adopte
un nuevo sistema de ideas sobre los individuos sería
como tratar de explicarle a un paciente sus ideas irrea­
les, explicándole su dolor.
En líneas generales, la psicoterapia se ha ocupado
hasta ahora de interpretar. Se sobrentiende que los psi­
cólogos son los poseedores de un cuerpo especial de
verdades acerca de la existencia humana. Pero no sólo
pienso que no existen esas verdades universales, sino
que no creo que haya verdades especiales que una per­
sona pueda entregar a otra. A mi juicio los problemas
psicológicos sólo se resuelven desde adentro, no desde
afuera. Nadie puede decir al otro cuál es el significado
de sus actos. Así, las terapias de confrontación y en­
cuentro tienen que fracasar en este sentido.
Y cuando un paciente es capaz de sentir, estoy con­
vencido de que todos los diagramas, tests, esquemas y
programas que hayamos establecido para entender el
comportamiento humano serán innecesarios, porque no
son más que la simbolización de las acciones simbólicas
de los individuos. Propongo que evitemos el análisis y el
tratamiento de lo que es irreal para ir d irectam en te a lo
real.
Me parece una lástima que los psicólogos hayan pasa­
do tanto tiempo refinando sus descripciones del com­
portamiento humano (juegos y pasatiempos) convenci­
dos de que así obtendrían las respuestas buscadas. Pe­
ro las descripciones no son respuestas. N o explican el
porqué; por detallada que sea la descripción, no nos
acerca más a la respuesta.
Ahora que el lector ha llegado a este punto, quizá se
CONCLUSIONES 369

pregunte quién puede aplicar correctamente la terapia


primal. Nuestra experiencia como adiestradores de psi­
cólogos en el Instituto Primal nos dice que sólo los que
se han sometido a esta terapia pueden aplicarla. Ello se
debe a que la mejor manera de entender las técnicas y
su efecto es recorrer todo el proceso. En segundo lugar,
lo que es más valioso, para efectuar un trabajo eficaz
con un paciente no. debe haber un importante dolor
bloqueado. El terapeuta que no sea psicológicamente
sano quizá tenga un exceso de control y desvíe al pa­
ciente del lugar de su dolor. Si es él el que contiene su
propio dolor, puede contener al paciente justo cuando
necesita que lo empujen al borde de una reacción pri­
mal. U n terapeuta primal neurótico que se hace “ el pro­
fesional” puede bombardear al paciente con introvi­
siones o vocabulario técnico. Si quiere agradar, quizá
sea incapaz de asaltar el sistema de defensa del paciente.
En todo caso, no debe despojar al paciente de sus sen­
timientos. Es fácil hacerlo; recuerdo que al comienzo de
mi experiencia en materia de reacciones primales, le dije
a un joven que se lamentaba de la tragedia de su vida:
“ Usted apenas tiene veinte años. Le queda toda la vida
por delante.” Lo despojé de su necesidad de sentir la
tragedia de sus pasados veinte años.
El terapista primal no debe tener defensas. Ha de
permitir que irrumpa en sus pacientes el dolor más so-
brecogedor; si él tiene defensas (contra su dolor) no
podrá hacerlo. Cuando el terapeuta tiene defensas, auto­
máticamente se siente inclinado a calmar y tranquilizar
al paciente cuando lo que hace falta es justo lo contra­
rio. En todo caso, no creo que los pacientes necesiten
que los tranquilicen. ¡Necesitan que se los deje ser lo
que son, aunque esto signifique sentirse desdichados!
U n terapeuta irreal forzará inconscientemente al pa­
ciente a aceptar esa irrealidad. Su prestigio y posición
representan la realidad para el paciente; aunque apenas
hable con el paciente mes tras mes, su inescrutabilidad
es a menudo aceptada como práctica corriente. Si el
370 E L G R IT O PR IM A L

terapeuta es frío y lejano, el paciente lucha de nuevo


por conseguir afecto; si es intelectualmente dominante,
hay la esperanza implícita de que el paciente renuncie
al intelecto. El paciente no debe estar obligado a actuar
de una manera especial con el terapeuta; no debe sentir
nunca que tiene que satisfacer necesidades del terapeu­
ta, sea consciente o inconscientemente.
¿Cuáles deben ser las aptitudes profesionales de un
terapeuta primal? Conocer algo de fisiología y neurolo­
gía para no tratar una afección orgánica del cerebro
como si fuera algo psicológico. Conocer la metodología
científica y saber en qué consiste la prueba. Aprender a
no especular abstractamente sobre lo que ocurre dentro
del paciente sino ser lo bastante abierto como para per
mitirle decir lo que es real.
Debe ser sensible e inteligente a la vez. Esto, desde
luego, quiere decir que ha sentido todo su dolor, lo cual
lo capacita automáticamente para entender a los demás.
A l sentir el ritmo de su propia vida podrá sentir las
desarticulaciones de los demás. Será sensible y así sabrá
cuándo el otro no lo es. Tendrá, en una palabra, cuali­
dades que muchos de nosotros dejamos atrás en los pri­
meros años de vida: la franqueza, la llaneza, la gentileza
y la calidez.
N o creo que un neurótico (una persona que no sien­
te), por mucha teoría que sepa, pueda honestamente
ayudar a un paciente neurótico. No puede saber cuándo
un paciente tiene bloqueada su sensibilidad o cuándo la
expresa, si él mismo (el terapeuta) tiene bloqueados sus
sentimientos. Ser neurótico significa no vivir en el pre­
sente. El terapeuta primal debe estar con su paciente en
cada minuto. Debe sentir cuándo asciende el senti­
miento y cómo ayudarlo a seguir. N o podrá hacerlo si
está hilando complicadas explicaciones.
La irrealidad del terapeuta puede limitar la realidad
que pueda llegar a tener el paciente, de la misma mane­
ra que la irrealidad de los padres determina en general
la realidad que puede llegar a tener el niño. Lo que
C O N C L U S IO N E S 371

Im porta no es solamente lo que el terapeuta hace sino lo


<|u<‘ es.
Existen técnicas primales concretas, pero son inútiles
i n manos de un neurótico, aunque entienda de fisiolo­
gía, sociología y psicología.
El terapeuta primal no se ocupa de un paciente “ ana­
lítico” con deficiencias del superego, ni con un paciente
“ existencial” en crisis vital; en resumen, no se ocupa de
categorías o tipos teóricos. Sabemos que cuando alguien
solicita una terapia, se comporta habitualmente de un
modo irreal. N o vemos la necesidad de clasificar esas
acciones y convertirlas en otra cosa, por ejemplo, en
una identificación psicosexual pobre. El terapeuta pri­
mal no trata a un compulsivo o a un histérico; trata a
una persona que tapa sus sentimientos de cierta manera.
N o le interesa la cubierta misma sino como factor inci­
dental; lo que le preocupa es solamente la realidad que
hay debajo.
El paciente neurótico se ha pasado la vida haciendo
cosas irreales y está en condiciones de seguir el ejemplo
del terapeuta. Quizá busque seudopsicoterapias y seudo-
psicoterapeutas para hacer todos los gestos del que me­
jora sin sentir el dolor bien enterrado, cosa que él sabe
a menudo que es necesario para mejorar realmente. La
terapia es con demasiada frecuencia semejante al resto
de su vida: símbolo de la cosa real, pero no la cosa real.
Asistirá a clases sobre análisis de los sueños o a terapias
especiales de grupo dirigidas por legos. Con harta fre­
cuencia el neurótico que durante toda la vida ha tenido
prisa, se inclinará por las terapias “ rápidas” : seminarios
de fin de semana, grupos de adiestramiento sensorial de
seis semanas de duración, o programas de autocom-
prensión. A menudo el objeto de esos programas es ha­
cer de los individuos otras personas, cuando el pro­
blema, en mi opinión, es cambiarlos en lo que son.
La separación de la puerta de entrada y de salida del
consultorio del terapeuta es una herencia de los prime­
ros tiempos del psicoanálisis. Quizá el hecho de que
372 E L G R IT O PR IM A L

ningún paciente ve a los demás, combinado con la falta


de relojes en el consultorio, ha tendido a hacer de la
terapia un espectáculo fantasmal, haciendo sentir al pa­
ciente que hay algo vergonzoso y secreto en las enfer­
medades de la afectividad.
El paciente sale muchas veces del consultorio con los
ojos enrojecidos y despeinado, pero no veo la razón de
que otros pacientes no puedan ver esta realidad. Si el
paciente se va enojado y deprimido, ¿por qué ocultar­
lo? En realidad, los pacientes muchas veces dicen que
los ha ayudado ver a otros que salían perturbados del
consultorio. Así aprenden que detrás de esas puertas
cerradas se estimula la sensibilidad, no se la desalienta.
Cabe preguntarse por qué no se producen a menudo
espontáneamente reacciones primales en los consultorios
de los terapeutas corrientes. Una razón importante pue­
de ser la de que un psicoterapeuta recargado de trabajo
difícilmente se tomará el tiempo que requiere un solo
paciente para llevarlo a una experiencia profunda de la
sensibilidad. Muchas veces el paciente está por llegar a
algo importante cuando han pasado los cincuenta minu­
tos y debe irse. En una sociedad en que “ el tiempo es
oro” , es difícil encontrar a alguien con tiempo suficien­
te para hacer un trabajo completo. En cambio el pacien­
te primal observa lo tranquilizador que es saber que es
el único en una terapia individual da tres semanas y que
sólo su sentimiento pondrá fin a la sesión.
El tiempo no es lo único que se toma en cuenta. Si
en la terapia tradicional ocurre algo desusado, como una
incipiente reacción primal, las más de las veces el tera­
peuta tratará de encajar el hecho en alguna interpre­
tación teórica preconcebida, en lugar de dejar que la
naturaleza siga su curso. El terapeuta primal debe per-
mitirse a sí mismo perder casi tanto el control como su
paciente. Debe estar dispuesto a dejar que ocurran cosas
para las cuales no tiene una explicación inmediata. A d e­
más, es improbable que se produzca ese hecho desusado
en el contexto de la psicoterapia en que sólo está com­
C O N C L U S IO N E S 373

prometida la mente del paciente. (Considérese la simple


giriunistancia de poner al paciente en el suelo en vez de
hacerlo sentar en una silla.) El terapeuta también debe
lita r dispuesto a moverse, lejos de su cómodo asiento.
Si g l terapeuta pudiera dejar de figurarse a su pacien-
i<-, le quedaría quizá tiempo suficiente para hacer un
importante descubrimiento: no hay nada que figurar. El
paciente que siente su dolor lo figurará totalmente, sin
ayuda. Demasiadas veces los profesionales hemos puesto
excesivo interés en tener razón, en aplicar nuestras teo­
rías y hemos tenido a rienda corta a nuestros pacientes.
Esto no quiere decir que la teoría no sea importante; si
provocamos reacciones primales día tras día es porque
tenemos una teoría que nos guía. Pero ella debe salir de
la observación.
Preveo la posibilidad de una gran apertura, a breve
plazo, en el tratamiento de las enfermedades psicoló­
gicas. Dado el tratamiento relativamente breve de la te­
rapia primal, no veo razón alguna de que tengamos que
seguir viviendo en una era de ansiedad.
Como necesitamos la cooperación y la ayuda de los
especialistas en salud mental, una advertencia especial:
Cuidado con la tendencia a incorporar la terapia primal
en teorías con las que los terapeutas se han familia­
rizado a lo largo de los años. A l recurrir a la termino­
logía pasada para explicar las reacciones primales, al vin­
cularlas con algo dicho décadas atrás, se trata de ver la
lucha neurótica bajo un viejo ángulo en lugar de otro
nuevo. Aunque la teoría primal tiene analogías con di­
versos enfoques diferentes, pido que sea examinada, con
arreglo a sus propios términos, en lo que es.
Creo, evidentemente, que hay una verdad, una reali­
dad. La posibilidad de predecir los resultados de la apli­
cación de la técnica primal me hace creer que el prin­
cipio del dolor es una verdad fundamental que dicta el
comportamiento del hombre. Evidentemente existe una
serie de leyes que rigen ese comportamiento y en parti­
cular los procesos neuróticos, leyes tan precisas como
374 E L G R I T O PR IM A L

las de las ciencias físicas. A sí como no hay muchas


explicaciones de la gravedad, no debería haber miles de
criterios para explicar las neurosis. N o entiendo cómo
puede haber tal número de teorías psicológicas, todas
igualmente válidas, con su aporte de algo importante y
verdadero. Si una teoría es válida, como creo que ocu­
rre con la primal, los otros criterios no lo son. Cuando
digo que la neurosis es la representación simbólica de
sentimientos tapados y que podemos eliminarla descu­
briéndolos, y cuando al destapar los sentimientos, como
estaba previsto, eliminamos la representación neurótica,
estamos validando nuestras hipótesis. Creo que la razón
de que hayamos adoptado tantos criterios psicológicos
para enfocar la neurosis es que no hemos establecido
teorías capaces de predecir hechos.
La ausencia de infinitas posibilidades para explicar el
comportamiento puede alejar a algunas personas. Es tra­
dición liberal creer que un problema puede tener mu­
chos aspectos y que nadie puede ser el poseedor ex­
clusivo de la verdad. N o se pondrán en duda las leyes
físicas que producen la electricidad en sus hogares, pero
se creerá que el hombre es demasiado intrincado para
ser regido por leyes científicas. Aceptar una respuesta
significa dejar de lado la lucha por hallar la verdad. N os
parece más cómodo luchar.
Algunos prefieren el neurótico país de cucaña donde
nada es absolutamente verdadero, porque así podemos
apartamos de otras verdades personales que duelen de­
masiado. El neurótico tiene un interés personal en negar
la verdad, y esto es lo que debemos enfrentar ante la
declaración de que se ha hallado una verdad. Hallar la
verdad es hallar la libertad. Significa eliminar lá elección
neurótica que no es nada más que la anarquía raciona­
lizada. El neurótico que quiere ser libre para ver todos
los aspectos de la cosa, muchas veces no puede creer
que pueda llegar directamente a lo verdadero, no a mi
verdad sino a la suya. Sólo tiene que viajar al interior
de sí mismo, que queda mucho más cerca que la India.
C O N C L U S IO N E S 375
La ciencia es la búsqueda de la verdad, lo cual no
impide hallarla. Con harta frecuencia nos contentamos
en las ciencias sociales con verdades estadísticas antes
que con verdades humanas, apilando casos para “ pro­
bar” nuestro criterio, cuando, a mi juicio, la verdad
científica reside en definitiva en la posibilidad de prede­
cir, en conseguir que haya una cura, no simplemente en
construir razonamientos teóricos para explicar después
por qué alguien mejoró con esa terapia, por ejemplo.
Seguimos necesitando, y las planeamos, una buena
serie de investigaciones complementarias sobre la teoría
y la terapia primales. Los resultados obtenidos hasta
ahora son lo bastante promisorios como para persua­
dirme de que la terapia primal obtendrá efectos durade­
ros en los pacientes porque significa, ni más ni menos,
convertir a la persona en lo que realmente es. Una vez
que esto ocurre, el individuo no puede retirarse a su
irrealidad aunque lo quiera. Recaer en la neurosis des­
pués de la terapia primal equivaldría a perder la estatura
que se ha ganado, la barba que al final ha crecido, o ver
encogerse los pechos al tamaño que tenían antes de la
terapia primal, hechos improbables que nos recuerdan
que no estamos curando una enfermedad mental sino
psicofisiològica.
C onfío ardientemente en que los profesionales adop­
tarán un enfoque revolucionario de la neurosis y quizá
lleguen a ver que ha pasado casi un siglo de psicoterapia
sin hacer mayor mella en las enfermedades mentales.
Debemos comprender que los métodos hechos de re­
miendos para derribar un sistema irreal no funcionan y
nunca han funcionado de veras.
A l neurótico doliente que quizá considere demasiado
abrumadora o demasiado difícil la terapia primal para
someterse a ella, le diré solamente que la tarea hercúlea
consiste en ser lo que uno no es. Lo más fácil es ser
uno mismo.
ADVERTENCIA
La Terapia Primal es ofrecida únicamente en The Primal Insti-
tute, Los Angeles, California. Es peligrosa si la aplican personas
no adiestradas, con independencia de su form ación profesional.
Es un servicio registrado y no puede ser prestado por nadie que
no estíj asociado con The Primal Institute; tam poco puede ser
usado el término “ Prim al” en asociación con cualquier palabra o
frase que denoten terapia o asesoramiento. Las técnicas utilizadas
en Terapia Primal son complejas y reclaman un intenso adiestra­
miento para que queden aprendidas. N o deben ser utilizadas por
diletantes.
IN D IC E

In tro d u cció n : El descubrimiento del dolor primal . . 9


1. El problema ....................................................... 13
2. La neurosis ......................................................... 17
3. El dolor ............................................................. 39
4. Dolor y memoria ............................................... 46
5. La naturaleza de la tensión ................................ 53
6. El mecanismo de defensa .................................. 65
7. La naturaleza de sentir . . .................................. 78
8. La curación ....................................................... 94
9. La respiración, la voz y el g r i t o ......................... 132
10. L a s neurosis y las enfermedades psicosomáticas 141
11. Sobre la normalidad .......................................... 159
12. El paciente postprimal ...................................... 179
13. Relaciones de la teoría primal con otros méto­
dos terapéuticos .................................................197
14. La introvisión y la transferencia en la psicote­
rapia ....................................................................228
15. El dormir, los sueños y los s ím b o lo s .................244
16. La naturaleza del a m o r ...................................... 260
17. Sexualidad, homosexualidad y bisexualidad . . . 271
18. Las bases del miedo y de la cólera ................... 301
19. Las drogas y los drogadictos ............................. 329
20. La psicosis: con drogas o sin ellas ..................... 355
21. Conclusiones .....................................................361
Advertencia ............................................................... 376

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